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Page 1: Biagioli Galileo Cortesano

Galileo cortesano

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Mario BiagioliGalileo cortesanoLa práctica de la ciencia en la cultura del absolutismo

Traducido por María Victoria Rodil

conocimiento

Del mismo autor

Título, Ciudad, 2038

Page 3: Biagioli Galileo Cortesano

Primera edición, 2008

© Katz EditoresSinclair 2949, 5º B1425 Buenos AiresFernán González, 59 Bajo A28009 Madridwww.katzeditores.com

Título de la edición original: Galileo courtier. The practice of science in the culture of absolutism

© The University of Chicago Press. All rights reservedChicago, 1993

ISBN Argentina: 978-987-1283-68-2ISBN España: 978-84-96859-26-5

1. Sociología del Conocimiento. 2. Instituciones Científicas.I. Rodil, María Victoria, trad. II. TítuloCDD 306.42

El contenido intelectual de esta obra se encuentraprotegido por diversas leyes y tratadosinternacionales que prohíben la reproduccióníntegra o extractada, realizada por cualquierprocedimiento, que no cuente con la autorizaciónexpresa del editor.

Diseño de colección: tholön kunstImpreso en la Argentina por Latingráfica S.R.L.

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Agradecimientos

Prólogo. La cultura de la corte y la legitimación de la ciencia

1. La autoconstrucción de Galileo2. Los hallazgos y el protocolo3. Anatomía de un debate en la corte4. La antropología de la inconmensurabilidadIntermezzo. Roma Theatrum Mundi5. Los cometas de la corte6. Un marco para el juicio a GalileoEpílogo. Del mecenazgo a las academias: una hipótesis

Índice temáticoLista de ilustraciones

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Índice

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Este proyecto me ha seguido (o yo lo he seguido) durante varios años y,bajo su hechizo, he hablado de él con casi todas las personas que tuvieronla paciencia para escucharme o el interés para conversar del tema. Pido dis-culpas por no poder agradecer de manera sintética todos los comenta-rios, las críticas y el apoyo que he recibido.

Agradezco a David Harden, John Heilbron, David Hull, Nancy Salzer,Albert Van Helden, Richard Westfall y un revisor anónimo (pero muy pers-picaz) por haber leído el manuscrito final entero, por las críticas y los comen-tarios pormenorizados, y por la corrección de varios errores vergonzosos.Agradezco también a Bill Ashworth, Paul Feyerabend, Maurice Finocchiaro,Anthony Grafton, William Shea, Randy Starn, dos revisores anónimos y,en especial, a Roger Hahn por haber tenido la paciencia de hacer lo mismocon versiones anteriores del manuscrito. Pnina Abir-Am, Ugo Baldini, PeterBarker, Peter Dear, Owen Gingerich, Carlo Ginzburg, Richard Goldthwaite,Keith Hutchinson, Nicholas Jardine, Thomas Kuhn, Tim Lenoir, LauroMartines, Laurie Nussdorfer, Trevor Pinch, Roy Porter, Robert Westmany Norton Wise han leído una o más versiones de algunos capítulos y mehan ofrecido comentarios importantes para poder seguir desarrollándo-los. Vaya también mi agradecimiento para Pierre Bourdieu, Ian Burney,Ernest Coumet, Olivier Darrigol, Mary Foertsch, Carl Ipsen, Tom Laqueur,Daniel Milo, Pietro Redondi, Jacques Revel y Barbara Shapiro por haberanalizado conmigo lo que ellos pensaban que yo intentaba hacer cuandoaún no lo tenía claro. Las críticas francas de mis alumnos de grado en lasuniversidades de California (ucla) y Stanford me han provisto materialpara seguir haciéndome preguntas y reflexionando. Este libro le debe muchoa todo lo que me han dado esos amigos y colegas.

De maneras diferentes pero complementarias, John Heilbron y RandyStarn han cumplido un papel especial en la preparación de este libro. Es

Agradecimientos

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Si las pulgas tuvieran rituales, serían sobre los perros.Ludwig Wittgenstein

¿Eres tú, soy yo o es la historia?Psychic TV

imposible transmitir al lector lo importante que ha sido su influencia, ypor eso les agradezco el apoyo constante y las críticas detalladas que meofrecieron en todos estos años. Este libro no sería el mismo sin el diálogopermanente que mantuve con ellos.

El tema de esta investigación surgió al comienzo de mi carrera de grado.De esa época guardo recuerdos inherentemente agridulces, y quiero agra-decer a mis compañeros de estudio del Visual Studies Workshop y de Ber-keley por lograr que la carrera de grado fuera una experiencia soportabley, en algunos momentos, hasta emocionante. Ted Brown, Henry Kyburg,Donald Kelley y Nathan Lyons me ayudaron a sostener el interés inicial porla historia y la filosofía de la ciencia, y me alentaron a continuar en esa líneaen un momento en que ser académico era un concepto que todavía meresultaba ajeno. Aunque a veces los he maldecido por sus consejos (sindemasiada convicción), les estoy muy agradecido por haberlo hecho. Comonos enseña Koyré, los errores pueden tener resultados fortuitamente gra-tificantes.

Agradezco especialmente a Susan Abrams, amiga y editora, por todoslos consejos y el apoyo, a Skuta Helgason por presentarme a la banda PsychicTV y sus amigos, y a Sande Cohen por ayudarme a lograr que el sur seaun lugar con mayor actividad intelectual.

Parte del material que aparece en los capítulos 1 a 4 fue publicado en ver-siones anteriores por las revistas Isis, Studies in History and Philosophy ofScience y History of Science, de modo que agradezco a los editores de estaspublicaciones por permitirme reproducir ese material. Este trabajo tam-bién fue posible gracias a las becas de la National Science Foundation, elsenado académico de la ucla y, sobre todo, la “Fundación Biagioli”.

Este libro está dedicado a Nancy Salzer. Nuestras charlas extensas e inten-sas sobre todos los aspectos pertinentes de mi labor fueron esencialespara la articulación del libro. Es más, sus consejos editoriales fueron fun-damentales para transformar este texto en un trabajo que al menos da laimpresión de ser coherente. Sin su acompañamiento personal e intelectualno habría podido elaborar este proyecto y llevarlo adelante. Aunque lasdedicatorias son apenas un gesto, espero que ésta le transmita al menosen parte el profundo agradecimiento que siento por todo lo que me hadado en estos años.

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No es una novedad que Galileo pasa la mayor parte de su vida adulta enla corte de los Medici como matemático y filósofo del gran duque de Tos-cana. No obstante, el carácter fundamental de ese puesto en la corte parasu producción científica es un dato que no ha llamado la atención de losfilósofos e historiadores de la ciencia. La tendencia a trazar una distinciónentre el Galileo “científico” y el Galileo “cortesano” no se limita sólo a losestudios académicos. Bertolt Brecht, por ejemplo, le atribuye el ethos y lacultura de un artesano más que de un cortesano, aunque en su profundaobra Vida de Galileo no lo presenta como un científico “puro” y desinte-resado. Para Brecht, los artesanos representan a las fuerzas progresistas,mientras que los cortesanos simbolizan al ancien régime: una cultura queel autor considera opuesta a los valores potencialmente positivos y moder-nos de la ciencia.1

La representación habitual de la identidad y la producción científica deGalileo como elementos ajenos a los valores de la corte no deriva solamentede la distinción tajante entre ciencia y sociedad que realizan algunos auto-res. Esta representación también aparece en los textos de aquellos que acep-tan vincular el desarrollo de la ciencia moderna con el cambio social,pero no consideran a la corte como una institución que encarne las fuer-zas “positivas” de la modernidad.

PrólogoLa cultura de la corte y la legitimación de la ciencia

1 Bertolt Brecht, Galileo, Nueva York, Grove Press, 1966 [trad. esp.: Vida de Galileo;Madre Coraje y sus hijos, Madrid, Alianza, 2000]. Es cierto que el uso del término“ciencia” para designar las actividades de Galileo resulta anacrónico. En su lugar, se podría haber recurrido aquí y en el resto del libro a frases más engorrosas, como“filosofía de la naturaleza” o “filosofía matemática de la naturaleza”, que se habríanadecuado mejor al contexto histórico del autor. Sin embargo, se ha decididoadoptar la palabra “ciencia” como una suerte de etiqueta abreviada para denominara todas esas actividades, a sabiendas de que se la emplea “bajo tachadura”.

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esas prácticas, como una especie de causa independiente, sino que se cons-tituye en ellas.

Esta perspectiva sobre la relación entre poder, conocimiento y auto-construcción se puede aplicar con buenos resultados a un análisis de lacarrera de Galileo. En muchos sentidos, lo que se presenta aquí es un estu-dio sobre la autoconstrucción de un científico. Aunque la categoría de auto-construcción no ha sido muy utilizada por los historiadores de la ciencia,sí ha resultado útil en los estudios históricos y literarios sobre la moder-nidad temprana en Europa.5 Ahora bien, la elección de este enfoque paradar cuenta de la carrera científica de Galileo refleja el carácter de su pro-pia trayectoria social. En efecto, Galileo comienza su carrera como inte-grante de una cultura socioprofesional específica: la de los matemáticos.Sin embargo, en el proceso de migración a la corte, logra recrear su iden-tidad para pasar a ser una especie atípica de filósofo, que en el momentono tiene atribuido ningún rol social ni cuenta con ninguna imagen esta-blecida. Se podría decir que Galileo se reinventa alrededor de 1610 cuandose transforma en el filósofo y matemático del gran duque de Toscana. Aun-que en el proceso toma elementos prestados de los roles sociales y los códi-gos culturales existentes y los renegocia, la identidad socioprofesional queconstruye para sí es definitivamente original. Galileo hace un bricolage.

En este libro se rastrea la articulación de esa nueva identidad sociopro-fesional (el “nuevo filósofo” o “astrónomo filosófico”) dentro del ámbitode la corte y se analiza la relación entre esa identidad y la obra galileana.Para ello, se reconstruyen la cultura y los códigos de la conducta corte-sana que enmarcan las prácticas cotidianas de Galileo, sus textos, la pre-sentación de su persona y sus hallazgos, y su interacción con otros corte-sanos, mecenas, matemáticos y filósofos. Esta obra no es una biografía niuna historia social de la carrera de Galileo. Si bien sigue a Galileo en variosaños de su vida, rastrea varias de sus disputas científicas y analiza variosde sus textos, lo que pretende así es ofrecer un estudio pormenorizado(en algunos casos, hasta microscópico) de las estructuras de su actividady sus inquietudes cotidianas, para mostrar luego cómo éstas enmarcan su

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5 Véanse, por ejemplo, Stephen Greenblatt, Renaissance self-fashioning, Chicago,University of Chicago Press, 1980; y Randolph Starn, “Seeing culture in a room fora Renaissance prince”, en Lynn Hunt (ed.), The new cultural history, Berkeley,University of California Press, 1988, pp. 205-232. La única excepción en el caso delos historiadores de la ciencia es la labor más reciente de Steven Shapin, que aplicael concepto de autoconstrucción individual especialmente en el artículo “TheHouse of Experiment in Seventeenth- Century England” (Isis 79, 1988, pp. 373-404) y en “A scholar and a gentleman” (History of Science 29, 1991, pp. 279-327).

La relación que detecta Brecht entre la tradición de los artesanos y eldesarrollo de la ciencia moderna (en especial como la articulan EdgarZilsel y Paolo Rossi)2 es comprensible, ya que da cuenta de ciertos aspec-tos importantes de la revolución científica; pero no por eso deben desco-nocerse las numerosas pruebas disponibles hoy en día que señalan el papelfundamental de la cultura aristocrática en ese proceso, un papel que no selimita a la incidencia de los aristócratas individuales como mecenas o comocientíficos.3 En especial, la corte contribuye con la legitimación cognitivade la nueva ciencia porque ofrece un espacio para la legitimación socialde quienes la practican, lo que a su vez aumenta el estatus epistemológicode la disciplina.

El desplazamiento del interés en el taller del artesano hacia una miradamás concentrada en la corte de los príncipes como ámbito fundamentalpara el desarrollo de la nueva ciencia refleja una inquietud cada vez mayoracerca del funcionamiento de los rituales, las representaciones y el discurso,no sólo en la historia de la ciencia sino en el marco más general de lasciencias sociales y las humanidades. Por otra parte, también refleja un enfo-que más complejo para el análisis de las relaciones entre conocimiento ypoder. En este libro, el poder no se concibe como un factor limitado a susformas más materiales ni como una “cosa” externa al proceso de creaciónde conocimiento.4 Quienes están familiarizados con las cortes del Renaci-miento y el Barroco, con su cultura y sus normas de protocolo, saben queallí el poder se encuentra muy arraigado en los modales, la disciplina y lacortesía del discurso. Asimismo, saben que a pesar de su apariencia deli-cada, éste es un factor muy eficaz para la formación de las ideas, la con-ducta y la identidad individual. A su vez, el poder no existe por fuera de

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2 Edgar Zilsel, “The genesis of the concept of scientific progress” y “Origins of Gilbert’s scientific method”, en Philip Wiener y Aaron Noland (eds.), Roots of scientific knowledge, Nueva York, Basic Books, 1957, pp. 219-250, 251-275;Paolo Rossi, I filosofi e le macchine, 1400-1700, Milán, Feltrinelli, 1984.

3 Algunos de los primeros trabajos que señalaron la existencia de esas relaciones son los siguientes: R. J. W. Evans, Rudolph II and his world, Oxford, OxfordUniversity Press, 1973; Dario Franchini et al., La scienza a corte, Roma, Bulzoni,1979; Robert S. Westman, “The astronomer’s role in the Sixteenth Century: Apreliminary study”, en History of Science 18, 1980, pp. 105-147; y Owen Hannaway,“Laboratory design and the aim of science: Andreas Libavius versus Tycho Brahe”,en Isis 77, 1986, pp. 585-610.

4 Para una descripción concisa de esta concepción del poder, véase Michel Foucault,“Truth and power”, en Colin Gordon (ed.), Power/Knowledge, Nueva York,Pantheon, 1980, pp. 109-133 [trad. esp.: “Verdad y poder”, en Microfísica del poder,Madrid, La Piqueta, 1979].

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tura cortesana. En el mismo sentido, no se postula aquí que las estrategiasde legitimación sociocognitiva analizadas en el caso de Galileo fueran lasúnicas disponibles para la legitimación de la nueva ciencia y de la nuevacosmología. Es cierto que a lo largo del libro se proponen analogías entrela experiencia de Galileo y la de otros científicos que eligen estrategias delegitimación similares, basadas en la corte o en el mecenazgo, pero dichasanalogías no se presentan para insinuar que este marco de interpretaciónpueda dar cuenta de la revolución científica en su totalidad, sino parasondear los límites de su aplicabilidad e identificar futuras áreas de inves-tigación. Los estudios más recientes de historiografía, por ejemplo, handemostrado que las distintas disciplinas generaron diferentes modelos delegitimación social y epistemológica según el contexto nacional, religiosoy político de cada caso. En varios de ellos, la credibilidad de las cienciasmatemáticas resultó derivar de su eficacia para resolver problemas técni-cos. El hecho de que esos casos no aparezcan en este libro no implica unasubestimación de su importancia, sino simplemente que se ha optadopor concentrarse en otros procesos de legitimación: los que dependen dela representación de la nueva ciencia en tanto disciplina digna de la cul-tura cortesana.

El mecenazgo constituye un tema recurrente en este trabajo, donde seofrecerán pruebas de que las inquietudes relativas a dicho sistema y alascenso social no son ajenas a la labor de Galileo. En efecto, tener un mece-nas de la corte no representa un mero recurso para ser usado por benefi-ciarios astutos y lúcidos (como el Galileo de Brecht). El mecenazgo es unelemento integral en el proceso de autoconstrucción de todos los cortesa-nos. Como se propone en el capítulo 1, se trata de una institución sin muros,un sistema complejo y amplio que constituye el mundo social para la cien-cia de Galileo. En síntesis, aquí no se presenta al matemático italiano comoun mero manipulador racional de la maquinaria del mecenazgo, sino comoun científico cuyo discurso está orientado por la cultura del mecenazgoen la que opera hasta el final de su vida, al igual que sus motivaciones ysus elecciones intelectuales. El estilo de Galileo está impregnado de la cul-tura cortesana, pero además, como se pretende demostrar aquí, existeuna simbiosis entre su compromiso cada vez mayor con el copernicanismoy su proceso de autoconstrucción como beneficiario exitoso en la corte.

No obstante, las inquietudes de Galileo por la cultura de la corte y delmecenazgo no determinan su producción ni su actividad científica, a pesarde que tampoco les son ajenas. En este libro no se pinta el retrato de un“esclavo del sistema” que se adapta a los roles y las expectativas tradicio-nales para recibir legitimidad. El poder no censura ni legitima un corpus

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actividad científica. De hecho, a pesar de que la organización del libro reflejaen cierto modo el orden cronológico de su carrera, no se trata de un aná-lisis primordialmente diacrónico. Aunque algunas tensiones importantesrecorren todos los capítulos cronológicamente, aquí no se presenta la carreracientífica de Galileo en tanto pasaje de la infancia a la madurez intelectual,ni se adjudica más valor a sus últimos trabajos, como el Diálogo sobre los dosmáximos sistemas del mundo o el Discurso sobre dos nuevas ciencias, quesupuestamente son los más significativos. Lo que interesa en este libro esidentificar y examinar desde una perspectiva sincrónica los procesos, lascondiciones, los recursos y las limitaciones que dan forma a su vida coti-diana y a su actividad científica y que, con el transcurso de los años, pro-ducen ese artefacto histórico que hoy se conoce como la carrera de Gali-leo. A modo de conclusión, se presentan algunas reflexiones sobre la posiblerelación entre la cultura de la corte, el absolutismo político, la legitimaciónde la ciencia y el desarrollo de las primeras instituciones científicas.

Cabe aclarar también que en este análisis se han dejado afuera algunosaspectos y episodios importantes de la carrera de Galileo. La bibliografíaexistente sobre este autor ya consta de muchos volúmenes y sigue creciendoa un ritmo estable. Por lo tanto, aquí no se ha priorizado abarcar lo másposible. En lugar de ello, se intenta ofrecer un nuevo marco de interpreta-ción mediante algunos análisis de caso basados en los debates científicosy otros episodios de la vida de Galileo. La riqueza y la complejidad de la obragalileana obligan a ser selectivo y a dejar afuera algunos textos que se podríanhaber interpretado también dentro del marco propuesto.6

Ahora bien, eso no significa que el punto de vista adoptado en estelibro sirva para dar cuenta de toda la carrera de Galileo ni de todos sustextos. En realidad, la vida profesional de Galileo comienza antes de sercortesano, ya que él ingresa en la corte en 1610, a los 46 años. Si bien esprobable que haya pensado migrar a la corte mucho antes de 1610, sólo unaparte de sus primeras obras está enmarcada por la cultura cortesana o diri-gida a un público de ese ámbito. Asimismo, la corte no afecta por igual atodas sus inquietudes científicas, que son muy variadas. Como se verá, aun-que existe una simbiosis entre la labor astronómica de Galileo y su carreraen la corte, su interés por la mecánica no concuerda muy bien con la cul-

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6 En especial, se trata de los textos pertenecientes al debate sobre las manchas solaresque se da entre 1612 y 1613 con el matemático jesuita Cristóbal Scheiner (que aquí se mencionan brevemente), la Carta a Cristina de Lorena, y el Diálogo sobre los dosmáximos sistemas del mundo (que sólo se considera aquí en relación con el juicio de1633). También habría sido interesante incluir en este análisis más detalles sobrela participación de Galileo en la Academia de los Linces a partir de 1611.

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ciencias matemáticas estaban subordinadas a la teología y a la filosofía. Poreso, no se esperaba (ni se permitía) que los matemáticos trabajaran conlas dimensiones físicas de los fenómenos naturales, que (junto a las cau-sas del cambio y del movimiento) constituían el dominio de los filósofos.En consecuencia, para estos últimos Copérnico no sólo estaba proponiendouna nueva teoría de los planetas, sino también estaba “invadiendo” el terrenodisciplinario y profesional que les pertenecía. En general, esa invasión lesparecía inaceptable y, como su estatus disciplinario era más alto que el delos matemáticos, tenían los recursos para controlarla. La táctica más habi-tual, que funcionaba muy bien en las instituciones adheridas a esa jerar-quía, consistía en deslegitimar las afirmaciones de los matemáticos pre-sentándolas como postulados provenientes de una disciplina inferior.

Por lo tanto, el proceso que se conoce como la “revolución copernicana”en realidad consta de dos revoluciones en una. La aceptación de modifi-caciones tan radicales en la cosmología tradicional requería de otras modi-ficaciones igualmente radicales en la organización de las disciplinas queestudiaban el cosmos. Como se sabe, este proceso duró mucho tiempo. Lalegitimación de la astronomía copernicana implica una reestructuraciónen las jerarquías de las disciplinas liberales que, a su vez, supone un ascensoen el estatus social de los matemáticos. Esas modificaciones no se origi-nan solamente en la solidez de las nuevas teorías, sino también en un pro-ceso de migración institucional. Esto es así porque la jerarquía tradicio-nal de las disciplinas está muy arraigada en las universidades, pero no asíen la corte, donde el estatus se determina en función del favor del prín-cipe más que de la disciplina a la que se pertenece.

Por lo tanto, la corte es un ámbito social en el que los matemáticos pue-den adquirir una mejor posición social y una mayor credibilidad, con locual contrarrestan la brecha disciplinaria que los divide de los filósofos. Asu vez, esa elevación del estatus social y disciplinario contribuiría con la legi-timación de la nueva cosmovisión propuesta por ellos. Si se observa elproceso que se conoce como revolución científica en función de sus cen-tros de actividad (al menos en Europa), se puede detectar un recorridoque va de la universidad a la corte y acaba en la academia científica. La carrerade Galileo ejemplifica en gran medida ese recorrido de legitimación socialy cognitiva. Después de trabajar como profesor universitario de matemá-ticas, pasa a ser filósofo de la naturaleza en una corte y luego se incorporaen una institución que para muchos es la primera academia científica: laAcademia de los Linces. Ese modelo de migración institucional (que losmatemáticos comparten con los artistas plásticos y, en menor medida, conlos escritores) también constituye un tema recurrente en este libro.

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de conocimiento que existe independientemente de él. Al destacar el pro-ceso de autoconstrucción, no se supone la existencia previa de un “Gali-leo” que despliega diferentes tácticas en distintos ámbitos pero permanece“fiel a sí mismo”, ni tampoco se lo concibe como un ser pasivo que se dejamoldear por el contexto que lo rodea. En lugar de ello, se pone el acentosobre el modo en que detecta y usa los recursos presentes en ese contextopara construirse una nueva identidad socioprofesional, proponer una nuevafilosofía de la naturaleza y crear un público para ella dentro de la corte.De hecho, el funcionamiento entre 1657 y 1667 de la Accademia del Cimento,creada por el príncipe Leopoldo de Medici, confirma que la incidencia deGalileo en la cultura de la corte florentina se extiende mucho más allá desu muerte, en 1642.

Por cierto, todo proceso de autoconstrucción presenta ciertas tensiones.Así como la corte posibilita que Galileo legitime su nueva identidad socio-profesional, también le impone límites que, por momentos, pueden haberentrado en colisión con sus objetivos específicos. Mientras que en deter-minados contextos el acoplamiento entre la obra de Galileo y el discursode la corte es notable, en otros casos se encuentran tensiones irresolublesentre las estrategias de mecenazgo y la autoría científica, o entre los inten-tos de Galileo para que el mecenas tome partido por él legitimando susafirmaciones científicas y el interés del príncipe por conservar la propiaimagen de poder, sin atarla a afirmaciones que pueden ser problemáticas.

Esas tensiones constituyen un tema recurrente de este libro y al final selas aplica para una reinterpretación del juicio a Galileo. Sin negar las dimen-siones cosmológicas y teológicas evidentes de lo ocurrido en 1633, se sugiereque una mayor comprensión de la cultura cortesana y del mecenazgo enla corte (así como de sus tensiones inherentes) puede arrojar nueva luzsobre un acontecimiento tan estudiado. En efecto, los mismos procesos quepermiten a Galileo presentarse como un filósofo y cortesano exitoso pue-den estar orientando la dinámica de su juicio.

Por otro lado, la relación entre el mecenazgo, la cultura cortesana y lacarrera de Galileo no se remite exclusivamente a la historia o la sociologíade las profesiones científicas. Copérnico y algunos de sus discípulos enfren-taron un obstáculo crucial cuando intentaron legitimar su obra no sólocomo un modelo de cálculo matemático, sino como una representaciónfísica del cosmos. Ese obstáculo fue la jerarquía tradicional de las discipli-nas liberales.7 De acuerdo con dicha jerarquía, justificada por las ideas esco-lásticas sobre las diferencias entre las disciplinas y sus metodologías, las

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7 Robert S. Westman, op. cit., pp. 105-147.

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la posición de los profesores de matemáticas en las universidades era mar-ginal. Además de existir la brecha disciplinaria y epistemológica que ya seha mencionado, las ciencias matemáticas en general se asociaban con lasartes mecánicas debido a su función en la contabilidad, las mediciones geo-gráficas y la mecánica misma. Por todo esto, los profesores de matemáticasno tenían demasiado estatus y ganaban entre seis y ocho veces menos quelos filósofos.11 Por último, el carácter marginal de las ciencias matemáticasdentro de las universidades se refleja también en su subordinación a otrasmaterias dentro del plan de estudios y en la escasa cantidad de cátedras dedi-cadas a esa disciplina (una en Padua, una en Pisa y dos en Bolonia).

En Padua, por ejemplo, donde enseña entre 1592 y 1610, Galileo se des-empeña como asesor del Arsenal Veneciano y se dedica como pasatiempoa los inventos mecánicos (de hecho, patenta una máquina para levantar elagua).12 Además de su actividad universitaria, complementa el salario rela-tivamente bajo que le pagan por ella dictando clases de matemáticas, mecá-nica y, en especial, técnicas de fortificación a alumnos particulares que,en algunas ocasiones, aloja en su casa. En 1599, se instala allí un artesanollamado Marcantonio Mazzoleni que se dedica a fabricar instrumentos. Suprincipal tarea en la casa de Galileo es construir compases militares y geo-métricos, instrumentos de cálculo que Galileo luego vende sobre todo asus alumnos particulares.

Hasta este punto, la carrera de Galileo es un ejemplo prototípico de loque hacían los matemáticos competentes y emprendedores. Sin embargo,su vida cambia de manera abrupta en 1610, tras mejorar el telescopio (inven-tado en Holanda) y realizar una serie de hallazgos astronómicos impor-tantes. En ese año, Galileo se va de la Universidad de Padua para ingresaren la corte de los Medici, donde será el filósofo (y no sólo el matemático)del gran duque. Aquí es cuando su recorrido comienza a desviarse delcamino seguido habitualmente por sus colegas. No obstante, así como lastácticas y aptitudes para la corte que caracterizan gran parte de su carrerason excepcionales en un matemático, su deseo de legitimación social y epis-temológica está arraigado en la cultura profesional que comparte conmuchos matemáticos importantes de la época.

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11 Mario Biagioli, op. cit., p. 53.12 Antonio Favaro, “Galileo e Venezia”, en Galileo Galilei e lo Studio di Padova,

Florencia, 1883; reeditado en Padua, Antenore, 1966, t. ii, pp. 69-102; “Intorno aiservigi straordinari prestati da Galileo Galilei alla Repubblica Veneta”, en Atti delReale Istituto Veneto di Scienze, Lettere e Arti, serie 7, t. i, 1889-1890, pp. 91-109.Sobre el Arsenal, véase Ennio Concina, L’Arsenale della Repubblica di Venezia,Milán, Electa, 1984.

Ahora bien, la atención casi exclusiva que aquí se le dedica a Galileo puedegenerar la impresión de que su carrera es totalmente diferente a la de losdemás matemáticos. Como he señalado en otro trabajo, eso es a la vez ciertoy falso.8 Aunque su carrera en la corte y su título de filósofo son dos ele-mentos excepcionales para un matemático de la época, hay muchos otrosaspectos en los que Galileo responde al rol tradicional de los matemáticosen esa sociedad. Por ejemplo, si se considera la formación profesional deGalileo, su estatus social o su modelo de carrera, resulta difícil distinguirlode otros matemáticos prestigiosos antes de 1610. En efecto, el padre deGalileo, un reconocido músico y teórico musical llamado Vincenzio Gali-lei, lo envía a la Universidad de Pisa para que estudie medicina (y ayude aaliviar las dificultades económicas de la familia), pero su hijo finalmentese va de Pisa en 1585 sin ningún diploma.9 Como muchos otros matemáti-cos, Galileo no estudia su disciplina en la universidad. Su primer profesoren Florencia es Ostilio Ricci, un experto en matemáticas aplicadas e inge-niería militar que dicta clases a los pajes de la corte florentina y les enseñaperspectiva a los pintores, escultores y arquitectos de la Accademia del Disegno,una academia de Bellas Artes patrocinada por los Medici.10 Esto significaque Galileo pasa sus primeros años en Florencia inmerso en la culturaprofesional de las matemáticas aplicadas, donde se entrecruzan la arqui-tectura, la mecánica, la fortificación y las artes visuales.

A partir de 1588, el autor comienza a enseñar matemáticas, astronomía,mecánica y técnicas de fortificación en Siena, Pisa y Padua, dentro y fuerade las universidades. El hecho de que dictara clases en ellas sin un títulouniversitario da cuenta de que las ciencias matemáticas no se concebíancomo una disciplina filosófica sino como una disciplina técnica, ense-ñada a los aprendices más que a los estudiantes universitarios. En efecto,

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8 Véase Mario Biagioli, “The social status of Italian mathematicians, 1450-1600”, en History of Science 27, 1989, pp. 41-95. Allí se ofrece un telón de fondo para lasestrategias de Galileo, ya que se presenta un breve esbozo de la cultura, el estatussocial, los modelos profesionales, las filiaciones institucionales y las tradicionesintelectuales de los matemáticos italianos anteriores y contemporáneos a Galileo.

9 Sobre los primeros años de Galileo, véase Stillman Drake, Galileo at work,Chicago, University of Chicago Press, 1978 [trad. esp.: Galileo, Madrid, Alianza,1980].

10 Thomas B. Settle, “Ostilio Ricci, a bridge between Alberti and Galileo”, en Actes du xiie Congrès International d’Histoire des Sciences, París, 1971, pp. 229-238. Sobrela cultura florentina de los matemáticos-artistas, véase del mismo autor “EgnazioDanti and mathematical education in late Sixteenth-Century Florence”, en JohnHenry y Sarah Hutton (eds.), New perspectives on Renaissance thought, Londres,Duckworth, 1990, pp. 24-37.

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téticas al movimiento de la Tierra). Por otro lado, la obra del padre PaoloFoscarini sobre la concordancia de la astronomía copernicana con las Sagra-das Escrituras queda directamente prohibida.13 Aunque el nombre de Gali-leo no se menciona en el dictamen, el cardenal Bellarmino le ordena queno trate la doctrina copernicana como una verdad absoluta (es decir, desdela física) sino como una hipótesis (es decir, desde las matemáticas). Cuandola legitimación de la astronomía copernicana, con la cual Galileo tiene uncompromiso creciente, comienza a volverse cada vez más difícil, éste eligecomo nuevo centro de operaciones la corte romana.

El Intermezzo que sigue al capítulo 4 ofrece un esquema del panoramacultural y académico en Roma durante esa época y de su relación con la corte.En particular, se identifican algunas dimensiones específicas de la culturaacadémica y cortesana en Roma que luego tendrán una función muy impor-tante en las tácticas de Galileo, así como en sus posteriores dificultades.

En el capítulo 5 se ofrece un análisis contextual de la disputa sobre loscometas entre Galileo y el matemático jesuita Orazio Grassi. En el trans-curso de esa disputa, cada vez más circunscrita al ámbito romano, Galileopublica El ensayador, un texto que ha desconcertado a muchos especia-listas en el autor debido al carácter problemático de su contenido cientí-fico. En ese capítulo se trata de examinar la relación con Roma del mismomodo que en el capítulo 2 se estudia la relación con Florencia, o sea, ana-lizando el uso que hace Galileo del discurso cortesano para legitimar susideas sobre los cometas y presentarse como un filósofo de la naturalezasofisticado y cortés.

El capítulo 6, por su parte, propone una reinterpretación del juicio aGalileo. Tras reponer el contexto mediante un análisis de las dinámicaspeculiares que impulsan el mecenazgo y los ciclos generacionales en la corteromana, el capítulo se centra en una práctica característica de las cortes:la caída del favorito (como se la describe en los tratados de la época). Alaplicar algunos aspectos de esa práctica en el análisis del juicio a Galileo,se observa que los acontecimientos de 1633 no derivan sólo del choque entrela teología tomista y la cosmología moderna, sino también, en la mismamedida, del choque entre la dinámica y las tensiones que caracterizan lasociedad y la cultura de la corte barroca. En síntesis, los mismos procesosque posibilitan la carrera de Galileo y sus esfuerzos por legitimar la astro-nomía copernicana también les ponen fin.

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13 La mayoría de los textos involucrados en los acontecimientos de 1616 estántraducidos al inglés y comentados en Richard J. Blackwell, Galileo, Bellarmine, and the Bible, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1991.

Si bien al principio de este libro se analiza el surgimiento de las redesde mecenazgo de Galileo y sus estrategias en la etapa universitaria de sucarrera, el foco central está puesto en el período que transcurre entre 1610

y 1633, es decir, desde su llegada a la corte florentina hasta el juicio que siguea la publicación del Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo. Elcentro geográfico del relato va cambiando con el tiempo. La primera partedel libro está dedicada al paso de Galileo por la corte florentina, mientrasque en la segunda se observa su interacción con la corte romana y con elsoberano papal.

En el capítulo 2 se explora la eficacia de su migración a la corte, que nose atribuye a lo que hoy sería el valor científico de sus hallazgos astronó-micos sino a la presentación de dichos hallazgos como elementos aptospara el discurso de la corte y la mitología dinástica de los Medici. En el capí-tulo 3 continúa el análisis de sus actividades científicas en la corte floren-tina, pero ese análisis se concentra en un debate sobre la flotabilidad queno ha sido muy estudiado y que tuvo lugar allí entre 1611 y 1613. Se trata dela primera confrontación continuada entre Galileo y los filósofos aristo-télicos, que hasta entonces eran sus superiores en la jerarquía de discipli-nas. En esa ocasión, intenta aprovechar por primera vez los privilegios dis-ciplinarios derivados de su nuevo título de filósofo. Otro aporte interesantede este análisis de caso es la luz que arroja sobre el lugar de la ciencia en lacorte, su protocolo y su relación con los espectáculos. Como se verá, elclímax de la disputa se alcanza cuando Galileo y el filósofo Papazzoni deba-ten en la mesa del gran duque, con la participación de los cardenales Bar-berini y Gonzaga. A partir del análisis de ese debate, en el capítulo 4 sedemuestra que la dinámica de la autoconstrucción y de la legitimaciónsociocognitiva de la ciencia pueden ayudar a desentrañar un problema fun-damental en filosofía de la ciencia: lo que se conoce como la inconmen-surabilidad entre paradigmas científicos.

En este punto, el relato salta geográficamente a la corte de Roma. Elsiguiente aspecto de la carrera de Galileo que se analiza es el debate sobrelos cometas con el astrónomo jesuita Orazio Grassi, que se da entre 1619 y1626. El ámbito dentro del cual opera Galileo en 1619 difiere bastante delespacio donde se encuentra en 1616. Tras la Carta a Cristina de Lorena, escritaen 1615, la legitimación de la hipótesis copernicana cobra cada vez másimportancia en la carrera y la obra de Galileo. En esa carta, el autor intentarechazar las objeciones bíblicas de los teólogos contra la cosmovisión helios-tática de Copérnico, pero fracasa. En la primavera de 1616, la obra De revo-lutionibus de Copérnico se incluye en el Index de la Inquisición hasta quese la corrija (es decir, hasta que se eliminen todas las referencias no hipo-

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mentes sin cuerpo y cuerpos con interacción caótica

En una carta para Belisario Vinta escrita en mayo de 1610 donde le soli-cita un puesto en la corte de los Medici, Galileo se disculpa por ocupar eltiempo de un funcionario de tan alto rango con un tema que a éste le puedeparecer una nimiedad.1 Sin embargo, para el autor se trata de un asuntode máxima importancia, ya que de ello depende el cambio “de todo miestado y mi ser”.2 La afirmación de Galileo indica que, si bien el mecenazgolo liberó de sus deberes como docente, le ofreció comodidad económicay le brindó un título apropiado, la influencia de esta práctica no se violimitada a las condiciones externas de su labor. Según sus propias pala-bras, el mecenazgo le dio forma a su carrera, pero también a su estatus ya su identidad.3

1La autoconstrucción de Galileo

1 El título de Vinta, Primo Segretario, no equivale a ningún puesto políticoexistente en la actualidad, aunque su análogo más cercano podría ser el cargo de secretario de Estado. Vinta había obtenido ese puesto en diciembre de 1609.

2 Galileo Galilei, Opere, vol. 10, N° 307, ed. de Antonio Favaro, Florencia, 1890-1909,p. 353. En adelante, se usará la sigla go. Salvo en los casos donde se indica locontrario, las traducciones de citas del italiano al inglés pertenecen al autor.

3 Sobre Galileo y el mecenazgo, véanse Paolo Galluzzi, “Il mecenatismo mediceo ele scienze”, en Cesare Vasoli (ed.), Idee, istituzioni, scienza, ed arti nella Firenze deiMedici, Florencia, Giunti-Martello, 1980, pp. 189-215; Richard Westfall, “Scienceand patronage: Galileo and the telescope”, en Isis 76, 1985, pp. 11-30, “Galileo andthe Accademia dei Lincei”, en Paolo Galluzzi (ed.), Novita celesti e crisi del sapere,Florencia, Giunti Barbèra, 1984, pp. 189-200, “Galileo and the Jesuits” y “Patronageand the publication of the Dialogue”, en Essays on the trial of Galileo, Vaticano,Vatican Observatory Publications, 1989; y Michael Segre, “Galileo as a politician”,en Sudhoffs Archiv 72, 1988, pp. 69-82. Dado que los estudios sobre el mecenazgocientífico en el Renacimiento han ganado cada vez más terreno durante losúltimos años, se ha decidido incluirlos directamente en la Bibliografía.

Por último, dos de los puntos de partida más importantes para este librohan sido la obra de Richard Westfall sobre las estrategias de mecenazgode Galileo y los trabajos de Robert Westman sobre la jerarquía de disci-plinas y su alcance institucional.14 Sin embargo, hay otros autores cuyalabor ha ejercido una influencia en este análisis que se extiende muchomás allá de lo que queda registrado en las notas al pie. El estudio de Nor-bert Elias sobre la sociedad cortesana ha servido como referencia perma-nente, al igual que el trabajo de Pierre Bourdieu sobre los procesos de dis-tinción cultural.15 Asimismo, los análisis de Michel Foucault y Louis Marinacerca del discurso del poder en el ancien régime, y los comentarios dePaul Feyerabend sobre el “oportunismo” de Galileo han provocado unaserie de reflexiones que, con mediaciones de diverso tipo, fueron encon-trando un espacio en este libro.

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14 Richard Westfall, “Science and patronage: Galileo and the telescope”, en Isis 76,1985, pp. 11-30; Robert Westman, op. cit.

15 Norbert Elias, The court society, Nueva York, Pantheon, 1983 [trad. esp.: Lasociedad cortesana, México, Fondo de Cultura Económica, 1982]; Power andcivility, Nueva York, Pantheon, 1982 [trad. esp. en El proceso de la civilización.Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, Fondo de CulturaEconómica, 1987]; Pierre Bourdieu, Distinction: A social critique of the judgementof taste, Cambridge, Harvard University Press, 1984 [trad. esp.: La distinción:criterios y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1991].

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división efectuada entre las características teóricas, internas, racionales yesenciales de la ciencia y sus dimensiones sociales, externas, irracionales yaccidentales se plasmó en una inversión problemática: el explanandum seconvirtió en el explanans. El hecho de que un científico comenzara a creeren una teoría determinada no se explicaba por el contexto, sino que se dabapor sentado como una consecuencia “natural” de la “fuerza de la teoría”,con argumentos notablemente similares a los del esencialismo aristotélico.De ese modo, se suponía que la adopción “natural” de una teoría dabaorigen a un compromiso igualmente “natural” con ella.5 Visto a través deese cristal, el mecenazgo se convertía en un medio para lograr ciertosfines racionales (por ejemplo, garantizar el apoyo económico para el pro-grama de investigación racional del científico) o, de manera alternativa, enuna especie de “necesidad de la carne” por cuya causa el cuerpo del cien-tífico se desviaba del camino apropiado que le señalaba el compromisoracional de su mente con una teoría adecuada.6

Los historiadores más actuales, influenciados en gran parte por la socio-logía de la ciencia de Merton, por el concepto de paradigma de Kuhn ypor otras categorías relacionadas, como la de comunidad científica y la deprofesionalización, opinan que el surgimiento de las asociaciones cientí-ficas (y, por consiguiente, el de las respectivas comunidades) hacia el finalde la revolución científica marca el comienzo de la ciencia “paradigmática”.Aunque la distinción entre ciencia paradigmática y ciencia preparadig-mática pueda resultar menos entorpecedora desde el punto de vista heu-rístico que la división entre la racionalidad moderna y todo lo que la pre-cede, no deja de ser problemática, ya que representa a la ciencia premodernaen términos de aquello que no es. Según esta vertiente, la ciencia anteriora 1660 carece de un sistema social bien estructurado, de instituciones cien-tíficas reales, de profesiones organizadas y de formas de comunicación pro-fesional. En síntesis, la ciencia anterior a la moderna también es “lo otro”con respecto a la ciencia moderna, lo único que cambia son los paráme-tros según los cuales se la construye como tal.

Si se adopta esta visión, resultará difícil para el historiador emplear elconcepto de paradigma a fin de relacionar los cambios científicos con laestructura y la dinámica del sistema social de la ciencia, ya que no se podrá

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5 Resulta interesante y paradójico que una visión tan esencialista (en el sentidoaristotélico) de la racionalidad científica como la que poseen los historiadores de esta vertiente se encuentre en franca contradicción con la noción deracionalidad científica que ellos mismos pretenden defender.

6 Sobre este tema, véase Mario Biagioli, “Galileo’s system of patronage”, en Historyof Science 28, 1990, pp. 42-45.

En este capítulo se presenta un análisis sistemático de algunos procesosrelacionados con el mecenazgo que estructuraron la autoconstrucción deGalileo como filósofo de la corte. Asimismo, el análisis del mecenazgo entanto sistema social de la actividad científica de Galileo constituye un marcopara gran parte de los temas que se consideran en los capítulos posterio-res. Con dicho análisis se pretende demostrar que la observación de losprocesos de autoconstrucción puede ayudar a superar algunos obstáculosdel debate internalismo-externalismo que caracteriza a los estudios recien-tes y no tan recientes de historia de la ciencia.

El debate, que se relaciona en sus orígenes con las discusiones acerca dela división entre lo que es ciencia y aquello que no lo es y, en última ins-tancia, entre nómos y physis, ha adoptado con el correr del tiempo una nota-ble variedad de perfiles, matices y formas. En el caso de la revolucióncientífica, suelen surgir aun más complicaciones, ya que, como lo indicala palabra “revolución”, lo transcurrido en los siglos xvi y xvii suele repre-sentarse como un proceso que marcó una clara distinción entre la cienciamoderna y esa otra disciplina diferente que existía antes. En muchos sen-tidos, gran parte de la historiografía dedicada a la revolución científica seha abocado a la construcción de lo que los antropólogos denominarían un“mito de los orígenes”, una narración mediante la cual nosotros, los occi-dentales “modernos”, nos diferenciamos de “los otros”. Con este trabajo nose pretende describir en detalle las diversas maneras en que diferentes inter-pretaciones de la revolución científica intentan trazar la línea divisoriaentre el “antes” y el “después” y, dentro de esa distinción, entre la dimen-sión “científica” y la dimensión “social” del cambio científico. Por eso, sehan elegido sólo dos de esas interpretaciones, que se encuentran entre lasmás útiles para ilustrar las características del debate del cual parte el pre-sente análisis.

Las lecturas idealistas de la revolución científica reproducen el dualismomente/cuerpo y suelen realizar una distinción entre la ciencia (o la “mentecientífica”) y los científicos de carne y hueso. Esa vertiente de la historio-grafía le ha dedicado escasa atención a las dimensiones sociales de la cien-cia, que sólo son convocadas de manera esporádica para explicar aquelloscasos en que los científicos aparentemente se desvían de las supuestasnormas racionales.4 Aunque los historiadores que operan dentro de estemarco produjeron un número importante de trabajos de gran interés, la

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4 Los estudios de Richard Westfall acerca de las estrategias de mecenazgo en Galileo reflejan esta vertiente de la historiografía, que se remonta a lostrabajos de Alexandre Koyré y Edwin Burtt.

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tiempo libre para investigar. Si se concibe el mecenazgo sólo en funciónde su dimensión económica, podría acabarse por creer que los beneficia-rios eran seres racionales totalmente comprometidos con alguna clase deprograma científico a favor del cual trataban de manipular el sistema. Sinembargo, los conceptos de medio y fin no existen por fuera de los proce-sos sociales de autoconstrucción que les dan forma. En consecuencia, larelación entre la producción cultural y el contexto social puede estable-cerse mediante la vinculación del mecenazgo con el proceso de autocons-trucción, tanto de los mecenas como de los beneficiarios, más que con lamera subsistencia económica de estos últimos.9 De este modo, en vez debuscar paradigmas, será posible concentrarse en el estudio de la identi-dad de los beneficiarios en todas sus dimensiones socioculturales, así comoen el análisis de los procesos que le dan forma a dicha identidad.

En efecto, el proceso de formación de la identidad no tiene por qué darsenecesariamente en el marco circunscrito de los grupos profesionales, talescomo las comunidades y las instituciones científicas. Las dimensiones socio-lógicas y conceptuales de la ciencia moderna que, según la historiografíainfluida por Kuhn y Merton, se atribuyen a la identidad profesional nacidade la socialización en comunidades o grupos científicos deben buscarseen el proceso de autoconstrucción que atravesaban los científicos de lamodernidad temprana al insertarse en redes y relaciones de mecenazgo.Esto no quiere decir que el mecenazgo sea el equivalente de la comunidadcientífica en la modernidad temprana, sino que constituye la clave paraentender ciertos procesos de formación de la identidad y del estatus que,a su vez, permitirán comprender tanto las actitudes cognitivas de los cien-tíficos como sus estrategias profesionales.

mecenazgo, estatus y credibilidad

La institución del mecenazgo como se la ve representada en los escritos yla correspondencia de Galileo no difiere estructuralmente de la que se puedeencontrar en las autobiografías y las cartas de otros artistas, poetas y cor-tesanos de la Italia barroca.10 El mecenazgo fue una institución social de

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9 Sobre el concepto de autoconstrucción [self-fashioning] en este período, véase el clásico Renaissance self-fashioning de Stephen Greenblatt.

10 Véanse, entre otros, Benvenuto Cellini, The autobiography of Benvenuto Cellini,trad. de John Addington Symonds, Nueva York, Doubleday, 1961 [trad. esp.: Mivida, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1971]; Giambattista

hablar de un verdadero sistema social de la ciencia. Por otra parte, se ten-derá a no concebir al mecenazgo como el sistema social de dicha ciencia,dado que tal percepción se opondría al supuesto fundamental de que losparadigmas científicos deben estar relacionados con comunidades cientí-ficas bien estructuradas.

En resumen, si la historiografía idealista disuadía a los historiadores deanalizar las dimensiones sociales del cambio científico (o limitaba el gradode contextualización) a causa de la distinción que establecía entre la mentey el cuerpo del científico, las categorías historiográficas más recientes intro-ducidas para integrar las dimensión social y la intelectual, como los con-ceptos de paradigma, comunidad científica e instituciones científicas, engeneral no parecen aplicarse a la ciencia anterior a la modernidad.7 En sín-tesis, los historiadores idealistas presentan este período como una épocapoblada de mentes sin cuerpo, mientras que los historiadores institucio-nalistas pueden considerarlo como una era de cuerpos que interactúande manera caótica.

Ahora bien, un concepto del mecenazgo articulado correctamente per-mitiría una mejor integración entre la dimensión social y la dimensiónconceptual en el estudio de la ciencia de la modernidad temprana.8 Elprimer paso de este proyecto consiste en descartar la noción del mecenazgocomo un simple conjunto de estrategias y vínculos racionales mediante elcual un científico podía construir su carrera al obtener dinero, poder y

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7 Las instituciones son entidades que brindan tranquilidad a los historiadores, yaque en general poseen edificios notorios (con las correspondientes imágenes),estatutos, archivos, publicaciones, y registros de los debates y de los concursoscon premios. Sin embargo, habría que recordar que esta categoría historiográficade institución no está tan difundida solamente por su importancia histórica real,sino también por su presencia conspicua en los archivos. El hechizo de esasinstituciones sobre la historiografía actual también tiene un carácter fetichista.Éstas permiten que los historiadores en cierto modo entren en contacto con elpasado de una forma muy tangible. El mecenazgo, por el contrario, al ser unainstitución sin muros y con una realidad compuesta de rituales protocolares másque de objetos tangibles como edificios o estatutos, ha sido ignorado pormuchos historiadores de la ciencia anterior a la modernidad.

8 El mecenazgo no necesariamente se debe concebir como una versiónpremoderna del sistema social de la ciencia, ya que puede servir también pararevelar las dimensiones no modernas de dicho sistema social y para reexaminaralgunas afirmaciones de la historiografía institucionalista de la cienciamoderna. Véase, por ejemplo, Dorinda Outram, Georges Cuvier, Manchester,Manchester University Press, 1984, donde se teoriza que las institucionescientíficas sirven como marco para la creación de nuevas redes de mecenazgo,lo cual señala una continuidad entre el sistema social de la ciencia premodernay el de la ciencia moderna.

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Es más, el mecenazgo no debería considerarse una opción. Para aque-llos que no estaban inmersos en una red compleja de relaciones de mece-nazgo, no existía la movilidad social ni la posibilidad de una carrera pro-fesional, en especial si pertenecían o querían pertenecer a la clase alta. Elmecenazgo era una actividad voluntaria sólo en un sentido limitado, yaque no participar de ella implicaba una suerte de suicidio social. No esaconsejable creer al pie de la letra la palabra de algunos mecenas y bene-ficiarios, quienes solían negar los intereses mutuos subyacentes en la rela-ción de mecenazgo, presentándola como un vínculo desinteresado y unadecisión voluntaria. El hecho de que los beneficiarios se mostraran deseo-sos de servir y los mecenas se mostraran deseosos de ser servidos puedecompararse con el supuesto desinterés que los antropólogos encontraronen el contexto del intercambio de dones dentro de las llamadas socieda-des primitivas. Marcel Mauss ha demostrado que cuando se entrega o seretribuye un don, la persona que lo hace actúa en función de una fuerteobligación social, aunque se presente como un acto voluntario.14 El pro-

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Europa durante ese período, se pueden consultar los siguientes textos: Guy FitchLytle y Stephen Orgel (eds.), Patronage in the Renaissance, Princeton, PrincetonUniversity Press, 1981; Yves Durand (ed.), Hommage à Roland Mousnier:Clientèles et fidélités en Europe à l’époque moderne, París, puf, 1981. Tambiénresultan de utilidad los trabajos sobre el mecenazgo y la cultura aristocrática enFrancia durante la modernidad temprana, como por ejemplo: Sharon Kettering,Patrons, brokers and clients in Seventeenth-Century France, Oxford, OxfordUniversity Press, 1986, “Gift-giving and patronage in Early Modern France”, enFrench History 2, 1988, pp. 131-151, “The patronage power of Early Modern Frenchnoblewomen”, en The Historical Journal 4, 1989, pp. 817-841; “The historicaldevelopment of political clientelism”, en Journal of Interdisciplinary History 3,1988, pp. 419-447; Mark Greengrass, “Noble affinities in Early Modern France:The case of Henri I de Montmorency, Constable of France”, en European HistoryQuarterly 16, 1986, pp. 275-311; Kristen B. Neuschel, Word of honor, Ithaca,Cornell University Press, 1989. Renata Ago en Carriere e clientele nella Romabarocca (Bari, Laterza, 1990) presenta un análisis notable del modo en que elmecenazgo les daba forma a las carreras profesionales y a la identidad de losparticipantes a fines del siglo xvii en Roma. Por otra parte, el mecenazgo comoforma de organización social en la cuenca del Meditarráneo es uno de los temasde J. Pitt-Rivers, Mediterranean countrymen, París, Mouton, 1963, y de ErnestGellner y John Waterbury (eds.), Patrons and clients in Mediterranean societies,Londres, Duckworth, 1977 [trad. esp.: Patronos y clientes en las sociedadesmediterráneas, Madrid, Júcar, 1986]. Para una lectura socioantropológica delmecenazgo, véanse J. Boissevain, Friends of friends, Oxford, Oxford UniversityPress, 1974; S. N. Eisenstadt y L. Roniger, Patrons, clients, and friends, Cambridge,Cambridge University Press, 1984; S. W. Schmidt, L. Guasti, C. H. Lande y J. C.Scott, Friends, followers and factions, Berkeley, California University Press, 1977.

14 Marcel Mauss, The gift, Nueva York, Norton, 1967.

uso generalizado en Europa durante la modernidad temprana, y aún con-serva una gran vigencia en la cuenca del Mediterráneo. Cicerón, por ejem-plo, consideraba que los orígenes de la clientela romana eran muy remo-tos, tanto que le atribuía su llegada al mismísimo Rómulo.11

La historiografía reciente de la modernidad temprana en Europa pre-senta al mecenazgo como una forma fundamental de vinculación social yde organización jerárquica. Asimismo, se ha comprobado que la dinámicadel mecenazgo abarcaba, en términos de la actualidad, tanto la esfera públicacomo la esfera privada. Los vínculos nacidos del mecenazgo, por ejemplo,estaban tan arraigados a la identidad de las personas que se solía tornarborrosa la diferencia entre lazos familiares y lazos de mecenazgo, o entreamistad y clientelismo.12 En el caso del Renacimiento florentino, el mece-nazgo se ha adoptado como una categoría historiográfica corriente para elanálisis de los rituales de interacción en la vida civil, el sentido de la heren-cia, los lazos de amistad y parentesco, y la actividad política y económica.En el mismo sentido, el estudio de la relación simbiótica entre el mecenazgo,los rituales cortesanos y los procesos de autoconstrucción se ha convertidoen una herramienta esencial para comprender la cultura, la política y laestructura de las cortes en la modernidad temprana. Hoy en día, los estu-dios sobre el mecenazgo se extienden más allá de las consideraciones bási-cas acerca de quién pagaba las cuentas, y se han ampliado con éxito paraincorporar el análisis de los procesos de constitución y conservación deidentidades y jerarquías socioculturales en Europa durante ese período.13

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Marino, Lettere, Turín, Einaudi, 1966; Giorgio Vasari, Vita di Michelangelo, t. i,ed. de Paola Barocchi, Milán/Napóles, Ricciardi, 1962 [trad. esp.: Vida de MiguelÁngel, Madrid, Visor, 1998].

11 Marco Tulio Cicerón, De re publica, t. ii, cap. 16 [trad. esp.: Sobre la república,Madrid, Gredos, 1984], citado en Ronald Weissman, “Taking patronageseriously”, en F. W. Kent, Patricia Simons y J.C. Eade (eds.), Patronage, art andsociety in Renaissance Italy, Oxford, Oxford University Press, 1987, p. 33.

12 Véase Ronald Weissman, “Taking patronage seriously”, op. cit., pp. 27-30.13 Los siguientes son algunos ejemplos de trabajos sobre la historia del

Renacimiento florentino que conciben al mecenazgo como una instituciónsocial compleja: Richard Trexler, Public life in Renaissance Florence, Nueva York,Academic Press, 1980; F. W. Kent, Household and lineage in Renaissance Florence,Princeton, Princeton University Press, 1977; Ronald Weissman, Ritualbrotherhood in Renaissance Florence, Nueva York, Academic Press, 1982;Christiane Klapisch-Zuber, “Kin, friends, and neighbors”, en Women, familiy, andritual in Renaissance Italy, Chicago, University of Chicago Press, 1985, pp. 68-93.En Kent, Simons, Eade, Patronage, art, and society in Renaissance Italy se hancompilado ensayos sobre el mecenazgo en Italia durante la modernidadtemprana. Por otro lado, para un estudio más tradicional del mecenazgo en

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Las taxonomías sociales del estatus y la credibilidad se reflejan en elorden jerárquico de las disciplinas liberales, que proyectaba en dichas dis-ciplinas, en su objeto y en su metodología las ideas de la época acerca dela distinción y la posición social. Dadas las jerarquías sociales existentesen la época de Galileo, no resulta extraño que la teología se representaracomo “la Reina de las disciplinas”. Las ciencias matemáticas, por su parte,poseían un estatus social y cognitivo relativamente menor porque ocu-paban un espacio marginal en la filosofía aristotélica dominante y por-que se empleaban en la mecánica y en otros oficios de la clase baja.18 Comoya lo planteara Robert Westman, se podría afirmar que el estatus menorde las ciencias matemáticas combinadas, como la astronomía, la ópticay la mecánica, con respecto a las otras disciplinas, en especial la filosofíay la teología, constituye el principal obstáculo para la legitimación epis-temológica de la astronomía copernicana.19 Sin una previa reestructura-ción de las jerarquías disciplinarias, los filósofos y los teólogos podíandescartar casi por anticipado las nuevas visiones del mundo que presen-taban los matemáticos, basándose para ello sencillamente en las distin-ciones aceptadas de objeto, metodología y estatus sociocognitivo de lasdisciplinas.

En síntesis, la legitimación de la nueva ciencia requería mucho más queun debate epistemológico. La aceptación de esas nuevas visiones del mundodependía también de la legitimidad sociocognitiva, tanto de los científi-cos que las presentaban como de las disciplinas en las que se enmarca-ban. Las ciencias matemáticas combinadas necesitaban adquirir el mismoestatus epistemológico que la filosofía. Habida cuenta del vínculo exis-tente entre el estatus social y la credibilidad, una posición social elevadaera la clave para obtener la legitimación cognitiva, mientras que el mece-nazgo era la institución mediante la cual se podía mejorar dicha posi-ción y ganar credibilidad, y la corte era el espacio en el que se creaban las

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18 Mario Biagioli, “The social status of Italian mathematicians 1450-1600”, en History of Science 27, 1989, pp. 41-95.

19 Robert Westman, “The astronomer’s role in the Sixteenth Century: Apreliminary study”, en History of Science 18, 1980, pp. 105-147. Westman haprofundizado el estudio sobre distintos elementos de su tesis inicial en “TheCopernicans and the Churches”, en David C. Lindberg y Ronald L. Numbers(eds.), God and nature, Berkeley, University of California Press, 1986, pp. 76-113,así como en “Proof, poetics and patronage: Copernicus’ Preface to Derevolutionibus”, en David C. Lindberg y Robert S. Westman (eds.), Reappraisalsof the scientific revolution, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, pp. 167-205. Sobre la situación en Italia, véase Mario Biagioli, “The socialstatus...”, op. cit.

ceso de dar y retribuir un don es utilizado por los miembros de la comu-nidad para tratar de obtener o mantener cierto estatus y cierto poder. Nadiequiere admitir que la entrega o la retribución del don es una obligación,ya que eso implicaría aceptar los límites del propio poder y de la propiaautonomía. Por lo tanto, la representación del intercambio de dones (ode las relaciones de mecenazgo) como una actividad libre y desinteresadaes un gesto que intenta legitimar a quienes participan de ese juego.

Si bien el mecenazgo constituye una herramienta clave para interpre-tar la conducta de todos los actores históricos en la modernidad temprana,éste cobra aun más importancia en el caso de los científicos. En efecto, lamodernidad temprana en Europa se caracteriza por la existencia de un vín-culo estrecho entre la posición social y la credibilidad epistemológica. SegúnPeter Dear, en los inicios de la Royal Society of London, los parámetros deevaluación de las pruebas científicas eran sensibles a la posición social delobservador que las presentaba. Se percibía un lazo entre la nobleza y la cre-dibilidad, y se consideraba que al contar con muchos clérigos y aristócra-tas entre sus miembros la asociación adquiría mayor “prestigio social, quea su vez se podría convertir en una ventaja en términos de credibilidad delas pruebas”.15 Steven Shapin y Simon Schaffer han detectado una relaciónparecida entre la clase social de los informantes o testigos y el grado de con-fianza otorgado a sus informes.16 La posición social no sólo regulaba la con-fiabilidad, sino que afectaba a la posibilidad misma de la comunicación.Los sacerdotes encargados de recabar datos para los censos llevados acabo en Venecia durante el siglo xvii, por ejemplo, salían a recorrer loshogares correspondientes a sus parroquias acompañados de un noble,por si algún habitante que perteneciera a la nobleza se negaba a respon-der las preguntas de un simple clérigo.17

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15 Peter Dear, “Totius in Verba: Rhetoric and authority in the Early Royal Society”,en Isis 76, 1985, p. 156.

16 Steven Shapin y Simon Schaffer, Leviathan and the air pump, Princeton,Princeton University Press, 1985, pp. 58-59 y 66 [trad. esp.: El Leviathan y labomba de vacío, Buenos Aires, Universidad de Quilmes, col. Ciencia, Tecnología y Sociedad, 2005]. La relación entre la posición social y la credibilidad tambiénes el tema de Steven Shapin, “The House of Experiment in Seventeenth-CenturyEngland”, en Isis 79, 1988, pp. 373-404. Véase también Steven Shapin, “The invisible technician”, en American Scientist 77, noviembre-diciembre de 1989, pp. 554-563 [trad. esp.: “El técnico invisible”, en Mundo Científico 113,mayo de 1991, pp. 520-529].

17 Peter Burke, “Classifying the people: The census as collective representation”, en The anthropology of Early Modern Italy, Cambridge, Cambridge UniversityPress, 1987, p. 29

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1600 se lo designa Molto Magnifico, título éste que corresponde a un civilcon un rango inferior al de caballero,23 mientras que en las cartas corres-pondientes al decenio de 1600 se le aplica el título de Illustre, que corres-ponde a un gentilhombre, y luego el de Molto Illustre, que corresponde aun gentilhombre distinguido o a un caballero.24 Después de su nombra-miento como matemático y filósofo del gran duque, en 1610, el títulohabitual con el que se lo designa es Molto Illustre et Molto Eccellente (o Ecce-llentissimo), ya que Eccellente es el equivalente de nuestro actual “doctor”,y Molto Eccellente o Eccellentissimo se reserva para los doctores en dere-cho, medicina o filosofía que se destacan en su campo.25

Para la lectura del complejo de rituales epistolares que caracterizan lacorrespondencia de Galileo, se ha colocado a dichos rituales en pie de igual-dad con las formas de interacción registradas entre beneficiarios y mece-nas cuando se reunían en persona. Mediante esta especie de “antropolo-gía epistolar” se intenta reconstruir ese protocolo de interacción en el marcode las relaciones de mecenazgo.26

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23 Stefano Guazzo sostiene que el título de Molto Magnifico se emplea con los comerciantes, mientras que el de Magnifico se puede usar con losmédicos y notarios (Stefano Guazzo, Dialoghi piacevoli, Venecia, Bertano, 1585,pp. 94-95).

24 La diferencia entre uno y otro título era mucho más importante de lo queparece. Como ejemplo basta mencionar que Agostino Mascardi, un beneficiariodel cardenal D’Este, se dio cuenta de que estaba perdiendo la gracia de sumecenas porque éste comenzó a llamarlo Molto Magnifico en vez de Illustre,como lo había llamado hasta ese momento (Francesco Luigi Mannucci, “La vitae le opere di Agostino Mascardi”, en Atti della Società Ligure di Storia Patria 42,1908, p. 89).

25 La escala de los títulos que Benedetto Castelli va utilizando en sus sucesivascartas a Galileo ejemplifica esta tendencia al ascenso. En 1607, lo llamaEccellentissimo Signor mio, mientras que en 1610, después de sus hallazgosastronómicos, Castelli agrega un toque de distinción al título de Galileo cuandolo designa Illustre et Eccellentissimo Signore. Ya en 1613, lo llama Molto Illustre et Eccellentissimo Signore, y a fines de esa década, Castelli comienza a agregar las palabras Padrone Colendissimo, que luego conservará en su correspondenciade 1620 a 1640. Sin embargo, como los títulos dependían de la posición social deambas partes (el destinatario y el remitente), se encuentra una variedad deexcepciones a esta regla. Es más, como se puede verificar en las cartas enviadaspor el gran duque, los príncipes eran bastante más consevadores al momento de designar con un título a sus destinatarios (asf, “Miscellanea medicea 415”).

26 Se encontrará un enfoque similar en Kristen B. Neuschel, op. cit., pp. 72-78 y enSharon Kettering, “Gift-giving and patronage in Early Modern France”, op. cit.,pp. 138-143.

relaciones de mecenazgo más poderosas.20 Como sostiene Torcuato Tassoen Il Malpiglio, “las artes, por más innobles que sean, adquieren calidady nobleza en la corte”.21 Por lo tanto, que el gran duque de la corte de losMedici le haya otorgado a Galileo el título de filósofo en 1610 es un ejem-plo emblemático de su trayectoria de legitimación social y cognitiva basadaen el mecenazgo.

Para comprender cómo Galileo y otros matemáticos de la época inter-actuaban, se comunicaban, debatían, presentaban sus argumentos y tra-taban de legitimar sus afirmaciones, resulta útil concentrar la atención enla cuestión del estatus y el honor, así como en el modo en que estos dos ele-mentos se creaban y, a veces, se arruinaban mediante la dinámica del mece-nazgo. A falta de un Libro del cortesano en el que se analice detallada-mente la conducta de Galileo y las tácticas aplicadas para mejorar su posiciónsocial, este trabajo estudiará esas cuestiones tal como aparecen inscritas ensu correspondencia desde el año 1589 hasta el año 1613. La elección de eseperíodo no es arbitraria, ya que durante esos años, a juzgar por las modi-ficaciones en los títulos que se le asignan, Galileo vive una época de acele-ración notable en su progreso social.22 En las cartas escritas entre 1580 y

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20 La incorporación de investigadores pertenecientes a la nobleza para legitimaruna nueva disciplina fue una estrategia que Cesi adoptó de manera conscientepara su Accademia dei Lincei (go, t. xi, N° 874, p. 507). La relación entre la posición social y la legitimidad cognitiva señala la importancia sociológica de autores como Guidobaldo del Monte, Tycho Brahe y Robert Boyle. Lasnuevas prácticas, metodologías y visiones científicas obtienen legitimidadgracias a su estatus indiscutible en la aristocracia y a sus logros científicos. El Collegio Romano de los jesuitas cumple una función similar. Aunque susmiembros no necesariamente pertenecían a la aristocracia ni eran matemáticosexcepcionales, el formar parte de la orden de los jesuitas les aportaba un gradode nobleza. Como queda demostrado por el modo en que se recibía a losintegrantes de las órdenes religiosas en la corte, a los ojos de los demás éstosllevaban consigo parte de la sacralidad de la Iglesia, así como los embajadoresllevaban consigo parte de la sacralidad del Estado que representaban (asf, “Miscellanea medicea 447” [“Ceremoniale della Real Corte di Toscana”], pp. 443-444). Sobre la posición social elevada que podían alcanzar loscientíficos pertenecientes a alguna orden religiosa, véase Bernard de Fontenelle, “Éloge de Monsieur Cassini”, en Éloges des académiciens, La Haya,Kloot, 1740, t. i, p. 287.

21 Torcuato Tasso, Il Malpiglio, o vero de la corte, 1582, reimpreso en Cesare Guasti(ed.), I dialoghi di Torquato Tasso, Florencia, Le Monnier, 1901, p. 10.

22 Salvo en los casos donde se aclara lo contrario, la taxonomía de los títulos de nobleza utilizada es la que describe Panfilo Persico en el manual parasecretarios de príncipes Del segretario libri quattro, Venecia, Damian Zenaro,1629, pp. 163-165.

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modo, podían resultar violados por acercamientos impropios con el objetode establecer relaciones de mecenazgo.29

Asimismo, la función de los agentes se vincula con otros rituales de poderpresentes en la correspondencia de Galileo. Los mecenas tan importantescomo el gran duque evitaban las relaciones formales de mecenazgo conpersonas que no pertenecieran a la corte. Al destacar la inestabilidad de loslazos de mecenazgo ajenos a la corte y obligar a los beneficiarios a solici-tar su patrocinio como mecenas de manera periódica, el gran duque poníaen práctica una estrategia para exhibir y reforzar su propio poder. Comoafirma Matteo Pellegrini en su tratado sobre la corte de 1624, “el interés dela realeza es mantener a todo el mundo en un estado de suspenso entre elmiedo y la esperanza”.30

El puesto que obtiene Galileo en 1605 como profesor de matemáticas deljoven Cosme, por ejemplo, no es permanente ni oficial. No existía ningúncontrato por escrito que le solicitara viajar todos los veranos a Florenciapara darle clases al príncipe, aunque él trabajaba como profesor en Padua.Por el contrario, cada año Galileo se veía obligado a escribir una cartapara verificar si mantenía la misma posición en la corte de Florencia, yaque no tenía la seguridad de que los Medici continuaran interesados en susservicios.31 Para eso necesitaba a los agentes.

De manera inversa, los mecenas importantes no contaban con la posi-bilidad de solicitar directamente los servicios de un beneficiario de clasebaja, ya que una negativa por parte del este último podía manchar la repu-tación del mecenas. También en esos casos los agentes cumplían una fun-ción esencial en los engranajes del mecenazgo, dado que comunicaban losdeseos del mecenas sin poner en riesgo su imagen. Por ejemplo, varios car-denales le solicitan sus telescopios de manera indirecta a Galileo, aprove-chando las amistades en común para pedirle un instrumento de buena cali-dad.32 Algo semejante ocurre en 1605, cuando el gran duque Ferdinando I

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29 Esto se relaciona con una interpretación de la función de los agentes en tantointermediarios entre las castas sociales organizadas de manera jerárquica. Dichainterpretación sigue la misma línea que el análisis antropológico sobre la amenazade la contaminación y la conservación de los límites sociales que presenta MaryDouglas en Purity and danger, Londres, Routledge, 1966 [trad. esp.: Pureza y peligro:un análisis de los conceptos de contaminación y tabú, Madrid, Siglo xxi, 1991].

30 Matteo Pellegrini, Che al savio è convenevole il corteggiare libri iiii, Bolonia,Tebaldini, 1624, p. 57. El mismo libro fue reeditado un año después con el título Il savio in corte, Bolonia, Mascheroni, 1625.

31 go, t. x, N° 120, p. 144; N° 138, p. 160; N°190, pp. 210-213; N° 192, pp. 214-215.32 Ibid., N° 232, pp. 254-255, N° 309, p. 354; N° 320, p. 361; N° 349, p. 388; N° 373, pp.

420-421; t. xi, N° 831, pp. 463-464.

la microfísica del mecenazgo

El poder no es una cosa sino un proceso, y el mecenas es alguien que puedehacer algo por el beneficiario.27 Un mecenas tiene poder en la medida enque puede hacer circular ese poder y tornarlo productivo. Por lo tanto, elmecenas de la modernidad temprana con frecuencia era un intermediario,un trait d’union entre el beneficiario y una fuente de poder con mayor jerar-quía, como por ejemplo otro mecenas más importante. El acceso del bene-ficiario al mecenas no se limitaba a la cuestión técnica de saber cómo entraren contacto con éste: no se trataba sencillamente de buscar un mecenas enel equivalente antiguo de las páginas amarillas. La jerarquía de los mecenasy los beneficiarios reflejaba la jerarquía del estatus: era un espejo de las estruc-turas sociales. En consecuencia, no todos los beneficiarios eran pasibles deser elegidos para cualquier tipo de mecenazgo. Los beneficiarios de baja jerar-quía no contaban con acceso directo a los mecenas más importantes.

En las etapas iniciales de su carrera, por ejemplo, la posición social deGalileo no es tan alta como para permitirle acceder al príncipe Cosmede Medici de manera directa. En 1605, cuando por fin se decide a escribirle,es consciente de estar cruzando un límite importante en materia de jerar-quías sociales y por eso trata de evitar una posible falta al protocolo delmecenazgo:

He esperado hasta ahora para escribirle a su Excelentísima Alteza, dete-nido por el respetuoso temor a presentarme ante usted como un ser pre-suntuoso o arrogante. Es más, he procurado enviarle las señales nece-sarias de reverencia a través de mis amigos y mecenas más queridos, yaque no consideraba apropiado que alguien como yo, proveniente de lamás oscura noche, apareciera ante sus ojos repentinamente y obser-vara allí la luz más serena del sol naciente sin antes haberse aseguradoy fortalecido bajo los rayos secundarios que se reflejan de esa luz.28

Esta carta demuestra con gran claridad que los agentes o intermediariosno eran simples distribuidores de poder y privilegios: también cumplíanla función de conservar las estructuras sociales y los límites que, de otro

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27 Este concepto deriva en un sentido amplio del análisis de Foucault sobre la estructura de los mecanismos de poder. Para una descripción concisa de su opinión sobre el tema, véase Michel Foucault, “Truth and power”, en ColinGordon (ed.), Power/knowledge, Nueva York, Pantheon, 1980, pp. 109-133

[trad. esp.: “Verdad y poder”, en Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta, 1979].28 go, t. x, N° 131, pp. 153-154.

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Ahora bien, las estrategias de Galileo para obtener el apoyo del jovenCosme no son originales. Ganarse el puesto de profesor particular de unpríncipe joven era uno de los caminos más comunes para establecer unarelación de mecenazgo con una figura poderosa. Esta estrategia se basa enla expectativa de que el vínculo entre el alumno y el profesor se forta-lezca a medida que el alumno adquiera mayor madurez y poder.36 Gali-leo la descubre en la primavera de 1601, cuando Cosme tiene 11 años. Enese momento, quien le sugiere que la adopte es un profesor de medicinaen Pisa llamado Mercuriale y que también trabaja como protomedico del

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brinda su apoyo a la solicitud de un aumento de salario presentada porGalileo en la Universidad de Padua. En esa ocasión, el gran duque no pre-siona directamente a las autoridades venecianas, sino que lo hace mediantesu residente en Venecia, Asdrubale da Montauto.33 Según la carta que recibeGalileo, el gran duque pensaba que a los republicanos de Venecia no lesgustaba que los príncipes los presionaran. Con ese argumento tan amabley a la vez ficticio, Ferdinando le hace saber a Galileo que no quiere arries-gar su reputación por un asunto tan menor como el estipendio del cien-tífico y, al mismo tiempo, se protege de las consecuencias inquietantes deun posible rechazo por parte de las autoridades venecianas.

El objetivo inicial de Galileo para su carrera profesional es obtener unpuesto de profesor universitario, lo cual ocurre en 1589, cuando lo nom-bran en la Universidad de Pisa, y en 1592, cuando ingresa como docenteen la Universidad de Padua. El objetivo de la segunda etapa en su búsquedade un mecenas, que comienza alrededor de 1600 y se vuelve más sistemá-tica hacia 1605, es procurarse un puesto en la corte de los Medici o de losGonzaga.34 Aunque ambas etapas dependen en gran medida de las redesde poder que habían extendido los Medici, están estructuradas en torno adistintos grupos de agentes y mecenas. La primera etapa de la carrera deGalileo se materializa principalmente gracias a la relación de mecenazgoy mediación entablada con Guidobaldo del Monte. En cambio, se podríaafirmar que la designación de Galileo para ocupar un puesto en la corteen 1610 es la consecuencia afortunada de una variedad de estrategias demecenazgo a largo plazo centradas en el joven Cosme de Medici. Dichasestrategias posibilitan que Galileo y Cosme “crezcan juntos” (el primerocomo beneficiario y el segundo como mecenas) y se ponen en práctica conla ayuda de varios intermediarios menos poderosos que Guidobaldo, peromejor situados para cumplir ese objetivo.

El cultivo de las relaciones necesarias de mediación con cortesanos comoGirolamo Mercuriale, Cipriano Saracinelli y su sobrino Ferdinando,Vin-cenzio Giugni y su hijo Niccolò, Cosimo Concini, Giovambattista Strozzi,Alessandro d’Este, Baccio Valori, Antonio de Medici, y Silvio y Enea Pic-colomini no es una tarea fácil para Galileo, si bien algunos de esos víncu-los eran herencia de la familia: habían llegado a Galileo provenientes desu padre, Vincenzio, y luego pasarían del científico a su hijo.35

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33 Ibid., t. x, N° 126, p. 148.34 Ibid., N° 97, pp. 106-107; N° 99, p. 109; N° 131, Pp. 154-155; N° 190, pp. 210-213;

N° 209, pp. 231-234; N° 211, p. 235.35 Se puede comprobar que los vínculos de mecenazgo eran un capital familiar

heredado por los descendientes masculinos con tan sólo observar los pares

padre/hijo o tío/sobrino que figuran entre los mecenas y los agentes de Galileo,como es el caso de los Saracinelli, los Giugni y los Piccolomini. Galileo tambiéncrea su propio “clan de mecenazgo” conectado con la corte de los Medici alconseguir puestos para sus familiares en el gobierno de Florencia y al legitimar asu hijo mediante una sinecura del papa Urbano VIII y un matrimonio arregladocon la hija de Geri Bocchineri, integrante de una familia que estaba ascendiendoa gran velocidad entre las filas de la burocracia ducal. Por lo tanto, aunque casino existe continuidad alguna entre Galileo, su padre, su hijo Vicenzio y suhermano Michelangelo en cuanto a la actividad profesional específica de cadauno, sí existe tal continuidad en sus funciones sociales: todos ellos mantienenalgún vínculo con la corte o trabajan de funcionarios públicos. Asimismo, laresponsabilidad de Galileo por la dote de sus hermanas sugiere que nunca fuesencillamente un “individuo”, sino que ocupó el lugar de jefe de un clan. Talposición como jefe de un clan empobrecido sirve para explicar por qué no secasa con Marina Gamba (aunque tiene tres hijos con ella) y más tarde decideencerrar a sus dos hijas en un convento. A principios de la década de 1610,Galileo ya no era pobre, pero tal vez no poseía la riqueza necesaria para casar asus dos hijas con hombres que tuvieran una posición social semejante a la quehabía adquirido él en los últimos tiempos. Aunque todos estos datos sonconocidos, puede resultar interesante reunirlos para imaginar a Galileo no sólocomo un matemático que dedicó sus hallazgos a los Medici y realizó un granrecorrido profesional en la corte, sino también como el jefe de un clan florentinocon algunos vínculos reales que trató de aprovechar al máximo los beneficios del mecenazgo, tanto para su propio bien como para el de su clan patrilineal. Las primeras etapas de la estrategia de progreso familiar que adoptó Galileo sepueden encontrar en go, t. x, N° 65, p. 74; N° 163, pp. 180-181; N° 202, p. 225; N° 206, pp. 227-228; N° 290, pp. 312-314; t. xi, N° 497, p. 71; N° 522, pp. 95-97. Las estrategias de progreso familiar de este tipo se analizan (para el caso de lospintores y escultores) en Peter Burke, Culture and society in Renaissance Italy1420-1540, Nueva York, Scribner’s, 1972, pp. 247-249 [trad. esp.: El Renacimientoitaliano: cultura y sociedad en Italia, Madrid, Alianza, 1993].

36 En John H. Elliott, Richelieu and Olivares, Cambridge, Cambridge UniversityPress, 1984, p. 36 [trad. esp: Richelieu y Olivares, Barcelona, Crítica, 2001] sepresenta un ejemplo famoso de este tipo de estrategias: las que aplica el condeOlivares para obtener el patrocinio del príncipe Felipe (quien luego sería el reyFelipe IV de España).

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ten de niño. De este modo, los dos ocupan el lugar de adultos en una rela-ción de mecenazgo.

Aunque los primeros agentes de Galileo continúan cumpliendo una fun-ción importante en las etapas posteriores de su carrera, una vez que ésteha entablado una relación con Belisario Vinta, segretario de los Medici,dicha función deja de ser la de intermediarios para pasar a ser cada vez conmás frecuencia la de informantes.40 Ese momento constituye un punto deinflexión en la carrera de Galileo. En el marco de las negociaciones con elsecretario de los Medici sobre la compra del gran imán de Sagredo para elpríncipe Cosme, Galileo pone a prueba las tácticas específicas de mece-nazgo que más adelante le valdrán un puesto en la corte. Con la mediaciónde Vinta, Galileo logra consolidar su influencia sobre Cosme. Después deeso, sólo le resta esperar a que el principito feo se convierta en un granduque poderoso.

Tras el carácter aparentemente fragmentario de las tácticas iniciales deGalileo para obtener el patrocinio de los Medici se puede detectar un patrónde conducta sistemático. Galileo apuesta a un mecenas que estaba desti-nado a ser poderoso y luego se dedica a mejorar con cuidado ese vínculomediante una serie de agentes cada vez más cercanos al príncipe, entre loscuales la más poderosa es la gran duquesa Cristina, madre de Cosme. Porsu parte, los otros agentes de Galileo en la corte (Mercuriale, Saracinelli yPiccolomini) poseen lazos muy estrechos con el joven Cosme y partici-pan de la planificación y del control de su educación.41

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40 La correspondencia de Galileo indica que también utilizó los servicios de variospersonajes similares a los agentes (como Sertini en Florencia, o Cigoli y Faber en Roma) a quienes podría denominarse informantes. Estas personas no eranagentes ocasionales, pues lo que manejaban no eran privilegios sinoinformación. Al parecer, todos ellos compartían un caracter sociológicoespecífico. Ni Sertini ni Cigoli eran poderosos, pero ambos tenían acceso a lospoderosos, podían verlos y escucharlos, aunque no manipularlos. Sin embargo,su función era importante ya que le daban a Galileo aquella información que losmecenas o agentes más poderosos no le podían dar porque carecían de unaperspectiva de lo marginal, o no querían exhibirla. La información que letransmitía Cigoli debe de haber sido muy relevante, ya que tras su muerteGalileo usa a Guiducci como “espía” en Roma durante la crisis por la cuestión de los cometas, a pesar de contar con numerosos mecenas y agentes en esaciudad. Aparentemente, Faber cumplía la misma función para Welser en Roma(véase Giuseppe Gabrieli, “Vita romana del 600 nel carteggio inedito di unmedico tedesco in Roma”, en Atti del Primo Congresso Nazionale di Studi Romani,Roma, Istituto di Studi Romani, 1929, t. i, pp. 813-827).

41 go, t. x, N° 129, pp. 150-151; N° 133, pp. 155-156; N° 136, pp. 158-159; N° 143, pp. 161-162; N° 164, p. 181; N° 223, pp. 246-247; N° 240, pp. 258-259; N° 281,

gran duque. Mercuriale representa el intermediario perfecto para Galileo,ya que además de ser un cortesano que guarda vínculos muy estrechos conla familia real, puede reconocer el valor intelectual de Galileo y sabe cómotransformarlo en un capital interesante para los mecenas de la corte.

En 1601, mientras Galileo se encuentra en Padua, Mercuriale le escribeque al año siguiente el joven príncipe tendrá la edad suficiente como paraempezar a estudiar matemáticas, y agrega: “Creo que tendrás la oportuni-dad de demostrar tus talentos y, quién sabe, tal vez eso te traiga buena suerte”.37

En la misma carta, también le aconseja a Galileo que perfeccione el com-pás militar y lo lleve a Florencia, además de ofrecerse para cumplir la fun-ción de trait d’union entre el científico y los Medici en caso de que el pri-mero quiera mostrarles o regalarles dicho instrumento. Aunque el plande Mercuriale no se materializa tan rápido como él esperaba, su consejoresulta útil, ya que la dedicatoria del manual sobre el compás militar le per-mite a Galileo fortalecer su relación de mecenazgo con el joven Cosme ycon su madre, la poderosa duquesa Cristina.

Sin embargo, Galileo no le dedica el compás a Cosme por intermediode Mercuriale, que muere en 1606, sino que llega a los Medici con la ayudade otros agentes de la corte. Giugni, los Saracinelli y los Piccolomini sonlos elegidos por Galileo para proponer su dedicatoria del compás, haceraveriguaciones sobre su reputación en la corte de los Medici, evaluar laposibilidad de que le otorguen un puesto, solicitar el apoyo de los Medicipara que le aumenten el sueldo en Padua, indagar cuáles son las noveda-des en el juicio que le ha iniciado su cuñado y verificar si el gran duquequiere que le siga enseñando matemáticas al joven Cosme cada verano.38

Según la información disponible, Galileo tiene que esperar hasta finesde 1605 para pasar por alto a sus agentes y escribirle directamente al jovenCosme por primera vez. En esa ocasión, el científico no le comunica ni lesolicita nada en especial, sino que le envía una manifestación general desu deseo de servirlo en lo que a éste le complazca.39 Esa carta funciona comoun rito de pasaje. Con ella, Galileo se presenta como una persona que haobtenido la confianza suficiente por parte del príncipe como para escri-birle directamente, a la vez que coloca a Cosme en la posición de un mucha-cho independiente que ha crecido lo suficiente como para que ya no lo tra-

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37 go, t. x, N° 73, p. 84 (énfasis del autor).38 Ibid., N° 120, p. 144; N° 126, p. 148; N° 129, pp. 150-151, N° 133, pp. 155-156; N° 134,

pp. 156-157; N° 136, pp. 158-159; N° 138, p. 160.39 Ibid., N° 208, pp. 230-223. Al parecer, Galileo planificó esta jugada durante

un tiempo y consultó a sus agentes antes de escribirle a Cosme (ibid., N° 129, p. 151).

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los Medici para regresar a Padua, Vinta le escribe: “Si necesitas algo, píde-melo a mí y a nadie más”.42

En efecto, los agentes presionan a los beneficiarios que les parecen valio-sos. En 1601, Mercuriale no se limita a informar a Galileo cuáles son lasopciones que tiene en la corte, sino que lo incita de manera explícita a com-pletar su trabajo sobre el compás militar y dedicárselo a los Medici. Laspresiones de los primeros agentes de Galileo en Florencia no difieren muchode las ejercidas por los Linces para la redacción y la publicación de Elensayador después de 1620, un episodio de la carrera de Galileo que seanaliza en el capítulo 5. El mecenazgo no sólo recompensa a posteriori a losbeneficiarios, sino que los estimula y acelera su llegada a finales no siem-pre felices.

Las referencias frecuentes a la amistad o amicizia que se hallan en lascartas de Galileo en las que se le ofrece formalmente una relación de mece-nazgo deben leerse en este contexto. Cuando los agentes o mecenas escri-ben “le ruego que me ordene”, y Galileo confirma a modo de ritual suvoluntad de “servir” a los mecenas, no se trata de esas formalidades vacíasde sentido que caracterizan a la era barroca. Por el contrario, se trata deformas de publicidad ritualizadas. La interdependencia de los mecenas ylos beneficiarios en términos de bienestar mutuo salta a la vista en las car-tas que Galileo envía a sus mecenas para felicitarlos cuando éstos logranun ascenso. Las cartas cumplen una doble función: por un lado, celebranel mayor poder del mecenas y, por el otro, le recuerdan el pedido de pro-tección y respaldo. Es más, representan un género epistolar tan comúnen la época que merecen capítulos especiales en los manuales de corres-pondencia para cortesanos, como Del Segretario de Panfilo Persico. Enpalabras de Persico, “todos los hombres van donde ven que se dirige laprosperidad y, cuando lo hacen, dan voz a su felicidad [escribiendo car-tas de felicitación]”.43 Aunque Galileo no contaba con el texto de Persicoen su biblioteca, sí poseía un libro comparable con éste, cuyo título sepodría traducir como Ejemplos de varias cartas utilizadas en la secretaríade todo príncipe.44

Las misivas que Galileo les enviaba a los grandes mecenas, como la remi-tida a Guidobaldo en ocasión del nombramiento de su hermano FrancescoMaria en el puesto de cardenal o la dedicada a Cosme en ocasión de la

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42 go, t. x, N° 277, p. 301.43 Panfilo Persico, op. cit., p. 316.44 Idea di varie lettere usate nella segreteria di ogni principe, incluido en Antonio

Favaro, “La libreria di Galileo Galilei”, en Bullettino di bibliografia e storia dellescienze matematiche e fisiche, N° 19, 1886, pp. 273-275.

Como se ha visto, durante su juventud Galileo mantenía una cone-xión meramente marginal con las redes de poder de la corte y poseía apti-tudes que, en su mayoría, no eran de interés en ese ámbito, tales comolas matemáticas. Es por eso que debe esperar hasta fines de 1609 o prin-cipios de 1610 para convertirse en un beneficiario importante de los Medici,gracias a sus hallazgos astronómicos. De hecho, se podría afirmar que Gio-vanni Ciampoli, quien más tarde sería su mecenas y amigo, tenía mejo-res conexiones a los 20 años que Galileo a los 40. Antes de 1610, existía unabrecha considerable entre lo que Galileo percibía como valor propio y lavaloración concreta que se le otorgaba en el mercado de la corte. Proba-blemente la única manera de acortar esa brecha era prometer fidelidad aun futuro gran duque y, en el proceso, darle forma a sus gustos. Un cor-tesano que ya estuviera bien instalado en la corte habría procurado quesu mecenas fuera el padre de Cosme, sin molestarse por el joven prín-cipe, quien habría continuado con la relación del padre a su debido tiempode manera natural. Sin embargo, el abanico de opciones que tiene Gali-leo al momento de elegir un mecenas es mucho más limitado, aunque éstelo aprovecha bien. Tras el descubrimiento de los cuatro satélites de Júpi-ter que él mismo denomina “Astros Mediceos”, el desarrollo de su carrerano es fruto del azar sino de un tejido sistemático de relaciones de mece-nazgo que había comenzado en su juventud y que seguía las tácticas y losmodelos típicos de la época. Si no hubiesen existido esas relaciones for-jadas con el mayor cuidado, el hallazgo de los Astros Mediceos no lo habríalanzado a la prominencia.

No obstante, el ascenso de un beneficiario en la escala del mecenazgono constituía una hazaña individual. Los agentes eran una especie de caza-talentos que buscaban beneficiarios con un potencial de movilidad ascen-dente para invertir en ellos el capital de sus contactos. Mientras que losbeneficiarios como Galileo apostaban a los mecenas jóvenes como Cosme,los agentes apostaban a los beneficiarios como Galileo y, dado que consi-deraban al poder como un proceso, tenían que ejercerlo a fin de que ésteaumentara o al menos se conservara. En este sentido, los mecenas y losagentes eran como los banqueros, que quieren y necesitan prestar dineropara poder ganar más. Vinta, por ejemplo, advierte enseguida que Galileoestá ganando mayor prestigio en la corte y hace todo lo posible por ser suagente exclusivo. En el otoño de 1608, cuando Galileo se va de la corte de

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p. 305. Además, Cipriano Saracinelli era pedagogo del príncipe Cosme (véaseGaetano Pieraccini, La stirpe dei Medici di Cafaggiolo, Florencia, Nardini, 1986, t. ii, p. 327).

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prueba su propio poder. Guidobaldo del Monte, por ejemplo, dice no espe-rar nada por parte de Galileo a cambio de haberle conseguido dos cátedrasuniversitarias, pero más de una vez menciona que desea que se respete supropia voluntad de encontrarle un trabajo. Esto da la pauta de que, al posi-cionarse como mecenas de Galileo, Guidobaldo también está poniendo aprueba su poder en Florencia, Padua y Venecia. Al lograr que sus deseosse tomen en serio, Guidobaldo no sólo se siente reconfortado en su ego,sino que también obtiene una demostración empírica de su poder. Peroel uso de un beneficiario para el sondeo de las propias redes de mece-nazgo no era una práctica que se limitara solamente a los grandes mece-nas. En efecto, ya en 1606 el mismo Galileo recurre a esa estrategia cuandopropone que Johannes Fabricius de Acquapendente reemplace como pro-tomedico del gran duque a Mercuriale, que había muerto poco tiempo atrás.La carta de Galileo a Cristina para recomendarle a Fabricius le permite almismo tiempo verificar su reputación con la gran duquesa y poner a pruebala voluntad de los Medici de patrocinar a alguien con un rol socioprofe-sional bastante parecido al que más adelante solicitaría para sí mismo. Almomento de escribir la carta sobre Fabricius, Galileo ya había expresadosu deseo de obtener un puesto en la corte, pero sin éxito.50

En la carta, Galileo escribe que Fabricius

ha conquistado aquí todo lo que podía esperar en cuanto a riqueza yreputación, y por su edad no se encuentra bien dispuesto a tolerar losesfuerzos continuos que ha aceptado por satisfacer a sus numerosos ami-gos y mecenas; en consecuencia, se halla muy deseoso de un poco detranquilidad, tanto para mantener su buena salud como para terminaralgunas de sus obras. No necesita otra cosa para satisfacer su virtuosaambición que recibir los títulos y los rangos a los que han llegado otroshombres de su profesión, los cuales no le pueden ser otorgados másque por un gran príncipe absoluto. Por lo tanto, estimo que él estaríadispuesto a servir con gran placer a Su Excelentísima Majestad.51

Al comparar la descripción del estado y los deseos de Fabricius con la des-cripción de su propio estado y sus deseos que aparece en una carta de 1609

escrita a un cortesano anónimo denominado “S. Vesp.” y en otra enviada aVinta en 1610, se observa una analogía asombrosa.52 En función de esto, se

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50 go, t. x, N° 131, pp. 153-154; N° 146, pp. 164-166.51 Ibid., N° 146, p. 165.52 Ibid., N° 209, pp. 231-234; N° 307, pp. 348-353.

muerte de su padre y su consiguiente ascenso al trono,45 eran agradecidaspero no implicaban ninguna aceptación explícita de la relación de mece-nazgo por parte de los destinatarios. Los mecenas importantes no podíanadmitir que necesitaban beneficiarios. A diferencia de ellos, los mecenasmenores solían ser más explícitos en cuanto a su deseo de poner en prác-tica mediante las relaciones de mecenazgo el nuevo poder adquirido. Unejemplo de ello es Francesco Morosini. Cuando Galileo le envía a este amigode Sagredo una carta de felicitación por su elección para ser miembro delSaviato di Terra Ferma (magistratura veneciana que, entre otras cosas, teníaa su cargo la Universidad de Padua), Morosini expresa su deseo de servira Galileo “en toda ocasión mayor”,46 haciendo referencia con este adjetivotanto a su propio aumento de poder como a los privilegios que puede ofre-cerle a su beneficiario a partir del nombramiento. Por su parte, Sebas-tiano Venier, que ingresa en el Saviato junto a Morosini, al responder laobsequiosa carta de felicitación enviada por Galileo, aprovecha para comu-nicarle que se alegra aun más por el nombramiento pues éste le permiti-ría “colaborar con los deseos de mis amigos”.47 Alessandro d’Este y LorenzoMagallotti también contestan con mensajes parecidos, aunque no tan explí-citos, cuando Galileo los felicita por su designación como cardenales.48

Como se observa en el siguiente fragmento, Panfilo Persico, que habíasido secretario del cardenal Orsini, comprendía claramente que esos ritua-les favorecían en la misma medida a los grandes mecenas y a los modes-tos beneficiarios:

Cuando un cardenal es ascendido, toda ocasión o pretexto les sirve a laspersonas de cualquier origen y cualidad como excusa suficiente para escri-bir cartas de felicitación para él, sus familiares, beneficiarios y amigos conla esperanza de que esto acarree algún beneficio. Sin embargo, hasta losmecenas de gran fortuna que aspiran a tener un enorme séquito de bene-ficiarios y cortesanos aprovechan la oportunidad para felicitar incluso asus inferiores, ya que todas las amistades son útiles en algún momento,en especial si se las ha cultivado adecuadamente. 49

Como bien lo percibe Persico, los agentes y los mecenas necesitan benefi-ciarios, aunque más no sea para mantener activos sus contactos y poner a

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45 go, t. x, N° 23, p. 39; N° 208, pp. 230-231.46 Ibid., N° 90, pp. 101-102.47 Ibid., N° 91, p. 102.48 Ibid., N° 62, pp. 72-73; t. xiii, N° 1685, p. 231.49 Panfilo Persico, op. cit., p. 317.

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su elocuencia, pero su carta me ha hecho cambiar de opinión”.56 Otro ejem-plo de esto es el aluvión de elogios ceremoniales que envía a los Saraci-nelli, dos de sus agentes más importantes en la corte de los Medici, paraevaluar la continuidad de su posición como tales.57 El vínculo entre laausencia total o el rechazo ritual de las fórmulas ceremoniales y el naci-miento de una relación de mecenazgo resulta más que explícito en unacarta que Sertini, amigo florentino y posterior beneficiario de Galileo, leescribe desde Padua: “Si no nos conociéramos, yo haría un esfuerzo espe-cial por escribir una gran cantidad de excusas y fórmulas ceremonialespara Vuestra Señoría”.58

Todas estas reflexiones indican que el mecenazgo no era un conjuntocaótico de relaciones personales y voluntarias, sino que tenía ciertas carac-terísticas estructurales específicas y presentaba una lógica que vinculabaa los mecenas, los agentes y los beneficiarios mediante la necesidad de hacercircular el poder a fin de obtenerlo o mantenerlo. La circulación de poderse veía controlada por los límites adecuados y los consiguientes ritos depasaje, mientras que ciertos rituales específicos permitían a los mecenas,los agentes y los beneficiarios someter a prueba la percepción mutua de lasposiciones sociales y el posible interés por entablar vínculos de mecenazgode manera tal que las relaciones no se vieran entorpecidas.

No obstante, si bien el mecenazgo representaba el principal medio demovilidad social, no todas las relaciones de mecenazgo ofrecían las mis-mas posibilidades de ascenso y legitimación. Los grandes avances en la posi-ción social no se lograban acumulando el favor de muchos mecenas meno-res, sino obteniendo la aceptación de un solo mecenas importante. Estoexplica por qué el principado era una institución tan poderosa al momentode legitimar la identidad socioprofesional: constituía el espacio del prín-cipe absoluto, del gran mecenas entre los mecenas.

En este marco, Galileo comprende bien que los mecenas de diferentes ran-gos pueden ofrecer distintos niveles de legitimación social. De hecho, le explicaa Vinta que una república como Venecia (una especia de corporación patri-

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56 Ibid., N° 46, p. 54.57 Ibid., N° 133, pp. 155-156: “Mi tío, el Signor Cipriano, es un hombre de naturaleza

muy sincera, y con sus amigos (entre los cuales de seguro se encuentra VuestraSeñoría) procede con simplicidad y franqueza, y sin ninguna clase de ceremonia,la cual supongo que no ha usado cuando respondió a la gentilísima carta querecibió de Vuestra Señoría. De lo cual se deduce que, habiendo leído la carta querecibí yo, él se asombró de que Vuestra Señoría creyera que la carta de él requeríaun agradecimiento de vuestra parte”. A pesar de esto, Galileo siguió utilizandolas fórmulas ceremoniales (véase ibid., N° 155, p. 178).

58 Ibid., N° 229, p. 251 (énfasis del autor).

puede deducir que al actuar como agente de Fabricius, Galileo estaba some-tiendo a prueba tanto su reputación con su mecenas como el posible éxitode las estrategias que había formulado para su carrera profesional.

Por otra parte, el protocolo mismo de la redacción epistolar les ofrecíaa los mecenas y a sus beneficiarios la posibilidad de evaluar mutuamenteel interés de iniciar una relación de mecenazgo o de continuar con unaexistente. El cirimonie o ceremonial presente en la correspondencia de Gali-leo sirve a este objetivo. Cuando un beneficiario como él quería poner aprueba la disponibilidad de un agente o mecenas, le escribía una cartacon un exceso de halagos extravagantes y luego analizaba la respuesta. Sien ella se rechazaban de modo amistoso dichos halagos o cirimonie, que-ría decir que lo habían aceptado como beneficiario “íntimo”, o sea, comoun beneficiario con el cual todo ese ceremonial estaba de más. Sin embargo,Galileo, al igual que todos los beneficiarios, tenía que continuar ofreciendoesos halagos hasta que el mecenas le dijera que los evitara. El rechazo delceremonial era un ritual en sí mismo: significaba que se le había recono-cido al beneficiario una posición social suficiente como para entablar conél una relación de mecenazgo. El uso de fórmulas ceremoniales y su pos-terior rechazo constituían un rito de pasaje epistolar.53 Como se puede cons-tatar en el análisis de las ofrendas retóricas de cortesia y amicizia que RichardTrexler realiza sobre la correspondencia entre el comerciante FrancescoDatini y el notario florentino Lapo Mazzei en el siglo xiv, 54 el empleo deesos rituales de mecenazgo no se limita de ninguna manera a la culturacortesana de Florencia de principios del siglo xvii.

Galileo utilizaba las fórmulas ceremoniales no sólo para generar nue-vas relaciones de mecenazgo, sino también para poner a prueba las quehabían quedado inactivas por algún tiempo. En efecto, las usa con su granamigo Sagredo cuando han perdido el contacto por un lapso prolon-gado y recibe de su parte el siguiente rechazo al ceremonial: “No voy a res-ponder a las fórmulas ceremoniales que Su Excelentísimo Señor escribiópara mí [...] pues me falta el tiempo y quiero advertirle que en el futurono despliegue este tipo de superfluidades”.55 Por motivos similares, Gali-leo emplea las mismas “superfluidades” con Mercuriale, quien le respondede este modo: “No creía que los matemáticos, quienes no se deleitan másque con la certeza, podían dedicarse también a engañar a los hombres con

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53 Un buen ejemplo de esta práctica relacionada con las fórmulas ceremoniales sepuede encontrar en un intercambio epistolar entre Galileo y Guidobaldo delMonte. Véase ibid., N° 10, pp. 25-26; N° 27, pp. 41.

54 Richard Trexler, op. cit., p. 135.55 go, t. x, N° 246, p. 261.

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cuya legitimidad se veía socavada por la jerarquía de disciplinas existenteen la época.63

Por último, al ascender en la escala social mediante el inicio de relacio-nes con una cantidad cada vez menor de mecenas más poderosos, los bene-ficiarios exitosos como Galileo construían una pirámide de beneficiariospor debajo de ellos. En efecto, alrededor de 1610, el número de personasque solicitaban que Galileo fuera su mecenas crece de manera repen-tina.64 Ahora bien, sería un error atribuir ese aumento a la fama de Gali-leo como descubridor, ya que un descubridor obtiene poder de sus hallaz-gos sólo por medio de las instituciones que los legitiman. El poder de Galileocomo figura insigne en la corte de Florencia es mucho mayor que el poderque había alcanzado o que podría haber adquirido como profesor uni-versitario en la República de Venecia. De hecho, durante su estadía en Padua,Galileo recibe algunas solicitudes de mecenazgo, pero al parecer no con-sigue satisfacer ninguna. Después de 1610, sin embargo, logra colocar avarios filósofos y matemáticos, como Castelli, Cavalieri, Aggiunti y Papaz-zoni, en puestos de profesores para las universidades de Pisa, Roma y Bolo-nia. Una lectura más compleja de la dinámica del mecenazgo demuestraque Galileo buscaba mucho más que tiempo libre en la corte de los Medici.

coyunturas maravillosas y muertes providenciales

Entre las características recurrentes de la vida de los beneficiarios en Europadurante la modernidad temprana se encuentran la discontinuidad y lasinterrupciones ocasionadas por el fin de las relaciones de mecenazgo, cuyacausa solía ser la muerte del mecenas. La trayectoria de los beneficiarios enesa época no se podría describir como una curva ininterrumpida, sino másbien como un sendero tortuoso e interrumpido por las crisis del mece-nazgo. Algunos ejemplos de esta dinámica se pueden observar en las carre-ras profesionales de Commandino, Leibniz, Dee, Kepler, Tycho y el pro-pio Galileo.

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63 Robert Westman, “The astronomer’s role...”, op. cit. y Mario Biagioli, “The socialstatus...”, op. cit.

64 Antes de 1610, sólo aparecen cuatro solicitudes de mecenazgo de tres beneficiariosdistintos (go, t. x, N° 98, 100, 179 y 229), mientras que entre 1610 y 1612 se puedenencontrar once solicitudes de nueve beneficiarios distintos (ibid., N° 386, 441,444, 445, 448, y t. xi, N° 469, 473, 474, 488, 577, 726).

cia) no puede brindarle el tipo de legitimación que él busca. Galileo expresacon frecuencia su deseo de servir a un solo mecenas importante en vez de amuchos mecenas menores, aunque en general esto se ha interpretado comoun intento de obtener un salario excepcional y tiempo libre de sobra para lainvestigación.59 Esta interpretación es correcta dentro de sus propios lími-tes, pero pierde de vista una dimensión fundamental del deseo de Galileode ingresar en la corte: la relativa a la posición social que se podía conseguircuando se servía a un solo mecenas con estatus de príncipe.60

En una carta escrita para un cortesano de Florencia a principios de 1609,Galileo manifiesta su deseo de obtener un puesto en la corte 61 y sostieneque su interés no pasa por el monto sino por el tipo de trabajo que deberárealizar allí:

En cuanto al servicio cotidiano, no aborrezco más que aquel tipo deprostitución consistente en tener que exponer mi trabajo a los preciosarbitrarios de todos los clientes. No obstante, nunca despreciaré el ser-vir a un príncipe o gran señor ni a aquellos que dependan de él, sino porel contrario, ése siempre será mi deseo.62

Como se puede observar, Galileo entiende que una relación de mecenazgocon un gran señor le aportará “pureza” (es decir, una posición social ele-vada) porque se tratará de un vínculo “monógamo”, exclusivo y dotado deun estipendio periódico. Por el contrario, servir a muchos mecenas meno-res y cobrar un poco de cada uno es una especie de prostitución (servitùmeretricia). Al entablar una relación exclusiva de tiempo completo con ungran mecenas, el beneficiario pasa a formar parte de la “nobleza”, una posi-ción elevada que puede transferir de su identidad social a su disciplina oactividad. Además, como ya se ha mencionado, la obtención de una posi-ción social elevada puede servir de herramienta para garantizar el estatusepistemológico de una disciplina y de un método como los de Galileo,

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59 Ibid., N° 146, p. 165; N° 209, p. 233; N° 307, p. 351.60 Obviamente, esto no significa que Galileo no tuviera mecenas de menor rango

que lo ayudaran y lo apoyaran, incluso después de 1610, cuando fue nombradofilósofo y matemático del gran duque. Sin embargo, esos otros mecenas (Salviati,Cesi, Leopoldo de Austria, Marsili, etc.) no le pagaban, y él era presentado einteractuaba con ellos como beneficiario del gran duque de Medici.

61 El contenido y la idea principal de esta carta tienen reminiscencias de las misivas que Galileo le escribe a Vinta tras sus descubrimientos para negociar un puesto en la corte florentina (ibid., N° 307, pp. 348-353, especialmente pp. 350-351).

62 Ibid., N° 209, p. 233.

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haberle otorgado el puesto de cardenal a su hermano Francesco Maria.68Alfinal de la carta, Guidobaldo le expresa al gran duque el deseo de viajar aFlorencia para agradecerle en persona, algo que pensaba hacer apenas suhermano regresara de Roma. Es probable que la designación de Galileo sehaya concretado precisamente durante la visita de los hermanos Del Montea Florencia, que quizás haya coincidido a su vez con la boda de Ferdinandoy Cristina, celebrada en el mes de mayo. Es más, puede ser que Ferdi-nando haya ofrecido a sus dos beneficiarios esta designación a modo depequeño regalo para festejar el casamiento. Lo cierto es que hacia fines dejulio, Galileo ya le escribía a Guidobaldo para agradecerle el puesto en laUniversidad de Pisa.69

Es también Guidobaldo, junto a otros integrantes de su familia, quienpresenta a Galileo ante el mecenas más importante de Padua: VincenzioPinelli. Éste muere en 1601, pero gracias a su intervención, para entoncesGalileo ya conoce a los patricios venecianos que ofician de mecenas. Durantelos primeros años del siglo xvii, Sagredo es el mecenas más importantede Galileo en Venecia. De hecho, en 1607, cuando fallece Guidobaldo, Gali-leo ya no necesitaba su protección ni su respaldo.70 Asimismo, en 1608,cuando Sagredo es designado embajador veneciano en Siria, su partidano perjudica la posición de Galileo en Venecia, pues este último ya ha enta-blado relaciones con varios personajes poderosos de esa ciudad y de Padua,tales como Duodo, Morosini, Priuli, Gualdo y Venier. La movilidad de Gali-leo en sus relaciones de mecenazgo durante este período también puedeatribuirse al tipo de mecenas que busca.

Como bien lo describe Sagredo con desilusión en una carta enviada aGalileo cuando éste regresa a Florencia, lo que deja atrás en Venecia esuna posición segura. Sus mecenas patricios, que habían comenzado a patro-cinarlo cuando aún eran jóvenes, estaban ganando cada vez más poder.Galileo podría haber ascendido con ellos automáticamente. En Venecia nohabría tenido que depender de algo tan frágil como la gracia de un prín-cipe joven y tal vez inconstante. En palabras de Sagredo:

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68 asf, “Mediceo principato 802”, fol. 500 (número de folio marcadoincorrectamente como 50). Hasta donde le consta al autor, esta carta nuncahabía obtenido la atención de otros historiadores de la ciencia.

69 go, t. x, N° 27, p. 41.70 Esto también se puede verificar en la escasa frecuencia del intercambio epistolar

entre Galileo y Guidobaldo después de 1600. Aunque es probable que existanbaches en la correspondencia tal como ésta ha llegado hasta nuestros días, no secuenta con ninguna carta de Guidobaldo posterior a 1597, y la última enviadapor Galileo está fechada en diciembre de 1602.

En general, las biografías de Galileo presentan los descubrimientos ylas controversias como puntos de inflexión en su carrera, con ejemploscomo el hallazgo de los Astros Mediceos, la Carta a Cristina de Lorena, Elensayador y la polémica sobre los cometas, el juicio de 1633 y la última dis-puta con el filósofo Liceti. Sin embargo, cuando se compara la cronologíade estos puntos de inflexión con la de sus relaciones de mecenazgo, surgeun nuevo esquema.

La primera etapa en la carrera de Galileo le debe mucho a Guidobaldodel Monte, el agente/mecenas gracias a quien obtiene sus puestos en la Uni-versidad de Pisa en 1589 y en la de Padua en 1591. En realidad, lo ocurridoen dicha etapa es un resultado indirecto del ascenso de Ferdinando I deMedici en 1587, tras la muerte de Francesco, su hermano mayor. En esemomento, Ferdinando era cardenal, título que debe mantener hasta finesde 1588 porque no hay otro miembro de la familia Medici que pueda asu-mir el cargo. En diciembre de ese año, Ferdinando designa a FrancescoMaria del Monte, uno de sus beneficiarios, para que lo reemplace como“cardenal de los Medici”.65 Aunque Galileo llevaba casi un año como bene-ficiario de Guidobaldo, hasta ese momento todos los intentos de conse-guirle un puesto por medio de su hermano Francesco Maria habían sidoinfructuosos, ya que éste era un simple monsignore.66 Sin embargo, tras sunombramiento como cardenal a fines de 1588, la situación comienza a cam-biar rápidamente: al otoño siguiente, Galileo ya es profesor en Pisa. Al pare-cer, éste último comprende que el gran aumento de poder obtenido porFrancesco Maria le abre nuevas posibilidades, y en diciembre de 1588 leenvía una carta a Guidobaldo para felicitarlo por el ascenso de su her-mano.67 Finalmente, sus expectativas se cumplen.

El 23 de diciembre de 1588, Guidobaldo le escribe al gran duque paratransmitirle, con un tono muy intransigente, su alegría y su gratitud por

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65 Ugo Barberi, I Marchesi Bourbon del Monte Santa Maria di Petrella e di Sorbello,Città di Castello, Tipografia Unione Arti Grafiche, 1943, pp. 64-65.

66 Guidoblado comienza a presionar a su hermano para que le consiga un puesto a Galileo en mayo de 1588 con el objetivo de obtener para subeneficiario el cargo de profesor en la Universidad de Pisa y la cátedra en Florencia, que antes pertenecía a Egnazio Danti (go, t. x, N° 17, pp. 33-34;N°18, pp. 34-35; N° 20, pp. 36-37; N° 21, pp. 37-38). En julio de 1588 Galileo leescribe a Guidobaldo para avisarle que el puesto en la Universidad de Pisa ya está ocupado y que la única posibilidad que permanece abierta es la cátedra enFlorencia conectada con la Accademia del Disegno ( ibid., N° 19, p. 36). Al final,Galileo obtiene el cargo en la Universidad de Pisa, donde pensaba que ya sehabía ocupado.

67 go, t. x, N° 23, p. 39.

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leo. Sus principales agentes en la relación de mecenazgo con esa familiaeran la gran duquesa Cristina y Belisario Vinta. Sin embargo, la muertede esos dos grandes duques resultaría crucial para los avances en su carrera.

La coronación de Cosme en 1609 redunda en una ventaja especial parala carrera de Galileo porque las ideas novedosas y controvertidas recibíanmayor respaldo por parte de los mecenas jóvenes que querían construirsu propia imagen. Aun así, sería una simplificación sostener que Galileoencuentra de casualidad el mecenas indicado en el momento justo. Aun-que el azar ocupa un lugar importante en la notable sincronización entrelos hallazgos de Galileo y la crisis constructiva en sus redes de mecenazgo,no se debe olvidar que dicha coyuntura es posible gracias a las tácticas demecenazgo que él mismo había adoptado desde principios de siglo.73 Yesa coyuntura no se da en los inicios de su carrera: cuando Galileo se mudaa Florencia para desempeñarse como filósofo y matemático del gran duque,ya tiene 46 años.

La última etapa de la carrera de Galileo, que desemboca en la corteromana, también se caracteriza por el surgimiento de nuevos mecenas: porun lado, el príncipe Federico Cesi (y algunos integrantes de su Academiade los Linces); por el otro, el papa Urbano VIII. La importancia crecientede los mecenas romanos en esta etapa presenta un paralelo significativocon la mengua de recursos para el mecenazgo en Florencia.74 Filippo Sal-viati y Belisario Vinta habían fallecido en 1614 y 1613, respectivamente, mien-tras que Antonio de Medici (viejo amigo y mecenas de Galileo) muere en1621, al igual que Cosme II, quien deja de heredero a un hijo adolescenteque no podría reinar hasta 1628.75

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73 En algunos casos, las crisis de mecenazgo no aparecen en mera sincronizacióncon los puntos de inflexión en la carrera científica o literaria de Galileo, sino quecausan dichos cambios. Por ejemplo, la Carta a Cristina de Lorena de 1615 es engran medida un resultado de la dinámica del mecenazgo. Es más, en esemomento Galileo necesita enfrentar a quienes pretenden interrumpir su relaciónde mecenazgo con los Medici poniendo en duda su ortodoxia religiosa ante losoídos de la duquesa Cristina, tan poderosa como creyente.

74 No se trata aquí de los recursos económicos, ya que el gran duque le paga unsalario a Galileo desde 1610 hasta su muerte, en 1642. En realidad, lo que seintenta explicar es que, mientras la aceptación de los hallazgos astronómicosrealizados en 1610 obedece al respaldo del gran duque (como se demostrará en el capítulo 2), el posterior intento de legitimar el copernicanismo depende delpoder del papa.

75 El reemplazo de Florencia por Roma como espacio para tender las redes demecenazgo se puede asociar con la necesidad de Galileo de mantener unarelación con algún mecenas muy poderoso. Solamente de esa manera podíasostener y mejorar su legitimidad y su estatus. Además, Cosme II, un hombre

¿Quién sabe [lo que pueden ocasionar] los accidentes infinitos e incom-prensibles del mundo, ayudados por la impostura de los hombres malosy envidiosos que, sembrando y nutriendo en el alma del Príncipe con-ceptos falsos e injuriosos, pueden valerse de su justicia y su virtud paraarruinar a un caballero?71

En esa carta, Sagredo pinta los peligros del mecenazgo y de la vida en lacorte con bastante precisión. Sin embargo, lo que omite es todo aquelloque Galileo no puede encontrar en Venecia. Indudablemente, las redes demecenazgo en la República de Venecia no giraban en torno a un gran mece-nas absoluto de la realeza, por lo cual los beneficiarios como Galileo que-daban menos sujetos a las interrupciones ocasionadas por la muerte, lapartida o el cambio de opinión de sus mecenas que aquellos que vivían enun principado. Como bien lo sabía el propio Galileo, mientras siguieraenseñando en Padua, sería el súbdito de un “príncipe inmortal e inmuta-ble”,72 es decir, de la república misma. No obstante, a la vez que brindabamayor seguridad para el beneficiario, la ausencia de un gran mecenas tam-bién le reducía las posibilidades de realizar avances importantes en su posi-ción social (y cognitiva).

Por todo esto, la segunda etapa de la carrera de Galileo, que comienzaen 1609 con la invención del telescopio, se caracteriza por el surgimientode un nuevo mecenas y el rechazo de los anteriores. Los hallazgos revolu-cionarios que Galileo efectúa en el campo de la astronomía entre 1609 y1610 vienen acompañados de una revolución también en el campo de susrelaciones de mecenazgo. Cuando obtiene la protección de Cosme II, rompeel contrato de amicizia con sus mecenas venecianos, quienes poco tiempoantes habían confirmado y reforzado ese pacto y, con justa razón, se sien-ten asombrados y ofendidos. Sin embargo, al igual que en la crisis de mece-nazgo de 1587, en esta ocasión también se registra una mejora importanteen el estatus de Galileo, atribuible a una modificación en sus posibilida-des a partir de una muerte.

Así como el deceso de Francesco de Medici en 1587 había convertido aFrancesco Maria del Monte en un mecenas poderoso para Galileo graciasa la intervención de Guidobaldo y Ferdinando, la muerte de Ferdinandoen 1609 transforma en gran duque a Cosme, el joven alumno de Galileo,apenas unos meses antes de sus hallazgos astronómicos. Ahora bien, niFrancesco ni Ferdinando de Medici habían sido mecenas directos de Gali-

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71 go, t. xi, N° 569, p.171.72 go, t. x, N° 350, p. 350.

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cambio de papa llegaban al poder cuadros nuevos.78 En un verdadero pere-grinaje hacia el centro de poder, aquellos que no eran romanos tambiéntrataban de aprovechar la nueva configuración del sistema de mecenazgoviajando a Roma para rendirle homenaje al papa. El mismo Galileo parti-cipa en dicho peregrinaje entre 1623 y 1624. En alusión a los cometas quehabían aparecido unos años antes de la elección de Urbano, el poeta floren-tino Jacopo Soldani comparaba el peregrinaje de los beneficiarios con el viajeiniciado por los Reyes Magos para rendirle homenaje al Niño Jesús.79 El regaloque Galileo llevaba para el nuevo papa era su propia obra, El ensayador.

El fin de la gloria de Galileo en Roma, signado por el juicio de 1633, tam-bién puede analizarse en el marco de la dinámica del mecenazgo. Se sabíabien que los temblores en la estructura del sistema de mecenazgo podíandespejar el terreno para la construcción de una carrera brillante en Roma,pero también podían demoler una carrera en un instante, como había suce-dido con el matemático Federico Commandino.80 En este sentido, algunosdatos indican que la muerte de Cosme II en 1621 deja a Galileo en una posi-ción inestable en sus relaciones de mecenazgo, lo cual le genera preocu-pación por la seguridad de su puesto en la corte.81

Este esquema era tan conocido que en la Filosofía Cortesana82 (un juegopublicado en Madrid en 1587, similar al actual Monopoly) si uno caía en

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78 Tras la elección de Urbano, Cesarini pasó a ser su Maestro di Camera, mientrasque Ciampoli agregó a su título de Secretario dei Brevi el de Cameriere Secreto(go, t. xiii, N° 1564, p. 121).

79 “Otros viajan a Roma/ para ver al gran Urbano en su nuevo trono/ cargados de rico y solemne equipaje/ y acercan sus manos/ para atrapar los mechonesflameantes/ de aquella que se escapa, y luego la vuelven a esperar en vano”(Jacopo Soldani, “Contro i Peripatetici”, reproducido en Nunzio Vaccalluzzo,Galileo Galilei nella poesia del suo secolo, Milán, Sandron, 1910, p. 20.)

80 Bernardino Baldi, “Vita di Federico Commandino”, en Filippo Ugolini y FilippoPolidori (eds.), Versi e prose scelte di Bernardino Baldi, Florencia, Le Monnier,1859, pp. 513-537; Paul L. Rose, The Italian Renaissance of mathematics, Ginebra,Droz, 1975, pp. 185-221; y C. Bianca, “Federico Commandino”, en Dizionariobiografico degli italiani, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, 1982, vol. 26,pp. 602-606.

81 De hecho, en abril de 1621 le escribe lo siguiente al archiduque Leopoldo: “Seríade suma gracia y favor hacia mi persona que vuestra hermana, la SerenísimaArchiduquesa [viuda de Cosme], oyera de boca de Vuestra Alteza cuánto afectome continúa prodigando, afecto éste que podría procurarme la gracia de laSerenísima de manera que la bajeza de mi mérito jamás podría lograrlo” (go,t. xiii, pp. 60-61). Sobre esta maniobra de Galileo, véase también ibid., pp. 64 y 70.

82 Alonso de Barros, Filosofía cortesana moralizada, Madrid, Alonso Gómez, 1587;citada en Geoffrey Parker, Philip II, Londres, Hutchinson, 1979, p. 170 [trad. esp.:Felipe II, Madrid, Alianza, 2000].

También existe otro ejemplo notable de sincronización entre la pro-ducción científica de Galileo y las crisis permanentes en materia de mece-nazgo: la muerte del papa Gregorio XV y la consiguiente elección de Maf-feo Barberini para ocupar el puesto de Sumo Pontífice con el nombre deUrbano VIII precisamente cuando El ensayador de Galileo, una obra dedi-cada a Barberini, estaba en imprenta.76 La del papa Gregorio es la terceramuerte providencial en la carrera de Galileo. Como había sucedido treceaños antes con Cosme II, un nuevo mecenas con el cual Galileo venía cul-tivando una relación de años, de repente alcanzaba una posición impor-tante y se mostraba dispuesto a apoyar las ideas provocativas del cientí-fico a fin de crear una nueva imagen necesaria para sí mismo. En materiade mecenazgo, el Sidereus nuncius es a Cosme II lo que El ensayador es aUrbano VIII. Galileo no se equivoca al describir esta sincronización como“una coyuntura maravillosa” (una mirabil congiuntura).77

No se destaca aquí el carácter “providencial” de esas muertes para la carrerade Galileo por encontrarse en ello ninguna clase de placer perverso. Comose verá más adelante, la muerte de los grandes mecenas (en especial de lossoberanos como los papas, que no eran miembros de una dinastía heredi-taria) se percibía en su momento como una gran crisis en las relaciones demecenazgo. En esas ocasiones, nacían y morían carreras de manera total-mente repentina. Como lo demuestran los casos de Virginio Cesarini yGiovanni Ciampoli (dos beneficiarios de Urbano VIII y mentores de Gali-leo), quienes ascendieron súbitamente a la cima de la corte romana, con cada

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gris, muy enfermo y casi siempre debilitado como soberano, no constituía unapresencia real. Es más, tras su muerte en 1621, Galileo pasa a ser un filósofo ymatemático de la corte con muy buen salario, pero sin un mecenas de carne yhueso. Recién en 1628, Ferdinando, el hijo adolescente de Cosme, cumple 18 añosy puede asumir el cargo de gran duque, pero para entonces las estrategias deGalileo ya están centradas en Roma hace mucho tiempo.

76 El ensayador comenzó a imprimirse en mayo de 1623, Maffeo Barberini fue electo papa el 6 de agosto y la obra de Galileo le fue dedicada cuando salió deimprenta, en el mes de octubre. Antes de la elección de Urbano, Ciampoli era el Secretario Apostolico o Secretario dei Brevi, y Cesarini era el Cameriere Secretodel papa.

77 “Estoy imaginando algunas cosas de importancia para la república literaria y, si nose concretan en esta coyuntura maravillosa, no se me ocurre, al menos en lo que amí respecta, esperar que aparezca una oportunidad parecida”, le escribe Galileo aCesi el 9 de octubre de 1623 (go, t. xiii, N° 1581, p. 135). En su respuesta, Cesicoincide con Galileo en que el panorama sin duda presenta una “congiuntura sibuona” (ibid., N° 1588, p. 140). Sobre este período, véase Pietro Redondi, “The‘Marvelous Conjuncture’”, en Galileo heretic, Princeton, Princeton UniversityPress, 1987, pp. 68-103 [trad. esp.: Galileo herético, Madrid, Alianza, 1990].

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ceso totalmente predecible, distaba mucho de ser caótico. Tenía su propialógica y su protocolo, además de sufrir crisis periódicas que coincidían conlos ciclos generacionales y, por lo tanto, podían esperarse e incluso apro-vecharse con inteligencia. Los beneficiarios con carreras exitosas eran aque-llos que extendían sus redes sociales y adaptaban su producción culturalsegún los ciclos del mecenazgo, de manera tal que podían transformar laacción del azar en una “coyuntura maravillosa”.85

el intercambio de dones como lógica del mecenazgo

La correspondencia de Galileo demuestra que los dones y otros servicios yprivilegios imposibles de cuantificar económicamente constituían el medioa través del cual se articulaban y mantenían las relaciones de mecenazgo.Incluso en aquellos casos en los que había mucho dinero de por medio,como el estipendio excepcional de mil escudos que recibía Galileo en lacorte de los Medici, no es aconsejable aplicar sólo la perspectiva capita-lista y reducir el valor de esos mil escudos a su poder adquisitivo. La dimen-sión simbólica de semejante salario también era importante: los ingresosconstituían tanto un símbolo como una causa material del estatus.

En el caso de Galileo, dicho estipendio no se negocia de manera for-mal. El autor dedica sus esfuerzos a generar una relación de mecenazgoestable con los Medici y, una vez que sus deseos se han hecho realidad, selimita a comunicarle a Vinta cuánto ganaba en Padua y deja la decisiónsobre la cifra final a criterio de la generosidad del gran duque. Entonces,el estipendio queda determinado tanto por el valor de Galileo como porel principio de “nobleza obliga”. Se trata de un emolumento, un símbolode la prodigalidad y el poder de Cosme, quien de esa manera devuelve conreciprocidad el generoso don que le había hecho Galileo al dedicar susdescubrimientos astronómicos a la familia Medici. Por eso, el sueldo deGalileo no es una cifra más en la nómina de empleados de los Medici, sino

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el casillero 43 (“Muere su mecenas”), había que volver al principio. Demanera análoga, la condena de Galileo no se puede separar de la crisis queafecta a su relación de mecenazgo (y la de su amigo Ciampoli) con el papaUrbano VIII.83 Los problemas que Galileo sufre en 1633 están precedidostambién por la muerte de dos de sus principales mecenas: el cardenal DelMonte (1626) y el príncipe Cesi (1630). Al morir Cesi, luego de haber falle-cido Cesarini en 1624, Galileo queda con escaso respaldo en la corte romana.Por lo tanto, aunque su condena es precipitada por las sugerencias teoló-gicas específicas de su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo,al mismo tiempo se trata de un hecho enmarcado en un esquema más gene-ral; es el ejemplo típico de finalización de una carrera por cuestiones rela-cionadas con el mecenazgo.

La última disputa en la carrera de Galileo (con el filósofo Liceti) marcael intento final de recuperar el apoyo de los Medici mediante su joven admi-rador, el príncipe Leopoldo, quien luego fundaría la Accademia del Cimento.En ese intento, que evoca la estrategia más eficaz de Galileo con el jovenCosme, el autor usa como mediador a su amigo y agente Jacopo Soldani,cuyo papel en la corte de los Medici no se diferencia demasiado del rol des-empeñado por los agentes mediante los cuales Galileo había obtenido elfavor de Cosme. Es más, Soldani era el Aio de Leopoldo, su principal ase-sor y tutor, un puesto idéntico al de Piccolomini y comparable con el deSaracinelli, Mercuriale y, en cierta medida, la misma Cristina.84 Sin embargo,Galileo no vive el tiempo suficiente como para comprobar el potencial deesta nueva relación de mecenazgo.

La sincronización cronológica de las publicaciones de Galileo con losmomentos de crisis en sus relaciones de mecenazgo presenta más queuna serie de coincidencias notables. Aunque el mecenazgo no era un pro-

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83 Sobre este tema, véase también Richard Westfall, “Patronage and thepublication...”, op. cit.

84 Jacopo Soldani figura como “Aio del Serenissimo Principe” en las actas de lacorte medicea desde 1630 (asf, “Manoscritti 321”, p. 522). Su salario exorbitantede 600 escudos por año indica que era mucho más que un tutor, casi como un“hermano mayor”, ya que el príncipe Leopoldo había quedado huérfano. En1637, Soldani fue nombrado senador (asf, “Manoscritti 320”, p. 255) y en 1639,Maestro di Camera, uno de los puestos más altos de la corte (asf, “Miscellaneamedicea 438”, fol. 212v). El papel que cumplió Soldani al cultivar los interesescientíficos del futuro fundador de la Accademia del Cimento se puede rastrear en algunas cartas de 1640 intercambiadas entre Leopoldo y Soldani, donde semenciona la disputa entre Liceti y Galileo, aunque estas misivas no fueronincluidas por Favaro en su Edizione Nazionale (asf, “Mediceo principato 5550”,fols. 261, 271, 272, 274, 278, 291 y 310). Dichas epístolas se publicaron en MarioBiagioli, “New documents on Galileo”, en Nuncius 6, 1991, pp. 157-169.

85 La palabra coyuntura no es un invento de Galileo, sino que aparece conrecurrencia en la literatura de la corte (y no sólo de la italiana) en relación con laidea de la suerte o la fortuna. En su libro Culture of the Baroque (Minneapolis,University of Minnesota Press, 1986, p. 191 [ed. esp.: La cultura del barroco,Barcelona, Ariel, 1983]), José Antonio Maravall sostiene que la palabra coyunturatambién se usaba con mucha frecuencia en el siglo xvii, y que en los escritos deGracián o de Céspedes se podrían encontrar con facilidad más de cincuentaejemplos de esto.

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donde el mecenazgo funcionaba como un proceso competitivo de distin-ción social en el que cada mecenas importante desafiaba a los demás a supe-rar su propio poder adquisitivo. Luis XIV, por ejemplo, mantiene contro-lados a los rebeldes aristócratas franceses en parte porque los desafía arealizar gastos conspicuos en el ámbito de la corte.90 En la Inglaterra de finesdel siglo xvi y principios del siglo xvii se observa un modelo similar, aun-que menos pronunciado, gracias al cual varias familias aristocráticas ter-minan en la ruina por realizar esa clase de gastos en el marco de la vida cor-

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un dato digno de atención pública. En una crónica florentina de la épocase lee que, para retribuir su dedicatoria de los Astros Mediceos, el granduque convocó a Galileo y le dio un buen estipendio.86 En el mismo sen-tido, un protoperiódico o avviso, donde se difundían las novedades polí-ticas y los chismes de Roma, publica un artículo sobre la presentacióndel telescopio realizada allí en abril de 1611 y se las arregla para informarque Galileo “actualmente trabaja para el gran duque por un estipendio demil escudos”. 87 Por lo tanto, se puede afirmar que el estipendio constituyeun gesto público.88 Si los Medici hubiesen sido mezquinos con Galileo,automáticamente habrían minimizado la importancia de los Astros Medi-ceos ante la opinión pública. El estipendio de Galileo no es producto dela dinámica de la oferta y la demanda en una economía de libremercado,sino más bien de la economía del honor que caracteriza el intercambiode dones con valor social.

Incluso cuando las relaciones de mecenazgo quedaban plasmadas enintercambios monetarios, aun así reflejaban la dinámica del intercambiode dones. Como en el caso de los indígenas del noroeste estadounidenseanalizado por Marcel Mauss, el intercambio de dones constituía un ejerci-cio de poder.89 Durante la modernidad temprana, Europa era un espacio

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86 asf, “Manoscritti 132” (“Diario fiorentino de Settimanni”, vol. 7, 1608-1620), folio39r: “En julio de 1610, luego de que el Sr. Galileo Galilei hubiera dedicado a laSerenísima Casa de los Medici el descubrimiento de cuatro astros que giran entorno al planeta Júpiter y los hubiera bautizado Astros Mediceos, el SerenísmoGran Duque le escribió una carta de su propio puño y letra en señal de gratitudpara invitarlo a venir desde Padua (donde se desempeñaba como profesor) aprestar servicio en la corte con los títulos de Matemático Primario yExtraordinario de la Universidad de Pisa, sin obligación de enseñar o residir allí,y de Filósofo y Matemático Primario de su Serenísima Alteza, a cambio de locual recibirá un buen estipendio”.

87 J. A. F. Orbaan, Documenti sul barocco in Roma, Roma, Società Romana di StoriaPatria, 1920, vol. 2, p. 283.

88 Sobre la imagen cultivada por Cosme II como protector de artistas y científicos,véase la oración funeraria que le dedica Pietro Alcorti, “Delle lodi di Cosimo II,Granduca di Toscana”, en Carlo Dati (ed.), Raccolta di prose fiorentine, Florencia,Stamperia di sar, 1731, vol. 6, parte i, p. 119.

89 Marcel Mauss, The gift, op. cit., pp. 31-45. A esta altura, ya se cuenta con unaextensa bibliografía sobre el intercambio de dones. Entre esos trabajos, resultande gran utilidad los siguientes: Pierre Bourdieu, Outline of a theory of practice,Cambridge, Cambridge University Press, 1977; The logic of practice, Stanford,Stanford University Press, 1990, pp. 98-101 [trad. esp: “La lógica de la práctica”, enEl sentido práctico, Madrid, Taurus, 1990]; Marilyn Strathern, The gender of thegift, Berkeley, University of California Press, 1988; Bronislaw Malinowski, “Kula:The circulating exchange of valuables in the Archipielagoes of Eastern Guinea”,

en Man, serie i, 1920, pp. 97-105; Natalie Zemon Davies, “Beyond the market:Books as gifts in Sixteenth-Century France”, en Transactions of the RoyalHistorical Society 33, 1983, pp. 69-88; Marshall Sahlins, Stone-Age economics,Nueva York, Aldine de Gruyter, 1972, pp. 149-275 [trad. esp.: Economía de la Edadde Piedra, Madrid, Akal, 1983]; Sharon Kettering, “Gift-giving and patronage inEarly Modern France”, en French History 2, 1988, pp. 131-151; Georges Bataille, Theaccursed share, Nueva York, Zone Books, 1988, vol. 1, pp. 63-77 [trad. esp.: Laparte maldita, Barcelona, Icaria, 1987]; Carlo Zaccagnini, Lo scambio dei doni nelVicino Oriente durante i secoli xviii-xv, Roma, Centro per le Antichità e la Storiadell’Arte del Vicino Oriente, 1973; “Le don perdu et retrouvé”, número especialde La Revue de Mauss 12, 1991; y Claude Lévi-Strauss, The elementary structures ofkinship, Boston, Beacon Press, 1969, pp. 52-68 [trad. esp.: Las estructuraselementales del parentesco, Barcelona, Paidós, 1981].

90 Norbert Elias, “The sociogenesis of French court society”, en The court society,Nueva York, Pantheon, 1983, pp. 146-213. Para un análisis de otro uso delintercambio de dones en relación con el sistema social de la ciencia, véasetambién Warren Hagstrom, The scientific community, Nueva York, Basic Books,1965, pp. 12-23, y “Gift giving as an organizing principle in science”, en BarryBarnes y David Edge (eds.), Science in context, Cambridge, mit Press, 1982, pp.21-34. Hagstrom sólo emplea la noción de intercambio de dones para analizar ladonación de los hallazgos científicos (bajo la forma de trabajos de investigación)al resto de la comunidad científica a cambio de su reconocimiento. Con másexactitud, el autor considera que el intercambio de dones constituye una especiede isla donde funciona una economía “moral” que resulta necesaria porque seencuentra inmersa en el mar del accionar económico “racional” que caracterizaal sistema social de la ciencia. El intercambio de dones se torna esencial en tantoque genera obligaciones particularistas al reducir el nivel de racionalidad endicho accionar económico. Aparentemente, Hagstrom sugiere que, si no existieratal reducción de la racionalidad económica, sería imposible percibir a loscientíficos como seres que actúan de acuerdo con valores “más elevados”, en vezde perseguir intereses más mundanos. En lugar de ello, al “donar” susdescubrimientos a la comunidad, los científicos actúan como seres “puros” yreciben como retribución un reconocimiento que también es “puro”. La funcióndel intercambio de dones en Europa a principios de la modernidad también seanaliza en Paula Findlen, “The economy of scientific exchange in Early ModernItaly”, en Bruce Moran (ed.) Patronage and institutions, Rochester, ny, Boydell,1991, pp. 5-24, y Possessing nature: Museums, collecting and scientific culture inEarly Modern Italy, Berkeley, University of California Press, 1996.

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Agostino Mascardi detecta en la necesidad de entregarles dones a los mece-nas una de las paradojas básicas de la sociedad cortesana. El cortesano estabaobligado a “empobrecerse para volverse rico, a dar para luego recibir”.94 Enel tratado sobre la corte escrito por Matteo Pellegrini también se descri-ben, aunque con una visión más crítica, las paradojas inherentes a la prác-tica de intercambio de dones.95 A su vez, en un notable estudio sobre el inter-cambio de dones en los reinos del Cercano Oriente durante la antigüedad(siglos xv a xiii a.C.), Carlo Zaccagnini revela que allí existían prácticassimilares: “La iniciativa [de intercambiar dones] entre sujetos de distintorango correspondía naturalmente a los sujetos de rango inferior”.96

Los agentes de Galileo, por su parte, con frecuencia le recordaban que lle-vara “cosas nuevas” cada vez que visitaba Florencia. El intercambio de donesera la mejor inversión para los beneficiarios, ya que el mecenas se veía obli-gado por su posición social a retribuir esos dones en proporción con su pro-pio estatus, no con el del beneficiario. No era raro que los mecenas impor-tantes consideraran la entrega de dones como un desafío. Si los aceptaban,quedaban conminados a comportarse como si hubieran aceptado un duelo,es decir, de manera heroica. En 1604, por ejemplo, Galileo entrega un com-pás militar a la familia Gonzaga y les da clases para aprender a usarlo, a cam-bio de lo cual éstos le obsequian una cadena con medalla de oro y dos pla-tos de plata por un valor de 1.340 liras, cuando en realidad Galileo les cobrabaa sus alumnos de Padua unas 200 liras por lo mismo.97 Semejante multi-plicación del valor del don entregado por el beneficiario también puedeconstatarse en el generosísimo estipendio que obtiene Galileo por parte delos Medici cuando les dedica el hallazgo de los Astros Mediceos.

El hecho de que algunos mecenas rechazaran los obsequios materiales desus beneficiarios sin por eso poner fin a la relación no es motivo suficientepara refutar que el intercambio de dones haya funcionado como mediodel mecenazgo. Un ejemplo de ello es el caso de Guidobaldo que, tras haberayudado a Galileo a obtener su puesto en la Universidad de Padua, le escribelo siguiente: “No quiero que sienta ninguna obligación conmigo por el puestoobtenido en Padua, ya que yo no he tenido nada que ver con eso”.98 De estamanera, Guidobaldo coloca la relación de mecenazgo por encima de lomaterial como para poder aceptar legítimamente “dones intelectuales”(los únicos que Galileo podía ofrecer a esa altura de su carrera) a cambio

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94 Agostino Mascardi, Prose vulgari, Venecia, Baba, 1653, p.20.95 Matteo Pellegrini, op. cit., p. 38.96 Carlo Zaccagnini, op. cit., p. 40.97 go, t. xix, pp. 147-158.98 go, t. x, N° 45, p. 54.

tesana, controlada entonces por un soberano absolutista.91 Los Medici tam-bién utilizan con éxito estrategias parecidas para transformar a sus anti-guos rivales políticos en integrantes de una aristocracia dócil incorporadaa la corte. De hecho, cuando los embajadores de Lucca visitan Florenciaen 1619, notan que la nobleza florentina ha decaído de manera ostensiblea causa de los pesados gastos que les ha impuesto la vida en la corte.92

En cierto sentido, se puede definir la vida cortesana y los protocolos dela corte como un conjunto de rituales destinados a disciplinar el poten-cial subversivo de los desafíos vinculados con el gasto (equivalentes alpotlatch) entre el príncipe y la aristocracia, de manera tal que la victoriadel soberano siempre esté asegurada. Asimismo, este “proceso de civiliza-ción”, por usar un término de Norbert Elias, impide que los aristócrataspierdan todo en una tarde, como sucede con algunos de los tlingit estu-diados por Mauss. La riqueza y el poder de los aristócratas se van consu-miendo de manera más lenta mediante una reacción en cadena contro-lada, lo que permite iluminar la magnificentia del príncipe absoluto duranteun período más prolongado.

Si bien el intercambio de dones a veces no toma la forma de un desafío,el subtexto de la competencia siempre está presente. La relación entre elmecenas y el beneficiario se caracteriza por el hecho de que el mecenascuenta con el poder de darle a su beneficiario más de lo que éste le puederetribuir. Para confirmar la situación de dependencia, se hace hincapié enesta desigualdad al momento de intercambiar los dones. Al aceptar el dondel mecenas sin retribuirlo, es decir, sin presentar otro desafío, el benefi-ciario admite su supuesta derrota y, por consiguiente, su dependencia.

Esto no significa que los beneficiarios nunca entregaran dones a sus mece-nas. Por el contrario, un beneficiario que no puede ofrecer dones intere-santes, nunca llega demasiado lejos. En sus reflexiones sobre la corte romana,Ciampoli, el amigo de Galileo, sostiene que “hay algo que es cierto en cual-quier parte del mundo: es necesario entregar dones [donare] a los que deten-tan el poder. [...] Dichosos aquellos que pueden acelerar la llegada deléxito mediante la entrega de dones”.93 Otro cortesano de Roma llamado

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91 Lawrence Stone, The crisis of the aristocracy, 1558-1641, Oxford, Oxford UniversityPress, 1967, pp. 86-88, 249-267 [trad. esp: La crisis de la aristocracia, 1558-1641,Madrid, Alianza, 1985].

92 Amedeo Pellegrini (ed.), Relazioni inedite di ambasciatori lucchesi alle corti diFirenze, Genova, Milano, Modena, Parma, Torino, Lucca, Marchi, 1901, p. 141.

93 Giovanni Ciampoli, “Discorso di monsignor Ciampoli sopra la corte di Roma”,en Marziano Guglielminetti y Mariarosa Masoero, “Lettere e prose inedite (oparzialmente edite) di Giovanni Ciampoli”, en Studi secenteschi 19, 1978, p. 232.

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obsequios oficiales, como las medallas de oro que los Gonzaga y los Medicile regalan a Galileo, llevan la efigie del mecenas. En cierto modo, represen-tan una suerte de pertenencia del beneficiario a su mecenas.101 Sin embargo,para conveniencia de ambas partes, estas marcas se pueden quitar, a dife-rencia de lo que ocurre con las del ganado. Por consiguiente, el mecenazgoy la entrega de dones no se limitan al mero intercambio económico, sinoque constituyen prácticas productoras de estatus, identidad y credibilidad.

La correspondencia de Galileo ofrece muchos ejemplos de los ritosparticulares de intercambio de dones entre beneficiarios y mecenas, conobsequios tales como instrumentos, libros, ofertas de hospitalidad, cartasde recomendación, vinos, perros, cuadros, animales salvajes, semillas deplantas exóticas, invitaciones a fiestas y ceremonias, y acceso a círculos, ser-vicios y privilegios importantes. También existen otros dones, en especiallos que ofrecen los príncipes, que con frecuencia forman parte de las nor-mas ceremoniales de recepción y recompensa en la corte.102 Al parecer, afines del siglo xvi se había establecido una mayor diferenciación entre ladimensión simbólica y la dimensión económica de los dones, a la vez quesu valor monetario se había vuelto cada vez más cuantificable. Las meda-llas con cadena de oro, por ejemplo, ya eran un obsequio estandarizado, ylos príncipes esperaban que el beneficiario conservara la medalla de orocon su efigie para recordarlos [per ricordo mio] pero sabían que iba a ven-

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de su patrocinio. El aparente desinterés que muestra Guidobaldo por losdones materiales es en realidad una representación ritualizada de su iden-tidad aristocrática. En primer lugar, lo presenta como alguien que poseeun espíritu elevado (es decir, aristocrático), capaz de apreciar la inmateria-lidad de los dones de Galileo. En segundo lugar, ese supuesto desinterésdemuestra que Guidobaldo no necesita distribuir privilegios a cambio deun pago material, sino que lo hace por el principio de “nobleza obliga”.

Sin embargo, lo cierto es que Guidobaldo obtiene un beneficio con elnombramiento de Galileo en Padua. En la misma carta, le dice a Galileoque quiere saber “qué estipendio le pagan, porque me gustaría que éstefuese tratado según mi deseo y los méritos vuestros”.99 La misma afirma-ción se encuentra, de manera casi idéntica, en una carta anterior, dondeGuidobaldo expresa que quiere saber “si Su Señoría ha recibido en algúnmomento un aumento de sueldo, porque me gustaría que éste reflejaramis deseos y los méritos vuestros”.100 Estas referencias a los deseos de Gui-dobaldo indican que ha puesto a prueba su propio poder a través de subeneficiario. En las cartas separa con claridad sus deseos y su poder delos méritos de Galileo, ya que para él, el estipendio de Galileo constituyeun “don” que le ofrece al beneficiario gracias a sus propias redes de mece-nazgo. Por lo tanto, ese “don” debe ser proporcional a los méritos deGalileo, pero también debe reflejar el poder de Guidobaldo. Si Galileohubiese recibido un estipendio demasiado bajo en Padua, esto habríadañado la imagen de Guidobaldo de la misma manera que un estipendiobajo en Florencia para el filósofo del gran duque se habría percibido comoindigno de los Medici.

Tanto en la cultura de los tlingit como en las cortes europeas a princi-pios de la modernidad, la entrega de dones generosos es símbolo de desin-terés por el valor material y representa el heroísmo de quienes ofrecen losdones. En este sentido, los dones y los duelos presentan una lógica parecida.Tanto al mecenas que ofrece dones importantes como al provocador de unenfrentamiento peligroso se los considera retadores y, por lo tanto, aristó-cratas. El don cumple una función de sondeo. Si quien lo recibe es unapersona de posición social elevada, entonces lo percibirá como un desafíode honor. Por el contrario, si quien lo recibe no es capaz de retribuirlo, eldon funciona como un gesto paternalista que exalta el poder del mecenaso donante. En este último caso, el don constituye una especie de monu-mento al mecenas: un fetiche. Esto podría explicar por qué gran parte de los

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99 Ibid. (énfasis del autor).100 Ibid., N° 33, p. 45 (énfasis del autor).

101 En su análisis de la dinámica del mecenazgo entre los distintos niveles de la aristocracia británica, Marvin B. Becker sostiene que “además de losarrendatarios de los magnates, había otros lores de posición más baja que sesometían a los soberanos del reino y recibían una especie de uniforme o librea y una insignia utilizada como símbolo de su carácter de beneficiarios de esosmecenas” (Civility and society in Western Europe, 1300-1600, Bloomington,Indiana University Press, 1988, p. 85). Más bien se podría afirmar que lascostumbres de exhibir el escudo de armas del mecenas en la casa delbeneficiario, coleccionar retratos del mecenas y usar medallas o insignias con su efigie constituyen elementos de autoconstrucción de los beneficiarioscomo tales. Éstas consideraciones también pueden aplicarse al caso de loscoleccionistas que, durante la modernidad temprana, exhibían en sus museosde historia natural los especímenes con frecuencia vulgares que sus mecenas les obsequiaban.

102 Marcello Fantoni, “Feticci di prestigio: Il dono alla corte medicea”, en SergioBertelli y Giuliano Crifò (eds.), Rituale, cerimoniale, etichetta, Milán, Bompiani,1985, pp. 141-161. Los dones de hospitalidad constituyen uno de los temas centralesen la obra citada de Carlo Zaccagnini. El ritual de intercambio de dones tambiénse menciona con bastante frecuencia en los Diari di etichetta de la corte de losMedici (véase asf, “Diari di etichetta di guardaroba”, N° 1-7), donde se destaca supapel fundamental en las ceremonias de recepción de dignatarios extranjeros.Véase también asf, “Carte strozziane”, series 1-30, fols. 127-144 (“Donativi”).

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sentado ritualmente como un lazo informal.105 Sagredo pone de mani-fiesto las dimensiones contractuales de su amicizia con Galileo en variasocasiones. Por ejemplo, en una carta de agosto de 1602 le dice lo siguiente:

Nuestro Signor Venier y yo deseamos hacer un viajecito a Cadore enoctubre [...], pero como sin la compañía de Su Excelentísima Señoríaeste viaje nuestro por lugares fantásticos podría resultar muy insípido,he decidido darle aviso con anticipación, de manera que se dispongapara hacernos este favor y complacernos a ambos, ya que nos obligamosa retribuirle cuanta molestia se tome una vez que haya regresado.106

El mismo nivel de franqueza con respecto a la reciprocidad en el inter-cambio de dones se encuentra también en otras citas de la corresponden-cia de Galileo. En junio de 1604, por ejemplo, Antonio de Medici le escribea Galileo: “Tengo entendido que Su Señoría posee una esfera que, al arro-jarla en el agua, se mantiene entre las dos aguas. Le ruego que me haga elfavor de enviármela [...] le aseguro que para mí será un favor muy especialy que su cortesía será retribuida”.107 Varios años después, el mismo Anto-nio de Medici utiliza una expresión similar para solicitarle un telescopio:

Le ruego [...] que fabrique uno para mí y me lo envíe. Lo recibiré comoun favor muy especial que no podrá ser mayor, y al efecto de demostrarlea Su Señoría cuánto por mí será estimada su gran demostración de amor[...] además de ofrecerle la retribución debida con un favor equivalente,me sentiré eternamente obligado a buscar la ocasión de poderle servir.108

Al igual que Antonio de Medici, los otros aristócratas importantes o jerar-cas de la Iglesia que poseen un telescopio de Galileo no han pagado porél. En lugar de eso, todos ellos le recuerdan al matemático que recibirá susfavores como retribución. El cardenal Borghese, por ejemplo, quien noconoce a Galileo personalmente, usa como intermediario a Andrea Labia,quien le escribe lo siguiente: “Sepa que ese instrumento le resulta tan apre-ciable [a Borghese] que si le envía uno [...] no sólo él le agradecerá elfavor por escrito, sino que Vuestra Señoría pronto conocerá cuánto lo podrá

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105 Véase, por ejemplo, Richard Trexler, op. cit., pp. 131-159.106 go, t. x, N° 82, p. 91 (énfasis del autor).107 Ibid., N° 101, pp. 110-111 (énfasis del autor). El experimento en cuestión consistía en

arrojar una esfera que alcanzaba el equilibrio entre dos líquidos insolubles el unoen el otro con un peso específico mayor y menor que la esfera, respectivamente.

108 Ibid., N° 238, p. 257 (énfasis del autor).

der la cadena para satisfacer sus necesidades [per i bisogni vostri].103 Es más,las cadenas de oro venían en distintos tamaños definidos por su valor habi-tual en efectivo. Por ejemplo, había cadenas de doscientos, trescientos ocuatrocientos escudos.

Además de estructurar las relaciones oficiales de Galileo, el intercam-bio de dones también estructura sus amistades personales. Al parecer, noexisten demasiadas transacciones monetarias entre Galileo y su amigoSagredo, salvo algunos préstamos que éstos consideran ajenos a la amis-tad. Sin embargo, Galileo no tiene ningún resquemor al presionar a suamigo para que le consiga un aumento de sueldo en Padua. Como con-trapartida, Sagredo tampoco se echa atrás al momento de pedirle a su amigoque le arregle instrumentos o le fabrique piezas gratuitas en su taller (comoun declinatorio), ni al solicitarle que recoja agua del manantial de la Vir-gen de Monte Artone y se la envíe a Venecia, o al encargarle una botelladel “aceite siciliano para las heridas” que quiere llevar a Siria, o al pedirleque le consiga y le mande (sin cobrarle) un par de perros exóticos.104 Sincontar estos regalos por encargo, Galileo suele enviar a Sagredo pequeñosobsequios, tales como botellas de vino, trufas y presas de caza, que esteúltimo a su vez retribuye, por ejemplo, con otras botellas de vino o consemillas de melones “especiales” traídas de Siria.

Tanto la frecuencia como el nivel de informalidad que presenta el inter-cambio de dones entre Galileo y Sagredo podrían dar a entender engaño-samente que el proceso es en realidad una mera expresión de la amistad quecomparten. Sin embargo, la amistad tiene un significado muy especial enla época de Galileo. Como ha demostrado gran parte de la historiografíaen los últimos tiempos, la amicizia constituye un vínculo contractual repre-

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103 Marcello Fantoni, op. cit., p. 143. Las cadenas de oro representaban una especieestado transicional del don, que luego se transformaría en una retribución máscuantificable y efectiva, lo cual queda demostrado no sólo por los numerososejemplos que cita Fantoni, sino también por la mención al valor monetarioespecífico de las cadenas que los Gonzaga y los Medici obsequian a Galileo, porlas referencias en su correspondencia a la entrega de cadenas y medallas de oropara otros beneficiarios (go, t. xi, N° 838, p. 473), y por el ejemplo de la cadenaque los Medici le regalan a Fabricius de Acquapendente cuando va de visita aFlorencia. En el mismo sentido, el diario de etiqueta de la corte florentina señalaque en 1615 “l’ambasciatore del Giappone fu regalato di una collana di 400 scudi”(asf, “Miscelanea medicea 447”, p. 328).

104 go, t. x, N° 75, p.86; N° 82, p. 90; N° 85, p. 95; N° 87, p. 96; N° 89, p. 100; N° 187, p. 208. Sobre el intercambio de dones entre Galileo y Sagredo, véase también go,t. xii, N° 1188, p. 246; N° 1198, p. 258; N° 1219, p. 273; N° 1224, p. 278; N° 1230, p. 286; N° 1255, p. 317; N°1275, pp. 343-344; N° 1281, p. 349, N° 1287, p. 355; N°1310, p. 376; N° 1341, p. 407.

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En el caso de Sagredo, éste conoce las obligaciones contraídas al enta-blar una relación de amistad con Galileo, quien se las recuerda con fre-cuencia. Entre los favores pedidos como retribución se encuentra una inter-vención activa para que se confirme su puesto en Padua y, una vez logradoesto, la misma clase de intervención para que le aumenten el sueldo conrecurrencia. En 1599, cansado de discutir con los funcionarios venecianospara beneficiar a Galileo, Sagredo le escribe que ya ha cumplido con lasreglas de la amistad:

Ya he satisfecho abundantemente la amistad que tengo con Su Señoría,así como las obligaciones que reconozco deberle, y los favores y ayudas quelos verdaderos caballeros debemos prestarles a los virtuosos que lo mere-cen [...] y finalmente debo desistir, así como procurar que Su Excelen-tísima Señoría también desista.114

Esto demuestra que incluso las amistades informales y cercanas como lade Sagredo y Galileo se mantienen mediante el intercambio ritual de dones.

Asimismo, la indignación de los funcionarios venecianos ante la renun-cia de Galileo a Padua se puede interpretar también en función del inter-cambio ritual de dones o, más precisamente, en función de la violaciónde un tabú implícito en dicha práctica. En agosto de 1609, Galileo entregael telescopio al Senado veneciano en carácter de obsequio. Mediante la cartapara el dux Donato que adjunta al regalo, el matemático incluso renunciaa su propio derecho de fabricar telescopios. En la misma carta también daa entender que una cátedra en Padua podría ser una retribución apro-piada.115 Ahora bien, tras obtener la retribución solicitada (y mucho más),Galileo está obligado por una cuestión de honor a continuar siendo bene-ficiario de la República de Venecia.116

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114 go, t. x, N° 68, pp. 77-78 (énfasis del autor). El carácter ritual de estosintercambios se menciona también en Richard Westfall , “Science andpatronage”, op. cit., p. 13.

115 “...si Dios y Su Alteza así lo quieren, que según su deseo pase el resto de su vida al servicio de Su Alteza” (go, t. x, N° 228, pp-77-78).

116 El sueldo de mil ducados que el Senado le había prometido a Galileo erarealmente elevado si se considera que en septiembre de 1614 el presupuesto totaldel estudio (con salarios y otros gastos) era de unos 15.542 ducados (Relazioni dei rettori veneti di terraferma, t. iv, Podestaria e capitanato di Padova, Milán,Giuffré, 1975). Sin embargo, dicho salario no era una excepción. Su amigo y rival,el filósofo Cesare Cremonini, era el profesor mejor pago de Padua, con unsueldo de dos mil ducados. Además, el nuevo salario de Galileo veníaacompañado de una cláusula que prohibía futuros aumentos.

beneficiar ese gesto”.109 En el mismo sentido, el duque Paolo Giordano Orsinile escribe:

Dado que tengo la necesidad de poseer telescopio para mi propio deleite[...] deseo que éste venga de las manos de Su Señoría, y le ruego queme haga el favor de hacérmelo enviar lo antes posible, mientras meofrezco a ayudarlo con la misma prontitud toda vez que me necesite porgusto o servicio.110

Unos años después, el cardenal Alessandro d’Este le envía a Galileo su fechade nacimiento y le solicita que le prepare una carta astral. Para concluir, lerecuerda que la confidencialidad del asunto da cuenta de su confianza enla virtud de Galileo y que, cuando llegue el momento de “retribuirle [con-tracambiarle] el favor con aquello que desee”,111 verá lo agradecido que elcardenal se siente.

El hecho de que estos mecenas no le pagaran sus telescopios a Galileono debe interpretarse como un signo de avaricia. En realidad, Galileo noquería que le pagaran, ya que eso lo habría degradado de su posición decaballero al rango de artesano. Cuando Felipe IV, rey de España, le solicitaun telescopio (a través de una cadena suficientemente larga de interme-diarios y agentes) y se ofrece a pagarle, Galileo envía el instrumento aMadrid, pero le dice al intermediario que nunca ha vendido “ninguno demis instrumentos ni pienso hacerlo, en el presente o en el futuro”.112 Dadala posición social a la que aspira, para él es mejor esperar un intercambiode dones que aniquilar la posibilidad de entablar un vínculo de mecenazgoaceptando un pago en efectivo. Por lo tanto, el contracambio mencionadopor Sagredo, Antonio de Medici, Labia, el duque Orsini y el cardenal Far-nese no constituye ni una mera formalidad ni una excepción a la regla, sinoque representa una característica fundamental del mecenazgo: una carac-terística en gran medida independiente de aquello que se intercambia.113

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109 Ibid., N° 320, p. 361 (énfasis del autor).110 go, t. xiii, N° 1526, p. 91 (énfasis del autor). Véase también N° 1527, p. 92.111 go, t. xii, N° 1308, p. 375. Véase otro caso de contracambio entre Galileo y el

cardenal Farnese en go, t. x, N° 371, p. 411.112 go, t. xiv, N° 1967, pp. 52-52. Este intercambio figura en “Galileo and the Jesuits”

de Richard Westfall, p. 35.113 Sharon Kettering, por ejemplo, describe una diámica comparable de intercambio

de dones en su análisis del mecenazgo político en la Francia del siglo xvii

(“Gift-giving and patronage...”, op. cit.), mientras que Paula Findlen documentaun modelo notablemente similar a éste en “The economy of scientificexchange...”, op. cit.

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cer, el autor intenta generar una deuda para Cosme mediante la distribu-ción de telescopios y ejemplares del Sidereus como obsequios a través delos canales diplomáticos de los Medici, es decir, enviándolos como si fue-ran regalos de estos últimos. Dentro de sus propias limitaciones, Galileopretende incluir a Cosme en un potlatch.

Asimismo, el matemático menciona un aporte monetario en relacióncon una segunda edición del Sidereus nuncius, más lujosa y supuestamenteredactada en el idioma vernáculo de Florencia en vez del latín. En una cartaa Vinta escribe lo siguiente: “Realmente deseo que esta segunda edición seamás proporcional a la grandeza del mecenas que a la debilidad de su siervo”.121

Por lo tanto, se podría afirmar que los Astros Mediceos y el Sidereus nun-cius representan un don para Cosme en el más literal de los sentidos, yaque al principio Galileo no obtiene un centavo a cambio de ellos. Es más,el científico amplía la cortesía al enviar obsequios en nombre de los Medicia varios miembros de la realeza y de la Iglesia europea. El Sidereus nun-cius, entonces, no es una obra de arte encargada por un cliente, y precisa-mente porque es un regalo “puro” exige de los Medici una retribucióncon las mismas características.

Hay otro don que marca el comienzo de la relación de mecenazgo entreCosme y Galileo: el compás militar y sus Instruzioni. Como ya se ha dicho,gracias al compás su creador logra obtener un puesto como tutor de mate-máticas del príncipe durante el verano. Los Medici no retribuyen el don deGalileo con un pago en efectivo, sino con otros obsequios, como piezas detafetán negro, alimentos durante sus visitas estivales para instruir a Cosme,ayuda para aumentar el estipendio que cobra en Padua, una medalla deoro con una cadena de cuatrocientos escudos y un puesto en la corte parasu cuñado Benedetto Landucci.122 En realidad, al igual que en el caso del

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121 Ibid., N° 277, p. 299.122 Ibid., N° 142, p. 161 y N° 295, p. 318. Cuando Galileo iba a Florencia durante el

verano para darle clases de matemáticas al príncipe Cosme, en vez de pagarle un sueldo los Medici lo alojaban en la corte. En agosto de 1605, cuando Giovannidel Maestro, maggiordomo de los Medici, invita a Galileo a la residencia deverano de Villa di Pratolino, le escribe que Cristina tiene para ofrecerle “unabuena habitación, una mesa modesta, una buena cama y velas gratuitas”, pero nomenciona ninguna retribución monetaria (ibid., N° 122, p. 146). Los alimentosque los Medici le enviaban como obsequio cuando no estaba alojado en la corteconfirman el hecho de que la hospitalidad constituía un don para los Medici y,por lo tanto, una remuneración suficiente por los servicios de Galileo. En juliode 1605, por ejemplo, cuando la familia real aún no se había trasladado a laresidencia de verano y Galileo se alojaba en la casa de su cuñado, Cristina ordenaa Giovanni del Maestro que le mande “al Signor Galilei en la casa de su cuñado,

Por lo tanto, cuando dedica a los Medici el descubrimiento de los satéli-tes de Júpiter (efectuado con el instrumento antes donado a los venecia-nos) y abandona un puesto permanente y bien remunerado en Padua, Gali-leo quebranta el código del honor. Devolver a los venecianos el don generosoque él mismo ha pedido constituye un insulto, sobre todo una vez que lo haaceptado. Y existen pruebas de que incurre en una ofensa aun peor, ya queincumple el protocolo habitual cuando omite presentar una renuncia for-mal al don privilegiado de una cátedra vitalicia en la Universidad de Padua.117

Por consiguiente, es razonable que ya a fines de 1612 Sagredo le escriba:“No es posible creer el disgusto que los hombres demuestran por vuestrapartida, y mucho menos todavía por la manera en que dicen que se produjoesa partida”.118 Algunos que habían sido muy amigos de Galileo, como Venier,se sienten tan ofendidos que incluso amenazan a Sagredo con una rupturasi este último sigue intercambiando correspondencia con Galileo.119

No obstante, si tal transgresión al código de ética marca el fin de larelación de mecenazgo con la República de Venecia, también le sirve a Gali-leo para comenzar una nueva relación con Cosme II, que a su vez tam-bién se desarrolla en torno al intercambio ritual de dones. En efecto, Gali-leo paga con su propio dinero todos los gastos de impresión del Sidereusnuncius y de fabricación de varios telescopios (“producidos con granesfuerzo e inversión”) que obsequia a Cosme y a diversos príncipes y car-denales europeos para que puedan observar los Astros Mediceos.120 Al pare-

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117 La posesión de una cátedra vitalicia no sólo era un privilegio exclusivo, sino queacarreaba un significado simbólico importante más allá de la seguridad de tenerun trabajo de por vida. Al otorgarle la cátedra a Galileo, la República de Veneciatransformaba a un extranjero en un beneficiario vitalicio, casi a la altura de uncompatriota.

118 go, t. xi, N° 813, p. 447.119 Ibid., N° 569, p. 172. Una año más tarde, cuando Venier restablece su relación con

Galileo, le escribe que su partida ha ofendido a muchas personas en Venecia y enPadua, quienes piensan que él debería haber agradecido un don tan excepcional,ya sea aceptándolo o “con algún otro gesto”. Asimismo, Venier le aclara que “losque están en el gobierno, que son muy sabios, no hablan del tema, como si setratara de algo ocurrido en la India” (ibid., N° 591, pp. 215-216).

120 go, t. x, N° 277, p. 298. Aunque los Medici le dan a Galileo doscientos escudospara cubrir los gastos de fabricación de telescopios adicionales y la impresión deuna nueva edición del Sidereus nuncius, este aporte llega cuando ya le hananunciado que el gran duque quiere ofrecerle un puesto en la corte. De hecho,Vinta le comunica a Galileo lo de los doscientos escudos en la misma carta enque le confirma la intención del gran duque de invitarlo a Florencia con untítulo adecuado y sin obligación de dictar clases. En síntesis, Galileo acepta eldinero una vez que el potlatch ha concluido (ibid., N° 311, p. 356).

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acerca de las enfermedades del gran príncipe Carlos de Medici en el otoñode 1604 y de Cosme II en 1614 reciben el mismo tratamiento ofrecido a loshuéspedes de la aristocracia extranjera. Cuando se van de la ciudad, los lle-nan de obsequios, como la famosa cadena de oro, y los envían a sus hoga-res en carruajes pertenecientes a los Medici.124 Fabricius de Acquapendente,el médico amigo de Galileo que se encuentra entre ellos, recibe recom-pensas muy generosas por parte de los Medici en ambas ocasiones; sinembargo, nunca le otorgan el puesto de protomedico de la corte solicitadoen 1608 a través de su amigo.

Aparentemente, los obsequios generosos caracterizaban las relacionesde mecenazgo discontinuas. De hecho, todos los dones entregados a Gali-leo (antes de 1610) y a los distintos médicos invitados por los Medici res-ponden a los protocolos cortesanos que regulan la recepción de visitas.125 Sepodría conjeturar que los talleres artesanales de los Medici funcionabanen su mayor parte como fábricas de obsequios destinadas a la producciónde obras elegantes y valiosas que luego se distribuirían entre los príncipeseuropeos a través de las redes diplomáticas y políticas de la familia o durantelas visitas de los dignatarios extranjeros a la corte florentina.126 Se podríaafirmar también que la distribución de telescopios realizada por Galileomediante las redes diplomáticas de los Medici cae bajo la misma catego-ría.127 Por lo tanto, el intercambio esporádico de dones entre los benefi-

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124 asf, “Diari di etichetta di guardaroba i”, fol. 180: “1 de septiembre de 1604. El Signor Fabricio de Acquapendente, médico de Padua que ha venido a curar al príncipe Carlos, es [alojado] a nuestra expensa en el palacio con tres personasen su mesa y dos sirvientes, atendido por dos de nuestros lacayos. Al díasiguiente es enviado a almorzar en Poggio [a Caiano] y a cenar en la VillaFerdinanda. Al cuarto día se retira para volver a Padua con una de nuestrasliteras, dos mulas de carga y cuatro caballos, acompañado y solventado porAlessandro Berghi, mozo de Madame. Se lleva como obsequio un collar valioso,una pieza de paño, satén negro y otros artículos finos de gran valor”. En 1614,Acquapendente fue convocado de nuevo a Florencia con otros médicos paracurar a Cosme II. La bienvenida, el tratamiento recibido y los obsequios fueron comparables con los ofrecidos en 1604 (asf, “Miscelanea medicea 437”,fols. 34-35).

125 Véanse Fantoni, op. cit., y Giacomina Calligaris, “Viaggiatori illustri edambasciatori stranieri alla corte sabauda nella prima metà del Seicento:Ospitalità e regali”, Studi piemontesi, 1975, pp.151-163.

126 Paola Barocchi, “Introduzione” a la reedición de Giovanni Maggi, Bichierografia,Florencia, spes, 1977, vol. 1, pp. i-xiv; Sir Robert Dallington, Descrizione delloStato del Granduca di Toscana nell’Anno di Nostro Signore 1596, Florencia,All’Insegna del Giglio, 1983, p. 70.

127 Richard Westfall, “Galileo and the Jesuits”, op. cit., p. 35.

telescopio de Felipe IV, para Galileo es importante que en esos veranos nole paguen. De esa manera, puede presentarse como un caballero cuya rela-ción de mecenazgo con los Medici es voluntaria y basada en un intercam-bio recíproco de dones.

Como se observa, los dos intercambios de dones que resultan esencia-les en el proceso de concreción de su vínculo de mecenazgo con los Medicisiguen modelos similares. A cambio del compás militar y la dedicatoriade las instrucciones, los Medici no le dan un objeto de valor monetario: lapieza de tafetán negro para confeccionar un capa no vale lo mismo que eldon entregado por Galileo. Sin embargo, le obsequian un don muchomás preciado: la posibilidad de ser instructor del príncipe. En efecto, el donde Galileo es retribuido mediante el permiso para ingresar en una rela-ción de mecenazgo más estrecha con los Medici. En 1610, cuando el autorle dedica el hallazgo de los Astros Mediceos a Cosme, sucede algo bas-tante parecido: el príncipe retribuye su obsequio con una medalla de oroy una cadena de valor relativamente bajo en comparación con los Astros,123

pero su verdadera recompensa es permitir que Galileo ingrese en unarelación de mecenazgo privilegiada al nombrarlo matemático y filósofoprincipal de la corte.

A juzgar por estas pruebas, el comienzo de todo vínculo permanentecon un gran mecenas está marcado por el reconocimiento del don del bene-ficiario por parte del mecenas, aunque no así por su reciprocidad. De estemodo, el mecenas acepta la existencia de una deuda que no será saldadauna tantum, sino mediante un conjunto de privilegios otorgados periódi-camente con el transcurso del tiempo (por ejemplo, mediante un sala-rio). En estos casos, el don del beneficiario hace las veces de inversión. Dehecho, parece que los mecenas entregaban los dones más conspicuos cuandono querían entablar una relación de mecenazgo muy estrecha. Por ejem-plo, los numerosos médicos convocados a Florencia para pronunciarse

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el Signor Benedetto Landucci [...] 1 pieza de ternera, 2 pollos capones, 6 gallinasy 4 botellas de vino” (asf, “Carte Strozziane”, serie i, 30, fol. 134v). Sobre laintervención de Cristina para conseguirle un puesto administrativo en la corte al cuñado de Galileo, véase go, t. x, N° 205, p. 227.

123 En realidad, se cree que el don del gran duque fue el honor de encargarles lamedalla con la efigie de Cosme y los Astros Mediceos a los artesanos de la corte,pero Galileo tuvo que proporcionarles el oro para que la hicieran (véase go, t. x,N° 326, p. 368). En cierto sentido, el don de Cosme para Galileo es similar aaquello que los grandes aristócratas obsequiaban cuando permitían que suescudo de armas se exhibiera en la casa de sus beneficiarios, siempre a expensasde estos últimos. Véase también la nota al pie 101.

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En efecto, tal vez para los Medici fuera más conveniente otorgar a Gali-leo al tan deseado título de filósofo de la corte, con los correspondientesmil escudos anuales, que retribuirle sus dones con otro obsequio. ¿Quéclase de regalo se habría podido equiparar con lo ofrecido por el mate-mático? Todas las personas importantes de Europa conocían los hallazgosde Galileo y sabían que éste se los había dedicado a los Medici, y muchospersonajes destacados se habían enterado de esto directamente gracias alos telescopios y los ejemplares del Sidereus que el científico les había enviadocomo presente mediante las redes diplomáticas de la familia florentina.Se podría afirmar que, poco a poco, Galileo había involucrado a los Medicien un potlatch. Una vez aceptada la dedicatoria de los Astros Mediceos,Cosme había colocado su propia generosidad y nobleza bajo el escrutiniode todos esos reyes, reinas, duques y cardenales que habían recibido teles-copios de Galileo, y habría sido difícil encontrar un obsequio materialque fuera suficiente para retribuir semejante prodigalidad.

Sin embargo, eran pocos los beneficiarios que lograban tener acceso aeste tipo de mecenazgo, el cual cumple un papel fundamental en la carrerade Galileo dado que le posibilita la obtención del puesto y el título de filó-sofo de la corte, esencial para legitimar el copernicanismo y la física mate-mática. Habida cuenta de la imagen y la condición peculiar del príncipeabsoluto, no sólo era difícil obtener su patrocinio, sino que las reglas deljuego para obtenerlo eran especiales. La diferencia clave yacía en el hechode que el príncipe absoluto no tenía la obligación de aceptar y reconocerlos dones de sus súbditos.

En su tratado de 1624 sobre la corte, por ejemplo, Matteo Pellegrini ana-liza una característica curiosa de esa forma especial de intercambio dedones, una particularidad decisiva para entender la legitimación del abso-lutismo político y la dinámica del mecenazgo en la corte barroca:

Con la eminencia de las Majestades no viene adjunta ninguna obliga-ción hacia sus súbditos. Lo que reciben los grandes príncipes se llamafavor. Su afecto por los súbditos se llama gratia no porque ellos esténagradecidos a dichos súbditos, sino porque es algo que prodigan libre-mente y no obligados por el deber. Los poderosos pueden ignorar elsudor de miles de súbditos sin temer que los llamen injustos.130

Gracias a ese poder absoluto que se le reconoce, el príncipe puede salir delas relaciones de potlatch sin que esto manche su honor. Si decide partici-

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130 Matteo Pellegrini, op. cit., pp. 2-3.

ciarios y sus mecenas de la realeza podría considerarse como un ritual rela-cionado con las visitas. En este marco, se podría concebir a Galileo durantela primera etapa de su carrera como un beneficiario nómade que iba a visi-tar (y llevar obsequios) a los Medici una vez por año, en el verano. Éste esel mismo modelo por el cual Galileo recibe la medalla de oro de los Gon-zaga en ocasión de su visita a Mantua.

El lugar ocupado por los dones en la lógica del mecenazgo explica la fun-ción de los hallazgos científicos llamativos en la carrera de Galileo. Éste nece-sitaba que sus producciones o descubrimientos fueran los suficientementegrandiosos como para servir de dones para sus mecenas. Si bien los AstrosMediceos constituyen el ejemplo perfecto de esto, su papel protagónico enla carrera de Galileo no debe opacar todos los demás dones que éste pro-dujo y distribuyó en su vida. Sus agentes en la corte florentina le recorda-ban continuamente que llevara “novedades para mostrar”128 cada vez queiba a visitar la ciudad, y Galileo trataba de captar su atención adelantandoen las cartas algunas de las novedades que iba a llevar.129 Entre las produc-ciones de Galileo aptas para ofrecerse como dones se pueden mencionar, amodo de ejemplo, la bola que flotaba entre dos líquidos solicitada por Anto-nio de Medici, la calamita obsequiada a Cosme, los diversos hallazgos astro-nómicos que circulaban en forma de enigmas (considerados literalmentecomo dones de desafío), el compás militar, la misteriosa piedra fluorescentede Bolonia, sus diversos libros, el telescopio, el microscopio e incluso suscartas, que a veces se recibían y circulaban como regalos a la manera de lasediciones preliminares y las tiradas especiales en la actualidad.

Cuando las relaciones de mecenazgo cobraban un carácter más perso-nal, esto se reflejaba en un modelo de intercambio de dones menos espo-rádico. En el caso de las cortes, esa situación se daba cuando el beneficia-rio dejaba de ser un visitante ocasional para pasar a ser un cortesano, unintegrante de la familia del príncipe. En estas ocasiones, el mecenas no retri-buía los dones con otros objetos de valor, sino con un contrato y un esti-pendio. Como indican Mascardi y Ciampoli, es el beneficiario quien intenta,mediante el obsequio de dones importantes y a veces sin éxito, colocar almecenas en una relación de mecenazgo a largo plazo, lo cual presenta cier-tas semejanzas con el proceso de venta de títulos nobiliarios. En ciertas con-diciones, dicha opción podía llegar a ser lo mejor para ambas partes.

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128 go, t. x, N° 73, p. 84; N° 119, pp. 142-143.129 Por ejemplo: “...y cuando vaya en el mes de junio, llevaré para el Gran Duque

algunos objetos de estupor infinito sobre esta materia” (ibid., N° 277, p. 302); y“[durante mi próxima visita a Florencia] llevaré conmigo algunas mejoras parael telescopio y tal vez otro invento” (ibid., N° 257, p. 271).

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ter de la deuda se invierte de forma tal que el príncipe se representa comoalguien que no les debe nada a sus súbditos, mientras que éstos se lo debentodo a él.134 Si bien los súbditos tienen la obligación de dar al príncipe abso-luto, como indica Pellegrini, estos dones ya no pueden considerarse des-afíos (es decir, como algo que merece una respuesta), sino que deben con-siderarse tributos unilaterales:135

Los grandes príncipes se comportan como si lo tuvieran todo. Lo quelas otras personas hacen por ellos no se llama beneficio sino obligacióndebida. Reconocerlo es una señal de gratia, no de deuda. Los ciudada-nos comunes son generosos cuando dan; los príncipes son generososcuando aceptan. Cuanto más importantes sean los servicios ofrecidosal gran príncipe, mayor será la gratia de éste al apreciarlos. [...] ¡Ay,destino desagradecido! Servir a los príncipes es asumir una obligacióncon ellos. La generosidad de los individuos comunes hacia los prínci-pes crea una obligación sólo para aquellos que la ofrecen, aunque lospríncipes puedan aceptar complacidos dicha generosidad.136

En este sentido, el príncipe absoluto se asemeja a un dios y, con más exac-titud, a un dios protestante, tan infinitamente poderoso y grandioso quesus beneficiarios en la Tierra no pueden esperar una reacción de él a lo queellos hacen para complacerlo. Esto puede explicar por qué Pellegrini y los

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134 Esta misteriosa anomalía en el modelo de intercambio de dones entre el príncipe absoluto y sus súbditos permite otra inversión interesante: el príncipeconservaba la imagen de poder manteniéndose en deuda (de dones) conaquellos que aceptaba como beneficiarios y ofreciéndoles a cambio ciertosprivilegios a largo plazo. Esta situación remite, mutatis mutandi, a la de losestados modernos que, a pesar de funcionar gracias a la deuda pública,mantienen su soberanía. Tras haber dado lo suficiente al príncipe (o haberinvertido lo suficiente en él), el beneficiario recibe un dividendo anual y/o untítulo. En relación con la dimensión simbólica de un proceso de delegación de poder similar, véase Pierre Bourdieu, “Delegation and political fetishism”, en Language and symbolic power, Cambridge, Harvard University Press, 1991, pp. 203-219 [trad. esp.: “La delegación y el fetichismo político”, en Cosas dichas,Barcelona, Gedisa, 1996, pp. 158-172].

135 Pellegrini diferencia esos dones de los entregados por los súbditos denominando“favores” a estos últimos.

136 Matteo Pellegrini, op. cit., pp. 27-28. El autor del tratado señala otra diferenciaimportante entre los mecenas normales y los príncipes absolutos. Los príncipes nopueden ser “honrados” por sus súbditos. En términos de estatus, los príncipes nopueden siquiera compararse con sus beneficiarios o con los mecenas normales.Por lo tanto, los súbditos sólo pueden servir a sus príncipes absolutos, y éstos a suvez los honran a ellos otorgándoles favores, pero nunca los sirven (ibid., p. 32).

par en el juego, puede dar a entender que lo hace sólo por decisión pro-pia. En cierto sentido, el soberano absoluto es alguien que puede repre-sentarse a sí mismo como ganador de todos los potlatch previos (lo cuales plausible desde el punto de vista histórico por su condición de tal), demanera que resulta inconcebible imaginarlo como perdedor de los potlatchvenideros. La legitimidad del poder absoluto ante los súbditos tiene su raízen esta forma de inducción sutil pero radical: el hecho de que nunca lohayan derrotado se convierte en la imposibilidad ontológica de derrotarlo.Éste es el salto cualitativo que diferencia a un mecenas normal de un prín-cipe absoluto.131

Sobre la base de este supuesto, el príncipe puede rechazar un desafío sinque esto deje una mancha en su honor. Tiene la posibilidad de ignorarlocon condescendencia o de representarlo como un insulto. Un dato intere-sante es que, con el desarrollo del absolutismo político, los autores dedica-dos a los duelos comienzan a postular la ilegitimidad de los desafíos a lospríncipes,132 quienes dejan de ser los primeros entre los nobles y ya no que-dan atados al código de honor de los caballeros, sino que se encuentran porencima de éste. Desafiarlos pasa de ser un gesto de nobleza a ser un delitode lesa majestad.133 Tal representación de la condición extraordinaria delsoberano absoluto podría ser el reflejo en el discurso del poder de un cam-bio sociohistórico específico. Como el desafío a la centralización del poderpolítico que presentaban los grandes señores feudales y otros magnates sehabía visto neutralizado en el campo de batalla y en las competencias de gas-tos conspicuos, también se lo eliminaba en el discurso de la corte absolutista,donde se criminalizaba todo tipo de resistencia al soberano absoluto.

Este cambio discursivo se encuentra vinculado de manera estrecha conotra inversión fundamental. Aunque el poder del príncipe está esencial-mente asentado en los supuestos dones que recibe de sus súbditos, el carác-

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131 Esta y otras consideraciones sobre el discurso del príncipe absoluto se analizancon más profundidad en Louis Marin, Portrait of the King, Minneapolis,Minnesota University Press, 1988.

132 Giancarlo Angelozzi, “Cultura dell’onore, codici di comportamento nobiliari estato nella Bologna pontificia: Un’ipotesi di lavoro”, en Annalli dell’IstitutoStorico Italo-Germanico in Trento 8, 1982, pp. 314-315.

133 Otro argumento recurrente sobre los duelos en general es que dejan de serexpresiones del código de honor aristocrático, al cual el príncipe estaba sometidoen períodos anteriores, y pasan a ser ofensas al poder del Estado y del príncipeabsolutista (Richard Herr, “Honor versus absolutism: Richelieu’s fight againstdueling”, en The Journal of Modern History 27, 1955, pp. 281-285). Véase tambiénla opinión de Francis Bacon sobre este tema en François Billacois, The duel, NewHaven, Yale University Press, 1990, p. 32.

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tidad cortesana, a la cual dicho concepto le daba forma. Es más, el poderdel príncipe se mantenía en tanto y en cuanto éste lograra evitar todotipo de cuestionamientos acerca de su legitimidad; se trataba de un podereficaz en tanto y en cuanto su naturaleza y su legitimidad no fueran objetode preguntas sino más bien de exteriorizaciones en la cultura de la corte yen la conducta cortesana. Así, tanto la oscuridad del concepto de sprezza-tura como el misterio de la fuente de poder del príncipe tenían como obje-tivo proteger dicho poder de los posibles cuestionamientos discursivos.

Como se verá más adelante, las características del discurso del poder enel período del absolutismo político tienen ciertas consecuencias funda-mentales en el tipo de táctica que Galileo diseña para legitimar sus hallaz-gos científicos y su identidad socioprofesional aprovechándose del dis-curso de poder de los Medici. Un ejemplo en particular de esto es la dedicatoriadel Sidereus nuncius a Cosme II, en la que Galileo borra con una modestiaasombrosa todo rastro de sí mismo como autor del excepcional descubri-miento de los satélites de Júpiter, lo cual se podría tomar como un reflejode la estructura de dicho discurso. El hecho de que Galileo se represente nocomo descubridor sino como mero lazo entre la dinastía florentina y losAstros Mediceos, que según él siempre habían estado en el cielo y pertene-cido a los Medici, puede estar indicando que la única manera de que losbeneficiarios atrajeran a un príncipe absoluto como mecenas era ofrecién-dole un don importante y fingiendo que no esperaban nada a cambio. Comoseñala Pellegrini, todo aquello que pudiera dársele a un gran príncipe yaera necesariamente de él o se le debía dar. Los príncipes absolutos se com-portaban como si lo tuvieran todo; por lo tanto, no se podía afirmar queaquello que se les donaba fuera una producción propia del beneficiario.

Este discurso de autoborramiento no pertenece exclusivamente a Gali-leo. En su dedicatoria de los Saggi di naturali esperienze al gran duqueFerdinando II en 1667, por ejemplo, los miembros de la Accademia delCimento escriben:

Desearíamos poder ofrecer algo que no fuera ya suyo, para al menosenorgullecernos de haber entregado una pequeña recompensa y de haberexpresado de alguna manera nuestro agradecimiento por la elección quede nosotros ha hecho Vuestra Alteza, sin que esto fuera suyo en su tota-lidad o por necesidad, pero forzosamente debemos satisfacernos contener dichos sentimientos justos y debidos en nuestros corazones, ya queel fruto de estas nuevas especulaciones filosóficas está tan fuertementearraigado en la protección de Vuestra Alteza que no sólo lo producidohoy por la Academia sino todo aquello que madure en las más famosas

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autores de otros tratados sobre la corte usan el término gratia para des-cribir los atributos del perfecto cortesano. En efecto, que un cortesano reci-biera una recompensa de su príncipe era estructuralmente análogo a queun cristiano recibiera la gracia de Dios, ya que, en ambos casos, las accio-nes del súbdito no podían garantizar la obtención de dicha gracia. Lo únicoque podía hacer el cortesano era actuar como si tuviera la gracia y mostrarmediante símbolos exteriores que había sido “elegido”.137 De eso se trata laindiferencia o sprezzatura cortesana. En última instancia, la “salvación” delcortesano depende únicamente del príncipe.

Como señala Louis Marin en un contexto diferente, el uso de metáforasreligiosas en el discurso de la corte barroca indica que la legitimidad delpoder detentado por el soberano absoluto no es algo que se explique, sinomás bien algo que se convierte en un “misterio”: un secreto de Estado.138 Lapregunta por el poder absoluto del príncipe, aunque dicho poder pro-venga directamente de los dones que sus súbditos le otorgan, es respon-dida de la misma manera que la pregunta religiosa por la naturaleza de Dios:se trata de un misterio que excede la comprensión de los súbditos. Así comolos desafíos al príncipe absoluto se convierten en delitos de lesa majestad,las inquietudes sobre la fuente de su poder se desvían representándolas comopreguntas sobre un misterio sagrado. Si lo súbditos no entienden por quéel poder del príncipe es absoluto, eso no es problema del príncipe. Lo únicoque pueden hacer ellos es contemplar con asombro ese misterio tan inson-dable y sentirse insignificantes ante él. Si no, se los considera herejes o delin-cuentes, como a aquellos que osan desafiar ese poder.

Todo esto brinda una perspectiva interesante para analizar los significa-dos diversos y siempre elusivos de la sprezzatura en los tratados de la épocasobre la corte. Se puede suponer que la sprezzatura, la esencia de la corte-sanía, tenía que presentarse como algo que, en última instancia, de safiabala descripción verbal. Era necesario que se tratara de un concepto oscuroporque personificaba el misterio mismo del poder del príncipe y de la iden-

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137 Queda claro que esto constituye una herramienta muy poderosa de controlsocial y cultural para el príncipe, ya que le permite generar conformismo sin lanecesidad de recompensarlo.

138 Louis Marin, op. cit., y Ernst Kantorowicz, “Mysteries of State: An absolutistconcept and its Late Medieval origins”, en The Harvard Theological Review 48,1955, pp. 65-91 [trad. esp: “Secretos de Estado: un concepto absolutista y sustardíos orígenes medievales”, en Revista de Estudios Políticos, Madrid, Instituto deEstudios Políticos, marzo-abril de 1959]. Obviamente, esto sucede con lasrepresentaciones oficiales o ceremoniales. Los diarios de los cortesanos y losescritos de los periodistas políticos de la época presentan una imagen muchomenos divina del poder del príncipe.

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den del príncipe del mismo modo en que la existencia del río depende delmanantial.141 En otras palabras, la corte barroca no constituye un buenlugar para el individualismo y el concepto moderno de autor.142 Si los comen-tarios de Pellegrini sobre la esfera del poder se hacen extensivos a la esferade la autoría, resulta evidente que en la corte barroca existe un solo autorprimordial: el príncipe.

el mecenazgo y las redes científicas

La primera carta conocida de Galileo data del 8 de enero de 1588. Está diri-gida a Cristóbal Clavio, profesor principal de matemáticas del ColegioRomano de los jesuitas, y fue entregada por Cosimo Concini, un mecenasflorentino de Galileo, hijo y sobrino de los dos primi segretari de los Mediciy hermano de Concino Concini, que contaba con el favor de la reina Maríade Medici. En ese año, Cosimo Concini era un joven funcionario eclesiás-tico del papa Clemente VIII. En su carta, Galileo le dice a Clavio que si leenvía la respuesta a través de Concini, no sólo tendrá la certeza de que éstallegará a sus manos en Florencia, sino que también ese gesto ayudará a aumen-tar el reconocimiento de Galileo por parte de su mecenas. En efecto, al reci-bir una carta para su beneficiario de manos de un jesuita importante, Con-cini se daría cuenta de que éste poseía buenos contactos.143 Aunque Claviono envía su respuesta a Florencia por medio de Concini, sí le escribe a Gali-leo que procurará hablarle a éste sobre su amistad.144 Incluso en esos pri-meros documentos epistolares acerca del centro de gravedad de los sólidos,ya se detecta cierta interacción entre mecenas y beneficiario, o entre dosmecenas, con el correspondiente intercambio de símbolos de estatus.145

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141 Torcuato Tasso, op. cit., p. 13.142 Es importante destacar la especificidad histórica de este proceso. La situación

del autor parece distinta en la corte renacentista, donde algunos beneficiariosexcepcionales no caen en la necesidad de efectuar dicho borramiento retórico paraverse representados como autores legítimos. Tal es el caso, por ejemplo, de MiguelÁngel, que logra conservar una relación estrecha con su propiedad intelectual.

143 go, t. x, N° 88, pp. 22-23. Sobre Cosimo Concini, véase Paolo Malanima,“Cosimo Concini”, en Dizionario biografico degli italiani, op. cit., pp. 730-731.

144 go, t. x, N° 9, pp. 24-25.145 ¿Qué motiva la amabilidad de Clavio hacia Galileo? Se podría presentar la

siguiente interpretación tentativa de la “microfísica del mecenazgo” en estarelación: Concini era un funcionario eclesiástico bastante importante; por lo tanto,si la amistad de Galileo con Clavio impresionaba a Concini, eso significaba que

escuelas de Europa [...] será debido sucesivamente a Vuestra Alteza comodon de su beneficencia.139

Si Galileo o la Accademia hubieran destacado su carácter de autores o dedescubridores de algo excepcional, el don podría haber tenido consecuenciasno deseadas. Paradójicamente, si uno quería que lo aceptaran como bene-ficiario privilegiado de un soberano absoluto, tenía que entregarle donesextraordinarios, pero no podía entregarlos como si realmente le pertene-cieran a su autor o descubridor porque ese gesto se podía interpretar comoun desafío al príncipe y, en consecuencia, podía poner en peligro el accesoa la relación de mecenazgo al mismo tiempo que la credibilidad y la legi-timación del potencial beneficiario. En ese caso, el beneficiario habría apa-recido como un ser insignificante cuyo ego desproporcionado lo confun-día al punto de hacerlo olvidar que nadie podía obsequiarle al príncipe algoque ya no fuera de él.140 Por lo tanto, en el marco de una relación de mece-nazgo dentro de la corte, el autor científico sólo podía obtener la legiti-mación que buscaba mediante un borramiento de su propia voz autoral.Para ser un autor legitimado, había que presentarse como una especie deagente (o tal vez un profeta) del príncipe absoluto.

Ahora bien, hacía falta una gran habilidad para recorrer esa línea del-gada que dividía el borramiento de la voz autoral y la presentación deltrabajo y los hallazgos obsequiados como dones excepcionales, dignos dela apreciación y el reconocimiento de un príncipe absoluto como Cosme.Aunque Galileo contaba con una gran aptitud para esta suerte de equili-brismo cortesano, el discurso del príncipe absoluto tenía sus ventajas ysus desventajas en el caso de un científico como él. Si bien le brindaba untipo de legitimación social y cognitiva que ninguna otra autoridad le podíaconferir, también imponía ciertas limitaciones importantes al momentode darle forma a la identidad científica del autor. Como lo describe Tassoen su diálogo sobre la corte, el honor y la reputación del cortesano depen-

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139 Saggi di naturali esperienze fatte nell’Accademia del Cimento, Florencia, Cocchini,1667, pp. 3-4, traducción de W. E. Knowles Middleton, The experimenters,Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1971, p. 87.

140 Aunque Kepler no dedica su trabajo sobre el cristal de nieve de seis ángulos alemperador Rodolfo II sino a su consejero Johannes Matthæus Wacker, y enningún momento niega que su descubrimiento haya sido posibilitado por sumecenas, al mismo tiempo destaca la nimiedad y el carácter en extremo efímerode su don con las siguientes palabras: “Me imagino que para Vuestra Señoría unregalo debe ser mejor, y mejor recibido, entre más se acerque a la nada”(Johannes Kepler, On the Six-Cornered Snowflake, Oxford, Clarendon Press,1966, p. 3).

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Con el mismo propósito, los mecenas también iniciaban y conducíandisputas científicas. Tanto en Europa como en otras sociedades de la época,ser digno de recibir un desafío era símbolo de nobleza.148 Los desafíos cons-tituían una especie de don y viceversa, y aunque era mejor ganar un dueloque perderlo, el hecho de ser desafiado era importante en sí mismo puesimplicaba un reconocimiento de estatus. Morir en un duelo era un sím-bolo de honor. Por lo tanto, los duelos (y las disputas científicas) forma-ban parte de una economía social del honor y del estatus,149 y la línea queseparaba las comunicaciones entre científicos de los desafíos o disputaspodía ser muy delgada.150

Sagredo, el principal mecenas patricio de Galileo durante sus años enPadua, proporciona otro ejemplo de una iniciativa de diálogo científicoimpulsada de esta manera. El 20 de diciembre de 1602 le escribe a Galileoque el Senado veneciano (donde la familia Sagredo tiene un representante)piensa enviar un funcionario a Inglaterra, y que pretende mandarle unacarta por su intermedio a William Gilbert, el famoso filósofo naturalista.En el mismo escrito le ofrece a Galileo incluir todas las preguntas que éstepueda tener sobre el trabajo De magnete de Gilbert. De hecho, el aportede Galileo será muy bien recibido, dado que Sagredo confiesa no estar muy

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148 Pierre Bourdieu, “The sentiment of honour in Kabyle society”, en J. G. Peristiany(ed.), Honour and shame, Chicago, University of Chicago Press, 1966, pp.191-241

[trad. esp.: “El sentimiento de honor en la sociedad de Cabilia”, en J. G. Peristiany(ed.), El concepto de honor en la sociedad mediterránea, Barcelona, Labor, 1968,pp. 175-224], y Pierre Bourdieu, Outline of a theory of practice, op. cit., pp. 1-29;Clifford Geertz, “Deep play: Notes on the Balinese cockfight”, en Theinterpretation of cultures, Nueva York, Basic Books, 1973, pp. 412-453 [trad. esp.:“Juego profundo: Notas sobre la riña de gallos en Bali”, en La interpretación delas culturas, Barcelona, Gedisa, 1988]. El análisis de Clifford Geertz sobre lasignificación social de la riña de gallos en Bali indica que las apuestas son unaespecie de duelo donde, en vez de morir la persona, muere el gallo, pero que senecesitan periódicamente para mantener el modelo de estratificación social de lacomunidad. Esto resulta pertinente ya que, según Geertz, lo que importa no esganar, dado que las apuestas casi siempre son uno a uno, sino demostrar enpúblico que uno apuesta y “acepta el desafío”, es decir, que uno se posicionacomo alguien “digno de ser desafiado”.

149 Además de los trabajos citados sobre los duelos, véase Francesco Erspamer, Labiblioteca di Don Ferrante: Duello e onore nella cultura del Cinquecento, Roma,Bulzoni, 1982.

150 Sobre este tema, véanse Steven Shapin, “A scholar and a gentleman”, en History ofScience 29, 1991, pp. 279-327, A social history of truth, Chicago, University ofChicago Press, 1994; y Mario Biagioli, “Scientific revolution, social bricolage, andetiquette”, en Roy Porter y Mikulas Teich (eds.), The scientific revolution innational context, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 11-54.

Esta situación es sólo un ejemplo entre muchos otros. En mayo de 1600,el mismo Concini, que para entonces se desempeña como embajador de losMedici en la corte de Rodolfo II de Praga, le habla a Tycho Brahe de Gali-leo, un matemático florentino muy inteligente pero bastante desconocido.Si bien es cierto que en ese momento Tycho desea establecer contacto conlos matemáticos italianos,146 los elogios de Concini deben haber sido efica-ces como para que un aristócrata tan arrogante se decida a escribirle unacarta a Galileo con el fin de “sentar las bases para una amistad”.147 En estecaso, lo que está en juego es mucho más que un simple contacto entre astró-nomos. Galileo no le había pedido a su mecenas Concini que le presentaraa Tycho; lo más probable es que el mismo Concini haya querido hacer galaante Tycho del gran joven matemático que estaba apadrinando.

La correspondencia de Galileo ofrece muchos otros ejemplos de casosen que los mecenas cumplen la función de generar y conservar relacionesentre los científicos. El actuar como lazo con otros científicos constituyeun paso más del proceso general de incremento del estatus que favorecetanto a los mecenas como a sus beneficiarios. Y, como sucede con Concinien Praga, Galileo no siempre es el motor de esas estrategias. Con frecuen-cia, los mecenas establecen contactos en nombre de sus beneficiarios sinque éstos se lo pidan, para mejorar su propia imagen. Como ya se ha men-cionado, los intermediarios presionaban a sus beneficiarios con el objetoconservar o ampliar sus propias redes sociales.

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este último le reconocía una posición elevada a Clavio. Y el mero reconocimientode dicha posición elevada confirmaba el estatus de Clavio (según Concini). Éstepodría ser el beneficio recibido por Clavio en el intercambio simbólico, aunqueConcini también obtiene lo suyo. En efecto, su propio estatus se ve confirmado (o incluso elevado) cuando una persona de renombre como Clavio reconoce demanera explícita un vínculo de amistad con uno de sus beneficiarios, es decir, conalguien de menor estatus. El resultado de este intercambio simbólico es que elestatus de Galileo se ve confirmado en relación con Clavio y claramente elevado en relación con Concini. Este beneficio que consigue Galileo está conectado con elcontenido de su carta para Clavio, ya que además de proponer en ella un teoremasobre el centro de gravedad de los cuerpos a partir de la rotación de las seccionescónicas, Galileo se somete voluntariamente a la decisión de Clavio como juez de suteorema. A su vez, eso constituye un don que Clavio retribuye ayudando a mejorarla imagen de Galileo ante los ojos de Concini.

146 En esa época, Tycho estaba buscando a alguien que escribiera su biografía dehomenaje, la cual probablemente quería usar para aumentar su prestigio conRodolfo II (Stillman Drake, Galileo at work, Chicago, University of ChicagoPress, 1978, p. 50). Tal vez éste sea uno de los motivos por los cuales acepta larecomendación de Concini y entabla una amistad con Galileo.

147 go, t. x, N° 70, p. 79.

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similar. Como en el caso de Kepler, los telescopios no llegan directamentea los astrónomos sino que casi siempre pasan primero por las manos desus mecenas de la aristocracia.155

La dedicatoria de las Conversaciones con el mensajero sideral a Julián deMedici, que se desempeña como embajador de Florencia en Praga tras latransferencia de Concini a la corte española, ofrece indicios interesantesacerca del modo en que las redes científicas con frecuencia se encuentraninmersas en las redes de mecenazgo de la nobleza. Kepler reconoce que haobtenido su ejemplar del Sidereus de manos de Julián de Medici, y men-ciona que el 13 de abril lo citaron al palacio de los Medici en Praga paraleerle la invitación de Galileo a responder a dicha obra, una invitación refor-zada por las “propias exhortaciones” del embajador.156 Cabe destacar enton-ces que Kepler no recibe la invitación directamente de parte de Galileo,sino que se la lee el embajador de los Medici, con lo cual ésta constituyeun híbrido de una instancia de comunicación privada entre Galileo y Keplercon una solicitud oficial de los Medici hacia el matemático imperial. Elhecho de que el diálogo entre Galileo y Kepler está mediado y legitimadopor la relación existente entre las familias Medici y Habsburgo se confirmacon dos datos: por un lado, Kepler considera que Galileo es “empleado delos Medici” y, por el otro, le dedica sus Conversaciones al “embajador delpríncipe de Medici, gran duque de Toscana y miembro de la familia Medicipor nacimiento”, quien “requirió de mí este servicio”.157 En el mismo sen-tido, cuando Galileo usa las Conversaciones de Kepler en la primavera de1610 para demostrar el reconocimiento internacional de sus hallazgos y eli-minar las dudas que los Medici le han transmitido sutilmente por medio

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155 En go, t. x, N° 386, p. 427 se menciona que Kepler utiliza el telescopio enviadopor Galileo a su mecenas, el elector de Colonia. Más adelante comienza a usar eltelescopio del emperador, que era de mejor calidad. Este modelo de distribuciónya había sido descrito por Richard Westfall en “Galileo and the Jesuits”, op. cit., p. 35, y por Albert Van Helden en su traducción del Sidereus nuncius (Chicago,University of Chicago Press, 1989, p. 92) [trad. esp.: El mensajero de los astros,Buenos Aires, Eudeba, 1964].

156 Edward Rosen (ed.), Kepler’s conversation with Galileo’s sidereal messenger,Nueva York, Johnson, 1965, pp. 3-4 [trad. esp.: Galileo Galilei y Johannes Kepler,La gaceta sideral: conversaciones con el mensajero sideral, Madrid, Alianza, 2007].Cabe destacar que en ese momento, Galileo era un beneficiario oficial de losMedici, pero aún no se encontraba a su servicio, como sostiene Kepler en sutexto. Esto podría ser una señal de los frutos que había rendido el esfuerzo deGalileo por oficializar su posición usando las redes diplomáticas de los Medicipara distribuir sus telescopios y sus ejemplares del Sidereus nuncius.

157 Ibid., p. 4.

familiarizado con la obra de Gilbert.151 Por lo tanto, al tratar de establecerun vínculo entre Galileo y Gilbert, lo que Sagredo pretende en realidad esaprovechar las facultades de su beneficiario para presumir de su propiosaber. Al final, su estrategia funciona. En febrero de 1603, Gilbert le escribelo siguiente a su amigo Barlow:

Vino de visita un hombre muy sabio, secretario de Venecia y enviadopor ese Estado, que fue recibido con honores por su majestad y metrajo una carta en latín de un caballero veneciano muy instruido, denombre Johannes Franciscus Sagredus, experto en magnetismo, queha departido con varios especialistas venecianos y con los profesoresde la Universidad de Padua.152

Por último, se puede citar también la función cumplida por los embaja-dores de los Medici al distribuir telescopios y ejemplares del Sidereus nun-cius por toda Europa como otro caso en que la institución del mecenazgofacilita el desarrollo de la comunicación científica. En general, los libros deGalileo llegan a los embajadores, los príncipes y los cardenales para luegoreenviarse a los matemáticos, acompañados usualmente de un pedido deopinión. Kepler, por ejemplo, recibe el Sidereus nuncius de manos del emba-jador de los Medici en Praga, mientras que Johannes Zugmann lee el ejem-plar de su mecenas, el elector de Colonia, y el astrónomo Ilario Altobellise queda con el libro que le han obsequiado al cardenal Conti.153 Para losotros textos de Galileo también valen las mismas consideraciones. En1619, por ejemplo, el jesuita Cristóbal Scheiner recibe un ejemplar delDiscurso sobre los cometas de Galileo y Guiducci que le envía Leopoldo deAustria, un mecenas importante de Galileo.154 La distribución de los teles-copios creados por el matemático florentino también sigue un modelo

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151 go, t. x, N° 89, p. 101.152 Citado en Antonio Favaro, “Adversaria galileiana, serie quarta: Giovanfrancesco

Sagredo e Guglielmo Gilbert”, en Atti e memorie della R. Accademia di Scienze,Lettere ed Arti in Padova, serie 35, 1918-1919, pp. 12-15. Véase también Edgar Zilsel,“Origins of Gilbert’s scientific method”, en P. P. Wiener y A. Noland (eds.), Rootsof scientific thought, Nueva York, Basic Books, 1957, p. 247, nota 36.

153 Sobre la recepción del Sidereus nuncius por parte de Kepler en Praga, véase go, t.x, N° 296, pp. 318-319; para el caso de Zugmann, véase ibid., N° 303, pp. 344-345; ypara el caso de Altobelli, véase ibid., N° 294, p. 317.

154 go, t. xii, N° 1418, p. 489. También es Leopoldo quien le hace llegar a Galileo eltratado sobre los cometas de Remo y quien lo ayuda a obtener un ejemplar delEpítome de Kepler, prohibido en Italia desde el edicto de 1616 (ibid., N° 1403, p.469; N° 1413, p. 481; N° 1417, pp. 484 y 488).

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tamente entre sí, sino que lo hacen por medio de dos aristócratas impor-tantes: Welser y, en menor medida, Cesi. Es claro que Concini, Julián deMedici, Sagredo, Cesi y Welser no son simples mensajeros, y que Galileono emplea las redes de comunicación diplomáticas o aristocráticas ya exis-tentes sólo porque le resulte cómodo.

En sociedades tan marcadamente jerárquicas y organizadas en funcióndel estatus como la de la modernidad temprana en Europa, no es posibletrazar una línea divisoria entre la posición social y la credibilidad. El usode los contactos diplomáticos con personas que comparten el estatus delpríncipe al que representan le sirve a Galileo para adquirir credibilidad.162

Y es gracias a la institución del mecenazgo que Galileo puede acceder aConcini, Sagredo y Julián de Medici. Si resulta un poco ingenuo imaginarque la credibilidad científica se relaciona únicamente con el reconocimientode los pares, incluso en la ciencia moderna, esa idea es aun más errónea yengañosa cuando se la aplica para dar cuenta de cómo se construyen lareputación y la legitimación en la ciencia de la modernidad temprana. Seríaútil suspender por un momento la suposición naturalizada de que Galileo,Kepler y Clavio se ganaron sus títulos sólo gracias a la buena calidad de sulabor científica y reemplazarla por la idea de que esos títulos y sus mecenaslos ayudaron también a obtener credibilidad en el plano de su disciplina.Esta conexión entre la credibilidad y el estatus o las relaciones de mecenazgose puede comprobar en las palabras que emplea Tycho cuando destaca lacredibilidad de Christoph Rothmann al citar sus observaciones de los cam-bios en la latitud de las estrellas para confirmar las propias: Rothmann escreíble porque es el “matemático del landgrave”.163

Sin embargo, también sería una ingenuidad considerar a las redes demecenazgo como simples recursos que los beneficiarios astutos puedenexplotar para cumplir sus objetivos. Está documentado que estas redes con-figuraban y movilizaban a los beneficiarios tanto como se veían moviliza-das por ellos. En los últimos tiempos, y gracias a la labor de Bruno Latoury Michel Callon, ha surgido una categoría de gran importancia para la inter-pretación de la dinámica de la ciencia moderna: se trata de la red confor-mada en torno al laboratorio.164 El análisis de las redes que se expone en elpresente trabajo difiere de la visión de Latour en tanto no las trata comomeros recursos sino como instituciones de autoconstrucción. Sin embargo,

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162 go, t. x, N° 277, pp. 298-299, 301; N° 284, p. 308.163 Victor E. Thoren, The Lord of Uraniborg, Cambridge, Cambridge University

Press, 1990, p. 293 y nota 113 (énfasis del original).164 Bruno Latour, Science in action, Cambridge, Harvard University Press, 1987,

pp. 179-257 [trad. esp.: Ciencia en acción, Barcelona, Labor, 1992].

de Vinta, no hace mención de Kepler por su apellido, sino que se refiere al“matemático del Emperador”.158

La formalidad con que se expresan ambos científicos da cuenta de queCosme II y Rodolfo II tienen una intervención en el vínculo entre Galileo yKepler. Es más, una carta de Martinus Hasdale a Galileo revela que el mismoemperador Rodolfo le había pedido su opinión a Kepler sobre el Sidereusnuncius, del cual había recibido un ejemplar entregado por el embajador delos Medici.159 En diciembre de 1618 se constata un modelo de situación simi-lar, cuando el rey de Francia le pide a su matemático Jacques Aleaume queobserve un cometa visible en ese entonces, a lo que Aleaume le contesta quesu telescopio no sirve para eso y que debería hacerle el pedido al gran duque,ya que sólo él, por medio de Galileo, podía responder sus inquietudes.160

La comunicación entre Kepler y Galileo no se entabla desde su posi-ción de científicos independientes, sino desde su lugar de beneficiarios y,por lo tanto, representantes del emperador y del gran duque, respectiva-mente. Del mismo modo, Galileo no le escribe directo a Gilbert. Su men-saje, sea cual sea, le llega de manos de Sagredo y del Senado veneciano. Ensíntesis, los intercambios científicos de Galileo y Kepler están legitimadosy, en algunos casos, impulsados por sus propios mecenas.161 Como se ana-lizará más adelante, el mismo modelo se repite en el intercambio sobre lasmanchas solares entre Galileo y Scheiner, quienes no se comunican direc-

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158 go, t. x, N° 307, p. 349.Vinta también usa el título de “Matemático delEmperador” para referirse a Kepler cuando analiza con Galileo la necesidad deque éste viaje a Roma a principios de 1611 para obtener la legitimación definitivade sus descubrimientos. El secretario comprende que no es la trayectoriapersonal de Kepler sino su título lo que le dará credibilidad a Galileo y, por lotanto, a los Astros Mediceos (go, t. xi, N° 464, p. 28). Asimismo, Vinta reconoceque la credibilidad de los jesuitas está ligada directamente con el hecho de ser“los Kepler del Papa”, con lo cual el viaje a Roma de Galileo no se le ocurre comoun modo de acallar los rumores posibles sobre las insinuaciones heréticas delhallazgo de Galileo, sino como una manera de legitimar su estatus empírico(ibid., N° 464, pp. 28-29).

159 go, t. x, N° 291, p. 314.160 go, t. xii, N° 1362, p. 428.161 Sobre la función del príncipe como impulsor de la comunicación entre

científicos, véase también Bruce Moran, “Science at the Court of Hesse-Kassel:Informal communication, collaboration, and the role of the Prince Practitionerin the Sixteenth Century”, disertación de doctorado para la University ofCalifornia, Los Ángeles, 1978; “Wilhelm IV of Hesse-Kassel: Information,communication and the aristocratic context of discovery”, en Thomas Nickles(ed.), Scientific discovery: Case studies, Dordretch, Reidel, 1980, pp. 67-96, y“Privilege, communication, and chemistry: The Hermetic-Alchemical Circle ofMoritz of Hesse-Kassel”, en Ambix 32, 1985, pp. 110-126.

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En efecto, el astrónomo danés no concibe la cuestión como lo que actual-mente sería una acusación de plagio, sino como un insulto más que debetratarse según lo que dicta el código de honor de la aristocracia. Si Ursushubiera sido de origen noble en vez de campesino, lo más probable es queTycho hubiese intentado saldar la disputa mediante un duelo. En este caso,al igual que en la posterior controversia entre Galileo y Capra sobre lacreación del compás militar o en el intercambio de desafíos [cartelli] entreTartaglia y Ferrari, lo que estaba en juego era el “honor” más que la “cre-dibilidad científica”.168

Kepler, cuyos elogios a Ursus en una carta de años atrás lo habían invo-lucrado embarazosamente en la controversia, se ve obligado por Tycho,que es su mecenas, a refutar las afirmaciones de Ursus para restaurar elhonor del danés. Al principio, intenta evitar la situación desagradable dicién-dole a Tycho que su nobleza quedará más en evidencia si directamenteignora la cuestión.169 Aunque el argumento de Kepler puede parecer opor-tunista, es por completo aceptable. De hecho, según los códigos de honorde la época, cualquier tipo de respuesta por parte de Tycho habría sidointerpretada como una aceptación implícita del desafío de Ursus, y ésteno merecía semejante reconocimiento.

Además de encomendarle a Kepler la restitución de su honor en el planosocial tanto como en el astronómico, Tycho intenta que se le inicie un jui-cio a Ursus. Sin embargo, esto no es así porque lo considere culpable deuna simple falta a lo que hoy llamaríamos el derecho de propiedad inte-

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comparte con la propuesta de Latour la idea de alejarse de las concepcio-nes de la actividad científica como el simple quehacer de un grupo de parespara acercarse a una comprensión de la credibilidad en tanto elemento vin-culado a la posición del científico dentro de esas redes de poder y conoci-miento. En especial, este análisis de las redes de mecenazgo y correspon-dencia se propone demostrar que, en una época en la que no existían loslaboratorios ni las instituciones científicas, con excepción de los museos,los jardines botánicos y los anfiteatros de anatomía, las redes científicas semodulaban en función de las redes diplomáticas y de la institución del mece-nazgo. Los núcleos de poder de dichas redes no eran los laboratorios sinolas cortes y los mecenas de la aristocracia, como Cesi, Welser o Peiresc.165

el mecenazgo y el protocolo de las disputas científicas

Durante la modernidad temprana, la relación entre la posición social, elhonor y la credibilidad que se describe en el apartado anterior moldea ladinámica de las disputas científicas, que en realidad se asemejan a losduelos.166 Esta afirmación no se deriva solamente del análisis de la carrerade Galileo. Otro ejemplo de ello es la contienda encarnizada entre Tychoy Ursus sobre la autoría del esquema planetario que se conoce como “modelode Tycho”. En ese marco, se observa que Tycho no percibe la existencia deun límite claro entre las afrentas personales y las disputas científicas.167

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165 Para un análisis latouriano de las redes de correspondencia en Inglaterra duranteel siglo xvii, véase Robert Iliffe, “In the Warehouse: Privacy, property, andpriority in the early Royal Society”, en History of Science 30, 1992, pp. 29-68, y“Author-Mongering: the ‘editor’ between producer and consumer”, en A.Bermingham y J. Brewer (eds.), The consumption of culture 1600-1800: Image,object, text, Londres, Routledge, 1997. Sobre la práctica de la correspondenciaepistolar en Italia durante el siglo xvi y principios del siglo xvii, véase AmedeoQuondam (ed.), Le “Carte Messaggiere”, Roma, Bulzoni, 1981. Véase también LisaT. Sarasohn, “Nicolas-Claude Fabri de Peiresc and the patronage of new sciencein the Seventeenth Century”, en Isis 84, 1993, pp. 70-90.

166 Para un ejemplo más tardío de las disputas científicas basadas en el honor, véaseDavid Harley, “Honour and property: The structure of professional disputes inEighteenth-Century English medicine”, en Andrew Cunningham y Roger French(eds.), The medical enlightenment of the Eighteenth Century, Cambridge,Cambridge University Press, 1990, pp. 138-164.

167 Nicholas Jardine y Edward Rosen ya han presentado un análisis pormenorizadode esta disputa, mientras que Owen Gingerich y Robert Westman han aportadonuevas evidencias. Véanse Nicholas Jardine, The birth of history and philosophy

of science, Cambridge, Cambridge University Press, 1984; Edward Rosen, Threeimperial mathematicians, Nueva York, Abaris Books, 1986; Owen Gingerich y Robert Westman, “The Wittich connection: Conflict and priority in LateSixteenth-Century cosmology”, en Transactions of the American PhilosophicalSociety 78, parte 7, 1988.

168 En la correspondencia de Galileo, la palabra honore se usa de manera sistemáticapara designar a la credibilidad científica y al honor propiamente dicho, lo cualindica que la identidad socioprofesional del científico como tal aún no se habíadesarrollado. Véase, por ejemplo, go, t. x, N° 23, p. 9. Las referencias al honore(muchas veces usado como sinónimo de fama) se tornan bastante frecuentesdurante la disputa de Galileo con Capra (ibid., N° 154, p. 172; N° 156, p. 174; N° 160, pp. 177-178; N° 162, p. 179). Véase también Enrico Giordani (ed.), I seicartelli di matematica disfida di Lodovico Ferrari coi sei contro-cartelli in rispostadi Niccolò Tartaglia, Milán, Luigi Ronchi, 1876.

169 En una carta a Maetlin sobre la controversia entre Tycho y Ursus, Kepler escribe:“No me parece digno de la talla de Tycho estar tan perturbado y enojado por eseacto de menosprecio” (Nicholas Jardine, The birth…, op. cit., p. 19). Tycho nocoincide con Kepler. En sus palabras: “No es cierto que este hombre tonto mehaya perturbado más que lo permitido por mi estatus” (ibid., p. 23).

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nombre de Girolamo Muzio, uno de los principales expertos en duelos ycuestiones de honor de Italia, autor de Il duello, un tratado sobre el temaque fue publicado varias veces en su país, se tradujo al español y tuvotres ediciones francesas.175 Es más, hace unos años, un historiador afirmóque la obra de Muzio era el tratado sobre duelos “más conocido de todos”.176

Por lo tanto, la presencia de Muzio en la lista de testigos indica que talvez Cardano y Ferrari le hayan consultado cómo responder al ataque deTartaglia sin perder el honor.

El hecho de que Cardano usara a Ferrari o Tycho usara a Kepler no eraalgo fuera de lo común. Se puede suponer que Commandino usa a Tom-maso Leonardi para criticar a Tartaglia debido a la brecha existente entresu propio nivel aristocrático y el nivel mucho más bajo de Tartaglia.177

Pierre Bourdieu ha descubierto que en la sociedad cabilia del norte afri-cano, las familias nobles tienen un “hombre pobre” en su hogar con elobjeto específico de transmitirle a él los desafíos que puedan recibir deotras personas pertenecientes a las clases más bajas.178 Delegar la respuestadel desafío a un beneficiario de posición social inferior no es solamente unmodo de coincidir con el estatus del rival, sino que a veces constituye unaforma deliberada de insultarlo, como sucede en el caso de Voltaire, que des-afía al Chevalier de Rohan y termina azotado por sus lacayos.179

En la carrera de Galileo se encuentran varios ejemplos comparables. Susmecenas y amigos lo instan a responder sin demora los desafíos, pero noquieren que su adalid se involucre en duelos científicos con personas demenor estatus. En octubre de 1612, Cigoli le escribe a Galileo que los ata-ques a su estudio sobre la flotabilidad “merecen ser respondidos por alguienmás joven, o al menos que así lo parezca”.180 Cesi comparte la opinión deCigoli al sostener que

siempre tuve la opinión de que Su Señoría no debería responder a susadversarios, mas debería hacer que les respondiera alguien joven, paramortificarlos; y aquellos que respondieran podrían ser ayudados [por

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175 Sobre la identidad de Girolamo Muzio y Mutio Iustinopolitano, véanse FrançoisBillacois, op. cit., p. 251; y Giancarlo Angelozzi, op. cit., p. 308, nota 7.

176 V. G. Kiernan, The duel in European history, Oxford, Oxford University Press,1988, p. 48 [trad. esp.: El duelo en la historia de Europa, Madrid, Alianza, 1992].

177 Mario Biagioli, “The social status...”, op. cit., p. 64; y Paul L. Rose, “Lettersillustrating the career of Federico Commandino”, en Physis 15, 1973, pp. 401-410.

178 Pierre Bourdieu, “The sentiment of honour...”, op. cit., p. 206.179 V. G. Kiernan, op. cit., p. 98.180 go, t. xi, N° 778, p. 410.

lectual. Puesto que Ursus había manchado su honor, Tycho considerabaque lo debían condenar a muerte.170 Como es el matemático de RodolfoII, convence a su patrón de que arme un comité de dos juristas y dos baro-nes, en vez de dos matemáticos, para investigar el delito de Ursus. Pordesgracia, nunca se sabrá cuál habría sido la sentencia, ya que Ursus mueredurante la investigación. Sin embargo, lo que sí se sabe es que sus librosson embargados y quemados en público.

El ejemplo de Tycho no puede minimizarse atribuyéndoselo a su malgenio ni a su afición por los duelos, aunque ambas características seanconocidas.171 En efecto, el intercambio de seis cartelli di matematica dis-fida que tuvo lugar en los años 1547 y 1548 entre los matemáticos NiccolòTartaglia y Girolamo Cardano con la intervención de Ludovico Ferrarise asemeja a la controversia entre Ursus y Tycho. Como Tartaglia se sienteofendido en su honor cuando Cardano no retribuye el don de la solu-ción para las ecuaciones cúbicas, lo ataca en el libro Quesiti et inventionidiverse de 1546. Cardano, que detenta un estatus socioprofesional muchomás elevado, no acepta el desafío, sino que se lo traslada a su discípulo, osea, a Ferrari.172 En el primer cartello, Ferrari expresa con claridad el deberde salvar el honor de su mecenas: “He decidido exponer públicamentevuestro engaño o, mejor dicho, vuestra naturaleza maligna, no sólo paradefender la verdad, sino también porque es mi deber como beneficiario,dado que Su Excelencia, mi mecenas, se encuentra limitado por su esta-tus”.173 La analogía entre los duelos y las controversias científicas quedaconfirmada con el nombre de uno de los testigos que firman el primercartello de Ferrari: Mutio Iustinopolitano.174 En realidad, éste es el sobre-

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170 Ibid., nota 47.171 Como se sabe, Tycho perdió buena parte de su nariz durante un duelo en

diciembre de 1566 (Victor E. Thoren, op. cit., pp. 22-24).172 Mario Biagioli, “The social status...”, op. cit., p. 55. Ettore Bortolotti, “I cartelli di

matematica disfida e la personalità psichica e morale del Cardano”, en Studi ericerche sulla storia della matematica in Italia nei secoli xvi e xvii, Bolonia,Zanichelli, 1944, y “Le matematiche disfide e la importanza che esse ebbero nellastoria delle scienze”, en Atti della Società Italiana per il Progresso della Scienza 15,1927, pp. 163-180.

173 Enrico Giordani, op. cit., p. 2. También es interesante notar que Ferrari presentaa Cardano como un gran matemático, pero no como un matemático profesional.A diferencia de Tartaglia, no se dedica a las matemáticas para ganarse la vida,sino que lo hace “como si fuera un juego, para obtener placer y recreación” (p. 1).En síntesis, su disciplina no es la mecánica. Otro dato de importancia es que, ensus cartelli, Tartaglia se dirige todo el tiempo a Cardano y sólo mencionaexplícitamente a Ferrari con el término creato (beneficiario o criado).

174 Ibid., p. 4.

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puede participar de actividades potencialmente nocivas para su estatussólo si lo hace enmascarado.184

No obstante, el uso de seudónimos o máscaras puede acarrear un efectonegativo por fuera de lo planificado. Al esconderse tras el nombre de Lota-rio Sarsi, Grassi supone que está protegiendo su identidad real y su esta-tus en la Compañía. Sin embargo, lo descubren enseguida, y el seudó-nimo sólo sirve para que puedan tratarlo como una persona de estatusmenor, alguien a quien no se aplica el código de honor y cortesía de loscaballeros.185 Esto podría explicar por qué en 1621 la Compañía de Jesúsprohíbe a todos sus miembros que publiquen trabajos bajo el anonimatoo con un seudónimo.186

El estilo inusualmente agresivo y “carnavalesco” que Galileo adopta enEl ensayador para defender su honor y el de los Linces habría sido bas-tante inaceptable si Grassi no hubiera usado una suerte de máscara. Así loplantea el propio Galileo:

En efecto, creo que si lo trato como a alguien desconocido, eso me daráespacio para presentar mis argumentos de manera más sencilla y expli-car mis ideas con mayor libertad. Estoy considerando el hecho de que,muchas veces, aquellos que usan máscaras o bien son personas de menorposición que intentan obtener de ese modo la estima de los caballeros ylos académicos para utilizar con algún fin individual la dignidad quecorresponde a la nobleza, o bien son caballeros que, así ocultos, dejande lado el decoro y el respeto que merece su rango y hacen libre uso, comoes costumbre en muchas ciudades italianas, del discurso público acercade cualquier tema con todo el mundo, y derivan tanto placer como cual-

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184 Baltasar Castiglione, The Book of the Courtier, Garden City, ny, Anchor Books,1959, p. 103 [trad. esp.: El cortesano, Madrid, Cátedra, 1994].

185 Aun así, los Linces consideraban que Galileo no debía desenmascarar a Grassi demanera directa. Es más, en algún momento le aconsejan que él también se ocultetras una máscara. Finalmente, deciden que la máscara no será necesaria, pero leindican que escriba El ensayador como una carta para un amigo en la cual debemanifestar que otros amigos lo instaron a escribir. Sobre las “máscaras” deGalileo, véase go, t. xiii, N° 1450, p. 25; N° 1456, pp. 30-31.

186 Tal vez sea ésta la razón por la cual, después de 1621, Grassi le responde a Galileocomo Lotario Sarsi en un solo libro, llamado Ratio ponderum librae et simbellae,que no se publica en Roma sino en París (arsi, rom 19, fol. 247). Sobre laprohibición instaurada por Muzio Vitelleschi, véase Ugo Baldini, “Una fontepoco utilizzata per la storia intellettuale: Le ‘censurae librorum’ e ‘opinionum’nell’antica Compagnia di Gesù”, en Annali dell’Istituto Storico Italo-Germanico inTrento, N° 11, 1985, p. 37, nota 43.

nosotros] en todo o en parte, o incluso podrían adoptar una respuestaya redactada.181

Galileo debe haber aceptado este consejo, ya que en 1615 se publica una res-puesta larga y minuciosa a las críticas contra su Discurso sobre los cuerposflotantes, supuestamente escrita por su joven discípulo Castelli. En el mismosentido, Galileo decide participar de manera indirecta en la disputa sobrelos cometas cuando le pide a Mario Guiducci que presente sus opinionesen una conferencia académica y luego las publique como si fueran pro-pias bajo el título Discurso sobre los cometas en 1619. Grassi, a su vez, adoptala misma táctica presentando su respuesta bajo el nombre ficticio de Lota-rio Sarsi, un supuesto alumno suyo.

Estas cuestiones relativas al protocolo científico y al honor se vuelvenmucho más complejas durante la etapa final de la controversia sobre loscometas entre Galileo y el jesuita Orazio Grassi. En efecto, este últimoadopta el seudónimo de Lotario Sarsi y se refiere indirectamente a Gali-leo como miembro de la Academia de los Linces, lo cual genera un debatecomplicado entre el matemático florentino y sus amigos y mecenas de laAcademia. Como no queda muy claro si está en juego sólo el honor deGalileo o el de toda la Academia, les cuesta decidir el seudónimo y el for-mato que éste debe emplear para responder.182 Ahora bien, los Linces noson los únicos que se preocupan por el honor. Grassi decide adoptar elseudónimo de Sarsi para proteger el honor de los jesuitas de toda parti-cipación problemática en la disputa, lo cual era una política habitual enla orden. Tal es el caso de Cristóbal Scheiner, que adopta el seudónimode Apelles durante la contienda sobre las manchas solares y luego declaraque sus superiores de la Compañía de Jesús le han dado esa instrucción,preocupados por el desprestigio que podía derivar de sus errores.183 Así,emplear un seudónimo o delegar el desafío a un beneficiario equivale aponerse una máscara. De distintas maneras, todos esos recursos sirvencomo escudo de protección para el honor propio del científico o el de sumecenas. Como señala Castiglione en su libro El cortesano, un caballero

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181 Ibid., N° 777, p. 409.182 go, t. xii, N° 1429, pp. 498-499; t. xiii, N° 1433, p. 11; N° 1441, pp. 20-21; N° 1446, p.

23; N° 1448, p. 24; N° 1450, p. 25; N° 1456, pp. 30-31; N° 1466, pp.37-38; N° 1467, pp.38-39; N° 1474, pp. 43-44; N° 1476, pp. 46-47. Sin embargo, Grassi sostenía quehabía adoptado ese seudónimo sólo porque Galileo había usado a Guiducci depantalla para presentar su Discurso sobre los cometas.

183 William Shea, “Galileo, Scheiner and the interpretation of sunspots”, en Isis 61,1970, pp. 498-499.

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los defensores de Galileo en Roma, también le escribe en julio de 1613

que “uno no puede ser estimado si no es combatido, y la reputación crececon la oposición, en especial cuando después de la contienda sobrevienela victoria”.192

La analogía estructural presente durante este período entre las dispu-tas científicas y los duelos (o los desafíos que simulaban un duelo, comolas justas) se ve confirmada por otro de los enemigos enmascarados de Gali-leo, el Académico Anónimo, que es su rival en la controversia sobre la flo-tabilidad de los objetos. En la respuesta al Discurso sobre los cuerpos flo-tantes de Galileo, el Académico Anónimo describe la disputa como untorneo agradable: “No se puede rechazar el placer deportivo de embarcarseen un duelo con él”. Además, presenta su crítica a la estructura lógica delargumento galileano como una mentita loicale o “mentira lógica”, ya quela mentita o presentación de una mentira era la forma usual de negar lasafirmaciones del adversario y así desatar un duelo.193

Ahora bien, los amigos y los mecenas de Galileo se preocupan por cues-tiones de protocolo en las respuestas de Galileo, pero también por cuestio-nes de tiempo. En general, si la respuesta al desafío llegaba con un breveretraso, esto no sólo era comprensible sino que resultaba incluso emocio-nante, ya que contribuía a aumentar la expectativa del público.194 Sinembargo, ya sea que lo hiciera por astucia o por una simple necesidad, Gali-leo solía atrasar sus respuestas más allá de los límites aceptables, lo quecolmaba la paciencia de sus amigos.195 En octubre de 1612, mientras espe-raba que Galileo contestara al jesuita Scheiner en su tercera carta sobre lasmanchas solares, Cigoli le escribe: “Si todavía no le has respondido, decí-dete pronto, porque todos tus amigos creen que ellas [las cartas sobre lasmanchas solares] deben salir lo antes posible. […] Así que apúrate y mán-dale al Sr. Marqués [Cesi] lo que quieras, para que él pueda dárselo a los dis-

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192 go, t. xi, N° 900, p. 532.193 go, t. iv, p. 171. Sobre la mentita, véase Scipione Maffei, Della scienza chiamata

cavaleresca libri tre, Roma, Gonzaga, 1710, pp. 58-70.194 Esto confirma la analogía estructural entre los dones y los desafíos. Como

sostiene Pierre Bourdieu, para que el gesto de retribuir un don sea eficaz, nodebe realizarse ni con demasiada anticipación ni con demasiado retraso.

195 Los Linces y los demás amigos que Galileo tenía en Roma lo presionaban para que respondiera los diversos desafíos que recibía en torno a temas tanvariados como las irregularidades en la superficie lunar, el descubrimiento de las manchas solares y el cálculo del período de los Astros Mediceos.Asimismo, lo instaban a imprimir dichas respuestas por miedo a que, si no lohacía, se cuestionara su prioridad (go, t. xi, N° 572, p. 175; N° 573, p. 176; N° 587,p. 212; N° 788, p. 419).

quier otro de las burlas y las controversias carentes de todo respeto. [...]Por lo tanto, creo que, así como él se ha permitido por su anonimato decircosas de mí que tal vez no me habría dicho en la cara, no debería consi-derarse como una falla que yo, valiéndome del privilegio correspondientea las mascaradas, lo tratara a él con la misma libertad.187

Se podría afirmar que Galileo opina lo mismo sobre Scheiner-Apelles. Silas Cartas sobre las manchas solares no son tan agresivas como El ensaya-dor, es sólo porque Welser estaba involucrado en la controversia. ComoGalileo le explica a Cesi, la tercera carta sobre las manchas solares le llevamás tiempo que lo esperado porque quiere exponer la estupidez de losargumentos de Apelle sin insultar a Welser.188 En efecto, la preocupaciónde Galileo por los temas de protocolo gira en torno al mecenas, no a surival concreto.

Las normas de etiqueta y la dinámica del estatus no sólo moldean elprocedimiento de las disputas científicas, sino que forman parte de surazón de ser. Las controversias, así como las competencias de intercam-bio de dones, constituyen procesos de autoconstrucción. Un ejemplo deesto es que Cigoli pensara que la teoría de Galileo sobre la flotabilidadhabía recibido críticas a causa del estatus elevado de su autor. En suspropias palabras: “Todos esos pajarracos quieren ganarse un lugar nopor su valor propio, sino por la elección de sus rivales”.189 En este sentido,la opinión de Cigoli refleja la doctrina de su época sobre los duelos. Ludo-vico Carbone, especialista en el tema, escribe en 1583 que “los más inso-lentes son los jóvenes porque [...] los jóvenes buscan la gloria violando elhonor de los demás”.190 Asimismo, Domenico Mora, en su obra Il cava-liere de 1589, declara que “todo el mundo busca distinción, y ofender alos otros sin miedo es un signo de ella”.191 Y el monseñor Agucchi, uno de

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187 Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), The controversy on the comets of 1618,Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1960, p. 170.

188 “[…] espero hacer que se vea con cuánta estupidez ha tratado esta materia eljesuita, cuyo resentimiento quiero dar a conocer, pero el deseo de hacerlo sindisgustar al Signor Welser me agrega una dificultad que no es pequeña y es laocasión de mi tardanza” (go, t. xi, N° 792, p. 426).

189 Ibid., N° 573, p. 176. Fulgenzio Micanzio, que era amigo de Paolo Sarpi, expresauna opinión muy semejante al comentar los posibles motivos del ataque deScheiner a Galileo en la obra Rosa Ursina de 1630 (go, t. xiv, p. 299).

190 Ludovico Carbone, De pacificatione et dilectione inimicorum, Florencia,Sermartelli, 1583, en cita de Frederick R. Bryson, The point of honor in Sixteenth-Century Italy, Chicago, University of Chicago Press, 1935, p. 29.

191 En cita de Frederick R. Bryson, op. cit., p. 28.

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solicite un copista, así no tenemos que vivir tanto tiempo atormentadospor el ardor de esta sed”.202 Sin embargo, aunque los Linces continúanenviando exhortaciones de una intensidad comparable a Galileo y recor-dándole la necesidad de responder para salvar su honor y el de la Acade-mia, no se materializa ninguna respuesta.203 En mayo de 1622, cada vezcon más ansiedad, Cesarini le escribe lo siguiente: “Me atrevo a solicitarleque publique la respuesta a Sarsi, ya que en muchos sentidos se la debe almundo, pero más particularmente porque hay que recuperar de los igno-rantes el falso nombre de victoria que les dan a sus escritos”.204 Por fin, enoctubre de ese mismo año se acaba la ansiedad y la “sed ardiente” de losLinces.205 Poco tiempo después se imprime El ensayador. Sin embargo, elataque espectacular contra Grassi que los Linces solicitan y finalmenteobtienen de Galileo no alcanza para saldar el asunto. Si bien es cierto queEl ensayador satisface las expectativas de los mecenas y los amigos de Gali-leo y salva su honor, también es indudable que su publicación da lugar amás desafíos (o tal vez venganzas) por parte de los jesuitas.

En síntesis, aunque el mecenazgo era un sistema social que les permi-tía a los científicos obtener estatus y credibilidad mediante la promocióny la legitimación de sus intercambios, esa dinámica no conducía necesa-riamente al tipo de diálogo que se conoce hoy en la ciencia institucionali-zada. Esto no significa que la ciencia posterior haya sido más amable en elsentido genérico. Si bien los científicos siguieron embarcándose en dis-putas encarnizadas, el desarrollo de las instituciones científicas como forosinternacionales de discusión y legitimación del pensamiento científicoderivó en la elaboración de protocolos de interacción y comunicaciónmediante los cuales la comunidad podía regularse. Es posible que los cien-tíficos siguieran en guerra, pero a su vez estaban generando cierta especiede diplomacia para la resolución de conflictos. Se podría conjeturar queel nacimiento de esta especie de diplomacia guarda un vínculo directocon el proceso de transición entre un ámbito donde el mecenas era quiendirigía la interacción científica y un ámbito en el cual la comunidad decientíficos cada vez más interdependientes se va transformando en un orga-nismo autorregulado.

Las exhortaciones de los Linces dirigidas a que Galileo confrontara conel jesuita Grassi indican que los mecenas, y en especial los intermediarios,

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202 Ibid., N° 1513, p. 79.203 Ibid., N° 1476, pp. 46-47; N° 1501, pp. 68-69; N° 1516, p. 82; N° 1518, p. 84; N° 1520,

p. 86; N° 1523, p. 89; N°1524, p. 90.204 Ibid., N° 1523, p. 89.205 Ibid., N° 1536, p. 99.

tribuidores”.196 Un mes más tarde, Galileo aún no había respondido. Enton-ces, bastante nervioso, Cesi le pide que se apure mucho, “porque no meparece bien dejar que Apelle [el jesuita Scheiner] gane más campo, y estoyseguro de que ahora que ha visto tu segunda carta, no está durmiendo”.197

Sin embargo, no bastaba con que las respuestas fueran oportunas. Losmecenas y los intermediarios querían que sus beneficiarios participaranen disputas y esperaban que sus respuestas fueran “heroicas”, es decir, redac-tadas con habilidad y sin temor, ya que esto les permitía obtener más honory una posición social más elevada, tanto a quienes respondían como a loamecenas y a los intermediarios. Por lo tanto, una vez que se contextualizael estilo agresivo y sarcástico de Galileo dentro de la dinámica del mece-nazgo, éste deja de ser un mero rasgo de su personalidad.198

El interés de los mecenas y los intermediarios en las competencias cien-tíficas se puede detectar con especial claridad en la correspondencia entreGalileo y sus seguidores romanos durante el lapso inmediatamente ante-rior a la publicación de El ensayador.199 En mayo de 1620, Ciampoli le escribelo siguiente a Galileo, también en nombre de Cesi y Cesarini: “Para noso-tros tres, que nos preocupamos con afecto por la reputación de VuestraSeñoría, es necesario que se envíe una respuesta lo antes posible”.200 Sinembargo, como estaba padeciendo una larga enfermedad, Galileo pasaun año entero sin mandar esa respuesta. En junio de 1621, Cesarini lo pre-siona aun más con las siguientes palabras: “Por lo tanto, quiero transmi-tirle mi más calurosa invitación a no esperar más para redimir vuestra glo-ria luminosísima de las calumnias ignorantes de los malévolos. Aunque lacausa de vuestro silencio sea la necesidad, éste permite el triunfo de losfalsos y engreídos literati”.201 En noviembre, Ciampoli vuelve a escribirle aGalileo: “El Signor Don Virginio y yo estamos esperando con deseo infi-nito recibir el discurso sobre los cometas, pero por favor necesitamos que

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196 Ibid., N° 786, p. 418.197 Ibid, N° 790, pp. 422-423.198 Richard Westfall también relaciona el “egocentrismo” de Galileo con la dinámica

del sistema de mecenazgo (“Galileo and the Jesuits”, op. cit., p. 39).199 Resulta interesante leer las cartas en orden cronológico para poder rastrear cómo

se va incrementando la exaltación del duelo: go, t. xii, N° 1429, pp. 498-499; t. xiii, N° 143, p. 11; N° 1441, pp- 20-21; N° 1446, p. 23; N° 1448, p. 24; N° 1450, p. 25; N° 1456, pp- 30-31; N°1466, pp. 37-38; N°1467, pp. 38-39; N° 1474, pp. 43-44;N° 1476, pp. 46-47; N° 1477, p. 47; N° 1501, pp. 68-69; N°1512, p. 79; N° 1513, p. 79; N° 1514, p. 80; N° 1516, p. 82; N° 1518, p. 84; N° 1520, p. 86; N° 1523, p. 89; N° 1524, p. 90; N° 1536, p. 99.

200 go, t. xiii, N° 1467, p. 39.201 Ibid., N° 1501, p. 68.

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minamos “husos horarios”, aunque no le entrega directamente el problemaa Scheiner, sino a Welser, su mecenas. Luego, cuando Sagredo se irrita porlo que considera una combinación de ignorancia y malos modales por partede Scheiner, no le expresa a éste su decepción, sino a Welser.210

En la polémica sobre las manchas solares, por su parte, se destacan otrosaspectos de la función del mecenas en el intercambio científico. El impul-sor de la controversia es el mismo Marcus Welser, quien le escribe porprimera vez a Galileo en octubre de 1610 y adjunta a su carta una crítica ala descripción galileana de las montañas lunares vertida por Georgius Breng-ger, un médico de Augsburgo.211 Welser era miembro de una familia patri-cia, un gran mecenas de las artes y una figura política en esa ciudad. Ade-más, financiaba al emperador Rodolfo II, intercambiaba correspondenciacon Kepler y tenía una amistad cercana con Clavio y otros jesuitas.212 Talvez por su posición política y económica, Welser tenía buenas relacionescon los Medici. En otra instancia de superposición entre las redes cientí-ficas y las redes políticas o diplomáticas, la primera carta de Welser a Gali-leo le llega de manos de Curzio Picchena, segretario de los Medici y granamigo del alemán.213

Se podría afirmar entonces que Brengger y Galileo entran en un debatea través de sus mecenas, es decir, Welser y los Medici. Obviamente, Gali-leo tiene la obligación de responder la carta de Brengger, debe retribuirese don proveniente del norte de los Alpes. De hecho, como se puede obser-var en el siguiente párrafo, Welser ha presentado la crítica de Brengger alSidereus nuncius como un obsequio para Galileo:

He complacido con seguridad la voluntad de un amigo mío al mandarlelos escritos que adjunto a esta carta, porque imagino que no será des-agradable para Vuestra Señoría enterarse de que aun más allá de los Alpes

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210 go, t. xi, N° 826, p. 459. La respuesta de Sagredo se encuentra en go, t. xii, N° 993, pp. 45-46.

211 go, t. x, N° 420, p. 460.212 Sobre Welser, véanse R. J. W. Evans, “Rantzau and Welser: Aspects of later

German humanism”, en History of European Ideas 5, 1984, pp. 257-272; AntonioFavaro, “Sulla morte di Marco Velsero e sopra alcuni particolari della vita diGalileo”, en Bullettino di bibliografia e storia delle scienze matematiche e fisiche 17,1884, pp. 252-270; Giuseppe Gabrieli, “Marco Welser Linceo augustano”, enRendiconti della Reale Accademia Nazionale dei Lincei, Classe de Scienze Morali,Storiche e Filologiche, serie iv, N° 14, 1938, pp. 74-99. Al parecer, Welser cae enbancarrota cuando Rodolfo se niega a pagarle un préstamo importante que éstele había hecho (go, t. xx, pp. 556-557).

213 go, t. x, N° 424, p. 466.

solían iniciar controversias científicas para beneficio de su propia imageny de su estatus. A veces se convocaba a los matemáticos para cumplir elpapel de adalides de sus correspondientes mecenas. Como se ha visto enel caso de la comunicación científica, los desafíos de visibilidad en gene-ral no se daban directamente entre los científicos, sino que tendían a ser inter-cambios entre ellos desde su función de representantes de los mecenas.206

De hecho, en las primeras cartas de Galileo se encuentra informaciónsobre varias disputas iniciadas y administradas por los mecenas. Por ejem-plo, el debate sobre las manchas solares lo comienza Marcus Welser y loalimentan los Linces, mientras que la controversia sobre los cuerpos flo-tantes la maneja Cosme II. Algo semejante sucede con la Carta a Cristinade Lorena, donde Galileo responde a las preguntas sobre la relación entrela astronomía copernicana y las Sagradas Escrituras que la duquesa Cris-tina le ha presentado mediante su beneficiario Castelli.207 De manera másindirecta, la Carta a Ingoli también es un resultado de la dinámica del mece-nazgo. En efecto, el texto de Galileo es una extensa respuesta a las preguntasplanteadas por Ingoli durante un debate público en un salón delante de losmecenas, en ocasión de su visita a Roma de 1615.208

Ahora bien, la dinámica del mecenazgo no se aplica sólo a la carrera deGalileo. En su correspondencia también han quedado registrados otrosdebates científicos menos conspicuos o más breves, como el que intentainiciar Sagredo en la primavera de 1608 entre “su monje” (posiblementePaolo Sarpi) y Rocco Berlinzone, el seudónimo de un jesuita de Ferrara.209

Asimismo, en un momento Sagredo desafía a Scheiner y a varios mate-máticos más a resolver un problema matemático sobre lo que hoy deno-

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206 Cuando los desafíos se daban directamente entre los científicos, como en los casos de Tartaglia y Ferrari, el que presentaba el desafío procuraba que loscartelli llegaran a manos de figuras prestigiosas, mecenas del adversario ymatemáticos reconocidos, de manera tal que el rival se viera obligado aresponder o perder el honor. Además, en el caso de Ferrari, éste incluyó al finalde su cartello los nombres de las veintitrés personas que había elegido como“testigos” (Enrico Giordani, op. cit., pp. 5-6). Se podría pensar que esteprocedimiento no habría sido necesario de haber mediado un mecenasimportante en la disputa.

207 Sobre el contenido y la estructura retórica de la carta, véase Janet Dietz-Moss,“Galileo’s Letter to Christina: Some rhetorical considerations”, en RenaissanceQuarterly 36, 1983, pp. 547-576.

208 “Galileo’s Reply to Ingoli”, en Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, Berkeley,University of California Press, 1989, pp. 154-197 [trad esp.: “Carta a Ingoli”, enAlexander Koyré, Del mundo cerrado al universo infinito, Madrid, Siglo xxi,1979]. El escrito inicial de Ingoli se encuentra en go, t. v, pp. 403-412.

209 go, t. x, N° 185 y 186, pp. 203-204.

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dad de Cesi por incorporarlo a la Academia de los Linces y de la velocidadde Galileo para lograr que lo elijan en la Accademia della Crusca, Welserera alguien a quien no convenía tener como enemigo.217

Alrededor de un año después, en enero de 1612, Galileo y Welser prac-tican un ritual similar de intercambio de dones, cuando este último leescribe de nuevo para comentarle las observaciones sobre las manchas sola-res que ha realizado uno de sus beneficiarios: el matemático jesuita Schei-ner. Con el seudónimo de Apelles, Scheiner había volcado sus hallazgosen tres cartas dirigidas a Welser, que éste a su vez había publicado conposterioridad.218 Esto da origen a un intercambio de correspondencia entreGalileo y Apelles vía Welser, del cual se extraen las tres intervenciones deGalileo publicadas luego por los Linces.219

Las observaciones de Apelles le son presentadas a Galileo como un des-afío a su prioridad sobre el descubrimiento de las manchas solares y a sucapacidad para interpretarlas. No obstante, en este caso el desafío no tomala forma de un ataque violento, sino de un don o tributo a la fama deGalileo. Welser sostiene que Galileo ha roto el hielo en materia de hallaz-gos astronómicos y que sería un acto de cobardía que los matemáticosalemanes no aceptaran el reto.220 Así, se da a entender que estos últimos

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217 Sobre la ansiedad de Cesi por incorporar a Welser en los Linces y así crear unarama de la academia en Alemania, véase Il Carteggio Linceo (CL), parte 2, sección1, publicado en Memorie della Reale Accademia Nazionale dei Lincei, Clase diScienze Morali, Storiche e Filologiche, series 6 y 7, 1939, N° 132, p. 242; N° 136, p.245; N° 140, p. 250; N° 147, p. 258; N° 238, p. 353; N° 257, pp. 372-373; N° 259, p. 375.Según Severina Parodi (Catalogo degli Accademici dalla Fondazione, Florencia,Sansoni, 1983, p. 56), Welser ingresa en la Accademia della Crusca el 4 deseptiembre de 1613. Sobre la participación de Galileo y Salviati en su elección,véase CL, parte 2, sección 1, N° 275, p. 390; N° 284, p. 396; y N° 291, p. 402.

218 Cristóbal Scheiner, Tres epistolae de maculis solaribus scriptae ad MarcumVelserum, Augustae Vindelicorum, 1612, reproducidas en go, t. v, pp. 23-32. Esemismo año, Apelles publica otra versión más extensa, llamada De maculissolaribus et stellis circa Iovem errantibus, accuratior disquisitio ad MarcumVelserum, que se reproduce en ibid., pp. 35-70.

219 go, t. xi, N° 667, p. 289; N° 672, p. 293, N° 683, pp. 303-304; N° 741, p. 374; N° 771,pp. 402-403; N° 776, pp. 407-408; N° 794, pp. 427-428; N° 799, pp. 433-434; N° 806,p. 440; N° 817, p. 452; N° 832, pp. 464-465; N° 851, p. 486; N° 884, pp. 516-517; N°938, pp. 587-588, N° 959, pp. 609-610. Sobre el intercambio entre Scheiner yGalileo, véanse Antonio Favaro, “Oppositori di Galileo iii: Cristoforo Scheiner”,en Atti del Reale Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti 78, 1918-1919, pp. 1-107;Bellino Carrara, “L’‘Unicuique Suum’ nella scoperta delle machie solari”, enMemorie della Pontificia Accademia Romana dei Nuovi Lincei 23, 1905, pp. 191-287;ibid 24, 1906, pp. 47-127; y William Shea, “Galileo, Scheiner...”, op. cit., pp. 498-519.

220 go, t. xi, N° 637, p. 257.

vuestros escritos son leídos con la mayor atención, y como testimoniode ello vale la mera existencia de disenso.214

Asimismo, Galileo acepta esa crítica como un don de Welser, un obsequioque, en sus propias palabras, lo convierte en beneficiario del alemán:

Como siempre he querido encontrar la ocasión de poder dedicar misservicios a vuestra gran virtud, he recibido con gran alegría las críticasdel eruditísimo Signor Brengger, las cuales, incluso si resultaran inso-lubles, me harían más orgulloso de los errores de mi obra que de losaciertos, ya que esos errores han sido los mediadores para la adquisiciónde un gran mecenas.215

Esta carta responde a un modelo típico de la época, lo cual queda confir-mado por un texto similar que Galileo envía al príncipe Leopoldo de Medicien marzo de 1640, luego de que éste le pide su opinión acerca del libro Lithe-osphorus, donde el filósofo Fortunio Liceti contradice algunos pasajes delSidereus nuncius sobre la luminosidad de la luna:

Las contradicciones y las oposiciones [de Liceti] no representan para míalgo que merezca ser desestimado y condenado al silencio, sino más bienalgo que es plausible y digno de ser sumamente agradecido y apreciadopor mí, porque fruto de eso ha sido un beneficio tan honrado e ilustrecomo la presentación de la humanísima y cortesísima carta que Vues-tra Serenísima Alteza me ha enviado.216

En efecto, una manera de entablar relaciones de mecenazgo consiste enenviar un desafío a modo de don, es decir, una oferta que el beneficiariono puede rechazar. Al igual que el príncipe Leopoldo, Welser no es un mece-nas que se pueda desestimar con facilidad. No sólo cuenta con gran poderpolítico y económico, sino que además está muy bien vinculado con losjesuitas, y especialmente con Clavio. Como se puede inferir de la ansie-

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214 Ibid., N° 420, p. 460 (énfasis del autor).215 Ibid., N° 424, p. 465 (énfasis del autor).216 go, t. xviii, N° 3982, p 166. La carta de Leopoldo se encuentra en ibid., N° 3981,

p. 165. El libro en cuestión era el Litheosphorus, sive De lapide Bononiensi, lucemin se conceptam ab ambiente claro mox in tenebris mire conservante, Udine,Schiratti, 1640. Sobre esta controversia, véase también la correspondencia inéditaentre el príncipe Leopoldo y Jacopo Soldani que se cita en Mario Biagioli, “Newdocuments on Galileo”, op. cit., pp. 157-169.

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lla adopta una estrategia semejante para obtener a través de Cesi una res-puesta de Galileo a su Fenómenos lunares, la obra donde critica el Sidereusnuncius. En palabras de Cesi: “Lagalla quiere una respuesta y me ha rogadoque le escribiera a Su Señoría [...] para obtener una satisfacción completa”.224

En el mismo sentido, el matemático Johann Remus Quietanus se comu-nica con Galileo mediante la intervención de dos mecenas en común: Leo-poldo de Austria y Cesi.225 También se puede encontrar una táctica de mece-nazgo similar en la carta escrita por Leibniz a Carolina, princesa de Gales,con la intención de atacar a Newton, la cual luego iniciaría la famosa polé-mica Leibniz-Clarke.226

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han recibido sus descubrimientos como dones y desafíos que, al ser acep-tados, refuerzan el honor de Galileo. De modo semejante, Welser tambiéntoma las respuestas críticas de Galileo para Apelles como tributos, al decla-rar que una de dichas respuestas está “escrita con razones tan buenas y sóli-das, y explicada con tanta modestia, que Apelles, aunque se contradigancasi todas sus opiniones, se debe sentir muy honrado”.221

Al analizar estos intercambios rituales entre Galileo y Welser se puededetectar una función esencial del mecenas en la creación y el manejo de lasdisputas científicas. Para Galileo, las críticas de Brengger y Scheiner erandones que no provenían de ellos, sino de Welser. Asimismo, Brengger yScheiner no recibían los dones directamente de Galileo, sino de su propiomecenas. Sin embargo, Welser no era un mero trait d’union, sino que supoder y el hecho de que ambos científicos fueran sus beneficiarios garan-tizaban la legitimidad del intercambio. Aquello que en un contexto dife-rente podría haberse interpretado como un ataque exagerado, en este con-texto obtenía el estatus legítimo de un intercambio análogo al duelo. Enun ámbito donde la comunicación y la credibilidad dependían de las redesde mecenazgo, lo que distinguía a un científico con pertenencia y legiti-midad de un intruso que podía ser rechazado por proferir supuestos ata-ques violentos era su posición dentro de dichas redes.

Galileo no responde los ataques al Sidereus nuncius publicados por DelleColombe, Horky y Sizi; es decir, ignora todas aquellas obras que se perci-ben como ilegítimas en la comunidad (por ejemplo, la de Sizi) o aquellasque no están dedicadas a mecenas imposibles de ignorar y protegidas porellos.222 También cabe destacar que, cuando Galileo desestima su obra Con-tro il moto della terra, Delle Colombe intenta obligarlo a participar de unadisputa sobre las irregularidades en la superficie lunar obteniendo el apoyode Clavio y haciendo circular su teoría entre algunos funcionarios jerár-quicos de la Iglesia, como el cardenal De Joyeuse, es decir, entre mecenasque Galileo no puede desconocer.223 Asimismo, el filósofo romano Laga-

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221 Ibid., N° 683, p. 303-304 (énfasis del autor).222 Kepler, los jesuitas romanos y Della Porta descartan de inmediato la obra de Sizi

(go, t. xi, N° 517, pp. 90-91; N° 559, p. 157). Sobre la benevolencia de Galileo paracon Sizi, que era un caballero florentino con una buena posición en la corte deParís, véase Stillman Drake, “A kind word for Sizzi”, en Isis 49, 1958, pp. 155-165.

223 go, t. xi, N° 534, p. 118. Según Delle Colombe, Clavio comparte algunas de susopiniones. En apariencia, su estrategia tiene posibilidades de funcionar, peroapenas seis meses después queda claro que Clavio no ha de embarcarse en unadisputa para defender a Delle Colombe (ibid., N° 602, pp. 228-229). Sin embargo,la estrategia resulta más eficaz con el cardenal De Joyeuse y su maggiordomoGallanzoni. De hecho, tras leer la carta que Delle Colombe le había enviado a

Clavio, el cardenal le ordena a Gallanzoni que solicite una respuesta de Galileo(ibid., N° 546, pp.131-132), la cual llega de inmediato (ibid., N° 555, pp. 141-155)bajo la forma de una carta privada para Gallanzoni y De Joyeuse (mio Padrone).Se podría conjeturar que si Delle Colombe le hubiera enviado la cartadirectamente al cardenal De Joyeuse en vez de a Clavio, el primero se habríasentido obligado a publicar el intercambio. Sin embargo, quizá Delle Colombeno podía hacer eso porque el cardenal no lo conocía. Una vez más, su estrategiafracasaba porque carecía de buenos contactos en las redes de mecenazgo.

No obstante, la carta de Delle Colombe, respaldada también por las críticas de Brengger a las opiniones de Galileo sobre las montañas lunares, surte ciertoefecto catalizador. De hecho, a juzgar por la correspondencia de Galileo, en lasegunda mitad de 1611 Roma presencia un gran debate sobre las irregularidadesen la superficie de la luna. El modelo de esta polémica es bastante confuso, yaque se desarrolla en su mayor parte mediante un intercambio de cartasintrincado, con comentarios desinformados por parte de los testigos. Además,esta controversia se superpone con los ecos de la disputa sobre la flotabilidadque se había iniciado en Florencia y con los primeros signos del debate sobre las manchas solares (ibid., N° 534, p. 118; N° 541, pp. 126-127, N° 545, pp. 130-131;N° 546, pp. 131-132; N° 550, p. 137; N° 555, pp. 141-155; N° 560, p. 158; N° 568, p. 169; N° 572, pp. 174-175; N° 573, p. 176; N° 576, pp. 178-208; N° 584, pp. 210-211;N° 585, p. 211; N° 587, p. 212; N° 588, pp. 213-214; N° 597, p. 223; N° 599, p. 226; N° 602, pp. 228-229; N° 612, p. 237; N° 625, p. 248; N° 632, p. 253; N° 651, pp. 268-269; Nº 654, pp. 272-274; N° 665, p. 285 ). Al parecer, la controversia sobrelas irregularidades en la superficie lunar termina absorbida y suplantada por eldebate sobre las manchas solares que, al ser más espectacular, capta la atencióndel entorno romano en 1612. En síntesis, es posible que Delle Colombe hayacumplido una función importante en el inicio de esta polémica, pero su nombreno ha quedado registrado en relación con ella porque no contaba con buenosvínculos de mecenazgo en Roma.

224 Ibid., N° 665, p. 285

225 go, t. xii, N° 1368, p. 433; N° 1374, p. 439; N° 1406, p. 471; N° 1417, p. 484.226 H. G. Alexander (ed.), The Liebniz-Clarke correspondence, Manchester,

Manchester University Press, 1956 [trad. esp.: Eloy Rada (ed.), La polémicaLeibniz-Clarke, Madrid, Taurus, 1980] y Steven Shapin, “Of Gods and Kings:Natural philosophy and politics in the Leibniz-Clarke Dispute”, en Isis 72, 1981,

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tra en el centro de un debate acerca del aspecto de Saturno, ya que le sondedicados todos los textos de los tres participantes: Cristian Huygens, Eus-taquio Divini y Honoré Fabri.229

mecenas ambiguos y disputas interminables

Las redes de mecenazgo formadas en torno a los príncipes y a los aristó-cratas cumplen una función esencial en la vida científica de la moderni-dad temprana, ya que facilitan la comunicación entre científicos, enmar-can su identidad socioprofesional, les proporcionan parámetros paradistinguir a los participantes legítimos de los ilegítimos, les otorgan accesoal estatus social y la credibilidad, y fomentan sus debates, al mismo tiempoque los hacen públicos y los legitiman.230 Sin embargo, a pesar de que elmecenazgo brinda a los científicos un sistema social en el que operar conlegitimidad, también acota sus prácticas y su discurso de maneras que, ajuzgar por los modelos actuales, podrían considerarse limitativas. Dada laactitud en general ambigua de los mecenas con respecto a las afirmacio-nes que se debatían, el mecenazgo no constituía un sistema social en el quelas controversias científicas necesariamente llegaran a zanjarse. Como labase del sistema era el honor y el estatus, los mecenas (sobre todo los queeran príncipes) no podían darse el lujo de apoyar a alguno de los conten-dientes y así correr el riesgo de perder el honor.

A continuación se presentarán algunos ejemplos de esa actitud ambi-gua de los mecenas con respecto a los planteos de sus beneficiarios, paraluego proponer una interpretación de los orígenes sociales del fenómeno.

El hecho de que los Medici fueran mecenas de Galileo, por ejemplo, noimplicaba que de manera automática adhirieran a sus opiniones ni verifi-caran sus hallazgos. En el caso de los grandes mecenas, el triunfo de losbeneficiarios era indudablemente más bienvenido que la derrota, pero bas-taba con el desafío para satisfacer su honor. Dicho desafío constituía undon, un reconocimiento del estatus del mecenas mediante la visibilidad de

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229 Albert Van Helden, “Eustachio Divini versus Christiaan Huygens: A reappraisal”,en Physis 12, 1970, pp. 36-50; y “The Accademia del Cimento and Saturn’s Ring”,en Physis 15, 1973, pp. 237-259.

230 Evidentemente, desde aquí no se adhiere a la delimitación entre científicoslegítimos e ilegítimos que aplicaba el sistema de mecenazgo, tan sólo se pretendeseñalar que dicha delimitación es en efecto producida por ese sistema ycontribuye a regular la práctica científica.

Ahora bien, la función del mecenas no se limitaba a legitimar las con-troversias científicas, ya que, legitimándolas, también conminaba a los cien-tíficos a participar en ellas. Si no lo hacían, aunque no perdieran el honor,quedaban al mismo nivel que aquellos que no retribuían los dones o noaceptaban los desafíos a duelo. En otras palabras, quedaban por fuera delas redes de mecenazgo que les otorgaban estatus y credibilidad. No sóloperdían a su mecenas, sino que perdían su imagen, es decir, “desaparecían”.

En cierto sentido, la posición elevada de los mecenas se transfería a losmatemáticos, que en la estructura social de la época podían carecer delestatus y el honor necesarios para ser dignos de un desafío por sí mismos.Esa transferencia del honor del mecenas al beneficiario obligaba a esteúltimo a responder los desafíos en el marco de una ética a la cual no nece-sariamente habría tenido que atenerse de haber sido tomado por sí mismo,como persona individual.227 Según Sagredo, por ejemplo, el duelo que estabatratando de iniciar entre “su monje” y Rocco Berlinzone no se concretabaporque Berlinzone podía excusarse (sin perder el honor) con sólo decla-rar que el monje era un hereje y, por lo tanto, que carecía de honor y noera digno de un desafío.228

Por lo tanto, no es de sorprender que, en un ámbito regulado por elmecenazgo, todos los textos pertenecientes a una controversia estuvierangeneralmente dedicados al mismo mecenas. Cuando no era el mecenasquien iniciaba la disputa, los autores le dedicaban sus textos con la espe-ranza de que así sus adversarios tomaran en serio las críticas y tal vez lasrespondieran. En el caso de la polémica sobre la flotabilidad que se da entre1611 y 1613 en la corte florentina, por ejemplo, todos los participantes sonbeneficiarios de los Medici. Galileo le dedica su Discurso sobre los cuerposflotantes a Cosme II, y sus rivales, con la intención de forzarlo a confron-tar las críticas, dedican las respuestas a otros miembros de la familia Medici.Entre 1659 y 1660, el príncipe Leopoldo, hijo de Cosme II, también se encuen-

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pp. 187-215. Otro ejemplo de la función del mecenas en el gobierno de lasdisputas es el desafío que Sagredo presenta a Apelles por intermedio de Welser(go, t. xi, N° 826, p. 459).

227 Sin embargo, y aunque conminaba a su beneficiario a cumplir con lasobligaciones de un enfrentamiento honorable, el mecenas quedaba por fuera deesa suerte de duelo.

228 En una carta de Sagredo a Galileo, con fecha del 22 de abril de 1608, se puede leerlo siguiente: “Recibí una breve respuesta de Messer Rocco Berlinzone de Ferrara,el cual no quiere disputar con mi monje y se excusa diciendo que el monjeparece más hereje que religioso” (go, t. x, N° 185, p. 203). Según Bryson (op. cit.,pp. 25-26, 37), ser hereje equivalía a carecer de honor, y llamar a alguien herejeera “uno de los peores insultos que se podía proferir con palabras”.

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sobre los cometas entre Galileo y Grassi. Aunque Urbano VIII ordena quele lean El ensayador durante las comidas, lo que le gusta no son las cues-tiones técnicas analizadas allí, sino el ingenio exhibido por Galileo en elestilo literario de la parte conocida como la “Fábula del Sonido”.233 Enparticular, le agrada la burla de Galileo hacia los filósofos dogmáticos,que arruinan el placer propio de la investigación sobre la naturaleza ( el“deporte filosófico”) al seguir con miras estrechas aquello que indican losdogmas. La estética deportiva de los mecenas, por así llamarla, también serefleja en la teatralidad de algunos debates científicos realizados en la corte.En 1611, los cardenales Barberini y Gonzaga, por ejemplo, participan per-sonalmente de la disputa sobre la flotabilidad en la corte de los Medici.Mientras que Barberini se pone del lado de Galileo, Gonzaga se suma alfilósofo Papazzoni.234 Los relatos acerca de la disputa no parecen concen-trarse en el grado de veracidad de las afirmaciones debatidas, sino en elestilo, el ingenio y la elegancia de las actuaciones de los científicos.

En este aspecto, los debates científicos no difieren de aquellos que sellevan a cabo en las academias literarias ni en los salones de la nobleza.Aurelio Augurelli, un humanista de Rímini, describe de la siguiente maneraun debate de salón sobre el significado de una pintura emblemática: “Todostienen opiniones distintas y nadie está de acuerdo con nadie. Esto es másagradable que las pinturas mismas”.235 En efecto, lo que le importa al mece-nas es la forma del debate, más que su contenido. Cosme II, por ejemplo,no discute con Galileo los detalles técnicos de la polémica sobre la flota-bilidad, sino que lo critica simplemente por no haber empleado el proto-colo adecuado durante la primera etapa de la disputa.236

La preferencia de los mecenas por la estética del proceso más que porla validez epistemológica de las afirmaciones puede servir para compren-der por qué una controversia como la de la flotabilidad, que tiene lugaren la corte de los Medici entre 1611 y 1613, no acaba con un ganador y un

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233 go, t. xiii, N° 1593, p.145; N° 1594, p. 146. En julio de 1990, Robert Westmananalizó las consecuencias de esta lectura de El ensayador en un trabajopresentado durante el Congreso sobre la Revolución Científica en KeebleCollege, Oxford.

234 go, t. xi, N° 684, p.304; N° 699, p. 326.235 Salvatore Settis, Giorgione’s Tempest, Chicago, University of Chicago Press, 1990,

p. 128 (énfasis del autor) [trad. esp.: La Tempestad interpretada, Madrid, Akal,1990]. Como lo indica la cita, en ese entonces los emblemas eran una forma dedesafío intelectual que resultaba interesante por sí mismo.

236 Galileo Galilei, Discourse on bodies in water (trad. de Thomas Salisbury),Londres, Leybourn, 1663, reeditado por Stillman Drake, Urbana, ill, Universityof Illinois Press, 1960, pp. 2-3.

su beneficiario. En apariencia, los mecenas, y sobre todo los más impor-tantes, consideraban el resultado de las controversias en términos estadís-ticos. Al parecer, si su beneficiario perdía una competencia, esperabanque ganara la siguiente.231 Como ya se ha señalado, uno de los motivospor los cuales los mecenas buscaban beneficiarios era el hecho de queesto les permitía mantener con vida sus redes de mecenazgo. En el mismosentido, se podría afirmar que los mecenas necesitaban que se presenta-ran desafíos a sus beneficiarios, aunque éstos no vencieran, para que almenos se conservara la acción en torno a su propia figura. A veces, estoera literalmente así, ya que los debates se daban en las cortes, los salones ylos comedores de los mecenas.

Por lo tanto, lo que interesaba a la mayoría de los mecenas era el “buenespíritu deportivo” exhibido durante el “duelo” más que su final san-griento.232 Un ejemplo de esto es la actitud del papa durante la polémica

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231 Vale mencionar en este caso el análisis de Geertz sobre el significado de las riñasde gallos en Bali. En ellas, el autor detecta dos estructuras de apuesta diferentes.Por un lado, están las menos legítimas, que comprenden sumas de dineromínimas apostadas a gran riesgo. Los que apuestan así, tienen como objetivoganar dinero. Por otro lado, están las apuestas más conspicuas y legítimas, queno se hacen para ganar dinero. Al parecer, los miembros más jerárquicos de lacomunidad realizan este último tipo de apuestas para cumplir con un ritualcívico que confirma su estatus. Como en general las probabilidades son parejas,no importa mucho si el apostador gana o pierde, ya que, a la larga, se alcanzaráun equilibrio entre ganancias y pérdidas.

232 Un aspecto fundamental en el desarrollo de la cultura cortesana y de lamodernidad es la transición entre los duelos y espectáculos sangrientos (típicosde la estética antigua y feudal) y los juegos controlados en los cuales el proceso(el “deporte”) es más importante que el resultado. De hecho, esa transición hasido objeto de estudio para los historiadores y los sociólogos que se especializanen el desarrollo del protocolo y los modales modernos como parte de un“proceso de civilización”. Un ejemplo de esta orientación es la labor de NorbertElias. Su análisis de la sociogénesis de la caza de zorros resulta muy pertinente eneste caso, ya que los caballeros que participan de esta práctica derivan su placerde perseguir y encontrar al zorro, no así de matarlo, lo cual es tarea del sabueso.En el mismo sentido, se podría conjeturar que los mecenas barrocos consideranimpropio matar al zorro, o sea, declarar la derrota de uno de los litigantes. Y eladjetivo “barroco” no se usa aquí por casualidad. Es posible que en los períodosanteriores al mecenas le resultara placentero observar la matanza intelectual deuno de los contendientes. Se podría pensar que la agresividad de Tycho, porejemplo, refleja una ética y una estética más antiguas, de le época feudal(Norbert Elias, “An essay on sport and violence”, en Norbert Elias y EricDunning, Quest for excitement: Sport and leisure in the civilizing process, Oxford,Blackwell, 1986, pp. 150-174 [trad. esp.: Deporte y ocio en el proceso de civilización,Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1991].

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ambigüedad y cautela no sólo durante el debate sobre las manchas sola-res, sino también durante la polémica en torno a la piedra fluorescente deBolonia y respecto de las primeras respuestas de Galileo a Brengger sobrelas montañas lunares.239 Al elogiar las respuestas de Galileo, no destacanecesariamente su valor de verdad, sino más bien el hecho de que esténbien razonadas y explicadas, y de que sean convincentes y divertidas.240

El gusto por esta estética del “buen espíritu deportivo” se distingue enlos comentarios de Welser, pero también se encuentra en otras piezas dela correspondencia de Galileo. En junio de 1612, por ejemplo, el cardenalBarberini le envía una carta de agradecimiento por sus extensos comen-tarios sobre la observación e interpretación de las manchas solares. Aun-que allí elogia el ingenio de Galileo, en ningún momento se comprometecon su causa. En lugar de eso, le solicita a Galileo que lo mantenga infor-mado para poder hablar con inteligencia sobre ese debate tan actual enlas reuniones sociales.241 Unos días después, cuando Galileo le manda másmaterial, el cardenal le agradece otra vez con las siguientes palabras: “Veoque ha tocado temas nuevos y curiosos con muy buenos fundamentos, yque ha llegado con su inusual ingenio a la mejor comprensión posiblecon tan breve tiempo de observación”.242 Sin embargo, Barberini no sólocondiciona su elogio de manera explícita al estado actual del debate y lasobservaciones, sino que además le recuerda a Galileo que “en todo caso, noestá en mí proponer un juicio sobre ello, ya que debe esperarse de perso-nas más entendidas que yo sobre la materia”.243

En los informes del cortesano romano Antonio Querengo para Ales-sandro d’Este sobre la visita de Galileo a Roma en 1616 se encuentra unaversión más extrema de esa misma actitud ambigua. Al principio, Que-rengo comenta los discursos estupendos (discorsi stupendi)244 de Galileoen los salones romanos:

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239 Sobre las respuestas de Galileo a Brengger, véase go, t. xi, N° 452, p. 14; N° 453, p. 14. Sobre la piedra de Bolonia, véase ibid., N° 549, p. 136; N° 554, p. 140. Sobrelas manchas solares, véase ibid., N° 637, p. 257; N° 638, pp. 257-258; N° 662, pp.281-282; N° 771, p. 402. Asimismo, Welser recibía y distribuía las obras de losadversarios más acérrimos de Galileo, como Sizi (véase ibid., N° 503, p. 77).

240 Ibid., N° 683, pp. 303-304; N° 775, p. 407; N° 776, p. 408. En el mismo sentido, el propio Ciampoli, que es amigo de Galileo y lo apoya en la disputa sobre laflotabilidad, describe el debate en la corte como “quelle gratiose dispute” (ibid.,N° 820, p. 453).

241 Ibid., N° 690, p. 318.242 Ibid., N° 697, p. 325.243 Ibid.244 go, t. xii, N° 1156, p. 212.

perdedor. Los mecenas no tenían ningún interés específico en saldar lasdisputas si éstas les ofrecían un buen espectáculo. Por otra parte, los deba-tes podían extinguirse si se perdía el interés del mecenas, sin que necesa-riamente se declarara vencedor a uno de los contendientes. En síntesis, sibien los mecenas se ubicaban en el centro de las controversias (ya que éstasno podían ser legítimas de otra manera), no siempre cumplían la funciónde inclinar la balanza hacia uno u otro lado. Es cierto que recibían conagrado la dedicatoria de un texto en disputa, pero no sentían la obliga-ción de ratificar ninguna de las afirmaciones o críticas incluidas en él.Cuando alguien los colocaba en la posición de jueces (como sucede con elpríncipe Leopoldo de Medici cuando Huygens lo elige para evaluar su hipó-tesis sobre los anillos de Saturno) los mecenas trataban de salir de dichaposición con la mayor elegancia posible.237 En las riñas de gallos, los queapuestan no buscan venganza si su gallo muere. De la misma manera, aun-que Barberini y Gonzaga toman partido en el debate sobre los cuerpos flo-tantes que se da en la mesa de Cosme II, ninguno de los dos cardenales per-sigue a Galileo ni a su rival Papazzoni una vez que el juego ha terminado.

La posición ambigua de Welser en cuanto a la veracidad de las afirma-ciones de Galileo coincide con este modelo de conducta. Aun antes deiniciar su correspondencia con Galileo, Welser ya seguía sus descubrimientosastronómicos con una mezcla de entusiasmo y escepticismo, y con fre-cuencia le pedía a Clavio su opinión al respecto. En la correspondencia conClavio acerca de los hallazgos de Galileo, así como de un nuevo sistemapara la cuadratura del círculo y el descubrimiento de una estrella obser-vada en 1604, la cautela de Welser no parece propia de una persona queestuviera evaluando con cuidado las pruebas para tomar una decisión. Másbien, su reacción es la de un intermediario intelectual que no quiere tomarpartido pero disfruta de iniciar debates con sus amigos reproduciendo lasopiniones que recibe por parte de Clavio.238 Welser mantiene la misma

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237 Van Helden, “The Accademia del Cimento and Saturn’s Ring”, op. cit.,pp. 242-244.

238 Welser a Clavio, 25 de octubre de 1602; Welser a Clavio, 31 de octubre de 1603; Welser a Clavio, 10 de octubre de 1608; Welser a Clavio, 5 de diciembre de1608: Welser a Clavio, 14 de agosto de 1609; Welser a Clavio, 12 de marzo de 1610;Welser a Clavio, 7 de enero de 1611; Welser a Clavio, 11 de febrero de 1611. Todasestas cartas, que se conservan en los archivos de la Pontificia UniversitaGregoriana en Roma, figuran también en Christoph Clavius, Corrispondenza,Ugo Baldini y Pier Daniele Napolitana (eds.), Pisa, Pubblicazioni delDipartimento di Matematica, Sezione di Didattica e Storia della Matematica,1992. El autor agradece a Ugo Baldini por haberle facilitado las transcripcionesde las cartas antes de la publicación del libro.

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menos cometarios, pero cierra sus elogios con la siguiente frase: “Sinembargo, yo, que entiendo poco, puedo más admirar que argumentar”.247

Lo que más disfruta Ciampoli es la frialdad filosófica y la creatividad deGalileo, sus “nuevas conclusiones”, sus “proposiciones paradójicas” y sus“gemas preciosas”.248

Algo similar puede detectarse al leer las opiniones de Ciampoli sobre laactuación de Galileo en la “graciosa disputa sobre el agua” con Papazzoni,que tiene lugar en 1612 en la corte florentina. Si bien reconoce que lo hanimpresionado mucho más las “experiencias agudas” de Galileo que las res-puestas aristotélicas basadas en distinciones áridas entre un “per accidens osecundum potentiam o secundum quid”, se ocupa de explicitar que sus comen-tarios son opiniones sin valor de sentencia (in via di discorso) basadas en elgusto personal más que en una evaluación de las dimensiones empíricasespecíficas del debate. En sus propias palabras, la presentación de Galileole ha gustado “no sé por qué causa” (qual se ne sia la cagione) y sus elogiospara Galileo no deben considerarse como una crítica (depressione) haciaPapazzoni.249 Así y todo, al enterarse de los comentarios de Ciampoli, Papaz-zoni los toma como una ofensa y lo confronta por ese motivo.

La defensa de Ciampoli es interesante, ya que ayuda a comprender laactitud de los espectadores frente a un debate filosófico. Éste contesta loscuestionamientos de Papazzoni preguntándose “qué nueva costumbre[sobre los debates] quiere introducir entre las mentes ingeniosas de Italia,que si dos doctores se sientan a debatir, los observadores no pueden decir‘Uno me gusta más; las respuestas del otro, a mi gusto, no son satisfacto-rias’”,250 de lo cual resulta evidente que esta práctica le resulta habitual. Ensu respuesta, Papazzoni sostiene que un comentario de esas característi-cas no le hubiera molestado si hubiese venido de un estudiante universi-tario, pero lo ofende saber que fue pronunciado por alguien con la emi-nencia de Ciampoli, alguien “que los grandes príncipes y cardenales estimantanto y cuya conversación consideran como un deleite singular”.251 Todoesto demuestra lo cuidadoso que había que ser en el contexto de la cortepara no decir que una persona estaba equivocada o tenía razón. Resul-taba más provechoso hacer comentarios sobre los procesos mentales deGalileo como una suerte de espectáculo que evaluar sus afirmaciones empí-ricas, ya que lo primero daba lugar a agradables conversaciones donde los

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247 Ibid., N° 1399, p. 466 (énfasis del autor).248 Ibid., N° 1429, p. 499.249 go, t. xi, N° 820, pp. 453-455.250 Ibid., p. 454.251 Ibid., p. 455.

Para Vuestra Ilustrísima Alteza sería un gran gusto oír los argumentosde Galileo, como en general sucede, entre quince o veinte adversariosque lo atacan con crueldad [...] pero él, como si estuviera protegidopor un fuerte, se ríe de todos ellos y, si bien la novedad de sus opinionesno es convincente, logra demostrar la vanidad de la mayor parte de losargumentos con los cuales sus rivales tratan de vencerlo. El lunes [...]dio una prueba maravillosa, y lo que más me agradó fue que, antes deresponder a las razones de sus adversarios, las amplificaba y las refor-zaba con nuevos fundamentos de apariencia importantísima para quedespués, al destruirlos, sus rivales parecieran mucho más ridículos.245

Sin embargo, el entusiasmo de Querengo con las facultades argumentati-vas de Galileo, más que con la validez de sus opiniones, no dura mucho.Dos meses después, se incluye la obra de Copérnico en el Index, y Que-rengo le escribe a Alessandro d’Este:

Las disputas del Signor Galileo se han disuelto como vapores de alqui-mia desde que el Santo Oficio declaró que aquellos que sostienen esaopinión [la de Copérnico] disienten manifiestamente con los dogmasinfalibles de la Iglesia. Nos han asegurado una vez más que, si evitamosandar con trompos en el cerebro, podemos quedarnos firmes en nues-tro lugar sin volar con la Tierra como hormigas sobre un globo que vuelapor el aire.246

Al igual que en el caso de Welser y el cardenal Barberini, Querengo noadhiere a la cosmología copernicana de Galileo, sino que aprecia los deba-tes con un espíritu deportivo, siempre y cuando no le esté prohibido cele-brarlos. Sin embargo, su actitud no debería considerarse meramente opor-tunista o superficial. Una versión un poco más aplacada de esa mismaactitud puede encontrarse incluso entre los defensores de Galileo, quie-nes aprecian más sus facultades argumentativas y su estilo filosófico que susafirmaciones científicas.

Un ejemplo de ello es Ciampoli, que presiona a Galileo para que res-ponda a los ataques de Grassi sobre los cometas, pero luego se muestraentusiasmado sólo con la elegancia filosófica de El ensayador, sin com-prometerse con el valor de verdad de las opiniones empíricas vertidas allí.Elogia la sencillez con la que el científico da cuenta de los diversos fenó-

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245 Ibid., N° 1170, pp. 226-227 (énfasis del autor).246 Ibid., N° 1186, p. 243.

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En una carta a Galileo de marzo de 1615, Cesi protesta porque “el escritorda por sentado que todos nuestros compañeros [los Linces] son coperni-canos, a pesar de que eso no es verdad, ya que lo único que todos profesa-mos en común es la libertad de la filosofía natural”.255 Con esto, Cesi nopretende prohibir que Galileo sea copernicano. El librepensamiento no eli-mina la posibilidad de tener convicciones firmes. Lo que quiere decir esque los Linces como grupo no deben considerarse copernicanos. Cada unode ellos tiene la libertad de adoptar las creencias personales que quiera, peroesas creencias no deben transformarse en un dogma que los esclavice.Cuando eso sucede (o cuando uno adopta una actitud muy rígida con pre-tensiones de superioridad para expresar sus opiniones), no queda espaciopara negociar las afirmaciones que deben aceptarse o rechazarse.256 Comodemuestran Simon Schaffer y Steven Shapin en su trabajo sobre el debateentre Boyle y Hobbes, el dogmatismo se veía como una posible amenazaal intercambio social en general, y al diálogo dentro de la república de lasletras en particular.257 Se podría agregar también que el dogmatismo erainaceptable para los mecenas, ya que ponía en riesgo su propio honor conlas afirmaciones de sus beneficiarios.

Es posible que la fuente de esta actitud ambigua, ya sea manifiesta ocon ciertos matices, se encuentre en la dinámica del estatus. El honor erael mayor capital de los mecenas, y más aun en el caso de los príncipes impor-tantes, pero a su vez se trataba de una categoría que no estaba bien defi-nida, lo cual era necesario para que fuese socialmente eficaz. La esencia delhonor no podía señalarse con precisión. Como se explica en muchos tra-tados sobre la corte, el honor (o la sprezzatura) era justamente aquello cuyaesencia no podía reducirse a palabras. Sin embargo, las personas sabíancómo se ganaba y se perdía. Todos coincidían en que los aristócratas lo reci-

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Foscarini, véanse Stefano Caroti, “Un sostenitore napoletano della mobilità dellaterra: Il padre Paolo Antonio Foscarini”, en Fabrizio Lomonaco y MaurizioTorrini (eds.), Galileo e Napoli, Nápoles, Guida, 1987, pp. 81-121; y Bruno Basile,“Galileo e il teologo ‘Copernicano’ Paolo Antonio Foscarini”, en Rivista diletteratura italiana 1, 1983, pp. 63-96.

255 go, t. xii, N° 1089, p. 151.256 Por ejemplo, Cesi critica a Galileo por haber adoptado un estilo ex professo

en su Discurso sobre los cuerpos flotantes, y lo invita a que use un tono más suaveen el futuro (probablemente en referencia a la Carta sobre las manchas solares)(go, t. xi, N° 737, p. 370). Cabe destacar que la cautela de Cesi no parecealimentada por una preocupación por las posibles consecuencias teológicas de las afirmaciones galileanas, ya que el tratado sobre la flotabilidad no desafíaen modo alguno la Sagrada Escritura.

257 Steven Shapin y Simon Schaffer, op. cit., pp. 23-109.

participantes podían exhibir sus propias aptitudes como cortesanos alhablar de las habilidades de los contendientes,252 mientras que lo segundoconducía a disputas desagradables y carentes de placer, en las que el honorde alguno de los participantes podía verse amenazado o mancillado.

La actitud de Ciampoli respecto de la obra de Galileo no es atípica. Aligual que él, Cesi es un defensor tenaz del estilo filosófico de Galileo, perono necesariamente de sus afirmaciones empíricas. Su lealtad hacia Gali-leo está arraigada en un compromiso común con el “librepensamiento”.En el caso de Cesi, las raíces de ese compromiso son tanto sociales comoepistemológicas. En una carta para Galileo con fecha de julio de 1611, Cesicritica al filósofo aristotélico Lagalla, de Roma, por ser incapaz de salirsedel pensamiento escolástico. Resulta interesante que la “cárcel filosófica”de Lagalla le parezca nociva desde el punto de vista cognitivo y desagra-dable desde el punto de vista social. En sus palabras, “a los intelectos dig-nos se debe la libertad”.253 Las mentes nobles son libres por definición, mien-tras que aquellos que se atan a un sistema filosófico exhiben una posiciónintelectual subordinada. Si quieren pensar de una forma apropiada parasu estatus, los nobles y los caballeros deben ser librepensadores. Mens liberain corpore libero. Para Cesi, el pensamiento de Galileo debe haber sido laencarnación de esa forma de “pensamiento noble”, que no era un sistemafilosófico en sí mismo sino la orientación filosófica que él quería plasmaren la Academia de los Linces.

El compromiso de Cesi con el librepensamiento queda ejemplificadocomo nunca en su respuesta a la Lettera sopra l’opinione de’ Pittagorici edel Copernico de Paolo Antonio Foscarini, donde el monje carmelita defiendela compatibilidad de la astronomía copernicana con la Sagrada Escritura.254

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252 La relación entre la ciencia y el arte de la conversación ha sido objeto de análisispara Jay Tribby en sus estudios sobre la ciencia en las cortes de Francia e Italiadurante el siglo xvii. Véanse Jay Tribby, “Of conversational dispositions and theSaggi’s Proem”, en Elizabeth Cropper (ed.), Documentary culture: Florence andRome from Grand Duke Ferdinand I to Pope Alexander VII, Bolonia, Nuova Alfa,1992; “Stalking civility: Conversing and collecting in Early Modern Europe”, enRhetorica, invierno de 1991, pp. 139-163; “Cooking (with) Clio and Cleo:Eloquence and experiment in Seventeenth-Century Florence”, en Journal ofHistory of Ideas 52, 1991, pp. 417-439; Denise Àrico, “Retorica barocca comecomportamento: Buona creanza e civil conversazione”, en Intersezioni 1, 1981, pp. 338-339 y 342; y Giorgio Patrizi (ed.), Stefano Guazzo e la civil conversazione,Roma, Bulzoni, 1990.

253 go, t. xi, N° 560, p. 158.254 Paolo Antonio Foscarini, Lettera del R. P. M. Paolo Antonio Foscarini Carmelitano

sopra l’opinione de’ Pittagorici e del Copernico della mobilità della terra, e stabilitàdel sole, e del nuovo Pittagorico sistema del mondo, Nápoles, Scoriggio, 1615. Sobre

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del mecenas legitimaba las disputas científicas sólo si éste se encontrabapresente pero no se lo desafiaba, el poder (o el honor) de los príncipes eraeficaz siempre y cuando no lo “tocaran”. Con sólo tocar ese poder, el sis-tema entero habría entrado en cortocircuito.261 Se habría manchado elhonor del mecenas o príncipe, pero también se habrían visto socavados loscimientos del proceso de legitimación en su totalidad.262

Ahora bien, las personas de menor estatus no se encontraban en unasituación tan compleja. Para los jóvenes que menciona Carbone o los aspi-rantes a filósofos que menciona Cigoli, el desafío constituía una inversiónrazonable, ya que tenían mucho que ganar y muy poco que perder. Su prin-cipal problema era que los tomaran en serio. Sin embargo, esta dinámicano generaba una situación en la que los poderosos fueran blancos fácilespara los ataques rutinarios y agresivos de otras personas que buscabanhonor y mayor estatus. Como ya se ha visto, los soberanos absolutos se lasarreglaban para protegerse de esos desafíos al “civilizar” a sus súbditos. Lasociedad cortesana, el protocolo y el discurso que criminaliza los desafíosal príncipe constituyen distintos aspectos de lo que Norbert Elias ha deno-minado “proceso de civilización”, un proceso que corre en paralelo con lainstauración del absolutismo político.

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bían de incontables años de tradición familiar y lo podían perder en uninstante. De hecho, tener un gran honor era sinónimo de tener un honormuy susceptible, un honor que la más suave brisa podía alterar. Los gran-des mecenas eran tan vulnerables como poderosos.258 Ellos, al igual quequienes los rodeaban, podían interpretar toda declaración mínimamentedescortés y toda crítica velada como un insulto que requería una riposte.Por lo tanto, tomar partido en una disputa implicaba arriesgarse a acep-tar un desafío posterior y, dada la vulnerabilidad de su honor, era muy fácilque los grandes mecenas se vieran arrastrados a un “duelo”.

En síntesis, los mecenas importantes necesitaban protegerse de los des-afíos precisamente porque eran muy susceptibles a ellos. En el caso de loque podría llamarse su participación en los debates científicos, esa nece-sidad de protegerse tomaba la forma de una actitud ambigua. Los gran-des mecenas se especializaban en las convenciones, no en la lógica empí-rica. Por lo tanto, empleaban mecanismos de distanciamiento en todaslas esferas de su vida. El protocolo intrincado de la corte barroca res-ponde precisamente a la necesidad de manejar la interacción intensa entrelos príncipes absolutos, los aristócratas y las personas de menor estatus almismo tiempo que se mantiene la distancia adecuada y se evita la “conta-minación”.259 Como ya se sabe, un error en el cumplimiento de la etiquetase tomaba en general como una afrenta personal.260 Así como el honor

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258 Paradójicamente, existía una relación inherente entre el poder y la fragilidad. Ser poderoso equivalía a ser frágil, y ser frágil equivalía a ser poderoso. O, enotras palabras, ser poderoso equivalía a tener mucho que perder.

259 En el mismo sentido, el análisis de Goffman sobre la deferencia y el proceder en la sociedad contemporánea plantea que cuanto más elevada es la clase social,más extensos y elaborados son los tabúes contra el contacto. (Erving Goffman,“The nature of deference and demeanor”, en American Anthropologist 58, 1956, p. 481 [trad esp.: “La naturaleza de la deferencia y el proceder”, en Ritual de lainteracción, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1970]).

260 Sin embargo, existían ciertas excepciones importantes a esta economía del estatus y el honor. Las personas de posición social elevada no vivían todo el tiempo en peligro de que los dichos o actos propios o ajenos mancillaran suhonor. En el carnaval, por ejemplo, los aristócratas podían usar una máscara y proceder de manera tal que en otros contextos hubiera sido inaceptable.También puede mencionarse el caso de los bufones, quienes precisamente por su estatus liminar podían decir lo que los demás tenían prohibido y serpremiados por eso. En el mismo sentido, algunos aristócratas y príncipesviolaban las normas de etiqueta al comportarse de forma grosera o decir todo lo que pensaban. Éstas son las excepciones que confirman la regla. En efecto, losque actuaban de esa manera eran personajes abiertamente marginales (como elbufón, el “duque viejo”, la “reina madre excéntrica”, etc.) o figuras que tratabande violar las normas de manera explícita para demostrar su poder. No se trata de

excepciones “disparatadas” sino de conductas que cumplían una función en el mantenimiento y la evolución de las normas de etiqueta, siempre y cuando lasrealizara la persona adecuada en el momento justo. Evidentemente, el uso deseudónimos en las polémicas o de géneros literarios de ficción para transmitirlas ideas propias (como el Diálogo de Galileo) refleja una estrategia similar.

261 En sentido literal, habría quedado expuesta la vacuidad del poder del príncipe.En cierto modo, el poder del príncipe era un envite falso que sólo resultabaeficaz para todos los participantes del juego si nadie pedía “ver”.

262 La actitud ambigua de los grandes mecenas no era accidental ni se limitaba a la filosofía natural, lo cual queda demostrado por la presencia de actitudessimilares que éstos adoptaban con frecuencia cuando recibían algún pedido de rutina por parte de sus beneficiarios. Como señala Saint-Simon, era pocofrecuente que Luis XIV dijera algo más que “ya veré” cuando le hacían algunasolicitud (véase Norbert Elias, Court society, op. cit., p. 131). Un caso similar es el del papa Urbano, a quien su especialista en medicamentos naturalesJohannes Faber, que también era miembro de la Academia de los Linces, nologró convencer de que se expidiera sobre la cátedra que había solicitado en laSapienza. El pontífice en ningún momento dijo “sí” o “no”, sino que le respondiócon garantías vagas y benignas y lo dejó aceptar promesas de sus intermediarios,las cuales luego acabaron por desvanecerse (cl, parte 2, sección 2, N° 696, p. 828;N° 714, pp. 842-843; N° 721, p. 850). Al igual que en el caso de las afirmacionesepistemológicas, los grandes mecenas no querían arriesgarse por nada, salvo poraquello que fuera importante para mantener su propia posición y su estatus.

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ascendente en la escala social, Galileo ponía en riesgo su propio honor yel de sus rivales. A diferencia de él, los mecenas importantes (como losMedici y el papa), cuyo poder y honor Galileo aprovechaba para adquirirlegitimidad en general, no necesitaban aumentar ese poder mediante losdesafíos de los beneficiarios, sino que preferían conservarlo y evitar que selo pusiera a prueba. Esta tensión irresoluble es la que estructura las últi-mas etapas de la carrera de Galileo.264 El juicio de 1633 puede concebirsecomo un resultado predecible de esa dinámica.

Por último, aunque la falta de compromiso del mecenas con las afir-maciones de sus beneficiarios era básicamente una consecuencia de supoder, con frecuencia se la presentaba como una señal de objetividad.265

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264 Se podría afirmar que no existían protocolos rígidos para evaluar el valor deverdad o ficcionalidad de una afirmación determinada. A juzgar por la reacciónde Urbano VIII al Diálogo de Galileo, había un componente altamentecontextual en el modo en que los mecenas percibían los límites entre la realidady la ficción o el carácter hipotético de las afirmaciones. Esto dependía tambiénde la percepción que el mecenas tenía sobre la estabilidad de su propio poder. Enrealidad, el mecenas no necesitaba creer que las afirmaciones de sus beneficiarioseran hipotéticas para poder darles lugar. Solamente necesitaba que dichasafirmaciones pudieran representarse como hipotéticas en un contextodeterminado. Como se ve en el tratado de Torquato Accetto de 1641, el disimulono era un delito en la corte barroca (Torquato Accetto, “Della dissimulazioneonesta”, en S. Caramella y B. Croce (eds.), Politici e moralisti del Seicento, Bari,Laterza, 1930). En efecto, el disimulo en la corte es un tema analizado y aprobadoen La civil conversazione de Stefano Guazzo (Brescia, Bozzola, 1574). En Elensayador, por ejemplo, Galileo pone como excusa de su estilo agresivo el hechode no estar atacando a una persona real sino a una máscara cuya verdaderaidentidad es desconocida. Sin embargo, el público sabe muy bien que LotarioSarzi es en realidad Orazio Grassi y que el texto de Galileo es un ataque adhominem dirigido al jesuita. En síntesis, se sabe que el libro forma parte de unduelo personal en el que los dos participantes ponen en juego su honor, peropueden hacer de cuenta que es una competencia amable y civilizada. Además,aunque el libro está dedicado al papa, su honor no se ve comprometido. Elcarácter ficcional disimulado de las afirmaciones genera un doble sentido que,en cierta medida, funciona bien para el mecenas y para el beneficiario. Esteúltimo puede atacar con energía mientras hace de cuenta que sólo está jugando,y de esta manera logra demostrar sus aptitudes y exponer sus argumentos antetodos aquellos que los puedan apreciar, sin comprometer por ello el honor delmecenas, que queda fuera del campo donde transcurre el duelo. De manerasemejante, el mecenas puede formar parte de un espectáculo en cierta medidariesgoso (y por lo tanto, más entretenido y distinguido) en un marco de relativaseguridad. En efecto, si los participantes pierden el control, el mecenas puedeacusar a su beneficiario de haber transgredido las normas discursivas, como lodemuestra el caso de Urbano VIII.

265 go, t. xi, N° 554, p. 140; N° 771, p. 402; N° 776, p. 408.

Es posible que esta dinámica del honor, el poder, los desafíos y los due-los (con su correspondiente evasión) ayude a contextualizar las exhorta-ciones permanentes de los mecenas de Galileo (desde Cosme II hasta Cesiy Urbano VIII) a que éste expusiera sus argumentos como hipótesis, escri-biera diálogos en vez de tratados y presentara sus razonamientos ex sup-positione. También es probable que esta dinámica explique por qué losmecenas siempre trataban los debates de Galileo como si fueran puestasteatrales. Existe una homología estructural entre el discurso de los mece-nas importantes que pretendían pasar por hipotéticos o ficticios los argu-mentos de sus beneficiarios y el discurso que protegía el honor y el poderde los príncipes absolutos ante los embates de los distintos desafíos. Elhecho de que Galileo haya tenido que escribir sobre la astronomía coper-nicana como si ésta fuera una mera hipótesis y haya debido exponer susideas mediante el diálogo, que podría describirse como un género másligero, se puede concebir como instancia de un “discurso del borramiento”mucho más amplio, cuyo fin era, en este caso, resguardar el poder y la ima-gen del príncipe papal.263

Sin embargo, los beneficiarios que gozaban de una movilidad socialascendente, como Galileo, no siempre compartían ese “discurso del borra-miento” con sus mecenas importantes. Es más, Galileo con frecuencia acen-tuaba el valor de verdad de sus afirmaciones, salvo que lo presionaran parahacer lo contrario. Al igual que los jóvenes de Carbone, propensos a ini-ciar duelos, él tenía la necesidad de “atacar” blandiendo sus argumentoscomo afirmaciones verdaderas, no ficticias ni hipotéticas, para así ascen-der en la escala social, conseguir el puesto de filósofo, mejorar su estatusy su credibilidad, y legitimar su nueva visión del mundo. Con cada paso

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263 El vínculo entre la raison d’état y el discurso científico inofensivo para el poderdel príncipe se describe en “Del natural desiderio di sapere et Institutione de’Lincei per adempimento di esso”, un ensayo de Cesi donde se delinea elprograma de la Academia de los Linces (reproducido en Gilberto Govi “Intornoalla data di un discorso inedito pronunciato da Federico Cesi fondatoredell’Accademia de’ Linceie e da esso intitolato: ‘Del natural desiderio di sapere et Istitutione de’ Lincei per adempimento di esso’”, en Memorie della RealeAccademia dei Lincei, Classe de Scienze morali, storiche e filologiche, serie 3, 5 1879-1880, pp. 244-261; para la referencia a la raison d’état, véase p. 257). EnPraescriptiones Lynceae Academiae curante Joanne Fabro Lynceo Bambergensi(Terni, Guerrero, 1624, p.7) se encuentran argumentos muy similares. Al parecer,los temas relacionados con la raison d’état estaban muy vigentes en las academiasde esa época, ya que también se los menciona en los estatutos de los Umoristi, laacademia literaria más importante de Roma durante ese período (véase PieraRusso, “L’Accademia degli Umoristi, fondazione, strutture e leggi: Il primodecennio di attività”, en Esperienze letterarie 4, 1979, p. 59).

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turado que sólo depende del Estado.266 Éste es el ámbito donde mejor sedesarrolla la “ideología del desinterés económico”, que es funcional tantopara los profesores como para el Estado. Al proclamar la autonomía abso-luta de sus producciones culturales, los profesores presentan su conoci-miento como “puro” y “desinteresado” y, por lo tanto, como legítimo y noarbitrario. Cuanto más destacan su autonomía, incluso del Estado, más fun-cionales son a éste, que usa la universidad y la cultura que ella reproducepara reproducir a su vez las estructuras y las jerarquías sociales. Sin embargo,esa reproducción queda solapada al presentarse la educación como unatransmisión de cultura “pura”. En síntesis, la “pureza” deriva de la sustitu-ción de los alumnos particulares por el Estado como mecenas del profesor.

En el trabajo de Alain Viala sobre el surgimiento del escritor como un rolsocial legítimo en Francia durante el siglo xvii se introduce una distinciónentre dos tipos de mecenazgo: el clientélisme y el mécénat.267 En general, elprimero se da con mecenas de poca monta cuyos beneficiarios (profesoresparticulares o historiadores) realizan tareas de rutina y de poca visibilidada cambio de un pago determinado. En este caso, los beneficiarios suelen adop-tar estrategias lentas y no muy arriesgadas para progresar en sus carreras. Elvínculo entre mecenas y beneficiario tiende a ser débil, y los beneficiariosforman parte de diversas relaciones de mecenazgo al mismo tiempo. Gene-ralmente, los textos producidos en este marco están dirigidos a un públicomayoritario, y no se espera que los beneficiarios sean fieles a sus mecenas.

El mécénat, en cambio, es muy distinto y mucho menos frecuente. Losmecenas importantes (el rey o los príncipes de Condé) se interesan porlos autores inteligentes, controvertidos, destacados y corteses. Esos auto-res no ganan un sueldo ni están obligados a trabajar en tareas específicas,sino que reciben “gratificaciones”. En este caso, sí se espera que los bene-ficiarios sean leales a sus mecenas.268 Ellos son los defensores del honor desus mecenas y adoptan estrategias de progreso aceleradas y riesgosas. Ade-más, se los percibe como integrantes de la nobleza porque el carácter encierta medida agresivo de sus producciones culturales coincide con la ética

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266 Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron, La reproduction: Éléments pour une théorie du système d’enseignement, París, Minuit, 1970, p. 82 [trad. esp.: La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza, Barcelona,Laia, 1981].

267 Alain Viala, Naissance de l’écrivain, París, Minuit, 1985, pp. 51-84.268 En un estudio sobre la sociedad aristocrática de la modernidad temprana en

Francia, Sharon Kettering señala la existencia del mismo fenómeno descrito porViala en cuanto a la lealtad de los beneficiarios y a la naturaleza donativa de las“gratificaciones” (S. Kettering, “Gift-giving and patronage...”, op. cit., p. 137

y pp. 140-141).

La brecha social entre Welser y sus dos beneficiarios rivales, por ejemplo,le permite no comprometerse con ninguno de ellos, pero a la vez esto esrepresentado como un gesto de desinterés. La distancia en el estatus social(y por lo tanto, en el honor) se representa entonces como un distancia-miento que permite cierta objetividad. En algún sentido, los mecenas estánconminados a ser “objetivos” por una clase peculiar de “nobleza obliga”.Incluso cuando algunos mecenas como Ciampoli o el cardenal Barberinise excusan apelando a su falta de competencia específica en el tema, no setrata de un acto de humildad, sino de un modo de reflejar la diferencia deestratos sociales. Tener competencia en un tema determinado significabaser un profesional, es decir, alguien dedicado a la técnica, pero los mece-nas no podían ser técnicos, ya que eran caballeros o aristócratas. Por lo tanto,lo que se presenta como imparcialidad por parte de los mecenas es en rea-lidad la manifestación de un límite social, casi un tabú.

grandes mecenas y proclamas de objetividad

Aunque los mecenas, y en especial los príncipes, se cuidaban muchísimode poner en riesgo su propio honor por las afirmaciones de sus beneficia-rios, existen unas pocas excepciones a esta regla que resultan esclarecedo-ras. Los Medici, por ejemplo, a la larga validan el descubrimiento de lossatélites de Júpiter principalmente porque Galileo se las arregla para pre-sentar dichos satélites como emblemas dinásticos de la dinastía. Como eldon de Galileo exalta la imagen de la familia, los Medici se muestran dis-puestos a arriesgarse un poco por él. Sin embargo, la ratificación de las afir-maciones por parte de los mecenas no era el único modo de obtener legi-timidad cognitiva para los beneficiarios. Bastaba con entablar relacionesde mecenazgo donde el mecenas fuera un personaje importante para adqui-rir credibilidad y un mejor estatus. En este apartado se analizarán los meca-nismos específicos de ese proceso mediante el examen de distintos casosde interacción entre algunos mecenas importantes y sus beneficiarios.

Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron han estudiado el sistema uni-versitario francés no como una simple institución educativa, sino comoun espacio que reproduce las jerarquías sociales. En este marco, han ana-lizado la sociogénesis del mito de la autonomía del saber académico. Segúnlos autores, la “ilusión de la autonomía absoluta del sistema de enseñanza”se fortalece cuando los profesores dejan de ser retribuidos directamentepor sus alumnos y pasan a formar parte de un cuerpo profesional estruc-

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socioprofesional, el artista le escribe a un pintor de Bolonia que él le debetanto a su mecenas (el papa Julio II) como un pintor común y corriente ledebe a su proveedor de pintura.272 Al igual que el écrivain galant de Viala,que no quiere que se lo identifique con un escriba, o el mismo Galileo,que solicita el título de filósofo, Miguel Ángel quiere destacar su propiocarácter extraordinario. Miguel Ángel no era cualquiera, era Miguel Ángel.

Asimismo, no es casual que este artista del Renacimiento, ascendido ala posición más elevada de todas (al punto de ser considerado “divino”),haya entablado una relación dialéctica con el mecenas más grande de suépoca (el papa Julio II) y se haya ocupado en repetidas ocasiones de enfa-tizar su independencia artística y de negar las motivaciones utilitarias desu labor.273 Durante el papado de Pablo III, cuando Miguel Ángel quedaal mando de la fabrica de San Pedro, le solicita al papa que incluya en elcontrato que él trabajará “por amor a Dios y no por una recompensa eco-nómica”.274 El mito del artista que va creciendo en torno a la “divinidad”de Miguel Ángel (como los otros mitos en torno a la “autonomía” acadé-mica y la “nobleza” de los escritores) es funcional tanto para el artista comopara el mecenas, ya que eleva el arte y lo convierte en un símbolo de esta-tus más prestigioso para quienes lo apadrinan. Por lo tanto, lo hace queFlorencia sea un ámbito atractivo para Galileo no es sólo la nostalgia, elbuen salario y la oportunidad de dejar la docencia, como podría indicarel sentido común, sino también la posibilidad única de transformarse enun filósofo, en el Miguel Ángel de las matemáticas. No obstante, los aspec-tos más interesantes de todo este proceso tal vez sean los relacionados conel estatus de la disciplina que el propio Galileo ejerce.

Al hallar un mecenas con una posición social lo suficientemente elevadacomo para anular el vínculo económico-utilitario con sus beneficiariosmás notables, Galileo logra presentarse a sí mismo y presentar su métodoy su disciplina como “desinteresados” y, por lo tanto, “objetivos”.275 En ese

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272 “Yo tengo con el papa Julio, que me dio [el bronce para la estatua], las mismasobligaciones que tú tienes con los apotecarios que te dan los colores que usaspara pintar” (citado en Giorgio Vasari, op. cit., p. 34).

273 Sobre la tensa relación entre Miguel Ángel y Julio II, así como los diversos papasque lo sucedieron, véase ibid., pp. 28, 31-34, 38-41, 52-53, 71-72, 74, 92-93.

274 Ibid., p. 84. Según Vasari, aunque el papa “le envió dinero a cambio de esetrabajo en varias ocasiones, Miguel Ángel se negó a aceptarlo”. Para un ejemplosimilar, véanse también pp. 97-98.

275 Como ya se ha mencionado, era de conocimiento público que Galileo cobrabaun salario abultado. Sin embargo, no se lo presentaba como un pago acorde auna labor determinada sino como un símbolo de la generosidad y el poder del gran duque.

y la estética de la aristocracia: “De hecho, se podría hablar de un heroísmoliterario: la gloria como escritores les otorgaba la nobleza del mismo modoen que las hazañas militares habían servido para transformar a gentil-hombres en caballeros”.269

Al igual que los profesores universitarios de Bourdieu y Passeron, losescritores de Viala son considerados nobles y desinteresados por servir aun gran mecenas en vez de a muchos pequeños y por adoptar la afecta-ción cultural que acompaña su posición. Los mecenas, a su vez, necesitanque estos beneficiarios se consideren miembros de la nobleza porque, comoellos mismos son aristócratas, no pueden confirmar su propio estatuscon beneficiarios que cobren por su trabajo. En el Galateo de Della Casa(un manual clásico de etiqueta) se enseña a los beneficiarios a adoptar unaura de liberalidad cuando sirven a sus mecenas:

Cuando algo se hace como un deber, el mecenas lo percibe como tal y, porlo tanto, siente escasa gratitud hacia el beneficiario. Sin embargo, cuandolos beneficiarios exceden sus deberes, el mecenas percibe que están dandoalgo de sí mismos y, por lo tanto, los quiere y los considera generosos.270

Tanto los mecenas como los beneficiarios desean demostrar que su rela-ción es voluntaria en lugar de utilitaria. Al igual que en el caso de los pro-fesores universitarios y el Estado, el borramiento o la negación de las dimen-siones económicas del vínculo sirve a los intereses comunes de los escritoresy los mecenas estudiados por Viala.

Algo similar se constata en el caso de Miguel Ángel, que en un escritosemejante a la carta de Galileo a Vinta se ufana de no haber tenido que abrirun taller (aprire bottega) nunca en su vida y de haber trabajado siempreen la corte bajo las órdenes de un solo mecenas importante en vez de muchosinferiores.271 Además, Migue Ángel sostiene que él no es un pintor o escul-tor en el sentido atribuido a esos términos durante la época de los gre-mios urbanos. Para destacar su independencia excepcional y su posición

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269 Alain Viala, op. cit., p. 222 (traducción al inglés del autor).270 Giovanni della Casa, Galateo, Venecia, 1558 (reimpresión, Turín, Einaudi, 1975),

p. 35 (traducción al inglés del autor) [trad. esp.: Galateo, Madrid, Cátedra, 2003].271 “Nunca fui un pintor o escultor de esos que tienen que abrir un taller para serlo.

Siempre evité hacerlo por respeto a mi padre y a mis hermanos” (Miguel Ángel,carta del 2 de mayo de 1548 citada en Peter Burke, Culture and society..., op. cit.,p. 69). La connotación mecánica de la expresión aver bottega es confirmada porGiorgio Vasari, quien describe a un pintor secundario como “uno de esos quetienen un taller abierto al público y se quedan ahí, a la vista de todos, haciendotoda clase de tareas mecánicas” (ibid., p. 69).

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vertirse en artistas en el sentido moderno del término. Así como MiguelÁngel se destacaba en las tres artes del disegno (la pintura, la escultura y laarquitectura), Galileo era experto en casi todas las ramas de las matemá-ticas: la astronomía, la mecánica, la óptica, la fortificación y la hidráulica.Además, conocía bien la filosofía tradicional y había comenzado a intro-ducir una nueva filosofía de la naturaleza. En síntesis, Miguel Ángel y Gali-leo eran los santos patronos perfectos para sus respectivas disciplinas. Cabeseñalar aquí que hoy en día las tumbas de estos dos hombres se encuen-tran frente a frente en la misma iglesia y que ambos mausoleos son monu-mentos dedicados a sus profesiones. La de Miguel Ángel está rodeada demusas que simbolizan la arquitectura, la pintura y la escultura, mientrasque la de Galileo está rodeada de otras musas que simbolizan las cienciasmatemáticas que él logró elevar a la altura de la filosofía.

Ahora bien, esta oportunidad de legitimación social provenía solamentede las relaciones de mecenazgo entre los grandes mecenas y los beneficia-rios más famosos. Para participar de este tipo de vínculo tan particular, elbeneficiario debía ofrecer algo muy atípico, novedoso y controvertido, afin de cumplir los requisitos de un digno “desafiante”, un librepensador,alguien que no dependía de ninguna tradición filosófica. Es más, si queríaque un gran mecenas lo considerara lo bastante noble como para enta-blar una relación voluntaria (casi de parentesco) con él, el beneficiario teníaque recibir desafíos de numerosos rivales dignos. Sin duda, Galileo cum-plía con todos estos requisitos. Además, lo habían desafiado en torno a untema que comprometía el honor de la familia Medici: la existencia de losAstros Mediceos. En cierto modo, al aceptar el don de Galileo, Cosme lohabía transformado en un defensor de los Medici.279

Galileo estaba obligado a defender el honor de su príncipe y lo hacía dela mejor forma posible, es decir, con eficacia y notoriedad. De ahí surgeentonces lo que podría definirse como el ennoblecimiento socioprofesio-nal de Galileo por parte de Cosme al nombrarlo “caballero científico” oFilosofo e Matematico Primario del Granduca di Toscana.280 En este sentido,el nombramiento de Galileo queda implícito desde el mismo momento

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279 No es casual que Vinta describa la dedicatoria de los satélites a los Medici como un don “generoso y heroico” (énfasis del autor) (go, t. x, N° 266, p. 284) ni que Galileo coincida con él acerca del carácter heroico de su hallazgo y de ladedicatoria (ibid., N° 277, p. 298). Asimismo, el heroismo de Galileo concuerdacon la apreciación cortés de las mentes libres (como ya se ha explicado enrelación con el ethos de Cesi).

280 Entre la dedicatoria de los astros a los Medici (go, t. x, N° 265, pp. 282-284), que tiene lugar el 13 de febrero de 1610, y la decisión oficial del Gran Duque(ibid., N° 359, pp. 400-401), que tiene lugar el 10 de julio del mismo año,

proceso, Galileo puede tratar de eliminar la asociación de las ciencias mate-máticas con una posición social baja, derivada del vínculo con la mecánicay otras disciplinas prácticas. Dado que Cosme está obligado por su honora reprimir las dimensiones utilitarias del mecenazgo, Galileo puede pre-sentarse como un científico desinteresado y objetivo y, en consecuencia,representar sus hallazgos como verdaderos. La misma dinámica del mece-nazgo que produce la “divinidad” de Miguel Ángel sirve a Galileo para recu-brir de objetividad su método y sus afirmaciones. Es más, en estos ejem-plos se encuentra otro denominador común que resulta pertinente: todosellos ilustran una dinámica del mecenazgo que permite la legitimación deuna nueva identidad socioprofesional.

La analogía entre Miguel Ángel y Galileo, también en relación con eluso académico de sus imágenes, resulta especialmente esclarecedora. Losartistas florentinos se apropian de la “divinidad” de Miguel Ángel desde elplano institucional y lo transforman en una especie de santo patrono desu profesión. La posición excepcional de ese artista constituye una herra-mienta que les permite presentar a toda la disciplina como poseedora de unestatus social elevado, algo de lo cual carecía hasta ese momento. De hecho,la organización de los funerales de Miguel Ángel en Florencia en el año 1564

está a cargo de la Accademia del Disegno, recién fundada como la primeraacademia oficial de bellas artes.276 Miguel Ángel no puede haber muertoen mejor momento. Su fallecimiento es una “mirabil congiuntura”, unaherramienta esencial para la legitimación de las artes visuales, que apenasse estaban institucionalizando. En palabras de Vasari: “Sin duda fue unagran suerte que Miguel Ángel no muriera antes de la fundación de nuestraAcademia”.277

Como hipótesis, podría sugerirse que el monumento funerario que losseguidores de Galileo tratan de erigir sin éxito en Santa Croce inmediata-mente después de su muerte tiene como objetivo una legitimación aná-loga.278 Galileo iba a ser el santo patrono de una nueva raza de matemáti-cos: los matemáticos filosóficos. Es probable que su estatus extraordinariocomo matemático quisiera aprovecharse para mejorar la posición socialde todos los matemáticos, de la misma manera que la “divinidad” de MiguelÁngel había ayudado a todos los pintores, arquitectos y escultores a con-

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276 Para una descripción de los funerales, véase Giorgio Vasari, op. cit., pp. 132-191,especialmente las pp. 135-149, 174-179 y 185.

277 Ibid., p. 185.278 go, t. xviii, N° 4194, p. 378; N° 4196, p. 379; N° 4197, pp. 379-380; N° 4202, p. 382;

y Giovanni Battista Nelli, Vita e commercio letterario di Galileo Galilei, Lausana,1793, t. ii, pp. 874-885.

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a varios alumnos genéricos, sino solamente a sus Signori, toda vez que ellosdeseen aprovechar sus enseñanzas. Por lo tanto, podría afirmarse que aGalileo le interesa el mécénat, no el cliéntelisme.

De hecho, Galileo logra obtener el estatus de caballero de la corte por-que, además de recibir el título de filósofo, consigue que lo incluyan en lacategoría de familiari senza provisione (personas pertenecientes a la clasepatricia que tenían acceso total a la corte pero no cobraban como emple-ados), cuando también existe la categoría de artisti, architettori e altri mani-fattori (a la cual pertenecían los empleados de la corte, como los artistas,los artesanos, los ingenieros, los arquitectos, los profesores de matemáti-cas y los geógrafos).282

Esta relación entre los grandes mecenas, los beneficiarios notorios y con-trovertidos, y la correspondiente indiferencia (u objetividad) atribuida ala producción cultural de dichos beneficiarios podría explicar la preocu-pación de Galileo y de Miguel Ángel por tratar de entablar un vínculo demecenazgo con el mecenas más importante de su época: el papa. Sinembargo, como lo indica el juicio de 1633, su expectativa de obtener unalegitimación aún más elevada no se cumple.

el mecenazgo y el compromiso con las teorías

Tras haber analizado el sistema de mecenazgo, se puede retomar algunosde los puntos mencionados al comienzo de este capítulo y sostener quedicha institución no fue un factor externo a las inquietudes, los compro-

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282 asf, “Depositeria generale 389”, fol. 89r y “Guardaroba medicea 309”, fol. 38v. El sueldo de Galileo no lo pagaba el tesoro de los Medici o “Depositeria generale”sino la Universidad de Pisa. Esto puede interpretarse de dos maneras: por unlado, se puede pensar que no querían cargar el presupuesto de la corte con unsalario tan alto y, por otro lado, se puede suponer que, como Galileo notrabajaba ni cumplía ninguna función específica en la corte, los Medicirealmente querían tenerlo allí como un “gentiluomo non provvisionato” y elpuesto de Pisa servía como una especie de sinecura. Esta segunda interpretaciónpodría confirmarse con el fenómeno observado por Viala en París. Allí, losgrandes mecenas no retribuían a sus principales beneficiarios con sueldospagados de los fondos destinados a tal fin, sino con pagos provenientes de otrasfuentes, con menor connotación salarial. Las retribuciones que cobraban losbeneficiarios importantes se denominaban gratificaciones y provenían de “unerubrique budgétaire spéciale”, mientras que los sueldos de los beneficiarios menosimportantes se llamaban simplemente “émoluments ordinaires” (Alain Viala, op.cit., pp. 56-57).

en que Cosme acepta la dedicatoria, salvo que el científico “muera” en elduelo. Y Cosme no acepta la dedicatoria sólo por la naturaleza espectacu-lar del hallazgo ni por su importancia para la astronomía copernicana, sinotambién por el papel fundamental que desempeña Júpiter en la nueva mito-logía de la familia Medici. Como se verá en el próximo capítulo, Júpiter erael emblema de Cosme I, el fundador de la dinastía, y los Astros Mediceosse presentaban como emblemas de su progenie. En síntesis, éstos consti-tuían una confirmación del carácter natural de su reinado.

En este juego de legitimación mutua, los mecenas más fáciles de com-prometer para Galileo eran los Medici. Aunque los príncipes solían evitarese tipo de compromisos, en este caso tenían un incentivo importante paradestacar la “nobleza” y el desinterés de Galileo: al ayudarlo a legitimar sushallazgos, estaban legitimando y naturalizando un gran aporte a la imagi-nería dinástica de la familia, que a su vez los autolegitimaba. Resulta muyelocuente la analogía de esta situación con la relación simbiótica (anali-zada por Bourdieu y Passeron) entre la preocupación del Estado por lareproducción de las jerarquías y las estructuras sociales y la necesidad delos profesores de que su cultura se represente como autónoma.

Por otra parte, Galileo no podía obtener semejante ennoblecimientode un mecenas menos importante que Cosme II, y así lo manifiesta enuna carta a Vinta donde describe su insatisfacción con las condiciones deempleo que se le ofrecen en la República de Venecia. El problema no es conVenecia sino con todas las repúblicas en general, como ya lo habían apren-dido varios artistas plásticos antes que Galileo.281 Las condiciones labora-les que Galileo espera de los Medici no coinciden con el estilo de vida deun protocientífico, sino con el de un miembro de la nobleza. La falta detiempo libre para investigar no es el único motivo por el cual no quierededicarse a la enseñanza. Él mismo señala que se encuentra en juego unacuestión de estatus: no quiere tener un puesto que lo identifique con unmecánico, o sea, con alguien obligado a trabajar. Tampoco quiere enseñar

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transcurre un período de cinco meses. Durante las vacaciones de Pascuas enPisa, Vinta le señala algunas veces a Galileo que existe la posibilidad de obtenerun puesto en la corte de los Medici. En esos meses, Galileo le infoma a Vinta queha respondido varios embates contra la existencia de los Astros Mediceos (ibid.,N° 307, pp. 348-353). Sin embargo, a pesar de haber aceptado la dedicatoria conagrado, los Medici no se apresuran a convocar a Galileo a la corte. Con la actitudde desapego típica de los mecenas, éstos parecen observar cómo se desarrolla ladisputa. Sin embargo, Galileo opina que esa distancia es un poco excesiva y queuna validación más enérgica o más rápida de su posición por parte de los Mediciserviría para poner fin a dicha disputa (ibid., N° 307, p. 349; N° 339, p. 379).

281 Peter Burke, Culture and society.., op. cit., p. 230.

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riográficos dedicados al copernicanismo de Galileo se han limitado a con-siderar sus comentarios sobre Copérnico en libros, manuscritos y cartas,lo cual ha derivado en una perspectiva innecesariamente estrecha sobre eltema. Estos autores sostienen que Galileo fue copernicano a partir de ladécada de 1590 o, con más razón, que fue un copernicano en potenciadurante muchos años, y que esta potencialidad se materializó gracias a laaparición de un número cada vez mayor de pruebas a favor de Copérnico.En síntesis, el copernicanismo de Galileo se presenta como un resultadonatural, o incluso teleológico. En estas perspectivas se pasa por alto que elimpulso de Galileo por producir más descubrimientos (algunos de los cua-

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misos y las elecciones científicas de Galileo. Si bien este tema se estudiarácon más detalle en otros capítulos, cabe destacar que la comprensión dela dinámica del mecenazgo ofrece una perspectiva más compleja sobre Gali-leo en tanto defensor de sus hallazgos científicos de 1609 y 1610, así comosobre su adherencia total al copernicanismo.

Galileo el copernicano y Galileo el cortesano no eran dos personajesdiferentes. Así, sería insatisfactorio concebir el compromiso de Galileocon el copernicanismo como la fuerza motriz que impulsa su carrera cien-tífica y considerar que sus preocupaciones por el mecenazgo son un obs-táculo. Aunque es cierto que la dinámica del mecenazgo y el discurso dela corte imponen severas limitaciones a un beneficiario que en generalhacía afirmaciones duras (y no sólo acerca del sistema heliocéntrico), nopor ello se debe sostener que el efecto del mecenazgo sobre la ciencia espuramente represivo.

Por el contrario, el mecenazgo constituye un sistema productivo: impulsaa los beneficiarios, fomenta y estructura la comunicación y los debates entreellos, premia las novedades, legitima afirmaciones científicas que en otroámbito habrían sido inaceptables y les brinda a los beneficiarios los recur-sos para legitimar sus identidades socioprofesionales, que en general que-dan por fuera de lo convencional. Por supuesto, dicho sistema tiene sus pro-pios parámetros y reglas sobre la apariencia del discurso legítimo, y éstosdifieren de los que regulan la ciencia actual. Por lo tanto, aunque en estemarco solamente cupieran ciertos tipos de discurso, la tensión existenteentre las inquietudes de Galileo en tanto cortesano y en tanto científico nodebería considerarse como un choque entre dos mundos irreconciliables,sino como tensión fundamental entre dos aspectos del mismo sistema.

De este modo, al analizar la defensa de los hallazgos astronómicos rea-lizados entre 1609 y 1610 por Galileo, se observa que no es necesariamentesu creencia previa en el copernicanismo la fuerza motriz que impulsa taldefensa apasionada. En cambio, el compromiso cada vez mayor con el coper-nicanismo que Galileo va adquiriendo en esos años podría atribuirse tam-bién a la dinámica del mecenazgo que lo obliga a defender sus hallazgos ya producir aun más descubrimientos.283 Gran parte de los estudios histo-

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283 Para una crítica diferente de la adhesión al copernicanismo como categoríaexplicativa de la carrera de Galileo, véanse Maurice Finocchiaro, “Galileo’sCopernicanism and the acceptability of guiding assumptions”, en ArthurDonovan, Larry Laudan y Rachel Laudan (eds.), Scrutinizing science, Dordrecht,Kluwer, 1988, pp. 49-67; y Stillman Drake, “Galileo’s steps to full Copernicanismand back”, en Studies in History and Philosophy of Science 18, 1987, pp. 93-105.Drake y Finocchiaro abordan el copernicanismo de Galileo desde dos

perspectivas muy diferentes. Finocchiaro rastrea el compromiso cada vez mayorde Galileo con esa teoría mediante un análisis de su pensamiento astronómico,mientras que Drake toma la mecánica de Galileo (el concepto de indiferencia almovimiento) y su teoría de las mareas como elementos determinantes de suactitud con respecto al copernicanismo. El enfoque sociológico que se expone en este libro sobre el compromiso de Galileo con esa teoría coincide casi en sutotalidad con el análisis interno de Finocchiaro, pero no con el texto de Drake,que presenta sus problemas. En primer lugar, al apoyarse en pruebas negativas y proponer hipótesis ad hoc, Drake logra que su tesis sea casi indiscutible. Ensegundo lugar, el texto parece infundido de cierto tono apologético.Básicamente, parece que el objetivo fuera refutar lo que para él es una críticainjusta de los historiadores hacia Galileo por tratar de presentar la teoríaheliocéntrica como una verdad en 1632, cuando no contaba con pruebas firmespara hacerlo. Drake se propone demostrar que en 1632 Galileo no era uncopernicano absoluto, sino que sostenía la teoría copernicana como unahipótesis probable, según lo ordenado por la Iglesia en 1616. Para ello, el autorargumenta que entre 1590 y 1595 Galileo pasa de concebir la astronomíacopernicana como una simple hipótesis a validarla como la verdaderadescripción del cosmos, sabiendo muy bien que no tiene pruebas definitivas detal teoría. Por lo tanto, según Drake, cuando recibe la advertencia de la Iglesia en1616, retrocede de buena gana a la posición que había mantenido hasta 1590 y lasostiene hasta su muerte. En síntesis, cuando obedece la orden de la Iglesia detratar al copernicanismo como una mera hipótesis, Galileo no tiene quedisimular sus convicciones, sino que se comporta como un buen científico quecarece de las pruebas necesarias para semejante argumento realista. Enconsecuencia, el juicio de 1633 sería una farsa dirigida en su contra. Auqnue enrealidad Galileo usaba el copernicanismo como una hipótesis, la Inquisición“desautorizó las acciones inteligentes, lógicas y legales de sus propiosfuncionarios” (p. 105). Lo que a Drake le parece aun peor es que los historiadoresy filósofos de la ciencia hayan seguido malinterpretando la farsa de 1633 ycriticando injustamente a Galileo por haber presentado como verdadera unahipótesis que sólo era probable. Al afirmar que Galileo se vuelve copernicano en1595 y luego se retracta verdaderamente en 1616, Drake quiere demostrar que “susjueces modernos parecerán poco más sabios que quienes lo condenaron porhereje” (p. 105).

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explicar las fases de Venus adoptando el sistema de Tycho, según el cual laTierra permanecía en el centro del cosmos. Por ejemplo, el astrónomoalemán Simon Marius, que declaraba haber descubierto los satélites deJúpiter al mismo tiempo que Galileo, presenta su hallazgo dentro del marcoteórico de Tycho.286 En una carta para Galileo de enero de 1614, Balianiexpresa una opinión semejante: “Me parece ver que Vuestra Señoría apruebala opinión de Copérnico, pero yo creo que las observaciones realizadas conel telescopio acerca de Venus, los Astros Mediceos y las manchas solaresprueban la fluidez de la materia celeste, con lo cual viene a ser más pro-bable la opinión de Tycho”.287

Del mismo modo, los jesuitas, que no eran copernicanos, acaban porvalidar con firmeza las observaciones telescópicas de Galileo.288 En la pri-mavera de 1611, cuando el cardenal Bellarmino les pide que se expidanoficialmente sobre los diversos hallazgos de Galileo, no sólo los confir-man con apenas dos correcciones menores, sino que destacan la precisiónde su observación de las fases de Venus (el hallazgo más nocivo para la filo-sofía aristotélica): “Es ciertísimo que Venus mengua y crece como la luna”.289

Es probable que los jesuitas no hayan considerado peligrosos los hallaz-gos de Galileo porque, tal como lo hacen unos años más tarde, ya entoncespueden enmarcarlos en el sistema de Tycho.290 Si bien intentan adaptar variasde las interpretaciones de Galileo sobre sus propios descubrimientos, es pro-

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286 Simon Marius, Mundus iovialis, Nuremberg, Laur, 1614 (traducido por A. O.Prickard en “The ‘Mundus Iovialis’ of Simon Marius”, en The Observatory 39,1916, pp. 367-381, 403-412, 443-452, 498-503). Los párrafos en los que Marius sepresenta como seguidor de Tycho están en las páginas 372, 376, 379 y 447.

287 go, t. xi, N° 973, p. 21.288 Ibid., N° 437, pp. 484-485. Se podría interpretar la negativa inicial de los jesuitas

a validar los hallazgos de Galileo como un signo de competitividad más que de conservadurismo filosófico y cosmológico. De hecho, los descubrimientos de Galileo generaron tanta excitación que varios matemáticos trataron denegarlos o de afirmar que los habían realizado ellos mismos antes que Galileo.

289 go, t. xi, N° 520, p. 93 (énfasis del autor). Las dos correcciones versaban sobre la interpretación (no así la observación) de la superficie irregular de la luna y de la forma de Saturno, que para ellos era un planeta ovalado y no un astrotriple.

290 De hecho, la inclinación de los jesuitas por las teorías de Tycho comienza aaparecer poco después que los hallazgos de Galileo. En unos párrafos de 1612

acerca del clásico Comentario sobre la esfera de Sacrobosco de Clavio, el jesuitaScheiner escribe que “impulsado por estos fenómenos recién descubiertos,aunque antiguos en sí mismos, Clavio recomendó a los astrónomos queempezaran a pensar en un sistema cósmico distinto” (Cristóbal Scheiner, op. cit.,traducido por William Shea en “Galileo, Scheiner...”, op. cit., p. 502).

les casualmente respaldaban la hipótesis copernicana) refleja a su vezciertos intereses relacionados con el mecenazgo. Asimismo, estos enfoquesprestan escasa atención al modo en que la interacción entre Galileo y suscríticos, enmarcada también en la dinámica del mecenazgo, va dando formaa sus compromisos intelectuales.

Si bien es cierto que en 1609 Galileo ya expresa cierta adhesión a Copér-nico en sus cartas personales y que luego defiende la realidad física de sushallazgos con mucha firmeza, la importancia de estos últimos para la teo-ría copernicana no es demasiada en las primeras etapas del debate sobre elSidereus nuncius, un libro en el que a su vez Galileo no se compromete demanera explícita con el copernicanismo.284

En realidad, los hallazgos de Galileo contradicen las afirmaciones delos filósofos aristotélicos pero no necesariamente deben ser consideradoscomo pruebas de la hipótesis copernicana. En una carta para Galileo escritamucho más tarde, en mayo de 1611, Paolo Gualdo traza una clara distin-ción entre la aceptación de los descubrimientos como observaciones y suadopción como pruebas de la hipótesis copernicana: “A mi parecer, ya haadquirido la gloria con la observación de la luna, de los cuatro planetas yde cosas similares, sin tener que defender algo tan contrario a la inteligenciay la capacidad del hombre”.285

La percepción de estos descubrimientos varía según la identidad socio-profesional del público: mientras que para los aristotélicos constituían unaamenaza filosófica, para los técnicos en astronomía no representaban unapreocupación importante. Se podría pensar que lo que molestaba a losastrónomos, como Magini (que inicialmente ataca a Galileo), no era el des-cubrimiento de los Astros Mediceos sino la fama repentina de su descu-bridor. Como no les correspondía meterse en asuntos filosóficos, dichosastrónomos no tenían por qué sentirse perturbados, al menos en princi-pio, por el modo en que los hallazgos de Galileo socavaban las conviccio-nes de los filósofos. En efecto, varias de las novedades presentadas por Gali-leo encajaban en la matemática de Ptolomeo, y los astrónomos podían

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284 Los párrafos que hacen referencia implícita o explícita al heliocentrismo seencuentran en las pp. 31, 36 y 84 del Sidereus nuncius (trad. de Albert Van Helden,Chicago, University of Chicago Press, 1989). Para interpretaciones quecuestionan el copernicanismo directo de estos párrafos, véanse MauriceFinocchiaro, “Galileo’s Copernicanism...”, op. cit., pp. 57-58; Stillman Drake,Telescope, tides, and tactics, Chicago, University of Chicago Press, 1983, p. 223,nota 5; y Wade L. Robinson, “Galileo on the Moons of Jupiter”, en Annals ofScience 21, 1974, pp. 165-169.

285 go, t. xi, N° 526, pp. 100-101.

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máticos jesuitas comparten con Galileo esa batalla por la legitimación dela disciplina.292

En efecto, la conexión entre Copérnico y los hallazgos de Galileo noera automática. Las dimensiones copernicanas de esos hallazgos podíanborrarse o bien exaltarse con legitimidad en función de las creencias, laidentidad socioprofesional y la situación de mecenazgo en que se encon-trara cada uno. Es más, las diversas interpretaciones presentadas no se dabanen la calma de algún receso filosófico, sino en el marco de ciertas polémi-cas acaloradas. A medida que iba avanzando el debate, las opiniones delos participantes cambiaban y sus posiciones sufrían las correspondientesmodificaciones. Esto se ve reflejado en los distintos modos de cuestionarlos descubrimientos de Galileo. El significado de las observaciones reali-zadas por Galileo se modificaba en tanto las defendían y atacaban distin-tas personas con diferentes recursos y prioridades.

De hecho, los primeros ataques y defensas de esta índole versaban sobrela existencia misma de aquello que Galileo declaraba haber observado, másque sobre su importancia para la teoría copernicana. Los adversarios deGalileo no apuntaban a la plausibilidad filosófica o teológica del sistemacopernicano sino a la confiabilidad del telescopio como herramienta, locual también constituye el objeto de las respuestas de Galileo en el perío -do inmediatamente posterior a la publicación del Sidereus nuncius.293 A

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292 El Avviso di Roma, que informó sobre el suceso, aparece citado en su totalidad en J. A. F. Orbaan, op. cit., p. 284. La actitud de celebración de los jesuitas ante loshallazgos de Galileo refleja las mismas tensiones disciplinarias por las cualesvarios astrónomos ya habían elogiado el descubrimiento de la nueva estrella de1604, con el cual se desafiaba la cosmología aristotélica más que la ptolemaica.Un astrólogo amigo de Galileo llamado Altobelli, por ejemplo, considera que lanova ha venido a destrozar las creencias de los “semifilósofos”: “Me complaceque Vuestra Señoría haya encontrado este nuevo monstruo en el cielo, quevolverá locos a los peripatéticos, quienes hasta ahora han creído tantas mentirassobre la estrella nueva y milagrosa de 1572, privada de movimiento y de paralaje”(go, t. x, N° 106, p. 117). En otra carta enviada más adelante, Altobelli continúacon su ataque a los “semifilósofos” (véase ibid., N° 107, pp. 118-120).

293 La lectura de las 450 cartas escritas por Galileo entre enero y diciembre de 1610

parece confirmar esta idea. Aunque en la mayoría menciona algún aspecto de sushallazgos astronómicos, Galileo comenta su coincidencia con el sistemacopernicano a Julián de Medici, Castelli y Clavio recién en diciembre de ese año,después del descubrimiento de las fases de Venus. A pesar de que ese año Galileorecibe muchas cartas, sólo en seis de ellas se hace referencia a Copérnico (cuatrode las cuales son de Kepler o de Hasdale). Entre las cartas que no están dirigidasa Galileo pero hablan de él, apenas hay dos (una de Kepler y otra de Maestlin)que hacen mención a Copérnico en relación con los hallazgos de Galileo. Ensíntesis, parece que este último fue muy cauto al momento de hacer pública su

bable que los consideraran importantes como fuentes de legitimación delas ciencias matemáticas frente a la filosofía, batalla ésta que Clavio lle-vaba décadas librando en el seno de la Compañía.291 Si los matemáticosjesuitas se muestran tan vehementes al confirmar los descubrimientos deGalileo y tan ansiosos de declarar públicamente su triunfo en Roma durantela primavera de 1611 (en presencia de varios cardenales), no es porque sushallazgos tengan un alcance copernicano sino porque éstos refuerzan lasreivindicaciones cognitivas de los matemáticos ante la filosofía: los mate-

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291 Peter Dear, “Jesuit mathematical science and the reconstruction of experience inthe early Seventeenth Century”, en Studies in History and Philosophy of Science 18,1987, pp.133-175; Ugo Baldini, “La nova del 1604 e i matematici e filosofi delCollegio Romano”, en Annali dell’Istituto e Museo di Storia della Scienza diFirenze 6, 1981, pp. 63-98; “Additamenta Galileana. i. Galileo, la nuova astronomiae la critica all’aristotelismo nel dialogo epistolare tra Giuseppe Biancani e irevisori romani della Compagnia di Gesù”, en Annali dell’Istituto e Museo diStoria della Scienza di Firenze 9, 1984, pp. 13-43; William A. Wallace, Galileo andhis sources, Princeton, Princeton University Press, 1984, pp. 126-148; Alistair C.Crombie, “Mathematics and Platonism in the Sixteenth-Century Italianuniversities and in Jesuit educational policy”, en Y. Maeyama y W. G. Saltzer(eds.), Prismata, Wiesbaden, Steiner Werlag, 1977, pp. 63-94; y Adriano Carugo yA. C. Crombie, “The Jesuits and Galileo’s ideas of science and nature”, en Annalidell’Istituto e Museo di Storia della Scienza di Firenze 8, 1983, pp. 3-67. Es posibleque la superposición parcial de los objetivos de Galileo y los de los jesuitasexplique algunas de las tensiones que surgieron luego entre ellos. Mientras quelos jesuitas validaron los hallazgos de Galileo para legitimar su posición en laCompañía, había ciertas limitaciones institucionales que les impedían validar el copernicanismo, como pretendía Galileo. No sólo les resultaba imposibleaprobar los avances de Galileo en dirección al copernicanismo, sino que tal vezsu adopción de la teoría de Tycho haya empeorado las cosas y haya impulsado a Galileo a tomar una postura más extrema. En efecto, al adoptar la teoría deTycho, los jesuitas podían explicar los nuevos hallazgos de manera tal quequedara establecida su independencia de los filósofos escolásticos, pero sinmolestarlos demasiado. Por lo tanto, esa adaptación de sus descubrimientos a la teoría de Tycho le resultaba más insidiosa a Galileo que la oposición directade los filósofos tradicionales. Mientras que los hallazgos de Galileo fuerondevastadores para Ptolomeo, no sucedió lo mismo con Tycho. Eso podríaexplicar el tono desdeñoso de Galileo en El ensayador, donde no considera almodelo de Tycho como un sistema. Su exclusión del modelo como uno de los“principales sistemas del mundo” resulta más evidente en el Diálogo. En síntesis,la hostilidad cada vez mayor de Galileo hacia los jesuitas podría reflejar no sólosu desacuerdo con la postura de los matemáticos, sino también el hecho de quele estaban arruinando los planes al ofrecer una interpretación más tradicional desus hallazgos. Además, se le presentaba un problema de “diferenciación delproducto”. Galileo no podía adoptar el modelo de Tycho porque eso lo habríaprivado de originalidad. En lugar de ello, su objetivo era que se lo consideraraastrónomo-filósofo.

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el próximo capítulo, Galileo no se gana al público explicando la conductaóptica del telescopio para demostrar que no engaña a la vista, ni presen-tando una epistemología alternativa a la de Aristóteles para legitimar el usode datos obtenidos con un instrumento mediador de los sentidos.297 Enlugar de eso, Galileo intenta darle un cierre al debate sobre la confiabilidaddel telescopio (convertirlo, como diría un sociólogo, en una “caja negra”)vinculando la imagen de los Medici con sus descubrimientos y movilizandolos recursos disponibles a través de sus redes diplomáticas.298 No debe olvi-darse que son el emperador y el embajador de los Medici quienes solici-tan la opinión de Kepler sobre los hallazgos de Galileo. Asimismo, todoslos telescopios y los ejemplares del Sidereus nuncius que Galileo distri-buye entre príncipes y cardenales a través de la red diplomática de los Medicile sirven para asegurarse de que muchas “personas importantes” vean lossatélites de Júpiter. Cabe destacar que algunos de esos telescopios no sonsolicitados sino enviados voluntariamente por Galileo, bajo aprobación delos Medici, con la astuta intención de reclutar a todos esos príncipes euro-peos para su bando.299 Una vez que en las cortes europeas se hubieran obser-

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cuestionar en principio la confiabilidad del telescopio, y una vez convencidos deella, en general desisten de sus ataques. Un caso interesante es el de Magini. Alprincipio, se opone a los descubrimientos de Galileo con gran firmeza, perodespués se arrepiente y hasta trata de adoptar las mismas estrategias demecenazgo que él. En efecto, gracias al gran éxito del telescopio entre losmecenas se da cuenta de que los instrumentos ópticos pueden servir comoobjetos prodigiosos en la corte y mejorar el estatus de sus inventores. Resultainteresante que en las cartas posteriores a su conversión, Magini le cuente aGalileo sobre un espejo cóncavo de gran tamaño que ha enviado al emperador, ysobre las negociaciones para la compra de dicho objeto. El modo en que Maginidestaca los detalles de las transacciones podría indicar que pretende demostrarlea Galileo su propia capacidad de fabricar objetos prodigiosos como el telescopioy de recibir una retribución por ellos (go, t. x, N° 400, pp. 437-438; N° 404, pp.442-443; N° 408, p. 446; N° 444, p. 496). En suma, la reacción inicial de losmatemáticos y los filósofos ante los descubrimientos de Galileo es similar, peropronto adoptan actitudes divergentes. Es posible explicar esta distancia si seconsideran las diferencias disciplinarias entre la filosofía y las matemáticas.

297 Sobre estas cuestiones, véase Paul Feyerabend, Against method, Londres, Verso,1975, pp. 99-143 [trad. esp.: Tratado contra el método, Madrid, Tecnos, 2000].

298 La idea de que Galileo intenta crear un público alternativo para sus hallazgos ysu filosofía de la naturaleza en vez de convencer a los filósofos tradicionales yahabía sido postulada por Paul Feyerabend (véase ibid., pp. 141-143). Sobre latransformación de los instrumentos en “cajas negras” para dar cierre a lascontroversias científicas, véanse Harry M. Collins, Changing order, Londres,Sage, 1985; y Bruno Latour, op. cit.

299 go, t. x, N° 277, p. 301.

juzgar por la correspondencia de Galileo y las críticas publicadas al Side-reus nuncius, podría afirmarse que el copernicanismo comienza a surgircomo un tema importante de debate entre Galileo y sus adversarios reciéna principios de 1611.294 En Brevissima peregrinatio contra nuncium sidereum,el primer texto publicado contra los hallazgos de Galileo, durante el veranode 1610, Martin Horky ataca con virulencia sus afirmaciones empíricas ylas considera inadmisibles, pero en ningún momento menciona el coper-nicanismo.295

Sin embargo, no es extraño que las dimensiones copernicanas de esoshallazgos tardaran en aparecer. Es de lo más lógico que los ataques haciaGalileo empezaran a basarse en dichas dimensiones una vez que habíacomenzado a aceptarse la confiabilidad del telescopio. En cierto modo, esosataques basados en el copernicanismo indican que los enemigos de Gali-leo tomaban en serio su telescopio y sus descubrimientos. Sin embargo, esalegitimación, que lleva el debate a la siguiente etapa (caracterizada por eldespliegue de argumentos filosóficos y teológicos contra el copernica-nismo), tiene su marco en la dinámica del mecenazgo.296 Como se verá en

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opinión sobre Copérnico, incluso en las cartas personales, hasta que descubrió,casi un año más tarde, las fases de Venus. Asimismo, la mayoría de los quevinculaban los descubrimientos de Galileo con la teoría copernicana porempezar eran copernicanos. En efecto, el público mayoritario de Galileo prestóescasa atención a la importancia de sus hallazgos para dicha teoría. Sobre lasrespuestas suscitadas por el Nuncius, véase la conclusión de Albert Van Heldenen su traducción de esa obra (op. cit., pp. 87-113).

294 El primer ataque impreso a Galileo basado en la teología y en argumentosteológicos es el escrito Dianoia de Francesco Sizi, aunque en éste no se mencionael alcance copernicano de sus hallazgos sino que se desconoce la existencia de lossatélites de Júpiter en función de las afirmaciones de la Biblia sobre la cantidadde planetas. La obra Contro il moto della terra de Ludovico delle Colombeconstituye el primer ataque teológico propiamente dicho. Sin embargo, esta obranunca fue impresa sino que circuló su manuscrito, principalmente entre loscientíficos de Florencia. Así, la percepción de las dimensiones copernicanas enlos hallazgos de Galileo, al igual que los ataques teológicos a dichas dimensiones,no fue muy común ni provino de filósofos o teólogos distinguidos. Además, elSidereus nuncius dio lugar a otras polémicas sobre las consecuenciasantiaristotélicas que acarreaba la interpretación galileana de las irregularidadesen la superficie de la luna. Sin embargo, aun en este caso, los filósofos parecíanmás preocupados por defender el sistema aristotélico de los efectos perjudicialesde estos hallazgos que por atacar sus supuestas ideas copernicanas.

295 El escrito de Horky puede encontrarse en go, t. iii, pp. 129-145.296 Cabe destacar que los filósofos y los matemáticos reaccionan de manera distinta

ante los hallazgos de Galileo. Los filósofos y los teólogos tienden a atacarlo porsu adopción del copernicanismo, tal vez porque en ello ven una invasión aldominio de la filosofía de la naturaleza. Los matemáticos, por su parte, tienden a

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observaciones en cajas negras gracias al respaldo de Rodolfo y a su propiacapacidad de conectarse con los poderosos mediante las redes diplomáti-cas de los Medici, para así evadir o superar a las comunidades de profesio-nales que pueden llegar a objetar sus afirmaciones, es decir, a los filósofosy a algunos matemáticos. Asimismo, el carácter de las pruebas producidascon el telescopio resulta fundamental para la eficacia de sus estrategias demecenazgo. Por un lado, la espectacularidad de lo observado y el exotismodel instrumento generan en los príncipes un deseo de mirar a través de él,mientras que, por el otro lado, el hecho de que las pruebas visuales obteni-das con el telescopio no sean de carácter técnico las vuelve más digeriblespara ellos. Se podría argumentar incluso que la falta de conocimiento pro-fundo sobre la filosofía y la óptica por parte de los príncipes facilita la per-cepción de las declaraciones de Galileo como afirmaciones confiables.303

Sin embargo, la posición y la visibilidad recién adquiridas por Galileoa través del sistema de mecenazgo no sólo sirven como recursos impor-tantes para rechazar los embates de los adversarios, sino que son tambiénelementos fundamentales en el surgimiento de esos ataques. Se podría afir-mar que en general Galileo no es atacado por ser copernicano sino porhaber obtenido una gran visibilidad para sí mismo y para sus hallazgos, ypor haber logrado convertirse en matemático y filósofo del gran duque.

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vado los Astros Mediceos, Galileo esperaba que no fuera necesario preo-cuparse por los diversos tratados de Horky, Sizi y Delle Colombe contrasus hallazgos.300

En julio de 1610, por ejemplo, Martinus Hasdale le escribe a Galileo desdela corte imperial de Praga para informarle que el “pobre Kepler” ya casi nopuede resistir los ataques cada vez más frecuentes contra el hallazgo de losAstros (impulsados por los rumores de que Galileo no había logrado con-vencer a Magini y a otros en su visita a Bolonia), aunque por suerte, losadversarios de Galileo están perdiendo fuerzas, dado que el emperador hacomenzado a respaldar sus afirmaciones.301 Ahora bien, esta carta de Has-dale indica que la controversia sobre los descubrimientos de Galileo no seresuelve por el escepticismo de Magini ni por el apoyo de Kepler, sino porla aprobación de Rodolfo.302 Galileo logra transformar el telescopio y sus

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300 Según la correspondencia de Galileo, uno de los principales objetivos de sudefensa era evitar que Cosme II tuviera dudas sobre la existencia de los planetasbautizados en honor a su familia (go, t. x, N° 307, p. 349; N° 339, pp. 379-382).Con todos los ejemplares del Sidereus nuncius y los telescopios que habíadistribuido la familia entre las principales cortes de Europa, se habría desatadoun escándalo internacional si los planetas hubieran resultado ser espurios. Esohubiera sido el fin de la carrera de Galileo y, en dichas circunstancias, habría sidomuy poco probable que pudiese regresar a Padua.

301 go, t. x, N° 360, p. 401. Sin embargo, a causa de su estatus, el emperador noexpresaba ese apoyo por escrito. Por lo tanto, sus efectos eran principalmentelocales. Podría suponerse que la buena predisposición de Rodolfo para respaldarlos hallazgos de Galileo (aunque más no fuera a nivel local) se vinculaba tambiéncon el hecho de que no era su honor el que estaba en juego, sino el de los Medici.Asimismo, el gusto poco convencional de Rodolfo en materia de filosofía puedehaber impulsado su ratificación de los descubrimientos revolucionarios deGalileo una vez que los hubo observado por la mira del telescopio.

302 Se podría pensar que Kepler cumple una función fundamental en la obervaciónde los satélites de Júpiter por parte de Rodolfo, ya que le ofrece lo queWittgenstein y Kuhn llaman “ostensión”. En efecto, dada la naturalezarevolucionaria de las afirmaciones de Galileo y los problemas sufridos por losprimeros usuarios del telescopio (como la estrechez del campo visual, lasdistorsiones diversas y el carácter no convencional de las observacionesmediadas por un instrumento), es probable que el reconocimiento de dichasafirmaciones haya requerido una extensión o renegociación del repertorioconceptual y perceptivo de quienes las apoyaban: un cambio en el modo dedistinguir la “señal” del “ruido”. Para ese proceso, tal vez haya sido necesaria unaostensión. De hecho, Galileo sabía que las ostensiones ayudaban. Al enviar elprimer telescopio a Florencia, se había asegurado de que lo viera EneaPiccolomini, su amigo y seguidor. Luego, durante su visita a Pisa para la Pascuade 1610, Galileo mismo le muestra los satélites a Cosme. Asimismo, en una cartapara Matteo Carosio escrita en mayo de 1610, Galileo afirma que no tieneproblemas para convencer a la gente de que su descubrimiento es real siempre

y cuando le pueda mostrar los satélites en persona (go, t. x, N° 313, p. 357). Al parecer, aquellos que repetían la observación de Galileo compartían susintereses creados en materia científica (como Kepler y los jesuitas), habíanrecibido ostensiones de alguien que ya respaldaba los hallazgos (como Kepler) o le atribuían cierta credibilidad por motivos de amistad, estatus o apoyorecibido de otros expertos con mayor autoridad. En efecto, esta hipótesis seconjuga con la importancia que Kuhn le atribuye al “conocimiento tácito” en la conexión de percepciones con conceptos por parte de los científicos, como también coincide con los textos más recientes sobre la replicación deexperimentos mediante la transferencia de “aptitudes”, mencionada por ejemploen Changing order de Harry Collins. Sobre estas cuestiones, véase el concepto de “enfoque didáctico” que desarrolla Van Helden en “The telescope andauthority from Galileo to Cassini” (Osiris 9, 1993) y en el volumen enpreparación sobre la controversia de las manchas solares.

303 Esto no significa que una prueba obtenida con el telescopio constituyera de porsí una verdad manifiesta, sino que se convertía en tal después del proceso detransformación en “caja negra”. Lo que se pretende transmitir cuando se afirmaque dichas pruebas no eran técnicas es que las personas con un bagaje filosóficolimitado (como la mayoría de los príncipes) estaban mejor predispuestas para elreajuste de las categorías perceptivas y conceptuales necesario a fin de ver losobjetos que Galileo declaraba haber descubierto. Sobre el uso de las pruebasvisuales en astronomía, véase Albert van Hendel y Mary Winkler, “Representingthe Heavens: Galileo and visual astronomy”, en Isis 83, 1992, pp. 195-217.

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sus hallazgos para refutar las enseñanzas de la Biblia no podía desecharsecon una simple afirmación de que Galileo era un buen cristiano por partede los Medici o de Rodolfo II. Los ataques basados en las dimensiones coper-nicanas (y luego, teológicas) de sus hallazgos demuestran que Galileo lograbarechazar con eficacia otra clase de ataques. En cierto sentido, el coperni-canismo de Galileo surge porque éste es hábil para manejar a sus adversa-rios, lo que a su vez le es posible (y obligatorio) a causa de su posición estra-tégica en el sistema de mecenazgo.

En otras palabras, al actuar bajo la presión ejercida por su nueva posi-ción socioprofesional, Galileo produce más descubrimientos, como la forma“triple” de Saturno y las fases de Venus (que son una prueba fundamentalcontra Aristóteles y Ptolomeo), y a la larga ingresa en el debate sobre lasmanchas solares.306 Ahora bien, esos nuevos hallazgos y las correspondientescontroversias no sólo confirman la confiabilidad del telescopio y alteranaun más a sus adversarios, que entonces se ven forzados a contraatacarlopor su tendencia copernicana, sino también le permiten obtener más recur-sos para enfrentar los ataques. En ese proceso, su inclinación conceptualhacia la astronomía copernicana se ve reforzada por los descubrimientosrealizados en el marco de las relaciones de mecenazgo. Con el tiempo, elcopernicanismo se incorpora a su identidad profesional y va cobrando cadavez más importancia en las jugadas posteriores. Por defender el honor reciénadquirido, Galileo se transforma en un copernicano con todas las letras.

Es más, como lo indica el análisis previo de la dinámica del honor quecaracteriza el sistema de mecenazgo, en 1610 Galileo ya no contaba con laopción de dejar el copernicanismo. No sólo tenía cierta inclinación porla astronomía copernicana, sino que en virtud de su nuevo puesto en lacorte estaba obligado a mantener un perfil alto con declaraciones filosó-ficas novedosas y debates polémicos. Si hubiera renunciado al copernica-nismo, habría aparecido como una persona poco audaz y, por lo tanto,común y corriente. Además, entraba en juego un factor aun más impor-tante: una lectura realista de Copérnico le permitiría mantenerse a la alturadel título que tanto deseaba: el de filósofo.307

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306 Stillman Drake, por ejemplo, interpreta el descubrimiento de las fases de Venuscomo un hallazgo que no necesariamente es impulsado por la adhesión aCopérnico, sino por el miedo a que Santini, Clavio o Kepler lleguen allí primero,ya que la calidad de sus instrumentos estaba mejorando con mucha rapidez(Stillman Drake, “Galileo, Kepler, and the phases of Venus”, en Journal of theHistory of Astronomy 15, 1984, pp. 198-208).

307 El sistema de Tycho no ofrecía las mismas oportunidades de autoconstrucciónfilosófica que el sistema de Copérnico. Como el primero era un modelo

Aquellos que buscaban aumentar su estatus se dedicaban a atacar a quie-nes consideraban más importantes. En el mismo sentido, al estudiar losdiversos desafíos contra la calidad del telescopio galileano, Van Heldenseñala el valor “político” más que científico de esos debates. En particular,el autor sostiene que la conducta de Galileo podría considerarse tambiénen función de su intento por mantener y reforzar una posición de autori-dad en materia de telescopios, posición ésta que había obtenido gracias asu visibilidad en la corte de los Medici.304

De hecho, Galileo y sus adversarios adoptaban tácticas análogas quelos conectaban en ciclos de retroalimentación compuestos por desafíos ycontradesafíos. El primero, por ejemplo, trata de adquirir el estatus de filó-sofo y cierta visibilidad al presentar sus hallazgos como desafíos contra elhonor de la filosofía dominante. A su vez, el estatus adquirido con esa estra-tegia, que debe defender sin vacilación alguna como filósofo y matemáticodel gran duque, provoca otros desafíos por parte de los matemáticos máscompetitivos y de los filósofos cuya cosmovisión e identidad socioprofe-sional él mismo ha desafiado antes.

La posición elevada que alcanza mediante sus tácticas de mecenazgo lotorna más vulnerable, pero al mismo tiempo le da mayores recursos paraenfrentar esos ataques. En síntesis, Galileo es cada vez más poderoso y másvulnerable, al mismo tiempo. Este ciclo de retroalimentación aumenta suvisibilidad, pero también la cantidad de adversarios y la insidia de los ata-ques. Al movilizar (e incrementar) los recursos provistos por sus redes demecenazgo para enfrentar esos desafíos, Galileo se beneficia con un aumentocada vez mayor de su propio estatus y de la legitimidad de su instrumento,pero también crecen los esfuerzos de los competidores para atacarlo conargumentos imposibles de controlar mediante dichos recursos.305 Mientrasque las declaraciones sobre la desconfiabilidad del telescopio podían con-trarrestarse con una lista de los distintos príncipes europeos que habíantenido el placer de usarlo, la acusación de que Galileo intentaba emplear

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304 Albert van Hendel, “Galileo and the telescope”, en Paolo Galluzzi (ed.), Novitàcelesti e crisi del sapere, Florencia, Giunti Barbèra, 1984, pp. 156-157.

305 Incluso la supuesta victoria de Galileo en Roma en 1611 debería interpretarse enfunción de su vínculo con los Medici, ya que viaja a esa ciudad como enviadooficial del gran duque, quien no sólo paga sus gastos sino también le da variascartas de presentación para la alta sociedad romana. Por lo tanto, las bienvenidascálidas y lujosas que recibe en esa ciudad se deberían considerar también comotributos a los Medici, representados allí por su embajador científico. Además, el viaje a Roma no es un viaje de vacaciones, puesto que Vinta le deja muy clarala relación entre esa visita a Roma y la legitimación de sus descubrimientos (go,t. xi, N° 464, pp. 28-29).

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El apartado más largo y rimbombante que puede leerse en la sección dedi-cada a la filosofía del catálogo de la feria del libro celebrada en Frankfurtdurante la primavera de 1610 dice lo siguiente:

El mensajero sideral despliega panoramas grandiosos y muy maravi-llosos, y exhibe ante la mirada de todos, en especial de los filósofos ylos astrónomos, las cosas que observó Galileo Galilei, patricio floren-tino y matemático de la Universidad de Padua, con la ayuda de un cata-lejo que él mismo creó, sobre la faz de la Luna, las innumerables estre-llas inmóviles, la Vía Láctea, las nebulosas, y especialmente los cuatroplanetas que giran en torno del astro de Júpiter en intervalos y perío-dos irregulares con una velocidad increíble; los cuales fueron detec-tados por el autor, pero hasta ahora eran desconocidos.1

El pequeño libro publicitado con este texto tan poco sutil tuvo una histo-ria breve, pero muy significativa, y su publicación cambió de raíz la viday la carrera de Galileo.

En el verano de 1609, Galileo, entonces profesor de matemáticas de laUniversidad de Padua, logra construir un telescopio notablemente mejorque los fabricados hasta ese momento en el norte de Europa. Con el nuevoinstrumento, efectúa una serie de hallazgos astronómicos que contradicenla cosmología aristotélica dominante y pueden emplearse para respaldar

2Los hallazgos y el protocolo

1 Catalogus universalis pro nundinis Francofurtensibus vernalibus de anno mdcx,

Frankfurt, Latomi, C3v (en este caso, C no significa “carta” sino “sección C”. Elcatálogo no tiene números de página). El texto es una transcripción de granparte del frontispicio original del Sidereus nuncius. El autor ha reproducido casia la exactitud la traducción al inglés del Sidereus nuncius de Albert Van Helden(Chicago, University of Chicago Press, 1989), p. 26.

Como habrá quedado claro, no se pretende negar aquí que Galileo fuesecopernicano cuando realizó sus descubrimientos. En lugar de eso, lo quese propone es problematizar categorías tales como el “copernicanismo” yel ser “copernicano”.308 La correspondencia que intercambia Galileo conKepler y con Mazzoni en 1597 demuestra que en ese momento simpatizabacon la astronomía copernicana, pero aún no era un defensor acérrimo dela hipótesis de Copérnico.309 Algunos historiadores suelen concentrarse enuna carta donde Galileo le dice a Kepler que cree hace tiempo en la teoríacopernicana, y le prestan menos atención al hecho de que Galileo nuncaresponde una carta posterior de Kepler donde éste lo insta a iniciar unaespecie de cruzada a favor de Copérnico.310 En efecto, una cosa es sentirseatraído por el sistema copernicano desde el punto de vista conceptual, yotra cosa es ser un partidario comprometido de la causa copernicana.Aunque se podría afirmar que al momento de escribir la Carta a Cristinade Lorena en 1615 Galileo ya era todo un copernicano, no habría que per-der de vista el proceso que deriva en ese compromiso, donde el mecenazgocumple un papel muy importante.311 El copernicanismo, el mecenazgo y laautoconstrucción filosófica van de la mano, al menos en esta coyuntura.

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esencialmente matemático (con una interpretación física que hubiera sidobastante dantesca), la adhesión a él no habría sido un recurso útil parapresentarse como filósofo.

308 Richard Westfall, “Science and patronage”, op. cit., esp. pp. 26-29. Para una críticade las interpretaciones de Westfall sobre el copernicanismo de Galileo, véaseMario Biagioli, “Galileo’s system...”, op. cit., pp. 42-45. Para una problematizacióndiferente del copernicanismo, véase Robert Westman, “The Melanchton Circle,Rheticus, and the Wittenberg interpretation of the Copernican theory”, en Isis66, 1975, pp. 165-193.

309 La carta de Galileo para Mazzoni se encuentra en go, t. ii, pp. 197-202. Véaseespecialmente la p. 198, donde considera que “la opinión de los pitagóricos y delos copernicanos sobre el movimiento y la ubicación de la Tierra [...] es muchomás probable que la de Aristóteles y Ptolomeo”.

310 go, t. x, N° 57, pp. 67-68; N° 59, pp. 69-71.311 Antes de la Carta a Cristina de Lorena, la defensa más firme del copernicanismo

que hace Galileo se encuentra en una carta de marzo de 1614 para Juan BautistaBaliani (go, t. xii, pp. 34-35).

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Un lector actual, inmerso en una cultura que da por sentada la impor-tancia científica de los hallazgos astronómicos galileanos de 1609 y 1610,podría considerar natural que los Medici ofrecieran una remuneración tangenerosa a Galileo. Sin embargo, éste no llega a ser filósofo y matemáticodel gran duque gracias a sus aportes para la confirmación de la hipótesiscopernicana. En efecto, la corte de los Medici no era el equivalente rena-centista del jurado del Premio Nobel, y Cosme II no era copernicano. Wes-tfall sostiene, con bastante acierto, que los Medici no premiaron los des-cubrimientos de Galileo por su importancia científica ni por su utilidadtecnológica, sino por su valor como espectáculos, como prodigios exóti-cos.5 De hecho, los Medici deben haber considerado que los astros de Júpi-ter eran un hallazgo realmente excepcional, ya que Galileo venía fracasandodesde 1610 en sus intentos de entrar a la corte y, de repente, luego del des-cubrimiento, éstos le dan la bienvenida con gran generosidad. La explica-ción de semejante recompensa no se encuentra en la importancia cientí-fica que podían atribuirles los matemáticos y filósofos de la época a loshallazgos de Galileo. En lugar de ello, para entender por qué Cosme II loconvoca a Florencia, habría que concentrarse en un público distinto: el dela corte florentina, ante la cual Galileo presenta sus descubrimientos comoelementos aptos para el discurso cortesano.

A pesar de que los habitantes de la corte en general sabían poco de astro-nomía y de matemáticas, Galileo debe haber considerado que era un espa-cio importante para su trabajo, ya que desde 1604 intenta más de una vez

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p. 1); el segretario Belisario Vinta ganaba 480 escudos por año (ibid, p. 5) yOstilio Ricci, un matemático de la corte, cobraba 144 escudos anuales (ibid,p. 9). En 1599, Rucellai seguía cobrando el salario más alto (asf, “Guardarobamedicea 255”, fol. 2r). En 1609, el segundo salario era el del MaggiordomoIacopo de’ Medici, que recibía 600 escudos por año (asf, “Guardarobamedicea 301”, fol. 1r). En 1624, el salario más elevado de la corte era el de PieroGuicciardini, el nuevo Maggiordomo Maggiore, que ganaba mil escudos anuales(asf, “Depositeria generale 396”, fol. 36), mientras que Matteo Neroni, elcosmógrafo de la corte, ganaba 120 escudos (ibid, fol. 115). Los sueldos de loscomandantes en jefe de la infantería, la artillería y la marina toscana oscilabanentre los 1.000 y los 2.500 escudos por año (véase “Relazione delli ClarissimiSignori Giovanni Michiel et Antonio Tiepolo Cavalieri ritornati Ambasciatoridal Granduca di Toscana alli 9 novembre 1579”, en Arnaldo Segarizzi (ed.),Relazioni degli ambasciatori veneti al Senato, Bari, Laterza, 1916, t. iii, pp. 256-259, 269).

5 Richard Westfall, “Science and patronage: Galileo and the telescope”, en Isis 76,1985, pp. 11-30; y “Galileo and the Accademia dei Lincei”, en Paolo Galluzzi (ed.),Novità celesti e crisi del sapere, Florencia, Giunti Barbèra, 1984, p. 199.

las teorías de los copernicanos. Llegada la primavera de 1610, presentaesos hallazgos excepcionales en el Sidereus nuncius, dedicado a Cosme IIde Medici, gran duque de Toscana. En dicho libro anuncia que la superfi-cie de la Luna no es lisa, como afirmaban entonces los filósofos, y queexisten muchísimas estrellas más de lo que se creía hasta el momento. Ade-más, realiza la declaración explosiva de que existen cuatro planetas másque los reconocidos por la cosmología dominante y los denomina AstrosMediceos. Asimismo, agrega que esos astros no giran en torno de la Tie-rra, sino alrededor de Júpiter. Gracias al Sidereus nuncius, Galileo adquierefama internacional y se le abren las puertas del mecenazgo con los Medici.En septiembre de 1610, ya se encuentra de regreso en Florencia, sin la obli-gación de trabajar como docente y con la promesa de cobrar un estipen-dio considerable de mil escudos por año.

El monto resulta bastante inusual en comparación con lo cobradopor otros artistas y funcionarios importantes de la corte florentina. Aun-que es difícil realizar comparaciones exactas de los ingresos que obteníanlos cortesanos, porque en general superaban sus salarios, el estipendiode Galileo parece ser al menos tres veces más alto que el de otros artistase ingenieros bien remunerados, y casi el doble que el asignado para elcargo de Primo Segretario, ocupado sucesivamente por Belisario Vinta yCurzio Picchena.2 En realidad, el salario de Galileo era comparable conel del Maggiordomo Maggiore, principal funcionario de la corte. En 1606,ni siquiera el escultor Gianbologna, que era el más famoso entre los artis-tas de los Medici a principios de siglo y había recibido repetidas ofertasde otros dos emperadores, llegaba a ganar la mitad de lo que cobraríaGalileo unos años después.3 Hasta donde se sabe, el salario de Galileo seencontraba entre los diez más altos que pagaba el gran ducado de Tos-cana en ese momento.4

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2 Esta situación se daba porque algunos cortesanos, además de sus salarios,recibían beneficios adicionales bajo la forma de comida, leña, velas y caballos(asf, “Depositeria generale 389”, pp. 5 y 11). Sobre las diversas fuentes de ingresosy el estipendio de Galileo comparado con el de otros funcionarios, véase R. BurrLitchfield, Emergence of a bureaucracy: The Florentine patricians, 1530-1790,Princeton, Princeton University Press, 1986, pp. 190-200.

3 Hugh Trevor-Roper, Princes and artists, Londres, Thames and Hudson, 1976, pp. 109-112, 130 [trad. esp.: Príncipes y artistas: mecenazgo e ideología en cuatrocortes de los Habsburgo, 1517-1623, Torrejón de Ardoz, Celeste Ediciones, 1992]. En 1602, Giambologna ganaba 300 escudos por año (asf, “Miscellanea medicea474”, fol. 3), al igual que en 1606 (asf, “Guardaroba medicea 279”, fol. 13). Enambas nóminas es el artista mejor remunerado.

4 En 1588, el salario más elevado era el del Maggiordomo Maggiore OrazioRucellai, que cobraba mil escudos por año (asf, “Depositeria generale 389”,

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los astros en contexto

Algunas de las causas que motivaron el interés de los Medici en las lunasde Júpiter son bastante comprensibles. Como afirma Galileo en la dedica-toria del Sidereus nuncius, esos planetas nuevos constituyen un monumentoa la dinastía medicea.10 Es más, se trata de monumentos con una dura-ción excepcional y una visibilidad mundial, al menos para aquellos quecuentan con un buen telescopio. Sin embargo, existen otras causas tras elentusiasmo de los Medici con los hallazgos de Galileo. Tales causas resul-taban evidentes sólo para las personas que vivían en Florencia y estabanfamiliarizadas con la mitología que los Medici venían articulando desdeque Cosme I había creado la dinastía, a principios del siglo xvi. En esamitología, se había trazado una correspondencia entre el cosmos y el nom-bre Cosme, y se había relacionado frecuentemente a Júpiter con Cosme I,fundador de la dinastía y líder de todos los “dioses mediceos”.11 Por lo tanto,Galileo podía dedicar su descubrimiento a cualquier mecenas, pero sólolos Medici estaban en condiciones de apreciar la importancia mitológicadel hallazgo en toda su amplitud y de remunerarla en consecuencia.

Si bien éstos venían gobernando de facto la supuesta república de Flo-rencia desde el siglo xv, el origen el ducado era mucho más reciente. Enefecto, Cosme I había sido nombrado duque de Florencia en 1537 y habíatenido que esperar hasta 1569 para ser el gran duque de Toscana. Entre 1540

y 1550, se había visto en la necesidad de crear la estructura política y admi-nistrativa del nuevo Estado, acompañada de una nueva mitología políticaque estabilizara el dominio de los Medici y lo presentara bajo la forma deuna dinastía.12 Tras ser nombrado duque de Florencia, Cosme necesitaba

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10 Galileo Galilei, Sidereus nuncius, pp. 29-33.11 Giorgio Vasari, Ragionamenti di Giorgio Vasari sopra Ie invenzioni da lui dipinte

in Firenze nel Palazzo di loro Altezze Serenissime con lo Illustrissimo edEccellentissimo Don Francesco de’ Medici (publicación póstuma realizada por elsobrino de Vasari en 1588), en Gaetano Milanesi (ed.), Le opere di Giorgio Vasari,Florencia, Sansoni, 1882, t. viii, p. 85. En Michael Shank, “Galileo’s day in court”,en Journal of the History of Astronomy 25, 1994, pp. 236-242, se descarta laexistencia de una relación entre Cosme y Júpiter en la mitología dinástica de losMedici. La respuesta del autor a este artículo se encuentra en Mario Biagioli,“Playing with the evidence”, en Early Science and Medicine 1, 1996, pp. 70-105.

12 Entre los trabajos más conocidos sobre la época se encuentran los siguientes:Riguccio Galluzzi, Istoria del granducato di Toscana sotto il governo della CasaMedici, Florencia, Cambiagi, 1781; Furio Díaz, Il Granducato di Toscana: I Medici,Turín, utet, 1976; y Giorgio Spini (ed.), Architettura e politica da Cosimo I aFerdinando I, Florencia, Olschki, 1976.

cambiar la universidad por ese ámbito.6 Mudarse allí no sólo implicabacobrar un buen salario y liberarse de las obligaciones docentes, sino tam-bién evitar las limitaciones de la jerarquía disciplinaria que caracterizabaa la universidad, dentro de la cual los matemáticos quedaban subordina-dos a los filósofos, tanto en términos remunerativos como en términosprofesionales.7 En la esfera universitaria se sostenía que la filosofía ver-saba sobre las causas verdaderas de los fenómenos naturales, mientrasque las ciencias matemáticas sólo podían analizar sus accidentes, es decir,los aspectos cuantitativos de esos fenómenos. Por lo tanto, los matemáti-cos no estaban habilitados para producir interpretaciones físicas legíti-mas de los fenómenos naturales.8

Sin embargo, si un matemático como tal no podía llegar a filósofo en elámbito universitario, sí podía lograrlo en la corte, donde el estatus social ycognitivo de las personas no se determinaba tanto por su disciplina comopor la gracia del príncipe. Al decir de un proverbio de la corte romana, el cor-tesano era como un billete monetario cuyo valor de cambio lo determinabasólo el príncipe.9 Por lo tanto, la corte era una institución social dondeGalileo podía obtener el título de filósofo que, a su vez, le daría la posiciónnecesaria para defender con legitimidad la importancia filosófica de la teo-ría copernicana y el análisis matemático de los fenómenos naturales.

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6 go, t. x, N° 97, pp. 106-107; N° 99, p. 109; N° 131, pp. 154-155; N° 190, pp. 210-213;N° 209, pp. 231-234; N° 211, p. 235. Véase también Richard Westfall, “Scientific andpatronage…”, op. cit., pp. 13-17.

7 Esta característica fue identificada por Robert S. Westman en “The astronomer’srole in the Sixteenth Century: A preliminary study”, en History of Science 18,1980, y luego fue estudiada con mayor profundidad en “The Copernicans andthe Churches”, en David C. Lindberg y Ronald L. Numbers (eds.), God andnature, Berkeley, University of California Press, 1986, del mismo autor. Sobre estefenómeno en Italia, véase Mario Biagioli, “The social status of Italianmathematicians 1450-1600”, en History of Science 27, 1989, pp. 41-95. El vínculoentre la preocupación de Galileo por obtener el título de filósofo y lalegitimación de la física matemática como parte de la filosofía es analizado enEugenio Garin, “Galileo the philosopher”, en Science and civic life in the ItalianRenaissance, Nueva York, Anchor, 1969, pp. 123-125 [trad. esp.: Ciencia y vida civilen el Renacimiento italiano, Madrid, Taurus, 1982] y por Michael Segre en“Galileo as a politician”, en Sudhoffs Archiv 72, 1988, p. 75.

8 Peter Dear, “Jesuit mathematical science and the reconstruction of experience inthe early Seventeenth Century”, en Studies in History and Philosophy of Science 18,1987, pp. 133-175; Nicholas Jardine, The birth of history and philosophy of science,Cambridge, Cambridge University Press, 1984, pp. 225-257; y Robert S. Westman,“Kepler’s theory of hypothesis and the ‘realist dilemma’”, en Studies in Historyand Philosophy of Science 3, 1972, pp. 233-264.

9 Francesco Liberati, Il perfetto Maestro di Casa, Roma, Bernabò, 1658, p. 9.

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Si bien Cosme no llega a encargar una historia genealógica de los Medicia la manera de las teogonías griegas, lo que sí encarga es una reinterpreta-ción alegórica de las teogonías clásicas para que se asemejen a la historiade la Casa de Medici. La mejor articulación de este programa mitológicose encuentra en los frescos que pinta Vasari para decorar la Gran Sala delos Elementos y los Aposentos del papa León X en el Palazzo della Signo-ria, el primer palacio de los Medici, que luego se conocería como PalazzoVecchio o Palacio Viejo.17

El esquema básico del proyecto resulta bastante claro. La Gran Sala de losElementos era una especie de Olimpo dividido en varias habitaciones,cada una de las cuales estaba dedicada a un dios (Hércules, Júpiter, Opis,Ceres, Saturno) o a una entidad predivina, como los cuatro elementos pri-mordiales (figura 1). Justo debajo de ese Olimpo representado por la GranSala de los Elementos se encuentra el panteón de los Medici: los Aposentosdel papa León X. Cada una de las habitaciones que componen este sectordel edificio lleva el nombre de algún integrante de la familia Medici cuyasacciones fueron instrumentales para la creación de la dinastía (figura 2).

Según Vasari, para cada una de las habitaciones dedicadas a los Medicidentro de estos Aposentos se guardó una relación de plomada con las habi-taciones dedicadas a los dioses que se encontraban en la planta superior,dentro de la Gran Sala de los Elementos. Los frescos de los Aposentos repre-sentan las historias mitologizadas de los miembros de la familia Medicicuyo nombre lleva cada habitación. El objetivo era que cada una de estashistorias reflejara con la mayor exactitud posible la teogonía clásica del dioscorrespondiente. La Habitación de los Elementos, esas entidades primor-diales que posibilitaban la formación de todas las cosas, está justo encimade la Habitación de León X, el papa de la familia Medici que había posi-bilitado el nacimiento de la dinastía. En palabras de Vasari, “no hay nadapintado en la planta superior que no se corresponda con algo pintado en

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crear una corte sobre una base casi inexistente. Había que transformar alos ex dirigentes políticos de las poderosas familias florentinas en dócilesaristócratas cortesanos, y la nueva mitología que representaba al ducadocomo una forma de gobierno natural y necesaria debía indicar qué papelasumirían dentro de ella esas familias.13

Para resolver esto, la estrategia de Cosme consiste en representar la sobe-ranía de los Medici como si fuera el destino manifiesto de Florencia. Elhoróscopo de la ciudad, tan común desde la Edad Media, debe normali-zarse entonces para proponer la necesidad astrológica de que gobernaranlos Medici, conectando ese gobierno con la historia y el destino de la ciu-dad.14 Además, se escriben por encargo nuevos libros de historia orienta-dos al dominio de los Medici y se presentan reinterpretaciones de los mitosantiguos con referencia a esa dinastía, a la vez que se introduce en el arteflorentino toda la iconografía medicea.15 Por sobre todo, se fundan variasacademias, como la Accademia Fiorentina y la Accademia del Disegno, conel fin de llevar adelante este programa cultural.16

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13 R. Burr Litchfield, op. cit. También pueden encontrarse algunos datos sobre la vida cortesana de Florencia en P. F. Covoni, Don Antonio de’ Medici al Casinodi San Marco, Florencia, Tipografia Cooperativa, 1892; Gaetano Pieraccini, Lastirpe dei Medici di Cafaggiolo, Florencia, Nardini, 1986; Graziella Silli, Una cortealla fine del Cinquecento, Florencia, Alinari, 1927; Gaetano Imbert, La vitafiorentina nel Seicento, Florencia, Bemporad, 1906; y Angelo Solerti, Musica, balloe drammatica alla corte medicea dal 166 al 1637, Florencia, Bemporad, 1905. En el libro de Solerti se reproducen varios fragmentos extensos del diario oficialmanuscrito de la corte.

14 La relación entre el horóscopo de la ciudad y el destino de los Medici hasta laépoca de Cosme I se analiza en Janet Cox-Rearick, Dinasty and destiny in Mediciart, Princeton, Princeton University Press, 1984. Sobre los horóscopos de laciudad de Florencia a principios del Renacimiento, véase Richard Trexler, Publiclife in Renaissance Florence, Nueva York, Academic Press, 1980, pp. 73-84.

15 Se podría afirmar que el mejor ejemplo de esto se encuentra en BenedettoVarchi, Storia fiorentina, ed. de Gaetano Milanesi, Florencia, Le Monnier, 1857-1858, 3 vols. Sobre la iconografía de los Medici, véase Janet Cox-Rearick, op. cit., p. 231.

16 La Accademia Fiorentina, fundada en 1540, es la primera academia patrocinada ycontrolada por los Medici. Su objetivo era coordinar la política cultural deCosme I sobre la base de la normalización de la cultura florentina en torno al ejede la identidad lingüística. Véanse Sergio Bertelli, “Egemonia linguistica comeegemonia culturale e politica nella Firenze Cosimiana”, en Bibliothèqued’Humanisme et Renaissance 38, 1976, pp. 249-283; y Claudia di Filippo Bareggi,“In nota alla politica culturale di Cosimo I: L’Accademia Fiorentina”, enQuaderni storici 23, 1973, pp. 527-574. La Accademia del Disegno, fundada en 1564

y dirigida por un “teniente” que designó Cosme, también forma parte de estapolítica cultural. Sus principales funciones eran coordinar el trabajo de los

artistas plásticos contratados por los Medici y procurar que se respetaran loscódigos de su política cultural. Es más, los artistas de esa academia se ocupabande organizar espectáculos políticos de gran envergadura, como bodas, funeralesy visitas de dignatarios extranjeros. Era una especia de departamento derelaciones públicas de la corte florentina. Véase la nota 22 para mayorinformación bibliográfica.

17 Ettore Allegri y Alessandro Cecchi, Palazzo Vecchio e i Medici, Florencia, spes,1980, pp. 55-182. Las cartas que intercambiaron Vasari y los asesores de Cosme en materia humanística sobre la iconografía y los emblemas que decorarían esosespacios pueden encontrarse en Karl Frey (ed.), Il carteggio di Giorgio Vasari,Munich, Muller, 1923, t. i, N° 220, pp. 409-412, N° 221, pp. 412-414; N° 232, pp. 436-437; N° 234, pp. 438-441; N° 236, pp. 446-450.

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la planta inferior”.18 El orden celestial legitima y naturaliza el orden terres-tre. Como era de esperar, la comunicación entre las dos plantas está garan-tizada por una escalera de gran elegancia.

Vasari describe todos los detalles intrincados que componen la mitolo-gía de los Medici tal como se la representa en esos frescos.19 En este caso,lo más importante para tener en cuenta es la correspondencia específicaque se establece entre Júpiter (el más grande de los dioses) y Cosme I (elfundador del gran ducado de Toscana), ya que esa relación mitológica des-empeña un papel esencial en la táctica de mecenazgo de Galileo.

La correspondencia espacial entre la habitación dedicada a Cosme I yla dedicada a Júpiter funciona como eje central de la narrativa mitológicaque se desarrolla en los frescos de los dos sectores. Es más, los frescos de laHabitación de Júpiter, que representan la infancia del dios, están íntima-mente ligados a la figura de Cosme. Hijo de Opis y Saturno, el joven Júpi-ter es rescatado de la crueldad de su padre, quien solía comerse a sus des-cendientes, por su madre, que lo esconde en una caverna de Creta dondelo crían dos ninfas. A una de ellas, Amaltea, se la representa como la cabray se la asocia alegóricamente con la divina providencia, mientras que a laotra, Melisa, se la relaciona con una alegoría del saber divino. El mensajeque se intenta transmitir es que desde la cuna Cosme ha absorbido, lite-ralmente, esas dos virtudes. En memoria de Amaltea, Júpiter agrega el signode Capricornio al zodíaco, y las siete estrellas de Capricornio se convier-ten en emblemas de las siete virtudes, tres teológicas y cuatro morales.Casualmente, Capricornio resulta ser el signo de Cosme, lo cual es muyconveniente para confirmar que el destino une al primer gran duque y aJúpiter. De esta manera, Cosme recibe la divina providencia y el saber divinode Júpiter y obtiene las siete virtudes de Capricornio.

En la dedicatoria del Sidereus nuncius a Cosme II, Galileo introduce laanalogía entre los Astros Mediceos y las siete virtudes de Cosme I, tanto lasmorales como las “augustas”. También sostiene que el joven Cosme exhibeesas virtudes en todo momento y que las ha obtenido directamente de Júpi-ter, que se encontraba justo por encima del horizonte a la hora de su naci-miento. Esas virtudes “emanan” de las cuatro estrellas que, como las vir-tudes innatas, giran siempre en torno de Júpiter, muy cerca de él, y nuncalo abandonan. Por lo tanto, dado el vínculo entre Júpiter y Cosme I, Gali-leo insinúa que Cosme I le ha transmitido sus virtudes (y las de Júpiter) asu sucesor a través de los Astros Mediceos y que, al revelar la existencia de

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18 Giorgio Vasari, op. cit., p. 85.19 Ibid.

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1 Habitación de León X2 Habitación de Cosme, el Viejo3 Habitación de Lorenzo,

el Magnífico4 Habitación de Cosme I5 Habitación de Juan de Medici6 Habitación de Clemente VII

1 Terraza de Saturno2 Habitación de los Elementos3 Habitación de Ceres4 Habitación de Calíope5 Habitación de Opis6 Habitación de Júpiter7 Habitación de Hércules8 Habitación de Juno

Figura 1. Gran Sala de los Elementos, ilustración adaptada de Ettore Allegri

y Alessandro Cecchi, Palazzo Vecchio e i Medici, op. cit., p. xxv.

Figura 2. Aposentos del papa León X, ilustración adaptada de Ettore Allegri

y Alessandro Cecchi, Palazzo Vecchio e i Medici, op. cit., p. xxi.

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Las mitologías de la época de Cosme I estaban imbuidas la cultura dela corte. Tanto los cortesanos como los integrantes de la clase alta floren-tina estaban familiarizados con ellas, lo que les permitía participar en eljuego de interpretación de varias semiologías políticas, como los relatosemblemáticos que se exhibían en las ceremonias de los Medici.23 La capa-cidad de interpretar la emblemática era una herramienta necesaria paratodos aquellos que pretendían participar de la vida en la corte, como biense indica en El cortesano de Baltasar Castiglione, los Dialoghi piacevoli deStefano Guazzo y el diálogo de Il conte, o vero de l’imprese, de TorcuatoTasso.24 En palabras de Castiglione: “A veces, las conversaciones versabansobre una variedad de temas, o se producía un intercambio agudo de répli-cas veloces; con frecuencia, se inventaban ‘emblemas’, como los llamamoshoy en día, y se derivaba un placer maravilloso de los debates sobre ellos”.25

La emblemática ofrecía a los cortesanos mucho más que un juego de salónapasionante: era también una herramienta muy valiosa para sus estrate-gias de autoconstrucción.26 Los miembros de la corte reafirmaban su

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dichos astros, es él mismo quien actúa como una especie de intermedia-rio para ese encuentro astrológico-dinástico. Los asesores de los Medicien materia de humanística aceptan esa correspondencia entre los AstrosMediceos y las cuatro virtudes morales, e incluso, hasta treinta años des-pués de la condena a Galileo, en las pinturas alegóricas se siguen usandolas cuatro virtudes morales como representaciones de esas cuatro estrellas.

Ahora bien, las mitologías que aquí se describen no eran una mera señalde las aspiraciones imaginarias de los Medici. En realidad, constituían el“relato medular” sobre el cual se fundamentaba toda la iconografía utili-zada en las ceremonias políticas y en los festivales públicos, y se basabantodas las obras poéticas, dramáticas, visuales y musicales de la corte.20

Esas mitologías ofrecían un marco para la cultura de la corte. Cuando eranecesario, la iconografía mitológica se podía expandir mediante las con-venientes traducciones ofrecidas por la emblemática, que figuraban enlos catálogos y diccionarios de emblemas del siglo xvi, como el de CesareRipa, el de Paolo Giovio y el de Andrea Alciati.21 Todo este marco culturalse mantenía y se articulaba en instituciones que estaban bajo el control delos Medici, como la Accademia Fiorentina y la Accademia del Disegno.22

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20 Las genealogías divinas constituían un género muy común para rendir homenajea las familias gobernantes. Sobre el uso de este género en teatro, véase CesareMolinari, Le nozze degli dei, Roma, Bulzoni, 1968. Sobre el uso de los emblemas y las imágenes mitológicas en las ceremonias civiles en Florencia, véanseAnnamaria Petrioli Tofani y Giovanna Gaeta Bertelà, Feste e apparati medicei daCosimo I a Cosimo II, Florencia, Olschki, 1969; y Arthur R. Blumenthal, Theaterart of the Medici, Hanover, University Press of New England, 1980.Véansetambién David Moore Bergeron, English civic pageantry 1555-1642, Londres,Arnold, 1971; Roy Strong, Art and power: Renaissance festivals 1450-1650, Berkeley,University of California Press, 1984 [trad. esp.: Arte y poder: fiestas delRenacimiento, 1450-1650, Madrid, Alianza, 1988]; y Randolph Starn y LorenPartridge, Arts of power, Berkeley, University of California Press, 1992.

21 Paolo Giovio, Dialogo dell’imprese militari e amorose, Roma, Antonio Barre, 1551

[trad. esp.: Diálogo de las empresas militares y amorosas, traducido por Alonso deUlloa, León, 1562]; Andrea Alciati, Emblematum liber, Augsburgo, Steyner, 1531

[trad. esp.: Emblemas, Madrid, Akal, 1985]; Cesare Ripa, Iconologia, Roma,Gigliotti, 1593, Lepiolo Facis, 1603 (primera edición ilustrada) [trad. esp.:Iconología, Madrid, Akal, 1996]. Como fuente bibliográfica secundaria sobre eltema, entre las más conocidas se encuentra Mario Praz, Studies in Seventeenth-Century Imagery, Roma, Edizioni di Storia e Letteratura, 1964 [trad. esp.:Imágenes del Barroco. Estudios de emblemática, Madrid, Siruela, 1989]. Véasetambién Peter M. Daly, Literature in the Light of the Emblem, Toronto, Universityof Toronto Press, 1979.

22 Sobre la Accademia del Disegno, véanse Zygmunt Wazbinski, L’Accademiamedicea del Disegno a Firenze nel Cinquecento, Florencia, Olschki, 1987, 2 vols.;

Karen-edis Barzman, “Liberal academicians and the new social elite in GrandDucal Florence,” en Irving Lavin (ed.), World of art: Themes of unity and diversity,University Park, Pennsylvania State University Press, 1989, t. ii, pp. 459-463; Mary Ann Jack, “The Accademia del Disegno in Late Renaissance Florence”, en Sixteenth Century Journal 7, 1976, pp. 3-20. Véase la nota 16 para mayorinformación bibliográfica sobre la Accademia Fiorentina.

23 Annamaria Petrioli Tofani, “Contributi allo studio degli apparati e delle festemedicee,” en Firenze e la Toscana nell’Europa del ‘500, Florencia, Olschki, 1983, t. ii, pp. 645-661; A. Petrioli Tofani y G. Gaeta Bertelà, op. cit.; Benedetto Betti,Ordine dell’apparato fatto da’ Giovanni, della Compagnia di San Gio Evangelista,Florencia, Giunti, 1574; Alois Maria Nagler, Theatre festivals of the Medici, 1539-1637, New Haven, Yale University Press, 1964; y Roy Strong, op. cit., pp. 3-74,136-152. Véanse también David Cannadine y Simon Price (eds.), Rituals ofroyalty, Cambridge, Cambridge University Press, 1987; y Sean Wilentz (ed.) Rites of power, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1985.

24 Stefano Guazzo, Dialoghi piacevoli, Venecia, Bertano, 1585; Torquato Tasso, Il conte, o vero de l’imprese, 1594, reimpreso en Cesare Guasti (ed.), I dialoghi diTorquato Tasso, Florencia, Le Monnier, 1901, t. iii, pp. 361-444. Es más, lainterpretación de la emblemática adquiere tanta importancia en la cultura altaque los jesuitas comienzan a enseñarla como parte de sus cursos de retórica(véase Jennifer Montagu, “The painted enigma and French Seventeenth-Centuryart”, en Journal of the Warburg and Courtauld Institutes 31, 1968, pp. 307, 312).

25 Baltasar Castiglione, The Book of the Courtier, Garden City, ny, Anchor Books,1959, p. 17 [trad. esp.: El cortesano, Madrid, Cátedra, 1994].

26 Sobre el uso de los emblemas para los juegos de salón, véase Thomas FrederickCrane, “Parlor games in Italy in the Sixteenth Century”, en Italian social customsof the Sixteenth Century, New Haven, Yale University Press, 1920, pp. 263-322.

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cortesanos, pedantes y matemáticos

Se puede afirmar con certeza que la capacidad de comprender el contextocultural de la corte diferencia a Galileo de casi todos los demás matemá-ticos italianos de la época. El carácter excepcional de su carrera y de sutrayectoria de legitimación socioepistemológica también guardan relacióncon su bagaje cultural (bastante inusual entre los matemáticos) y con lascorrespondientes percepciones acerca del sistema de mecenazgo.

En efecto, para obtener un puesto en la corte hacía falta mucho másque un buen desempeño profesional. Era necesario no sólo contar con losvínculos adecuados de mecenazgo, sino también ser cortés, es decir, poseerlas aptitudes sociales apropiadas.30 El dominio del protocolo cortesano porparte de los beneficiarios aparece con frecuencia como tema en la corres-pondencia de Galileo y en otros textos de la época. Por ejemplo, cuandoel secretario Curzio Picchenna le pregunta a Galileo por Minadoi, un médicoque enseñaba en Padua y que los Medici querían llevar a la corte, éste leresponde que Minadoi es “una persona de costumbres y modales agrada-bles y honestos que puede desempeñarse tan bien en la corte como en elaula”.31 Asimismo, en una carta para Vinta sobre el filósofo Papazzoni, queaspiraba a una cátedra de filosofía en Pisa, Galileo señala que es “agrada-ble y tiene gracia para la conversación” y que es capaz de conducirse concomodidad en la corte, lo cual es importante porque los principales pro-fesores de Pisa deben frecuentar ese ámbito.32

Ahora bien, si no se daba por sentado que los médicos o los filósofos fue-ran cultos y poseyeran aptitudes para la vida cortesana, mucho más excep-

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30 Los artistas que querían acceder a la legitimación social y mejorar su estatustambién debían cumplir con el requisito de adoptar el estilo de vida y la culturapropia de la clase alta; véase Francis Haskell, Patrons and painters, New Haven,Yale University Press, 1980, pp. 18-19 [trad. esp.: Patronos y pintores, Madrid,Cátedra, 1999].

31 go, t. x, N° 150, p. 168.32 go, t. xi, N° 461, p. 27. En otra carta de recomendación para Niccolò Aggiunti,

uno de sus beneficiarios que quería trabajar en la Universidad de Padua, Galileoescribe que éste agradará a los venecianos porque “no sólo es buen profesor dematemáticas, sino que posee una inteligencia exquisita para el estudio de lashumanidades, algo que los nobles venecianos tienen en gran estima. En cuanto amí concierne, creo que nadie puede superarlo en esa materia, ya que escribe contalento tanto prosa como verso, y cuenta con la elocuencia y la rapidez mentalnecesarias para ocupar con honor un puesto eminente”. Esta carta no estáincluida en las obras completas de Galileo, sino que fue descubierta por MariaFrancesca Tiepolo y publicada en su artículo “Una lettera inedita di Galileo”, Lacultura 17, 1979, p. 60.

propia identidad social diferenciándose de la clase baja, que nunca alcan-zaba a comprender en su totalidad el significado de esas ceremonias públi-cas, a pesar de que en algunos casos participaba de ellas como especta-dora.27 La emblemática era a los espectáculos de la corte lo que el protocoloera a la conducta de los cortesanos: servía para diferenciar a los grupossociales y para reforzar las jerarquías mediante el control del acceso alsignificado.28

Este marco mitológico-emblemático de la sociedad y la cultura corte-sana en Florencia constituye el contexto dentro del cual Galileo puede pre-sentar sus hallazgos astronómicos como emblemas de la dinastía Medici.Para llegar a ser cortesano diferenciándose de otros expertos en discipli-nas menores como las ciencias matemáticas, Galileo debe usar los mis-mos códigos que la sociedad cortesana emplea con eficacia con el fin dediferenciarse de las masas.29

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27 Diversos autores han señalado este proceso de control semiológico. RoyStrong, por ejemplo, menciona que los espectadores de la boda de Cosme I en 1566 se quejaban por la complejidad de la iconografía utilizada (Roy Strong,op. cit., p. 27). A partir de 1630, cuando la sociedad cortesana de Florencia ya se había delimitado social y espacialmente, se comienzan a usar metáforas másclaras en los espectáculos de la corte (ibid., pp. 31-32). En los Ragionamentide Vasari se puede leer que incluso Don Francisco de Medici menciona la pocaclaridad de significado que presenta la iconografía del autor: “Príncipe:Giorgio, hoy me haces escuchar cosas que jamás imaginé que podíanesconderse tras estos colores y estas imágenes” (p. 22). Dado que este diálogofue escrito por Vasari, es evidente que éste consideraba la referencia a lacomplejidad de sus imágenes como un elogio de sus aptitudes para el manejode la iconografía dinástica.

28 Sobre el desarrollo de las normas de protocolo, véase Norbert Elias, The historyof manners, Nueva York, Pantheon, 1982; y Power and civility, Nueva York,Pantheon, 1982 [trad. esp. de ambos volúmenes en El proceso de la civilización.Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, Fondo de CulturaEconómica, 1987]. Véase también del mismo autor The court society, Nueva York,Pantheon, 1983 [trad. esp.: La sociedad cortesana, México, Fondo de CulturaEconómica, 1982].

29 Como demuestra Maria Luisa Altieri Biagi en Galileo e la terminologia tecnico-scientifica (Florencia, Olschki, 1965), Galileo tiene una relación compleja con lasconnotaciones mecánicas de su disciplina. Por un lado, trata de minimizarlas oincluso de rechazarlas. Un ejemplo de esto es su reacción negativa cuandoElsevier cambia el título del Diálogo sobre dos nuevas ciencias en 1638, de maneratal que, según Galileo, arruina la imagen “noble” del libro y lo reduce a un texto“vulgar” (pp. 22-23). Por otro lado, emplea términos provenientes de laingeniería o del habla común para burlarse del modo en que los aristotélicos ylos jesuitas usan el lenguaje filosófico, que a su juicio es retorcido (p. 34). Comose verá, esta ambivalencia es representativa de su nuevo papel socioprofesional.

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Galileo no era rico, pero sabía mostrarse como un gentiluomo. Teníavarios textos sobre retórica y composición literaria, además de conocerbien el Galateo, el manual clásico de etiqueta redactado por Giovanni dellaCasa.36 En los frontispicios de sus libros se presentaba como un “patricioflorentino”, incluso antes de convertirse en “filósofo y matemático del GranDuque”. Manejaba el latín con elegancia y tenía un estilo distinguido en lalengua vernácula de Florencia. Sabía de qué manera escribir para los lec-tores de la corte. En una carta al príncipe Leopoldo de 1640, por ejemplo,Galileo expresa de la siguiente manera su disenso con los geómetras:

Algunos […] quisieran ver comprimidas en el más estrecho espacio posi-ble todas las doctrinas filosóficas y que la gente usara siempre ese lenguajerígido y conciso, desprovisto de toda gracia y ornamento, típico de lospuros geómetras, que no son capaces de proferir una palabra si no es suge-rida por la absoluta necesidad. Mas a mí, por el contrario, no me pareceun defecto que en un tratado dedicado a un tema en especial intercedanotros materiales de naturaleza variada, salvo que sean totalmente ajenosa la cuestión principal y que estén anexados a ella sin ninguna coheren-cia. Es más, aprecio que eso suceda. La nobleza, la grandiosidad y la mag-nificencia que hacen de nuestros actos algo maravilloso y excelente no seencuentran en lo necesario (aunque su ausencia sería el mayor defectoque se pueda cometer), sino en aquello que no es necesario 37

Si con frecuencia escribía al estilo de Ruzante o de Rabelais, con notas desarcasmo y humor que podían desdibujarse hasta interpretarse como insul-tos, no era porque tuviese un origen de clase baja. Galileo no era el típicohombre de la calle que había llegado a la corte. Al igual que Ruzante, habíaaprendido a reproducir la llamada cultura popular, a exhibir una esponta-

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36 Galileo estaba familiarizado con los escritos de Della Casa, como lo demuestranlas citas incluidas en sus “Considerazioni al Tasso” (go, t. ix, p. 133). En subiblioteca había un buen número de textos dedicados a la retórica y a lacomposición literaria, así como manuales para cortesanos del tipo de Idea divarie lettere usate nella Segretaria d’ogni Principe (Antonio Favaro, “La libreria diGalileo Galilei”, en Bullettino di bibliografia e storia delle scienze matematiche efisiche, N° 19, 1886, pp. 219-293, esp. pp. 273-275). Galileo aprendió bastante bienlas principales nociones de la retórica, como se indica en Maurice Finocchiaro,Galileo and the art of reasoning, Dordrecht, Reidel, 1980; y en Janet Dietz-Moss,“The rhetoric of proof in Galileo’s writings on the copernican system”, enWilliam A. Wallace (ed.), Reinterpreting Galileo, Washington D.C., CatholicUniversity of America Press, 1986, pp. 179-204.

37 “Lettera al Serenissimo Principe Leopoldo di Toscana”, en go, t. viii, p. 491.

cional resultaba que un matemático tuviera estas características. Por ejem-plo, en la descripción de la corte romana de 1611 publicada por GirolamoLunadoro se encuentra un excursus de dos páginas dedicadas a elogiar lasaptitudes de Giovanni Battista Raimondi, un matemático polifacético quehabía traducido y comentado algunas obras de Euclides y de Arquímedes.El autor describe a Raimondi como un viejo erudito cuyo profundo cono-cimiento técnico de las ciencias matemáticas y de la filosofía no lo ha trans-formado en una persona antisocial. Afirma que principalmente es un hom-bre de conversación muy agradable, que no alardea de su saber ni trata derebajar a los demás y que al hablar de matemáticas, filosofía o teología lohace con claridad, elegancia y decoro. Además, es “limpio y correcto en suforma de vestir, algo que no resulta común entre los filósofos”.33

La insistencia de Lunadoro sobre el carácter excepcional de Raimondipone de manifiesto el supuesto cultural de que los matemáticos y, en algu-nos casos, los filósofos no contaban con las dotes adecuadas para la corte.Si bien ese supuesto reflejaba los prejuicios asociados a algunas clases socia-les y disciplinas científicas, también estaba basado en cierta evidencia empí-rica.34 Nadie daba por sentada la propia capacidad de obtener legitimidadsocial y epistemológica y de cruzar las fronteras sociales que dividían a launiversidad de la corte. Es indudable que el propio Galileo en parte lograefectuar ese cruce gracias a ser el hijo de un músico conocido en el ámbitocortesano y pertenecer a una familia tradicional con cierto grado de noblezay visibilidad política en el comienzo del Renacimiento. Probablemente nosea casual que Galileo y Giovanni Battista Benedetti (los únicos dos mate-máticos italianos que recibieron o usaron el título de filósofos en la corte)fueran personas que podían atribuirse algún grado de nobleza.35

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33 Girolamo Lunadoro, Relatione della corte di Roma, Roma, Frambotto, 1635, pp. 63-65. El texto de Lunadoro data de 1611. La inclusión de Raimondi en lanómina de la corte florentina, para la cual trabajaba como empleado en Roma,confirma que, además de ser un matemático, se lo veía como un caballero. En efecto, el ruolo de julio de 1610 contiene su nombre bajo la categoría de“caballero de la corte”, la misma que luego se le atribuiría a Galileo (asf,“Depositeria generale 389”, fol. 82r).

34 Mario Biagioli, “The social status...”, op. cit.; Harcourt Brown, Scientificorganizations in Seventeenth-Century France, Baltimore, Johns HopkinsUniversity Press, 1934, p. 87; Steven Shapin, “Who was Robert Hooke?”, enMichael Hunter y Simon Schaffer (eds.), Robert Hooke: New studies,Woodbridge, Suffolk, Boydell, 1989, pp. 253-285; y Robert Iliffe, “In theWarehouse: Privacy, property and priority in the early Royal Society”, en Historyof Science 30, 1992, pp. 29-68.

35 Sobre este tema, véanse Mario Biagioli, “The social status...”, op. cit., pp. 49-50; yPaul Lawrence, The Italian renaissance of mathematics, Ginebra, Droz, 1975, p. 155.

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homenaje a El ensayador de Galileo, Soldani ataca al “vago de Estagira” ya su “rebaño de ovejas” por practicar una filosofía que “encierra y ata elconocimiento con sogas”.43 Para apoyar la causa de Galileo, en vez de ata-carlos con argumentos científicos o metodológicos, trata de socavar a losfilósofos poniendo en juego el tropo de la arrogancia, el servilismo y laceguera que caracteriza su conocimiento, ya que esa forma de cultura resultainaceptable para el público cortesano a quien está destinada la obra.

El mismo tropo aparece en varios textos diferentes que circulan en lacorte durante ese período. El tratado de Pellegrini de 1624, por ejemplo,tiene un capítulo entero dedicado a “Las calidades del académico que soninconvenientes para un cortesano”, donde describe a los filósofos que nopueden atraer la atención del príncipe debido a “sus modales rígidos y suaspecto grosero”.44 En otra parte del libro, Pellegrini insta a todo filósofoque quiera comenzar una carrera como consejero del príncipe a que no lomoleste con ·preguntas sofisticadas y tediosas” sobre los asuntos del Estado.45

Otro ejemplo es el de Agostino Mascardi, director de la innovadora Acca-demia dei Desiosi del cardenal Savoia, quien para burlarse de los filósofosaburridos de la corte, menciona el término “esencial” e inmediatamenteagrega entre paréntesis: “Perdonadme por usar terminología académica”.46

A la manera de Lunadoro, que destaca la limpieza y la elegancia de Rai-mondi en desmedro de los demás filósofos, el poeta Giambattista Marinoen su famoso poema Adonis presenta a la filosofía como un ser sucio, malvestido y despeinado.47 Para el público cortesano, los aristotélicos anti-cuados son tan técnicos como los matemáticos y, por lo tanto, están tanfuera de moda como ellos.

Ahora bien, es muy probable que el acceso a la corte durante su ado-lescencia haya ayudado a Galileo a evitar ese tipo de traspiés.48 Además,

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43 Citado en Alberto Asor Rosa (ed.), I poeti giocosi dell’età barocca, Bari, Laterza,1975, p. 167. Sobre el estilo literario de Galileo y su público, véase también Robert.S. Westman, “The reception of Galileo’s Dialogues”, en Paolo Galluzzi (ed.),Novità celesti e crisi del sapere, op. cit., pp. 331-335.

44 Matteo Pellegrini, Che al savio è convenevole il corteggiare libri iiii, Bolonia,Tebaldini, 1624, p. 109.

45 Ibid., p. 292.46 Agostino Mascardi, “Discorso ottavo”, en Prose vulgari, Venecia, Baba, 1653,

p. 148. 47 Giambattista Marino, L’Adone, París, 1623 (reimpreso en Turín, Paravia, 1922),

p. 157 (décimo canto, verso 130). En el mismo canto, Marino elogia a Galileo, el telescopio y sus hallazgos.

48 Se sabe que tuvo acceso a la corte en esa etapa porque allí conoció a su futuroprofesor de matemáticas, Ostilio Ricci.

neidad y un ingenio natural que resultaban atractivos para el público de laclase alta, harto ya de las normas cada vez más rígidas del protocolo corte-sano.38 El estilo un tanto mordaz de Galileo no estaba destinado a las feriasde las aldeas sino al público de la clase alta. Funcionaba como antídoto parala sprezzatura exagerada de la corte que por momentos lindaba con la pedan-tería. El Dialogo de Cecco di Ronchitti, por ejemplo, que Stillman Drake atri-buye correctamente a Galileo, está escrito en el dialecto vulgar de Padua, perotiene como destinatario a un público de la clase alta, ya que está dedicado aAntonio Querengo, uno de los mecenas más importantes de esa ciudad.39

El estilo de los ataques mordaces de Galileo contra los peripatéticospuede atribuirse al desprecio retórico de la corte por la pedantería.40 ElSimplicio de los diálogos galileanos (o el filósofo del diálogo de Cecco)no era solamente un hombre de paja para las falacias filosóficas, sino tam-bién un representante de aquello por lo cual la cultura cortesana comen-zaba a sentir cierto rechazo.41 Desde Annibal Caro hasta Jacopo Soldani,el amigo de Galileo, los escritores, humanistas y académicos de la cortecomenzaban a hacer blanco de sus sátiras a los filósofos de la universidad.42

Por ejemplo, en su poema Contro i peripatetici, publicado en 1623 como

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38 Indudablemente, Ruzante (Angelo Beolco) no pertenecía a la clase baja. Su usodel idioma vernáculo y de los vocablos obscenos y agresivos era un productodestinado a la clase alta, no a las ferias de las aldeas (Ludovico Zorzi, “Introduzione”,en Ruzante, L’anconitana, Turín, Einaudi, 1965, pp. v-xi). Sobre la posiblerelación entre el estilo de Galileo y su uso del habla común, véase la nota 29.

39 Dialogo de Cecco di Ronchitti da Bruzene in perpuosito de la stella nova, Padua,Tozzi, 1605, traducido al inglés y recopilado en Stillman Drake, Galileo againstthe philosophers, Los Ángeles, Zeitlin and Ver-Brugge, 1976, pp. 33-53.

40 Sobre la cultura literaria de la corte y la importancia de la retórica, véase MarcFumaroli, L’âge de l’éloquence. Réthorique et ‘res literaria’ de la Renaissance auseuil de l’époque classique, Ginebra, Droz, 1980.

41 El desprecio que sentían los cortesanos más sofisticados por la pedantería no selimitaba de manera alguna a las cortes de Italia. Sobre el fenómeno en Francia,véase Londa Schiebinger, “Battles over scholarly style”, en The mind has no sex?,Cambridge, Harvard University Press, 1989, pp. 119-159, esp. p. 156 [trad. esp:¿Tiene sexo la mente? Las mujeres en los orígenes de la ciencia moderna, Madrid,Cátedra, 2004]. Sobre el mismo fenómeno en Inglaterra, véase Steven Shapin, “A scholar and a gentleman”, en History of Science 29, 1991, pp. 279-327.

42 En la Comedia degli straccioni, escrita por Annibal Caro en 1543 para su mecenasPier Luigi Farnese (sobrino de Pablo III), una integrante del demimonde romanollamada Pilucca pone fin a una conversación sobre la estafa que planifica con sucómplice Marabeo elogiando la “doctrina” (el plan) de éste: “pilucca: Muy bien,me gusta esa doctrina. ¿De quién es? ¿De los Peripottetici [juego de palabrasentre “peripatéticos” y potta (vagina)]? ¿O de los Stronzici [juego de palabrasentre “estoicos” y stronzi (soretes)]?” (Annibal Caro, Comedia degli straccioni,Turín, Einaudi, 1967, p. 24).

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Es muy probable que los debates sobre estas cuestiones fueran comunesen las academias de la época, ya que unos veinte años después Mascardicomentaba sobre “la estupidez de aquellos que hartan a los intelectualespeleándose a causa de las preferencias por Tasso o por Ariosto y que semeten tanto en los círculos de Dante que luego no pueden salir”.53 Asi-mismo, la carta de Galileo para Cigoli sobre la mayor importancia de laescultura o de la pintura trata un tema que se debatía rutinariamente enla Accademia del Disegno florentina y en otros círculos académicos rela-cionados con el arte.54

La participación de Galileo en esas actividades literarias no significaque quisiera emprender la carrera de escritor, sino que necesitaba demos-trar sus aptitudes en materia de cultura académica y cortesana. Se tra-taba de un rito de paso casi indispensable para todos aquellos jóvenes quepretendían entablar relaciones de mecenazgo e iniciar una carrera exi-tosa.55 Es más, la capacidad de mostrarse como literato era de especialimportancia para alguien como Galileo, dado que por su condición dematemático se le habría asignado naturalmente una posición muchomás baja. En efecto, durante el Renacimiento italiano los escritores tenían

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contaba con la herencia de su padre Vincenzio, que le había legado losprimeros vínculos con la corte florentina y el conocimiento del protocolocortesano.49 Vincenzio era un conocido músico y teórico musical de la cortee integraba la Camerata de’ Bardi, una institución que podría definirsecomo la primera academia de música de Florencia. Como se observa, enla familia Galilei no era extraño imaginar para el futuro una carrera de cor-tesano: así lo demuestra la vida de Michelangelo Galilei, hermano de Gali-leo y músico como su padre, quien trabajó en varias cortes europeas.

Las primeras producciones literarias de Galileo se enmarcan dentro dela cultura académica y cortesana del período en Florencia. Su lección sobrela geometría del Infierno de Dante, presentada en 1588 en la Accademia Fio-rentina (de la cual sería cónsul en 1620), versa sobre el texto canónico deesa institución.50 La crítica de Tasso y los elogios para Ariosto tambiénson producto de la cultura instaurada por las academias florentinas.51

Con escasa originalidad, Galileo representa en esos textos la posición ofi-cial de la Accademia della Crusca, un academia florentina para la cual loeligen en 1605, que había tomado partido por Ariosto en contra de Tasso.52

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49 Asimismo, la participación en los salones patricios, como el de Morosini en Venecia o el de Pinelli en Padua, y las visitas a la corte de los Medici durante el verano en que fue profesor de matemáticas de Cosme ayudaron a Galileo a desarrollar cierta comodidad en el manejo del estilo de argumentación yconducta propio de la corte. En diciembre de 1609, es Galileo mismo quienconfiesa haber atravesado ese proceso de socialización en una carta para MiguelÁngel Buonarotti (hijo), donde dice: “Ahora […] conozco los honorableshábitos y modales de la nobleza florentina” (go, t. x, N° 257, p. 271).

50 Galileo Galilei, “Due lezioni all’Accademia fiorentina circa la figura, sito e grandezza dell’inferno di Dante”, en go, t. ix, pp. 29-57. La obra de Dante era uno de los núcleos institucionales de la academia debido a su relación con la lengua vernácula de Florencia. El tema específico de la geometría en el Infierno de Dante también era un foco de atención, particularmente para el arquitecto Antonio Manetti en su “Dialogo circa il sito, forma, et misura dell’Inferno di Dante Alighieri, poeta eccellentissimo”, en OttavioGigli (ed.), Studi sulla Divina commedia di Galileo Galilei, Vincenzo Borghini ed altri, Florencia, Le Monnier, 1855, pp. 35-114. Las lecciones de Galileo debenhaber recibido bastante atención, ya que en 1594 todavía se las recordaba (véasego, t. x, N° 54, p. 66). Sobre el consulado de Galileo en la Accademia Fioretina,véase go, t. xix, pp. 444-445.

51 Galileo Galilei, “Considerazioni al Tasso”, en go, t. ix, pp. 59-148, y “Postilleall’Ariosto”, en ibid., pp. 149-194. Ambas obras son de fecha incierta, aunqueFavaro cree que el texto sobre Tasso fue escrito en el decenio de 1590 (ibid.,pp. 12-14).

52 Sobre la relación de Galileo con la Accademia della Crusca, véanse go, t. xix, p. 221; y Paola Manni, “Galileo Accademico della Crusca”, en La Crusca nellatradizione letteraria e linguistica italiana, Florencia, Accademia della Crusca, 1985,

pp. 119-136. La perspectiva de Galileo sobre Tasso y Ariosto también se analiza en Erwin Panofsky, Galileo as a critic of the arts, La Haya, Martinus Nijhoff, 1954. De hecho, Tasso queda excluido del Vocabolario degli accademici della Crusca,publicado por primera vez en Florencia en 1612 (Salvatore Nigro, “Dalla lingua al dialetto: La letteratura popolaresca”, en Alberto Asor Rosa, I poeti giocosidell’età barocca, op. cit., p. 66).

53 Agostino Mascardi, “Discorso secondo”, op. cit., p. 34.54 go, t. xi, N° 713 (26 de junio de 1612), pp. 340-343. Favaro duda seriamente

de la autenticidad de esta carta, sobre todo por motivos estilísticos. Su posiciónes refutada de manera convincente por Margherita Margani en “Sull’autenticitàdi una lettera attribuita a G. Galilei”, en Atti della Reale Accademia della Scienzedi Torino 57, 1921-1922, pp. 556-568. La polémica acerca de la primacía de laescultura con respecto a la pintura es un tema muy frecuente en los textosacadémicos del siglo xvi sobre arte. Un ejemplo de este género es la Lezione di Benedetto Varchi nella quale si disputa della maggioranza delle arti, que se leyóen la Accademia Fiorentina en 1547 (parcialmente reproducida en PaolaBarocchi, Scritti d’arte del Cinquecento, Turín, Einaudi, 1977, t. i, pp. 99-105 y133-151).

55 Al parecer, los intentos literarios de Galileo fueron bastante exitosos, ya que susamigos de la academia en Florencia (a quienes volvía a ver cuando viajaba allídurante los veranos) le escribían cuando él estaba en Padua para pedirlecomentarios sobre los libros o sonetos que habían creado (go, t. x, N° 52, pp. 63-64; N° 72, pp. 82-83; N° 76, pp. 86-87). Para más referencias sobre laproducción poética y literaria de Galileo, véase go, t. x, N° 54, p. 66; , N° 409, p. 447; t. xi, N° 492, p. 68; N° 563, p. 164; N° 647, p. 265.

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todo en el período de decadencia de fin de siglo, éstos no se centran enuna dinastía familiar determinada, sino en la idea de la república.58 Por lotanto, los hallazgos de Galileo no se pueden acomodar a esos mitos esta-tales de ninguna manera que resulte provechosa o pertinente. De hecho,Galileo dedica el telescopio al Senado veneciano como instrumento parala navegación y la guerra más que para la observación de los monumen-tos dinásticos.

La iniciación en la cultura de la corte y las academias florentinas le brindaa Galileo la competencia necesaria para concebir a los elementos natura-les como posibles emblemas de la dinastía Medici. Comprende así la nece-sidad de que su mecenas sea un gran príncipe, y no sólo porque los prín-cipes fueran los únicos capaces de ofrecerle el salario y el tiempo libre quebuscaba, como le dice a Vinta. Galileo necesita un gran mecenas porquela mejor manera de que sus hallazgos adquieran valor y le aporten la legi-timidad social que pretende obtener es adaptarlos al discurso dinásticode un soberano absoluto.59 Por eso, al descubrir los satélites de Júpiter en1609, se da cuenta de que Venecia no es el mercado más adecuado parasus prodigios.

No obstante, el conocimiento adquirido por Galileo sobre la dinámicadel mecenazgo y los códigos de la cultura académica durante su juventuden Florencia no le resulta inútil en Padua y Venecia, donde logra entablarrelaciones de mecenazgo con patricios poderosos como Sagredo, ingresaren los salones más respetados y participar intensamente de la vida acadé-mica.60 En 1599, Galileo funda junto con otros académicos la Accademiadei Ricovrati en Padua, donde adopta el nombre de Abbattuto o “el aba-tido”. Él y otros colegas están a cargo de diseñar las empresas de la insti-tución.61 Asimismo, la empresa propuesta por Galileo para la boda de Cosmey María Magdalena de Austria en 1608 demuestra su perfecto dominio dela emblemática y de la cultura cortesana de los Medici.

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58 Sobre la decadencia de Venecia, véanse Alberto Tenenti, Piracy and the decline of Venice 1580-1516, Berkeley, University of California Press, 1967; James C. Davis,The decline of the Venetian nobility as a ruling class, Baltimore, Johns HopkinsUniversity Press, 1962; y Richard T. Rapp, Industry and economic decline inSeventeenth-Century Venice, Cambridge, Harvard University Press, 1976. Sobrelos rituales políticos en Venecia, véase Edward Muir, Civic ritual in RenaissanceVenice, Princeton, Princeton University Press, 1981.

59 go, t. x, N° 307, pp. 348-353

60 Antonio Favaro, Galileo Galilei e lo Studio..., op. cit., t. i, pp. 36-77, t. ii, pp. 1-7

y 18-32.61 Gino Benzoni, Gli affani..., op. cit., p. 176; y go, t. xix, pp. 207-208.

un estatus social más elevado que el de los artistas plásticos y los mate-máticos, además de contar con muchas más posibilidades de ingresar enla corte, un espacio donde comenzaba a nacer la noción de “nobleza delas letras”.56

Durante la primera etapa de su carrera, Galileo se sumerge no sólo enla cultura académica y cortesana de Florencia sino también en las redesde mecenazgo. La mayoría de las estrategias de mecenazgo que desarrollaa la largo de su vida se remontan a esa época, cuando absorbe toda esacultura y conoce a muchos de sus amigos y mecenas, a quienes sigue fre-cuentando durante los veranos en sus visitas periódicas desde Padua.

Los grupos sociales que Galileo integra en Venecia y Padua después de1592 son parecidos a los que ha conocido en Florencia, pero como en Vene-cia no hay corte, la cultura veneciana es bastante diferente de la cultura flo-rentina y el mecenazgo está relacionado allí con los patricios más que conlos príncipes. Si bien se puede trazar un paralelo entre Sagredo como mece-nas veneciano y Salviati como mecenas en Florencia, ya que ambos sonde origen patricio, hasta ahora resulta imposible encontrar el equivalentea Cosme II del período veneciano. En Venecia, el espacio donde se enta-blan las relaciones de mecenazgo está compuesto por los salones, los casiniy las academias privadas, en vez de la corte y las academias oficiales.57 Esmás, aunque Venecia trata de mantener sus propios mitos estatales, sobre

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56 Sobre las diferencias entre el estatus de los escritores y el de los otros artistas,véase Peter Burke, “Artists and writers”, The Italian Renaissance, Princeton,Princeton University Press, 1986, pp. 43-87. Sobre la continuidad entre el mundo social de los artistas y los matemáticos, véanse Mario Biagioli, “The social status...”, op. cit., y Thomas B. Settle, “Egnazio Dati and mathematicaleducation in late Sixteenth-Century Florence”, en John Henry y Sarah Hutton(eds), New perspectives on Renaissance thought, Londres, Duckworth, 1990, pp. 24-37. Sobre la nobleza de las letras, véanse Alain Viala, Naissance del’écrivain, París, Minuit, 1985, y Girolamo Lunadoro, op. cit., N° 5, donde describela posición del cameriere d’honore del papa, que en general se reserva para“personas de calidad”, ya sea por nacimiento o por su carácter de illustri per lettere.

57 Krzysztof Pomian, Collectionneurs, amateurs et curieux, París, Gallimard, 1987,pp.81-158 y 213-287; Gino Benzoni, Gli affanni della cultura, Milán, Feltrinelli,1978, pp. 7-77 y “Le academie”, en G. Arnaldi y M. Pastori Stocche (eds.), Storiadella cultura veneta, Vicenza, Neri Pozza, 1984, t. iv, parte i, pp. 131-162; GaetanoCozzi, Paolo Sarpi tra Venezia e l’Europa, Turín, Einaudi, 1979, pp. 135-234;Antonio Favaro, Amici e corrispondenti di Galileo, ed. de Paolo Galluzzi,Florencia, Salimbeni, 1983, t. i, pp. 65-91 y 191-322; t. ii, pp. 703-736; “Un ridottoscientifico in Venezia al tempo di Galileo Galilei”, en Nuovo archivio veneto, serie2, t. v, 1893, pp. 199-209; y Galileo Galilei e lo studio di Padova, Padua, Antenore,1966, t. ii, pp. 69-102.

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el significado de la imagen. De acuerdo con Galileo, el sentido alegóricodel lema es el siguiente:

Así como los hierros se mueven hacia la calamita contra su propia incli-nación y son sostenidos a lo alto por ella, con una violencia casi amo-rosa, pues la buscan con avidez y corren hacia ella casi voluntariamente,de manera tal que resulta difícil saber si ese vínculo tenaz yace en la fuerzade la calamita, en el apetito natural del hierro o en el amoroso con-traste entre el poder y la obediencia; del mismo modo, el afecto cortésy pío del príncipe, representado por la piedra, no pretende oprimirsino elevar a sus vasallos, y hace que ellos, representados por los hie-rros, lo amen y lo obedezcan.64

Luego, Galileo explica a Cristina que la forma esférica de la calamita es unaalegoría de Cosme como el cosmos y del escudo de armas de los Medici,que contiene seis esferas. Ahora bien, estas analogías ya estaban presentesen la Sala de los Elementos diseñada por Vasari cincuenta años antes parael Palazzo della Signoria. Allí, el pintor había representado a Capricornio(el signo ascendente de Cosme) con una esfera entre las pezuñas, que eraal mismo tiempo el cosmos y una de las esferas del escudo de armas de lafamilia.65 El tema de Cosme y el cosmos vuelve a aparecer en otros frescosde la Sala de los Elementos así como en la Sala de los Mapas Geográfi-cos,66 donde había una gran esfera armilar, un globo terráqueo en el cen-tro y varios mapas que representaban todo el mundo, diseñados y realiza-dos en parte por el cosmógrafo Ignazio Danti.67

Desde mediados del siglo xvi, había cobrado cada vez más importanciaen la mitología de los Medici la analogía de Cosme y el cosmos, que Galileovolvería a invocar unos años después durante las negociaciones para que elSidereus nuncius fuera dedicado a Cosme II. Es más, los nombres relaciona-dos con la palabra “cosmos” eran muy comunes. Por ejemplo, en 1548, alganar el dominio de Portoferraio, el puerto más importante de la isla de Elba,Cosme I había ordenado que lo fortificaran y lo rebautizaran Cosmopoli.68

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64 go, t. x, N° 199, p. 222. En la carta N° 187 del mismo tomo se puede observar un intento anterior de diseñar un emblema basado en la calamita conconnotaciones políticas (ibid., pp. 205-209).

65 Ettore Allegri y Alessandro Cecchi, op. cit., p. 67; y Giorgio Vasari, op. cit., p. 32.66 Ibid., p. 22.67 Detlef Heikamp, “L’antica sistemazione degli strumenti scientifici nelle

collezioni fiorentine,” en Antichità Viva 9, 1970, pp. 3-25. 68 Arnaldo Segarizzi, op. cit., t. iii, p. 256.

de la calamita a los satélites

Puesto que en general se acuñaban medallas de oro y de plata para con-memorar los acontecimientos importantes de las dinastías, en septiembrede 1608 Galileo le escribe a la gran duquesa Cristina, madre de Cosme, conla propuesta de un emblema para la medalla de la boda.62 La carta exponeuna breve síntesis de la ideología dinástica de los Medici y presenta unametáfora científica de gran perspicacia sobre la supuesta naturalidad de sudominio. En referencia a la calamita comprada unos meses antes a Sagredopara el príncipe, Galileo compara el poder de la piedra con el de un futurosoberano absoluto como Cosme. Usando la terminología del autor de emble-mas Paolo Giovio, propone que el “cuerpo” (la imagen) de la empresa seauna calamita en forma de esfera con una cantidad de piezas pequeñas dehierro pegadas a su alrededor y que el “alma” (el lema) sea Vim Facit Amor(el amor produce fortaleza).63

En ese momento, el matemático está totalmente al tanto de las tensio-nes que subyacen a las representaciones del gobierno absolutista de losMedici. Por un lado, la dinastía pretende destacar el carácter natural de suautoridad y el asentimiento de sus súbditos. Por el otro lado, desea resal-tar la potencia de su soberanía y su intolerancia hacia las conductas quese apartan de la norma. Galileo resuelve este rompecabezas de la icono-grafía política mediante una elegante metáfora que identifica la atracciónarmónica entre la calamita y las piezas de hierro con la posición políticade los Medici. Según la imagen de Galileo, los trozos de hierro (los súbdi-tos) parecen atraídos (elevados) voluntariamente hacia la calamita (losMedici), ya que otros materiales no se ven afectados por esa fuerza. Esostrozos de hierro quieren ser atraídos, pero al mismo tiempo esa fuerza deatracción ascendente es muy intensa y, en última instancia, inevitable. Sebasa en el amor pero se manifiesta como un poder. El propio lema captura

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62 go, t. x, N° 199, pp. 221-223. El diseño de emblemas para medallas también era un juego muy difundido en el ámbito de la corte y de las academias. En el Dialogo de’ giuochi de Girolamo Bargagli (Siena, Bonetti, 1572), un librodedicado a Doña Isabel de Medici, se describe el juego de los reversos, en el cualse imagina que se va a acuñar una medalla para cada una de las damas presentesy los caballeros deben diseñar el reverso de una medalla que sea digna de una de esas damas (Thomas Frederick Crane, op. cit., p. 280).

63 Paolo Giovio, op. cit., p. 37. Sobre el significado político de las cosmologíasdurante la revolución científica y en el período anterior, véase Keith Hutchinson, “Toward a political iconology of the Copernican Revolution”, enPatrick Curry (ed.), Astrology, science, and society, Woodbridge, Boydell Press,1987, pp. 95-141.

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Además de exhibir las aptitudes extraordinarias de Galileo como autorde emblemas, la creación de esta empresa representa un punto de inflexiónen sus estrategias de mecenazgo.74 Es muy probable que en 1608 ya se hubieradado cuenta de que inventando compases militares, por más útiles que fue-ran, no iba a llegar a una posición elevada en la corte. Seguramente, dichoinvento le traía una gran cantidad de alumnos particulares interesados enlas fortificaciones, pero no lo convertía en un beneficiario demasiado atrac-tivo para un gran príncipe que estaba más preocupado por la difusión desu propia imagen que por la calidad del profesor de matemáticas que hubieraen la corte. Si bien los Gonzaga habían agradecido el regalo del compás ylos Medici habían recibido con amabilidad la dedicatoria del libro queexplicaba su uso, ninguno de ambos príncipes le había ofrecido a Galileoel tipo de puesto que buscaba. Se podría pensar que, para no ingresar enla corte con el cargo de profesor de matemáticas o ingeniero militar, sinocon estatus de caballero, Galileo descubre la necesidad de producir obse-quios menos mecánicos que el compás.

La empresa de 1608 indica que Galileo comprendía que los prodigiosnaturales, como las misteriosas calamitas, eran más provechosos que losinstrumentos, en especial si podían ser representados en tanto articula-ciones emblemáticas del discurso de la corte y del soberano absoluto. Enefecto, la iconografía empleada en la empresa forma parte del discurso dela corte al menos desde la publicación de El cortesano de Castiglione, dondeel autor señala que entre las aptitudes de un buen cortesano se encuentrala de crear una representación elaborada de sí mismo que “atraiga la aten-ción de los espectadores como la calamita atrae al hierro”.75 La mismaanalogía entre el comportamiento de la calamita y la fuerza de atracciónde la virtù aparece en la correspondencia de Galileo con algunos cortesa-nos de la Casa de Medici. En diciembre de 1605, por ejemplo, recibe unacarta de Cipriano Saracinelli que concluye con la siguiente afirmación desu amistad y su patrocinio: “Hubiera hecho lo mismo aun sin conoceros,porque lo que es bueno y bello [o sea, la virtud], tiene el poder de atraer

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74 Galileo tenía en su biblioteca los textos de emblemática de Paolo Giovio y Ettore Tasso (véase Antonio Favaro, La libreria..., op. cit., pp. 285 y 287). Es más,uno de sus sonetos está dedicado al enigma (“Enimma”, go, t. ix, p. 227). Como ya se ha señalado, es él quien diseña la empresa de los Intronati de laacademia de Padua (véase nota 61). Por último, le gustaba jugar con los enigmaspara “comunicar” sus hallazgos, como en el caso de las fases de Venus (go,t. xi, N° 451, p. 12) y de la forma de Saturno (go, t. x, N° 427, p. 474, N° 435, p. 483).

75 Baltasar Castiglione, op. cit., p. 100.

Este revisionismo onomástico alcanza su máxima expresión duranteesa suerte de revolución cultural que acompaña la constitución del granducado de Toscana, cuando se institucionaliza el poder absoluto de losMedici. En esa época, Cosme reemplaza a Zenobio y Juan Bautista, lossantos patronos de Florencia identificados con la antigua tradición repu-blicana, por Santa Cosma y San Damián, que en su vida terrestre habíansido médicos (dado que el apellido de la familia significaba “médico” enitaliano).69 El día festivo de los nuevos santos patronos (27 de septiem-bre) coincide a su vez con el cumpleaños de Cosme el Viejo (1389-1464),el pater patriae. Al igual que Cosma, Cosme I y Cosme el Viejo son repre-sentados como los médicos de Florencia que han salvado a la ciudad deuna plaga mortal: el caos político. Ya en 1513, el papa León X, cuya cola-boración resultaría fundamental para que la familia obtuviera el ducadode Florencia, instituye la Cosmalia, un día festivo anual que supuesta-mente se celebraba en honor de Santa Cosma. En realidad, esa festivi-dad es creada en memoria de Cosme el Viejo como un tributo al gobiernode los Medici.70

Durante el decenio de 1560, todas las obras de arte encargadas por losMedici llevan la inscripción griega KOSMOS KOSMOU KOSMOS (“elcosmos es el mundo [o el dominio] de Cosme”).71 De allí en adelante siguenapareciendo referencias a la analogía Cosme/cosmos en las produccionesculturales relacionadas con los Medici, sobre todo cuando el gobernantede turno lleva ese nombre.72 En su propuesta para la empresa de la boda,Galileo refuerza esa analogía al sugerir que el lema de la otra cara de lamedalla, con la efigie de Cosme, sea Magnus Magnes Cosmos: “Si se lo leeliteralmente, significa sólo que el mundo es una gran calamita, pero meta-fóricamente también confirma el sentido de la empresa”.73 Para lograrque la piedra sea una representación metafórica del soberano e intensifi-car la analogía entre el magnetismo y el poder del príncipe, Galileo tomala versión común en latín del título de Cosme (Magnus Dux Cosmos o GranDuque Cosme) y reemplaza la palabra dux con la palabra magnes.

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69 Zygmunt Wazbinski, op. cit., t. i, p. 83. Como bien señaló un corrector del manuscrito de este libro, el juego de palabras entre el nombre Medici y eltérmino medicus aparece también en las cartas de Erasmo a los papas de la familia.

70 Janet Cox-Rearick, op. cit., p. 33.71 Ibid., p. 279.72 Los siguientes son algunos ejemplos: Gabriello Chiabrera, La pietà di Cosmo:

Dramma musicale rappresentato all’Altezze di Toscana, Génova, Pavone, 1622; yGiovanni Carlo Coppola, Cosmo, ovvero l’Italia trionfante, Florencia, Stamperiadi sas, 1650.

73 go, t. x, N° 199, p. 223.

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vio.81 Lo novedoso en su traducción de los prodigios científicos al idiomade la corte (o de una dinastía en especial, como en el caso de los satélitesde Júpiter) es que ha sido hecha con un doble propósito: por un lado, demos-trar que la filosofía de la naturaleza es una actividad tranquilamente adap-table a la vida cortesana y, por el otro, legitimar las teorías y los hallazgoscientíficos vinculándolos a la imagen de poder de un príncipe.82

Al decir que el lema Magnus Magnes Cosmos significaba “el mundo esuna gran calamita”, como ya lo había propuesto William Gilbert, y a la vezdenotaba que la atracción del poder de Cosme era legítima y “natural”, Gali-leo estaba presentando una interpretación que implicaba varias conse-cuencias importantes. En efecto, esta interpretación asociaba el carácternatural de la soberanía absoluta de los Medici con la teoría de Gilbert,que podía oponerse a la cosmología aristotélica tradicional.83 Al acuñaruna medalla con ese lema, los Medici ayudarían a legitimar la teoría de Gil-bert, al mismo tiempo que la interpretación magnética del poder de losMedici ayudaría a representar su dominio como algo supuestamente natu-ral. Se podría afirmar que la medalla propuesta a Cristina por Galileo teníaliteralmente dos caras (y dos significados) inseparables. La estrategia delautor apuntaba a legitimar ciertas teorías incluyéndolas en la representa-ción del poder de su mecenas, lo que garantizaba tanto la participacióncomo el respaldo del mecenas.84 Así, Galileo intentaba escapar del calle-jón sin salida donde había quedado encerrado debido a la actitud ambi-gua del mecenas, que se ha analizado en el capítulo anterior.

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desde muy lejos el alma y la buena voluntad, incluso de aquellos que a duraspenas lo reconocen”.76

En una carta de Vinta fechada en marzo de 1608 se encuentran men-ciones aun más explícitas a la fuerza de atracción de la virtud. Allí, enreferencia a la compra de la calamita para Cosme, el autor concluye de lasiguiente manera: “Y siendo el valor de Vuestra Señoría una calamita quetira de mí y me fuerza a amarla y servirla, le ruego que me emplee paracualquier cosa que desee o necesite”.77 Una semana después, Galileo ledevuelve la cortesía a Vinta (cuyo nombre en la Accademia dei Filomati deSiena era “el Atractivo”) en una carta con las siguientes palabras:

Nunca admitiré que la calamita de mi valor pueda atraer el afecto deVuestra Ilustrísima Señoría, ya que me reconozco paupérrimo en todaslas dotes merecedoras de tanto favor. Más bien es la calamita de mi estadode necesidad la que mueve el piadoso afecto y la cortesísima naturalezade Vuestra Ilustrísima Señoría a amarme y protegerme.78

Un mes más tarde, Galileo le presenta a Vinta la empresa basada en la cala-mita, que luego de unos retoques sería propuesta a Cristina para la meda-lla conmemorativa de la boda.79

La originalidad de la empresa no yace en el uso de recursos técnicospara la emblemática,80 que ya habían sido estudiados en el manual de Gio-

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76 go, t. x, N° 129, p. 150.77 Ibid., N° 178, p. 198.78 Sobre el nombre de Vinta en la academia, véase Giuseppe Fusai, Belisario Vinta,

Florencia, Seeber, 1905, p. 105. La elección de ese nombre para Vinta por parte de los Filomati refleja un reconocimiento explícito de su capacidad para lanegociación. En palabras del secretario de la academia, “el nombre académicoque hemos elegido es El Atractivo, ya que todos han oído hablar de vuestrasgrandes aptitudes para la negociación o las conocen por experiencia propia, y saben que es capaz de ganar la devoción de sus corazones y [...] su afecto”. La carta de Galileo está en go, t. x, N° 180, p. 200. Dado que Vinta ingresa en losFilomati en 1603, la expresión de Galileo podría ser un juego de palabrasrelacionado con el nombre académico del destinatario.

79 Ibid., N° 187, pp. 205-209.80 El uso de la emblemática para los textos científicos se analiza en William

Ashworth, “Iconography of a new physics”, en History and Technology 4, 1987, pp. 267-297; “Divine reflections and profane refractions”, en Irving Lavin (ed.),Gianlorenzo Bernini, University Park, Pennsylvania State University Press, 1985,pp. 179-195; y “The Habsburg Circle”, en Bruce Moran (ed.), Patronage andinstitutions, Rochester, Boydell, 1991, pp. 137-167. Véase también, del mismoautor, “Natural history and the emblematic world view”, en David C. Lindberg

y Robert S. Westman (eds.), Reappraisals of the scientific revolution, Cambridge,Cambridge University Press, 1990, pp. 303-332.

81 Paolo Giovio, op. cit., pp. 37 y 66-67. Véase también Ettore Allegri y AlessandroCecchi, op. cit., pp. 113 y 149; y Karla Langedijk, The portraits of the Medici,Florencia, spes, 1980, t. i, p. 212, nota 110, sobre el uso de las empresas científicasy tecnológicas en la iconografía de los Medici.

82 Galileo no era el único que intentaba presentar a la filosofía natural como unadisciplina digna del discurso cortesano mediante su utilización en los emblemas.Los jesuitas ya habían hecho lo mismo. En una carta de Federico Cesi a Galileo,se relata que durante un típico debate público del Collegio Romano, el orador usóuna piedra fluorescente en una empresa mientras polemizaba sobre las manchassolares (go, t. xii, N° 964, p. 12).

83 El uso procopernicano de la teoría de Gilbert queda en evidencia al final deltercer día del Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo.

84 Sobre una estrategia diferente pero relacionada con ésta en el caso de Copérnicoy el papa Pablo III, véase Robert Westman, “Proof, poetics and patronage:Copernicus’ Preface to De revolutionibus”, en David C. Lindberg y Robert S. Westman (eds.), op. cit., pp. 167-205.

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cierto modo, Galileo intenta presentarse como un cortesano competentedemostrando que conoce el juego de la corte y, al mismo tiempo, insi-nuando que no es una carrera de locos sino un juego elegante de entendi-mientos mutuos. Es muy probable que a los cortesanos no les importarala utilización de la teoría de Gilbert sobre el magnetismo en oposición ala cosmología aristotélica, pero seguramente podían discernir y apreciarque dicha teoría servía como metáfora para representar con gracia suvida cotidiana. Para ellos, las hipótesis de Gilbert no ayudarían a explicarel proceso del cosmos, pero sí ayudaban a entender le monde.

Ahora bien, la descripción verbal de la empresa (como la que se encuen-tra en la carta a Cristina) permitía a Galileo desplegar todos sus conocimientosde emblemática, pero la empresa por sí sola no eran tan comprensible comodebía ser.87 En efecto, ¿quién podía distinguir entre un imán redondo conpiezas de hierro pegadas a su alrededor y una esfera rodeada de fragmentosirregulares de algún material irreconocible? No obstante, el intento de Gali-leo no constituye un fracaso absoluto sino una puesta a prueba de su estra-tegia. Lo que hace dos años después al vincular el nombre de los Medici conel de los satélites de Júpiter no es más que una reedición exitosa de la mismaestrategia. Al convertir un hallazgo astronómico en emblema para la dinas-tía, se transforma en un beneficiario muy importante, casi en una especiede “matrona cósmica”. Y, al mismo tiempo, aprovecha el poder de los Medicipara la legitimación de sus descubrimientos y de su telescopio.

de los instrumentos clasificados a los horóscopos dinásticos

Tras donar el telescopio al Senado veneciano en agosto de 1609 y recibiruna cátedra en la universidad y un aumento importante de salario, Galileole escribe a su cuñado Benedetto Landucci que, dadas las novedades, sienteque su vida y su carrera estarán por siempre ligadas a la ciudad de Padua ya su universidad.88 Sin embargo, unos meses después entra en negociacio-

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87 Paolo Giovio, op. cit., p. 37. Sobre la opacidad de las empresas, véase tambiénFrances Yates, “The Italian Academies”, en Collected essays, Londres, Routledge,1983, t. ii, p. 11 [trad. esp.: Ensayos reunidos ii. Renacimiento y reforma: lacontribución italiana, México, Fondo de Cultura Económica, 1991].

88 go, t. x, N° 231, pp. 253-254. Favaro cuestiona la autenticidad de esta carta, peroEdward Rosen refuta sus argumentos de manera convincente en “Theauthenticity of Galileo’s letter to Landucci”, en Modern Language Quarterly 12,1975, pp. 473-486.

Ahora bien, la táctica de autoconstrucción socioprofesional de Galileotambién se amolda al discurso de la corte de una manera más sutil, pero nopor eso menos importante. La imagen de la calamita que atrae a las piezasde hierro, presentada por Castiglione y adoptada por Galileo, era un emblemade la vida cortesana en sí misma. En la corte, la identidad y el estatus no esta-ban ligados con ninguna firmeza al poder adquisitivo, los títulos académi-cos, la familia ni la competencia profesional, sino que se renegociaban díaa día en ese proceso infinito que Norbert Elias describe de manera tan vívida.85

La identidad de los cortesanos dependía de cómo los percibieran sus paresy el príncipe. A la manera del proverbio, los cortesanos existían en los ojosde quienes los miraban. En el modo de vestirse y comportarse se podía leersi uno tenía o no tenía gratia.86 Por lo tanto, la capacidad de atraer la miradade los cortesanos para reafirmar o elevar el propio estatus era una aptitudfundamental en la corte. Nadie quedaba exento de eso, ya que el protocolode la corte era precisamente el marco en el que se daban estas negociacio-nes sutiles sobre el estatus y la identidad, que en última instancia resulta-ban provechosas para el príncipe de manera casi indefectible.

La imagen de Castiglione sobre la calamita sintetizaba perfectamentela situación de los cortesanos. Se aplicaba tanto al príncipe, que buscabamantener el control de sus vasallos, como a los cortesanos, que queríanatraer la mayor cantidad posible de miradas de aceptación para confir-mar su estatus. Por lo tanto, cabe afirmar que la elección de esa imagen porparte de Galileo no es accidental. Aunque la empresa está dirigida a losMedici en primer lugar, el texto de Castiglione y la correspondencia deGalileo indican que cualquier cortesano se podría haber visto reflejado enella, ya fuera como los hierros o como la terrella. Posiblemente el propioGalileo fuera uno de esos hierros que trataba de comunicar a la calamitalo feliz que estaría si ésta lo elevara.

Lo que Galileo intenta demostrar es que un filósofo de la naturalezapuede diseñar empresas con tanta gracia como cualquier otro literato. Enefecto, a la vez que naturaliza el poder absoluto de los Medici, la empresade la calamita hace referencia a la vida cotidiana de los cortesanos tal comose la representa en el libro de Castiglione y en otros textos de la corte. En

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85 Norbert Elias, The court society, op. cit. Sobre la autoconstrucción, véanseStephen Greenblatt, Renaissance self-fashioning, Chicago, University of ChicagoPress, 1980; y Frank Whigham, Ambition and privilege: The social tropes ofElizabethan courtesy theory, Berkeley, University of California Press, 1984.

86 Randolph Starn, “Seeing culture in a room for a Renaissance Prince”, en LynnHunt (ed.), The new cultural history, Berkeley, University of California Press,1989, pp. 205-232, esp. pp. 210-217.

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su compromiso con el copernicanismo no era tan firme como para quedetectara el potencial astronómico del telescopio. Sin embargo, su incli-nación por esa teoría resurge cuatro meses después, al observar los satéli-tes de Júpiter, y entonces cambian también de manera abrupta sus estra-tegias de mecenazgo.

La historia de la negociación entre Galileo y Cosme II, llevada a cabo através de Vinta en 1610, se ha contado muchas veces.92 Sin embargo, loque no ha recibido demasiada atención es la estrategia del científico paraelevar su estatus social y para legitimar en términos epistemológicos a losAstros Mediceos re-presentándolos en el marco del discurso mitológico delos Medici, de la misma manera que antes había intentado incorporar lateoría de Gilbert sobre el magnetismo.

En la presentación de sus hallazgos ante los Medici, la predeterminaciónastrológica aparece como tema recurrente. Según Galileo, lo observadono constituía un descubrimiento sino una confirmación del destino delos Medici, casi una prueba científica de lo que afirmaba el horóscopo dinás-tico.93 En la dedicatoria del Sidereus nuncius, Galileo comenta a Cosme IIque no le parece casual que “los astros brillantes se ofrezcan en el cielo”justo después de su coronación.94 Tampoco considera casual que dichosastros rodeen a Júpiter (el planeta de Cosme) como si fueran sus reto-ños, ni que el planeta se encontrara justo sobre el horizonte al momentode nacer el príncipe, para traspasarle de esa manera las virtudes del fun-dador de la dinastía. Además, se podría agregar que tampoco es casual lacantidad de los astros, que suman cuatro, al igual que Cosme II y sushermanos.95 Dado semejante abanico de coyunturas proféticas, el papelde Galileo en la aparición de esos símbolos dinásticos tampoco puede con-siderarse casual.

En su texto, Galileo trata de ocultar el aspecto económico de la rela-ción de mecenazgo que desea entablar y presenta las cosas como si nopretendiera vender a los Medici una dedicatoria hecha a medida. La rela-

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92 Richard Westfall, “Science and patronage...”, op. cit., pp. 16-21; Stillman Drake(ed.), Discoveries and opinions of Galileo, Garden City, Doubleday, 1957, pp. 1-20;y Galileo Galilei, Sidereus nuncius, pp. 1-24.

93 Por ejemplo, Tomás Campanella, que no comprende bien la retórica astrológicaempleada por Galileo en la dedicatoria, inicialmente cree que se trata de unverdadero horóscopo (go, t. xii, N° 982, p. 32).

94 Galileo Galilei, Sidereus nuncius, pp. 30-31.95 Aunque en la dedicatoria del Sidereus nuncius Galileo no traza un paralelo

explícito entre las cuatro estrellas y los cuatro hermanos, sino que los definecomo “hijos de la misma familia” (ibid., p. 31), la analogía aparece en una cartapara Vinta (go, t. x, N° 265, p. 283).

nes con Vinta para obtener el puesto de Filosofo e Matematico del Granducadi Toscana, que le otorgan formalmente en julio de 1610.89 Este cambio tanradical en su estatus socioprofesional y en las estrategias de mecenazgotiene como origen el descubrimiento y la dedicatoria de los cuatro satélites.

A pesar de todas las características excepcionales que Galileo podíadistinguir en el telescopio en agosto de 1609, al regalárselo al dux LeonardoDonato lo presenta como un instrumento militar. El telescopio es un pro-digio, pero no está hecho a medida para ningún mecenas en especial. Sibien posee muchos rasgos extraordinarios, se trata de un instrumento gené-rico, de un obsequio apto para todos y para nadie en particular. Con bas-tante certeza, Galileo aún considera en este punto que el telescopio perte-nece a la misma categoría de dones que el compás militar, con la únicasalvedad de que, al ser mucho más útil, puede despertar el interés y la curio-sidad de un público más amplio. En esta etapa de su carrera, el telescopioes un mero instrumento. No es ni un mensajero del destino dinástico niun pasaje a la corte. En la correspondencia de este período se observa que,hasta el hallazgo de los satélites de Júpiter, Galileo no hace ningún intentode usar el telescopio para ingresar en la corte de los Medici. Aunque CosmeII le pide un buen telescopio, su interés por el instrumento no parece muydiferente al interés mostrado por la calamita de Sagredo unos años antes.

Como ya se ha mencionado, el nivel de compromiso de Galileo con elcopernicanismo parece fluctuar de acuerdo con sus posibilidades en mate-ria de mecenazgo. Las condiciones de donación del telescopio al Senadoveneciano indican que en ese momento Galileo no lo concibe como un ins-trumento científico apto para avalar la teoría copernicana sino como unaespecie de arma de uso clasificado. En este sentido, Galileo comparte lavisión de su antecesor holandés Hans Lipperhey.90 En su carta para el duxLeonardo Donato, Galileo sostiene que “juzgando [al telescopio] dignode ser recibido y estimado utilísimo por Vuestra Señoría, he decidido pre-sentárselo y remitir a su arbitrio el futuro de este hallazgo, para que ordeney provea, según le parezca oportuno a su prudencia, si se debe seguir fabri-cando o no”.91 Esta última afirmación muestra que, o bien Galileo estabadispuesto a privar a los demás astrónomos de un instrumento útil, o bien

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89 go, t. x, N° 359, pp. 400-401.90 Hans Lipperhey intenta patentar su telescopio en 1608. En la presentación

del instrumento para el príncipe Mauricio, Lipperhey (al igual que Galileo unosaños después) destaca su utilidad militar (Albert Van Helden, “The invention of the telescope”, en Transactions of the American Philosophical Society 67, 1977,pp. 20-21, 26 y 36).

91 go, t. x, N° 228, p. 251 (énfasis del autor).

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de una deuda sino como un favor a sus vasallos. En síntesis, los súbditosno podían desafiar a sus príncipes a entrar en una relación de potlatch o,si lo hacían, debían proceder de acuerdo con las normas de un protocoloespecífico.

La dedicatoria del Sidereus nuncius es un claro ejemplo de ese protocolo.En ella se demuestra que los beneficiarios interesados en establecer un vín-culo de mecenazgo exclusivo con un príncipe absoluto podían intentarborrar de sus maniobras el efecto potlatch mediante la representación desus dones como bienes que en realidad no se obsequiaban, ya que perte-necían al soberano “desde un principio”. De esta manera, el beneficiariopotencial no presentaba un desafío ni se mostraba deseoso de una retri-bución. Podía hacer de cuenta que compartía con su príncipe un mismoethos aristocrático de generosidad y prodigalidad, al punto de derrochar lomás preciado que tenía en su haber, es decir, la autoría de sus descubri-mientos. Este autoborramiento constituía un gesto radical de displicen-cia cortés. El heroísmo de Galileo en su propia presentación no se confi-gura, entonces, por el acto de desafiar al príncipe, sino por el de borrarsea sí mismo como autor del hallazgo. Mediante esta especie de martirio auto-ral que él mismo se inflige, Galileo logra presentarse como alguien dignodel príncipe y, al mismo tiempo, destaca que su heroísmo tiene como finhomenajear al soberano en lugar de desafiarlo.

Lo que se ha visto hasta aquí sobre la interacción entre los mecenasimportantes y los beneficiarios más reconocidos coincide perfectamentecon el hecho de que los príncipes no aceptaran el desafío de un potlatchpor parte de sus beneficiarios potenciales, pero sí retribuyeran a aquellosque se presentaban como congéneres de su propia heroicidad, siempre quelo hicieran de manera disciplinada, si bien algo masoquista. Como ya se haindicado, los beneficiarios exitosos eran los que lograban presentar susdones como actos totalmente desinteresados, de manera tal que el prín-cipe pudiera recompensarlos por motivos también en apariencia desinte-resados. El resultado final de todo ese proceso era la legitimación mutuade ambos participantes.

Esta dinámica se ve reflejada en el nombramiento de Galileo comofilósofo y matemático de los Medici, un acto mediante el cual Cosme enno-blece a su beneficiario. En efecto, cuanto más reconocen el desinterés y la“nobleza” de Galileo y de su dedicatoria, más legitiman a su propia dinas-tía al representar el hallazgo como un encuentro celestial predeterminadocon su destino, en vez de un obsequio de un beneficiario interesado queellos pueden haber comprado. Para que el descubrimiento se conviertaen un buen presagio de las estrellas (un sidereus nuncius), Galileo debe reci-

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ción aparece como totalmente desinteresada y más que voluntaria: setrata de un vínculo predeterminado.96 Los astros habían unido a los Medicicon Galileo. No podía ser casual que Galileo, súbdito de los Medici y tutorde matemáticas del mismísimo príncipe Cosme II, hubiera sido el descu-bridor de esos astros: sólo él podía haberlos descubierto.97 En cierto modo,no hacía falta consagrar esos satélites a los Medici: siempre habían sido deellos. En palabras de Galileo: “Cuatro estrellas han sido reservadas para suilustre nombre”.98 Al igual que la relación con Galileo, los astros habían sidoasignados a los Medici desde un principio.

De manera apropiada, entonces, Galileo no utiliza en ningún momentoel vocablo “descubrimiento”, sino que hace referencia a un “encuentro” entrelos Medici y su destino, un encuentro en el cual su papel es el de un simplemediador, casi sin importancia.99 Como le dice a Vinta, lo más convenientepara los Medici es ennoblecerlo a él, pues “una sola cosa disminuye engran parte la grandeza de este encuentro, y es la innobleza y la bajeza delmediador. Sin embargo, ennoblecerlo [...] no está menos en manos de SuSerenísima Alteza que lo que estuvo en las mías la demostración de mi devo-tísima observación”.100 Si los Medici dudan, la naturaleza celestial del encuen-tro puede quedar arruinada por la baja posición del mediador.

Sin embargo, Galileo no pide a los Medici un título a cambio de la dedi-catoria. Si el encuentro estaba predestinado, entonces su papel como media-dor también. Galileo es el oráculo de facto (o ex Deo) de los Medici. Loúnico que deben hacer ellos es reconocerlo y, con un poco de ayuda porparte de él, finalmente lo hacen.

La táctica de Galileo se adapta perfectamente a la dinámica de la ima-gen del poder absoluto analizada en el capítulo anterior. Ya se ha señaladoque los príncipes absolutos se comportaban como si lo tuvieran todo.Por lo tanto, no se les podía dar nada que no fuera ya de ellos. Esta auto-rrepresentación legitimaba el hecho de que los príncipes no se sintieranobligados a retribuir los dones de sus súbditos. En aquellos casos en quesí lo hacían, su conducta no debía interpretarse como el reconocimiento

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96 El tema de la predestinación en las relaciones de mecenazgo no era novedoso.Vasari ya lo había empleado unas décadas antes en sus cartas a Cosme I,firmadas como “servitor per fortuna e per istella, Giorgio Vasari” (Karl Frey (ed.),op. cit., p. 443).

97 Galileo Galilei, Sidereus nuncius, p. 32.98 Ibid., p. 31.99 go, t. x, N° 271, p. 289. Galileo vuelve a retomar el tema del “encuentro” una

semana más tarde (ibid., N° 277, p. 298).100 Ibid., p. 301.

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bir la historia de Luis y “hablar con su voz” (a la manera de un profeta anti-guo) si está vinculado de algún modo al soberano. Sin embargo, para queel relato sea totalmente creíble y eficaz, debe nacer con naturalidad de lapluma de Pellisson y no debe parecer bajo ningún concepto que se lo hacontratado para eso: “Sin duda se esperará que Su Majestad apruebe y acepteel plan, que prácticamente no podrá ejecutarse sin él, pero no deberá pare-cer que lo aceptó, que lo conocía ni que lo ordenó”.104 Para que Pellissonse convierta en el profeta de Luis XIV, el proceso debe darse, al menos enapariencia, de manera totalmente natural o desinteresada.

La estrategia de Pellisson es como la de Galileo en la dedicatoria del Side-reus nuncius. Decir que los astros lo han conectado con los Medici consti-tuye una táctica perfecta para naturalizar y legitimar la relación entre mece-nas y beneficiario, al mismo tiempo que se mantiene en secreto lacomplicidad, ya que en apariencia ellos no han planeado nada. Otra coin-cidencia entre Pellisson y Galileo es que el historiador afirma no poderescribir la historia del rey sin estar vinculado (desinteresadamente) conél, mientras que el científico sostiene que el hallazgo de los Astros Medi-ceos sólo ha sido posible gracias al vínculo que lo conecta con Cosme desdesu juventud:

Quiso Dios Todopoderoso que Vuestros serenísimos progenitores no meconsideraran indigno de instruir a Vuestra Alteza en el campo de las mate-máticas, tarea ésta que he cumplido durante los últimos cuatro años, enel momento del año en que se suele reposar de los estudios más severos.Por lo tanto, ya que por inspiración divina me fue dado en suerte servira Vuestra Alteza y recibir de tan cerca los rayos de Vuestra increíble cle-mencia y benevolencia, ¿sería raro que mi alma ardiera día y noche porsaber cómo yo, que no sólo por ánimo sino por nacimiento y natura-leza estoy bajo Vuestro dominio, podría mostrarme deseoso de Vuestragloria y agradecidísimo a Vuestra Alteza? Por eso, cuando ocurrió que,bajo Vuestro auspicio, Serenísimo Cosme, descubrí esos astros ignotospara todos los astrónomos anteriores, decidí con toda la razón que losadornaría bajo el nombre de Vuestra augustísima familia.105

La autorrepresentación de Galileo concuerda perfectamente con la estra-tegia de Pellisson. Al descubrir los astros, estaba vinculado “naturalmente”con los Medici y no recibía pago alguno de ellos. Es más, en ese momento,

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104 Ibid., p. 44.105 Galileo Galilei, Sidereus nuncius, p. 32.

bir el estatus de embajador astral, es decir, de filósofo del gran duque.101

Al presentar el intercambio de dones ente Galileo y Cosme como un actototalmente desinteresado, el primero obtiene legitimidad para sus hallaz-gos, su instrumento y su nueva identidad socioprofesional, mientras queel segundo eleva su propia imagen y la de su familia.

Esta dinámica de legitimación mutua no se reduce de ninguna maneraal caso de Galileo y Cosme II, sino que constituye un rasgo típico del dis-curso del poder absolutista. En efecto, se encuentran varias semejanzascontundentes entre la táctica de Galileo para la legitimación de su nuevaidentidad socioprofesional y la utilizada por Paul Pellisson para tratar delegitimarse como historiador de Luis XIV. De acuerdo con Louis Marin,el mensaje que Pellisson envía a su rey a través de Colbert es que la maneramás eficaz de ensalzar la imagen y el poder del soberano consiste en escri-bir su propia historia.102 Sin embargo, para que esa historia sea legítima ytenga eficacia política, no puede escribirla un historiador a sueldo: tieneque ser la historia del propio rey, no la de un historiador cualquiera. Almismo tiempo, el rey no puede escribir la historia por sus propios mediosni mostrar al público que le ha encargado una obra de autoelogio a unhistoriador privado. Aunque el rey Luis detenta el poder absoluto, Pellis-son comprende que también lo afecta una impotencia absoluta, ya queno puede enaltecerse a sí mismo ni encargarle a alguien abiertamente quelo haga a cambio de dinero.

Según Marin, Pellisson llega para resolver esta situación de estanca-miento y, al hacerlo, adquiere poder del rey: “Dadme la responsabilidadde ser ‘vuestro’ historiador. Yo os daré una historia, ‘vuestra’ historia, perobajo la condición de que no puedo escribir esa historia si no recibo el puestode vuestras manos”.103 La única manera de superar la impotencia del reyes transformar a Pellisson en su historiador oficial, quien sólo podrá escri-

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101 Del mismo modo, Galileo presenta el telescopio a los Medici como uninstrumento científico y como una especie de reliquia dinástica. En marzo de 1610, cuando le envía el aparato a Cosme II junto con un ejemplar del Sidereusnuncius, le advierte que, aunque no tuviera un aspecto prolijo ni pulido, el instrumento debe conservarse en su estado original, ya que con él se haefectuado “un hallazgo tan grandioso”. En el futuro, el gran duque recibiríamuchos telescopios más elegantes, pero ése era el único que había estado “allí”en “ese momento” (ibid., pp. 297-298). Solamente ése entre todos los telescopiosposeía semejante aura de hic et nunc. No era un simple telescopio, sino unnuncius.

102 Louis Marin, “The King’s narrative, or how to write history”, en Portrait of theKing, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1988, pp. 39-88.

103 Ibid., p. 43.

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la imagen y el poder de su mecenas. Sin embargo, como ya se ha visto, eluso del mecenazgo en tanto institución legitimadora constituye una estra-tegia problemática. En general, los mecenas no querían arriesgar su esta-tus para mejorar el de sus beneficiarios, ni siquiera en los casos en quese ponía en juego un aporte significativo a su propia imagen. Cosme II,que se caracterizaba por su cautela, no siempre defendía a Galileo desus rivales con presteza, y Fernando II, su hijo, se mostraría aun menoscomprometido.

Al parecer, la estrategia de Galileo consistía en tratar de crear un vínculoentre sus hallazgos y la imagen de los Medici de manera gradual y no deinmediato. En la dedicatoria del Sidereus nuncius no da a entender quesus hallazgos cuenten con el apoyo de los Medici, sino que se limita a pre-sentar sus propios méritos afirmando que descubrió los Astros Mediceospara Cosme II porque posee un vínculo especial con él y que, por eso, lededica el descubrimiento a la dinastía Medici. Ese recurso no lo usa comofuente de credibilidad sino como una suerte de señuelo para atraer el patro-cinio de la familia. Sin embargo, no intenta “cazarlos” de inmediato, ya queuna táctica apresurada puede resultar inútil.

En lugar de ello, cuando los Medici aceptan la dedicatoria, les solicitaque utilicen sus redes diplomáticas para distribuir entre la nobleza euro-pea telescopios y ejemplares del Sidereus nuncius a modo de manual de ins-trucciones. Aunque presenta esta jugada a los Medici como un modo degarantizar que la gloria de la dinastía reciba suficiente publicidad entrelos personajes importantes, logra que los destinatarios del libro y los ins-trumentos lo consideren beneficiario de dicha familia. Kepler, por ejem-plo, interpreta que Galileo ya está al servicio de los Medici por el modoen que su embajador lo aborda para darle los obsequios.

En cierto sentido, Galileo se las arregla para aprovechar la nueva credi-bilidad derivada de su asociación con los Medici sin que éstos lo advier-tan del todo y sin que respalden oficialmente sus hallazgos. No obstante,el poder adicional que consigue gracias a ese vínculo todavía incierto conlos Medici lo ayuda a defender los hallazgos con eficacia y, en consecuen-cia, a obtener un mayor reconocimiento por parte de la dinastía, lo que asu vez le permite adquirir aun más credibilidad y generar una aceptaciónmás difundida de sus descubrimientos. El vínculo con los Medici resultade especial importancia en el caso de aquellos individuos que Galileo nopuede visitar en persona.

Como le escribe en mayo de 1610 a Matteo Carosio, que se encuentraen París, para él es muy fácil convencer a las personas de que sus hallazgosson verdaderos. Basta con acercarles un buen telescopio y mostrarles los

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era empleado de la República de Venecia. Por lo tanto, podía presentarsede manera muy conveniente como el profeta no remunerado de la gloriamedicea.106 Los Medici le habían dado la capacidad de descubrir esas estre-llas, pero no le habían pedido que lo hiciera. En efecto, la credibilidad delos Medici y la de Galileo no se ve perjudicada por su nombramiento comofilósofo y matemático del gran duque tras la publicación del Sidereus nun-cius, es decir, por su posterior vínculo oficial y económico con esa familia.Para ese entonces, Galileo ya les había donado sus hallazgos “libremente”,y los Medici le entregaban un don igualmente “libre” al convocarlo paraque volviera a la corte. Como se había ocupado de recordarles, estabanhechos el uno para el otro.

Aunque en la actualidad no se considere que el descubrimiento de lossatélites de Júpiter haya sido realmente un encuentro celestial entre la dinas-tía Medici y su destino, ni que la relación de mecenazgo entre Galileo yesa familia haya estado escrita en el cielo, éste tiene razón al presentarsecomo un beneficiario “natural” de los Medici, a pesar de que los motivosno sean los mismos que él propone. Es probable que a principios de 1610,cuando observa por primera vez esos satélites, Galileo supiera que los Medicieran los mejores mecenas que podía conseguir, dada la estructura de lamitología medicea y los vínculos de mecenazgo que él mismo había des-arrollado con el correr de los años. Seguramente Júpiter tenía una fun-ción importante en las mitologías políticas de otras dinastías europeas,pero no existen pruebas de que Galileo conociera dichas mitologías ni deque tuviera intermediarios en esas cortes dispuestos a ayudarlo a nego-ciar con celeridad una dedicatoria.

los astros sospechosos

La estrategia de Galileo para la legitimación de su nuevo instrumento yde los hallazgos realizados con él no difiere en esencia de la adoptada en1608 con la empresa para la boda de Cosme. Al transformar el telesco-pio y los astros en fetiches de la dinastía Medici, busca conectarlos con

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106 Como se ha señalado en el capítulo anterior, Galileo no cobraba en efectivo su trabajo de instructor del príncipe Cosme durante el verano, sino que recibíadistintos tipos de regalos. Tampoco recibe pago alguno por la publicación delSidereus nuncius ni por los telescopios distribuidos en toda Europa hasta que los Medici expresan su voluntad de invitarlo de regreso a Florencia.

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En cuanto al viaje de Vuestra Señoría a Roma, he dicho a Sus Majesta-des que éste es el momento, dado el estado de las especulaciones y laposibilidad de observación de los planetas, y que, por lo tanto, no se hade tardar más, y que, una vez aclaradas en Roma, con la confirmaciónque se tiene del Matemático del Emperador, del padre Clavio y de otros,apenas sean confirmadas y estabilizadas en Roma, se podrá decir quevuestras afirmaciones [constituzione] quedan verificadas para todo elmundo y, dándosele parte a Su Santidad, estas nuevas observaciones ydeclaraciones deberán recibir el consenso universal.111

La cristalización de esa simbiosis es un proceso complicado y delicado,puesto que ni los Medici ni los demás cortesanos de Florencia estaban muydispuestos a arriesgar su propio honor por los hallazgos de Galileo. Enmarzo de 1610, apenas una semana después de que se publicara el Sidereusnuncius, Galileo escribe en el borrador de una carta para Vinta:

Porque es muy cierto que la reputación comienza por nosotros mis-mos y que aquellos que quieren ser estimados deben comenzar por esti-marse a sí mismos, cuando Su Serenísima Alteza dé muestra de estimaren sí mismo este encuentro [o sea, el hallazgo de los Astros Mediceos],no cabe duda alguna de que no sólo todos sus vasallos sino todas lasnaciones lo estimarán, y no quedará pluma en las alas de la fama queno se ocupe de la gloria de este suceso.112

Más adelante, insinúa que la distribución de telescopios y ejemplares delSidereus nuncius entre los soberanos de Europa se podría llevar a cabo dela manera más apropiada si lo hicieran los embajadores de la corte flo-rentina en los distintos estados italianos y europeos.113 Sin embargo, aun-que los Medici aceptan la propuesta de distribución de Galileo a través desus redes diplomáticas oficiales, evaden una toma de posición oficial conrespecto a la existencia real de los satélites de Júpiter.114

En otra carta a Vinta fechada el 7 de mayo de ese año, Galileo vuelvesobre el mismo tema. Tras reconfirmarles a él y a los Medici que ha refu-tado públicamente a sus adversarios en Padua y que ha recibido una carta

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111 go, t. xi, N° 464, pp. 28-29.112 go, t. x, N° 277, p. 298. Unas seis semanas después, Galileo entrega a Vinta un

mensaje muy parecido (ibid., N° 307, p. 349).113 Ibid., N° 277, pp. 298-299.114 Ibid., N° 311, pp. 355-356.

satélites. Sin embargo, lo que le cuesta es convencer a las personas que vivenlejos.107 En esos casos, para disciplinar a los astrónomos y los filósofos loca-les, resulta fundamental lograr que el soberano del lugar observe los astrosa través del telescopio entregado por el embajador de los Medici.108 Unejemplo de ello se encuentra en la carta de Martinus Hasdale enviada aGalileo en julio de 1610, donde se explica que el respaldo del emperadorha extinguido toda oposición contra los descubrimientos del científicoen la corte imperial: “Su Agusta Majestad ha sido la causa de que el pro-greso de los adversarios esté decayendo, porque Su Majestad se proclamacontentísima y muy satisfecha [con los hallazgos]”.109 En la misma cartade Hasdale se encuentra un dato aun más interesante. Éste menciona quelos opositores de Galileo en la corte imperial han usado como fuente pri-mordial de sus críticas el comentario de que el matemático, durante subreve visita a Bolonia, no pudo convencer a Mangini y a los demás mate-máticos y los filósofos reunidos en su casa. El comentario se representacomo un “informe oficial de la Universidad de Bolonia”.110 En síntesis, elpoder del emperador basta para superar la autoridad de una instituciónmenos importante, como la Universidad de Bolonia, que de todos modoshubiera sido hostil con Galileo debido a la jerarquía de las disciplinas.

Ahora bien, Galileo alterna entre dos tácticas. Por un lado, obtiene cre-dibilidad externa mediante el uso que puede hacer de los recursos provis-tos por los Medici sin ponerlos en primer plano. Por otro lado, aprovechala aceptación obtenida con esa credibilidad para profundizar aun más suvínculo con los Medici y así ir conectando sus hallazgos con la imagen dela dinastía. Mediante ese proceso, Galileo logra subir a los Medici a sutren y, sobre todo, lo hace recurriendo al propio poder de la familia. Unosmeses después, lo nombran filósofo y matemático del gran duque, y loenvían a Roma oficialmente para que tanto sus hallazgos como la gloriade los Medici reciban el respaldo del más grande entre todos los príncipesitalianos: el papa. En la carta que Vinta le escribe a Galileo para anun-ciarle que el gran duque ha autorizado su viaje a Roma, se puede verificarque la simbiosis entre los descubrimientos del científico y la imagen delos Medici por fin se ha cristalizado:

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107 go, t. x, N° 313, p. 357.108 Obviamente, la primera vez que adopta esta táctica es cuando viaja a la corte de

los Medici en Pisa durante las Pascuas de 1610. En esa ocasión, Cosme observalos astros y le aporta la credibilidad necesaria para sus jugadas siguientes.

109 Ibid., N° 360, p. 401.110 “[...] una sentencia definitiva de la Universidad de Bolonia” (ibid.).

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Ahora bien, Cosme II no era el único cauteloso. Los integrantes de lasacademias florentinas y los poetas de la corte no elogiaban los AstrosMediceos tanto como Galileo esperaba y deseaba. Dos semanas despuésde la publicación del Sidereus nuncius, un viejo amigo de Galileo llamadoAlessandro Sertini, que integraba la Accademia Fiorentina, le escribe unacarta donde le comunica que su intento de movilizar a las “musas tosca-zas” no ha sido muy fructífero y que los poetas de la corte florentina pare-cen estar esperando a que uno de ellos dé la señal: “Las Musas van unpoco lento, porque las nueve se quedan atrás esperando a que una décimatome la delantera. Vuestra Señoría debería escribirle si quiere que produzcaalgo sobre los Astros Mediceos”.119

En otra carta del 10 de julio, Sertini le informa a Galileo que se han difun-dido en toda Florencia las críticas contra sus hallazgos vertidas por Gio-vanni Magini y Martinus Horky, y que Ludovico delle Colombe parecehaberse sumado al grupo de los opositores. Por lo tanto, el remitente no estáseguro de que los poetas florentinos quieran publicar sus sonetos sobre losastros.120 En efecto, Galileo había propuesto al gran duque publicar una ver-sión más elegante del Sidereus nuncius en la lengua vernácula de Florenciae incluir allí los sonetos dedicados a los Astros Mediceos.121 Esa versión seríahecha a la medida de la corte, ya que los sonetos manifestarían con clari-dad el vínculo entre los astros y la mitología de los Medici, algo que no sehabía profundizado en la primera versión en latín porque los lectores euro-peos a los que estaba dirigida principalmente no podían comprender talvínculo. Probablemente esos mismos lectores europeos estuvieran en lamente de Vinta cuando éste aconseja a Galileo que entre Medicea Sydera yCosmica Sydera, los dos nombres posibles para los satélites del Sidereus nun-cius, opte por el primero, ya que el segundo podía confundirse con una refe-rencia al cosmos en vez de a Cosme.122 Un lector florentino jamás habríacometido semejante error.

El entusiasmo de los poetas seguía siendo escaso en agosto, cuandoSertini le escribe a Galileo:

Todos ellos están preocupados porque Vuestra Señoría dice que quiereimprimir [los poemas], y [Miguel Ángel Buonarotti hijo] preferiríano publicar su nombre, sino que, como el señor Piero de Bardi, en

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119 go, t. x, N° 282, p. 305-306.120 Ibid., N° 357, pp. 398-399.121 Ibid., N° 277, p. 299.122 Ibid., N° 265, p. 283.

de apoyo muy extensa del Matemático del Emperador,115 Galileo afirma quela defensa de sus descubrimientos ha dejado intacta la imagen de los Medicien relación con ellos. Sin embargo, agrega que ahora “nos resta a noso-tros, principalmente a nuestros Serenísimos Patrones, sostener la reputa-ción y la grandeza del hallazgo, demostrando la estima que semejante nove-dad merece, ya que ella es en efecto estimada como tal por todos los quehablan con ánimo sincero”.116 No obstante, los Medici conservan la cautela.El 5 de junio, Vincenzo Giugni (supervisor de los talleres artísticos de lacorte) le escribe a Galileo que el gran duque en persona ha frenado laproducción de los moldes necesarios para acuñar la medalla en conme-moración de los Astros Mediceos. En efecto, Cosme II le ha dicho a Giugnique espere hasta que se defina el debate sobre la existencia de los astros.117

Para ese momento, Galileo ya ha recibido una extensa carta, publicadamás tarde bajo el título de Dissertatio cum Nuncio sidereo, donde Kepler con-firma sus hallazgos. Confiado en la credibilidad internacional que le aportaese apoyo, Galileo se muestra molesto por la extrema cautela del gran duquey menciona a Giugni que incluso el rey de Francia ha expresado su volun-tad de aceptar la dedicatoria de cualquier planeta que descubra en el futuro.Por lo tanto, en su carta le sugiere a Giugni “cuando sea oportuno, asegu-rarse de que Su Serenísima Alteza no retarde el vuelo de la fama por mos-trarse ambiguo sobre aquello que ha visto tantas veces con sus propiosojos y que la fortuna ha reservado sólo para él y ha negado a los otros”.118

Aunque al enviar esta carta Galileo ya había recibido la confirmación desu puesto en la corte florentina por parte de Vinta, no resulta casual queaún estuviera esperando el contrato vitalicio que le habían prometido, elcual llega recién en julio.

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115 Ibid., N° 306, p. 349.116 Ibid.117 Ibid., N° 326, pp. 368-369.118 Ibid., N° 339, pp. 381-382. Véase también pp. 379-380. Además de haberse

constatado el interés del rey de Francia, también se ha comprobado que variaspersonas intentaron imitar la estrategia de mecenazgo de Galileo. Scheiner dedicóa Welser un quinto satélite que creyó haber descubierto en la órbita de Júpiter. Al parecer, Peiresc planeó redactar una versión francesa del Sidereus Nunciusdedicada a María de Medici. En el bosquejo del frontispicio se ve a María sentadasobre Júpiter, rodeada de los cuatro astros que Peiresc denominó con el nombrede los cuatros grandes duques: Cosmus Major, Franciscus, Ferdinandus y CosmusMinor (catálogo de las muestras La corte, il mare, i mercanti/ La rinascita dellascienza/ Editoria e società/ Astrologia, magia e alchimia, Florencia, EdizioniMedicee, 1980, pp. 230-231). Asimismo, Jean Tarde y Charles Malapert creyeronque las manchas solares eran conjuntos de planetas y se los dedicaron a losBorbones (en 1620) y a los Habsburgo (en 1633), respectivamente.

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contrario, no precisaban creerle a Kepler ni, de hecho, tampoco a Galileo.Las opiniones de los principales astrónomos no eran vinculantes para loscortesanos, ya que sólo reconocían la autoridad del príncipe o de los mece-nas del príncipe.

La posición delicada de Galileo en esta etapa de transición entre la uni-versidad y la corte refleja el carácter novedoso de la identidad socioprofe-sional que intentaba construirse. En cierto sentido, era una especie dehíbrido. En efecto, se presentaba como “nuevo filósofo”, un rol que sólopodía legitimar en la corte, dada la estructura jerárquica de disciplinasde la universidad. Y, si bien una refutación de Kepler sobre la existencia delos satélites de Júpiter le podría haber causado muchos problemas, elreconocimiento de dicho científico no alcanzaba para conquistar a los cor-tesanos, a pesar de que no eran ellos sino los matemáticos quienes conta-ban con las aptitudes profesionales para juzgar sus hallazgos. Galileo nece-sitaba el respaldo de los cortesanos y del príncipe, porque sólo así se podíaconvertir en filósofo. Todo esto podría resumirse en el siguiente esquema:el respaldo de los matemáticos habría sido necesario y suficiente para esta-blecer su credibilidad como matemático, pero ese mismo respaldo erasólo necesario (y ya no suficiente) para certificar su credibilidad en tantofilósofo de la corte. Como se verá, toda la carrera de Galileo en la corte estácaracterizada por esa tensión entre dos públicos, dos discursos y dos iden-tidades socioprofesionales diferentes, con sus correspondientes formas yniveles de legitimación.

El estudio de Shapin sobre la “casa de los experimentos” indica que lalegitimación de las prácticas experimentales en Inglaterra estaba confinadaa una paradoja similar. Los que contaban con las aptitudes técnicas parallevar a cabo los experimentos (y seguramente para entenderlos) no teníanla posición social necesaria como para que se los pudiera considerar “cali-

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caso de imprimir, preferiría que dijese: “Del Impastato, académico dela Crusca”.123

Como sabían que Galileo quería agregar no sólo los sonetos sino las críti-cas de sus opositores y sus propias respuestas en la nueva versión del Side-reus nuncius, los poetas temían que los consideraran aliados de Galileo enesos contraataques, que seguramente serían agresivos.124 Sertini incluso seatreve a sugerir que Galileo responda todos los desafíos “sin mencionar aninguno y sin entrar en más que en los meros términos del asunto, que meagradan en extremo, porque creo que sería lo mejor”.125

Aunque los Medici y los poetas de la corte no eran colegas científicosde Galileo, presentaban la misma cautela que los colegas al evaluar unhallazgo realizado por alguno de sus pares. A simple vista puede resultarextraño que ni Cosme ni los poetas se basaran en las opiniones de la eliteprofesional de astrónomos, integrada por especialistas como Kepler, paradefinir su respaldo al hallazgo.126 No obstante, esto es un misterio sólo enapariencia si se recuerda que Cosme y los poetas eran efectivamente pares(o superiores) de Galileo por pertenecer a la misma institución, es decir, ala corte. Ésta no era una institución científica, sino el espacio donde se pro-ducían las representaciones del poder dinástico; y Galileo había ingre-sado en ella como productor de emblemas grandilocuentes más que comoastrónomo. En consecuencia, necesitaba que los poetas aceptaran sus hallaz-gos y los articularan en las producciones culturales de la corte y en las repre-sentaciones del poder del gran duque.127 Los escritores florentinos, por el

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123 Ibid., N° 372, pp. 411-413.124 Ibid., N° 332, pp. 373-374.125 Ibid., N° 372, p. 412. La versión italiana del Sidereus nuncius que pretendía

publicar Galileo nunca se editó. Lo que apareció en Frankfurt en el otoño de 1610

fue una reimpresión probablemente no autorizada de la versión original en latín.126 El respeto de los Medici por la autoridad científica de los jesuitas se puede

considerar como una contradicción a lo que aquí se afirma. Sin embargo, losefectos positivos que genera para la legitimación de Galileo el hecho de que losjesuitas reconozcan los hallazgos astronómicos no se puede leer como una meraseñal de su “credibilidad técnica”. La opinión vertida por los jesuitas endiciembre de 1610 tiene más influencia que la de Kepler probablemente porquese los percibe como matemáticos del papa, sobre todo en Florencia, donde laortodoxia religiosa y el respeto por la posición de la Iglesia es fundamental paramantener la legitimidad de la dinastía Medici, que depende precariamente dedicho papa. Por lo tanto, al respetar las opiniones de los jesuitas, los cortesanosflorentinos demostraban su reverencia ante la autoridad de la corte papal.

127 La preocupación de Galileo por lo que equivaldría a la cobertura mediática de sus hallazgos en general y de los Astros Mediceos en particular no se limitaba

a la corte florentina. Por ejemplo, se alegraba mucho de que los jesuitasflorentinos a quienes les había mostrado los satélites hubiesen creído en suexistencia y la hubiesen incorporado a sus “prédicas y oraciones, con imágenesde extrema gracia” (go, t. x, N° 436, p. 484). En el mismo sentido, también sealegraba de que Monseñor Giovanni Battista Agucchi, un cortesano y futuroobispo de Roma, hubiera usado los Astros Mediceos para una empresaencargada por un mecenas que quería presentarla en una academia literaria(go, t. xi, pp. 205, 220, 225, 249, 255 y 264). El manuscrito de esa empresa,titulada “Del medio”, se encuentra en bncf, “Galileiani 246”, fols. 96-110.Asimismo, Cigoli, el amigo de Galileo, pintó una Madonna parada sobre unaluna con forma de Tierra en la iglesia Santa Maria Maggiore de Roma paraconmemorar el hallazgo (go, t. xi, N° 814, pp. 449).

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el virtuoso Giulio Parigi, ingeniero de la corte, se empieza a revelar el argu-mento mitológico de la presentación.

En él, Cupido funda su propio reino sobre Toscana e inaugura una Edadde Oro. Por desgracia, la paz se ve amenazada casi de inmediato. Cupidoy sus caballeros (seis pajes de la corte) deben enfrentarse a un dragón mons-truoso, que echa fuego y humo, y a las doce furias lideradas por Némesis.Aunque al final Némesis, las Furias y el dragón caen en una trampa opor-tunamente conectada con el infierno, Cupido y Toscana no recuperan laseguridad. Sdegno Amoroso (Desdeño Amoroso) y sus cinco caballerosegipcios, de aspecto feroz y bárbaro, saltan de repente al escenario desdela boca del infierno.131 Entonces comienza un nuevo combate, pero la pazy la Edad de Oro vuelven enseguida a Toscana de la mano de la interven-ción divina (posiblemente identificada con Cosme I).

De repente se oyen truenos y llega Júpiter sobre una nube brillante, partede un dispositivo muy complejo cuyo aspecto va cambiando a medidaque recorre el escenario. Ahora bien, el dios no llega solo:

Desde abajo, entre las nubes, aparecen las cuatro estrellas que rodeana Júpiter, descubiertas con el maravilloso catalejo por Galileo Galilei deFlorencia, Matemático de Su Alteza, que así como los antiguos trans-

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131 Ibid., p. 122.

ficados para generar saber”.128 A la inversa, gran parte de los caballerosque se consideraban calificados socialmente como para “generar saber” nocontaban con esas aptitudes. Tenían el poder de certificar, pero casi nuncasabían muy bien qué certificar ni cómo certificarlo.

la carrera de los astros mediceos

Si bien los primeros intentos de Galileo para obtener el apoyo de los poe-tas cortesanos no resultan eficaces, con el correr del tiempo los Astros Medi-ceos se integran al discurso de la corte129 y la medalla para conmemorar sudescubrimiento finalmente se acuña. En ella aparece Júpiter sentado sobreuna nube, con las cuatro estrellas a su alrededor, como emblema de CosmeII, cuya efigie ocupa la otra cara de la medalla (figura 3). Los astros seincluyen así en los sonetos, en los decorados teatrales, en las óperas, en lasmedallas y en los frescos que conmemoran el linaje divino de la familiaMedici. También integran el espectáculo más importante celebrado en lacorte durante el carnaval de 1613: la barriera del 17 de febrero.

La ceremonia comienza a las dos en punto de la tarde en el teatro delPalacio Pitti para un público reducido y selecto de cortesanos.130 Luego deun despliegue espectacular de máquinas y efectos teatrales diseñados por

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128 Steven Shapin, “The House of Experiment in Seventeenth- Century England”, en Isis 79, 1988, p. 395.

129 Como ya se señaló, la versión del Sidereus nuncius en lengua vernácula nunca fue publicada. Entre los sonetos a los Astros Mediceos que aún se conservanestán los de Buonarotti (go, t. x, p. 412), Salvadori (go, t. ix, pp. 233-272) y Piero Bardi (go, t. x, p. 399). El de Claudio Seripandi no se ha conservado. El de Niccolò Arrighetti quedó en manuscrito hasta su publicación en el libro de Nunzio Vaccalluzzo Galileo Galilei nella poesia del suo tempo, Milán, Sandron,1910, pp. 59-60. No se sabe si Chiabrera escribió un soneto tras la invitación deSertini, pero Galileo le había enviado un ejemplar autografiado del Sidereusnuncius, que hoy se encuentra en la sede de Norman de la Universidad de Oklahoma. Lo que sí se sabe es que al menos incluyó a los Astros Mediceos en una de sus composiciones. Asimismo, la obra Per le Stelle Mediceetemerariamente oppugnate de Salvatori pone de manifiesto el uso del mecenazgopara la legitimación de los descubrimientos realizados por Galileo. Tras repasarla historia mitológica de la familia Medici destacando la conexión con Júpiter (y su tremendo poder), Salvadori se muestra incrédulo ante la arrogancia de aquellos que, al desafiar la existencia de los Astros Mediceos, desafían el poder de Júpiter (o de Cosme). Véase go, t. ix, p. 272.

130 Alois Maria Nagler, op. cit., pp. 119-121.

Figura 3. Medalla oval de Gaspare Mola acuñada circa 1610 en homenaje

a Cosme II y al hallazgo de los Astros Mediceos. Reproducida en Karla

Langedijk, The portraits of the Medici, op. cit., t. i, p. 579.

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y todo desnudo, con un bellísimo velo que le cubría sólo las partes que laNaturaleza nos ha enseñado a esconder”. Las alas de Amor eran “delicadí-simas y todas cubiertas de joyas”. En la mano derecha tenía un arco y desu hombro pendía una aljaba llena con más piedras preciosas. Otras joyas,“incluso más notables en belleza y valor, decoraban el collar”.

Venus le preguntaba a Amor por qué se había ido del Olimpo, a lo queel muchacho respondía que había descendido a la Tierra para “unir conun lazo sagrado las cualidades de un gran príncipe y la pureza de una grandama”. Aunque la misión de Amor le agradaba, Venus se ponía triste porel ámbito en que se iba a celebrar un acontecimiento tan magnánimo: unaciudad de Roma que ya había perdido todo su esplendor y estaba en rui-nas. Incapaz de tolerar semejante imagen, la diosa devolvía su antiguabelleza a la ciudad de inmediato. Con semejante restauración, el novio yla novia se entusiasmaban y comenzaban a bailar para festejar la llegadade Amor a una ciudad recién renovada. Pronto se les unía el público dela nobleza, con la excepción de los cardenales, cuyo estatus les impedíadanzar.

Al final del baile, el decorado cambiaba velozmente para transformarseen el Olimpo, donde Venus trataba de convencer a los otros dioses de quela ayudaran a traer de regreso a su hijo Amor, que no quería irse de Romaporque le gustaba esa ciudad. Entonces intervenía Júpiter. Se oían lostruenos de siempre, se abría el cielo y aparecía el dios “a una gran dis-tancia, cubierto de oro con un esplendor inconcebible”. Las nubes semovían en círculos con lentitud y Júpiter estaba sentado en el medio, “enun trono de ébano y marfil, adornado de oro y gemas brillantes [...] conuna corona real flameante”. Lleva puesto el atuendo apropiado para undios, con estrellas bordadas en la tela, y “a su alrededor se ven cuatro niñoscon armadura plateada y casco dorado de penacho turquesa, con unaestrella que se asoma”.135 Federico Cesi, primo de la novia y fundador dela Academia de los Linces, que estaba presente en aquella ocasión, lecomenta a Galileo lo mucho que todos disfrutaron de la obra y del lugarque ocupan en ella los Astros Mediceos, salvo algunos “primates peripa-

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135 El texto de la obra se encuentra en Jacopo Cicognini, Amor pudico, Viterbo,Discepolo, 1614, pero el autor no ha podido conseguir un ejemplar de dicholibro. Sobre la fiesta, véase Filippo Clementi, Il carnevale romano nelle cronachecontemporanee, Città di Castello, Unione Arti Grafiche, 1939, pp. 396-411. Ladescripción que se presenta aquí está basada en la obra de Clementi, y las citascorresponden a los Avvisi di Roma que allí se reproducen. El Avviso que citaOrbaan esboza un argumento más complejo.

ponían a sus más grandes héroes al cielo, las ha llamado Astros Medi-ceos, y ha dedicado la primera a Su Serenísima Alteza, la segunda alpríncipe Francisco, la tercera al príncipe Carlos y la cuarta al príncipeLorenzo.132

El dispositivo transporta a Júpiter cerca de la gran duquesa, a quien éstele canta su aria, y luego desaparece del escenario lentamente. En ese lapso,los cuatro astros se transforman en cuatro caballeros de carne y hueso:“Al terminar el canto de Júpiter, se oyen unos truenos, la nube desaparecey aparecen cuatro estrellas que pronto se convierten en cuatro caballerosparados”. Entonces los cíclopes, que habían subido al escenario justo antesde la llegada de Júpiter, distribuyen centellas entre los cuatro caballeros.Con esas armas, quedan listos para empezar la nueva justa en nombre deJúpiter. Ésta se llama “La llegada de los caballeros de los Astros Mediceos”.A partir de eso, pronto vuelve a reinar la paz. Las damas del público se unena los caballeros del escenario y comienza el baile final.133

Asimismo, el resto de los habitantes recibe también su propia dosis deAstros Mediceos. A los dos días, atraviesa la ciudad en procesión de car-naval una versión más sencilla de la barriera. En la segunda compañíadel desfile se encuentran los Astros Mediceos, las Furias y Némesis. Sinembargo, las estrellas no dejan de moverse y migran a Roma junto conJacopo Cicognini, uno de los autores de la barriera. Allí resurgen el 9 defebrero de 1614 en la boda de don Michele Peretti, príncipe de Venafro, yla princesa Ana María Cesi. El evento queda registrado en los avvisi y enlos diarios personales de los presentes como el plato fuerte del carnavalromano de ese año.134

Esa noche “hubo una gran confusión, mucho ruido y emoción en la mul-titud”, cerca del Pallazzo della Cancelleria, donde se iba a montar la obrade Cicognini para la boda. “Se podía ver reunida a toda la nobleza romana[...] las damas y los príncipes precedidos por una gran séquito de hache-ros y sirvientes de vestimenta elegante.” El teatro estaba repleto cuando porfin se alzó el telón. Por la derecha apareció una nube pequeña con un carruajedorado, jineteado por Venus. La diosa estaba buscando a su hijo, Amor, quehabía escapado del Olimpo. Amor aparecía enseguida, “con cabello dorado

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132 Giovanni Villifranchi, Descrizione della barriera e della mascherata fatte in Firenzea’ xvii & a’ xix di febbraio 1613, Florencia, Sermartelli, 1613, pp. 32-33.

133 Ibid., p. 38, y Alois Maria Nagler, op. cit., pp. 123-125.134 J. A. F. Orbaan, Documenti sul barocco in Roma, Roma, Società Romana di Storia

Patria, 1920, vol. 2, pp. 214-215.

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en la cultura de la corte florentina, aunque de forma menos conspicuaque durante el reino de Cosme II. Esto lo demuestra un cuadro de grantamaño que figura en el inventario de 1638 del Palacio Pitti, aunque hastahoy en día no se lo haya encontrado. Se trata de una imagen de Júpitermontado a un águila y rodeado de cuatro querubines que están sobre losAstos Mediceos.139

Cuando la corte se muda del Pallazzo della Signoria al Palacio Pitti,en las Salas de los Planetas del nuevo palacio se pinta otra vez el Olimpode los Medici. Ahora bien, el contexto de desarrollo de la planificaciónpictórica para estas salas (unos diez años después de la condena a Gali-leo) presenta problemas graves en cuanto a la representación de Júpi-ter y de los Astros Mediceos. Para resolver este dilema se recurre a laemblemática.

Así como Galileo había vinculado dichos astros con las virtudes deJúpiter-Cosme I en la dedicatoria del Sidereus nuncius, la Sala de Júpiter(una de las salas de los Planetas)140 contiene al dios rodeado de los cua-tro Astros Mediceos como las cuatro virtudes cardinales (figura 4).141 En1664, esa representación emblemática se repite de manera mucho másexplícita en un grabado de gran tamaño (figura 5), donde Cosme III apa-rece identificado con Augusto.142 Encima de él está Júpiter (a la imagende Ferdinando II, el padre de Cosme). En las nubes que lo rodean seencuentran las cuatro virtudes cardinales (encarnadas por los grandesduques de la familia Medici), cada una con uno de los Astros Mediceosbrillando sobre su cabeza.143

La importancia de estos astros en la mitología de la familia Medici resur -ge con intensidad durante el reinado de Cosme III (1670-1723), ya que elnombre del gran duque se presta especialmente a las referencias de losAstros Mediceos y, por tener cinco ancestros, se lo puede relacionar de

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139 El mismo tema se repite más adelante en las medallas de Cosme III. Véanse las figuras 10, 11 y 12.

140 “Lienzo con imagen de Júpiter montando sobre un águila y rodeado por cuatroquerubines que representan a los Astros Mediceos, 3 1/3 x 2 1/2 braccias” (asf,“Guardaroba medicea 535”, fol. 143).

141 Los frescos que había comenzado Pietro da Cortona fueron terminados cerca de 1665 por su discípulo Ciro Ferri (Karla Langedijk, op. cit., t. i, p. 210.)

142 Ibid., pp. 211-212.143 Ibid., pp. 215-216. Ciro Ferri fue el pintor que terminó los frescos de las Salas

de los Planetas. Spierre realizó los grabados para el frontispicio de lasmemorias de la Accademia del Cimento. Véase también Filippo Baldinucci,Cominciamento e progresso dell’arte dell’intagliare in rame, Florencia, Stecchi,1767, pp. 215-216.

téticos” que no supieron apreciar el homenaje de Cicognini a las nove-dades del científico.136 Al parecer, Cesi se siente obligado a entrar en unapequeña disputa con ellos.

Todo esto sucede en 1614, pero tal vez debido a la advertencia emitida porBellarmino contra Galileo en 1616 y a la decadencia de la salud de Cosme IIy de su poder sobre el régimen y las políticas culturales, los hallazgos deGalileo no continúan su carrera ascendente en la mitología de los Mediciy, al parecer, tampoco reaparecen en Roma. La visibilidad de sus descu-brimientos decae aun más a partir de 1621, tras la muerte de Cosme II,cuando la gran duquesa Cristina y sus consejeros toman el gobierno deToscana y la gestión de las producciones culturales. Con ese cambio, se lesresta importancia a las fiestas de carnaval, y las comedias de santos se trans-forman en el género dominante.137 Además, como Ferdinando II debe espe-rar hasta 1628 para alcanzar la mayoría de edad, la ausencia de un verda-dero príncipe dificulta la creación de nuevos productos culturales centradosen esa figura. Así, Júpiter queda desempleado. Y en 1628, cuando Ferdi-nando por fin asume el poder, Galileo ya ha tendido sus redes de mece-nazgo en Roma.

De todos modos, en las obras de los escritores vinculados con la corteflorentina continúan apareciendo referencias a los Astros Mediceos. En laentonces famosa Secchia rapita de Alessandro Tassoni, por ejemplo, Júpi-ter entra en escena con “esas estrellas que se descubrieron en torno a sucabeza”. Al mismo tiempo, el poeta Chiabrera, que trabaja para los Medici,elogia a Galileo por haber puesto “entre las estrellas eternas el nombre denuestros grandes Medici, un nombre tan poderoso que hasta aumenta elvalor de esas estrellas”.138 En efecto, los Astros Mediceos siguen presentes

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136 “Ciertamente me satisface Cicognini, pues encontrándome en el festejo y laceremonia nupcial de la princesa Peretti, mi prima, vi que entre los otrosplanetas había puesto, con mucho garbo, los Astros Mediceos en torno a Júpiter.A todos les encantaron el espectáculo y las novedades [los descubrimientos]colocadas en su lugar. Mas es cierto que me hice escuchar por algunos primatesperipatéticos que no pudieron contenerse de gruñir como ancianos enemigos de toda novedad” (go, t. xii, N° 980, p. 29).

137 Ludovico Zorzi, Il luogo teatrale a Firenze, Milán, Electa, 1975, p. 88.

138 Alessandro Tassoni, La secchia rapita, Ronciglione, 1624, reproducido en AlbertoAsor Rosa (ed.), I poeti giocosi dell’età barocca, op. cit., p. 28; y Gabriello Chiabrera,Sermone a Gio. Francesco Geri, reproducido en Alberto Asor Rosa (ed.), La lirica del Seicento, Bari, Laterza, 1975, p. 134. Para una recopilación más completa de poemas referidos a Galileo y las estrellas, véase Nunzio Vaccalluzzo,op. cit.

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ros, que representan a los cuatro continentes, para rendir homenaje a Hér-cules y, de manera implícita, a la pareja hercúlea que se está formando.Ahora bien, mientras que los de Europa y América se muestran felicespor esa unión, los de Asia y África se sienten amenazados por su poder,entonces comienza un elegante duelo coreografiado entre los dos bandosque no se prolonga mucho.147

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147 Memorie delle feste..., op. cit., p. 106.

manera directa con Júpiter y las cuatro estrellas. El resurgimiento de losAstros Mediceos se puede apreciar con mayor evidencia en 1661, cuandoCosme se casa con la prima de Luis XIV, Margarita Luisa d’Orléans, oca-sión ésta de gran importancia política.144 Para celebrar la boda, se orga-niza una larga serie de ceremonias, desfiles y espectáculos cuyo plato fuertees un ballet ecuestre titulado Il Mondo Festeggiante.145 Según la descripciónoficial del evento, a él asisten veinte mil espectadores.146

El espectáculo comienza con el ingreso de una tramoya gigante querepresenta a Hércules con el cosmos sobre la espalda (figura 6). CuandoHércules llega al centro del escenario, la tramoya se convierte lentamenteen el monte Atlas. Entonces entra en escena una gran cantidad de caballe-

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144 Karla Langedijk, op. cit., t. i, pp. 216-217.145 Memorie delle feste fatte in Firenze per le reali nozze de’ Serenissimi Sposi Cosimo

principe di Toscana, e Margherita Luisa principessa d’Orleans, Florencia, Stamperiadi sas, 1662.

146 Alessandro Carducci, Il mondo festeggiante. Balletto a cavallo fatto nel teatrocongiunto al Palazzo del Sereniss. Gran Duca, per le reali nozze de’ SerenissimiPrincipi Cosimo Terzo di Toscana, e Margherita Luisa d’Orléans, Florencia,Stamperia di sas, 1661.

Figura 4. Pietro da Cortona, Júpiter acompañado de las cuatro virtudes cardinales,

sala de Júpiter, detalle del cielorraso, Palacio Pitti, Florencia. Reproducido en Karla

Langedijk, The portraits of the Medici, op. cit., t. i, p. 209.

Figura 5. Frans Spierre, grabado sobre una pieza de Ciro Ferri, Los Astros

Mediceos protegiendo a Cosme III, 1664. Reproducido en Karla Langedijk,

The portraits of the Medici, op. cit., t. i, p. 208.

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De repente se oye el potente sonido de los truenos, que anuncia la lle-gada de Júpiter en una tramoya muy alta, rodeada de nubes (figura 7), ylos caballeros dejan de luchar al instante. Apenas llega Júpiter al nivel delsuelo, las nubes desaparecen y “cuatro caballeros en cuatro caballos ele-gantes aparecen muy cerca de Júpiter. Éstos simbolizan a los cuatro AstrosMediceos que nunca se apartan de su lado”.148 (La última frase es una citadel Sidereus Nuncius.) Entonces Júpiter canta una canción de homenaje ala boda, ya que gracias a ella los Astros Mediceos de Cosme podrán brillaraun más por el nuevo esplendor que les aportan los lirios dorados deMargarita Luisa.149 Enseguida, Apolo se suma a Júpiter para elogiar la bodacomo la unión de “los Astros Mediceos y el Sol francés”.150 A medida queavanza el espectáculo, “los cuatro Astros Mediceos llegan hasta dondeestá Su Alteza y toman posición en torno a él, es decir, en torno al Júpitertoscano, para no volver a abandonarlo hasta el final de la ceremonia, durantela cual lo acompañan en orden y de cerca”.151

Asimismo, los Astros Mediceos vuelven a aparecer en una medalla acu-ñada para conmemorar la boda de Cosme. La empresa consta de un barcoen alta mar guiado por los astros y el lema Certa Fulgent Sidera (figura 8).También se encuentran en un ciclo de frescos llamados “Apoteosis de losMedici” que Luca Giordano pinta en los cielorrasos del palacio MediciRiccardi,152 así como en otras medallas oficiales (figuras 9, 10, 11).153

En 1723, cuando Cosme muere, le colocan sobre el pecho una medallacon los Astros Mediceos (figura 12). Apenas catorce años después mueretambién la dinastía Medici.

la cultura de la corte, el absolutismo

y la legitimación de la ciencia

Aunque los Astros Mediceos comienzan a resurgir en la mitología de lacorte durante el reinado de Ferdinando II, la relación entre el descubri-miento de esas estrellas y Galileo se sigue desvaneciendo. Este proceso se

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148 Alessandro Carducci, op. cit., p. 46.149 Ibid., p. 49

150 Ibid., pp. 51 y 53.151 Ibid., p. 53.152 Karla Langedijk, op. cit., t. i, p. 215; t. ii, p. 639.153 Ibid., t. ii, pp. 630-632, 637 y 639. En las medallas de las páginas 630-632,

Langedijk no señala el símbolo de Júpiter ni los cuatro astros.

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ve acelerado por la condena de 1633. En efecto, durante la barriera del car-naval de 1613 se hace mención al rol de Galileo como descubridor de losastros, pero en el Mondo Festeggiante de 1661 no aparece referencia alguna.Para entonces, la cultura de los Medici ya ha introducido un corte entre losAstros Mediceos y su descubridor, lo que a su vez deja por fuera tambiéna la astronomía en general. Como se advierte en el Mondo Festeggiante,los Astros Mediceos han dejado de ser astros verdaderos. Lo único quequeda de ellos es un fetiche dinástico, un nombre asignado a los caballe-ros de Júpiter-Cosme. El análisis de este proceso de fetichización revelatanto los canales de legitimación científica como las limitaciones estruc-turales del mecenazgo para ese fin en la corte de los Medici.

Como mecenas, los Medici no recompensaban a los científicos por susteorías ni por los programas de investigación propuestos, sino por ofrecerhallazgos prodigiosos que se pudieran adaptar al discurso de la corte ysirvieran para legitimar la imagen de la dinastía. Por lo tanto, Galileo podíarecibir retribuciones en tanto embajador celestial de la gloria dinástica,pero no como astrónomo copernicano. Gracias a que conocía y comprendíabien el discurso de la corte, había presentado los satélites de Júpiter a losMedici como emblemas de la dinastía más que como descubrimientosastronómicos útiles para confirmar la teoría copernicana.154

154 Ese conocimiento de los códigos del mecenazgo por parte de Galileo se plasmasolamente en su representación de los satélites de Júpiter como emblemasdinásticos. En efecto, durante las negociaciones con Vinta para obtener unpuesto en la corte, el científico intenta mostrarse atractivo como beneficiario

Figura 8. Francesco Tavani, copia posterior (1666) de una medalla diseñada

en ocasión de la boda del príncipe Cosme y Margarita Luisa d’Orléans en 1661.

Reproducida en Karla Langedijk, The portraits of the Medici, op. cit., t. i, p. 640.

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La paradoja que resulta interesante en la estrategia adoptada por Gali-leo consiste en haber tenido que “borrarse” como autor del descubri-miento para poder convertirse en un autor más legítimo, es decir, en unfilósofo. Como ya se ha señalado, ese ritual de autoborramiento está pro-fundamente arraigado en la dinámica del absolutismo y su modo de con-cebir la autoría. En su diálogo sobre la corte, Tasso la presenta como unconjunto de personas que, al reunirse, incrementan el honor y la repu-tación del príncipe, porque sólo de esa manera, cual arroyo que se ali-menta de un manantial, pueden acceder a su propio honor.155 Del mismomodo, los casos de Galileo, Pellisson y la dedicatoria de los Saggi de laAccademia del Cimento, entre otros, demuestran que los súbditos sólopueden convertirse en autores legítimos si se presentan como interme-diarios o agentes del príncipe, pero no si lo hacen como productores arro-gantes o desafiantes. Mediante ese proceso, los beneficiarios obtienen lalegitimación que desean, y el príncipe mantiene su posición de creadorprimordial y absoluto.156

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diciéndole que está literalmente inundado de objetos y hallazgos prodigiosos(go, t. x, N° 307, p. 351)

155 Torcuato Tasso, Il Malpiglio, o vero de la corte, 1582, reimpreso en Cesare Guasti(ed.), I dialoghi di Torquato Tasso, Florencia, Le Monnier, 1901, t. iii, p. 13.

156 A diferencia de lo que sucede en el caso del potlatch, en el que los competidoresefectúan consumos cada vez más visibles con el objeto de desafiarse mutuamente

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Figura 10. Anónimo, fecha desconocida. Medalla en honor a Cosme III. En la

contracara, bajo el lema Famam Extendere Factis, aparece la Fama flotando

entre nubes sobre la Tierra. Justo debajo de su trompeta se encuentra Júpiter

rodeado de los Astros Mediceos. Reproducida en Karla Langedijk, The portraits

of the Medici, op. cit., t. i, p. 631.

Figura 9. Luca Giordano, Apoteosis de los Medici, cielorraso de la galería

del Palacio Medici-Riccardi, Florencia. Reproducido en Karla Langedijk,

The portraits of the Medici, op. cit., t. iii, p. 1513.

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legitimación deseada. Como señala Marin, “la única salida es que ambaspartes guarden el secreto de la complicidad”.157

El beneficiario es quien debe proponer y desplegar la estratagema, y pre-cisamente por hacer aquello que el príncipe no puede, obtiene una recom-pensa. Tal vez esto sirva para explicar por qué Galileo y Pellisson se mues-tran como intermediarios que no están ofreciendo nada al príncipe queya no le pertenezca. Solamente de ese modo es posible que las retribucio-nes otorgadas por el soberano no aparezcan como remuneraciones por unservicio prestado. Para que la estratagema permanezca oculta, los benefi-ciarios deben borrar su propia autoría. De esta manera, el príncipe puedeaparecer como el autor primordial de aquello que producen sus benefi-ciarios y verse homenajeado, al mismo tiempo que los legitima en tantoagentes o intermediarios a través de los cuales se efectúa el homenaje.158

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157 Louis Marin, op. cit., p. 44.158 Sin embargo, como la estratagema queda a cargo del beneficiario, éste puede

engañar de cierto modo al propio mecenas. No obstante, el soberano no pierde

No obstante, el príncipe está imposibilitado de ensalzar su propia ima-gen y necesita al beneficiario para que lo haga. Ahora bien, los mecenas ysus beneficiarios no podían intercambiar abiertamente legitimidad poralabanzas, ya que semejante canje hubiera destruido la imagen de poderabsoluto que el beneficiario debía realzar y que, a su vez, le brindaría la

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Figura 11. Giovanni Battista Foggini, circa 1683, contracara de una medalla de

bronce acuñada en honor de Victoria della Rovere, madre de Cosme III. Sobre

la Fama se encuentra Júpiter con los cuatro Astros Mediceos. Reproducida en

Fiorenza Vannel y Giuseppe Toderi, La medaglia barocca in Toscana, Florencia,

spes, 1987, tabla 1.

Figura 12. Antonio Selvi, medalla de bronce acuñada en honor a Cosme III. En

la contracara, bajo el lema Certa Fulgent Sidera, se ve un barco guiado por los

Astros Mediceos. Reproducida en Fiorenza Vannel y Giuseppe Toderi, La

medaglia barocca in Toscana, op. cit., tabla 115.

y, en la medida de lo posible, de arruinar al rival, en la corte absolutista se observa un formato más disciplinado, en el cual se sabe desde el inicio que el ganador será el príncipe. Por lo tanto, los otros participantes no adquieren un mayor estatus desafiando al soberano (que por axioma es imposible dedesafiar), sino “desechándose” a sí mismos de manera tal que se realce la imagendel príncipe. Dado que este último no se siente desafiado sino favorecido, puedeentonces reconocer el tributo a su imagen y recompensar así al beneficiario. Sin embargo, dicha recompensa no tiene un costo para el príncipe: se trata de un reconocimiento más que de una verdadera retribución. Resulta muyelocuente el vínculo que existe entre este proceso y el desarrollo del absolutismopolítico mediante la domesticación de la aristocracia a través de la culturacortesana. El impulso aristocrático de desafío se vuelve sobre sí mismo, y elpoder del príncipe se ve iluminado cuando sus beneficiarios se “desechan”.

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se observan en el análisis de la carrera galileana y otros modelos de legiti-mación socioprofesional relacionados también con la formación de la cul-tura y la sociedad cortesanas.

Los últimos estudios sobre la institución de la corte a principios de laedad moderna indican que, a pesar de haber ciertas diferencias específi-cas entre las distintas cortes barrocas, sus características culturales básicaspresentan numerosas semejanzas y pueden asociarse íntimamente con eldiscurso del absolutismo creciente.161 Una de esas características en comúnes la autorreferencialidad. A fines del siglo xvi, sobre todo, la sociedad cor-tesana comienza a aislarse del mundo que la rodea, tanto en términosculturales como en términos geográficos, para dedicarse y referirse exclu-sivamente a sí misma, al príncipe o a la cultura de otras cortes. Se puederelacionar con ese proceso, por ejemplo, el desarrollo de los espacios tea-trales cerrados en la corte para reemplazar a los espectáculos públicos.162

Del mismo modo, si se observa la literatura y la poesía de la corte, ense-guida se detecta que su temática principal es una combinación mediana-mente sutil de mitología dinástica con sucesos contemporáneos (comoceremonias, hazañas militares, obras públicas y monumentos), más la viday obra de los cortesanos del momento. Las composiciones de los autoresque Galileo trata de seducir para que escriban sobre los Astros Mediceos(Gabriello Chiabrera, Miguel Ángel Buonarotti hijo, Andrea Salvadori y suamigo Salvadore Coppola) están llenas de referencias a la vida cortesana.En las pinturas de la corte se puede observar un modelo parecido.163

Las descripciones de algunos espectáculos de la corte indican otro aspectode esta autorreferencialidad: los cortesanos actuaban de sí mismos. Juntocon los artistas profesionales, los cortesanos y el príncipe mismo subían alescenario a interpretar papeles comparables con sus roles en la vida real.

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161 Véase, por ejemplo, Norbert Elias, The court society, op. cit.; The history ofmanners, op. cit.; y Power and civility, op. cit.; véanse también Louis Marin,Portrait of the King, op. cit.; Jean-Marie Apostolides, Le prince sacrifié, París,Minuit, 1985; Le roi machine, París, Minuit, 1981; Sergio Bertelli y Giuliano Crifò(eds.), Rituale, cerimoniale, etichetta, Milán, Bompiano, 1985; Amedeo Quondamy Marzio Achille Romani (eds), Le corti farnesiane di Parma e Piacenza, Roma,Bulzoni, 1978; Adriano Prosperi (ed.), La corte e il “cortegiano”: Un modelloeuropeo, Roma, Bulzoni, 1980; Hubert Ch. Ehalt, Ausdrucksformen absolutischerHerrschaft, Munich, Oldenbourg, 1980; Frank Whigham, Ambition and privilege:The social tropes of Elizabethan courtesy theory, op. cit.; Jean-Francois Solnon, LaCour de France, París, Fayard, 1987; y Randolph Starn y Loren Partridge, Arts ofpower, op. cit.

162 Véase la nota 23.163 Véase, por ejemplo, Ettore Allegri y Alessandro Cecchi, op. cit., pp. 145-147.

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Por lo tanto, Galileo no puede ser un filósofo independiente en el sentidoliteral, sólo puede ser el filósofo del gran duque.

En consecuencia, la alienación total de los Astros Mediceos con res-pecto a su descubridor, observada en el Mondo Festeggiante y en otras repre-sentaciones posteriores de las estrellas, ya se encuentra inscrita en la estra-tegia de mecenazgo adoptada por Galileo cincuenta años antes. A la larga,su afirmación retórica de que el descubrimiento de los astros le es ajenoacaba por convertirse en una realidad. Los Astros Mediceos se transfor-man entonces en meros fetiches y se emplean como tales en la corte de losMedici hasta el final de la dinastía. Galileo, por su parte, se retira de la escenamucho antes.159

Ya se ha señalado que Galileo consigue el título de filósofo al presentarsus descubrimientos como hallazgos posibilitados por el príncipe. Sinembargo, esto no le permite obtener el respaldo de los Medici para legiti-mar la astronomía copernicana y el análisis matemático de la naturaleza,ya que estos elementos no se adaptan a los códigos de su imagen de poder.160

Si bien la dinámica del mecenazgo en la corte de los Medici es a la vezuna desgracia y una bendición para Galileo, ésta representa una oportu-nidad que no puede ignorar. Aunque los intereses de los Medici en mate-ria de mecenazgo hayan coincidido sólo local o temporalmente con lasestrategias de legitimación social y cognitiva de Galileo, dicha coinciden-cia tiene un gran valor histórico. Además de la evidente importancia parala carrera del científico, su ingreso en la corte de los Medici bajo el títulode filósofo posiblemente señale una intersección entre dos procesos his-tóricos más generales: la formación de una cultura de la corte asociada conel surgimiento del Estado absolutista, y el proceso de legitimación socialde la ciencia. En los siguientes párrafos se delineará una breve compara-ción entre las estrategias de legitimación sociocognitiva de la ciencia que

nada con ese engaño, porque le sirve para reafirmar su imagen de poder. El príncipe es una especie de “marioneta omnipotente” (véase ibid., p. 44).

159 Resulta interesante que el príncipe Leopoldo, hijo de Cosme II, haya resucitadomás tarde la figura de Galileo para ensalzar la imagen de los Medici en tantomecenas no sólo del arte europeo sino también de la ciencia. Una vez más, no seelogia a Galileo per se sino porque casualmente su imagen se adapta muy bien alrelato de autocelebración creado por Leopoldo.

160 La paradoja inherente a la representación de los Astros Mediceos en el marco dela relación de mecenazgo se conecta con la otra paradoja que encarna su ingresoen la corte, es decir, en una institución que podía legitimar su nueva identidadsocioprofesional pero que no podía entender las dimensiones técnicas de sulabor ni le interesaba hacerlo.

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mias oficiales de Bellas Artes en tanto instituciones supervisoras del códigopara esas representaciones, también hacen falta productores competentesde la imagen soberana. Si bien es cierto que los artistas siempre habían exal-tado la imagen de los poderosos, se observa que con el surgimiento de lacorte barroca y del Estado centralizado, las representaciones artísticas delpoder soberano comienzan a estar controladas por instituciones especia-lizadas. A su vez, como consecuencia del ingreso en esta especie de buro-cracia artística, los artistas de las academias obtienen un estatus socialmucho más elevado que el de los artesanos ajenos a las academias, aunquetambién se dediquen a las artes plásticas.169

En este punto, el desarrollo de la sociedad y la cultura cortesanas se cruzacon el proceso de legitimación social de la ciencia. Mientras que los prín-cipes como Cosme tratan de fundar estados absolutos y necesitan repre-sentaciones que legitimen su poder, los matemáticos universitarios comoGalileo se ven separados de los filósofos por una brecha social. Como yase ha mencionado, esta brecha deslegitima el uso de las ciencias matemá-ticas en tanto herramientas para el estudio de los fenómenos naturales ensus dimensiones físicas. Por lo tanto, del mismo modo que los artistas sehabían transformado en académicos mediante la representación visualde la mitología del poder soberano, Galileo se convertiría en filósofomediante la representación de los satélites de Júpiter como emblemas dinás-ticos. Aunque la corte no era una academia científica, sí era una institu-ción que podía ofrecer la legitimidad social necesaria para afirmar la cre-dibilidad de los matemáticos devenidos en filósofos. Dadas las institucionessociales existentes, la jerarquía de las disciplinas y los modelos de cambiosociocultural, la corte era la opción más promisoria para Galileo, a pesarde ser también una opción problemática.

No se trata aquí de concebir la carrera y las estrategias de legitimaciónsocial de Galileo como procesos determinados por la corte y sus formas demecenazgo. Galileo no necesita pasar de la universidad a la corte ni des-cubre los satélites de Júpiter por tener a los Medici como mecenas. Sinembargo, las instituciones, la dinámica del mecenazgo y los procesos his-tóricos que posibilitan su carrera no le son exclusivos. En el mismo sen-tido, Florencia no es el único lugar donde el mecenazgo y la cultura cor-tesana barroca tienen como aspectos fundamentales el discurso delsoberano absoluto y el estatus epistemológico inferior asignado a las cien-

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169 Sobre este tema en general, véase Nikolaus Pevsner, Academies of art, Cambridge,Cambridge University Press, 1940 [trad. esp: Academias de arte: pasado y presente,Madrid, Cátedra, 1982]. Sobre la Accademia del Disegno, véase la nota 22.

En la barriera del carnaval de 1613, por ejemplo, Cosme II llega a escena enuna galera que proviene de la isla de Elba, atraviesa el escenario y le cantauna canción a su gran duquesa, que se encuentra entre el público.164 Y enel Mondo Festeggiante de 1661 Cosme III sube al escenario, rodeado de loscaballeros de los Astros Mediceos, para dirigir a sus cortesanos en el balletecuestre.165 Estos ejemplos demuestran que, mediante sus espectáculos, lacorte representa sus mitologías y se representa a sí misma en el sentidomás literal.166

El efecto es un aislamiento cultural que a veces acompaña al aislamientogeográfico con respecto al resto de la sociedad. Si bien es probable que Ver-salles sea el ejemplo más evidente de este proceso, las diversas villas de losMedici en el campo comparten la misma función política: la de ser unasuerte de Edén para los príncipes.167 Ese aislamiento cultural y geográficocon respecto a la ciudad y a las “muchedumbres” que la pueblan apareceasociado con la formación de un nuevo grupo social: el de la sociedadcortesana (que en el caso de Florencia estaría conformada por quieneshabían sido patricios de origen comercial). Semejante aislamiento les daa los cortesanos en potencia un sentido de la diferenciación con respectoa las muchedumbres urbanas y los ayuda a moldear su nueva identidadsocial. Así como Luis XIV usa el palacio de Versalles para controlar a unaaristocracia políticamente inquieta, los Medici usan la corte para crear unaaristocracia compuesta por sus antiguos camaradas de comercio. Los tra-tados de la época sobre la corte definen su cultura con un término espe-cífico: civiltà. Como sostiene Matteo Pellegrini en el libro de 1624, “elpríncipe es el corazón de la vida civilizada [vita civile] y la corte, sus extre-midades”. El estilo de vida cortesano es en sí mismo la civilidad.168

No obstante, la formación de la sociedad cortesana y su creciente aisla-miento de las clases bajas no afecta solamente al estatus de las clases altasque la conforman o que ella controla. El desarrollo de dicha sociedad nose logra sólo con la creación de una aristocracia cortesana, es decir, de unpúblico competente y colusorio para las representaciones del poder sobe-rano. Como lo demuestran la fundación y el crecimiento de las acade-

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164 Alois Maria Nagler, op. cit., p. 123.165 Alessandro Carducci, op. cit., pp. 60-66.166 Norbert Elias, Court society, op. cit, p. 112; sobre un ejemplo de lo mismo en la

corte española, véase J. E. Varey, “The audience and the play at court spectacles:The role of the King”, en Bulletin of Hispanic Studies 61, 1984, pp. 399-406.

167 Jean-Marie Apostolides, Le roi machine, op. cit., esp. “Les plaisirs de l’îleenchantée”, pp. 93-113.

168 Matteo Pellegrini, op. cit., pp. 82 y 171.

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Aunque Galileo es nombrado filósofo y matemático del gran duque, nopasa mucho tiempo en la corte. En lugar de ello, intenta adoptar un estilode vida más parecido al de muchos patricios florentinos, como su amigoSalviati, que visitan periódicamente al gran duque, pero no viven, traba-jan ni pasan el día en la corte. Es más, allí no hay ningún trabajo concretopara él. Su puesto es bastante peculiar: en las nóminas de la corte floren-tina, Galileo no figura bajo la categoría de artista, ingeniero ni cosmógrafo,como su antecesor Ricci.1 Tampoco se le paga como cortesano. El estipen-dio no proviene de la Depositeria generale (el tesoro de los Medici), sinode los Decime ecclesiastiche (los diezmos que pagaban las propiedades dela Iglesia ubicadas en el gran ducado), que proporcionan los fondos paramantener la Universidad de Pisa.2

Por lo tanto, Galileo era un cortesano de los que estaban autorizados aacceder libremente a la corte sin necesidad de trabajar allí (y sin cobrar deallí su salario). Al mismo tiempo, le pagaba una institución en la que nuncatrabajaba y a la cual jamás volvería siquiera de visita tras su regreso a Flo-rencia en septiembre de 1610. Desde entonces, le enviaban el estipendio aesa ciudad dos veces por año a través de la sucursal que tenía en Pisa elbanco de su amigo Salviati.3

3Anatomía de un debate en la corte

1 asf, “Guardaroba medicea 309”, bajo el título “Familiare a ruolo senzaprovvisione a godere di privilegi” aparece Galileo en el folio 38v. En otrasnóminas, la misma categoría se denomina “Gentilhuomini a ruolo sensaprovvisione”. Los matemáticos y los ingenieros figuran en categorías muydiferentes, ya sea como “Maestri de’ Sig. Paggi” (en el caso de Ricci, Pieroni y Cantagallina) o como “Architetti, pittori, et altri manifattori” (en el caso de Buontalenti, Parigi y Neroni).

2 go, t. xix, pp. 233-264.3 go, t. xi, N° 671, p. 292.

cias matemáticas por una jerarquía de disciplinas que prioriza a la teolo-gía y a la filosofía.170

Decir que Galileo simplemente tuvo suerte con sus estrategias de mece-nazgo, o que sus logros se deben sólo a su carácter excepcional como cien-tífico, sería negar las dinámicas históricas más amplias que posibilitaronuna carrera tan atípica y que orientaron sus estrategias para la legitima-ción del copernicanismo y de la física matemática. En lugar de ello, se podríadecir que Galileo fue un gran bricoleur. Muchos de los elementos necesa-rios para su carrera (desde los telescopios hasta las cortes) ya estaban allí,pero había que realizar el bricolaje.

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170 Robert Westman, “The astronomer’s role...”, op. cit.; y Mario Biagioli, “The socialstatus...”, op. cit.

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ya se ha mencionado, Galileo se muda a la Villa de Marigniolle. Al pocotiempo retorna a la Villa delle Selve para trabajar con la conclusión de lacontroversia sobre la flotabilidad y preparar las primeras etapas del debatesobre las manchas solares, y permanece allí hasta marzo (probablementecon una breve estadía intermedia en Florencia para recibir al gran duque,que vuelve de Pisa).9 Sin embargo, esa estadía en Florencia no dura mucho,ya que a principios de abril Salviati le escribe para preguntarle por qué aúnno ha regresado a Le Selve, como lo había prometido, donde lo necesitanpara debatir sobre Ruzante.10

Galileo conserva este modelo de residencia inestable hasta fines de 1613,cuando Salviati se va de Florencia.11 Sin embargo, aun después de esa fechano pasa demasiado tiempo en la corte. Si bien no cuenta con el dinero sufi-ciente como para mantener una villa en el campo, se las arregla para lle-var una especie de vida suburbana. Asimismo, participa con muy poca fre-cuencia en las asambleas de las academias para las cuales lo han elegido.

Ahora bien, este estilo de vida no es propio ni de un matemático de lacorte ni de un científico que necesita un ambiente de producción tranquilo,lejos de las distracciones mundanas. Le Selve y Marigniolle no son cen-tros de investigación ni monasterios. Galileo no lleva la vida de un cientí-fico solitario, sino la de un patricio. Mediante su relación con Salviati y elrescate de su propio linaje patricio, muy lejano y casi olvidado, Galileo tratade mostrarse como un noble.12 Por lo tanto, vive en una propiedad cam-pestre y viaja (con Salviati) a Florencia o a Livorno a visitar al gran duquecuando así lo requiere el protocolo de la corte.13 Durante esos años, no

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9 Ibid., N° 633, p. 254; N° 640, pp. 258-259; N° 647, p. 265; N° 648, p. 266; N° 659, p. 278; N° 833, p. 468. Aunque la última carta es de 1613, en ella se hace referenciaa la mudanza habitual de la corte, que para la temporada invernal se traslada aPisa y Livorno.

10 Ibid., N° 668, p. 290.11 En mayo de 1612, Galileo aún está en Le Selve (véase ibid., N° 672, p. 293; N° 674, p.

294; N° 675, p. 295). Desde fines de mayo hasta julio permanece en Florencia (ibid.,N° 681, p. 301; N° 684, p. 304). No existen cartas escritas por él entre junio y agostocomo para saber cuáles son sus movimientos en ese período, pero a principios deagosto se encuentra en Florencia (ibid., N° 741, p. 374). La carta siguiente es deoctubre e indica que está nuevamente en Le Selve (ibid., N° 787, p. 419). Al parecer,permanece allí desde octubre hasta febrero (o tal vez marzo) de 1613 (ibid., N° 792,p. 426; N° 806, p. 440; N° 827, p. 459; N° 833, p. 465; N° 842, p. 477; N° 850, p. 485).

12 La fuente más completa de información biográfica sobre Salviati es NiccolòArrighetti, Delle lodi dil Sig. Filippo Salviati, Florencia, Giunti, 1614. Véasetambién Mario Biagioli, “Filippo Salviati: A baroque virtuoso”, en Nuncius 7, 1992.

13 Su ausencia en los diarios de la corte se puede atribuir también al carácteratípico de su nuevo rol. En términos generales, el diario de la corte era una

El hecho de que su puesto no encajara en la taxonomía de la corte con-firma el carácter novedoso de su identidad socioprofesional. No existía unacategoría preestablecida donde se pudiera incorporarla. Sin embargo, estaespecie de marginalidad privilegiada que Galileo ostentaba en la corte delos Medici era necesaria para que lograra dar forma a una identidad socio-profesional desconocida hasta el momento. Él no quería ser ni profesoruniversitario de matemáticas ni uno de esos matemáticos de la corte quepasaban el día compilando tablas de posiciones astronómicas para loshoróscopos de los príncipes. Su puesto en Florencia combinaba las venta-jas de esas dos identidades profesionales al mismo tiempo que evitabamuchas de las desventajas. Galileo era profesor honorario en la Universi-dad de Pisa y cortesano honorario en la corte de Florencia, por lo cual ope-raba en un espacio socioprofesional bastante desarticulado, pero no poreso menos privilegiado.

El carácter peculiar de su estatus en Florencia durante la época de la con-troversia sobre la flotabilidad puede interpretarse a partir del recorrido desus lugares de residencia. En enero de 1611, unos meses después de habervuelto a Florencia, en vez de seguir a la corte en su viaje de invierno a Pisay Livorno, Galileo se instala en la Villa delle Selve de su amigo Salviati.4

Según una carta que le escribe a Sarpi, el “aire” de la villa le hace muchomejor a la salud que el de la corte.5 El gran duque comprende su situacióny le ofrece una estadía en cualquiera de las villas que posee en Florencia,probablemente para evitar la competencia de un mecenas inferior comoSalviati.6 Aunque no se sabe si Galileo toma en serio semejante oferta enese momento, un año más tarde se instala en la Villa di Marigniolle, pro-piedad de Don Antonio de Medici (primo del gran duque). Allí es dondeDon Antonio le envía como regalo un jabalí salvaje y otros animales de caza.7

Entre enero y octubre, Galileo no permanece en la corte por lapsosprolongados. A principios de febrero aún se encuentra en Le Selve y unmes más tarde viaja a Roma, donde se queda hasta junio.8 Treinta díasdespués de su regreso de Roma, cuando comienza la polémica sobre laflotabilidad, Galileo está de nuevo en Le Selve. Y una vez más se registrasu presencia allí a fines de agosto o principios de septiembre, cuando serealiza el último encuentro en la primera etapa de la disputa. Luego, como

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4 Sobre las pocas huellas que se conservan de la estadía de Galileo en Le Selve,véase Mario Biagioli, “New documents on Galileo”, Nuncius 6, 1991, 157-169.

5 go, t. xi, N° 461, p. 27.6 Ibid., N° 476, pp. 46-47.7 Ibid., N° 600, p. 227.8 Ibid., N° 476, pp. 46-47; N° 504, pp. 78-79; N° 538, pp. 121.

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la ciencia de sobremesa

Dada la dinámica del sistema social de Galileo, resulta fácil comprenderpor qué una gran parte de su producción científica está dedicada a algúntema de actualidad (como el debate sobre la flotabilidad, la piedra de Bolo-nia o las manchas solares) o se relaciona con sucesos fortuitos (como loscometas de 1618 o la nueva estrella de 1604). Sencillamente, sus mecenaspercibían a los prodigios, los acontecimientos atípicos y los descubrimientoscomo ocasiones o materiales que debían ser objeto de preguntas,17 talescomo: “¿Por qué existen los cometas?”, “¿por qué el hielo flota sobre elagua?”, “¿por qué Saturno es triple?”, ¿por qué brilla con luz propia la pie-dra de Bolonia?” o “¿qué son las mancha solares?”.18

Ahora bien, este tipo de ámbito estructuraba no sólo la vida de Gali-leo en la corte, sino también los estudios de todos los que trabajaban enel marco del mecenazgo. En 1604, por ejemplo, Kepler publica Ad Vite-llionem paralipomena y agradece allí a uno de sus mecenas por haberlepreguntado cómo funcionaban los monóculos, lo cual resultaría funda-mental para su tratado de óptica.19 Los mecenas solían hacer preguntas oenviar información sobre los nuevos hallazgos a sus astrónomos y filó-

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17 Los descubrimientos se incluyen en esta categoría con algunas salvedades.Aunque resulte tentador concebir los hallazgos de Galileo como elementos deuna suerte de programa de investigación copernicano, también se podría pensarcomo alternativa que son la consecuencia casi accidental de una estrategiadirigida a tratar de maximizar el capital que ofrecía el telescopio para lasrelaciones de mecenazgo.

18 Según el modelo observado en las sociedades denominadas tradicionales, lasrespuestas de Galileo a los problemas que le presentaban sus mecenas sepercibían como dones para dichos mecenas más que como soluciones. Está claroque los enigmas constituían una especie de desafío o duelo (como el de la esfingeen el Edipo Rey de Sófocles). Ya se ha señalado que en la economía del honor, elestatus y la credibilidad, los desafíos y los dones comparten una función análogadentro de varias culturas tradicionales (véanse Pierre Bourdieu, “The sentimentof honour in Kabyle society”, en J. G. Peristiany (ed.), Honour and shame,Chicago, University of Chicago Press, 1966, p. 215; y Marcel Mauss, The gift,Nueva York, Norton, 1967). También se ha mencionado que, en el caso deGalileo, las críticas (es decir, las preguntas) se presentaban como dones odesafíos de honor, y sus respuestas se recibían como contracambios. Es más, losenigmas se intercambiaban literalmente como dones de desafío. Un ejemplo deello son los mensajes en clave que mandaba Galileo sobre sus hallazgos másrecientes. A juzgar por la reacción de Welser, Kepler, Julián de Medici y Rodolfo II,parece ser que los enigmas de Galileo eran obsequios bastante adictivos (go, t. x,N° 384, 378, 385, 417, 432, 435, 443, 445; t. xi, N° 451, 454, 455, 471).

19 Johannes Kepler, Ad Vitellionem paralipomena, Frankfurt, Marnium, 1604, p. 201.

usa la casa de Florencia como residencia principal sino como una suertede hotel urbano donde se aloja mientras se ocupa de sus asuntos en laciudad, antes de regresar al campo. Es más, Targioni Tozzetti cree que enese momento Galileo no posee una casa en Florencia.14 Para 1617, el cien-tífico está viviendo en una pequeña villa de Bellosguardo, y de allí se mudaa otra villa en Arcetri.15

Según se aclara en el contrato, Galileo no tiene obligación de trabajaren la corte ni de enseñar en Pisa. Su presencia (y su actuación) se requiereallí solamente cuando el gran duque desee entretenimiento para sí mismo,para su familia o para algún invitado importante. Incluso en este sen-tido, el papel de Galileo en la corte puede compararse con el de los noblestoscanos cuya presencia diaria se apreciaba pero no se requería, con la sal-vedad de que debían presentarse (y ostentar magnificentia) en todas lasprincipales ceremonias. Como se ve explícitamente en el contrato conlos Medici, las ceremonias en las cuales se pretendía que Galileo partici-para eran los debates.16

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especie de base de datos protocolares, un conjunto de información sobre eltratamiento de los dignatarios extranjeros que se consultaba a fin de evitarfuturos errores en el protocolo. Por lo tanto, como género literario, éste era muyselectivo. Las personas que allí se mencionaban debían tener alguna posiciónpolítica, ya que participaban de ceremonias y recepciones públicas. Los artistas,por ejemplo, jamás aparecían allí, pues no eran nobles ni militares, con laexcepción de Giambologna y Bernini, que eran cavalieri. Incluso losfuncionarios importantes, como Vinta, que era apenas un cavaliere, aparecían enel diario de la corte con muy poca frecuencia. Si bien Galileo tenía muchavisibilidad en Florencia y recibía visitas de príncipes, aristócratas y cardenalesimportantes, no se lo percibía como miembro de la nobleza (a pesar de susesfuerzos para presentarse así) y, por lo tanto, no se le permitía atravesar lasbarreras que el protocolo les ponía por delante a quienes no eran aristócratas.Galileo pretendía actuar como un noble, pero en la taxonomía de la corte eraapenas un gentilhombre.

14 Giovanni Targioni Tozzetti, Notizie degli aggrandimenti delle scienze fisicheaccaduti in Toscana nel corso di anni lx del secolo xvii, Florencia, Bouchard, 1780,reeditado en Bolonia, Forni, 1967, t. i, p. 67.

15 Sobre las casa de Galileo en Florencia, véase Maria Luisa Righini Bonelli yWilliam Shea, Galileo’s Florentine residences, Florencia, Istituto e Museo di Storiadella Scienza, s/f.

16 “[...] sin la obligación de vivir en Pisa, ni de enseñar allí, salvo honorariamentecuando os plazca, o cuando lo solicitemos expresa y extraordinariamentenosotros, para nuestro placer o el de los príncipes o señores forasteros que nosvisiten; residiendo ordinariamente en Florencia y prosiguiendo elperfeccionamiento de vuestros estudios y de vuestra obra, con la obligación,empero, de venir a donde estemos nosotros, incluso fuera de Florencia, siempreque os llamemos” (go, t. x, N° 359, pp. 400-401, énfasis del autor).

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También lo colocaba en situaciones difíciles debido a la tensión irresolubleentre la preferencia de los mecenas por las respuestas rápidas, ingeniosas ycomprensibles para los legos, y la propia intención de prever y controlartodas las ramificaciones cosmológicas, metodológicas y teológicas de susdeclaraciones.

Los debates constituían una dimensión cotidiana de la vida en la cortey en las academias.23 En Florencia había al menos dos tipos de debate: unosdedicados a la educación y al entretenimiento particular de los príncipesy los grandes duques, y otros organizados especialmente por los Medicipara sus invitados. En su Elogio de Cosme II, Miguel Ángel Buonarotti hijoalaba al gran duque, ya fallecido, por haber organizado debates académi-cos con frecuencia en su corte.24 De hecho, las academias experimentalesfundadas posteriormente por Ferdinando II y el príncipe Leopoldo se pue-den concebir como extensiones de esa misma tradición. El diario de la cortede los Medici indica que en muchas ocasiones el gran duque se entreteníacon virtuosi.25 De allí se conservan algunos detalles. Vale como ejemplo lasiguiente descripción, escrita en julio de 1603, durante el reinado de Fer-dinando I, padre de Cosme:

Su Serenísima Alteza, presente en Florencia y deseoso de que su Serení-simo Príncipe sea muy virtuoso, ha ordenado que numerosos acadé-micos y doctores florentinos se reúnan día por medio en los salones dela planta baja del Palacio Pitti para debatir en la lengua vernácula sobretemas humanísticos y agradables. Su Alteza, la gran duquesa Cristina,el Serenísimo Príncipe y la Duquesa de Bracciano con todos sus hijos

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23 En una carta para Galileo, Cesi menciona un debate público en el CollegioRomano realizado un día domingo. Al parecer, ésta era una costumbre difundida(go, t. xi, N° 761, p. 395). Asimismo, los debates eran un género popular en lossalones privados. Existen pruebas de que Galileo participó en algunos de ellosdurante su visita a Roma, en 1616 (go, t. xii, N° 1156, p. 212; N° 1170, pp. 226-227).Su “Respuesta a Ingoli” de 1624, por ejemplo, es el resultado de un debate condicho autor que se dio durante esa visita en presencia del monseñor Magalotti(quien luego sería cardenal). La polémica de 1611 sobre los montes de la luna, de la cual participan el matemático jesuita Giuseppe Biancani y, marginalmente,Galileo, también surge de un debate en la corte, esta vez en Mantua ante elcardenal Gonzaga.

24 Miguel Ángel Buonarotti hijo, Elogio di Cosimo II, Florencia, 1621, citado enGiovanni Targioni Tozzetti, op. cit., pp. 10-11. Otro comentario muy parecido seencuentra en un Elogio di Cosimo II de autor anónimo (asf, “Miscellaneamedicea 359”, anexo 9, p. 19).

25 Giovanni Targioni Tozzetti, op. cit., p. 73.

sofos, así como a los de sus amigos. En ciertas ocasiones, los filósofos delas universidades también quedaban atrapados en esta dinámica. Algunosejemplos de este tipo de rito, tan habitual en el marco del mecenazgo,son los comentarios de Galileo sobre la lámpara de Hero a instancias deuna consulta enviada por el dux Alvise Mocenigo en 1594, o el informede los filósofos de Pisa para Cosme II sobre un meteorito que había caídoen la campiña toscana en 1613 y que luego se había transportado a esaciudad.20

A diferencia de lo que tal vez imaginaba Galileo, la corte no era pre-cisamente el espacio donde mejor se podía llevar a cabo un trabajo deinvestigación sistemático.21 Su situación era muy distinta a la de un cien-tífico moderno, ya que prácticamente no tenía control alguno sobre laspreguntas que le hacían. Aun así, debía contestarlas, y con un tono inge-nioso que respondiera a los códigos de la cultura cortesana. Es más, seesperaba que produjera una respuesta con una prontitud que a vecesresultaba excesiva, dada la dificultad del tema en cuestión. Es probableque Descartes tuviera razón al pensar que Galileo era un filósofo incons-tante y desordenado, como opinan también varios historiadores y filó-sofos de la ciencia modernos, pero su falta de regularidad se debía talvez más al sistema de retribuciones de la corte que a su propia actitudcomo intelectual.22 Se podría decir que, habida cuenta del ámbito corte-sano en el que trabajaba Galileo, su actividad científica era de carácterperformativo, una cualidad que se conserva luego en los géneros litera-rios de sus escritos: el diálogo, la carta y el discurso. Como enseguidaadvierte Campanella, el Diálogo de Galileo es una “comedia filosófica”, apesar de tener una temática seria.

Ahora bien, el sistema de mecenazgo de Galileo no sólo contribuía aque parte de su producción científica se centrara en temas de actualidad.

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20 go, t. x, N° 53, pp. 64-65; t. xi, N° 922, p. 562.21 Lo que se sugiere aquí es que en general las preguntas de los mecenas no eran

de carácter técnico, por más ramificaciones técnicas y metodológicas quetuvieran. Los científicos no recibían preguntas sobre los epiciclos de los planetaso la demostración de la ley de caída libre. Las preguntas de los mecenas, que noeran científicos, se formulaban en términos más amplios y requerían respuestasque tuvieran la menor cantidad posible de tecnicismos. Estos requisitos sereflejan con claridad en El ensayador y en el Diálogo. El hecho de que el Discursosobre la flotabilidad recibiera menos atención que otras obras de Galileo podríaatribuirse no sólo al carácter menos espectacular del tema, sino también elcarácter más técnico de su estilo.

22 William Shea, “Descartes as a critic of Galileo”, en Robert E. Butts y Joseph C.Pitt (eds.), New perspectives on Galileo, Dordrecht, Reidel, 1978, pp. 139-159.

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cipe Orsini, Cosme II y Cristina apoyan a Castelli, mientras que María Mag-dalena (la mujer de Cosme) y el filósofo Boscaglia (quien probablementeinicia el debate) muestran una posición contraria.

Al participar en estas formas de entretenimiento, los Medici induda-blemente se adaptan a las costumbres de la época. En efecto, el diálogosobre la corte de Tasso contiene un comentario acerca de que las disputas“pueden verse a diario en las mesas de los príncipes”,30 y los juegos lleva-dos a cabo “después de que se levanta la mesa” son tan comunes que apa-recen en textos clásicos sobre modales y cortesía, como La civil conversa-zione de Stefano Guazzo.31 En gran parte, estos juegos tienen por objetivoofrecer un pretexto para la exhibición de las aptitudes retóricas de los invi-tados y, como bien lo indica Jay Tribby, la filosofía de la naturaleza se prestapara ese tipo de demostraciones.32

Esta suerte de debates cordiales son también comunes en la mesa delos cardenales. En julio de 1613, por ejemplo, el cardenal Cesi invita a susobrino, el príncipe Federico (fundador de la Academia de los Linces), alfilósofo Giulio Cesare Lagalla y a otros miembros de la academia a unalmuerzo donde Lagalla expone algunas de sus teoría cosmológicas.33 Asi-mismo, en su descripción de la corte romana, Lunadoro menciona quelos almuerzos en la mesa del cardenal San Giorgio siempre son “una aca-demia pública”.34 Unas décadas después, el matemático jesuita HonoréFabri, que por entonces vive en Roma, recibe el encargo de sus Dialogi

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30 Torcuato Tasso, Il Malpiglio, o vero de la corte, 1582, reimpreso en Cesare Guasti(ed.), I dialoghi di Torquato Tasso, Florencia, Le Monnier, 1901, t. iii, p. 18. Véase también Michel Jeanneret, A feast of words, Chicago, University of ChicagoPress, 1991.

31 Thomas Frederick Crane, Italian social customs of the Sixteenth Century, NewHaven, Yale University Press, 1920, p. 410.

32 Jay Tribby, “Of conversational dispositions and the Saggi’s Proem”, en ElizabethCropper (ed.), Documentary culture: Florence and Rome from Grand-DukeFerdinand I to Pope Alexander VII, Florencia Olschki, 1992; “Stalking civility:Conversing and collecting in Early Modern Europe”, en Rhetorica, 1992, pp. 139-163; “Cooking (with) Clio and Cleo: Eloquence and experiment inSeventeenth-Century Florence”, en Journal of the History of Ideas 52, 1991, pp. 417-439.

33 “1613, Julii 8. Pransi sumus in palatio Cardinalis Caesii, ubi Lagalla habuitlectionem de Animabus Caeli” (Giuseppe Gabrieli, “Verbali delle adunanze ecronaca della prima Accademia Lincea 1603-1630”, en Memorie della R.Accademia Nazionale dei Lincei, Classe de Scienze morali, storiche e filologiche,serie 6, 2, 1927, p. 490.

34 Girolamo Lunadoro, Relatione della corte di Roma, Roma, Frambotto, 1635,p. 13.

han asistido a esos debates. Entre los doctores se encuentran el SignorMercuriale, el Signor Bonciani, el Signor Rucellai, el Signor Adriani, elpadre Civitella [...] y muchos otros.26

Esta especie de academia continúa sus actividades durante al menos unaño, y aparece mencionada en el diario de la corte dos veces más.27 En amboscasos, el joven Cosme figura en la lista de los asistentes.28

Sin embargo, había otros debates en la corte que no estaban dedicadosprimordialmente a la educación de los príncipes. Éstos se daban en la mesadel gran duque, después del almuerzo, como la controversia espontáneasobre el copernicanismo y las Sagradas Escrituras que surge en Pisa, endiciembre de 1613, que toma desprevenido a Castelli y que deriva en lacreación de la Carta a Cristina.29 En esa ocasión, Antonio de Medici, el prín-

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26 “Diario di corte di Cesare Tinghi”, 21 de julio de 1603, en bncf, “Fondo capponi i”,fol. 68v (énfasis del autor). Mencionado también en Giovanni Targioni Tozzetti,op. cit., p. 12. Otra descripción muy parecida se encuentra en asf, “Diari dietichetta di guardaroba 4”, fol. 42. El padre Civitella era un monje dominico. En1615, Attavanti lo menciona como profesor de humanidades en su declaraciónpara la Inquisición florentina sobre la denuncia de Caccini contra Galileo (go,t. xix, pp. 318-320).

27 “Durante la tarde, Su Alteza, la Señora y sus hijos asistieron a la clase habitual de la academia en los salones de la planta baja del Palacio Pitti, donde hablaronlos doctores de siempre” (31 de agosto de 1604); “Al día siguiente, Su Alteza y Su Serenísima Familia asistieron a la academia, donde dictaron cátedra losdoctores habituales” (9 de septiembre de 1604). Ambas citas son del “Diario di corte di Cesare Tinghi”, op. cit., fol. 103r, 104v. También se mencionan en Giovanni Targioni Tozzetti, op. cit., p. 12. Es muy probable que esa academiase reuniera periódicamente, ya que aparece nombrada entre los aportesculturales de Ferdinando en Giuliano Giraldi, Delle lodi di D. Ferdinando G. D. di Toscana, Florencia, Giunti, 1609, p. 29.

28 Esta costumbre debe haber sido muy común en las familias aristocráticas de la época, como lo indican las semejanzas encontradas con el caso de España.En efecto, parte de la educación humanística del futuro duque de Olivares (el protegido de Felipe IV), proviene de la participación quincenal en debatescon los miembros de su familia (J. H. Elliot, Richelieu and Olivares, Cambridge,Cambridge University Press, 1984, p. 30)

29 Es cierto que el almuerzo en la corte de Pisa, en el cual Cristina interroga a Castelli sobre la ortodoxia religiosa de la teoría copernicana, por lo general no se presenta como una disputa. Sin embargo, se puede afirmar que lo es. Laspreguntas de la gran duquesa no son dirigidas directamente a Castelli, sino através de Boscaglia. Por lo tanto, se trata de un debate entre Castelli y Boscagliamanejado por Cristina (go, t. xi, N° 956, pp. 605-606). La “Carta a Castelli” deGalileo tiene fecha del 21 de diciembre, una semana después (go, t. v, pp. 281-288).

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en la mesa del gran duque en Pisa, la discusión acaba por ser de carácterteológico y, como éste explica en una carta a Galileo, se apela a él en tantoteólogo versado en astronomía.39 Hasta el momento, no se han encontradodocumentos que refieran la participación de Ricci, Santucci, Neroni o algúnotro matemático de la corte en los debates realizados ante el gran duque.Por otro lado, sí se sabe que los médicos y los filósofos eran bien recibidosen la mesa de los príncipes y de los cardenales. Por ejemplo, Mazzoni visi-taba la corte de Florencia a menudo, el aristotélico Boscaglia era invitadocon frecuencia por Cosme II a la corte de Pisa, y Papazzoni solía partici-par de los almuerzos con el cardenal Barberini en Bolonia.40 Por su parte,Mercuriale, el médico principal de la familia Medici, pasaba más tiempoen la corte florentina que en la universidad de Pisa.41

Todo esto parece confirmar que, como ya se señaló en capítulos ante-riores, existe una diferencia marcada entre los matemáticos y los filósofosen materia de aptitudes y estatus. Dada la distinción de jerarquías entrelas disciplinas liberales, probablemente resultaba inadecuado que un mate-mático desafiara a un filósofo. Es más, tal vez hasta era difícil encontrar aun matemático con la competencia retórica necesaria para participar enesos debates y satisfacer a un público tan sofisticado como el presente enla corte de los Medici. Las aptitudes sociales de Galileo, Guidobaldo, Com-mandino o Raimondi no eran comunes entre los matemáticos.

Por otra parte, los debates en la corte eran espectáculos peligrosos. Enfunción de su resultado, un virtuoso podía progresar en su carrera o arrui-narla. Un ejemplo de ello es Ciampoli, el amigo de Galileo, quien desdesu adolescencia en Florencia y Roma va construyéndose una carrera excep-

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39 go, t. xi, pp. 605-606.40 Sobre las visitas de Mazzoni, véase asf, “Diari di etichetta di guardaroba 3”, p. 86:

“Cuando el filósofo Mazzoni viene a la corte, se le asigna una habitación con dossirvientes en el salón comedor” (1595). Sobre Boscaglia, véase go, t. xx, p. 398.Sobre Papazzoni, véase go, t. x, N° 820, p. 455.

41 Al igual que Galileo, Mercuriale no recibía su salario de la corte, pero en tantoarchiatra pasaba mucho tiempo allí, y no siempre para atender la salud de lafamilia Medici. Su presencia se registra en varios documentos, entre ellos, asf,“Diari di etichetta di guardaroba 3”, p. 47. En la página 214, se encuentra elsiguiente comentario: “El 9 de mayo de 1604, el Signor Mercuriale, médico delgran duque, llegó de Pisa con Su Serenísima Alteza, la duquesa. Se alojó en elpalacio Pitti, en el ático de las bodegas, donde permaneció con dos de sussirvientes. El día 13 se retiró después del almuerzo y se dirigió en palanquín hastala Villa Ambrosiana, donde tomó el bote a Pisa, sin costo alguno”. Sin embargo,pronto regresó a Florencia: “El Signor Girolamo Mercuriale llegó de Pisa aFlorencia el 4 de junio [de 1604] y se alojó en el palacio Pitti con tres de sussirvientes.” (p. 217).

physici por parte del cardenal Facchinetti y sus amigos como consecuen-cia de un debate en la mesa del cardenal.35

Aunque existen otros casos de debates de sobremesa para el entreteni-miento privado del gran duque y su familia, los más espectaculares pare-cen ser aquellos que se ofrecen en honor de los invitados importantes.36

Por ejemplo, la siguiente descripción se registra en ocasión de la visita delcardenal Perron a Florencia en septiembre de 1607:

Almorzó con la familia ducal y, una vez que se había levantado el man-tel, hubo algunos debates muy hermosos entre el cardenal, el padre Civi-tella, el doctor Libri y el médico de Su Alteza, el Signor Biagio Ber-nardi. Debatieron sobre matemáticas y filosofía. Más tarde, el cardenalse sumó a la academia del príncipe y de los hijos de Don Virginio Orsini.37

Otro ejemplo de este género de ciencia de sobremesa es el debate sobre laflotabilidad que tiene lugar luego del almuerzo en la corte del gran duqueen el otoño de 1611. Allí, Galileo se enfrenta al peripatético Papazzoni, conel cardenal Barberini de su lado y el cardenal Gonzaga del lado del filó-sofo aristotélico.38

A juzgar por los documentos disponibles, los debates de la corte en gene-ral no están abiertos para los matemáticos. Si bien en la polémica presen-tada ante el cardenal Perron se discute, entre otros temas, sobre cienciasmatemáticas, los participantes del debate no son matemáticos: Libri es filó-sofo, Bernardi es médico y Civitella es un hombre de letras de la Iglesia.Del mismo modo, cuando Castelli participa del debate sobre Copérnico

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35 W. E. Knowles Middleton, “Science in Rome, 1675-1700, and the AccademiaFisicomatematica of Giovanni Giustino Ciampini”, en The British Journal for theHistory of Science 8, 1975, p. 140.

36 Giovanni Targioni Tazetti, op. cit, p. 17.37 asf, “Diari di etichetta di guardaroba 4”, fol. 109, 20 de septiembre de 1607.

La corte también organizaba otros debates que no se daban dentro de supropio espacio físico, pero formaban parte del gran tour que en general seofrecía a los invitados importantes. Después del almuerzo, los cardenales queestaban de visita recorrían Florencia y se les mostraba la Galleria, elGuardaroba, las Botteghe de gli Uffizi, la Libreria di S. Lorenzo, la Sagrestia diMichelagnolo, la Capella di S. Lorenzo y el teatro de los Medici, la Stanzono delleCommedie in Via della Pergola (asf, “Miscellanea medicea 438”, fol. 24). Aveces, en ese recorrido se incluía algún debate. Asimismo, cuando el cardenalBarberini visita Florencia en septiembre de 1626, lo llevan a debates yasambleas en la Accademia degli Alterati y la Accademia della Crusca (asf,“Miscellanea medicea 441”, fol. 88).

38 go, t. iv, p. 6 y nota 1.

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tan breve.44 Como lo demuestra el desarrollo posterior de la ciencia, la acti-vidad científica tiende luego a alejarse del formato de debate para acercarsea un formato más constructivo, aunque menos espectacular y entrete-nido. El caso de la filosofía experimental de Boyle podría ser un ejemploparadigmático de esa tendencia.45

Sin embargo, los debates públicos de los científicos, ya sea en la corte oen una clase de anatomía, no deberían catalogarse como un formato deproducción científica absurdo o arcaico. A pesar de todas sus limitacio-nes, ofrecían a los matemáticos como Galileo los principales recursospara el progreso social y científico de sus carreras: el estatus y la credibili-dad.46 Y ésa era una oferta que Galileo no podía rechazar. Los debates desobremesa en la corte se adaptaban perfectamente a los protocolos delmecenazgo que ya se han analizado. Para el mecenas, constituían casosejemplares de “buen espíritu deportivo”. En efecto, es debido a su gran des-empeño durante esos espectáculos y a la redacción de textos “performati-vos” que Galileo logra presentarse como un verdadero filósofo más quecomo un simple matemático.

Él sabe muy bien que no tiene un título formal de filósofo, pero tam-bién sabe que puede obtenerlo si le causa una buena impresión a algúnsoberano absoluto y si exhibe sus aptitudes y conocimientos en los deba-tes públicos. En una carta a Vinta de 1610, donde le pide el título de filó-sofo y matemático del gran duque, Galileo agrega: “Si yo puedo o debomerecer ese título, podría demostrárselo a Vuestras Altezas cuando sea desu agrado concederme la posibilidad de tratar esos asuntos en presenciade ellos con los más estimados en tal facultad”.47

En este marco, lo fundamental no era ganar los debates, sino lograrque el público apreciara las aptitudes de los participantes. Cuando Gali-leo visita la corte de Pisa durante las Pascuas, después de haber publicadoel Sidereus nuncius, de inmediato se lo invita a debatir sobre la existenciade los satélites de Júpiter con el filósofo Giuliano Libri (a quien ya sehabía enfrentado en la corte de Florencia). Ese debate debe haber satisfe-cho al gran duque, ya que precisamente entonces la posibilidad de obte-

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44 Giovanna Ferrari, “Public anatomy lessons and the carnival: The anatomytheater of Bologna”, en Past and Present 117, 1987, p. 91.

45 Steven Shapin y Simon Schaffer, Leviathan and the air pump, Princeton,Princeton University Press, 1985, pp. 22-109.

46 Sobre este tema, véase Mario Biagioli, “Scientific revolution, social bricolage, and etiquette”, en Roy Porter y Mikulas Teich (eds.), The scientific revolution innational context, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 11-54.

47 go, t. x, N° 307, p. 353.

cional mediante las presentaciones de ese tipo. Al parecer, el joven Ciam-poli dejaba pasmados a sus potenciales mecenas con la habilidad de com-poner poemas elegantes de manera espontánea, sobre cualquier tema quese le propusiera.42 Con la misma lógica, se esperaba que Galileo y Castellirespondieran inmediatamente las preguntas delicadas o difíciles que leshacían sobre filosofía de la naturaleza.

En este sentido, el formato de debate espontáneo sobre cuestiones actua-les no sólo sirve como marco para varias de las obras y presentaciones deGalileo, sino que tal vez sea también una causa directa de algunos de susproblemas. Como hipótesis de trabajo, se podría preguntar qué habríasucedido si Castelli no hubiera tenido que participar sin advertencia pre-via de un debate sobre Copérnico y la Sagrada Escritura en la mesa delgran duque o si no hubiera tenido que responder de inmediato. En esecaso, se podría imaginar que Galileo no habría tenido que escribir la Cartaa Cristina de Lorena y, por lo tanto, la advertencia de 1616 nunca hubieraexistido.

Los riesgos potenciales de estos debates de sobremesa eran conocidospor todos. En abril de 1616, Curzio Picchena, secretario de los Medici, leaconseja lo siguiente a Galileo (que aún estaba en Roma):

Tengo entendido que piensa permanecer en Roma hasta que se retire elcardenal Medici. Ante esta información, retomo lo que Sus Altezas merecordaron una vez que debía advertirle: que al sentarse a la mesa delSignor Cardenal, donde probablemente habrá también otras personasdoctas, Vuestra Señoría no entre en disputas sobre los asuntos que le hanconcitado la persecución de los monjes.43

Los peligros de las preguntas espontáneas no amenazaban sólo a los vir-tuosos de la corte, sino también a los anatomistas que realizaban disec-ciones públicas. Una de las dudas acerca de las lecciones públicas de ana-tomía efectuadas en Bolonia y otras ciudades italianas durante el carnavalera precisamente si servían a los alumnos, quienes no podían aprenderdemasiado en clases tan episódicas, donde para peor los profesores que-daban en la situación riesgosa de tener que responder preguntas espontá-neas que no tenían respuesta o que no podían contestarse en un formato

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42 Sobre las actuaciones de Ciampoli en Roma durante la sobremesa, véanse J. A. F.Orbaan, Documenti sul barocco in Roma, Roma, Società Romana di Storia Patria,1920, vol. 2, p. 218; y Guido Bentivoglio, Memorie e Lettere, editadas porConstantino Panigada, Bari, Laterza, 1934, pp. 74-75.

43 go, t. xviii, N° 1198 bis, p. 422.

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La disputa sobre la flotabilidad comienza en el verano de 1611, en lacasa de Salviati, con una discusión sobre la naturaleza del frío.50 De ellaparticipan Vincenzio de Grazia y Giorgio Coresio, dos aristotélicos que dic-tan clase en la Universidad de Pisa. En esa ocasión, Galileo los provoca aldecirles que el hielo no es agua condensada, como sostiene Aristóteles, sinoagua bajo un efecto de rarefacción. Para él, el hecho de que flote sobre elagua demuestra que no es más denso que ella. Ahora bien, el admitir queel frío pudiera ser causa de rarefacción en vez de condensación habría repre-sentado una anomalía importante en la explicación aristotélica de los fenó-menos sublunares, basada en los elementos. Obviamente, los aristotélicosse niegan a aceptar que la densidad del hielo esté relacionada con el hechode que flote en el agua. En lugar de ello, afirman que el hielo flota debidoa su forma relativamente plana y delgada.

Aunque la interpretación de los aristotélicos sobre la flotación del hieloes muy improvisada, ya que su maestro les ha dejado apenas una página y

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ner un puesto en la corte cobra más seriedad para Galileo.48 Sin embargo,en esa ocasión sus argumentos no convencen demasiado a Libri. De hecho,unos meses después, tras la muerte del filósofo, Galileo le comenta a unamigo que espera que Libri vea los Astros Mediceos en su camino al cielo.

relatos en conflicto

En septiembre de 1610, cuando Galileo por fin regresa a Florencia comofilósofo y matemático del gran duque, la brecha que lo divide de los filó-sofos ya está zanjada, al menos en teoría. Por lo tanto, puede dirigirse alos aristotélicos y desafiarlos como si fueran pares, y éstos pierden la posi-bilidad de desechar sus afirmaciones por considerarlo experto en una dis-ciplina inferior. Sin embargo, Galileo también pierde la posibilidad deignorar los comentarios de los aristotélicos, ya que comparte con ellos elmismo estatus y el mismo mecenas, en tanto el Studio Pisano es la uni-versidad del gran ducado. En efecto, Galileo y los aristotélicos de Pisa pasana ser como dos especies con un poder comparable que compiten por elmismo nicho.

Si bien la controversia sobre la flotabilidad acaba por llegar a la sobre-mesa del gran duque, no se inicia allí. Es más, constituye apenas un esla-bón en una larga cadena de debates que Galileo sostiene desde la realiza-ción de sus hallazgos astronómicos. Mientras escribe el Discurso sobre loscuerpos flotantes, también está respondiendo las preguntas de Welser yScheiner sobre las manchas solares. Por otra parte, Ludovico delle Colombe,uno de sus adversarios en la polémica sobre la flotabilidad, ya ha intentadoinfructuosamente comprometerlos a él y a Clavio en una controversia sobrelas irregularidades de la superficie lunar, tras no haber recibido respuestaalguna a su crítica contra el Sidereus nuncius.49

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48 Ibid., N° 379, p. 423; t. xi, N° 820, p. 453.49 Delle Colombe le escribe a Clavio en mayo de 1611 con la intención de

comprometerlo en un debate contra Galileo sobre la irregularidad de lasuperficie lunar (go, t. xi, N° 534, p. 118). El tema capta un poco de atención enRoma durante el verano y el otoño de 1611 (ibid., N° 587, p. 212), y el filósofoLagalla se suma al debate. Aunque Ludovico delle Colombe cree tener opinionessimilares a las de Clavio, éste no responde y, llegado noviembre, queda claro queno responderá ni se aliará con él (ibid., N° 602, pp. 228-229). No obstante, DelleColombe sigue tratando de seducir a los mecenas importantes de Roma paraque Galileo se vea obligado a dejar de ignorar sus críticas (como ha hecho en el

caso de “Contro il motto della terra”). Por lo tanto, la participación del primeroen el debate sobre la flotabilidad también puede concebirse como unaconsecuencia de la falta de respuesta por parte de Galileo a sus ideas acerca del copernicanismo y de la superficie lunar. De hecho, Delle Colombe se suma a la polémica sobre la flotabilidad mientras se encuentra en Roma, buscando un mecenas.

50 La historia del debate se presenta en Stillman Drake, “The dispute over bodies in water”, en Galileo Studies, Ann Arbor, University of Michigan Press, 1970, pp. 159-176; y en el prefacio de Drake a la reedición de la primera traduccióninglesa del Discorso (Galileo Galilei, Discourse on bodies in water, Urbana, ill,University of Illinois Press, 1960, pp. ix-xxvi). Drake incluyó una nuevatraducción al inglés del Discorso en su diálogo en estilo galileano Cause,experiment, and science, Chicago, University of Chicago Press, 1981. En lossiguientes trabajos se analizan distintas dimensiones conceptuales del debate:William Shea, “Galileo’s Discourse on floating bodies: Archimedean andAristotelian elements”, en Actes du xiie Congrès International d’Histoire desSciences, 1968, París, Blanchard, 1971, t. iv, pp. 149-153; Galileo’s intellectualrevolution, Nueva York, Science History Publications, 1972, pp. 14-48 [trad. esp.:La revolución intelectual de Galileo, Barcelona, Ariel, 1983]; “Galileo’s atomichypothesis”, en Ambix 17, 1970, pp. 13-27; Thomas B. Settle, “Galilean science:Essays in the mechanics and dynamics of the Discorsi”, tesis de doctorado,Universidad de Cornell, 1966, pp. 226-234; Paolo Galluzzi, Momento, Roma,Edizioni dell’Ateneo, 1979, pp. 227-246; Raffaello Caverni, Storia del metodosperimentale in Italia, Florencia, 1900, reeditado en Nueva York, JohnsonReprint, 1972, t. iv, pp. 89-146; Richard S. Westfall, “The problem of force inGalileo’s physics”, en Carlo Golino (ed.), Galileo reappraised, Berkeley, Universityof California Press, 1966, pp. 86-88; y William Wallace, Galileo and his sources,Princeton, Princeton University Press, 1984, pp. 284-288.

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que parece refutar con gran solidez la posición de Galileo sobre la flotabi-lidad, ya que demuestra que una esfera de ébano (un material de peso espe-cífico superior al del agua) se hunde, mientras que un trozo delgado delmismo material flota en el agua. A partir de esto, llega a la conclusión deque la flotabilidad no se relaciona con el peso específico, como afirma Gali-leo, sino con la forma.

La prueba que presenta Delle Colombe se basa en un fenómeno que enla actualidad se conoce como tensión superficial y que no se adapta bien alrepertorio conceptual de Galileo. Todo el debate que se produce a conti-nuación gira en torno a interpretaciones opuestas de dicho fenómeno. SiGalileo no hubiera sufrido esa laguna conceptual, podría haber refutadocon facilidad a los aristotélicos, al menos experimentalmente. Sin embargo,el experimento de Delle Colombe sirve para generar una anomalía funda-mental en la teoría de la flotabilidad propuesta por Arquímedes y Galileo.Es más, gracias a ese experimento, los rivales pueden prescindir de su arse-nal de citas aristotélicas para atacar a Galileo y darle combate en el campoque éste parece apreciar más que ninguno: el de las pruebas empíricas. Enefecto, el resultado del experimento de Delle Colombe es más que evi-dente y no requiere ninguna aptitud especial para interpretarlo ni pararealizarlo. No hace falta saber mucho sobre Arquímedes ni sobre Aristóte-les para darse cuenta de que Delle Colombe tiene un muy buen argumento.

Debido a la intervención de Delle Colombe, el debate se transforma enuna batalla entre ambas partes por determinar las condiciones de la polé-mica y de los experimentos de manera tal que la reacción de la superficieacuática quede a un lado (como se propone Galileo) o sea el punto centralde la controversia (como se proponen los aristotélicos). En consecuencia,ambos bandos dedican la mayor parte de su energía intelectual a desarro-llar argumentos legalistas intrascendentes para definir el tema del debate demodo que les resulte favorable a ellos y que dé por tierra con lo propuestopor sus adversarios. Al final, la controversia se transforma casi por completoen una confrontación sobre las reglas mismas del juego. Como se verá, nose trata de un juego de poder arbitrario, sino de uno que proviene de lainconmensurabilidad entre varios conceptos de ambas partes, como el deflotabilidad, el de causalidad, el de método y el de estructura de la materia.

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Delle Colombe le dedica su Discorso apologetico y lo lleva a la casa de Salviati parael último encuentro, donde Galileo se niega a participar de un debate oral. Ahorabien, Galileo contaba con el apoyo de Cosme II para desestimar a Delle Colombey a su mecenas, ya que Juan era hijo ilegítimo de Cosme I y no integraba la líneaprincipal de la dinastía Medici.

media de material sobre la flotabilidad, éstos se sienten obligados a atacarla afirmación de Galileo sobre la rarefacción del agua para defender la cohe-rencia general de su paradigma. En el mismo sentido, la opinión de los aris-totélicos acerca de la flotabilidad se opone radicalmente al enfoque mate-mático de Galileo sobre el asunto (y sobre el movimiento en general), quese basa en la teoría de Arquímedes. Para Galileo (así como para Arquíme-des), la forma del objeto no tiene nada que ver con la flotabilidad, que enrealidad es consecuencia directa de la diferencia entre el peso específico delobjeto y el del medio que lo rodea. La única incidencia de la forma se daen la velocidad de hundimiento o de ascenso del cuerpo. La posición deGalileo se resume en una declaración ante sus adversarios efectuada al finaldel primer encuentro:

Todo cuerpo sólido que, reducido a figura esférica, caiga al fondo delagua, caerá también si se le da cualquier otra forma. Por lo tanto, ensuma, la diferencia de forma en cuerpos sólidos de la misma materiageneralmente no altera su descender, su no descender, su ascender o suno ascender en un mismo medio.51

La declaración de Galileo pronto recibe críticas de los aristotélicos dePisa. Unos días después de la primera reunión, el filósofo “independiente”florentino Ludovico delle Colombe, viejo enemigo de Galileo, se suma alas filas de sus rivales pisanos.52 El recién llegado produce un experimento

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51 go, t. iv, p. 34. La traducción al inglés está adaptada de Stillman Drake, “Disputeover bodies...”, op. cit., p. 166.

52 Como se señaló, Ludovico delle Colombe era un viejo enemigo de Galileo, perosu interacción frustrada con el científico es anterior al ataque contra el Sidereusnuncius (go, t. iii, pp. 251-290). En efecto, al publicar ese ataque, Delle Colombeya había escrito un breve tratado sobre la nueva estrella de 1604, ridiculizado enuna respuesta impresa de un tal Alimberto Mauri. Es muy probable que Galileo sehaya ocultado tras ese seudónimo. Delle Colombe había sido objeto sistemáticode las burlas y los desplantes de Galileo, quien sin embargo nunca le dirigía susrespuestas en persona, lo que daba lugar a la agresividad del primero, como en suDiscorso apologetico. Ni siquiera en los Discorsi de Galileo tiene el gusto de leer sunombre, que nunca será reconocido, ya que incluso la respuesta al Discorsoapologetico tendrá la firma de Castelli y no la de Galileo. Se podría pensar queDelle Colombe no logra obtener una respuesta personal de Galileo por unacuestión relacionada con el mecenazgo. Como se ha visto en el primer capítulo,los autores que no tenían mecenas importantes podían ignorarse con facilidad, yDelle Colombe jamás consigue que sus mecenas fuercen a Galileo a dar unarespuesta directa. Sin embargo, se las arregla para poner de su lado a Juan deMedici, lo cual no era difícil, dada la antipatía que este último sentía por Galileo.

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Galileo intenta resaltar que la causa de elevación de los cuerpos sumergi-dos en el agua es igual a la causa de flotación de los cuerpos sobre el agua.Por lo tanto, las pruebas que se centran en la conducta de los cuerpossobre el agua no deben ser el único foco de atención. Sin embargo, dada lanaturaleza del experimento que respalda su posición, los aristotélicos noestán dispuestos a aceptar tal simetría entre la conducta de los objetos enel agua y su conducta sobre el agua. Si aceptaban que se sumergiera su plan-chuela de ébano hasta el fondo del recipiente, sabían que iban a perder. Siquerían ganar, la planchuela debía colocarse sobre el agua.

Por lo tanto, los aristotélicos proponen una interpretación literal de laprimera declaración de Galileo para refutarla y sostener que, en su segundadeclaración, el científico está cambiando las reglas del juego por verse derro-tado. Al mismo tiempo, Galileo necesita reformular su primera declara-ción para neutralizar el terrible daño causado por el experimento de DelleColombe. Por eso se incluye entonces la cláusula del objeto empapado, queen términos experimentales equivale a decir que el cuerpo debe colocarsedesde el principio en el fondo del recipiente.

El relato que presenta Delle Colombe en su posterior Discorso apologe-tico es muy distinto al de Galileo. Ambos coinciden solamente en la des-cripción del primer debate sobre la naturaleza del frío, llevado a cabo enla casa de Salviati antes de la llegada de Delle Colombe. Éste sostiene que,tras su aparición en escena, se redacta una serie de acuerdos por escritodonde él y Galileo definen el argumento de la disputa y el conjunto de expe-rimentos aceptables para ambas partes, pero extrañamente Galileo no losreproduce ni los menciona en su Discorso.55 Según Delle Colombe, al prin-cipio Galileo emite una declaración que se parece bastante a la efectuadaante los aristotélicos de Pisa al final del primer encuentro:

Teniendo el Signor Ludovico delle Colombe la opinión de que la formaafecta a los cuerpos sólidos en materia de su ascender o no ascender, sudescender o no descender en un medio determinado, como el agua, demanera tal que, por ejemplo, un sólido en forma de esfera que se hundeno haría lo mismo si tuviera otra forma; y estimando yo, Galileo Galilei,que eso no es verdad y que un cuerpo sólido que se hunde al fondo, seasu forma esférica o cualquier otra, se hundirá en todos los casos, inde-pendientemente de la forma, oponiéndome por tanto a dicho Signor

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55 Ludovico delle Colombe, Discorso apologetico d’intorno al Discorso di GalileoGalilei circa le cose che stanno sull’acqua, o che in quella si muovono, Florencia,Pignoni, 1612, reeditado en go, t. iv, pp. 313-369.

Dadas las circunstancias, no es extraño que Galileo y sus rivales pre-senten descripciones muy diferentes de la disputa a partir de la llegadade Delle Colombe con sus esferas y sus planchuelas de ébano. En el Dis-corso, Galileo dice que sus adversarios aristotélicos le informan acercadel experimento realizado por su compañero y que, a causa de ello, élacepta verlo públicamente, aunque Delle Colombe nunca aparece en lareunión, sino que sale a recorrer la ciudad, “las plazas, las Iglesias y otroslugares públicos”53 para mostrar su experimento y declarar que ha vencidoa Galileo. A su vez, Galileo y Castelli insinúan que Delle Colombe ha salidoa buscar un público vulgar e impresionable porque no puede convencer aun público calificado. Es muy probable que a Galileo lo preocupara la clasede apoyo que un experimento tan comprensible podía aportarles a susadversarios. Por lo tanto, trata de contrarrestar el éxito popular de su rivalponiendo sus propias ideas por escrito y publicando el Discorso, algo quesegún su opinión serviría para darle más calidad al debate y mantenerlodentro de los límites de un público que no fuera vulgar. En esta jugada,presenta la publicación como un hecho que responde a los deseos delgran duque. Sin embargo, mientras escribe el tratado, emite una segundadeclaración sobre el nuevo experimento de su enemigo:

Toda suerte de figuras, de cualquier tamaño que sean, van al fondo delagua cuando están empapadas, mas si una partícula de la misma figurano se empapa, esta figura quedará arriba, sin descender. Por lo tanto, lacausa del descender o el no descender no es la figura ni el tamaño, sinoel hecho de que se haya empapado por completo o no.54

Es importante observar que Galileo incluye la cláusula sobre la experi-mentación con los cuerpos mojados en la segunda declaración, ya quequiere evitar el problema que le presenta el experimento de Delle Colombe,basado en la reacción de la superficie acuática. Aunque su primera decla-ración da a entender de manera tácita que un cuerpo que se hunde al colo-carlo sobre la superficie no puede flotar tras colocarlo en el fondo, nuncalo dice de forma explícita. En realidad, la primera parte de la declaraciónmenciona sólo a los cuerpos que se hunden, mientras que en la segundaya aparecen equiparadas las condiciones de la flotabilidad con las del ascensode los objetos colocados en el fondo. Al reformular su primera declaración,

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53 go, t. iv, pp. 31, 34.54 Ibid., p. 35. La traducción al inglés es adaptada de Stillman Drake, “Dispute over

bodies…”, op. cit., p. 167.

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el Signor Galileo no se prestó al debate ni quiso realizar los experimen-tos en conveniente tamaño de figura y cantidad de materia. En lugar deello, se mostró decidido a dar a luz un tratado suyo sobre este tema, sindar razones, con la esperanza de hacer creer a los demás con sus argu-mentos aquello que no ha podido hacerles ver con los sentidos.59

Sin embargo, el relato de Galileo y una carta de Cigoli confirman que losacuerdos y la elección de los jueces no se realizan para el debate efectuadoen la casa de Salviati, sino para un debate anterior, que debía llevarse a caboen la casa de Nori.60 Por lo tanto, según Galileo y Cigoli, Delle Colombe evitamencionar en su Discorso apologetico la reunión frustrada en la casa deNori y pasa directamente al último debate de la serie: aquel en que Galileose niega a participar. Ahora bien, Galileo también pasa algo por alto, ya queen su Discorso declara que ha decidido poner sus ideas por escrito debido ala degeneración del debate y a que el gran duque considera inadecuado quesu filósofo participe de un asunto tan estridente, pero no incluye allí su nega-tiva a participar en el último encuentro, programado en casa de Salviati.61

Por otra parte, incluso en los casos en que la descripción de Galileo y lade Delle Colombe coinciden acerca de los hechos, sus interpretaciones sonradicalmente distintas. Delle Colombe, por ejemplo, reconoce que, trasnegarse a participar en el debate programado porque prefiere poner todopor escrito, Galileo le envía una declaración adicional con la famosa cláu-sula del objeto empapado. Esto coincide con lo que sostiene Galileo en laversión preliminar del Discorso.62 No obstante, mientras que Galileo pre-senta esta jugada como un intento de establecer cierto orden en una dis-puta cada vez más desordenada, Delle Colombe percibe ese agregado comouna trampa de Galileo para defender su posición tras darse cuenta de quesólo puede proteger su talón de Aquiles si consigue que se moje la plan-chuela de ébano.63

Delle Colombe se muestra especialmente mordaz en este caso porqueconsidera que no es la primera vez que Galileo pretende dictar las reglasdel juego. Según su relato, Galileo ya ha montado un escándalo (faceste si

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59 go, t. iv, p. 319. La traducción al inglés es adaptada de Stillman Drake, “Disputeover bodies…”, op. cit., p. 167.

60 “Me enteré de que el Pippione [Delle Colombe] iba a tener un combate conusted en la casa de Nori, pero nunca apareció” (go, t. xi, N° 573, p. 176).

61 go, t. iv, pp. 34-35, 65-66.62 Ibid., p. 35

63 “[...] creyendo que mojar [la planchuela de ébano] era vuestro talón de Aquiles”(ibid., p. 319).

Colombe en este particular, acepto que procedamos a realizar experi-mentos sobre él; y pudiéndose efectuar dichos experimentos de diver-sos modos, acepto que nuestro amigo en común, el reverendísimo canó-nigo Signor Nori, elija entre los experimentos que propongamos aquellosque le parezcan más aptos para certificar la verdad. Asimismo, remito asu juicio la decisión sobre toda controversia que pueda surgir entre laspartes en la realización de dichos experimentos.56

Asimismo, Delle Colombe afirma en su Discorso apologetico que Galileo haaceptado el siguiente agregado:

Que cada cuerpo sea del mismo material y del mismo peso, pero deforma diferente, a elección del Signor Ludovico; que la elección de loscuerpos, la cual deberá respetar que sean de la misma densidad en lamedida de lo posible, quede a juicio del Signor Galileo; y la forma, a elec-ción de Ludovico, y que el experimento se haga cuatro veces, con lamisma materia mas con cuatro piezas distintas de la misma materia.57

Luego, Galileo y Delle Colombe acuerdan que Filippo Arrighetti se sumea Francesco Nori como juez de los experimentos.58 Tanto Nori como Arrig-hetti son miembros del alto clero florentino y, por lo tanto, se los consideraimparciales en la disputa.

Aunque podría afirmarse que la representación de los acuerdos pro-puesta por Delle Colombe es justa, ya que no es refutada en la respuestade Castelli a su Discorso apologetico, el primero parece haber olvidado algo.En efecto, sostiene que la disputa sobre la que él habla tuvo lugar en casade Salviati y que, en oposición a lo acordado,

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56 go, t. iv, p. 318. La traducción al inglés es adaptada de Stillman Drake, “Disputeover bodies…”, op. cit., p. 173.

57 go, t. iv, pp. 318-319. La traducción de este fragmento que aparece en la página173 del trabajo de Drake es incorrecta.

58 Francesco Nori tenía el título de canonico della metropolitana fiorentina. Integróel colegio de teólogos florentino desde 1620, y también la Accademia Fiorentina,de la que fue cónsul en 1598 y 1613. En 1624, el papa Urbano VIII lo nombróobispo de San Miniato. Filippo Arrigheti, por su parte, tenía 20 años al momentode la polémica. Luego fue cortesano y miembro del colegio de teólogos, vivió conel cardenal Carlos de Medici y mantuvo una buena relación con Urbano VIII. En1631 ocupó el puesto de canónigo que antes había pertenecido a Nori. Ennoviembre de 1608, Arrighetti viajó de Florencia a Pisa con Galileo y se alojó ensu casa hasta la primavera siguiente (go, t. xix, p. 165).

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gran schiamazzo) al recibir la propuesta de hacer el experimento con unobjeto de gran tamaño, algo que está permitido en las condiciones de losacuerdos.64 El uso estratégico de la memoria y de las aptitudes sofísticasque muestran ambas partes en sus argumentos sobre las condiciones deexperimentación indica la presencia de una situación sin salida, que nopuede superarse con más pruebas empíricas, sino más bien con una refor-mulación de las reglas del juego en ventaja de uno u otro.

En este contexto se pueden entender las “deserciones” de Galileo y DelleColombe. En los acuerdos se observa que a los jueces Arrighetti y Nori seles otorga un poder extraordinario. No sólo están a cargo de saldar las dis-putas, sino también de supervisar los experimentos propuestos por losdos adversarios y elegir “aquellos que le parezcan más aptos para certificarla verdad”.65 Por otro lado, Arrighetti y Nori son amigos de Galileo. El pri-mero es primo de dos de sus mayores seguidores en Florencia: Andrea yNiccolò Arrighetti, y ha vivido unos meses en la casa de Galileo en Paduaentre 1608 y 1609. El segundo es amigo y colega de Galileo de la AccademiaFiorentina.66 Asimismo, Galileo ya es una estrella de fama internacional yun beneficiario distinguido que comparte con ellos el mismo mecenas:Cosme II. Aunque Delle Colombe tiene cierta visibilidad en el ámbito cul-tural y político de Florencia debido a su nombramiento para el Consigliode’ Duecento (puesto éste que Galileo conseguiría casi diez años después),67

tal vez haya sido más conocido como personaje que como filósofo respe-tado, a juzgar por el hecho de que Ruspoli, un escritor de obras popularesen lengua vernácula, lo usa como objeto de uno de sus sonetos satíricos.68

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64 Ibid.65 Ibid., p. 318. 66 Probablemente Drake confunde a Filippo Arrighetti con alguno de sus dos

primos, ya que lo señala como ex alumno de Galileo (Stillman Drake, “Disputeover bodies...”, op. cit., p. 160). Sobre el viaje de Arrighetti a Padua y su estadía enla casa de Galileo, véase go, t. xix, p. 165. Sobre la relación con Nori, véase go, t.x, N° 282, p. 305; N° 409, p. 447.

67 En la lista de ciudadanos florentinos elegidos para integrar el Consiglio deiDuecento en 1623 se encuentra el nombre de Ludovico di Zanobi Delle Colombey el de su hermano Corso (asf, “Manoscritti 133”, fol. 215v, fol. 216r). Galileotendría que esperar hasta 1631 para que le otorgaran ese mismo puesto (go, t.xix, pp. 484-486). Es probable que la familia Delle Colombe haya sido influyente,ya que Corso tuvo varios puestos políticos menores a fines del decenio de 1620

(asf, “Tratte 645”, fol. 153).68 No se sabe prácticamente nada sobre la vida de Delle Colombe. En el “Diario

fiorentino del Settimanni” del 3 de diciembre de 1625 se informa la muerte deFrancisco Ruspoli y se ofrece una breve biografía. En ella, Settimanni mencionala “Colombaia”, un lugar de Florencia que “él había nombrado así porque era la

En consecuencia, resulta difícil creer que los jueces fueran a darles lamisma credibilidad a Galileo y a Delle Colombe. Si se acepta lo que declaraDelle Colombe, Galileo ya había logrado una vez dar vuelta el juego a sufavor, al prohibirle que realizara un experimento totalmente legítimo segúnlas condiciones acordadas. Por lo tanto, es fácil comprender el recelo deDelle Colombe al participar de una competencia con jueces. Galileo con-taba con una teoría integral sobre la flotabilidad, por más incompleta queésta fuera, y podía efectuar una serie de predicciones pasibles de ser com-probadas mediante distintos experimentos. A diferencia de él, DelleColombe tenía una hipótesis cuya base empírica estaba sentada en unsolo experimento. En consecuencia, éste tenía mucho más en juego queGalileo. Si Nori y Arrighetti consideraban impertinente su experimento odecidían hundir el trocito de ébano bajo el agua, Delle Colombe y sus ami-gos aristotélicos sufrirían una derrota pública. Tal vez por este motivo elfilósofo trata de encontrar un público alternativo (y más seguro) haciendodemostraciones de su experimento por toda la ciudad, ya que en ese con-texto, tiene el control absoluto del ámbito de experimentación. La deser-ción estratégica de Delle Colombe y su búsqueda de un público distintodebe haber sido eficaz si Galileo consideró que hacía falta tratar de orga-nizar un segundo encuentro con él. La sencillez de su experimento debehaber convencido a suficientes personajes importantes de Florencia comopara que Galileo se pusiera a la defensiva.

de la actuación al texto, de la ciudad

a la corte

El reproche de Cosme II a Galileo por haberse dejado enredar en unadisputa demasiado estridente y mal manejada puede haber sido también

residencia habitual de Colombo, como se conoce comúnmente al filósofoLudovico Delle Colombe, un erudito que escribió un libro de respuestasentretenidas contra Galileo Galilei, el prestigioso letrado de nuestro siglo. El talLudovico era un hombre solitario y melancólico, de estatura alta, delgado (adecir verdad, demasiado flaco) con barba larga y muy blanca, cabeza pequeña ytotalmente calva, y ojos hundidos. Parecía un verdadero fantasma, por lo queRuspoli solía llamarlo el ‘Gerente del Limbo’” (asf, “Manoscritti 133”, fol. 301).Hasta ahora ha resultado imposible hallar el soneto de Ruspoli en las obrasdisponibles escritas por él o dedicadas a su persona. En una carta de Galileo diceque Delle Colombe tenía más de 50 años en 1611 (go, t. xi, N° 555; p. 153).

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Colombe por no haber incluido los acuerdos en el texto del Discorso.73 Efec-tivamente, Castelli sostiene que la acusación de Delle Colombe es impro-cedente: “De ninguna manera se podría haber reproducido esos acuerdosen el Discorso. Estoy seguro de que al Signor Galileo jamás se le ocurrióescribir su tratado como respuesta al Signor Ludovico. Sencillamente quisohallar la verdad del asunto, sin rivalizar con nadie”.74

El paso de un estilo argumentativo ad hominem a otro más sistemáticoy cortés gracias a la intervención del gran duque también ayuda a Galileoen otro sentido. No sólo le permite sentar las reglas del juego y eludir losriesgos que representa el experimento puntual pero devastador de DelleColombe (algo que no había logrado en la etapa más performativa deldebate), sino también lo habilita a definir su propio público y, por lo tanto,a elegir qué preguntas responder y cuáles no. Este mensaje se torna evi-dente cuando Castelli afirma que el Discorso no ha sido escrito como res-puesta a los críticos de Galileo.

Esa actitud condescendiente, que Galileo también adopta en su texto,constituye una estrategia retórica para rebajar el estatus de sus críticos yasí poder desestimarlos con mayor facilidad. Si antes le había resultadoimposible invalidar las reglas del juego impuestas por ellos, ahora puedeignorarlas directamente y dirigir su obra a un público que presenta ciertainclinación por su discurso. En un fragmento que trae a colación la frasecopernicana de “la matemática para los matemáticos”, Castelli afirma:

Estoy seguro de que el Signor Galileo no ha escrito [su tratado] para elSignor Colombo, ni en su escritura ha querido hablar de él; y [Colombo]se podría haber dado cuenta, no sólo porque su nombre no se mencionaen ningún momento, sino por la manera en que está escrito el Dis-corso, el cual trata y prueba la mayoría de los argumentos por vía de lageometría, cosa que debió haber demostrado al Signor Colombo queeste escrito era destinado a los entendidos en matemáticas y no a aquellosque son totalmente ignorantes en la materia.75

Vale la pena señalar que la transición de un debate escandaloso que Gali-leo no podía controlar a una presentación textual y legítima de la teoríasobre la flotabilidad se posibilita gracias a la intervención de su mecenas,Cosme II. Galileo logra salirse de la disputa sin perder el honor precisa-

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73 Se sabe que Galileo hizo un aporte sustancial a la respuesta de Castelli.74 go, t. iv, p. 465-466.75 Ibid., p. 467 (énfasis del autor).

consecuencia de la estrategia de Delle Colombe.69 Sin embargo, el exhor-tación a poner sus ideas por escrito en vez de mantener discusiones ver-bales ayuda a Galileo a salir de un punto muerto,70 ya que le ofrece la excusaperfecta para retirarse del último encuentro en la casa de Salviati, dondehabría tenido que volver a enfrentarse con el gran experimento de DelleColombe.

Asimismo, y lo que es más importante, el Discorso resulta fundamentalpara que Galileo pueda crear sus propias reglas del juego. El libro le per-mite salirse de una situación en la que, para defender su posición, deberefutar el experimento particular de Delle Colombe. En cambio, presentasu teoría como un todo coherente y así logra delimitar el campo de lascríticas que podían hacer sus adversarios en el futuro. Es más, el distan-ciamiento de Galileo en su paso de una línea argumental agresiva y per-sonalizada a una perspectiva más general y sistemática sobre el problemade la flotabilidad podía presentarse tranquilamente como una conductacientífica digna del beneficiario de un gran mecenas.71

En efecto, Galileo sabe cómo sacar ventaja de las normas de etiqueta.Por ejemplo, a pesar de haber dedicado gran parte del tratado a la refuta-ción de las opiniones vertidas por sus adversarios, en ningún momentomenciona los nombres.72 Si bien el experimento de Delle Colombe se man-tiene como una anomalía grave en la teoría galileana de la flotabilidadincluso tras la publicación del Discorso, ya no puede aspirar a ser el expe-rimento fundamental del debate. La publicación del tratado levanta elumbral de las posibles refutaciones a una teoría más articulada de la flo-tabilidad. Una vez publicado el Discorso, los rivales de Galileo se ven obli-gados a producir también ellos una evaluación integral de dicha teoría.

Esta lectura de las tácticas adoptadas por Galileo puede confirmarsemediante un análisis de la respuesta de Castelli a los ataques de Delle

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69 Ibid., t. iv, p. 66. Galileo menciona que se llevaron a cabo muchos experimentosy que Cosme presenció algunos de ellos. No queda claro si fueron los de DelleColombe o los de Galileo.

70 Ibid., pp. 30, 34-35, 65.71 Esta relación entre la posición social elevada del mecenas y la pretendida

elevación del estilo argumentativo del beneficiario coincide con lo planteado porla sociología del gusto (Pierre Bourdieu, Distinction, Cambridge, HarvardUniversity Press, 1984 [trad. esp.: La distinción: criterios y bases sociales del gusto,Madrid, Taurus, 1991]).

72 La ausencia de referencias a personas específicas podía interpretarse como unmodo de elevar el debate más allá de los ataques ad hominem, pero para Galileotambién era una manera de insultar a sus rivales al presentarlos como indignosde ser nombrados.

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Por otro lado, el reproche de Cosme II a Galileo no quiere decir que elprimero despreciara las disputas en general. Muy por el contrario, la obli-gación de participar en debates estaba incluida explícitamente en el con-trato de Galileo con los Medici.76 Pero Cosme II quería ver a su filósofo endebates adecuados, dentro de un ámbito adecuado, con rivales adecuadosy ante un público adecuado. La oportunidad para un debate de esas carac-terísticas surge en el otoño de 1611, cuando los cardenales Gonzaga y Bar-berini coinciden en la corte florentina. Este suceso marca un desplaza-miento en la disputa de la ciudad a la corte, es decir, a un espacio dondeGalileo puede ejercer un mayor control.

Si bien no existe una descripción completa de ese debate, ya que noestá registrado en el diario oficial de Cesare Tinghi, sí hay varias referen-cias y descripciones parciales en la correspondencia de Galileo y en los dis-tintos textos que componen la controversia sobre la teoría de la flotabili-dad.77 Al igual que los otros debates de la corte ya mencionados, éstetranscurre en la mesa del gran duque después del almuerzo y, como en lavisita del cardenal Perron, los cardenales invitados participan de la disputa.Barberini se pone del lado de Galileo, mientras que Gonzaga toma par-tido por su rival, el filósofo aristotélico Papazzoni. A juzgar por el conte-nido de los textos publicados posteriormente, Delle Colombe, Coresio yDi Grazia no intervienen en esta instancia. La decisión del gran duque deorganizar un debate entre Galileo y el nuevo “astro” filosófico de la Uni-versidad de Pisa, en vez de sus adversarios anteriores, le brinda al primerola posibilidad de afirmar legítimamente en el Discorso que éste no consti-tuye una respuesta a las críticas de dichos adversarios. A Delle Colombe ysu séquito nunca se les otorga un acceso directo a la nueva etapa “elevada”de la disputa. Como se verá, éstos intentan que sus opiniones lleguen a lacorte, pero no en persona, sino a través de libros.

Resulta difícil dilucidar cuál de los dos es considerado ganador en eldebate de la corte. Ciampoli, que para entonces ya era muy amigo de Gali-leo y estaba presente como miembro de la comitiva del cardenal Barberini,no duda de la superioridad de Galileo. Según él, la disputa se caracteriza

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76 go, t. x, N° 359, pp. 400-401.77 Ibid., pp. 298, 329, 331; t. xi, N° 820, pp. 453-455. Además del Discorso apologetico

de Delle Colombe, otras respuestas al Discorso de Galileo fueron: Considerazionidi Accademico Ignoto sopra il Discorso del Sig. Galilei, Pisa, Boschetti, 1612;Giorgio Coresio, Operetta intorno al galleggiare de’ corpi solidi, Florencia,Sermartelli, 1612; y Vincenzo di Grazia, Considerazioni sopra il Discorso di Galileo Galilei, Florencia, Pignoni, 1613. Las cuatro obras están reproducidasen go, t. iv.

mente porque su mecenas (que a la vez es soberano de los filósofos aris-totélicos) le “ordena” que así lo haga.

Todos los beneficiarios tenían la obligación de responder a los desafíosde los otros beneficiarios, ya fuera que representaran al mismo mecenas ono. Por eso, al principio del debate, Galileo no podía ignorar a sus inter-locutores. Algunos eran filósofos legítimos de la Universidad de Pisa y,por lo tanto, beneficiarios de su propio mecenas. Otros, como DelleColombe, no eran beneficiarios directos de los Medici, pero sí eran sus súb-ditos, y había mecenas florentinos como Salviati que los consideraban legí-timos. Por ese motivo, Galileo se aprovecha de la intervención de Cosmerepresentándola como una orden de su mecenas de abandonar el enfren-tamiento porque sus rivales no son dignos de él. De esta manera, los caba-lleros florentinos que vienen siguiendo el debate y han contribuido a quese mantenga en pie ya no pueden acusar a Galileo de haberse escapado,pues ellos también son súbditos y beneficiarios de los Medici. Galileo lograasí desviar hacia sus adversarios el desprecio del mecenas, que en realidadestaba indignado con su conducta en la disputa. Ahora bien, cuando losaristotélicos se ven desacreditados indirectamente por el gran duque, Gali-leo puede desestimarlos sin perder la legitimidad.

Sin embargo, al pedirle a Galileo que pusiera sus ideas por escrito,Cosme II no necesariamente tenía la intención de resolverle un proble -ma. Como ya se vio, el bienestar del beneficiario per se no era una cues-tión prioritaria para el mecenas. Más bien se podría pensar que Cosme IIestaba molesto por ver que su filósofo personal se había enredado en unaespecie de regateo desordenado y, según sus cánones, digno de un vende-dor de feria. Al decirle a Galileo que pusiera su teoría por escrito, no era elhonor del científico lo que buscaba proteger, sino el propio.

Ahora bien, Galileo consigue mantener el favor del gran duque y al mismotiempo controlar a sus rivales escribiendo un tratado probablemente másextenso y sistemático de lo que esperaba su mecenas y aprovechándolo tam-bién para publicar todos sus hallazgos astronómicos posteriores al Sidereusnuncius. Aunque sus adversarios escriben luego cuatro libros contra el Dis-corso (cada uno dedicado a un integrante de la familia Medici), Galileo yaha llegado a una posición tan importante en la corte como para no sentirseobligado a responderles. De hecho, hay que esperar dos años a partir delúltimo ataque para que Castelli, uno de sus beneficiarios, se ocupe de refu-tarlos. Si bien es cierto que Galileo no logra explicar el fenómeno de la ten-sión superficial, que tantos dolores de cabeza le había traído, de todas mane-ras gana, al menos por un tiempo, la batalla contra los filósofos pisanos ysus adeptos, ya que obtiene el poder necesario para ignorar sus ataques.

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Por todo esto, aunque Galileo no preside ninguna institución científicaimportante ni puede movilizar recursos institucionales contra otros mate-máticos y filósofos (tal como Newton lo haría contra Leibniz años des-pués), sí tiene algunos beneficiarios dóciles, dispuestos a soportar ciertosabusos “amistosos”.82 De hecho, si no hubiese sido el filósofo del gran duqueo si Papazzoni no hubiese sido un beneficiario tan obediente, el debatesobre la flotabilidad quizá no habría terminado tan bien para Galileo.

el discurso sobre los cuerpos flotantes

La estructura del Discorso refleja las ambigüedades presentes en las tácti-cas y percepciones de Galileo sobre el “campo de batalla”.83 Por un lado,demuestra su intención de proponer el tratado sobre la flotabilidad comoun marco paradigmático para cualquier tratamiento futuro del tema entreespecialistas. Por otro lado, indica que Galileo no está tan seguro de con-tar con el poder necesario para ignorar de lleno la disputa con los aristo-

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82 En febrero de 1611, Papazzoni le escribe una carta a Galileo para agradecerle de antemano todo lo que pueda hacer a fin de ayudarlo a conseguir el puesto en Pisa. La carta, que es todo un ejercicio de adulación, culmina con la expresiónde un “deber moral” de “exaltar a mi señor Galileo” (ibid., N° 483, p. 59). Cuatrodías más tarde, Papazzoni repite los elogios y declama: “Le aseguro que tendráuna trompeta para anunciar sus merecidas loas. Por favor, ámeme, comándeme y conserve la salud” (ibid., N° 487, p. 63). La primera carta de Papazzoni llegaacompañada de otra, firmada por Roffeni, el intermediario, quien le escribe lo siguiente: “Y le aseguro que este señor será siempre un servidor de corazón, y en caso de que la negociación se resolviese en la elección de su persona, Vuestra Ilustrísima Señoría notará los numerosos signos [de su dedicación] en todaocasión que se le presente para [venerar] su honor” (ibid., N° 482, p. 58, énfasis del autor).

83 Mientras Galileo se ocupaba de la controversia sobre la flotabilidad en Florencia,sus amigos y mecenas de Roma lo presionaban para que publicara una nuevaversión del Sidereus nuncius a fin de prevenir toda disputa de prioridad sobre sus hallazgos astronómicos más recientes (ibid., N° 572, p. 175; N° 573, p. 176). En algún momento, sin embargo, Galileo decide publicar el Discorso en vez deuna versión revisada del Sidereus nuncius, e incluir en el primero sus últimosdescubrimientos. Ahora bien, el proceso de composición de la obra lleva muchomás tiempo que el esperado, tanto por él como por sus amigos y mecenas. En una carta a Cesi con fecha de diciembre (ibid., N° 652, p. 248), Galileo le diceque el Discorso está terminado, pero éste se publica seis meses después, cuando el científico ya se encuentra totalmente sumergido en el debate sobre lasmanchas solares.

por una “gran desigualdad” (gran disuguaglianza), “ya que uno presentóargumentos agudos y evidentes, que el otro respondió con distincionesmuy sucintas y áridas en apariencia, tales como per accidens o secundumpotentiam o secundum quid”.78 El cardenal Barberini también elogia la actua-ción de Galileo, mientras que el cardenal Gonzaga no se convence con susargumentos.79 Los rivales de Galileo, por su parte, quienes parecen estarmuy bien informados acerca de lo dicho ante el gran duque, no se con-vencen para nada de que Galileo haya triunfado.

Dadas las condiciones del debate y la traba argumental presentada porel fenómeno que hoy se conoce como tensión superficial, no es extrañoque fueran posibles diversos juicios sobre el resultado de la disputa. Sinembargo, eso no era lo más importante para Galileo, ya que la legitima-ción de su teoría de la flotabilidad y de su método matemático en generalera menos relevante que el desplazamiento del debate a la corte, donde elpúblico y los mecenas apreciaban más (y digerían mejor) un buen espec-táculo que un argumento demostrativo. Es más, con la actitud ambiguaque caracterizaba a los mecenas, el objeto más perfecto y más seguro parauna presentación en la corte era un debate imposible de resolver. Y puestoque Papazzoni era beneficiario de Galileo y le debía un gran favor muyreciente, es probable que no lo haya tratado con tanta agresividad comoDelle Colombe.

La dinámica del mecenazgo también contribuye a que este debate tengaun resultado tan favorable para Galileo. En efecto, al ser el filósofo y mate-mático del gran duque, Galileo se convierte en un mecenas importantede otros filósofos y matemáticos, como lo demuestran las numerosas car-tas enviadas por sus beneficiarios después de 1610.80 Los Medici lo con-sultaban cuando tenían que contratar profesores de matemáticas y filo-sofía para la Universidad de Pisa, pero también era muy influyente enlas universidades de Bolonia y de Padua, y en la Sapienza de Roma. Gra-cias a la influencia de Galileo, por ejemplo, Cavalieri obtiene un puestoen Bolonia, Castelli consigue una cátedra en Pisa y luego otra en Roma,y Aggiunti es contratado en Pisa, al igual que Peri. Después, tras la muertede Libri, Galileo también logra que Papazzoni se quede con la prestigiosacátedra de filosofía en Pisa, favor éste que el filósofo no puede olvidarcon facilidad.81

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78 go, t. xi, N° 820, p. 453.79 Ibid., N° 684, pp. 304-305; N° 690, pp. 317-318; N° 698, p. 325; N° 711, p. 338.80 go, t. x, N° 98, 100, 106, 112, 115, 119, 179, 217, 229, 281, 282, 386, 441, 444, 445; t. xi,

N° 469, 471, 473, 474, 480, 482, 483, 488, 490, 577; t. xiv, N° 1973.81 go, t. xi, N° 464, pp. 28-29.

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demostrables, cuando en realidad recurre con más frecuencia a extensosargumentos dialécticos.85

De hecho, casi la única coincidencia entre las opiniones de Arquíme-des y las de Galileo sobre la flotabilidad es que la causa de que algunos cuer-pos sólidos se hundan en el agua tiene que ver con el peso específico supe-rior de esos cuerpos, mientras que cuando el peso específico del agua es elsuperior, los cuerpos permanecen a flote o incluso ascienden desde el fondosi se los hunde a la fuerza.86

En realidad, tras presentar las definiciones de peso absoluto y peso espe-cífico, Galileo comienza a traspasar los límites de la hidrostática y la teo-ría de Arquímedes sobre la flotabilidad para meterse en dinámica, que esel campo de sus rivales filósofos. Con ese fin, introduce la noción demomento: un principio que dice haber adoptado de las ciencias mecáni-cas.87 Para justificar esa novedad, sostiene que da cuenta de un aspecto dela flotabilidad que Arquímedes no contempla: la relación entre el tamañodel recipiente y la profundidad a la que se hunde el cuerpo flotante.

Según lo indican los últimos estudios sobre la mecánica galileana, enella se intenta pasar permanentemente de la dinámica a la estática (y de lamatemática a la filosofía) usando el concepto de momento como eslabónentre ambas ramas de las ciencias mecánicas.88 Sin embargo, los intentos

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85 “Vuestra Señoría sabe que yo no soy peripatético ni estoy loco, pero me parecelícito decirle con mi libertad de siempre que estoy asombrado de que hayaescrito sobre esta materia en forma de discurso y que, al responderle a aquellosque de ella no saben nada, casi haya puesto en dificultades a la verdad patente ydemostrada, dándole reputación a los errores filosóficos del presente” (go, t. xi,N° 701, p. 330).

86 Ibid., t. iv, p. 67. La traducción al inglés es de Stillman Drake, Cause,experiment..., op. cit., p. 26.

87 Los dos principios de Galileo son los siguientes: 1) “Dos objetos de igual pesoabsoluto movidos a la misma velocidad tienen la misma fuerza y el mismomomento”; y 2) “El momento y la potencia del peso se ven incrementados por lavelocidad de movimiento, de manera tal que a igual peso absoluto y distintavelocidad, la potencia, el momento y la fuerza son desiguales, a razón de unavelocidad contra otra” (go, t. iv, p. 68. La traducción al inglés es de StillmanDrake, Cause, experiment..., op. cit., pp. 29-31).

88 Sobre el concepto de momento y sus connotaciones dentro de la dinámica,véanse Paolo Galluzzi, Momento, op. cit., pp. 153-259, 287, 343, 353; William Shea,Galileo’s intellectual revolution, op. cit., p. 23; Winifred L. Wisan, “The new scienceof motion: A study of Galileo’s ‘De Motu Locali’”, en Archive for History of ExactSciences 13, 1974, pp. 222-229; 292, 297; Thomas B. Settle, “Galilean science...”, op.cit., pp. 157-247, esp. pp. 226-234; Adriano Carugo y Ludovico Geymonat, “Note”,en Galileo Galilei, Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno a due nuovescienze, Turín, Boeringhieri, 1959, pp. 724-726; Richard S. Westfall, “The problem

télicos y hacer de cuenta que su obra no es una respuesta a Delle Colombey compañía.

Estas ambigüedades también se detectan en el contenido del Discorso,que comienza como un tratado al estilo de Euclides pero enseguida se trans-forma en un ataque dialéctico contra las opiniones de sus adversarios, puntopor punto. En efecto, lo que ataca son esas opiniones, pero nunca men-ciona a dichos rivales por su nombre. En un párrafo incluso sostiene que,dada la ridiculez de sus teorías, les está haciendo un favor al no revelar losnombres.84 Para borrar el vínculo entre el debate y el Discorso de 1612 peroal mismo tiempo cumplir con la obligación de responder a sus adversarios,Galileo adopta una estrategia retórica muy interesante: no sólo omite men-cionar a sus verdaderos rivales, sino también convierte en su principal inter-locutor a Francesco Bonamico, un filósofo aristotélico de Pisa que ya habíafallecido.

De esta manera, logra que Bonamico represente a sus críticos reales yevita las desventajas de que su Discorso quede relacionado directamente conellos. Por su prestigio como comentarista de Aristóteles, Bonamico consti-tuye un contrincante adecuado para Galileo. Desafiándolo a él, Galileo nobaja el nivel de la disputa ni reduce su propio prestigio, lo que sí hubieraocurrido en caso de desafiar a un filósofo tan poco distinguido como DelleColombe. A diferencia de éste y sus compañeros, Bonamico había sidoversado en matemáticas y hasta había propuesto una refutación de la teo-ría arquimediana sobre la flotabilidad en el quinto tomo de De motu. Ade-más, sus hipótesis sobre el tema constituían una suma coherente de las posi-ciones fragmentarias presentadas por Delle Colombe y sus colegas.

La resurrección de Bonamico no es el único artificio retórico que Gali-leo usa en el Discorso. Si bien no cabe duda de que admira profundamentea Arquímedes, el contenido y las hipótesis metodológicas del Discorso y eltratado del griego sobre los cuerpos en los fluidos no son tan semejantescomo para justificar su pretensión de continuidad. Al parecer, Galileopresenta su obra como más arquimediana de lo que realmente es paraque la autoridad del griego respalde su propio análisis sobre la flotabili-dad. Además, el tratado de Arquímedes sobre el equilibrio de los cuerposen los fluidos es más sistemático y contiene muchas más proposiciones queel texto de Galileo. En cierto sentido, el Discorso se acerca más a un ataquepolémico contra los rivales de su autor que a un tratado matemático-deduc-tivo y sistemático sobre la flotabilidad. Como enseguida lo advierte Sagredo,Galileo hace de cuenta que está escribiendo sobre cuestiones prácticas y

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84 go, t. iv, p. 73.

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debate que se da tras la publicación del Discorso no sólo gira en torno alas condiciones de equilibrio de los cuerpos en los fluidos, sino también alas teorías del movimiento en general.

Como ya se ha mencionado, Galileo incluye el nuevo concepto demomento para arreglar lo que él considera deficiente en la teoría arqui-mediana de la flotabilidad. Si bien coincide con Arquímedes en que la flo-tabilidad se relaciona básicamente con la diferencia de peso específico entreel objeto y el medio, disiente con la afirmación de que un cuerpo conpeso específico menor al del agua se sumerge en ella hasta desplazar unacantidad de agua de peso igual al suyo. Según Galileo, los cuerpos se hun-den menos y desplazan menor cantidad de agua. Para él, la inmersión sedetiene apenas el agua (que el objeto empuja hacia arriba) alcanza la alturaen la cual el peso del volumen de agua equivalente al volumen inmersodel cuerpo es igual que el peso total de dicho cuerpo. En caso de usar unrecipiente apenas más grande que el objeto sólido, se puede observar queal alcanzar el punto de equilibrio (es decir, de flotabilidad), el cuerpo hadesplazado una cantidad de agua mucho menor que su propio peso por-que el agua se eleva considerablemente. Galileo compara este ejemplocon el de los dos cilindros conectados de diferente diámetro que se ven enla figura 13. La disminución del nivel de agua en el más grande produceun aumento marcado del nivel de agua en el más pequeño.

Gracias al efecto que produce el tamaño del recipiente, un objeto pesadopuede flotar en un volumen de agua cuyo peso absoluto es mucho menor.En términos de Galileo, un barco puede flotar en un barril de agua siem-pre y cuando se construya el recipiente adecuado. Y a la inversa, cuandolos recipientes son de gran tamaño (como el océano), los objetos que sesumergen en ellos no generan un aumento importante en el nivel del agua,mientras que, si se toma el nivel del mar como referente, dichos objetosdeben hundirse a gran profundidad para alcanzar el punto de equilibrio.En síntesis, el problema de Arquímedes según Galileo es que no contem-pla la interacción entre el cuerpo que se hunde y el nivel del agua, fenó-meno éste que se torna bastante evidente el trabajar con recipientes detamaño relativamente pequeño.

Haciendo extensivo su análisis al efecto de los recipientes, Galileo se lasarregla para reducir la teoría de la flotabilidad a uno de sus modelos pre-feridos de la mecánica: el de la balanza o palanca.91 De esta manera, com-para los desplazamientos verticales de los objetos y el agua con los de dospesas colocadas en ambos extremos de una balanza. En especial demues-

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91 Paolo Galluzzi, Momento, op. cit., pp. 70-79.

de usar el momento para conectar el concepto de momentum velocitatis(perteneciente a la dinámica) con el de momentum gravitatis (pertenecientea la estática) resultan en vano, y en el último tratado sobre mecánica (lasConsideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias de1638) Galileo adopta un enfoque más cinemático. No obstante, la adopciónde este enfoque no tiene su origen en una decisión metodológica de igno-rar las causas del movimiento natural, sino en la imposibilidad de inser-tarlas en un marco matemático. El enfoque cinemático de las Considera-ciones (y tal vez la demora deliberada de su publicación) indica que Galileono logra llegar a la altura del título de filósofo que tanto valora. La inves-tigación matemática de las causas verdaderas del movimiento le es ajena.

Sin embargo, al escribir el Discurso sobre los cuerpos flotantes de 1612, Gali-leo aún no ha renunciado a su interés por la dinámica. Por el contrario, entanto filósofo del gran duque, tiene la posibilidad de legitimarlo. Cuandosus contrincantes aristotélicos ven los dos principios sobre el momentoque Galileo incluye en el Discorso, enseguida advierten que, tras la panta-lla de la flotabilidad, en realidad pretende mostrarse a la altura de su nuevotítulo, presentando los fundamentos de una nueva teoría general de losmovimientos sublunares.89 El Académico Anónimo y Vincenzo di Graziaen particular cuestionan la atribución de un nuevo significado al conceptode momento, que podría concebirse como una heterodoxia semántica pro-pia del programa filosófico no convencional que tiene Galileo.90 Es más, el

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of force in Galileo’s physics”, op. cit., pp. 67-95; y Edith Dudley Sylla, “Galileo and the Oxford calculatores”, en William A. Wallace (ed.), Reinterpreting Galileo,Washington, Catholic University of America Press, 1986, pp. 53-108, esp. p. 88.

89 go, t. iv, pp. 156-157. El siguiente fragmento demuestra que Galileo no hablasimplemente de la flotabilidad: “No me consideraría a mí mismo incapaz desostener con todo su valor de verdad la frase de Platón y de otros que nieganabsolutamente la levedad y afirman que en los cuerpos elementales no existeprincipio intrínseco de movimiento alguno salvo el dirigido hacia el centro de la Tierra y que no hay causa alguna para el movimiento ascendente queparece natural salvo el desplazamiento del medio fluido originado por el cuerpomás pesado [que se mueve hacia abajo]. Considero que la opinión contraria de Aristóteles puede refutarse por completo y, de ser necesario, lo haría aquímismo, siempre y cuando no implicara una digresión demasiado extensa en un tratado tan breve” (ibid., pp. 85-86). En realidad, el borrador del Discorsopresenta este punto como un supuesto de la física: “Doy por sentado uno de losdos axiomas siguientes y supongo [...] que gracias al orden natural de las cosas,los objetos más pesados quedan por debajo de los más livianos y toman esaposición salvo que se los restrinja” (ibid., p. 36).

90 Ibid., pp. 159, 385, 387-388. Véase también Paolo Galluzzi, Momento, op. cit., pp. 240-246.

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se encuentran en equilibrio aunque su peso sea diferente pues, al igual queen la balanza de brazos desiguales que comienzan a moverse apenas seaplica un peso infinitesimal o una fuerza externa a alguno de ellos, el pesomás liviano puede equilibrar al más pesado porque (con un brazo máslargo) se mueve a una velocidad tangencial superior. Según la teoría deGalileo, el punto de equilibrio de toda balanza o palanca se da cuando elmomento (es decir, el producto del peso por la velocidad) es el mismo deambos lados.

Con la inclusión de la velocidad y del momento en la teoría de la flota-bilidad mediante sus consideraciones sobre la velocidad virtual en la “palancahidráulica”, Galileo pretende ponerse a la altura de su título de filósofo. Almismo tiempo, esto le permite revisar su teoría anterior sobre la caída libre(presentada en el manuscrito De motu antiquiora), que nunca se habíapublicado debido a ciertas falencias graves en la explicación del movimientouniformemente acelerado.92 Como la disputa se centra en las condicionesde equilibrio más que en la velocidad y la aceleración de los cuerpos cuandose sumergen en un medio determinado, esas falencias de la teoría galileanano quedan en primer plano. Es más, la viscosidad y la densidad del aguareducen la velocidad del cuerpo que se sumerge y, por lo tanto, hacen menos

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92 Sobre ese manuscrito, véase Raymond Fredette, “Galileo’s ‘De Motu Antiquiora’”,en Physis 14, 1972, pp. 321-348.

tra que la relación entre el desplazamiento vertical descendente del cuerpoy el aumento en el nivel del agua equivale a la relación entre la superficiedel recipiente y la base del cuerpo sólido. Cuando el cociente entre la super-ficie del recipiente y la base del cuerpo es mucho menor a dos, un objetoque se sumerge cinco centímetros empuja el agua hacia arriba muchomás que cinco centímetros, hasta alcanzar la condición de equilibrio. Ensíntesis, una cantidad relativamente reducida de agua puede equilibrar aun cuerpo mucho más pesado siempre y cuando el recipiente que la con-tenga sea pequeño. Esto se puede comparar con el caso de la balanza debrazos desiguales, en que se alcanza el punto de equilibrio entre un objetomuy pesado y otro más liviano cuando se coloca el primero en el brazo máscorto y el segundo en el brazo más largo (figura 14).

Esto explica por qué Galileo considera que la velocidad y, por exten-sión, el momento, constituyen una dimensión fundamental de la flotabi-lidad y del punto de equilibrio en la balanza. En el ejemplo anterior, lavelocidad de ascenso del agua es superior a la velocidad descendente delcuerpo. Básicamente, Galileo transfiere la noción de velocidad virtual delas balanzas con brazos desiguales a los desplazamientos verticales del aguay del cuerpo flotante. Por lo tanto, puede sostener que el agua y el cuerpo

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Figura 13. Cuando el nivel del agua en el cilindro más grande baja de gh a qo,

se produce un aumento en el nivel del agua del cilindro más pequeño, que sube

de l a ab. En go, t. iv, p. 78.

d

a c b

e

Figura 14. Aunque los brazos de la balanza sean desiguales, los cuerpos de a y b

se desplazan por los arcos ad y be en la misma cantidad de tiempo que tarda la

oscilación de la balanza. Todo cambio en la posición de la balanza hará que el

peso atado al brazo más largo se mueva más rápido que su contrapeso, como

sucede con el agua que se encuentra en el cilindro más pequeño del recipiente

ilustrado en la Figura 13. Reproducido de go, t. ii, p. 163.

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la articulación de una situación sin salida

Al final de su tratado Acerca del cielo, Aristóteles escribe que “Las figurasno son causas del trasladarse sin más hacia arriba o hacia abajo, sino dehacerlo más rápido o más lentamente”.94 Ahora bien, a esta afirmación deapariencia galileana enseguida se le agregan ciertos matices. Aristótelesobserva que los cuerpos pesados, como el plomo, pueden flotar si se losaplana lo suficiente como para cubrir un área extensa de la superficie delagua, mientras que los objetos más livianos y más pequeños pueden hun-dirse. A raíz de esto, Aristóteles llega a la conclusión de que la flotabilidaddepende de que el peso del cuerpo no supere la resistencia del agua.

Si bien este ejemplo se refiere únicamente al caso de los cuerpos sobreel agua, refleja la estructura general de la teoría aristotélica del movimiento:un cuerpo se mueve naturalmente en un medio determinado cuando latendencia de sus elementos a alcanzar su lugar natural vence la resisten-cia del medio. En este marco, se considera que la velocidad es proporcio-nal al cociente entre la fuerza generadora del movimiento y la resistenciadel medio. La omnipresencia de la materia en el universo y el supuestode que siempre existe una resistencia en el medio son dos preceptos fun-damentales del sistema aristotélico. Entre otras cosas, éstos eliminan laposibilidad de la velocidad infinita, un concepto que resulta peligroso enun universo finito como el de Aristóteles. La resistencia del medio cons-tituye un supuesto necesario para preservar algunos principios básicos dedicho sistema y, por lo tanto, los aristotélicos no pueden renunciar a élcon facilidad.95

Ahora bien, para aceptar la teoría galileana de la flotabilidad, los filó-sofos deben renunciar precisamente a eso. Como sostiene Galileo en suargumentación contra Bonamico, la causa de la flotabilidad no tiene nadaque ver con la resistencia del medio.96 Lo que determina si un cuerpoflotará o no es la diferencia de peso específico (gravità per ispecie) ente elcuerpo y el medio. La resistencia de este último sólo incide en la veloci-dad a la cual se hundirá o saldrá a flote el objeto.97 La teoría galileana dela flotabilidad niega absolutamente la función de la resistencia del mediocomo factor determinante de las condiciones de movimiento. Galileo

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94 Aristóteles, On the Heavens, trad. al inglés de W. K. C. Guthrie, Londres,Heinemann, 1939, pp. 366-369 [la cita corresponde a la edición en español:Acerca del cielo, Meteorológicos, Madrid, Gredos, 1996, p. 222].

95 go, t. iv, p. 415.96 Ibid., pp. 81, 86-87, 103, 126.97 Ibid., pp. 33-34, 44-45, 50, 91-92, 96.

visible su aceleración. La creación del Discorso le otorga a Galileo la posi-bilidad de reformular y reunir varias ideas en materia de mecánica queviene elaborando desde principios del decenio de 1590 y presentarlas en unmarco más favorable que minimiza sus defectos. A su vez, ese marco tam-bién le permite al autor presentarse como filósofo y postular su teoría dela flotabilidad en tanto teoría filosófica.93

No obstante, al adoptar esta estrategia, Galileo intensifica la confronta-ción con los aristotélicos. De repente, sus adversarios no tienen que refu-tar una proposición simple y específica sobre la flotabilidad (que se enmarcadentro de las disciplinas matemáticas), sino un texto que puede aparecercomo una teoría encubierta de los movimientos sublunares. Es más, al arti-cular los contenidos filosóficos de su teoría en la supuesta controversia conBonamico, Galileo se va metiendo cada vez más en esferas que los filóso-fos consideran exclusivas de su propia jurisdicción, como por ejemplo, laestructura de la materia.

La articulación de las ideas de Galileo sobre la flotabilidad pone en pri-mer plano las diferencias fundamentales entre su concepción del mundoy la de los filósofos, además de generar un impasse en la comunicación entreambas partes. Si el intercambio anterior ya había acabado en una especiede callejón sin salida, la transición de lo performativo a lo escrito no resuelvesino que agrava esa situación, con lo cual el resultado de la disputa dependeaun más que antes del veredicto de Cosme II. A continuación se presentaun breve recorrido de las diferencias irresolubles entre Galileo y los aris-totélicos en materia de movimiento, clasificación de las causas, impor-tancia de las pruebas empíricas y otros temas, como la estructura de lamateria y el fenómeno de la tensión superficial.

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93 Sin embargo, no queda del todo clara la relación entre esa teoría de laflotabilidad y las hipótesis de Galileo sobre la caída libre, formuladas durante la misma época. Tal vez esto explique por qué los especialistas en mecánicagalileana mostraron tan poco interés por ese texto, con la excepción de Settle y Galluzzi. Ahora bien, lo que sí queda claro es la relación entre el Discorso y elTrattato delle mechaniche, una obra inédita que Galileo escribió en 1599 y quemenciona el concepto de momento. Como es sabido, Galileo presenta allí unprimer enunciado imperfecto de su ley de caída libre, sobre la cual seguirátrabajando hasta 1638, cuando se publican las Consideraciones y demostracionesmatemáticas sobre dos nuevas ciencias. A pesar de la revisión de variosmanuscritos hasta entonces ignorados y del desarrollo de un debate intensoentre los especialistas en mecánica galileana, la elaboración de esa idea entre 1604 y 1638 continúa siendo materia de hipótesis bien sustentadas y argumentadas.

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Como lo admite Galileo, el experimento de Delle Colombe se adapta muybien a la doctrina aristotélica.101

A diferencia de lo que opinan algunos historiadores modernos sobre ladisputa,102 los aristotélicos no evaden el punto principal con objecionesde poca relevancia. La interpretación que presenta Delle Colombe sobresu propio experimento es correcta desde el punto de vista lógico y empí-ricamente razonable en sus propios términos. La Liga no se adjudica la capa-cidad de predecir las condiciones de flotabilidad de distintos medios, pesosy formas; simplemente sostiene que si un cuerpo más pesado que el aguaflota sobre ella, esto se debe a su forma.

Lo que temen los seguidores de Aristóteles no es una refutación del expe-rimento (que resulta casi imposible de impugnar si se cumple con las reglasdel juego), sino las consecuencias que pueden tener las afirmaciones deGalileo sobre la cosmología aristotélica. En efecto, si la flotabilidad no esresultado directo de la supuesta levedad innata del cuerpo causada por sucomposición sino que se produce porque el medio de peso específico supe-rior cae hacia el centro de la tierra, entonces la noción misma del movi-miento natural queda en duda. Como sostiene el Académico Anónimo, siGalileo tiene razón, entonces todos los movimientos ascendentes son anti-naturales.103 La flotabilidad dejaría de ser resultado de la tendencia natu-ral de los cuerpos y, en términos de Galileo, sería causada por el empujede otros cuerpos que se mueven hacia abajo. En síntesis, existiría sólo untipo de movimiento natural (el descendente), compartido por todos losobjetos, independientemente de su composición.

La tesis de Galileo es devastadora no sólo para la teoría aristotélica delmovimiento y del cambio basada en los elementos, sino también para elconcepto aristotélico de la demostración. De hecho, los aristotélicos con-ciben a la flotabilidad como un modo de movimiento natural que a vecesse detiene a causa de la forma del cuerpo, mientras que Galileo restringeesa noción de movimiento natural y, por lo tanto, cuestiona la taxonomíade las causas que sus rivales han desarrollado dentro de un marco cosmo-lógico propio. Dado el vínculo estrecho entre la causalidad natural y lademostración lógica en Aristóteles, para los adversarios de Galileo su teo-ría no sólo postula causas diferentes, sino que pone en cuestión el conceptomismo de causalidad. En efecto, Galileo es totalmente consciente de eso.Como escribe a uno de sus discípulos:

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101 Ibid., p. 90.102 Stillman Drake, Cause, experiment..., op. cit., pp. xix-xx.103 go, t. iv, p. 157.

puede aceptar la relación entre la velocidad y la resistencia a la vez queniega el vínculo entre ésta y el movimiento, pero los aristotélicos no pue-den hacer lo mismo porque, según su teoría del movimiento, tanto la posi-bilidad de movimiento como la velocidad están conectadas con la resis-tencia. Se podría afirmar que a raíz de eso descartan de manera sistemáticala distinción que efectúa Galileo y lo critican por sostener (supuestamente)que el medio no opone resistencia al movimiento. Las categorías aristo-télicas reducen a una las dos proposiciones diferentes de Galileo sobre lafunción de la resistencia en las condiciones del movimiento y en relacióncon la velocidad.98

A diferencia de Galileo, Aristóteles y la Liga (como se autodenominanlos aristotélicos) asignan la causa fundamental de la flotabilidad a los ele-mentos que componen los cuerpos. Si un cuerpo está compuesto princi-palmente por el elemento “tierra”, entonces se hunde en el agua hacia elcentro de la tierra. Si un cuerpo contiene una gran proporción de aire, flotasobre la superficie del agua. Y en los casos donde predomina el fuego, loscuerpos tienden a ascender hacia la esfera lunar.99 Según la terminologíaaristotélica, la composición de los cuerpos es la causa per se (o simpliciter)del movimiento. La forma del cuerpo no es la causa principal del movi-miento, pero puede ser una causa per accidens o secundum quid de su reposo.Como Aristóteles afirma en Acerca del cielo, hay casos en que la forma delcuerpo, junto con el peso y la resistencia específica del medio, hace que elcuerpo flote. La forma constituye entonces una causa secundaria de laflotabilidad, que cobra importancia sólo en ciertas condiciones.

A juzgar por las respuestas de los peripatéticos al Discorso de Galileo, latesis aristotélica puede resumirse en la siguiente frase: “La forma de loscuerpos es una causa secundum quid de la flotabilidad” (o sea, de su repososobre el agua).100 Para ellos, la forma no constituye una causa del movi-miento vertical ascendente del cuerpo desde el fondo del recipiente, ya quedicho movimiento está determinado únicamente por la composición delobjeto. Esto es así porque, como se verá más adelante, a la superficie delagua se le atribuyen propiedades distintas de las de su interior. La conductade la esfera y la planchuela de ébano en el experimento de Delle Colombeofrecen todas las pruebas que los aristotélicos necesitan para respaldar suposición. Se trata de cuerpos compuestos del mismo material y con igualpeso, pero con formas diferentes. En consecuencia, uno flota y el otro no.

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98 Ibid., pp. 412-413.99 Ibid., pp. 85-86.

100 Ibid., pp. 28, 43-45, 86, 96, 174, 212, 329, 337, 403, 420.

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El siguiente fragmento demuestra que Di Grazia, por ejemplo, es muyconsciente de esa incompatibilidad metodológica:

En cuanto a las cosas que se presentan ante los sentidos y que vemoscontinuamente, él quiere demostrarlas con razones matemáticas; encuanto a las cosas donde los sentidos no llegan o llegan repletos de imper-fecciones, él insiste en explicarlas con los sentidos, como sucede con lascavidades de la luna, las manchas del sol y miles de otras cosas simila-res. En esos casos, se debería hacer lo contrario. De hecho, son super-fluas las razones cuando se puede hacer la experiencia, mas donde lossentidos no llegan, es necesario corregirlos y ayudarlos con las razones.107

Como se puede observar, tanto la tesis de Galileo sobre la flotabilidad comolos postulados de los aristotélicos presentan un vínculo estrecho con lasrespectivas teorías más generales sobre el movimiento, la causalidad, laestructura del cosmos y el papel de las matemáticas dentro de ella. Galileoprocura en todo momento que su opinión se perciba como una teoríacon consecuencias cosmológicas y dimensiones dinámicas fundamenta-les. Resulta interesante que Di Grazia, remiso a legitimar cognitivamentela experiencia matemática de Galileo, sostenga de todos modos que su teo-ría sugiere la existencia de una cosmología propia con sus correspondien-tes principios cosmológicos, aunque sin presentar ninguno de ambos.108

La incompatibilidad entre las categorías galileanas y las aristotélicasvuelve a surgir cuando se analizan las ideas respectivas sobre la estructurade la materia. Desde la versión preliminar del Discorso, Galileo consideraque el agua está compuesta por partículas.109 Esto aparece verificado en laversión final del dicho texto y analizado con mayor profundidad en unacarta posterior para Tolomeo Nozzolini.110 Según Galileo, la estructuradel agua es análoga a la de un metal reducido a estado líquido por la acción

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107 Ibid., p. 436.108 Di Grazia cierra sus Considerazioni con una crítica a Galileo por no haber

publicado aún el libro sobre los principios y fundamentos de su filosofía, que ya había anunciado. Véase ibid., p. 439.

109 Ibid., pp. 27-28.110 Ibid., pp. 26-27, 103, 105-106, 301, nota 1. La carta de Galileo a Nozzolini confirma

la dinámica de mecenazgo que ya se ha descrito. En efecto, Nozzolini había sidoprofesor particular del joven príncipe Cosme en el último decenio del siglo xvi

(asf, “Depositeria generale 389”, fol. 47v) y es probable que siguiera teniendouna relación estrecha de mecenazgo con él. Por lo tanto, Galileo no podíaignorar una consulta de su parte, porque si no respondía, Nozzolini podíapresentarle sus quejas al gran duque.

Existe una sola causa verdadera y propia de la flotabilidad, conocida pormí y por otros, que no admite distinciones tales como per se, per acci-dens, proprie vel improprie o absolute vel respective. Sólo necesitan recu-rrir a esas distinciones como ayuda aquellos que no poseen un conoci-miento completo de las causas verdaderas, propias e inmediatas de losproblemas filosóficos que se les presentan.104

Siguiendo la misma línea, Galileo acusa a Bonamico de no aportar la causainmediata sino la causa de la causa para el fenómeno de la flotabilidadcuando se refiere a las propiedades de los cuatro elementos.105

La crítica de Galileo al razonamiento aristotélico resulta aceptable sólopara aquellos que aprueban su concepto de causalidad y la cosmologíacorrespondiente. En principio, Galileo revierte el vínculo causal que losaristotélicos trazan entre elemento de composición y flotabilidad. Para él,lo único que se puede observar es un cuerpo que flota o se hunde en unmedio determinado. Mientras que los aristotélicos postulan la deducciónde que un cuerpo contiene más aire que agua o tierra y, por lo tanto, debeflotar sobre el agua, Galileo la reemplaza por la siguiente afirmación: “Uncuerpo flota sobre determinado fluido; por lo tanto, su peso específico esmenor al del fluido”. De esta manera, la flotabilidad deja de ser un efectode la composición elemental de los cuerpos y, como lo demuestra Galileocon su Bilancetta, se transforma en una especie de instrumento que sirvepara medir una propiedad matemática como es la densidad de los obje-tos.106 Para Galileo, su explicación de la flotabilidad tiene el estatus de unprincipio ontológico más que de un efecto. En consecuencia, hasta el pro-pio vocablo “flotabilidad” tiene significados distintos para uno y otro bando.

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104 Ibid., p. 299. En la respuesta de Castelli se presenta una crítica similar de laclasificación aristotélica de las causas: “Él [Galileo], sin tener necesidad de recurrira las causas primarias, secundarias, instrumentales, esenciales, accidentales,relacionadas con la forma, la sequedad, la resistencia a los medios continuos, laviscosidad, la flexibilidad, la dureza, las superficies descubiertas, el disenso, launtuosidad, las circunstancias, la materia calificada, los términos hábiles ni otrascientos de quimeras (que son vuestro refugio), explica todo con una solaconclusión, simple y real, exenta de toda limitación y distinción” (ibid., p. 580).

105 Ibid., p. 87.106 “Pero ¿quién no sabe que la verdadera causa es la inmediata y no la mediata?

Es más, la gravedad aporta una causa muy notoria para los sentidos, con lo cualpuede determinarse muy fácilmente si el ébano, por ejemplo, y el abeto, son más o menos pesados que el agua. Pero ¿quién puede manifestar si en ellospredomina el aire o la tierra? Por cierto, no hay experimento mejor que ver si flotan o se van al fondo” (ibid., p. 87).

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fuerza exterior infinitesimal), entonces ese medio debe ofrecer apenasuna resistencia infinitesimal al movimiento cuando se lo mueve a una velo-cidad de las mismas características.115 Ese momento infinitesimal sólo nece-sita causar un desplazamiento mínimo de las partículas, de a una por vez.116

A la inversa, la teoría galileana del movimiento pierde toda validez si elmedio opone una resistencia finita, ya que eso neutralizaría el efecto detodo momento infinitesimal.117

Mientras que los aristotélicos presentan una teoría del movimientobasada en fuerzas y resistencias finitas, Galileo descarta la existencia deumbrales de fuerza y resistencia. Según él, se podía tirar de un barco conun cabello siempre y cuando la velocidad de traslado fuera infinitamentelenta.118 Se podría pensar que Galileo concibe el movimiento sobre la super-ficie de un líquido (o el movimiento de un cuerpo en un medio con unpeso específico igual al suyo) como un fenómeno relacionado con su nociónde “indiferencia al movimiento”.

Como ya se sabe, Galileo distingue tres tipos de movimientos básicos:el natural (orientado hacia el centro de la tierra e impulsado por el peso),el violento (orientado hacia arriba y causado por una fuerza externa) y elindiferente (orientado en sentido horizontal, sin causas naturales ni fuer-zas violentas). Muchos autores sostienen que la indiferencia al movimiento,un concepto que aparece en varias de sus obras, es un germen de la nociónde inercia. En la segunda carta sobre las manchas solares, escrita unos mesesdespués que el Discorso, Galileo describe la indiferencia al movimiento:

Retirados todos los impedimentos externos, un cuerpo pesado y apo-yado sobre una superficie esférica y concéntrica a la Tierra será indife-rente al reposo y al movimiento hacia cualquier parte del horizonte, yse mantendrá en el mismo estado en que haya sido puesto inicialmente;es decir, si se lo ha colocado en estado de reposo, conservará ese estado,y si se lo ha puesto en movimiento, por ejemplo, hacia occidente, se man-

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115 go, t. iv, p. 86.116 Esto no deja de ser válido si se explica la cohesión interna del agua en

comparación con un conjunto de imanes lisos y esféricos. En efecto, se podríapensar que el empuje del cuerpo aplicado sobre dos átomos que se resisten a sumovimiento equivale al empuje ejercido sobre éste por otros dos átomos que seunen en el extremo contrario.

117 Para otra interpretación sobre el surgimiento del atomismo galileano durante eldebate acerca de la flotabilidad, véase William Shea, “Galileo’s atomichypothesis”, op. cit., pp. 14-15; y Galileo’s intellectual revolution, op. cit., p. 29.

118 go, t. iv, pp. 104, 107.

de los ignicoli (los átomos de fuego) que, como cuchillos diminutos, pue-den penetrar en los intersticios microscópicos que dividen las partículasdel cuerpo y destruir la cohesión que existe entre dichas partículas graciasal horror vacui o miedo de la naturaleza al vacío.111

Las ideas de Galileo sobre la estructura de la materia no se agotan en eltratamiento que de ellas se hace dentro del Discorso, sino que vuelven aaparecer con algunas modificaciones en El ensayador y especialmente enDos nuevas ciencias.112 Al escribir el Discorso, Galileo considera que losátomos de fuego son quanti e indivisibles. Además, piensa que el agua yotros fluidos están compuestos de partículas divisibles.113 En consecuencia,debe confrontar el problema de la cohesión, que más adelante también pre-ocuparía a Descartes. Si los fluidos no son cuerpos continuos sino que estáncompuestos de partículas contiguas, ¿cómo es posible que, a diferencia delos gases, aun tengan cierto grado de cohesión? Para responder esta pre-gunta, Galileo compara el agua con una formación de imanes lisos y esfé-ricos. A semejante conjunto de imanes se le podría dar distinta forma confacilidad haciendo girar los puntos de contacto, pero éstos no perderían sumagnetismo, que a su vez generaría una dificultad para separarlos.114

La concepción atomista del agua resulta crucial para la validez de la teo-ría galileana sobre la flotabilidad. Más precisamente, existe una relaciónfundamental entre dicho atomismo y la teoría del movimiento que Gali-leo postula basándose en el concepto de momento. Si el movimiento enlos líquidos se puede generar con un momento infinitesimal (producidopor una diferencia mínima de peso específico o por la aplicación de una

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111 Galileo Galilei, Two new sciences, trad. al inglés de Stillman Drake, Madison,University of Wisconsin Press, 1974, pp. 27-28 [trad. esp.: Dos nuevas ciencias,Planeta-De Agostini, Barcelona, 1996].

112 Véanse Ugo Baldini, “La struttura della materia nel pensiero di Galileo”, en Dehomine 57, 1976, pp. 91-164; William Shea, “Galileo’s atomic hypothesis”, op. cit.,pp. 13-27; y Galileo’s intellectual revolution, op. cit., pp. 27-31 y 98-106. Lashipótesis atomistas de Galileo también están muy presentes en Pietro Redondi,Galileo heretic, Princeton, Princeton University Press, 1987. Sobre el desarrollo delas teorías atomistas desde la Grecia antigua hasta la modernidad, véase AndrewG. Van Melsen, From atomos to atom, Pittsburgh, Duquesne University Press,1952 [trad. esp.: Ayer y hoy del átomo, Buenos Aires, Sudamericana, 1957].

113 Según Galileo, al igual que los demás cuerpos físicos, las partículas necesitan un“cuchillo” que las corte y, por lo tanto, no se puede concebir una partícula máspequeña que la hoja del cuchillo más pequeño. Para él, esas hojas son los átomosde fuego.

114 Más adelante se verá por qué Galileo no podía seguir la teoría atomista de losgriegos que explica la cohesión como resultado de un ensamble entre losátomos.

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Dada la relación que establece Galileo entre el movimiento y la estruc-tura de la materia, no puede aceptar la hipótesis aristotélica de que losfluidos presentan una resistencia finita al movimiento. Por lo tanto, la con-ducta de la superficie acuática se convierte en un problema mayúsculopara la teoría galileana de la flotabilidad y su concepción atomista de lamateria. En efecto, dicha conducta se puede tomar como prueba de quela resistencia que el agua ofrece a los cuerpos flotantes no es para nadainfinitesimal. Asimismo, esto demostraría que, al menos en la superficie,el agua no responde como una entidad compuesta de partículas contiguassino más bien como una entidad de composición continua. Resulta inte-resante que el único postulado de Arquímedes en su tratado Del equili-brio de los cuerpos en los fluidos presente una concepción de los fluidosen tanto “continuos” (probablemente utilizado como sinónimo de “isó-tropos”).121 En efecto, lo que le interesa al griego es la hidrostática más quela causa del movimiento de los cuerpos en el agua y, por ende, no nece-sita supuestos adicionales sobre la estructura de la materia, a diferenciade Galileo.

El vínculo inseparable entre el debate sobre la teoría de la flotabilidady la polémica sobre la estructura de la materia queda expuesto con totalclaridad cuando se observa que la teoría aristotélica de la flotabilidadtambién da por supuesta una noción específica de la estructura de la mate-ria, opuesta a la de Galileo. Los filósofos de la Liga critican la concepciónatomista de Galileo sobre la estructura del agua con firmeza y con ciertarepetición un tanto histérica.122 No sólo comprenden la simbiosis entre lateoría de la flotabilidad de Galileo y su atomismo, sino que también se sien-ten obligados a detener la amenaza atomista (y el correspondiente valordel vacío) que pone en peligro su propia concepción del mundo.123 En sime-tría, la idea de continuidad de la materia se adapta muy bien a la explica-ción aristotélica de la flotabilidad. En primer lugar, la noción de un mediocontinuo se combina con la necesidad de que el medio oponga una resis-tencia finita para mantener en pie la teoría general del movimiento pos-tulada por Aristóteles. En segundo lugar, la idea de una especie de “piel”continua que envuelve el agua sirve para explicar la conducta de la plan-chuela de ébano, que flota sobre el agua pero no asciende si se la sumergedirectamente en el fondo del recipiente.

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121 Arquímedes, On floating bodies, en The Works of Archimedes (trad. al inglés de T. L. Heath), Cambridge, Cambridge University Press, 1912, p. 253.

122 go, t. iv, pp. 329, 416, 430.123 Ibid., pp. 258, 329, 416, 430.

tendrá en ese rumbo. Así, una nave, habiendo recibido en algún momentoun impulso por el mar tranquilo, se moverá continuamente alrededorde nuestro planeta, sin cesar jamás.119

Sin embargo, la nave sólo podría viajar indefinidamente en un mar muyespecial, que no presentara ningún “impedimento extrínseco” a su movi-miento. No obstante, Galileo también afirma en el Discorso que se puedetirar de un barco real en un mar verdadero con un cabello, siempre y cuandola velocidad de traslado sea muy lenta. Por lo tanto, en materia de resis-tencia al movimiento, Galileo parece creer que los fluidos ocupan una posi-ción entre los cuerpos sólidos y el vacío. Los líquidos impiden el movi-miento con velocidad finita, pero no ocurre lo mismo cuando la velocidades infinitesimal, como en el caso de un momento infinitesimal que actúasobre un cuerpo en reposo dentro de un fluido. A diferencia de los líqui-dos, los impedimentos sólidos pueden detener hasta un movimiento infi-nitamente lento. En otras palabras, los sólidos pueden evitar que se pro-duzca el movimiento, mientras que los fluidos no pueden evitarlo, aunquesí pueden afectar a la velocidad; el vacío, por su parte, no impediría nada:ni la posibilidad de movimiento ni la velocidad.120

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119 go, t. v, pp. 134-135. La traducción al inglés pertenece a Stillman Drake,Discoveries and opinions of Galileo, Nueva York, Anchor Books, 1957, pp. 113-114.

120 Lo que se intenta señalar en este caso es que Galileo establece un vínculoestrecho entre el movimiento y la estructura de la materia. No es casual que loscambios en el concepto de momento se vean acompañados por otrasmodificaciones en los conceptos de continuum y estructura de la materia. Porejemplo, en las Dos nuevas ciencias, la nueva noción de momentum velocitatis vade la mano con la teoría galileana sobre la composición del continuum (PaoloGalluzzi, Momento, op. cit., pp. 331-362). Asimismo, en El ensayador se presentauna fantasía interesante acerca de lo que sucedería si se partieran las partículasfinitas más pequeñas que constituyen los cuerpos hasta llegar a las unidadesindivisibles que componen la materia: “Y quizá cuando el desgaste cesa o se contiene dentro de las partículas más diminutas [minimi quanti], sumovimiento es temporal y su acción es solamente calorífica, pero al llegar a laúltima y altísima resolución en átomos realmente indivisibles, se crea la luz, de movimiento instantáneo o, mejor dicho, de expansión y difusión instantánea,y potente de ocupar espacios inmensos” (trad. al inglés de Stillman Drake y C. D. O’Malley, The controversy on the comets of 1618, op. cit., p. 313). Sobre estefragmento, véase William Shea, “Galileo’s atomic hypothesis”, op. cit., p. 20. Elefecto de un momento finito sobre una partícula infinitesimal sería generar unmovimiento infinitamente veloz, a diferencia de un momento infinitesimal que,al actuar sobre un cuerpo finito y equilibrado en un fluido, produce unmovimiento de velocidad infinitesimal, y al actuar sobre un cuerpo en equilibrioen el vacío, produce un movimiento de velocidad finita.

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evitar el marco experimental propuesto por Galileo. En efecto, pueden jus-tificar su negativa con argumentos que, juzgados dentro de su propio sis-tema, no son ad hoc. Si se lo concibe en este marco conceptual, el experi-mento de Delle Colombe no sólo se adecua al caso particular de la disputa,sino que también sirve para fusionar una serie de componentes funda-mentales del sistema aristotélico en su totalidad. Es más, el concepto detensión superficial les permite al mismo tiempo confirmar sus argumen-tos y poner en crisis el atomismo de Galileo, que a su vez constituye un ele-mento esencial de las teorías galileanas sobre el movimiento y la flotabili-dad. En síntesis, tanto Galileo como los aristotélicos tienen sus propios“sistemas”, con puntos fuertes y débiles. Así, el experimento de DelleColombe resulta particularmente eficaz porque al mismo tiempo destacala rigurosidad del sistema aristotélico y pone en evidencia la única debili-dad, limitada pero devastadora, del sistema galileano.

No es sino hasta la mitad del Discorso que Galileo retoma la cuestión deldebate, aún sin nombrar a sus adversarios, y propone una interpretaciónarquimediana del experimento de Delle Colombe, que según él es “el puntoprincipal de la presente cuestión”.126 Para ello, prepara el terreno refutandoel ataque de Bonamico contra Arquímedes. De acuerdo con Bonamico, elhecho de que un jarrón de arcilla pudiera flotar sobre el agua daba portierra con el principio de Arquímedes, ya que ofrecía el caso de un objetocon peso específico mayor al del agua que aun así podía flotar en ella,pero se hundía si se lo llenaba de agua. Esto último se contradecía con elprincipio arquimediano, puesto que el agua no tenía peso alguno sobre elagua y, por lo tanto, no podía cambiar la flotabilidad del jarrón.127

Para refutar a Bonamico, Galileo afirma que aquello que flota no es eljarrón en sí mismo, sino el conjunto de la arcilla y el aire. Dado que elpeso específico de esta suma de elementos resulta menor al del agua, la flo-tabilidad del jarrón no se opone al principio de Arquímedes. Más adelante,Galileo aplica el mismo tipo de razonamiento para analizar el experimentode Delle Colombe:

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El sistema aristotélico es mucho más apto que el atomismo galileanopara dar cuenta de la tensión superficial. Este fenómeno puede presentarsedentro de ese marco como resultado de una necesidad del elemento acuá-tico, que, para conservar la cohesión y su lugar natural, precisa evitar queotros cuerpos lo dividan y lo desplacen.124 Dado el carácter teleológico delsistema aristotélico, no resulta difícil entender que tal resistencia al movi-miento se refuerce justamente en el punto donde el agua linda con otroelemento, como el aire. La tensión superficial puede relacionarse en tér-minos conceptuales con el “lugar” natural del agua como elemento y consus límites, de manera tal que el fenómeno resulte ser un efecto “natural”de las propiedades de dicho elemento.

La teoría aristotélica del movimiento adquiere entonces mayor cohe-rencia conceptual gracias a la noción de la materia como un todo conti-nuo, que además ofrece según sus adeptos una explicación razonablepara la incapacidad de la planchuela de volver a la superficie tras habersido sumergida a la fuerza. Para los aristotélicos, la solicitud de colocar elobjeto en el fondo del recipiente no tiene sentido. Mientras que paraGalileo el peso específico (y, por lo tanto, la flotabilidad) no depende dela posición del cuerpo en el medio, para los aristotélicos, la flotabilidaddepende de la resistencia del medio, y éstos pueden argumentar razona-blemente que la superficie del agua tiene propiedades diferentes a las delresto del líquido.125 Por lo tanto, lo suyo no es una mera estratagema para

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124 De acuerdo con Di Grazia, la conducta de la superficie del agua refleja el“deseo de conservarse” (ibid., p. 418). Asimismo, este autor invoca una cita de Aristóteles según la cual los cuerpos continuos tienen la propiedad deresistirse a la división (ibid., p. 434). En el mismo sentido, Delle Colombesostiene que el carácter continuo del agua es lo que explica la formación de “diques diminutos” en torno a la planchuela de ébano (p. 330). Además, le pregunta a Galileo por qué se pueden formar burbujas en los medioscontinuos como el agua y no así en los contiguos, como la arena, ya que éstehabía tomado la arena de modelo para las sustancias contiguas como el agua(p. 103).

125 Si la tensión superficial tenía como causa la tendencia natural del agua a volverse sobre sí misma, es decir, a evitar que su lugar se viera ocupado por objetos compuestos de elementos ajenos (cuyo lugar natural era otro),entonces los aristotélicos tenían motivos suficientes para rechazar la regla deGalileo que pretendía empapar los cuerpos o sumergirlos al fondo delrecipiente. Para Delle Colombe, la reacción del agua contra la sequedad del objeto (una propiedad perteneciente a otro elemento) era evitar que éste se hundiera. Por lo tanto, la pretensión de Galileo de que se lo mojara erainaceptable. Si el cuerpo estaba mojado, entonces el agua ya no lo percibiríacomo ajeno y permitiría que se sumergiera: “Puesto que es más pesada que el

agua, si se la hundiera, ¿qué otra cosa podría hacerla volver a flote?” (ibid.,p. 337). Para un mayor desarrollo de este mismo tema en Delle Colombe, véasepp. 338-341. Di Grazia también deja claro que, para él, el interior del agua no se comporta de la misma manera que la superficie: “La planchuela de nogal del Signor Galileo no reposa en el fondo porque no encuentra allí la resistenciaque sí se halla en la superficie, es decir, aquella que depende del deseo de conservación del agua” (ibid., p. 418).

126 Ibid., p. 88.127 Ibid., pp. 80-81.

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En vez de reflexionar sobre la causa de formación de los diques, Galileohace de cuenta que asume su existencia como un hecho y la articula en unaserie de proposiciones geométricas mediante las cuales demuestra que,independientemente de la forma del cuerpo, esos diques diminutos posi-bilitan la flotabilidad de acuerdo con la teoría arquimediana.131 Sin embargo,dichas proposiciones parecen formuladas con un método deductivo, sinconfirmación empírica. Galileo sencillamente da por sentado que los supues-tos diques tienen un máximo de profundidad admisible y que esa pro-fundidad no depende de la forma geométrica del cuerpo flotante.132 Es más,el hecho de que el cuerpo sea plano o agudo no modifica en lo más mínimoel peso que puede soportar la superficie del agua.133 Por todo esto, se podríapensar que esas proposiciones geométricas son una especie de cortina de

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131 Ibid., pp. 98-120.132 Por ejemplo, en la página 111 afirma que “la altura del dique AI es la máxima

permitida por la naturaleza del agua y del aire” (ibid., p. 111). Asimismo, en lapágina 114 propone que “sea la máxima altura posible del dique la línea DB”(ibid., p. 114).

133 En realidad, Galileo trata de apropiarse de los postulados aristotélicos sobre lafunción de la forma en la flotabilidad demostrando que, cuando la forma tieneincidencia en ella, ésta se debe a una interacción con el principio de Arquímedes.Por ejemplo, un cono o una pirámide serán más propensos a flotar si se loscoloca sobre el agua con el vértice hacia abajo que si se los coloca con la basehacia abajo. Esto se da así porque, en el primer caso, el cuerpo se hundirá más enel agua y adquirirá un peso relativo más liviano que no forzará a los diques aexpandirse más allá de sus límites “naturales”, mientras que en el segundo caso,el cuerpo al hundirse superará la profundidad máxima de los diques muchoantes de poder adquirir la flotabilidad.

Y porque del caer al fondo de la tablilla de ébano o la sutil hojuela deoro, cuando allí caen, es razón sin duda alguna su peso, mayor al del agua,entonces de su flotación, cuando éstas flotan, es causa la ligereza, la cual,en este caso, por razón de un accidente tal vez hasta ahora no observado,se viene a unir con la misma planchuela, que ya no queda más pesadaque el agua, como cuando se hundía, sino menos pesada que ella.128

El “accidente hasta ahora no observado” es, según Galileo, otro “descu-brimiento” que torna la situación más ventajosa para él: si uno observade cerca la planchuela de ébano que flota, puede advertir que ésta no seencuentra exactamente al mismo nivel del agua, sino un poco más abajo.Es como si se formaran unos diques diminutos (arginetti) para evitarque el agua cubra al objeto (figura 15). Como en el caso del jarrón dearcilla, entonces, lo que flota no es el ébano sino un compuesto de aire yébano. De esta manera, el principio de Arquímedes sobre la flotabilidadqueda intacto. Los aristotélicos deben dejar de sostener que el experimentode Delle Colombe refuta la teoría de Arquímedes. Muy por el contrario,la confirma.

Sin embargo, Galileo parece sufrir un olvido importante en materiaestratégica. Como señala el Académico Anónimo, en el caso del jarrón, lasuperficie exterior de arcilla es la que actúa como una especie de muro decontención y evita el ingreso del agua, pero en la planchuela de ébano nohay ningún elemento comparable a éste.129 La repetida omisión de la causade formación de esos “diques diminutos” expone la gravedad de las difi-cultades que le presenta el experimento de Delle Colombe a Galileo. Cuandose ve conminado a hablar sobre el asunto, adopta una postura que podríadefinirse como positivista: sea cual sea la causa de la formación de esos“diques”, ellos están ahí, se los puede observar y se puede comprender asíque posibilitan la flotación según el principio básico de Arquímedes.130

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128 Ibid., p. 97 (énfasis del autor). La traducción al inglés está adaptada de StillmanDrake, Cause, experiment…, op. cit., p. 94.

129 “Dado que los muros del jarrón prohíben que el agua fluya con naturalidad, éstaconserva su unidad muy fácilmente, pero no puede desplazar al aire que semetió adentro. Mas estos reparos que detienen al agua no se pueden encontraren la planchuela [de ébano]” (go, t. iv, p. 170).

130 En su respuesta a la crítica del Académico Anónimo sobre la explicación de los“diques diminutos”, Galileo no logra encontrar ningún contraargumento válidoy escribe que “las cosas son así” (ibid., p. 166, notas 45 y 46). En la carta aNozzolini, que ya antes había expresado opiniones positivistas acerca del mismofenómeno, Galileo escribe: “Poco me preocuparé [por explicar] que esos diquesno se rompen e impiden que el agua fluya sobre esa cavidad” (ibid., p. 301).

Figura 15. Según Galileo, la planchuela de ébano no se hunde porque el cuerpo

compuesto por la planchuela hioaih más el volumen de aire que cubre la

superficie de agua bdlf y la superficie de ébano ioai tiene un peso específico

menor al del agua. Las líneas curvas do y al representan los “diques diminutos”.

Reproducido de go, t. iv, p. 98.

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entre el agua y la forma del cuerpo, ya que esto habría dejado la puertaabierta a un reconocimiento indirecto de la incidencia de la forma en lascondiciones de flotabilidad. Habida cuenta de su desacuerdo con dichaincidencia y de su imposibilidad de encontrar una explicación dentro dela concepción atomista de la materia, Galileo sólo puede adjudicar la for-mación de los diques al aire y su “virtud magnética”.

Es más, no le resulta para nada difícil elaborar una interpretación deestas características. En realidad, la hipótesis que presenta es análoga a suexplicación de la imposibilidad de bombear agua más de dieciocho brac-cias (unos diez metros) por encima del nivel inicial.138 Según Galileo, lascolumnas de agua que superan las dieciocho braccias caen bajo su propiopeso. El horror vacui que mantiene unidas a las partículas de agua no es tanfuerte como para seguir uniéndolas una vez que la columna alcanza esaaltura. Cuando la columna de agua cae (“se hunde”), una “hoja de aire” seha insertado entre ella y el pistón de la bomba. De manera análoga, Gali-leo afirma que cuando la planchuela de ébano se hunde tras haberse mojadoes porque el agua “corta” el contacto entre el ébano y el aire que lo cubre.139

Por lo tanto, en ambos casos la “inmersión” resulta del colapso del horrorvacui. La única diferencia es que la columna de agua en el caso de la bombaes cortada por una “hoja de aire”, mientras que en el caso de la flotabili-dad, la columna de aire es cortada por una “hoja de agua”.140

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138 Galileo Galilei, Two new sciences, op. cit., pp. 23-26.139 “[...] la altura del dique [...] es la máxima que la naturaleza del agua y del aire

permiten, sin que el agua expulse al aire adherido a la superficie del sólido” (go, t. iv, p. 111, énfasis del autor).

140 Es posible que Galileo haya concebido el bombeo y la flotabilidad como dosaspectos diferentes del mismo fenómeno relacionado con el desplazamiento de dos cuerpos con distinta densidad, uno dentro del otro. Probablemente hayanotado una simetría entre la respuesta de un cuerpo (el agua) cuando es absorbidohacia arriba para desplazarse dentro de un cuerpo con menor peso específico (elaire), y la conducta de este último cuando es absorbido hacia abajo paradesplazarse dentro de un cuerpo con mayor peso específico (el agua). Es más, talvez haya trazado un paralelismo entre el peso del ébano y la función de la bombade agua. En efecto, si la bomba era demasiado fuerte o el cuerpo demasiadopesado, la columna de agua o aire se rompería. Este tipo de razonamiento secorresponde con la idea de Galileo acerca de la flotabilidad como un fenómenoque involucra a tres cuerpos, en vez de dos. El sistema que tiene por delante estácompuesto de aire, agua y ébano. Si el ébano flota sobre el agua, significa que no seeleva en el aire y, por lo tanto, tiene al mismo tiempo un peso específico menor aldel cuerpo que tiene abajo y mayor al del cuerpo que tiene arriba.

Esta explicación se adapta perfectamente al paradigma arquimediano deGalileo. Como señala en las Dos nuevas ciencias, de acuerdo con su teoría, loscuerpos que caen en el aire están cayendo en un fluido de peso específico menor

humo que Galileo crea para cubrir su incapacidad de encontrar la causade formación de los diques.134

Como es de imaginar, los aristotélicos no se convencen para nada con laexplicación de Galileo sobre los diques diminutos. Según ellos, Galileo intro-duce una suerte de afinidad oculta o “virtud magnética” entre el objeto y elaire que lo cubre para explicar por qué el agua no tapa al cuerpo.135 Esteplanteo tiene cierto grado de validez, ya que Galileo da cuenta de la flota-bilidad en función de los diques diminutos como se lee en el siguiente párrafo:

Al sumergirse hasta que su superficie llegue al nivel del agua, ésta pierdeuna parte de su peso, y después va perdiendo el resto al hundirse ybajar cada vez más con respecto a la superficie del agua, la cual forma asu alrededor diques y barreras; y tal pérdida se produce al arrastrar conella y hacer descender el aire que se encuentra por encima de ella porcontacto adherente, de modo que ese aire prosigue a cubrir la cavidadcircundada por los diques diminutos.136

En efecto, Galileo se ve obligado a recurrir al contacto adherente entre elcuerpo y el aire que lo cubre porque no encuentra cómo explicar la resis-tencia del agua y la formación de los diques diminutos.

Esta interpretación tan peculiar de la causa de la formación de los diquespuede atribuirse al hecho de que Galileo insiste en negar la incidencia dela forma en las condiciones de flotabilidad. Es más, al considerar que elagua es un elemento de carácter contiguo, le resulta imposible explicar porqué reacciona de distinta manera en la superficie y en el interior.137 Por lotanto, es probable que haya sentido la necesidad de descartar toda expli-cación de la formación de los diques que pudiera referirse a la interacción

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134 William Shea también observa la peculiaridad de esas proposiciones y sostieneque constituyen una suerte de recreo de las matemáticas (William Shea, Galileo’sintellectual revolution, op. cit., p. 27).

135 go, t. iv, pp. 163, 166, 172, 213, 335, 416. Nozzolini comparte la opinión de losaristotélicos (ibid., pp. 290-291).

136 Ibid., p. 98. La traducción es de Drake, Cause, experiment..., op. cit., p. 97.)En surespuesta a Nozzolini, Galileo desconoce la noción de “virtud magnética” ysostiene que ese término pertenece a un cortesano rival, quien lo introdujodurante un debate con él en la corte, pero aparentemente lo hace para deshacersede un concepto problemático atribuyéndoselo a sus adversarios. Con Nozzolini,Galileo destaca el contacto extremo (fine contatto) entre el cuerpo y el aire comocausa para la formación de los diques (ibid., p. 299).

137 “[...] porque si ésta [la resistencia del agua] existiera, no existiría menos en laparte interna que en aquéllas más vecinas a la superficie” (ibid., p. 103).

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Galileo haya expresado esta opinión sólo en sus notas privadas o en car-tas para sus seguidores indica que efectuar una división entre las causasdignas de ser investigadas y las que no lo son constituía una declaraciónde poder (un poder que él mismo no estaba seguro de tener).

Sin embargo, la señal más evidente de que se ha llegado a una situa-ción sin salida en el debate sobre la flotabilidad está dada por la inter-pretación estratégica de los acuerdos sobre la condiciones de realizaciónde los experimentos.

una cuestión de principios

Como ya se señaló, el debate sobre las condiciones de los acuerdos carac-teriza la disputa desde el inicio. La legitimidad misma del experimento rea-lizado por Delle Colombe tiene su origen directo en el carácter inespecí-fico de las declaraciones vertidas por Galileo tras el primer encuentro encasa de Salviati.143 En sus declaraciones posteriores, Galileo intenta deses-timar ese experimento insistiendo en que la flotabilidad y la capacidad devolver naturalmente a la superficie desde el fondo del recipiente son unmismo fenómeno, estrategia ésta que se ve reflejada en su intención deincorporar una cláusula donde diga que el objeto debe sumergirse.144

En el Discorso, Galileo continúa con la misma interpretación de losacuerdos y destaca la especial importancia que han cobrado las palabrasen ese debate.145 Sus aptitudes retóricas alcanzan el punto máximo en eltratamiento de los diques diminutos.146 Sin embargo, los aristotélicos con-sideran que ese fenómeno no confirma la opinión de Galileo, sino másbien demuestra que la forma del cuerpo puede ser una causa secundumquid de la flotabilidad. Como sucede en el caso de la planchuela de ébano,el cuerpo no se hunde, no vence la resistencia del medio y, lo que es másimportante, no lo divide. Galileo trata de socavar esa prueba favorablepara los aristotélicos afirmando que en ese caso no debe usarse el verbo“dividir”. Dando por sentada su tesis sobre la estructura de la materia, sos-tiene que el agua no es un cuerpo continuo sino contiguo y que, por lotanto, no hay nada que dividir. En lugar de ello, el verbo “mover” es el

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143 Ibid., p. 34.144 Ibid., p. 35.145 Ibid., p. 94.146 Ibid., pp. 35, 44, 91, 94-95, 99, 101.

De todos modos, sea cual sea el origen intelectual de la interpretaciónque hace Galileo sobre los diques y su colapso inevitable, sin dudas sabeque ésta no se puede probar empíricamente porque deriva en forma directade sus hipótesis sobre la estructura de la materia. Si bien la idea de la “vir-tud magnética” del aire podía convencer a un público con el cual teníaafinidad, no servía para conmover a los aristotélicos. Es probable que Gali-leo esperara una respuesta negativa de sus adversarios, ya que en simultá-neo despliega otras estrategias a fin de eludir el experimento de DelleColombe. Una de ellas consiste en ejercer presión para que se produzcauna evaluación integral de ambas teorías, de manera tal que los aristoté-licos parezcan necios, tercos, melindrosos y poco éticos al poner el acentoen el experimento puntual de Delle Colombe:

Esto no alcanza para acallar a los adversarios, quienes dicen que pocoles importa todo el discurso hecho por mí hasta ahora y que les bastacon haber demostrado en un solo caso particular, conveniente para ellosen materiales y en forma, como es el caso de una planchuela y de unaesfera de ébano, que la segunda se hunde en el agua y que la primerareposa sobre la superficie. Dado que la materia es la misma y que los doscuerpos no difieren más que en su forma, afirman haber demostradocon total plenitud y de manera palpable todo lo que debían demostrar,y finalmente haber conseguido lo que intentaban.141

A diferencia de los aristotélicos, Galileo pone el acento en el carácter gene-ral de su teoría y en la gran variedad de pruebas empíricas que la respal-dan.142 Asimismo, trata de esconder la imposibilidad de explicar esa ano-malía concentrándose sólo en los aspectos de los cuales puede dar cuenta.Cuando esas estrategias fracasan, adopta una postura que podría deno-minarse positivista con respecto al fenómeno de los diques, ya que le restaimportancia a la causa inexplicable de su formación y afirma que lo únicoimportante es su existencia, independientemente de cómo se hayan pro-ducido. En un punto, parece insinuar que buscar las razones de este fenó-meno sería una tarea infructuosa en tanto búsqueda de causas finales. Que

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al del agua. La carta de Antonio de Medici versa sobre una esfera suspendidaentre dos líquidos de densidad semejante, pero Galileo ya había estudiadosituaciones similares en los primeros borradores del Discorso (go, t. iv, p. 37).

141 go, t. iv, p. 94. La traducción al inglés es de Stillman Drake, Cause,experiment…, op. cit., p. 88.

142 go, t. iv, p. 91.

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Es más, como se verá enseguida, los adversarios de Galileo directamenterechazan la validez filosófica de su método matemático.

Toda esta situación coloca a Galileo en un callejón sin salida semejanteal de muchos otros matemáticos y copernicanos durante la revolución cien-tífica. Desde una perspectiva actual, podría pensarse que Galileo, comoCopérnico, tenía la razón, en tanto sus teorías están conectadas genealó-gicamente con las que se sostienen como ciertas hoy en día. Sin embargo,esas teorías se publicaron cuando aún no habían alcanzado un grado dearticulación libre de anomalías e interrogantes que pudieran problemati-zar su aceptación. El experimento de Delle Colombe, por ejemplo, se podíaconcebir como una refutación de la teoría galileana aun después de queGalileo hubiese intentado, sin demasiado éxito, agregar la hipótesis de lavirtud magnética y otras hipótesis auxiliares para superar esa falla. Se podríaafirmar que el peligro de la mortalidad prematura, muy común entre losparadigmas nuevos e inarticulados, no se contrarresta dialogando con losopositores sino aplicando una serie de tácticas destinadas a ganar tiempopara poder articularlos mejor.151

De hecho, no es para nada evidente que Galileo haya querido dialogarcon los aristotélicos, y mucho menos en los términos de ellos. En reali-dad, lo que pretendía era doblar la apuesta agregando toda suerte de ele-mentos filosóficos, metodológicos y cosmológicos a su teoría inicial de laflotabilidad. Al hacerlo, no tenía la expectativa de convencer a sus adver-sarios sino de presentar y consolidar su propia alternativa filosófica.

Los aristotélicos, por su parte, adoptan una táctica parecida. Para con-frontar la alternativa galileana, vinculan de todas las maneras posibles elexperimento de Delle Colombe con la cosmovisión de Aristóteles. Y cadavez que pueden, tratan de desestimar la cosmovisión de Galileo, ya sea afir-mando que no es un sistema coherente en lo más mínimo o acusándolode ser ilegítimo. En particular, sus tácticas toman la forma de críticas con-tra las definiciones de Galileo, cuestionamientos de la legitimidad cogni-tiva del método matemático y acusaciones de petitio principii y elabora-ción de argumentos ad hoc.

El Académico Anónimo, por ejemplo, responde lo siguiente al ataquede Galileo contra la teoría aristotélica del movimiento basada en la com-posición elemental de los cuerpos:

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151 Si bien varios filósofos analizan la necesidad de algún dispositivo para prevenirla refutación prematura de las teorías, los paradigmas y los programas deinvestigación, uno de los mejores trabajos sobre este tema es el que presenta PaulFeyerabend en Against method, Londres, Verso, 1975, esp. pp. 145-161.

que mejor describe el proceso analizado, ya que el cuerpo “mueve” las par-tículas de agua.147

Luego, Galileo dice que si uno observa con cuidado la planchuela deébano, ésta se encuentra por debajo del nivel del agua y, por lo tanto, “yaha penetrado y vencido la continuación [continuazione] del agua” (figura15).148 Cabe entonces señalar que Galileo no habla aquí de la superficiesino de la continuazione del agua, es decir, de la línea geométrica que repre-senta la superficie del agua antes de ser tocada por la planchuela. Efecti-vamente, Galileo no se permite afirmar que el cuerpo ha dividido la super-ficie del agua, pero al declarar que el verbo “dividir” es inaplicable debidoa la naturaleza contigua de la estructura del agua, trata de demostrar suhipótesis en su propio lenguaje, que es el de la geometría. Para Galileo, elcuerpo está hundido por debajo de la continuazione del agua, sin haberdividido nada, ya que no hay nada que dividir. En consecuencia, el expe-rimento de Delle Colombe no pone en evidencia una falla de su teoríasobre la flotabilidad. De hecho, la planchuela de ébano se encuentra en elagua, no sobre ella.

Si bien la interpretación que hace Galileo de los acuerdos puede pare-cer bastante tendenciosa, los aristotélicos responden de la misma forma.Según Di Grazia, por ejemplo, “crear una cavidad” (far cavità) no signi-fica “cortar la superficie” ni “penetrar”.149 En el mismo sentido, el Acadé-mico Anónimo declara que “aquí es necesario advertir que el flotar no escontrario al entrar un poco en el agua, sino al llegar hasta el fondo, y sonestos dos puntos opuestos los que forman el eje de la disputa”.150

En efecto, ambas partes están preocupadas por conservar la coherenciade sus postulados dentro de sus propios sistemas. Por otra parte, así comoGalileo intenta borrar el dilema que le plantea el experimento de DelleColombe, los aristotélicos evitan confrontar la interpretación arquime-diana de dicho experimento y las numerosas características positivas dela teoría galileana sobre la flotabilidad. Por ejemplo, a éstos les resulta indi-ferente el hecho de que esa teoría permita predecir ciertos fenómenos men-surables, como la profundidad a la que se hundiría un cuerpo en el aguao el nivel que alcanzaría ese fluido dentro de un recipiente determinado.

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147 Ibid., p. 106: “Los cuerpos sólidos que se ponen en el agua solamente mueven,mas no dividen”. Sin embargo, Galileo no siempre usa el verbo muovere, yaparece con frecuencia el verbo dividere, aunque lo emplea en el sentido deseparar las partículas, y no de partirlas (pp. 91-93).

148 Ibid., p. 98.149 Ibid., p. 405.150 Ibid., p. 162.

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Delle Colombe también subraya la brecha cognitiva entre la filosofía ylas ciencias matemáticas, como ya lo había hecho en su obra Contro il mottodella terra.156 Cuando escribe el Discorso apologetico, vuelve sobre el mismopunto al afirmar que si uno tuviera que elegir entre Aristóteles y Arquí-medes, no debería tener ninguna duda. En ese caso, la elección no estaríadictada por la autoridad del corpus aristotélico sino por la superioridadcognitiva de la filosofía con respecto a las ciencias matemáticas.157 Core-sio, por su parte, no se muestra tan tajante como los otros tres, pero tam-bién rechaza una demostración geométrica de Galileo porque está basadaen premisas físicas que no pertenecen a Aristóteles.158

A los aristotélicos les resulta inaceptable que un matemático estudie lanaturaleza física y conciben sus investigaciones como transgresiones a lajerarquía tradicional de las disciplinas. Por lo tanto, sostienen que las pre-misas y los principios físicos de Galileo son incorrectos o inexistentes.Cuando los consideran incorrectos, en general es porque no se adaptan alas categorías conceptuales de Aristóteles.159 A veces, como en el caso deDi Grazia,160 tratan de ver si Galileo ha tomado prestados dichos princi-pios de Platón o de algún otro filósofo, tal vez porque les parece que reto-mar a otro filósofo legítimo no constituye una falta tan grave a esa jerar-quía como desarrollar los propios principios físicos cuando uno es enrealidad matemático. Ese interés por la conservación de los límites que divi-den a las disciplinas también sirve para explicar por qué los aristotélicosno pueden (o no quieren) aceptar la posibilidad de que exista una identi-dad profesional como la propuesta por Galileo, que funde los roles defilósofo y matemático. El Académico Anónimo, por ejemplo, no logra con-cebir a Galileo como una personalidad profesional unificada “porque el

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156 Las primeras páginas de esta obra son un conglomerado de ataques contra el estatus cognitivo de las ciencias matemáticas. En ellas compara los epicicloscon los trompos de madera. Cuando por fin se calma, escribe lo siguiente: “Y quién no sabe que es más necesario ser filósofo que matemático y saber másde la primera ciencia que de la segunda para poder juzgar correctamente si estasdemostraciones teóricas y matemáticas se pueden aplicar de manera adecuada a la materia, al lugar y al movimiento, pues corresponde a la filosofía natural el juzgar sobre estas tres cosas, y no a la matemática, que se abstrae de lascualidades naturales” (Ludovico delle Colombe, Contro il moto della terra,Florencia, 1611; reproducido en go, t. x, pp. 251-290. La cita se encuentra en la página 255).

157 go, t. iv, p. 532.158 Ibid., p. 233.159 Ibid., pp. 217, 388.160 Ibid., p. 386.

Si bien esta opinión peripatética tiene sus oposiciones, se posa al menossobre fundamentos mucho más seguros y sensatos que las opiniones de Gali-lei, las cuales, tras un magnífico dispositivo de objeciones a Aristóteles,diversas experiencias y nuevas demostraciones, se dejan ver a primeravista como pomposas y elegantes; mas, si se las analiza en detalle y selas estudia bien, las objeciones se derriten, las experiencias vacilan o sedescubren más los efectos particulares que las razones de las cosas, y las pro-posiciones y pruebas matemáticas no llegan a demostrar la fuerza y las ver-daderas razones de los fenómenos naturales.152

Di Grazia es aun más categórico que el Académico Anónimo cuando serefiere a la brecha cognitiva entre la filosofía y las ciencias matemáticas:

Antes de considerar las demostraciones del Signor Galileo, nos pareciónecesario demostrar cuán lejos de lo verdadero se encuentran aque-llos que con razones matemáticas quieren demostrar las cosas naturales.[...] En efecto, yo digo que todas las ciencias y todas las artes tienensus propios principios y sus propias razones, por las cuales demuestranlos accidentes específicos del propio objeto. Por lo tanto, no es adecuadocon los principios de una ciencia tratar de demostrar los efectos de otra,de modo tal que delira aquel que se persuade de querer demostrar los acci-dentes naturales con razones matemáticas, dado que estas dos cienciasson muy diferentes entre sí. De hecho, el filósofo de la naturaleza [scien-tifico naturale] considera las cosas naturales que tienen movimientopor su esencia propia, mientras que el objeto de las matemáticas se abs-trae de todo movimiento.153

Unas páginas más adelante, Di Grazia aplica esta distinción metodológicapara desestimar una demostración de Galileo, precisamente porque “quieredemostrar las cosas naturales con razones matemáticas”.154 Al final, pasade criticar la invasión de una disciplina ajena que implica la teoría gali-leana de la flotabilidad a cuestionar con insidia las calificaciones de Gali-leo como filósofo: “Desearía que el Signor Galileo adoptara un poco másde modestia filosófica, ya que se adorna con tal título y después no actúaconforme a él”.155

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152 go, t. iv, p. 165 (énfasis del autor).153 Ibid., p. 385 (énfasis del autor).154 Ibid., pp. 389, 423.155 Ibid., p. 391 (énfasis del autor).

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que aparecerá en los libros de texto, naturalizan los instrumentos y premiana los ganadores con reconocimiento e influencia profesional.165 Ahora bien,en el sistema de mecenazgo por lo general no se dan las condiciones parauna definición que cierre los debates. A los mecenas les interesa preservarsu posición social y, por lo tanto, no emiten juicios, mientras que los mate-máticos carecen del estatus necesario para legitimar sus afirmaciones, enespecial si éstas suponen una invasión de la jurisdicción reservada para otrasdisciplinas de mayor jerarquía. Es más, la controversia sobre la flotabilidadno es un debate realizado dentro de una misma comunidad científica sinouna discusión entre dos bandos que representan a dos identidades socio-profesionales muy distintas. Por último, el sistema de mecenazgo no es unsistema social cuya existencia dependa de alcanzar una definición. Los acto-res de la disputa no tienen un nivel tan elevado de interdependencia comoel de los miembros de la comunidad científica moderna. Lo único que losconecta es su dependencia del mismo mecenas.

Cuando el debate llega a una definición explícita, como ocurre con ladisputa sobre la confiabilidad del telescopio y los hallazgos astronómicosde Galileo, esto sucede debido a la grandiosidad de los descubrimientosante los ojos de la cultura cortesana y gracias al desarrollo de una red demecenazgo atípica, formada en este caso con los Medici y a través de ellos.El telescopio, por ejemplo, se puede percibir como un objeto prodigiosoen la corte. Galileo logra entonces llegar a las principales cortes europeasmediante la red diplomática de los Medici, consigue así que los príncipesy cardenales más poderosos usen el instrumento y representa sus hallaz-gos como emblemas de la dinastía florentina. Lo que le permite movilizara sus mecenas en gran medida y conseguir que al menos algunos debateslleguen a una definición es esta combinación infrecuente de factores porla cual el gusto y la cultura de aquellos mecenas se corresponden con lalabor de Galileo.

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165 Véanse, entre otros, Augustine Brannigan, The social basis of scientific discoveries,Cambridge, Cambridge University Press, 1981; H. Tristam Engelhardt Jr. y ArthurL. Caplan (eds), Scientific controversies, Cambridge, Cambridge University Press,1987; Harry M. Collins (ed), Knowledge and controversy: Studies in modernnatural science, edición especial de Social Studies of Science 11, 1981; Changingorder, Londres, Sage, 1985; Simon Schaffer, “Scientific discoveries and the end ofnatural philosophy”, en Social Studies of Science 16, 1986, pp. 387-420; MartinRudwick, The great Devonian controversy, Chicago, University of Chicago Press,1985, esp. pp. 401-456; Peter Galison, How experiments end, Chicago, Universityof Chicago Press, 1987: y Bruno Latour, Science in action, Cambridge, HarvardUniversity Press, 1987, pp. 63-100.

Autor [Galileo] a veces aparece en hábito de matemático y otras veces enhábito de filósofo; aquel que se lo encuentre solo debe andar con muchocuidado al desafiarlo, pues puede enfrentarse con uno o con dos campeo-nes fuertes y valientes”.161

Sin embargo, la mayoría de las veces los aristotélicos ni siquiera perci-ben o reconocen los principios físicos de Galileo como tales. Asimismo,muchas de sus definiciones, como las de peso absoluto y peso específico,que no se adaptan a la taxonomía de categorías aristotélicas, reciben críti-cas constantes por parte de sus rivales por considerarlas defectuosas.162 Tantoeste fenómeno como las repetidas acusaciones de petitio principii son efectode su incapacidad profesional para percibir (o admitir) los principios deGalileo. Incapaces de detectar las tautologías de su propio discurso, los aris-totélicos acusan a Galileo de dar por sentado aquello que supuestamentedebe demostrar.163 En algunos casos, como el de las proposiciones geomé-tricas sobre los diques, esta postura es defendible incluso en los términosde Galileo, pero la mayor parte de las veces esas acusaciones de petitio prin-cipii y de elaboración de argumentos ad hoc no son más que demostracio-nes de la “otredad” metodológica y socioprofesional de Galileo.164

el mecenazgo y la indefinición

Como es de esperar, el debate sobre la flotabilidad no se define con un vere-dicto explícito. Galileo y los filósofos adoptan diferentes tácticas, que severán en el próximo capítulo, para convencer a Cosme de que desestimelas afirmaciones de la oposición, pero ninguna de ambas partes obtiene elrespaldo explícito del gran duque. La disputa nunca llega a una defini-ción que la cierre, simplemente se va desvaneciendo.

En los últimos tiempos, los sociólogos y los historiadores de la cienciavienen estudiando los procesos fascinantes y complejos que ponen fin alos debates, definen la historia oficial, canonizan los resultados, deciden lo

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161 Ibid., p. 171.162 Ibid., pp. 187, 220, 354, 386.163 Ibid., pp. 163, 233, 398.164 Como se verá en el próximo capítulo al analizar las cuestiones relacionadas con

el bilingüismo, Galileo adopta una actitud similar, aunque no idéntica, conrespecto a las categorías aristotélicas. Aunque en general las descarta, no lo haceafirmando que son incorrectas porque no se adaptan a su sistema (como losaristotélicos), sino que hace el gesto de entenderlas para luego refutarlas.

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inconmensurabilidad y esterilidad

Desde su ingreso en el discurso de la historia y la filosofía de la cienciacon “Explicación, reducción y empirismo” de Paul Feyerabend y La estruc-tura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn, el concepto de incon-mensurabilidad ocupa un lugar destacado en el debate sobre el procesode selección de teorías.1 De acuerdo con Kuhn, es posible que dos para-digmas científicos que compiten por explicar un fenómeno natural deter-minado no compartan el mismo denominador común lingüístico. Comoconsecuencia de esto, se problematiza la posibilidad de diálogo y de comu-

4La antropología de la inconmensurabilidad

1 Paul. K. Feyerabend, “Explanation, reduction, and empiricism”, en MinnesotaStudies in the Philosophy of Science 3, 1962, pp. 28-97 (reeditado en Philosophicalpapers, Cambridge, Cambridge University Press, 1981, pp. 44-96) [trad esp.:Límites de la ciencia. Explicación, reducción y empirismo, Barcelona, Paidós, 1989];y Thomas S. Kuhn, The structure of scientific revolutions, Chicago, University ofChicago Press, 1962 [trad. esp.: La estructura de las revoluciones científicas, Madrid,Fondo de Cultura Económica, 1975]. Algunas de las opiniones posteriores deFeyerabend sobre la inconmensurabilidad se pueden encontrar en “Consolationsfor the specialist”, en Imre Lakatos y Alan Musgrave (eds.), Criticism and thegrowth of knowledge, Cambridge, Cambridge University Press, 1970, esp. pp. 219-229

[trad. esp.: La crítica y el desarrollo del conocimiento, Barcelona, Grijalbo, 1974];Against method, Londres, Verso, 1975, pp. 223-285 [trad. esp.: Contra el método,Barcelona, Ariel, 1981]; Science in a free society, Londres, Verso, 1978, pp. 65-70

[trad. esp: La ciencia en una sociedad libre, Madrid, Siglo xxi, 1982]; y Farewell toreason, Londres, Verso, 1987, pp. 265-272 [trad. esp.: Adiós a la razón, Madrid,Tecnos, 1987]. Si bien el presente análisis les debe mucho a las ideas y perspectivasde Feyerabend, se hace más referencia a la obra de Kuhn debido a que su conceptode paradigma se puede relacionar más fácilmente con el contexto esbozado en loscapítulos anteriores. Las referencias bibliográficas de los demás escritos de Kuhnsobre el tema se incluyen a lo largo del capítulo.

Ahora bien, por un momento se dejará de lado la cuestión del mece-nazgo y la definición de los debates para volver a ella más adelante. Por lopronto, vale la pena trazar un vínculo entre algunas de las consideracio-nes presentadas en este capítulo y el conocido problema filosófico de lainconmensurabilidad. Ya se ha señalado que Galileo y los aristotélicos esta-ban más preocupados por articular sus posiciones y defender la coheren-cia de sus propias teorías que por entrar en diálogo con sus rivales. Asi-mismo, se ha visto que tanto las teorías como las metodologías de una yotra parte eran incompatibles: por un lado, no podían ponerse de acuerdosobre el significado de conceptos básicos como “flotación”, “superficie delagua”, “en el agua” y “sobre el agua” y, por otro lado, sus tesis sobre las cau-sas de la flotabilidad (y sobre la noción misma de “causa”) estaban enmar-cadas en dos cosmovisiones totalmente distintas.

A fin de profundizar sobre la relación entre este debate y las ideas de Kuhny Feyerabend acerca de la inconmensurabilidad, se adoptará de aquí en ade-lante un punto de vista más antropológico y se investigará hasta dóndecontribuyeron las identidades socioprofesionales de los contendientes enel impasse comunicativo ya analizado. Por último, se verá si la articula-ción del análisis conceptual con el análisis antropológico del debate ofrecealguna perspectiva útil sobre la genealogía de la inconmensurabilidad entreparadigmas científicos y sobre el modelo de especialización socioprofe-sional que caracteriza la revolución científica.

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Probablemente algunos historiadores o filósofos de la ciencia alegaránque las declaraciones frecuentes sobre la imposibilidad de comunicarse conlos adversarios representan una simple estrategia retórica. Para ellos, losnuevos filósofos en realidad no desean dialogar con los aristotélicos. Laimposibilidad de diálogo radicaría entonces en la falta de compromiso deambos bandos. Para los relativistas, por su parte, resultará indiferente quese trate de una imposibilidad real o retórica.5 Sólo les importará que losintegrantes de un grupo hayan mencionado esa imposibilidad de comu-nicación, ya que no se podrá juzgar legítimamente si tienen razón o nodesde una posición externa a ese grupo o cultura.

Ahora bien, el análisis de la inconmensurabilidad no tiene por quéquedar encerrado entre esas dos posiciones antagónicas. Sin necesidad dedescartar de plano la existencia de la inconmensurabilidad, a la manerade los racionalistas, ni de tomarla como algo dado, a la manera de losrelativistas, se podría formular una tercera postura para analizar diacró-nicamente el surgimiento del fenómeno en relación con las diferencias depoder y estatus entre los participantes de la incomunicación y con su iden-tidad socioprofesional.

La función constructiva de la inconmensurabilidad en el proceso de cam-bio científico se puede vislumbrar a través de una “metáfora darwinista”derivada de la analogía entre el concepto de paradigma en Kuhn y la nociónde especie en Darwin.6 En efecto, ambos autores se refieren a poblaciones

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nicación científica. Al mismo tiempo, el proceso de selección de teorías yano se puede reducir a una panorama tan sencillo como el que presenta, porejemplo, el empirismo lógico. Lo que se tratará de demostrar aquí es quela inconmensurabilidad no constituye un mero problema de comunica-ción lingüística, sino que, muy por el contrario, cumple una función impor-tante en el proceso de cambio científico.

El tipo de impasse comunicativo que se observa en el debate sobre la flo-tabilidad no es extraño durante el período de la revolución científica. Envarios textos canónicos como Le monde de Descartes, los diversos escritosde Galileo, el Essay de Locke y el Novum organum de Bacon, los nuevos filó-sofos afirman no entender algunos conceptos fundamentales de los aris-totélicos y se niegan a someter sus propias ideas a juicios basados en losparámetros de la vieja tradición. En Le monde, por ejemplo, Descartescita a Aristóteles en latín y manifiesta que así lo hace porque, al no enten-der el sentido de la definición aristotélica sobre el movimiento, tampocopuede traducirla al francés.2 Los ataques de Galileo contra los peripatéti-cos por su supuesta falta de voluntad para comprender las ideas galilea-nas son muy comunes en los escritos publicados por el autor y, en pri-vado, también suele aconsejar a sus discípulos que no pierdan el tiempotratando de dialogar con los filósofos.3 Por otra parte, las críticas de Bacony Locke al sinsentido de los términos empleados por los aristotélicos cons-tituyen un aspecto muy conocido de sus obras.4

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2 “Para que [la naturaleza del movimiento] se vuelva inteligible de algún modo,no han encontrado explicación más clara que la fórmula motus est actus ebtis inpotentia, prout in potentia est, cuyos términos me resultan tan ininteligibles queme veo obligado a dejarlos en su idioma original, pues no puedo interpretarlos”(René Descartes, Le monde, ou Traité de la lumiere, editado y traducido porMichael S. Mahoney, Nueva York, Abaris Books, 1979, p. 63 [trad. esp.: El mundoo El tratado de la luz, Madrid, Alianza, 1991]. La cita de Aristóteles es de la Física,tomo iii, parte 1, 201a.

3 go, t. x, N° 499, pp. 502-503; t. xi, p. 47; t. v, p. 231. 4 Sobre el sinsentido de la terminología aristotélica en Bacon, véase Francis Bacon,

Novum organum, Indianápolis, Bobbs-Merril Company, 1960, Aforismos, libro 1,N° 60 y 63 [trad. esp.: Novum organum, Barcelona, Hogar del Libro, 1988]. Locke, por su parte, critica la ininteligibilidad de la misma definición de la físicaaristotélica que había provocado la ironía de Descartes: “¿Se puede, acaso,encontrar jerigonza más exquisita del ingenio humano que esta definición: el acto de un ser en potencia, en cuanto que esté en potencia? Cualquier hombrerazonable que no conociera ya esa definición por la forma de su absurdo, seencontraría sumido en perplejidad al tratar de adivinar la palabra que así se pretende explicar” (John Locke, An essay concerning human understanding, ed. de A. Fraser, Nueva York, Dover, 1959, libro 2, pp. 34-35 [la cita corresponde a la edición en español: Ensayo sobre el entendimiento humano, México, Fondo

de Cultura Económica, 2005, p. 412]). En los aforismos número 33 y 35 del libro 1,Bacon aclara que su obra no puede juzgarse según los parámetros de la viejaescuela de filosofía, ya que se encuentra por fuera de la jurisdicción de losescolásticos, cuya autoridad está “en tela de juicio”.

5 Es cierto que existe una gran variedad de posturas filosóficas en las que sedesarrolla una forma más moderada del relativismo. La que se presenta aquí es semejante a la de David Bloor en su “programa fuerte” de la sociología de la ciencia.

6 En La estructura de las revoluciones científicas, el propio Kuhn señala lasdimensiones evolucionistas de su teoría. Para una presentación integral y bastantesistemática de los cambios conceptuales como procesos evolutivos, véase StephenToulmin, Human understanding, Princeton, Princeton University Press, 1972 [trad.esp.: La comprensión humana, Madrid, Alianza, 1977]. Otra visión evolucionista dela ciencia con bases empíricas, más reciente y de lectura más exigente, es la que sepresenta en David Hull, Science as a process, Chicago, University of Chicago Press,1988. El argumento principal del libro se resume en su artículo “A mechanism andits metaphysics: An evolutionary account of the social and conceptualdevelopment of science”, en Biology and Philosophy 3, 1988, pp. 123-155 [trad. esp.:“Un mecanismo y su metafísica: una aproximación evolucionista al desarrollosocial y conceptual de la ciencia”, en S. Martínez y L. Olivé (eds.), Epistemología

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ción natural, al que en forma provisoria se denominará “sistema de recom-pensas de la ciencia”. Para sobrevivir, los paradigmas en competencia nonecesitan entablar un diálogo enteramente constructivo durante el pro-ceso de selección de teorías. De la misma manera, para que caiga un para-digma no es necesaria la falsación de la teoría ni el reemplazo de un pro-grama de investigación por otro nuevo. Como las especies que se extinguenporque ya no se adaptan al medio, más allá de poder competir con otraso no, los paradigmas pueden extinguirse por perder su valor dentro del sis-tema de recompensas, más allá de que los hayan refutado o no. Por otraparte, así como las especies no están necesariamente confinadas a un sec-tor del medio donde se vean obligadas a competir de manera directa conotras, sino que pueden habitar en un nicho ecológico seguro o migrar aél, los paradigmas científicos también pueden desarrollarse relativamentelibres de competencia si logran instalarse en un sector aislado del sistemade recompensas.8 En síntesis, esta interpretación de la inconmensurabili-dad problematiza la idea misma de selección de teorías.

En consecuencia, la inconmensurabilidad puede parecer un problemapara aquellos que la consideran sincrónicamente, o sea, como resultadode las diferencias entre las estructuras lingüísticas de las teorías existentes,pero un análisis diacrónico muestra ciertos indicios importantes del pro-ceso por el cual se desarrollan identidades socioprofesionales y paradigmasnuevos a partir de los anteriores.

identidades socioprofesionales

y rupturas en la comunicación

Si bien la metáfora darwinista ofrece un punto de partida atractivo alproporcionar ciertos indicios heurísticos sobre la posible función de la

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8 La analogía entre los paradigmas y las especies podría dar a entender que elobjeto de discusión en este caso son los grupos de individuos. Sin embargo, estono es así. Como se indica en el presente trabajo, la categoría que se consideramás adecuada para estudiar el cambio científico es la de identidadsocioprofesional. Si existe cierta discontinuidad aparente entre la terminologíaempleada en este capítulo y la de los otros, ella no es de origen metodológicosino más bien pragmático y convencional. Puesto que se ha elegido enmarcareste análisis de caso en el contexto más conocido de los estudios anteriores sobrela inconmensurabilidad, en los que es considerada como un fenómeno surgidode las actividades de grupos o “tribus”, se ha preferido respetar el uso detérminos como “paradigma” o “grupo”.

de individuos que se reproducen ya sea sexualmente (en el caso de Dar-win) o intelectualmente (en el caso de Kuhn).7 Por lo tanto, la barrera queconstituye la esterilidad o imposibilidad de reproducirse entre especiesdistintas dentro de la teoría darwinista se puede comparar metafóricamentecon la inconmensurabilidad de los paradigmas en el modelo de Kuhn. Asícomo la esterilidad funciona de obstáculo para impedir que las caracterís-ticas de la nueva especie sean reabsorbidas por la anterior, la inconmensu-rabilidad genera una esterilidad intelectual, o sea, una imposibilidad de quelos paradigmas intelectuales se crucen. Esta metáfora darwinista reconocela ruptura de la comunicación que se produce por efecto de la inconmen-surabilidad, pero sugiere al mismo tiempo que esa ruptura puede cumpliruna función productiva en el proceso de especiación conceptual de los para-digmas nuevos. En cierto sentido, la metáfora presenta a la inconmensu-rabilidad como una apuesta más que como un mero costo.

Asimismo, sugiere que la interacción entre paradigmas científicos cons-tituye un proceso mediado por un fenómeno comparable con la selec-

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evolucionista, México, Paidós-unam, 1997, pp. 105-145]. Véase también GerardLemaine, “Social differentiation and social originality”, en European Journal ofSocial Psychology 4, 1974, pp. 17-52. Edward Grant propone un análisis delaristotelismo medieval y renacentista basado en la teoría de las especies en suartículo “Ways to interpret the terms ‘Aristotelian’ and ‘Aristotelianism’ in Medievaland Renaissance natural philosophy”, en History of Science 25, 1987, pp. 336-358. Porotro lado, la epistemología evolucionista, un modelo propuesto inicialmente porDonald T. Campbell y basado en una interpretación popperiana del darwinismo,ofrece una visión bastante diferente del cambio conceptual desde una perspectivaevolucionista. En este modelo se traza una analogía entre la selección natural deDarwin y la falsación de Popper y se llega a la conclusión de que la selecciónnatural es un proceso “racional” de “eliminación de errores”. Como se verá en elresto del presente capítulo, aquí no se comparte esa lectura popperiana de Darwinni se considera que la selección natural sea un proceso racional, así como tampocose utilizan las categorías de “progreso” y “evolución dirigida”. Sobre laepistemología evolucionista, véanse Donald T. Campbell, “Evolutionaryepistemology”, en Paul A. Schilpp (ed.), The philosophy of Karl Popper, La Salle,Open Court, 1974, t. i, pp. 413-463 [trad. esp.: “Epistemología evolucionista”, en S.Martínez y L. Olivé (eds.), Epistemología evolucionista, México, Paidós-unam, 1997,pp. 43-102]; y Kai Hahlweg y C. A. Hooker (eds.), Issues in evolutionaryepistemology, Albany, State University of New York Press, 1989.

7 La analogía entre especie y paradigma puede extenderse aun más. De hecho, elconcepto darwinista de especie en tanto población de individuos que sereproducen difiere de las definiciones anteriores, centradas en los atributosmorfológicos que comparten los individuos. Esta diferencia guarda semejanza conla existente entre el concepto de paradigma en tanto comunidad de científicos,planteado por Kuhn, y las nociones anteriores, como la del empirismo lógico, queconciben a las teorías científicas como sistemas lógicos no interpretados.

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mentos de Galileo pueden desestimarse a priori por considerarse que unmatemático no es capaz de ofrecer interpretaciones sobre un fenómenoque cae dentro del dominio de la filosofía. Por otro lado, se encuentrancasos en los que hay investigadores con posiciones radicalmente opuestasque mantienen la comunicación por compartir identidades profesionalesde jerarquía comparable. Por ejemplo, tres técnicos en astronomía comoKepler, que era copernicano, Magini, que era ptolemaico, y Tycho, queseguía su propio modelo, pudieron sostener un extenso diálogo a pesarde que sus obras reflejaban tres cosmovisiones totalmente distintas.11

Entre los aristotélicos se puede encontrar un modelo de comunicaciónsemejante, a pesar de la divergencia teórica. Aunque se ha demostradoque el aristotelismo no constituía una filosofía homogénea sino más bienun abanico de tendencias bastante independientes entre sí, es evidente que,llegado el momento de oponerse a Galileo y a los copernicanos, los aris-totélicos italianos no se quedan enredados en los problemas de incompa-tibilidad intelectual que podían haber surgido entre ellos. Más allá de quetuvieran ideas diversas y hasta a veces opuestas, en general compartían unaidentidad socioprofesional unificada: los aristotélicos solían desempeñarsecomo profesores universitarios de filosofía.12

Por otro lado, se observan también algunos casos de diferencias meto-dológicas irreductibles dentro de una misma disciplina que pueden atri-buirse a las desigualdades radicales en el estatus social de los defensoresde uno y otro estilo metodológico y a su búsqueda de movilidad ascen-dente. En otros trabajos he mostrado que la falta de diálogo entre los mate-máticos de la escuela de mecánica de Urbino y los de otras institucionesdel norte de Italia constituye un ejemplo de este fenómeno.13 En ese caso,

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11 Véase la correspondencia entre Magini, Tycho y Kepler en Antonio Favaro (ed.),Carteggio inedito di Ticone Brahe, Giovanni Keplero e di altri celebri astronomi e matematici dei secoli xvi e xvii con Giovanni Antonio Magini, Bolonia,Zanichelli, 1886. Véase también Robert S. Westman, “The Melanchton Circle,Rheticus, and the Wittenberg interpretation of the Copernican theory”, en Isis66, 1975, pp. 165-193.

12 Edward Grant, “Ways to interpret…”, op. cit.; Charles B. Schmitt, Aristotle andthe Renaissance, Cambridge, Harvard University Press, 1983, esp. pp. 10-33 [trad.esp: Aristóteles y el Renacimiento, León, Secretariado de Publicaciones y MediosAudiovisuales de la Universidad de León, 2005]; The Aristotelian tradition andRenaissance universities, Londres, Varorium, 1984; Studies in Renaissancephilosophy and science, Londres, Varorium, 1981; y Les études philosophiques 3,1986, número especial dedicado al aristotelismo en el siglo xvi.

13 Mario Biagioli, “The social status of Italian mathematicians 1450-1600”, enHistory of Science 27, 1989, pp. 56-67.

inconmensurabilidad en el proceso de cambio científico, una analogía másestrecha entre la especiación biológica y la cognitiva no resistiría la cons-tatación en las pruebas existentes. En efecto, mientras que en los procesosde cambio biológico el surgimiento de la esterilidad es simétrico, en el casodel cambio científico se observan marcadas asimetrías entre las distintasmanifestaciones de inconmensurabilidad.9 A veces, un grupo aduce quepuede comprender al otro, pero niega que lo inverso sea verdad. Como seha señalado, Galileo alega que sus interlocutores no pueden entender suteoría de la flotabilidad porque no son versados en ciencias matemáticas,mientras que él, por el contrario, hace alarde de un dominio perfecto dela filosofía aristotélica.10 Otra diferencia importante entre los cambios bio-lógicos y los científicos radica en que el posible surgimiento de la incon-mensurabilidad durante el proceso de cambio científico no parece estardeterminado por el “genotipo” del paradigma, sino por el contexto de la“especiación” científica. En el intercambio entre los aristotélicos y Galileosobre la flotabilidad, la imposibilidad de comunicarse es atribuida por esteúltimo, desde una postura moralista, a la poca voluntad de entablar un diá-logo constructivo por parte de sus interlocutores. En otros casos, se observaque alguno de los participantes declara desde una postura autoritaria queno necesita o no desea dialogar con el otro. Las afirmaciones relacionadascon la capacidad o la voluntad de comunicarse parecen reflejar las estra-tegias conscientes o inconscientes de los participantes, además de las dimen-siones lingüísticas de sus paradigmas.

Por otra parte, la metáfora darwinista no permite distinguir la incon-mensurabilidad de la incomunicabilidad. Como se verá más adelante, esosdos fenómenos están conectados, pero su relación es más compleja y difí-cil de desentrañar que lo insinuado por dicha metáfora. Los casos históri-cos de cambio científico indican que la ruptura de la comunicación no esnecesariamente causada por diferencias en las estructuras lingüísticas delos paradigmas que se encuentran en competencia. Más bien, con frecuenciaestá asociada a situaciones en las que se traspasan los límites de las profe-siones o disciplinas y se transgreden las jerarquías socioprofesionales. En efecto,la subordinación de las ciencias matemáticas con respecto a la filosofía, queera un requisito de las jerarquías disciplinarias de la época, precipita la rup-tura de la comunicación entre Galileo y los aristotélicos durante el debatesobre la flotabilidad. Como lo ejemplifica el caso de Di Grazia, los argu-

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9 Sin embargo, Kuhn no piensa lo mismo. En su modelo, la inconmensurabilidades un fenómeno simétrico.

10 go, t. iv, pp. 31-32, 50, 124-125.

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tivo) y se identifican con Sagredo y Salviati, se unan al autor y a los per-sonajes para reírse de los aristotélicos. A pesar del título, el Diálogo noestá concebido como tal.16 Su objetivo no es convencer al “otro”, sino con-firmar y conservar la identidad de “uno”.

Galileo no es el único que adopta estrategias retóricas destinadas a crearun espíritu de cohesión entre sus potenciales adeptos. Al observar loscuatro textos producidos por los filósofos como respuesta al Discurso sobrelos cuerpos flotantes de Galileo, llama la atención la cantidad desmesuradade refutaciones que se repiten contra las tesis galileanas. Dichos textos pare-cen más una reacción histérica al “otro” que una evaluación constructivade sus planteos. Castelli, a quien Galileo le encarga la respuesta de esascríticas, advierte con gran facultad perceptiva que la función de esos tex-tos caracterizados por la abundancia de palabras es garantizar a los segui-dores de los aristotélicos que éstos ya se han ocupado de Galileo y que yase ha controlado la invasión de su terreno disciplinario y la transgresiónde las jerarquías tradicionales. Como bien dice Castelli, debe haber bas-tado con ver tantas palabras impresas para calmar su ansiedad.17 Al igualque el Diálogo de Galileo, las respuestas de la Liga no constituyen un intentode convencer al adversario. En realidad, representan una instancia de inco-municación cuyo objetivo es mantener la cohesión del grupo al que per-tenece el autor, en este caso para apaciguar sus preocupaciones.

Con todo esto no se quiere decir que las manifestaciones de incomuni-cabilidad, las estrategias retóricas de incomunicación y la inconmensura-bilidad lingüística sean lo mismo. De manera semejante, tampoco se con-sidera aquí que la diferencia de identidades socioprofesionales defina laposibilidad de comunicación o la aparición de la inconmensurabilidad. Enrealidad, todas esas manifestaciones, estrategias y situaciones lingüísticasse relacionan en tanto cumplen una función esencial en la formación y enla conservación de las identidades socioprofesionales y de la cohesión gru-pal. Si bien la inconmensurabilidad es un fenómeno muy específico ybastante infrecuente, conectado con las dimensiones lingüísticas de las teo-

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16 Ésta es una característica típica de los Diálogos publicados en las cortesrenacentistas, que eran “sobre” la corte y “para” ella, al igual que otros libros,como el de Castiglione. Su objetivo era ensalzar la identidad y los valores dequienes los leían (y se sentían representados en ellos). Sobre este tema, véaseNuccio Ordine et al., Il dialogo filosofico nel ‘500 europeo, Milán, Angeli, 1990, p. 20.

17 “Toda vez que conforman un gran volumen, [estas palabras] satisfacen lasexpectativas del vulgo que, por no entender el sentido de los escritos, se calmacon tan sólo ver los caracteres y poder decir que [el desafío] ha sido respondido”(go, t. iv, p. 462).

la diferencia de identidades sociales tiene más peso en el momento de defi-nir la posibilidad de diálogo que el hecho de compartir la misma forma-ción disciplinaria.

El análisis de las estrategias retóricas empleadas en las situaciones deruptura de la comunicación durante los debates interdisciplinarios aportamás pruebas sobre la importancia de las identidades socioprofesionales enla regulación del diálogo entre científicos. Un buen ejemplo de esas estra-tegias es la retórica epidíctica que utiliza Galileo en el Diálogo sobre los dosmáximos sistemas del mundo.14 A pesar de que su propósito declarado esconvencer a los aristotélicos, Galileo hace exactamente lo contrario. Pre-supone que cuenta con un público complaciente, compuesto de cortesa-nos y “librepensadores” más que de escolásticos, y ridiculiza a sus compe-tidores representándolos mediante un hombre de paja (Simplicio) de unaingenuidad y un dogmatismo inverosímiles, que es objeto de las burlas sis-temáticas de los héroes galileanos (Sagredo y Salviati).15 Simplicio es unpersonaje inventado para representar al típico pedante, una figura quepuede haber causado gracia a los cortesanos, pero que jamás atraería sucomplacencia. El Diálogo resulta ser entonces una especie de chiste internocreado a costa de los aristotélicos. Su función es hacer que los lectores,que ya aceptan a Galileo (o la cultura reflejada en su estilo argumenta-

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14 La retórica epidíctica, también llamada oratoria ceremonial, es un tipo deretórica que presupone la existencia de un acuerdo básico entre los valores del orador y los de los oyentes. Las elegías dedicadas a los académicos fallecidosconstituyen un ejemplo de esta retórica. En esos casos, el orador relata la vida del académico fallecido a modo de emblema de los valores corporativos de laacademia, de manera tal que, cuando el discurso tiene un público complaciente,sirve para reforzar los valores del grupo. Véanse Brian Vickers, “Epideicticrhetoric in Galileo’s Dialogo”, en Annali dell’Istituto e Museo di Storia dellaScienza di Firenze 8, 1983, pp. 69-101; y J. W. O’Malley, Praise and blame inRenaissance Rome, Durham, Duke University Press, 1979. El análisis de DorindaOutram también es pertinente en este caso, aunque no utiliza la categoríainterpetativa de retórica epidíctica en su artículo “The language of naturalpower: The ‘Éloges’ of Georges Cuvier and the public language of NineteenthCentury science”, en History of Science 16, 1978, pp. 153-178. En la página 159,sostiene que mediante los Éloges, Cuvier describe su público ante su públicomismo, lo que sería una descripción acertada de la retórica epidíctica. Lasdimensiones epidícticas de los Éloges pronunciados por los miembros de laAcademia Parisina de las Ciencias también se analizan en Charles B. Paul, Science and immortality, Berkeley, University of California Press, 1980, pp. 1-12.

15 Después de leer el Diálogo, Campanella le escribe a Galileo que “Simplicio parecela broma de esta comedia filosófica, ya que al mismo tiempo muestra laestupidez de su secta, su modo de hablar, su incoherencia, su obstinación y todolo demás” (go, t. xiv, N° 2283, p. 366).

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filósofos y matemáticos

Si bien todavía existen jerarquías de disciplinas en la ciencia actual, aun-que no siempre se las reconozca de manera explícita, éstas son más flexi-bles que las que existían durante la revolución científica. Más específica-mente, mientras que las jerarquías actuales en general reflejan diferenciasde estatus dentro de la misma comunidad científica, el caso de Galileodemuestra que en su época no había una distinción clara entre las jerarquíasprofesionales y las sociales, ni entre la credibilidad científica y el honor o elestatus social. Antes de la institucionalización de la ciencia, la adopción deteorías, paradigmas, cosmovisiones y prácticas científicas no representabasolamente lo que hoy se llamaría una “cultura profesional”. Como ya se haseñalado, lo que estaba en juego con frecuencia en los debates no era sólola opinión del filósofo sobre un fenómeno específico ni su posición dentrode la comunidad profesional, sino su estatus social y su identidad misma.

Por lo tanto, no es extraño observar que para los matemáticos comoRético, Copérnico y Galileo, las disputas sobre la nueva astronomía y lanueva filosofía de la naturaleza no constituyen meros debates científicossino una combinación de cruzadas disciplinarias y pleitos judiciales acercade los límites, los dominios y las jerarquías de las disciplinas.20 En su obraNarratio prima, Rético escribe que la validez de las hipótesis copernicanasdebe ser determinada por

los geómetras y los filósofos (versados en matemáticas). Para el juicio yla definición de semejantes controversias, debe llegarse a un veredictode acuerdo con las leyes de las ciencias matemáticas (que constituyenel tribunal donde se dirime este caso), y no con las opiniones plausi-bles. Éstas se han dejado de lado, y se han adoptado las primeras.21

Por lo tanto, para que se legitimara una cosmovisión nueva, se requeríauna revolución en la jerarquía social de las disciplinas y el surgimiento de

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20 El lenguaje forense de Galileo es particularmente notorio en la Carta a Cristinade Lorena, traducida al inglés en Maurice Finocchiaro, The Galileo affair,Berkeley, University of California Press, 1989, pp. 87-118 [trad. esp.: GalileoGalieli, Carta a Cristina de Lorena y otros textos sobre ciencia y religión, Madrid,Alianza, 1994]. En ella, Galileo presenta sus argumentos sobre los privilegioscognitivos, los métodos y los límites de la astronomía y de la teología. Asimismo,en todos los escritos del autor aparecen distintas versiones de la fórmula “lasmatemáticas son para los matemáticos”.

21 Edward Rosen (ed.), Three Copernican Treatises, Nueva York, Dover, 1939, p. 139.

rías que se encuentran en competencia, el desarrollo de dicho fenómenodepende también de los diversos procesos que sirven para constituir lasidentidades socioprofesionales en torno a determinadas teorías, y de losmodos en que la formación de esas identidades a su vez posibilitan unamayor articulación de las teorías.

La labor de algunos filósofos, antropólogos culturales y sociólogos dela ciencia ha proporcionado herramientas para relacionar el surgimientode la inconmensurabilidad con el proceso de formación y conservaciónde las identidades socioprofesionales. Imre Lakatos, por ejemplo, analizalas respuestas de un grupo de matemáticos a las críticas de otro grupo rival,que ha descubierto ciertas anomalías en su paradigma.18 En ese trabajo,califica a algunas de esas respuestas como estrategias de “exclusión de mons-truos”. El profundo análisis antropológico de Lakatos sugiere que las ano-malías y las novedades se pueden percibir como manifestaciones de “lootro”. A partir de lo señalado por Lakatos, David Bloor interpreta el modelode respuesta de los matemáticos ante las novedades conceptuales en tér-minos del sistema de “cuadrículas y grupos” [grid and group] de Mary Dou-glas19 y así extiende la noción de “otro conceptual” presentada por Laka-tos al “otro social”, lo que le permite relacionar la respuesta de unacomunidad determinada ante “lo otro” con la estructura interna y los lími-tes externos de esa misma comunidad. La interpretación que aquí se pre-senta sobre el surgimiento y la función de la inconmensurabilidad en elproceso de cambio científico proviene de estos estudios, aunque, a dife-rencia de Bloor, en el presente trabajo se considera que el fenómeno de lainconmensurabilidad también forma parte de la respuesta de los gruposante “lo otro”.

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18 Imre Lakatos, Proofs and refutations, Cambridge, Cambridge University Press,1976 [trad. esp.: Pruebas y refutaciones: la lógica del descubrimiento matemático,Madrid, Alianza, 1994].

19 David Bloor, “Polyhedra and the abominations of Leviticus: Cognitive styles inmathematics”, en British Journal for the History of Science 11, 1978, pp. 245-272,reeditado en Mary Douglas (ed.), Essays in the sociology of perception, Londres,Routledge & Kegan Paul, 1982, pp. 191-218; David Bloor, Wittgenstein: A socialtheory of knowledge, Nueva York, Columbia University Press, 1983, esp. “Strangersand anomalies”, pp. 138-159. Sobre las primeras ideas de Mary Douglas acerca dela relación entre la respuesta a “lo otro” y la taxonomía social del grupo, véasePurity and danger, Londres, Routledge, 1966 [trad. esp.: Pureza y peligro, Madrid,Siglo xxi, 2000]. Para una explicación del modelo de “grupos y cuadrículas”,véase de la misma autora Natural symbols, Nueva York, Pantheon, 1970 [trad.esp.: Símbolos naturales, Madrid, Alianza, 1988] y Cultural bias, Londres, RoyalAnthropological Institute, 1978

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de disciplinas característica de la revolución científica, en cuyo inicio lasciencias matemáticas estaban subordinadas a la filosofía.

Para Aristóteles y sus adeptos, las demostraciones matemáticas soninapelables siempre y cuando no se refieran a entidades materiales. Enefecto, como Di Grazia y Delle Colombe se ocupan de recordarle a Gali-leo, el objeto de las matemáticas son las entidades abstractas.24 El valorde verdad de los teoremas no puede transferirse del dominio de las cien-cias matemáticas al dominio de la física, es decir, de las entidades abs-tractas a las entidades materiales. En el mismo sentido, se espera que losmatemáticos se limiten a analizar los aspectos estáticos y cinemáticos delos fenómenos naturales. De hecho, por ser una disciplina abstracta (o sea,ajena a lo físico), se considera que no puede explicar las causas del cam-bio, y mucho menos del movimiento. Para eso hace falta contar con losprincipios físicos adecuados, que no son jurisdicción de las ciencias mate-máticas sino de la filosofía.25 Como ya se ha visto, uno de los puntos quelos aristotélicos critican en Galileo es su imposibilidad de postular prin-cipios físicos aceptables sobre los cuales basar sus afirmaciones y demos-traciones. De este modo, sus adversarios le recuerdan que las cienciasmatemáticas, por ser ajenas a los principios “verdaderos” del mundo físico,sólo pueden aspirar a medir las cantidades (o sea, los aspectos acciden-tales) de los fenómenos naturales.26 Es más, en el Renacimiento, las dife-rencias de estatus cognitivo entre las ciencias matemáticas y la filosofía

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24 go, t. iv, p. 385. En “Contro il moto della terra” de Delle Colombe se encuentrandeclaraciones similares (go, t. iii, p. 255).

25 go, t. iv, p. 423.26 Ibid., pp. 389, 423. Sobre los debates acerca del estatus cognitivo de las ciencias

matemáticas en Italia durante el siglo xvi, véanse Paolo Galluzzi, “ Il Platonismodel tardo Cinquecento e la filosofia di Galileo”, en Paola Zambelli (ed.), Ricerchesulla cultura dell’Italia moderna, Bari, Laterza, 1973, pp. 39-79; Giovanni Crapulli,Mathesis Universalis, Roma, Edizione dell’Ateneo, 1969; Alistair C. Crombie,“Mathematics and Platonism in the Sixteenth-Century Italian universities and in Jesuit educational policy”, en Y. Maeyama y W. G. Saltzer (eds.), Prismata,Wiesbaden, Steiner Werlag, 1977; Peter Dear, “Jesuit mathematical science andthe reconstruction of experience in the early Seventeenth Century”, en Studies in History and Philosophy of Science 18, 1987, pp.133-175; G. C. Giacobbe, “IlCommentarium de certitudine mathematicarum disciplinarum di AlessandroPiccolomini”, en Physis 14, 1972, pp. 162–193; “Francesco Barozzi e la Quaestio de certitudine mathematicarum”, en Physis 14, 1972, pp. 357-374; “La riflessionemetamatematica di Pietro Catena”, en Physis 15, 1973, pp. 178-196; y “Epigoni del Seicento della Quaestio de certitudine mathematicarum: Giuseppe Biancani”,en Physis 18, 1976, pp. 5-40. Sobre el debate acerca del estatus cognitivo de las matemáticas en la astronomía, véase la nota 27 del presente capítulo. Sobre la clasificación de las disciplinas, véanse James A. Weisheipl, “The nature,

nuevas identidades socioprofesionales. La revolución copernicana consti-tuye un buen ejemplo de este tipo de procesos. Como bien lo advierte elteólogo protestante Andreas Osiander en su prefacio para De revolutioni-bus, la obra de Copérnico podía generar una doble revolución (y en efectolo hizo) al declarar que los astrónomos estudiaban la verdadera estruc-tura del cosmos y, por lo tanto, eran filósofos:

Divulgada ya la fama acerca de la novedad de la hipótesis de esta obra,que considera que la Tierra se mueve y que el Sol está inmóvil en elcentro del Universo, no me extraña que algunos eruditos se hayan ofen-dido vehementemente y consideren que no se deben modificar las dis-ciplinas liberales, constituidas ya hace tiempo.22

Seguramente Galileo conocía bien las ramificaciones disciplinarias de laastronomía copernicana, ya que en el Diálogo sobre los dos máximos siste-mas del mundo hace que Simplicio comente lo siguiente acerca de Sal-viati: “Su manera de filosofar tiende a subvertir toda la filosofía de lanaturaleza, y a desordenar y confundir el cielo y la tierra, y el universoentero”.23

Al trazar una relación estrecha entre el cambio científico y el cambiosocial, la idea sobre el surgimiento de la inconmensurabilidad que se des-cribe en los apartados anteriores puede aplicarse fácilmente al panoramaque presentan estas citas. Dicho punto de vista también indicaría que lainconmensurabilidad puede surgir con mayor claridad y la imposibilidadde comunicación puede ser más grave cuando la legitimación del nuevoparadigma exige no sólo la aceptación de una cosmovisión totalmentenovedosa, sino también una revolución en la jerarquía tradicional de dis-ciplinas. Por lo tanto, la ruptura de la comunicación entre Galileo y los aris-totélicos en materia cosmológica y metodológica durante el debate sobrela flotabilidad debería interpretarse también en el contexto de la jerarquía

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22 Nicolás Copérnico, On the Revolutions, en Complete Works, trad. al inglés de Edward Rosen, ed. de Jerzy Dobrzycki, Varsovia-Cracovia, Polish ScientificPublishers, 1978, t. ii, pp. xvi [trad. esp.: Sobre las revoluciones de los orbes celestes,Madrid, Editora Nacional, 1982 (prefacio de Andreas Osiander), pp. 85-86].Sobre los intereses disciplinarios del prefacio escrito por Osiander, véase Robert.S. Westman, “The astronomer’s role in the Sixteenth Century: A preliminarystudy”, en History of Science 18, 1980 pp. 105-147.

23 Galileo Galilei, Dialogue concerning the Two Chief World Systems, traducido alinglés por Stillman Drake, Berkeley, University of California Press, 1967, p. 37

[trad. esp.: Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico ycopernicano, Madrid, Alianza, 1995].

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sobre la nueva estrella de 1604 Alimberto Mauri (un nombre ficticio quetal vez sea seudónimo de Galileo):

Los filósofos quieren la uniformidad [de movimiento] en las estrellas,y no una uniformidad fingida o imaginaria, sino real y concreta [...].Entonces corren a pedirles ayuda a los astrónomos (ya que no puedenresolver este asunto por su cuenta), para que ellos les muestren lasrazones de dichas apariencias y mantengan en la mente de los hombreslas ideas de los filósofos sobre la uniformidad y la regularidad de los cie-los. Así, los astrónomos, cual fieles amigos, piensan día y noche sobrelos epiciclos, las excéntricas y los punctum aequans [...] pero he aquí queesos instrumentos, que antes no estaban en posesión de los filósofos, sonpor ellos vilipendiados a causa de su desprecio hacia los donantes o, en sudefecto, son mal utilizados a causa de su ignorancia sobre estos temas.30

Ahora bien, a pesar de que los filósofos no podían cumplir con los debe-res que les imponía su disciplina y ofrecer a los matemáticos ciertos prin-cipios físicos que les sirvieran para crear descripciones correctas de losmovimientos planetarios, aun así podían contar con la jerarquía tradicio-nal de disciplinas para culpar a estos últimos de sus propias deficienciasfilosóficas. Se podría afirmar, recurriendo a cierto anacronismo, que elmayor poder disciplinario de los filósofos relegaba a los matemáticos a unaespecie de posición metodológica nominalista en materia de cosmología,mientras que los primeros tenían derecho a adoptar una postura realistasobre el mismo tema.31 Esta negación a priori de la realidad física en las

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30 Alimberto Mauri, Considerations of Alimberto Mauri on some places in theDiscourse of Lodovico Delle Colombe about the Star which appeared in 1604,traducido al inglés por Stillman Drake en Galileo Galileo against the philosophers,Los Ángeles, Zeitlin and Ver-Brugge, 1976, p. 102.

31 El debate sobre el nominalismo y el realismo en astronomía suele estructurarseen torno a la crítica de las categorías esquemáticas de “instrumentalismo” y“realismo” que presenta Pierre Duhem en su libro To save the phenomena,Chicago, University of Chicago Press, 1969. En su artículo “Saving theappearances” (Classical Quarterly 28, 1978, pp. 202-222), G. E. R. Lloyd criticaalgunas traducciones e interpretaciones de textos originales realizadas porDuhem. En Nicholas Jardine, “The forging of modern realism: Clavius andKepler against the Sceptics”, en Studies in History and Philosophy of Science 10,1979, pp. 141-173, se presenta el debate sobre el instrumentalismo y el realismo en el contexto de la reacción de los astrónomos contra la crítica de los escépticosa la legitimidad cognitiva de la astronomía. Más adelante, Jardine amplía suanálisis en The birth of history and philosophy of science, Cambridge, CambridgeUniversity Press, 1984, pp. 225-257. Véase también, del mismo autor, “The

también reflejaban las diferencias de estatus social entre los matemáti-cos, los filósofos y los astrónomos.27

De acuerdo con los límites metodológicos que asignaba esta jerarquía,los filósofos creaban cosmologías cualitativas generalmente sobre la basede la teoría aristotélica de las esferas homocéntricas. Los astrónomos, porsu parte, debían generar predicciones cuantitativas de los movimientosplanetarios usando diversas herramientas geométricas. La superioridad deestatus cognitivo y social de la filosofía con respecto a la astronomía serefleja en la deslegitimación cognitiva del método matemático por partede los filósofos cuando éste se aplica a la explicación de los procesos físi-cos. Para ellos, las construcciones geométricas de los matemáticos no cons-tituían verdaderos modelos del cosmos sino meros dispositivos de cál-culo o, aun peor, simples estratagemas. En una declaración que pone demanifiesto esta “infantilización profesional” de los matemáticos por partede los filósofos, Delle Colombe sostiene que la geometría es el saber de losniños y que los epiciclos son sus trompos de madera.28 Es probable que eltropo haya sido frecuente en la época, ya que el propio Galileo se refiere aél de la siguiente manera:

Aquí me espero un desaire terrible de alguno de mis adversarios, y yame parece oír que alguien me grita en la oreja que una cosa es tratar losfenómenos físicamente y otra cosa es tratarlos matemáticamente, yque los geómetras deberíamos quedarnos entre nuestros trompos, sinmeternos con las materias filosóficas, cuyas verdades son distintas de lasverdades matemáticas, como si la verdad pudiera ser más de una.29

Sin embargo, el orgullo de los filósofos por su disciplina no coincidía consu desempeño. Aunque sólo ellos podían atribuirse el acceso a las verda-deras causas de los movimientos planetarios, esto no significa que real-mente pudieran encontrarlas. Como escribe en su respuesta a Delle Colombe

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scope and classification of the sciences”, en David C. Lindberg (ed.), Science in the Middle Ages, Chicago, University of Chicago Press, 1978, pp. 461-482; y Steven J. Livesey, “William of Ockham, the subalternate sciences, and Aristotle’stheory of ‘Metabasis’”, en British Journal for the History of Science 19, 1985, pp. 127-145. Otro texto de interés sobre estos temas es Peter Machamer, “Galileoand the causes”, en Robert. E. Butts y Joseph C. Pitt (eds.), New perspectives on Galileo, Dordrecht, Reidel, 1978, pp. 161-180.

27 Sobre este fenómeno en Italia, véase Mario Biagioli, “The social status...”, op. cit.28 go, t. iii, pp. 253-254.29 go, t. iv, p. 49.

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ble que los detalles del sistema copernicano no hayan sido del todo satis-factorios, su coherencia matemática interna y su capacidad de explicardirectamente con sus premisas físicas una cantidad considerable de fenó-menos astronómicos lo convierten en una opción sólida para ofrecer unadescripción física verdadera del cosmos. Gracias a las ideas de Copérnico,varios matemáticos se comienzan a autodenominar como “nuevos filóso-fos”. Galileo es uno de ellos.34 Como escribe en la primera epístola sobrelas manchas solares:

[Scheiner] sigue teniendo como verdaderos, concretos y realmente dis-tintos y móviles a los epiciclos, los deferentes, las excéntricas y los pun-tos ecuantes, supuestos como tales por los astrónomos puros para faci-litar los cálculos, mas no por los astrónomos filosóficos, los cuales, másallá de las demandas de salvar las apariencias, buscan investigar, comoproblema máximo y más admirable, la verdadera constitución del uni-

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eran reales, entonces quedaban expuestos a las preguntas de los filósofostradicionales acerca de las causas del movimiento planetario, las cuales sesuponía que debían poder revelar en tanto astrónomos “filosóficos”. Este dilematiene su mejor ejemplo en la carta que Galileo le escribe a Dini en 1615, donde le dice que los epiciclos, las excéntricas y las esferas obviamente no son reales en el sentido físico, pero que, al mismo tiempo, es absolutamente real que losplanetas se mueven en excéntricas (o sea, en círculos cuyo centro no es laTierra, como en el caso de Marte) o en epiciclos (o sea, en trayectorias circularesque no circundan la Tierra, como el mismo Galileo ha descubierto con sutelescopio en los casos de Venus y los satélites de Júpiter). En cierto sentido,Galileo trata de argumentar que los epiciclos y las excéntricas existen y noexisten al mismo tiempo, y mediante algunos casos cualitativos muy sencillos,agrega que existen independientemente de los modelos planetarios complejos.Esta tensión tan llamativa es como un espejo del dilema socioprofesional deGalileo: él quiere ser filósofo, por lo tanto, quiere revelar las causas de losfenómenos, pero aún no puede encontrar esas causas. Al mismo tiempo, nopuede afirmar que los dispositivos empleados por los astrónomos tengan unaexistencia física, ya que eso lo descalificaría como “astrónomo filosófico” (go,t. v, p. 299). Al final, acaba por recurrir a la ayuda a Dios: “Ya que a Dios no lefalta modo de hacer caminar las estrellas por el espacio inmenso del cielo,dentro de senderos bien limitados y definidos, mas sin encadenarlas niforzarlas” (ibid., trad. al inglés de Maurice Finocchiaro, The Galileo affair,op. cit., pp. 61-62). El problema de la existencia física de los dispositivosgeométricos en Galileo indica que quizá su aparente falta de interés por losaspectos técnicos de la teoría planetaria proviene de un deseo o necesidad de no enfrentarse directamente con el estatus de esos dispositivos.

34 Véase la declaración de Galileo al respecto en el Dialogue concerning the TwoChief World Systems, op. cit., p. 341.

hipótesis matemáticas también se relaciona con la ruptura del diálogo cons-tructivo ente las dos disciplinas, puesto que los filósofos no tenían necesi-dad de escuchar a los matemáticos. Dado el marco de jerarquías dentrodel cual operaban, no tenían obligación alguna de aprender el lenguaje delos matemáticos ni de tomar en serio sus principios físicos.

En este contexto, Copérnico rechaza el nominalismo matemáticoimpuesto a los astrónomos por los filósofos y defiende la legitimidad cog-nitiva del realismo matemático. Ahora bien, esto no significa que los coper-nicanos realmente creyeran en la existencia física concreta de las esferas,las excéntricas y los epiciclos. Tampoco creía en ella Galileo.32 Más bieneran realistas en tanto pensaban que las ciencias matemáticas constituíanla clave para descubrir la estructura física real del cosmos.33 Aunque es posi-

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significance of the Copernican Orbs”, en Journal for the History of Astronomy 13,1982, pp. 168-194, y “Epistemology of the sciences”, en Charles B. Schmitt yQuentin Skinner (eds.), The Cambridge history of Renaissance philosophy,Cambridge, Cambridge University Press, 1988, pp. 685-711. Robert S. Westmananaliza esta cuestión desde una perspectiva más sociológica en sus artículos “Theastronomer’s role...”, op. cit.; y en “Kepler’s theory of hypothesis and the ‘realistdilemma’”, en Studies in History and Philosophy of Science 3, 1972. Aunque la tesisformulada en el presente trabajo parte de la taxonomía de Duhem, no se veafectada en lo más mínimo por esas críticas contra su perspectiva esquemática (y a veces filológicamente insostenible), ya que aquí no se adopta una visión“realista” de dicha taxonomía ni se pretende defender la distinción de Duhementre realistas e instrumentalistas en tanto representación de dos tradicionesintelectuales diferentes, que se extienden desde los griegos hasta los jesuitas. En lugar de ello, aquí se toman las observaciones de Duhem como señales de un modelo de interacción (o de lucha) entre grupos socioprofesionales (oroles) con diferente estatus (tanto social como cognitivo), un modelo del cual se puede dar cuenta desde la antropología y cuyas características constituyen el objeto de este trabajo. Por lo tanto, no se retoma la obra de Duhem en tanto“autoridad” que legitima la tesis aquí presentada, sino más bien como unpretexto o disparador de este estudio.

32 Véase la “Lettera a Monsignor Pietro Dini”, en go, t. v, pp. 297-299, esp. p. 299.En su artículo “The astronomer’s role...”, op. cit., Westman presenta unacontextualización muy interesante de la postura compleja de Copérnico sobre la realidad física de las esferas (pp. 112-116). Por otra parte, en el artículo “Thesignificance of the Copernican Orbs”, op. cit., de Jardine se expone un análisis del debate sobre esa cuestión.

33 Los “astrónomos filosóficos” estaban entre la espada y la pared. Alegar larealidad física de los dispositivos geométricos hubiese sido contraproducente. Si se podía dar cuenta de los mismos movimientos planetarios mediantediferentes configuraciones de esos dispositivos, entonces quería decir que ellosno tenían una existencia física (o al menos era imposible decidir cuál era lacombinación “real”). Al mismo tiempo, si sostenían que esos dispositivos no

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conducta incomunicativa de los participantes, el rechazo a priori de la posi-ción del otro, las ofensas contra la disciplina ajena y el intento de cambiaro hacer valer por la fuerza las reglas del juego en vez de entablar un diá-logo constructivo.

Es importante señalar que estas transgresiones y las consecuentes rup-turas en la comunicación no eran meras consecuencias de una lucha porel poder (o por la supervivencia) entre participantes o disciplinas dife-rentes. Los matemáticos no poseían el poder y el estatus cognitivo nece-sario para atacar a los filósofos con cualquier pretexto y vencer en el intento.Para lograrlo, necesitaban muy buenos recursos. La astronomía coperni-cana y la teoría arquimediana de la flotabilidad eran dos de ellos. En estesentido, la obra de Copérnico reviste especial importancia porque permiteque Galileo y otros matemáticos se puedan presentar como filósofos. Adiferencia de las diversas hipótesis matemáticas (muchas veces incoherentesentre sí) que habían poblado hasta entonces la larga tradición de la astro-nomía ptolemaica, la teoría copernicana ofrecía una cosmovisión cohe-rente y profesionalmente unificadora. Se podría decir que el estado caóticode la astronomía tradicional, descrito por Copérnico en el prefacio de Sobrelas revoluciones, reflejaba la fragmentación en la identidad profesional delos astrónomos mismos. Si, en palabras de Copérnico, la astronomía deprincipios del siglo xvi era un “monstruo” (un conjunto metodológica-mente incoherente de descripciones dispares sobre los movimientos deciertos planetas), entonces ser astrónomo significaba especializarse en crearuna suerte de “retazos” astronómicos que nunca se unificaban. La hipóte-sis heliostática de Copérnico llegaba para cambiar todo eso, ofreciendo alos matemáticos un dogma en torno al cual se podía desarrollar tanto unaastronomía coherente como una identidad socioprofesional más firme yunificada. Copérnico les podía aportar coherencia al cosmos y cohesiónprofesional a los astrónomos. Así, los copernicanos podían considerarsefilósofos y tener la oportunidad de que los tomaran en serio; los ptole-maicos, no.

Estas reflexiones pueden ayudar a reformular la pregunta acerca del com-promiso de Galileo con el copernicanismo en tanto causa o efecto de suingreso en la corte. Como quizá lo hayan notado los lectores, hasta aquíse ha evitado presentar la pregunta en esos términos. En lugar de ello, seha planteado que el copernicanismo de Galileo y sus aspiraciones corte-sanas van de la mano. A esta altura, ya se puede especificar un poco mástal afirmación. Gracias a Copérnico, Galileo contaba con los recursos paradejar de ser un simple matemático y poder presentarse como filósofo (yno de los pedantes), mientras que la corte le ofrecía la posibilidad concreta

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verso, pues tal constitución existe, y de un modo único, verdadero, reale imposible de cambiar.35

Copérnico y los otros “astrónomos filosóficos” no se limitan a adoptar unaperspectiva realista de las matemáticas, sino que empiezan a rechazar ellenguaje y los métodos de los filósofos alegando que el de las matemáticases el único lenguaje útil para tratar cuestiones astronómicas y juzgar lascorrespondientes teorías.36 Este modelo de elitismo matemático, que seencarna en la famosa frase copernicana “la matemática para los matemá-ticos”, configura un intento de invertir las reglas del juego aceptadas hastael momento. Al principio, Copérnico declara no estar dispuesto a escucharlos argumentos de los filósofos, de la misma manea que estos últimos handescartado los argumentos de los matemáticos. Rético le sigue los pasosal afirmar que la astronomía sólo debería juzgarse en tribunales matemá-ticos, mientras que Galileo sostiene que los filósofos no deberían criticarsus tesis porque desconocen las ciencias matemáticas.

La jerarquía de las disciplinas y las estrategias de emancipación carac-terizan no sólo la interacción entre los copernicanos y los filósofos, sinotambién el diálogo entre estos últimos y todos los especialistas en mate-máticas aplicadas. Como he señalado en otros trabajos, el debate meto-dológico del siglo xvi sobre la certitudo mathematicarum no se centra enla astronomía sino que gira en torno al estatus cognitivo de las cienciasmatemáticas en general frente al de la filosofía.37 En el mismo sentido,durante la disputa sobre la flotabilidad, Delle Colombe ataca a Galileopor “matematizar” el fenómeno con argumentos metodológicos análogosa los que había utilizado antes para criticar las derivaciones copernicanasde los hallazgos de 1610.38

Tanto la hipótesis copernicana como la teoría galileana de la flotabili-dad representan instancias en las que los matemáticos traspasan los lími-tes de su disciplina para meterse en el terreno de la filosofía, lo que implicaa su vez un intento de alterar la jerarquía tradicional de disciplinas. Eneste sentido, los debates iniciados a partir de ambas se caracterizan por la

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35 go, t. v, p. 102. La traducción al inglés es adaptada de Stillman Drake (ed.),Discoveries and Opinions of Galileo, Garden City, Doubleday, 1957, pp. 96-97,énfasis del autor.

36 En la dedicatoria de De revolutionibus para el papa Pablo III, Copérnico afirmaque “la astronomía está escrita para los astrónomos” (Nicolás Copérnico, On theRevolutions, op. cit., t. ii, p. 5).

37 Mario Biagioli, “The social status...”, op. cit., pp. 52-54.38 go, t. iii, pp. 254-255; t. iv, p. 352.

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Es más, fue como resultado de esas articulaciones (por ejemplo, los apor-tes de Kepler y Galileo) que el copernicansimo se transformó en una opcióncada vez más convincente para un público numeroso, a diferencia de loque sucedía en 1543. Al convertirse en una hipótesis aceptable para otraspersonas, por fuera del grupo de astrónomos que lo habían adoptado ini-cialmente, el copernicansimo ayudó a esos astrónomos a ganar credibili-dad y a construirse una nueva identidad socioprofesional: la del filósofode la naturaleza con orientación matemática. De esta manera, el cambiosocial y el científico se dieron al mismo tiempo, mediante un intercambiopermanente de recursos.

Si bien la teoría arquimediana de la flotabilidad no tenía el mismo poten-cial de emancipación que la astronomía copernicana, la reinterpretacióndinámica que Galileo hace de la hidrostática de Arquímedes también lepermite pasar del dominio tradicional de las matemáticas al de la filoso-fía. Como pronto advierten sus rivales, la teoría galileana de la flotabili-dad es una especie de caballo de Troya con el que su autor pretende inva-dir el terreno de la filosofía. Así como Copérnico les ofrece a los matemáticosla posibilidad de desplazar a los filósofos en la esfera supralunar, la teoríagalileana de la flotabilidad puede ser el primer paso para la invasión deldominio sublunar. De este modo, en distintos campos se enfrentan ejér-citos, armas y tácticas semejantes.

los filósofos inter pares

Aunque el título de filósofo fuera un recurso fundamental para Galileo, estono quiere decir que lo habilitara automáticamente a rechazar las ideas delos filósofos tradicionales ni a imponerles su propia cosmovisión. Lo quele otorga el gran duque es el derecho a discutir con ellos en pie de igual-dad.41 Por lo tanto, los filósofos ya no pueden suponer que los van a tomaren serio si descartan a priori la validez cognitiva del método matemático.

Dado que la controversia sobre la flotabilidad había llegado a un impasseen varios niveles, no es de extrañar que la única estrategia posible paraambas partes haya sido tratar de obtener en el sistema de recompensas unacantidad de poder suficiente para desestimar al adversario. Ahora bien, esaestrategia se expresa de diversas formas. En general, tanto Galileo como los

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41 En realidad, Galileo presenta su actuación en los debates filosóficos como “prueba”de su conocimiento y de sus aptitudes al respecto (go, t. x, N° 307, p. 353).

de obtener ese título. En cierto sentido, el copernicanismo era la elección“natural” para alguien que aspiraba a elevar su estatus socioprofesional,mientras que la corte era el especio donde mejor se podía legitimar unaidentidad socioprofesional tan atípica.39 Obviamente, no se insinúa aquíque Galileo haya decidido adoptar el copernicanismo para ascender en laescala social. Como lo demuestra Pierre Bourdieu, algunos gustos cultu-rales parecen “naturales” para las personas que los ostentan, pero en rea-lidad suelen reflejar el estatus social concreto o deseado de esas personas.40

El hecho de que el copernicanismo de Galileo se haya vuelto cada vez másexplícito a medida que se iba consolidando como filósofo de la corte reflejados fenómenos: por un lado, que tenía cada vez más pruebas a favor delheliocentrismo (aunque éstas no fueran decisivas); y, por otro lado, quetenía un nuevo habitus como cortesano y filósofo. Es más, Galileo elaboramayores pruebas a favor del copernicanismo también porque necesita man-tenerse a la altura de su nueva identidad socioprofesional.

Por lo tanto, preguntar si Galileo se transforma en un copernicano contodas las de la ley porque ingresa en la corte o si se propone ser filósofodel gran duque para poder difundir su copernicanismo equivaldría a pre-guntar si nace primero el huevo o la gallina. En vez de buscar una causa,se podría investigar el proceso de afianzamiento mutuo que se da entre lanueva identidad socioprofesional de Galileo y su compromiso con el coper-nicanismo. Otro interrogante relacionado con el primero, e igualmentecircular, sería preguntar si es más importante la naturaleza o la sociedaden tanto disparadoras del cambio científico. Para que el copernicanismofuera un recurso potente de movilidad socioprofesional, la hipótesis coper-nicana tenía que ofrecer una interpretación del cosmos más satisfactoriaque la proporcionada por la astronomía ptolemaica, por lo menos a ungrupo de astrónomos determinado. Asimismo, ese carácter satisfactorio seaplicaba a ella como recurso social y como recurso epistemológico: al pare-cer, brindaba una mejor representación del cosmos al mismo tiempo queposibilitaba la legitimación socioprofesional. Se podría afirmar que esasdos dimensiones son inseparables. Si la hipótesis copernicana no hubiesesido un recurso social y cognitivo al mismo tiempo, no habría atraído a esegrupo de astrónomos ni los habría movilizado para que la articularan mejor.

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39 El sistema de Tycho no ofrecía tantas oportunidades como el de Copérnico parala autoconstrucción de los nuevos filósofos. Puesto que se trataba de un modelomatemático (cuya interpretación física hubiera sido una pesadilla), su adopciónno hubiese ofrecido recursos demasiado potentes para presentarse como filósofo.

40 Pierre Bourdieu, Distinction, Cambridge, Harvard University Press, 1984, pp. 11-96.

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lo ha otorgado Cosme II, el mecenas que todos comparten. Lo único quepueden hacer es socavarlo de manera indirecta, presentándolo como unfilósofo que carece de “modestia filosófica”.47

Además de intentar que las calificaciones profesionales de sus adversa-rios queden desacreditadas, tanto Galileo como los aristotélicos pretendenponer fin al impasse en la disputa procurando que Cosme II les dé suficientepoder como para desestimar a sus rivales directamente. Para vislumbrar lasideas de Galileo acerca de cómo captar el apoyo del gran duque basta conleer las versiones preliminares del Discorso, en las que se presenta como elpaladín científico de Cosme y reclama el respaldo de su soberano:

Ya que Vuestra Alteza me ha elegido como Matemático y Filósofo de supersona, no debo tolerar que la malignidad, la envidia y la ignoranciade los otros, sea una de ellas o las tres, insulten estúpidamente su pru-dencia, abusando de su benevolencia incomparable. Al contrario, yosiempre reprimiré, y con poquísima fatiga, la osadía de todos ellos.48

Sin embargo, Galileo insinúa al gran duque que hasta la fuerza de un pala-dín tiene sus límites y le recuerda que, habiéndole otorgado el título de filó-sofo, ahora le toca al soberano respaldar a su adalid:

Yo, Serenísimo Señor, me he esforzado, como lo ha visto Vuestra Alteza,por mantener viva mi proposición verdadera y, junto con muchos otrosque la siguen desde entonces, la he salvado de la voracidad de la men-tira, por mí derrocada y asesinada. No sé si mis adversarios me daránel crédito de semejante obra, o si, encontrándose por juramento severoobligados a sostener casi religiosamente todos los decretos de Aristóteles ytemiendo tal vez que él, desdeñado, enviase para destruirlos un granejército de sus más invictos héroes, se decidirán a sofocarme y extermi-narme, como profanador de sus santas leyes, imitando así a los habi-tantes de la isla de Pianto que, iracundos con Orlando, a cambio de haberliberado a tantas vírgenes inocentes del horrible holocausto y de la vora-cidad del bruto monstruo, se mueven contra él para sumergirlo en elocéano, remordidos por una extraña religión y espantados por el vanotemor de la ira de Proteo; y bien lo habrían conseguido si él, desnudohasta las flechas mas impenetrable, no hubiera hecho con ellos lo que

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47 Ibid., p. 391.48 Ibid., p. 31. Traducción al inglés adaptada de Stillman Drake, Galileo at work,

Chicago, University of Chicago Press, 1978, p. 172.

aristotélicos pretenden desacreditar al rival. Galileo, por un lado, alega quelos filósofos desconocen las ciencias matemáticas y por eso no pueden com-prender sus argumentos; y los aristotélicos, por su parte, cuestionan la com-petencia del matemático para interpretar a Aristóteles.42 Sin embargo, lasacusaciones de los filósofos resultan menos convincentes. En efecto, nopueden acusar a Galileo de desconocer la filosofía aristotélica porque ésteya ha demostrado, tanto en la refutación de Bonamico como en la inter-pretación heterodoxa de Acerca del cielo, que puede hablar de Aristótelescon total comodidad.43 En contraposición con esto, ninguno de los aris-totélicos que lo enfrentan conoce la geometría de Arquímedes ni la de Gali-leo. Por lo tanto, sólo pueden aducir que su interpretación de Aristóteleses herética. El que presenta el cuestionamiento más fuerte contra la com-petencia de Galileo en materia de filosofía aristotélica es Di Grazia, quiencita el texto en griego y alega con fundamentos filológicos que sus inter-pretaciones son incorrectas.44 Sin embargo, es precisamente el detallismoexcesivo de ese cuestionamiento el que demuestra que las interpretacio-nes de Galileo en materia de filosofía aristotélica pueden discutirse, perono desestimarse a priori.

Por otra parte, los filósofos responden con gran moderación cuando Gali-leo los acusa de desconocer las ciencias matemáticas. Al parecer, no quie-ren contestar ese ataque para no darle demasiada entidad.45 En una jugadaque confirma su intención de desestimar a las ciencias matemáticas antesque reconocer su incompetencia en esa materia, Coresio descarta los argu-mentos de Galileo sosteniendo que, por su excesiva simpleza, la descripciónmatemática de la flotabilidad se puede entender sin ser matemático.46 Silos aristotélicos no atacan las calificaciones profesionales de Galileo condemasiada intensidad (como hace él cuando los acusa de no ser matemá-ticos) es porque no pueden negar que tenga el título de filósofo, ya que se

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42 go, t. iv, pp. 50, 158, 467.43 Ibid., pp. 31, 36, 42-43, 97-98, 124-125.44 Ibid., pp. 420-426.45 Coresio, que no defiende sus aptitudes matemáticas ni las de sus colegas, sino

las de Aristóteles, responde lo siguiente: “Es sabido que en aquel tiempo losestudiosos de la filosofía prestaban muchas más atención que nosotros a lasciencias matemáticas, y nadie jamás estudiaba lógica sin haber primero trabajadocon ellas; y esto es verdad sobre todo en el caso de los alumnos de Platón.Entonces, ¿cómo se puede creer que Aristóteles, su mejor estudiante, haya entrado[a la escuela de Platón] sin el conocimiento de esas ciencias?” (ibid., p. 240)

46 “Además, las proposiciones de nuestro texto no eran tan difíciles que no sepudieran entender ni usar sin un conocimiento muy exacto de las matemáticas”(ibid.).

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cosas nuevas, aunque menos seguras, en especial si son aceptadas porlos soberanos.51

En un tono similar, el Académico Anónimo les hace esta advertencia a losMedici:

¿Quién sabe si muchos jóvenes de ingenio vivaz y curiosos de sabermuchas cosas, cautivados por la novedad de la doctrina, no se desvia-rán incautamente del sendero llano y seguro de la filosofía peripatéticaa otra nueva, llena de curvas, y que representa todas las cosas del uni-verso desde un ángulo distinto? De ser así, las universidades y escuelaspúblicas perderían gran asistencia, y poco serían escuchados los grandesprofesores que tienen a Aristóteles como guía y primer maestro.52

En el debate sobre la flotabilidad nunca se da un veredicto claro. Con laactitud diplomática que lo caracteriza, Cosme evita tomar partido por unou otro bando. De todos modos, no podría haber adoptado ninguna deci-sión tajante. La prominencia internacional de Galileo había aumentadodurante ese debate gracias al descubrimiento de las manchas solares y a lapolémica en torno a su naturaleza, y si Cosme lo hubiera decepcionado,esto habría dañado su propia imagen. Mientras los adversarios de Galileoestaban publicando las respuestas al Discorso, él ya tenía la atención puestaen otro fenómeno más espectacular: el de las manchas solares. Con el públicosucedía lo mismo. A juzgar por la correspondencia de la época, el Dis-corso no recibió mucha atención y pronto se vio opacado por el entusiasmoque despertó el intercambio con Apelles acerca de las manchas solares. Enmuchos sentidos, la disputa sobre la flotabilidad quedó dentro de los lími-tes de Florencia.

Así como el gran duque no podía decepcionar a Galileo, tampoco podíadictar un veredicto en contra de los aristotélicos, ya que eso habría soca-vado la credibilidad de la doctrina aristotélica y, por lo tanto, la del plande estudios de la Universidad de Pisa. Cosme estaba atrapado entre su rela-ción personal de mecenazgo con Galileo y la relación institucional de ladinastía Medici con la universidad. En consecuencia, aunque nadie ganóel debate, tampoco hubo ningún vencido, puesto que eso habría reducidoel prestigio de Cosme, ya fuera como mecenas o como soberano de launiversidad. De todas maneras, se puede inferir que apoyaba implícita-

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51 Ibid.52 Ibid., pp. 177-179 (énfasis del autor).

hace el oso ante los pequeños perros que lo ensordecen con sus ladri-dos estrepitosos y vanos. Mas yo, que no soy Orlando ni tengo nada impe-netrable más que el escudo de la verdad, por lo demás desarmado y des-nudo recurro a la protección de Vuestra Alteza, con cuya simple miradacaerán a tierra las armas de aquellos que, fuera de la razón, contra ellase quieren mover imperiosamente para asaltarla.49

Con esta gran metáfora, tomada del Orlando furioso de Ludovico Ariosto,Galileo destaca el poder de Cosme para controlar la disputa e indica explí-citamente que la única salida posible de esa situación (transformada enuna lucha irracional por “esos fanáticos”) es que Cosme le otorgue el “donde la impenetrabilidad”, de manera tal que él pueda hacer caso omiso desus enemigos y caminar para el otro lado, como hace el oso cuando loscachorros ladran a su alrededor.

Sin embargo, los aristotélicos también saben que sólo el favor de losMedici puede definir el debate. Por eso, dedican todas sus obras a distin-tos integrantes de esa familia, desde la mujer y los hermanos de Cosmehasta Juan de Medici, el viejo enemigo de Galileo. Así como Galileo subrayasu vínculo personal con Cosme II (al asignarse el papel de paladín), los filó-sofos destacan el vínculo institucional entre el Studio Pisano y la Casa deMedici. Cuando presenta las Considerazioni del Académico Anónimo aMaría Magdalena, el provveditore (o rector) de la Universidad de Pisa patro-cina dicha crítica a la teoría galileana en nombre de la comunidad acadé-mica pisana “porque corresponde al provveditore de la Universidad dePisa publicar las defensas de otros en torno a la doctrina que aquí se pro-fesa, enseñada por excelentísimos profesores, a quienes se los contrata yse les paga para ello”.50 El conde Pannocchieschi d’Elci, provveditore de launiversidad, también alega que el más grande de todos los reyes antiguos(Alejandro Magno) protegía a Aristóteles, y que él espera que los Medici,como los nuovi Alessandri, lo sigan protegiendo. Si en lugar de ello, prote-gen a Galileo, D’Elci predice:

[La gloria de Aristóteles] decaerá o se desmoronará, porque la mayoríade los estudiantes, plenos de exuberancia juvenil, ansiosos por encon-trar una doctrina para seguir o aburridos de continuar con la filosofíade siempre, se volverán hacia una nueva doctrina, donde se propongan

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49 go, t. iv., p. 51. Traducción al inglés adaptada de Stillman Drake, Galileo at work,op. cit., pp. 173-174 (énfasis del autor).

50 Ibid., p. 147.

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ción– en el proceso de selección de teorías, su análisis de la inconmensu-rabilidad se enfoca más específicamente en cuestiones lingüísticas. La nociónde paradigma de Kuhn incorpora tanto la dimensión sociológica como ladimensión conceptual de la actividad científica, pero en lo concreto, elautor privilegia las dimensiones lingüísticas y conceptuales cuando inter-preta el fenómeno de la inconmensurabilidad. En este caso, la idea de para-digma no conlleva los aspectos sociológicos de la comunidad científica,sino que parece reducirse a lo que Kuhn denomina como “esquema con-ceptual” en su libro La revolución copernicana. Ahora bien, no todas las for-mas de conducta incomunicativa que surgen durante el debate sobre la flo-tabilidad tienen su origen en las dimensiones lingüísticas de los paradigmasenfrentados: algunas también dependen de los intentos de los participan-tes por establecer o conservar una identidad socioprofesional que, a su vez,contribuye con el surgimiento de la inconmensurabilidad.

Si bien en sus últimos análisis de la inconmensurabilidad Kuhn deja delado el término “paradigma” e introduce la idea de “estructura léxica”, siguemanteniendo un enfoque primordialmente lingüístico.56 Al profundizarsobre algunos temas que ya estaban presentes en La estructura de las revo-luciones científicas, el autor se centra en la diferencia fundamental entreaprender un lenguaje y traducirlo. Si bien la existencia de la inconmensu-rabilidad entre dos paradigmas imposibilita la traducción global, ésta no

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56 Thomas S. Kuhn, “Commensurability, comparability, communicability”, en PeterD. Asquith y Thomas Nickles (eds.), psa 1982, East Lansing, Philosophy ofScience Association, 1983, t. ii, pp. 669-688 [trad. esp: “Conmensurabilidad,comparabilidad y comunicabilidad”, en ¿Qué son las revoluciones científicas? yotros ensayos, Barcelona, Paidós, 1989, pp. 95-135]; “Scientific development andlexical change”, trabajo presentado en The Thalheimer Lectures, Johns HopkinsUniversity, 12 al 19 de noviembre de 1984; y “The presence of past science”,trabajo presentado en The Shearman Memorial Lectures, Londres, UniversityCollege, 23 al 25 de noviembre de 1987. Véanse también de Thomas Kuhn, “Whatare scientific revolutions?”, en Lorenz Krüger, Lorraine J. Daston y MichaelHeidelberger (eds.), The probabilistic revolution, Cambridge, mit Press, 1987, t. i,pp. 7-22 [trad. esp.: “¿Qué son las revoluciones científicas?”, en ¿Qué son lasrevoluciones científicas? y otros ensayos, op. cit., pp. 55-92]; “Possible worlds inhistory of science”, en Sture Allen (ed.), Possible worlds in humanities, arts, andscience, Actas del Simposio Nobel 65, Berlín, Walter de Gruyter, 1989, pp. 9-32

[trad. esp.: “Mundos posibles en la historia de la ciencia”, en El camino desde laEstructura: ensayos filosóficos 1970-1993, Barcelona, Paidós, 2002, pp. 77-112]; “Theroad since Structure”, en A. Fine, M. Forbes y L. Wessels (eds.), psa 1990, EastLansing, Philosophy of Science Association,, 1991, t. ii, pp. 3-13 [trad. esp.: “Elcamino desde La estructura”, en El camino desde la Estructura: ensayos filosóficos1970-1993, op. cit., pp. 113-130].

mente a Galileo, pues este último no sintió la necesidad de responder lascríticas de sus rivales y, con una actitud bastante ofensiva, dejó esa tarea acargo de Castelli, su joven discípulo y beneficiario, que, además, ni siquierase apresuró. Antes de que se publicara la respuesta, dos de los autores quepodían estar escondidos tras el Académico Anónimo (Papazzoni y Pan-nocchieschi d’Elci) ya habían fallecido, y Coresio (nacido en Grecia y fiela la Iglesia ortodoxa de su país) se había metido en problemas con la Inqui-sición florentina.53 En consecuencia, la respuesta de Castelli (un libro volu-minoso con muchas correcciones de Galileo) fue sólo para Delle Colombey Di Grazia, pues se publicó en 1615, cuando su autor ya era profesor dematemáticas en Pisa.54

Sin embargo, la “victoria” de Galileo tuvo una vida muy corta. La Ligacontinuó con las actividades en su contra y aparentemente se procuró elapoyo de Alessandro Marzi Medici, el arzobispo de Florencia. Existen prue-bas de que la Liga también estaba vinculada con el monje dominico TomásCaccini, quien acusó a Galileo y a sus seguidores de heterodoxia religiosay despertó así el interés de la Inquisición por sus ideas copernicanas.55 Alfinal, los filósofos parecen haber encontrado en la curia romana un sistemade recompensas más poderoso, que recibía sus argumentos mejor que elsistema de los Medici.

el bilingüismo en contexto

Aunque Thomas Kuhn hace referencia a la importancia de los factoressociológicos –como la edad del científico y su nivel de profesionaliza-

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53 Stillman Drake, Galileo at work, op. cit., p. 446.54 Benedetto Castelli, Riposta alle opposizioni de S. Lodovico delle Colombe, e del S.

Vincenzio di Grazia, contro al Trattato del Sig. Galileo Galilei..., Florencia, Giunti,1615, reproducido en go, t. iv, pp. 448-691.

55 En enero de 1615, Mateo, el hermano de Caccini, le escribe lo siguiente desdeRoma: “He oído comentarios de los más extraordinarios acerca de VuestraReverencia que me sorprenden y me desagradan. Debería saber que los rumoresde lo sucedido han llegado hasta aquí y que recibirá una reprimenda tan fuerteque lamentará haber aprendido a leer. Qué estupidez dejarse convencer como unpalomo o un idiota [literalmente, “testículo”] por otros palomos [juego depalabras sobre el nombre de Delle Colombe]. Por favor, deje ya de predicar[sobre estas cuestiones]” (reproducida en Antonio Ricci-Riccardi, Galileo Galileie Fra Tommaso Caccini, Florencia, Le Monnier, 1902, pp. 69-70). En otra cartaque se reproduce en la p. 80 se encuentran más referencias a Delle Colombe.

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que ese entramado y la cosmovisión asociada con él no sean exactamenteanálogos al entramado y la cosmovisión del lenguaje que habla el intér-prete. En ese caso, el intérprete se encontrará frente a una instancia deinconmensurabilidad lingüística, y la traducción completa no será posi-ble. Por ejemplo, ¿cómo se podría traducir la palabra “cisne” (definida tam-bién en función de la palabra “pato”) al lenguaje de una cultura en cuyomundo no existen los patos?

Para sintetizar el argumento de Kuhn, la inconmensurabilidad sería cau-sada por la falta de homología entre los distintos entramados lingüísticosque, a su vez, reflejan las diferencias entre dos culturas y sus modos de expe-rimentar la realidad que las rodea. Si bien este fenómeno imposibilita latraducción completa de un lenguaje al otro, el acceso a los dos entrama-dos lingüísticos inconmensurables entre sí es posible mediante el apren-dizaje del otro lenguaje y, junto con él, de la taxonomía que le corresponde.Sin embargo, aunque el bilingüismo es un modo de bordear la inconmen-surabilidad, no sirve para resolverla. El bilingüismo no equivale al meta-lingüismo; puede ayudar a tomar conciencia de la inconmensurabilidad,pero no a superarla. La traducción completa sigue siendo imposible.

Si bien aquí se comparte la opinión de Kuhn sobre las dimensiones lin-güísticas de la inconmensurabilidad y sobre la imposibilidad de traduc-ción total entre dos tramas lingüísticas diferentes, es probable que ese enfo-que lingüístico le haya impedido ver que el acceso al bilingüismo estáfuertemente regulado por la dinámica social. Vale la pena profundizaresta idea porque sirve para marcar algunas de las diferencias entre la pers-pectiva sincrónica de la inconmensurabilidad adoptada por Kuhn y la pers-pectiva más diacrónica que se presenta en este trabajo.

Aunque la propuesta de Kuhn es esencialmente histórica y (en los últi-mos tiempos) etnográfica, el autor no aplica estas herramientas de inter-pretación al estudio de los procesos mediante los cuales las personas seven motivadas a formular una teoría determinada o se comprometen conuna cosmovisión dada. El desinterés de Kuhn por este asunto indicaría que,para él, el “motor” del cambio científico es un elemento dado al que nohace falta problematizar. Al parecer, lo que impulsa a las personas a des-arrollar estructuras léxicas es que tienen una mentalidad propensa a resol-ver enigmas, algo que el autor coloca en el centro de su modelo de cam-bio científico cuando escribe La estructura de las revoluciones científicas yque constituye un ethos especialmente visible en lo que él define como la“ciencia normal”. Probablemente esta dependencia de la resolución de enig-mas en tanto motor del cambio científico tenga que ver con la formaciónde Kuhn como físico o con la idea de que ese impulso se relaciona en última

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impide que los integrantes de cada uno entiendan la cosmovisión del otroaprendiendo su lenguaje. Eso no se logra incorporando un conjunto de reglaspara poder conectar las categorías del nuevo lenguaje con sus referentes, sinoque se aprende mediante una serie de ostensiones o actos ostensivos, es decir,mediante un señalamiento de los objetos que deberán conectarse con esostérminos. Por lo tanto, concebir la comprensión lingüística de una culturadiferente sólo en términos de traducción, como lo hace Quine, sería erró-neo y restrictivo. Para Kuhn, el que aborda una “traducción radical” en tér-minos de Quine (es decir, aquel que intenta traducir “el lenguaje de unpueblo hasta el momento intacto”) no es en realidad un traductor sino alguienque está aprendiendo un nuevo lenguaje y su taxonomía del mundo.57

Este cambio de enfoque de la traducción a la adquisición del lenguajerefleja las ideas de Kuhn acerca del desarrollo y la renegociación de las cate-gorías lingüísticas. Apoyado en la corriente estructuralista, el autor sos-tiene que toda categoría lingüística está determinada por sus diferenciascon aquellas que la rodean.58 Por lo tanto, el significado de una palabracomo “cisne” dependería también del significado de “pato” y de las dife-rencias existentes entre “cisne” y “pato”. Una vez admitido que la relaciónentre una palabra y un objeto se construye como resultado de un conjuntode diferencias entre ese par palabra/objeto y otros pares palabra/objeto quelo rodean, se deduce que los referentes de las palabras no pueden asig-narse aisladamente. Por lo tanto, no basta con una traducción de las par-tes. Para comprender el significado de un término específico, hay que recons-truir todo el entramado lingüístico propio de ese lenguaje.59 Y puede suceder

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57 Willard V. O. Quine, Word and object, Cambridge, mit Press, 1960, p. 28

[trad. esp.: Palabra y objeto, Barcelona, Herder, 2001]. Sobre el problema de latraducción, véase especialmente pp. 26-79. La crítica de Kuhn a Quine seencuentra en “Commensurability, comparability...”, op. cit., pp. 673-675, 680-682.

58 Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique generale, París, Payot, 1986, pp. 155-162 [trad. esp.: Curso de lingüística general, Madrid, Alianza, 1998]; ClaudeLévi-Strauss, The savage mind, Chicago, University of Chicago Press, 1966, p. 115[trad. esp: El pensamiento salvaje, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2005];y Thomas Kuhn, “Commensurability, comparability...”, op. cit., pp. 680-682.Kuhn también presenta un planteo semejante en “Second thoughts onparadigms”, en The essential tension, Chicago, University of Chicago Press, 1977,pp. 293-319 [trad. esp.: “Algo más sobre los paradigmas”, en La tensión esencial,México, Fondo de Cultura Económica, pp. 317-343]. La noción de “tramaconceptual” en Kuhn no difiere mucho de la red de enunciados conceptuales que describe Mary Hesse en Structure of scientific inference, Berkeley, Universityof California Press, 1974, pp. 45-73.

59 Thomas Kuhn, “Commensurability, comparability…”, op. cit., pp. 673-675

y 680-682.

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determinada. Más específicamente, una vez que se acepta la idea del len-guaje como un entramado taxonómico con una función importante en elmantenimiento de la identidad y la cohesión grupal, se comienza a perci-bir que aprender el lenguaje del “otro” implica perder la propia identidadsocioprofesional. En efecto, dada la disciplina de jerarquías que sirve comomarco para el debate entre Galileo y los filósofos, aprender el lenguaje delotro no constituye una opción viable. Ahora bien, en este contexto, resultainteresante analizar los alcances del enunciado de Galileo cuando sos-tiene que él entiende perfectamente a Aristóteles y que el impasse en eldebate sobre la flotabilidad se produce porque los aristotélicos no lo entien-den debido a su desconocimiento de las ciencias matemáticas.61

La afirmación de Galileo en cuanto al carácter pertinaz de ese desco-nocimiento refleja un ethos socioprofesional específico. Así como anteshabía intentado definir las reglas del juego imponiendo sus propias nor-mas experimentales y metodológicas, Galileo vuelve a pretender que susrivales compartan el ethos de él, orientado hacia la producción de nuevosconocimientos. En consecuencia, asume un tono moralista y sostiene quela ignorancia de los aristotélicos es poco ética y que éstos se obstinan concrueldad en no ver la verdad que tienen por delante de los ojos. Sin embargo,el compromiso de Galileo con la producción de nuevos conocimientosno es “natural” en lo más mínimo. Su identidad como productor de nove-dades polémicas y como pensador independiente del sistema filosófico aris-totélico refleja también la identidad de cortesano. Es más, Galileo usa loscódigos culturales de la corte para deslegitimar a sus rivales al presentar-los como pedantes, aburridos y esclavos filosóficos de Aristóteles (a dife-rencia de él y su caballerosa audiencia de librepensadores).62

Ahora bien, Galileo no es el único que emplea la retórica moralista.Los aristotélicos también utilizan su propio ethos grupal de comentaristas(más que de autores originales) como punto “natural” de referencia y ata-can a Galileo por su narcisismo intelectual, su “ansia de novedades” y supretensión de subvertir la jerarquía tradicional de disciplinas.63 Todas estasacusaciones recíprocas de naturaleza moralista no parecen tener muchoque ver con la flotabilidad. En realidad, reflejan con bastante precisión lasdiferencias irreductibles entre los ethos e identidades socioprofesionales de

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61 go, t. iv, pp. 31-32, 65.62 Además de las referencias ofrecidas en el capítulo 2, véase go, t. v, pp. 102, 136.63 go, t. iv, pp. 147, 156, 177-178, 335. Resulta interesante advertir que en esas citas

nunca se cuestiona la aptitud intelectual de Galileo. Lo que se destaca es suagresividad conceptual y los efectos peligrosos del “hechizo” de sus ideas sobrelos jóvenes entusiastas.

instancia con algún rasgo de la mente humana orientado a la superviven-cia. Como sea, y sin negar que el conocimiento humano tenga una dimen-sión vinculada con la supervivencia, resulta innecesario naturalizar tantocomo Kuhn el impulso de resolución de enigmas. En lugar de ello, seríamás provechoso identificar las dinámicas culturales específicas que le danforma y que, a su vez, están íntimamente relacionadas con el surgimientode la inconmensurabilidad.

Al no incluir en su análisis histórico-sociológico la construcción socialy cultural del sujeto de conocimiento y sus motivaciones, Kuhn terminanaturalizando el motor del cambio científico y omitiendo la existencia deun vínculo genealógico importante entre ese motor y el surgimiento de lainconmensurabilidad. Un estudio de los modos en que lo social limita elbilingüismo puede servir como clave para descubrir la genealogía en común.

El análisis de caso presentado en los apartados anteriores indica quetanto la adopción como la articulación de diferentes cosmovisiones se vin-culan con el desarrollo y la conservación de ciertas identidades sociopro-fesionales. Por lo tanto, la elección de los enigmas que se intentará resolverdepende también de la identidad, los deseos y las oportunidades de movi-lidad profesional que posean los sujetos. Por ejemplo, la mayoría de losastrónomos competentes mantienen sus ideales ptolemaicos hasta muchodespués de 1543, mientras que otros adoptan el sistema de Tycho cuandoestá a su disposición, y unos pocos (que en general pertenecen a las cortesde los soberanos absolutos) toman la teoría copernicana como una des-cripción física del cosmos. En síntesis, los matemáticos pueden elegir entreseguir resolviendo enigmas que los mantengan dentro de los límites tra-dicionales de las ciencias matemáticas o, a la manera de Galileo, buscarotros enigmas que los conduzcan al terreno de los filósofos. Como se esperahaber demostrado, el compromiso gradual de Galileo con el copernica-nismo también se ve configurado por su posición social y su origen atí-pico, junto con las correspondientes percepciones de la movilidad socialy de las identidades posibles. En el caso de Copérnico, se podría aplicarun análisis similar.60

Lo que se pretende demostrar ahora es que la decisión de volverse bilin-güe surge de la misma dinámica de desarrollo y conservación de la iden-tidad que encauza el impulso de resolución de problemas en una dirección

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60 Esta posibilidad aparece insinuada en Robert S. Westman, “Proofs, poetics, andpatronage: Copernicus’ Preface to De revolutionibus”, en David C. Lindberg yRobert S. Westman (eds.), Reappraisals of the scientific revolution, Cambridge,Cambridge University Press, 1990.

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enemigo y no dejar que avance más en ánimo ni en fuerza, máximamentecuando éste es de lengua sagaz, de ingenio agudo y de invención sutil.67

Y antes:

Creo que para mantener la justa y antigua jurisdicción de esta figuradaseñora [la filosofía] bastaría que sus confederados y seguidores, haciendohonor a los deberes de su confederación, la ayudaran a destruir la maqui-naria enemiga y a protegerse de sus peligrosas impugnaciones; así, con-servarán dicha jurisdicción manteniendo solamente esa defensa, sin pre-ocuparse demasiado por el aire [en referencia a los “diques diminutos”mencionados por Galileo], pues éste no tiene apoyo sólido alguno y suímpetu depende solamente de las fuerzas externas, por lo cual necesi-tará retirarse a su propia región para estar a salvo.68

A diferencia de los aristotélicos, Galileo no es un “confederado”, ya que noha obtenido su título de filósofo mediante la formación tradicional en lasescuelas de filosofía, sino gracias al mecenazgo del gran duque: Galileo noha pasado por una iniciación profesional típica. Como señala el AcadémicoAnónimo, es un “extranjero” proveniente de “regiones extrañas” que quiereasaltar el dominio de la filosofía. Éste posee una identidad grupal, pero sóloen el sentido particular en que la poseen los miembros de la corte. Comose observa en las negociaciones con los Medici para obtener el puesto defilósofo y matemático de la corte, Galileo se autorrepresenta bajo la figuradel productor de novedades. Probablemente, la antropología le atribuiríala categoría de “gran hombre”, y un autor como Weber diría que es una“personalidad carismática”.69

Tras un asunto de escasa importancia como la flotabilidad, se enfren-tan entonces dos culturas socioprofesionales totalmente distintas, rela-

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67 go, t. iv, p. 177.68 Ibid., p. 156.69 Mary Douglas, Natural symbols, op. cit., pp. 128-129; y Max Weber, “The

sociology of charismatic authority”, en H. H. Gerth y C. Wright Mills (eds.),From Max Weber, Nueva York, Oxford University Press, 1946, pp. 245-252 [trad.esp.: “La sociología de la autoridad carismática”, en Ensayos de sociologíacontemporánea i, Barcelona, Planeta-De Agostini, 1985, pp. 233-243]. Sobre laanalogía entre la categoría de “gran hombre” y las identidades configuradas porel sistema de mecenazgo a principios de la edad moderna, véase Werner L.Gundersheimer, “Patronage in the Renaissance: An exploratory approach”, enGuy Fitch Lytle y Stephen Orgel (eds.), Patronage in the Renaissance, Princeton,Princeton University Press, 1981, pp. 3-23, esp. pp. 12-13.

aquellos que las profieren. El uso generalizado de argumentos moralistasen vez de “racionales” también indica la ausencia de alternativas de diálogo(o la falta de interés por dialogar). El moralismo está para defender las iden-tidades y los dogmas tradicionales, no para negociarlos, y por eso aparececomo una señal del posible surgimiento de la inconmensurabilidad.

Por lo tanto, las diferencias entre Galileo y los filósofos no se limitan asus ideas sobre le mundo físico, sino que llegan hasta lo más profundo delethos profesional. Si bien en el siglo xvi el aristotelismo no constituía unafilosofía homogénea, en general sus adeptos compartían una identidadsocioprofesional bastante unificada. Puesto que solían desempeñarse comoprofesores universitarios de filosofía, todos los aristotélicos atravesabanuna carrera de formación profesional extensa y homogénea, y poseían unaidentidad grupal muy firme. Esto se da así porque integraban una institu-ción con estructura propia como la universidad y al mismo tiempo eranlos encargados de preservar un conjunto de textos canónicos. A los ojosde Galileo, pertenecían a una especie de orden religiosa muy peculiar.64

La realización de descubrimientos novedosos no constituía una de las tareasasignadas a ellos, para las cuales los formaban y por las cuales les pagaban.65

Para usar la terminología de Mary Douglas, conformaban una cultura decuadrícula y grupos fuertes.66 Su identidad grupal queda retratada de maneraexplícita en la “llamada a las armas” del Académico Anónimo para evitarque la doctrina galileana se introduzca en la universidad:

Señores peripatéticos, ya no es hora de bromas. Aquí se ofende el honory el estatus de vuestro príncipe. El Autor [Galileo], con banderas des-plegadas, viene animoso a asaltar la fortaleza de la doctrina peripaté-tica, hasta ahora invencible y gloriosa. Si bien estos y otros argumentosya se han desplegado contra ella en el campo de batalla, siempre han aca-bado rotos y desbaratados en manos de diversos hombres valientes […].No obstante, es un precepto militar muy alabado controlar a tiempo al

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64 Ibid., p. 51.65 En una de sus respuestas a la Inquisición, Cremonini ofrece una descripción

clara (y arrogante) de su identidad grupal: “No puedo ni quiero retractar lodicho en mi exposición sobre Aristóteles porque así es como yo entiendo susescritos, y me pagan para presentarlos como los entiendo. Si así no lo hiciera, mesentiría obligado a devolver mi paga” (citado en Maria Asunta del Torre, Studi suCesare Cremonini, Padua, Antenore, 1968, p. 60). Sobre Cremonini, véasetambién Charles Schmitt, “Cesare Cremonini, un aristotelico al tempo di Galilei”,en Aristotelian tradition and Renaissance universities, op. cit.

66 Mary Douglas, Natural symbols, op. cit., pp. 103-106.

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un principio fundamental de la teoría galileana, el Académico Anónimodesestima esta ostensión tan explícita de Galileo y lo critica por no definirel término. Además, alega que momentum es una palabra del latín y queGalileo no la usa según su significado tradicional. Entonces la busca comoparte de la lengua vernácula en el diccionario de la Accademia della Crusca,que en ese momento constituye el canon más actualizado del dialecto flo-rentino y, para su asombro, no la encuentra.72 Aunque el Académico Anó-nimo sabe bien dónde encontrar la definición de momento, pues Galileola ha atribuido a las ciencias mecánicas, el primero no puede aceptar deninguna manera una noción proveniente de una disciplina inferior, comola mecánica, y que se presenta como una amenaza para su marco concep-tual y su identidad profesional.73 Cabe destacar, sin embargo, que la segundaedición del diccionario de la Crusca, publicada en 1623, contiene una defi-nición de momento coincidente con la de Galileo, que había ingresado enla academia en 1605.74

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cionadas con diferentes cosmologías e instituciones sociales. Esto sirve paraentender el alcance de la insistencia de Galileo en que los filósofos apren-dieran matemáticas. Para un aristotélico, aprender matemáticas, o acep-tar esta ciencia como un método apto para la explicación de los fenóme-nos físicos, habría significado aprender el lenguaje de un “otro”, hasta elmomento subordinado, que pretendía invadir su espacio desde afuera.Dados los factores de poder y las dimensiones institucionales que se poníanen juego con semejante decisión, Galileo estaba invitando a los filósofos aque cometieran un suicidio.

Esta dinámica de conservación de la identidad puede servir tambiénpara comprender mejor por qué el filósofo Cremonini, que era un buenamigo de Galileo en el ámbito social, se negaba a mirar por el telescopio.Al parecer, la excusa empleada era que le podía dar dolor de cabeza.70 Sibien el llamativo rechazo de Cremonini en general se interpreta como unejemplo práctico de la necedad de los filósofos, podría estar señalando algomás relevante. En principio, el uso de los instrumentos y la confianza enlas pruebas observadas a través de ellos eran dos cuestiones tan ajenas a lafilosofía aristotélica como el empleo de las ciencias matemáticas para expli-car los fenómenos físicos. No sólo era difícil dar cuenta de cómo funcio-naba el telescopio mediante la teoría aristotélica de la óptica, sino que exis-tía una incompatibilidad total entre la idea misma de producir pruebas conuna máquina y la filosofía de Aristóteles. La dinámica de conservación dela identidad que impide a los aristotélicos valorar las ciencias matemáti-cas o reconocer los principios físicos de Galileo como tales también obligaa Cremonini a no mirar por el telescopio ni mencionar los hallazgos deGalileo en su Disputatio de coelo, publicada en 1613. Lo que Galileo pro-pone no es una mera teoría sobre la flotabilidad ni una simple observaciónpor el telescopio, sino una nueva “forma de vida” para los filósofos, y estohace que se sientan amenazados.

Por motivos muy semejantes, los peripatéticos rechazan el concepto gali-leano de momento. En el Discorso, Galileo sostiene que ha tomado el con-cepto de las ciencias mecánicas.71 No obstante, tras darse cuenta de que es

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70 En julio de 1611, Gualdo le escribe a Galileo para contarle que habló conCremonini y que éste se excusó de la siguiente manera por no mencionar en sulibro los hallazgos de Galileo: “No quiero aprobar cosas de las cuales no tengoconocimiento alguno y que no he visto […] puesto que mirar por esos lentes me da dolor de cabeza. ¡Basta! No quiero saber más nada de eso” (go, t. xi, N° 564, p. 165).

71 En la primera versión del Discorso, Galileo escribe que la categoría de momentoestá tomada de las scienze meccaniche, mientras que en la segunda, publicada a

fines de 1612, agrega una descripción más extensa del concepto, debidaprobablemente a las críticas del Académico Anónimo. Sin embargo, el carácterimpreciso de esa segunda definición confirma que el concepto de momento es ala vez fundamental y problemático en la dinámica galileana. Se trata de unadescripción bastante indefinida y “metafórica”: “Momento, entre los mecánicos,significa esa virtud, esa fuerza, esa eficacia con la cual el motor mueve y el móvilresiste”. Tras enumerar algunas otras definiciones del término, acaba por afirmarque son “metáforas, en mi opinión, tomadas de la mecánica” (go, t. iv, p. 68).Sobre los distintos significados que Galileo le atribuye al término momento,véase Paolo Galluzzi, Momento, Roma, Edizioni dell’Ateneo, 1979, pp. 227-246; yMaria Luisa Altieri Biagi, Galileo e la terminologia tecnico-scientifica, Florencia,Olschki, 1965, pp. 44-55.

72 “La voz momento es latina y ptolemaica [tradicionalmente se atribuye aPtolomeo un tratado con el título De momentis], pero no se usa con esesignificado en el lenguaje vulgar moderno, y mucho menos en el antiguo, puestoque en el copiosísimo y exquisito diccionario de la Crusca no hay ningúnejemplo de él. No digo esto para atender a la pureza y la propiedad de la lengua,mas porque [el término] es muy importante para la verdadera comprensión ydefinición de la materia propuesta” (go, t. iv, p. 158). Di Grazia adopta la mismatáctica y señala que la noción galileana del hielo como agua expandida se oponea la definición que da la Accademia della Crusca (ibid., p. 403).

73 Sobre un modelo de respuesta similar, véase Mario Biagioli, “The social status...”,op. cit., pp. 63-65.

74 Paola Manni, “Galileo accademico della Crusca”, en La Crusca nella tradizioneletteraria e linguistica italiana, Florencia, Accademia della Crusca, 1985, pp. 128-129. En este caso, resulta muy elocuente la dimensión política de la terminología.En efecto, el diccionario de la Accademia tiene un estatus casi oficial en Florenciadebido a la gran inversión que hacen los Medici en la identidad lingüística deToscana y gracias al respaldo directo que le prestan a la Crusca. Se podría decir

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en el paradigma vigente y luego lo han abandonado, algo que Kuhn observacon frecuencia. Como los mercaderes que hablan distintas lenguas segúnlos clientes que visiten, aun sin compartir su identidad cultural, los “inva-sores” pueden usar el lenguaje del adversario sin adoptar la identidad socio-profesional que le corresponde. A diferencia de quienes conforman el para-digma vigente, los integrantes del paradigma nuevo pueden ser bilingüessin caer en la “esquizofrenia”. Del mismo modo, los antropólogos quevisitan una cultura ajena pueden reconstruir y entender su cosmologíasin tener que cuestionar necesariamente la cultura propia. Un caso aná-logo es el de los historiadores.77

Es más, mientras que los integrantes de los grupos socioprofesionalesestablecidos tienen mucho que perder si se vuelven bilingües, el bilingüismoconstituye una herramienta estratégica para los “invasores” (o “mercade-res”). Si quieren invadir un terreno disciplinario (o un mercado hostil),tienen que saber o aprender algo al respecto. En otras palabras, puestoque el grupo emergente casi siempre tiene un poder escaso o nulo y sos-tiene un paradigma que aún no está articulado, no puede desestimar deplano a sus adversarios, que son poderosos y ya se han consolidado. Paraeso le haría falta un poder que aún no posee. Al principio, antes de haberseafianzado como grupo socioprofesional, los integrantes del paradigmanuevo necesitan ser bilingües para desgastar la autoridad del paradigmavigente. Este fenómeno es particularmente notorio en el Diálogo de Gali-leo, donde se logra obtener credibilidad por la inclusión de Simplicio, quienpresta su voz al bilingüismo del autor y le sirve como posición alternativa,aunque haya cierta manipulación en el contraste.78 Ahora bien, una vezque se adquiere poder y se forja una nueva identidad socioprofesional, elbilingüismo pierde importancia como recurso.

Sin embargo, la adquisición de ese lenguaje ajeno no es sólo una cues-tión estratégica. Para volverse bilingüe hay que estar en una interseccióncultural específica. Como ya se ha señalado, los que tienen acceso al bilin-güismo (Galileo, los mercaderes, los antropólogos) tienen también unacultura y una identidad caracterizadas por cierto grado de fluidez. En elcaso de los antropólogos, esa fluidez puede provenir de una formación

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77 Sobre este tema, véase Mario Biagioli, “From relativism to contingentism”, en Peter Galison y David Stump (eds.), Disunity and contextualism, Stanford,Stanford University Press, 1991.

78 Nuccio Ordine et al., op. cit.; y Maria Luisa Altieri Biagi, “Il dialogo come genereletterario nella produzione scientifica”, en Giornate lincee indette in occasione del 350 anniversario della pubblicazione del “Dialogo sopra i massimi sistemi” diGalileo Galilei, Roma, Accademia Nazionale dei Lincei, 1983, pp. 143-166.

Por todo esto, se puede afirmar que la reducción del bilingüismo a susaspectos puramente lingüísticos deja de lado la dinámica de formación yconservación de la identidad que constituye la base para las elecciones inte-lectuales y profesionales de las personas. Es más, aunque las consecuen-cias de aprender el lenguaje del “otro” no siempre son tan drásticas comolo eran para los aristotélicos, cuando esto implica incorporar otra identi-dad socioprofesional, ser bilingüe significa, en cierto sentido, ser también“esquizofrénico”. O, para usar otra metáfora, cuando se observa el mismoobjeto desde dos puntos de vista distintos a la vez, uno no se vuelve obje-tivo, sino que se queda bizco.

Ahora bien, mientras que la acusación de Galileo a los aristotélicos porno saber matemáticas ni tomar en serio esta ciencia es una herramientaretórica, su aseveración de que él sí entiende a Aristóteles es correcta. Y aunasí, no se puede afirmar que Galileo haya sido “esquizofrénico”. En efecto,aquí se ha comparado el bilingüismo con la esquizofrenia para aquelloscasos en que adoptar otro lenguaje significa adoptar una identidad socio-profesional diferente. Sin embargo, ése no es el caso de Galileo. El aristo-telismo es el lenguaje de su pasado como estudiante de medicina en Pisa.75

La persistencia de su interés por algunos aspectos determinados de la filo-sofía aristotélica (sobre todo, por la lógica aristotélica y la teoría de la demos-tración) le otorga un grado de competencia en la materia sin atar a ella suidentidad socioprofesional.76

En términos más generales, los integrantes del paradigma emergente(o invasor) pueden ser bilingües si han recibido una formación anterior

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que el diccionario de la Crusca es el diccionario de los Medici. Por lo tanto, la crítica de los aristotélicos sobre la incompatibilidad de la definición galileanacon el diccionario de la Crusca tiene como fin colocarlo por fuera de doscánones: el de la filosofía y el del lenguaje de la corte florentina. Galileoreacciona entonces utilizando sus contactos para legitimar su paradigma y lograr que la Crusca canonice sus definiciones.

75 El hecho de que Galileo conoce el discurso aristotélico pero al mismo tiempo sedistancia de él queda claramente evidenciado en el siguiente fragmento de Elensayador: “Porque hoy siento grandísimas náuseas de aquellos altercados en loscuales me deleitaba durante mi juventud, cuando todavía estudiaba bajo elmando del pedante” (go, t. vi, p. 245).

76 Entre los diversos textos que hacen referencia a este asunto, véanse William A.Wallace, Galileo and his sources, Princeton, Princeton University Press, 1984,;Alistair Crombie, “Sources of Galileo’s early natural philosophy”, en Maria LuisaRighini-Bonelli y William Shea (eds.), Reason, experiment, and misticism, NuevaYork, Science History Publications, 1975, pp. 157-175; y Adriano Carugo y AlistairC. Crombie, “The Jesuits and Galileo’s ideas of science and nature”, en Annalidel’Istituto e Museo di Storia della Scienza de Firenze 8, 1983, pp. 3-67.

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sonas deben mantener la cohesión para posibilitar la actividad cognitiva.En este sentido, la conducta incomunicativa cumple una función en el pro-ceso de especiación cognitiva y socioprofesional. Una situación en la quetodos estuvieran dispuestos a aprender el lenguaje del “otro” no daría comoproducto una ciencia universal y totalmente racional. En lugar de ello, laausencia de grupos, disciplinas y paradigmas diferentes derivaría en unadesaparición de la ciencia como tal. Concebir a las actitudes incomunica-tivas como un mero efecto desafortunado de ciertas contingencias socio-históricas representa un error de categorización. Lejos de ser piedras en elcamino de la actividad cognitiva, dichas actitudes ofrecen una especie debarrera de contención y protección que posibilita esa actividad.80

incomunicabilidad e inconmensurabilidad

Por último, en el presente apartado se explicará cómo pueden relacionarsela inconmensurabilidad y las diversas formas de conducta incomunica-tiva en la genealogía del cambio científico.81

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80 Varios filósofos han observado que, en términos estrictos, las teorías ya nacenrefutadas. Es más, el proceso de “resucitación” o conservación de las teorías nopuede separarse del proceso por el cual las personas se reúnen en torno a esasteorías y conforman una identidad socioprofesional.

81 Es cierto que este análisis de caso no presenta un ejemplo de especiación surgidadentro de una misma disciplina o de un mismo grupo socioprofesional, sino undesafío a las jerarquías establecidas entre dos disciplinas relacionadas comoresultado del proceso de especiación de la disciplina subordinada paraconvertirse en una especie “superior”. Sin embargo, eso no significa que lasestructuras léxicas de los filósofos y los matemáticos hayan sidoinconmensurables desde el principio y que, por lo tanto, el ejemplo no sirva paradar cuenta del surgimiento de la inconmensurabilidad en general. De hecho,según la jerarquía tradicional de las disciplinas, las estructuras léxicas de losmatemáticos no debían extenderse al terreno de los filósofos. Más precisamente,los matemáticos podían estudiar los fenómenos pertenecientes a ese terreno,pero no podían producir reflexiones filosóficas al respecto. Esto no quiere decirque las afirmaciones de los matemáticos fueran inconmensurables con las de losfilósofos; más bien, estaban subordinadas a estas últimas. En consecuencia, nohabía inconmensurabilidad desde el inicio, ya que la posibilidad misma decomparación quedaba excluida debido a los principios jerárquicos. Lacomparación (y la inconmensurabilidad) entre las dos estructuras léxicas surgecuando los matemáticos comienzan a considerarse “filósofos” y a publicar susreflexiones sobre las dimensiones físicas de la naturaleza. En síntesis, no se tratade un ejemplo anómalo, aunque sí pueda parecer atípico.

especial, pero en el caso de Galileo proviene del carácter “inacabado” de laidentidad socioprofesional. En efecto, este último aun no posee un sistemafilosófico nuevo e integral, y su propia identidad como “matemático filo-sófico” no está para nada consolidada ni canonizada. Así se explica toda-vía mejor por qué el bilingüismo es una opción disponible para los para-digmas emergentes, pero no para los que ya están establecidos.

Aunque el bilingüismo no necesariamente produce un diálogo entre dosestructuras léxicas inconmensurables, sirve para apuntalar la confianza delos invasores y les ofrece una herramienta para convencer a los potencialesadeptos, cuando no a sus propios adversarios. Asimismo, como Galileo com-parte el léxico de los aristotélicos pero no su identidad socioprofesional, esprobable que no comprenda bien de qué manera y por qué su exigencia deque aprendan matemáticas se les presenta como una amenaza. Esta incapa-cidad de entender lo que él percibe como un gesto de obstinación (y, por lotanto, de falta de ética) le da mayores argumentos para desestimarlos.

Por todo esto, así como la negativa de aprender el lenguaje ajeno resultafundamental para la conservación de la identidad aristotélica, el bilin-güismo acaba por reforzar la identidad socioprofesional de Galileo, envez de ponerla en cuestión.79 A su vez, la consolidación de esa nueva iden-tidad constituye un elemento fundamental que impulsa a Galileo a arti-cular la astronomía copernicana y la física matemática. Así, el cambio cien-tífico está conectado también con el deseo de forjar una nueva identidadsocioprofesional, lo que ejerce una influencia en la actitud de Galileo res-pecto del bilingüismo. Todo esto permitiría afirmar que el acceso al bilin-güismo (y la asimetría que se advierte en este punto entre Galileo y los aris-totélicos) no constituye un elemento accidental sino más bien uncomponente esencial del cambio científico. La dinámica de la identidad yel acceso al bilingüismo no sólo subyacen al motor del cambio científicosino que generan las condiciones para que ese motor pueda producir laespeciación de paradigmas y, en algunos casos, la inconmensurabilidad.

Si el único modo de crear una cosmovisión nueva es compartir con otraspersonas el mismo juego de lenguaje e ir articulándolo, entonces esas per-

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79 Este modelo guarda una semejanza asombrosa con el modelo de la “gran brecha”presentado por Bruno Latour en Science in action, Cambridge, HarvardUniversity Press, 1987, pp. 210-213. En particular, para Latour los integrantes del“racionalismo occidental” son aquellos que, como los mercaderes, dominan doso más lenguajes. Otro trabajo interesante sobre la función de “mercader” en laciencia es Peter Galison, “The trading zone: Coordinating action and belief”, enImage and logic: A material culture of microphysics, Chicago, University ofChicago Press, 1997.

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Mientras que la inconmensurabilidad constituye un fenómeno lingüís-tico especial y generalmente infrecuente en la ciencia, la conducta inco-municativa, las estrategias retóricas de incomunicación y la asimetría en elacceso al bilingüismo son fenómenos mucho más frecuentes que parecenguardar una relación más directa con la dinámica de desarrollo y conser-vación de la identidad socioprofesional que con las estructuras léxicas. Esmás, como ya se señaló, la adopción de conductas incomunicativas y elaprendizaje del lenguaje del otro se vinculan con la legitimidad y el poderdel grupo en un ámbito determinado. Por ejemplo, cuando era profesorde matemáticas en la Universidad de Padua, Galileo no manifestaba públi-camente la incompatibilidad entre sus ideas y las de los aristotélicos –salvocuando usaba el seudónimo de “Cecco de Ronchitti”–, pero una vez queingresa en la corte, comienza a hacerlo de inmediato. Sin embargo, la legi-timación y el poder que obtiene gracias a esa migración (y que le permitenadoptar una conducta incomunicativa con los aristotélicos) son resultadotambién del afianzamiento de su nueva identidad socioprofesional mediantelos hallazgos de 1610. El poder y la legitimación no son externos a la arti-culación del paradigma y la identidad socioprofesional, por lo cual no selos puede concebir como causas independientes de la conducta incomuni-cativa. En el mismo sentido, cuesta encontrar una relación causa-efecto quesea constante entre la inconmensurabilidad, las conductas incomunicati-vas y las rupturas en la comunicación. Si bien la inconmensurabilidad puedeprecipitar dichas rupturas, también puede suceder que las conductas inco-municativas deriven en situaciones de inconmensurabilidad.

En vez de buscar relaciones causales directas entre estos fenómenostan diversos, lo que podría concluir en una serie de preguntas sin respuesta,resulta más productivo delinear un panorama posible del proceso de cam-bio científico para señalar algunos de los vínculos existentes.

Cuando la especiación se da dentro de un mismo grupo socioprofesio-nal, la negativa de un subgrupo a dialogar con el resto de sus integrantespuede constituir una estrategia retórica de incomunicación destinada amantener la cohesión del grupo emergente. En estas primeras etapas delproceso de especiación, lo más probable es que el entramado lingüísticodel subgrupo sea conmensurable con el del resto.82 Ahora bien, la cohesión

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82 Para relacionar la inconmensurabilidad lingüística con las conductasincomunicativas, al menos de manera incompleta, se puede tomar el modelo delangue y parole de Ferdinand de Saussure o el modelo de competencia y actuaciónque propone Noam Chomsky. La estructura léxica del grupo que genera lainconmensurabilidad podría vincularse con la langue saussureana, mientras quelas declaraciones de incomunicabilidad individuales y potencialmente retóricas

así obtenida a su vez serviría para articular esa nueva identidad sociopro-fesional, que posibilitaría el desarrollo de una cosmovisión propia y com-prometería a sus integrantes con ella. Después de un tiempo, el nuevo entra-mado lingüístico del subgrupo podría volverse inconmensurable con elanterior, lo que marcaría el surgimiento de una nueva “especie científica”.83

Así, se podría afirmar entonces que la autoconstrucción y la construcciónde un cosmos no son separables.

Por lo tanto, aunque las conductas incomunicativas no constituyenuna causa necesaria de la inconmensurabilidad, ya que no tienen nin-guna característica inherente que la genere, pueden derivar en ella contri-buyendo a mantener la cohesión del grupo que está articulando una nuevaestructura léxica. Si bien no existe una relación de causa y efecto entre laincomunicabilidad y la inconmensurabilidad, son dos fenómenos muy vin-culados gracias a la articulación de nuevas identidades socioprofesionalesque, a su vez, constituye la base del cambio científico.

En este sentido se ha propuesto el cambio de una concepción lingüís-tica y sincrónica de la inconmensurabilidad por una perspectiva diacró-nica que la concibe como una consecuencia posible de la articulación denuevas identidades socioprofesionales. Esta contextualización sirve paraanalizar el lugar del bilingüismo y de la conducta incomunicativa en el pro-ceso de autoconstrucción y cambio científico, así como para estudiar surelación con el posible surgimiento de la inconmensurabilidad. Por último,se espera haber demostrado que, una vez enmarcada en este contexto, lainconmensurabilidad deja de ser un simple problema para ser un resul-tado (y un elemento) del proceso de cambio científico. Aunque aún se lapueda concebir como un “costo”, cabe señalar que todos los procesosmediante los cuales se produce algo tienen sus propios costos, como sinduda los tiene el cambio científico (y la inconmensurabilidad probable-mente sea uno de los más leves).

podrían incluirse en la esfera de la parole. En algunos casos, la conductaincomunicativa estaría reflejando un estado concreto de inconmensurabilidad (es decir, provendría de la langue), mientras que en otras instancias, en tantoexpresión de posiciones individuales, estaría reflejando las percepciones oestrategias personales de algún integrante más que la estructura léxica del grupo.

83 Esta función de la conducta incomunicativa orientada a la inconmensurabilidadno es muy diferente de la atribuida por Feyerabend a la “propaganda” en lasprimeras etapas de desarrollo de una cosmovisión (véase Against method, op. cit.,esp. pp. 145-161).

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peregrinos del mecenazgo

“La calamita de la corte” es el título de un discurso ceremonial pronunciadocerca de 1625 en una de las academias más populares de Roma: la del car-denal Mauricio de Savoia.1 Lo que a simple vista puede aparecer como unaimagen metafórica más creada por algún literato barroco es en realidad unadescripción muy precisa del modelo migratorio que atrae a Roma a los artis-tas, literatos, prelados y cortesanos con ambiciones durante los primerosaños del siglo xvii. Galileo es uno de esos peregrinos del mecenazgo.

Su interés por entablar relaciones con la cultura y la sociedad romanasuele analizarse retrospectivamente a la luz de lo sucedido en 1633. Así, sesostiene que Galileo, copernicano y católico, necesitaba generar vínculosen Roma porque allí estaban los papas, cardenales y teólogos que podíanautorizar una reinterpretación de la Sagrada Escritura para legitimar elcopernicanismo desde el catolicismo. Esto es muy cierto, pero deja delado otra dimensión fundamental del interés de Galileo por Roma: paraél (como para muchos otros beneficiarios) esa ciudad no era sólo el lugardonde tenían sede los guardianes e intérpretes oficiales de la Biblia, tam-bién era el asiento de la corte más poderosa de Italia.

La importancia económica y política de ese país venía disminuyendo a unritmo constante desde el final del siglo xvi. El Ducado de Milán había per-dido su independencia tiempo atrás y era un territorio controlado por España.Toscana mantenía sus riquezas, pero se estaba transformando en un estadocada vez más provinciano, de orientación agrícola, con muy poca inciden-cia a nivel internacional. Urbino, que había sido la sede de la prestigiosa corte

IntermezzoRoma Theatrum Mundi

1 Agnolo Cardi, “La calamita della corte”, en Agostino Mascardi (ed.), Saggiaccademici, Venecia, Baba 1653, pp. 242-264.

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En esa ciudad no hay minas de oro, ni intercambios comerciales con otrasnaciones, ni industrias, ni manufacturas artesanales como las que tie-nen otras ciudades para producir riquezas. Sin embargo, uno ve cómocircula el oro y es gastado en Roma mucho más que en ningún otro lugar,ya que todos los que se mudan allí llevan consigo sus propias riquezas.6

Si bien Montaigne y el embajador Contarini son un tanto selectivos y hacenreferencia sólo al modo de vida de los cortesanos, los comentarios que ofre-cen resultan bastante acertados. En el prefacio del Diálogo, por ejemplo,Galileo describe a Roma como el “teatro del mundo”.7 La ciudad es una“tierra de oportunidades”.8 A diferencia de muchas otras ciudades italia-nas, ésta no tiene un registro de la nobleza.9 Aunque eso alimenta las fre-cuentes disputas de prioridad entre los aristócratas, que a veces acarreanresultados mortales, también permite que los recién llegados, si tienensuerte, puedan obtener un título y ascender en la escala social con bastanterapidez, como ocurre muchas veces incluso con los papas.10

En la época de Galileo se perciben claramente estas oportunidades excep-cionales que ofrece Roma en materia de mecenazgo. Cerca de 1614, por ejem-

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6 Pietro Contarini en Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet (eds.), Relazioni deglistati europei lette al Senato dagli ambasciatori veneti nel secolo xvii, serie iii,Relazioni di Roma, 10 vols., Bolonia, 1856-1879, t. ii, p. 200.

7 Galileo Galilei, Dialogue concerning the Two Chief World Systems, traducido alinglés por Stillman Drake, Berkeley, University of California Press, 1967, p. 5.

8 Asimismo, los salarios que el papa les otorgaba a sus cortesanos erannotablemente superiores que los pagados en otras cortes italianas. Sobre losestipendios en la corte de los Medici, véase el capítulo 2. Por ejemplo, en elsegundo decenio del siglo xvii, el camariere secreto de la corte papal ganaba1.000 escudos por año (Girolamo Lunadoro, Relatione della corte di Roma,Roma, Frambotto, 1635, p. 4), mientras que el puesto equivalente en la corteflorentina recibía como estipendio unos 150 escudos (Archivio di stato di Firenze,“Miscellanea medicea 474”). En el caso de otros puestos, las diferencias no erantan marcadas, pero cabe señalar que el salario de Galileo, consideradoexcepcional en la corte florentina, era comparable con el de los numerososcamarieri del papa.

9 Laurie Nussdorfer, “City politics in Baroque Rome, 1623-1644”, tesis dedoctorado, Princeton, Universidad de Princeton, 1985, p. 157; y Civic politics in theRome of Urban VIII, Princeton, Princeton University Press, 1992.

10 Sobre la ausencia de esos registros y la flexibilidad de las posiciones sociales enRoma, véase Carlo Mistruzzi, “La nobilità nello stato pontificio”, en Rassegnadegli Archivi di Stato 23, 1963, pp. 206-244; y Laurie Nussdorfer, “City politics…”,op. cit., pp. 150-172. Sobre un ejemplo de estos conflictos de prioridad, véase J. A.F. Orbaan, Documenti sul barocco in Roma, Roma, Società Romana di StoriaPatria, 1920, vol. 2, pp. 275-276.

descrita en el libro de Castiglione, se había incorporado al estado papal en1631, tras sufrir una decadencia económica a fines del siglo xvi y desapare-cer del mapa político. Mantua, la corte donde Galileo había querido migraren 1604 por ser una de las más sofisticadas de Italia desde el siglo xv, habíaperdido la independencia política alrededor de 1629. Ferrara ni siquiera habíadurado tanto como Mantua: en 1598 ya formaba parte del estado papal yhabía pasado rápidamente a ser una ciudad provincial tras haber funcionadocomo el centro de una corte muy elegante que apenas unos decenios anteshabía alojado a Ludovico Ariosto y otros personajes importantes.

Venecia, por su parte, aún conservaba cierto poder, pero estaba sufriendoun franco declive. Irónicamente, es Zaccaria Sagredo, hermano del amigode Galileo, quien encabeza el ejército veneciano en 1630, durante la Gue-rra de los Treinta Años, en ocasión de la terrible derrota que marca elderrumbe de dicho estado en materia de política europea. Desde el campode batalla en Valeggio, el comandante le escribe a Galileo la autorizaciónpara usar el nombre de su hermano en el Diálogo.2 Unos días después, elenemigo derriba al ejército veneciano, y Zaccaria se retira tan rápido quellega al campamento de Peschiera cuatro horas antes que sus soldados.3

Durante el mismo período, Roma ofrece un panorama muy diferente.Cuando Montaigne visita la ciudad en 1580, la describe como “una ciudadpura corte y nobleza: todo el mundo participa de la ociosidad eclesiástica.Casi no hay calles comerciales, son menos que en un pueblito: sólo haypalacios y jardines”.4

Ahora bien, ese proceso de concentración de poder y riquezas en Romano se detiene a fines del siglo xvi. Por la decadencia de los demás estadositalianos, a principios del siglo xvii Roma se transforma en el centro polí-tico, cultural y de mecenazgo más importante de la Italia barroca y detoda Europa, al menos hasta mediados de siglo.5 En 1627, un embajadorveneciano, sorprendido por Roma, escribe:

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2 go, t. xiv, pp. 95, 97.3 Como consecuencia de esta debacle, Zaccaria corre el riesgo de que lo sentencien

a pena de muerte (Gaetano Cozzi, Il Doge Nicolò Contarini, Venecia-Roma,Istituto per la Collaborazione Culturale, 1958, p. 297). Véase también MariaFrancesca Tiepolo, “Una lettera inedita di Galileo”, en La cultura 17, 1979, p. 66; y Romolo Quazza, “Il periodo italiano della Guerra dei Trent’Anni”, en Rivistastorica italiana 50, 1933, pp. 64-89.

4 E. J. Trechman (trad.), The diary of Montaigne’s journey to Italy, Londres,Hogarth Press, 1929, p. 149 [trad. esp.: Michel de Montaigne, Diario de viaje aItalia, por Suiza y Alemania, Barcelona, Ediciones 62, 1986].

5 Paolo Prodi, The papal prince, one body and two souls: The papal monarchy inEarly Modern Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, pp. 46-49.

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que Cosme II de Medici era un príncipe absoluto y un mecenas muy pode-roso, pero la verdadera personificación de ese tipo de soberanía era el papa.Se podría decir que Roma es el espacio donde el absolutismo político y lacultura cortesana muestran de manera más evidente la estructura que luegosería tradicional en las grandes cortes y en los estados modernos de Europa.15

Y es precisamente durante el pontificado de Urbano VIII, el mecenas deGalileo, que el absolutismo político alcanza allí su punto máximo.16 Portodo esto, el mecenazgo papal constituye la herramienta de autocons-trucción más potente a la que puede aspirar un beneficiario en la Italia deprincipios del siglo xvii.

entre libertinos y jesuitas

Cualquier beneficiario con ambiciones habría tenido motivos más que sufi-cientes para ir a Roma o conectarse con sus redes de mecenazgo, pero comoya se ha señalado, Galileo tenía aun más. En 1588, mientras intenta que sucarrera como matemático alce vuelo, Galileo viaja a Roma para entrar encontacto con Clavio. Tras los hallazgos de 1609 y 1610, esta ciudad cobratodavía más importancia en sus planes. Con la ayuda de Galileo, los Medicifinalmente se dan cuenta de que es allí donde en última instancia deben cer-tificarse sus descubrimientos. Como dice Vinta en enero de 1611, el res-paldo de los jesuitas y del papa es suficiente para garantizar la aceptaciónuniversal de los hallazgos (y de la gloria celestial de los Medici).17 Así comienzaa aumentar la importancia de Roma en la carrera de Galileo. Si lo que buscaallí en 1588 es el mecenazgo individual de Clavio, en 1611 esta ciudad repre-senta el apoyo de todos los matemáticos jesuitas y del papa.

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15 De acuerdo con lo escrito en 1611 por el embajador veneciano Giovanni Mocenigo,ese proceso de centralización tiene los siguientes resultados: “Los cardenales noparticipan de manera alguna en los asuntos de estado, y si en algún caso el papacomparte un asunto con el consistorio, es sólo para comunicar su voluntad a loscardenales […] por eso puede afirmarse que hoy en día, el gobierno de Romatoma la forma de un imperio supremo y absoluto” (Nicolò Barozzi y GuglielmoBerchet, op. cit., t. ii, p. 96). Giovanni Mocenigo [sic] da cuenta de un panoramasimilar: “Y si a veces, con muy poca frecuencia, pide consejo, no hay quien seatreva a proferir otra cosa más que elogios y alabanzas” (ibid., p. 102). Véasetambién lo relatado por Francesco Contarini (ibid., p. 89), Rainiero Zeno (ibid.,p. 149) y Paruta (Paolo Prodi, The papal prince, op. cit., p. 37).

16 Ibid., pp. 37-58.17 go, t. xi, N° 464, pp. 28-29.

plo, Francesco Maria II, duque de Urbino, invita a Giovanni Ciampoli, elamigo y seguidor de Galileo, a ocupar un puesto en su corte. Sin embargo,Giovanni Battista Strozzi, mentor de Ciampoli, interviene para “procurarque no termine con un soberano en decadencia y le ofrece un salario de300 escudos por año para que pueda ir a Roma a amasar su propia fortuna”.11

Como lo demuestra la gran cantidad de cortesanos provenientes de otrasciudades en la corte romana (por ejemplo, los amigos y enemigos de Gali-leo), Strozzi no es el único que reconoce las posibilidades de mecenazgobrindadas allí.12 Por ejemplo, la carrera de Cassiano dal Pozzo, que era colegade Galileo en la Academia de los Linces, refleja estrategias de mecenazgomuy parecidas. A pesar de que el padre y los amigos le ofrecen puestos enla corte de los Medici y le proponen como alternativa un matrimonio quelo incorpore a la aristocracia del norte italiano, Cassiano permanece enRoma como virtuoso de la corte hasta que, más de diez años después, obtieneun puesto jerárquico en la corte del papa Urbano VIII.13

Sin embargo, Roma no atrae a los beneficiarios solamente por estarrepleta de mecenas y de puestos bien remunerados. Si bien es cierto quela Curia, la corte papal, las cortes de los cardenales (muchas veces más gran-des que las de los soberanos seculares),14 las casas de los barones, y los nume-rosos monsignori y cavalieri patrocinaban a una cantidad notable de artis-tas, escritores, físicos e incluso a algunos matemáticos, lo más atractivo quela ciudad tenía para ofrecerles a los beneficiarios ambiciosos como Gali-leo y Ciampoli era el tipo de mecenazgo que podían encontrar allí. Es cierto

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11 Citado de la biografía breve de Ciampoli que se reproduce en Giovanni TargioniTozzetti, Notizie degli aggrandimenti delle scienze fisiche accaduti in Toscana nelcorso di anni lx del secolo xvii, Florencia, Bouchard, 1780, reeditado en Bolonia,Forni, 1967, t. ii, parte 1, p. 105. En la p. 107 de la misma biografía se lee que“Ciampoli decide cazar fortuna en Roma, donde incluso el mendigo más pobretiene la opotunidad de transformarse en príncipe”.

12 Panfilo Persico escribe en Del segretario libri quattro (Venecia, Damian Zenato,1629) que la corte romana es un lugar donde “todos son extranjeros” (p. 82)

13 Giacomo Lumbroso, “Notizie sulla vita di Cassiano dal Pozzo”, en Miscellanea distoria italiana 15, 1874, pp. 136-143. Para una contextualización de su vida en lacultura romana, véase Francesco Solinas (ed.), Cassiano dal Pozzo, Nápoles, DeLuca, 1989.

14 En 1589, por ejemplo, la corte del cardenal Alessandro Farnese está compuesta de284 personas, mientras que la de su sobrino segundo, el duque de Parma yPiacenza, tiene 226 cortesanos (Gigliola Fragnito, “Parenti e familiari nelle corticardinalizie del Rinascimento”, en Cesare Mozzarelli (ed.), “Familia” del principee famiglia aristocratica, Roma, Bulzoni, 1988, t. ii, pp. 565 y 570). Aunque la cortede Farnese es especialmente numerosa, resulta bastante común encontrarcardenales romanos con más de 200 personas en sus cortes (ibid., p. 569).

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Ahora bien, es comprensible que Galileo, ya anciano, ciego y encerradoen su casa, haya sentido nostalgia por los “dieciocho años más felices” desu vida, es decir, los pasados en Padua y Venecia con su grupo de amigosjóvenes, patricios, libertinos, ricos y librepensadores que se oponían a losjesuitas. Sin embargo, esta afirmación no debería tomarse al pie de laletra, como tampoco debería suceder con la declaración de que mudarsede Padua a Florencia en 1610 fue un error estratégico.19 A diferencia de loque sostiene con orgullo Giovanfrancesco Sagredo, Venecia no es precisa-mente el paraíso ni el estado protector de intelectuales que describe ensus cartas para Galileo. Cabe recordar, por ejemplo, que dicho estado noevitó la extradición fatal de Giordano Bruno a Roma en 1592.20 Asimismo,es el propio Paolo Sarpi, amigo de Galileo y teólogo combativo, quien acon-seja al Senado veneciano no desafiar el decreto de la congregación romanaque incluye De revolutionibus en el Index de 1616, puesto que la doctrinacopernicana “no afecta ni favorece de modo alguno al poder de los prín-cipes, y la autoridad temporal no recibe ningún beneficio de ella, así comotampoco afecta a la libertad de impresión en el estado, ya que ninguno deesos libros se imprimió en Venecia”.21

Una situación similar se da en 1624, cuando Fulgenzio Micanzio, amigoy biógrafo de Sarpi, le insinúa a Galileo que puede hacer imprimir los Dosmáximos sistemas en Venecia y luego debe vérselas con los límites inespe-rados que le impone la falta de voluntad de los venecianos para desafiar laautoridad del papa en nombre de la libertad de pensamiento.22 A pesar deque los mitos nostálgicos impulsados por Galileo, sus amigos y algunoshistoriadores sean comprensibles a la luz de los hechos ocurridos en 1633,no resulta tan evidente que Venecia fuera un ámbito más seguro que Flo-rencia o Roma para el matemático. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es queno le ofrecía las mismas oportunidades de mecenazgo y de autoconstruc-ción que podía encontrar en esas otras dos ciudades.

Como se ha señalado, ya en 1604 Galileo intenta mudarse de Padua yVenecia. Es más, durante su estadía en Padua toma las precauciones nece-sarias para mantenerse en buenos términos con los jesuitas. Estas dos juga-

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19 go, t. xviii, N° 4025, p. 209.20 Gaetano Cozzi, “Galileo Galilei, Paolo Sarpi e la società veneziana”, en Paolo

Sarpi fra Venezia e l’Europa, Turín, Einaudi, 1969, p. 142.21 Paolo Sarpi, “Sopra un decreto della congregazione in Roma in stampa

presentato per l’Illustrissimo Signor Conte del Zaffo a 5 maggio 1616”, en Opere,ed. de Gaetano Cozzi y Luisa Cozzi, Milán-Nápoles, Ricciardi, 1969, p. 604.

22 go, t. xvi, N° 2903, p. 61; N° 3057, p. 193; N° 3075, p. 209; N° 3088, p. 230; N° 3098,p. 239.

Gracias a los contactos de los Medici, a partir de 1611 las redes de mece-nazgo de Galileo empiezan a extenderse cada vez más hacia Roma, dondelos núcleos de poder son los cardenales, los prelados, los aristócratas, losLinces y los jesuitas. Tras la muerte de Cosme II en 1621, la decadencia deFlorencia se intensifica y la ciudad se convierte en un centro cultural y polí-tico cada vez más aislado. En 1623 se torna evidente que Galileo ha cam-biado el foco de atención hacia Roma, donde su amigo Maffeo Barberiniacaba de ser elegido como nuevo pontífice (Urbano VIII) y varios de suscompañeros de los Linces han obtenido puestos elevados en la corte papal.A medida que su nueva identidad socioprofesional y sus ideas copernica-nas dependen cada vez más del papa para ser legitimadas, Galileo va for-jando vínculos de mecenazgo cada vez más fuertes en Roma.

En cierto sentido, se podría afirmar que Florencia pasa a ser una espe-cie de base suburbana, un poco somnolienta, desde donde Galileo puedemanejar cómodamente sus asuntos con Roma. Es más, como ocupa elpuesto de filósofo del gran duque, puede visitar esa ciudad en carácter deenviado oficial de los Medici. En una sociedad regida por el estatus, estoconstituye una ventaja incomparable, ya que no se lo percibe como un caba-llero más sino como una suerte de embajador científico especial de la dinas-tía florentina. En general, viaja a la ciudad con un repertorio impresionantede cartas de presentación para los intelectuales romanos y se aloja en unpalacio de Trinità dei Monti que pertenece a los Medici. Así como ha cons-truido su fama internacional gracias a la distribución de los telescopios ylos ejemplares del Sidereus nuncius, también aprovecha las redes políticasde sus mecenas florentinos para obtener acceso a los centros de poder roma-nos que nunca hubieran estado a su alcance como profesor universitariode matemáticas ni como individuo común y corriente.

Si bien el sistema de mecenazgo en la corte acaba por empujar la carrerade Galileo al precipicio, en el camino también le proporciona varios recur-sos muy valiosos. Incluso en 1616, cuando incorporan a Copérnico en elIndex y la situación adquiere un sesgo negativo para Galileo, las conse-cuencias que sufre no son tan graves como habrían sido de no haber estadotan bien conectado con tantos cardenales, prelados y aristócratas roma-nos.18 Que su nombre no haya sido incluido en las condenas de 1616 cons-tituye un gran privilegio, recibido probablemente por su posición comofilósofo del gran duque.

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18 Véase también Richard S. Westfall, “Galileo and the Jesuits”, en Essays on the Trialof Galileo, Vaticano, Vatican Observatory Publications, 1989, pp. 31-57.

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de los otros candidatos presentados por Galileo.26 La influencia de la polí-tica en el criterio de selección de Galileo resulta más que evidente cuandose considera su apoyo firme a Welser para el ingreso en los Linces. En efecto,Welser es una figura política y financiera muy importante en Augsburgo,asesor de Rodolfo II, gran partidario de los jesuitas, autor probable de unpanfleto antiveneciano (el Squitinio) publicado en 1612, amigo de Clavioy también de Gualdo y Pignoria, los dos camaradas projesuitas de Gali-leo.27 Como es de imaginar, Welser y Sagredo no se llevan muy bien.28 Asi-mismo, la actitud de Galileo con su viejo amigo y colaborador Paolo Sarpirefleja la misma cautela aplicada con Sagredo.29

La distancia que Galileo pone con Sagredo, Sarpi y los giovani venecia-nos indica que no desea correr el riesgo de que sus amistades lo perjudi-

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26 Esta situación resulta aun más notable cuando se sabe que, en junio de 1612, Cesile preguntó explícitamente a Galileo si conocía a alguien en Padua que lepareciera digno de sumarse a los Linces (go, t. xi, p. 312).

27 Sobre la atribución del panfleto a Welser, véase Pierre Gassendi, Viri illustrisNicolai Claudii Frabricii de Peiresc, senatoris Aquisextiensis vita, La Haya, Vlacq,1655. La inclinación antiveneciana de Welser durante el período del Interdetto ysu desilusión por la supuesta debilidad de Pablo V ante los venecianos estándocumentadas en las cartas a Faber reproducidas en Giuseppe Gabrieli, “Vitaromana del 600 nel carteggio inedito di un medico tedesco in Roma”, en Atti delPrimo Congresso Nazionale di Studi Romani, Roma, Istituto di Studi Romani,1929, t. i, pp. 823-824.

28 go, t. xi, pp. 314, 505, t. xii, p. 45. Asimismo, es muy probable que Galileo ySalviati hayan respaldado la elección de Welser como integrante de la Accademiadella Crusca el 4 de septiembre de 1613 (Severina Parodi, Catalogo degliAccademici dalla Fondazione, Florencia, Sansoni, 1983, p. 56).

29 En la época del Interdetto, Galileo también comienza a alejarse políticamente dePaolo Sarpi, el intelectual veneciano que simboliza las ideas políticas y religiosasde los giovani. Aunque vuelve a trabajar con Sarpi en 1609 para la creación deltelescopio, no menciona su nombre en el Sidereus nuncius ni en El ensayador(Albert Van Helden, “Galileo and the telescope”, en Paolo Galluzzi (ed.), Novitàcelesti e crisi del sapere, Florencia, Giunti Barbèra, 1984, pp. 149-153). Si bien esprobable que esto tenga que ver en gran parte con el deseo de obtener el mayorrédito posible de esa creación, también es verdad que en este caso el interés porel reconocimiento científico y la cautela religiosa van de la mano. Galileo no seequivoca al percibir los riesgos políticos que implica su asociación con Sarpi, yaque los sucesos posteriores demuestran la reiterada utilización de dicha amistadcon el teólogo veneciano como un indicador de su supuesta heterodoxiareligiosa. Tomasso Caccini, por ejemplo, declara ante la Inquisición que Galileo“es tenido por sospechoso en cuestiones de Fe porque se dice que es muy íntimode fray Paolo Sarpi, tan famoso en Venecia por su impiedad, y se dice que aún enel presente intercambian correspondencia” (go, t. xix, pp. 309-310). Sarpi muereen 1623, pero la última carta disponible de Galileo para él tiene fecha de febrerode 1611 (go, t. xi, pp. 46-50).

das pueden guardar alguna relación. Como lo indica Gaetano Cozzi, la acti-tud de Galileo hacia los jesuitas es mucho menos crítica que la de Sagredoy los demás jóvenes patricios.23 En efecto, Galileo obtiene su puesto enPadua gracias a la intervención de algunos mecenas cercanos a los jesui-tas, pero además logra llegar a un equilibrio entre la facción más conser-vadora y antirreformista de los vecchi y la facción de los giovani, quienessubrayan la necesidad de independizarse políticamente de la Iglesia, deEspaña y de los Habsburgo austríacos.24 Cuando Venecia atraviesa la cri-sis del Interdetto, Galileo evita tomar posición al respecto y apenas men-ciona el tema en su correspondencia. A diferencia de él, su amigo Sagredo,ex alumno de los jesuitas, se ocupa de preparar una farsa a expensas delos jesuitas venecianos, en ese momento exiliados en Ferrara. Haciéndosepasar por la noble anciana Cecilia Contarini, Sagredo le escribe al padreBarisone, rector del Colegio de Ferrara, para que la aconseje sobre cues-tiones espirituales delicadas. Luego reúne la correspondencia intercam-biada con el padre bajo ese seudónimo y la hace circular en Venecia paraburlarse de las prácticas religiosas y las opiniones políticas de los jesuitas.Al parecer, esos textos alcanzan gran popularidad en la ciudad.25

Si bien Galileo aprecia mucho la amistad y el ingenio de su amigo patri-cio, jamás lo propone para ocupar un lugar en la Academia de los Linces,aunque éste tiene muchos más conocimientos científicos que la mayoría

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23 Gaetano Cozzi, “Galileo Galilei, Paolo Sarpi e la società veneziana”, op. cit.,pp. 135-234. Si bien la tesis básica de Cozzi acerca de las fluctuaciones de Galileoentre estos dos grupos de amigos y mecenas resulta convincente, la taxonomíasociopolítica mediante la cual el autor divide a los giovani de los vecchi a veces sepresta a confusiones. Asimismo, esa distinción por momentos aparece borrosa yno queda claro si se refiere a una categorización generacional o política.

24 Empezando por Guidobaldo (amigo íntimo de Clavio) y pasando por Pinelli,entre otros, Galileo se rodea de muchos mecenas cercanos a los jesuitas, comoBenedetto Zorzi, Giacomo Contarini, Paolo Gualdo, Lorenzo Pignoria y luego,Pietro Duodo. Es más, como lo demuestra Wallace, Galileo tiene una buenarelación con los jesuitas de Padua (véase William A. Wallace, Galileo and hissources, Princeton, Princeton University Press, 1984, pp. 269-272). Sobre lahistoria de los giovani y la cultura política del patriciado veneciano a principiosde siglo, véase Gaetano Cozzi, Il doge Nicolò Contarini, op. cit., pp. 1-147.

25 Sobre la mascarada epistolar de Sagredo, véase Antonio Favaro,“Giovanfrancesco Sagredo”, en Paolo Galluzzi (ed.), Amici e corrispondenti diGalileo, Florencia, Salimbeni, 1983, t. i, pp. 208-210. La farsa de Sagredo debehaber sido muy conocida en la época, ya que aparece en un poema dedicado a élque se leyó durante la fiesta de despedida celebrada en ocasión de su partida aSiria como cónsul veneciano (Antonio Favaro, “Serie decimasesta di scampoligalileiani”, en Atti e memorie della R. Accademia di Scienze, Lettere ed Arti inPadova, nueva serie, 22, 1905-1906, pp. 10-13).

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patrocinador, se recitó un discurso ceremonial en latín junto con otrascomposiciones en homenaje al Signor Galileo Galilei, matemático delgran duque, para magnificar y exaltar hasta la bóveda celeste su obser-vación de los nuevos planetas, hasta ahora desconocidos por los filóso-fos antiguos.34

Durante ese viaje a Roma, Galileo también entabla relaciones con otra ins-titución que tendrá un papel protagónico en las estrategias de mecenazgoadoptadas hacia el final de su carrera: la Academia de los Linces, una delas primeras dedicadas a la nueva filosofía de la naturaleza. En el mismoejemplar de los Avvisi donde se encuentra el informe sobre el triunfo deGalileo en el Collegio Romano, también puede leerse lo siguiente:

El jueves [14 de abril] por la tarde, el Marqués de Monticelli [FedericoCesi], sobrino del cardenal Cesi, fue anfitrión de un banquete en el viñedode Monsignor Malvasia, en las afueras de la puerta de San Pancrasio, delcual participaron dicho cardenal y el Signor Paolo Monaldesco, supariente. En ese sitio elevado a cielo abierto se reunieron con el SignorGalileo, Terencio de Flandes, el Signor Persio, que acompaña al carde-nal Cesi, Galla [Lagalla], que da clases en nuestra universidad, el mate-mático griego del cardenal Gonzaga [Demisiani], el Signor Piffari, pro-fesor de Siena, y ocho personas más. Algunos habían venido de otrasciudades para participar de la observación. Aunque la reunión duró hastala una de la mañana, no pudieron llegar a un acuerdo.35

Al mismo tiempo que Galileo recibía los elogios del Collegio Romano porsus hallazgos y conocía a varios de sus futuros colegas de los Linces, otrohombre, que luego sería su intermediario más influyente y dirigiría esa aca-demia, también intentaba ganar visibilidad entre los mecenas romanos.

Giovanni Ciampoli era el adolescente precoz descrito de la siguientemanera en otro Avviso de mayo de 1611: “En la academia del jueves, cele-brada en el palacio del cardenal Deti y en presencia de otros seis cardena-les, un joven alumno del Signor Giovan Battista Strozzi dio un discursoexcelente sobre el silencio”.36

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34 J. A. F. Orbaan, op. cit., vol. 2, p. 284.35 Ibid., p. 283.36 Ibid., p. 284. Es probable que Galileo haya estado presente en esa ocasión, ya que

en una carta a Virginio Orsini describe un encuentro anterior de la mismaacademia (go, t. xi, pp. 82-83). Sobre una presentación similar de Ciampoli en

quen en las cortes antirreformistas a las que apunta, como Mantua, Flo-rencia y, de manera indirecta, Roma. Si es cierto que, como alega Ciam-poli,30 todo cortesano debe tener buenas relaciones con los jesuitas, eso esaun más cierto en el caso de un matemático católico como Galileo, cuyoestatus profesional depende fuertemente del respaldo de ellos.31

La primera carta disponible que Galileo escribe tras su llegada a Flo-rencia en septiembre de 1610 está dirigida a Clavio. En ella le pide discul-pas por el largo silencio que se ha visto obligado a guardar durante el Inter-detto en Padua.32 Al concluir la carta, Galileo anuncia a Clavio que estáplanificando una visita a Roma, la que finalmente tiene lugar en la pri-mavera de 1611. Esta visita constituye un punto fundamental en su carrera,ya que Clavio y sus alumnos apoyan los hallazgos de 1610 públicamente ycon entusiasmo, tanto que el evento se registra en los Avvisi di Roma y elevaasí el estatus de Galileo:33

El viernes de la semana pasada por la tarde, en el Collegio Romano y antela presencia de varios cardenales y del Marqués de Monticelli [Cesi], su

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30 “Ya sea por odio, por pasión, por espíritu de contradicción o por inclinaciónnatural, uno nunca debe tratar de contrariar a una orden religiosa de granestima, como lo son hoy en día los jesuitas” (Giovanni Ciampoli, “Discorso diMonsignor Ciampoli sopra la corte di Roma”, en Marziano Guglielminetti yMariarosa Masoero, “Lettere e prose indedite (o parzialmente edite) di GiovanniCiampoli”, en Studi secenteschi 19, 1978, p. 237. El mismo consejo aparece en un“manual” anónimo de la corte florentina (“Avvertimenti per uno che entra incorte”, en asf, “Miscellanea medicea 502”, fol. 317v).

31 Aunque la identificación de los jesuitas con la cultura y la políticaantirreformista es una simplificación extrema de la situación, es la idea quecomparten todos los amigos venecianos de Galileo. Para Sagredo, como paravarios otros embajadores de Venecia, el mapa político de Italia podía dividirse endos partes: por un lado, Venecia (o “la Italia libre”) y, por otro lado, todos losdemás territorios “jesuitas”, bajo el control o la influencia de España. Las ideas deSagredo sobre la hostilidad de los jesuitas contra Venecia no le son exclusivas,sino que las comparten explícitamente los otros embajadores venecianos, inclusodespués del Interdetto (véase Pietro Contarini en Nicolò Barozzi y GuglielmoBerchet, op. cit., t. ii, pp. 183 y 189). La cautela de Galileo en Venecia demuestraque no quiere perder el acceso a esa “tierra de los jesuitas”.

32 “En vista de su prudencia, no es necesario que yo particularmente le narre lacausa por la cual hasta hoy he usado [ese silencio], mientras me encontraba enPadua” (go, t. x, N° 391, pp. 431-432).

33 Al llegar a Roma en 1611, Galileo encuentra a su anciano mecenas rodeado dejóvenes matemáticos. Se trata de la “Academia Matemática” de Clavio, un grupode estudiantes que más adelante cumpliría una función muy importante en lacarrera de Galileo.

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ciona en todos los avvisi quién es el anfitrión de los encuentros académi-cos, en qué casa o palacio tienen lugar, y qué cardenales, aristócratas, emba-jadores y prelados están presentes. Así, estos avisos funcionan como dia-positivas de la elite romana.

En uno de ellos, publicado el 9 de enero de 1621, se lee lo siguiente:

El día lunes, en la casa del Conde de Novellara [Alfonso Gonzaga] seanunció una academia literaria, como había ocurrido la semana ante-rior. Se ofreció allí una conferencia maravillosa, en presencia de loscardenales Del Monte, Bandini, Bevilacqua y D’Este, y de muchos otrosprelados y nobles.39

La misma indiferencia con respecto al tema y al orador puede observarsetambién en un avviso de mayo de 1609 sobre la actividad de la academiapatrocinada por el cardenal Deti, que Galileo visitaría durante su viaje aRoma en 1611 y que auspiciaría el debut del joven Ciampoli en la escenaromana:40 “El martes, en la casa del cardenal Deti, se reunió la academiade siempre, con la asistencia de los cardenales Camerino, Bandini, Bellar-mino, Ginnasio, Sannesio y Delfini”.41

Es evidente que la importancia de estos encuentros era juzgada en fun-ción de los anfitriones y los invitados más que de los oradores. Resulta inte-resante observar que los avvisi no trazan distinción alguna entre los even-tos literarios, los banquetes, las comedias, las bodas, las justas, las recepcionesy las obras teatrales. Por ejemplo, en un avviso del 16 de febrero de 1611 seanuncia lo siguiente:

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French relationships”, en Papers of the Michigan Academy of Science, Arts andLetters 20, 1935, pp. 505-521; Piera Russo, “L’Accademia degli Umoristi.Fondazione, struttuttura e leggi: il primo decennio di attività”, en Esperienzeletterarie 4, 1979, pp. 47-61; Luisa Avellini, “Tra Umoristi e Gelati”, en Studisecenteschi 23, 1982, pp. 109-137; y Renato Lefevre, “Gli Sfaccendati”, en Studiromani 9, 1960, pp. 154-165.

39 Venceslao Santi, “La storia nella Secchia Rapita”, en Memorie della RealeAccademia di Scienze, Lettere e Arti in Modena, serie 3, t. ix, 1910, p. 263. En J. A. F.Orbaan, op. cit., vol. 2, p. 271, se reproduce un avviso parecido. Dicho encuentroes inaugurado con un discurso de Agostino Mascardi que se incluye en Prosevulgari, Venecia, Baba, 1653.

40 go, t. xi, N° 510, pp. 82-83. J. A. F. Orbaan, op. cit., vol. 2, p. 284.41 Venceslao Santi, op. cit., p. 262. En otro avviso del 29 de abril de 1608 se puede

leer lo siguiente: “El otro día, por segunda vez, se reunió la nueva academia en la casa del cardenal Deti, con la intervención de muchos cardenales, prelados y caballeros de la corte” (J. A. F. Orbaan, op. cit., vol. 2, p. 227).

Unas semanas después, Galileo y Ciampoli volvían juntos a Florencia enun carruaje de los Medici, muy satisfechos con el reconocimiento obtenidoen Roma.37 El primero había consolidado su reputación internacional, habíafortalecido los lazos con los jesuitas y había ingresado a la Academia delos Linces. El segundo, por su parte, había impresionado a los cardenalesromanos con las virtudes literarias que, unos años después, lo llevarían alestrato más alto de la corte romana. Aunque Galileo y Ciampoli no com-parten la misma disciplina, sus carreras se estructuran de manera muysemejante, al mismo ritmo y sobre la base de los contactos desarrolladosdurante esas semanas con los mecenas de la corte romana.

archipiélagos de poder

Como ya se ha señalado, Roma constituye un espacio fundamental paraGalileo, aunque no lo conoce tanto como conoce la corte de los Medici. Sibien Cesi, Ciampoli, Cesarini y sus otros intermediarios y seguidores leofrecen algunos de los recursos necesarios, hay diferencias entre la corteromana y la florentina que no pueden salvarse con trabajo de inteligen-cia. En efecto, Galileo puede valerse de la mitología dinástica de los Medicipara legitimar sus hallazgos y su nueva identidad socioprofesional en Flo-rencia, pero en Roma no tiene la misma posibilidad. Asimismo, en esta ciu-dad resulta mucho más difícil entablar una relación de mecenazgo exclu-sivo como la existente entre Galileo y Cosme II. Si bien todas las cortes delos soberanos absolutos guardan ciertas similitudes básicas, la de Romapresenta varias peculiaridades importantes, que luego tendrán un papelprotagónico en el desarrollo y la conclusión de la carrera de Galileo.

La correspondencia de los literatos romanos, los avvisi y los diariospersonales escritos durante esa época están plagados de informes sobrelas asambleas de las academias y sobre otros acontecimientos políticos yculturales.38 Aunque no siempre aparecen el tema y el orador, sí se men-

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Roma durante 1607, véase Guido Bentivoglio, Memorie e lettere, editadas por Constantino Panigada, Bari, Laterza, 1934, p. 75.

37 go, t. xi, N° 538, p. 121.38 Sobre las academias romanas, véase la obra clásica (aunque no siempre

confiable) de Michele Maylender, Storia delle accademie d’Italia, 5 vols., Bolonia,Cappelli, 1926-1930. Véanse también G. M. Garuffi, L’Italia accademica, o sia leaccademie aperte a pompa e decoro delle lettere più amene nelle città italiane,Rimini, Dandi, 1688; Francis W. Gravit, “The Accademia degli Umoristi and its

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vínculos estrechos con el papa, los cardenales y otras figuras políticas.46 En1625, por ejemplo, el embajador veneciano describe los esfuerzos de su aná-logo español para convencer a Urbano VIII de que abandone su políticade equidistancia ente España y Francia. Según el embajador veneciano, paraello trata de ganar el favor de los sobrinos de Urbano,

acompañándolos a menudo cuando salen de caza o realizan otras acti-vidades de recreación, con gran familiaridad, a fin de preparar el terrenopara cosas más importantes. Con las comedias presentadas en su pala-cio de Trinità dei Monti ha atraído a su círculo a muchos otros carde-nales y a casi toda la nobleza.47

El embajador francés también adoptaba estrategias similares, ofreciendoperiódicamente comedias, óperas, banquetes y torneos para captar la aten-ción de los cardenales, prelados y barones romanos.48 Otros que estabandecididos a usar las recreazioni para obtener favores políticos eran los Savoia.Desde su llegada a Roma en 1612, el cardenal Mauricio de Savoia comienzaa realizar actos de prodigalidad y de mecenazgo cultural (debidamente

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46 Los sobrinos del papa también participaban con asiduidad en este tipo decompetencia por el mecenazgo. Dado el poder especial que les otorgaba suparentesco, los cardenales asistían a sus asambleas académicas con másfrecuencia que a ninguna otra. A veces el papa mismo se hacía presente, engeneral dentro de un palco especial que se adosaba al espacio de la academia,pero que no estaba totalmente integrado a ella (Venceslao Santi, op. cit., t. ix,pp. 264-265). Esta academia se reunía periódicamente para tratar asuntosreligiosos, y con el tiempo adoptó el nombre de Accademia dei Virtuosi(Ludovico Pastor, History of the popes, St. Louis, Herder, 1938, t. xxvii, pp. 69-70

[trad. esp.: Historia de los papas desde fines de la Edad Media, Barcelona, GustavoGili, 1910-1961]). Debido a la relación estrecha que tenían con el papa, estasacademias se limitaban a comentar distintos temas de las Sagradas Escrituras. El cardenal Francesco Barberini, integrante de los Linces y sobrino de UrbanoVIII, patrocinaba una de ellas, sobre la cual versa el siguiente avviso del 17 dejulio de 1624: “El domingo, después del almuerzo, la academia pública de losVirtuosi se reunió en los salones del cardenal Barberini en Monte Cavallo.Monsignor Castracani pronunció un discurso erudito y elegante sobre lafortaleza de ánimo, inspirado en el Libro de los Macabeos de la SagradaEscritura, que luego fue respondido por un caballero de la Casa de Rospigliosi[el futuro Clemente IX]” (Venceslao Santi, op. cit., t. ix, p. 264).

47 Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet, op. cit., pp. 231-232. La estrategia que sedescribe en la cita no era nueva. De hecho, doce años antes Virginio Cesarinihabía acompañado al cardenal D’Este a ver una comedia en la casa delembajador español (Venceslao Santi, op. cit., serie 3, t. vi, 1906, p. 315).

48 Ibid., pp. 313-315.

El lunes por la tarde en el palacio del cardenal Montalto se volvió arecitar la obra titulada La Fábula de Psique. Se encontraban presenteslos cardenales Cosenza, Monti [del Monte], Borghese, Montalto yPeretti. También estaban el Signor Francesco Borghese, embajadorde Savoia, el oficial Colonna, el duque de Bracciano [Orsini], Altempsy otros nobles.42

Es probable que la indiferencia de los avissi con respecto al género de lapresentación refleje la indiferencia de los asistentes. Al igual que los espec-táculos de la corte, estos eventos eran ocasiones en las que la flor y nata deRoma exhibía internamente su jerarquía. Importaba más dónde se sentabacada uno que el tema o el género de la presentación. Incluso las asambleasde una academia atípica como la de los Linces se equiparaban con lostípicos banquetes devenidos en debates.43 El encuentro que un historia-dor de los Linces describe como la “asamblea cordial” de agosto de 1613

aparece así relatado en un avviso:

El domingo, el duque de San Gemini ofreció un banquete en su viñedodel Monte Pincio con sus sobrinos, los Signori Cesarini, y otros parien-tes. […] El miércoles por la mañana, el príncipe Cesi ofreció un sun-tuoso banquete a los mismos Signori Cesarini y a otros caballeros y pre-lados en su palacio cerca de San Pedro, donde acudieron algunas de lasprincipales figuras literarias de la ciudad. Los asistentes entraron en undebate que se extendió hasta largas horas de la noche.44

Es probable que en uno de esos banquetes Cesi haya convencido a su primo,Virginio Cesarini, de pasarse al bando de Galileo y dejar las huestes de Aris-tóteles.45

Ahora bien, los cardenales y los aristócratas romanos no eran los úni-cos que organizaban asambleas académicas y eventos públicos. Los emba-jadores y las órdenes religiosas (en especial la de los jesuitas) también com-petían por auspiciar espectáculos notorios para entablar o conservar

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42 Ibid., p. 283.43 Ibid., p. 278.44 Ibid., p. 211.45 El banquete ofrecido por Cesi a Galileo, al cardenal Bartolomeo (que era su tío)

y a varios literatos romanos en el viñedo de Monsignor Malvasia en abril de 1611

puede considerarse bajo la categoría de un género social muy común en laépoca: el de los banquetes celebrados en los viñedos, que aparecen descritos confrecuencia en los avvisi.

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Los espectáculos de ese tipo eran bastante frecuentes en el Collegio Romano.Un año antes, se había presentado una fastuosa apoteosis de San Ignacioy Francisco Javier, punto máximo de los festejos por la canonización deambos jesuitas. Tanto la obra como las máquinas complejas utilizadas enella eran creación de Orazio Grassi, el arquitecto de la Chiesa del Gesù, queluego se opondría a Galileo en la disputa sobre los cometas.53

Debido a sus vínculos más cercanos con el papa, no es de extrañar quelos sobrinos trataran temas más serios en sus academias. El siguiente avvisoda cuenta de un encuentro celebrado en junio de 1622:

El domingo pasado, después de la cena, el cardenal Ludovisi [sobrinode Gregorio XV] volvió a convocar una asamblea de la academia en sussalones del Monte Quirinal. Ésta se celebra ahora cada 15 días durantela temporada estival. Monsignor de’ Rosis recitó una carta muy eruditay elegante en lengua vernácula sobre el tema de la adulación, que luegomereció las sabias intervenciones de los signori Stefano Mannara, secre-tario del cardenal Del Monte, y Girolamo Preti, caballero del cardenalLudovisi. Todo esto ocurrió ante la presencia de Su Ilustrísima Señoría[el cardenal Ludovisi] y los cardenales Bandino, Ubaldino, Santa Susanna,Sacrato, Gozzadino y Aldobrandino, así como otros prelados y nobles.Como Nuestra Alteza [el papa] ya había intervenido, permaneció reti-rado en una pequeña capilla del mismo salón del Ilustrísimo Ludovisi.54

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publicados en los avvisi) para demostrar que la guerra no es la única capa-cidad de su familia. Como parte de ese plan surge la importante Accade-mia dei Desiosi.49 Sin embargo, Mauricio tiene un estilo de vida tan mag-nifico que, a pesar de recibir abundantes fondos de la corte de Turín, en1627 cae en la quiebra y se va de Roma para evitar “la presión de los acre-edores que se agolpan en torno a él”.50

Los jesuitas, por su parte, dan a los actos litúrgicos como el Quarantorela estructura de espectáculos teatrales con escenografías elaboradas y pues-tas en escena dentro de la Chiesa del Gesù, pero además presentan comoun evento público la graduación de sus mejores alumnos, que en generalpertenecen a la nobleza. El siguiente avviso es un ejemplo de ello: “El pri-mero de septiembre [de 1614], D. Francesco Giuvara [¿Guevara?] defen-dió su tesis filosófica en el Collegio Romano ante 24 cardenales y otros sig-nori importantes”.51 Es probable que la popularidad de estas defensas y delos debates públicos del Collegio Romano (como el que da inicio a la dis-puta sobre los cometas) haya incitado a los jesuitas a organizar produc-ciones culturales más complejas. Durante el carnaval de 1623, en oportu-nidad de la canonización de San Francisco Javier, la tragedia Il Primato,representada en el teatro del Collegio Romano, fue

recitada varias veces, con la intervención de varios cardenales, príncipesy otros caballeros importantes. Fue un evento agradable y hermoso paratodos, debido a su excelente composición y puesta en escena, como tam-bién a los trajes nuevos y elegantes de los oradores. Lo más agradablede todo fueron las máquinas, empleadas con gracia, las nubes, la puestaen escena, los juegos militares, las danzas y la música, que más de unose dio vuelta para mirar.52

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49 El cardenal Mauricio debe haber tenido mucho éxito, ya que dos años despuésde su llegada a Roma era “admirado tanto por su piedad y su conducta ejemplarcomo por su nobleza de sangre. Ha unido en sí dos cosas que casi nunca se venjuntas: la grandiosidad, la magnificencia y la gloria de un gran cortesano conuna vida tan inocente y de tan maravillosas costumbres que impresiona inclusoa aquellos que alegan tener un comportamiento totalmente casto. Por lo tanto, es universalmente amado en la corte, y el papa estima muchísimo todas susmeritorias cualidades” (Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet, op. cit., p. 165).

50 Francesco Luigi Mannucci, “La vita e le opere di Agostino Mascardi”, en Atti dellaSocietà Ligure di Storia Patria 42, 1908, p. 155.

51 F. Cerasoli, “Diario di cose romane degli anni 1614, 1615, 1616”, en Studi edocumenti di storia e diritto 15, 1894, p. 280.

52 Cita de un avviso reproducido en Filippo Clementi, Il carnevale romano nellecronache contemporanee, Roma, Tiberina, 1899, reeditado en Città di Castello,

Unione Arti Grafiche, 1939, p. 364. La obra tuvo tanto éxito que el papa decidió ira verla en persona, lo cual generó un problema de etiqueta: “Y el maestro deceremonias ya se había ido a buscar un buen lugar desde el cual pudiera ver sinser visto, pero finalmente lo disuadieron [de asistir]” (ibid.). En Venceslao Santi,op. cit., t. vi, p. 315 se cita otro avviso sobre la misma obra.

53 Argomento dell’apoteosi o consagrazione de’ Santi Ignatio Loyola e FrancescoSaverio rappresentata nel Collegio Romano delle feste della loro canonizzazione,Roma, Zanetti, 1622; y Carlo Bricarelli, “Il padre Orazio Grassi architetto dellachiesa di S. Ignazio in Roma”, en Civiltà Cattolica 2, 1922, pp. 21 y 24.

54 Venceslao Santi, op. cit., t. ix, pp. 263-264. En la misma academia, el 27 de agostode 1622, desde la capilla agregada a los salones del cardenal Ludovisi, el papa“intervino privadamente en la academia de siempre, donde en presencia de sietecardenales, muchos prelados y otros nobles, el padre Giovanni Battista Ricciardi,llamado padre Monstruo [que luego participaría en el escándalo del Diálogo],pronunció un discurso elegante y erudito en lengua vernácula, y el SignorGirolamo Aleandri (secretario del cardenal Bandini) ofreció sus hábilescomentarios […] sobre las palabras de Job en el capítulo 21: ‘Dulcis fuit glareisCocyti’ demostrando que los poetas legos han utilizado las Sagradas Escrituras”(ibid., p. 264). Otro avviso del 13 de agosto informa que “se celebró la asambleaperiódica de la academia eclesiástica en los salones del cardenal Ludovisi, con la

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Dado que no era un príncipe dinástico, el papa no contaba con un“relato maestro” específico que orientara todas las actividades de la cortey las academias. Ningún papa tenía una mitología familiar como la queGalileo había aprovechado tan bien en la dedicatoria de sus hallazgos alos Medici. En Roma, más allá de su poder, todos eran meros ocupantes(o propietarios a corto plazo) del puesto de soberanos. Si bien la Iglesiatenía una tradición cultural muy fuerte basada en las Sagradas Escriturasy en sus interpretaciones, esa tradición no determinaba las expresionesculturales específicas de la corte romana, que en muchos casos recibíanla influencia de los gustos particulares y la idiosincrasia de cada papa. Dehecho, la tradición religiosa no parece ocupar un lugar central en la cul-tura producida por las cortes de los cardenales, donde aparentemente nose inculca la sensibilidad teológica. El discurso de las cortes romanas esuna combinación variable y compleja de elementos religiosos y secularescon mitologías de la Antigua Roma. En este sentido, refleja las ambigüe-dades del gobierno papal, es decir, de una autoridad al mismo tiempo reli-giosa y civil.58

Es más, por su carácter de soberano religioso, el papa no podía partici-par de actividades demasiado mundanales. En su corte sólo podían repre-sentarse espectáculos muy específicos, en general relacionados con la litur-gia. Al menos en principio, los cardenales no debían intervenir en formasde recreación laicas ni salir de cacería, y tenían la obligación de vestir laindumentaria adecuada cuando participaban de academias seculares.59 Enconsecuencia, los otros actores políticos de Roma podían ocupar el espa-

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acuerdo con un edicto de 1658, estaba terminantemente prohibido “para todaslas personas, incluso para los clérigos de cualquier estado, rango o posición, bajoapercibimiento físico o pecuniario a voluntad de su Ilustrísima Señoría,representar o hacer que se representen en lugares públicos o privados, a puertasabiertas o cerradas, incluso entre amigos y parientes, comedias, obras de gitanoso espectáculos de cualquier tipo, incluso espirituales, sin la previa aprobaciónexplícita de su Ilustrísima Señoría” (J. A. F. Orbaan, op. cit., vol. 2, p. 282, nota).

58 Como mucho, la clase alta romana contaba con un “relato maestro” totalmentefragmentario, cuya continuidad provenía de la interpretación de la Biblia, perotambién de la historia, los monumentos y las ruinas de Roma. Tal vez estoexplique por qué algunos cortesanos de esa ciudad estaban fascinados con laarqueología.

59 “Los cardenales jamás deben asistir a las comedias ni a espectáculos similares. Si lo hacen, deben informar [al anfitrión] y deben vestir la sotana con capuchaen lugar de la Berretta. Cuando asistía a alguna comedia o festejo semejante, el cardenal de Florencia permanecía en un lugar aislado […] para que no lovieran” (Girolamo Lunadoro, op. cit., p. 55).

Todos estos avvisi indican que, dentro de los límites impuestos por elestatus, la riqueza y la religión, los personajes importantes de Roma hacíansus mayores esfuerzos para obtener o conservar un lugar en el mapa de lacultura romana. Si bien los recursos disponibles para los cardenales, losaristócratas, los miembros de las órdenes religiosas y los embajadoreseran distintos, todos ellos procuraban ganar atención, distinción y podermediante el patrocinio de eventos conspicuos y elegantes. La imagen quesurge, especialmente al leer un gran número de avvisi, es la de una ciudadque se caracteriza por la proliferación cultural, la necesidad de distincióny la velocidad de cambio en las tendencias, las modas y los personajes.55

La gran proliferación de academias en Roma durante este período guardauna relación directa con el carácter fragmentario y altamente competi-tivo de la lucha por el poder que, a su vez, refleja las particularidades dela corte y el gobierno papal.56 En efecto, a diferencia de otros centrospolíticos italianos y europeos, la corte romana no estaba regida por unadinastía sino por una religión. Por lo tanto, así como en Florencia la cul-tura de las academias solía reflejar el programa de los Medici, en Romahabía una escena cultural más intensa y supervisada de manera más indi-recta por el soberano absoluto.57 Estas dos características están íntima-mente relacionadas.

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intervención de numerosos cardenales, prelados y nobles, quienes escucharon laconferencia del Signor Rinuccini [nominado por Galileo para ingresar en losLinces] sobre las palabras del profeta Isaías: ‘Tollite vobiscum verba etconvertimini ad Dominum’. Luego hubo un discurso del Signor GirolamoMaricucci, secretario del arzobispo Volpio, […] y el Signor Francesco della Valle[hermano del lince Pietro della Valle], y todos fueron muy elogiados” (ibid.).

55 Venceslao Santi, op. cit., t. vi, pp. 310-333; t. ix, pp. 247-397; F. Cerasoli, “Diario dicose romane degli anni 1614, 1615, 1616”, op. cit., pp. 263-301; J. A. F. Orbaan, op.cit.; y Filippo Clementi, op. cit., vol. 1. Véanse también Maurizio Fagiolodell’Arco y Silvia Carandini, L’effimero barocco: Strutture della festa nella Romadel ‘600, Roma, Bulzoni, 1978, 2 vols.; Marcello Fagiolo y Maria Luisa Madonna(eds.), Barocco romano e barocco italiano, Roma, Gangemi, 1985; y FrancisHaskell, Patrons and painters, New Haven, Yale University Press, 1980, pp. 3-166.Aunque no se concentra específicamente en la corte y su cultura, la tesis deLaurie Nussdorfer, “City politics in Baroque Rome”, op. cit., resulta muy útil parala reconstrucción del contexto romano. Véase también de la misma autora Civicpolitics in the Rome of Urban VIII, op. cit.

56 Durante el siglo xvii se fundaron al menos 132 academias en Roma, lo querepresenta un récord absoluto en Italia y probablemente en toda Europa(Amedeo Quondam, “L’Accademia”, en Alberto Asor Rosa (ed.), Letteraturaitaliana, t. i: Il letterato e le istituzioni, Turín, Einaudi, 1982, p. 864).

57 Sin embargo, las políticas eclesiásticas dictaban que las comedias y las demásformas de entretenimiento debían pasar por el control de los inquisidores. De

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recompensa la lealtad de los cortesanos hacia sus príncipes, en Roma esose transforma en una estrategia demasiado ingenua. Allí, es necesario atarselo menos posible a la tierra, de modo tal que se pueda saltar a otra isla sinque medie mucho aviso. Ahora bien, esto no significa que los beneficia-rios puedan cambiar a un mecenas por otro con total impunidad, ya quenecesitan mecenas poderosos y deben mostrar cierto grado de lealtad paraconservar su apoyo. Sin embargo, hacen todo lo posible para no distan-ciarse de otros mecenas potenciales. Es más, dada la rapidez en la modifi-cación de las estructuras de poder, no les conviene contradecir a quienesson sus inferiores en un momento pero con el tiempo pueden llegar a sersus superiores. En Roma, la clave es la magnificentia, no la arrogancia. Ofen-der a otras personas es un error. En su manual para los secretarios de lospríncipes, Panfilo Persico les aconseja que sean generosos con los títulosutilizados en las cartas, porque “en la corte de Roma y en la repúblicaeclesiástica no hay nadie que no pueda elevarse en algún momento hastauna posición grandiosa, como lo demuestra a diario la experiencia. Así, laprudencia indica que se debe prestar atención a todos y honrarlos más delo merecido”.61

Esto no quiere decir que Roma fuera un espacio sin facciones ni tensio-nes, donde todo se resolvía limando asperezas mediante la negociación. Muypor el contrario, allí existía una maqueta de tensiones y diferencias tre-mendas, pero ésta cambiaba de manera constante. No es que las personastuvieran sus propias identidades, posturas y opiniones firmes, enmascara-das luego mediante la retórica. En realidad, por la dinámica inherente a laestructura de la corte romana, la identidad se negociaba permanentemente.

Es posible que exista una relación entre la volatilidad del poder, la ausen-cia de un “relato maestro” dictado por el soberano y el gusto por el eclec-ticismo, el ingenio literario y lo efímero que caracteriza a Roma, la capitaldel barroco. Si bien el eclecticismo cultural está presente en todas las cor-tes del período por su simbiosis con el discurso del absolutismo (y la cul-tura del desinterés que acompaña a las doctrinas de la raison d’état), enRoma alcanza el punto máximo debido a su particular falta de “relatosmaestros” y a la inestabilidad de los marcos culturales. Si los cortesanosde Roma apreciaban las “gemas culturales” de carácter excepcional más que

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cio cultural que la corte papal dejaba vacío y así tratar de sacar algún pro-vecho. Tal vez esto explique por qué había semejante proliferación de aca-demias y espectáculos en esa ciudad.

Más que un ámbito controlado por el soberano, la escena académicade Roma era una especie de vitrina política donde se exhibían todos aque-llos que aspiraban a llegar a la Santa Sede y a mantener o entablar rela-ciones con el papa del momento o con el futuro pontífice. En cierto sen-tido, las academias romanas conformaban una suerte de piazza ubicada enel espacio donde confluían la corte papal, las cortes de los cardenales, lasembajadas, la aristocracia romana y las principales órdenes religiosas, unespacio caracterizado por el movimiento permanente de personajes, alian-zas y gustos culturales.

Este ámbito tan variable constituye el escenario de Galileo en Roma.La nueva filosofía de la naturaleza se propone y se analiza en los banque-tes de los palacios romanos y en los viñedos rurales (como el organizadopor Cesi en 1611 para homenajear a Galileo y su telescopio), en las come-dias que mencionan a los Astros Mediceos (como en la boda de Cesi yPeretti en 1614) y en las academias públicas y privadas. La corresponden-cia de Galileo y las descripciones de sus presentaciones en las academiasromanas para defender a Copérnico durante 1616 demuestran que ésos sonlos espacios donde éste promueve la nueva filosofía de la naturaleza, con-sigue adeptos, enfrenta desafíos y aparta a sus opositores. Ahora bien,cabe recordar que el acceso a dichos espacios privilegiados lo obtiene gra-cias a los contactos que posee como beneficiario de los Medici.

La escena cultural de Roma y sus circuitos de mecenazgo podrían com-pararse con un archipiélago volcánico sujeto a ciclos de cambio constan-tes. A la manera de islas que emergen y zozobran, las cortes de los carde-nales, los barones romanos y, en menor medida, las órdenes religiosas tratande consolidarse como centros de mecenazgo y actividad cultural. La mayo-ría de ellas aparecen y desaparecen junto con las personas que las fundan.El volcán más grande, poderoso y peligroso del archipiélago es la cortepapal. Los beneficiarios van pasando de una a otra isla periférica con laintención de llegar a la isla del volcán en el momento justo, es decir, alcomienzo de un nuevo papado.

Por todo esto, la ambigüedad de las lealtades constituye una necesidadestructural en la corte romana.60 Mientras que en las cortes dinásticas se

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60 Las crónicas de los cónclaves señalan que los cardenales cuyas lealtades políticaseran explícitas no tenían muchas posibilidades de ser elegidos. En efecto, los queno tenían lazos de sangre muy directos con las familias dinásticas de Italia

y lograban mantenerse a flote entre España y Francia sin ganarse demasiadosenemigos eran quienes contaban con más posibilidades de llegar a ser pontífices.Los candidatos potenciales debían mantener el perfil bajo, y lo que valía para el papa valía también para todos los cortesanos inferiores en rango.

61 Panfilo Persico, op. cit., p. 171.

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nes fundadas por los príncipes para “domesticar” a sus súbditos mante-niéndolos ocupados, sino que eran los espacios donde se formaban y sedescubrían los nuevos talentos.

Tal es la imagen presentada en el discurso inaugural de la Accademia deiDesiosi, fundada en 1625 por el cardenal de Savoia.64 En el discurso, Agos-tino Mascardi (camariere d’onore de Urbano VIII y buen amigo de Cesa-rini y Ciampoli), sostiene que todo cortesano debe aprender a controlarlas señales exteriores de su alma y que ese aprendizaje se logra mediantelos ejercicios académicos. Con una comprensión notable de la raison d’étatbarroca, Mascardi presenta a la academia como una escuela de autocons-trucción de cortesanos: “El príncipe y los cortesanos no pueden ni debenadquirir las doctrinas que necesitan mediante un estudio prolongado.Por lo tanto, les resulta necesario aprender de manera sucinta”,65

Aquellos que tienen el deber de gobernar un Estado, no pueden perderel tiempo con reflexiones sublimes pero inútiles.66 En lugar de ello, debenhacer lo siguiente:

Como los perros egipcios que beben de las orillas del Nilo al mismo tiempoque siguen caminando, los cortesanos [huomo civile] deben elegir de losjardines de las Musas aquellas pocas flores que se ofrecen a sus manos amedida que ellos avanzan. Deben encontrar un rumbo más fértil que, ale-jándolos de los senderos desgastados por las huellas de los que se hacenllamar filósofos, los conduzca a caminos reservados hacia la ruta de losgrandes espíritus que desemboca en la comprensión de la doctrina.67

La compendiosità de la cultura académica que Mascardi elogia no repre-senta un mero “paquete didáctico” útil para acortar el tiempo de capaci-tación de los cortesanos. Lo que propone Mascardi no es un curso acele-rado. La idea de compendiosità no remite a un conocimiento superficialsino a un saber constituido por una colección variada y abundante de“gemas”. La cultura académica es un ramo de flores especiales y fragantes

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64 Sobre la Accademia dei Desiosi, véase Michele Maylender, op. cit., t. ii, pp. 173-177;y G. M. Garuffi, op. cit. Algunos de los discursos presentados ante la Academiafueron recopilados por Agostino Mascardi en sus Saggi accademici. Véansetambién Ildebrando della Giovanna, “Agostino Mascardi e il Cardinal Mauriziodi Savoia”, en Raccolta di studi critici dedicati a A. Ancona, Florencia, Barbèra,1901, pp. 117-126; y Francesco Luigi Mannucci, op. cit., pp. 139-176.

65 Agostino Mascardi, Prose vulgari, op. cit., pp. 9-10.66 Ibid., pp. 10-11.67 Ibid., p. 12.

los programas o los sistemas filosóficos complejos y potencialmente cohe-rentes, es posible que este gusto reflejara su propia identidad.62 En ciertosentido, los cortesanos que prosperaban eran “gemas” en sí mismos, es decir,individuos aislados que trataban de ascender en la escala social exhibiendosu propia singularidad en escenarios que cambiaban de manera perma-nente e impredecible. Si el “espíritu de sistema” es ajeno a la cultura romana,esto se debe también a la contingencia particular que impregna la vida, laidentidad y la carrera de los cortesanos. Por todo esto, tal vez no sea aza-roso que lo que hoy denominamos “barroco” haya encontrado en Romasu terreno más fértil.

gemas, flores y otros fragmentos

En Roma más que en ninguna otra ciudad de Italia, las academias funcio-naban como antecámaras de la corte, como espacios de entretenimiento,pero también de capacitación y reclutamiento de cortesanos.63 Muchosde los hombres que se presentaban en las academias tenían puestos en lacorte o en las casas de los cardenales, y otros los buscaban. Al mismo tiempo,como el recambio de cardenales y papas era constante, el mercado laboralromano era muy activo y los actores más importantes, como los cardena-les, estaban ansiosos de controlar a los reclutas más notables, que podíansuplantarlos. En Roma, las academias no funcionaban como institucio-

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62 En la cortes barrocas (y especialmente en las más inestables, como la romana), la identidad no podía aferrarse con seguridad a ningún sistema permanente de referencia. Se la asociaba entonces con la virtù, una característica imposible de definir, como lo señala la literatura cortesana desde Castiglione en adelante.La virtù residía entonces en la mera presentación de la excepcionalidad propia.

63 Son ejemplo de esta simbiosis los tratados y los discursos ceremoniales dedicadosa la función de literato en la corte y a la necesidad del príncipe de apreciar losplaceres de la literatura. Véase, por ejemplo, Agostino Mascardi, “Che la corte èvera scuola non solamente della prudenza, ma delle virtù morali”, en Prosevulgari, op. cit., pp. 46-63, conferencia publicada de la siguiente manera en losavvisi: “En la famosa Accademia dei Umoristi que se reúne en la casa del SignorPaolo Manzini, el Signor Agostino Mascardi presentó una conferencia erudita yelegante sobre la Corte, en la lengua de Toscana, en la que criticó la opinióncomún de los que acusan a la corte y demostró con motivos y argumentos vivacesque es una escuela donde se enseña a los hombres a ser prudentes y honestos”(reproducido en Filippo Clementi, op. cit., p. 433). Otros ejemplos son el deAgnolo Cardi, “La calamita della corte”, op. cit., y el de Matteo Pellegrini, Che alsavio è convenevole il corteggiare libri iiii, Bolonia, Tebaldini, 1624.

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como una esencia destilada con el mayor de los cuidados, una esenciaque “los cortesanos menos eruditos deberían complacerse en recibir […]de la boca de otros, una doctrina que otros han compilado con gran labo-riosidad de los volúmenes infinitos escritos por los filósofos”.70

La imagen de la academia como una vastísima especiería (drogheria dovi-ziosa) repleta de “los más exóticos productos de Oriente” remite a otroespacio donde los cardenales disfrutan de su cultura: el museo, un espa-cio que aún no ha ingresado en la sistematización técnica de las taxono-mías y que está compuesto por colecciones arbitrarias (o sea, despreocu-padas) de especimenes únicos.71

En otra metáfora, la academia aparece como un gimnasio para mante-ner en forma la identidad de los cortesanos. Así como no se puede (o no sedebe) trazar límites marcados entre las reuniones académicas, las comedias,los banquetes y las óperas, tampoco se puede separar el conocimiento del

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elegidas del jardín de las Musas, que los cortesanos van recogiendo mien-tras siguen su camino, sin preocupaciones. Además, es la antítesis de lapedantería. En efecto, la cultura académica no se aprende mediante unlargo programa de estudios diseñado por esos técnicos aburridos que sehacen llamar filósofos, sino que se adquiere directamente de los “grandesespíritus” (entre los cuales Mascardi se coloca a sí mismo), siguiendo casien secreto los “caminos reservados”. Todas esas glosas de los profesores, quetienen siglos de antigüedad, quedan descartadas por considerárselas “bur-das”. Sin mediación alguna, los “grandes espíritus” (que saben de facto loque importa y lo que no) ofrecen sus gemas de conocimiento a los corte-sanos de Roma. Lo que se transmite es la virtud, no la técnica. Mascardi seofrece para poner a los cortesanos “en contacto” con sus propios conoci-mientos “naturales”. De esta manera, posibilita el encuentro de las gemasde la corte con las gemas culturales.

Al final, cuando su discurso ya adopta una temática más mundana,Mascardi se presenta como guardián de una suerte de almacén muy bienprovisto:

Caballeros, la academia es como un arsenal muy bien provisto dondeuno puede encontrar todo el armamento necesario para defenderse delos embates de la mala fortuna y luchar contra la rebelión de los propiossentimientos. Es un emporio donde abundan las mercancías más finasde Oriente, algunas de las cuales sirven para el deleite, otras para la saludy otras para curar las heridas del alma. El político [huomo politico] nonecesita un solo tipo de aprendizaje y de maestros […] porque sonmuchas y diversas las negociaciones que pasan por sus manos y las situa-ciones que requieren su buen juicio.68

Más adelante en su discurso, Mascardi juega con otro de los tropos favo-ritos del barroco, que consiste en presentar a los cardenales como destile-rías (stillaria) donde se producen e intercambian esencias y fórmulas secre-tas de medicina.69 En este sentido, el autor presenta la cultura académica

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68 Ibid., p. 15.69 El inventario de la stillaria del cardenal Del Monte se reproduce en Christoph

Luitpold Frommel, “Caravaggios Frühwerk und der Kardinal Francesco Mariadel Monte”, en Storia dell’arte 9-10, 1971, pp. 45 y 47. El cardenal Del Monte y el gran duque Ferdinando I solían intercambiar secreti y recetas médicas, a veces mediante mensajes cifrados (asf, “Mediceo principato 3761”, s.f.). Al parecer, los secreti del cardenal podían ser letales. Un pintor llamado Tomasodella Porta, por ejemplo, murió al tomar un medicamento que le había dado Del

Monte (Luigi Spezzaferro, “La cultura del cardinal Del Monte e il primo tempodel Caravaggio”, en Storia dell’arte 9-10, 1971, p. 76). Esta situación debe habersido bastante común en la época, ya que Traiano Boccalini escribe con humorque “Apolo [el Papa] prohíbe que los príncipes tengan destilerías o alambiquesen sus casas” porque en Roma están ocurriendo demasiadas muertes misteriosas(Traiano Boccalini, Ragguagli di Parnaso, ed. de Luigi Firpo, Bari, Laterza, 1948, t. iii, p. 255). Asimismo, Cesarini y Ciampoli también tenían un gran interés porla iatroquímica.

70 Agostino Mascardi, Prose vulgari, op. cit., p. 17.71 Las “gemas” literarias y filosóficas que Mascardi pretende ofrecer a los cardenales

mientras ellos siguen caminando por los sentieri riserbati son dignas también de una cultura que observa con asombro las estatuas, las medallas, los mosaicos,las maderas petrificadas y las inscripciones antiguas que se exhiben conelegancia en los museos, casini y antiquari ubicados en los jardines de las villasque poseen los cardenales. En general, los observadores desconocen elsignificado de esos fragmentos y la posición que ocupan en el relato históricomás global. Sin embargo, es precisamente su descontextualización lo que lostransforma en “gemas”, o sea, en emblemas de un pasado desconocido peronecesariamente grandioso. De hecho, cada vez que Cesi realiza algúndescubrimiento arqueológico, supone de inmediato que pertenece al palacio del algún emperador o a algún templo importante con una presencia conspicuaen la historia. Como las flores de Mascardi, que provienen del jardín de lasMusas, los fragmentos de Cesi llegan a los mecenas de la época directamente de sus antecesores en la antigüedad y se limitan a aparecer, sin mediación,interpretación o contaminación alguna. Al igual que las flores y las plantas, estánal alcance de los nobles por su actitud relajada, pero el saber que representan noes superficial. Además, en cierto sentido, las ruinas romanas constituyen unametáfora de las identidades fragmentarias de los cortesanos, así como delcarácter fragmentario de su “relato maestro”.

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contextualización de un enigma

El ensayador, publicado por Galileo en 1623 durante una disputa larga yencarnizada con el matemático jesuita Orazio Grassi sobre los cometas,ocupa un lugar incómodo en la historiografía galileana. Algunos expertosdirectamente evitan hablar sobre el texto, mientras que otros pasan por altogran parte de sus contenidos científicos y se dedican a elogiarlo como unaobra maestra de calidad literaria y argumentación dialéctica.1 En general,el texto se presenta como una obra virtuosa donde se manifiestan las dife-rencias entre el método científico moderno de Galileo y el discurso tradi-cional de Grassi, persistente pero al mismo tiempo destinado a derrum-barse.2 También ha suscitado otras lecturas bastante selectivas. Algunoshistoriadores se concentran exclusivamente en las interesantes especula-ciones de Galileo sobre la condición corpuscular de la materia, el calor y laluz, o en el famoso tópico de la naturaleza como un libro que está escrito

5Los cometas de la corte

1 La única excepción importante es el artículo de William Shea, “The challenge of the comets”, en Galileo’s intellectual revolution, Nueva York, Science HistoryPublications, 1972, pp. 75-108, donde se presenta una descripción bastanteimparcial del debate. En Galileo heretic (Princeton, Princeton University Press,1987) de Pietro Redondi, se ofrece una contextualización muy perspicaz ydetallada del episodio en la cultura y la política romana, aunque sólo se tratanalgunos aspectos del debate sobre los cometas. El presente análisis deriva en granparte de algunas reflexiones de Redondi.

2 Los defensores de Galileo (en especial los italianos) pasan por alto casi todo el contenido del texto y se limitan a declamar que es “el escrito más vigoroso y penetrante que haya producido la pluma de Galileo” (Banfi) o “una obrafascinante de propaganda cultural, de ruptura con los métodos antiguos y de denuncia sobre el espíritu concesivo que se oculta tras la falsa modernidadde la dialéctica jesuita” (Geymonat).

“entretenimiento honorable”. Todas ellas son prácticas de la corte mediantelas cuales sus integrantes producen y reproducen la cultura cortesana. Comoseñala Mascardi, las academias no tienen el objetivo de producir eruditos,sino huomini civili, y la civilidad es la característica indescriptible que definela identidad de los cortesanos y los diferencia de las masas.

Como se verá, la inestabilidad particular de la corte romana y sus aca-demias, el cambio constante de personajes y alianzas, y las actitudes cul-turales específicas de sus integrantes (delineadas en el discurso de Mas-cardi) desempeñan un papel protagónico en la última etapa de la carrerade Galileo.

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mático de El ensayador presenta un alto grado de oportunismo, la tácticade Galileo no reside en transgredir de manera sistemática las reglas tradi-cionales del discurso científico. Muy por el contrario, los argumentos enapariencia desconcertantes de Galileo en realidad se encuentran perfecta-mente enmarcados en las opciones y las limitaciones del discurso corte-sano de la época. Por lo tanto, Galileo no es ni el transgresor oportunistade Feyerabend ni el científico moderno y metódico de la historiografíareciente. Es algo mucho más sencillo: un buen cortesano. Si bien su opor-tunismo resulta notorio, no por eso deja de ser consecuente con ciertoscódigos culturales específicos.

Asimismo, cabe señalar que la disputa sobre los cometas entre Galileoy los jesuitas también es impulsada y dirigida por la dinámica del mece-nazgo.4 La ferocidad del debate, en especial, no puede atribuirse a unamera colisión entra la nueva cosmovisión y la anterior. La diferencia deestilos entre la filosofía de la naturaleza practicada por Galileo y la de losjesuitas no se origina solamente en las distintas cosmologías y tradicionesintelectuales de cada parte, sino que refleja también dos culturas diferentesque interactúan en Roma: la de la corte y la de las órdenes religiosas.

matemáticos y literatos

Tras la aparición de tres cometas durante la segunda mitad de 1618, losmatemáticos y los astrólogos europeos reciben numerosas consultas acercade la naturaleza, la posición y la importancia astronómica de esos fenó-menos. En noviembre, Galileo comienza a recibir preguntas de sus mece-nas y amigos.5 Uno de los primeros en consultarlo es el archiduque Leo-poldo de Austria, que lo ha visitado unos meses antes, durante suconvalecencia.6 Ahora bien, Leopoldo no es el único príncipe europeoque muestra interés por los cometas. El representante de los Medici en lacorte francesa, por ejemplo, le escribe a Galileo:

Encontrándome hace unos días en compañía de algunos matemáticos,mientras se discurría sobre el cometa que se ha visto y aún se ve, de

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4 Sobre este tema, véase también Richard S. Westfall, “Galileo and the Jesuits”, en Essays on the Trial of Galileo, Vaticano, Vatican Observatory Publications,1989, pp. 31-57.

5 go, t. xii, N° 1354, p. 420; N° 1355, pp. 420-421; N° 1356, pp. 421-422.6 Ibid., N° 1369, p. 435.

en caracteres geométricos y que puede ser leído por todo aquel que conozcaese lenguaje. Otros se detienen sólo en esos pocos párrafos donde Galileoanaliza lo que luego se conocería como la distinción entre las cualidadesprimarias y las secundarias.

Esta incomodidad de algunos expertos con El ensayador, así como elhecho de que hayan comentado exclusivamente ciertos párrafos selectos,podría estar indicando que el texto no concuerda con la imagen de Gali-leo en tanto pensador moderno, comprometido de lleno con la causa coper-nicana y con la sensatez del método matemático, imagen ésta que subyacebajo gran parte de las interpretaciones sobre su carrera.3 En efecto, la defensadel copernicanismo no es el principal objetivo de El ensayador y, sobre todo,en ese texto Galileo no siempre se posiciona como un pensador “moderno”que derrota el “tradicionalismo” de los jesuitas con argumentos sensatosen términos empíricos y coherentes en términos lógicos. Si bien exponecon notable habilidad algunos errores lógicos en los argumentos de Grassi,también parece caer él mismo en esos errores. Por otro lado, el contenidoempírico del libro también es enigmático. En él, Galileo revisa la teoría aris-totélica de los cometas, la integra con la pitagórica y la emplea para refu-tar la tesis empírica más plausible de Grassi, según la cual los cometas sonpseudo-planetas, como lo afirma también Tycho. En síntesis, si se aplicanlos estándares modernos para evaluar la obra, ésta contiene una buenadosis de hipótesis ad hoc, contradicciones internas y ataques injustifica-dos contra la postura de Grassi.

Para no tener que confrontar los aspectos más enigmáticos y descon-certantes de El ensayador, se podría seguir a Feyerabend y sostener que laindisciplina de Galileo es acertada, ya que el cambio científico valiososólo puede darse mediante el oportunismo y la transgresión de las reglas.Si bien el análisis de Feyerabend sobre Galileo resulta pertinente en la lec-tura que aquí se presenta, esta última es de carácter más contextual, puestoque ubica el texto en la cultura de la corte y las academias romanas. Conese gesto, se pretende demostrar que, si bien el discurso muchas veces enig-

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3 En efecto, Drake y otros historiadores, que no suponen la existencia de unateleología copernicana en la carrera de Galileo porque se concentran en lamecánica más que en la astronomía, advierten enseguida que el argumento de El ensayador poco tiene que ver con el copernicanismo. Por ejemplo, Drakeseñala en Galileo at work que, “por más extraño que pueda parecer ahora, en esaépoca existía un fundamento para la afirmación de los jesuitas sobre la existenciade las órbitas cometarias en la región de los planetas. Lo que no queda claro escómo podía perjudicar al copernicanismo esa afirmación” (Stillman Drake,Galileo at work, Chicago, University of Chicago Press, 1978, pp. 265-266).

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en el Collegio Romano. En la Disputatio se afirma que la paralaje calculadaa partir de las observaciones de los cometas está muy por encima de la luna.Otro argumento que convalida esa afirmación es que el tamaño de loscometas no es muy grande, incluso cuando se los observa con telescopiospotentes, algo similar a lo que había argumentado Galileo sobre los astrosinmóviles en el Sidereus nuncius.10 Los jesuitas también sostienen que loscometas son una especie peculiar de planetas y que, como observa Tycho,tienen una órbita circular. En síntesis, la Disputatio es una obra sin dema-siadas pretensiones, que no presenta afirmaciones dogmáticas ni ofende aGalileo de modo alguno (es más, ni siquiera lo nombra de manera explí-cita). En concordancia con las reglas del género, Grassi repasa las teoríasdisponibles sobre el tema y presenta la que le parece más apta para expli-car los datos obtenidos a través de las observaciones, sin sostener en nin-gún momento que la teoría ni los datos tengan carácter definitivo.11

Por otra parte, la Disputatio no es una obra técnica y árida sobre astro-nomía, sino un ensayo de naturaleza bastante lúdica donde se combinanel virtuosismo académico, la emblemática, la astronomía cualitativa y algu-nas proposiciones geométricas. El prolusio inicial y los dos sonetos intro-ductorios son especialmente ingeniosos y cumplen con el objeto de pre-sentar a los cometas como un tema de conversación para virtuosos y eruditosmás que como una señal ominosa de los cielos.12 En un momento, Grassidescribe su tarea como la de un autor que debe escribir la biografía de unviajero ilustre embarcado en una gran travesía celestial:

Creo que en esta tarea no debo alejarme de los grandes maestros de laelocuencia y, de acuerdo con su práctica, he tomado como primer argu-mento de mi discurso el nacimiento del cometa y he buscado su tierranatal y sus orígenes, para luego abrirme camino en el ilustre circuito desu famosísima vida hasta el carácter de su muerte, que dista mucho deser oscuro.13

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10 Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., p. 17.11 Un ejemplo de ello es que el autor emplea muchos adverbios y locuciones

adverbiales de posibilidad al presentar su tesis: “Para poder tal vez determinar la posición casi exacta del cometa, digamos que probablemente se encuentreentre el sol y la luna” (ibid., p. 17, énfasis del autor). Asimismo, Grassi confiesaque las observaciones sobre las cuales se basa su trabajo son buenas, pero noperfectas, y que para obtener mejores datos habría necesitado los instrumentosde Tycho (ibid., p. 14).

12 Ibid., pp. 5-7.13 Ibid., p. 8.

común consenso se dijo que ningún otro salvo Vuestra Señoría podíaefectuar la observación, tanto por tener perfecto conocimiento de mate-rias similares como por la calidad de su telescopio y por el hecho deque el Gran Duque cuenta con instrumentos excelentes para dicha obser-vación. El Signor Aleaume [Jacques], matemático real, dijo lo mismoal Rey, que le había ordenado hacer la observación, y se excusó diciendoque no tenía instrumentos para ese propósito y que sólo el Gran Duquepodía hacer que Vuestra Señoría observara los cometas. He querido darleaviso de esto a Vuestra Señoría tanto porque me alegro de la gran estimaque recae sobre su persona como para incitarle a satisfacer las expecta-tivas y la curiosidad del público.7

Y también le llegan cartas de Roma, especialmente de los Linces Stelluti yCesarini, donde se manifiestan las expectativas que ha generado su futuraopinión sobre el tema de los cometas. Sin embargo, Galileo sigue conva-leciente y no puede observar los cometas ni responder las cartas de susmecenas y amigos.

Los matemáticos jesuitas del Collegio Romano también reciben nume-rosas consultas pero, a diferencia de Galileo, pueden realizar las observa-ciones y, mejor aun, recabar otros datos provenientes de distintas partesde Europa gracias a las redes de la Compañía de Jesús. Basados en un con-junto de observaciones posiblemente inmejorable en la época, los mate-máticos del Collegio Romano presentan una conferencia pública con granasistencia de los intelectuales y los nobles romanos.8 El texto se publicaluego, en 1619, bajo el título de De tribus cometis anni mdcxviii disputatioastronomica.9 Si bien su nombre no aparece en el frontispicio, el autor dela obra es Orazio Grassi, ex alumno de Clavio y profesor de matemática

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7 Ibid., N° 1362, p. 428.8 Al parecer, la presentada en el Collegio Romano es apenas una entre las diversas

conferencias académicas sobre los cometas que tuvieron lugar en ese momento:“Año 1618: tres cometas aparecieron a fines de noviembre, uno de los cuales se vio en India, en Persia y en Japón […]. Muchas composiciones de diversosestilos se realizaron sobre este tema. En el salón del Collegio Romano hubo undebate sobre los cometas con un padre de la Compañía de Jesús, obra del padreOrazio Grassi, profesor de matemáticas, que puede verse en mi imprenta entrelos otros trabajos del mencionado padre Grassi” (Girolamo Nappi, “Anali del seminario romano”, parte 2, apug, ms 2801; agradezco la referencia al padre Lamalle).

9 Reproducido en go, t. vi, pp. 19-34. Traducción al inglés disponible en StillmanDrake y C. D. O’Malley (trads.), The controversy on the comets of 1618, Filadelfia,University of Pennsylvania Press, 1960, pp. 3-19.

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el mismo eclecticismo de temáticas y géneros que se da en las academiasromanas, las conferencias públicas del Collegio versan sobre una gran varie-dad de tópicos, como la teología, las manchas solares, la filosofía moral, laóptica, la hidrostática y la astronomía copernicana, entre otros.17 El home-naje público ofrecido a Galileo y sus hallazgos en mayo de 1611 coincideperfectamente con en este género de espectáculos.

Ahora bien, en tanto integrantes de una orden religiosa, los jesuitas nogozan de la misma libertad de acción que los literatos y los intelectualesen materia cultural. Sin embargo, alcanzan un éxito notable dotando alos materiales tradicionales con los que trabajan de un aspecto modernoy sofisticado, y así compiten sin problemas por la supremacía cultural, sobretodo en una ciudad como Roma, donde la naturaleza religiosa de la cortelimita el repertorio de producciones aceptables. Los jesuitas se proponenser los defensores de la ortodoxia religiosa sin caer en la pedantería queen general se asociaría con esa postura. Para llegar a las clases altas, esparticularmente necesario condimentar con cierta sprezzatura un corpusde conocimiento que de otra manera resultaría demasiado técnico. Al mismotiempo, la adopción de los códigos culturales de la corte queda legiti-mada mediante la incorporación de aristócratas al Collegio Romano. A dife-rencia de otras órdenes religiosas, los jesuitas logran traspasar los límitesculturales que tradicionalmente separan a los teólogos y filósofos religio-sos de los cardenales, quienes en general saben un poco de derecho, perocasi nada de teología.

En efecto, los jesuitas se desprenden exitosamente del estigma culturalque los cortesanos aplican sobre los “frailes”, como suelen llamar a los miem-bros de las órdenes religiosas. Por lo general, se considera que estos últi-mos no poseen la misma civilidad, libertad y cultura (ni el mismo estilode vida) que caracterizan a los cortesanos. Algunos de los estereotiposque ya se han descrito sobre los filósofos también afectan a los “frailes”.En su manual de consejos para los cortesanos de Roma, por ejemplo, Ciam-poli sugiere:

La amistad con los frailes es nociva [para los cortesanos]. Sin embargo,es necesario conocer algunos que estén bien conectados con las casas y

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17 Véase, por ejemplo, Giuseppe Gabrieli, “Il Carteggio Linceo”, en Memorie dellaR. Accademia Nazionale dei Lincei, Classe de Scienze morali, storiche efilologiche, serie 6, 7, 1938-1942, parte ii, sección 1, pp. 267-268 y 321; F. Cerasoli,“Diario di cose romane degli anni 1614, 1615, 1616”, en Studi e documenti di storiae diritto 15, 1894, p. 280.

En varios sentidos, el tono de la Disputatio se asemeja al estilo cortés delos escritos científicos redactados por Galileo. Además de ser un buen mate-mático, arquitecto, pintor e inventor, Grassi es un escritor elegante y unreconocido autor de obras teatrales.14 En materia de aptitudes y bagajecultural, se parece mucho más a Galileo que varios de sus rivales ante-riores, como Delle Colombe, Capra, Mayr y Magini. Por otra parte, la Dis-putatio de Grassi marca la transición del estilo técnico y estudioso, quehasta ese momento empleaban Clavio, Biancani y otros matemáticos jesui-tas, a un discurso más elegante, destinado a captar la atención de los vir-tuosos de la corte.15

Al adoptar el estilo de la corte, Grassi sencillamente se pone a tono conlas tendencias culturales que sigue su institución. Como lo indica la obradel polifacético Atanasio Kircher (y su éxito en Roma), los jesuitas ponenen práctica con gran firmeza una política cultural orientada hacia la corte.De hecho, el Collegio Romano intenta competir con las diversas academiasde Roma para consolidarse no sólo como una universidad de elite sino tam-bién como un centro de cultura y recreación edificante. Es más, allí se mon-tan periódicamente obras teatrales (algunas de ellas creadas por Grassi),conferencias públicas, recitales de poesía y otros espectáculos donde siem-pre concurre un gran número de cardenales y aristócratas romanos.16 Con

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14 Para mayor información biográfica sobre Grassi, véanse Antonio Favaro,“Galileo Galilei e il P. Orazio Grassi”, en Memorie del Reale Istituto Veneto diScienze, Lettere ed Arti 23, 1887, pp. 203-236; G. V. Verzellino, “Padre Orazio Grassigiesuita matematico eccellentissimo”, en Memorie degli uomini illustri di Savona,Saviona, 1891, t. ii, pp. 347-351; Carlo Bricarelli, S. J., “Il P. Orazio Grassi architettodella Chiesa de S. Ignazio in Roma”, Civiltà cattolica 2, 1922, pp. 13-25; y ClaudioCostantini, Baliani e i Gesuiti, Florencia, Giunti, 1969. Para reconstruir lasactividades de Grassi como arquitecto de la Compañía de Jesús, resultan muyútiles las cartas del generale de los jesuitas incluidas en arsi, med23, med26, med27

y rom17.15 Ya con De iride disputatio optica (Roma, Mascardi, 1617), el matemático jesuita

había intentado cruzar los muros del Collegio Romano para ingresar al ámbitomás refinado de las academias haciendo imprimir la obra y dedicándosela almecenas de la Accademia degli Umoristi, la más importante y perdurable de lasacademias literarias en Roma.

16 Estos espectáculos se describen claramente en el manuscrito “Origine delCollegio Romano e suoi progressi”, en apug, ms 143. Sobre las actividadesteatrales de los jesuitas, véanse Maurizio Fagiolo Dell’ Arco y Silvia Carandini,L’effimero barocco: Strutture della festa nella Roma del ‘600, Roma, Bulzoni, 1978,2 vols.; y Per Bjurstrom, “Baroque theater and the Jesuits”, en Rudolf Wittkower eIrma B. Jaffe (eds.), Baroque art: The Jesuit contribution, Nueva York, FordhamUniversity Press, 1972, pp. 99-110. Sobre las actividades teatrales de Grassi, véaseG. V. Verzellino, op. cit., p. 348; y Carlo Bricarelli, op. cit., pp. 21-22.

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sus opiniones sobre un fenómeno determinado o que interpreten lo opi-nado por beneficiarios de otros mecenas. Estas solicitudes no pueden pasarsepor alto sin sufrir consecuencias, aunque los beneficiarios no tengan unaidea formada sobre el fenómeno en cuestión. El debate sobre los cometasse adapta perfectamente a este modelo. En 1623, Galileo describe su ingresoen la disputa con los siguientes términos:

Me dirán tal vez que debí callarme. A esto respondo que el Signor Marioy yo estábamos muy estrictamente obligados a dejar ver nuestros pen-samientos antes de que se publicaran los escritos del padre Grassi, demodo tal que el callar habría sido echarse encima el desprecio y la irri-sión casi universal.20

Asimismo, ni Galileo ni los jesuitas parecen haberse interesado mucho porlos cometas antes de que los mecenas importantes les pidieran opinión alrespecto.21 En efecto, Grassi y Galileo se ven obligados a pronunciarse sobreel tema, y esa jugada impulsada por los mecenas los arroja en una disputacada vez más encarnizada que arruina la buena relación existente entreellos hasta el momento. En palabras de Galileo:

Al momento en que me enteré de eso [que muchos astrónomos apoya-ban la opinión de Tycho sobre los cometas] di a entender claramenteque consideraba vanísimo dicho argumento, ante lo cual muchos se bur-laron, y tanto más cuando a favor de él aparecieron la aprobación y laconfirmación autorizada del Matemático del Collegio Romano, y nonegaré que esto me trajo un poco de trabajo. Encontrándome ante lanecesidad de defender mis dichos de tantos otros contradictorios (loscuales, por haberse fortalecido con esa ayuda se levantaban más impe-

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20 go, t. vi, pp. 277-278; traducida al inglés en Stillman Drake y C. D. O’Malley(trads.), op. cit., pp. 178-179.

21 La Disputatio no se presenta como respuesta a las preguntas de los notablesromanos o extranjeros sobre la naturaleza y la posición de los cometas, aunquees inicialmente una conferencia pública. No obstante, en su de 1619 Grassiescribe lo siguiente sobre el otoño de 1618 y el contexto en que los jesuitas sesuman al debate acerca de los cometas: “Entonces se decidió consultar deinmediato a las academias de astrónomos y filósofos, pero ¿por qué se considerótan fácilmente que nuestro Colegio, reconocido por los diversos intereses de susacadémicos, sería, entre otras cosas, los ojos de todos, y que debía ser consultadoespecialmente, a la espera de sus respuestas?”. En efecto, los jesuitas se venarrastrados al debate por las preguntas de los personajes notables (StillmanDrake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., p. 69).

las cortes de los príncipes para que hablen bien de uno, ya que es muyimportante ser elogiado en público. No obstante, como ellos recibenescasa estima, no hay que acercarse demasiado, sino solamente mante-ner el buen trato para aprovechar los beneficios mencionados.18

Así, a pesar de las aptitudes que poseen los jesuitas para la vida cortesana,no pueden cambiar completamente la cultura de las órdenes religiosas porla cultura de la corte (con frecuencia menos religiosa). Como se verá, Gali-leo aprovecha esto para capitalizar con gran habilidad los pocos restos de“pedantería” que se detectan en el estilo intelectual de Grassi.

Con la Disputatio, Grassi hace en astronomía lo que sus congéneres habíanhecho en teatro, poesía y retórica: demuestra que los jesuitas no son pen-sadores esclavizados sino que pueden criticar abiertamente a Aristóteles yformar parte de la nueva filosofía de la naturaleza.19 Al mismo tiempo, sealeja de la cosmología heterodoxa de Copérnico, que la Iglesia había decla-rado falsa unos años antes, y comienza a mostrar cierta inclinación por elsistema de Tycho, que a la larga encarnará la combinación de novedad y tra-dición propuesta por los jesuitas. La prolusio de Grassi tipifica la posiciónambigua de los jesuitas ante las novedades. Según sus palabras, el cometaes un presagio terrible de cambio sólo antes de que lo expliquen los mate-máticos jesuitas. En efecto, si bien los jesuitas están dispuestos a acoger lasnovedades, únicamente lo hacen para domesticarlas. Éstas no pueden serpresagios ni señales de cambio radical ni en el mundo ni en la filosofía.

nace una disputa

Como ya se ha explicado, las controversias científicas suelen asemejarse alos duelos. Con frecuencia no se originan por iniciativa de los participan-tes sino por solicitudes de los mecenas, quienes les piden que manifiesten

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18 Giovanni Ciampoli, “Discorso di monsignor Ciampoli sopra la corte di Roma”,en Marziano Guglielminetti y Mariarosa Masoero, “Lettere e prose inedite (oparzialmente edite) di Giovanni Ciampoli”, en Studi secenteschi 19, 1978, p. 236.

19 La sorpresa de Griemberger ante el ataque de Galileo contra la Disputatio indicaque para los matemáticos jesuitas se trata de una obra novedosa, opuesta a lastesis de algunos filósofos de la propia orden (Ugo Baldini, “Additamentagalilaeana i: Galileo, la nova astronomia e la critica all’aristotelismo nel dialogoepistolare tra Giuseppe Biancani e i Revisori romani della Compagnia di Gesù”,en Annali dell’Istituto e Museo di Storia della Scienza di Firenze 9, 1984, p. 22).

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el Index de la Inquisición, las cuestiones cosmológicas se tornan muy deli-cadas para todos los astrónomos católicos, pero sobre todo para los menosconservadores que, como los jesuitas, han caído en la cuenta de que laastronomía de Ptolomeo ya está agotada. No obstante, como los come-tas no aparecen en las obras astronómicas de Ptolomeo ni de Copér-nico, en un primer momento se considera que son objetos cuya inter-pretación no puede desembocar en el dominio de la cosmología.24 Es más,el único modelo planetario poscopernicano en el cual los cometas cum-plen una función (el de Tycho) es geocéntrico y, por lo tanto, teológica-mente aceptable.25

Dado este contexto, los jesuitas pueden abordar la interpretación delos cometas como un tema que no presenta mayores problemas: no tie-nen nada que temer de dichos fenómenos. Si alguien pretende llegar aalguna deducción cosmológica a partir de esa interpretación, pueden enmar-car sus opiniones (como lo hacen oficialmente en 1620) dentro del sis-tema de Tycho.26 Por otra parte, el estudio de los cometas les permite mejo-rar la visibilidad de todo el grupo. En efecto, la Disputatio no es obra deun matemático independiente. La calidad y la cantidad de los datos sobrelos que se basa Grassi son una señal tangible de que las redes de los jesui-

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24 Más específicamente, Ptolomeo no menciona a los cometas en el Almagest, perosí los menciona brevemente en el Tetrabiblos, su obra astrológica, donde lospresenta como fenómenos meteorológicos (Ptolomeo, Tetrabiblos, trad al inglésde F. E. Robbins, Cambridge, Harvard University Press, 1940, pp. 191-195 y 217

[trad esp.: Tetrabiblos y el centiloquio, Madrid, Dilema, 2004]). Copérnico, por su parte, apenas los menciona una vez al pasar en De revolutionibus, donde diceque son cuerpos sublunares. Sin embargo, es muy poco claro si el autor expresasu propia opinión o apenas está reproduciendo las ideas más comunes sobre elasunto (Nicolás Copérnico, De revolutionibus, libro i, capítulo 8).

25 Tycho había interpretado la trayectoria del cometa de 1577 como un fenómenoque descartaba la existencia de las esferas cristalinas, que de por sí le estabantrayendo bastantes problemas a su sistema. En el sistema de Tycho, las esferas del sol y de Marte se intersectan, lo cual habría resultado inaceptable salvo que las esferas fueran inmateriales. Como la trayectoria del cometa de 1577

supuestamente había atravesado varias esferas planetarias, Tycho sosteníaentonces que las esferas eran inmateriales.

26 En efecto, los jesuitas reconocen públicamente la adopción del modelo de Tychoen 1620, con Sphaera mundi, seu cosmographia de Giuseppe Biancani (Bolonia,Bonomi, 1620). Dado que tienen un sistema estricto de censura interna, lapublicación de un libro que adopta de manera explícita el modelo de Tycho sepuede leer como una declaración conjunta. Ahora bien, el hecho de que Grassitrate con amabilidad el modelo de Tycho en sus textos pero nunca lo adopteexpresamente indicaría que él y sus compañeros usan el debate sobre los cometaspara probar suerte con los censores de la Compañía.

riosamente contra mí), no vi el modo de poder refutarlos sin incluirtambién al padre Grassi. Si bien no fue mi elección, sí fue un accidentenecesario, aunque fortuito, el que dirigió mi impugnación también aaquella parte donde yo menos quería.22

La descripción de Galileo pone en evidencia algunas características esen-ciales del sistema de mecenazgo dentro del cual opera. Es más, el debate nose limita a los cometas. Llegado el momento en que él publica El ensaya-dor y Grassi responde con su Ratio, la controversia ya se ha ramificado envarias direcciones que a veces sólo se relacionan indirectamente con loscometas. La trama compleja (si no caótica) de argumentos y tácticas visi-bles en los cinco textos que marcan la disputa entre 1619 y 1626 no parecerepresentar un choque entre la astronomía copernicana y la anticoperni-cana, sino más bien una interacción de dinámicas de mecenazgo en uncampo que se ha vuelto mucho más insidioso a partir de 1616, con la inclu-sión de Copérnico en el Index.

Ahora bien, hasta 1618, Galileo es quien domina el campo de las obser-vaciones astronómicas. La carta que recibe de la corte francesa a fines deese año demuestra que se lo considera líder indiscutible de esa disciplina.Como el matemático real le dice al rey de Francia, sólo Galileo puede obser-var los cometas y responder sus preguntas. Cuando Aleaume presenta aGalileo como el protagonista incuestionable de la astronomía, no sóloestá tratando de evitar la pregunta. En efecto, es cierto que todos los hallaz-gos astronómicos importantes realizados desde 1609 se pueden atribuir altelescopio (un instrumento identificado con Galileo) y, además, el autorde dichos hallazgos es el propio Galileo (o al menos logra que así lo parezca).Gracias a esos hallazgos, más que a su postura copernicana, Galileo obtienefama internacional y construye una carrera notable.

Los cometas de 1618 complican esta situación. En esa ocasión, el rey delos observadores astronómicos permanece en la cama sin pronunciar pala-bra alguna. Como lo señala el comienzo de la Disputatio, los jesuitas sesienten muy satisfechos de poder observar un fenómeno que éste aún nohaya estudiado: “Sólo los cometas han sido esquivos a los ojos de este lince”.23

Al mismo tiempo, los cometas constituyen un tipo de objeto astro-nómico que los jesuitas pueden estudiar sin necesidad de entrar en deba-tes cosmológicos. En 1616, tras la inclusión de la obra de Copérnico en

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22 go, t. vi, p. 226, traducida al inglés en Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.),op. cit., pp. 178-179.

23 Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), p. 6.

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mizar sus recursos, en el caso de Galileo parecen representar una ame-naza grave a su estatus de celebridad astronómica en la corte. En este con-texto se puede comprender, entonces, la enigmática crudeza de su respuestaa la Disputatio casi inocua de Grassi. Es posible que las críticas implacablesde Galileo contra Grassi reflejen su incapacidad de aceptar lo que estabasucediendo: era la primera vez que sus observaciones no superaban a todaslas demás en tiempo y en calidad. Es más, no podía hacer nada para recu-perar la supremacía en materia de observación de los cometas. Los jesui-tas habían publicado su obra con anticipación y, para colmo de males,cuando Galileo logra salir de la cama, los cometas ya no están. También sepueden leer bajo este contexto de ansiedad acerca de su estatus en la cortelos autoelogios que aparecen al principio del Discorso, cuando Galileo sepresenta (o deja que Guiducci lo presente) como “ese intelecto noble ysublime que adorna nuestra época y nuestra tierra, su territorio natal, conel descubrimiento de tantos prodigios celestiales”. Resulta interesante recor-dar que el mismo párrafo acaba con una crítica al jesuita Scheiner por haberintentado “robarle” el descubrimiento de las manchas solares.29 Tambiénson muy elocuentes los ataques repentinos y mordaces de Galileo a Grassipor el uso de los emblemas, los juegos de palabras, las frases irónicas y losdiversos elementos retóricos presentes en la Disputatio y en la Libra.30 Estostambién pueden leerse en tanto expresiones de rencor de una persona queobserva cómo invaden su terreno utilizando sus propias tácticas.31

Para restablecer su estatus frente al embate de los jesuitas, Galileo nece-sita poner en marcha una estrategia nueva. Por otra parte, no puede elu-dir las expectativas que pesan sobre él gracias al sistema de mecenazgo.En particular, debe demostrarle al archiduque Leopoldo de Austria (cuñadodel gran duque) que él es una fuente totalmente confiable para las pre-guntas relacionadas con la filosofía de la naturaleza. Por lo tanto, no le que-dan muchas opciones. Como él mismo lo admite, el silencio puede repre-sentar un daño grave para su credibilidad y para sus contactos con losmecenas. Por otro lado, si respalda la posición de los jesuitas, contribuyecon el fortalecimiento del grupo y, probablemente, los incita a invadiraun más su propio terreno en la corte. La tercera opción es presentar unainterpretación alternativa del fenómeno que, en la medida de lo posible,

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29 Ibid., p. 24.30 go, t. vi, pp. 88, 233-234. La respuesta de Grassi se encuentra en ibid., pp. 116-117.31 Es posible que los Linces también se hayan sentido afectados por esta dimensión

de la obra de Grassi. Cesarini, Ciampoli y los otros cortesanos que integraban laAcademia seguramente compartían la percepción de la obra de Grassi como unainvasión de su dominio.

tas resultan eficaces. El estudio de los cometas pone en evidencia los recur-sos de los jesuitas en tanto entidad corporativa.

Por último, hay que considerar un factor generacional en el debate: loscometas de 1618 marcan la mayoría de edad de los “hijos” de Clavio comogrupo. En 1611 habían certificado colectivamente los hallazgos de Galileobajo la supervisión de Clavio, pero ahora que ya no estaba con vida, pre-tendían obtener crédito por sí mismos. Por lo tanto, en el debate sobre loscometas no se enfrentan solamente dos individuos o dos instituciones, sinodos generaciones.27

Galileo tal vez haya sentido que la balanza comenzaba a inclinarse ensu contra. Como individuo, él era mucho más famoso que cualquiera delos jesuitas, pero ellos contaban grupalmente con bastantes más recursos,y no sólo por su contacto más directo con la Iglesia. Asimismo, los jesuitashabían empezado a ofrecer sus bienes en un mercado que, hasta el momento,Galileo consideraba propio y exclusivo: el mercado de la corte. En la obraLibra astronomica et philosophica, publicada por Grassi en 1619, hay unaoración que debe haber herido el ego de Galileo. Durante una recapitula-ción de la etapa inicial de la disputa, el jesuita relata que los virtuosos, losaristócratas y los cardenales acuden a ellos para escuchar su opinión alrespecto. Con ese gesto, el padre Grassi presenta al Collegio Romano comola fuente autorizada sobre el tema: “Pero ¿por qué se consideró tan fácil-mente que nuestro Colegio, reconocido por los diversos intereses de susacadémicos, sería, entre otras cosas, los ojos de todos, y que debía ser con-sultado especialmente, a la espera de sus respuestas?”.28 En virtud de loque ya se ha analizado sobre la dinámica del mecenazgo, se podría afirmarque las preguntas de los mecenas eran pasibles de convertirse en pesadi-llas, pero mucho peor era no recibir pregunta alguna, ya que eso repre-sentaba una pérdida de estatus. Cuando Grassi presenta al Collegio Romanocomo el lugar natural donde los personajes importantes acuden a hacerpreguntas de astronomía y matemáticas, está afirmando que, a diferenciade lo que pueden pensar aún en París, Galileo ya no es el número uno.

Así como los cometas se adaptan perfectamente a los intereses cosmo-lógicos y político-culturales de los jesuitas, a la vez que les permiten maxi-

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27 En 1618, el panorama también había cambiado para Galileo. Antes de ese año, su contacto con los jesuitas era Clavio, un astrónomo mayor a quien trataba con respeto, como un mecenas. Sin embargo, éste había muerto a principios de 1612, y la deuda que Galileo tenía con él no se había hecho extensiva a Grassi,Griemberger y Guldin. Si Clavio hubiese estado vivo, seguramente Galileo nohabría atacado a Grassi con tanta violencia.

28 Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., p. 69.

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concretos sino fenómenos ópticos creados por ciertos vapores que se ele-van perpendicularmente de la superficie terrestre.37 En concordancia conesta hipótesis, lo que se observa como cola de los cometas no sería más queuna refracción de la luz solar a través de dichos vapores.38 En síntesis, loscometas no serían planetas ni se moverían en órbitas circulares, sino másbien se alejarían de la Tierra en una línea recta perpendicular a su super-ficie. Galileo considera que ésa es la única hipótesis viable para dar cuentade la variación acelerada en la luminosidad de los cometas.39 El hecho deque en un punto éstos parezcan seguir una trayectoria curvilínea debe expli-carse entonces como una especie de ilusión óptica.

La respuesta de Galileo a Grassi pretende resolver varios problemas almismo tiempo. En primer lugar, al atacar las opiniones del jesuita con argu-mentos agresivos y paradójicos, Galileo busca demostrar que él (y no Grassi)es el verdadero filósofo de la naturaleza que merece la corte, gracias a suestilo controvertido, original y creativo. Según Ciampoli, por ejemplo, “elDiscorso parece absolutamente admirable y, a mi entender, milagroso. Pre-senta novedades [roba nova] y proposiciones paradójicas al vulgo filosó-fico, probadas con tanta evidencia que es imposible no maravillarse”.40

Ese estilo intelectual agresivo es perfecto para alguien como Leopoldo, ungran mecenas cuyas preguntas debe responder Galileo.41

En segundo lugar, al deslegitimar el uso del argumento basado en laparalaje, Galileo se las arregla para invalidar el mayor recurso de Grassi (y

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37 Es probable que el trabajo de Galileo sobre la estrella nova de 1604 haya servidocomo modelo para su análisis de los cometas (Willy Hartner, “Galileo’scontribution to astronomy”, en Ernan McMullin (ed.), Galileo, man of science,Nueva York, Basic Books, 1967, p. 185).

38 Esta opinión sobre la cola de los cometas se remonta a Gemma Frisius. VéasePeter Barker, “The optical theory of comets from Apian to Kepler”, en Physis 30,1993, pp. 1-25.

39 go, t. vi, pp. 51, 90-91.40 go, t. xii, N° 1399, p. 466.41 Se han encontrado pruebas posteriores que demuestran la importancia de

ofrecerle una respuesta a Leopoldo. Durante la primavera de 1621, poco despuésde la muerte de Cosme II, Galileo le escribe a Leopoldo para que éste le envíeuna carta de recomendación a su hermana, la archiduquesa Magdalena. Unassemanas más tarde, Leopoldo le avisa a Galileo que ya se ha ocupado del tema(go, t. xiii, N° 1494, p. 61; N° 1503, p. 70). Queda claro que, tras la muerte deCosme, Galileo no se encuentra en una posición segura. Quien ha creado supuesto es el gran duque, y el sucesor puede no confirmarlo. Como sabe queasumirá el mando una nueva monarquía y que la hermana de Leopoldo tendráuna posición importante, Galileo trata de lograr que confirmen su puesto. Seríainteresante imaginar lo que habría pasado si Galileo no hubiera respondido laconsulta de Leopoldo sobre los cometas.

socave la ventaja que le llevan los jesuitas. Sin embargo, como no ha podidoefectuar observaciones, Galileo decide no refutar a Grassi en términos empí-ricos, sino presentar nuevas hipótesis sobre los cometas.32

En vez de responder a Grassi personalmente, Galileo le comunica susideas a Mario Guiducci, un amigo cercano que en ese momento ocupa elpuesto de cónsul de la Accademia Fiorentina. Juntos escriben un discursoque Guiducci presenta en su academia en 1619 y que luego se imprimecon el título Discorso delle comete, bajo la firma de Guiducci, pero con unreconocimiento explícito a Galileo como autor de las hipótesis.33 La dedi-catoria del Discorso es para Leopoldo de Austria, quien merece créditopor haber sido el que condujo el intelecto de Galileo hacia los cometas.34

Por una cuestión de practicidad, de aquí en adelante se dará por sentadoque el autor principal del Discorso es Galileo.

Sin exagerar, la respuesta de Galileo a Grassi es provocadora. En ella sos-tiene que, antes de usar el método de la paralaje, el jesuita debió haberseasegurado de que los cometas fueran objetos físicos concretos y no ilusio-nes ópticas como el arco iris.35 Si Grassi no podía demostrar que se tra-taba de objetos reales, todas sus pruebas se desvanecerían.36 Como inter-pretación alternativa, Galileo sugiere que los cometas no son objetos físicos

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32 Una vez más, Galileo se encuentra entre la espada y la pared, como en 1612,cuando Welser le pide que responda el tratado de Apelle sobre las manchassolares. Al momento de recibir la carta, Galileo no ha realizado ningunaobservación sistemática de las manchas, pero de todos modos pretende reclamarpara sí la prioridad del descubrimiento y causar una buena impresión en sunuevo mecenas. Al igual que el Discorso, la primera carta sobre las manchassolares es de carácter definitivamente hipotético.

33 Mario Guiducci, Discorso delle comete, Florencia, Cecconcelli, 1619; reproducidoen go, t. vi, pp. 39-93. Traducido al inglés en Stillman Drake y C. D. O’Malley(trads.), op. cit., pp. 21-65.

34 “Finalmente, más que ninguna otra cosa me ha decidido el deseo de VuestraAlteza, demostrado con sus benignísimas cartas al mismo Galilei, de entender laopinión suya en torno a esta materia” (Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.),op. cit., p. 22).

35 go, t. vi, pp. 65-71.36 Asimismo, Galileo critica duramente a Grassi por justificar que los cometas se

ubican encima de la luna porque, entre otras cosas, el telescopio no los agrandademasiado. Si bien es probable que Grassi haya querido decir, con las palabrasincorrectas, que los cometas no se veían muy grandes a través del telescopio,Galileo lo presenta como un ignorante de las leyes de la óptica por haberafirmado que el telescopio no agrandaba a todos los objetos con el mismoaumento proporcional, sino que agrandaba en mayor proporción a los objetosmás cercanos (ibid., pp. 72-82). Sin embargo, Grassi no ignoraba para nada lasleyes de la óptica, como lo demuestra en De iride disputatio optica de 1617.

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desconcertado a los matemáticos, al parecer resulta bastante apta para elpúblico de la corte.44 De hecho, el tropo de la gema vuelve a aparecer, aunmás extendido, en El ensayador, donde Galileo lo usa para eludir las posi-bles dificultades de sus hipótesis y para caracterizar el libro como una obrade filosofía natural digna de la corte.

galileo versus tycho

La legitimación del enfoque hipotético para el estudio de los cometas cons-tituye sólo un aspecto de la táctica galileana. El autor también necesitademostrar que sus hipótesis son las mejores posibles. Para ello, produceuna crítica sistemática, aunque no siempre justa, de las ideas de Grassi yde todos aquellos que han escrito sobre los cometas antes que él. En líneasgenerales, la estrategia de Galileo es semejante a la empleada en 1615 conla Carta a Cristina de Lorena, donde argumenta que debe darse lugar a lashipótesis heliocéntricas en vez de descartarlas, ya que la alternativa ptole-maica ha sido rebatida. Más específicamente, Galileo demuestra allí quelas afirmaciones de sus adversarios se han visto refutadas y que, por lo tanto,él no necesita probar sus propias hipótesis, las cuales tienen valor por elsimple hecho de mantenerse en pie, libres de refutaciones. Éstas constitu-yen la mejor alternativa existente, y si sus rivales desean impugnarlas, estarea de ellos buscar cómo hacerlo. Esa táctica resurge en el Discorso dellecomete y se hace extensiva a El ensayador. Allí, Galileo comienza a argu-mentar que no tiene ninguna obligación de demostrar sus hipótesis sobrelos cometas. En lugar de ello, es Grassi quien debe ocuparse de refutarlas,si así lo desea.

La crítica sistemática y algo cruel de Galileo contra Grassi puede ser com-prensible en el marco contextual que se ha presentado, pero los ataques aTycho parecen innecesarios, al menos a simple vista, ya que la doctrina deese autor ocupa un lugar mínimo en la Disputatio de Grassi. En efecto, esteúltimo trata de evitar las referencias explícitas a cuestiones cosmológicasy, por lo tanto, no menciona las teorías de Tycho, sino que se limita anombrarlo apenas una vez en relación con sus instrumentos, que de haber

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44 Sobre la opinión de Kepler acerca de las hipótesis expresadas por Galileo en El ensayador, véase el apéndice de Tychonis Brahei Dani Hyperapistes,Frankfurt, 1625, traducido al inglés en Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.),op. cit., pp. 339-355.

de los jesuitas en general): los datos recolectados en todas partes de Europa.Con esta jugada, Galileo ya no tiene que contrarrestar las observacionesde varios astrónomos jesuitas, sino de uno solo, con quien se enfrentacomo matemático y también como filósofo de la naturaleza. De esta manera,desvía la discusión a un terreno menos empírico y más conveniente paraél, como es el de la filosofía, donde se siente más seguro de poder supe-rar a Grassi. En tercer lugar, al destacar que sus argumentos sólo se pre-sentan como “graciosas conjeturas”, se mantiene alejado de las cuestio-nes teológicas delicadas, como se espera que haga a partir de la advertenciarecibida en 1616 sobre la doctrina copernicana.42 En cuarto y último lugar,al aprovechar el gusto de la corte por las “gemas” (articulado como se havisto en el discurso ceremonial de Mascardi), Galileo presenta su enfo-que hipotético como algo dictado por su propia virtud más que por lasdificultades coyunturales, lo que se expresa de la siguiente manera en elinicio del Discorso:

Siendo muy limitada la libertad de extraer de tan rico tesoro [el cosmos]una joya de calidad, aquellos que se las han arreglado para traer algu-nas deben ser tenidos en gran estima, cual afortunados y benefactoresmagníficos; así como deben ser también excusados si la escasez de tiempopermitido para morar en ese lugar no los ha dejado distinguir las cosasmejores de las peores y si, a veces, en lugar de la razón de un efecto queles hemos pedido, han ofrecido otra cosa. Mas, así como ellos merecenampliamente ser excusados, no debemos ser inculpados nosotros si, trasexaminar diligentemente tales razones, no aprobamos a todas por igual.43

En efecto, no se espera que las opiniones de Galileo sobre los cometassean entendidas como un tratado sistemático sino como un conjunto derevelaciones excepcionales que los lectores han tenido la suerte de recibir.La imagen de Galileo enfermo en la cama e imposibilitado de realizar obser-vaciones, que lejos está de ser glamorosa, se transforma mágicamente enel tópico de la mente superior que viaja por un lapso breve al espacio des-conocido del cosmos y trae consigo algunos obsequios para sus amigos vir-tuosos, quienes deben aceptarlos con deleite o al menos apreciarlos porsu carácter novedoso. Si bien esta decisión metodológica puede haber

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42 Algunos ejemplos del enfoque hipotético que emplea Galileo se encuentran en go, t. vi, pp. 47, 51, 73, 99.

43 Traducción adaptada de Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., p. 23.Véase la versión original en go, t. vi, pp. 45-46.

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cometas pueden debilitar a Copérnico.49 Esto sucede en marzo de 1619,antes de que Grassi publique dos respuestas adicionales y cada vez másagresivas a Galileo, en las cuales, a pesar de todo, ni siquiera nombra elargumento anticopernicano.

Es más, tampoco lo menciona en su Libra, donde sí incluye argumen-tos cosmológicos al sostener que la hipótesis galileana sobre la trayectoriarectilínea de los cometas podría basarse en el supuesto de que la Tierra semueve, algo inaceptable para los católicos.50 En El ensayador, por su parte,

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49 A partir de una traducción incorrecta de ese párrafo, Westfall sostiene que“cuando Giovanni Rinuccini le cuenta a Galileo sobre la conferencia, agrega que los jesuitas […] están corriendo la voz de que ésta ha destruido losfundamentos del copernicanismo” (Richard Westfall, op. cit., p. 45). En realidad,la carta de Rinuccini dice lo siguiente: “Los jesuitas han presentadopúblicamente una conferencia, que se editará, y han sostenido con firmeza que los cometas se encuentran en el cielo; y algunos, fuera de los jesuitas, hanhecho correr la voz de que esto da por tierra con el sistema de Copérnico y de que no hay mejor argumento contrario” (go, t. xii, N° 1378, p. 443,traducida al inglés en William Shea, op. cit., p. 75; énfasis del autor).

Dentro de la correspondencia galileana, la única otra referencia al argumentoanticopernicano de Tycho basado en los cometas se encuentra en una carta deLudovico Ramponi escrita en 1611 (go, t. xi, N° 561, pp. 161-162). Hasta donde se sabe, en toda la correspondencia de Galileo no hay más epístolas dedicadasespecialmente a ese tema, aunque el autor tenía muchos interlocutorescompetentes que adherían a la teoría de Tycho, como por ejemplo Baliani. Esmás, en toda la correspondencia del período entre Galileo y los Linces no existemención alguna a la relación de los cometas con el copernicanismo. Ese silencioes significativo, ya que los Linces intercambian opiniones con Galileofrecuentemente acerca de la “operación Grassi”, su forma, su objetivo y suspeligros potenciales.

50 En el Discorso delle comete, Galileo había admitido que si los cometas se alejabande la Tierra con una trayectoria perpendicular, entonces debía observarse enúltima instancia que se acercaban al cenit, pero no que lo pasaban, comorealmente sucedía según las observaciones disponibles. En sus palabras, “esto nosobliga a cambiar lo que se ha dicho o bien a mantenerlo, agregando otra causapara esa desviación aparente. No puedo hacer lo primero, ni me gustaría hacer lo segundo” (Stillman Drake y C. D. O’Malley, (trads.), op. cit., p. 57, énfasis delautor). Grassi interpreta la “causa” de Galileo como sinónimo de “movimiento” y la frase “no me gustaría” como “no me atrevo a” (ibid., p. 97), con lo cual da a entender que la causa adicional callada por Galileo es el movimiento de laTierra, una hipótesis que los católicos no pueden siquiera considerar: “En estepunto escucho un susurro tímido y suave en mis oídos sobre el movimiento dela Tierra. ¡Que calle esa palabra disonante con la verdad y cruel para los oídosdevotos! Más vale que se susurre con voz más baja. Mas en caso de ser así, la opinión de Galileo habría proclamado algo que para otros es un falsofundamento. Pues si la Tierra no se mueve, el movimiento rectilíneo de loscometas no coincide con lo observado; y es cierto que para los católicos, la

estado al alcance de los jesuitas, les habrían permitido efectuar observa-ciones mucho más útiles.45 El único lazo implícito entre Tycho y Grassi esque ambos conciben a los cometas como cuerpos celestiales de carácterplanetario con órbitas circulares, más que como fenómenos sublunares.A diferencia de Tycho, que ubica al sol en el centro de las órbitas cometa-rias, Grassi deja este punto fuera de su análisis, probablemente porque noquiere meterse de manera explícita con asuntos cosmológicos.46

Algunos historiadores consideran que el ataque de Galileo contra Tychoes de carácter preventivo. Según ellos, Galileo teme que los jesuitas retomeny pongan en juego un argumento anticopernicano de Tycho sobre los come-tas que aparece en una carta para Christopher Rothmann.47 En ella, Tychopresenta la conducta de los cometas como confirmación de su teoría sobrela estabilidad de la Tierra. Según el astrónomo, la Tierra no se mueve, puestoque, de ser así, se vería algún reflejo de sus revoluciones proyectado en latrayectoria de los cometas. En particular, Tycho supone que los cometas, aligual que los otros planetas, efectúan un movimiento retrógrado cuandose encuentran en posición opuesta al sol, pero no logra verificarlo.48

Ahora bien, la potencia de este argumento se ha exagerado por variosmotivos. De hecho, no hay ni una vez en las discusiones acaloradas entreGalileo y Grassi que este último haya recurrido a la interpretación de Tychosobre los cometas para usarla como argumento anticopernicano. En todala disputa aparece una sola mención al posible uso de los cometas contrala teoría copernicana, y no se encuentra en una obra publicada durante elperíodo, sino en la correspondencia de Galileo. En una carta sobre la publi-cación de la Disputatio, Giovanni Battista Rinuccini le informa a Galileoque alguien ajeno a la orden de los jesuitas está corriendo la voz de que los

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45 Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., p. 14.46 Ibid., p. 1647 Tycho Brahe, Epistolarum astronomicarum libri, Uraniborg, 1596, en Tychonis

Brahe Dani Opera Omnia, ed. de I. L. E. Dreyer, Ámsterdam, Swets andZeitlinger, 1972, t. vi, p. 179. Véase también la carta de Tycho a Magini (TychonisBrahe, t. vii, pp. 289-299, esp. 295) y la carta a Peuser (t. vii, pp. 127-141, esp. 130).

48 Christine Jones-Schofield, Tychonic and semi-Tychonic world systems, NuevaYork, Arno, 1981, p. 74. Otros trabajos de utilidad sobre las teorías de los cometasa principios de la edad moderna son Peter Barker y Bernard R. Goldstein, “Therole of comets in the Copernican revolution,” en Studies in the History andPhilosophy of Science 19, 1988, pp- 299-319; C. Doris Hellman, The comet of 1577:Its place in the history of astronomy, Nueva York, Columbia University Press,1944; y Roger Ariew, “Theory of comets at Paris during the SeventeenthCentury”, en Journal of the History of Ideas 53, 1992, pp. 355-372.

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samente en esa carta donde aparece una breve mención al argumento anti-copernicano de Tycho basado en los cometas.54 Al principio, Galileo ignorala carta por completo, pero ocho años más tarde, antes de avanzar con laescritura del Diálogo, la desentierra para hacer circular algunos argumen-tos copernicanos en Roma y evaluar cómo reaccionan los lectores. En la“Respuesta a Ingoli”, Galileo sostiene:

El cuarto argumento [de Ingoli] es un invento arbitrario de Tycho, pro-ferido a partir de algo que, a mi entender, él no ha observado ni ha podidoobservar jamás: me refiero al movimiento de los cometas en posiciónopuesta al Sol, de los cuales, si es verdadero, como yo estimo, que extien-den siempre su cola en oposición al Sol, es imposible para nosotros ver-los cuando se encuentran en esa posición, ya que en tal caso la cola per-manece invisible. Además, ¿qué conocimiento certero tiene Tycho delmovimiento propio de los cometas que le permita aseverar francamenteque, combinado con el movimiento de la Tierra, habría de produciruna apariencia diferente de la que se observa? Él ha creado para sí unateoría de los cometas muy inverosímil. Así como se considera árbitro yregulador de todos los asuntos astronómicos, también tiene por verda-deras y justas sólo aquellas cosas que responden a sus observaciones ofantasías. Al no ver en los cometas apariencia alguna que pudiera satis-facer al mismo tiempo su vano capricho y la hipótesis copernicana, hapreferido negar y refutar esta última antes que abandonar el primero.55

Si bien la primera parte de la respuesta galileana puede resultar un pocoartificiosa, no se equivoca al señalar que el argumento de Tycho es muy

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anticopernicano basado en los cometas, que es apenas uno de los mencionadospor el Ingoli. En realidad, esa demora refleja la situación complicada de Galileotras 1616. En efecto, para él no habría sido prudente defender a Copérnicoapenas unos meses después de que lo incluyeran en el Index. En lugar de ello, lo defiende en 1623, tras el nombramiento de Urbano VIII, que le ofrece uncontexto mucho más amistoso

54 Francesco Ingoli, “De situ et quiete terrae disputatio”, en go, t. v, pp. 403-412. En la p. 410 se encuentra la siguiente afirmación: “Quarta est ex Tychone in libroEpistolarum Astronomicarum, pag. 149, ubi asserit, cometas caelitus conspectos,et in Solis opposito versantes, motui Terrae annuo minime obnoxios est, cumtamen esse deberent, quia respectu ipsorum evanescere motum huiusmodi nonest necesse, sicut in fixis syderibus, cum cometae praedicti illam maximamfixarum a Terram distantiam non Habeant”.

55 go, t. vi, p. 554. Traducido al inglés en Maurice Finocchiaro, The Galileo affair,Berkeley, University of California Press, 1989, p. 191.

Galileo contesta las indirectas de Grassi desafiándolo a demostrarlas oresponder por ellas, algo que el jesuita nunca hace.51 Dado que Grassi pareceemplear todos los recursos que tiene contra Galileo, es indudable que dehaber considerado válido el argumento de Tycho, lo habría utilizado.

Es difícil creer que Galileo participa de la disputa hasta las últimas con-secuencias sólo para defenderse de un argumento anticopernicano quenadie usa en lo concreto y que, cuando finalmente se le presenta, le resultaposible de refutar. De hecho, eso es lo que sucede en 1624, cuando escribela “Respuesta a Ingoli”,52 uno de los literatos con los que había debatidoen público sobre la hipótesis copernicana durante su visita a Roma de1616 53 y que había volcado sus argumentos en una carta para él. Es preci-

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Tierra no se mueve […] mas no creo que esto se haya cruzado jamás por lamente de Galileo, a quien siempre he tenido por devoto y religioso” (ibid., p. 98).En otro fragmento de su obra, Grassi también aplica el mismo argumentoteológico contra la tesis de Kepler (y por extensión, la de Galileo) sobre latrayectoria rectilínea de los cometas (ibid., p. 75).

51 “Ese argumento es vano y superfluo, ya que ni yo ni el Signor Mario hemosescrito jamás que la causa de esa desviación dependiera de otros movimientos,sean terrestres, celestiales o de otros cuerpos. Sarsi lo ha introducidocaprichosamente, de modo que él mismo deberá responderlo” (ibid., p. 262). Enotro fragmento, Galileo contesta los comentarios de Grassi sobre la supuestaherejía heliocéntrica de las ideas de Kepler (y las suyas) acerca de los cometascon las siguientes palabras: “Al deducirse la opinión de Kepler comoconsecuencia de la movilidad de la Tierra, proposición ésta que no puedesostenerse santa y devotamente, Sarsi por lo tanto la reputa inválida; mas estodebería servirle de estímulo aun mayor para destruirla y demostrarla imposible;y seguramente no es mala idea demostrar también con razones naturales,cuando se pueda, la falsedad de las proposiciones que son declaradasrepugnantes a las Sagradas Escrituras” (ibid., p. 192). Si Grassi hubieseconsiderado viable el argumento anticopernicano de Tycho, lo lógico hubierasido que lo empleara para responder estos dos desafíos y refutar al mismo tiempola hipótesis del movimiento rectilíneo y las proposiciones heliocéntricas quesupuestamente constituían su fundamento. Sin embargo, sus respuestas sontibias (véase go, t. vi, pp. 401 y 453).

52 El texto circula en Roma a partir del otoño de 1624, y Grassi conoce su existencia,además de su inclinación copernicana. De hecho, el 2 de noviembre de 1624,Guiducci le escribe a Galileo que le ha comentado a Grassi el contenido de la“Respuesta a Ingoli” y que tiene la intención de mostrársela (go, t. xiii, N° 1678,p. 224). Aunque Guiducci luego cambia de idea y no le muestra el escrito aGrassi, es probable que el jesuita, quien ya sabe de qué se trata, haya interceptadoalgún ejemplar en Roma. Dada su red de contactos en esa ciudad, no es difícilpara él obtener el texto de Galileo e incluir una respuesta en su Ratio de 1626. Sinembargo, no lo hace.

53 Si bien es cierto que Galileo demora ocho años en responder la carta de Ingoli,escrita en 1616, esto no se debe a su dificultad para refutar el argumento

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rado. En cierto sentido, la vehemencia del debate (generada por Galileo)hace que surja la inclinación del jesuita por el sistema de Tycho del mismomodo que la disputa sobre los hallazgos de 1610 contribuye a consolidarel copernicanismo de Galileo. Si bien es verdad que durante la etapa finalde la controversia sobre los cometas aparecen varios argumentos cosmo-lógicos, éstos se emplean más como herramientas auxiliares que comonúcleos del debate.

Para comprender mejor los ataques de Galileo contra Tycho, resulta másútil estudiar la posible simbiosis que él detecta entre la situación y los recur-sos de los jesuitas, por un lado, y la teoría planetaria de ese autor, por elotro. Tal vez esto sirva para explicar por qué Galileo distorsiona de maneratan desconcertante la relación de dependencia entre los argumentos deGrassi y la teoría de Tycho. En efecto, aunque la Disputatio sólo mencionauna vez a ese autor, Galileo critica a Grassi por “adscribir a todos los dichosde Tycho”, lo cual le resulta inaudito.60 Por ejemplo, presenta la obra deTycho sobre el cometa de 1577 como una mera descripción realizada “conmucha diligencia”, y censura su interpretación de los datos por considerarque es pura “fantasía”.61 Tales comentarios despreciativos sobre las aptitu-des de Tycho como intérprete del fenómeno se vuelven aun más llamati-vos en El ensayador, donde Galileo se atreve incluso a sostener que alguiendebería enseñarle a Tycho los rudimentos básicos de la ciencias matemá-ticas.62 Ahora bien, esos ataques son estratégicos. Al presentar a Tycho comobuen observador y mal intérprete, Galileo en última instancia está afir-mando que su sistema no es en realidad sistema alguno, sino más bienuna especie de collage de observaciones astronómicas incomparable conlos sistemas de Copérnico o de Ptolomeo. Como es sabido, Galileo no setoma siquiera la molestia de analizar la teoría de Tycho en su Diálogosobre los dos máximos sistemas del mundo.63

El enigmático ataque de Galileo contra Tycho y contra la supuesta depen-dencia total de Grassi respecto de dicho autor no se origina, principal-mente, en su temor a que el jesuita utilice el argumento anticopernicano

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60 go, t. vi, pp. 64-65.61 Ibid., pp. 86, 92, 93.62 “Dios no quiera que el padre Grassi haya imitado a Tycho sin advertir que éste,

al investigar la distancia del cometa mediante observaciones realizadas desde dospuntos diferentes del planeta, se muestra necesitado de atender a los elementosmás básicos de matemáticas” (Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit.,pp. 180-181).

63 Sobre la exclusión de Tycho en esa obra, véase Howard Margolis, “Tycho’s systemand Galileo’s Dialogue”, en Studies in History and Philosophy of Science 22, 1991,pp. 259-275.

contextual y toma su propia teoría de los cometas como el paradigma segúnel cual se debe interpretar la aparente ausencia de movimiento retrógradoen dichos fenómenos. En efecto, se trata de una interpretación muy influidapor esa teoría y, a pesar de resultar apta para confirmarle a Tycho sus pro-pias hipótesis, no revestiría demasiada importancia para un disidente.

Como lo demuestra el caso de Tycho, los cometas se adaptan perfecta-mente a las ideas de distintas personas que adhieren a paradigmas cos-mológicos diferentes. El cometa de 1577, por ejemplo, contribuye a queTycho desarrolle su sistema y, al mismo tiempo, resulta fundamental paraconvencer a Maestlin de que la teoría copernicana es verdadera.56 Asimismo,en su obra De Cometis (1619) Kepler presenta un argumento basado enlos cometas para fundamentar el movimiento de la Tierra alrededor delsol.57 En sus palabras, “además de lo que se deduce por el movimiento delos planetas, existen tantos argumentos para la revolución anual de laTierra alrededor del sol como cometas en el cielo. Adiós, Ptolomeo, regresoa Aristarco de la mano de Copérnico”.58 En síntesis, dada la complejidaddel asunto, la variabilidad extrema del fenómeno y la escasez de pruebasempíricas confiables, la interpretación de los cometas podía inclinarse haciauno u otro lado, según las opiniones cosmológicas de cada autor.59

Para resumir, no existe ninguna prueba directa de que los jesuitas hayanadoptado el argumento de Tycho como especialmente bueno, ni de queéste haya inquietado en particular a Galileo. Por otra parte, Grassi no parecemuy deseoso de plantear argumentos cosmológicos, salvo cuando lo ata-can. Es probable que los jesuitas aún manejaran con cautela la divulga-ción de su apoyo a la teoría planetaria de Tycho después de 1616, ya queesperan hasta 1620 para hacer público su respaldo. De hecho, Grassi sóloemplea razones (o amenazas) cosmológicas en dos casos: para responderlas críticas severas de Galileo contra su apoyo a Tycho y para socavar laimagen de Galileo insinuando que este último es un copernicano no decla-

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56 Robert S. Westman, “The comet and the cosmos: Kepler, Mastlin and theCopernican hypothesis”, en Jerzy Dobrzycki (ed.), The reception of Copernicus’heliocentric theory, Dordrecht, Reidel, 1972, pp. 7-30; y “Michael Mastlin’sadoption of the Copernican theory”, en Studia copernicana 13, 1975, pp. 53-63.

57 Sobre las diferentes hipótesis de Kepler acerca de los cometas, véase Alan JamesRuffner, “The background and early development of Newton’s theory of comets”,tesis de doctorado, Indiana University, 1966, pp. 94-118.

58 Johannes Kepler, De cometis libelli tres, Augsburgo, 1621, traducido al inglés enAlan James Ruffner, op. cit., pp.113-114.

59 Todo el mundo conocía la gran variabilidad de los cometas. En el Discorso dellecomete, por ejemplo, Galileo subraya las diferencias entre el fenómeno de 1577 yel de 1618 (Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., p. 49).

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su observación de las fases de Venus ha refutado a Ptolomeo, el dictamende 1616 ha declarado falso el sistema copernicano y lo que Tycho ha pre-sentado no es un verdadero sistema.64 Mutatis mutandis, esto constituyeuna reproducción de la táctica empleada en la Carta a Cristina de Lorena,con la importante salvedad de que en este caso Galileo se encuentra en unaposición más débil, ya que tras la declaración de falsedad del copernica-nismo por parte de la Iglesia, éste no puede sostenerse más como una hipó-tesis viable. Sin embargo, Galileo aún puede aferrarse a una nueva ver-sión de la misma táctica. En vez de intentar que sus adversarios acepten aCopérnico por no poder refutar su teoría, esta vez se propone demorarlas decisiones sobre el modelo planetario.

Por otro lado, Galileo también puede atacar al mismo tiempo a Tychoy a Grassi colocándolos bajo el estereotipo cultural denostado de los pedan-tes. Para ello, les da crédito como observadores diligentes, pero sostieneque como intérpretes no se los puede tomar muy en serio, ya que ni losjesuitas ni Tycho poseen el mismo “virtuosismo filosófico” que él. Pormás que tratan de ocultarlo, los jesuitas son pedantes encubiertos;65 si nolo fueran, no tendrían tanta necesidad de contar con alguna autoridad. Laimagen distorsionada que presenta Galileo de Grassi como un pedanteatado a las autoridades cumple con su cometido. El jesuita, ofendido, res-ponde con todos los argumentos que puede reunir para defenderse de loque percibe como un ataque injusto contra su persona y contra Tycho.Sin embargo, cuando Grassi defiende a Tycho e intenta vengarse de Gali-leo insinuando que aún es copernicano y, por lo tanto, no respeta la auto-ridad de la Iglesia, le da todavía más motivos para el contraataque. En efecto,Galileo responde a esto acusando a su rival de ser un pedante que no puede

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64 Tras criticar a Grassi por su tendencia a buscar autoridades en materia decometas y astronomía, sostiene lo siguiente: “No veo por qué razón él [Grassi]elige a Tycho, anteponiéndolo a Ptolomeo y a Nicolás Copérnico, los cuales noshan dado sistemas del mundo entero, construidos y conducidos hasta el finalcon sumo artificio, cosa que no veo que Tycho haya hecho, salvo que a Sarsi lebaste que haya negado a los otros dos sistemas y prometido uno nuevo, sincumplir luego su promesa […] por lo cual, siendo seguramente falsos esos dossistemas y nulo el de Tycho, Sarsi no debe reprenderme si, como Séneca, deseo la verdadera constitución del universo” (Stillman Drake y C. D. O’Malley(trads.), op. cit., pp. 184-185).

65 En este sentido, cabe recordar que Altieri-Biagi interpreta el uso del lenguajecotidiano en El ensayador en tanto estrategia para presentar a Grassi, porcontraste, como un autor engreído que utiliza la jerga técnica y académica(Maria Luisa Altieri Biagi, Galileo e la terminologia tecnico-scientifica, Florencia,Olschki, 1965, p. 34).

de Tycho basado en los cometas. Más bien, lo que Galileo se propone esdesacreditar la teoría de Tycho en tanto sistema para que no se conviertaen el modelo canónico de los astrónomos católicos tras el dictamen de 1616.Pero ésta no es una mera jugada procopernicana. Como ya se ha seña-lado, también es necesario en este caso considerar la homología entre elcompromiso cada vez mayor de Galileo con el copernicanismo y su situa-ción compleja en materia de mecenazgo. No basta con suponer paralela-mente que Galileo se opone a Tycho para defender a Copérnico y se enfrentaa los jesuitas para salvar su propio estatus de supremacía en el campo astro-nómico. Es importante fusionar estos dos niveles tácticos en uno solo. Lo quepreocupa a Galileo es la simbiosis entre los jesuitas y Tycho. Su deseo esevitar que los primeros se transformen en las nuevas autoridades de laastronomía y que el segundo se convierta en santo patrono de los jesuitas.En efecto, éstos ya cuentan con una cantidad notable de recursos interna-cionales provistos por sus matemáticos, sus colegios y sus observatoriosque, sumados a la autoridad de Tycho, pueden llegar a formar un conjuntoimposible de derrotar. Como Galileo le dice a Ingoli, Tycho se considera“árbitro y regulador de todos los asuntos astronómicos”, y los jesuitas pare-cen interesados en seguir sus pasos.

Por lo tanto, al mismo tiempo que defiende a Copérnico, Galileo estádefendiendo también su propia “excepcionalidad” como astrónomo y sunivel de visibilidad como beneficiario. Es muy probable que no consi-dere a Tycho como el siguiente gran astrónomo después de Copérnico,sino que se conciba a sí mismo como tal. Dado que sus hallazgos (sobretodo las fases de Venus) han servido para defenestrar a Ptolomeo, segu-ramente Galileo se ha propuesto ocupar su lugar en el pedestal. En con-secuencia, ya le resulta bastante complicado que el dictamen de 1616 leimpida continuar con las obras polémicas de alta visibilidad que le hanmerecido tantas recompensas, pero más insoportable aun es ver que losjesuitas tratan de ocupar ese pedestal ubicando allí a Tycho. Habida cuentade las restricciones que le impone el dictamen de 1616, la esperanza deGalileo es que todos los demás suspendan por completo el propio juiciorespecto de cuestiones cosmológicas. Con la ilusión de presenciar un cam-bio en la situación o de encontrar una prueba definitiva que valide el sis-tema copernicano, Galileo trata de evitar que se tomen decisiones y seadopte un nuevo canon (respaldado institucionalmente por los jesuitas)hasta tanto eso suceda. Para él, es mucho mejor ser una “estrella en sus-penso” que ser sólo el número dos.

Esto explica por qué Galileo afirma en El ensayador que no puede nidebe tomarse ninguna decisión en materia de teoría planetaria, dado que

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con Grassi se convierte en una táctica muy inteligente. No se trata sólo dedos artificios eficaces creados ad hoc para salir de una coyuntura difícil, sinotambién de dos herramientas que le permiten a Galileo conservar su esta-tus en el sistema de mecenazgo y demorar el cierre del debate cosmoló-gico. En particular, el planteo de hipótesis interesantes (o “gemas”) más quede argumentos basados en alguna autoridad posibilita su posicionamientocomo autor sofisticado de la corte en contraste con Tycho y los jesuitas, quie-nes aparecen como autores pedantes. Se trata de una excelente estrategiapara transformar un problema grave de defensiva en una respuesta elegantey cortés. Una vez más, la imagen de Galileo, sus objetivos en materia demecenazgo y su compromiso con el copernicanismo van de la mano.

los cometas en la escena romana

La respuesta de Grassi al Discorso delle comete no se hace esperar. Antes deque termine 1619, el jesuita publica su Libra astronomica et philosophicabajo el seudónimo de Lotario Sarsi.67 En esta obra, el autor reemplaza losmodales delicados de la Disputatio por un estilo más agresivo y polémico,comparable con el de Galileo.68 Sin embargo, el debate no se cierra con lapublicación de ese texto en 1619. Es más, Galileo se siente atacado y, trasuna larga espera, publica El ensayador en 1623, lo que a su vez suscita larespuesta final de Grassi en su Ratio de 1626.

Si bien es cierto que las etapas iniciales de la disputa no tienen un cen-tro geográfico determinado, la conclusión queda relegada casi exclusiva-

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67 El hecho de que Grassi haya usado un seudónimo posiblemente refleje lapreocupación de sus superiores por la imagen de la Compañía. En una carta del 6 de agosto de 1619, el general Vitelleschi le escribe lo siguiente al padreRettore: “Si el padre Grassi llegara a responder los escritos de esa persona, Su Reverencia puede quedarse tranquilo de que publicará una respuesta bienfundamentada y considerada, con la mayor modestia religiosa” (arsi, rom 17, 2,fol. 305v; agradezco la referencia al padre Lamalle).

68 Al principio de su Libra, Grassi se muestra muy desconcertado por el tono delDiscorso delle comete, sobre todo al tener en cuenta el apoyo, la amistad y lacolaboración que Galileo siempre había recibido del Collegio Romano (StillmanDrake y C. D. O’Malley [trads.], op. cit., pp. 70-71). Asimismo, el jesuita expresasu asombro ante el hecho de que un “caballero tan cortés” haya sido tan groseroy no haya reconocido el estilo ingenioso y ligero de la Disputatio. En síntesis,Grassi trata de presentar a Galileo como un hombre grosero y malhumorado(ibid., p. 72).

discutir sin recurrir a alguna clase de autoridad. Cuando Grassi preguntaa quién debería haber seguido si no a Tycho, se delata a sí mismo.66 En ciertosentido, se podría pensar que Galileo hace aflorar el costado pedante deGrassi con los ataques estratégicos incluidos en el Discorso delle comete,para luego burlarse de él en El ensayador.

En términos generales, Galileo pretende representar a los jesuitas comopedantes que necesitan una figura de autoridad, al mismo tiempo que dejaexpuesto su mal juicio en la elección de dicha autoridad. Evidentemente,no se tata aquí de un argumento técnico digno de ser apreciado por losastrónomos profesionales, sino de una estrategia cultural contra Tycho ylos jesuitas cuyas connotaciones quedan más que claras para ese públicocompuesto de virtuosos y cortesanos que tanto Galileo como los jesuitasquieren atraer.

Por todo esto, cabe afirmar que los ataques de Galileo contra Tycho noson irracionales ni están motivados sólo por su compromiso con el coper-nicanismo. Cuando se reemplaza un enfoque intelectualista, concentradoprimordialmente en la aplicación apropiada del método, la adecuaciónempírica, los argumentos cosmológicos y la censura posterior a 1616, poruna mirada contextual más abarcadora que contemple las cuestiones rela-tivas al estatus, los recursos, la dinámica del mecenazgo y los estilos cultu-rales, se obtiene un panorama más complejo y satisfactorio de la situa-ción. Una vez que se repone el contexto, lo que aparece como un usoinexplicable de argumentos hipotéticos y una amalgama arbitraria de Tycho

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66 Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., pp. 71 y 183. Más específicamente,en El ensayador Galileo sostiene que Sarsi no debería haberse tomado tan en seriola afirmación de que Grassi seguía “en todo” a Tycho. Si bien en el Discorso dellecomete decía eso, el autor se refería a que lo seguía “en todo lo relativo a loscometas”. En síntesis, Galileo insinúa que Sarsi está reaccionando con exageración y que eso no es beneficioso para su Maestro (Grassi), quien sin duda es muyinteligente como para seguir en todo a Tycho. Galileo procede a mencionaralgunas proposiciones problemáticas de Tycho que, según él, Grassi jamás podríarespaldar. Ahora bien, todo el mundo sabe que Sarsi y Grassi son la mismapersona. Por lo tanto, al defender retóricamente a Grassi y acusar a su discípulo de ser estúpido y seguir con los ojos cerrados lo que dicta la autoridad, Galileo estádando a entender en realidad que Grassi se ha sentido presionado en vano y que su reacción exagerada confirma la esclavitud de su pensamiento con respecto al deTycho. Es más, al ratificar que sigue los lineamientos generales de Tycho sinnecesidad de que Galileo se lo pregunte, Grassi se crea aun más problemas, ya quehabilita a su rival para que lo desafíe en otros campos. A diferencia de él, entonces,Galileo se presenta como un individuo sin intereses ocultos, que no pretendeimponer ninguna autoridad (ni la de Tycho ni la de Copérnico), sino simplementeplantear algunas hipótesis sobre los cometas (go, t. vi, pp. 228-233).

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de Roma. Ahora bien, los Linces no colocan a Urbano en ese lugar sola-mente para aprovechar el afianzamiento de los vínculos con él. En parte,la disputa sobre los cometas se ha convertido en una competencia entredos bandos muy conectados con la corte romana que se enfrentan paraadquirir mayor visibilidad en la escena cultural de la ciudad.

Es muy probable que, para el público romano, el debate sobre los come-tas haya sido una más entre las frecuentes querelles literarias. En efecto, talpercepción se ve reforzada por el estilo literario que adoptan ambas par-tes, las digresiones frecuentes en los textos y la escasez de contenidos téc-nicos. Desde el punto de vista de la época, los jesuitas y los Linces puedenconcebirse como dos facciones más entre las tantas que compiten por elliderazgo en el caos de la escena cultural romana. Lo único que los dife-rencia de la mayoría de las demás facciones o academias es que se dedicana la filosofía de la naturaleza más que a la retórica o a la poesía en suestado puro. Sin embargo, el público al que apuntan ambas institucionesno es el de los astrónomos profesionales, quienes no prestan demasiadaatención a los intercambios entre Galileo y Grassi, sino el de los intelec-tuales romanos, o sea, los cardenales, los prelados y los literatos que saltande una academia a otra y de un banquete a otro sin solución de continui-dad. A algunas de estas personas la querelle les llama la atención. Comien-zan a circular poemas y comentarios sobre los cometas con referencia a ladisputa, y en la academia de Savoia se da una conferencia acerca de la ten-sión entre los novatori y los conservadores en materia de filosofía natural,tensión ésta que probablemente se ve acentuada con la publicación de Elensayador y de Libra.74Además, como Urbano es una personalidad litera-

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74 Agostino Mascardi, “Sopra un componimento poetico intorno alla cometa. AlSignore Conte Camillo Molza”, en Prose vulgari, Venecia, Baba, 1653, pp. 151-167.La referencia a la disputa se encuentra en la p. 152. En una carta de febrero de1625, Mario Guidicci le informa a Galileo que “el jueves pasado, en la academiaque todas las semanas se reúne en la casa del Signor Cardenal de Savoia, elSignor Giuliano Fabrici […] ofreció una lección muy bella donde criticó a todoslos peripatéticos, particularmente a aquellos que toman gran fundamento en laautoridad de los escritores” (go, t. xiii, p. 253). Según Redondi, la lección serefiere directamente a El ensayador (Pietro Redondi, op. cit., p. 74). En los avvisi,por su parte, la reunión aparece publicada como el típico banquete condiscursos: “El jueves por la tarde, en la reunión de la Academia del cardenalSavoia, el Dr. Giuliano Fabritij de Spoleto ofreció una gran lección sobre laambición que fue muy bien recibida por los cardenales Barberini y Magalotti,quienes habían intervenido junto con el Excelentísimo Signor Don AntonioBarberini y Carlo Magalotti. Todos ellos se quedaron a cenar con el cardenalSavoia” (citado en Venceslao Santi, “La storia nella Secchia Rapita”, en Memoriedella Reale Accademia di Scienze, Lettere e Arti in Modena, serie 3, t. ix, 1910,

mente al ámbito romano. El archiduque Leopoldo se va apartando de sulugar poco a poco, para ser reemplazado por la Academia de los Linces.Como Galileo es integrante de esa academia y Grassi lo ha interpelado indi-rectamente en su carácter de tal, los Linces no tardan en transformar eldebate sobre los cometas en una especie de duelo entre su propio paladíny el del Collegio Romano.69 Ciampoli bautiza “la Sarseide” a El ensayador.70

Mientras El ensayador está en imprenta, se da una coyuntura perfectaen términos de mecenazgo: Maffeo Barberini, un buen amigo de Galileoque le había dedicado la Adulatio perniciosa tres años antes, llega a laSanta Sede con el nombre de Urbano VIII.71 Una vez allí, designa a Cesa-rini como camarlengo y a Ciampoli como secretario. Por otra parte, a susobrino Francesco Barberini lo eligen cardenal en octubre y, poco tiempodespués, lo aceptan en la Academia de los Linces. Éste, a su vez, designacomo secretario a Cassiano dal Pozzo, otro integrante de los Linces. Así, encuestión de semanas, los Linces quedan ubicados más cerca del centro depoder romano que ninguna otra facción cultural.

En este marco, los Linces deciden dedicar El ensayador colectivamenteal nuevo papa, a pesar de que Galileo lo ha escrito en principio como unacarta extensa para Cesarini. Y Urbano, que se autoconsidera poeta e inte-lectual, recibe con gusto la dedicatoria de un personaje tan famoso comoGalileo. Con El ensayador sucede lo mismo que con el Sidereus nuncius: setrata de un don que sirve para consolidar la imagen del príncipe cuandomás se lo necesita, es decir, al principio del mandato. En octubre de 1623,durante una ceremonia de presentación en el Vaticano, el príncipe Cesi leentrega el texto a Urbano. En ese mismo acto, se distribuyen ejemplares aFrancesco Barberini y a otros cardenales importantes que “los piden conmucho interés”.72 Grassi, por su parte, no está tan complacido. Se diceque, al ver un ejemplar de El ensayador en una librería romana, su rostrocambia de color, toma el libro y se va.73

Al aceptar la dedicatoria de ese texto, Urbano se transforma en el árbi-tro implícito de una controversia que queda cada vez más relegada al ámbito

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69 Sobre este aspecto de la disputa, véase Pietro Redondi, op. cit., pp. 68-106.70 go, t. xiii, N° 1518, p. 84.71 La Adulatio es un poema en el que Barberini elogia a Galileo por el

descubrimiento de los Astros Mediceos, las peculiaridades de Saturno y lasmanchas solares. En la carta que acompaña el poema, utiliza la firma “comohermano” (come fratello), un título bastante atípico para los cardenales como él(go, t. xiii, N° 1479, p. 49).

72 go, t. xiii, N° 1590, p. 141

73 Ibid., N° 1595, p. 147.

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fenómeno típico del desarrollo del absolutismo político: la aristocraciaromana recibe títulos inútiles pero rimbombantes para compensar el declivede su poder político. El joven Cesi, por ejemplo, es príncipe de San Polo ySant’Angelo, duque de Aquasparta y marqués de Monticelli. Sin embargo,casi todos esos lugares son poco más que aldeas, ennoblecidas con nom-bres altisonantes.79 Los barones romanos tienen muy poco poder políticoy sobreviven socialmente prestándose a matrimonios arreglados con muje-res pertenecientes a las nuevas familias papales, menos nobles pero muchomás ricas. En otros casos, tratan de mantener un cardenal en la familia, demanera que se conserven los privilegios necesarios para salvar las apa-riencias.80 Las dificultades económicas que preocupan a Federico Cesi

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como los Colonna, los Orsini, los Savelli y los Conti. Sobre la decadenciaeconómica de los barones romanos en general, véase Carlo Mistruzzi, “Lanobilità nello stato pontificio”, en Rassegna degli Archivi di Stato 23, 1963,pp. 206-244. Sobre la familia Cesi, véase Jean Delumeau, Vie économique etsociale de Rome dans la seconde moitié du xvie siècle, París, De Boccard, 1959, t. i,pp. 153-155, 434-438, 467, 471-472. Como afirma Enrico Stumpo, “si bienparticiparon algunas de las familias más importantes de Roma, como losColonna, los Orsini, los Cesarini y los Caetani, los títulos de esos monti notuvieron mucho éxito en el mercado financiero, precisamente porque dichasfamilias ya estaban inmersas en una grave crisis financiera. Si bien los ingresosque obtenían de sus propiedades eran elevados, no les alcanzaban para mantenerel estándar de vida altísimo que era necesario en Roma durante esa época,asegurado sólo por la benevolencia de diversos papas” (Enrico Stumpo, Ilcapitale finanziario a Roma fra Cinque e Seicento, Milán, Giuffré, 1985, p. 268).Esta decadencia resulta evidente para sus coetáneos. Como describe consarcasmo Traiano Boccalini, “las amapolas, altas ya como cipreses” son podadashasta alcanzar “la humilde altura de las violetas enanas” (Traiano Boccalini,Ragguagli di Parnaso, ed. de Luigi Firpo, Bari, Laterza, 1948, t. iii, p. 83).

79 Celestino Piccolini, “Ricevimenti ai feudatari nel Seicento”, en Atti e memoriedella Società Tiburtina di Storia e Arte 7, 1927, pp. 217-237 (sobre la recepción delhermano de Federico, que heredó sus títulos); “Federico II, Principe de’ Lincei,Marchese de Monticelli”, en Atti e memorie della Società Tiburtina di Storia e Arte9-10, 1929-1930, pp. 197-207; Giuseppe Gabrieli, “Memorie Tiburtino-Cornicolane di Federico Cesi fondatore e principe dei Lincei”, en Atti e memoriedella Società Tiburtina di Storia e Arte 9-10, 1929-1930, pp. 230-247; “Il PalazzoCesi a Tivoli”, en Atti e memorie della Società Tiburtina di Storia e Arte 8, 1928, pp. 262-268; y Edoardo Martinori, I Cesi, Roma, Tipografia CompagniaNazionale Pubblicità, 1931, pp. 87-98.

80 Por ejemplo, resulta muy evidente que los problemas económicos de Cesi seacentúan en 1621, tras la muerte de su tío, el cardenal Bartolomeo, quien habíalogrado obtener la autorización de emitir y renovar los monti creados parafinanciar la deuda de la familia. Después de ese episodio, Federico se desesperapor aprovechar la influencia de los dos cardenales pertenecientes a la familiaCaetani, ya que él mismo es nieto de Beatrice Caetani (Giuseppe Gabrieli, “Cesi

ria que desea demostrar su apertura intelectual tanto como su indepen-dencia política (sobre todo frente a la corona española), en ese momentoalgunos toman El ensayador como una especie de manifiesto de los inno-vadores contra la cultura más tradicional encarnada por los jesuitas delCollegio Romano.75

Como ya se ha señalado, entre 1619 y 1623 los Linces presionan a Gali-leo para que responda los textos de Grassi, recordándole que, si no lohace, su honor y el de la Academia quedarán manchados. En palabras deCesarini:

Aprovecho esta ocasión para tomarme la libertad de solicitarle que publi-que la respuesta a Sarsi que por tantos motivos le debe al mundo, masparticularmente para rescatar de los ignorantes el falso nombre de lavictoria que han otorgado a esos escritos [la Libra]. El Signor Príncipey todos los Linces lo instamos calurosamente […] y, si bien por sacie-dad de gloria, Vuestra Señoría puede despreciar estas controversiasdesiguales, todavía tiene una obligación con el nombre público de losLinces, ofendido por Sarsi y por otros malévolos.76

La animosidad de los Linces contra Grassi y los jesuitas en general puedecomprenderse mejor si se analiza la identidad cultural de la Academia ysu relación variable con los matemáticos del Collegio Romano.

En comparación con las numerosas academias literarias que compitenpor la visibilidad en la escena cultural romana, los Linces son mucho máselitistas, se reúnen con menos asiduidad y casi nunca se encuentran enpúblico.77 El carácter reservado de los Linces refleja en realidad la identi-dad de Cesi que, si bien es integrante de la más alta alcurnia romana, nose presta con gusto a ser cortesano. Al igual que todos los demás “baronesromanos”, como los Orsini, los Colonna, los Savelli, los Cesarini, los Contiy otros, los Cesi están cayendo poco a poco en la ruina debido a los gastosonerosos que acarrea el estilo de vida de la corte.78 Se da en este caso un

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p. 265). El texto de Fabrici, llamado “Dell’ambitione del letterato”, se encuentraen Agostino Mascardi (ed.), Saggi accademici, Venecia, Baba, 1653, pp. 97-121.

75 Sobre el lugar de los Linces en la escena cultural romana, véase Pietro Redondi,op. cit., pp. 28-136.

76 go, t. xiii, N° 1523, p. 89.77 De hecho, la actividad académica no se daba en las asambleas, sino más bien a

través de las cartas y las publicaciones.78 En general, los Cesi y los Cesarini aparecen en la segunda franja de la aristocracia

romana, donde el primer lugar está reservado para las familias más antiguas,

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La fundación de los Linces por parte de Cesi es también un intento decrearse una nueva identidad y una nueva marca de distinción en un con-texto social que amenaza su rol tradicional. Aunque sabe muy bien que sufamilia y toda la aristocracia romana están en decadencia, por otro ladosiente que no desea rebajarse a participar de esa suerte de nido de víbo-ras que es la corte en ese momento. Ése es el terreno de su amigo Ciam-poli y de los otros trepadores sociales. Los nobles como Cesi se sientenincómodos en una corte poblada de nuevos ricos y muchas veces diri-gida por ellos, como es el caso de algunos papas. Ahora bien, esto no quieredecir que Cesi sea un ermitaño. En efecto, él sabe bien que la corte romanaes la fuente de todo el poder, el estatus y los privilegios, y que para man-tenerse a flote económicamente necesita conservar el contacto con eseámbito, ya sea en persona o a través de sus intermediarios, varios de loscuales pertenecen a los Linces.83 En este marco, la nueva filosofía de lanaturaleza se le presenta como una alternativa para evitar la rutina de lavida social agresiva en la corte y para responder a la sensación de deca-dencia social y crisis de la identidad.84

Dado su estatus social, no se espera que Cesi pase a ser un cortesanoextravagante de los que participan en debates escandalosos ni un pedanteque, como los filósofos tradicionales, está esclavizado a un sistema depensamiento determinado.85 Su compromiso con el librepensamiento en

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durante toda su vida e impiden que los Linces se consoliden con mayor fir-meza constituyen un rasgo típico de ese grupo social. Pero así como esacrisis financiera y social acaba por mutilar el desarrollo de los Linces, esposible que también sea una de las causas de su fundación.

Durante la adolescencia, Cesi concibe la vida de los filósofos de la natu-raleza como una alternativa a la vida de la corte. Luego, durante la adul-tez y gracias a la formación que le ofrece su tío, el cardenal Bartolomeo,llega a ser un operador político muy hábil y sensible a todas las variacio-nes sutiles que se dan en la estructura de poder de Roma.81 Sin embargo,conserva aún un profundo desdén hacia el protocolo de la corte, el exhi-bicionismo, las disputas llamativas y todas las demás características pro-pias de la vida en la corte y en las academias de Roma. Aunque la necesi-dad lo lleva a participar rutinariamente en esas actividades y a mantenerun perfil alto en las columnas de sociedad de los avvisi, Cesi siempre hacetodo lo posible por pasar largos períodos fuera de Roma, en sus propie-dades rurales, donde se dedica a escribir y a estudiar botánica. Sus planespara los Linces, que figuran en un manuscrito inédito llamado Lynceogra-phum, reflejan su identidad y la cultura que va de la mano con ella.82

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e Caetani”, en Rendiconti della Reale Accademia Nazionale dei Lincei, Classe di Scienze morali, storiche e filologiche, serie 6, t. xiii, 1937, pp. 255-269). Sinembargo, el fracaso de sus intentos no es atípico. Como señala Stumpo, “en laprimera mitad del siglo xvii, las propiedades que valen cientos de miles deescudos pasan del viejo grupo de familias nobles, como los Orsini, los Colonna,los Cesi y los Caetani, al nuevo grupo conformado por los Aldobrandini, losBorghese, los Barberini, los Chigi y otros, a menudo […] heredadas por losparientes del nuevo papa y perdidas por los familiares del anterior” (EnricoStumpo, op. cit., p. 268).

81 Véase, por ejemplo, la inteligente descripción que ofrece sobre el cónclave dondese elige a Gregorio XV. Al parecer, Cesi puede escribir ese informe porque haacompañado a Bartolomeo al cónclave (Giuseppe Gabrieli, “Relazione delConclave di Gregorio XV”, en Archivio della Reale Società Romana di StoriaPatria 50, 1927, pp. 5-32).

82 “Lynceographum quo norma studiosae vital Lynceorum Philosophorumexponitur”, en Archivio linceo, ms 4. Se trata de un manuscrito inédito, cuyoresumen puede encontrarse en Baldassare Odescalchi, Memorie istorico critichedell’Accademia de’ Lincei e del Principe Federico, Roma, Salvioni, 1806, pp. 204-242. Un texto clave para comprender la mirada intelectual y moral de FedericoCesi es su ensayo “Del natural desiderio di sapere et Intitutione de’ Lincei peradempimento di esso”, que no se publica en su época pero sí se encuentrareproducido en Gilberto Govi, “Intorno alla data di un discorso ineditopronunciato da Federico Cesi fondatore dell’Accademia de’ Lincei”, en Memoriedella Reale Accademia Nazionale dei Lincei, Classe di Scienze morali, storiche efilologiche, serie 3, t. v, 1879-1880, pp. 244-261. El trabajo donde mejor se describe

la relación entre la identidad de Cesi y los intereses de los Linces es GiuseppeOlmi, “‘In essercitio universale di contemplatione et prattica’: Federico Cesi e iLincei”, en Laetitia Boehm y Ezio Raimondi (eds.), Università, accademie e societàscientifiche in Italia e in Germania dal Cinquecento al Settecento, Bolonia, IlMulino, 1981, pp. 169-236. Véase también Mario Biagioli, “Declining patrons andPindaric upstarts: The Lincei”, en Atti del convegno “La concezione del mondo inEuropa: Religione, scienza e modernità attraverso l’opera di Alexandre Koyré (1892-1964)”, en prensa.

83 Sobre la relación de dependencia entre Cesi y Francesco Barberini, véaseGiuseppe Gabrieli, “Il carteggio Linceo”, en Memorie della Reale AccademiaNazionale dei Lincei, Classe di Scienze morali, storiche e filologiche, serie 6, t. vii,1938-1941, pp. 853-854, 860-861, 883-884, 918-919, 934-936, 948, 1206.

84 Sobre el ethos y la identidad social de los mecenas aristocráticos en la ciencia dela modernidad temprana, véase Mario Biagioli, “Filippo Salviati: A baroquevirtuoso”, en Nuncius 7, 1992, pp. 81-96. Tal vez resulte interesante examinar lassemejanzas y diferencias existentes entre la identidad de Cesi o sus actitudes conrespecto a la filosofía de la naturaleza y las identidades o actitudes de otrosaristócratas virtuosos, como Tycho y Boyle.

85 Se puede leer un resumen de las reflexiones de Cesi sobre su programa filosóficoy su estatus de aristócrata en el manuscrito que Giuseppe Gabrieli reproduce en“L’orizzonte intellettuale e morale di Federico Cesi illustrato da un suo

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Tras vestirse con largas túnicas decoradas de púrpura, Cesi ascendió a lacátedra y llamó uno por uno a los Linces; luego de leerles las nuevas cons-tituciones, les fue preguntando si estaban dispuestos a obedecerlas. Elprimero de todos fue Eckius, quien dijo que quería y podía obedecerlas,y se colocó la mano derecha abierta sobre el pecho para proferir su jura-mento. Después, el príncipe se abrió la túnica y mostró una cadena deoro que le colgaba del cuello hasta el pecho y de la cual pendía una cabezade lince; le dio una parecida a Eckius y le dijo que recibiera ese símbolode hermandad, que no sólo representa la virtud y la fraternidad, sinotambién una recompensa por sus labores presentes y futuras. Todos losdemás se fueron acercando a él y recibieron cadenas semejantes. En eseacto, fundó solemnemente la Academia de los Linces y la orden de loslinces estudiosos el más augusto día del nacimiento de Cristo.89

En el mismo sentido, cuando la familia del joven Cesi, tal vez desconcer-tada, lo interroga sobre la naturaleza de los Linces y le pregunta por quéestá pasando más tiempo con ellos que con los otros herederos de la aris-tocracia romana, éste les responde:

Llevo un lince de oro suspendido de una cadena en mi pecho comoemblema de mis estudios y mis proyectos literarios. He obsequiado cade-nas parecidas a mis amigos y a las personas de mi familia que me sonmás leales: muchos príncipes honran a los suyos con frisos y ornamen-tos semejantes.90

Si bien la Academia se funda en 1603, su actividad se intensifica despuésde 1610. En ese momento, Cesi ya ha elaborado una imagen más realista ymenos elitista de los Linces, pero aún sigue los principios básicos estable-cidos en 1603.91 Galileo se une a los Linces en 1611 y, a partir de ese momento,

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89 Ibid., p. 29.90 Ibid., p. 68.91 Véase Joannes Farber, Praescriptiones Lynceae Academiae curante Joanne Fabro

Lynceo Bambergensi, Terni, Guerrero, 1624. Sobre el interés de Cesi (limitado porlas dificultades económicas) en fundar instituciones de los Linces fuera deRoma, véanse Antonio Favaro, “Di una proposta per fundare in Pisa un Collegiodi Lincei (1613)”, en Archivio storico italiano, serie 5, Nº 42, 1908, pp. 137-142;Giuseppe Gabrieli, “Il Liceo di Napoli”, en Rendiconti della Reale AccademiaNazionale dei Lincei, Classe di Scienze morali, storiche e filologiche, serie 6, t.xiv, 1938, pp. 499-564; y “Marco Welser Linceo augustano”, en Rendiconti dellaReale Accademia Nazionale dei Lincei, Classe di Scienze morali, storiche efilologiche, serie 6, t. xiv, 1938, pp. 74-99.

materia de filosofía de la naturaleza es una señal de su estatus social. Porlo tanto, su academia no es ni una asamblea de literatos aburridos, ni unainstitución científica moderna ni una especie de orden monástica. En lugarde ello, es una suerte de orden caballeresca, como una versión filosóficade los Caballeros de Malta. En tanto gesto social, la creación de los Lincespuede compararse con la fundación del Uraniborg por parte de Tycho.Así como el ethos feudal de Tycho le dicta construir el castillo de una espe-cie de señor astronómico, la Academia de los Linces representa la expre-sión del ethos de un señor feudal en decadencia que, al igual que Tycho,rehúye la corte y prefiere fundar su propio reino: en este caso, una ordende caballeros filósofos.86

Las connotaciones aristocráticas de la Academia de los Linces se mani-fiestan claramente en la descripción de los rituales que marcan su funda-ción, el 25 de diciembre de 1603. Desde el principio, los Linces no se pro-ponen ser “una república de las letras”, sino que, en palabras de Eckius, “austed, Señor, que brilla con tan heroicas virtudes y está adornado de cua-lidades tan principescas, no le cabe el título de hermano, sino el de prín-cipe de los hermanos. Nosotros somos sólo hermanos, pero Vuestra Seño-ría es nuestro príncipe”.87 Stelluti, por su parte, confirma así la necesidadde establecer una distinción jerárquica:

No hay nada que se pueda acordar con más justicia que nuestro rol dehermanos verdaderos y el vuestro, de príncipe. El amor es para noso-tros, para Vuestra Señoría es el imperio que le pertenece desde que naciópor destino del cielo. A Vuestra Señoría otorgamos el cetro, para que nosgobierne como hermanos.88

Acto seguido, se describe un ritual semejante al realizado para conferir eltítulo de caballero:

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zibaldone inedito”, en Rendiconti della Reale Accademia Nazionale dei Lincei,Classe di Scienze morali, storiche e filologiche, serie 6, t. xiv, 1938, pp. 663-725,esp. pp. 689, 691-694.

86 Sobre la relación entre el ethos aristocrático de Tycho y la ciencia, véase OwenHannaway, “Laboratory design and the aim of science: Andreas Libavius versusTycho Brahe”, en Isis 77, 1986, pp. 585-610.

87 Baldassare Odescalchi, op. cit., p. 28 (basado en el manuscrito “Gesta lynceorum”,del Archivio linceo, ms3). Sobre la figura enigmática de Eckius, véase Elisja M. R.van Kessel, “Joannes van Heeck (1579-?), co-founder of the Accademia dei Lincei inRome”, en Mededelingen van het Nederlands Instituut te Rome 38, 1976, pp. 109-134.

88 Baldassare Odescalchi, op. cit., p. 28.

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hallazgos astronómicos les servían para fortalecer su posición frente a losfilósofos de la Compañía. Asimismo, los jesuitas habían adherido a las ideasantiaristotélicas de Galileo sobre la flotabilidad y se habían mostrado bas-tante disgustados con la situación de 1616.93 Sin embargo, a la larga, tantolos Linces como los matemáticos jesuitas se van instalando en sus respec-tivos nichos, y las condiciones que habían estimulado su cooperacióncomienzan a disolverse de a poco. Al final, como lo demuestra el debatesobre los cometas, los dos grupos terminan enfrentados. Desde la pers-pectiva de Galileo, la publicación de El ensayador marca un choque entrelas dos redes de mecenazgo que había ido construyendo con cuidado a lolargo de los años. Como se ha visto, es la dinámica misma del mecenazgola que impulsa ese choque.

desvíos estratégicos

En el otoño de 1623 se imprimen menos de cuatrocientos ejemplares de Elensayador, una cantidad bastante limitada si se la compara con los dos mil

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93 Giovanni Bardi, un miembro de la nobleza florentina e integrante de laCompañía de Jesús, había realizado una demostración pública en el CollegioRomano sobre la flotabilidad que se basaba principalmente en la obra de Galileo(go, t. xii, N° 1021, pp. 76-77; N° 1024, p. 79). A la demostración habían asistidolos invitados de siempre, pero además estaban Cesi y otros integrantes de losLinces, como Valerio, Faber y Stelluti. El texto, de 16 páginas, se había publicadoluego bajo el título de Eorum quae vehuntur in aquis experimenta (Roma, 1614),con una dedicatoria a Cesi. Como se sabe muy poco de Bardi, cabe agregar queen las siguientes fuentes se pueden encontrar numerosas cartas dirigidas a él:arsi, rom 17, t. i; rom 18; rom 20, t. i; rom 21, rom 22; rom 23. También puedeencontrarse información sobre sus estudios y sus funciones dentro de laCompañía en arsi, rom 55 (“Catalogi triennales 1616-1622”). En rom 56

(“Catalogi triennales 1625-1633”), fol. 337r, se lo califica de “ingenmium etiudicium medium, complexione ignea et cholerica”. Bardi muere el 14 de juniode 1635 (arsi, hist. soc. 43, fol. 11r). Ahora bien, el interés de los jesuitas por laflotabilidad no se limita a la obra de Bardi: en 1614, Giuseppe Biancani presentasu Brevis tractatio de iis quae moventur in aqua a los censores de la Compañía,quienes le niegan la autorización para publicarlo porque no se trata de una obraoriginal sino que reproduce las ideas del Discorso de Galileo (Ugo Baldini, op.cit., pp. 18 y 31). Por último, otro matemático jesuita llamado Marino Ghetaldihabía elaborado un texto sobre la flotabilidad que se basaba en las teorías deArquímedes (Pier Daniele Napolitani, “La geometrizzazione della realtà fisica: ilpeso specifico in Ghetaldi e in Galileo”, en Bollettino di storia delle scienzematematiche 8, 1988, pp. 139-237).

el estatus y la visibilidad de la institución van creciendo con él. Dada lanaturaleza de los Linces y del espacio cultural que intentan procurarse, laverdadera competencia no está en las otras academias literarias, sino en elCollegio Romano. Es más, los Linces se muestran tan sensibles como Gali-leo al avance de los jesuitas en el terreno de la filosofía de la naturaleza,normalmente relegada a la corte. Y aun cuando Cesi no soporte la vida cor-tesana, sabe que ésa es la esfera donde puede mantener su economía a flotey donde deben reconocer en última instancia la excepcionalidad de su aca-demia. De hecho, varios de los integrantes más activos y menos ascéticos,como Ciampoli, Cesarini y Cassiano dal Pozzo, están muy comprometi-dos con esa forma de vida.92 Para ellos (sobre todo para Ciampoli), los Lin-ces representan un modo de destacarse en el ámbito cultural sobresatu-rado de la corte romana, más que el ideal de la vida filosófica en soledadque propone Cesi.

A pesar de la gran competitividad existente en la escena cultural de Roma,los choques entre los Linces y los jesuitas constituyen un acontecimientorelativamente nuevo, ya que los intereses de ambos grupos habían coinci-dido hasta el momento o, como mucho, se habían superpuesto. Es más, elestatus aristocrático de Cesi y el vínculo estrecho que tenía con su tío, elcardenal Bartolomeo, habían contribuido a mantener una relación amis-tosa entre los Linces y el Collegio Romano. En 1611, los matemáticos jesui-tas habían respaldado a Galileo (e, indirectamente, a los Linces) porque sus

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92 Sobre Ciampoli y Cesarini, véanse Giuseppe Gabrieli, “Bibliografia Lincea: ii,Virginio Cesarini e Giovanni Ciampoli”, en Rendiconti della Reale AccademiaNazionale dei Lincei, serie 6, t. viii, 1932, pp. 422-462; “Due prelati lincei in Romaalla corte di Urbano VIII: Virginio Cesarini e Giovanni Ciampoli”, en Attidell’Accademia degli Arcadi 3, 1929-1930, pp. 171-200; “Una gara di precedenzaaccademica nel Seicento fra Umoristi e Lincei”, en Rendiconti della RealeAccademia Nazionale dei Lincei, serie 6, t. xi, 1935, pp. 235-257; DomenicoCiampoli, “Un amico del Galilei: Monsignor Giovanni Ciampoli”, en Nuovi studiletterari e bibliografici, Rocca S. Casciano, Cappelli, 1900, pp. 3-169; MarzianoGuglielminetti y Mariarosa Masoero, op. cit., pp. 131-257; Maurizio Torrini,“Giovanni Ciampoli filosofo”, en Paolo Galluzzi (ed.), Novità celesti e crisi delsapere, Florencia, Giunti Barbèra, 1984, pp. 267-275; Antonio Favaro, “GiovanniCiampoli”, en Paolo Galluzzi (ed.), Amici e corrispondenti di Galileo, Florencia,Salimbeni, 1983, t. i, pp. 135-189; Iustus Riquius, De vita Virginii Caesarini, Padua,Thuilii, 1629; Agostino Mascardi, “Per l’esequie del Signor D. Virginio Cesarino”,en Prose vulgari, op. cit., pp. 349-367; Mario Costanzo, Critica e poetica del primoSeicento, Roma, Bulzoni, 1970, 2 vols.; Augusto Favoriti, “Virginii Caesarini Vita”,en Virginio Cesarini, Carmina, Roma, Bernabò, 1658; Ezio Raimondi, Anatomiesecentesche, Pisa, Nistri-Lischi, 1966; y Ianus Nicius Erythraeus, Pinacotheca,Leipzig, Gleditschl, 1692, pp. 59-60, 63-72.

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que después se conocería como la distinción entre cualidades primarias ysecundarias.98

Estos desvíos y digresiones no son casuales. Al mismo tiempo que le ofre-cen a Galileo un espacio para desplegar toda su originalidad como filó-sofo, también reflejan el marco en que se da el debate, dentro de la corte ybajo la influencia del mecenazgo. Como ya se ha señalado, la mayor partede las obras sobre filosofía de la naturaleza que se producen en el contextode la corte tienen su origen en las preguntas de los mecenas. Esa estructurade preguntas y respuestas no se aplica solamente a la relación mecenas-bene-ficiario, sino también a la interacción entre los rivales. En los casos en quelos contendientes no comparten paradigmas semejantes, sobre todo, losdebates suelen transformarse en un aluvión de preguntas, respuestas y con-trapreguntas con frecuencia divergentes. En cierto sentido, los debates sonconglomerados de pequeños duelos. Las preguntas pueden dispararse encualquier dirección, aunque a menudo versan sobre cuestiones de las quealguno de los participantes tiene conocimiento o argumentos para esgri-mir. Además, cuando atacan a sus críticos con una artillería de contrapre-guntas, los contendientes pueden disipar la idea de que ellos mismos no hanrespondido de manera satisfactoria alguna pregunta anterior.

Como ya se ha indicado, los debates que se originan en el sistema demecenazgo en general no alcanzan un cierre por cuestiones relativas a laeconomía del estatus de los mecenas. Ahora bien, podría agregarse a estoque dichas disputas también demuestran la inexistencia de un protocoloargumentativo especial para los filósofos de la naturaleza, quienes en susdebates se guían por las prácticas tradicionales de las querelles literarias ofilosóficas. La única diferencia es que los nuevos filósofos de la naturaleza(al igual que los literatos de la corte con tradición humanista) expresansu frustración ante el carácter litigioso de las prácticas discursivas asocia-das generalmente con la filosofía tradicional.99 Sin embargo, esas expre-siones de insatisfacción parecen ser poco más que meros gestos de corte-sía discursiva.100

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98 Ibid., pp. 54-56, 347-352.99 Por ejemplo, en su conferencia “Dell’ambitione del letterato”, Guiliano Fabrici

describe los textos de la filosofía escolástica como “litigiosos” (AgostinoMascardi, Saggi accademici, op. cit., p. 105). En el mismo sentido, Cesi solicita aFaber que en las Praescriptiones lynceae (p. 7) se aclare que la filosofía de losLinces se opone a las “controversias verbosas”. Asimismo, en El ensayador Galileosostiene algo semejante (véase go, t. vi, p. 236).

100 En algunos casos, sin embargo, dichas afirmaciones parecen sinceras. Los nuevosfilósofos de la naturaleza, por ejemplo, de vez en cuando disienten con el sistema

ejemplares de las Cartas sobre las manchas solares o los mil ejemplares delDiálogo.94 Resulta obvio, entonces, que el debate se ha intensificado, peroal mismo tiempo ha quedado circunscrito al ámbito local. En 1923, los come-tas de 1618 parecen ser un asunto olvidado para el público en general.95

Si bien Galileo escribe El ensayador como refutación punto por puntode la Libra de Grassi, con frecuencia utiliza el texto como base para exten-sas digresiones. La imprecisión de Grassi cuando afirma que los cometasdeben estar por encima de la luna porque su tamaño no aparece visible-mente aumentado en el telescopio le da lugar a Galileo para ridiculizarlopor su supuesta ignorancia de las leyes de la óptica y para incluir una deesas digresiones. En ella, Galileo vuelve a atribuirse la invención del famosotelescopio y exhibe sus conocimientos sobre óptica al mismo tiempo quepresenta a Grassi como un ignorante.96 Otro de estos desvíos se basa en lacrítica galileana contra la descripción aristotélica de los cometas. En el Dis-corso delle comete, Galileo niega la afirmación de Aristóteles sobre el ori-gen de los cometas, supuestamente causado por la ignición de vapores secosy calientes ubicados justo por debajo de la esfera lunar, cuyo movimientolos arrastra consigo.97 A partir de la ignición de los vapores sublunares,Galileo presenta una breve especulación sobre la naturaleza del calor, queluego se expande en los famosos párrafos de El ensayador donde la per-cepción del calor se explica por la acción de las partículas de calor sobrelos sentidos humanos. A su vez, esta explicación le permite introducir lo

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94 El 8 de septiembre (go, t. xii, N° 1575, p. 129) Stelluti le escribe a Galileo paraavisarle que se ha terminado de imprimir la tirada, compuesta de 12.000 hojas.El ensayador contiene 236 páginas de texto y 14 de ilustraciones, dedicatorias,cartas y poemas, lo que suma unas 250 páginas. Como se trata de un quarto, elcálculo da una tirada total de 384 ejemplares. Sobre la cantidad de ejemplarespublicados de las Cartas sobre las manchas solares, véase go, t. xi, N° 845, p. 482,donde Cesi le escribe a Galileo que ha ordenado una tirada de 2.000 ejemplares.Sin embargo, en Archivio linceo, ms 2, fol. 133r, aparece una cuenta donde figuransólo 1.400 ejemplares. Sobre la tirada del Diálogo, véase go, t. xiv, N° 2188, p. 281.

95 Como lo demuestra el contenido heterogéneo de El ensayador, los cometas handejado de ser la temática exclusiva del debate entre Galileo y Grassi. En losescasos documentos que se conservan sobre la recepción de esta obra, se da aentender que lo atractivo para el público romano no son las ideas de Galileosobre los cometas sino el despliegue espectacular de aptitudes argumentativasque éste emplea para ridiculizar a Grassi, así como los numerosos desvíosespeculativos que se encuentran esparcidos por el texto.

96 go, t. vi, p. 245-261. Sin embargo, Grassi no es el único que recurre a eseargumento. En diciembre de 1618, Stelluti le escribe a Galileo, su compañero delos Linces, una carta donde sostiene exactamente lo mismo (go, t. xii, N° 1365,pp. 430-431).

97 go, t. vi, pp. 52-53.

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dole los pasos y discutiendo con él en términos especulativos. En cambio,prefiere refugiarse en las citas de los autores antiguos. Así, mientras que laDisputatio es una obra de naturaleza empírica y bien argumentada (dignaincluso del mismo Galileo), la Libra contiene un exceso de argumentostomados de las autoridades tradicionales, lo cual le sirve a Galileo comomaterial para burlarse de la pedantería de Grassi.

Una de las digresiones más interesantes de Galileo en el Discorso dellecomete, por ejemplo, es la que plantea la naturaleza atómica del calor.Tras un intento de refutar la hipótesis galileana con pruebas empíricas,Grassi compila una lista de citas de Aristóteles, Ovidio, Virgilio, Lucano yalgunos artilleros de la época, según los cuales los proyectiles se calientane incluso pueden llegar a derretirse como resultado de la fricción del aire.Con ello, Grassi pretende defender la posición aristotélica de que el calores causado por el movimiento mediante la fricción, pero no es movimientoen sí mismo. Más específicamente, desea demostrar que el calor no es untipo especial de materia en movimiento, como plantea Galileo.101 Trasuna extensa lista de citas de los poetas antiguos (incluida probablementepara hacer alarde de sus dotes humanísticas), Grassi cierra el argumentocon una cita desconcertante de las Historias de Suidas, un lexicógrafo griegodel siglo x: “Los babilonios que hacían girar los huevos con sus hondas nodesconocían la dieta del cazador solitario, y mediante ese método, reque-rido por la soledad de la guerra, cocinaban con la fuerza de la honda loshuevos crudos”.102

Galileo, como es de esperar, no pierde la oportunidad de burlarse delos huevos voladores con un gracioso silogismo:

Si Grassi pretende que le crea a Suidas cuando dice que los babilonioscocinaban los huevos con sólo hacerlos girar velozmente en la honda,le creeré, pero debo decir que la causa de tal efecto es muy lejana deaquella que le viene atribuida; y para descubrir la verdad, haré elsiguiente razonamiento: “Si a nosotros no nos sucede un efecto queotros anteriormente han logrado, es necesario que en nuestro operarnos falte aquello que fue causa del logro de ese efecto, y como nos faltauna cosa sola, entonces esa sola cosa debe ser la verdadera causa. Ahorabien, no nos faltan huevos, ni hondas, ni hombres robustos que lashagan girar, mas los huevos no se cocinan. Es más, si estuvieran calien-tes, se enfriarían más rápido de esta forma; y como no nos falta más

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101 Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., pp. 115-122.102 Ibid., p. 119.

En el contexto del mecenazgo, los debates no sólo tienden a quedar sincierre debido a la resistencia de los mecenas a emitir un veredicto final,sino que suelen ramificarse en varias direcciones, lo que dificulta inclusola determinación de los temas en función de los cuales se debe definirquién es el ganador. Resulta obvio, de todas maneras, que esta dinámicacoincide perfectamente con los intereses de los mecenas. En efecto, lasdisputas siguen respondiendo a la economía del estatus de los mecenashasta que se desarrollan protocolos de argumentación estandarizados ose introducen los experimentos como herramientas para circunscribiraquello de lo que se puede hablar y para designar las maneras de produ-cir pruebas aceptables. Mientras tanto, no dejan de ser presentacionesdestinadas al entretenimiento. El debate sobre los cometas constituyeun buen ejemplo de ese protocolo de argumentación preinstitucional yde sus consecuencias.

Durante sus siete años de vida, en el transcurso de los cuales se publi-can cinco textos, la polémica atraviesa un recorrido muy largo, y Galileodemuestra ser más habilidoso que Grassi para marcar el rumbo de esamigración. A partir de dos cuadernillos breves se generan tres volúmenesrespetables. Llegado el final del debate, Galileo ha logrado desplazarse delhueco oscuro donde lo había arrinconado la Disputatio a una posición enla que él tiene la última palabra. Para posibilitar ese desplazamiento, elautor recurre a la estética de la corte. Al momento de publicarse El ensa-yador, los temas de la disputa se han ramificado tanto que han eclipsadoel punto inicial de discusión, problemático para Galileo. En la misma jugada,Grassi ha quedado fuera del enclave que lo protegía al principio para ir adar en la selva de las trampas dialécticas y del virtuosismo filosófico deGalileo. Como resultado, toda vez que Grassi no posee contraargumentosempíricos firmes para refutar los de Galileo, se siente incómodo siguién-

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de recompensas que se basa en las disputas (razón por la cual Cesi crea a losLinces). No obstante, éstos reconocen que ese sistema es el único que tienen y se adaptan a él “de mala gana”. En efecto, según Cesi, las disputas no songarantía de que vaya a ganar el mejor, pero siempre es una ventaja que el mejortenga buenas aptitudes para el debate. En síntesis, al expresar sus frustraciones,los nuevos filósofos de la naturaleza ponen de manifiesto también la necesidadde alternativas que, en su labor, no adoptan o no pueden adoptar. Los troposempleados en las críticas contra el carácter contencioso de los filósofostradicionales con frecuencia son reformulaciones de las críticas vertidas por loshumanistas contra las prácticas de los filósofos profesionales, un elemento que se encuentra incluso en Petrarca (Neal W. Gilbert, “The Early Italian humanistsand disputation”, en A. Molho y J. Tedeschi [eds.], Renaissance studies in honor of Hans Baron, Florencia, Sansoni, 1971, pp. 203-226, esp. 219-220).

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la fábula del sonido

En el otoño de 1623, Cesarini le escribe a Galileo para contarle que El ensa-yador le ha gustado tanto al papa que pide que se lo lean en la mesa.106 Unosdías después, le dicen que Ciampoli sigue leyéndole partes del libro al papa,quien parece estar especialmente fascinado con la “fábula del sonido”.107

Se trata de las páginas donde Galileo relata la historia de un hombre queoye un sonido determinado e intenta descubrir su origen. Cada vez quecreer haber hallado la causa verdadera, vuelve a oír el mismo sonido y seda cuenta de que la naturaleza lo produce de otra manera más. Tras seguirel sonido y atribuírselo a diferentes causas, el hombre por fin encuentrauna cigarra. Piensa que de una vez por todas hallará la causa real y deciderealizar un “experimento crucial”:

Y finalmente, alzándole el casco del pecho y encontrando debajo unoscartílagos duros pero flexibles, y creyendo que el estrépito derivaba deltemblor de aquéllos, se dispone a romperlos para hacerla callar, perotodo es en vano hasta que, hundiendo la aguja más adentro, le quita,transfigurándola, con la voz la vida, de modo tal que no puede tener cer-teza de que el canto derivara de aquéllos.108

A Urbano le gusta la parábola no sólo porque es el clímax literario de Elensayador, sino también porque constituye un ejemplo perfecto de la cul-tura cortesana. Demuestra que el placer reside en la apreciación de la natu-raleza y su virtuosismo, es decir, en la multiplicidad de causas que presentala naturaleza (y, por lo tanto, Dios) para producir un mismo sonido. Al tra-tar de encontrar la causa única y verdadera del sonido, el hombre no sólofracasa sino que mata a la cigarra y, con ella, el placer de la búsqueda. Porlo tanto, el filósofo que busca las causas necesarias en vez de disfrutar lasnovedades que aparecen en el camino es un filósofo ingenuo y, además,no sabe interpretar el papel de cortesano. Al matar a la cigarra, el hombrepone en evidencia su propia falta de virtuosismo filosófico, cortesía y res-peto por el poder infinito de Dios.

La misma visión sobre la cultura cortesana se observa en el discurso cere-monial pronunciado por Mascardi en 1625 ante la academia del cardenalSavoia. Como el virtuoso de Galileo, que debe saber apreciar las noveda-

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106 go, t. xiii, N° 1589, p. 141.107 Ibid., N° 1593, p. 145.108 Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., p. 236.

que ser de Babilonia, entonces el ser de Babilonia es la causa del endu-recimiento de los huevos, y no la fricción del aire”. Esto es lo que que-ría probar.103

Si bien la burla de Galileo es demoledora para Grassi, tal ingenio no debeimpedir que se advierta el carácter especulativo de su teoría, tan incorrectaen términos actuales como lo era la presentada por Grassi. La principaldiferencia entre Grassi y Galileo yace en el estilo argumentativo de cadauno más que en la plausibilidad de sus afirmaciones. De hecho, como severá más adelante, las pruebas empíricas correctas que aporta Grassi sonbastante más numerosas que las aportadas por Galileo. En consecuencia,no debería hacerse una lectura acrítica de la representación de Grassi comoun pedante absoluto, por más magistral que sea el estilo de Galileo.104 Dicharepresentación no es más que un efecto de las tácticas galileanas, adopta-das más tarde contra el Simplicio del Diálogo. Si bien Grassi tiene todo elpotencial de ser un pedante, también es cierto que no lo pone en práctica,y mucho menos en la Disputatio. Todo lo contrario, se esfuerza por adop-tar un estilo argumentativo elegante, más cercano al de la corte, y pordeshacerse del dogmatismo que en general acompaña el discurso de losaristotélicos. En el mismo sentido, la Libra no está compuesta sólo decitas de autoridades, sino que contiene numerosos argumentos empíri-cos. Para defender la teoría aristotélica sobre los vapores arrastrados porel movimiento de la esfera sublunar, Grassi incluso incorpora pruebas expe-rimentales basadas en modelos donde se simulan los procesos que sonobjeto del debate.105 Por lo tanto, se puede afirmar que la pedantería no esuna característica esencial de Grassi, sino que surge generalmente cuandoel autor se queda sin opciones, lo que a su vez sucede porque Galileo extiendeel objeto del debate mucho más allá de sus límites iniciales. Es Galileo quien,para salir de la emboscada original, provoca la transición de Grassi haciala pedantería y luego se burla de él con sus amigos de la corte.

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103 Ibid., p. 301.

104 En realidad, la actitud de Grassi con respecto a las autoridades de la Antigüedadno es tan sumisa como lo quiere dar a entender Galileo. Si bien es cierto que elprimero presenta citas de los antiguos como pruebas, no supone que esas citasindiquen el estado normal de las cosas. En cambio, afirma que esos fenómenosse dieron en algún momento, pero reconoce la posibilidad de que ya no seaniguales en el presente. En síntesis, las propone como refutaciones singulares delas hipótesis galileanas, que para él han sido presentadas como leyes naturales.

105 Ibid., pp. 105-115. Presentados como respuesta a Galileo en go, t. vi, pp. 53-54.

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una prescripción) para no tomar partido. Se trata de un tipo de discursoque los ayuda a maximizar su nivel de visibilidad sin correr demasiados ries-gos. La capacidad de la naturaleza para producir determinado efecto de dis-tintas maneras, elogiada en El ensayador, es lo que le permite a Urbanodisfrutar de los hallazgos espectaculares y las hipótesis polémicas de Gali-leo sin tener que decidir sobre su correspondencia o no con las SagradasEscrituras. Esta suerte de “nominalismo cortés” (o eclecticismo barroco)ofrece las prácticas discursivas que mejor se adaptan a las necesidades delabsolutismo político.110 Para formar los cimientos culturales tan caracte-rísticos de la corte barroca se entretejen la actitud desinteresada del mece-nas, la inadecuación de las causas necesarias y el discurso ex profeso, el elo-gio de la plenitud ofrecida por la naturaleza y del poder ilimitado de Dios,la apreciación de las hipótesis, los inventos y los hallazgos ingeniosos, y elanacronismo de los sistemas filosóficos basados en dogmas.

La fábula del sonido, por su parte, no representa solamente la cultura dela corte sino también la estructura argumentativa de El ensayador. De hecho,Galileo la incluye casi a mitad del libro, en un punto en que necesita justi-ficar el uso de un estilo argumentativo basado en hipótesis originales e inter-pretaciones singulares más que en pruebas empíricas. La introduce explí-citamente para ridiculizar la supuesta pedantería de Grassi y su incapacidadde disfrutar el juego de las novedades. Los métodos empleados por Galileopara articular esta táctica de manera tal que se adapte a una amplia varie-dad de argumentos y problemas específicos resultan muy significativos.

Uno de los desafíos más complicados que se le presentan en El ensaya-dor es socavar la credibilidad de las proposiciones matemáticas de Grassisobre la posición y la trayectoria del cometa. La estrategia principal queadopta Galileo es sostener que, como ya había afirmado en el Discorso dellecomete, antes de recurrir a la medición de la paralaje o a otros métodosgeométricos es necesario verificar que se está trabajando con objetos físi-cos concretos. Según Galileo, Grassi nunca lo verifica, pero no por come-ter un error técnico sino por realizar una aplicación demasiado literal desus herramientas matemáticas. Para él, Grassi es dogmático incluso en lamedición de la paralaje. Le falta delicadeza filosófica.111 En palabras de Gali-

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110 Se emplea aquí el término “nominalismo” debido a la analogía evidente entreesta posición y la de Ockham. Es más, en ambos casos la crítica contra laposibilidad de encontrar las causas necesarias de los fenómenos deriva en formadirecta de la idea de omnipotencia divina.

111 En cierto sentido, se transmite la imagen de Grassi como alguien que trata de aprender a ser cortesano leyendo manuales de etiqueta, pero no logra tomarlela mano al asunto.

des y los prodigios de la naturaleza sin buscar sus causas necesarias, elcortesano de Mascardi (que como todo buen humanista aprecia la copia)debe recoger las flores que encuentra en el jardín de las musas sin pedirningún sistema filosófico de dogmas ni perder el tiempo elaborándolo.109

La fábula del sonido está en consonancia no sólo con el discurso de Mas-cardi, sino también con parte de la dinámica del mecenazgo analizada enlos capítulos anteriores. En la corte y en los salones de las familias patri-cias, los mecenas buscan presentaciones deslumbrantes e interpretacio-nes originales más que silogismos áridos. Lo que importa es el espectáculo,no el producto final. Sin embargo, el hecho de que los mecenas privile-gien los aspectos escénicos de los debates por sobre la evaluación del valorde verdad atribuible a las afirmaciones de cada participante no es sola-mente un síntoma de la superficialidad que los caracteriza ni de su inca-pacidad para seguir en detalle los argumentos debatidos. Como los mece-nas no quieren arriesgar su estatus ni su poder tomando partido por unbeneficiario cuyas afirmaciones puedan considerarse incorrectas o dema-siado controvertidas, los planteos terminantes quedarían fuera de modapor amenazar la economía de todo el sistema social de la corte. Los quepresentan planteos terminantes y rígidos no son los virtuosos de la cortesino los técnicos, es decir, los descorteses que no saben apreciar el ele-gante juego de las hipótesis alternativas. Ahora bien, a estos técnicos no selos representa como amenazas sino sencillamente como personas aburri-das cuya manera de pensar y discutir demuestra que tienen un intelectoservil. Ser esclavo intelectual de un sistema filosófico es semejante a ser dela clase baja, es decir, a ser esclavo de las condiciones materiales. Ser pedanteequivale a ser mecánico. Como ya se ha visto, la literatura de la corte suelerepresentar a los filósofos de la universidad en esos términos.

En síntesis, existe un vínculo interesante entre el gusto de la corte y ladinámica del mecenazgo. La estética de las gemas que se encuentra presenteen el discurso de Mascardi y en el homenaje de Galileo a la plenitud irre-ductible de la naturaleza no sólo representa la encarnación de la cortesía yel antónimo de la pedantería, sino que también constituye la estética másapta para la economía de poder de los mecenas. De hecho, ese tipo de dis-curso refleja los intereses de los grandes mecenas, como Cosme de Medici,Leopoldo de Austria y el papa. El eclecticismo refinado que caracteriza alas cortes barrocas posibilita la existencia de los debates elegantes al mismotiempo que ofrece a los mecenas una justificación filosófica (o, más bien,

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109 Sobre la copia, véase Terence Cave, The Cornucopian text, Oxford, ClarendonPress, 1979, pp. 3-34.

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Galileo da a entender que la naturaleza tiene otros modos de producircometas, distintos de los empleados para producir el arco iris y demás fenó-menos ópticos. Un argumento como éste resulta suficiente para el públicode la corte. Por otra parte, si bien la táctica de depositar en su adversariola carga de la prueba no es una novedad para Galileo (que ya la ha adop-tado, aunque sin mucho éxito, en la Carta a Cristina de Lorena), en esteperíodo cuenta con la fuerza de la “gema” como tropo cultural para res-paldar el uso de dicha táctica.

Ahora bien, ése no es el único recurso que le ofrecen a Galileo lasprácticas discursivas de la corte en su debate contra Grassi. Aunque ensus textos de astronomía y mecánica abundan las consideraciones meta-físicas aisladas, nunca las reúne de manera sistemática como para for-mar un sistema filosófico integral, ni siquiera en la disputa sobre los come-tas. Esa ausencia de un sistema filosófico lo coloca en una posicióncomplicada al momento de polemizar con los filósofos de la naturaleza,que basan sus afirmaciones en los sistemas existentes y conciben las expli-caciones como modos de insertar determinados fenómenos en esos mar-cos coherentes. De acuerdo con lo señalado en el análisis del debate sobrela flotabilidad, los filósofos critican a Galileo por carecer de un sistemaen el cual se puedan incorporar los principios físicos utilizados para susargumentos. Es más, la variedad de problemas y fenómenos que Galileopuede abordar con su enfoque matemático es mínima si se la comparacon la multiplicidad de explicaciones cualitativas disponibles para losadeptos al sistema aristotélico. Aunque Galileo trata de enaltecer inte-lectualmente la libertad de decir que no tiene explicaciones para todo, escierto que semejante enfoque no posee demasiado poder de convicciónpara los aristotélicos. Como sostiene Feyerabend, la carencia de un sis-tema filosófico articulado constituye una desventaja importante para Gali-leo.118 Se podría decir que, sin ese respaldo filosófico, su cosmovisión nacerefutada y requiere de un sistema de hipótesis ad hoc y teorías auxiliaresque la rodeen para subsistir. Con esa especie de escudo protector, ofre-cido a Galileo precisamente por las prácticas discursivas de la corte, lanueva cosmovisión se mantendría a salvo durante el tiempo necesariopara su proceso de articulación.

La analogía entre el estilo argumentativo de Galileo y el discurso de la cortecontribuye a deslegitimar los argumentos de Grassi, basados en la autori-dad dogmática, y al mismo tiempo ayuda a legitimar la nueva filosofía de lanaturaleza. Galileo no presenta sus hipótesis como partes de un sistema filo-

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118 Paul. K. Feyerabend, Against method, Londres, Verso, 1975, pp. 69-120.

leo, el método geométrico debe usarse con cuidado porque “es un desafíodemasiado peligroso para los que no pueden manejarlo”.112 Es decir que elproblema no reside en el enfoque matemático de Grassi, sino en su carác-ter obstinado.

Otro problema que Galileo menciona varias veces es que Grassi malin-terpreta reiteradamente sus afirmaciones. Cuando él presenta una hipó-tesis, Grassi la interpreta como un postulado y trata de criticarlo por nohaber producido la demostración del caso.113 Tales críticas deben desecharse,ya que tienen su origen en el dogmatismo errado del jesuita.114 Para Gali-leo, Grassi es tan rústico en términos filosóficos como el hombre de lafábula, quien no quiere aceptar que la naturaleza puede producir el mismoefecto mediante diversas causas.115 El jesuita parece no entender que, enalgunas ocasiones, es señal de delicadeza no buscar las causas últimas, sinnecesidad de que esto indique una falta de valor intelectual. Es más, cuandouno insiste en buscar la causa única, no sólo le resulta imposible encon-trarla, sino que puede terminar matando a la cigarra. Por lo tanto, si Grassino sabe cómo es el juego y se toma todo demasiado en serio, no deberíaesperar que un virtuoso como Galileo respetara sus reglas.116 Si quiere prue-bas, debe buscarlas por sus propios medios. En cierto sentido, Galileo trans-forma el debate en un juego de salón que deposita en Grassi la carga de laprueba como castigo por no haber seguido las reglas.

En una instancia del debate, por ejemplo, Grassi critica a Galileo porafirmar que los cometas son una refracción de ciertos vapores, pero sin darcuenta de su movimiento, que no está ligado al del sol como es el caso delarco iris. A esto, Galileo responde lo siguiente: “Aquí sería una respuestacompetente decir que no hay necesidad alguna de que el cometa deba seguirel estilo del arco iris, del halo o de otras ilusiones ópticas, pues el cometaes diferente del arco iris, del halo y de las otras [ilusiones ópticas]”.117 Sintomarse la molestia de describir las diferencias existentes entre los come-tas y las demás ilusiones ópticas generadas por la refracción de la luz,

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112 go, t. vi, p. 296.113 Ibid., pp. 225, 235-237, 273, 276-277, 278-279, 281-282, 289, 297, 303, 306, 316, 343-

344. Galileo también acusa a Grassi de tergiversar concientemente sus hipótesisen tanto afirmaciones empíricas para luego poder atacarlas (ibid., pp. 294, 303,305, 310, 314, 316).

114 En go, t. vi, p. 236, Galileo relaciona el dogmatismo con la agresividad y el deseode ganar las discusiones mediante argumentos retóricos más que lógicos.

115 Ibid., p. 289.116 Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., pp. 227-228; y go, t. vi, pp. 240,

279, 333-335, 341-343.117 go, t. vi, p. 297 (traducción del autor).

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ción ecléctica de joyas singulares. Estas joyas, a su vez, pueden ser hallaz-gos empíricos o hipótesis novedosas, pero lo que más importa es su sin-gularidad y su originalidad.120

Éste es el contexto en el que debería leerse la famosa imagen galileanadel libro de la naturaleza:

La filosofía está escrita en este vasto libro que tenemos continuamenteabierto ante nuestros ojos (me refiero al universo), pero que no puedeentenderse si primero no se aprende a entender la lengua y a conocer loscaracteres con los que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático,y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sinlas cuales es imposible entender humanamente una palabra; sin elloses enredarse vanamente por un oscuro laberinto.121

Generalmente se interpreta este párrafo como una declaración abierta deGalileo sobre su adhesión al método matemático (o incluso al platonismo),cuando en realidad esa adhesión se manifiesta de manera bastante indi-recta.122 Es importante recordar que el público de Galileo no está compuestopor los historiadores y filósofos del siglo xxi, sino por los cortesanos delsiglo xvii. Para ellos, la imagen de la naturaleza como un libro resulta atrac-tiva porque representa la idea del conocimiento no mediado.123 Si bien escierto que hay que aprender a leer esos caracteres, también es verdad queaprender un idioma no equivale a ser esclavo de un sistema filosófico.Una vez adquirida la competencia lingüística, el libro está abierto y la inter-

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120 Ibid., pp. 236-237.121 Stillman Drake y C. D. O’Malley (trads.), op. cit., pp. 183-184.122 De hecho, el blanco directo del ataque no es Aristóteles sino Tycho, aunque

se puede considerar que constituye una crítica general a la noción de autoridadrespecto de la filosofía de la naturaleza. Lo que Galileo intenta lograr a cortoplazo es que no se descarte a Copérnico por canonizar a Tycho como nuevaautoridad en materia astronómica. En realidad, Galileo pretende demostrar que, refutado Ptolomeo y declarada la falsedad de la teoría copernicana, no se necesita ninguna autoridad en esa materia.

123 En “Dell’ ambitione del letterato”, Giuliano Fabrici, inspirado tal vez por Elensayador, afirma lo siguiente: “La filosofía debería estudiar el gran texto escritopor Dios: un volumen que es el mundo cuyos caracteres son las experiencias. Nodebería quedar sujeta a las normas de un texto litigioso que, tras dos mil años deinterpretaciones, aún no es comprendido”. En síntesis, el libro de la naturalezarepresenta un tipo de conocimiento que al mismo tiempo supera los sistemasfilosóficos y deja de lado lo litigioso. Cuando se superan los “intereses creados”de los sistemas filosóficos, desaparece también su tendencia a generar disputas(Agostino Mascardi, Saggi accademici, op. cit., p. 105).

sófico integral (del cual carece), sino como novedades que brillan por méritopropio. Mientras que esas novedades o hipótesis innovadoras constituyenuna amenaza para los adeptos a los dogmas filosóficos, cuando se presen-tan ante los ojos de los virtuosos de la corte, sofisticados y ajenos a los dog-mas, ellas se convierten en espectáculos agradables donde la naturalezadespliega toda su diversidad y su plenitud. Al adoptar las prácticas dis-cursivas de la corte y elegir como público a los cortesanos, Galileo pro-cura transformar en una virtud el problema de no poder ofrecer muchasexplicaciones. Para ello, sostiene que sólo las personas poco refinadas yperspicaces pueden inclinarse por esos sistemas que pretenden explicartodo, aunque las conclusiones no sean verdaderas. El elitismo, la distincióny la singularidad como tropos de la cultura cortesana le permiten afirmarque el verdadero virtuoso debe preferir unas pocas proposiciones ciertasantes que muchas proposiciones erróneas.119 Como señala Mascardi en sucaracterización de la cultura cortesana, lo único que quiere y necesita unbuen cortesano es un pequeño ramo de flores bien escogidas. En conse-cuencia, a Galileo ya no le hace falta criticar la naturaleza ad-hoc del sis-tema aristotélico ni sus problemas empíricos, puesto que cuenta con unargumento previo en su contra: si uno es parte de le monde, no tiene nin-gún interés en construir un sistema.

En cierto modo, los virtuosos de la corte aprecian las novedades por-que éstas son emblemas de la libertad intelectual que ellos poseen en vir-tud de su estatus social (o de la representación ideal de dicho estatus). Enefecto, a los nobles se los representa como seres objetivos en tanto son indi-viduos desinteresados y, a su vez, son desinteresados porque gracias a suindependencia económica no tienen intereses creados en el resultado delos debates. En el mismo sentido, los nobles (o los que pretenden repre-sentarse como tales) no deben permitir que su intelecto quede esclavi-zado por ningún sistema filosófico. El eclecticismo en materia filosóficaes la opción natural para los integrantes de este grupo social, por una cues-tión de “nobleza obliga”. Así, el discurso ceremonial de Mascardi y la fábuladel sonido de Galileo presentan una imagen del saber como una colec-

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119 go, t. vi, p. 237. Esto demuestra que Galileo no es un innovador en el sentido de alguien que, como regla general, se inclina por las nuevas cosmovisiones. Al contrario, Galileo se opone al surgimiento de sistemas filosóficos nuevos,como los anhelados por Campanella o Bruno. Según lo aclara en El ensayador,él no pertenece a los antiguos ni a los modernos en términos de sistemasfilosóficos (ibid., p. 235). Más bien, se manifiesta en contra del uso de argumentos dogmáticos atribuidos a cualquier sistema filosófico, seatradicional o no.

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ídolos) en la mente. Responder a un sistema filosófico es como tener laconciencia sucia: constituye un signo de incivilidad y de “impotencia” inte-lectual. En última instancia, implica una falta de poder intelectual y, porlo tanto, de objetividad.

Así, la reacción de las personas ante los hallazgos y las hipótesis novedo-sas funciona como una especie de detector de mentiras. Aquellos que sesienten perturbados o amenazados por la llegada de una novedad, es por-que esconden algo, tal vez un sistema filosófico.126 En palabras de Galileo,la tendencia de Grassi a atacar sus hipótesis como si fueran verdaderospostulados en vez de tomarlas por lo que son constituye “un signo de ánimoalterado por alguna pasión”.127 En cierto sentido, cuando Galileo mencionala pedantería de Grassi, está exponiendo la “conciencia sucia” del jesuita. Sibien en la Disputatio logra pasar por un librepensador digno de la corte,en la Libra (con la ayuda de Galileo) saca a la luz sus intereses creados.

Se podría pensar que Galileo justifica la asimetría de su postura acercade las hipótesis mediante una manipulación de las connotaciones cultu-rales atribuidas a la apreciación de las novedades o de los sistemas filosó-ficos. Cuando Grassi lo critica por las enormes brechas presentes entresus hipótesis y las pruebas disponibles, Galileo ni siquiera intenta negaresas críticas. En lugar de ello, responde que la naturaleza puede zanjaresas brechas de muchas maneras, desconocidas para el hombre. A su vez,Galileo acusa a Grassi de usar hipótesis ad hoc para tratar de salvar sus pos-tulados. De este modo, se podría considerar que traza la siguiente dife-rencia: mientras que sus hipótesis son “puras”, las de Grassi son “interesa-das”.128 Galileo está jugando, pero Grassi está haciendo trampa.

Esto se puede comprender mejor con un ejemplo de las hipótesis adhoc supuestamente inocentes que presenta Galileo. En un momento, Grassitrata de refutar la idea de Galileo que atribuye la sensación de calor a unaspartículas materiales diminutas que se desprenden de los cuerpos sólidos

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126 La crítica de Galileo contra los pedantes y los adeptos a los sistemas filosóficoscomo intelectuales impotentes se muestra acorde con el estereotipo negativo delos frailes reprimidos. En cierto sentido, habida cuenta de su identidadsocioprofesional, el fraile es el mejor representante de esos adeptos. Con esto nose pretende elaborar una psicohistoria de los matemáticos jesuitas, sino señalarla gran diferencia existente entre la cultura de las órdenes religiosas y la de loscardenales y las cortes romanas (una diferencia que Galileo intenta capitalizar).

127 go, t. vi, p. 236.128 En líneas generales, lo que plantea Galileo es que las novedades son beneficiosas

porque contribuyen a criticar las ideas heredadas y, aunque no necesariamenteconducen a la verdad, al menos ayudan a producir los mejores argumentosposibles (ibid., p. 282).

pretación es libre.124 En realidad, podría pensarse que no importa dema-siado si los cortesanos son capaces de adquirir ese lenguaje o no. Lo másimportante es que la noción de conocimiento presentada por Galileo coin-cide con la de los cortesanos. Para ellos, lo potencial tiene más relevanciaque lo concreto.

Esta imagen implica que los cortesanos no sólo pueden leer el libro dela naturaleza por sus propios medios, sino que también pueden elegir quépágina o párrafo leer. Como sucede con El ensayador, no hace falta incor-porar todo un sistema filosófico ni seguir un relato extenso para entenderde qué se trata el libro, sino que es posible abrirlo en cualquier página alazar y encontrar allí una gema, del mismo modo que Ciampoli lee paraUrbano. Para poder hablar de filosofía, no es necesario leer todo el Orga-non aristotélico en el orden correcto. Aunque es indudable que Galileo pre-tende legitimar el método matemático, no recurre para ello al platonismoni el al realismo matemático, sino al tropo cortesano del conocimientosin pedantería.125

Para concluir, se puede presentar una última estrategia de Galileo. Loesperable sería que, al aplicar un enfoque hipotético tan abierto, el autorhubiera dejado de lado todo parámetro para la diferenciación entre hipó-tesis ad hoc e hipótesis propiamente dichas. Sin embargo, esto no es así. Alparecer, Galileo considera aceptables todas sus propias hipótesis al mismotiempo que critica a Grassi por introducir hipótesis ad hoc. Se puede pen-sar que esta otra asimetría enigmática también está arraigada en el des-precio de la corte por los sistemas. Como consecuencia del vínculo cre-ado por Galileo para conectar las hipótesis y las novedades con el ethos dela corte, aquellos que adhieren a los sistemas quedan representados comoindividuos carentes de ética intelectual. Si los nobles son seres objetivosporque no tienen intereses creados, entonces los adeptos a los sistemas care-cen de esa objetividad porque tienen intereses especiales. La adhesión aun sistema no sólo indica que se tiene una mentalidad servil e innoble, sinotambién, como señala Bacon, induce la aparición de intereses creados (o

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124 La imagen del libro abierto de la naturaleza refleja otras prácticas de carácter nomediado propias de los aristócratas, como la botánica y la arqueología.

125 Mucho se ha escrito sobre la relación entre las prácticas de los artesanos aprincipios de la edad moderna y las nociones de progreso y apertura al cambioconceptual. Aunque la cultura de las cortes barrocas dista bastante de la culturade los talleres, cabe señalar que, por motivos muy diferentes, ambas ofrecenrecursos para la legitimación del nuevo saber. El cambio, la novedad y lasingularidad constituyen elementos fundamentales de la cultura de esas cortes,conectados de manera intrínseca con la necesidad de distinción y con larepresentación de los cortesanos como seres ajenos al servilismo.

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Es más, el hecho de que Galileo no responda lo postulado por Grassi ensu Ratio de 1626 da cuenta de que El ensayador ha sido suficiente para res-taurar su honor a los ojos del público y, por lo tanto, no se necesita nin-gún texto más. En palabras de Cesi:

Creo que todos saben muy bien que Vuestra Señoría ya está fuera de lajusta y que no está obligado a descender a la arena ni a entrar en nin-guna empalizada con nadie. […] Lo mismo les parece a Monseñor Ciam-poli y a otros cortesanos que aman y estiman las obras de Vuestra Seño-ría como éstas lo merecen.132

La reputación de Galileo en Roma también se ve reflejada en la bienve-nida atípica que le ofrece el papa, quien le otorga seis audiencias en seissemanas cuando éste va de visita a la ciudad unos meses después de publi-car El ensayador. Galileo espera que en esas audiencias el papa preste suaprobación condicional para la redacción del Diálogo sobre los dos máxi-mos sistemas. Aunque Urbano no se compromete a tal efecto, sí le da seña-les positivas al cardenal Hohenzollern, quien a su vez se las transmite aGalileo.133 Al final, muchos años más tarde, Urbano acaba por prestar esaaprobación bajo la condición de que Galileo concluya el Diálogo subra-yando que Dios, en virtud de su omnipotencia, puede haber estructuradoel cosmos de muchas formas distintas. Sin duda, este pedido hace referenciadirecta a la fábula del sonido. En efecto, la analogía entre el tropo de Gali-leo y las ideas teológicas de Urbano se manifiesta en un diálogo entre ambosque Agostino Oreggi, teólogo del papa, reproduce en su tratado De Deouno de 1629:

De acuerdo con todos los argumentos presentados por el ilustrísimocaballero [Galileo], [Urbano] le pregunta si Dios habrá tenido el podery la sabiduría de organizar de manera diferente los astros y sus órbitas

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cuando entran en fricción y que penetran los poros de la piel. Para ello, eljesuita afirma que ha controlado el peso de un cuerpo antes y después decalentarlo a golpes de martillo y que no ha detectado variación alguna. Larefutación de Grassi, de apariencia bastante lógica, es descartada de plenopor Galileo, que la considera metodológicamente insostenible. Según él,resulta muy posible que las partículas desprendidas del cuerpo sólido ten-gan un peso específico mucho menor al del medio que las rodea y, por lotanto, en virtud de las leyes arquimedianas de la flotabilidad, no habría nin-guna causa necesaria para que el cuerpo se vuelva más liviano después desometerse al calor.129 La misma afirmación que a Grassi le parece, con todaslas justificaciones del caso, una hipótesis ad hoc, a Galileo le parece válida.Éste reconoce que sus hipótesis son adicionales, pero no que son ad hoc,ya que su autor no tiene intereses creados y, en consecuencia, ellas no res-ponden a ninguna motivación oculta.130 En realidad, es la naturaleza la queva a intervenir con su plenitud y su multiplicidad para cerrar las brechaspresentes en la cadena de argumentos de Galileo, pues la naturaleza estádel lado de los buenos.

Con todo esto se pretende demostrar que, colocado en el contexto delmecenazgo y la cultura cortesana, El ensayador pierde su carácter enig-mático y desconcertante para comenzar a aparecer como un artefacto dignode la corte. Con él, Galileo se las arregla para transformar en recursosciertas desventajas importantes. Lo que resulta es un texto donde no seintenta probar nada en especial sobre los cometas ni sobre la astronomíacopernicana, sino más bien se adopta el discurso de la corte para legiti-mar un modo de hacer filosofía de la naturaleza y deslegitimar otro. A cortoplazo, la estrategia funciona perfectamente. El manifiesto cultural de Gali-leo es bienvenido y elogiado por el papa y por toda la comunidad corte-sana y académica de Roma, con la importante excepción de los jesuitas.131

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129 Ibid., p. 334. Este argumento es muy semejante al de los cometas comorefracciones de luz. En ambos casos, Galileo niega que se pueda usar un sistemade medidas para comprobar legítimamente los fenómenos. Resulta interesante lasemejanza de las defensas: así como tomar el peso del cuerpo no sería unaherramienta adecuada para poner a prueba su hipótesis sobre el calor, tampocose podría determinar la posición de los cometas empleando un tipo de medición(la paralaje) que no puede discernir entre cuerpos reales y ficticios, y que, por lotanto, no sirve para medir refracciones.

130 De hecho, en términos legales, Galileo no puede tener ninguna motivaciónoculta, ya que la cosmología heliocéntrica de Copérnico ha sido condenada y leestá prohibido defenderla.

131 No obstante, en una carta de abril de 1625, Guiducci le informa a Galileo quealguien presentó en el Santo Oficio una acusación contra El ensayador (go,

t. xiii, N° 1720, pp. 265-266), aparentemente centrada en el supuestocopernicanismo de la obra. La acusación no procede, probablemente porque el padre Giovanni de Guevara, censor elegido por el Santo Oficio, es bastantecompasivo con Galileo. Sin embargo, la acusación anónima contra las ideasatomistas de El ensayador, descubierta por Redondi, constituye un elementocentral de la tesis que el mismo autor presenta en Galileo heretic.

132 go, t. xiii, N° 1902, p. 448.133 Ibid., N° 1637, p. 182. En marzo de 1630, tras una conversación al respecto con el

papa, el padre Campanella también informa que éste ha mostrado signos deapertura hacia el copernicanismo (go, t. xiv, N° 1993, pp. 87-88).

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El ensayador presenta a Galileo en tanto filósofo especulativo, librepensa-dor y digno de la corte, el Diálogo tiene como fin devolverlo a su posiciónde “astrónomo filosófico”, es decir, de astrónomo dedicado a estudiar laestructura del cosmos y proponer argumentos sobre ella.

Según lo analizado, el debate sobre los cometas demuestra que las hipó-tesis pueden llegar a interpretarse como postulados dogmáticos, inclusosi se reconoce de manera explícita su carácter especulativo. Por más com-plejo y planificado que sea, ningún texto puede evitar que el público lolea con una mirada más o menos hipotética o realista. Esto es aun másfuerte en el caso de un texto como el Diálogo, con la ambigüedad inherenteque lo caracteriza: su interpretación está destinada a ser contextual. Comose verá a continuación, la dinámica particular de la corte romana deter-mina ese contexto de un modo que Galileo no ha previsto.

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de modo tal que queden salvados los fenómenos que aparecen en el cieloo que se refieren al movimiento, el orden, la ubicación, la distancia y laorganización de los astros. El Santísimo Padre dice luego que si él niegaeso, entonces deberá probar que si las cosas suceden de un modo dife-rente a lo presentado [por Galileo], esto implica una contradicción. Enefecto, Dios en su poder infinito puede hacer todo aquello que no impli-que una contradicción; y como la sabiduría de Dios no es menor quesu poder, si se admite que pudo haber hecho eso, entonces debemos afir-mar que sabía cómo hacerlo. Y si Dios tenía el poder y la sabiduría deorganizar las cosas de un modo diferente a lo presentado […] entoncesno se puede limitar de esa manera su poder y su sabiduría. Habiendoescuchado estos argumentos, el ilustrísimo caballero quedó en silen-cio, lo que le valió elogios para su virtud además de su intelecto.134

Lo más probable es que Urbano haya esperado otro libro devoto y entre-tenido que pudieran leerle en la mesa. Sin embargo, es precisamente gra-cias a su nombramiento, al éxito de El ensayador y a la falta de oposiciónante el manuscrito copernicano distribuido por Galileo en Roma que ésteúltimo se siente mucho mejor posicionado que en 1618 y cambia de tác-tica en función de eso.135 En El ensayador, Galileo adopta sin miramientosel “nominalismo” de la corte porque ésa es la mejor estrategia del momento,habida cuenta de los diversos problemas y desventajas que enfrenta. Conel Diálogo, las cosas son distintas. El autor sabe muy bien cuáles son las teo-rías que quiere imponer, entiende que el papado de Urbano representa unacoyuntura excepcional y considera que cuenta con pruebas muy firmes asu favor, como la explicación de las mareas, que representa un argumentofácilmente comprensible para el público de la corte por no ser de natura-leza técnica. En consecuencia, el Diálogo es un texto mucho más ambiguoque El ensayador. Si bien está escrito en un género de ficción y se man-tiene formalmente dentro de los límites del discurso hipotético, tiene comoobjeto transmitir un mensaje que no comparte ese carácter.136 Así como

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134 Agostino Oreggi, De Deo uno, Roma, 1629, pp. 194-195, traducido al inglés enMaurice Finocchiaro, Galileo and the art of reasoning, Dordrecht, Reidel, 1980,p. 10. Dadas las fechas del viaje de Galileo a Roma, es probable que ese diálogohaya ocurrido durante la primavera de 1624.

135 El manuscrito en cuestión es la famosa “Respuesta a Ingoli”, reproducida en go,t. vi, pp. 509-561, que circula de manera limitada en Roma durante el otoño de1624.

136 Sobre la forma hipotética del Diálogo, véase Maurice Finocchiaro, Galileo andthe art of reasoning, op. cit., pp. 3-26.

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Existen pocos sucesos en la historia de la ciencia que hayan recibido tantaatención como el juicio a Galileo de 1633.1 Sin embargo, mientras quemuchas obras se concentran en la interacción personal entre Galileo y susamigos y enemigos, o en las dimensiones conceptuales del juicio, ya seanéstas teológicas, metodológicas o cosmológicas, hay que esperar hasta 1989

para que Westfall por fin analice la función del mecenazgo en esos acon-tecimientos.2

Dadas las enormes lagunas en las pruebas documentales existentes, loque se pretende exponer aquí no es un relato exhaustivo acerca de lo quepasó en realidad, sino un marco alternativo de interpretación posible quese funda en el análisis previo del mecenazgo y la dinámica de la corte.3 Enespecial, se intenta demostrar que la misma dinámica de mecenazgo es laque primero impulsa y luego destruye la carrera de Galileo, así como tam-

6Un marco para el juicio a Galileo

1 Los documentos más importantes del juicio se encuentran traducidos al inglésen Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, Berkeley, University of CaliforniaPress, 1989. La producción intelectual derivada del juicio es tan vasta que aquí se citarán sólo los textos directamente pertinentes al análisis presentado. Lasfuentes adicionales más importantes se encuentran compiladas en la bibliografíadel libro de Finocchiaro, en las pp. 365-373.

2 Richard Westfall, “Patronage and the publication of the Dialogue”, en Essays onthe trial of Galileo, Vaticano, Vatican Observatory Publications, 1989, pp. 58-83.Westfall también analiza cuestiones de la misma índole en “Galileo heretic:Problems, as they appear to me, with Redondi’s thesis”, ibid., pp. 84-103.

3 Si bien I documenti del processo di Galileo Galilei, Vaticano, Archivio Vaticano,1984, compilado por Sergio Pagano, es una publicación muy útil que presentabastante material inédito, no alcanza para completar las lagunas documentalesdel juicio de 1633. El único documento nuevo de importancia que se incluye allíes la denuncia anónima contra El ensayador, descubierta y publicada por PietroRedondi, que resulta tan fundamental para su tesis en Galileo heretic (Princeton,Princeton University Press, 1987).

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ciano detecta con acierto la inestabilidad atípica, la competitividad excep-cional y el habitus peculiar que distingue a los cortesanos de Roma. Sinembargo, eso que observa Contarini no es un producto de la genéticasino de la estructura de poder y los ciclos generacionales que caracterizana la corte pontificia.

A diferencia de los otros principados, Roma no es le sede de ningunadinastía. Por otro lado, tampoco hace falta pertenecer a la aristocracia parallegar a ser papa. Como lo demuestra el nombramiento de Maffeo Barbe-rini, es posible que un súbdito de origen social inferior acabe gobernando,por el resto de su vida y con gran placer, a quien antes fuera su propio sobe-rano, en este caso, a los Medici.5 En el mismo sentido, a fines de la décadade 1620 Federico Cesi, que es marqués de Monticelli, duque de Aquas-parta y príncipe de San Polo y Sant’Angelo, depende económicamente delcardenal Barberini, sobrino del papa, quien antes de la elección de su tíotenía un estatus social bastante inferior al de Cesi.6

El biógrafo de Ciampoli, por su parte, afirma que Roma es el lugar donde“incluso un mendigo puede volverse príncipe”, mientras Persico señala que,“como lo demuestra la experiencia cotidiana, en la corte romana no haynadie cuya condición social sea tan baja que no le permita en algún momentoescalar a una posición superior”.7 Asimismo, tras el nombramiento de Urbanoen 1623, un distinguido cardenal comenta con ironía que

fue milagroso que alguien con un origen inferior al de privado [sin títu-los] se elevara hasta el sublime trono y se transformara en señor del

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5 Cuando lo eligieron, Barberini contaba con un patrimonio de 15.000 escudos. Sibien la suma no es insignificante, permite deducir que al momento de convertirseen cardenal éste poseía muchas menos riquezas que la mayoría de sus colegas(Romolo Quazza, L’elezione di Urbano VIII nelle relazioni dei diplomatici mantovani,Roma, Reale Società Romana di Storia Patria, 1922, p. 43). Sin embargo, a cincoaños de su nombramiento permitió que su hermano acumulara 1,5 millones deescudos y compró por 750.000 escudos una propiedad de los Colonna para susobrino Tadeo (Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet (eds.), op. cit., t. ii, p. 262).

6 Giuseppe Gabrieli, “Il carteggio della vecchia accademia di Federico Cesi”, enMemorie della R. Accademia Nazionale dei Lincei, Classe de Scienze morali,storiche e filologiche, serie 6, 7, 1938-1941, pp. 853-854, 860-861, 883-884, 918-919,934-936, 948, 1206.

7 Giovanni Targioni Tozzetti, Notizie degli aggrandimenti delle scienze fisicheaccaduti in Toscana nel corso di anni lx. del secolo xvii, Florencia, Bouchard,1780, reeditado en Bolonia, Forni, 1967, t. ii, parte 1, pp. 106-107. También seencuentran afirmaciones semejantes en Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet(eds.), op. cit., t. ii, p. 354; y Panfilo Persico, Del segretario libri quattro, Venecia,Damian Zenato, t. ii, p. 171.

bién que sus problemas derivan de una práctica típica de las cortes abso-lutistas, conocida como “la caída del favorito”.

El objeto de este capítulo no es presentar el mecenazgo como una causaauxiliar del juicio, suponiendo que la causa principal fuera la incompati-bilidad entre dos cosmovisiones diferentes. En lugar de buscar causas pri-marias, secundarias, necesarias o suficientes, aquí se trata de reconstruirlas particularidades de la dinámica de mecenazgo en las cortes barrocascomo la de Urbano VIII para observar de qué modo ésta puede haber influidoen el juicio de Galileo y en las últimas etapas de su carrera. Si bien no se sabemucho sobre lo discutido en las asambleas de la Sagrada Congregación dela Inquisición entre 1632 y 1633, sí es posible reconstruir los procesos mediantelos cuales diariamente se lanzaban y se destruían carreras en la corte romana.Aunque tal vez nunca se sepa quién puso fin a la carrera de Galileo y porqué motivo lo hizo, sí se puede tratar de comprender de qué modo la diná-mica del mecenazgo preparó el terreno para semejante final.

conjunciones y retrogradaciones en la corte romana

Al llegar a Roma desde París en 1632, precisamente al comienzo de losproblemas de Galileo, Alvise Contarini queda asombrado con la peculia-ridad de la corte papal. A pesar de su experiencia como invitado en diver-sas cortes europeas, Contarini observa que la de Roma

es muy diferente de las demás cortes. Al estar constituida por una com-binación caprichosa de hombres, nacionalidades e intereses, la corteromana es muy difícil de descifrar, de atravesar y aun más de describir.En Roma, la ambición y las alas de la esperanza hacen que los hombresidolatren la fortuna. En el proceso, los cortesanos suelen sufrir una meta-morfosis extraña. Se olvidan de sus príncipes y de sus propias tierrasnatales y se preocupan sólo por refinar su ingenio y sus aptitudes mien-tras se regodean en los excesos y los vicios de la vida cortesana.4

Esta descripción resulta muy elocuente en cuanto a los propios valores“republicanos” de Contarini, pero al mismo tiempo el embajador vene-

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4 Alvise Contarini en Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet (eds.), Relazioni deglistati europei lette al Senato dagli ambasciatori veneti nel secolo xvii, serie iii,Relazioni di Roma, 10 vols., Bolonia, 1856-1879, t. ii, p. 353.

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sobre el planeamiento urbano “egocéntrico” de los papas durante el Rena-cimiento romano, la peculiaridad de los ciclos demográficos en la cortede Roma surte un profundo efecto incluso en el aspecto físico de la ciu-dad.12 Se podría pensar que esos ciclos también explican en parte la obse-sión con las ventajas y los peligros de la fama y la fortuna, tan notoria enla poesía y la literatura de esa corte.13

Las carreras de los papas (y de los beneficiarios ajenos a la aristocraciaque pretendían escalar con ellos) eran literalmente carreras contra el tiempo.A diferencia de los príncipes laicos, que podían acceder al poder durantela juventud, los pontífices en general llegaban a la “exaltación” durante losúltimos años de sus vidas. Es más, era frecuente que los papas murieranpoco después de haber alcanzado la cima del poder. Como señala Persicoen 1629:

Las exaltaciones repentinas y milagrosas son más comunes en Roma queen ninguna otra corte debido al recambio de príncipes, los pocos añosde vida y otras condiciones. Habiendo plenitud de ocasiones y muta-ciones frecuentes por los giros continuos de la rueda de la fortuna,todo el mundo intentará aprovechar las carreras que están abiertaspara todos, ya sea mediante la virtud o la religión. Sin embargo, algu-

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Alma, del Estado y de todo lo demás. Fue un milagro de Nuestro Señorque alguien que apenas podía sostenerse obtuviera el respeto de todoslos príncipes cristianos.8

Según las palabras de este cardenal, la función política que llegaba a des-empeñar el papa era tan inaudita que debía ser resultado de un milagro.Para otros, mientras tanto, las abejas representadas en el escudo de armasde Barberini en realidad eran moscas. En síntesis, estos “milagros” se pro-pagaban hacia abajo, de manera tal que los cortesanos con la suficientesuerte y habilidad también podían tener carreras “milagrosas”. Como quedade manifiesto en la condena moralista de Alvise Contarini hacia los cor-tesanos de Roma y sus hábitos tan peculiares, el modelo demográfico dela corte pontificia la convierte en un ámbito donde priman la competen-cia y la fragilidad en materia de lealtades. Se trata de un espacio donde“nadie tiene el respaldo y los contactos suficientes como para estar segurode que en determinadas circunstancias no caerá”,9 es decir, de un lugar enel cual las identidades y los roles (incluso los más inusuales, como el deGalileo) pueden cobrar forma y también destruirse con mucha más faci-lidad que en otras cortes.

Debido a la ausencia de dinastías papales, la elección de un nuevo papasuponía una redistribución drástica del poder en la corte romana. Cuandoasumía el poder un nuevo pontífice, con él ascendía un grupo numerosode sobrinos y beneficiarios que constituían algo así como una nueva admi-nistración pública.10 Entonces, como los papas llegaban al pontificadocuando ya eran ancianos y no tenían descendientes biológicos que se bene-ficiaran de los productos del mecenazgo, solían usar el poder y los recur-sos de inmediato para obtener una progenie indirecta mediante dicha prác-tica y para construirse una imagen propia que pudiera perdurar sin el sosténde una mitología dinástica.11 Como lo demuestra Frommel en su estudio

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8 Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet (eds.), op. cit., t. ii, p. 246.9 Alvise Contarini en Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet (eds.), op. cit., t. ii,

p. 353.10 Es más, el esfuerzo físico que suponían los cónclaves (particularmente severo

durante el verano, cuando el paludismo hacía su aparición anual) resultabamortal para muchos de los cardenales más ancianos. El cónclave de Urbano, porejemplo, acabó con la vida de seis de ellos. Como lo señala el embajador de losGonzaga en Roma, estas muertes abrían una serie de oportunidades profesionalespara los prelados más jóvenes, con lo cual contribuían también a la redistribuciónde los cuadros políticos ya mencionada (Romolo Quazza, op. cit., p. 42).

11 En palabras de Contarini, “cuanto más se percatan los papas de su propiamortalidad, más generosos se vuelven con todo el mundo, distribuyendo favores

en abundancia sin temporalizar, como lo harían si el papado fuera hereditario.Finalmente, la corte en general halla empleo y fortuna sólo en virtud del cambiofrecuente [de papas]” (Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet (eds.), op. cit., t. ii,pp. 366-367). Contarini también comenta lo siguiente: “Del estado más raso (y aveces muy inferior), los papas ascienden a un estatus eminentísimo en dignidad,autoridad y riqueza. El afecto hacia sus intereses familiares aumenta en la mismaproporción y crece tanto que no pueden tolerar la idea de que sus parientes ydescendientes deban regresar a ese estado raso cuando ellos mueran. Así,dedican todos sus esfuerzos a que esos parientes puedan seguir siendo príncipesy grandes señores y, por lo tanto, su atención se centra más en eso que encualquier otro asunto” (ibid., pp. 215-216).

12 Christoph Luitpold Frommel, “Papal policy: The planning of Rome during theRenaissance”, en Journal of Interdisciplinary History 17, 1986, pp. 39-65.

13 Agostino Mascardi, Le Pompe del Campidoglio, Roma, Zanetti, 1624, pp. 213-214,219-220; y Giovanni Ciampoli, Lettere di Monsignor Giovanni Ciampoli, Venecia,1676, pp. 33, 45, 52, 58, 60, 63, 68, 78, 92, 102, 106, 108. La Fama también es unafigura importante en los poemas de Maffeo Barberini (véase Poemata, París,1625). Otro ejemplo de esto se puede encontrar en Agostino Mascardi, “Discorsoo inventiva fatta in una accademia intorno alla iniquità della fortuna”, en Prosevulgari, Venecia, Baba, 1653, pp. 501-517. Sobre el tropo de la “fortuna” en la corteromana hacia fines de ese siglo, véase Renata Ago, “La cultura della carriera”, enCarriere e clientele nella Roma barocca, Bari, Laterza, 1990, pp. 104-113.

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Podría ocurrir en cualquier momento que yo me encontrara expul-sado de este Gran Hotel, como muchos llaman al Palacio Papal, y tuvieraque irme de la ciudad para vivir por un tiempo en una choza […]. Soncosas que le suceden a todo tipo de personas con el comienzo de cadapontificado.16

Así como la presencia en Roma de los papas, los cardenales y los funcio-narios eclesiásticos atrae a beneficiarios de distintas procedencias, el modelodemográfico del pontificado también redistribuye las jerarquías de esosbeneficiarios y modifica su composición, sobre todo en los estratos máselevados.

Estos patrones migratorios, que caracterizan la escena cultural romanadesde principios del siglo xvi, se ven reflejados en las careras de los coetá-neos de Galileo, como el matemático Benedetto Castelli, los virtuosos lin-ces Giovanni Ciampoli, Cassiano dal Pozzo y Claudio Achillini; los poetasAgostino Mascardi, Gabriello Chiabrera, Alessandro Tassoni, Giovanni Bat-tista Marino y Antonio Querenghi, así como muchos artistas plásticos.

En la década de 1530, por ejemplo, el matemático Federico Comman-dino llega a Roma desde Urbino con el séquito del cardenal Niccolò Ridolfi.Gracias a Ridolfi, ingresa en la casa del papa Clemente para desempe-ñarse como camariere secreto. Sin embargo, el papa muere poco después yCommandino debe mudarse a Padua.17 Unos años más tarde, ingresa enla casa del cardenal Ranuccio Farnese y viaja con él a Roma nuevamente,donde conoce al cardenal Marcello Cervini y le demuestra sus aptitudes.En consecuencia, cuando Cervini llega al pontificado, lo convoca a Roma.Ahora bien, cuando Commandino llega por fin a la ciudad, el papa yaestá muy enfermo y muere poco después, con lo cual el matemático deberegresar una vez más a Urbino, pero con una profunda depresión psico-lógica que lo acompaña por el resto de su vida.18

En el caso de Barberini, si bien su carrera no presenta demasiados obs-táculos, las ambiciosas expectativas que lo llevan a la cima corren el riesgode desmoronarse en 1605, con el fallecimiento de su mecenas, Clemente VIII.En ese momento, Maffeo es embajador (o nuncio) del papa en la corte fran-cesa, pero se espera que el nuevo pontífice (León XI) le quite ese puesto

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16 Marziano Guglielminetti y Mariarosa Masoero, “Lettere e prose inedite (oparzialmente edite) di Giovanni Ciampoli”, en Studi secenteschi 19, 1978, p. 190.

17 Bernardino Baldi, “Vita di Federico Commandino”, en Filippo Ugolini y FilippoPolidori (eds.), Versi e prose scelte di Bernardino Baldi, Florencia, Le Monnier,1859, pp. 516-517.

18 Ibid., pp. 519-520, 527-528.

nos quedan excluidos por la envidia y el clientelismo, y algunos otrosse quedan perplejos al ver que la virtud es menos recompensada que lamalicia y el poder. Si bien esto también sucede en otras cortes, en ellasno es tan conspicuo como aquí, pues en otros lugares las mutaciones noson tan frecuentes, los objetivos e intereses no están tan divididos y laforma de gobierno no es tan cambiante y arbitraria.14

En este contexto quizá se pueda comprender mejor la fiebre del mece-nazgo que ataca a Urbano VIII, a su secretario Ciampoli o al mismo Gali-leo. En efecto, este último demuestra que tiene una gran comprensión delas revoluciones y los ciclos característicos del mecenazgo en Roma. Enoctubre de 1623, por ejemplo, inmediatamente después del nombramientode Maffeo Barberini como pontífice, Galileo le escribe a Cesi que la elec-ción de Urbano es una mirabil congiuntura que le hace pensar en la posi-bilidad de cambios importantes dentro de la “república de las letras”. Enplena conciencia de su edad, que en ese momento es de unos 60 años,Galileo afirma que si esos cambios “no se efectúan en esta coyunturamaravillosa, no cabe, al menos en lo que a mi parte respecta, esperarencontrarme nunca más en una situación similar”.15 Obviamente, los cam-bios que espera Galileo guardan un vínculo con la legitimación de la astro-nomía copernicana.

Debido a la peculiaridad de esos ciclos de poder, Roma es un ámbitodonde los grandes mecenas, los beneficiarios impetuosos, los gastos visi-bles y el ascenso social acelerado constituyen la norma. En un período socio-histórico en el cual el nacimiento es el principal factor determinante delas carreras y el estatus social, Roma es un espacio carnavalesco donde esposible la legitimación de las identidades sociales más originales. Los gen-tilhombres sin rango, como Maffeo Barberini, pueden llegar a ser pontí-fices, mientras que los matemáticos, como Galileo, pueden tratar de des-plazar a los filósofos y a los teólogos.

No obstante, el flujo intenso de beneficiarios que entran a Roma y salende allí a principios de cada pontificado indica que esos mismos ciclos quele dan tanto poder al mecenazgo también son responsables por la gran ines-tabilidad de la vida en la corte romana. En 1624, por ejemplo, Strozzi recibeuna carta de Ciampoli (que entonces era secretario de’ brevi y camarieresecreto de Urbano VIII) donde éste describe su posición en la corte comopoderosa y, al mismo tiempo, precaria:

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14 Panfilo Persico, op. cit., t. ii, p. 6.15 go, t. xiii, N° 1581, p. 135.

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Sede me encuentro muy ocupado”,24 o “últimamente estoy tan ocupadoque no creo poder enviar ese Discurso”.25 Durante la misma época, Ciam-poli expresa inquietudes semejantes en una carta a Galileo donde escribeque “nos encontramos envueltos en máximas ocupaciones”.26 Sin embargo,Marino, los Linces, Galileo y muchos otros artistas y poetas reciben unanoticia agradable en agosto de 1623. El alivio de Marino se refleja en unacarta para Bernardo Castello, donde dice lo siguiente: “¡Se acabó! Graciasa Dios, después de tantas turbulencias durante la acefalía de la Santa Sede,tenemos un pontífice poeta, virtuoso y gran amigo nuestro”.27 En el mismoperíodo, la correspondencia de un literato como Mascardi o la de un vir-tuoso de los Linces como Stelluti transmite idénticos mensajes a sus amis-tades, entre las cuales se encuentra Galileo.28

Si bien la elección de un nuevo papa generaba crisis en materia de mece-nazgo que con frecuencia derivaban en la ruina de varias carreras conso-lidadas, esas mismas crisis eran muy esperadas por los beneficiarios másjóvenes, cuyas carreras se encontraban en ascenso. Reemplazar a un mece-nas por otro no era una tarea fácil en la Italia renacentista. Dado que lasrelaciones de mecenazgo exclusivo se representaban como vínculos per-sonales, dejar a un mecenas podía interpretarse como un gesto ofensivo,lo que a su vez podía resultar muy riesgoso para el beneficiario.29 Habidacuenta de esta situación, los temblores frecuentes que sacudían a la corteromana se esperaban con ansias, ya que constituían ocasiones relativa-mente seguras para cambiar de mecenas.30 Con la lucidez que lo caracte-riza, Persico comenta que, si bien los cambios en las relaciones de mece-nazgo son ubicuos, resultan particularmente comunes “en la corte de Roma”,donde, debido a las frecuentes revoluciones y a que las personas no tienen

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24 Giambattista Marino, op. cit., t. ii, pp. 25-26.25 Ibid., pp. 26-27.26 go, t. xiii, N° 1562, p. 119.27 Giambattista Marino, op. cit., t. ii, p. 27.28 Véase la correspondencia de Mascardi sobre la congiuntura en el apéndice de

Francesco Luigi Mannucci, “La vita e le opere di Agostino Mascardi”, en Atti dellaSocietà Ligure di Storia Patria 42, 1908, pp. 494-495. La carta de Stelluti sobre elfinal feliz de la acefalía se encuentra en go, t. xiii, p. 121.

29 Véase Baltasar Castiglione, The Book of the Courtier, Garden City, ny, AnchorBooks, 1959, libro 2, N° 22.

30 Castelli, por ejemplo, rechaza la invitación que le tiende Galileo en nombre delgran duque para que vuelva a enseñar matemáticas en Pisa porque en esemomento es beneficiario de los Barberini en Roma y alega que no puedeliberarse “de este lugar […] sin correr el riesgo de arruinar mi carrera de manerairreversible” (go, t. xvii, pp. 361-362). El dilema de Castelli se analiza en RichardWestfall, “Galileo and the Jesuits”, en Essays on the trial..., op. cit., p. 36.

tan prestigioso, que en general conduce al cardenalato, para otorgárselo aalgún beneficiario más cercano. En efecto, el secretario de Barberini relataque, al enterarse de la muerte de Clemente en París, “monsignor Barberinillora y suspira con gran amargura por un largo rato debido a la tragediade la muerte del papa, pero aun más al hundimiento de su propia carrera”.19

Por suerte para Maffeo, León XI muere a las pocas semanas y deja paso auno de sus mejores mecenas, el papa Pablo V.20 Como señala su secretariocon delicadeza, “quedará a juicio de los lectores cuánto lamenta la muertedel papa el nuncio Barberini”.21 Así como el deceso repentino de León XIsalva la carrera de Maffeo, también “pone fin a la fortuna de miles de per-sonas justo cuando su ascenso estaba a punto de derivar en algún benefi-cio para ellas”; el lince Achillini, por ejemplo, describe la “gran lluvia delágrimas derramadas por sus numerosos beneficiarios, quienes fueron ele-vados sólo para desplomarse inmediatamente después”, destino éste queresulta muy común en la corte romana de aquellos días.22

Incluso los artistas que tienen vínculos de mecenazgo relativamente esta-bles con algún cardenal, como sucede entre el famoso poeta GiambattistaMarino y el cardenal Mauricio de Savoia, atraviesan también un lapso defrenesí e incertidumbre cuando la Santa Sede queda vacía, puesto que pasanese período de transición ansiosos por ver si su mecenas gana o pierde poderen la nueva coyuntura.23 Basta citar como ejemplo las cartas cada vez másbreves de Marino escritas justo antes del nombramiento de Urbano VIII,en agosto de 1623, y pobladas de afirmaciones tales como “tengo tiempoapenas para una nota breve porque en este período de acefalía en la Santa

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19 “Il conclave di Urbano VIII”, en Isidoro Carini (ed.), Spicilegio vaticano didocumenti inediti e rari, Roma, Loescher, s/f, t. i, p. 345.

20 Ludovico Pastor, History of the popes, St. Louis, Herder, 1938, t. xxviii, p. 29.21 Isidoro Carini, op. cit., t. i, p. 346.22 Giambattista Marino, Epistolario seguito da lettere di altri scrittori del Seicento,

ed. de Angelo Borzelli y Fausto Nicolini, Bari, Laterza, 1912, t. ii, p. 115.23 Sobre la incertidumbre que generan los cónclaves y la acefalía en la Santa Sede,

véase Romolo Quazza, op. cit., y el informe sobre el cónclave de Urbano VIII,probablemente redactado por el secretario de Barberini, que se reproduce bajo el título “Il Conclave di Urbano VIII”, en Isidoro Carini, op. cit., t. i, pp. 333-375.Véase también la descripción del cónclave de Gregorio XV en el informe delembajador veneciano citado en Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet (eds.),op. cit., t. ii, pp. 115-116. Los detalles de ambos cónclaves también aparecenpormenorizados en Petruccelli della Gattina, Histoire diplomatique des conclaves,París, Librarie Internationale, 1865, t. iii, pp. 1-94. Sobre los rituales de loscónclaves, véase John Davies (trad.), The ceremonies of the Vacant See or a true relation of what passes at Rome upon the pope’s death, Londres, H. L. and R. B., 1671.

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de 1633, se encuentra un panorama bastante parecido de la corte romana.Éste recuerda que, al llegar a Roma como joven cortesano durante el papadode Clemente VIII, se sintió encerrado en un callejón sin salida porque “elpontificado estaba durando demasiado tiempo” y decidió que en el perío -do siguiente se ofrecería como prelado e iniciaría la carrera habitual.35 Esmás, en 1635, otro embajador veneciano aún podía decir que “el verdaderosostén de la corte consiste en el recambio frecuente de papas”.36

Otro caso semejante es el de un invitado inglés que quedó realmenteasombrado ante la mentalidad tan peculiar de los cortesanos de Roma.En 1620 le escribe a Lord Arundel: “Resulta extraño y antinatural que enese lugar, a diferencia de todos los demás, la larga vida del príncipe repre-sente la ruina de su pueblo, cuya riqueza está dada por la velocidad de lasrevoluciones”.37

Antinatural o no, ésa es la mentalidad que dominaba la cultura y la polí-tica de la corte romana. En efecto, el 14 de julio de 1623 por la mañana,cuando los cardenales iniciaron el cónclave tras escuchar el discurso cere-monial De Pontefice eligendo de Ciampoli,38 un cortesano anónimo les gritó:“Espero poder verlos a todos como papas en un año”.39 Al parecer, todoslos presentes, incluso los cardenales, respondieron con una carcajada.

Estos ciclos demográficos de la corte romana encienden una luz deesperanza aun para las personas que han caído en desgracia. CuandoUrbano VIII destituye a Ciampoli, por ejemplo, y lo envía a gobernar unaprovincia insignificante como Montalto, Castelli se sorprende al observarque un cortesano tan arrogante toma semejante cambio de suerte con tantacalma (que para Castelli es “milagrosa”).40 Sin embargo, al leer la corres-pondencia de Ciampoli posterior a 1632 se detecta una estrategia que Cas-telli no percibe.

Al principio, Ciampoli supone que el papa se va a tranquilizar y se va adar cuenta de que no le conviene renunciar a sus vínculos con la corte romana.Luego, cuando se percata de que la crisis es más permanente que lo espe-

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35 “En la próxima mutación, se me ocurre que yo también entraré en la prelatura y seguiré el camino habitual” (Guido Bentivoglio, Memorie e lettere, ed. deConstantino Panigada, Bari, Laterza, 1934, p. 96).

36 Contarini en Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet (eds.), op. cit., t. ii, p. 235.37 Citado en Francis Haskell, Patrons and painters, New Haven, Yale University

Press, 1980, p. 3.38 Giovanni Ciampoli, Oratio de pontefice maximo eligendo, Roma, Mascardi, 1623.39 “Ch’io vi possa veder tutti papa in un anno!” (Romolo Quazza, op. cit., p. 16,

nota 2).40 go, t. xiv, N° 2351, p. 430. En go, t. xv, pp. 416, 420, 430 y 433 también figuran

comentarios parecidos sobre la reacción de Ciampoli.

más objetivo que su propio beneficio, “todos se vuelven hacia el sol naciente,dejando de lado el sol poniente”.

Por lo tanto, los cortesanos esperan con anhelo esos cambios de pontí-fice, salvo que su mecenas se encuentre en el poder. En efecto, el embaja-dor veneciano Francesco Contarini escribe en 1609 que la corte romana noestá muy contenta con Pablo V “porque le preocupa que pueda vivir muchosaños”, lo que se opondría a los deseos de aquellos que “quieren ver nuevospontificados con frecuencia”.31 En el mismo sentido, Giacinto Gigli señalaen sus diarios que el gobierno de la ciudad de Roma está “deseoso de cam-bios y molesto por el largo pontificado de Pablo V”.32 El surgimiento deesa opinión popular aparece ya preanunciado en junio de 1605 por el emba-jador de la República de Lucca, quien, luego de su visita a Roma tras la elec-ción de Pablo V, escribe:

La Corte está muy entristecida, y el pueblo romano no ha demostradodemasiada alegría por la elección de este papa, lo cual no debe sorpren-der a nadie, ya que esa ciudad se alimenta principalmente de novedades[muertes de papas] y todo el mundo espera mejorar su fortuna mediantela mutación frecuente de gobierno y de príncipe. Sin embargo, en estecaso, la juventud y la buena salud de Su Santidad borran esas esperanzas.33

Habida cuenta de estas situaciones, no es extraño que los informes de losmédicos sobre las enfermedades del papa se percibieran muchas vecescomo oráculos de futuro júbilo.34 En las memorias del cardenal GuidoBentivoglio, ex alumno de Galileo en Padua y firmante del documento

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31 Nicolò Barozzi y Guglielmo Berchet (eds.), op. cit., t. ii, p. 87.32 Giacinto Gigli, Diario romano (1608-1670), Roma Tumminelli, 1958, p. 72. En la p.

48 aparecen observaciones similares.33 Amedeo Pellegrini (ed.), Relazioni inedite di ambasciatori lucchesi alle corti di

Roma, s. xvi-xvii, Roma, Tipografia Poliglotta, 1901, p. 26. En un informeposterior de 1667, tras el nombramiento de Clemente ¾fl, se encuentra unaafirmación semejante: “Como no se han observado demasiadas mutaciones eneste pontificado y los puestos en su mayoría siguen ocupados por los mismosfuncionarios que al principio, Roma (deseosa de novedades) permaneceinsatisfecha […] y los mismos prelados, cada uno de los cuales espera que con elpróximo giro de la rueda [de la fortuna] le surja la oportunidad de ascender, notienen derecho a quejarse, pues al menos no carecen de aquello que es elalimento más común de la corte” (ibid., pp. 56-57). Se agradece a Carl Ipsen poraportar un ejemplar de esta fuente.

34 Richard Palmer, “Medicine at the Papal Court in the Sixteenth Century”, enVivian Nutton (ed.), Medicine at the courts of Europe, 1500-1837, Londres,Routledge, 1990, pp. 49-78.

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en otras ocasiones el mismo esfuerzo por adaptar los planes a los ciclosdel mecenazgo puede causar parcialmente su fracaso, como ocurre cuandoGalileo acelera su estrategia para legitimar el copernicanismo tras el nom-bramiento de Urbano VIII.

Ahora bien, no obstante los diferentes grados de poder, todos los bene-ficiarios de Roma participan de un juego semejante. Tanto Ciampoli comoGalileo y el mismo Maffeo Barberini tratan de sincronizar sus jugadas enconcordancia con los ciclos del mecenazgo.48 Los tres comienzan en unaposición relativamente baja y, con distintos motivos y propósitos, inten-tan escalar hasta la cima en el campo que han elegido. Como ya se haindicado, Roma es el único espacio donde se puede realizar ese tipo deapuestas tan arriesgadas, y por eso constituye el ámbito donde se encuen-tran las mejores posibilidades de autoconstrucción. Paradójicamente, laciudad es al mismo tiempo la sede de una institución muy conservadoray el lugar donde, sin salirse de ese marco, el cambio y la novedad repre-sentan la norma. A pesar de ello y por los mismos motivos, es también elsitio donde resulta más frecuente y peligroso dar pasos en falso.

la caída del favorito

Una vez analizada la inestabilidad característica de las cortes barrocas yde la corte pontificia en particular, se procederá a estudiar un mecanismoespecífico que podría concebirse como causa de la elevada tasa de recam-bio que afecta a los cortesanos importantes y a los supuestos “favoritos”.49

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48 La coyuntura del mecenazgo en Roma también cumple una función importanteen la carrera de otros dos amigos de Galileo: Giovanni Battista Rinuccini yMonseñor Dini (véase go, t. xiii, N° 1493, pp. 59-60).

49 La figura del favorito es característica de todas las cortes barrocas, con distintosgrados de institucionalización. En España, por ejemplo, se la conoce con el títulode “privado”, que representa un rol específico en la jerarquía de la corte. Adiferencia de ello, en Francia no existe en tanto puesto oficial, aunque algunosfavoritos muy poderosos, como Concini y Richelieu, cumplen una función de granimportancia dentro de la corte. Sobre las diferencias y semejanzas de la figura enEspaña y Francia, véase John H. Elliott, Richelieu and Olivares, Cambridge,Cambridge University Press, 1984, esp. pp. 34-43. Aunque tampoco tiene carácteroficial, en Inglaterra también es una figura corriente, sobre todo durante elreinado de los Estuardo y los Tudor (véase Robert Shephard, “Royal favorites inthe political discourse of Tudor and Stuart England”, tesis de doctorado,Claremont Graduate School, 1985; referencia aportada por Paula Findlen).

rado, comienza a reactivar los contactos con otros cardenales que, a su jui-cio, tienen posibilidades de llegar al siguiente pontificado. Al cardenal Sachetti,por ejemplo, le escribe: “Agradezco humildemente a Vuestra Excelencia yruego que la divina providencia acelere el momento de vuestra supremaexaltación”,41 mientras que al cardenal Aldobrandini le escribe: “Ruego aDios que le otorgue una larga vida a Vuestra Excelencia para que así puedallegar a un principado aun más grandioso”.42 Asimismo, al cardenal Montilo elogia al insinuar que sus logros recientes “lo están conduciendo al tronode oro”.43 Por otra parte, en 1641, cuando Montalvo, Filomarino y Orsinillegan al cardenalato, Ciampoli felicita a los tres por el ascenso, alabando auno por sus “prerrogativas soberanas”,44 recordándole a otro que “ha nacidopara ser monarca”45 y señalando al tercero que existe una “futura esperanza”de que llegue más arriba.46 Consciente de que se encuentra en una situacióncomplicada en materia de mecenazgo, Ciampoli se encomienda a la divinaprovidencia para que ésta acelere la muerte de Urbano.

Dado que Ciampoli tiene veinte años menos que Urbano, es razonablecomo estrategia cultivar los vínculos con los cardenales más jóvenes y conlos más ancianos para que alguno de ellos lo rescate del pantano apenaslo nombren papa. No obstante, para la desgracia de Ciampoli, Urbanoresulta gozar de muy buena salud. Como bien lo sabe el primero, la “astro-logía política” no es una ciencia exacta. En sus propias palabras: “No hemosnacido en un siglo que nos permita esperar la invención de una nuevaAstrología Política para enseñar cuáles son los ciclos periódicos de la ruedade la fortuna, cuyo movimiento con frecuencia presenta retrogradacionesde lo más inesperadas”.47

Sin embargo, esos ciclos periódicos de la rueda de la fortuna siempretienen un límite: la duración de la vida del papa (o del beneficiario). Porconsiguiente, los beneficiarios hacen apuestas y elaboran algunas estrate-gias de mediano plazo, así como numerosas tácticas de corto plazo, paramaximizar sus propias oportunidades y minimizar los riesgos, aunque lamayoría de las veces tienen que adaptar los planes, incluso por la fuerza, alos marcos que surgen de las diversas coyunturas de mecenazgo. En algu-nos casos (o por algunos años), esas tácticas y estrategias funcionan, pero

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41 Giovanni Ciampoli, Lettere..., op. cit., p. 35.42 Ibid., pp. 29-30.43 Ibid., p. 67.44 Ibid., p. 94.45 Ibid., p. 93.46 Ibid., p. 94.47 Ibid., p. 52.

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el período barroco aumenta su frecuencia de aparición, debido que las cor-tes se tornan cada vez más pobladas, jerárquicas y profesionalizadas. Así,a principios del siglo xvii, los tratados sobre la corte ya no presentan eseespacio como el ámbito ideal que se describe en el libro de Baltasar Casti-glione, sino que estudian con una lucidez asombrosa la dinámica del poderque entra en juego allí. Con el advenimiento de las doctrinas basadas enla raison d’état y la certeza de que el absolutismo político ha llegado paraquedarse, los cortesanos intentan analizar su propia situación desde unaperspectiva más distante, que podría llamarse “neoestoica”.55

Ése es el caso de Pellegrini, quien dedica a los riesgos específicos de lavida cortesana varios capítulos de su manual destinado a los literatos queaspiran a la corte. Entre dichos capítulos se pueden mencionar “La ines-tabilidad del favor”, “Que la inestabilidad natural del favor es interés delos poderosos, “El peligro causado por la arrogancia del favorito”, “El peli-gro de la envidia hacia el favorito”, “Los peligros de ser el favorito” y, porúltimo, “La caída del favorito”.56 Así como Pellegrini trata estas cuestionesdesde una perspectiva analítica, hay otros autores de la época que escri-ben relatos más ficcionalizados sobre la caída de ciertos personajes verda-deros de la corte, que empiezan a aparecer en distintas partes de Europatras la caída de algunos favoritos muy conocidos, como Concini en Fran-cia o Buckingham en Inglaterra. En varios casos, los autores dramatizanel final de esos personajes verdaderos retomando y reelaborando algunosejemplos históricos, como la ejecución de Sejano por parte del empera-dor Tiberio.57

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Si bien no existen demasiados estudios actuales sobre la vida en la corteromana a principios del siglo xvii, afortunadamente se cuenta con un aná-lisis de la cultura cortesana escrito en esa misma época por un beneficia-rio de los Barberini y dedicado al cardenal Antonio. Publicado en 1624, ellibro Che al savio è convenevole il corteggiare no es obra de un intruso.50

Gracias a su posición en el séquito del cardenal Antonio, Matteo Pelle-grini tiene muchos contactos en los círculos culturales y políticos de Roma,donde lo aceptan sin problema alguno. De hecho, presenta discursos en laacademia del cardenal Savoia (dirigida por Mascardi) y entabla una granamistad con Ciampoli y con Sforza Pallavicinio.51 Asimismo, para 1639 yaexisten dos ediciones de su libro en francés, que generan una disputa lite-raria a partir de la cual Pellegrini escribe Difesa del savio in corte.52 Porúltimo, publica Delle acutezze, sobre la elocuencia, que pronto se trans-forma en una obra de prestigio internacional.53

La fortuna y los peligros de las conspiraciones constituyen dos tópicosprivilegiados de los tratados sobre la corte desde el siglo xv,54 aunque en

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50 Matteo Pellegrini, Che al savio è convenevole il corteggiare libri iiii, Bolonia,Tebaldini, 1624 (reeditado un año después con el título Il savio in corte, Bolonia,Mascheroni, 1625).

51 Matteo Pellegrini, “Che il dir male non è in tutto male”, en Agostino Mascardi(ed.), Saggi accademici, Venecia, Baba, 1653, pp. 193-208. La amistad entrePellegrini y Ciampoli, que continúa aun después del exilio de este último, semenciona también en Claudio Costantini, Baliani e i gesuiti, Florencia, Giunti,1969, pp. 11-13. Al momento de su muerte, Pellegrini se desempeñaba comobibliotecario en la Biblioteca del Vaticano, gracias a la intervención del cardenalSforza Pallavicino. En Benedetto Croce, Problemi di estetica, Bari, Laterza, 1910, p.320 [trad. esp.: Breviario de estética, Madrid, Alderabán, 2002] se encuentra unabreve reseña biográfica de Pellegrini.

52 Matteo Pellegrini, Le sage en cour, París, Lancy, 1638, y Rocolet, 1639; y Difesa dilsavio in corte, Viterbo, Diotallevi, 1634. Este último está dirigido a GiovanniBattista Manzini.

53 Matteo Pellegrini, Delle acutezze, Génova, Ferroni, 1939. Sobre la obra y lainfluencia de Pellegrini, véase Benedetto Croce, Problemi…, op. cit., pp. 322-337;Poeti e scrittori del pieno e tardo Rinascimento, Bari, Laterza, 1945, pp. 205-207;Antonio J. Saraiva, O discurso engenhoso, São Paulo, Editora Perspectiva, 1980,pp. 91-146; Klaus-Peter Lange, Theoretiker des literarischen Manierismus, Munich,Wilhelm Fink Verlag, 1968, pp. 114-141; Ezio Raimondi, Trattatisti e narratori delSeicento, Milán-Nápoles, Ricciardi, 1960, pp. 109-112; Mario Rosa, “La Chiesa e glistati regionali nell’età dell’assolutismo”, en Alberto Asor Rosa (ed.), Il letterato ele istituzioni, en Letteratura italiana, t. i, Turín, Einaudi, 1982, pp. 324-325.

54 Sobre las ideas anteriores acerca de la fortuna, véase Charles Edward Trinkaus,Adversity’s noblemen, Nueva York, Columbia University Press, 1940,especialmente el capítulo 5, “The external conditions of life”, pp. 121-140. Uno delos tratados más clásicos del siglo xv sobre la corte es De curialium miseriis

epistola, escrito por Eneas Silvio Piccolomini [Pío ¾¾], ed. de Wilfred P.Mustard, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1928 [trad. esp. en AvelinoSotelo Álvarez, Somnium de fortuna y De curialium miseriris, de Eneas SilvioPiccolomini y la traducción de Sevilla, 1520, Torrevieja, PhD Aristos Editor, 1996].

55 Sobre el tacitismo a fines del siglo xvi y principios del siglo xvii, véase GerhardOestreich, Neostoicism and the Early Modern State, Cambridge, CambridgeUniversity Press, 1982.

56 Matteo Pellegrini, Che al savio…, op. cit., pp. 56-95.57 La caída de Concino Concini, principal consejero de María de Medici en la corte

francesa, sirve como base para gran parte del material mencionado. Un buenejemplo de esto es el libro Della peripetia di fortuna: Overo sopra la caduta deSeiano, escrito alrededor de 1620 por Giovanni Battista Manzini y traducido alinglés como Observations upon the fall of Seianus (2ª ed., Londres, Harper, 1639).Otro ejemplo es Pierre Matthieu, Unhappy prosperity expressed in the history ofAelius Sejanus, and Philippa the Catanian. With observations upon the fall ofSeianus [una reedición del libro de Manzini]. Lastly certain considerations uponthe life and services of Monsieur Villeroy, Londres, Harper, 1639. Véanse tambiénBen Jonson, Seianus and his fall, ed. de W. F. Bolton, Londres, Benn, 1966;

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eliminar al rival. El cortesano engañado no tiene más salida que arrui-nar al favorito.60

El lenguaje de los celos y del deseo que emplea Pellegrini en esta descrip-ción constituye una metáfora elocuente de la dinámica de poder concretaque se pone en juego en la corte. La caída del favorito no es un accidentesino un acontecimiento normal. Como señala Pellegrini, los cortesanossubordinados sólo pueden tolerar su posición inferior y esforzarse porganar el favor del príncipe si se les permite guardar cierta esperanza deascenso: esa esperanza surge precisamente porque la caída de los favori-tos es un proceso habitual. Como indica otro análisis sobre la caída delfavorito, “el espacio que tú dejas debe ser ocupado otra vez”.61 Por último,los cortesanos también reciben de buena gana la caída del favorito por-que así se diluyen las deudas que tienen con él.

La incertidumbre propia del favor constituye la herramienta más potenteque tiene el príncipe para mantener el control de la corte. En consecuen-cia, la caída del favorito es un mecanismo útil tanto para el soberano comopara los cortesanos en ascenso. Esa caída no perjudica al príncipe, sino que,paradójicamente, su poder se conserva o incluso aumenta cuando elige unfavorito y cuando éste cae en desgracia. El favorito exalta la imagen delpríncipe con sus logros y, cuando cae, esa caída contribuye con la conser-vación del poder soberano, ya que lo exhibe sin piedad y recuerda a losdemás cortesanos lo que podría pasarles si no se comportan como corres-ponde. Se trata de un memento mori propio de la corte. Al mismo tiempomantiene vivas las esperanzas y, en algunas ocasiones (como en los casosde Ciampoli y Galileo), sirve también como fuente de chivos expiatoriospara algunos de los problemas políticos que puede tener el soberano. Así,Giovanni Battista Manzini escribe en su obra sobre las peripecias de la for-tuna y la caída de Sejano que “algunos atribuían a Sejano la responsabili-dad por todos los excesos de Tiberio”.62 En el mismo sentido, sir WalterRalegh, favorito de la reina Isabel, relata lo siguiente:

Habiendo caído en el odio universal de su pueblo, los príncipes tiranosno encontraban otro modo de preservarse de la furia popular más queejecutar o entregar a sus propios súbditos preferidos y a sus consejerosmás íntimos. Por ejemplo, Tiberio entregó al pueblo a Sejano, su favo-

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60 Ibid., pp. 62-63.61 Giovanni Battista Manzini, Della peripetia…, op. cit., p. 38.62 Ibid., p. 10.

Por otro lado, la descripción de Pellegrini sobre los vínculos de mece-nazgo en la corte está teñida por el discurso amoroso, como se puede obser-var en la siguiente cita: “La gracia del príncipe es como Penélope, en tornoa la cual los cortesanos rivales luchan por los frutos de la servidumbre”.58

Este tropo pone de manifiesto que en la sociedad de la corte existe una solafuente de poder (el príncipe), a diferencia del período moderno, en elcual la pirámide tiene una cima relativamente amplia o existen distintasformas y centros de poder.

Debido a esa estructura, la competencia por el poder presenta ciertascaracterísticas peculiares. Los cortesanos no buscan el éxito sino la gratia,que no puede medirse en función del ingreso anual ni de la cantidad decitas en publicaciones académicas. La gratia proviene del favor del prín-cipe. Cuanto más arriba se logra escalar, mayor es el grado de supuestoparentesco que se alcanza con respecto al príncipe, da manera tal que lascarreras de los cortesanos más agraciados llega a representarse poética-mente como una relación amorosa de exclusividad con el soberano. Enpalabras de Pellegrini, “dos amantes no pueden gozar los placeres del amadoal mismo tiempo, y en el trono del favor no hay espacio para dos”.59

Una vez que el cortesano ha logrado entablar vínculos de mecenazgodentro de una corte, su carrera queda prácticamente atada a ese ámbito.En consecuencia, podría afirmarse que Pellegrini no exagera demasiado enla siguiente descripción, donde presenta la competencia entre cortesanoscomo asunto de favor o desgracia (e incluso de vida o muerte):

Si el ser amado [el príncipe] acaricia a uno de los amantes, está insul-tando al otro. ¿Qué puede ser más ofensivo que observar cómo goza denuestro ser amado otra persona? La furia contra aquel que goza de nues-tro ser amado y nos lastima es tan enorme como nuestras ansias de cau-sarle placer a ese ser amado. Pero si ya lo han tomado, ¿qué más se puedeesperar o temer? Recapturarlo es el deber del amante. Verlo presa de otroes insoportable. El dolor de estar sin ese ser amado sólo puede cal-marlo la esperanza. El amante desesperado no puede hacer más que

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Francisco de Quevedo y Villegas, “Cómo ha de ser el privado”, en Obrascompletas, ed. de Felicidad Buendía, t. ii, Madrid, Aguilar, 1967; y Antonio Mirade Amescua (ed.), La comedia famosa de Ruy Lopez de Ávalos, (primera parte dedon Álvaro de Luna) [Prospera fortuna de don Álvaro de Luna y adversa de RuyLopez de Ávalos], México, Editorial Jus, 1965.

58 Matteo Pellegrini, Che al savio…, op. cit., p. 20.59 Ibid., p. 63.

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El carácter inexorable y repentino de la caída del favorito también cons-tituye un elemento esencial. Pellegrini indica que “uno no desciende de lacima del favor por los mismos escalones que allí lo llevaron. En general, nohay nada que medie entre el punto más alto y el más bajo”.67 En el mismosentido, Manzini subraya que “el descenso desde un punto elevado ante-rior no puede ser más que un salto repentino. La mayoría de las veces,uno no distingue el pasaje del estado supremo al más bajo”,68 y “el que quierasaber cuál es la grandeza que se siente al estar cerca del príncipe debe hacersu voluntad, puesto que se trata tan sólo de una caída repentina”.69

Ese carácter instantáneo de la caída deriva también del hecho de quetodos abandonan al cortesano que está perdiendo el favor del príncipe.Hasta la mismísima Fortuna deja de aceptar los tributos que antes le ofre-cía su protegido: “Mientras [Sejano] ofrecía su sacrificio ante una estatuade la Fortuna […], ésta dio vuelta la cara para no verlo ni apiadarse de él,con lo que demostró al pobre cortesano lo poco que debe fiarse de la vani-dad de la Fortuna, que no puede ser estable ni aun cuando es de mármol”.70

Si bien puede decirse que el aislamiento del cortesano desgraciado cons-tituye un acto de crueldad, no por ello es menos racional. Una vez que elsoberano ha decidido abandonar a alguien, no hay quien pueda salvar a lavíctima sin caer también en la ruina.71

Por otra parte, el hecho de que el favorito caído en desgracia pierda elapoyo de los demás cortesanos responde a los intereses del príncipe, ya queacelera la expulsión del primero. En efecto, para tener eficacia, la caídadel fa vorito debe ser veloz e inexorable. Para que se la perciba como se -ñal del po der absoluto que detenta el príncipe sobre el destino de sus súb-ditos, la caída también debe ser absoluta. Sin embargo, el soberano nopuede admitir en ningún momento que se ha equivocado al evaluar al cor-tesano caído en desgracia, puesto que de hacerlo quedaría como un ser fali-ble y, por lo tanto, incapaz de mantener un control absoluto, lo que per-judicaría su imagen de poder. En palabras de Pellegrini:

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67 Matteo Pellegrini, Che al savio…, op. cit., p. 73.68 Giovanni Battista Manzini, Della peripetia…, op. cit., p. 20.69 Ibid., p. 28.70 Ibid., p. 1471 “El favorito no debe esperar apoyo cuando cae en desgracia. Sobre aquellos que

se acercan a él caen masas gigantes que los aplastan. Es inútil buscar ayudacuando todos desean su caída. […] El que insulta las desgracias de los otros estáaplaudiendo la voluntad de los cielos […]. Cuando el roble cae, todos corren ahacer leña de él; cuando cae el favorito, todos corren hacia la presa” (MatteoPellegrini, Che al savio…, op. cit., p. 74).

rito; Nerón entregó a Tigellino; Enrique, rey de Suecia, dejó en manosde esa furia a George Preston, su adorado sirviente; y Caracalla hizo ase-sinar a todos los aduladores que lo habían convencido de matar a su her-mano. Lo mismo hizo Calígula, para poder escapar de esa furia.63

Otro que se expide sobre el destino del favorito es Bacon. En una carta de1616 para sir George Villiers, que entonces se encontraba en esa posición,el autor le advierte:

Recuerda tu verdadera condición. El Rey está fuera del alcance de supueblo, pero no puede estar más allá de sus críticas; y tú eres su som-bra; ya sea que él cometa un error y se niegue a confesarlo, excusán-dose en sus Ministros, entre los cuales eres el primero que salta a la vista,o que tú cometas la falta o la permitas de buena gana y debas sufrir porella; en uno u otro caso tal vez te ofrezcan como sacrificio para apaci-guar a las multitudes.64

En síntesis, la caída del favorito no es un acontecimiento excepcional,sino que implica un “rejuvenecimiento periódico” de la corte y un pro-ceso de “limpieza” de la imagen del príncipe. Constituye casi un sacrificioritual que les sirve al soberano y a los cortesanos en ascenso.65 Como bienseñala Manzini, al destituir a Sejano, el emperador Tiberio está ofreciendoun sacrificio a la Fortuna.66

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63 Sir Walter Ralegh, “Cabinet Council”, en The Works of Sir Walter Ralegh, Oxford,Oxford University Press, 1829, t. viii, pp. 149-150, citado en Robert Shephard, op.cit., p. 55.

64 Francis Bacon, “Letter of Advice to Sir George Villiers-The First Version”, en TheWorks of Francis Bacon, ed. de James Spedding et al., Londres, Longmans, 1857-1874, t. xiii, p. 14, citado en Robert Shephard, op. cit., p. 54. En una versiónposterior de la misma carta, Bacon subraya que “los reyes no pueden errar; esodebe cargarse sobre los hombros de sus ministros” (Francis Bacon, op. cit., t. xiii,p. 28, citado en Robert Shephard, op. cit., p. 54).

65 Es notable la complicidad tácita que existe entre el príncipe y los cortesanosdurante la caída del favorito. A veces, el soberano muestra señales de alejamientodel favorito y crea así una especie de vacío a su alrededor que puede facilitar lacaída e incluso desencadenarla. Otras veces, los rumores que echan a correr loscortesanos sobre el favorito son aprovechados por el príncipe para acusarlo yprecipitar su caída.

66 “Tiberio tramó la conspiración con tanto juicio que primero honró a Sejano y a su hijo con el sacerdocio. Fue casi como si alguien le hubiera aconsejado quese preparara para ofrecer un sacrificio a la Fortuna” (Giovanni Battista Manzini,Della peripetia…, op. cit., p. 11). El tropo del sacrificio vuelve a aparecer en la p. 22.

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fortuna a la que quedan sujetos todos los hombres que viven bajo lavoluntad de otro; esto […] que en la actualidad se llama razón de Estadoes una flecha que vuela sobre la cabeza de todos y que nadie puedeeludir sin una suerte milagrosa si se interpone en su camino, pues laruina de algunos es tan necesaria para los designios del príncipe como elservicio de otros.74

la caída de galileo

En febrero de 1632 el Diálogo de Galileo sale de la imprenta en Florencia.Al principio, el autor había pensado publicarlo en Roma por intermediode la Academia de los Linces. En efecto, allí se había dirigido en la prima-vera de 1630 con un borrador completo del manuscrito para obtener lospermisos necesarios. Si bien el padre Niccolò Riccardi, Maestro del SagradoPalacio, había emitido un imprimátur provisorio para que Galileo pudieranegociar con las imprentas, le había pedido también que incluyera algu-nos cambios y que escribiera el prefacio y la conclusión según las instruc-ciones del papa.75 Galileo debía enviar a Roma el manuscrito corregidounos meses después para que Riccardi hiciera la revisión final. Ciampoliiba a hacerse cargo de los últimos retoques, y los Linces iban a imprimirla obra. Sin embargo, en agosto de 1630, con la muerte del príncipe Cesi,los Linces entran en una crisis terminal. Además, el brote de la peste com-plica el envío del manuscrito desde Florencia hasta Roma.

Cuando surgen estos retrasos, Galileo comienza a presionar para queel libro se imprima en Florencia.76 Niccolini, uno de sus seguidores máscercanos que oficia de embajador de los Medici en Roma, está relacio-nado a través de su esposa con el padre Riccardi, que a su vez pertenece auna familia florentina muy conectada con la dinastía.77 Además, el mismoRiccardi tiene una amistad con Galileo y ha reseñado El ensayador en tér-

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74 Carta de Sir John Holles a Lord Norris, con fecha del 1 de julio de 1617, citada en Linda Levy-Peck, “‘For a King not to be bountiful were a fault’: Perspectiveson court patronage in Early Stuart England”, en The Journal of British Studies 25,1986, p. 48 (énfasis del autor).

75 Sobre el padre Riccardi, véase Ambrosius Eszer, “Niccolò Riccardi, O.P. – PadreMostro”, en Angelicum 60, 1983, pp. 428-457.

76 go, t. xiv, N° 2115, pp. 215-218.77 Como se señala en la nota 152 del capítulo 2, la última apoteosis de los Medici

donde aparecen los Astros Mediceos está pintada en el Palazzo Riccardi.

Los juristas nos enseñan que, de no ser por la aparición de pruebas nue-vas, no se justifica que a uno le disguste lo que antes le había gustado.Por lo tanto, el príncipe no puede justificar su reciente furia contra elfavorito sin invocar alguna falta grave por parte de éste. En realidad, nose condena al ser amado por pequeñeces. Dado que el poderoso [el prín-cipe] suele disimular los pequeños defectos de sus parientes, ¿cómopodría castigar luego esos mismos defectos cuando los presenta alguienque él mismo ha elevado hasta los más altos honores? El príncipe nopuede considerar indigno de su gracia al favorito (que antes conside-raba digno) sin emplear el pretexto de que ha cometido una falta grave.72

En el sentido más literal, el príncipe representa lo suyo como un “sacrifi-cio” donde ofrece a su cortesano favorito en nombre de la “justicia”. Si bienla realidad es que está abandonando a un beneficiario, el proceso se repre-senta ritualmente con una mezcla de pena y furia por parte del soberano.Al “entregar” a su favorito en nombre de la justicia, el príncipe demuestraque es absolutamente justo, a punto tal que está dispuesto a violentar suspropios sentimientos de amor por el beneficiario. Sin embargo, como lopone de manifiesto Pellegrini, el soberano no necesita una causa verdaderapara abandonar a su favorito. El carácter instantáneo de la caída y los pre-textos que crea el príncipe para mostrarse traicionado son dos elementosesenciales al momento de representar ese alejamiento repentino. Comohan tenido una relación tan estrecha (lo que en retrospectiva puede aver-gonzar al soberano), el ex favorito debe desaparecer lo antes posible, y elpríncipe debe mostrarse totalmente ajeno a sus “malas acciones”.73

Los numerosos relatos sobre la caída del favorito que se encuentran enla literatura cortesana son prueba de que Pellegrini describe una caracte-rística estructural (y no accidental) de esa sociedad. Por ejemplo, en uncomentario sobre la caída del conde de Somerset, favorito de Jacobo I deInglaterra, sir John Holles escribe:

Esta mañana caminé hasta la Torre a visitar al afectado [Somerset],puesto que a veces esas visitas son necesarias para la humildad; al verlas desgracias del otro como en un reflejo, se puede observar la mala

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72 Ibid., p. 75.73 Manzini presenta un análisis aun más profundo de esta situación: “Cuando el

príncipe ha dado todo lo que tiene, para recuperarlo necesita quitar lo que yadio, y como quitar lo regalado es una infamia, la mayoría de las veces se limita asustraer de la vista a aquellos que lo avergüenzan” (Giovanni Battista Manzini,Della peripetia…, op. cit., p. 33).

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Galileo, y resulta difícil determinar cuáles de ellas funcionan como merospretextos jurídicos y cuáles son las que legitiman la condena.83 Entre otrascosas, se lo acusa de incumplir los acuerdos de publicación, insultar al paparepresentando la doctrina de la omnipotencia divina mediante un perso-naje estúpido como Simplicio, desoír la advertencia emitida por Bellar-mino en 1616 sobre las ideas de Copérnico y presentar dichas ideas comoverdades absolutas en lugar de proponerlas como meras hipótesis. Por otraparte, también resulta difícil evaluar la incidencia de algunas cuestionesextrajudiciales, como el efecto del contexto político sobre las decisionesde Urbano o los sentimientos de amistad u hostilidad hacia Galileo porparte del papa, del Santo Oficio y de los teólogos y matemáticos pertene-cientes a las distintas órdenes religiosas.84

Algunos de estos elementos pueden contextualizarse en el marco de lasconsideraciones de Pellegrini sobre la caída del favorito. Ciertamente, no seproclama aquí que Galileo fuera el favorito de Urbano. Por un lado, en Romano existía tal posición oficial y, por el otro, Galileo no era un cortesano deallí, aunque tenía contactos en la corte pontificia y la visitaba cada tantosaños.85 Sin embargo, sí es cierto que su relación con Urbano era especial.86

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83 Sobre las dimensiones jurídicas del proceso y la problemática que éstas generan,véase Orio Giacchi, “Considerazioni giuridiche sui due processi contro Galileo”,en Nel terzo centenario della morte di Galileo Galilei, Milán, Società Edictrice Vitae Pensiero, 1942, pp. 383-406. Asimismo, en un artículo sobre el juicio a Galileo,Finocchiaro hace referencia al carácter ambiguo de la sentencia: “En ella se lodeclara ‘fuertemente sospechoso de herejía’, pero nunca se habla de herejíapropiamente dicha, con lo cual se está admitiendo de manera implícita que laspruebas incriminatorias disponibles no alcanzan para declararlo culpable” (“Themethodological background to Galileo’s trial”, en William A. Wallace (ed.),Reinterpreting Galileo, Washington D.C., Catholic University of America Press,1986, p. 242).

84 En enero de 1633, por ejemplo, Galileo le escribe a Diodati para decirle que sonlos jesuitas quienes están causándole problemas en Roma, opinión ésta que serepite en una carta de Naudé para Gassendi fechada en abril del mismo año (go,t. xv, N° 2384, p. 25; N° 2465, p. 88). Sobre el papel de los jesuitas en el juicio,véase Richard Westfall, “Galileo and the Jesuits”, op. cit.

85 En su descripción de la corte romana, Giovanni Ciampoli emplea el término“favorito”, pero parece referirse con él a un cortesano con ciertos privilegios,como el secretario o el camarlengo, más que a alguien ajeno a la taxonomíahabitual de los puestos en la corte (Giovanni Ciampoli, “Discorso di monsignorCiampoli sopra la corte di Roma”, en Marziano Guglielminetti y MariarosaMasoero, op. cit., pp. 228 y 233). No obstante, la “ruina” del cortesano es un temarecurrente en el mismo texto.

86 En “Patronage and the publication of the Dialogue” (op. cit.), Richard Westfallsubraya que la relación de mecenazgo entre Galileo y Urbano es un elemento clave

minos de lo más entusiastas.78 Galileo aprovecha sus vínculos con él y conNiccolini, así como el poder de los Medici, para lograr finalmente que larevisión definitiva del manuscrito quede en manos del Inquisidor floren-tino en lugar del romano.79 En efecto, Riccardi acepta enviarle a su colegaflorentino la sinopsis del prefacio y la conclusión, así como las instruccio-nes específicas para la revisión de la obra.80 Una vez terminada la revisióndefinitiva por parte del Inquisidor florentino, el Diálogo se imprime conla aprobación de la Iglesia en el mes de febrero. En abril, antes de que ellibro llegue a Roma, Ciampoli cae en desgracia y pierde el favor de Urbano.Seis meses después se va de la ciudad.

En el verano de 1632, el papa ordena que se retire de circulación el libroy crea una comisión especial para investigar las posibles transgresiones deGalileo.81 A principios del otoño, luego de considerar el informe de la comi-sión especial, el pontífice decide dejar el asunto en manos de la Inquisi-ción, que enseguida ordena la citación de Galileo a Roma. Tras una largademora, este último llega a la ciudad en febrero de 1633. El proceso comienzaen abril y culmina en junio, con la condena de Galileo a reclusión perpe-tua y la obligación de rezar los salmos penitenciales una vez por semanadurante tres años. En la sentencia del Santo Oficio, se lo declara

fuertemente sospechoso de herejía, vale decir, de haber creído y soste-nido la doctrina, falsa y opuesta a las Sagradas y Divinas Escrituras, deque el Sol es el centro del mundo y no se mueve de Este a Oeste, y deque la Tierra se mueve y no se halla en el centro del mundo, y de queuna opinión puede ser sostenida y defendida como posible luego de habersido declarada y definida como contraria a las Sagradas Escrituras.82

Con el tiempo, Galileo obtiene permiso de volver bajo arresto domicilia-rio a su villa de Arcetri, en Florencia, donde permanece hasta 1642, año enque muere.

Ahora bien, la interpretación de la sentencia no es tan directa comopuede parecer al principio. Gracias a otros documentos disponibles, se sabeque el papa y el Santo Oficio elevan varias acusaciones diferentes contra

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78 Galileo lo conoce en Roma en el año 1624 y espera hasta que lo nombranMaestro del Sagrado Palacio para entregar el manuscrito y solicitar que seextienda un imprimátur (go, t. xiv, N° 1984, pp. 77-78).

79 Ibid., N° 2156, pp.254-255; N° 2162, pp.258-260.80 Maurizio Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., pp. 209-210, 213-214.81 go, t. xiv, N° 2285, pp. 368-371; N° 2287, p. 372; N° 2289, p. 373; N° 2310, pp. 397-398.82 Maurizio Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 291.

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a la cima de sus carreras y que no tienen necesidad de competir entre sí.Mientras que Urbano es el príncipe y mecenas más importante de Italia,Galileo es su personaje cultural más notable. Guardan entre sí un vínculoque Maffeo parece concebir casi como una relación personal de parentesco,lo que acorta la brecha creada por la diferencia de estatus y actividades.En este sentido, se trata de un lazo semejante al que existe entre los sobe-ranos y sus favoritos, quienes no necesariamente tienen un origen distin-guido, ni surgen de la esfera política, ni son cortesanos profesionales. Y,gracias a que tienen un rol tan inusual, pueden pasar por alto las reglas quepara otros son leyes ineludibles.89

De cierta manera, la figura del favorito constituye una excepción insti-tucionalizada en la taxonomía de la corte. Lo que importa es su relacióníntima y directa con el príncipe. Ahora bien, aunque el vínculo entre Gali-leo y Maffeo Barberini no puede concebirse en términos de una relacióntípica entre soberano y favorito, es verdad que comparte algunas de suscaracterísticas. En este sentido, cabe afirmar que Galileo no es el favoritode Urbano en la esfera política, pero sin duda lo es en la esfera intelectual.

Por otra parte, la caída del cortesano, tal como la describen Pellegrini yotros autores, no es un proceso excepcional sino un ejemplo llevado alextremo del modo en que circulan habitualmente la gracia y el poder enestas redes de mecenazgo. Si bien es cierto que no todos los cortesanos caenen desgracia, la dinámica que opera tras la caída del favorito funciona tam-bién como trasfondo en la carrera de otros beneficiarios menos notables.En particular, cuando el soberano absoluto desarrolla una suerte de vín-culo familiar con alguno de sus beneficiarios, por más que no sea el favo-rito, pone en juego su propia imagen y su poder. De todas maneras, no sepropone aquí una analogía estricta entre la caída del favorito y el juicio deGalileo. Antes bien, se pretende aprovechar la semejanza de ambos proce-sos como herramienta heurística para revelar los aspectos del juicio quese relacionan con la institución del mecenazgo, dejados de lado por la mayo-ría de las interpretaciones anteriores.

Con ese fin, el análisis se concentrará en dos dimensiones de la caídadel favorito: por un lado, la figura de la traición como elemento que le sirveal mecenas de excusa para justificar el abandono de un beneficiario tan cer-cano y, por el otro lado, la necesidad de presentar la caída como un hecho“absoluto” (terrible, inexorable y sobredeterminado) para conservar la ima-gen de poder absoluto del soberano.

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89 Robert Shephard, op. cit., pp. 2 y 60.

En el transcurso de los años habían mantenido una comunicación fluida,con encuentros frecuentes, y las cartas de Maffeo siempre expresaban unaadmiración incondicional por Galileo. Cuando aún era cardenal, Barbe-rini había tomado partido por Galileo durante el debate sobre la flotabi-lidad en la corte florentina y, en 1620, había escrito para él la Adulatio per-niciosa, un poema de adulación en el sentido más literal del término. Esmás, en la carta endosada al poema había firmado con la frase come frate-llo (como hermano), que no se empleaba habitualmente para la corres-pondencia entre cardenales y caballeros sin rango.87 Otra prueba de esevínculo especial se encuentra en la carta de Tommaso Rinuccini para Gali-leo, donde describe la reacción del papa al enterarse de que su amigo via-jaría a Roma a principios de 1624:

Hace tres días le besé los pies a Nuestra Santidad, y juro que con nadalo vi alegrarse tanto como cuando le nombré a Vuestra Señoría; y des-pués de haber hablado un poco de V. S., y habiéndole dicho yo que V. S.tenía un gran deseo, en tanto vuestra salud lo permitiera, de estar a sussantísimos pies, me respondió que eso lo pondría muy contento, siem-pre y cuando fuera sin incomodidad para V. S. y sin perjuicio para vues-tra salud, porque se debía actuar de todas las maneras posibles paraque los grandes hombres como V. S. vivieran lo más que pudiesen.88

Cuando por fin llega a Roma, Galileo obtiene permiso para seis audienciascon el papa, quien le obsequia un cuadro, varias medallas y un agnus dei,le otorga indulgencias, le promete una pensión y le entrega una carta conelogios excepcionales sobre su persona para que se la muestre el GranDuque.

En efecto, hasta 1623, la relación ente Galileo y Maffeo Barberini es unarelación entre dos hombres independientes y muy exitosos que han llegado

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para comprender la publicación del Diálogo. Véanse también Antonio Favaro,“Oppositori di Galileo vi: Maffeo Barberini”, en Atti del Reale Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti 80, 1920-1921, pp. 1-46; y Sante Pieralisi, Urbano VIII e Galileo Galilei, Roma, Tipografia Poliglotta, 1875.

87 go, t. xiii, N° 1479, pp. 48-49. Los únicos otros que emplean esa frase con Galileoson Guidobaldo del Monte (sólo una vez) y su hermano, el cardenal FrancescoMaria.

88 Ibid., N° 1586, p. 139. El texto de esta carta es casi idéntico al de otra que Maffeole había enviado a Galileo en 1611: “Le ruego al Señor Dios que preserve [vuestrasalud], porque los hombres de gran valor como Vuestra Señoría merecen vivirun largo tiempo, a beneficio del público” (go, t. xi, N° 591, p. 216).

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la figura de la traición

El juicio de Galileo guarda una conexión indirecta con un acontecimientoque hasta este momento no se ha explicado en profundidad: la caída endesgracia de Ciampoli durante la primavera de 1632. En efecto, el 25 de abril,el embajador de los Medici en Roma le comunica al gran duque que han des-pedido a Ciampoli por tratar de corregir una carta que el papa había escritoen latín.90 Aparentemente, a Ciampoli se lo conoce entre sus coetáneos porsu gran arrogancia (rasgo común de los favoritos) en materia poética, lite-raria e intelectual, y es muy posible que su conducta haya herido el ego hiper-sensible de Urbano, afecto tanto a la poesía como a la política.91 El peligroproveniente de escribir mejores cartas que el soberano debe haber sido habi-tual en la época, ya que figura en un manual para secretarios de 1629.92 Es

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90 El despacho diplomático (Archivio di Stato di Firenze, “Mediceo Principato3351”, fol. 324) se reproduce en Antonio Favaro, “Giovanni Ciampoli”, en Amici ecorrispondenti di Galileo, ed. de Paolo Galluzzi, Florencia, Salimbeni, 1983, t. i,pp. 167-168, y en Richard Westfall, Essays on the trial…, op. cit., p. 96. Estaexplicación de la caída en desgracia de Ciampoli aparece también en la biografíaescrita por Giovanni Targioni Tozzetti (op. cit., t. ii, parte 1, p. 111). La mismaversión de la historia figura junto con otras en una biografía inédita de Urbanocitada por Antonio Favaro en “Serie decimottava di scampoli galileiani”, Atti eMemorie della R. Accademia di Scienze, Lettere e Arti in Padova. nueva serie, 24,1907-1908, pp. 17-19.

91 Casi todas las fuentes biográficas mencionan la arrogancia de Ciampoli, perodonde más se destaca esta característica es en una sátira escrita por Giano NicioEritreo y titulada Eudemia. Éste es el nombre de una isla ficticia donde quedanvarados dos (antiguos) romanos debido a una tormenta. Sin embargo, Eufemiase parece demasiado a la corte romana de principios del siglo xvii, y losprotagonistas son totalmente reconocibles. En efecto, es casi seguro que elpersonaje de Nicorusticus representa en realidad a Ciampoli. Dotado de unamente brillante, Nicorusticus está “lleno de buenas opiniones sobre sí mismo yde críticas despreciativas para todos los demás. Asimismo, no cree que nadie másque él sea sabio ni digno de consideración. Esa locura alcanza un punto tal quesomete a la sutileza de sus críticas y trata de destronar a los escritores antiguos,quienes han recibido gran reconocimiento y apreciación y a quienes el consensoy la autoridad de los siglos han colocado en la posición más alta entre los poetas”(citado en Luigi Gerboni, Un umanista nel Seicento, Città di Castello, Lapi, 1899, p. 128).

92 Persico advierte a sus lectores acerca de los costosos riesgos derivados de lasconductas y aptitudes que el príncipe puede recibir como amenazas por parte desu secretario (Panfilo Persico, op. cit., pp. 35-44). La siguiente cita resultaparticularmente esclarecedora: “El sabio nos dice que al servir al príncipe hayque ocuparse de no saber algunas cosas. Cuenta la historia de un caballeroportugués a quien su rey le dio la orden de escribir una carta para competir conotras. En realidad, era el mismo rey quien quería someter a prueba su propia

más, habida cuenta de su gran orgullo poético, Urbano resulta especial-mente sensible a esas cuestiones. El duque Francesco d’Este, por ejemplo,elige como embajador en la corte romana el poeta Fulvio Testi para apro-vechar esa debilidad del papa. En una de las cartas que Testi envía al duquese lee lo siguiente:

Una vez que la conversación había terminado, me arrodillé para reti-rarme, mas Su Santidad me hizo un gesto y comenzó a caminar haciala sala donde duerme; al llegar a una mesa pequeña, tomó un manojode papeles y, volviéndose hacia mí con una sonrisa, me dijo: “Quere-mos que Vuestra Señoría escuche algunas de nuestras composiciones”.Dehecho, me leyó dos poemas pindáricos muy extensos, el uno dedicadoa la Santísima Virgen María y el otro, a la condesa Matilde [de Canossa].Yo, siguiendo el clima de la situación, enuncié los comentarios elogio-sos necesarios sobre cada verso y, antes de irme, besé nuevamente lospies de Su Santidad para agradecer semejante signo de benevolencia.93

Esta lógica rinde sus frutos. Cuando el duque visita Roma tiempo después,se registra la siguiente crónica:

Es imposible describir el afecto con que lo recibió el papa. […] Comoel duque está dotado de una mente rápida y vigorosa, una elocuenciamaravillosa, una memoria profunda y una buena comprensión de lasletras, de inmediato logró elegir y utilizar algunas de las imágenes per-tenecientes a los poemas recién publicados del pontífice. Luego,comenzó a recitar versos y poemas enteros, para después verter los elo-gios merecidos, y el papa sintió una emoción tan fuerte al oír a estepríncipe devenido en panegirista de sus obras que quedó totalmenteprendado por la ternura de su afecto y tan jubiloso que parecía haberperdido la razón.94

pluma, y al ver que los jueces habían elegido la carta escrita por el caballero, sefue a casa y pidió que éste se retirara [de servicio], y [el caballero] volvió a sucastillo diciendo que ya no era bienvenido en la corte porque el rey se habíadado cuenta de que su súbdito lo superaba en sabiduría” (p. 84).

93 Citado en Giovanni de Castro, Fulvio Testi e le corti italiane nella prima metà delsecolo xvii, Milán, Battezzati, 1875, p. 89. Sobre la actividad poética de Urbano,véase Mario Costanzo, Critica e poetica del primo Seicento, tomo ii: Maffeo eFrancesco Barberini, Cesarini, Pallavicino, Roma, Bulzoni, 1970.

94 Giovanni de Castro, op. cit., p. 90.

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inmediata, Urbano hace todo lo posible para que el cardenal sea recu-sado y deba volver a Madrid. Sin embargo, el temor a que España tratede usar el incidente como pretexto en pos de presentar desafíos más impor-tantes (por ejemplo, una posible invasión militar desde Nápoles) lo obligaa esperar hasta 1635 para que Borgia se marche.

Entre tanto, el pontífice vuelca su ira sobre los cardenales Ubaldini yLudovisi, a quienes considera cómplices de Borgia. Así, Ludovisi tieneque regresar a Bolonia, mientras que Ubaldini se va de Roma a Frascati unavez que el sobrino de Urbano rescinde la orden de encarcelarlo.100 Ludo-visi y Aldobrandini (otro cardenal involucrado en el escándalo del con-sistorio) cuentan con los antecedentes de haber sido dos de los mecenasmás cercanos de Ciampoli antes de que éste fuera secretario del papa. CuandoCiampoli recibe la orden de retirarse de su puesto (tal vez por los supues-tos contactos con las facciones opositoras al pontífice), Urbano ya estálidiando con una crisis política grave y delicada. Su poder se ha visto debi-litado por las acusaciones de benevolencia con los herejes, entre los cua-les algunos podrían incluir a Galileo. Por lo tanto, el papa necesita demos-trar que es un soberano firme, decidido y grandioso. Además, parece estaratravesando un período de dificultades psicológicas en que cree estar rode-ado de enemigos.101 En efecto, como lo indica el hecho de que TommasoCampanella sea su beneficiario, Urbano es un hombre muy supersticioso,con una sensibilidad especial por los horóscopos negativos. Al parecer, lacrisis política de la primavera de 1632 profundiza su paranoia. En un des-pacho diplomático del 13 de mayo, por ejemplo, se puede leer lo siguiente:

Desde Roma me escriben que el papa teme ser envenenado y se ha idoa Castel Gandolfo, donde se ha encerrado y no recibe visitas de nadieque no haya sido previamente inspeccionado. El camino que va haciaRoma está vigilado por patrullas. Sospecha que las maniobras [milita-res] en el Reino de Nápoles apuntan a él y que la flota del Gran Duqueestá lista para partir hacia Ostia y Civitavecchia. Por lo tanto, está refor-zando las fronteras.102

Aunque no parece existir un vínculo directo entre la caída de Ciampoli yel juicio de Galileo (con la excepción de que ambos acontecimientos se dandurante un mismo período de crisis política), más adelante Urbano usa a

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100 Ibid., pp. 59-64.101 Ibid., p. 61.102 Ibid., p. 74.

Dado que Urbano siente un orgullo tan evidente por sus aptitudes poéti-cas, es posible que, al insultarlas, Ciampoli haya cavado su propia tumba.Sin embargo, también se han propuesto otras explicaciones. Hay quien sos-tiene que la caída está relacionada con su participación en una conspira-ción de los españoles para derrocar al pontífice.95 De hecho, existen rela-tos sobre una visita nocturna de incógnito al palacio del cardenal Borgia,jefe de los españoles, al que supuestamente Ciampoli llega en una mulapara ingresar por una entrada secundaria, aunque años más tarde éste siguenegando tal rumor por considerarlo no sólo falso, sino también absurdo.96

En todo caso, lo que sí es cierto es que la caída de Ciampoli coincidetemporalmente con las graves dificultades de Urbano en materia polí-tica. Su intento de obrar como mediador entre el rey de Francia y la fami-lia Habsburgo durante la Guerra de los Treinta Años resulta totalmenteineficaz, sobre todo cuando los españoles y el emperador comienzan aacusarlo de inclinarse a favor de los franceses y de ser débil con los here-jes. La crisis en Roma alcanza su punto culminante el 8 de marzo, con loque se conoce como el escándalo del consistorio. En esa ocasión, el car-denal Borgia, embajador de España, lee ante todos sus colegas un mensajede protesta contra el papa por no apoyar las empresas militares del reyespañol contra los protestantes en Alemania.97 Borgia llega al punto deinsinuar que tal vez haya que organizar un concilio para evaluar la capa-cidad y la voluntad del papa de defender el cristianismo. Ante semejantepropuesta, Urbano y su sobrino tratan de callarlo, pero sin éxito. En unmomento, el hermano de Urbano se levanta y se acerca a Borgia, con laaparente intención de tomarlo y llevárselo de la sala, pero el cardenal San-doval lo frena. Al final, Urbano se ve obligado a llamar a los guardiaspara que controlen la gresca.98 A todo esto, el cardenal Pío acaba con loslentes rotos, y el cardenal Spinola destroza su propio sombrero en un actode furia.99 Totalmente ofendido con Borgia y deseoso de una venganza

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95 Véase la biografía de Ciampoli escrita por Giovanni Targioni Tozzetti (op. cit., t. ii, parte 1, pp. 110-111).

96 Giovanni Ciampoli, Lettere…, op. cit., pp. 18-20.97 Sobre ese acontecimiento, véase Ferdinand Gregorovius, Urbano VIII e la sua

opposizione alla Spagna e all’imperatore, Roma, Fratelli Bocca, 1879, pp. 46-59; y Ludovico Pastor, op. cit., t. xxviii, pp. 287-294. Véase también Auguste Leman,Urbain VIII et la rivalité de la France et de la Maison d’Autriche de 1631 à 1635,París, Champion, 1920, pp. 133-145. Asimismo, en las pp. 139-151 del libro deGregorovius se reproducen varios informes diplomáticos de la época sobre ese incidente.

98 Ferdinand Gregorovius, op. cit., p. 148.99 Ibid., pp. 142 y 148.

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ticamente, y lamentaba tener que disgustarlo, mas se trataba de los inte-reses de la fe y de la religión”.108 Tal como lo describe Pellegrini, supues-tamente el soberano no deja caer a sus favoritos por una cuestión deinterés personal, sino que se ve obligado a abandonarlos (cuando éstoslo traicionan) en pos de un ideal más elevado, como la justicia, la religión,la paz y otros. De esta manera, el interés personal queda transformadoen pureza.

Las numerosas contradicciones entre las distintas declaraciones deUrbano y entre éstas y los datos empíricos permiten concluir que las acu-saciones de traición no resultan del todo creíbles. En medio del juicio,por ejemplo, el papa se declara totalmente ajeno al asunto y afirma que“nunca ha dicho nada al respecto [del imprimátur emitido por Riccardi],y mucho menos ha dado la orden de que se otorgue ese permiso”.109 Sinembargo, en una etapa anterior, Niccolini señala lo siguiente acerca deUrbano: “Yo le respondí que el Signor Galileo no había publicado sin laaprobación de sus ministros, y que yo mismo había obtenido y mandado[a Florencia] el proemio para esos fines”.110 A lo cual el papa contesta “conla misma incandescencia, que Galileo y Ciampoli lo han traicionado, y queCiampoli en particular se ha atrevido a decirle que el Signor Galileo estabadispuesto a hacer todo lo que Su Santidad comandaba y que todo [la publi-cación del Diálogo] estaba bien”.111

No obstante, resulta muy poco probable que Ciampoli haya engañadoa Urbano, dado que este último mantenía un diálogo directo con Riccardisobre el libro de Galileo.112 El 16 de junio de 1630, por ejemplo, Raffaello

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108 go, t. xv, pp. 67-68, traducido al inglés en Maurice Finocchiaro, The Galileoaffair, op. cit., p. 247. En varias cartas del período se encuentran otras referenciasa la tristeza del papa porque su deber con el cristianismo lo obliga a enjuiciar a un amigo. Véase, por ejemplo, go, t. xiv, N° 2305, p. 392; t. xv, N° 2443, p. 68.

109 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 252.110 go, t. xiv, N° 2298, p. 383, traducido al inglés en Maurice Finocchiaro, The

Galileo affair, op. cit., p. 229.111 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 229.112 Por lo tanto, habría que tomar con pinzas la versión de los hechos ofrecida por

Giovanfrancesco Buonamici tras finalizar el juicio, en julio de 1633. En ella, sincitar fuentes, el autor describe la siguiente escena del debate en la Congregacióndel Santo Oficio: “Luego las acusaciones se volvieron contra el padre Monstruo, el cual se disculpa primero diciendo que había recibidoórdenes de aprobar el libro por parte de su mismísima Santidad, mas como elpapa lo niega y se irrita, dice el padre Monstruo que ha recibido las órdenes deSu Santidad por parte del Secretario Ciampoli. Replica el papa que no da fe aesas palabras. Al final, el padre Monstruo saca una nota de Ciampoli, por la cual

Ciampoli como chivo expiatorio en el caso Galileo,103 a la manera del prín-cipe enfurecido de Pellegrini, quien deja caer al “traidor” al mismo tiempoque declara lamentarlo. En distintas ocasiones, Niccolini (el embajador flo-rentino) describe la ira de Urbano contra Galileo y Ciampoli por habertransgredido “de modo fraudulento” los acuerdos para la publicación delDiálogo: “Mientras conversábamos sobre esos asuntos delicados del SantoOficio, montó Su Santidad en gran cólera y repentinamente me dijo quehasta nuestro Galileo había osado meterse donde no debía, en los asuntosmás graves y peligrosos que se puedan suscitar en este momento”.104 Lacólera de Urbano y sus acusaciones de traición no acaban aquí, sino quese tornan más frecuentes.105 En otra ocasión, el papa sostiene que la publi-cación del Diálogo ha sido una Ciampolata (una jugada de Ciampoli), loque dista mucho de ser una explicación empírica de los sucesos.106 Enrealidad, Urbano intenta representar la supuesta traición de Galileo enconexión con otra de alguien que ya no se encuentra en condiciones dedefenderse: la de Ciampoli. A veces, hasta llega a acusar al Maestro delSagrado Palacio de dejarse engañar por Ciampoli y Galileo e incluso dehaber participado en el complot.107 Al mismo tiempo, resulta interesanteseñalar que la ira de Urbano suele despertarse cuando el embajador flo-rentino llama su atención sobre el hecho de que el Diálogo ha sido publi-cado bajo las instrucciones recibidas por Galileo de Roma e, indirecta-mente, del propio pontífice. En síntesis, la figura de la traición se invocajusto cuando alguien insinúa que existe una relación entre Urbano y las“malas acciones” de Galileo.

Asimismo, con un modelo de conducta muy semejante al analizado porPellegrini, Urbano admite repetidas veces que toda la situación le generauna gran congoja, habida cuenta de su relación tan familiar y cercanacon Galileo. Como relata el embajador de Toscana: “El Signor Galileo habíasido su amigo, y habían conversado y comido juntos muchas veces domés-

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103 Si bien todas las pruebas existentes indican que las primeras etapas de la caída de Ciampoli no guardan relación alguna con la publicación del Diálogo, nopuede decirse lo mismo de su expulsión de Roma. De hecho, Ciampoli se va enoctubre, cuando los problemas de Galileo ya llevan un tiempo.

104 go, t. xiv, pp. 383-384, traducido al inglés por Maurice Finocchiaro, The Galileoaffair, op. cit., p. 229. En la misma ocasión, Urbano subraya nuevamente el hechode que lo han traicionado: “Y vuelve a quejarse de haber sido traicionado porGalileo y por Ciampoli” (p. 230). Unos meses después, el papa vuelve a montaren cólera cuando Niccolini saca el mismo tema (véase go, t. xv, p. 68).

105 go, t. xiv, pp. 383-384, 429; t. xv, N° 2443, p. 67.106 go, t. xv, p. 56.107 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., pp. 229, 236, 239, 240, 252.

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cluyente. Antes bien, teniendo siempre en mente una firmí-sima doctrina, que aprendí de una persona doctísima y emi-nentísima [¿el papa?] y ante la que hay que inclinarse, sé que sise os interrogara a ambos respecto a si Dios, con su infinito podery sabiduría, podría conferir al elemento agua el movimiento recí-proco que percibimos en él de un modo distinto a hacer moverel recipiente que la contiene, sé, insisto, que responderíais quehabría podido y sabido hacerlo de muchas maneras, inclusoinconcebibles por nuestro intelecto. Por lo que yo concluyo inme-diatamente que, siendo así, sería soberbia osadía si uno qui-siera limitar y coartar la potencia y sabiduría divina a una maneradeterminada.

salviati: Admirable y verdaderamente angélica doctrina: a laque, de manera muy concordante, le responde aquella otra, tam-bién divina, la cual, mientras nos permite discutir en torno de laconstitución del mundo, nos advierte que no estamos en condi-ciones de descubrir cómo Sus manos lo han construido (tal vezpara que el ejercicio de la mente humana no se trunque o se des-truya). Así, pues, este ejercicio que Dios nos permite y nos ordenabasta para reconocer Su grandeza; cuanto menos capaces somosde desentrañar los profundos abismos de Su infinita sabiduría,más admiramos su grandeza.116

Por lo tanto, se puede afirmar que Galileo cumple formalmente con lasindicaciones del papa, aunque en menor medida y con menos entusiasmode lo que Urbano espera. Al parecer, la tibieza con la que Galileo reproduceesa “doctrina angelical” es lo que enfurece al pontífice, quien, empujadotal vez por los adversarios de Galileo, lee sus propias ideas recién al finaldel libro y en boca de un personaje tan tonto como Simplicio.117

Todo esto indica que las acusaciones de traición arrojadas por Urbanono constituyen necesariamente declaraciones empíricas sino que repre-sentan un tropo que al soberano le resulta práctico para justificar susdecisiones y al mismo tiempo apartarse del “culpable”.

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116 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., pp. 217-218.117 Sobre la convicción de Urbano acerca de que Simplicio es una “imitación” de su

persona, véase go, t. xiv, N° 2285, p. 370; N° 2296, p. 379; t. xvi, N° 3227, p. 363;N° 3321, p. 449; N° 3326, p. 455. Véase también Maurice Finocchiaro, The Galileoaffair, op. cit., pp. 221 y 247. Sobre la historia del caso Simplicio, véase SantePieralisi, op. cit., pp. 341-387.

Visconti, un revisor que trabaja para Riccardi, le escribe a Galileo que “elPadre Maestro le besa la mano y dice que la obra le gusta y que mañanahablará con el Papa sobre el frontispicio [el prefacio], y que con respectoal resto, acomodando unas pocas cositas, similares a las que acomodamosjuntos, le dará el libro”.113 Asimismo, en sus cartas para el inquisidor flo-rentino, Riccardi menciona que le enviará el resumen del prefacio y la con-clusión del libro redactada según los deseos del papa.114

En ese resumen se solicita a Galileo que incluya el argumento de la omni-potencia divina, en la misma línea que la fábula del sonido de El ensaya-dor. Así, se espera que el autor destaque que todo fenómeno bajo investi-gación puede haber sido causado por Dios de distintas maneras y, por lotanto, ninguna causa descubierta mediante dicha investigación puede con-siderarse necesaria.115 De hecho, hacia el final del Diálogo, Galileo pone enboca de Simplicio el argumento de que no puede considerarse definitivala interpretación de las mareas (que para el autor es la prueba más válidadel movimiento de la tierra):

simplicio: […] confieso que vuestra idea me parece la más inge-niosa de cuantas he oído, pero no la considero verdadera y con-

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se le dice que Su Santidad (en cuya presencia Ciampoli afirma haberla escrito) leordena aprobar dicho libro” (go, t. xix, p. 410). Sin embargo, si Riccardi hubiesetenido realmente una nota de Ciampoli, la habría presentado mucho antes deabril. Es más, desde el verano de 1632, el Maestro del Sagrado Palacio veníaasumiendo culpas que podría haber evitado con sólo mostrar esa nota. ComoCiampoli ya estaba arruinado, Riccardi no habría tenido motivo alguno paraocultarla. Por otra parte, resulta demasiado improbable que un hombre tanambicioso como Ciampoli fuera a poner en riesgo toda su carrera de manera tantonta (o sea, tan transparente) para permitir la publicación de un libro deGalileo. Cabe señalar también que la biografía de Galileo escrita por Buonamicicontiene varios errores más de carácter fáctico.

113 go, t. xiv, N° 2032, p. 120.114 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., pp. 209, 212, 213-214. En otra

carta de junio de 1630, el conde Orso d’Elci felicita a Galileo por haber logradoque Visconti negociara con Urbano para persuadirlo de incluir el argumento delas mareas (go, t. xiv, N° 2024, p. 113). Sobre la participación de Urbano en lasnegociaciones previas a la publicación del Diálogo, véase también GuidoMorpurgo-Tagliabue, I processi di Galileo e l’epistemologia, Roma, Armando,1981, pp. 136-139; y Mario d’Addio, “Considerazioni sui processi di Galileo”, enRivista di storia della chiesa in Italia 38, 1984, pp. 64-66.

115 Sobre la postura teológica de Urbano acerca de la naturaleza del conocimientocientífico y sus condiciones de posibilidad, véase la descripción que Oreggi hacede un diálogo al respecto entre el pontífice y Galileo, reproducida en MauriceFinocchiaro, Galileo and the art of reasoning, Dordrecht, Reidel, 1980, p. 10.

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Dado que el juicio está investido del poder papal, el Santo Oficio espera queGalileo confiese, no que discuta. Como el favorito abandonado de Pelle-grini, Galileo no debe tratar de detener su caída, porque esto es inútil y hastapuede resultar perjudicial. Las audiencias del juicio confirman esa idea. Cadavez que el Santo Oficio necesita negociar con Galileo (en vez de hacerle pre-guntas previamente redactadas), se acerca a él de manera extraoficial y fuerade las audiencias. Esto es así porque un órgano judicial que representa elpoder de un soberano absoluto no puede mostrarse negociando abierta-mente con un delincuente. En febrero de 1633, por ejemplo, apenas Galileollega a Roma, lo visita en privado un grupo de consultores de la Congrega-ción del Santo Oficio. Si bien Galileo guarda la esperanza de que esas visi-tas sean una señal de benevolencia de la Inquisición hacia su persona y lespresenta su postura con gusto en un ámbito informal, se puede pensar queel verdadero objetivo es conocer las opiniones de Galileo para poder diri-gir el juicio en función de eso.120 En efecto, no es accidental que el Santo Ofi-cio espere dos meses tras la llegada de Galileo para empezar a interrogarlo.Todo tiene que estar listo de manera tal que no pueda surgir ninguna sor-presa para frenar el despliegue de la ira papal contra Galileo.121

Sin embargo, para desgracia de la Inquisición, en abril aparece una sor-presa. Hasta ese momento, la Congregación tiene pensado concentrar lasacusaciones en el incumplimiento de una admonición que, según ellos, Gali-leo había recibido del cardenal Bellarmino en 1616. En dicho documento, sele ordena “abandonar completamente la opinión de que el sol está fijo en elcentro del mundo y la Tierra se mueve, y de aquí en adelante no sostener,enseñar ni defender dicha opinión de manera alguna, ya sea oralmente o porescrito”.122 Sin embargo, Galileo posee un argumento de defensa muy eficaz,basado en otro documento de 1616 con la firma del cardenal Bellarminodonde éste le otorga autorización para tratar la doctrina copernicana, aun-que sólo con carácter hipotético.123 Seguramente este argumento les trae másque un dolor de cabeza a los inquisidores, que lo reciben como un obstá-culo para sus estrategias jurídicas. En esa ocasión, el Santo Oficio vuelve arecurrir a una táctica más reservada y menos embarazosa. El padre VincenzoMaculano, comisario general del Santo Oficio, le propone a Galileo negociaren privado. Como dice en una carta al cardenal Francesco Barberini:

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120 go, t. xv, N° 2413, p. 44; N° 2424, pp. 50-51.121 Sobre este tema, véase Mario d’Addio, op. cit., p. 91.122 Orden del 26 de febrero de 1616 traducida al inglés en Maurice Finocchiaro, The

Galileo affair, op. cit., p. 147 (énfasis del autor).123 Certificado del cardenal Bellarmino del 26 de mayo de 1616, traducido al inglés

en ibid., p. 153.

las caídas inexorables

En el análisis de Pellegrini sobre la caída del favorito existe un segundopunto que puede contribuir a detectar una maqueta interesante en lasdistintas etapas del juicio.

En efecto, tanto Pellegrini como Manzini hacen hincapié en la inge-nuidad de los cortesanos que caen en desgracia y tratan de defender la pro-pia inocencia, así como en la de los compañeros que intentan ayudarlos.Una vez que la caída ha comenzado, no hay quien la detenga, ya que en sucarácter absoluto se pone en juego el poder del soberano. Cualquier acci-dente que frene esa caída puede trastornar el ritual y manchar la imagendel príncipe. La mejor estrategia es la que adopta Ciampoli, o sea, la decallarse y dejar que lo usen como objeto de sacrificio para la diosa For-tuna mientras espera que se elija un nuevo soberano.

En este sentido, el embajador Niccolini, cuya experiencia en la corteromana es mucho mayor que la de Galileo, le escribe en octubre de 1632

que es inútil tratar de discutir con el Santo Oficio:

Porque mientras más afirme poder defender y aclarar aquello que haescrito, tanto más crecerá la idea de condenar la obra en todo y por todo.[…] En cuanto a este asunto, juro que será necesario no entrar en defensade aquellas cosas que la Congregación no aprueba, sino mas bien some-terse a ella y retractarse del modo que lo deseen sus cardenales; de noser así, se encontrarán grandísimas dificultades para la expedición dela causa, como les ha sucedido a muchos otros. Además, hablando cris-tianamente, no se puede pretender más que lo que ellos desean, en tantotribunal supremo que no puede errar.118

Unos meses más tarde, en medio del juicio, el embajador florentino vuelvea afirmar lo mismo:

Galileo trata de defender sus opiniones con mucha firmeza, pero yo loexhorté, en nombre de una resolución expeditiva, a que no se molesteen mantener dichas opiniones y se someta a los que ellos pretendenque sostenga o crea en cuanto a los detalles del movimiento terrestre.Él se mostró muy perturbado por esto.119

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118 go, t. xiv, N° 2223, pp. 417-418 (énfasis del autor).119 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 249.

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ponga la causa en términos que sin dificultad puedan expedirse. El tri-bunal conservará su reputación.126

A los dos días, Galileo confiesa, y el juicio se acerca a una conclusión expe-ditiva.127 Como sostiene Morpurgo-Tagliabue, “la confesión espontánea deGalileo no lo salva a él sino a sus jueces de una situación bastante deli-cada”.128 Unos años más tarde, Maculano obtiene el puesto de cardenal.

En cierto modo, la caída del favorito no constituye un caso al que sepueda otorgar el beneficio de una audiencia justa. El juicio de Galileo noes un juicio en el sentido moderno de la palabra: como casi todas las “caí-das de los favoritos”, se parece más a un ritual de sacrificio. Es precisamentesu relación íntima con el papa lo que impide que Galileo sea un acusadocomún y corriente. En el contexto de la corte romana, no es posible ela-borar un discurso donde queden expuestos el carácter humano y la debi-lidad del soberano, quien ha permitido que se le acerque un individuotan despreciable. Sin embargo, ésa no es la única manera en que el manejodel juicio contribuye con la “caída libre” de Galileo.

Las pruebas existentes indican que nadie responde a los esfuerzos ante-riores de Galileo para explicar su accionar ante la comisión y rescatar loque aún era rescatable mediante una corrección del libro previa a la inter-vención del Santo Oficio.129 En septiembre de 1632, por ejemplo, cuandoNiccolini le dice a un representante del papa que al gran duque le gusta-ría que Galileo pudiera defenderse antes de comenzar el juicio, su interlo-cutor le responde que “el Santo Oficio no tiene el hábito de escuchar defen-sas”.130 Si bien es posible que esta respuesta refleje las reglas del Santo Oficioen esa época, al momento de la solicitud de Niccolini la Congregaciónaún no había comenzado las acciones contra Galileo, sino que estaba reu-niendo información preliminar mediante la comisión especial creada porel papa. Dos semanas antes, Niccolini le había hecho el mismo pedido alpapa y había obtenido la misma respuesta: “En estas materias del SantoOficio no se hace más que censurar y luego llamar al acusado para que se

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126 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 277 (énfasis del autor).127 Niccolini afirma que “el padre Comisario [Maculano] parece interesado en que

la causa se acelere y quiere que se imponga el silencio, y si así lo logra, todo seráabreviado y muchos quedarán liberados de fastidios y peligros” (go, t. xv, N°2491, pp. 109-110).

128 Guido Morpurgo-Tagliabue, op. cit., p. 139.129 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., pp. 229-230, 233, 234-235. Véase

también go, t. xiv, N° 2305, p. 392.130 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 235.

Ayer, conforme a las órdenes de Nuestra Santidad, di parte a los Seño-res Eminentísimos de la Santa Congregación sobre la causa de Galileo,el estado de la cual referí brevemente, y habiendo ellos aprobado aque-llo que se ha hecho hasta aquí, consideraron luego varias dificultades encuanto al modo de proseguir la causa y encaminarla a su expedición;tanto más en cuanto Galileo ha negado en su declaración aquello quemanifiestamente aparece en el libro por él compuesto, de manera tal quesi él continúa con su negativa, surgirá la necesidad de un mayor rigor enla administración de la justicia y de menores resguardos sobre los asun-tos que se ramifican de este negocio. Finalmente, les propuse un plan:que la Santa Congregación me concediera la facultad de tratar extraju-dicialmente con Galileo, a fin de hacerle comprender su error y llevarloa término, una vez que lo reconozca, de confesarlo. A simple vista, lapropuesta pareció muy osada y no se concebían muchas esperanzas detener éxito en este intento mientras se siguiera el camino de convencerlocon razones, mas al haber mencionado yo los fundamentos con los cua-les me proponía esto, me fue dada esa facultad.124

Aunque lo que se puede saber sobre el plan de Maculano son simples con-jeturas, sí es cierto que tuvo los resultados que él esperaba.125 Dos díasdespués, entusiasmado, le transmite la buena noticia a Barberini, sabiendoque lo va a complacer:

Me considero en la obligación de dar parte de esto a Vuestra Eminen-cia de inmediato, no habiéndolo comunicado a ningún otro, pues esperoque Vuestra Eminencia y Su Santidad queden satisfechos de que así se

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124 Ibid., p. 276.125 En I processi di Galileo e l’epistemologia (op. cit, pp. 136-140), Guido Morpurgo-

Tagliabue afirma que Maculano aprovechó una declaración vertida por Galileoen el interrogatorio del 12 de abril de 1633, cuando los inquisidores lo acusaronde incumplir la orden de Bellarmino –que supuestamente recibió en 1916– de nosostener, defender ni enseñar la doctrina copernicana de manera alguna. Segúnel autor, esa nueva acusación sorprendió y confundió tanto a Galileo que éstereaccionó de manera exagerada y, para defenderse, declaró que en el Diálogo nohabía pretendido apoyar a Copérnico sino refutarlo. Sin duda, esa declaraciónfue un exceso, ya que entraba en franca contradicción con el contenido del libro.Es posible entonces que Maculano haya aprovechado ese paso en falso de Galileopara convencerlo de que su declaración podía interpretarse como un acto demala fe y conducta insidiosa. Por lo tanto, lo mejor sería confesar cuanto antes,para que la Inquisición no llegara a exponer el engaño. Sobre este hecho, véasetambién Mario d’Addio, op. cit., p. 95.

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alguno se mantenga en vigilancia para evitar que se siembren errores enel estado, que podrían causarle problemas.136

Básicamente, lo que el papa le advierte al gran duque es que no se dejerepresentar como un príncipe infiel por defender a un posible hereje.137

En febrero de 1633 se reitera una amenaza muy parecida, aunque no tanvelada.138 Posiblemente la postura más cautelosa que muestra el gran duqueen la etapa posterior del juicio sea una señal de que la amenaza y sus rami-ficaciones políticas finalmente surten un efecto en Florencia.139 Así, el papalogra espantar a los amigos de Galileo presentándolo casi como un con-denado a la hoguera, lo que puede verse reflejado en la actitud de muchoscardenales que vacilan al aceptar o responder las cartas del gran duque endefensa de su matemático. En palabras de Niccolini, “algunos de aquelloscardenales a quienes les entregué las serenísimas cartas se excusaron de res-ponder por la prohibición que está en vigencia, y otros hasta se negaron arecibirlas, por miedo a caer en la censura”.140

Si se dejan a un lado las observaciones sobre el procedimiento para pasara analizar los cambios de acusaciones, puede confirmarse una vez másque el papa intenta borrar su propia participación en el escándalo y evi-tar toda sorpresa que pueda causar un desvío en el rumbo “natural” de supoderosa maquinaria jurídica. A diferencia de lo que sostiene Redondi enGalileo heretic (y de lo que Urbano le dice al embajador florentino), la comi-sión creada por el papa en agosto de 1632 para evaluar el accionar de Gali-

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136 Ibid., p. 236.137 Al mismo tiempo, el papa pretende dejar al gran duque fuera del proceso

fingiendo que lo que están haciendo en Roma es muy atípico y que sólo lo hacenporque respetan al gran duque y quieren cumplir su deseo de que se trate bien aGalileo (ibid., pp. 221, 222, 230, 236, 245, 249, 250).

138 go, t. xv, N° 2428, p. 56. En una conversación entre Riccardi y Niccolini también semenciona que el gran duque se verá perjudicado y tendrá problemas graves con elpapa si sigue ejerciendo presión para salvar a Galileo (go, t. xiv, N° 2302, p. 388).

139 Es posible que exista una relación entre esas amenazas y la decisión deFerdinando II de no pagar los gastos generados por Galileo tras el primer mes deestadía en Roma. Habida cuenta del monto insignificante que representandichos gastos, es claro que se trata de una cuestión simbólica más queeconómica: el gran duque no quiere terminar manteniendo a un delincuenteconvicto (go, t. xv, N° 2509, p. 124). De acuerdo con los cálculos de Niccolini,que se avergüenza de esa decisión y se ofrece a cubrir los gastos personalmente,éstos sumarían unos 15 escudos mensuales. Se podría suponer entonces que,según el gran duque, si Galileo se quedaba en Roma más de un mes, era porquetenía problemas graves y lo esperaba una condena casi inminente.

140 go, t. xv, N° 2471, p. 95.

desdiga”.131 En el mismo encuentro, cuando Niccolini le pregunta al papasi le puede decir a Galileo qué tipo de acusaciones tendrá que enfrentar,éste le contesta con violencia: “El Santo Oficio, como ya he dicho a Vues-tra Señoría, no hace estas cosas y no camina por esta vía; esas cosas no sedan a ninguno con anticipación, no es lo usual. Además, él sabe muy bienen qué consisten las dificultades”.132

Ahora bien, el Santo Oficio no sólo se niega a escuchar los argumentosde Galileo (que pueden dejar expuestos a Riccardi y al mismísimo Urbano),sino que trata de que la versión de Galileo no salga a la luz. En febrero,cuando Galileo llega a Roma, el cardenal Francesco Barberini le advierteque no entre en contacto ni hable con nadie mientras espera el juicio enel palacio de los Medici. Esta orden extrajudicial se repite unos días des-pués, en boca del comisario del Santo Oficio.133

El gran duque es la única persona que tiene poder como para respaldarlas declaraciones de Galileo acerca de su inocencia y su afirmación de queel Diálogo se ha publicado tras la aprobación indirecta del papa y directade Riccardi y del inquisidor florentino. Por lo tanto, no es ninguna sor-presa que el pontífice intente evitar su intervención en el caso Galileo. Enseptiembre de 1632, Urbano le advierte varias veces a Niccolini, embaja-dor florentino, que lo más prudente para el gran duque será “tener cuidadode no involucrarse […] porque no saldrá de todo esto con la honra intacta”y que “Su Alteza no debería involucrarse, sino andar despacio”.134 Unos díasdespués, la advertencia empieza a convertirse en una amenaza, y el papale dice a Niccolini que el gran duque “debería estar contento, depuesto todorespeto y afecto por su matemático, de ayudar con sus propias manos aproteger el catolicismo de todo peligro”.135 Y luego le reitera:

Que [el gran duque] se cuide de estar advertido que el Signor Galileo,bajo pretexto de cierta escuela de jóvenes que tiene, no vaya imprimiendoen esos jóvenes opiniones molestas y peligrosas, porque él [Urbano] haescuchado algo […] y que Su Alteza por favor esté atenta y haga que

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131 Ibid., p. 229.132 Ibid., p. 230. Véanse también p. 233 y go, t. xiv, N° 2289, p. 373; N° 2334, p. 419. 133 “El cardenal Barberini le ha advertido que no socialice ni se moleste en hablar

con todos aquellos que vengan a visitarlo, ya que por diversas razones podríacausarle daños y perjuicios” (go, t. xv, N° 2409, p. 41, traducida al inglés enMaurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 243). Sobre la segunda orden,véase go, t. xv, N° 2414, p. 45.

134 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 230.135 Ibid., p. 235.

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En 1616, el autor recibió del Santo Oficio el mandato de “abandonar com-pletamente la opinión de que el sol está fijo en el centro del mundo y laTierra se mueve, y de aquí en adelante no sostener, enseñar ni defenderdicha opinión de manera alguna, ya sea oralmente o por escrito; bajopena de que el Santo Oficio inicie un proceso judicial en su contra”. Enaquel momento, el autor aceptó el mandato y prometió obedecerlo.145

Por lo que se sabe del juicio, parecería que su objetivo hubiese sido pocomás que formalizar la acusación identificada por la comisión especial,supuestamente benévola.146

Mientras que la correspondencia diplomática intercambiada entre Romay Florencia durante el verano de 1632 no hace referencia alguna a los hechosde 1616, sino que se concentra en la acusación de incumplimiento de losacuerdos para la publicación del Diálogo, en septiembre el panorama cam-bia repentinamente. Con la aparición del documento de 1616, la interac-ción compleja y posiblemente confusa entre Ciampoli, Riccardi, Galileo yUrbano en torno a la publicación del libro queda por fuera de la miradade los inquisidores.147 En efecto, el texto definitivo de la condena finalpasa por alto el presunto fraude cometido por Galileo y Ciampoli paraobtener el imprimátur y se centra principalmente en la supuesta trasgre-sión del mandato de 1616. Por otra parte, resulta también muy convenientepara el Santo Oficio que Bellarmino, autor de las órdenes cuya trasgre-sión se alega, ya no esté allí para contradecir esa representación de los acon-tecimientos.

Aunque el estatus legal del mandato de 1616 es de carácter bastante dudoso,el papa y el Santo Oficio logran usarlo para depositar en Galileo toda laresponsabilidad por lo sucedido.148 Asimismo, Urbano y sus colaboradoresno sólo quedan limpios, sino que, gracias a esa pureza recobrada, pueden

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145 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 222.146 Sin embargo, dentro de la comisión hay algunos que disienten (véase Mario

d’Addio, op. cit., pp. 78-80).147 En las pocas ocasiones en que el embajador florentino le recuerda a Urbano y a

Riccardi que los imprimátur obtenidos por Galileo son legales, éstos recurren aargumentos poco concluyentes, lo que demuestra la incomodidad que les generael tema. El 18 de septiembre de 1632, Benassi, secretario de Urbano, le dice aNiccolini que no es la primera vez que un libro aprobado por los inquisidoresluego sufre censura y prohibición (go, t. xiv, N° 2305, p. 391). Cuando se lointerroga en la misma línea, Urbano responde con bromas (ibid., p. 393) o decideecharle la culpa de todo el asunto a Ciampoli (ibid., Nº 2348, pp. 428-429).

148 El documento no lleva la firma de Bellarmino, de Galileo ni de ningún testigo o notario.

leo y decidir si se debe someter el caso al juicio de la Santa Inquisición nonace como un gesto de amistad hacia el acusado. En realidad, esa comisiónse crea para incriminar a Galileo cuidadosamente, de manera tal que nadiemás quede implicado. De hecho, poco después de la primera asamblea entresus integrantes, queda claro que la orden del Santo Oficio emitida en 1616

será la prueba clave contra Galileo. Como Riccardi le dice a Niccolini enseptiembre de 1632, el incumplimiento del mandato recibido en 1616 “essuficiente para arruinar a Galileo por completo”.141 En febrero de 1633, unmes antes de comenzar las audiencias, Niccolini vuelve a recibir comen-tarios similares.142

El informe presentado en septiembre de 1632 por la comisión especialcontiene una breve historia de la publicación del Diálogo y una lista de ochomotivos específicos de acusación. Algunos están relacionados con las supues-tas faltas de Galileo a los acuerdos de publicación, mientras que otros tie-nen que ver con el contenido del libro. Sin embargo, todos ellos se consi-deran enmendables “siempre y cuando se juzgue que el libro tiene algunautilidad que merezca semejante gracia”.143 Ahora bien, esos motivos no sóloresultan inútiles para justificar una condena severa, sino que dejan la puertaabierta para cuestionar la participación de Riccardi y de Urbano en la publi-cación del texto. Por suerte para ellos, la comisión encuentra un pretextojurídico más apto para atrapar a Galileo y, al mismo tiempo, liberar deresponsabilidad al papa y a sus colaboradores.144 En la conclusión delinforme se puede leer lo siguiente:

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141 En una carta a Cioli del 11 de septiembre de 1632, Niccolini le informa que, segúnRiccardi, “en los libros del Santo Oficio han encontrado algo que alcanza en símismo para arruinar al Signor Galilei por completo: hace unos 12 años,habiéndose sabido que él tenía esta opinión y la estaba sembrando en Florencia,cuando por ese motivo se lo convocó a Roma, le fue prohibido por el cardenalBellarmino, en nombre del papa y del Santo Oficio, mantener esa opinión. Poreso, Riccardi dice que verdaderamente no lo sorprende que Su Alteza se muevacon tanta premura, en tanto no se le han representado todas las circunstanciasdel asunto” (go, t. xiv, N° 2302, p. 389, traducida al inglés en MauriceFinocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 233).

142 go, t. xv, N° 2427, p. 55. Ese mismo día, Niccolini tiene una audiencia con elpapa, donde se confirma el incumplimiento de la orden por parte de Galileo(ibid., p. 56). Por último, Urbano vuelve a sacar el tema de la orden de 1616 conNiccolini una semana antes de que se publique la sentencia, en la cual se afirmaque la trasgresión de esa orden obliga al Santo Oficio a condenar a Galileo (ibid.,N° 2518, p. 132).

143 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., p. 222.144 Sobre este tema, véase también Antonio Favaro, “Oppositori di Galileo…”, op.

cit., p. 30; y Guido Morpurgo-Tagliabue, op. cit., pp. 135-136.

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Urbano durante la Guerra de los Treinta Años, se encuentra entre los diez car-denales de la Congregación del Santo Oficio y su nombre aparece en la sen-tencia.153 Aunque es cierto que, abandonando a Galileo, Urbano pierde auno de sus beneficiarios más prestigiosos, también es verdad que ese espaciose ocupa enseguida. En una carta para Galileo de marzo de 1634, RaffaelloMagiotti le cuenta que ha llegado a Roma un erudito polifacético de la ordende los jesuitas (Atanasio Kircher), quien con sus numerosas “gemas” va aocupar la posición estelar entre los científicos de la ciudad durante muchosaños.154 A la larga, los jesuitas finalmente logran transformarse en los astrosde la filosofía de la naturaleza dentro de la corte romana.

Si bien las controversias políticas continúan hasta el final del extenso pon-tificado de Urbano, que a su vez resulta mortal para las finanzas de los Esta-dos Pontificios, en su momento el papa se las arregla para seguir aferrado alpoder. En este sentido, podría describírselo como una “tirano exitoso”. Trassu muerte, en julio de 1644, los diarios de Gigli comentan lo siguiente:

Tenía una gran felicidad porque en ese lapso había acumulado tantariqueza para sus sobrinos como ningún otro papa. Todos los oficios ybeneficios deseables habían quedado en manos de ellos durante su rei-nado, y todos sus enemigos habían muerto antes que él. Sin embargo,hubo un solo detalle que no tuvo en cuenta para el futuro de sus parien-tes: no conservó la amistad ni la protección de los príncipes. Por diver-sos motivos, se había ganado la aversión del emperador, el rey de España,los venecianos y todos los demás. […] El pueblo recibió una gran ale-gría con la muerte de Urbano, y le habrían hecho una locura a su esta-tua de no haber sido porque los conservatori lo predijeron y convoca-ron al Campidoglio una compañía entera de soldados con picas ymosquetes, dirigida por el jefe Colonna, para proteger el palacio, dondetambién había elementos de artillería.155

Obviamente, aquello que Ciampoli describe como las “conjunciones y retro-gradaciones insólitas” de la rueda de la fortuna en Roma funciona a la per-fección para Urbano y su familia, ya que los empuja de la oscuridad al podery la riqueza más absoluta en cuestión de años. No obstante, esa misma diná-mica resulta desafortunada para Ciampoli y para Galileo, así como sucede

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153 Sin embargo, la firma del cardenal Borgia no figura en la sentencia,posiblemente debido a sus desacuerdos constantes con el pontífice.

154 Dato aportado por Steve Harris (véase la carta de Magiotti en go, t. xvi, N° 2906,p. 65).

155 Giacinto Gigli, op. cit., pp. 252-254.

representar la condena de Galileo como un acto totalmente justo: el papano usa a Galileo de chivo expiatorio por una cuestión de intereses perso-nales, sino que sacrifica a un viejo amigo para evitar la propagación de doc-trinas peligrosas que podrían perjudicar a la Iglesia. De este modo, el pon-tífice queda representado como un príncipe justo y omnipotente más quecomo un ser humano con sus propios intereses, y eso es precisamente lo quetodo buen proceso de “caída del favorito” debe aportarle al soberano.

Como ya se ha señalado, el único obstáculo grave en el desarrollo apa-rentemente fluido del juicio se resuelve con un poco más de intervenciónencubierta y una oferta “generosa” de benevolencia.149 Asombrado por ladiferencia entre las promesas de Maculano y la severidad de la condenadefinitiva, Jerome Langford supone la existencia de un conflicto internodentro del Santo Oficio entre la postura más indulgente del comisario gene-ral y una posición más rígida, que al final resulta victoriosa.150 Sin embargo,dicha hipótesis parece innecesaria a la luz del contexto ofrecido por el aná-lisis de Pellegrini, que tiende un manto de sospecha sobre la sinceridaddel padre Maculano con Galileo. En efecto, al parecer Maculano, así comolos otros funcionarios de la Iglesia que transmiten mensajes de tranquili-dad a Galileo y a Niccolini, sólo trata de mantener callada a la víctimapara que el sacrificio se pueda llevar a cabo de manera ordenada.151 Eneste caso, se repite la comparación con el texto de Manzini, según el cualel Senado romano mantuvo en calma a Sejano su último día de vida otor-gándole todavía más honores, de modo que éste no se pusiera nervioso yobstaculizara los planes de Tiberio para deshacerse de él.152

Si bien hace siglos que el resultado del juicio a Galileo avergüenza a laIglesia católica, éste en su momento no perjudica a Urbano. Los soberanosno se liberaban de los beneficiarios para perjudicarse. Al contrario, la con-dena de Galileo evita un posible escándalo para el pontífice, y tal vez hastalo ayuda a rebatir las insinuaciones sobre su debilidad frente a los herejes ya reducir las presiones políticas. El cardenal Borgia, embajador españolque había amenazado con impugnar la autoridad papal por la conducta de

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149 go, t. xv, N° 2486, p. 107.150 Jerome J. Langford, Galileo, science, and the Church, Ann Arbor, University of

Michigan Press, 1971, pp. 142-150 y 155.151 En cierto sentido, la estrategia que Maculano adopta con Galileo no difiere

formalmente de la que el papa aplica con el gran duque. Para mantener enfuncionamiento la maquinaria jurídica sin que surja ningún inconveniente,ambos prometen indulgencia y apoyo a cambio de colaboración, y amenazancon vengarse si sus interlocutores no se muestran dispuestos a cooperar.

152 Giovanni Battista Manzini, Della peripetia…, op. cit., pp. 18-19.

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adquiera mayor credibilidad en su disciplina. Ahora bien, la corte romanano sólo es la sede del principado más importante de Italia, sino que tam-bién, gracias a los cambios cíclicos en la estructura de poder por la fre-cuente alternancia de papas, se trata de un espacio donde las coyunturasdel mecenazgo varían con mayor frecuencia y, para bien o para mal, tie-nen más poder que en ningún otro lugar. Aunque las características pecu-liares de esta corte la tornan muy atractiva para todos los beneficiariosambiciosos, Galileo tiene motivos especiales para buscar relaciones de mece-nazgo sólidas en Roma, ya que el papa es el soberano cuyos textos sagra-dos desea reinterpretar para legitimar su propia identidad socioprofesio-nal, así como el copernicanismo y el análisis matemático del mundo físico.En consecuencia, el mecenazgo en Roma representa muchos más benefi-cios para él que para otros cortesanos, pero por los mismos motivos, tam-bién representa un mayor riesgo.

Sin embargo, para Galileo no existe la posibilidad de adoptar un métodomás discreto y de bajo perfil en su designio, pues dichas características noconcuerdan con los códigos de mecenazgo de un príncipe tan importantecomo Urbano. Según lo señalado con anterioridad, los grandes mecenasbuscan y recompensan a los beneficiarios más visibles y, por lo tanto, máscontrovertidos. Y Urbano, en efecto, suscribe a esos códigos culturales, comolo demuestra su aprecio por El ensayador.157 Paradójicamente, Galileo se veobligado a asumir posiciones conspicuas y polémicas en sintonía con lasdiferentes coyunturas del mecenazgo para obtener el favor del papa, peroal mismo tiempo la reinterpretación de las Sagradas Escrituras que se derivade su obra es un asunto muy delicado, que requiere del mayor tacto posi-ble. No obstante, como le escribe a Cesi en 1623, el pontificado de Urbanoes la coyuntura más inesperada, algo que Cavalieri repite en 1630, agregandoque a Galileo se le está acabando el tiempo.158 Por lo tanto, este último

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157 Por otra parte, un análisis de lo ocurrido ante la muerte de varios cortesanosindica que el ascenso veloz de aquellos que venían de afuera generaba unaenvidia considerable entre aquellos que, como los jesuitas, se creían prioritariospor tener un puesto en la jerarquía institucional (ibid., pp. 236-252). Esa envidiacon frecuencia constituía un factor importante en la caída posterior de aquellosfavoritos. En este sentido, no debe olvidarse que los jesuitas tenían todo elderecho a considerarse matemáticos del papa. En 1611, por ejemplo, cuando llegael momento de certificar los hallazgos de Galileo, los jesuitas sin duda cumplenla función de expertos en matemática dentro de la corte romana. Por lo tanto,ver que un “forastero” más famoso que ellos trata de ocupar su lugar debe habersido bastante molesto.

158 “Tengo entendido que Vuestra Señoría irá Roma a fines de este mes, lo cual mealegra infinitamente, esperando que por fin hayamos de ver la obra tan deseada

con muchos otros beneficiarios que apuestan y pierden sus carreras en lacorte romana.

el juicio y las limitaciones estructurales

del mecenazgo en la corte

Al observar el juicio de Galileo a través de la perspectiva aportada por lafigura de la “caída del favorito”, surge un marco contextual dentro delcual pueden analizarse las diversas declaraciones, acusaciones y jugadasque caracterizan un proceso tan complejo. Aunque en el juicio se debateny despliegan argumentos cosmológicos, teológicos y jurídicos, la lógica quelos une no es la de los Analíticos Posteriores aristotélicos, sino la de la ima-gen de poder del soberano absoluto. En otras palabras, no debe confun-dirse el disparador con el proceso que éste pone en marcha. Mientras queen la corte romana alguien puede caer por verse acusado de contradecir lasSagradas Escrituras o por corregir demasiado una carta escrita en latín porel papa, en la corte de Isabel I, el favorito puede caer por verse acusado deseducir a una dama de honor.156 A pesar de las diferencias evidentes, todosestos casos comparten algo, ya que tienen su origen en la economía de laimagen de poder del soberano. En efecto, la caída en la corte puede versedisparada por una gran diversidad de acontecimientos o argumentos, perola dinámica de la caída en sí misma presenta mucha menos variabilidad.

Se trata precisamente de la relación existente entre la economía de poderdel soberano, la cultura de la corte y la figura del mecenazgo tal como seha analizado en este libro. Mientras que en los primeros capítulos se mues-tra de qué modo esa dinámica posibilita la autoconstrucción de Galileoen tanto “nuevo filósofo”, en la conclusión se vislumbra de qué manerapuede haber servido como marco también para su caída. En síntesis, elmecenazgo y la cultura propios de la corte barroca estructuran de princi-pio a fin la carrera de Galileo.

Como se ha visto, las coyunturas del mecenazgo cumplen una funciónimportante en tanto permiten que Galileo ascienda en la escala social y

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156 Eso fue lo que sucedió con Sir Walter Ralegh. En 1592 comenzó a correr el rumorde que había seducido a Elizabeth Throckmorton, dama de honor de la reina, yla había desposado en secreto. La reina consideró que se trataba de una granofensa, rayana en la traición, y “privó a Ralegh de su favor durante varios años,además de encerrarlo unos meses en la Torre”. Sin embargo, a la larga el favoritorecuperó la gracia de su reina (Robert Shephard, op. cit., p. 222).

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se ven obligados a leer) una comedia como si fuera un tratado. Habidacuenta de la tensión existente entre el discurso nominalista (o el papa quequiere disfrutar el espectáculo desde un lugar seguro) y el enfoque más rea-lista del nuevo filósofo que necesita legitimación, no llama la atenciónque hayan surgido problemas y que, en ese momento, el soberano no hayatenido dificultades para vaciar al Diálogo de sus ambigüedades y presen-tarlo como una obra escrita ex professo.

Las pocas pruebas existentes no indican que Urbano compartiera la dis-tinción epistemológica de los aristotélicos entre las ciencias matemáticasy la filosofía. Por el contrario, con una postura más cercana a Ockham, elpontífice parece creer que ambas disciplinas sólo pueden ofrecer afirma-ciones contingentes, dada la omnipotencia de Dios. Como le escribe al car-denal Hohenzollern en 1624, Urbano no considera que se pueda demos-trar la doctrina copernicana en tanto verdad necesaria.162 Esta postura serefleja en el motivo por el cual la fábula galileana del sonido le gusta tantoque le pide a su autor reproducirla en el Diálogo. Como lo demuestra elrelato de Oreggi sobre la conversación entre Galileo y Urbano, este últimocree que Dios, gracias a su omnipotencia, puede producir el mismo fenó-meno en una variedad de maneras distintas.163 En consecuencia, el placerdel filósofo y del cortesano reside en descubrir la copiosidad o copia de lanaturaleza, señal del poder y la creatividad infinita de Dios.

Urbano es un cortesano, humanista y poeta sofisticado, no un teólogoescolástico. Es un papa cortesano, y por eso aprecia tanto a Galileo. Elconcepto de omnipotencia divina le ofrece el tropo perfecto para el tipode conocimiento que mejor se adapta a su situación en tanto soberanopontificio, ya que une sus inquietudes culturales con sus inquietudes teo-lógicas. Se podría suponer que, en un principio, a Urbano no le preocupatanto defender de Copérnico a las Sagradas Escrituras como generar undiscurso que, sin entrar en conflicto con ellas, brinde un espacio dondelos cortesanos sofisticados como él puedan disfrutar de las joyas filosófi-cas producidas por Galileo y otros autores. Cuando Urbano le pide a Gali-leo que destaque el argumento de la omnipotencia divina, no está pen-sando solamente en la seguridad, sino que está manifestando su propiobuen gusto como cortesano. Así, el papa espera que el Diálogo sea un juegode hipótesis signado por el virtuosismo, igual que El ensayador. Por lo tanto,es posible que perciba la inclinación de Galileo por el copernicanismo nosólo como un peligro teológico y político, sino también como un síntoma

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162 go, t. xiii, N° 1637, p. 182.163 Maurice Finocchiaro, Galileo and the art…, op. cit., p. 10.

debe comprimir un proceso de legitimación sociocognitiva delicado yprobablemente extenso para hacerlo coincidir con los ciclos del único sis-tema de legitimación al que tiene acceso: el mecenazgo de los príncipes.

Ahora bien, la mayor paradoja radica en que, dada la perspectiva cos-mológica y la identidad socioprofesional que Galileo intenta legitimar (consus consecuencias revolucionarias para la jerarquía de las ciencias mate-máticas, la filosofía y la teología), el tipo de producción cultural conspi-cua y polémica que requiere para obtener el favor del papa no puede des-arrollarse sino a costa de la tradición misma en que se apoyan el pontíficey la Iglesia. Se trata de un juego peligroso que puede desbaratarse con lamás mínima brisa. Y, como se ha visto, en Roma soplan brisas de todo tipo.Para complicar aun más las cosas, Galileo ingresa en la etapa más deli-cada del juego precisamente cuando sus relaciones de mecenazgo en Romahan sufrido un declive en cantidad y en importancia. Cesarini, Cesi y elcardenal Del Monte han muerto, y el papa ha expulsado a Ciampoli. Lamayor parte de los vínculos sólidos con la corte romana existentes en la“coyuntura maravillosa” de 1623 han desaparecido, y Galileo sólo con-serva al embajador de los Medici como su principal aliado entre los pode-rosos, si no el único. Así como la publicación de El ensayador está en per-fecta sintonía con una coyuntura beneficiosa, la del Diálogo no lo está.

Como ya se ha indicado, la distinción entre las declaraciones hipotéti-cas y absolutas no es muy tajante, sino que está dada en parte por la pers-pectiva del lector.159 En consecuencia, la elección del género literario parala presentación del Diálogo no resulta suficientemente eficaz como herra-mienta de protección contra las acusaciones de haberlo escrito ex pro-fesso. Por ejemplo, los informes sobre el Diálogo escritos por Oreggi, Incho-fer y Pasqualigo parecen olvidar que las afirmaciones de Galileo figuran enboca de personajes ficticios dentro de un debate también ficticio.160 Losteólogos convocados por el Santo Oficio no parecen registrar que los per-sonajes de Galileo a veces hablan ex professo, pero lo hacen en el contextode una comedia filosófica (como la describe Campanella).161 Ellos leen (o

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por el mundo. Y verdaderamente creo que Vuestra Señoría hace muy bien,porque los años pasan y, ahora que tiene tiempo y está en buena coyuntura coneste Pontífice, superará todas las dificultades” (go, t. xiv, N° 1989, p. 83). Esemismo día, Galileo había recibido un mensaje parecido de Ciampoli y Castelli(ibid., N° 1988, p. 82).

159 Esta ambigüedad constituye el punto central de la obra citada de Morpurgo-Tagliabue.

160 Maurice Finocchiaro, The Galileo affair, op. cit., pp. 262-276.161 go, t. xiv, N° 2284, p. 366.

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galileo y cía.

¿Qué es lo que revela sobre el proceso más general de la revolución cien-tífica esta “microhistoria” de las estrategias de legitimación sociocogni-tiva adoptadas por Galileo en la corte?

Habida cuenta de las importantes semejanzas que existen entre las dis-tintas cortes absolutistas de Europa, sus procesos de autoconstrucción y susdinámicas de mecenazgo, algunas de las perspectivas y los resultados que aquíse presentan pueden ser aplicables al estudio de otros profesionales de la cien-cia asentados en la institución de la corte. De hecho, se puede pensar que lasanalogías entre las diferentes cortes estaban muy presentes incluso para losobservadores de la época, ya que la mayoría de los tratados al respecto noversan sobre cortes específicas sino que se refieren al tipo institucional.1 Sibien es cierto que las normas específicas de etiqueta, las mitologías dinásti-cas, los títulos y el protocolo de precedencia varían de una corte a otra, tam-bién es verdad que las estructuras básicas, las economías de la imagen sobe-rana y los protocolos de honor y mecenazgo son totalmente comparables.

Lo mismo puede decirse del presente análisis del mecenazgo en tantosistema social de la ciencia preinstitucionalizada. Dado que dicho sistematiene características bastante constantes en toda Europa a lo largo de unascuantas décadas, lo postulado aquí acerca del modo en que éste enmarcael ethos, el estilo argumentativo, las estrategias de autoconstrucción, la elec-ción de los temas, la conducta en los debates y los protocolos de legitima-ción (tanto social como epistemológica) puede aplicarse también al estu-dio de cuestiones ajenas a la vida y la carrera de Galileo.

EpílogoDel mecenazgo a las academias: una hipótesis

1 La excepción a la regla es el tratado de Castiglione, pero casi todos los otros que semencionan o se utilizan en esta obra son tratados que podrían llamarse genéricos.

de mal gusto, lo que puede haber contribuido a arruinar el lazo intelec-tual que lo une con el autor. Al insistir con la búsqueda de una prueba defi-nitiva para la doctrina copernicana, Galileo en cierto modo se comportacomo ese personaje del que él mismo se había burlado en la fábula delsonido por paralizar a la cigarra. Al final, el favorito de Urbano demues-tra que a él también le queda un resto de pedantería.

En este trabajo se ha presentado un análisis de la interacción entre lacultura del absolutismo político y la nueva filosofía de la naturaleza pro-puesta por Galileo. Estudiado en este contexto, el juicio de Galileo apa-rece como una señal de los límites estructurales que determinan el tipode legitimación socioprofesional ofrecida por la sociedad cortesana y elabsolutismo político. El juicio es tanto un choque entre la filosofía aristo-télica, la teología tomista y la cosmología moderna como un enfrenta-miento (estructuralmente predecible) entre la dinámica y las tensiones dela sociedad y la cultura que caracterizan la corte barroca.

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está ligada exclusivamente al estatus personal o a las relaciones personalescon un mecenas, sino que empieza a vincularse con la participación en cor-poraciones científicas tales como las primeras academias.5

Con cierto grado importante de aproximación, se podría afirmar queen las academias científicas el mecenas de carne y hueso se ve reempla-zado a la larga por la persona ficta de la corporación. En su obra Com-mentaries on the Laws of England de 1800, por ejemplo, el jurista inglésWilliam Blackstone propone como arquetipos de corporaciones a la RoyalSociety y al Royal College of Physicians, o sea, a la academia de ciencias ya la de medicina.6 Dentro de este nuevo contexto institucional, el cientí-fico no se ve obligado a participar en discusiones y debates para defen-der el honor y el estatus transferido a él por el mecenas, sino que obtienesu credibilidad como tal de la participación en las instituciones científi-cas y de la capacidad para operar según los protocolos o las normas de“etiqueta institucional”.7

Por otra parte, en los debates científicos los mecenas no actúan comojueces, sino como una especie de árbitros ambiguos. A diferencia de ellos,las academias científicas emiten sus juicios sobre las “cuestiones de hecho”,que en general no son tan amplias como las afirmaciones encontradas enlas disputas de Galileo. Este desplazamiento marca la emancipación socio-profesional que resulta fundamental para los científicos, puesto que enese proceso sus instituciones internalizan (en tanto corporaciones) lalegitimidad epistemológica que antes se asignaba a los mecenas indivi-duales. Ahora bien, esta emancipación se logra también porque los pro-pios científicos comienzan a presentar sus ideas a modo de discursos nocontenciosos, donde lo básico son las “cuestiones de hecho”.8

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5 Claro está que estas modificaciones no ocurren de manera repentina. Si bien escierto que las primeras academias científicas solían nombrar como miembros alos integrantes de la nobleza para ganar credibilidad y en general le daban másvalor al testimonio de los nobles, si se adopta una perspectiva cronológica másamplia, resulta bastante notorio el desplazamiento del honor a la capacitacióncomo fuentes de credibilidad.

6 William Blackstone, Commentaries on the Laws of England, Londres, Strahan,1800, t. i, p. 471.

7 El posterior desarrollo de los programas de estudios científicos, así como lacredibilidad adicional que se obtiene al formarse en ciertas institucionesacadémicas de prestigio coinciden con esta transición más amplia de una nociónde credibilidad basada en el estatus social de la persona a una que deriva de laformación académica y del cursus honorum logrado dentro de ese marcoinstitucional.

8 Este asunto aparece ya en las primeras academias científicas documentadas.Cuando Cesi se propone aumentar la cantidad de integrantes de los Linces, se

Ahora bien, es posible que los lectores bien predispuestos acepten todolo anterior, pero respondan que el escenario de la revolución científicason las academias científicas y no las cortes. Es más, quizás hasta se pre-gunten qué puede revelar la experiencia de un beneficiario activamenteindividualista como Galileo sobre el surgimiento de un ethos científicocolectivo, institucionalizado y basado en la experimentación como el nacidoen la segunda mitad del siglo xvii (y que luego caracterizaría gran partede la actividad científica posterior). La respuesta no sería buscar y desta-car las semejanzas de estilo científico, papel socioprofesional, ethos y ámbitoinstitucional existentes entre Galileo y los integrantes de la Accademia delCimento, la Royal Society británica o la Académie des Sciences francesa. Enlugar de ello, habría que reconocer las diferencias y aceptar que si se entiendeel proceso de legitimación sociocognitiva provista por la corte, se obten-drá una comprensión más profunda sobre la genealogía de la nueva filo-sofía natural, su sistema social, su ethos y su estilo.2

El paso de un sistema social de la ciencia basado en las redes de mece-nazgo a uno centrado en las instituciones científicas se ve acompañadotambién por la aparición de nuevas prácticas. Como señalan Shapin y Schaf-fer, la experimentación y la certificación colectiva de las “cuestiones dehecho” se tornan centrales en el nuevo discurso científico.3 Con el surgi-miento de la filosofía experimental se observa un desplazamiento del dis-curso basado en los debates con fines recreativos hacia una forma de cono-cimiento mucho menos contenciosa.4 A su vez, la institucionalización dela ciencia que acompaña la consolidación de los experimentos en tantoprácticas científicas fundamentales se asocia con un cambio progresivoen el discurso científico a partir del cual el concepto de honor deja de sercentral para abrirle paso a la idea de credibilidad científica. Así, ésta ya no

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2 Sobre esta hipótesis, véase Mario Biagioli, “Scientific revolution, social bricolage,and etiquette”, en Roy Porter y Mikulas Teich (eds.), The scientific revolution innational context, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 11-54, y“Etiquette, interdependence, and sociability in Seventeenth-Century science”, en Critical Inquiry 22, 1996, pp. 193–238.

3 Steven Shapin y Simon Schaffer, Leviathan and the air pump, Princeton,Princeton University Press, 1985, pp. 22-79.

4 La filosofía experimental tal vez sea sólo la punta del iceberg. De hecho, seobserva que las academias científicas tienden a adoptar enfoques “positivistas”ante los fenómenos de la naturaleza, es decir, que tienden a evitar la búsqueda delas causas finales y se limitan a realizar análisis más descriptivos. Al igual que lafilosofía experimental, estos enfoques reflejan el deseo de establecer ciertasformas de argumentación sin carácter contencioso ni dogmático, de manera talque el discurso científico no altere la cohesión del órgano legitimado.

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Asimismo, los hallazgos y las críticas ya no se publican a modo de car-tas dirigidas o dedicadas a un mecenas, sino que se envían o se entregan alsecretario de la academia. Son esos escritos los que se compilan en las Phi-losophical Transactions de la Royal Society o en las Mémoires de la Académiedes Sciences. El paso intermedio de esta transición se ve reflejado en el Volumeepistolico de los Linces, donde éstos se proponen reunir todas sus obras.11

salen los mecenas, entran los experimentos

La relación entre el honor del mecenas y la legitimación sociocognitivade la ciencia que se analiza en el caso de Galileo puede servir tambiénpara arrojar luz sobre el vínculo existente entre la desaparición gradualde la figura del príncipe mecenas y el surgimiento del discurso científicono dogmático en la segunda mitad del siglo xvii.

A pesar de que para algunos beneficiarios la actitud desinteresada de losmecenas fuera un problema, esta conducta reflejaba al mismo tiempouna característica positiva y fundamental del sistema de mecenazgo. Comose ha señalado, la falta de compromiso por parte del mecenas está ligadacon la estructura misma de las relaciones de mecenazgo, que legitima lasdisputas, aunque en general las vuelve irresolubles. Ahora bien, en estemarco no es posible que las disputas se resuelvan por intervención del mece-nas, ya que para ello haría falta eliminar todas las jerarquías sociales quea su vez las legitiman. Por eso aparecen entonces los experimentos y otrasprácticas no contenciosas, que ofrecen una salida para esta situación irre-soluble propia del sistema de mecenazgo. Las “cuestiones de hecho” plan-teadas sobre la base de los experimentos presentan afirmaciones más cir-cunscritas acerca de la naturaleza. En ese sentido, no sólo son más seguras

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11 El volume epistolico se concibe como una compilación de las cartasintercambiadas entre los Linces y otros interlocutores acerca de determinadostemas científicos. Por ejemplo, se planifica una edición de la obra galileana sobrelas manchas solares como volume epistolico donde se incluiría no sólo la carta deApelle sino también las respuestas y las críticas de los otros miembros de laacademia. Es más, cuando Galileo, preocupado tal vez por cuestiones de autoría,presiona a Cesi para que publique su escrito en un volumen separado, éste lohace, pero al mismo tiempo manda a imprimir una cantidad adicional deejemplares para poder incluirlos luego en el próximo volume epistolico (go, t. xi,N° 761, p. 395). Véase también la carta N° 725, p. 357. Sobre la transición de lascartas a las publicaciones académicas, véase Charles Bazerman, Shaping writtenknowledge, Madison, University of Wisconsin Press, 1988, pp. 132-133.

Si bien la distancia social entre los mecenas y los beneficiarios (queimpedía a los primeros tomar partido por cualquiera de los segundos) ala larga se ve desdibujada, la legitimación epistemológica que acompa-ñaba esa distancia se conserva, aunque en una forma modificada. Ahora,lo que legitima las afirmaciones de los científicos es la distancia existenteentre la institución y cada uno de sus integrantes. Aunque los presiden-tes de las academias como la Royal Society no son mecenas de dichas ins-tituciones, éstos encarnan la autoridad de la corporación.9 La institu-ción es una entidad que se encuentra “por encima” de sus integrantes, queocupa un espacio entre ellos y el rey, quien a su vez representa la fuenteúltima de legitimidad.10

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enfrenta con este problema. Surgen dificultades porque ese aumento en lacantidad de integrantes implica la posibilidad de intercambio de correspondenciaprivada entre personas que no se conocen y que pertenecen a clases socialesdiferentes (según Cesi, “encontraremos frecuentes ocasiones para escribirles avarios integrantes desconocidos y diferentes”). Por lo tanto, Cesi decide establecerciertas reglas en cuanto a los títulos que deberán usarse en las cartas entre losLinces: se propone “fijar una norma sobre la redacción de correspondencia y lostítulos que se deben usar”. Su idea es que se abandonen las normas de protocolotradicionales, basadas en el estatus social más que en el intelectual, para adoptarun conjunto de normas internas. Un dato interesante es que estos nuevos “títulosfilosóficos” pueden usarse solamente cuando los Linces interactúan en tantofilósofos, pero no en la correspondencia personal, como individuos particulares(véase go, t. xi, N° 874, p. 507). La propuesta de Cesi parece reflejar una inquietudconcreta de los Linces, quienes se enfrentan cada vez con más frecuencia asituaciones de intercambio entre pares intelectuales que pertenecen a distintasclases sociales. Los Linces de Nápoles son los que más insisten sobre la necesidadde introducir títulos adecuados (ibid., N° 903, pp. 538-539). En ibid., t. xi, N° 856,p. 490, se registra un caso de desavenencias relativas a los títulos (aunque se tratade dos miembros de la clase alta), cuando Welser le reprocha a Faber el no haberleinformado cuál era el título adecuado de Cesi.

9 Sin embargo, la importancia de la institución en tanto persona ficta que legitimalas afirmaciones de sus integrantes ha ido decayendo con el paso del tiempo.Como se observa hoy en día, no es posible enmarcar la dinámica de lacredibilidad sólo en términos de las instituciones científicas y de su autoridadcorporativa, aunque estos factores siguen cumpliendo una función. No obstante,la institución como persona ficta desempeña un papel fundamental en lasprimeras etapas de la legitimación de la ciencia, cuando se introducían nuevasidentidades socioprofesionales, nuevas prácticas científicas y un sistema social de la ciencia también nuevo.

10 En algunos casos, resulta problemática la transición de un modelo de academiacon un mecenas que participa de las actividades desarrolladas hacia otro modelopatrocinado por un rey que no participa (véase David Lux, Patronage and royalscience in Seventeenth-Century France, Ithaca, Cornell University Press, 1989, pp. 81-84).

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legitimación. En principio, las afirmaciones sobre “cuestiones de hecho”pueden ser legitimadas por las instituciones académicas, pero además, lossoberanos/mecenas acaban por alejarse del espacio donde dichas afirmacio-nes nacen y entran en debate. Si bien estos mecenas siguen legitimando lasinstituciones científicas, no lo hacen ya a través de su presencia sino mediantelos estatutos de las academias. Luis XIV, por ejemplo, sólo visitó el obser-vatorio de la Académie des Sciences una vez, en 1682, en un acto exclusiva-mente ceremonial para el cual se suspendieron todas las actividades derutina. Asimismo, los documentos existentes indican que el rey Carlos IIde Inglaterra, creador de los estatutos de la Royal Society en 1662, nuncaasistió a esa institución.12

Se observa entonces la transición de una relación de mecenazgo dondeel mecenas legitima al beneficiario (con todas sus ventajas y desventajas)hacia una situación en la que el mecenas va desapareciendo de la escenapero sigue actuando como “legitimador lejano” de una corporación cien-tífica que, a su vez, legitima las afirmaciones de sus integrantes (siempre ycuando éstos cumplan con los protocolos adecuados que garantizan lacohesión institucional). En cierto sentido, aumenta la distancia entre elcientífico/beneficiario y el soberano/mecenas, lo que posibilita la existen-cia de un espacio en el cual la legitimación puede estructurarse como unproceso tal vez más burocrático. El príncipe sigue siendo la fuente últimade legitimidad, pero como su honor corre menos riesgos gracias a la mayordistancia y a los protocolos que administran el proceso de legitimación, loscientíficos comienzan a tener acceso a un distinto tipo de autoría. Ya nohace falta que, como Galileo, éstos presenten sus ideas sobre el mundo físicoen forma hipotética. Se trasforman así en una suerte de autores colegia-dos que pueden realizar afirmaciones “positivistas” y presentar “cuestio-nes de hecho”.

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12 Como se observa en los informes de la época reproducidos por Wolf, la visita del Delfín a la Académie en 1677 y la de Luis XIV en 1682 son puramenteceremoniales, ya que los invitados no participan de ninguna actividad científica(C. Wolf, Histoire de l’Observatoire de Paris de sa fondation à 1793, París,Gauthier-Villars, 1902, pp. 19-27). Véase también el comentario breve peroprofundo de Alice Stroup sobre el grabado de Le Clerc que representan unavisita (imaginaria) de Luis a la Academia (Alice Stroup, A Company of scientists,Berkeley, University of California Press, 1990, pp. 5-8). Sobre las expectativas dela Royal Society para la eventual visita de Carlos II, véase Steven Shapin y SimonSchaffer, op. cit., pp. 31-32; y Simon Schaffer, “Wallification: Thomas Hobbes onSchool Divinity and experimental pneumatics”, en Studies in History andPhilosophy of Science 19, 1988, pp. 294-295.

desde el punto de vista teológico, sino que implican menos riesgos en mate-ria de legitimación, ya que no queda expuesto el honor de los participan-tes. Además, como su aceptación está ligada de manera inherente con laobservación colectiva, se trata de un tipo de afirmaciones perfectas pararecibir legitimidad de una corporación de científicos más que de un mece-nas particular. Las “cuestiones de hecho” representan así una práctica cien-tífica que encaja a la perfección con la nueva situación institucional de laciencia que, a su vez, refleja la emancipación de los científicos, que se libe-ran de las situaciones sin salida causadas por el sistema de mecenazgo. Conla incorporación de las prácticas experimentales, la actividad se desplazade las disputas espectaculares (pero no necesariamente resolubles) haciaotros debates que son más manejables y resolubles, aunque tal vez menosespectaculares o diferentes en ese sentido.

En este proceso, los experimentos cumplen una doble función. Por unlado, constituyen el método más eficaz para producir un nuevo saber,para entretener y atraer a los académicos, para evitar las acusaciones deheterodoxia religiosa o política, y para generar una plataforma de datosaceptados a nivel colectivo que sirva como base del diálogo y del trabajocooperativo entre los científicos. Por otro lado, los experimentos tambiénson la salida para la situación de estancamiento característica del arbitrajeambiguo de los mecenas. Al posibilitar un manejo constructivo de las dis-tancias sociales que supera ampliamente la gama de opciones ofrecidas porel mecenazgo, las prácticas experimentales permiten ser concebidas no sólocomo efectos sino también como causas del desarrollo de las institucio-nes científicas.

Para profundizar aun más sobre la metáfora de la distancia, se podríadecir que, en el sistema de mecenazgo, el honor del soberano puede legi-timar a los científicos y a su labor en tanto y en cuanto se mantenga enuna posición adecuada de lejanía o en un espacio protegido. Si el benefi-ciario intenta acercarse demasiado, la legitimación no se da, puesto que elpríncipe desea conservar su honor y evitar que se ponga a prueba su poder.Esto último entraría en conflicto con el exceso de cercanía, es decir, con elintento, por parte del beneficiario, de lograr que el soberano respalde explí-citamente sus afirmaciones o hallazgos. La interacción problemática deGalileo con Urbano VIII podría ser explicada también en estos términos.Por otra parte, se da al mismo tiempo la situación inversa: si el beneficia-rio permanece demasiado lejos (o sea, si no logra entablar una relaciónestrecha de mecenazgo) tampoco se produce la legitimación.

Ahora bien, el desarrollo de las academias científicas y la incorporaciónde las prácticas experimentales modifican el manejo de la distancia y la

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diversas maneras las posibilidades de contaminación social. Primero, secercioraba de que lo concibieran como supervisor más que como partici-pante activo de los experimentos. Segundo, presentaba a la academia comoun espacio perteneciente a su esfera privada.16 En efecto, los príncipespodrían aparecer desnudos ante sus siervos en el espacio privado de labañera, pero no en los lugares públicos. Bajo la misma lógica, los partici-pantes de la academia no podía ser “académicos” en tanto integrantes deuna corporación oficial: el estatus de Leopoldo requería que fueran sus“siervos científicos”.

La misma problemática del estatus que obliga a Leopoldo a mantenerla academia totalmente dentro de la esfera privada también impide que seinvolucre en disputas científicas, ya que éstas eran propias de aquellaspersonas que tenían intereses creados, como los miembros ignorantes einteresados de la clase baja.17 El compromiso declarado de la academiacon el método experimental (la descripción precisa de los efectos repro-ducidos experimentalmente más que la explicación de sus causas) no remitetan sólo a la necesidad de evitar conflictos con los teólogos, sino tambiénrefleja la cortesía del protocolo filosófico al que Leopoldo está atado porsu propio estatus.18 Al igual que su padre, Cosme II, Leopoldo puede obser-var el estilo agresivo de Galileo, pero no puede adoptarlo para sí.

Cuando les pide a sus “académicos” que realicen experimentos y losdescriban en vez de buscar las causas, el príncipe se asegura de que la acti-vidad de su academia no derive en disputas que puedan llegar a dañar suestatus. Por motivos semejantes, también ejerce la mayor cautela para queno lo convoquen como juez de debates científicos. Cuando eso sucede, comoen la polémica entre Huygens y Fabri sobre los anillos de Saturno, les tras-lada el asunto a los miembros de la academia.19 Y éstos reciben instruccio-nes de realizar experimentos cuidadosos con modelos y de informar lo quesugieren esos experimentos sobre el valor de las hipótesis presentadas, sinpronunciarse de manera definitiva sobre ninguno de los contendientes.

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la participación de los soberanos

y la desaparición de los académicos

La Accademia del Cimento, organizada por el príncipe Leopoldo de Mediciy en torno a él, es un ejemplo de academia científica en el que se puedeobservar el estadio intermedio de la transición entre el mecenazgo y lasinstituciones científicas propiamente dichas.

Con frecuencia se afirma que esta academia informal, que estuvo en fun-cionamiento desde 1657 hasta 1667, fue la primera dedicada a los experi-mentos.13 Como señalan varios historiadores, Leopoldo nunca le dio unestatuto legal a su academia, sino más bien se limitó a convocar las sesio-nes o a suspender las actividades según lo dictaba su antojo. Él mismo deci-día cuáles iban a ser los experimentos que llevarían a cabo, pagaba todoslos elementos necesarios de su bolsillo y convocaba a los matemáticos yfilósofos ya empleados por los Medici para que fueran sus académicos.De hecho, se cree que el nombre mismo de Accademia del Cimento fue enrealidad un invento posterior, de 1667, conectado con la publicación delos Saggi, el volumen donde se presentaba una selección de experimentosrealizados en una academia que para entonces ya no existía. Por último,la academia nunca tuvo una fundación ni una clausura formal: sus inte-grantes comenzaron a reunirse alrededor de 1657, disminuyeron la fre-cuencia de las actividades en 1662 y dejaron de reunirse en 1667, cuandoLeopoldo se mudó por un tiempo a Roma tras haber recibido el título decardenal. Como observa uno de los académicos, la Accademia del Cimentonunca fue más que la expresión de los “caprichos del príncipe”.14

El estatus no oficial de la academia guarda una relación directa con laparticipación de Leopoldo en las actividades allí desarrolladas. Un prín-cipe de su rango podía ganarse una mala reputación si trabajaba en un con-texto oficial junto con sus propios súbditos, algunos de los cuales perte-necían a familias de origen relativamente bajo.15 Leopoldo controlaba de

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13 Las fuentes tradicionales sobre esta academia son Giovanni Targioni Tozzetti,Notizie degli aggrandimenti delle scienze fisiche accaduti in Toscana nel corso dianni lx del secolo xvii, Florencia, Bouchard, 1780, reeditado en Bolonia, Forni,1967; y W. E. Knowles Middleton, The experimenters, Baltimore, Johns HopkinsUniversity Press, 1971. Véanse también el análisis sagaz de Paolo Galluzzi en suartículo “L’Accademia del Cimento: ‘Gusti’ del principe, filosofia e ideologiadell’esperimento”, en Quaderni storici 16, 1981, pp. 788-844; y Michael Segre, Inthe wake of Galileo, New Brunswick, Rutgers University Press, 1991.

14 Paolo Galluzzi, op. cit., p. 823.15 Sobre los integrantes de la Accademia del Cimento, véase W. E. Knowles

Middleton, op. cit., pp. 26-40. Sobre Antonio Oliva, el más pintoresco de ellos,

véase Ugo Baldini, Un libertino accademico del Cimento: Antonio Uliva, Florencia,Istituto e Museo di Storia della Scienza, 1977.

16 De hecho, así es como se presenta a Leopoldo en el prefacio de los Saggi (véaseGiorgio Abetti y Pietro Pagnini (eds.), L’Accademia del Cimento, Florencia,Barbera, 1942, p. 85).

17 Steven Shapin, “The House of Experiment in Seventeenth- Century England”, en Isis 79, 1988, pp. 395-399; y Steven Shapin y Simon Schaffer, op. cit., pp. 72-76.

18 Giorgio Abetti y Pietro Pagnini, op. cit., pp. 83-87, 124.19 Albert Van Helden, “The Accademia del Cimento and Saturn’s Ring”, en Physis

15, 1973, pp. 237-259.

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al mismo tiempo ser autor y realzar su propia imagen, en vez de ponerlaen peligro. Los académicos anónimos de su academia se asemejan así alos técnicos de Boyle que describe Shapin. Son indispensables en tanto tra-bajadores, pero no tienen la legitimidad suficiente como para “crear cono-cimiento”, es decir, para ser autores.22 Sin embargo, a diferencia de Boyle,Leopoldo no aprovecha la participación de los académicos en los experi-mentos para culparlos de las posibles fallas. Ahora bien, esto no es conse-cuencia de la bondad del príncipe, sino de su estatus social. En el relato desus experimentos no hay lugar para ninguna falla que pueda ser motivode vergüenza.23 Para Leopoldo, cualquier accidente de esa naturaleza hubierasido equivalente a un error garrafal en el protocolo de la corte.

Otra diferencia con Boyle es que Leopoldo ordena al escritor de los Saggique reconozca a los académicos en tanto ejecutores de los experimentos. Sinembargo, bajo esta supuesta diferencia yace una semejanza entre las estra-tegias textuales del príncipe florentino y las de Boyle. En el caso de esteúltimo, los asistentes no tienen nombre ni cuentan con la capacidad de pro-ducir conocimiento porque es el mecenas quien debe ser presentado comoautor: el que posee la credibilidad y el estatus necesario para crear conoci-miento es Boyle. Los asistentes “colaboran” con él en la medida en que seocupan de las labores mecánicas indignas para alguien de su clase social. Apesar de ser distinto, el caso de Leopoldo guarda una analogía estructuralcon éste. En efecto, al tener un estatus más elevado que el de Boyle, el umbralde contaminación que lo afecta es aun más bajo. En consecuencia, no puedepermitir que se lo represente como participante de las actividades científi-cas que Boyle sí realiza. Es por eso que los académicos de Leopoldo reci-ben mayor reconocimiento que los asistentes de su colega irlandés.

Por último, cabe señalar que la relación entre lo público y lo privado oentre la participación y la distancia, ejemplificada en el caso de Leopoldoy la Accademia del Cimento, reproduce las mismas tensiones presentes enla esfera del mecenazgo entre el deseo de legitimación de los beneficiariosy la tendencia de los mecenas a adoptar una postura ambigua y ajena alcompromiso.24 Del mismo modo que el mecenas puede legitimar los deba-

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En el mismo sentido, Leopoldo procura que los Saggi representen lasactividades de la academia como tareas que se desarrollan con la mayortranquilidad posible, sin la problemática de las disputas internas. Las fuer-tes tensiones y los desacuerdos explícitos que aparecen con frecuencia enla correspondencia privada de los académicos no figuran en los Saggi. Esmás, el libro está escrito como una obra colectiva: en él no se menciona laopinión de ningún académico en particular, ni siquiera la de Leopoldo.Mediante esas estrategias textuales, éste logra “borrarse” de las actividadesrealizadas en la academia en la medida suficiente como para conservar suestatus social sin por ello deslegitimar los resultados obtenidos en dichasactividades. A diferencia de Boyle y la Royal Society, que se comprometena certificar el saber mediante la observación “competente” y “abierta” regidapor un protocolo bastante complejo,20 los integrantes de la Accademia delCimento basan la credibilidad de sus resultados en el simple hecho de queestán certificados por una figura del estatus de Leopoldo.21

Gracias a la presencia esfumada y a la vez eficaz de Leopoldo, en los Saggino hace falta reproducir el nombre de los académicos que ejecutaron losexperimentos ni de las personas que los presenciaron, así como tampocose necesita agregar ningún dato circunstancial específico sobre su realiza-ción. En cierto sentido, Leopoldo, con su presencia invisible, es quien cer-tifica de incógnito toda la obra de la academia. No obstante, como en losSaggi no se menciona a ningún académico en particular, el que se llevapor defecto los réditos de la labor académica es el príncipe. De este modo,Leopoldo se convierte en un autor ausente, la única figura bajo la cual puede

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20 Michael Hunter, Science and society in Restoration England, Cambridge,Cambridge University Press, 1991, p. 36; y Steven Shapin, op. cit., p. 392. Comoseñala Norbert Elías, el protocolo se vuelve más complejo cuanto más riesgo decontaminarse corre el estatus. Por lo tanto, la ausencia de un protocoloceremonial en la Accademia del Cimento refleja su carácter privado, que a su vezreduce bastante las probabilidades de contaminación social.

21 Llama la atención que el diario de la Accademia del Cimento presente unpanorama del proceso de certificación muy semejante al empleado por la RoyalSociety. Según este registro, el 31 de julio de 1662, “la Academia se reunió en lacasa del Signor Lorenzo Magalotti para repetir unos experimentos que parecíannecesarios a fin de terminar la obra que se está por publicar. Todos ellos, una vezque se han facilitado por la práctica, deben volver a realizarse en presencia de SuAlteza” (citado en W. E. Knowles Middleton, op. cit., p. 57, énfasis del autor). Elproceso es muy parecido al que describe Shapin en “House of Experiment”,mediante el cual los experimentos se practican y se van perfeccionando en elapartamento y taller de Hooke para luego reproducirse ante la audienciacertificadora de la Royal Society. El proceso es idéntico, lo único que cambia es laentidad certificadora.

22 Steven Shapin, op. cit., pp. 373-404: y “The invisible technician”, en AmericanScientist 77, noviembre-diciembre de 1989, pp. 554-563.

23 Como lo demuestra el extenso proceso de revisión del manuscrito, Leopoldotambién se preocupa mucho por la posibilidad de que alguien encuentre erroresen los Saggi.

24 En la Accademia del Cimento también son notorias esas tensiones entre lospríncipes (o los mecenas) y los académicos. Por ejemplo, Borelli se siente frustradopor tres características de la institución. En primer lugar, ésta no produce

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Manoscritti 132, 133, 320, 321

Mediceo principato 802, 3351, 3761, 5550

Miscellanea medicea 415, 437, 438, 441, 447, 474, 502

Tratte 645

arsi (Archivum Romanum Societatis Iesu)rom i7, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 55, 56

med 23, 26, 27

hist soc 43

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Bibliografíates científicos sólo en tanto y en cuanto éstos no requieran que asuma elpapel de juez, Leopoldo, en su carácter de príncipe, puede participar delas actividades científicas sólo en tanto y en cuanto éstas se presenten bajola esfera de lo privado o como tareas de las cuales no participa explícita-mente. La economía del honor es la misma en el caso de Galileo y en el deLeopoldo. Lo que cambia es la articulación de esa dinámica en ámbitos ins-titucionales y prácticas científicas que son diferentes. Las modificacionesque se dan en las academias científicas posteriores siguen la misma línea.Mientras que la adopción de las prácticas experimentales ofrece una salidapara las trabas del mecenazgo y permite que Leopoldo participe en la aca-demia y legitime sus hallazgos, esa participación implica un borramientode los académicos en tanto autores. Al igual que en el prefacio del Side-reus nuncius, mediante la retórica se borra la función del experto y seatribuyen al mecenas los descubrimientos de su beneficiario. Como lodemuestran las academias científicas posteriores, no basta con que el prín-cipe se mantenga de incógnito para que surja la autoría individual de loscientíficos. Para eso, hace falta que éste salga completamente de la escena.

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postulados interesantes porque se encuentra limitada por el recelo de Leopoldo,que ordena evitar las interpretaciones. En segundo lugar, la presentación de losresultados como obra colectiva elimina la autoría de los integrantes más capaces. Y en tercer lugar, los experimentos no forman parte de ningún programa deinvestigación (imposible por los riesgos que éste hubiera implicado para el estatusde Leopoldo), sino que se desvían en distintas direcciones o se concentrandemasiado en problemas que para Borelli son irrelevantes.

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468 | G A L I L E O C O R T E S A N O

Page 236: Biagioli Galileo Cortesano

absolutismo,Académie des Sciences,Academias: en Roma, ; científicas,Accademia dei Desiosi,Academia de los Linces: y El ensayador, ;

y Cesi, ; intervención en el debatesobre los cometas, ; volumenepistolario, ; Galileo como miembro, ;nominaciones de Galileo, ;intervención en los debates desobremesa, ; aumento en el númerode integrantes, ; orientaciónfilosófica, ; intervención en lapublicación del Diálogo sobre los dosmáximos sistemas del mundo, ; yUrbano VIII,

Accademia dei Ricovrati,Accademia del Cimento, ; fundada por

Leopoldo de Medici, ; intervención enlos debates de la corte, ; dedicatoria aFerdinandoII,

Accademia del Disegno,Accademia della Crusca,Accademia Fiorentina,Aggiunti, Niccolò,Aleaume, Jacques,Altobelli, Ilario,Amicizia,Académico Anónimo: y el debate sobre

la flotabilidad como torneo, ;Considerazioni, ; teoría galileana delmovimiento, ; relación con losmatemáticos filosóficos, ; significadode la flotabilidad, ; definición de

momento, ; identidad posible, ;explicación de los diques diminutos, ;identidad socioprofesional de losaristotélicos,

Antonio de Medici,Aposentos de León X (en el Palazzo

Vecchio),Salón de los Elementos (en el Palazzo

Vecchio),Arquímedes,Ariosto, Ludovico,aristotelismo: en el debate sobre la

flotabilidad, ; confrontación conGalileo, ; aristotelismo de Grassi, ;ignorancia con respecto a las cienciasmatemáticas, ; tendenciasindependientes dentro del grupo, ;opinión sobre las demostracionesmatemáticas, ; definición demomento, ; representación en elDiálogo, ; identidad socioprofesionalde los aristotélicos en el siglo xvi,

Arrighetti, Filippo,El ensayador (de Galileo): intervención

de la Academia de los Linces, ;acusaciones en su contra, ; estiloagresivo del texto, ; metáfora del librode la naturaleza, ; incidencia en ladisputa sobre los cometas, ; comoproducto de la corte; digresiones, ;fábula del sonido, ; tropo de lasgemas, ; publicación, ; opiniones delos expertos sobre el texto, ; conceptossobre la estructura de la materia, ;

Índice

Page 237: Biagioli Galileo Cortesano

Í N D I C E | 473

participación en la disputa sobre loscometas, ; producción cultural de losjesuitas, ; función en la vidaacadémica romana, ; como fuente deautoridad científica,

cometas,Commandino, Federico,rupturas en la comunicación,Concini, Concino,Concini, Cosimo,escándalo del consistorio,Contarini, Alvise,Contarini, Cecilia,Contarini, Francesco,astronomía copernicana: sus anomalías, ;

opinión de Cesi, ; relación conGalileo, ; su legitimación, ; funcióncomo descripción física del cosmos, ;relación con las Sagradas Escrituras,

Copérnico: y los cometas, ; su laborcomo representación física delcosmos, ; inclusión de su obra en elIndex, . Véase también astronomíacopernicana

Coresio, Giorgio,atomismo,Cosme el Viejo,Cosme ¾ de Medici,Cosme II de Medici: en el debate sobre la

flotabilidad, ; comparación con elcosmos, ; función en los debates de lacorte, ; espectáculos en la corte, ;coronación, ; como alumno deGalileo, ; posición de Galileo tras sumuerte, ; estrategia de Galileo paraobtener su apoyo, ; intercambio dedones con Galileo, ; asociación conJúpiter, ; en las medallasconmemorativas de los AstrosMediceos, ; relación con lasnovedades, ; respuesta a la dedicatoriade los Astros, ; dedicatoria delSidereus nuncius, ; ennoblecimientosocioprofesional de Galileo, ;recepción del telescopio,

Cosme III de Medici,Cosma, Santa,cultura de la corte: relación con el

absolutismo, ; con la cultura de las

academias, ; comparación con lacultura de los artesanos, ; relacióncon la civilità, ; diarios de las cortes, ;debates en las cortes, ; nominalismo, ;espectáculos, ; relación con lasmitologías dinásticas, ; comoelemento representado en la fábuladel sonido, ; caída del favorito, ;intercambio de dones, ; relación conla gratia, ; relación con la legitimaciónde la ciencia, ; analogía con lacalamita, ; relación con las novedades,; centros de poder en la sociedadcortesana, ; requisitos para la vida enla corte, ; recepción de invitados, ; enRoma, ; autorreferencialidad, ;relación con la sprezzatura,

debates en la corte,Cozzi, Gaetano,credibilidad: relación con las

corporaciones, ; relación con elmecenazgo, ; científica, ; relación conel estatus,

Cremonini, Cesare,Cristina de Lorena, Gran Duquesa:

cultura de la corte bajo su mandato, ;en la disputa sobre la astronomíacopernicana, ; matrimonio conFerdinando, ; como mecenas deGalileo,

Damiano, San,Dante,Darwin, Charles,Dear, Peter,Della Casa, Giovanni,Delle Colombe, Ludovico: en la disputa

sobre la flotabilidad, ; en la disputasobre la superficie de la luna, ; suvida, ; comentario sobre lasmatemáticas y la filosofía, ; opiniónsobre el Sidereus nuncius,

Del Monte, Francesco Maria,Del Monte, Guidobaldo,De magnete (de Gilbert),Descartes, René,Deti, cardenal,Diálogo sobre los dos máximos sistemas

del mundo (de Galileo): relación con

472 | G A L I L E O C O R T E S A N O

estilo, ; apreciaciones sobre TychoBrahe, ; relación con Urbano VIII,

Bacon, Francis,Barberini, Antonio (cardenal),Barberini, Francesco (cardenal): su

academia, ; ingreso en la Academia delos Linces, ; relación con Cesi, ;intervención en el juicio a Galileo ,

Barberini, Maffeo. Véase Urbano VIIIBardi, Giovanni,Bargagli, Girolamo,Barisone, Padre,Becker, Marvin B.,Bellarmino, cardenal,Benedetti, Giovanni Battista,Bentivoglio, Guido (cardenal),Berlinzone, Rocco,bilingüismo,Blackstone, William,Bloor, David,Bonamico, Francesco,Libro de la naturaleza,Borgia, cardenal,Bourdieu, Pierre,Boyle, Robert,Brahe, Tycho: sistema astronómico, ;

cometas, ; disputa con Ursus, ;relación con Galileo, ; relación conRothmann, ; Uraniborg,

Brecht, Bertolt,Brengger, Georgius,Buonamici, Giovanfrancesco,flotabilidad, ; participación de Barberini

y Gonzaga en la disputa, ; relacióncon protocolo de los debatescientíficos, ; inconmensurabilidad enel debate, ; interés de los jesuitas, ;papel de los Medici como mecenas,

Caccini, Tommaso,Callon, Michael,Camapanella, Tommaso,Capra, Baldassare,Carbone, Ludovico,Cardano, Girolamo,Caro, Annibal,Castelli, Benedetto: opinión sobre la

causalidad, ; como beneficiario de

Galileo, ; papel en la disputa entre elcopernicanismo y la SagradaEscritura, ; invitación a enseñar enPisa, ; respuesta a Delle Colombe, ;opinión sobre las respuestas alDiscurso,

Castiglione, Baltasar,causalidad,Cavalieri, Bonaventura,ceremonial. Véase cirimonieCesarini, Virginio,Cesi, Federico (príncipe), ; relación con

la Academia de los Linces, ; sushallazgos arqueológicos, ; relacióncon Barberini, ; relación con Cesarini,; opinión sobre las disputas, ; comolibrepensador, ; relación con Lagalla, ;como mecenas de Galileo, : opiniónsobre los debates científicos, ;comentario sobre la boda de MichelePeretti y Anna Maria Cesi, ; relacióncon Welser,

Cesi, Anna Maria (princesa), Ciampoli, Giovanni: relación con la

Academia de los Linces, ; en el debatesobre la flotabilidad, ; sus contactosen la corte, ; sus aptitudes para losdebates, ; comentario sobre elDiscurso sobre los cometas, ; caída, ;opinión sobre los frailes, ; comentariosobre el intercambio de dones, ;opinión sobre los jesuitas, ; períodode fama en Roma, ; comentario sobrela corte romana, ; en los debatescientíficos, ; relación con Strozzi,

Cicerón,Cigoli, Ludovico,cirimonie,civilità,Clavio, Cristóbal: relación con Delle

Colombe, ; correspondencia conGalileo, ; sus discípulos en la disputasobre los cometas, ; influencia sobreGalileo, ; relación con lasmatemáticas, ; como mecenas deGalileo, ; relación con Welser,

cohesión,Collegio Romano: relación con la

Academia de los Linces, ;

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contactos con mecenas, ; solicitud demecenazgo, ; sus mecenas, ; comofilósofo, ; opinión sobre la astronomíafilosófica, ; sus alumnos particulares, ;cambios de residencia, ; relación conRoma, ; relación con Sagredo, ; susalario en Padua, ; relación conSalviati, ; relación con Sarpi, ; relacióncon Scheiner, ; su papel en los debatescientíficos, ; autoborramiento, ;autoconstrucción de su identidadsocioprofesional, ; ennoblecimientosocioprofesional, ; su postura en eldebate sobre las manchas solares, ; suestatus al comienzo de su carrera, ; suestipendio en la corte florentina, ;relación con los sistemas, ; eltelescopio, ; juicio, ; Dos nuevasciencias, ; relación con Tycho Brahe, ;conocimiento de Aristóteles, ; supuesto en la universidad, ; relacióncon Urbano VIII, ; relación con Vinta,; relación con Welser, . Véansetambién El ensayador; Diálogo sobrelos dos máximos sistemas del mundo;Discurso sobre los cuerpos flotantes;Sidereus nuncius

Geertz, Clifford,intercambio de dones,Gilbert, William,Giugni, Vincenzo,Julián de Medici,Gonzaga, cardenal,gracia. Véase gratiaGrassi, Orazio: como aristotélico, ; en El

ensayador, ; opinión sobre el CollegioRomano, ; en la disputa sobre loscometas, ; sobre el calor, ; en lasproducciones teatrales de los jesuitas,; su pedantería, ; Ratio, ; relación conTycho Brahe,; sus intereses creados,

gratia,Grazia, Vincenzo di: en el debate sobre la

flotabilidad, ; y las fuentes filosóficasde Galileo, ; opinión sobre lametodología, ; comentario sobre elconocimiento aristotélico de Galileo, ;distinción entre matemáticas yfilosofía, ; definición de la

flotabilidad, ; definición de momento,; sobre la tensión superficial,

Gualdo, Paolo,Guazzo, Stefano,Guicciardini, Piero,Guiducci, Mario,

Hagstrom, Warren,Hasdale, Martines,calor, naturaleza corpuscular del,honor,Horky, Martinus,hipótesis,

Jacobo de Medici,formación de la identidad: relación con

el bilingüismo, ; relación con elmoralismo, ; relación con elmecenazgo, . Véase también identidadsocioprofesional

Ingoli, Francesco (monseñor),inconmensurabilidad, ; relación con las

rupturas en la comunicación, ;relación con las jerarquíasdisciplinarias, ; relación con laincomunicación;, relación con laesterilidad, ; relación con latraducción,

incomunicación,instituciones, ; corporaciones científicas,

Jardine, Nicholas,jesuitas: relación con la Academia de los

Linces, ; El Ensayador, ; su posicióncultural y científica, ; susproducciones culturales en Roma, ;papel en la disputa sobre los cometas,; función en las redes de mecenazgode Galileo en Roma, ; comentariosobre la observaciones astronómicasde Galileo, ; como matemáticos delpapa, ; opinión sobre la cienciasmatemáticas, ; su autoridad científica,; relación con Tycho Brahe,

satélites de Júpiter. Véase AstrosMediceos

Joyeuse, cardenal de,Julio II,Júpiter (dios),

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el bilingüismo, ; retórica epidíctica, ;relación con el juicio a Galileo, ; sobreRoma, ; su estatus, ; relación conUrbano VIII,

disciplinas, jerarquía de,Discurso sobre los cuerpos flotantes (de

Galileo), ; acuerdos para el debatesobre la flotabilidad, ; interpretaciónarquimediana del experimento deDelle Colombe, ; comentario sobreDelle Colombe, ; comentario sobreGalileo como paladín científico deCosme, ; relación con las disputasastronómicas de Galileo, ; definiciónde momento, ; relación con la disputasobre las manchas solares, ;respuestas, ; fragmentos sobre laestructura de la materia,

Discurso sobre los cometas (de Guiducci),Disputatio astronomica (de Grassi),debates: sobre la flotabilidad, ; sobre los

cometas, ; sobre el copernicanismo ylas Sagradas Escritura, ; en la corte, ;sobre la superficie de la luna, ;científicos, ; sobre las manchassolares, ; entre Tycho y Ursus,

Douglas, Mary,Drake, Stillman,duelos: desafíos a los príncipes, ; relación

con los juegos controlados, ;comparación con los dones, ;comparación con las disputascientíficas,

Duhem, Pierre,

Elci, conde Pannocchieschi d’,Elias, Norbert,Este, Alessandro d’ (cardenal),Este, Francesco d’ (duque),protocolo,filosofía experimental,experimentos, ; en la Accademia del

Cimento,

Faber, Johannes,fábula del sonido,Fabricius, Johannes,caída del favorito, ; función de la

traición, ; caída de Galileo,

Farnese, Alessandro (cardenal),Ferdinando I de Medici,Ferdinando II de Medici,Ferrari, Ludovico,fetichización,Feyerabend, Paul,Finocchiaro, Maurice,Florencia: Accademia Fiorentina, ;

decadencia, ; gobierno de los Medici, ;relaciones de mecenazgo,

Foscarini, Paolo Antonio (padre),Foucault, Michel,Francisco de Medici,caída libre,frailes,amistad. Véase amicizia

Galileo: y la Academia de los Linces, ; y laAccademia dei Ricovrati, ; relación conel aristotelismo, ; como “granhombre”, ; su metáfora del libro de lanaturaleza, ; en la disputa sobre laflotabilidad, ; relación con Capra, ;relación con Cesi, ; relación conClavio, ; sus beneficiarios, ; en ladisputa sobre los cometas, ;advertencia de 1616, ; relación con elsistema copernicano, ; sucorrespondencia, ; relación conCosme II, ; relación con la culturacortesana, ; en los diarios de la corte, ;en los debates de la corte, ; su funciónen la corte, ; relación con Cristina, ; yel Discurso sobre los cometas, ;emblemática, ; relación con Fabricius,; comentario en el catálogo de la Feriadel Libro de Frankfurt, ; intercambiode dones, ; relación con Guidobaldodel Monte, ; opinión sobre el calor, ;opinión sobre el honore, ; y lashipótesis, ; relación con los jesuitas, ;y los satélites de Júpiter, ; relación conKepler, ; su estilo literario, ; relacióncon Marina Gamba, comomatemático, ; relación con Mauri, ;teoría de la mecánica, ; sobre ladifusión de sus hallazgos, ; relacióncon Mercuriale, ; comparación conMiguel Ángel, ; migración a la corte, ;

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movimiento: caída libre, ; natural, ; tiposen Galileo,

Muzio, Girolamo,

movimiento natural,Neroni, Matteo,Niccolini, Francesco: consejo sobre el

juicio a Galileo, ; respuesta de Galileoa la admonición de 1616, ; comentariosobre la estrategia de Maculano, ;papel en la publicación del Diálogo, ;solicitud de defensa para Galileo, ;consejo de Urbano para el granduque, ; comentario sobre la ira deUrbano con Galileo,

nominalismo, ; en la corte,Nori, Francesco,Nozzolini, Tolomeo,

objetividad,Oreggi, Agostino,Orsini, Paolo Giordano (duque),Osiander, Andreas,ostensiones,Outram, Dorinda,

Palazzo Pitti,Palazzo Vecchio (Pallazzo della

Signoria),corte papal,Papazzoni, Flaminio: y el Académico

Anónimo, ; en la disputa sobre laflotabilidad, ; como beneficiario deGalileo, ; aptitudes para la corte,

paradigmas: y bilingüismo, ; susdimensiones sociales y conceptuales, ;inconmensurabilidad, ; función en lasrevoluciones científicas, ;comparación con las especies,

Passeron, Jean-Claude,mecenazgo, ; y cirimonie, ; clientèlisme y

mécénat, ; y credibilidad, ; muerte delmecenas, ; caída del favorito, ; comocapital familiar, ; evaluación deGalileo, ; y el compromiso de Galileocon el copernicanismo, ; relación conel intercambio de dones, ; jerarquíade mecenas y beneficiarios, ; relacióncon interpretaciones idealistas de la

ciencia, ; función en la formación deidentidades, ; relación con laobjetividad, ; poder del mecenas, ;sustituido por las academias, ; enRoma, ; en las disputas científicas, ;relación con las redes científicas, ;relación con los temas deinvestigación, ; incidencia en laautoconstrucción de los cortesanos, ;relación con el estatus, ; sus límitesestructurales,

pedantería,Pellegrini, Matteo: comentario sobre la

civilità, ; sobre la caída del favorito, ;sobre el intercambio de dones, ; sobrelos filósofos cortesanos,

Pellisson, Paul,Peretti, Don Michele,Peri, Dino,Persico, Panfilo,Felipe IV,filosofía: relación con la astronomía, ;

comparación de su estatus cognitivocon el de las matemáticas, ; filosofíaexperimental, ; Galileo como filósofo,; los astrónomos filosóficos, ;subordinación de las matemáticas, ;satirización de los filósofosuniversitarios, . Véase tambiénaristotelismo

Pinelli, Vincenzio,Palacio Pitti,Salón de los Planetas,potlatch,poder: centros de poder en la sociedad

cortesana, ; caída del favorito, ;relación con el conocimiento y laautoconstrucción, ; relación con elmecenazgo,

Pozzo, Casiano dal,seudónimos,

Querengo, Antonio,Quine, Willard V. O.,

Raimondi, Giovanni Battista,Ralegh, Sir Walter,Ratio (de Grassi),realismo,

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Júpiter, satélites de. Véase AstrosMediceos

Kepler, Johannes: comentario sobre loscometas, ; correspondencia conGalileo, ; papel en la disputa entreTycho y Ursus, ; opinión sobre loshallazgos de Galileo, ; preguntas delos mecenas, ; relación con el Sidereusnuncius,

Kircher, Athanasius,Kuhn, Thomas,

Labia, Andrea,Lagalla, Julio César,Lakatos, Imre,Langford, Jerome,lenguaje, adquisición del,Latour, Bruno,Leibniz, Gottfried, Wilhelm,Leonardi, Tommaso,Leopoldo, archiduque,Leopoldo de Medici,palanca,estructura léxica,artes liberales, jerarquía de las,Libra astronomica et philosophica (de

Grassi),Libri, Giulio,Liceti, Fortunio,Lipperhey, Hans,Lloyd, G. E. R.,Locke, John,calamita,Luis XIV,Ludovisi, cardenal,Lunadoro, Girolamo,

Maculano, Vincenzo (padre),Magini, Giovanni,virtud magnética,Manzini, Giovanni, Battista,Marin, Louis,Marino, Giambattista,Marius, Simon,Mascardi, Agostino,matemáticas: ignorancia de los

aristotélicos, ; estatus cognitivo encomparación con la filosofía, ; en los

debates de la corte, ; credibilidadatribuida a sus logros técnicos, ;estatus como disciplina, ; Galileocomo matemático, ; opinión de losjesuitas, ; método matemático para elanálisis físico, ; relación con elnominalismo y el realismo, ; aptitudde los matemáticos para la vida en lacorte, ; comparación de losmatemáticos con los escritores,

materia, estructura de la,Mauri, Alimberto,Mauss, Marcel,Mazzoleni, Marcantonio,Mazzoni, Jacopo,mecánica: en el ámbito cortesano, ; su

estatus como disciplina, ; teorías deGalileo,

medallas,Astros Mediceos: ofensa de Venecia por

la dedicatoria, ; en festivales y comomotivo decorativo, ; su fetichización, ;su papel en la designación de Galileocomo filósofo y matemático del granduque, ; relación con el estipendio deGalileo, ; medalla conmemorativa, ;función en la mitología dinástica delos Medici, ; respuesta de los Medici ala dedicatoria, ; observación con eltelescopio, ; función en las relacionesde mecenazgo, ; resistencia a suaceptación, ; sonetos en homenaje asu descubrimiento, ; en el sistema deTycho,

Medici (familia): Antonio; Cosme I, ;Cosme III, ; Cristina, ; su mitologíadinástica, ; Ferdinando I, ;Ferdinando II, ; Francisco, ; Julián, ;Jacobo, ; Leopoldo, ; su reinado enFlorencia, . Véase también Cosme IIde Medici.

Mercuriale, Girolamo,Micanzio, Fulgenzio,Miguel Ángel,compás militar,momento,Mora, Domenico,Morosoni, Francesco de,Morpurgo-Tagliabue, Guido,

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Testi, Fulvio,teología,Tiberio,Trexler, Richard,Dos nuevas ciencias (de Galileo),Tycho Brahe. Véase Brahe, Tycho

Ubaldini, cardenal,universidades: espacio para las ciencias

matemáticas, ; relación con larevolución científica, ; sátira de losfilósofos universitarios,

Urbano VIII (Maffeo Barberini):relación con El ensayador, ;intervención en el debate sobre laflotabilidad, ; relación con Ciampoli, ;papel en el escándalo del consistorio, ;reacción ante el Diálogo¸ ;nombramiento como pontífice, ;relación con Galileo, ; relación con lasobservaciones de las manchas solares,; intervención en el juicio a Galileo, ;relación con León XI,

Ursus,

Van Helden, Albert,Vasari, Giorgio,Venecia,Venier, Sebastiano,Venus,Viala, Alain,Vinta, Belisario: nombre académico, ;

comentario sobre la fuerza magnéticade la virtud,; en los diarios de la corte,; relación con el puesto de Galileo enla corte, ; su salario,

virtù,Visconti, Raffaello,

Weber, Max,Welser, Marcus: relación con Galileo, ;

relación con Scheiner, ; intervenciónen el debate sobre las manchassolares,

Westfall, Richard,Westman, Robert,

Zaccagnini, Carlo,Zilsel, Edgar,

Zugmann, Johannes,

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Redondi, Pietro,Rhetico, Georg Joachim,Riccardi, Niccolò,Ricci, Ostilio,rituales,Roma,Sala de Júpiter,Rossi, Paolo,Rothmann, Christoph,Rovere, Vittoria delle,Royal Society (Londres),Rucellai, Orazio,

Sagredo, Giovanfrancesco: y las fórmulasceremoniales, ; en el Diálogo sobre losdos máximos sistemas del mundo, ;comentario acerca del Discurso sobrelos cuerpos flotantes, ; relación conGalileo y Gilbert, ; principal mecenasde Galileo, ; intercambio de donescon Galileo, ; relación con los jesuitas,; como generador de debatescientíficos,

Sagredo, Zaccaria,Salvadori, Andrea,Salviati, Filippo,Saracinelli, Cipriano,Sarpi, Paolo,Sarsi, Lotario,Satélites de Júpiter. Véase Astros

MediceosSaussure, Ferdinand de,Savoia, Maurizio di (cardenal),Schaffer, Simon,Scheiner, Cristóbal: acceso a la obra de

Galileo, ; comunicación con Galileo, ;dedicatoria de un satélite de Júpiter aWelser, ; participación en la disputasobre las manchas solares,

academias científicas: prácticasexperimentales, ; comparación con elmecenazgo, ; enfoque positivista, ;función en la revolución científica,

revolución científica: interpretaciónidealista, ; distintas interpretaciones, ;relación con la sustitución de losmecenas por academias, ; centros deactividad,

Sejano,

autoborramiento,autoconstrucción: de Galileo, ; relación

con el mecenazgo, ; relación con elpoder,

Sertini, Alessandro,Shapin, Steven,Sidereus nuncius (de Galileo): críticas de

Brengger, ; relación con elcopernicanismo, ; dedicatoria aCosme II, ; relación con el Discursosobre los cuerpos flotantes, ;distribución de ejemplares, ;propuesta de edición en Florencia, ;publicación,

Sizzi, Francesco,diques diminutos (arginetti),estatus social. Véase estatusCompañía de Jesús. Véase jesuitasidentidad socioprofesional: de los

aristotélicos, ; relación con elbilingüismo, ; relación con lasrupturas en la comunicación, ;confrontación de identidades en eldebate sobre la flotabilidad, ; de losfrailes, ; autoconstrucción de lacarrera socioprofesional de Galileo, ;ennoblecimiento socioprofesional deGalileo, ; especiación, ; relación conlas cosmovisiones,

Soldani, Jacopo,especies,sprezzatura,estatus: y credibilidad, ; y gustos

culturales, ; y honor, ; y mecenazgo,Strozzi, Giovanni Battista,Stumpo, Enrico,manchas solares,tensión superficial en los líquidos,

Tartaglia, Niccolò,Tasso, Torcuato,Tassoni, Alessandro,telescopio: demostraciones de Galileo en

Roma, ; distribución medianteembajadores de los Medici, ; mejorasrealizadas por Galileo, ; comoobsequios, ; instrumento obsequiadoa Cosme II, ; relación con lasostensiones, ; confiabilidad,

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Este libro se terminó de imprimir en marzo de 2008 en Latingráfica S.R.L.(www.latingrafica.com.ar), Rocamora 4161 CP C1184 ABC, Buenos Aires.