arte y objetualidad

24
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La

 balsa de la

 Medusa

141

Colección dirigida por

Valeriano Bozal

Título

 original:  Art and

  Objecthood

Essays

  and

  Reviews

©

  Michael Fried, 1998

Publicado  en  inglés por The  University of  Chicago  Press

© de la

 presente edición,

 A.

  Machado Libros,

 S.A., 2004

C/ Labradores, s/n. P. I. Prado del Espino

28660

  Boadilla del M onte M adrid)

[email protected]

ISBN:

 84 7774 641 9

Depósito legal:

 M. 30.275 2004

Visor Fotocomposición

Impreso en España Printed

  n

  Spain

Top

  Printer Plus

Móstoles Madrid)

Page 3: Arte y Objetualidad

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Arte

 y

  objetualidad

51

«Los diarios

 de

 Edwards examinaban

 y

 analizaban

 con frecuencia una

meditación que  rara vez permitía que  saliera a la luz pública; en el

 caso

 de

que todo el mundo  fuera  aniquilado, escribió... y un nuevo mundo

  fuera

creado de nuevo, aunque cada uno de los aspectos particulares de éste fue-

ran  idénticos a los de este mundo en el que  vivimos, no  sería el

 mismo.

Por consiguiente, debido

 a que hay una

 continuidad,

 que es el

 tiempo,

 estoy seguro

 de que el

 mundo existe,

 de

 nuevo,

 a

 cada momento;

  de que

la

  existencia  de las  cosas cesa  a  cada momento  y a

  cada

  mo-

mento  se  renueva .  La garantía  duradera  de  todo  ello  es que a  cada

momento constatamos

 la

 prueba misma

 de la

 existencia

 de un Dios,

 como

lo habríamos hecho si le hubiéramos visto crear el mundo  en un  princi-

pio .»

Perry Miller,

  onathan

  Edwards

La  empresa  conocida de  modos  tan  diversos  como  Minimal

  Art,

  ABC

  Art,

Estructuras Primarias  [Prímary   Stmctures]

  y

  Objetos Específicos

  [Specific

  Objtcts}

es , en gran medida, ideológica  véase figs. 59-64). Pretende proclamar y ocupar una

posición

  — u n a

  posición

  susceptible  de ser

  formulada

  por

  medio

 de

  palabras, algo

que han

 hecho

  algunos de sus más

 destacados

 representantes— . Si

 bien esto permi-

te

 distinguirlo, por una parte, de la pintura y la escultura

 modernistas,

  también

marca

  un a importante diferencia  entre el Minimal Art  — o como

 prefiero

  denomi-

narlo,

 arte

  literalista—  y el Pop o el Op

 Art,

 por la

 otra. Desde

 un

  principio,

 el

 arte

literalista  ha

  supuesto algo

  más que un

  episodio dentro

  de la

 historia

  del

 gusto.

Pertenece más bien a la historia   — c a s i  a la historia natural-  de la sensibilidad y n o

consti tuye

 un

  episodio aislado, sino

 que es la

 expresión

 de una

  condición general

que todo lo impregna. Su seriedad está garantizada por el hecho de que es, en rela-

ción

  con la

 pintura

 así

 como

  con la

 escultura modernista, como

 el

 arte literalista

*

 Publicado

  originariamente

 enArt forum 5

  junio

  de

  1967),

  pp .

  12-23.

 R eimpreso

 en

 diversas

 oca-

siones; la más  importante,  en Gregory Battcock  ed.),  Minimal

 Art:

 A   Critical  Anthology Nueva

  York,

1968, pp .  116-147.

  Perry Miller, Jonathan   Edwards 1949; reimp. Nueva York, 1959, pp.  329-330.

 7

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define   o

  encuentra

  la

  posición

  que

  aspira

  a

  ocupar (esto

  es, en mi

  opinión,

  lo que

hace que pueda proclamar algo que sea merecedor de recibir el nombre de posi-

ción).

 E l

 arte literalista

 no se

 concibe, propiame nte,

  ni de una form a ni de

 o tra; está

motivado,  por el

 contrario,

  por las

  reservas concretas

  o

  cosas peores

  que

  alberga

hacia

 am bas, y aspira a reemplaz arlas, tal vez no ex actame nte, o de un

 modo

  i nme-

diato, pero, en todo  caso, a constituirse como arte independiente en pie de igual-

dad con cualquier otro.

La

  causa literalista   contra la

 pintura

 descansa, principalmente, en dos  cargos:  el

carácter  relacional   de

  casi

  toda   la   p intura,   y la   ubicuidad,   en   realidad,   el   carácter

prácticamen te inevitable,

 de la

 ilusión pictórica.

  En

  opinión

  de  Donald

  Judd:

«Cuando

 comienzas

 a  relacionar unas partes   con  otras, estás asumiendo,   en  pri-

m er

  lugar,  que  dispones  de una  totalidad imprecisa  -el  rectángulo  del

 lienzo-

 y unas

partes   bien   definidas,   que están ensambladas completamente entre sí, porque, en rea-

lidad, disponías

  de una   fo?< z/z ¿zW bien

  def inida

 y, tal  vez,   no

  tenías partes,

  o

 bien

  muy

pocas» 2.

Cuanto   más se  destaca   la  .figura   del   soporte, como sucede   en la  p intura moder-

nista

  más

  reciente,

  más   difícil   se

 vuelve

 la

  situación:

«Los

  elementos

  que se

  encuentran dentro

  del

  rectángulo

  so n

  claros

 y

  simples,

 y

corresponden fielmente

  al

  rectángulo.

  Las figuras y la

  superficie son, únicamente,

aquellas que  pueden encontrarse   de  modo convincente dentro   y  sobre  un  plano rec-

tangular. Las

 partes

 son

 poco numerosas

 y

 están,

  por

  tanto, subordinadas

  a la

 un idad,

no son partes en

 sentido

 ordinario.   Una  pintura   es casi  una

 entidad,

 una cosa,  y no la

suma

  indefinible

  d e un grupo d e entidades y relaciones. La única cosa que do min a la

pintura antigua. También establece

 e l

  rectángulo como

  una   forma

  definida;

  ya no es

un

  l ímite completamente neutral.

 U na   forma

  puede

  ser

 usada

 d e

 muchas maneras.

 E l

plano rectangular  ofrece

  un

  espacio vital.

 La

  simplicidad requerida para resaltar

 e l

 rec-

tángulo limita   las  posibles organizaciones   que se   hagan dentro   de  él.»

La   pintura se concibe aquí como un arte que se encuentra al borde del agota-

mie nto, un arte en el que el con jun to de soluciones aceptables de un proble ma bási-

co

 — cómo

 organizar

 la

 superficie

  de un

  cuadro—

 está severamente restringida.

  El uso

de

  soportes dotados

  de una figura, en

  lugar

 de

  soportes rectangulares, desde

 el

 punto

de vista literalista, únicamente puede prolongar la agonía. La respuesta obvia con-

 Esto lo dijo  Judd en una  entrevista realizada  por Bruce G laser, ed itada por Lucy  R. Lippard  y publica-

d como  «Questions  to  Stella   nd

  Judd»,

 en Art  News en  1966,  y  reimpreso  en  Gregory

  Battcock

  (ed.),

\finimalArt

Nueva York, 1968, pp.  148-164.  Las observaciones atribuidas en el presente ensayo a Jud d y

Morris

 han

  sido extraídas

  de esa

 entrevista,

 del

 ensayo

 de

 Donald

 Judd

 «Specific  O bjects»,

 Arts  Yearbook n.°

8 1965), pp.

  74-82  [trad.

  cast.:

  «Objetos  espáticos»,

 en AA.

 W.

Minimal  Art San

  Sebastián,

  Koldo

Mitxelena,  1996],  y de los ensayos de Rober Morris, «Notes on   Sculpture,  Part  2», publicada en   Artforum

en febrero y

 octubre

 de

  1966, respectivamente,

 y

  reimpresos

 en

  Battcock

  (ed.),

  Minimal Art

pp.

  222-235.

También

  he extraído una observación realizada por Morris del catálogo de la exposición

 Eight

  Sculptors:

  Th e

Amlnguous  Image

celebrada de

 octubre

 a diciembre de 1966 en el Walker Art

 Center

 de Minneapolis.

 Debo

añadir,

 que al presentar la

 posición que,

 en mi

 opinión, compartieron Judd

 y

 Morris,

 he

 pasado

 por

 alto algu-

nas diferencias

 existentes

 entre ellos, y he hecho uso, asimismo, de  ciertos comentarios  en  contextos para  los

que.  posiblemente, no  estaban desuñados. Además, nunca  he  llegado  a  indicar quiénes dijeron  o  escribieron

realmente cada   frase  concreta; la alternativa habría consistido en llen ar el texto de notas a pie de página.

174

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siste en

  renunciar

 a

 trabajar

  en un

  único plano,

  en

  beneficio

 de las

 tres dime nsiones.

Por

  otra parte, ésta automáticamente

«se  libra  de l

  prob lema

 del

  ilusionismo

 y  del

 espacio

  literal,  el

 espacio

  que hay

  dentro

y

 alrededor de las marcas y de los colores -lo que es una liberac ión de una de las más

destacadas y molestas reliqu ias del arte

 europeo-.

  Los dist intos límites de la pint ura

ya

 no

 están

 presentes.

  Una

  obra puede

  ser tan

 poderosa como pueda

 pensarse que lo

sea.  El

 espacio real

 e s

 in t r ínsecamente

 más

 poderoso

 y  específico  que la

 pintu ra sobre

una  superficie plana».

La  actitud l iteralista hacia

  la

  escu l tu ra

 es más

  ambigua . Judd

por

  e jemplo ,

parece

  concebir

  lo que él

 den omin a Ob jetos Específicos, como algo diferente

 a la

escul tura,

  mientras que Robert Morris concibe su propia obra, inequívocamente

literalista,  como

  si

  resumiera

  la

  ttadición

ya

  abandonada

de la

  escultura

Const ruct iv is ta  creada por Vladimir Tatl in, Aleksandr Rodchenko,  Naum  Gabo ,

Anto ine Pevsner  y  Georges Vantongerloo. Pero este  y  otros desacuerdos  son

menos importantes  que las ideas q ue  compartían Judd  y  Morris. Sobre

 todo

eran

contrarios

  a la

 escul tura que, como

  la

 mayoría

 de las

 p in turas , es taba «hecha par te

por

  par te ,

 por

  adic ión, compuesta» ,

 y en la que  «los

 elementos específicos... están

separados

 de la

  totalidad, creando

  de

 esta for m a relaciones dentro

  de la obra»

 (lle-

garían

  a incluir la obra de David

  Smith

  y de Anthony Caro bajo esta descrip-

ción).  Es  digno  de  reseñar que  Judd asocia  e l carácter

  «relacional»

  y  «parte-por-

parte»

  de la m ayoría  de las escul turas  con lo que él l lama

  antropomorfismo:

  U na

viga  e m p u j a ;

 u n

  trozo

  de

  hierro persigue

 un

  ges to ; ambos forman conjuntamen-

te

  una imagen nat ural ista y

  an t ropomórf ica .

  El espacio corresponde». Frente a

una

  escu l tu ra semejante ,

  « formada

  por

  múl t ip les par tes , modulada» , Judd

  y

Morr i s a f i rman los valores de la integridad,  la unidad y la  indivisibil idad -de que

una

  obra sea,

  lo más

  posib le , «una

 cosa»,

  un

  único « Ob jeto Específico». Morris

presta una

  atención considerable

  al

  «uso

  de una

  fuer te

  Gestalt , o de

  formas

  de

t ipo  unitar io, con e l  fi n  de  evitar  la  división »; mientras  que Judd  está principal-

me nte intere sado e n la clase de tota lidad que puede lograrse a través de la repeti-

ción de unidades idénticas. El orden que aparece en sus obras, como una vez

comentó

  a

  propósito

  del que

  hab ía

  en las

  p in tu ra s

 de  franjas  de

  Stella,

  « es

 sim-

plemente un  orden

 como

 el de la

 continuidad

el de una cosa

 después

 de

  otra».

N o

  ob stante , tanto p ara Judd como para Morris ,

  e l

  factor crítico

  es la

  figura

[shape\.

  Las

  «formas

  uni tarias»

  de

  Morr is

  son

  pol iedros

  que se

 resisten

  a ser

  con-

siderados

  de

  otra forma

  que

  como

  una figura

  única:

  la

  Gestalt s implemente

  es la

«figura  constante , conoc ida» .

 Y la figura

  m i s m a

  es, en su

  sistema,

  « el

 valor escul-

tórico  más  i m p o r t a n t e » .  e un  modo similar, al hab lar de su  propia obra, Judd

ha

  señalado

  que

«el

  gran problema

 es que

  cualquie r cosa

 que no sea

 absolutam ente plana comienza,

  de

algún modo,

  a

 ten er partes.

  De lo que se

 trata

 es de ser

 capaz

  de

  trabajar

 y

 hacer dife-

rentes

 cosas

 y, aun

  así,

 n o

  romper

  la

 integridad

  que una

  obra tiene. Para

 mí la

 obra

de  latón  y los cinco elem entos verticales es, sobre todo,  esa figura».

 

Forma (N.

  de l

  T.)

175

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La figura  es el

 objeto:

  en   todo

  caso,

  lo que

  garantiza

  la

  integridad

  de l

  objeto

  es

la

  unidad   de la figura.   Creo   que ese

 énfasis

  en la figura es lo que   causa  l a   impresión,

como

  han

  mencionado numerosos críticos,

  de que las

  obras

  de

  Judd

  y de

  Morris

están

  huecas.

La   figura ha

  sido también

  un

  aspecto central para

  la

  pintura años atrás.

  En

muchos ensayos recientes

 he

  intentado m ostrar cómo

  ha

  aparecido gradualmente

 en

la  obra

 de Kenneth Noland Jules Olitski y

 Stella,

  un

  conflicto entre

 la figura como

propiedad fundamental  de los  objetos,   y la figura   como   médium  de la pintura

3

. El

éxito

  o el

  fracaso

 de una

  p intura   dada

  ha

  venido

  a

  depender,

  más o

  menos,

 de su

capacidad para conservarse, para quedar impresa

 o

  resultar convincente como

  figu-

ra  — de

 ello,

  o de

  evitar

 o

 eludir,

  de

  algún modo,

  la

 cuestión

 de si lo

 hacía

  o

  no— .

 Las

primeras pinturas con spray de Olitski son el más puro ejemplo de esas pinturas que

logran conservarse

  o

  bien

  fracasan

  a la

  hora

  de

  conservarse como

  figuras,

  mient ras

que en sus  cuadros   más   recientes,   así  como   en lo   mejor   de la   obra   más   reciente   de

Noland  y

  Stella,

  la

  exigencia

  de que un

  cuadro   dado

  se

  conservase como

  figura se

evita o  elude  de  diversas ma nera s.  Lo que   está  en  juego  en  este conflicto   es si las  p in-

turas

  o los objetos en cuestión se perciben como pinturas o como objetos, y qué es

lo que determina su identidad como pinturas al enfrentarse   a la exigencia   de que se

conserven como figura s. Aparte de esto, no son percibidas nada m ás que com o obje -

tos.

 Todo

  esto

  se

  puede resumir diciendo

  que la

  p intura modernista

  ha

  llegado

  a

creer  imprescindible anular  o   suspender   su  p ropia   objetualidad, y que el

  factor

  c ru-

cial en   esta empresa   es la figura,   pero   la figura que   deba corresponder   a

  la pintura

— debe  ser

 pictórica

  y no

  literal,

  o

  meramente

  l i teral— .

 M ientras tanto,

  el

  arte litera-

lista   presenta todo   lo   relativo   a la figura   como   una   propiedad determinada   de los

objetos,

  por no

  decir, realmente como

  si  fuera

  propiamente

  un

  tipo

 de

  objeto.

  No

aspira a

 anular

  o

  suspender

  su

  propia objetualidad, sino,

  por el

  contrario,

  a

  descu-

brir   y

 proyecta

  la

  objetualidad

 e n

  cuanto tal.

En su

  ensayo

  «Recentness of   Sculpture»,

  C lement Greenberg analiza

 e l   efecto   de

la

 presencia

 que se ha

  asociado, desde

  el

  principio,

  a la

  obra

  literalista

4

.

 Todo

 esto

 se

pone

  de

 m anifiesto

 en

 relación

 con la

 obra

 de

 Anne Truitt,

  una

 a rtista que,

  en

 opinión

de  Greenberg, anticipó  l a  obra  de los   literalistas   (a los que él  denomina  Minimalistas):

«El

  arte

 de

  Trui tt

  flirteó con la

  mirada

 d el

  no-arte

 y su

 exposición

  de   1963 fue la

primera en la que   advertí cómo esta mirada podría

  conferir

  un

  efecto

  de  presencia.  Yo

3 Véase Michael Fried,

 «La figura

 como   forma:

  lo s

 polígonos   i rregulares

 d e

 F r ank   Stella»;   ídem,   «Jules

Olitski»; e   ídem,   «Ronald   Davis:  superficie   e   i lusión»   (todos estos ensayos  se  r e im pr im en   en el  p resente

volumen) .

 

Clement Greenberg,

 «Recentness  o f   Sculpture»,   en el

 catálogo par a

 la

 exposición celebrada

 en

  1967,

en el Los

 Angeles   County Museum

 of

 Art ,

  titulada  American Sculpture ofthe Sixties

  (véase

 Greenberg

Modemism  with  a  Vengeance

  1957-1969

vol.  4 de   The  Collected  Essays  and  Criticism, ed ic ión   de   John

O Bria n, Chicago, 1993,  pp.   250-256).   El  verbo  «proyectar»,   tal y  como   lo he  u sado, procede   de la   afir-

mación

  de   Greenberg,   «E l   propósito ostensible  de los  Minimal is tas  es   proyectar

objetos

  y  con jun tos  de

objetos

  que se

  adent ran

  en el

 ar te,

  precisamente,

  dando   codazos»   Modemism with  a  Vengeance,

  p.

  253) .

176

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ya conocía esa presencia lograda por  medio del formato que resultaba estéticamente

extraña.

 Pero todavía no

  tenía

 conocimiento de esa

 presencia lograda

 por medio de la

mirada del no-arte que resultaba

 también

 extraña. La escultura de Truitt tiene ese tipo

de presencia,

  pero

  no se

  esconde

  tras

  ella.

  Sólo

  llegué

  a

  descubrir

  que la escultura

podría

 esconderse tras  ella

  — d e l

  mismo

 modo  que lo

 hacía

  la

 pintura- después

  de

entrar

  en  contacto  con las

 obras

 de arte Minimalistas: las de Judd, Morris, Andre,

Steiner

  y

  algunas

  de Smithson y de Le

 Witt.

  El

  arte

  Minimalista

  puede  también

esconder

  tras

 de sí la presencia

  como formato:

  pienso en

  Bladen

  aunque no estoy

seguro

 de si se

 trata

 de un

  Minimalista

 certificado),

  así

 como

 en

  algunos

 de los

 artis-

tas

 que

 acabo

 de

 mencionar»5.

La

  presencia

  se

  puede a t r ibu i r

  al

  formato,

  o

  bien

  a la

  mirada

  d e l

  no-arte.

Además,

  lo que e l

  no-arte significa

  hoy en

  día,

  y ha

  significado durante muchos

años, es algo  muy  específico.  En  «After  Abstraer Expressionism»  Greenberg escribió

que  «una tela  tensada o colgada ya  existe como cuadro

 — aunque

 no  sea, necesaria-

mente , un cuadro

  logrado-» 6.

  Por esta razón, como señala en  «Recentness  of

 

Greenberg,

  Modemism   with

 a  Vengeance

pp. 255-256.

6

 Greenberg,

  «After  Abstract Expressionism», Art

  International

6 25 de octubre  de 1962), p. 30. El

pasaje  del que se ha  extraído esta  frase  afirma  lo  siguiente:

«Al someterlas a

  prueba

  con el modernismo,  las convenciones del  arte de la pintura  han

demostrado ser, cada

 vez con más

 fre cue ncia, innecesarias, accesorias. Hasta

  e l

 m o m e n to

  se

  pen-

saba, a l parecer, que la esencia irred uctible del arte pictórico consistía en dos convenciones o nor-

mas constitutivas:

 el

  carácter

  plano y la

 delimitación

 del carácter

 plano;

 y que la

 observancia

 de

estas  d os  normas  e ra  suficiente para crear  un  obje to  qu e  pudiera experimentarse como  cuadro:

así,  una  tela

  tensada

  o

  colgada

  ya

  existe como cuadro

  —a unq ue  no

  sea, necesariamente

  un

  cua-

dro

  logrado-.»

En líneas generales esto

  es

  indudablemente correc to .

  No

  obstante,

  se

 podrían formular algunas  obje-

ciones.

Para

  comenzar, no basta con decir que una te la desnuda, fi jada a una pared, no es

 -necesariamente-

un  cuadro bien logrado; p ienso que  sería m ás  exacto  [lo que  escribí originariamente fue

 -cuanto

  menos ,

un a  exageración».—M.F.

1966\r que no se puede

  concebir que lo sea. Se

 podría contestar

 que las cir-

cunstancias  futuras

  fueran  de tal modo  qu e  hicieran d e

  ésta

  un a

  pintura bien  lograda,

 pero

  vo diría  que .

si

  as í  fuera,  la empresa de la pintura tendría que cambiar tan drásticamente que sólo quedaría  de ella el

nombre requer ir ía  un  cambio  d e  mayor alcance  que el que ha  sufrido  la  p in tu r a desde Manet  hasta

Noland, Ol i tski

  y

 Stel la). Adem ás, conside rar

 qu e

  algo

 es una

  pintura

  en la

 m e d id a

  en que  se

  piensa

  qu e

un a

  tela

  colgada

 es una

  pintura ,

  y e l

 hecho

  d e

  estar convencido

  de que una

  obra

 particular

  p u e d e

  resistir

una comparación

  con las

 pinturas

 d e l

  pasado cuya calidad está

 fuera  d e toda

 duda,

  so n experiencias

  com-

ple tamente   diferentes:  es, quiero  decir,  como

  si ,

  a menos que algo cree una convicción por lo que res-

pecta a su

  cal idad, esta

  no

  sería

  más que una

  p in tu r a

  d e

  f o r m a

  trivial  o d e

  nombre. Esto sugiere

  que el

carácter plano y la del im itación de d icho carácter no d ebe ría concebirse como -la esencia irreductible del

arte

 pictórico» , sino,

  más

 bien, como algo parecido

 a las condiciones mínimas que

 debe

  reunir  algo para  qu e

se

  considere  un a  pintura;  y que la cuestión crucial no e s cuáles son esas condiciones mín imas  y.   por así

decir lo,  e te rnas ,

 s ino,

  más bie n, qué es aquel lo que e s capaz, en un mom ento dado,  de crear una convic-

ción, de tene r éxito como p int ura . Esto no equivale a decir que la pintura   no

 tiene

 esencia:  es afirmar que

dicha esencia

 — esto e s, lo que

  crea

 un a  convicción—,

  está fuer tem en te de terminada por,

  y por tanto,

  cam-

bia  cont inuamente como respues ta

 a, la

  obra vital

 d e l

  pasado reciente.

 L a

 esencia

  de la

 pinrura

  no es

 algo

irreductible.

  M ás  b i e n ,  la

  tarea

  d e l

  pintor modernis ta

  e s

  descubrir aquel las convenciones que,

  en un

momento dado, son capaces

 por sí

 solas de proporcionar a su obra una iden tidad como pintura.

Greenberg se acerca a esta posición cuando añade, «Me parece que   Newman,

  RothJco

  y  Still  ha n

hecho  que la autocr í t ica de l a

 p i n t u r a

  m od ernis ta d iese un

  viraje

  hacia  una  nueva dirección, simplemen-

te ,

  c o n t i n u a n d o

 en

  la  ant igua . Ahora

  la

 cues t ión, formulada

 a

  través

  de su

  arte ,

  ya no es,  en qué

  consis-

177

Page 8: Arte y Objetualidad

8/19/2019 Arte y Objetualidad

http://slidepdf.com/reader/full/arte-y-objetualidad 8/24

Scupture»,  «la m irada del no-arte ya no estaba disponible par a la p in tu ra» . En lugar

de

  ello,

  «la

 frontera entre

  el

  arte

 y el

  no-arte

  no

  podía residir

  en lo

 t r idimensional ,

el

  ámbito que correspondía a la escultura y donde  también se enc ontra ban todos los

materiales

  que no

  eran

  arte»

7

,

  Greenberg continúa diciendo:

«Se huye ahora

  de la

 mirada mecánica, porq ue

  no va tan  lejos

  como

  la

 mirada

 del

no-arte,

  la

 cual

  es,

 presumiblemente ,

  una

  mirada  «inerte»

  que  ofrece  al ojo un

  míni -

mo de acontecimientos  «interesantes» -a  diferencia de la mirada mecánica,  que  resul-

ta

  artística

  como

  consecuencia

  de la

  comp aración estoy

  de

  acuerdo

  co n  todo

  esto

cuando pienso en Tinguely)—.  No obstante, no importa

 cuan

 sim ple p ued a llegar a ser

el objeto, permanecen

  la s

 relaciones

 e

  interrelaciones entre

  la

 sup erficie,

  el

 contorno

  y

el

  intervalo espacial.

  Las

 obras minimalistas

  so n

  legibles como arte, como

  lo son

  casi

todas  la s cosas  hoy en día -incluyendo  una  pue r t a ,  una  mesa  o una  hoja  de  papel  en

blanco—

 . . . Podría parecer, sin

 embargo,

 que n o sería conceb ible ni imagin able , en este

momento

un tipo de arte más próximo a la condición de   no-arte»

8

.

El  significado que tiene en este contexto «la condición de no -arte » es lo que he

denominado objetualidad.

  Es como si la objetu alidad, p or sí

 sola, pud iera

 en las

 pre-

sentes circunstancias garantizar la identidad de algo, si no como no-arte, al menos,

como  algo que no es ni pintura ni escultura; o como si una obra de arte —más exac-

tamente, una obra de pintura o escultura modernistas-   no

 fuera,

  en algún aspecto

esencial,  un  objeto.

En  cualquier  caso, hay un

  fuer te

  contraste entre la adopción

  l i teral ista

  de la

objetualidad

  —casi

  com o si se t ra tase prop iame nte de

 arte-

  y el imperativo que se

ha

 autoimpuesto

 la

 pintura modernista

 de

  anular

  o

 suspender

 su

 propia  objetua-

lidad

  a

 través

 del

  médium

  de la figura. De

  hecho, desde

  la

 p erspect iva

  de la

  p in tu-

ra

  modernista reciente, la posición literalista manifiesta una sensibilidad que no

es, simplemente, distinta, sino antitética a la suya: como si, desde tal perspectiva,

las  exigencias del arte y las condiciones de la objetualidad entraran en  conflicto

directo.

Se

  plantea entonces la siguiente cuestión:

  ¿qué

  es lo que sucede con la obje-

tualida d, proyectada e hipostasiad a por los literalistas, que hace que ésta sea, si

bien solamente desde la perspectiva de la pin tura mo dernista reciente, antitética al

arte?

te

 el arte o el arte  de la pintura, en sí mismos, sino en qué consiste irreductiblemente el   buen  arte como

tal.

  O, más

  bien,

  ¿cuál es el

  origen último

  de l

 valor

  o la

 calidad

  en el arte?».

  Pero

  yo  diría  que lo que ha

significado  el modernismo  es que las dos cuestiones

  — ¿ n

  qu é  consiste e l arte de la p in tura? y ¿en qué  con-

siste

  ia  buena pintura?- ya no se pueden separar; la prime ra desaparece, o tiende a desaparecer, cada vez

más,  dentro de la segunda evidentemente, estoy aquí en desacuerdo con la versión del mode rnismo que

se

 presenta

  en la

 introducción

  a  Tres

 pintores americanos [ensayo

  que se

 re impr ime

  en

  este libro]).

Para la

 naturaleza

  de la

  esencia

  y la

 convención

  en las

  artes modernistas

  se

 pueden ver, además,

  mis

ensayos sobre Stella y Olitski citados en la nota 3 anterior, así como Stanley Cavell,

  «Mus i c

Discomposed» y las «Respuestas» a los críticos de dicho ensayo, que   fueron  publicados como parte de un

simposio por la  Universiry  of Pi ttsburgh Press, en un volumen ti tulado  Art Mind  an d

  Religión.

  [Para

dichos ensayos véase Cavell «Music Discomposed» y «A Marter of Meaning It», en

 Must  W e

 Mean

  What

We   S a y > A  Book

  ofEssays Nueva York, 1969,

  pp .

  180-237.-M.F.

1996.]

7

  Greenberg,

 Modemism

  with

 a   Vengeance p.

  252.

8

  Ibid. pp . 253-254.

  8

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La  respuesta  que   quiero proponer  es  ésta:  la   adopción literalista  de la   objetuali-

dad no es otra cosa que un alegato a

 favor

  de un nuevo género de teatro y el teatro

es  ahora   la   negación  de l  arte.

La sensibilidad literalista

  es

 teatral porque para empezar está relacionada

  con

las a ctuales circunstancias en las que el espectador  se  encuentra   con la  o bra literalis-

ta. M orris lo hace explícito. M ientras que en el arte an terior «lo que se consigue con

la  obra

  se

 localiza estrictam ente dentro

  [de

 ella]»

la

 experiencia

 que se

 tiene

 de l arte

literalista   lo es de u n

  objeto

  en una   situación

 — una  situación que prácticam ente

  por

definición incluye

  al   espectador

«La mejor

 de las

 nueva s obras crea relaciones

 fuera  de la

 obra

 y

 hace

 que

  éstas sean

una f unc ión del espacio de la luz y del campo de visión del espectador. El objeto no

es  nada más que una d e las condicione s den tro de la estética más novedosa. E s en cier-

to

 modo

más   reflexiva porque la conciencia de uno mismo existiendo en el mismo

espacio en que se encu entra la obra es más fuer te que en obra s anteriore s con sus múl-

tiples  relaciones internas. Somos  más  conscientes que  antes de que  nosotros mismos

estamos estableciendo relaciones cuando aprehendemos el objeto desde varias posi-

ciones  y  bajo condiciones  de luz y un   contexto espacial cambiantes.»

Morris cree que  esta conciencia   se  intensifica  por «la fuerza  de lo   constante de

la

  figura

  conocida

de la

 Gestalt»

frente  a la que la

  apariencia

 de la

 obra está siendo

com para da desde difere ntes pu nto s de vista. Tam bién está intensificada por las

grandes proporciones de muchas obras

  literalistas:

«L a  conciencia de las proporciones es una

  función

  de la comparación entre dicha

constante el  t amaño  de l propio cuerpo  y el  objeto. El  espacio entre  el  sujeto y el  obje-

to está implicado en sem ejante comp aración.»

Cuanto

  más

  grande

  es el

 objeto mayor

 es la

 necesidad

  que

  tenemos

  de

  poner-

nos a distancia de él:

«Esto

  es

 necesario

un a

  distancia

 m ás

 grande

 de l

 objeto

  en el

 espacio

  con  respec-

to a nuestros cuerpos con el fin de que pueda verse totalmen te para  construir  el

modo públ ico o no personal [que Morris defiende]. No  obstante es precisam ente esta

distancia

  entre  el objeto   y el   objeto  lo que   crea   una   situación   más  amplia porque  la

participación  física  llega  a ser  necesaria.»

La   teatralidad de la idea de Morris del «modo público o no personal» parece

obvia: la m agn itud de la ob ra en con jun ción con su carácter unitario no relacional

distancia

 al espectador -no ya

 física

sino psicológicamente-.  Podríamos decir que es

precisamente

  este distanciamiento  lo que   convierte  al espectador  en un  sujeto y a la

obra  en cuestión... en un obj eto. Pero de ello no se sigue que cuan to m ás grande sea

una

  obra mayor será seguramente

su

  carácter «público»;

 por el

  contrario

«si se

sobrepasa cierto tama ño el objeto puede llegar a ab rum ar y las dimensiones gigan-

tescas convertirse en una  carga». Morris  quiere lograr  la

 presencia

 a través de la obje-

tualid ad lo que requiere una cierta am plitud de proporciones en lugar de hacerlo

179

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8/19/2019 Arte y Objetualidad

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únicamente

  a

 través

 del

 tamaño. Pero también

  es

 consciente

  de que la

 distinción

 es

todo menos rigurosa y rápida:

«Pues

  el

  espacio

  de la

  habitación misma

  es un   factor

  constructivo tanto

  en su

fo rma

 cúbica como  en

  función

  de l tipo  de compresión que habitaciones de diferentes

medidas

 y

 proporciones puedan

  llevar a

 cabo sobre

 lo s

 términos sujeto-objeto.

 Que el

espacio de la

 habitación llegue

 a

 tener tanta

 importancia no

  significa

  que se

 establez-

ca  una

 situación ambiental.

 El

 espacio total queda alterado,

 de un

  modo alentador,

 en

ciertos aspectos deseables,  por la presencia  del objeto.  No  está controlado,  en el sen-

tido

  de

 resultar ordenado

  por un

  agregado

  de

 objetos

 o por

  algún tipo

  de

 configura-

ción

  de l

 espacio

  qu e

  rodee

  al

 espectador.»

El  objeto,  no el espectador, debe continuar siendo  el centro  o foco de la situa-

ción,

  si

 bien

  la

  situación misma

 pertenece

 al

 espectador

  — s

  su

 situación— .

  O

como

Morris ha señalado, «deseo subrayar que las cosas están  en el  espacio consigo mis-

mas

más

 que... [que]

 uno

 esté

 en el

 espacio rodeado

  de  cosas». Una vez

 más,

 no hay

ninguna distinción clara

 o

 rigurosa entre

 los dos

 estados

 de

 cosas:

 uno

  siempre está,

después de  todo rodeado de  cosas. Pero  las cosas que son  obras  de  arte  literalistas

deben  enfrentarse de  algún  modo al  espectador  —podríamos  decir  que no  deben

situarse precisamente,  en su  espacio, sino  en su  camino .  Nada  de  esto,  a fi rma

Morris,

«indica  una

  pérdida

  de

  interés hacia

  el

  objeto

  en sí

  mismo. Pero

  de lo que se

 trata

ahora

  es de

  lograr

  un

  mayor control de...

  la

 situación

  en su

  totalidad.

  E l

 control

  es

necesario

  si  tienen  que  entrar  en  funcionamiento  las variables  de l  objeto,  la  luz,  el

espacio

  y el  cuerpo.  No es que el  objeto haya llegado  a  tener menos importancia.

Simplemente

  es que ha

 llegado

  a

 tener

  un a

  menor importancia para

  sí

 mismo».

Merece

  la

 pena,

  en mi

 opinión, señalar

  que «la

 situación

  en su

 totalidad» signi-

fica

  exactamente esto:

  todo

 — incluyendo

al

 parecer,

  el   cuerpo   de l

  espectador—.

  No

hay nada dentro de su campo de visión -nada de lo que tome nota de alguna  forma—

qu e  ponga  de manifiesto su irrelevancia para  la situación  y por  tanto, para  la expe-

riencia

  en  cuestión.  Por el  contrario, para  que  algo  se a percibido  en su  totalidad,

tiene  que ser percibido como parte  de esa situación.

 Todo

  cuenta  —no  como parte

del objeto, sino como parte de la situación  en la que su objetualidad queda estable-

cida y de la que dicha objetualidad depende,  al menos parcialmente.

Además,

  la

 presencia

 del

 arte literalista,

 qu e

  Greenberg

 fue el

 primero

  en

 anali-

zar

es

básicamente,

  un

  efecto

  o

  cualidad teatral  —una especie

  de

  presencia

  en

  esce-

na .

 No es ya una

 función

 de la

 importunidad

  e

 incluso

 de la

 agresividad

 que

  tiene

frecuentemente  la obra literalista, sino  de la  especial complicidad  que  dicha obra

arranca del

  espectador.

 Se dice  que  algo tiene presencia cuando exige al  espectador

que lo  tenga  en  cuenta,  que lo

  tome

 en  serio  — y cuando  el cumplimiento de  dicha

exigencia consiste, simplemente,  en  tener conciencia  de la  obra  y por así  decirlo,

actuar  en consecuencia-  ciertas formas de seriedad están vedadas  al espectador  por

180

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la propia

 obra,

 es

 decir,

 por las que

 establecieron

 las

 pinturas

 y

  esculturas

  más

  her-

mosas

 del

  pasado reciente; pero,

 por

  supuesto, éstas

 son  formas  de

 seriedad

 con las

que la  mayor parte de la gente apenas  se sentía  a gusto  o  encontraba todavía tolera-

bles). Una vez más, la experiencia de estar distanciado de la obra en cuestión parece

crucial: e l espectador  es consciente de que guarda  un a  relación indeterminada, abier-

ta

  — y

  no

  rigurosa—

  como

  sujeto

  con el

  impasible objeto

  que

  está

  en la

  pared

  o en el

suelo. En  realidad,  en mi

 opinión,

 estar distanciado  de tales objetos no es algo com-

pletamente diferente de  sentirse distanciado,  o  lleno,  por la  presencia silenciosa  de

otra

 persona la

 experiencia

 de

  tropezar inesperadamente

 con

 ob jeto s literalistas -por

ejemplo,

  en algunas habitaciones

  oscurecidas—

  puede ser algo fuertemente, aunque

momentáneamente—  inquietante

 en

 este sentido.

Hay tres razones principales por las cuales esto es así. En primer lugar, el tama-

ño de

  muchas obras literalistas, como

  se

  deriva

  de los

  comentarios

  de

  Morris,

  se

compara, de una  forma bastante estrecha, con el del  cuerpo humano. Resultan alta-

mente sugerentes,

  en

  este contexto,

  las

 respuestas

  que

  diera Tony

  Smith  a las

  pre-

guntas sobre su cubo de seis pies,  ie

  1962;

 fig.  63):

Pregunta: ¿Por qué no lo hizo más grande, de tal

 modo

 que pudiera destacar por

encima

 del

 espectador?

Respuesta:

 No

  estaba haciendo

  un

  monumento .

Pregunta: Entonces,

  ¿por

  qué no lo hizo más pequeño,  para que el espectador

pudiera verlo desde  arriba?

Respuesta:

 No

  estaba haciendo

  un  objeto9.

Un

 modo

 de describir  lo que Smith

  estaba

 haciendo

 podría

 ser algo así

 como

 el

sustituto

  de una

  persona

  —esto

  es, una

  especie

  de

  estatua— .

  Esta lectura encu entra

apoyo en el pie de una

  fotografía

  de otra de las obras de Smith,  La   caja  negra  1963-

1965;

  fig.  64), publicada

 en el

 número

 de

 diciembre

 de 1967 de Artforum en la que

Samuel W agstaflfhijo,

  pres um iblem ente con la aprobación del artista, comentó que,

«uno  puede ver dos piezas de dos por cuatro  bajo  la obra que impiden que ésta

parezca una

  arquitectura

  o un

  m onumento,

  y

 realza

 su

 condición

  de

 escultura».

 Las

dos

 piezas

 de dos por

 cuatro  son,

  en

  efecto,

  un

 pedestal rudimentario

 y

  refuerzan,

por  tanto,  la  cualidad  que  tiene  la  obra como algo

  semejante

  a una  estatua.)  En

segundo lugar,

  las

 entidades

  o

  seres encontrados

  en la

 experiencia cotidiana

  en

  tér-

minos que se aproximan  más estrechamente  a los ideales literalistas de lo no  relacio-

nal,  lo unitario y lo holístico,  son  otras  personas.  De  modo  similar, la predilección

literalista

  por la

 simetría

 y , en

  general,

  por un

  tipo

  de orden  que «es

 simplem ente

  el

orden... de una  cosa tras  otra», no  está enraizada, como Judd parece creer, en  nue-

vo s principios filosóficos y científicos, con  independencia  de

 cómo

 los  conciba, sino

en la  naturaleza. Y, en tercer lugar, el aparente carácter hueco de la mayor parte de

la  obra literalista  — l cualidad  de  tener  un

  interior—

  es  algo, casi descaradamente,

antropomórfico.  Es,

 como

 han

 admitido

 numerosos comentaristas, como si la obra

en cuestión tuviera una vida interior, incluso secreta  — un

  efecto

  que se hace quizá

más

  explícito

 en

 Sin  tí tulo

 de

 M orris  1965;

 fig.

 60),

 una

 especie

 de

 gran anillo divi-

dido

 en dos

  mitades,

 con una luz fluorescente en su

  interior

 que

  ilumina

  el

  reduci-

 

Citado  por  Morris como  epígrafe  para sus «Notes on  Sculpture, Parte 2».

181

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do

 espacio

 que hay

 entre ambas. Tony

  Smith ha

 dicho,

  en la

 misma línea,

 que

 «estoy

interesado en la inescrutabilidad y carácter misterioso de las

 cosas»

10

.

 Tam bién se le

han atribuido las siguientes declaraciones:

«He

  llegado a tener un interés, cada vez mayor, por las estructuras neumáticas.

En éstas, todo  el material está en tensión. Pero es la naturaleza de la forma lo que me

llama

 la

 atención.

  Las

 formas biom órficas

  qu e

  resultan

 de la

 construcción tienen, para

mí, las características propias de un sueño, al menos, de lo que se dice que es, clara-

mente, un típico sueño

 americano» .

El  interés de Smith por las estructu ras neumáticas puede parecer so rprende nte,

pero es coherente, ta nto con su propia obra,  como  con la sensibilidad

  literalista

  en

general.

 Las

  estructuras neumáticas pueden

  ser

  descritas como huecas

 de

 verdad

  -el

hecho de que no sean  «masas sólidas, duras» (Morris) y de que respondan a una exi-

gencia,

  en

  lugar

  de

  darse

  por  supuestas— .  Y que las  formas  que

  resultan sean

  «bio-

mórficas»

  revela, en mi opinión, algo sobre el significado del carácter hueco del arte

literalista.

Sugiero,

  por tanto, que en el corazón de la teoría y la práctica literalistas pode-

mos

 encontrar

  una

 especie

 de

  naturalismo escondido

  o

  latente,

  un

  auténtico antro-

pomorfismo.

  Lo

  mismo sucede, prácticamente,

  con el

 concepto

  de

 presencia,

 lo que

difícilmente  se

  puede poner

  de

  manifiesto

  de una

  forma

  tan

  clara

 como  en la  afir-

mación

  de Tony

 Smith,

  «no las

 concebía [esto

  es, las

 esculturas

 que

  hacía

  siempre ]

como esculturas, sino

 como  una

  especie

  de

 presencias».

 L a

 latencia

  o

  carácter ocul-

to del

  antropomorfismo

  ha

  sido

  tal que los

  propios literalistas, como hemos visto,

han

  tenido

  la

 libertad

  de

 calificar

 el

 arte modernista

  al que

  ellos

  se  oponen por

  ejem-

plo,  l s esculturas de  David Smith y de Anthony Caro, como  antropomórfico  —una

caracterización cuyos dientes, para empezar, imaginarios, acaban de ser extraídos—.

No obstante, por la mism a razón, lo imp ortante no es que la obra literalista sea una

obra antropomórfica, sino que su significado e, igualmente, el carácter

 oculto

 de su

antropomorfismo, sean incurablemente teatrales (no todas las formas de arte litera-

lista  ocultan

  o

  enmascaran

  su

  antropomorfismo;

  la

  obra

  de figuras

  menores como

Michael Steiner lleva el antropomorfismo a flor de piel).  La distinción crucial que

propongo es la de la

  obra

  que es

fundamentalmente

teatral y la   obra  que no lo es. Es la

teatralidad la que, con indepe nden cia de las diferencias que haya entre ellas, une a

artistas

  como Ronald Bladen

  y

  Robert Grosvenor

12

, artistas

 que han

 conseguido

  que

  '

 Todas las afirmaciones de Tony Smith , a excepción del intercamb io de p reguntas y respuestas cita-

do por

  Morris ,

  han

  sido tomadas

  de

  Samuel

  Wagstaff

  hijo,

  «Talking

  to

  Tony

  Smith» ,

  Artforum

5

(diciembre

  de  1966), pp.

  14-19,

 y

  reimpresas (con ciertas omisiones)

  en

  Battcock (ed.),

  inimal

  Art

pp.

 381-386.

 

Estas afirmacion es aparecen  en la entrevista de Wagstaff,  en Artforum  (p .  17), aunque  no lo hacen

en

  la

  nueva publicación

  de

  dicha entrevista

 en

  inimal

 Art.—

  M .F., 1966.

 

En el  catálogo  de la  exposición

  Primary Structures

  celebrada  la  primavera pasada  en el Jewish

Museum, Bladen escribió,

  «¿Cómo

 se puede convertir lo

  intetior

  en  exterior?»,  y Grosvenor, «no quiero

182

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8/19/2019 Arte y Objetualidad

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«las proporciones gigantescas [se conviertan] en una carga» Morris), con otros más

comedidos como

  Judd,

  Morris,  Cari

 Andre, John

  McCracken,

  Sol Le

 Witt

  -y, a

pesar

 del

 tamaño

 de

 alguna

 de sus

 obras- Tony Smith13.

 Y es en

 aras

 del

 teatro, aun-

que

 no

  explícitamente

 en su

 nombre,

 por lo que la

 ideología literalista rechaza

 tanto

la

 pintura modernista como, al menos en la obra de sus representantes recientes más

destacados, la escultura modernista.

La

 descripción que hace Tony Smith de un paseo nocturno en coche por la auto-

pista en construcción de Nueva Jersey es, a este respecto, una referencia inevitable:

«M e   encontraba dando c lases   en la  Cooper

  Union,

  en el  primero   o  segundo año

de la  década   de los   c incuenta, cuando alguien  me   explicó cómo podía llegar   a la

 auto-

pista

  en

  construcción

  de

  Nueva Je rsey .

 M e

  llevé

  a

  tres estudiantes

  y

  conduje

  desde

algún lugar

 de las

 Praderas hasta

 N ew

  Brunswick.

 Era una

  noche oscura

 y no

  había

  ni

luces, ni señales reflecta ntes, ni líneas , ni vallas, ni ningun a otra cosa que no   fuera   e l

negro pavimento discurriendo

 a lo

  largo

  de un   paisaje   de

  l lanuras,

 bordeado a lo

 lejos

por   colinas, pero salpicado   por   chimeneas, torres , humos   y  luces  de   colores. Este   viaje

fue  una experiencia reveladora. La carretera y gran parte del

 paisaje

  eran a rtificiales y,

aun

 así,

 no   podía decirse   que se  t ra tase   de una   obra   de   arte.   Por   otra parte, consiguió

que se  produje se a lgo   en mí que el  arte   no   había logrado nunca.  A l  principio,   no   supe

lo   que  era, pero tuvo como consecuencia   que me   desprendiese   de   muchas opiniones

que

  había mantenido acerca

  del

  a rte . Parecía como

  s i   allí

  hubiera existido

  una

  reali-

dad que no   hubie se tenido ning una expresión dentro   de l  a rte .

La

  experiencia

 de la

  carretera

  era

  algo planeado, pero

  no

  socialmente reconocido.

Pensaba, para

  m is

  adentros,

  que

  parecía claro

 que

  éste

  era el fin del

  arte. Después

  de

todo,  la

 mayoría

  de las

 p in tura s parecían pictóricamente hermosas.

  No hay

  f o rma

  de

poderla enmarcar, únicamente t ienes   que   experimentarla .   M ás   tarde, descubrí   en

Europa algunas pistas

 d e

  aterrizaje

  abandonadas

 -obras

 abandonadas ,

  paisajes

  surrea-

listas,

  algo

 que no

  tenía ningún  uso, n in g u n a

  función,

  mundos creados

  s in  tradición-.

Comencé  a a preciar los  paisajes   artificiales   s in precedentes culturales . Hay un campo

de   instrucción   en   Nu re mb e rg   ta n   grande como para acoger   a dos   mil lones   de  hom-

bres. Todo

 e l

 campo está rodeado

  por

  a l tos muros

 y

 torres .

 E l

 acceso

 de

  hormigón está

formado   por   escalones   de   tres   por   sesenta pulgadas,   uno   sobre otro, extendiéndose   a

lo   largo de, aproximadamente , una   milla.»

Lo que

 parece haber sido revelado

 a

 Smith

 esa

 noche

 fue la

 naturaleza pictórica

de

 la pintura

 -incluso,

 se podría decir, la naturaleza convencional del

 arte-.

 Y Smith

no parece haber interpretado  esto

 como

 algo que ponía al descubierto la esencia del

arte,

  sino como algo que anunciaba su fin. En comparación con la autopista sin

señalizar,

 sin alumbrado,

 casi

 sin estructurar -de una forma más precisa, con la auto-

pista experimentada desde dentro

  del

  coche, viajando sobre

  ella—,  el

 arte parece

haber impresionado a Smith, como si se tratase de algo que era casi absurdamente

que mi obra se conciba  como  una escultura de grandes

 proporc iones ,

  hay ideas que actúan en el espa-

cio que hay

  entre

  e l

  suelo

  y e l

  techo». Resu lta obvia

  la

 pe r t inencia

  de

  estas afirmaciones

 a l

  respecto

  de lo

presentado como evidencia

 a

  favor

  de la

  teatralidad

  de la

  teoría

  y la

  práctica

  l iteralistas

  (catálogo

  de la

exposición   Primary Structures:  Younger  American and British  Sculptors celebrada en el jewish Museum  de

Nueva York, del 27 de abril a l 12 de junio de

 1966,

  s in número de páginas).

 

Es

  t ambién

  la

 teatralidad

  lo que

  vincula entre

  s í a

 todos  estos artistas

  co n

  otras

  f iguras tan

  dispares

como

 Kaprow,

  Cornell , Rauschenberg, Oldenburg, Flavin, Smithson,

  Kienholz,

  Segal, Samaras, Christo,

Kusama... La lista podría continuar indefinidamente.

183

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8/19/2019 Arte y Objetualidad

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pequeño «Todo

 el

 arte

 de hoy en día es un

  arte

 de

 sellos

 de

 correos»,

 ha dicho),

  limi-

tado, convencional. Parece haber llegado

  a

  sentir

  que no

  había forma alguna

  de

«enmarcar»  su

 experiencia

  de la

  carretera, ninguna forma

 de

  entender

  su

  sentido

  en

términos  de  arte,  de  convertirla  en  arte,  al menos,  ta l

  y

  como  era el  arte  en  aquel

entonces. Más bien, «tenías que experimentarlo»

  — t a l

  y como sucede, tal y como es,

sin  más—  la

 experiencia,

  por sí sola, es lo que

  importa).

 No hay

 ningún

 indicio de

que  esto sea,  de  algún  modo,  problemático.  Smith  pensaba claramente  que  esta

experiencia era totalmente asequible para cualquiera, no sólo en principio, sino de

hecho, y no se planteaba la cuestión de si la había  tenido o no  realmente. Esta refe-

rencia

 a

 Sm ith

  se

 puede con templar

  en el

 marco

 de sus

 elogios

 a Le

  Corbusier, como

un  autor  «más  asequible» q ue  Miguel Ángel:  «La experiencia directa y primitiva  del

Edificio del Tribunal Supremo en Chandigarth  es semejante a la de la contempla-

ción de los pueblos del sudoeste

  bajo

  un fantástico y pronunciado acantilado. Esto

es

 algo  que

  todo

  el

 mundo

  puede entender». N o  creo  que sea necesario añadir  que

el

 carácter asequible del arte mod ernista no es de este tipo, ni tampoco que la correc-

ción o pertinencia de las convicciones de cada cual sobre obras modernistas especí-

ficas, convicciones que  tienen su principio y su fin en la experiencia  que  tenga

  cada

uno de la

 obra

  en sí

 misma,

  es

 siempre

  una

  cuestión

  que

  plantea dudas.

Pero, ¿qué tipo  de  experiencia fue la que  tuvo Smith  en la autopista? O ,  fo rmu-

lando  la misma pregunta de otro

  modo,

  si la autopista, las pistas de aterrizaje y los

campos de instrucción no son obras de arte, ¿qué

 son?

 ¿Qué pued en ser, realmente,

sino

  situaciones

 vacías  o  «abandonadas»? Y, ¿no fue  acaso  la  experiencia  de  Smi th ,

una

  experiencia

  de lo que he

  denominado  teatro

Es

 como

  si la

 autopista,

  las

 pistas

de

  aterrizaje

  y el campo de instru cción tan sólo revelasen la naturaleza teatral del arte

literalista  prescindiendo

 del

 objeto,  esto

 es, prescindiendo del

 arte

 mismo

 — como

 si

el

  objeto sólo

  fuera

  necesario dentro

  de un  recinto1*  o, tal

  vez,

 en

  algunas circuns-

tancias

  menos extremas

  que  éstas)-.  En

  cada

  uno de los

  casos anteriores,

  el

 objeto

es ,

  por así decirlo,

  reemplazado

  por algo: por ejemplo, en la autopista, por el  flujo

constante

  de la

 carretera,

  la

  sucesión simultánea

  de

  nuevos tramos

  de

  oscuro pavi-

mento iluminados

  por los

  potentes faros,

  por la

  idea

  de la

  autopista misma como

algo enorme, perdido, abandonado,

  que

  existía

 ta n

  sólo para Smith

  y

 para aquellos

que le acompañaban en el

 coche...

  Este último punto es importante. Por una parte,

la

  autopista,

  las pistas de

  aterrizaje

  y los

 campos

  de instrucción no pertenecen a

nadie;

  por

  otra,

  la

  situación creada

  por la

  presencia

 de

  Smith

  es, en

  cada caso, sen-

tida

  por él

 como

  suya.

 Además,

  en

  cada

  uno de

  estos casos,

 su

  esencia

 es la

 posibili-

dad de que se

 desarrollen

 de modo

  indefinido.

  Lo que

  reemplaza

 al

 objeto

  -lo que

desempeña

  el

 mismo trabajo

 de

 distanciar

  o

 aislar

 al

 espectador,

 de

 con vertirlo

 en u n

sujeto,

  de que el objeto se encuentre dentro de un recinto

 cerrado-

 es, sobre

 todo,

la

  in finitu d o a usencia de obje to del acceso, del flujo o la perspectiva. Es su carácter

explícito,

  es

 decir,

  la

  total persistencia

  con la que se

 presenta

  la

 pro pia experiencia

como

 si se

 dirigiese

  a él

 desde

 fuera

  en la

 autopista, desde

 fuera

 del

 coche),

 lo

  que,

simultáneamente ,  le

  convierte

  en un  sujeto

  — lo

  que lo

  hace  sujeto—

  y

  hace

  que la

  4  La  idea  de la existencia de un  recinto e s  i m p o r t a n t e , f u n d a m e n t a l m e n t e de un  modo clandes t ino,

pata

  el

  arte

 y la

 teoría  literalistas.

  En

  realidad, esta palabra puede

  se r

 sus t i tu ida,

 a

  menudo

  y en

  ú l t imo

término,  por la palabra

  «espacio»:

 se dice que  algo está en mi  espacio,  en el caso de que esté conmigo en

el  mismo recinto  y si está  en él, de tal  manera  qu e  difíci lmente  puedo obviar  su  presencia).

184

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experiencia misma sea semejante a la de un objeto o, más  bien de la

  objetualidad.

No

  resulta raro

  que las

 especulaciones

  de

  Morris sobre

 cómo

  poner

  una

  obra litera-

lista

  al aire  libre sigan siendo, extrañamente, poco  convincentes:

«¿Por  qué no ponemos la obra al aire libre y cambiamos, posteriormente, las con-

diciones?

  Hay una necesidad real de permitir que este nuevo paso se lleve a la prácti-

ca. Las salas  de escultura arquitectón icam ente diseñadas no son la  respuesta,  ni lo es

tampoco

  la

 colocación

  de la

 obra

 en el  exterior de  formas

  arquitectónicas cúbicas.

  De

ma nera ideal, es el espacio, prescindien do de la arquitectura como fondo y

  referencia,

lo que

 proporcionaría esas condiciones  diferentes.»

A

  menos

  que las

 obras sean colocadas

  en un

  contexto totalmente natural, algo

que Morris

  no

  parece preconizar, deberá construirse algún  tipo

  de

  escenario  artifi-

cial, aunque  éste  no sea com pletam ente arquitectónico. Lo que los comen tarios de

Smith parecen sugerir es, que cuanto más impresionante sea el escenario construido

— l o

  que

  equivale

  a

  decir, impresionante

  como

  teatro-

más

  superfluas

  se

 vuelven

  las

obras.

El  relato que hiciera Smith de su ex periencia en la autopista sirve de testimon io

de la profunda hostilidad del teatro hacia las artes y revela, precisamente, debido a

la

  ausencia del objeto y de lo que ocupa su lugar, lo que podría denominarse la tea-

tralidad de la objetualidad. No obstante, por la misma razón, el imperativo de que

la

 pintura mod ernista anu le o suspenda su objetualidad es, en el fondo, el imperati-

vo de que  ésta  anule

  o

  suspenda

  el

  teatro.  Y  esto significa  que hay una  guerra cons-

tante entre el teatro y la pintura modernista, entre lo teatral  y  lo pictórico  — u na  gue-

rra  que, a pesar del rechazo explícito por parte de los literalistas de la pintura y la

escultura mod ernistas, no es básicamente una cuestión de program a e ideología, sino

de

 ex periencia, convicción,  sensibilidad-.  Fue

 una

  experiencia particular,

  por

  ejem-

plo,

 la que

  engendró

  en

 Smith

  el

 convencimiento

  de que la

 pintura  — y

 las

 artes como

tales—   habían llegado  a su fin.)

La rigidez y la aparente imposibilidad de llegar a un acuerdo propias de  este con-

flicto son

  algo nuevo. Señalé,

 al

 principio,

  que la

 objetualidad

  ha

  llegado

  a

  convertir-

se  en un problema para la pintura modernista tan sólo con el paso de los años. Esto

no equivale a decir, sin embargo, que antes de llegar a la situación actual, las pintu-

ras o las

 esculturas fueran  simplemente

  objetos.

  Pienso

 qu e

  estaría

 m ás

  cerca

 de la

 ver-

dad decir que éstas,  simp lemente no

  existían15 .

  El riesgo, e incluso la posibilidad, de

concebir

  las

 obras

 de

  arte

 como si no

  fueran

  más que

  objetos,

  no

  existe.

 E l hecho de

que

  ta l  posibilidad comenzase  a presentarse alrededor  de  1960  fue, e n  gran medida,

el

 resultado de los desarrollos que se prod ujeron dentro de la pin tura m odernista. Más

o menos, cuanto  más asimilables a objetos han  llegado  a parecer ciertas pintu ras avan-

zadas,  en  mayor  medida  se ha podido  entender toda  la historia  de la  pintura desde

  5 Al  discutir esta cuestión  co n  Stanley Cavell  me

  dijo

  que en una  ocasión,  en un  seminario,

  af irmó

que, para

 Kant, en la  Crítica

  del Juicio

una

  obra

  de

 arte

  no era un

  objeto.— M.F.,  1966.

185

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8/19/2019 Arte y Objetualidad

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Manet  — d e

  f o r m a

  engañosa,   creo—,   c o m o   si   c onsistiera   en la   progresiva (aunque,   en

el

  fondo, inadecuada) revelación de su

  obje tua l idad   esencial 16 ,

 y m ás imperiosa ha lle-

gado   a ser  para   la   pintura modernista   la  nec esidad   de   ha cer explícita   su   esencia con-

vencional

  — específicam ente,   su

  esencia

  pictórica— ,

  anulando

  o

  suspendiendo

  su

  pro-

pia

  objetualidad

  a

  través

  del

  médium

  de la figura.

  Esta

  concepción  de la

  pintura

modernista

 como si

 tendiese

  a la

 objetualidad está im plícita

  en la

 a f irma c ión

 de

  Judd,

«Las  obras nuevas [esto   es ,   literalistas]  se  parecen   a la   escultura   más que a la  p in tu ra ,

pero están

  m ás

  p róximas

  a la

  p intura»;

 y

  esta

  es la

  concepción

  en la que se

 basa,

  en

general,  la   sensibilidad

  l iteralista.

  L a   sensibilidad   literalista   es, por   tanto,   una   res-

puesta a los  mismos  desarrollos   que han obligado  enormemente   a la pintura moder-

nista

  a

 perder

  su

 o bjetualidad

  -d e   f o r m a   m ás

 precisa,

  lo s

  mismos desarrollos

  vistos de

manera  diferente es

 decir,

  en

  términos teatrales,

 por una

  sensibilidad

  que  ya   es

 teatral,

que ya  está (por decir   lo  peor) corrom pida   o   pervertida   por el  teatro.   De

 modo

 s imi-

lar,

  lo que ha

  obligado

  a la

  p intura modernista

  a

  anular

  o

  suspender

  su

  p ropia   obje-

tualidad,

 no son precisamente sus desarrollos  internos,  sino la m isma general, envol-

vente

  y

  contagiosa teatralidad

  que

  co r rompiera

  la

  sensibilidad literalista

  en

  p r imer

lugar y   que, debido   a l  interés   de los  desarrollos  en   cuest ión   — y  la  p intur a m odernista ,

en  general-, no se ven

  nada

  m ás que

  c o m o

  una

  débil

 y

 mitigada

  f o r m a

  de

  teatro.

  Era

necesario

  ro m per los dedos de ese interés que c onvertía la objetualidad en un proble-

ma

  para

 la pintura modernista.

L a   objetual idad se ha co nvert ido también en un problem a para la escu ltura

modernista. Esto

  es

 verdad,

  a

  pesar

  de l

  hecho

  de que la

  escultura ,

  al ser

  t r id imen-

sional,

  se

  asemeja

  tanto

  a los

  objetos cot idianos como

  a la

  obra literalista

  de una

f o r m a   que la

 p in tu ra

  no

 hace.

 Casi

  diez años antes, Clement Green berg resum ió

 c o n

la s

  siguientes

  palabras lo

  que,

  a su entender, era la

  aparición

  de un nuevo

 «estilo»

escultórico, cuyo maestro era, indudablemente, David Smith:

« D a r

  una sustancia completamente ópt ica y una forma bien pictórica, escultóri-

ca o arquitectónica, como parte integrante del espacio ambiente  — esto  hace que el

antiilusionismo

  vuelva  al punto de  partida— . En  lugar  de la  ilusión  de las  cosas   nos

encon t ramos ahora   con la   i lusión   de las  moda lidades:   a   saber, d icha m ateria   es   in cor-

pórea, ingrávida y existe sólo ópt ica m ente com o un

  espejismo»

7

.

Desde 1960,

  el

  escultor inglés Anth ony

  Caro,

  cuya obra

  se   resiste   de un

  modo

m ás

  específico que la de David Smith a ser concebida en términos de objetualidad,

ha llevado esta tendencia a una sucesión de mo m entos c ulm inantes (véanse las figu-

ra s 32-55,

 p.

 XIII

 y

 XIV .

 Quiero

 decir

 que una

  escultura típica

 de

 Caro c onsiste

 en

la  mutua y desnuda yuxtaposición  de las vigas  en I, vigas  de todo

 tipo,

  cilindros, tro-

  6

 U na   manera   de  desc r ibir esta interpr etac ión podría ser , decir   qu e   ésta extrae algo   así  c o m o   un a

  falsa

inferencia   a partir del hecho de que el reco noc im iento, cada vez m ás explícito, de las carac terísticas lite-

rales del

  soporte,

  ha s ido central para e l desarrol lo de la pintura modernista: a saber, que la l i teral idad

c o m o

  tal es un

  valor artístico

  de

  suprema impor tanc ia .

  En «La f igura

 c o m o

  fo rma»

  defendí

 que

  esta

  infe-

rencia   es  c iega ante c ier tas considera cio nes vi tales,   y que la   l i teralidad

  — d e

  f o r m a   m ás   precisa,   la  l i terali-

dad del  soporte— ,   es un valor sólo dentro de la pintura  modetnista,  y , por tanto, tan sólo como conse-

cuencia de que la  historia  de  dicha empresa haya hecho  que lo  sea.

 

Clement

  Greenberg, «The

  New

  Sculpture»,

  en

  rt and  Culture: Critical   Essays Boston, 1961,

p.

  144.

186

Page 17: Arte y Objetualidad

8/19/2019 Arte y Objetualidad

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zos de tubería, hojas de metal y

 rejas

 de las que consta, más que del  objeto  compuesto

que  conforman.  La inflexión mutua de un elemento por

 otro,

 más que la identidad

de

  cada

  uno de

  ellos,

  es lo que

  resulta crucial  — aunque,

  por  supuesto,  el

 hecho

  de

alterar  la  identidad  de  cualquier elemento sería, al  menos, algo  tan drástico como

alterar  su  colocación  la identidad  de  cualquier elemento tiene  la misma

  importan-

cia

 que  tiene el hecho  de que sea un  brazo, o este brazo, que  hace  un gesto particu-

lar,

 o el

 hecho

 de que sea

 esta palabra

 o

 esta nota

 y no

 otra

 la que

 aparece

 en un  lujpr

particular  de una  frase  o una  melodía). Unos elementos individuales confieren sig-

nificado  a otros, precisamente,  en  virtud de su yuxtaposición:  de  acuerdo  con  este

sentido,

 un

 sentido inevitablemente unido

 a la

 idea

 de

 significado, todo

 lo que

 mere-

ce   la pena contemplar  del  arte de  Caro  se encuentra  en su  sintaxis.  El

 hecho

  de que

Caro se concentre en la sintaxis significa, en opinión de Greenberg, «un énfasis en

la abstracción,  en la  diferencia radical  con  respecto  a la naturaleza».  Y

 Greenberg

continúa af irmando  que  «ningún otro escultor  ha ido tan  lejos  a par t ir  de la  lógica

estruc tural de las cosas co tidianas  ponderables»18. No o bstan te, merece la pena subra-

yar que esta es una función de algo más que de las pequeñas dimensiones, del carác-

ter

  abierto,  de ser una  suma  de partes,  de la ausencia  de  perfiles cerrados  y de  cen-

tros

 de

  interés,

 de la

  falta

  de

  nitidez, etcétera,

  de las

 esculturas

  de Caro.  No

  vencen

o alivian la objetualidad imitando exactamente los gestos, sino, más bien, la

  e ficacia

del

 gesto;

  al

  igual

 que

  ciertas formas

 d e

 música

 y de

  poesía, poseen

  un

  conocimien-

to del

  cuerpo humano

  y de

  cómo éste tiene

 una

  significación

 de

  innumerables for-

mas y modos.  Es como  si las esculturas de

 Caro

  esencializaran el carácter significa-

tivo   como

  ta l

 -como  si la posibilidad de dar un significado a lo que decimos y

hacemos, fuera lo

 único

 que hiciera posible la escultura. Es imprescindible añadir que

todo  esto hace del arte de Caro una fuente de la sensibilidad antiteatral y antilitera-

lista.

Hay

 otro  aspecto

  más

  general

 por el que la

 objetualidad

  se ha

 convertido

  en un

problema para

  la

  escultura modernista reciente

  más

 ambiciosa,

 y que

  tiene

  que ver

con el

 color.

  Es

 este

 un

  asunto

  difícil  e

 importante

  y no

 aspiro aquí

 m ás que a

 rozar-

lo. No

  obstante, podemos decir, brevemente,

  que el

 color

  no ha

  llegado

  a ser

  pro-

blem ático para la esc ultur a m od ernis ta en el sentido de que se le haya aplicado, sino

debido a que el color de una escultura dada, el que se le ha aplicado, o bien, el pro-

pio de su  material  en  estado natural,  es  idéntico  a su s uperficie. Y, en la medida  en

que

 todos

 los objetos tienen una

  superficie,

  ser consciente de la

 superficie

  de la escul-

tura implica

 serlo también  de su objetualidad -por ello amen azan  con limitar o miti-

gar el

 so cavamiento

  de la

 objetualidad logrado

  por

  medio

  de la

 opticalidad

 y, en las

obras de

 Caro,

  también por medio de su  sintaxis—. Creo que la escultura reciente de

  La

 afirmación

 de que

  «todo

  lo que

  merece

  la

  pena contemplar

 de l

  arte

 de

  Caro  —excepto

  el  color—

se

 encuentra

 en su

  sintaxis»  aparece

 en la

 introducción

  qu e

  hice para

 la

 exposición

 de la Whitechapel  Art

Gallery reimpresa e n  este libro como «Anthony Caro»). Se cita con la autorización de  Greenberg, quien

hizo a continuación las afirmacion es  citadas más arriba, en «Anthony Caro»,  rts  Yearbook n.° 8

  1965),

reimpreso como «Contem porary Sculpture: An thony

  Caro»,

  en  Modemism  with  a

  Vengeance

pp. 205-

208. E l prim er paso que  Caro diera en esta dirección, la eliminación del pedestal, parece haber sido mo ti-

vado, viéndolo

  en  forma

  retrospectiva,

  por el

  deseo

  de

  presentar

  su

  obra

  si n

  ayudas artificiales, tanto

como por la necesidad de socavar su objetualid ad. Su obra ha revelado hasta qué pu nto el hecho de colo-

ca r

  simplemente algo sobre

 u n

  pedestal ratifica

  su

  objetualidad,

  si

 bien

  el

 hecho

  de

  eliminar simplemen-

te el pedestal  no es algo  qu e  socave  en sí mi smo  su  objetualidad, como  lo demuestra  la obra literalista.

187

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8/19/2019 Arte y Objetualidad

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Jules Olitski,  Bunga 45  1967;  fig. 21) debería ser interpretada en relación con  todo

esto.  Bunga 45  consta, aproximadamente, de quince a veinte tubos de metal, de diez

pies de

 largo

 y de

 varios diámetros, situados

 e n

 posición vertical,

 fijados

 entre

 sí, y

 sobre

los

 que se ha pulverizado pintu ra de diferentes colores; el tono dom inante va del ama-

rillo

 al amarillo anaranjado, pero las partes su perior y

 «posterior»

 de la obra están baña-

das en rosa oscuro, y una mirada aten ta a la mism a revela la presencia de salpicaduras,

e

  incluso de finos hilillos de verde y también de rojo. Se han pintado una banda  roja

bastante ancha alrededor

  de la

  parte superior

  de la

  obra,

  al

  mismo tiempo

  que una

band a much o más delgada pintada con dos azules diferentes un o en la parte

  «anterior»

y

 otro en la

 « posterior»),

 limita la parte

 inferior.

  Obviamente,  Bunga

 45

guarda una  ínti-

ma  relación  con las pinturas de  Olitski realizadas con  spray,  especialmente,  las del año

pasado, aproximadam ente, y en las que ha trab ajado con pin tu ra y pincel en o cerca de

los límites del soporte. Al mismo tiempo, esto equivale a algo más que a un sim-

ple intento de transformar  o  «traducir» sus pinturas en esculturas, a saber, a un intento

de

  convertir

  la

 supe rficie

 — l a

 superficie,

 por así

 decirlo,

  de la pintura

como  médium

 de

la

  escultura. El uso de tubos, cada uno de los cuales uno puede ver, increíblemente,

como si

 fueran

 planos — esto es , planos, pero  enrollados- convierte  la supe rficie de Bunga

45

 en

 u na superficie que se parece más a la de una pintura que a la de un objeto: al igual

que la pintura, y a diferencia tanto de los objetos cotidianos como de las demás escul-

turas,  Bunga  45   es sup erficie en su   totalidad. Y, por  supuesto,  lo que  proclama  o  deter-

mina dicha

  superficie  es el

 color,

 el

 color pulverizado

 de

  Olitski.

Al llegar a este punto,  quiero hacer una afirm ación que no p uedo esperar llegar

a

 probar o sus tanciar, aunq ue creo, sin embargo, que es cierta: el teatro y la teatrali-

dad no están hoy en guerra, simplem ente, con la pin tur a mode rnista o con la pin-

tura y la  escultura modernistas), sino  con el  arte como  ta l

  — y

  en la medida  en que

las  diferentes artes puedan

  ser

  descritas como modernistas,

  con la

  sensibilidad

mode rnista como   t a l— Esta afirmac ión se puede dividir en tres proposiciones o tesis:

1.

  El éxito y hasta la

  superviviencia

 de las artes han

  llegado

  a   depender

cada

  ve z

más de su

  habilidad para   vencer

 al   teatro.  No hay un

  lugar donde esto

  sea más

  evi-

dente

 que

 dentro

 del propio

  teatro,  donde

 la

 necesidad

 de

 vencer

 a lo que he

  deno-

minado

  como

  teatro

 se ha

 hecho sentir, sobre

 todo,

 como

 la

 necesidad

 de

  establecer

una relación drásticame nte difere nte con su audiencia los textos más pertine nte s al

respecto son, por supuesto, los de Brecht y Artaud)19. Pues el teatro tiene una

 Esa necesidad  de lograr una  relación nueva con el  espectador, necesidad que B recht sintió y discu-

tió repetidas veces en sus escritos sobre teatro, no era, simplemente, una consecuencia de su marxismo.

Por el contrario, su descubrimiento de Marx parece haber sido, en parte, el descubrimiento de a qué se

podría parecer dicha

  relación,

 de qué podría significar ésta: «C uando leí El Capital de Marx, entend í mis

obras. Naturalme nte, me gustaría ver ampliamen te divulgado este libro. Por supu esto, esto no significa

que

 hubiera descubierto haber escrito inconscientemente

  un

  montón

  de

 obras

 marxistas;

  pero este hom-

bre, Marx, ha sido el único espectador de mis obras que siem pre he deseado  tener»  Bertold Brecht, Brecht

on

  Theater

edición

  y

  traducción

  de

 John  Willett, Nueva York,  1964,

 pp.

 23-24).

188

Page 19: Arte y Objetualidad

8/19/2019 Arte y Objetualidad

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audiencia

  -existe

  para  ella—,

 en un

  sentido

  que no

  tienen

  las

  demás artes.

  En

  reali-

dad, esto es lo que la sensibilidad mode rnista en cuentra intolerable, por regla gene-

ra l  y más que cualquier otra cosa, en el teatro. Se debe señalar aquí que el arte  lite-

ralista

  también posee

  una

  audiencia , aunque

  se

 trate

  de una

  audiencia algo especial:

que el

 espectador

 se enfrente  a la obra

 literalista dentro

 de una  situación que

 expe-

rimenta

  como

  suya,

  significa

  que hay un sentido importante en el que la obra en

cuestión sólo existe para él, incluso en el caso de que no se encuentre realmente a

solas

  con la  obra  en ese preciso momento. Puede parecer paradójico

  afirmar,

  al

mismo tiempo,

  que la

 sensibilidad literalista aspira

 al

 ideal

 de

  lograr «algo

 que todo

el   mundo pueda comprender»

  Smith)

 y que el arte l iteralista se dirija al

 espectador

en solitario, pero la paradoja es únicamente aparente. Sólo hace

  falta

  que alguien

entre en el recinto en el que está expuesta la obra literalista para convertirse en ese

espectador,

  en la

  audiencia citada

  — prácticamente,

  como

  si la

  obra

  en

  cuestión

  le

hubiera

  estado  esperando— .

  Y , en la

  medida

  en que la

  obra literalista

 depende  del

espectador está

 incompleta sin él le h

estado

 esperando. Y una vez se

 encuentra

 en

el

  recinto, la obra se niega, obstina dam ente, a dejarle solo -lo que equivale a decir

que se

 niega

  a

 dejar

  de

  estar

  frente  a él , a

 distanciarse,

  a

  aislarse

 de él-

  dicho aisla-

mien to no es soledad a menos que dicho enfren tamien to sea comunión).

Es

  el  triunfo sobre  el  teatro  lo que la  sensibilidad modernista encuentra  más

digno de ensalzar y lo que expe rime nta como el sello distintivo de las más altas man i-

festaciones

  artísticas de nuestro tiempo. Hay, sin embargo, un arte que, por su pro-

pia   naturaleza, escapa por  completo  del  teatro  — e l

  cine—

20

.

  Esto permite explicar  por

qué las

 películas,

  en

  general , incluyendo

  las que son

  francamente pésimas, resultan

aceptables

  a la

 sensibilidad modernista, mien tras

 q ue

  todas

  las

 pinturas, esculturas

 y

obras musicales, salvo

  las de

  mayor

  éxito no lo

  son.

  Debido a que el

 cine

 elude el

teatro

  — casi

  de

  manera

  automática—

  ofrece

  bienvenida

  y

  refugio

  a las

 sensibilidades

en guerra con el teatro y la teatralidad. Al mismo tiempo, la automática y segura

naturaleza

  del

  refugio

  -más exactamente,

  el

 hecho

  de que

  proporcione

  un

  refugio

frente  al

 teatro

  y no un

  triunfo sobre

  él ,

 absorción

  en

  lugar

  de  convicción— , signifi-

ca   que el

 cine,

  aun el más

 experimental ,

 no es un

  arte modernista.

2 .  El

  arte  degenera  cuando adquiere

 la   condición   de   teatro El

  teatro

  es el

  común

denominador que enlaza entre sí una extensa y aparentemente dispar variedad de

actividades, y lo que distingue a dichas actividades de las empresas tan radicalmen-

te

 diferentes

  de las

 artes

 modernistas.

 Aquí

 resulta

 central

como en otros

 lugares,

  la

cuestión

  del

 valor

  o

  nivel.

 Por

 ejemplo ,

 el

 hecho

  de no

  consignar

  la

 enorme diferen-

cia

 de

 calidad existente entre, digam os,

  la

 música

 de

  Elliot Cárter

  y la de John

  Cage,

o

  entre

  las

 pinturas

  de

  Louis

 y las de

  Robert

 Rauschenberg

significa

 que las

 distin-

ciones

 reales

 — entre las

 música

 y el

 teatro,

  en

 prim er lugar,

 y

 entre

 la

 pintura

  y el

  tea-

tro,

  en

  segunda—   quedan desplazadas

  por la

 i lusión

 de que las

 barreras entre

  las

 artes

están

  en

  vías

 de

  desmoronarse

  se

 considerarían, co rrectamente, similares,

  las

 obras

2 Es una cuestión

  difícil

  explicar cómo las películas logran el udir el teatro  y no hay duda de que mere-

cería la pena ll evar a cabo una fenom enol ogía del cine que se concentrara en las semejanzas y diferencias

existentes

 entre éste

 y el

 drama teatral

  — por

  ejemplo,

  que en las

 películas

 l os

 actores

  no

 estén físicamente

presentes,

  que la

 película mism a

 se

 proyecte

  lejos  de

 nosotros

 y la

 panta l la

 no se

 perciba como

  un  tipo de

objeto que guarde una relación   física  específica con nosotros.

189

Page 20: Arte y Objetualidad

8/19/2019 Arte y Objetualidad

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de Cage y

 Rauschenberg

y que las artes mismas se encaminan, finalmente, hacia

algún tipo

 de final, hacia una síntesis imp losiva, altamen te deseable. Por su parte, las

artes

  individuales nunca

 han

  estado,

  en realidad, relacionadas más

  explícitamente

con las convenciones que constituyen sus respectivas esencias.

3.  Los

  conceptos

  de  cualidad y

  valor—y

  en la

  medida

  en que

  éstos

  son

  centrales

para  el  arte,  el  propio concepto  de  arte— ,  son  significativos  o  totalmente significati-

vos,

  tan  sólo dentro  de las  artes

 p articulares.

  Lo que se

 ha

  instalado entre  las artes  es el

teatro. Es,

 pienso, significativo que,

 en sus

 diversas

 declaraciones, los literalistas

  hayan

evitado, en gran medida, el problema del valor o calidad, al mismo tiempo que han

demostrado tener dudas considerables

 a la

 hora

  de

  determinar

 si lo que

  hacían

 era o

no arte. Describir su empresa como un intento de establecer un arte   nue vo no disipa

las dudas;  a lo  sumo, apunta  a su  origen. Es como  si el propio Judd hub iera recono-

cido

  el

 carácter problemático

  de la

  empresa literalista

 al

  afirmar

  que

  «una

  obra sólo

necesita ser inte resa nte ». Para Judd, así como para la sensibilidad literalista, en gene-

ral,  lo

  único

  qu e

  importa

  es si una

  obra dada

  es o no

  capaz

  de

  suscitar

 y

 conservar

 su)

  interés.

 Por su

 parte, dentro

  de las

 artes modernistas, nin gu na o tra cosa, salvo

 la

convicción  — específicamente,  la  convicción  de que una  pintura,  una  escultura,  un

poema

 o una

 p ieza musical particular puede

 o no

  puede soportar

 la

 comparación

  con

la  obra

  del

  pasado dentro

  de ese

  arte cuya calidad está  fuera

  de

 dudas-  tiene cierta

importancia

  la

 obra literalista está,

  a

 menu do, condenada  — cuando está

  condenada—

a ser aburrida; un a  acusación  más  fuerte  sería decir  que es meramente  interesante).

El  interés de una obra determinada reside, en opinión de Judd, tanto en sus

características  globales como

  en la

  especificidad

  absoluta

  de los

 m ateriales

 de los que

está

  hecha:

«La  mayoría

 de las

 obras exigen nuevo s materiales, bien sean invenc iones recien-

tes

 o

  cosas

 no

  usadas

  con

  anterioridad

  en el

 arte...

 Los

 materiales varían  enormemen-

te y  son, simplemente, materiales  -fórmica,  aluminio, laminado  en  frío,  plexiglás,

cobre rojizo,  etcétera-.

  Son

 específicos.

  En el

  caso

 de que

  sean usados directamen te,

son aún más  específicos.  Son

  también generalmente

  agresivos.  Hay una  objetividad

para

  la

 inexorable identidad

  de un

  material.»

A l

  igual que la forma de un objeto, los materiales no representan, ni  significan

ni aluden a nada; son lo que son y nada más. Y lo que son no es, estrictamente

hablando, algo susceptible de ser com prendido , intu ido , reconocido  o  incluso visto

de una vez por todas. M ás bie n, la «inex orable iden tidad» de u n mate rial específico,

as í

  como la totalidad de su forma, está simplemente fijada, dada o establecida en el

mismísimo principio,

  si no

  antes

  de

  éste.

  En

  consecuencia,

  la

 experiencia

 de

  ambas

es  la de la

  infinitud,

  la

  inagotabilidad,

  la de ser

 capaz

 de

  continuar indefinidamen-

te, dejando, por

  ejemplo,

 que el ma terial mism o se le presente a uno con toda su lite-

ralidad, con toda su

 «objetividad»,

 sin que aparezca en ésta nin gu na otra cosa al mar-

gen de ella misma. Morris ha escrito esto en una línea similar:

«Lo característico

 de una  Gesta.lt es que,  una vez que queda establecida

 toda

 la

información sobre  ella,  qu Gestalt ,  queda agotada uno

  no

  busca,

  por

  e jemplo,

 

Una  forma

  unitaria.

  [N. del T.]

190

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8/19/2019 Arte y Objetualidad

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la

  Gestalt  de la  Gestali ...  Uno queda, por tanto, libre de la  forma  al mismo tiem po

que ligado a ella. Libre o liberado, como consecuencia de haberse agotado la

  infor-

mación sobre ella, corno forma, y ligado a ella, debido a que permanece constante e

indivisible.»

Tony

 Sm ith incluye la m ism a no ta en una declaración, cuya prime ra oración cité

al

  principio:

«Estoy  interesado en la inescrutabilidad y el misterio de la cosa. Algo que sea

obvio sobre su realidad como el hecho de ser una lavadora o una b om ba) no tiene

mayor interés.

 U na

  jarra Bennington

  de

  barro,

 por

  ejemplo, tiene

  una

  cierta sutileza

de color, una  forma  gruesa , sugiere, en general, sustan cia, generosidad, sugiere sosie-

go,

  tranquil idad -cualidades que  posee más  allá de la pura  utilidad-.

 Continúa

  ali-

mentándonos una y otra vez. No  podemos verla en un

  segundo,

  continuamos mirán-

dola. Hay algo absurdo  en el hecho de que puedas remontarte a un cubo de la  misma

forma.»

Al igual que los Objetos Específicos de Judd y las

  Gestalten

  o  formas unitarias

de

 Morris

el cubo de

 Smith

 es siempre  algo  de  gran interés;  uno

 nunca siente

 que

éste  termine en  alguna parte,  es inagotable.  Sin  embargo,  no es  inagotable debido  a

su

 riqueza

 -en  esto

 consiste

 el

 carácter inag otable

 del arte-

sino debido

  a que no hay

nada que agotar. Es

 infinito

 del mismo

 modo

 que po dría serlo una carretera si

  fuera,

por  ejemplo, circular.

La  in f in i tud ,

 e l

 hecho

  de

  cont inuar

  de

  form a indef in ida ,

  es

 central tanto para

la

  idea de interés como para la de objetualidad. En realidad, parece que ésta es la

experiencia  que más  profundamente despier ta  la  sensibilidad literalista  y que los

artistas

  literalistas p ersiguen objetiva r  en su  obra  —por  ejemplo,  por  medio de la

repetición de unidades idénticas esa «una  cosa tras otra»  de Judd), lo que lleva a

la  conclusión de que las unidades en cuestión podrían m ultiplic arse hasta el

  infi-

nito— 2 1 .  E l

  relato

  que

  hiciera Smith

  de su

  experiencia

  en la

 a utopista

  en

  construc-

ción

  consigna, casi explícitamente,

  esa

 em oción.

  De

  modo  similar,

 la

  af irmación

de Morris de que, en la mejor de las nuevas obras, al espectador se le hace cons-

ciente de que «establece relaciones consigo m ism o cua ndo aprehende el objeto

desde diversas posiciones y

  bajo

  condiciones variables de luz y de contexto espa-

cial»,  equivale a a f i rmar  que al espectador se le hace consciente de la infin itud y la

inagotabil idad,  si no del  objeto mismo,  en

  todo

  caso,  de su  experiencia  de  éste.

Esta conciencia

  es aún m ás

 exacerbada

 debido a lo que se

 podría denom inar carác-

ter inclusivo de su situación, esto es, por el hecho, señalado al principio, de que

todo lo que

  observa

 se

 considera pa rte

 de dicha

  situación

  y por  tanto se

 cree

 que

2

Es  decir, tenemos  la im presión  de que el núme ro real de  dichas unidades en una  obra determina-

da es

 a rbitrario,

  y que la

 obra  misma  — a pesar

 de la

 preocupación  literalista

  por las

  formas  bolistas—

 se

conciben como un fragmento de, o una reducción de, algo infinitamente más grande. Esta es una de las

diferencias  m ás

  importantes entre

 la

 obra

  literalista y la

 pintura modernista,

  la

 cual

 se ha

 hecho

  m ás

  res-

ponsable que

  nunca

  de sus

  propios límites

  físicos.

  Las

 pinturas

  de

  Noland

  y de

  Olitski

  son dos

  casos

representativos,

 obvios

 y

 diferentes,

 de

 todo  ello.

 Todo

  esto permite asimismo llegar

  a

  comprender

  con

claridad la

 importancia

 de las

 bandas pintadas alrededor

 de la

 parte  inferior

 y de la

 parte  superior

  de la

escultura de

 Olitski  Bunga.

1 91

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8/19/2019 Arte y Objetualidad

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contiene, en cierto modo,  aquello que permanece sin

  def inir

  en su experiencia del

objeto.

Quiero,  finalmente, subrayar aquí algo que puede que esté ya bastante claro: la

experiencia  en

  cuestión

  persiste

  en el

 t iempo

y la

  representación

  de la

  infini tud

  que

he

  estado reivindicando

  es

 central para

  el

 arte literalista,

 y la

 teoría

 es ,

  esencialmen-

te, una representación de lo infinito o de la

  duración

  indefinida. De nuevo, una vez

más, resulta pertinente

  el

 relato

 que

  hiciera

  Smith de su

 viaje  nocturno

  en

 coche,

 así

como

  su

 afirmación

  de que «no

  podemos verla

  [la jarra y, por

  extensión,

 el

 cubo]

  en

un

 segundo, continuamos mirándola».

  Morris

 también

 ha

  afirmado

  explícitamente

que «la experiencia de la obra se produce necesariamente en el tiem po»

 -aunque

  no

habría ninguna diferencia en el caso de que él no la  tuviera-.  La preocupación lite-

ralista por el tiempo -de  forma  más

 precisa,

  con la

  duración

 de la  experiencia—   es, a

mi

  entender, paradigmáticamente teatral, como

  si el

  teatro en frentase

 a l

  espectador

y, p or  tanto, lo

 aislase,

 no ya con la

 in f in i tud

 de la objetualidad ,

  sino

 con la del

  tiem-

po;

  o  como  si la  sensación  que el  teatro proporcionase,  en el  fondo,  fuera  la  sensa-

ción

  de

  temporalidad,

  del

  t iempo

  que

 viene

 y que va,

  s imultáneamente avanzando

  y

retrocediendo como si fuese  aprehendido desde  una  perspectiva

 infinita...

2 2

.

  Esta pre-

ocupación marca  una  profunda diferencia entre  la  obra literalista y la  p in tura  y la

escultura  modernistas.

 Es

 como

 si la

 experiencia

  que

  pudiera tener

 uno de

  estas últi-

mas  no

  tuviera  duración

  — y  no

  porque

  uno

  percibiese

  en

  realidad

  un

  cuadro

  de

Noland  u Olitski,  o una  escultura  de  David Smith  o de  Caro como  si estuvieran

fuera  del

  tiempo, sino porque

  en

  cada  momento

la

 propia   obra

  se

 pone

  de

  manifiesto

en

  su

  totalidad— .

  Esto

  es

 verdad

  co n

  respecto

  a la

 escultura,

 a

 pesar

  del

  hecho obvio

de

  que,

  al ser

  tridimen sional, podría

  se r

 vista desde

  un

  número

  infinito  de

  puntos

de vista. La experiencia que tiene uno de una obra de Caro no es incompleta y el

convencimiento  que  tenemos  de su

 calidad

  no  queda  en  suspenso, simplemente,

porque

  uno la ha

 visto desde

 donde  uno se

 encuentra. Ad emás,

  al

  contemplar algu-

na de sus

 mejores obras,

 la

 visión

 que se

 tiene

 de la

 escultura

 es, por así

 dec irlo, eclip-

sada

 por la propia

  escultura -por

  ello

  carecería

  completamente de sentido

 decir

 de

 

La

  conexión entre

  el

  retroceso

  en el

 espacio

 y

  algún aspecto

  de

  dicha experiencia

  de la

  temporali-

dad

  —prácticamente,

  como si el primero

  fuese

  una especie de metáfora natural de la

 segunda—,

  está pre-

sente

  en

  muchas pinturas surrealistas por e jemplo,

  en las de De

  Chirico,  Dalí,  Tanguy, Magritte).

Además, la temporalidad   —manifestada,  por ejemplo, como expectación, pavor, ansiedad, presentimien-

to, memoria, nostalgia,  éxtasis—  es, a menudo, el tema explícito de sus pinturas. Hay, en realidad, una

profunda

  af inid ad entre la sensibilidad literalista y la surrealista en cualquie r caso, en tanto que la últi-

ma se

 hace sentir

  en la

 obra

  de los

  pintores citados

  más

  arriba),

  que

  conviene destacar. Ambas emplean

imágenes que son, al mism o tiem po, holísticas y, en cierto sentido, fragm entaria s, incom pletas; ambas

recurren a una antropom orfización de los objeros o conjun tos de objetos en el Surrealismo, el uso de

muñecas y maniquíes lo pone de

 m anifiesto

  de modo explícito ;

 ambas

 son capaces de

  lograr

 destacados

efectos  de

  «presencia»;

  y ambas tienden a desplegar y a aislar los objetos y las personas en determinadas

«situaciones»

  — e l

  recinto cerrado  y el

  paisaje

  abandonado  artificial  son tan  importantes para  el

Surrealismo como para el literalismo conviene recordar que

 Tony

 Sm ith describió las pistas de aterriza-

je

 como

 «paisajes

  surrealistas»)—.

  Esta afinidad

  se

 puede

  resumir

  diciendo

 que

  tanto

  la

 sensibilidad

 su-

rrealista, tal y como se manifiesta en la obra de determ inados artistas, como la sensibilidad literalista, son

teatrales.  No  obstante,  no  deseo  que se piense  que con  esto estoy afirmando qu e  todas  la s obras surrea-

listas que com parten las características citadas anterio rm ente d ejan d e ser arte debido a que son teatrales.

Un  ejemplo  notable de una obra importante que puede ser

 descrita

 como teatral, es la escultura surrea-

lista de Giacometti. Por otra p arte, tal vez no carece de significado el hecho de que el ejemplo suprem o

de  paisaje  surrealista para Smith  fuera  el lugar donde se celebraban los desfiles  en Nuremberg.

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ella

  que tan

  sólo

  es tá parcialmente  presente—).  Es es te continuo y

 completo  estar

presente  [presentness]  lo que

  podría  equivaler

  a la

  perpetua creación

  de sí

  mismo ,

lo que se  expe r imen ta  como  una  especie  de

  instantaneidad

como

si  uno  fuera

  in f in i tamente

  más

  perspicaz,

  de tal modo  que un  instante único e

in f in i tamente

  breve pudiera

  ser

  suficiente para verlo

  todo

para percibir

  la

  obra

en

 toda

  su profundidad

  y

  riqu eza , para que nos convenciese de una m anera defi-

nitiva merece

  l

pena destacar aquí

  que l

idea

  de

  interés implica  temporalidad

en  f o r m a de una  atención continua hacia  el  objeto, mientras  que eso no  sucede

en el caso de la convicción).

  Quiero

  destacar aquí que la pintura y la escultura

modernistas logran vencer al teatro por el hecho de estar presentes y por su ins-

tantaneidad.

  De

  hecho, tengo

  la

  tentación

  de ir más

  allá

 de mi

  propia interpre-

tación, llegando a sugerir que la condición de la pin tur a y de la escultura es, sobre

todo

afrontar  la

 necesidad

  de

 vencer

  al

  teatro -esto

 es, la

 condición

  de

 existir

  en,

de

  evocar

  o

  conf igurar

 en

  realidad,

  un

  cont inuo

  y

  perpetuo

  presente- a la que

aspiran  la s  demás ar tes modernis tas contemporáneas ,  de  fo rma  m ás  notable,  la

poesía y la

 música

2

i

 23

-s  Naturalmente, será diferente  lo que esto signifique en cada arte. La situación de la música es, por

ejemplo,  especialmente

 difícil

  dado

  que la

  música comparte

  con el

 teatro

  la

 convención,

  en el

 caso

  de que

pueda denominarla así, de la duración  —una  convención q ue, sugiero, se ha convertido progresivamente

en   teatral—. Además,

  la s

 circunstancias

  físicas  en las que se

 produce

  un

  concierto

  se

 parecen mucho

 a las

de   un a  representación teatral. Puede  que el deseo  de algo  parecido  a ese estar pres ente ha ya sido  lo  que,

al  menos, hasta cierto punto, llevase a Brecht a abogar por un teatro no ilusionista, en el que, por ejem-

plo,  fuese  visible

 a los

 espectadores

  la

  iluminación

  de l

  escenario,

  en el que los

 actores

  no se

  identif icaran

con los

  personajes

  que representaban, sino que, más bien, los mostrarían, y en el que la propia tempora-

lidad

  se

 p resentaría

 de una

  forma nueva:

«Así  como el actor ya no tiene que persuadir a los espectadores de que es un personaje

creado por un autor y de que él no es quien está en escena, no debe pretender asimismo que los

acontecimientos que tienen lugar en el escenario hayan sido ensayados en alguna ocasión, desa-

rrollándose

 en ese

 momento

  po r

  pr imera

 y

 única vez.

 Ya no es

 válida

 la

  distinción

  de

 Schiller:

 la

que sostiene que el rapsoda tiene que pen sar que su material procede totalm ente del pasado; y el

mimo, que el suyo lo extrae totalmente del aquí y el ahora. Debería quedar claro, a lo largo de

toda  su  representación, qu e  «incluso  al  pr inc ipio y a  mitad  de la misma,  sabe cómo  rermina» y

que debe, «de este modo, ma nten er en  todo  momenro una sosegada independencia». Narra la

historia

 de su personaje t razand o un vivido retrato del mismo, sabiendo siempre más de lo que

éste hace

 en

  cada momento

  y sin

  considerar

 e l

 «aquí»

 y el «ahora»

  como

  un a

  simulación, posible

gracias

 a las reglas del jueg o, sino como algo que tien e que ser distinguid o del ayer y de cualq uier

otro  lugar ,  hac iendo  visible,  de este modo, el entramado de los acontecimientos.» Brecht on

Theater,  p.  104.)

Pero, así como la ilum ina ció n al descub ierto por la que aboga Brecht ha llegado a conve rtirse, sim-

plemente ,

  en otro t ipo de convención teatral una convención qu e juega a men udo, además, un impor-

tan te  papel  en la presentac ión de la obra

  literalista,

  como  se  puede comprobar  al contemplar  la  instala-

ción de la obra de Judd que consta de  seis cubos en la Dw an Gallery) , no está claro si la manera de tratar

el  t iempo

  que

  reclama

  Brecht equivale

 a un

  auténtico estar presente  [presentness}

  o,

  simplemente,

  a

 otro

tipo   de

  «presencia» — representando

  el  t iempo mismo como  si

 fuera

  un a  especie  de  objeto literalista— .  En

poesía, la necesidad de estar presente se pone de manif iesto  en la poesía lírica; mas este es tema que requ ie-

re

  ser t ratado de un modo

  específico.

Para discusiones sobre el teatro relacionadas con este ensayo pueden  verse  los ensayos de Stanley

Cavell, «Ending

  th e

  Waiting  Game»  sobre

  la

  obra

  de

  Beckett

  End-Game

  [Final  de panida[)

  y

  «The

Avoidance of Love: A R eading of King

  Lear,*,

  en  Must Mean What  We  Soy , pp .  115-162 y 267-353.

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Este ensayo se interpre tará como un ataque a ciertos

 artistas

  y críticos), y como

una defensa de otros. Y, por supu esto, es cierto que lo que he escrito ha estado pro-

fundamente

  motivado por el deseo de distinguir entre lo que, para mí, es el autén-

tico arte de nuestro tiempo y otras obras que, con independencia de la dedicación,

pasión  e inteligencia de sus  creadores, comparten,  a mi  jui cio , ciertas características

que se asocian aquí con las ideas de literalismo y de teatro. No obs tante, m e gusta-

ría llamar la atención en estas últimas  líneas sobre la enorme penetración  su  virtual

universalidad—   de esa sensibilidad o modo de ser que yo he calificado de corrompi-

do o pervertido por el teatro. Todos somos literalistas, sobre todo, en relación con

nuestras

 vidas. El estar presente  en una  gracia.