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1476 Resumen En la presente comunicación se analizan los amplios conjuntos de materiales cerámicos exhumados durante la intervención arqueológica realizada en el castillo de Castrojeriz (Burgos) en el año 2009. Se trata ésta de una fortaleza que, construida básicamente en la Baja Edad Media, parece mantener cierto uso hasta el siglo XVII, horquilla cronológica ésta que enmarca la práctica totalidad de los conjuntos cerámicos recuperados. Partiendo de la sucesión estratigráfica registrada en la amplia superficie excavada, pueden reconstruirse los diferentes ajuares cerámicos utilizados por los habitantes del castillo en tres momentos o fases sucesivas: en la Baja Edad Media, en Época Moderna y en una etapa intermedia, transicional, que puede encuadrarse entre los compases finales del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI y que resulta tremendamente sugerente puesto que, junto a los característicos tipos cerámicos de la más clara tradición medieval comienzan a aparecer nuevas producciones que anuncian y preludian los nuevos tiempos renacentistas. Detrás de estos cambios en los ajuares cerámicos pueden rastrearse otros de mayor calado que atañen a la mentalidad de las gentes que las producen y consumen o al auge y decadencia de ciertas áreas productivas y vías comerciales. Palabras Clave: Burgos, Castillo de Castrojeriz, cerámica, Épocas Bajomedieval y Moderna, influencias culturales, vías comerciales Summary In this paper, we are going to analyze the wide-ranging pottery set found during the archaeological intervention made in the Castle of Castrojeriz (Burgos) in 2009. This lecture deals with a fortress that, even though was built in the Late Middle Ages, it could keep the use until the end of 17 th Century, when almost all of the recovered pottery can be classified into this time-frame. From the stratigraphic sequence that was registered in the wide dug surface, we can reconstruct the pottery collections used by the inhabitants of the castle in three consecutives moments or phases: the Late Middle Ages, the Modern Era, and a transitional period, between the end of the 15 th and the first half of the 16 th Century which is a very suggestive moment because, with the characteristic pottery types from the clearest medieval, new products that announce and are the prelude to the new Renaissance Age begin to appear. Behind this changes in the pottery sets, other ones, even bigger, can be traced, relatives to the mentality of the people who make and buy them, or to the increasing or decaying of certain productive areas and commercial routes. Keywords: Burgos, Castrojeriz Castle, pottery, Late Middle ages and Modern Era, Cultural influences, commercial routes 1 Aratikos arqueólogos, S.L. C/ Estación 37, 2º A. 47004 Valladolid, email: aratikos@aratikos.com

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Page 1: as más “espirituales” del ser humano y · momento, y teniendo en cuenta la estereotomía de los elementos conservados, no parece que se hayan desarrollado nuevas obras de alcance,

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Resumen

En la presente comunicación se analizan los amplios conjuntos de materiales cerámicos exhumados durante la intervención arqueológica realizada en el castillo de Castrojeriz (Burgos) en el año 2009. Se trata ésta de una fortaleza que, construida básicamente en la Baja Edad Media, parece mantener cierto uso hasta el siglo XVII, horquilla cronológica ésta que enmarca la práctica totalidad de los conjuntos cerámicos recuperados. Partiendo de la sucesión estratigráfica registrada en la amplia superficie excavada, pueden reconstruirse los diferentes ajuares cerámicos utilizados por los habitantes del castillo en tres momentos o fases sucesivas: en la Baja Edad Media, en Época Moderna y en una etapa intermedia, transicional, que puede encuadrarse entre los compases finales del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI y que resulta tremendamente sugerente puesto que, junto a los característicos tipos cerámicos de la más clara tradición medieval comienzan a aparecer nuevas producciones que anuncian y preludian los nuevos tiempos renacentistas. Detrás de estos cambios en los ajuares cerámicos pueden rastrearse otros de mayor calado que atañen a la mentalidad de las gentes que las producen y consumen o al auge y decadencia de ciertas áreas productivas y vías comerciales.

Palabras Clave: Burgos, Castillo de Castrojeriz, cerámica, Épocas Bajomedieval y Moderna, influencias culturales, vías comerciales

Summary

In this paper, we are going to analyze the wide-ranging pottery set found during the archaeological intervention made in the Castle of Castrojeriz (Burgos) in 2009. This lecture deals with a fortress that, even though was built in the Late Middle Ages, it could keep the use until the end of 17th Century, when almost all of the recovered pottery can be classified into this time-frame. From the stratigraphic sequence that was registered in the wide dug surface, we can reconstruct the pottery collections used by the inhabitants of the castle in three consecutives moments or phases: the Late Middle Ages, the Modern Era, and a transitional period, between the end of the 15th and the first half of the 16th Century which is a very suggestive moment because, with the characteristic pottery types from the clearest medieval, new products that announce and are the prelude to the new Renaissance Age begin to appear. Behind this changes in the pottery sets, other ones, even bigger, can be traced, relatives to the mentality of the people who make and buy them, or to the increasing or decaying of certain productive areas and commercial routes.

Keywords: Burgos, Castrojeriz Castle, pottery, Late Middle ages and Modern Era, Cultural influences, commercial routes

1 Aratikos arqueólogos, S.L. C/ Estación 37, 2º A. 47004 Valladolid, email: [email protected]

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Las cerámicas son un reflejo de la sociedad que las produce y consume. De esta

obvia afirmación se derivan sin embargo algunas ideas que es necesario valorar si

se pretenden extraer de su estudio conclusiones que excedan el dato cronológico. Y

es que, efectivamente, estas manufacturas resultan en primer lugar receptoras de

los cambios e innovaciones tecnológicos que las diferentes sociedades van

incorporando a lo largo del tiempo. Del mismo modo, se reflejan en ellas otro tipo

de cambios o fenómenos que afectan a facetas más “espirituales” del ser humano y

que entran ya en el terreno del gusto, la moda, las costumbres o la estética. Desde

este punto de vista, la cerámica, además de convertirse en un elemento de

datación cronológica, o, si se quiere, fundamentándose precisamente en esa

capacidad de “datar procesos”, se convierte en un elemento de primera mano para

valorar los cambios producidos en el ámbito de las mentalidades. Finalmente este

tipo de material arqueológico puede convertirse también en un valioso indicador

económico, pudiendo, a partir de la difusión de determinados tipos y

producciones, valorarse la importancia y auge de centros productores o vías

comerciales así como su evolución a lo largo del tiempo.

Partiendo de estas premisas pretendemos en este trabajo analizar los importantes

cambios que se producen en los ajuares cerámicos y en la mentalidad, por tanto,

de las sociedades que los facturan, en un amplio periodo cronológico que oscila

grosso modo entre los siglos XIV y XVII, tomando como base en este caso los

abundantes conjuntos cerámicos documentados en una amplia secuencia

estratigráfica exhumada en el Castillo de Castrojeriz, localizado en la villa del

mismo nombre, en el sector centro occidental de la actual provincia de Burgos (fig.

1).

El castillo de Castrogeriz. La intervención arqueológica del año 2009

La estructura del castillo se localiza sobre un amplio cerro testigo de planta

triangular, perfil amesetado y laderas pronunciadas que se levanta sobre la

confluencia del arroyo de Villajos sobre el río Odra. Aprovecha en concreto el

extremo Noreste de la plataforma, una estratégica posición ésta que permite el

control visual tanto del caserío de la localidad, que se extiende a sus pies, como de

amplias extensiones de terreno en todas las direcciones (fig. 2).

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El origen de la ocupación humana del cerro se remonta a fechas anteriores al

establecimiento de la estructura defensiva. Así se apunta el hallazgo de algunos

materiales prehistóricos –calcolíticos y campaniformes- y, sobre todo, de una serie

de estructuras correspondientes a un castro de la II Edad del Hierro que hunde

posiblemente sus raíces en momentos inmediatamente anteriores -I Edad del

Hierro-. La continuidad en Época Romana –Alto y Bajo Imperial- parece

atestiguada por la existencia de piezas cerámicas tanto en la meseta superior como

en las laderas. Además parece posible sospechar –a tenor de las características

constructivas- que parte de la base de la torre Noroeste de la fortaleza ha de

corresponder a este momento. En este sentido esta estructura podría entenderse

pues como una construcción romana aprovechada, restaurada y ampliada

posteriormente en época medieval.

La presencia de algún tipo de estructura defensiva parece atestiguada en concreto

desde el siglo IX, a tenor de lo mencionado en dos fuentes documentales: la

Crónica de Carlomagno y la Crónica Albeldense. Sin embargo la fábrica y planta

que actualmente se conservan parecen corresponder, en origen, y exceptuando esa

base de la torre noroeste de posible origen romano, a los momentos finales del s.

XIII, fechas en las que se conformaría la traza general de la fortaleza: torres Sur y

central, patio de armas, liza y foso. Las reformas y añadidos han de ser frecuentes

a lo largo de los siglos XIV y XV, si nos atenemos a los derechos señoriales que los

pueblos adscritos a la merindad de Castrojeriz deben pagar como contribución de

gastos de guerra, fortificaciones, fosos, etc. En estos momentos de la Baja Edad

Media el castillo desempeña además un importante papel en las continuas luchas

entre la corona y la alta nobleza -y entre diversas facciones de ésta- de los reinos

de Castilla y Aragón. La última reforma de entidad en la construcción parece

realizarse a finales del s. XV, con objeto de adecuarla a las nuevas necesidades

poliorcéticas derivadas del desarrollo de la artillería de fuego. A partir de este

momento, y teniendo en cuenta la estereotomía de los elementos conservados, no

parece que se hayan desarrollado nuevas obras de alcance, habiendo de sospechar

más bien un lento declive que queda atestiguado ya en la documentación del s.

XVIII: así a mediados de siglo, y como consecuencia del terremoto de Lisboa, se

tiene constancia del derrumbe de parte de los lienzos de una fortaleza que se

encontraba ya prácticamente abandonada.

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En el año 2009 acometimos desde nuestro gabinete (Aratikos arqueólogos s.l.) y

por encargo de la Fundación de Patrimonio Histórico de Castilla y León, una

importante intervención arqueológica previa a la consolidación, conservación y

puesta en valor del edificio. Se han excavado en concreto algo más de 300 m2

distribuidos en nueve sondeos, repartidos cinco de ellos en el sector del

antemural/liza y otros cuatro en el interior de patio de armas (fig. 2).

La secuencia estratigráfica exhumada ha permitido reconstruir en líneas generales

la trayectoria evolutiva de la estructura conservada. Parece evidente, en este

sentido, la existencia de una primera torre, romana como venimos señalando,

ubicada sobre un destacado afloramiento de roca caliza que asienta a su vez sobre

el sustrato natural de margas yesíferas. El espacio útil de esta plataforma es

reducido por lo que el castillo medieval tuvo que adaptarse a la pendiente del

terreno y construirse así a una cota más baja, tanto mayor cuanto más alejadas

estaban las estructuras de la torre originaria. Esta circunstancia determinó que,

una vez levantado el armazón –torre, patio de armas y liza- que reposa

directamente sobre el substrato de margas, fuera necesario llevar a cabo una

ingente tarea de acondicionamiento del terreno mediante el aporte de sedimentos

que permitieran ampliar, asentar y nivelar la superficie geológica. Estos depósitos,

documentados en la práctica totalidad de los sondeos, incluyen abundantes

conjuntos de materiales de cronología bajomedieval, aportando con ello una fecha

post quem a las estructuras a las que sirven de asiento, excepción hecha, eso sí, de

un depósito exhumado en el tramo central de la liza oeste, que aporta un pequeño

conjunto de cerámicas pintadas y estriadas característico de momentos

plenomedievales, piezas que no entraremos a valorar ya que exceden en marco

cronológico propuesto para esta comunicación.

Asentado el terreno, el espacio interior del castillo se organiza a partir de una calle

que cruza el patio de armas en sentido Norte-Sur, calle a la que se adosan, por sus

sectores Este y Oeste una serie de dependencias que pueden ser encuadradas, a

juzgar por los materiales a ellas asociadas, en momentos muy finales de la Baja

Edad Media o ya en tiempos modernos. Del mismo modo, muy posiblemente a

finales del siglo XV se acometen ciertas transformaciones en la zona de la liza, de

manera que se eleva la cota del suelo mediante una serie de densos niveles de

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escombros y echadizos que han aportado igualmente abundantes conjuntos de

materiales.

Finalmente, en un momento más avanzado, en época moderna, cuando la liza

pierde ya su función defensiva, en su sector noroeste se construyen una serie de

dependencias adosadas a la pared externa del patio de armas. A estos mismos

momentos corresponden algunas otras estructuras documentadas en el interior de

dicho patio y colmatadas todas ellas por densos niveles de escombros que

contienen abundantes materiales de los siglos XVI-XVII.

Los materiales cerámicos: un análisis sucinto de las diferentes

producciones

La excavación, así planteada y desarrollada, ha aportado pues abundantes

conjuntos de materiales cerámicos correspondientes a una notable variedad de

producciones. El estudio de la presencia y/o ausencia de cada una de estas

producciones en los diferentes niveles y tiempos de la secuencia estratigráfica ha

permitido la individualización de tres fases bien diferenciadas en lo que respecta a

los materiales cerámicos que las caracterizan. Así por una parte se han

individualizado una serie de depósitos cuyos materiales remiten claramente a

momentos bajomedievales (siglos XIV-XIV), perfectamente definidos y

diferenciados con respecto a otros que contienen piezas propias ya de época

moderna (siglo XVI en su segunda mitad sobre todo y siglo XVII). Junto a estos

niveles, o, estratigráficamente hablando, entre ellos, se individualizan otros que

desde el punto de vista cerámico se caracterizan por la convivencia de las últimas

producciones medievales con otras diferentes, que podrían identificarse con los

primeros modelos renacentistas, y que, desde el punto de vista cronológico, cabría

encuadrar entre las últimas décadas del siglo XV y las primeras del XVI, fase ésta

para la que hemos acuñado el término de “transicional”.

Pero antes de abordar este estudio secuencial así planteado se hace necesario

lógicamente enumerar y describir las características de los diferentes tipos de

producciones identificados cuya lista, como hemos apuntado, resulta abultada.

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Entre estos tipos cerámicos destacan en primer lugar, tanto por la información

cronológica que aportan como por constituir un soporte privilegiado en el que

plasmar las tendencias estéticas imperantes, las cerámicas esmaltadas.

En los niveles de cronología bajomedieval, aunque también en esos otros que se

encuadran en momentos de transición a la época moderna, resultan abundantes

las lozas mudéjares. Contamos así con piezas de reflejo dorado y azul cobalto de

procedencia levantina -la célebre obra de Maliqa tan afamada en su tiempo- y con

otras decoradas en verde y manganeso para las que sospechamos, como veremos,

un origen más cercano.

La loza de reflejo dorado resulta relativamente abundante, como corresponde a un

establecimiento de tipo señorial. Se han recuperado algo más de dos docenas de

piezas, de pastas calcáreas y superficies cubiertas con densos esmaltes

blanquecinos. Se trata casi exclusivamente de formas abiertas decoradas al

interior con vistosos esquemas geométricos o geométrico-vegetales pintados en

dorado o en dorado y azul, y al exterior con esquemas mucho más simples y

estilizados en tono dorado. Se documentan también algunas piezas, mucho menos

abundantes, decoradas únicamente con motivos en azul cobalto. Su tipología,

decoración y procedencia resultan idénticas a las anteriores, de hecho es posible

que algunas de ellas tuvieran también en origen decoración en dorado, a juzgar

por el aspecto muy deteriorado o casi perdido que presentan los trazos de esta

tonalidad en alguno de los fragmentos recuperados.

El repertorio formal constatado no resulta muy amplio. Se trata sobre todo de

escudillas de pared cóncava y borde sencillo que conservan en algún caso parte del

fondo, retorneado o ligeramente cóncavo. Un tipo particular de escudilla, muy

característico de contextos del siglo XV, presenta perfil hemiesférico y asa de

orejeta horizontal, de forma triangular, adosada al mismo borde. Abundantes

resultan también los platos, que se presentan en general con el ala marcada con

arista al interior mientras al exterior la pared mantiene la trayectoria recta (fig.

4.1). Estos vasos se encuentran profusamente decorados con esquemas y motivos

característicos del estilo clásico-gótico del siglo XV bien documentados en piezas

de Manises o Paterna (Soler, 1999: 159; Coll –www.avec.com/lcv/cap.09.pdf,

Consulta 28/02/2011-) excepción hecha, eso sí, de algunos pequeños fragmentos,

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apenas dos o tres, que presentan motivos en dorado combinados con otros en un

azul pálido que resulta característico de las piezas tipo Pula encuadradas aún en el

siglo XIV (García Porras, 2009: 31)-. Los motivos representados son

mayoritariamente de tipo vegetal o geométrico: ojivas, palmetas, atauriques muy

carnosos, bandas de celosías, espirales, etc. siendo reiterada la representación de

un motivo en forma de florón o rosa en azul sobre esquemas en dorado, tipo para

el que encontramos claros paralelos tanto en piezas de Manises (González Martí,

1944: lam. XV) como de Paterna (López Elum, 2006: 91) encuadradas ya en la

segunda mitad del s. XV sino ya en los comienzos del XVI.

Más abundantes resultan las denominadas lozas verde manganeso. Se trata de

pastas sedimentarias y en menor medida calcáreas que presentan únicamente

revestida de vidriado blanco la superficie interior, habiendo de sospechar tanto

por el elenco formal como por los esquemas decorativos representados, un origen

castellano (Villanueva, 1998: 276-277), sin que sea posible precisar, con los datos

con que se cuenta actualmente, el centro o los centros concretos de facturación.

Así, formalmente, y excluyendo dos fragmentos correspondientes a sendas jarras,

puede apuntarse la presencia casi exclusiva –como resulta habitual en los

contextos castellanos (Retuerce y Turina, 1997: 363)- de escudillas de perfil

semiesférico y de platos de paredes rectas, de trayectoria muy abierta, rematados

en labios normalmente moldurados o bífidos, tipos ambos que reposan

habitualmente en gruesos anillos de solero.

Las decoraciones son, como venimos apuntando, de tipo vegetal o geométrico,

trazadas en general con gruesas bandas en verde y delimitadas por otras líneas o

estrechas bandas en manganeso. Lamentablemente se trata de un conjunto

cerámico muy fragmentado, por lo que resulta imposible en la mayoría de los

casos determinar sus esquemas compositivos. Sí contamos sin embargo con una

pieza, una escudilla, que conserva la totalidad de su perfil, y que reproduce al

interior un esquema triangular (fig. 4.2). Asimismo estructuras radiales, con

bandas en verde –no delimitadas en manganeso- y líneas en manganeso se

documentan en el interior de dos fragmentos de fondo. Los platos están

delimitados en el labio, al interior, por una banda en verde o en manganeso, banda

que en algún caso presenta forma reticulada como en las piezas de reflejo dorado.

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Bandas en verde delimitadas en manganeso, formando parte de motivos y

estructuras compositivas no determinables, se documentan en numerosas piezas

de reducidas dimensiones. En al menos dos fragmentos se representan motivos

vegetales, en forma de flores de loto estilizadas, rellenas al interior por trazos en

manganeso, oblicuos o rectos.

Estas producciones de lujo están bien representadas, pues, en los depósitos

correspondientes a la Baja Edad Media y en los transicionales, siendo su presencia

claramente residual en los correspondientes a época Moderna. En estos últimos

estos tipos se ven sustituidos –y aumentados sustancialmente en sus proporciones

como veremos- por otros de loza estannífera acordes con los nuevos cánones

técnicos y estéticos que muy posiblemente desde las primeras décadas de siglo XVI

van imponiéndose de la mano de la nueva dinastía reinante –los Austrias-

portadora, a través del tamiz flamenco, de las nuevas ideas italianas (Moratinos y

Villanueva, 2003: 231).

Se trata en este caso de piezas de pastas calcáreas o sedimentarias que presentan

una o, más habitualmente, ambas superficies cubiertas con densas cubiertas

plúmbeo-estanníferas y que, muy raramente en nuestro caso, presentan al interior

el arranque de motivos no identificables pintados y esmaltados en azul cobalto.

Desde el punto de vista formal hay que señalar que se trata mayoritariamente de

platos y escudillas y, en mucha menos medida de algún recipiente tipo bote (fig.

4.3).

Las escudillas, de unos 13-15 cm de diámetro, presentan borde recto, o

ligeramente abierto, con el labio ligeramente indicado al exterior por ranura o

acanaladura, pared hemiesférica al interior y ligeramente carenada al exterior y

grueso fondo plano retorneado. Algunos de estos vasos, recuperados

mayoritariamente en depósitos transicionales, presentan pequeñas asas de cinta

atrofiadas esmaltadas en verde cobre (lámina 5.1). Contamos también con algunas

otras con espesas asas de orejeta de sección triangular o, más raramente,

polilobuladas adosadas al borde.

Los platos, en sus variedades, como las escudillas, de loza y loza de medio baño,

resultan también muy abundantes. Se trata de piezas de unos 21-22 cm de

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diámetro -aunque no faltan los de mayor tamaño- identificables con tipos de ala

convexa o de borde recto abierto, de perfiles estos en general más profundos. Los

fondos suelen presentarse planos y retorneados mientras que el ala normalmente

está marcada por arista.

Junto a estas piezas vidriadas en blanco se documentan algunas otras que

presentan sus superficies cubiertas con esmalte de tonalidad verde intenso. La

interpretación y filiación, y por tanto la cronología que puede aportarse para ellas,

no resulta clara. Así en los últimos tiempos, y a partir de algunos hallazgos

efectuados en la ciudad de Talavera de la Reina (Portela, 1999: 330) se ha incluido

este tipo cerámico, al que se denomina “loza serie verde esmeralda” entre las

primeras producciones de tipo renacentista que surgirían entre las décadas de

1520-1540. Sin embargo esta atribución no queda a nuestro juicio suficientemente

aclarada y justificada. Es evidente en este sentido que este revestimiento verde

cobre resulta conocido y bien utilizado en tiempos medievales, siendo común no

solamente en el trazado de esquemas decorativos -es el caso de las lozas verde

manganeso- sino también como cubierta monócroma. Este tipo cerámico,

conocido en la literatura arqueológica como esmaltado en verde turquesa está bien

documentadas por ejemplo en la ciudad de Valladolid, en contextos

bajomedievales (Villanueva, 1998: 263) sin que, en principio, se aprecien

diferencias significativas, al menos en la tonalidad del esmalte a pesar del

diferente epíteto que las define, con las piezas publicadas de Talavera.

Poco pueden aportar a las dudas así planteadas las piezas recuperadas en el

castillo de Castrojeriz. Apenas si se ha recuperado una docena de piezas,

mayoritariamente amorfas, que hacen su presencia fundamentalmente en

depósitos transicionales. Desde el punto de vista formal únicamente se identifica

un bacín de borde vuelto horizontal, tipo este característico tanto de tiempos

bajomedievales como modernos.

Hay que hacer alusión a una última producción esmaltada, la cerámica común

vidriada. Se trata de piezas de pastas sedimentarias, de tonalidades en general

rojizas o marrones y superficies cubiertas en una o, más raramente, ambas

superficies por vidriados en tonos melado, verde o amarillento, cuyas

características formales y decorativas reflejan igualmente los diferentes gustos

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marcados por el paso del tiempo. Así, en los niveles bajomedievales o de transición

se documentan algunas piezas abiertas que reposan en gruesos anillos de solero.

Muy del gusto medieval resultan también los bacines con molduras en la pared y

gruesas asas también molduradas, tipo para el que encontramos claros paralelos

en varias piezas, en este caso en loza o loza de medio baño, exhumadas en

contextos de la vallisoletana casa de Galdo encuadrados en los momentos finales

del siglo XV (Moreda et alii, 1991: 257, 280)

En los depósitos de época moderna se documenta la presencia de formas abiertas,

tipo plato o escudilla, destinados fundamentalmente pues a los servicios de mesa,

que suelen apoyar en este caso en fondos planos y retorneados.

Junto a estas piezas, y en general, como veremos, en mayores proporciones,

conviven otras no esmaltadas, entre las que se contabiliza un variado elenco de

producciones cuya presencia o ausencia en según qué depósitos resulta en muchos

casos un dato de importante valor cronológico.

En los niveles de cronología bajomedieval y, en menor medida, en los

transicionales, resulta muy abundante la cerámica engobada. Se trata de piezas de

factura cuidada, de pastas sedimentarias bien compactadas y depuradas que

incluyen finas partículas calizas y cuyas superficies están cubiertas por densos

engobes rojizos, marrones o negruzcos, que dejan libres los fondos al exterior y

que, en muchos casos, parecen haber sido extendidos con ayuda de una brocha.

Muy significativa resulta la aparición en algunos de los echadizos que están

situados en la base de la secuencia, de algunas piezas recubiertas con engobes

metalescentes, detalle éste que resulta muy característico de las producciones

mudéjares de la Baja Edad Media, bien conocidas en núcleos urbanos cercanos

como Burgos (Ortega, 2002: 133-140) o Valladolid (Villanueva, 1998: 149-150).

El repertorio formal se compone de formas abiertas tipo escudilla o tajador, que

presentan normalmente una gruesa capa de engobe dispuesta al interior. Las

primeras presentan perfiles mayoritariamente troncocónicos o, en menor medida,

carenados. Los segundos son de fondo plano y pared recta abierta de trazado

ligeramente divergente (fig. 5.2). Ambos tipos encuentran sus paralelos más

directos entre las producciones de la vallisoletana calle Duque de la Victoria.

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Las formas cerradas se identifican de modo mayoritario con piezas de amplias

dimensiones destinadas al almacenamiento. Se trata de vasos de borde recto y

amplio, de entre 11 y 15 cm de diámetro, de labio biselado y apestañado, y amplio

cuello curvo decorado con moldura o molduras horizontales de las que arrancan

anchas asas de cinta de disposición vertical, decoradas a su vez en ocasiones con

acanaladuras y ancho punteado impreso. En mucha menor medida se documentan

algunos fragmentos correspondientes a ollas de borde exvasado y perfil globular.

En la categoría cerámica común se engloban una serie de piezas de tonalidades

marrones, de pastas sedimentarias bien depuradas, que incluyen finas partículas

calizas. Sus superficies se presentan en algunos casos simplemente alisadas

mientras que en otras se encuentran revestidas por ligeros juaguetes de tonalidad

marrón claro-ocre que cubren incluso la superficie de los fondos al exterior. Estos

últimos vasos, juagueteados, están completamente ausenten de los depósitos de

cronología bajomedieval, aparecen tímidamente en los de cronología transicional y

se generalizan época moderna, sustituyendo en estos momentos muy

posiblemente a los tipos engobados.

Desde el punto de vista formal y funcional se trata de piezas destinadas tanto al

servicio de mesa como al de almacén, documentándose la presencia de escudillas,

jarras, orzas, cántaros y cantarillas y, como piezas de saneamiento, recipientes tipo

bacín, sin que se constate la existencia de variaciones formales significativas a lo

largo del tiempo. Sí hay que destacar sin embargo la presencia, en este caso en los

depósitos de cronología bajomedieval y transicional, de piezas tipo jarra o cántaro,

de borde recto, con labio moldurado o apestañado y cuello en ocasiones decorado

con molduras, tipos que resultan formalmente muy similares o idénticos a

aquellos otros encuadrados entre las producciones engobadas.

Las formas abiertas se componen principalmente de escudillas, de perfil

hemiesférico o carenado, decoradas en ocasiones al exterior, en el borde, con serie

de acanaladuras horizontales y paralelas (fig. 6.1).

Las decoraciones de estos conjuntos son muy sencillas. Al margen de estas

acanaladuras de las escudillas o de las molduras de los cuellos de las formas

cerradas únicamente puedes destacarse algunas líneas horizontales y paralelas,

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combinadas en ocasiones con otras onduladas, localizadas en la parte alta de la

pared de formas cerradas. Se disponen también, en piezas correspondientes ya a

época moderna, estrechas bandas horizontales a peine que combinan en ocasiones

con otras onduladas. Más numerosas resultan, en los niveles medievales o

transicionales, las piezas que presentan anchas e irregulares bandas pintadas

dispuestas en los bordes y cuerpos de los recipientes cerrados. Estas bandas por

sus tonalidades –marrón oscura o rojiza- recuerdan claramente al revestimiento

de las piezas engobadas, con las que conviven, como hemos apuntado, en los

mismos depósitos, similitudes éstas que se extienden igualmente a las

características de las pastas. Hay que señalar también que en algún caso aparecen

combinados en los mismos vasos estos esquemas pintados con series de anchas

líneas incisas horizontales, rectas u onduladas.

Junto a estos recipientes concebidos para su uso en los servicios de mesa y

almacén se documentan otros que, de acuerdo con sus características físicas y

morfológicas, fueron especialmente diseñados para su uso en la cocina, y, en

menor medida, en la despensa. Entre los vasos destinados a esta función

diferenciamos con claridad dos producciones predominantes que, además, se

solapan perfectamente en el tiempo, de modo y manera que la presencia de una

determina o comporta la desaparición progresiva de la otra.

En la base de la secuencia pues, en los depósitos de cronología bajomedieval, la

cerámica de cocina está compuesta casi exclusivamente por unas piezas de finas

paredes, de pastas claras y superficies rugosas. Su aspecto es tosco debido sobre

todo al afloramiento en la superficie de algunas de las abundantes partículas de

cuarzo incluidas en su pasta. Desde el punto de vista formal se reconoce

fundamentalmente la presencia de un tipo de olla u orza de borde recto, corto

cuello curvo y pared globular (fig. 6.2). La configuración de este borde, moldurado,

resulta muy característica, presentando con ello un perfil apestañado reforzado si

cabe por la presencia de una arista que delimita su parte inferior en la transición al

cuello. Mucho menos abundante resulta la presencia de otros tipos formales, como

un modelo de olla de perfil más suave, identificada a partir de algunos fragmentos

de borde exvasado, cuello curvo y arranque de pared, o un tipo de jarra

identificada a partir de escasos fragmentos de borde recto y moldurado.

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Estas piezas presentan igualmente decoraciones muy similares. Así, al margen de

las molduras y aristas características de los bordes y la parte alta de la pared, se

disponen en la panza series de acanaladuras incisas horizontales y paralelas que

no llegan a alcanzar la base del recipiente. Mucho menos abundantes resultan los

motivos pintados, en forma de estrechas líneas en marrón o rojizo dispuestas, en

el asa o en las panzas de los recipientes, en casos muy puntuales sobre la

decoración estriada.

Los paralelos que pueden aportarse para estos tipos resultan claros, de manera

que por sus características físicas, técnicas, decorativas y formales resultan

similares a ciertas piezas documentadas en asentamientos localizados en la zona

meridional de la antigua merindad palentina de Campoo, caracterizadas

igualmente por sus pastas duras, sus decoraciones estriadas –y en ocasiones

pintadas- y por la presencia en los labios de una moldura que aporta al borde ese

significativo perfil apestañado. Piezas de estas características se documentan así

fundamentalmente en el sector cántabro del valle de Valdeolea y en el entorno de

la villa de Aguilar de Campoo, habiéndose identificado, al menos como integrantes

de uno de los centros productivos principales, los alfares de “La Cueva” y “La Casa

del Conde” en Olleros de Paredes Rubias –Palencia- (Lamalfa y Peñil, 1990).

En cuanto a sus zonas de distribución hay que destacar su presencia en el

yacimiento del Torrejón de las Henestrosas, destruido hacia mediados del siglo

XIV en el contexto de la guerra civil castellana desencadenada en tiempos de

Pedro I. En concreto uno de los tipos formales más comunes en este asentamiento

es una olla u orza de borde apestañado –tipo B2 en la tipología del yacimiento-

similar o idéntica a las que resultan mayoritarias en Castrojeriz (García Alonso,

1999: 522). La presencia de piezas de estas características está atestiguada

también en zonas de Álava y La Rioja (Solaun, 2005: 253-259), predominando

nuevamente en contextos de los siglos XIII y XIV este mismo tipo de olla. Dentro

del mapa de distribución que podría elaborarse para este tipo cerámico Castrojeriz

marca de momento el punto más meridional. Lógicamente, y a falta de estudios

arqueométricos no puede precisarse el carácter local o importado de los

recipientes utilizados.

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En los depósitos de cronología transicional comienzan a reconocerse junto a estas

piezas otras de características y procedencia bien distintas, aunque destinadas a

una función idéntica, ya que la abundancia de desgrasantes en este caso micáceos

las hace perfectamente resistentes al choque térmico, premisa ineludible en unos

recipientes utilizados, como ya hemos apuntado, como vajilla de cocina y por ello

en contacto directo con el fuego. Se trata en concreto de piezas de pastas graníticas

procedentes de los alfares zamoranos, que elaboran y distribuyen sus productos al

menos desde los últimos tiempos de la edad media y prácticamente hasta nuestros

días (Moratinos y Villanueva, 2006).

Nos estamos refiriendo en concreto a unos recipientes facturados con ayuda de

torno bajo o torneta, de pastas ligeras de tonalidades marrones claras o grisáceas

que adquieren en ocasiones tonos más oscuros, marrones o marrones rojizos. Las

superficies no parecen haber recibido en general tratamiento alguno, aunque

algunas de ellas se encuentran perfectamente alisadas, en un recurso técnico y

estilístico que resulta característico de los alfares de Muelas del Pan (Villanueva,

e.p.).

Desde el punto de vista formal se constata la presencia de tipos cerrados y en

menor medida abiertos. Destacan fundamentalmente los recipientes tipo olla, que

adoptan dos modelos básicos: unas de cuerpo globular, cuello marcado y borde

exvasado (fig. 5.3) o, más habitualmente, otras de cuerpo globular o piriforme y

corto borde recto vertical, sin cuello, y con asa de cinta vertical que alcanza la parte

alta de la pared. Menos abundantes resultan las cazuelas, de fondo plano, corto

cuerpo globular, con corta asa de cinta vertical, y borde ligeramente exvasado (fig.

5.4).

Elementos complementarios de estos tipos formales son las tapaderas, de perfil

plano y escaso desarrollo vertical, y decoradas al interior generalmente con anchas

acanaladuras concéntricas.

Abundantes son también las tinajas, de amplias dimensiones y destinadas en este

caso al almacenamiento, que resultan en todo paralelizables con los tipos 3 y 4 de

Turina (1994: 45-46), encuadrados en la Baja Edad Media y en la Edad Moderna.

Presentan en un caso borde envasado, labio engrosado y cuerpo globular, sin

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cuello y en otro, borde recto engrosado y amplio cuello vertical, en algún caso

decorado con líneas incisas que se cruzan. Estas piezas presentan frecuentemente

en la pared gruesos cordones horizontales, en un recurso a caballo entre lo técnico

y lo decorativo ya que tienen la función de reforzar la unión entre los diferentes

“rollos” unidos en el proceso de urdido del recipiente.

Anecdótica resulta la presencia de otros tipos formales como es el caso de algún

fragmento correspondiente al pico vertedor de alguna jarra, de un recipiente de

perfil globular con asa de cinta horizontal que presenta una perforación circular de

16 mm junto al arranque de asa y que podría interpretarse como un medidor o de

un pequeño vaso de fondo plano y cuerpo globular que pudiera interpretarse como

un juguete.

Evolución diacrónica de los ajuares cerámicos. Influencias culturales y

vías comerciales

Estos diferentes tipos cerámicos no resultan pues en todos los casos coetáneos. El

análisis de la evolución temporal de cada uno de ellos permite así rastrear la

composición de los ajuares cerámicos en cada una de las tres fases definidas –

bajomedieval, transicional y moderna-, valorando igualmente tanto las influencias

culturales que pueden estar detrás de estos cambios como las fluctuaciones en lo

que respecta a vías comerciales, mercados y áreas productivas en auge en cada

momento.

Para plasmar de modo visual estos cambios se ha elaborado una gráfica en la que

se representa el valor porcentual de cada una de las producciones en tres depósitos

tipo correspondientes a cada de esas tres fases individualizadas (fig. 3). En la

elección de estos depósitos se ha tenido en cuenta no sólo la existencia de un

volumen de materiales suficiente para abordar su estudio sino también, y sobre

todo, su propio carácter arqueológico y estratigráfico, en aras a mostrar depósitos

homogéneos en lo relativo a la sincronía de los materiales que contengan. En este

sentido, y a pesar de documentarse varios echadizos de nivelación entre los niveles

considerados transicionales, se ha elegido para ilustrar porcentualmente esta fase

–que resulta sin duda la de definición más compleja- un nivel de ocupación.

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Se han seleccionado pues tres depósitos, localizados en concreto en el interior del

patio de armas, que en adelante identificaremos con los dígitos 1, 2 y 3. El primero,

de época bajomedieval, se corresponde con uno de los tantos echadizos de

nivelación y acondicionamiento del terreno que rellenan las fallas y fosas naturales

del cerro de modo previo a la construcción de una serie de estructuras

encuadradas en momentos avanzados del siglo XV. El depósito 2, representativo

de la fase que hemos denominado transicional –fines del XV primeras décadas del

XVI- se corresponde con un homogéneo nivel de ocupación que se dispone, en la

zona del patio de armas y al exterior de un edificio posiblemente de doble planta,

sobre un tosco pavimento de losas calizas. Por último el depósito 3, de época

moderna, se identifica con un nivel de derrumbe que colmata los restos de una

estructura correspondiente ya a estos momentos avanzados.

El análisis pues de los datos relativos al depósito 1 permite reconstruir las

características de los ajuares cerámicos en uso en el castillo a lo largo de los siglos

XIV y XV (fig. 3)

En estos conjuntos ocupan sin duda un lugar especial las denominadas lozas

mudéjares, entre las que destacan las de reflejo dorado y las azul cobalto, vasos de

gran valor en la época que, como hemos visto, presentan motivos decorativos que

permiten enraizarlas directamente con talleres levantinos de gran proyección

económica, sobre todo en el siglo XV, como Manises o Paterna. Más abundantes

en esta época bajomedieval resultan las piezas decoradas en verde y manganeso,

para las que hay que suponer un origen más cercano, focalizado muy posiblemente

en alguno –o algunos, a juzgar por las diferencias estilísticas entre distintas

piezas- de los alfares que a partir de momentos iniciales del siglo XIV o incluso de

finales del siglo XIII, comienzan a surgir, y con un estilo propio, en el área

castellana (Villanueva: 1998: 276-277), como imitación de aquellas otras

realizadas en áreas de más antigua tradición como Valencia, Teruel o Cataluña.

Más abundantes que las producciones esmaltadas, que, aún incluyendo algunos

tipos de cerámica vidriada, apenas si representan el 5% del total recuperado, son

las no esmaltadas, entre las que destacan sobre todo las engobadas, que

constituyen la mitad del total cerámico -50,6% en concreto- en este depósito 1. La

segunda producción mejor representada es la cerámica común -23% del total-, que

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tanto por las pastas utilizadas como por el repertorio formal de sus vasos, resulta

muy similar a la engobada. Así, en ambos tipos se confecciona un variado elenco

de recipientes tanto de mesa como de almacén: escudillas, tajadores, jarras,

cántaros y orzas de perfil globular, etc. tipos estos que encuentran sus más claros

paralelos en una serie de conjuntos cerámicos, cada vez más y mejor conocidos en

esta zona castellana y entre los que sin duda resultan más característicos, sino más

por haber sido estudiados con mayor grado de detalle, los exhumados en la

vallisoletana calle Duque de la Victoria (Villanueva, 1998).

Por último, el repertorio cerámico destinado a la cocina está monopolizado en

estos momentos por ese tipo cerámico de pastas duras y tonalidades claras –

representa un 18% del total cerámico recuperado en el depósito- que encuentra en

asentamientos del área meridional de la antigua merindad de Campoo sus

paralelos más directos.

Ésta circunstancia nos introduce de lleno en la problemática de la procedencia

concreto –local o exógena- de estas producciones no esmaltadas, producciones

entre las que se vislumbran además importantes semejanzas morfológicas y

formales que, en última instancia, podrían estar sugiriendo un origen común. Nos

estamos refiriendo en concreto al perfil de esos labios apestañados y cuellos con

molduras angulosas, tan características de los recipientes de cocina y presentes

también en algunas las piezas cerradas de cerámica engobada y común.

El carácter local de este tipo de producciones –encuadradas tradicionalmente en la

literatura arqueológica en los tipos de cerámica de repoblación, tal y como la

entendía García Guinea- se ha destacado desde antiguo en la bibliografía,

amparándose para ello no sólo en la tradición alfarera de Castrojeriz2 sino, sobre

todo, en una serie de hallazgos vinculados supuestamente con estructuras

relacionadas con la actividad alfarera (Rincón Vila, 1975; Andrio, 1981).

Particularmente interesantes resultan en este sentido los datos de J. Andrio, que

publica un conjunto de piezas entre las que incluye algunas jarras pintadas con

gruesas bandas verticales de tonalidad negruzca, de características semejantes a

algunas de nuestras piezas de cerámica común, así como algunas otras engobadas

2 Madoz menciona en el año 1845 la existencia de ”seis hornos de alfareros que suministran toda clase de objetos de barro

útiles para los usos inmediatos, vasos, vasijas vidriadas, no sólo a la población de que vamos haciendo mérito, sino a

todas los inmediatas hasta la distancia de 5 o 6 leguas por algunos puntos” (1847: tomo VI, p. 228)

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que, según señala, se encontraban asociadas a la estructura de un horno3. Esta

circunstancia permitiría quizás sospechar un origen local para estos dos tipos

cerámicos, aunque lamentablemente el modo en que se documentaron estos restos

–durante el proceso de vaciado de un solar, al margen de cualquier intervención

arqueológica que permitiera contextualizar correctamente las piezas- impide

confirmar esta hipótesis.

Más dudas nos ofrece aún el origen local de esas producciones de cocina de pastas

duras, sobre todo dada la similitud de pastas, formas y decoraciones con los tipos

documentados en asentamientos y zonas productivas del área meriodional de

Campoo, lo que parece apuntar en esa dirección, cuestión ésta que, como hemos

dicho, sólo podría verse confirmada con la realización de estudios arqueométricos.

Los contextos cerámicos asociados a los depósitos que hemos denominado

“transicionales” presentan claras diferencias con respecto a los anteriores,

diferencias que quedan reflejadas en la gráfica en el que hemos denominado

depósito 2 (fig. 3), que se corresponde con un nivel de ocupación, de fino espesor y

acusada horizontalidad, dispuesto sobre un pavimento de losas calizas.

Desde el punto de vista cronológico, como venimos señalando, éste y el resto de

depósitos asimilables a esta fase podrían encuadrarse grosso modo entre los

momentos finales del siglo XV y las primeras décadas del siglo XVI, un periodo

“bisagra”, a caballo entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna, muy mal

conocido aún ceramológicamente hablando, en parte debido al poco interés que la

ciencia arqueológica ha prestado, hasta fechas muy recientes, a los contextos

posteriores al medievo y en parte debido también a la visión distorsionada

provocada por el coleccionismo decimonónico, centrado sólo en la recopilación y

análisis de aquellas piezas más suntuosas –nos referimos en concreto a las piezas

de loza decoradas- dejando al margen otros tipos cerámicos más pobres

estilísticamente hablando, aunque mucho más difundidos y susceptibles por tanto

de aportar datos de gran trascendencia.

3 Rincón Vila (1975) publica también una serie de piezas de similares características, no exhumadas tampoco bajo control

arqueológico. En cuanto a su contexto, señala que aparecieron en el relleno de una serie de hoyos, que interpreta –sin

datos arqueológicos- como “barreros” excavados para la obtención de arcilla destinada a la manufactura alfarera.

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Esta situación ha comenzado a cambiar en los últimos tiempos con la realización

de una serie de estudios que, desde diversas perspectivas, intentan conjugar los

datos propiamente estilísticos y formales de las piezas con aquellos otros

suministrados por la documentación escrita y por los propios contextos

arqueológicos.

Centrando el tema, hay que señalar que el punto central de discusión planteado en

la investigación actualmente gira así en torno a la cuestión de la irrupción de las

primeras influencias renacentistas y su plasmación en el mundo de la cerámica4,

cuestión ésta sobre la que, hoy por hoy, no existe consenso. Así, mientras para el

profesor Pleguezuelo (1992: 278; 2002: 231-236) sólo es posible hablar de loza

renacentista a partir de la segunda mitad del siglo XVI, con la aparición de las

series blancas y las primeras series decoradas en azul cobalto, la jaspeada y

salpicada, investigaciones realizadas en Talavera de la Reina (Portela, 1996, 1997 y

1999) o en el ex convento de Santa Fe, en Toledo (Presas, Serrano y Torra, 2009.

820-821) apuntan hacia la aparición de estos tipos ya en la primera mitad del siglo

XVI, definiendo Portela incluso un periodo inicial, encuadrado entre los años

1520-1540, en el que se desarrollarían ya las primeras series de influencia

renacentista, en principio lisas -series blanca y verde esmeralda- y seguidamente

decoradas –salpicada y jaspeada en azul cobalto-, de mayor difusión en la segunda

mitad del siglo.

Estas influencias renacentistas inciden sin embargo en unas producciones

cerámicas que habían experimentado, como reflejo de la sociedad que las produce,

importantes transformaciones a lo largo de la segunda mitad del siglo XV y, sobre

todo, en las últimas décadas de esta centuria. Así, en esos momentos se produce ya

una cierta generalización (o popularización) de las producciones de loza, de

manera que a las piezas policromas –reflejo dorado, azul cobalto o verde

manganeso- documentadas siempre de modo minoritario y reducidas, sobre todo

las primeras, a las mesas más pudientes, se añaden ahora abundantes

producciones de loza blanca –claramente influenciadas formalmente por estas

lozas levantinas- en algún caso con remates esmaltados en verde cobre –en asas o

bordes sobre todo- o con pequeñas marcas al interior, en los fondos, en verde o

4 Incluyendo en ella tanto las producciones vasculares como la cerámica de revestimiento arquitectónico, la azulejería. En

este caso nos referiremos únicamente a los vasos cerámicos y, en concreto a las lozas.

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azul cobalto, que tienden a ir sustituyendo en los servicios de mesa a las

producciones no esmaltadas, fundamentalmente a aquellos tipos engobados

característicos de los momentos bajomedievales. Y son precisamente, y aquí radica

el problema, estas lozas blancas las primeras receptoras de las nuevas ideas

renacentistas, ya que, como hemos apuntado, las piezas decoradas en azul –en las

que estas influencias resultan mucho más palpables- corresponden a un momento

ligeramente posterior y, en cualquier caso, no parecen resultar aún muy

abundantes en contextos del siglo XVI-.

Estas influencias en las series de loza blanca sin embargo, no resultan hoy por hoy

fácilmente detectables, dando la impresión de que se plasman de un modo más

gradual que explosivo, lo que determina que en muchos casos los procesos de

transformación resulten difícilmente mensurables. Sí se cuentan en este sentido

con algunos datos. Así, y con respecto a Talavera, Portela (1996: 10-11; 1997: 111-

112) apunta la existencia, en un área de vertedero exhumado en la calle

Entretorres y junto a piezas de clara raigambre mudéjar, de algunas otras que

considera las primeras en las que, desde el punto de vista técnico, se plasman las

nuevas ideas renacentistas. Señala así que la pasta y el esmalte tienen una

adherencia menor, presentándose este último craquelado. Lamentablemente los

trabajos no aportan datos acerca de las características formales de estos tipos, y

sus posibles diferencias con las lozas blancas de raigambre mudéjar. Sólo publica

en este sentido cinco pequeñas piezas de pequeñas dimensiones, interpretadas

como juguetes, entre las que sólo una corresponde a las series blancas.

En definitiva es evidente que, en el punto en el que se encuentra actualmente la

investigación, se carecen aún de bases arqueológicas firmes que permitan esbozar,

más allá de las líneas maestras básicas, las características de los conjuntos

cerámicos transicionales entre la Edad Media y la Edad Moderna. Se precisan en

este sentido más estudios fundamentados en una sólida base estratigráfica que

permitan definir sus características, el origen de las influencias que reciben y los

tiempos de su evolución. Y es con esta filosofía con la que abordamos el estudio de

estos contextos transicionales de Castrojeriz. Se trata en nuestro caso de definir la

composición de los ajuares del castillo en este momento para valorar así las

diferencias que se manifiestan con los correspondientes a las fases anterior –Baja

Edad Media- y posterior –Edad Moderna-.

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Entrando ya de lleno pues en el análisis de estos conjuntos transicionales, un

primer vistazo a la gráfica del depósito 2 advierte del sustancial aumento de la

importancia de las piezas vidriadas en el total del conjunto. Así algo más del 17%

de los fragmentos recuperados corresponde a este tipo de producciones. Entre

ellas se documentan aún algunas piezas características del momento anterior,

lozas mudéjares tipo verde manganeso o de reflejo dorado facturadas, al menos

por lo que se conoce de estas últimas, bajo los mismos parámetros durante parte

de primer tercio del siglo XVI (López Elum, 2006: 36 y ss.). Estos datos son

coherentes con los que poco a poco va aportando la extensa documentación escrita

de la época. Así, un estudio fundamentado en los inventarios de bienes post

mortem de la ciudad de Valladolid pone de manifiesto la referencia aún

relativamente abundante a este tipo de producciones durante al menos el primer

tercio del siglo (Moratinos y Villanieva, e. p.). Igualmente en los registros de

envíos efectuados desde Sevilla a las colonias americanas –registro de la Casa de

Contratación de las Indias- se menciona la exportación de este tipo de piezas hasta

el año 1545 (Pleguezuelo y Sánchez, 1997: 340).

Junto a la perduración de alguno de estos tipos, sin embargo, se documentan

otros, mucho más abundantes, correspondientes a producciones lisas, o series

blancas, desconocidas en los depósitos de plena cronología bajomedieval. Se trata

en este caso de piezas abiertas, de pastas mayoritariamente rojizas, que presentan

una o ambas superficies cubiertas con denso baño estannífero. Desde el punto de

vista formal se identifica la presencia de platos, de perfil recto al exterior y ala

marcada con arista al interior, y escudillas de pared semiesférica al interior y

ligeramente carenada al exterior que, en algún caso, presentan unas pequeñas

asitas de cinta atrofiada, esmaltadas en tono verde cobre. Los escasos fondos

recuperados se presentan en proporciones similares en forma de gruesos anillos de

solero o ligeramente rehundidos.

Es evidente pues que este depósito 2 muestra ya un importante cambio en lo

relativo a la composición de los ajuares cerámicos, cambio que está focalizado

fundamentalmente en esta aparición, y hegemonía, de la loza blanca en los

servicios de mesa. Aunque sería aún prematuro diseccionar de modo claro la

procedencia y el carácter de las influencias que están detrás de estas piezas sí

parece posible precisar que formalmente reproducen de modo mayoritario

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modelos ya presentes en las lozas levantinas del siglo XV. Algunas otras

características, sin embargo, como el predominio de los fondos retorneados,

ligeramente cóncavos, con el abandono progresivo de los gruesos anillos de solero

de raigambre mudéjar, podría estar sugiriendo una tímida introducción de las

primeras influencias renacentistas.

En cuanto a la cerámica no esmaltada hay que destacar la tendencia en franco

retroceso de la cerámica engobada -12,1% del total- detrás del que hay que

sospechar no sólo esa mayor presencia de la vajilla esmaltada sino también el

surgimiento de una nuevo tipo: la cerámica común, de características técnicas

similares a las constatadas en el momento anterior, exceptuando eso sí, el hecho

de que las superficies, una o ambas, se encuentran cubiertas con un ligero juaguete

de tonalidad marrón claro-ocre que, en este caso, llega a cubrir también el fondo

del recipiente al exterior. En este tipo cerámico se factura el mismo repertorio

formal que en cerámica común: jarros, cántaros y escudillas, siendo especialmente

abundantes estas últimas, que se presentan en las dos variantes ya indicadas líneas

arriba: de perfil hemiesférico o carenado.

El repertorio vascular de cocina parece experimentar también en estos momentos

importantes transformaciones. Así y junto al mantenimiento de esos tipos de

pastas duras, exclusivos en la fase medieval y procedentes muy posiblemente,

como hemos visto, de los alfares campurrianos, comienzan a llegar los primeros

recipientes desde el área zamorana, área productora ésta muy especializada en

este tipo de vasija de cocina que parece experimentar un importante auge a partir

de los momentos finales de la Baja Edad Media (Villanueva, e. p.; Moratinos y

Villanueva, 2006).

Conjuntos de similares características, en los que el rasgo más destacable parece

ser esa importante presencia de lozas blancas, se han detectado también en otros

puntos del interior peninsular, contextos para lo que, de modo un tanto

provisional, sin bases muy firmes, se aportan cronologías encuadradas entre los

momentos finales del siglo XV o los comienzos del siglo XVI. Se trata en concreto

de una serie de depósitos excavados en la ya mencionada calle Entretorres, en

Talavera de la Reina vinculados a un área de vertedero (Portela, 1996, 1997); del

interior de un hoyo exhumado en la vallisoletana Casa de Galdo (Moreda,

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Nanclares y Martín, 1991); de un amplio conjunto procedente de la colmatación

del foso del castillo de Valencia de Don Juan –León- (Gutiérrez, 1997); de los

documentados en una serie de niveles secuenciados exhumados en un área de

vertedero en la ciudad de León, en el centro cultural Pallarés en concreto (Miguel y

García, 1993) o de los documentados, en áreas más meridionales, en una reciente

intervención efectuada en Buitrago de Lozoya y en el ex convento de Santa Fé en

Toledo (Presas, Serrano y Torra, 1998: 815-821). Relevante resulta igualmente la

presencia de piezas de estas características, entre las que se incluyen igualmente

escudillas de asitas atrofiadas esmaltadas en verde, en los primeros depósitos

americanos, en el área caribeña, depósitos que incluyen piezas hispanas, y que se

encuadran igualmente en los momentos finales del siglo XV o principios del XVI

(Pleguezuelo y Sánchez, 1997: 341).

Finalmente, los abundantes conjuntos encuadrados en época moderna -depósito 3

de nuestra gráfica, correspondiente a un nivel de derrumbe (fig. 3)-, ponen de

manifiesto ya una profunda renovación.

En primer lugar, y como no podría ser de otra manera, hay que destacar la

creciente importancia de las producciones de loza –casi un 25% del total, 30% si

valoramos la totalidad de tipos esmaltados-. Lógicamente se trata de piezas de tipo

talaverano que, en forma de “contrahechos” locales y en pastas mayoritariamente

sedimentarias, reproducen los modelos facturados en la localidad epónima

siguiendo de modo claro, ahora sí, las nuevas modas importadas de Italia vía

Flandes. Se documentan fragmentos correspondientes fundamentalmente a platos

y escudillas de fondos planos o ligeramente rehundidos, retorneados, decorados

en muy raras ocasiones con algunos trazos, lamentablemente no identificables,

pintados en azul cobalto. Esta escasez de series decoradas es un dato a valorar ya

que resulta extraño, máxime si tenemos en cuenta el carácter aristocrático del

sitio. La explicación en este sentido pudiera ser de orden cronológico y estar

indicando así la correspondencia de los depósitos exhumados a momentos aún

tempranos -segunda mitad del siglo XVI o primeras décadas del XVII- en los que

el predominio de la loza blanca con respecto a la decorada parece ser aún más

acusado que en tiempos posteriores.

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En definitiva, se trata de piezas destinadas de modo mayoritario al servicio de

mesa para las que hay que sospechar un origen no muy lejano, centrado

posiblemente en talleres o alcallerías de la zona –puesto que así aparecen en la

documentación de la época-, presumiblemente de los grandes centros alfareros de

los núcleos urbanos de Burgos, Palencia y Valladolid.

Una gran importancia siguen manteniendo los tipos de cerámica común no

esmaltada –casi un 40 % del total-, en los que se elaboran recipientes destinados

fundamentalmente a los servicios de mesa y de almacén-. Más de la mitad de los

fragmentos incluidos en este tipo corresponden a esas producciones cubiertas con

ligeros juaguetes de tonalidad marrón clara, que parecen haber desbancado ya

completamente a las producciones con densos engobes y sobre los que en

ocasiones se trazan sencillas líneas o bandas horizontales u oblicuas de tonalidad

marrón oscuro o negruzca. Junto a escudillas, cántaros y jarras se documentan

también bacines o pericos de ancho borde vuelto y labio bífido.

Por último, y en cuanto a los recipientes de cocina, que constituye un 25% del total

cerámico recuperado en el depósito, se confirma la tendencia esbozada en los

contextos transicionales y es que, efectivamente, la cerámica de pastas duras de

tipo campurriano parece haber sido definitivamente desbancada –por

agotamiento interno de los alfares o “empujadas” y finalmente “colapsadas” en su

producción por la creciente pujanza de estos alfares zamoranos ¿?- por esas

producciones zamoranas que, desde los últimos tiempos medievales y, sobre todo,

a partir de época moderna van a extenderse, según datos recogidos en la

documentación, por amplios sectores del norte peninsular.

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Fig. 1. Localización de Castrojeriz dentro de la Comunidad Autónoma de Castilla y León y

en el interior de la provincia de Burgos.

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Fig. 2. Castillo de Castrojeriz. Ortofoto y plano con ubicación de los sondeos excavados.

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Fig. 3. Distribución de producciones en los tres tipos de depósitos tipo.

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Fig. 4.1. Platos y escudillas de reflejo dorado decorados con celosías y atauriques. Rosa en

azul sobre celosía en dorado en el segundo de los platos.

Fig. 4.2. Loza verde manganeso. Escudilla.

Fig. 4.3. Loza blanca. Plato y escudilla.

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Fig. 5.1. Escudilla de loza con asitas de cinta atrofiada esmaltadas en verde cobre.

Fig. 5.2. Piezas engobadas. Tajador y fragmentos correspondientes a formas cerradas.

Fig. 5.3. Cerámica de pasta granítica zamorana. Olla.

Fig. 5.4. Cerámica de pasta granítica zamorana. Cazuela.

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Fig. 6.1. Escudillas de cerámica común. Superficie alisadas o cubiertas con juaguete ocre.

Fig. 6.2. Cerámica común de cocina de pastas duras. Orza de borde apestañado.