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Resumen
En la presente comunicación se analizan los amplios conjuntos de materiales cerámicos exhumados durante la intervención arqueológica realizada en el castillo de Castrojeriz (Burgos) en el año 2009. Se trata ésta de una fortaleza que, construida básicamente en la Baja Edad Media, parece mantener cierto uso hasta el siglo XVII, horquilla cronológica ésta que enmarca la práctica totalidad de los conjuntos cerámicos recuperados. Partiendo de la sucesión estratigráfica registrada en la amplia superficie excavada, pueden reconstruirse los diferentes ajuares cerámicos utilizados por los habitantes del castillo en tres momentos o fases sucesivas: en la Baja Edad Media, en Época Moderna y en una etapa intermedia, transicional, que puede encuadrarse entre los compases finales del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI y que resulta tremendamente sugerente puesto que, junto a los característicos tipos cerámicos de la más clara tradición medieval comienzan a aparecer nuevas producciones que anuncian y preludian los nuevos tiempos renacentistas. Detrás de estos cambios en los ajuares cerámicos pueden rastrearse otros de mayor calado que atañen a la mentalidad de las gentes que las producen y consumen o al auge y decadencia de ciertas áreas productivas y vías comerciales.
Palabras Clave: Burgos, Castillo de Castrojeriz, cerámica, Épocas Bajomedieval y Moderna, influencias culturales, vías comerciales
Summary
In this paper, we are going to analyze the wide-ranging pottery set found during the archaeological intervention made in the Castle of Castrojeriz (Burgos) in 2009. This lecture deals with a fortress that, even though was built in the Late Middle Ages, it could keep the use until the end of 17th Century, when almost all of the recovered pottery can be classified into this time-frame. From the stratigraphic sequence that was registered in the wide dug surface, we can reconstruct the pottery collections used by the inhabitants of the castle in three consecutives moments or phases: the Late Middle Ages, the Modern Era, and a transitional period, between the end of the 15th and the first half of the 16th Century which is a very suggestive moment because, with the characteristic pottery types from the clearest medieval, new products that announce and are the prelude to the new Renaissance Age begin to appear. Behind this changes in the pottery sets, other ones, even bigger, can be traced, relatives to the mentality of the people who make and buy them, or to the increasing or decaying of certain productive areas and commercial routes.
Keywords: Burgos, Castrojeriz Castle, pottery, Late Middle ages and Modern Era, Cultural influences, commercial routes
1 Aratikos arqueólogos, S.L. C/ Estación 37, 2º A. 47004 Valladolid, email: [email protected]
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Las cerámicas son un reflejo de la sociedad que las produce y consume. De esta
obvia afirmación se derivan sin embargo algunas ideas que es necesario valorar si
se pretenden extraer de su estudio conclusiones que excedan el dato cronológico. Y
es que, efectivamente, estas manufacturas resultan en primer lugar receptoras de
los cambios e innovaciones tecnológicos que las diferentes sociedades van
incorporando a lo largo del tiempo. Del mismo modo, se reflejan en ellas otro tipo
de cambios o fenómenos que afectan a facetas más “espirituales” del ser humano y
que entran ya en el terreno del gusto, la moda, las costumbres o la estética. Desde
este punto de vista, la cerámica, además de convertirse en un elemento de
datación cronológica, o, si se quiere, fundamentándose precisamente en esa
capacidad de “datar procesos”, se convierte en un elemento de primera mano para
valorar los cambios producidos en el ámbito de las mentalidades. Finalmente este
tipo de material arqueológico puede convertirse también en un valioso indicador
económico, pudiendo, a partir de la difusión de determinados tipos y
producciones, valorarse la importancia y auge de centros productores o vías
comerciales así como su evolución a lo largo del tiempo.
Partiendo de estas premisas pretendemos en este trabajo analizar los importantes
cambios que se producen en los ajuares cerámicos y en la mentalidad, por tanto,
de las sociedades que los facturan, en un amplio periodo cronológico que oscila
grosso modo entre los siglos XIV y XVII, tomando como base en este caso los
abundantes conjuntos cerámicos documentados en una amplia secuencia
estratigráfica exhumada en el Castillo de Castrojeriz, localizado en la villa del
mismo nombre, en el sector centro occidental de la actual provincia de Burgos (fig.
1).
El castillo de Castrogeriz. La intervención arqueológica del año 2009
La estructura del castillo se localiza sobre un amplio cerro testigo de planta
triangular, perfil amesetado y laderas pronunciadas que se levanta sobre la
confluencia del arroyo de Villajos sobre el río Odra. Aprovecha en concreto el
extremo Noreste de la plataforma, una estratégica posición ésta que permite el
control visual tanto del caserío de la localidad, que se extiende a sus pies, como de
amplias extensiones de terreno en todas las direcciones (fig. 2).
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El origen de la ocupación humana del cerro se remonta a fechas anteriores al
establecimiento de la estructura defensiva. Así se apunta el hallazgo de algunos
materiales prehistóricos –calcolíticos y campaniformes- y, sobre todo, de una serie
de estructuras correspondientes a un castro de la II Edad del Hierro que hunde
posiblemente sus raíces en momentos inmediatamente anteriores -I Edad del
Hierro-. La continuidad en Época Romana –Alto y Bajo Imperial- parece
atestiguada por la existencia de piezas cerámicas tanto en la meseta superior como
en las laderas. Además parece posible sospechar –a tenor de las características
constructivas- que parte de la base de la torre Noroeste de la fortaleza ha de
corresponder a este momento. En este sentido esta estructura podría entenderse
pues como una construcción romana aprovechada, restaurada y ampliada
posteriormente en época medieval.
La presencia de algún tipo de estructura defensiva parece atestiguada en concreto
desde el siglo IX, a tenor de lo mencionado en dos fuentes documentales: la
Crónica de Carlomagno y la Crónica Albeldense. Sin embargo la fábrica y planta
que actualmente se conservan parecen corresponder, en origen, y exceptuando esa
base de la torre noroeste de posible origen romano, a los momentos finales del s.
XIII, fechas en las que se conformaría la traza general de la fortaleza: torres Sur y
central, patio de armas, liza y foso. Las reformas y añadidos han de ser frecuentes
a lo largo de los siglos XIV y XV, si nos atenemos a los derechos señoriales que los
pueblos adscritos a la merindad de Castrojeriz deben pagar como contribución de
gastos de guerra, fortificaciones, fosos, etc. En estos momentos de la Baja Edad
Media el castillo desempeña además un importante papel en las continuas luchas
entre la corona y la alta nobleza -y entre diversas facciones de ésta- de los reinos
de Castilla y Aragón. La última reforma de entidad en la construcción parece
realizarse a finales del s. XV, con objeto de adecuarla a las nuevas necesidades
poliorcéticas derivadas del desarrollo de la artillería de fuego. A partir de este
momento, y teniendo en cuenta la estereotomía de los elementos conservados, no
parece que se hayan desarrollado nuevas obras de alcance, habiendo de sospechar
más bien un lento declive que queda atestiguado ya en la documentación del s.
XVIII: así a mediados de siglo, y como consecuencia del terremoto de Lisboa, se
tiene constancia del derrumbe de parte de los lienzos de una fortaleza que se
encontraba ya prácticamente abandonada.
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En el año 2009 acometimos desde nuestro gabinete (Aratikos arqueólogos s.l.) y
por encargo de la Fundación de Patrimonio Histórico de Castilla y León, una
importante intervención arqueológica previa a la consolidación, conservación y
puesta en valor del edificio. Se han excavado en concreto algo más de 300 m2
distribuidos en nueve sondeos, repartidos cinco de ellos en el sector del
antemural/liza y otros cuatro en el interior de patio de armas (fig. 2).
La secuencia estratigráfica exhumada ha permitido reconstruir en líneas generales
la trayectoria evolutiva de la estructura conservada. Parece evidente, en este
sentido, la existencia de una primera torre, romana como venimos señalando,
ubicada sobre un destacado afloramiento de roca caliza que asienta a su vez sobre
el sustrato natural de margas yesíferas. El espacio útil de esta plataforma es
reducido por lo que el castillo medieval tuvo que adaptarse a la pendiente del
terreno y construirse así a una cota más baja, tanto mayor cuanto más alejadas
estaban las estructuras de la torre originaria. Esta circunstancia determinó que,
una vez levantado el armazón –torre, patio de armas y liza- que reposa
directamente sobre el substrato de margas, fuera necesario llevar a cabo una
ingente tarea de acondicionamiento del terreno mediante el aporte de sedimentos
que permitieran ampliar, asentar y nivelar la superficie geológica. Estos depósitos,
documentados en la práctica totalidad de los sondeos, incluyen abundantes
conjuntos de materiales de cronología bajomedieval, aportando con ello una fecha
post quem a las estructuras a las que sirven de asiento, excepción hecha, eso sí, de
un depósito exhumado en el tramo central de la liza oeste, que aporta un pequeño
conjunto de cerámicas pintadas y estriadas característico de momentos
plenomedievales, piezas que no entraremos a valorar ya que exceden en marco
cronológico propuesto para esta comunicación.
Asentado el terreno, el espacio interior del castillo se organiza a partir de una calle
que cruza el patio de armas en sentido Norte-Sur, calle a la que se adosan, por sus
sectores Este y Oeste una serie de dependencias que pueden ser encuadradas, a
juzgar por los materiales a ellas asociadas, en momentos muy finales de la Baja
Edad Media o ya en tiempos modernos. Del mismo modo, muy posiblemente a
finales del siglo XV se acometen ciertas transformaciones en la zona de la liza, de
manera que se eleva la cota del suelo mediante una serie de densos niveles de
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escombros y echadizos que han aportado igualmente abundantes conjuntos de
materiales.
Finalmente, en un momento más avanzado, en época moderna, cuando la liza
pierde ya su función defensiva, en su sector noroeste se construyen una serie de
dependencias adosadas a la pared externa del patio de armas. A estos mismos
momentos corresponden algunas otras estructuras documentadas en el interior de
dicho patio y colmatadas todas ellas por densos niveles de escombros que
contienen abundantes materiales de los siglos XVI-XVII.
Los materiales cerámicos: un análisis sucinto de las diferentes
producciones
La excavación, así planteada y desarrollada, ha aportado pues abundantes
conjuntos de materiales cerámicos correspondientes a una notable variedad de
producciones. El estudio de la presencia y/o ausencia de cada una de estas
producciones en los diferentes niveles y tiempos de la secuencia estratigráfica ha
permitido la individualización de tres fases bien diferenciadas en lo que respecta a
los materiales cerámicos que las caracterizan. Así por una parte se han
individualizado una serie de depósitos cuyos materiales remiten claramente a
momentos bajomedievales (siglos XIV-XIV), perfectamente definidos y
diferenciados con respecto a otros que contienen piezas propias ya de época
moderna (siglo XVI en su segunda mitad sobre todo y siglo XVII). Junto a estos
niveles, o, estratigráficamente hablando, entre ellos, se individualizan otros que
desde el punto de vista cerámico se caracterizan por la convivencia de las últimas
producciones medievales con otras diferentes, que podrían identificarse con los
primeros modelos renacentistas, y que, desde el punto de vista cronológico, cabría
encuadrar entre las últimas décadas del siglo XV y las primeras del XVI, fase ésta
para la que hemos acuñado el término de “transicional”.
Pero antes de abordar este estudio secuencial así planteado se hace necesario
lógicamente enumerar y describir las características de los diferentes tipos de
producciones identificados cuya lista, como hemos apuntado, resulta abultada.
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Entre estos tipos cerámicos destacan en primer lugar, tanto por la información
cronológica que aportan como por constituir un soporte privilegiado en el que
plasmar las tendencias estéticas imperantes, las cerámicas esmaltadas.
En los niveles de cronología bajomedieval, aunque también en esos otros que se
encuadran en momentos de transición a la época moderna, resultan abundantes
las lozas mudéjares. Contamos así con piezas de reflejo dorado y azul cobalto de
procedencia levantina -la célebre obra de Maliqa tan afamada en su tiempo- y con
otras decoradas en verde y manganeso para las que sospechamos, como veremos,
un origen más cercano.
La loza de reflejo dorado resulta relativamente abundante, como corresponde a un
establecimiento de tipo señorial. Se han recuperado algo más de dos docenas de
piezas, de pastas calcáreas y superficies cubiertas con densos esmaltes
blanquecinos. Se trata casi exclusivamente de formas abiertas decoradas al
interior con vistosos esquemas geométricos o geométrico-vegetales pintados en
dorado o en dorado y azul, y al exterior con esquemas mucho más simples y
estilizados en tono dorado. Se documentan también algunas piezas, mucho menos
abundantes, decoradas únicamente con motivos en azul cobalto. Su tipología,
decoración y procedencia resultan idénticas a las anteriores, de hecho es posible
que algunas de ellas tuvieran también en origen decoración en dorado, a juzgar
por el aspecto muy deteriorado o casi perdido que presentan los trazos de esta
tonalidad en alguno de los fragmentos recuperados.
El repertorio formal constatado no resulta muy amplio. Se trata sobre todo de
escudillas de pared cóncava y borde sencillo que conservan en algún caso parte del
fondo, retorneado o ligeramente cóncavo. Un tipo particular de escudilla, muy
característico de contextos del siglo XV, presenta perfil hemiesférico y asa de
orejeta horizontal, de forma triangular, adosada al mismo borde. Abundantes
resultan también los platos, que se presentan en general con el ala marcada con
arista al interior mientras al exterior la pared mantiene la trayectoria recta (fig.
4.1). Estos vasos se encuentran profusamente decorados con esquemas y motivos
característicos del estilo clásico-gótico del siglo XV bien documentados en piezas
de Manises o Paterna (Soler, 1999: 159; Coll –www.avec.com/lcv/cap.09.pdf,
Consulta 28/02/2011-) excepción hecha, eso sí, de algunos pequeños fragmentos,
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apenas dos o tres, que presentan motivos en dorado combinados con otros en un
azul pálido que resulta característico de las piezas tipo Pula encuadradas aún en el
siglo XIV (García Porras, 2009: 31)-. Los motivos representados son
mayoritariamente de tipo vegetal o geométrico: ojivas, palmetas, atauriques muy
carnosos, bandas de celosías, espirales, etc. siendo reiterada la representación de
un motivo en forma de florón o rosa en azul sobre esquemas en dorado, tipo para
el que encontramos claros paralelos tanto en piezas de Manises (González Martí,
1944: lam. XV) como de Paterna (López Elum, 2006: 91) encuadradas ya en la
segunda mitad del s. XV sino ya en los comienzos del XVI.
Más abundantes resultan las denominadas lozas verde manganeso. Se trata de
pastas sedimentarias y en menor medida calcáreas que presentan únicamente
revestida de vidriado blanco la superficie interior, habiendo de sospechar tanto
por el elenco formal como por los esquemas decorativos representados, un origen
castellano (Villanueva, 1998: 276-277), sin que sea posible precisar, con los datos
con que se cuenta actualmente, el centro o los centros concretos de facturación.
Así, formalmente, y excluyendo dos fragmentos correspondientes a sendas jarras,
puede apuntarse la presencia casi exclusiva –como resulta habitual en los
contextos castellanos (Retuerce y Turina, 1997: 363)- de escudillas de perfil
semiesférico y de platos de paredes rectas, de trayectoria muy abierta, rematados
en labios normalmente moldurados o bífidos, tipos ambos que reposan
habitualmente en gruesos anillos de solero.
Las decoraciones son, como venimos apuntando, de tipo vegetal o geométrico,
trazadas en general con gruesas bandas en verde y delimitadas por otras líneas o
estrechas bandas en manganeso. Lamentablemente se trata de un conjunto
cerámico muy fragmentado, por lo que resulta imposible en la mayoría de los
casos determinar sus esquemas compositivos. Sí contamos sin embargo con una
pieza, una escudilla, que conserva la totalidad de su perfil, y que reproduce al
interior un esquema triangular (fig. 4.2). Asimismo estructuras radiales, con
bandas en verde –no delimitadas en manganeso- y líneas en manganeso se
documentan en el interior de dos fragmentos de fondo. Los platos están
delimitados en el labio, al interior, por una banda en verde o en manganeso, banda
que en algún caso presenta forma reticulada como en las piezas de reflejo dorado.
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Bandas en verde delimitadas en manganeso, formando parte de motivos y
estructuras compositivas no determinables, se documentan en numerosas piezas
de reducidas dimensiones. En al menos dos fragmentos se representan motivos
vegetales, en forma de flores de loto estilizadas, rellenas al interior por trazos en
manganeso, oblicuos o rectos.
Estas producciones de lujo están bien representadas, pues, en los depósitos
correspondientes a la Baja Edad Media y en los transicionales, siendo su presencia
claramente residual en los correspondientes a época Moderna. En estos últimos
estos tipos se ven sustituidos –y aumentados sustancialmente en sus proporciones
como veremos- por otros de loza estannífera acordes con los nuevos cánones
técnicos y estéticos que muy posiblemente desde las primeras décadas de siglo XVI
van imponiéndose de la mano de la nueva dinastía reinante –los Austrias-
portadora, a través del tamiz flamenco, de las nuevas ideas italianas (Moratinos y
Villanueva, 2003: 231).
Se trata en este caso de piezas de pastas calcáreas o sedimentarias que presentan
una o, más habitualmente, ambas superficies cubiertas con densas cubiertas
plúmbeo-estanníferas y que, muy raramente en nuestro caso, presentan al interior
el arranque de motivos no identificables pintados y esmaltados en azul cobalto.
Desde el punto de vista formal hay que señalar que se trata mayoritariamente de
platos y escudillas y, en mucha menos medida de algún recipiente tipo bote (fig.
4.3).
Las escudillas, de unos 13-15 cm de diámetro, presentan borde recto, o
ligeramente abierto, con el labio ligeramente indicado al exterior por ranura o
acanaladura, pared hemiesférica al interior y ligeramente carenada al exterior y
grueso fondo plano retorneado. Algunos de estos vasos, recuperados
mayoritariamente en depósitos transicionales, presentan pequeñas asas de cinta
atrofiadas esmaltadas en verde cobre (lámina 5.1). Contamos también con algunas
otras con espesas asas de orejeta de sección triangular o, más raramente,
polilobuladas adosadas al borde.
Los platos, en sus variedades, como las escudillas, de loza y loza de medio baño,
resultan también muy abundantes. Se trata de piezas de unos 21-22 cm de
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diámetro -aunque no faltan los de mayor tamaño- identificables con tipos de ala
convexa o de borde recto abierto, de perfiles estos en general más profundos. Los
fondos suelen presentarse planos y retorneados mientras que el ala normalmente
está marcada por arista.
Junto a estas piezas vidriadas en blanco se documentan algunas otras que
presentan sus superficies cubiertas con esmalte de tonalidad verde intenso. La
interpretación y filiación, y por tanto la cronología que puede aportarse para ellas,
no resulta clara. Así en los últimos tiempos, y a partir de algunos hallazgos
efectuados en la ciudad de Talavera de la Reina (Portela, 1999: 330) se ha incluido
este tipo cerámico, al que se denomina “loza serie verde esmeralda” entre las
primeras producciones de tipo renacentista que surgirían entre las décadas de
1520-1540. Sin embargo esta atribución no queda a nuestro juicio suficientemente
aclarada y justificada. Es evidente en este sentido que este revestimiento verde
cobre resulta conocido y bien utilizado en tiempos medievales, siendo común no
solamente en el trazado de esquemas decorativos -es el caso de las lozas verde
manganeso- sino también como cubierta monócroma. Este tipo cerámico,
conocido en la literatura arqueológica como esmaltado en verde turquesa está bien
documentadas por ejemplo en la ciudad de Valladolid, en contextos
bajomedievales (Villanueva, 1998: 263) sin que, en principio, se aprecien
diferencias significativas, al menos en la tonalidad del esmalte a pesar del
diferente epíteto que las define, con las piezas publicadas de Talavera.
Poco pueden aportar a las dudas así planteadas las piezas recuperadas en el
castillo de Castrojeriz. Apenas si se ha recuperado una docena de piezas,
mayoritariamente amorfas, que hacen su presencia fundamentalmente en
depósitos transicionales. Desde el punto de vista formal únicamente se identifica
un bacín de borde vuelto horizontal, tipo este característico tanto de tiempos
bajomedievales como modernos.
Hay que hacer alusión a una última producción esmaltada, la cerámica común
vidriada. Se trata de piezas de pastas sedimentarias, de tonalidades en general
rojizas o marrones y superficies cubiertas en una o, más raramente, ambas
superficies por vidriados en tonos melado, verde o amarillento, cuyas
características formales y decorativas reflejan igualmente los diferentes gustos
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marcados por el paso del tiempo. Así, en los niveles bajomedievales o de transición
se documentan algunas piezas abiertas que reposan en gruesos anillos de solero.
Muy del gusto medieval resultan también los bacines con molduras en la pared y
gruesas asas también molduradas, tipo para el que encontramos claros paralelos
en varias piezas, en este caso en loza o loza de medio baño, exhumadas en
contextos de la vallisoletana casa de Galdo encuadrados en los momentos finales
del siglo XV (Moreda et alii, 1991: 257, 280)
En los depósitos de época moderna se documenta la presencia de formas abiertas,
tipo plato o escudilla, destinados fundamentalmente pues a los servicios de mesa,
que suelen apoyar en este caso en fondos planos y retorneados.
Junto a estas piezas, y en general, como veremos, en mayores proporciones,
conviven otras no esmaltadas, entre las que se contabiliza un variado elenco de
producciones cuya presencia o ausencia en según qué depósitos resulta en muchos
casos un dato de importante valor cronológico.
En los niveles de cronología bajomedieval y, en menor medida, en los
transicionales, resulta muy abundante la cerámica engobada. Se trata de piezas de
factura cuidada, de pastas sedimentarias bien compactadas y depuradas que
incluyen finas partículas calizas y cuyas superficies están cubiertas por densos
engobes rojizos, marrones o negruzcos, que dejan libres los fondos al exterior y
que, en muchos casos, parecen haber sido extendidos con ayuda de una brocha.
Muy significativa resulta la aparición en algunos de los echadizos que están
situados en la base de la secuencia, de algunas piezas recubiertas con engobes
metalescentes, detalle éste que resulta muy característico de las producciones
mudéjares de la Baja Edad Media, bien conocidas en núcleos urbanos cercanos
como Burgos (Ortega, 2002: 133-140) o Valladolid (Villanueva, 1998: 149-150).
El repertorio formal se compone de formas abiertas tipo escudilla o tajador, que
presentan normalmente una gruesa capa de engobe dispuesta al interior. Las
primeras presentan perfiles mayoritariamente troncocónicos o, en menor medida,
carenados. Los segundos son de fondo plano y pared recta abierta de trazado
ligeramente divergente (fig. 5.2). Ambos tipos encuentran sus paralelos más
directos entre las producciones de la vallisoletana calle Duque de la Victoria.
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Las formas cerradas se identifican de modo mayoritario con piezas de amplias
dimensiones destinadas al almacenamiento. Se trata de vasos de borde recto y
amplio, de entre 11 y 15 cm de diámetro, de labio biselado y apestañado, y amplio
cuello curvo decorado con moldura o molduras horizontales de las que arrancan
anchas asas de cinta de disposición vertical, decoradas a su vez en ocasiones con
acanaladuras y ancho punteado impreso. En mucha menor medida se documentan
algunos fragmentos correspondientes a ollas de borde exvasado y perfil globular.
En la categoría cerámica común se engloban una serie de piezas de tonalidades
marrones, de pastas sedimentarias bien depuradas, que incluyen finas partículas
calizas. Sus superficies se presentan en algunos casos simplemente alisadas
mientras que en otras se encuentran revestidas por ligeros juaguetes de tonalidad
marrón claro-ocre que cubren incluso la superficie de los fondos al exterior. Estos
últimos vasos, juagueteados, están completamente ausenten de los depósitos de
cronología bajomedieval, aparecen tímidamente en los de cronología transicional y
se generalizan época moderna, sustituyendo en estos momentos muy
posiblemente a los tipos engobados.
Desde el punto de vista formal y funcional se trata de piezas destinadas tanto al
servicio de mesa como al de almacén, documentándose la presencia de escudillas,
jarras, orzas, cántaros y cantarillas y, como piezas de saneamiento, recipientes tipo
bacín, sin que se constate la existencia de variaciones formales significativas a lo
largo del tiempo. Sí hay que destacar sin embargo la presencia, en este caso en los
depósitos de cronología bajomedieval y transicional, de piezas tipo jarra o cántaro,
de borde recto, con labio moldurado o apestañado y cuello en ocasiones decorado
con molduras, tipos que resultan formalmente muy similares o idénticos a
aquellos otros encuadrados entre las producciones engobadas.
Las formas abiertas se componen principalmente de escudillas, de perfil
hemiesférico o carenado, decoradas en ocasiones al exterior, en el borde, con serie
de acanaladuras horizontales y paralelas (fig. 6.1).
Las decoraciones de estos conjuntos son muy sencillas. Al margen de estas
acanaladuras de las escudillas o de las molduras de los cuellos de las formas
cerradas únicamente puedes destacarse algunas líneas horizontales y paralelas,
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combinadas en ocasiones con otras onduladas, localizadas en la parte alta de la
pared de formas cerradas. Se disponen también, en piezas correspondientes ya a
época moderna, estrechas bandas horizontales a peine que combinan en ocasiones
con otras onduladas. Más numerosas resultan, en los niveles medievales o
transicionales, las piezas que presentan anchas e irregulares bandas pintadas
dispuestas en los bordes y cuerpos de los recipientes cerrados. Estas bandas por
sus tonalidades –marrón oscura o rojiza- recuerdan claramente al revestimiento
de las piezas engobadas, con las que conviven, como hemos apuntado, en los
mismos depósitos, similitudes éstas que se extienden igualmente a las
características de las pastas. Hay que señalar también que en algún caso aparecen
combinados en los mismos vasos estos esquemas pintados con series de anchas
líneas incisas horizontales, rectas u onduladas.
Junto a estos recipientes concebidos para su uso en los servicios de mesa y
almacén se documentan otros que, de acuerdo con sus características físicas y
morfológicas, fueron especialmente diseñados para su uso en la cocina, y, en
menor medida, en la despensa. Entre los vasos destinados a esta función
diferenciamos con claridad dos producciones predominantes que, además, se
solapan perfectamente en el tiempo, de modo y manera que la presencia de una
determina o comporta la desaparición progresiva de la otra.
En la base de la secuencia pues, en los depósitos de cronología bajomedieval, la
cerámica de cocina está compuesta casi exclusivamente por unas piezas de finas
paredes, de pastas claras y superficies rugosas. Su aspecto es tosco debido sobre
todo al afloramiento en la superficie de algunas de las abundantes partículas de
cuarzo incluidas en su pasta. Desde el punto de vista formal se reconoce
fundamentalmente la presencia de un tipo de olla u orza de borde recto, corto
cuello curvo y pared globular (fig. 6.2). La configuración de este borde, moldurado,
resulta muy característica, presentando con ello un perfil apestañado reforzado si
cabe por la presencia de una arista que delimita su parte inferior en la transición al
cuello. Mucho menos abundante resulta la presencia de otros tipos formales, como
un modelo de olla de perfil más suave, identificada a partir de algunos fragmentos
de borde exvasado, cuello curvo y arranque de pared, o un tipo de jarra
identificada a partir de escasos fragmentos de borde recto y moldurado.
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Estas piezas presentan igualmente decoraciones muy similares. Así, al margen de
las molduras y aristas características de los bordes y la parte alta de la pared, se
disponen en la panza series de acanaladuras incisas horizontales y paralelas que
no llegan a alcanzar la base del recipiente. Mucho menos abundantes resultan los
motivos pintados, en forma de estrechas líneas en marrón o rojizo dispuestas, en
el asa o en las panzas de los recipientes, en casos muy puntuales sobre la
decoración estriada.
Los paralelos que pueden aportarse para estos tipos resultan claros, de manera
que por sus características físicas, técnicas, decorativas y formales resultan
similares a ciertas piezas documentadas en asentamientos localizados en la zona
meridional de la antigua merindad palentina de Campoo, caracterizadas
igualmente por sus pastas duras, sus decoraciones estriadas –y en ocasiones
pintadas- y por la presencia en los labios de una moldura que aporta al borde ese
significativo perfil apestañado. Piezas de estas características se documentan así
fundamentalmente en el sector cántabro del valle de Valdeolea y en el entorno de
la villa de Aguilar de Campoo, habiéndose identificado, al menos como integrantes
de uno de los centros productivos principales, los alfares de “La Cueva” y “La Casa
del Conde” en Olleros de Paredes Rubias –Palencia- (Lamalfa y Peñil, 1990).
En cuanto a sus zonas de distribución hay que destacar su presencia en el
yacimiento del Torrejón de las Henestrosas, destruido hacia mediados del siglo
XIV en el contexto de la guerra civil castellana desencadenada en tiempos de
Pedro I. En concreto uno de los tipos formales más comunes en este asentamiento
es una olla u orza de borde apestañado –tipo B2 en la tipología del yacimiento-
similar o idéntica a las que resultan mayoritarias en Castrojeriz (García Alonso,
1999: 522). La presencia de piezas de estas características está atestiguada
también en zonas de Álava y La Rioja (Solaun, 2005: 253-259), predominando
nuevamente en contextos de los siglos XIII y XIV este mismo tipo de olla. Dentro
del mapa de distribución que podría elaborarse para este tipo cerámico Castrojeriz
marca de momento el punto más meridional. Lógicamente, y a falta de estudios
arqueométricos no puede precisarse el carácter local o importado de los
recipientes utilizados.
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En los depósitos de cronología transicional comienzan a reconocerse junto a estas
piezas otras de características y procedencia bien distintas, aunque destinadas a
una función idéntica, ya que la abundancia de desgrasantes en este caso micáceos
las hace perfectamente resistentes al choque térmico, premisa ineludible en unos
recipientes utilizados, como ya hemos apuntado, como vajilla de cocina y por ello
en contacto directo con el fuego. Se trata en concreto de piezas de pastas graníticas
procedentes de los alfares zamoranos, que elaboran y distribuyen sus productos al
menos desde los últimos tiempos de la edad media y prácticamente hasta nuestros
días (Moratinos y Villanueva, 2006).
Nos estamos refiriendo en concreto a unos recipientes facturados con ayuda de
torno bajo o torneta, de pastas ligeras de tonalidades marrones claras o grisáceas
que adquieren en ocasiones tonos más oscuros, marrones o marrones rojizos. Las
superficies no parecen haber recibido en general tratamiento alguno, aunque
algunas de ellas se encuentran perfectamente alisadas, en un recurso técnico y
estilístico que resulta característico de los alfares de Muelas del Pan (Villanueva,
e.p.).
Desde el punto de vista formal se constata la presencia de tipos cerrados y en
menor medida abiertos. Destacan fundamentalmente los recipientes tipo olla, que
adoptan dos modelos básicos: unas de cuerpo globular, cuello marcado y borde
exvasado (fig. 5.3) o, más habitualmente, otras de cuerpo globular o piriforme y
corto borde recto vertical, sin cuello, y con asa de cinta vertical que alcanza la parte
alta de la pared. Menos abundantes resultan las cazuelas, de fondo plano, corto
cuerpo globular, con corta asa de cinta vertical, y borde ligeramente exvasado (fig.
5.4).
Elementos complementarios de estos tipos formales son las tapaderas, de perfil
plano y escaso desarrollo vertical, y decoradas al interior generalmente con anchas
acanaladuras concéntricas.
Abundantes son también las tinajas, de amplias dimensiones y destinadas en este
caso al almacenamiento, que resultan en todo paralelizables con los tipos 3 y 4 de
Turina (1994: 45-46), encuadrados en la Baja Edad Media y en la Edad Moderna.
Presentan en un caso borde envasado, labio engrosado y cuerpo globular, sin
1490
cuello y en otro, borde recto engrosado y amplio cuello vertical, en algún caso
decorado con líneas incisas que se cruzan. Estas piezas presentan frecuentemente
en la pared gruesos cordones horizontales, en un recurso a caballo entre lo técnico
y lo decorativo ya que tienen la función de reforzar la unión entre los diferentes
“rollos” unidos en el proceso de urdido del recipiente.
Anecdótica resulta la presencia de otros tipos formales como es el caso de algún
fragmento correspondiente al pico vertedor de alguna jarra, de un recipiente de
perfil globular con asa de cinta horizontal que presenta una perforación circular de
16 mm junto al arranque de asa y que podría interpretarse como un medidor o de
un pequeño vaso de fondo plano y cuerpo globular que pudiera interpretarse como
un juguete.
Evolución diacrónica de los ajuares cerámicos. Influencias culturales y
vías comerciales
Estos diferentes tipos cerámicos no resultan pues en todos los casos coetáneos. El
análisis de la evolución temporal de cada uno de ellos permite así rastrear la
composición de los ajuares cerámicos en cada una de las tres fases definidas –
bajomedieval, transicional y moderna-, valorando igualmente tanto las influencias
culturales que pueden estar detrás de estos cambios como las fluctuaciones en lo
que respecta a vías comerciales, mercados y áreas productivas en auge en cada
momento.
Para plasmar de modo visual estos cambios se ha elaborado una gráfica en la que
se representa el valor porcentual de cada una de las producciones en tres depósitos
tipo correspondientes a cada de esas tres fases individualizadas (fig. 3). En la
elección de estos depósitos se ha tenido en cuenta no sólo la existencia de un
volumen de materiales suficiente para abordar su estudio sino también, y sobre
todo, su propio carácter arqueológico y estratigráfico, en aras a mostrar depósitos
homogéneos en lo relativo a la sincronía de los materiales que contengan. En este
sentido, y a pesar de documentarse varios echadizos de nivelación entre los niveles
considerados transicionales, se ha elegido para ilustrar porcentualmente esta fase
–que resulta sin duda la de definición más compleja- un nivel de ocupación.
1491
Se han seleccionado pues tres depósitos, localizados en concreto en el interior del
patio de armas, que en adelante identificaremos con los dígitos 1, 2 y 3. El primero,
de época bajomedieval, se corresponde con uno de los tantos echadizos de
nivelación y acondicionamiento del terreno que rellenan las fallas y fosas naturales
del cerro de modo previo a la construcción de una serie de estructuras
encuadradas en momentos avanzados del siglo XV. El depósito 2, representativo
de la fase que hemos denominado transicional –fines del XV primeras décadas del
XVI- se corresponde con un homogéneo nivel de ocupación que se dispone, en la
zona del patio de armas y al exterior de un edificio posiblemente de doble planta,
sobre un tosco pavimento de losas calizas. Por último el depósito 3, de época
moderna, se identifica con un nivel de derrumbe que colmata los restos de una
estructura correspondiente ya a estos momentos avanzados.
El análisis pues de los datos relativos al depósito 1 permite reconstruir las
características de los ajuares cerámicos en uso en el castillo a lo largo de los siglos
XIV y XV (fig. 3)
En estos conjuntos ocupan sin duda un lugar especial las denominadas lozas
mudéjares, entre las que destacan las de reflejo dorado y las azul cobalto, vasos de
gran valor en la época que, como hemos visto, presentan motivos decorativos que
permiten enraizarlas directamente con talleres levantinos de gran proyección
económica, sobre todo en el siglo XV, como Manises o Paterna. Más abundantes
en esta época bajomedieval resultan las piezas decoradas en verde y manganeso,
para las que hay que suponer un origen más cercano, focalizado muy posiblemente
en alguno –o algunos, a juzgar por las diferencias estilísticas entre distintas
piezas- de los alfares que a partir de momentos iniciales del siglo XIV o incluso de
finales del siglo XIII, comienzan a surgir, y con un estilo propio, en el área
castellana (Villanueva: 1998: 276-277), como imitación de aquellas otras
realizadas en áreas de más antigua tradición como Valencia, Teruel o Cataluña.
Más abundantes que las producciones esmaltadas, que, aún incluyendo algunos
tipos de cerámica vidriada, apenas si representan el 5% del total recuperado, son
las no esmaltadas, entre las que destacan sobre todo las engobadas, que
constituyen la mitad del total cerámico -50,6% en concreto- en este depósito 1. La
segunda producción mejor representada es la cerámica común -23% del total-, que
1492
tanto por las pastas utilizadas como por el repertorio formal de sus vasos, resulta
muy similar a la engobada. Así, en ambos tipos se confecciona un variado elenco
de recipientes tanto de mesa como de almacén: escudillas, tajadores, jarras,
cántaros y orzas de perfil globular, etc. tipos estos que encuentran sus más claros
paralelos en una serie de conjuntos cerámicos, cada vez más y mejor conocidos en
esta zona castellana y entre los que sin duda resultan más característicos, sino más
por haber sido estudiados con mayor grado de detalle, los exhumados en la
vallisoletana calle Duque de la Victoria (Villanueva, 1998).
Por último, el repertorio cerámico destinado a la cocina está monopolizado en
estos momentos por ese tipo cerámico de pastas duras y tonalidades claras –
representa un 18% del total cerámico recuperado en el depósito- que encuentra en
asentamientos del área meridional de la antigua merindad de Campoo sus
paralelos más directos.
Ésta circunstancia nos introduce de lleno en la problemática de la procedencia
concreto –local o exógena- de estas producciones no esmaltadas, producciones
entre las que se vislumbran además importantes semejanzas morfológicas y
formales que, en última instancia, podrían estar sugiriendo un origen común. Nos
estamos refiriendo en concreto al perfil de esos labios apestañados y cuellos con
molduras angulosas, tan características de los recipientes de cocina y presentes
también en algunas las piezas cerradas de cerámica engobada y común.
El carácter local de este tipo de producciones –encuadradas tradicionalmente en la
literatura arqueológica en los tipos de cerámica de repoblación, tal y como la
entendía García Guinea- se ha destacado desde antiguo en la bibliografía,
amparándose para ello no sólo en la tradición alfarera de Castrojeriz2 sino, sobre
todo, en una serie de hallazgos vinculados supuestamente con estructuras
relacionadas con la actividad alfarera (Rincón Vila, 1975; Andrio, 1981).
Particularmente interesantes resultan en este sentido los datos de J. Andrio, que
publica un conjunto de piezas entre las que incluye algunas jarras pintadas con
gruesas bandas verticales de tonalidad negruzca, de características semejantes a
algunas de nuestras piezas de cerámica común, así como algunas otras engobadas
2 Madoz menciona en el año 1845 la existencia de ”seis hornos de alfareros que suministran toda clase de objetos de barro
útiles para los usos inmediatos, vasos, vasijas vidriadas, no sólo a la población de que vamos haciendo mérito, sino a
todas los inmediatas hasta la distancia de 5 o 6 leguas por algunos puntos” (1847: tomo VI, p. 228)
1493
que, según señala, se encontraban asociadas a la estructura de un horno3. Esta
circunstancia permitiría quizás sospechar un origen local para estos dos tipos
cerámicos, aunque lamentablemente el modo en que se documentaron estos restos
–durante el proceso de vaciado de un solar, al margen de cualquier intervención
arqueológica que permitiera contextualizar correctamente las piezas- impide
confirmar esta hipótesis.
Más dudas nos ofrece aún el origen local de esas producciones de cocina de pastas
duras, sobre todo dada la similitud de pastas, formas y decoraciones con los tipos
documentados en asentamientos y zonas productivas del área meriodional de
Campoo, lo que parece apuntar en esa dirección, cuestión ésta que, como hemos
dicho, sólo podría verse confirmada con la realización de estudios arqueométricos.
Los contextos cerámicos asociados a los depósitos que hemos denominado
“transicionales” presentan claras diferencias con respecto a los anteriores,
diferencias que quedan reflejadas en la gráfica en el que hemos denominado
depósito 2 (fig. 3), que se corresponde con un nivel de ocupación, de fino espesor y
acusada horizontalidad, dispuesto sobre un pavimento de losas calizas.
Desde el punto de vista cronológico, como venimos señalando, éste y el resto de
depósitos asimilables a esta fase podrían encuadrarse grosso modo entre los
momentos finales del siglo XV y las primeras décadas del siglo XVI, un periodo
“bisagra”, a caballo entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna, muy mal
conocido aún ceramológicamente hablando, en parte debido al poco interés que la
ciencia arqueológica ha prestado, hasta fechas muy recientes, a los contextos
posteriores al medievo y en parte debido también a la visión distorsionada
provocada por el coleccionismo decimonónico, centrado sólo en la recopilación y
análisis de aquellas piezas más suntuosas –nos referimos en concreto a las piezas
de loza decoradas- dejando al margen otros tipos cerámicos más pobres
estilísticamente hablando, aunque mucho más difundidos y susceptibles por tanto
de aportar datos de gran trascendencia.
3 Rincón Vila (1975) publica también una serie de piezas de similares características, no exhumadas tampoco bajo control
arqueológico. En cuanto a su contexto, señala que aparecieron en el relleno de una serie de hoyos, que interpreta –sin
datos arqueológicos- como “barreros” excavados para la obtención de arcilla destinada a la manufactura alfarera.
1494
Esta situación ha comenzado a cambiar en los últimos tiempos con la realización
de una serie de estudios que, desde diversas perspectivas, intentan conjugar los
datos propiamente estilísticos y formales de las piezas con aquellos otros
suministrados por la documentación escrita y por los propios contextos
arqueológicos.
Centrando el tema, hay que señalar que el punto central de discusión planteado en
la investigación actualmente gira así en torno a la cuestión de la irrupción de las
primeras influencias renacentistas y su plasmación en el mundo de la cerámica4,
cuestión ésta sobre la que, hoy por hoy, no existe consenso. Así, mientras para el
profesor Pleguezuelo (1992: 278; 2002: 231-236) sólo es posible hablar de loza
renacentista a partir de la segunda mitad del siglo XVI, con la aparición de las
series blancas y las primeras series decoradas en azul cobalto, la jaspeada y
salpicada, investigaciones realizadas en Talavera de la Reina (Portela, 1996, 1997 y
1999) o en el ex convento de Santa Fe, en Toledo (Presas, Serrano y Torra, 2009.
820-821) apuntan hacia la aparición de estos tipos ya en la primera mitad del siglo
XVI, definiendo Portela incluso un periodo inicial, encuadrado entre los años
1520-1540, en el que se desarrollarían ya las primeras series de influencia
renacentista, en principio lisas -series blanca y verde esmeralda- y seguidamente
decoradas –salpicada y jaspeada en azul cobalto-, de mayor difusión en la segunda
mitad del siglo.
Estas influencias renacentistas inciden sin embargo en unas producciones
cerámicas que habían experimentado, como reflejo de la sociedad que las produce,
importantes transformaciones a lo largo de la segunda mitad del siglo XV y, sobre
todo, en las últimas décadas de esta centuria. Así, en esos momentos se produce ya
una cierta generalización (o popularización) de las producciones de loza, de
manera que a las piezas policromas –reflejo dorado, azul cobalto o verde
manganeso- documentadas siempre de modo minoritario y reducidas, sobre todo
las primeras, a las mesas más pudientes, se añaden ahora abundantes
producciones de loza blanca –claramente influenciadas formalmente por estas
lozas levantinas- en algún caso con remates esmaltados en verde cobre –en asas o
bordes sobre todo- o con pequeñas marcas al interior, en los fondos, en verde o
4 Incluyendo en ella tanto las producciones vasculares como la cerámica de revestimiento arquitectónico, la azulejería. En
este caso nos referiremos únicamente a los vasos cerámicos y, en concreto a las lozas.
1495
azul cobalto, que tienden a ir sustituyendo en los servicios de mesa a las
producciones no esmaltadas, fundamentalmente a aquellos tipos engobados
característicos de los momentos bajomedievales. Y son precisamente, y aquí radica
el problema, estas lozas blancas las primeras receptoras de las nuevas ideas
renacentistas, ya que, como hemos apuntado, las piezas decoradas en azul –en las
que estas influencias resultan mucho más palpables- corresponden a un momento
ligeramente posterior y, en cualquier caso, no parecen resultar aún muy
abundantes en contextos del siglo XVI-.
Estas influencias en las series de loza blanca sin embargo, no resultan hoy por hoy
fácilmente detectables, dando la impresión de que se plasman de un modo más
gradual que explosivo, lo que determina que en muchos casos los procesos de
transformación resulten difícilmente mensurables. Sí se cuentan en este sentido
con algunos datos. Así, y con respecto a Talavera, Portela (1996: 10-11; 1997: 111-
112) apunta la existencia, en un área de vertedero exhumado en la calle
Entretorres y junto a piezas de clara raigambre mudéjar, de algunas otras que
considera las primeras en las que, desde el punto de vista técnico, se plasman las
nuevas ideas renacentistas. Señala así que la pasta y el esmalte tienen una
adherencia menor, presentándose este último craquelado. Lamentablemente los
trabajos no aportan datos acerca de las características formales de estos tipos, y
sus posibles diferencias con las lozas blancas de raigambre mudéjar. Sólo publica
en este sentido cinco pequeñas piezas de pequeñas dimensiones, interpretadas
como juguetes, entre las que sólo una corresponde a las series blancas.
En definitiva es evidente que, en el punto en el que se encuentra actualmente la
investigación, se carecen aún de bases arqueológicas firmes que permitan esbozar,
más allá de las líneas maestras básicas, las características de los conjuntos
cerámicos transicionales entre la Edad Media y la Edad Moderna. Se precisan en
este sentido más estudios fundamentados en una sólida base estratigráfica que
permitan definir sus características, el origen de las influencias que reciben y los
tiempos de su evolución. Y es con esta filosofía con la que abordamos el estudio de
estos contextos transicionales de Castrojeriz. Se trata en nuestro caso de definir la
composición de los ajuares del castillo en este momento para valorar así las
diferencias que se manifiestan con los correspondientes a las fases anterior –Baja
Edad Media- y posterior –Edad Moderna-.
1496
Entrando ya de lleno pues en el análisis de estos conjuntos transicionales, un
primer vistazo a la gráfica del depósito 2 advierte del sustancial aumento de la
importancia de las piezas vidriadas en el total del conjunto. Así algo más del 17%
de los fragmentos recuperados corresponde a este tipo de producciones. Entre
ellas se documentan aún algunas piezas características del momento anterior,
lozas mudéjares tipo verde manganeso o de reflejo dorado facturadas, al menos
por lo que se conoce de estas últimas, bajo los mismos parámetros durante parte
de primer tercio del siglo XVI (López Elum, 2006: 36 y ss.). Estos datos son
coherentes con los que poco a poco va aportando la extensa documentación escrita
de la época. Así, un estudio fundamentado en los inventarios de bienes post
mortem de la ciudad de Valladolid pone de manifiesto la referencia aún
relativamente abundante a este tipo de producciones durante al menos el primer
tercio del siglo (Moratinos y Villanieva, e. p.). Igualmente en los registros de
envíos efectuados desde Sevilla a las colonias americanas –registro de la Casa de
Contratación de las Indias- se menciona la exportación de este tipo de piezas hasta
el año 1545 (Pleguezuelo y Sánchez, 1997: 340).
Junto a la perduración de alguno de estos tipos, sin embargo, se documentan
otros, mucho más abundantes, correspondientes a producciones lisas, o series
blancas, desconocidas en los depósitos de plena cronología bajomedieval. Se trata
en este caso de piezas abiertas, de pastas mayoritariamente rojizas, que presentan
una o ambas superficies cubiertas con denso baño estannífero. Desde el punto de
vista formal se identifica la presencia de platos, de perfil recto al exterior y ala
marcada con arista al interior, y escudillas de pared semiesférica al interior y
ligeramente carenada al exterior que, en algún caso, presentan unas pequeñas
asitas de cinta atrofiada, esmaltadas en tono verde cobre. Los escasos fondos
recuperados se presentan en proporciones similares en forma de gruesos anillos de
solero o ligeramente rehundidos.
Es evidente pues que este depósito 2 muestra ya un importante cambio en lo
relativo a la composición de los ajuares cerámicos, cambio que está focalizado
fundamentalmente en esta aparición, y hegemonía, de la loza blanca en los
servicios de mesa. Aunque sería aún prematuro diseccionar de modo claro la
procedencia y el carácter de las influencias que están detrás de estas piezas sí
parece posible precisar que formalmente reproducen de modo mayoritario
1497
modelos ya presentes en las lozas levantinas del siglo XV. Algunas otras
características, sin embargo, como el predominio de los fondos retorneados,
ligeramente cóncavos, con el abandono progresivo de los gruesos anillos de solero
de raigambre mudéjar, podría estar sugiriendo una tímida introducción de las
primeras influencias renacentistas.
En cuanto a la cerámica no esmaltada hay que destacar la tendencia en franco
retroceso de la cerámica engobada -12,1% del total- detrás del que hay que
sospechar no sólo esa mayor presencia de la vajilla esmaltada sino también el
surgimiento de una nuevo tipo: la cerámica común, de características técnicas
similares a las constatadas en el momento anterior, exceptuando eso sí, el hecho
de que las superficies, una o ambas, se encuentran cubiertas con un ligero juaguete
de tonalidad marrón claro-ocre que, en este caso, llega a cubrir también el fondo
del recipiente al exterior. En este tipo cerámico se factura el mismo repertorio
formal que en cerámica común: jarros, cántaros y escudillas, siendo especialmente
abundantes estas últimas, que se presentan en las dos variantes ya indicadas líneas
arriba: de perfil hemiesférico o carenado.
El repertorio vascular de cocina parece experimentar también en estos momentos
importantes transformaciones. Así y junto al mantenimiento de esos tipos de
pastas duras, exclusivos en la fase medieval y procedentes muy posiblemente,
como hemos visto, de los alfares campurrianos, comienzan a llegar los primeros
recipientes desde el área zamorana, área productora ésta muy especializada en
este tipo de vasija de cocina que parece experimentar un importante auge a partir
de los momentos finales de la Baja Edad Media (Villanueva, e. p.; Moratinos y
Villanueva, 2006).
Conjuntos de similares características, en los que el rasgo más destacable parece
ser esa importante presencia de lozas blancas, se han detectado también en otros
puntos del interior peninsular, contextos para lo que, de modo un tanto
provisional, sin bases muy firmes, se aportan cronologías encuadradas entre los
momentos finales del siglo XV o los comienzos del siglo XVI. Se trata en concreto
de una serie de depósitos excavados en la ya mencionada calle Entretorres, en
Talavera de la Reina vinculados a un área de vertedero (Portela, 1996, 1997); del
interior de un hoyo exhumado en la vallisoletana Casa de Galdo (Moreda,
1498
Nanclares y Martín, 1991); de un amplio conjunto procedente de la colmatación
del foso del castillo de Valencia de Don Juan –León- (Gutiérrez, 1997); de los
documentados en una serie de niveles secuenciados exhumados en un área de
vertedero en la ciudad de León, en el centro cultural Pallarés en concreto (Miguel y
García, 1993) o de los documentados, en áreas más meridionales, en una reciente
intervención efectuada en Buitrago de Lozoya y en el ex convento de Santa Fé en
Toledo (Presas, Serrano y Torra, 1998: 815-821). Relevante resulta igualmente la
presencia de piezas de estas características, entre las que se incluyen igualmente
escudillas de asitas atrofiadas esmaltadas en verde, en los primeros depósitos
americanos, en el área caribeña, depósitos que incluyen piezas hispanas, y que se
encuadran igualmente en los momentos finales del siglo XV o principios del XVI
(Pleguezuelo y Sánchez, 1997: 341).
Finalmente, los abundantes conjuntos encuadrados en época moderna -depósito 3
de nuestra gráfica, correspondiente a un nivel de derrumbe (fig. 3)-, ponen de
manifiesto ya una profunda renovación.
En primer lugar, y como no podría ser de otra manera, hay que destacar la
creciente importancia de las producciones de loza –casi un 25% del total, 30% si
valoramos la totalidad de tipos esmaltados-. Lógicamente se trata de piezas de tipo
talaverano que, en forma de “contrahechos” locales y en pastas mayoritariamente
sedimentarias, reproducen los modelos facturados en la localidad epónima
siguiendo de modo claro, ahora sí, las nuevas modas importadas de Italia vía
Flandes. Se documentan fragmentos correspondientes fundamentalmente a platos
y escudillas de fondos planos o ligeramente rehundidos, retorneados, decorados
en muy raras ocasiones con algunos trazos, lamentablemente no identificables,
pintados en azul cobalto. Esta escasez de series decoradas es un dato a valorar ya
que resulta extraño, máxime si tenemos en cuenta el carácter aristocrático del
sitio. La explicación en este sentido pudiera ser de orden cronológico y estar
indicando así la correspondencia de los depósitos exhumados a momentos aún
tempranos -segunda mitad del siglo XVI o primeras décadas del XVII- en los que
el predominio de la loza blanca con respecto a la decorada parece ser aún más
acusado que en tiempos posteriores.
1499
En definitiva, se trata de piezas destinadas de modo mayoritario al servicio de
mesa para las que hay que sospechar un origen no muy lejano, centrado
posiblemente en talleres o alcallerías de la zona –puesto que así aparecen en la
documentación de la época-, presumiblemente de los grandes centros alfareros de
los núcleos urbanos de Burgos, Palencia y Valladolid.
Una gran importancia siguen manteniendo los tipos de cerámica común no
esmaltada –casi un 40 % del total-, en los que se elaboran recipientes destinados
fundamentalmente a los servicios de mesa y de almacén-. Más de la mitad de los
fragmentos incluidos en este tipo corresponden a esas producciones cubiertas con
ligeros juaguetes de tonalidad marrón clara, que parecen haber desbancado ya
completamente a las producciones con densos engobes y sobre los que en
ocasiones se trazan sencillas líneas o bandas horizontales u oblicuas de tonalidad
marrón oscuro o negruzca. Junto a escudillas, cántaros y jarras se documentan
también bacines o pericos de ancho borde vuelto y labio bífido.
Por último, y en cuanto a los recipientes de cocina, que constituye un 25% del total
cerámico recuperado en el depósito, se confirma la tendencia esbozada en los
contextos transicionales y es que, efectivamente, la cerámica de pastas duras de
tipo campurriano parece haber sido definitivamente desbancada –por
agotamiento interno de los alfares o “empujadas” y finalmente “colapsadas” en su
producción por la creciente pujanza de estos alfares zamoranos ¿?- por esas
producciones zamoranas que, desde los últimos tiempos medievales y, sobre todo,
a partir de época moderna van a extenderse, según datos recogidos en la
documentación, por amplios sectores del norte peninsular.
1500
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1503
Fig. 1. Localización de Castrojeriz dentro de la Comunidad Autónoma de Castilla y León y
en el interior de la provincia de Burgos.
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Fig. 2. Castillo de Castrojeriz. Ortofoto y plano con ubicación de los sondeos excavados.
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Fig. 3. Distribución de producciones en los tres tipos de depósitos tipo.
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Fig. 4.1. Platos y escudillas de reflejo dorado decorados con celosías y atauriques. Rosa en
azul sobre celosía en dorado en el segundo de los platos.
Fig. 4.2. Loza verde manganeso. Escudilla.
Fig. 4.3. Loza blanca. Plato y escudilla.
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Fig. 5.1. Escudilla de loza con asitas de cinta atrofiada esmaltadas en verde cobre.
Fig. 5.2. Piezas engobadas. Tajador y fragmentos correspondientes a formas cerradas.
Fig. 5.3. Cerámica de pasta granítica zamorana. Olla.
Fig. 5.4. Cerámica de pasta granítica zamorana. Cazuela.
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Fig. 6.1. Escudillas de cerámica común. Superficie alisadas o cubiertas con juaguete ocre.
Fig. 6.2. Cerámica común de cocina de pastas duras. Orza de borde apestañado.