bartra roger_populismo y democracia en américa latina

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política latinamericana

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  • l populismo es un tema en cuyo estudio las ciencias sociales se han mostrado extraordinariamente creativas y fruct-feras en Amrica Latina. Gracias a las investigaciones y reflexiones que se ini-ciaron hace ms de cuarenta aos hoy disponemos de un rico corpus de ideas sobre el populismo que nos permite abordar con cierta facilidad el resur-gimiento de este complejo fenmeno poltico. Es cierto que, en la medida en que el populismo pareca enterrado o marginal, el inters por su estudio

    decay. El aprismo, el cardenismo, el peronismo y el varguis-mo parecan procesos que se haban extinguido. Los ecos del populismo de Paz Estenssoro en Bolivia, de Velasco Ibarra en Ecuador y de Jorge Elicer Gaitn en Colombia dejaron de escucharse. Pero en los ltimos aos los pasos del populismo vuelven a resonar. Desde 1988 en Mxico hay un retorno del cardenismo, en 1998 Hugo Chvez llega a la presidencia en Venezuela y en 2006 dos campaas electorales exitosas llevan a Rafael Correa y a Evo Morales a la presidencia en Ecuador y Bolivia. En Per ese mismo ao un populista agresivo, Ollanta Humala, se enfrent al aprista Alan Garca. Y en Mxico el impulso populista de Andrs Manuel Lpez Obrador lo llev al borde del triunfo en las elecciones presidenciales. Aos antes habamos presenciado el resurgimiento de estilos populistas en el menemismo y el fujimorismo. Hoy en da ya nadie duda que el populismo est de regreso.

    Vale la pena, pues, volver a leer los textos que escribie-ron los socilogos en los aos sesenta del siglo pasado. Por supuesto, aqu solamente dar un rpido vistazo a las antiguas

    reflexiones, como un recordatorio y una invitacin a consi-derarlas de nuevo. Y escoger algunas ideas para conectarlas con mis interpretaciones y propuestas. Cuando Gino Germani se refiri a los movimientos que llam nacionalpopulares y a los regmenes populistas establecidos por ellos enumer sus caractersticas principales as: El autoritarismo, el naciona-lismo y alguna que otra forma del socialismo, del colectivismo o del capitalismo de Estado: es decir, movimientos que, de diversas maneras han combinado contenidos ideolgicos opuestos. Autoritarismo de izquierdas, socialismo de dere-chas y un montn de frmulas hbridas y hasta paradjicas, desde el punto de vista de la dicotoma (o continuidad) dere-cha-izquierda.1

    Germani reconoce en esto la influencia de las ideas de S.M. Lipset sobre el autoritarismo de la clase obrera y observa que esta forma de participacin poltica de las masas difiere del modelo occidental. Esta situacin, sostiene Germani, es propia de los pases subdesarrollados, que se caracterizan por lo que llama la singularidad de lo no contemporneo. Esta frmula es una adaptacin de las teoras del socilogo William Ogburn sobre el desfasamiento cultural (cultural lag), muy influyentes en los aos en que Germani escriba. Esta interpretacin del subdesarrollo como conjunto abigarrado de formas asincrnicas y desiguales de desarrollo econmico y social ha adoptado muy diversas expresiones y se ha vuelto un lugar comn. Se ha hablado, por ejemplo, de continuum folk-urbano, colonialismo interno, sociedad dual, desarrollo desigual y combinado o articulacin de diferentes modos de produccin.

    Populismo y democraciaen Amrica LatinaCuando el populismo latinoamericano pareca vencido, una ola de caudillos autoritarios azota el subcontinente. En su cresta despunta la figura de Hugo Chvez, aprendiz de dictador constitucional. Roger Bartra analiza los postulados tericos, las caractersticas y la alarmante vigencia del populismo.

    1 Democracia representativa y clases populares (1965), reproducido en G. Germani, Tor-cuato S. di Tella y Octavio Ianni, Populismo y contradicciones de clase en Latinoamrica, Mxico, Era, 1973, p. 29. Un libro de Octavio Ianni resume bien las preocupaciones de la izquierda en torno al fenmeno: La formacin del Estado populista en Amrica Latina, Mxico, Era, 1975.

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  • La singularidad que observa Germani consiste en que, durante el accidentado proceso de transicin de sociedades autocrticas y oligrquicas a formas modernas e industriales, aparecen movimientos populares que no se integran al sistema poltico de acuerdo al modelo democrtico liberal, sino que adoptan expresiones populistas (que l llama nacionalpopula-res). Ello ocurre debido a que los canales de participacin que la sociedad ofrece no son suficientes o son inadecuados.

    Otro socilogo, Torcuato S. di Tella, agrega a la explica-cin de Germani lo que llama efecto de deslumbramiento. A diferencia de lo que ocurri en los pases europeos, el mundo subdesarrollado constituye la periferia de un deslumbrante centro avanzado, sofisticado y rico que produce un efecto de demostracin tanto en los intelectuales como en la masa de la poblacin. Los medios masivos de comunicacin elevan los niveles de aspiracin y, al levantarse un poco la tapa de la sociedad tradicional, surge una presin social que busca salidas imprevisibles. Como la modernizacin suele ser enrgica y rpida, los movimientos sociales son repentinos y excesivos para un sistema econmico atrasado incapaz de satisfacer las nuevas demandas. Las masas que escapan de la sociedad tradicional no cristalizan en movimientos polticos liberales u obreros, como en Europa, sino que son atradas por liderazgos carismticos y demaggicos de corte populista.2

    Torcuato di Tella define, adems, un nuevo fenmeno: el surgimiento de lo que llama grupos incongruentes. Se refiere a segmentos sociales dislocados y fuera de contex-to, como los aristcratas empobrecidos y venidos a menos, los nuevos ricos que no son todava aceptados en los crcu- los ms elevados o los grupos tnicos desplazados. Se trata de sectores sociales que acumulan resentimientos y desplie-gan actitudes amargas y vengativas contra un establishment que consideran injusto.

    Podemos comprender las limitaciones de estos enfoques, que inscriben el fenmeno populista en el marco de la transicin de una sociedad tradicional a una condicin moderna. El populis-mo sera as una anomala o un accidente que ocurre durante un proceso de transicin que en los pases subdesarrollados no sigue los patrones occidentales. Sin embargo, si nos deshacemos del marco lineal o desarrollista, creo que podemos rescatar al menos tres aspectos en las formulaciones de Germani y Di Tella.

    Primeramente, podemos destacar la importante pre-sencia de un gran segmento de la sociedad conformado por una mezcla heterognea de residuos de formas tradicionales, grupos excluidos por la modernizacin, estructuras aberran-tes de proyectos econmicos frustrados, burocracias agravia- das, grupos tnicos en descomposicin, comerciantes ambulan-tes, emigrantes desocupados, marginales hiperactivos, trabajado-res precarios y mil formas ms. Se trata de una masa de poblacin que vive la singularidad incongruente de su no contemporanei-

    dad y su asincrona, para usar los trminos de Germani y Di Tella. Esta es la masa heterognea llamada pueblo por los dirigentes populistas, un verdadero popurr cuya dimensin y composicin vara mucho en cada pas y poca, y que no solamente es una caracterstica de la Amrica Latina de los aos treinta, cuarenta y cincuenta, sino que podemos reconocer su existencia hasta nuestros das. No es, pues, un fenmeno ligado exclusivamente a la transicin, sino que es una situacin duradera.

    Un segundo aspecto que podemos rescatar es la importancia concedida a la rapidez y agresividad propias de la moderni-zacin y expansin del capitalismo en Amrica Latina. Aqu tambin podemos afirmar que no se trata de un proceso limitado a la transicin de sociedades oligrquicas atrasadas a los sistemas de acumulacin capitalista e industrializacin ms avanzados. La llegada a Amrica Latina de nuevas tendencias, aunque a veces con cierto retraso, ocurre de manera impetuosa y, para usar la metfora de Di Tella, deslumbrante, sin esperar a que la sociedad se prepare para los cambios. A fin de cuentas estos cambios, como los ligados a la globalizacin, han madurado en las economas centrales e irradian velozmente su influencia hacia la periferia impulsados por la voracidad tpica de las grandes empresas transnacionales. As, la presencia continuada de masas incongruentes abigarradas y de flujos deslumbrantes vertiginosos sigue produciendo importantes efectos polticos en las sociedades latinoamericanas de hoy.

    En tercer lugar podemos rescatar de la antigua sociolo-ga funcionalista latinoamericana sus planteamientos sobre la importancia del lder carismtico en los fenmenos populistas. El autoritarismo que suele caracterizar tanto a los movimientos populistas como a los regmenes que fundan se asocia a la fuerza personal de dirigentes cuyo discurso suele ser una mezcla ideol-gica que gira en torno de la exaltacin del pueblo, una nocin vaga referida a la existencia de una dualidad social nefasta que es necesario liquidar. Por supuesto, la presencia de lderes polticos fuertes y carismticos no es algo exclusivo del populismo. Lo que se ha observado como propiamente populista es el discurso ideo-lgico del lder y las peculiares mediaciones que lo conectan con las masas que lo apoyan. Se trata del carcter multiideolgico de un discurso con fuerte carga emocional que apela directamente a la masa pluriclasista y heterognea agraviada. Pero, aunque el discurso populista se dirige, por decirlo as, al corazn del pueblo al que convoca directamente, el movimiento tiende a organizar especialmente cuando llega al poder una compleja red de mediaciones de tipo clientelar. Habra que agregar que el culto al lder carismtico se asocia a una generalizada estatolatra.

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    Quiero referirme ahora el espinoso problema de la definicin del populismo. Se ha sealado repetidamente la enorme dificultad de definir el trmino, e incluso Ernesto Laclau ha dicho que simple-mente es imposible definirlo. Este autor ya haba sealado acerta-damente en 1978 que el populismo no puede ser definido como la 2 Populismo y reformismo (1965), en el libro citado en la nota 1, p. 38 y ss.

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  • expresin de una clase social (como el campesinado, los granjeros o la pequea burguesa), ni como el resultado aberrante de una transicin de la sociedad tradicional a una sociedad industrial. El estudio comparativo de los movimientos y regmenes que se han calificado como populistas muestra muchas incoherencias en el intento de poner en el mismo saco, por ejemplo, el populismo ruso del siglo xix, el nasserismo egipcio, el peronismo argentino y el chavismo venezolano. Si adems se agregan, como sugiere Laclau, el fascismo y el socialismo revolucionario, es evidente que no podremos alcanzar una definicin de populismo capaz de dar cuenta de un abanico tan amplio y variado de situaciones polticas.

    La confusin ocurre en gran medida debido a que, por esca-par de las explicaciones del populismo que remiten a sus funcio-nes y al proceso de cambio en el que se inscribe, se privilegian las dimensiones ideolgicas como base de su definicin. Aqu, desde luego, tambin es muy difcil hacer generalizaciones. La frmula que propuso Laclau para explicar el populismo como fenmeno ideolgico la encontr en la idea marxista althusse-riana de interpelacin. El populismo sera un discurso que interpela al pueblo como sujeto, para oponerse al poder hege-mnico. La interpelacin puede oscilar entre dos polos: la forma ms alta y radical de populismo el socialismo encaminado a suprimir al Estado como fuerza antagnica y la forma opuesta fascista dirigida a preservar el Estado totalitario. Entre las dos formas extremas tendramos una gama de fenmenos ideolgi-cos populistas, como el bonapartismo.3

    Recientemente Laclau ha continuado, ampliado y modifica-do su definicin de populismo. Quiere ofrecer una plataforma lgica y racional a los populismos latinoamericanos. Lo que llama la razn populista debe ser capaz de transformar la crtica de los aspectos negativos (la vaciedad del discurso) en exaltacin de sus virtudes (el lder). Ahora sustituye la idea de interpelacin por la de construccin de la identidad popular. La diversidad de demandas populares, en este proceso ideol-gico, es condensada por el discurso populista en un conjunto de equivalencias unificadoras. Estas equivalencias anulan los significantes propios de la heterogeneidad y producen un vaco. Es en esta vacuidad del populismo que ha sido descrita como vaguedad y ambigedad ideolgicas donde Laclau encuentra paradjicamente su racionalidad. La racionalidad populista consiste en que es capaz de abarcar la pluralidad y constituirla en una palabra vaca: el pueblo. Aqu Laclau introduce una explicacin del papel central del lder: la unidad de esta forma-cin discursiva es transferida hacia el orden nominal. El nom-bramiento del lder llena el vaco y le da un sentido al pueblo. As, dice Laclau, el nombre se convierte en el fundamento de la cosa. La identidad popular as construida, encabezada por

    su lder, exige entonces una representacin (total o parcial) en las esferas del poder.

    Se trata de una solucin meramente retrica al problema de la definicin del populismo, realizada ahora con ayuda del instrumental psicoanaltico lacaniano. Tiene la peculiaridad de centrar clara y precisamente el problema en la nocin va- ca de pueblo y en el proceso nominalista de su invencin. No quiero ahora entrar en las sutilezas de la nueva interpretacin de Laclau, sino solamente destacar el hecho de que su alternativa al anlisis funcionalista consiste en ubicar la explicacin casi enteramente en el terreno del discurso ideolgico. Ello es una importante limitacin, pero le permite escapar de las implica-ciones crticas que tiene el uso del trmino populismo y abrir las puertas a su exaltacin intelectual. Sin embargo, parece muy difcil que los lderes del populismo actual acepten el sustan-tivo aplicado a su movimiento. Temen que el nombre sea el fundamento de la crtica de la cosa poltica que impulsan. No parece probable que un dirigente populista acepte como rational choice la propuesta que hace Laclau de usar el nombre de la cosa extraa que impulsan.

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    Las breves reflexiones crticas que he esbozado me sirven como punto de apoyo para buscar una interpretacin diferente. Me parece que podemos considerar al populismo como una forma de cultura poltica, ms que como la cristalizacin de un proceso ideolgico. En el centro de esta cultura poltica hay ciertamente una identidad popular, que no es un mero significante vaco sino un conjunto articulado de hbitos, tradiciones, smbo-los, valores, mediaciones, actitudes, personajes e instituciones. Sabemos bien que las identidades, ya sean nacionales, tnicas o populares, no se pueden definir de acuerdo con fundamentos o esencias. Como dijo muy bien Jacques Derrida, lo propio de una cultura es no ser idntica a s misma.5 El pueblo de la cultura populista es ante todo un mito; y, como sabemos, el mito constituye una lgica cultural que permite superar contradic-ciones de muy diversa ndole.

    Por ello, podemos trazar genealogas y tradiciones en las culturas populistas, mostrar influencias y conexiones entre ellas, pero resulta imposible definir un catlogo de rasgos comunes a todas. Los antiguos populismos del siglo xix en Estados Unidos y Rusia generaron tradiciones y patrones que podemos recono-cer an en sus descendientes lejanos. Por ejemplo, tenemos en Estados Unidos a George Wallace o a Ross Perot, y en Europa el squadrismo agrario italiano, el movimiento intelectual strapaese, a Pierre Poujade en Francia y los brotes de populismo derechista en los pases poscomunistas.6

    3 Poltica e ideologa en la teora marxista. Capitalismo, fascismo y populismo, Mxico, Siglo xxi Editores, 1978, p. 231 y ss. La razn populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econmica, 2005, p. 130.

    5 Lautre cap, Pars, Minuit, 1991, p. 16.6 Vase la importante recopilacin de ensayos preparada por Ghita Ionescu y Ernest Gellner, Populism. Its meanings and national characteristics, Londres, Weidenfeld & Nicol-son, 1969. Sobre Europa, vase Michel Wieviorka, La dmocratie lpreuve / Nationalisme, populisme, ethnicit, Pars, La Dcouverte, 1993.

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  • Lo mismo puede decirse de los viejos populismos lati-noamericanos y de su relacin con las nuevas expresiones: es posible reconocer herencias y linajes polticos, pero es difcil fijar un patrn comn preciso que los defina en su conjunto. Tambin podemos reconocer la existencia de una especie de rbol genealgico del populismo latinoamericano, que, si bien tiene algunos rasgos comunes con las tradiciones europeas y norte-americanas, constituye un tronco de cultura poltica peculiar que pode-mos identificar, aunque no encerrar en la jaula de una definicin. En esta cultura poltica podemos reconocer hbitos autoritarios, mediaciones clientelares, valores anticapitalistas, smbolos nacionalistas, personajes carismticos, instituciones estatistas y, muy especialmente, actitudes que exaltan a los de abajo, a la gente sencilla y humilde, al pueblo.

    Para recapitular lo que he expues-to, podra decir que el populismo es una cultura poltica alimentada por la ebullicin de masas sociales caracterizadas por su abigarrado asincronismo y su reaccin contra los rpidos flujos de deslumbrante modernizacin; una cultura que en momentos de crisis tie a los movimientos populares, a sus lderes y a los gobiernos que eventualmente forman. Puede comprenderse que una situacin como esta ha ocurrido en momentos histricos muy diversos. En Amrica Latina surgi tanto durante lo que se ha llamado la crisis de los estados oligrquicos como, ms recientemente, tras el impacto de las poderosas tendencias globalizadoras. Ha surgido tanto en procesos polticos de gran escala como en manifestacio-nes limitadas y relativamente marginales. Ha influido en la formacin de gobiernos nacionales o se ha filtrado solamente como un estilo peculiar de algunos lderes.

    Aunque el populismo, desde mi punto de vista, es prin-cipalmente una expresin cultural, no creo que debamos pensar que es como un guante que puede ser usado por cual- quier mano, o que es una forma que puede albergar cualquier contenido poltico, desde el nazismo hasta el comunismo. Es cierto que el populismo suele presentar un amasijo variopinto de expresiones ideolgicas, muchas veces contradictorias. Su coherencia no proviene de la ideologa sino de la cultura. Por ello, el fascismo y el comunismo, que han sido bloques de monoltica coherencia ideolgica, son fenmenos que pertenecen a otro orden poltico muy diferente. Ello no quiere decir que no haya habido expresiones de cultura populista en los estados fascistas y comunistas, como en Italia o en China.

    Y a la inversa, tambin encontramos ingredientes fascistas o socialistas en los populismos, como es el caso del peronismo o el cardenismo.

    A pesar de todo, los fenmenos populistas suelen inclinarse hacia la izquierda y ocupan los territo-rios sociales que los partidos o grupos progresistas aspiran a pene-trar y representar. De hecho, las ms importantes definiciones del populismo se originan en las discu-siones de los marxistas de fines del siglo xix, y por supuesto debemos a Lenin la visin crtica y peyorativa con que la izquierda suele entender el fenmeno.

    Quiero agregar el hecho de que el abigarrado asincronismo suele ser visto como una muestra del fracaso del proyecto neoliberal, y los flujos de modernizacin deslumbrante son interpretados como los efectos malignos de la americanizacin y la globalizacin. Por ello es natu-ral que, por ejemplo, las conquistas del populismo bolivarista sean vis-tas por muchos como un proceso de izquierda, como la transicin a una sociedad ms justa y autnti-camente democrtica. En realidad,

    este proyecto populista tom de las abigarradas franjas de desorden social y poltico su inspiracin para esa incoherente aglomeracin de ideas que es el llamado socialismo del siglo xxi. Y se basa en su rechazo a la modernizacin rampante para impulsar el antiimperialismo rupestre y demaggico que lo caracteriza.

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    El populismo entendido como cultura poltica no suele cons-tituir una alternativa consistente de desarrollo socioeconmi-co y poltico. No es ni una opcin por un modelo socialista, ni una va de crecimiento capitalista acelerado. Despus de 1989 los proyectos de construccin de un Estado socia-lista son una verdadera rareza o un trgico anacronismo. Ejemplos de este tipo de proyecto, sin embargo, ocurren en Amrica Latina, y se encuentran relacionados entre s: el extrao socialismo populista venezolano que propone Chvez se conecta con el obsoleto modelo revolucionario cubano. Pero podemos sospechar que esta opcin es inviable y que, tarde o temprano, se desvanecer. Las reservas petroleras de Venezuela podrn durar 200 aos, pero el modelo chavista parece tan incapaz de alcanzar un desarrollo moderno como lo fue el extico proyecto de Muammar al-Gaddafi en Libia en los aos setenta. Cada vez ms venezolanos se percatan

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  • de las carencias y del atraso del proyecto de Chvez: por eso perdi el referendo de 2007 en que se propona modificar la constitucin y perpetuarse en el poder. Adems, sospecho que no tardaremos mucho en ver cmo Cuba se desliza, a la manera de China, hacia esa peculiar transicin que es el socialismo de mercado.

    Por otro lado, tenemos los gobiernos populistas que han aceptado las reglas del juego de la globalizacin y de la rbita capitalista, al mismo tiempo que impulsan algn tipo de pol-tica social clientelar y asistencialista. En ciertos casos, como lo demostraron Alan Garca en los aos ochenta y Menem en los noventa, fueron malos administradores de un capita-lismo al mismo tiempo agresivo y estancado. Una variante especialmente trgica y corrupta fue la de Fujimori en el Per de los aos noventa. Podemos concluir que la cultura poltica populista mezclada con una agenda econmica neoliberal tiene costos elevados y no llega a impulsar el crecimiento y la generacin de riqueza, que podran ser las bases para programas sociales, de salud, de empleo, de educacin y de reduccin de la pobreza. El fracaso tiene relacin, en parte, con las dificultades inherentes de un gobierno sometido a la lgica cultural populista para insertarse en la globalizacin y atraer inversiones.

    Quiero ahora preguntarme: qu repercusiones pueden tener las culturas populistas en las instituciones democr-ticas? Este es un problema candente en varios pases y no es fcil llegar a una conclusin, pues estamos frente a pro-cesos en marcha que no han concluido. Es probable que el tpico golpe de Estado de extrema derecha, conducido por militares contra gobiernos populistas, sea una alternativa remota. Pero no es tan lejana, en cambio, la posibilidad de que los propios gobiernos populistas sigan un curso que los conduzca a formas autoritarias y antidemocrticas. De hecho, tenemos un ejemplo en el pasado cercano: la evo-lucin desastrosa del gobierno de Fujimori. Es posible que los procesos boliviano, ecuatoriano y venezolano estn encaminados hacia una condicin autoritaria, similar a la de Fujimori, pero con un sello izquierdizante? Si la cultu- ra poltica populista ha echado races profundas, la respuesta podra ser afirmativa y deberamos esperar la entrada de es- tos pases a un ciclo de autoritarismo creciente.

    Pero hay otros caminos posibles para gobiernos de izquierda con bases populares slidas. La alternativa ms conocida y probada es la socialdemcrata, tal como se ha presentado en Chile, Brasil y Uruguay, donde los gobiernos de Bachelet, Lula y Tabar se han distanciado claramente del populismo. Estos gobiernos de orientacin socialdemcrata, al igual que los populistas, ponen en el centro la necesidad de impulsar sociedades igualitarias, incluyentes y protectoras de los grupos ms pobres o vulnerables. Pero hay grandes diferencias: de un lado tenemos una defensa de la democra-cia representativa y una poltica que acepta claramente que

    hoy en da la globalizacin es el ms importante motor del cambio. En contraposicin, el populismo impulsa actitudes de confrontacin hacia los empresarios, ve con sospecha las inversiones extranjeras, es agresivamente nacionalista e impulsa reformas polticas que propician la continuidad del poder autoritario del lder; reformas que minan la demo-cracia electoral para favorecer mecanismos alternativos de participacin e integracin popular de carcter corporativo, clientelar y movilizador.

    Ciertamente, en muchos casos el sistema de partidos y las lites han ejercido el poder en un contexto democrtico de una forma tan corrupta, inequitativa, irracional e ineficiente que han conducido a sus sociedades hacia la catstrofe. Fue el caso de Venezuela, cuya vieja democracia inaugurada en 1958 con la cada de Prez Jimnez se encontraba tan podrida que auspici una gran movilizacin popular contra el sistema.

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    Las resonancias populistas en la Amrica Latina de hoy han generado inquietud en todo el continente. Sus importantes manifestaciones en Bolivia, Ecuador, Mxico, Nicaragua, Per y Venezuela han modificado seriamente el espectro poltico de estos pases. A mi parecer han propiciado una distorsin peculiar de las corrientes de izquierda, que, en lugar de aproximarse a posturas socialdemcratas (como ha ocurrido en Brasil, Chile y Uruguay), han sido atradas por el viejo populismo y han recibido la influencia, directa o indirecta, de la cultura dictatorial del petrificado socialismo cubano.

    Las tendencias populistas actuales son un importante fenmeno que debe preocuparnos; son sintomticos, como he dicho, los problemas de fondo con los que nos conectan. Me refiero a la presencia en muchos pases latinoamericanos de formas culturales ligadas al populismo, mucho ms vastas y profundas que sus expresiones estrictamente ideolgicas. Se trata de una cultura popular nacionalista, rijosa, revo-lucionaria, antimoderna, de raz supuestamente indgena, despreciativa de las libertades civiles y poco inclinada a la tolerancia. Desde luego mi ejemplo predilecto es la cultura priista y sus derivados de izquierda, la que mejor conozco y la que ms he sufrido. Pero la presencia ms o menos impor-tante de expresiones culturales similares se puede reconocer en varios pases.

    Lo que est en juego no es meramente un movimiento de piezas en el ajedrez poltico continental o mundial. Detrs de las propuestas populistas hay procesos culturales que pueden frenar el bienestar de las sociedades latinoamericanas. Por eso la poltica debe ser un proceso civilizatorio. En Amrica Latina necesitamos urgentemente civilizar a la clase poltica y democratizar la cultura popular. De lo contrario, en lugar de acumular riqueza y bienestar, seguiremos perdiendo dcada tras dcada. ~

    Roger Bartra

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