arte de injuriar por ignacio anzoátegui

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ARTE DE INJURIAR POR ARTE DE INJURIAR POR ARTE DE INJURIAR POR ARTE DE INJURIAR POR IGNACIO B. ANZOÁTEGUI IGNACIO B. ANZOÁTEGUI IGNACIO B. ANZOÁTEGUI IGNACIO B. ANZOÁTEGUI Por Por Por Por Un Filósofo Producido Un Filósofo Producido Un Filósofo Producido Un Filósofo Producido Pre re re re-fascio fascio fascio fascio Desde la Silla Apostólica, en 455 León I detuvo a los vándalos que saqueaban Roma. Dios sabe si hoy podría detener al vandalismo progresista que ha entrado a saco por la Iglesia”. I.B.A. Mediados del marzo pasado, el director de la Biblioteca Nacional –aun desinteresado por medírsela con Genovese en franco duelo de barrocos de nuestra penúltima retórica digital- descarga por CN23 que estamos en presencia de un nuevo oleaje de “nacionalismo católico”. El nuevo papa exportado alcanza según el alboroto oportunista mediático una dimensión no menor a la que lograron en los últimos lustros los “commodities” del monocultivo

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Page 1: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

ARTE DE INJURIAR PORARTE DE INJURIAR PORARTE DE INJURIAR PORARTE DE INJURIAR POR

IGNACIO B. ANZOÁTEGUI IGNACIO B. ANZOÁTEGUI IGNACIO B. ANZOÁTEGUI IGNACIO B. ANZOÁTEGUI

Por Por Por Por Un Filósofo ProducidoUn Filósofo ProducidoUn Filósofo ProducidoUn Filósofo Producido

PPPPrererere----fasciofasciofasciofascio

“Desde la Silla Apostólica, en 455 León I detuvo a los vándalos que saqueaban Roma. Dios sabe si hoy podría detener al vandalismo

progresista que ha entrado a saco por la Iglesia”.

I.B.A.

Mediados del marzo pasado, el director de la

Biblioteca Nacional –aun desinteresado por

medírsela con Genovese en franco duelo de

barrocos de nuestra penúltima retórica digital-

descarga por CN23 que estamos en presencia

de un nuevo oleaje de “nacionalismo católico”.

El nuevo papa exportado alcanza según el

alboroto oportunista mediático una dimensión

no menor a la que lograron en los últimos

lustros los “commodities” del monocultivo

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sojero. El papa embanderado en pleno Vaticano

con los colores del club llamado a la vez el Santo

o el Gauchito irrumpe en la esfera público-

mediática como un cuerpo celeste en caída

libre, un Halley de Belén al choque, que al

colisionar con Canal 13 ha producido una

emanación incontenible de un gas espiritual

que ha convertido a todos, paganos, judíos,

infieles, evangelistas, new-agers macritas y

multiperonistas polirrubro, en papistas por el

papismo mismo. Pero la mayor tradición del

catolicismo nacionalista argentino no fue la

plebeyo-populista sino la de los señoritos

patricios amenazados. Estos muchachos no

esperaban una neoargentinización de la iglesia

católica universal que acabara con el celibato la

veda al profiláctico y armara la selección del

Vaticano para el 2014. El más lúcido de sus

gacetilleros no era un “sedevacantista” pero

condenaba íntegramente las concesiones

Page 3: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

sesentistas de Juan XXIII y Paulo VI –

entroncándolas en una reyerta que llamaba la

de la “Iglesia Militante” contra la “Iglesia

Dialogante”- y su nombre era Ignacio

Anzoátegui. Fue un señor laico y argentino cuya

obra es un canto permanente por un

catolicismo de máxima, imperial belicoso

caballeresco medieval y nazi-fascista, una

curiosidad para leer en este momento en el que

despunta un papa porteño que es ungido

aparentemente por el consenso mundial para

reformar al catolicismo en un sentido contrario

en vistas a obstaculizar su camino de extinción.

“La vieja liturgia era la cortesía del alma: la manera de

dirigirse a Dios con el debido protocolo. Hoy todo eso ha

quedado a cargo de los peluqueros del post-Concilio,

maestros de ceremonias del más abyecto guarangaje”.

“En plan de aggiornamento, los equipos post-conciliares han

corrido al latín hasta de las misas, que día vendrá en que

tendrán que ser rezadas en lunfardo, con un fondo de

música pop”.

Page 4: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

El destino póstumo de este escritor viene

siendo un poco extraño. Hoy aparece publicado

a condición de ser enajenado con esa franja roja

en diagonal como advertencia que dice raro y

maldito, en la colección “los raros” de Colihue y

en una antología de “malditos” latinoamericanos

publicada en Chile. Fue un hombre público,

minoritario pero lejos de ser un marginal.

Altísimo funcionario, abogado, ideólogo,

historiador escolar, pedagogo, docente

universitario. Publicaba en editoriales de su

ghetto cuando no lo hacía por sus propios

medios en ediciones de escasos ejemplares, y

en los 50 llegó a publicar un par en Emecé. Fue

reeditado siempre por editoriales católicas y

nacional-conservadoras. Hoy la única que lo

publica sin el mote de “raro” o “maldito” es una

editorial hispanista de ínfima llegada al circuito

mainstream de las librerías.

Page 5: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

Y es cierto que este señor es un maldito hoy

en día, si por hoy en día se entiende el campo

cultural flagrante, y si se entiende como

cualquiera sabe sin preferir lanzarse a ventilarlo

que ni Lamborghini ni Pizarnik ni ni ni ningún

francés, ya francés de Francia ya francés de

Palermo, lo son, no hoy. Cierto también que un

españolista medievalista, un poeta intemporal

de temática mitológica épica y religiosa, un

católico-falangista, un difamador de la

modernidad y de todo lo que viniera de Francia

en aras de un ideal caballeresco, no se parecen

mucho a lo que se conoce por un maldito

desde el canon que sentó un día Verlaine, ni

tampoco por un raro en la manera en que los

presentó por entonces Darío –Anzoátegui

acopió parvas de páginas contra la literatura

francesa del siglo XIX-. Sin embargo entre sus

planes estaba ciertamente el de reivindicar el

escándalo y el de épater le bourgeois: el

Page 6: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

burgués es uno de sus enemigos, es el liberal, el

masón, el romántico, el norteamericano, el

francés, el socialista, el positivista, el anticlerical,

el existencialista, el espectador de cine, el

protestante, el judío, el cristiano bobo solemne

o reformista.

Se trata de una lectura peligrosa de llevar

bajo el brazo, por esos pagos. Quien ande con

los viejos libritos de este señor entre sus bártulos

correrá el riesgo de ser reportado a los tribunales

de la Nueva Inquisición Progresista-

Bienpensante, o peor todavía caer bajo

sospecha general y universal. Él, Anzoátegui, por

su época, acaso no corriera esos riesgos, porque

escribía al resguardo de la ideología de un cierto

grupo social con bastante peso público que le

festejaba chistes y exabruptos, que eran su

habilidad. Él mismo era un inquisidor incluso,

aunque más bien en un sentido clásico. Un

inquisidor medio en broma, de chasco casi, más

Page 7: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

literario que literal, ya que uno es su

circunstancia como dijo uno, aunque a esto

Anzoátegui no lo hubiese rubricado, porque

Anzoátegui parecía como venido de otro

tiempo, del tiempo aquel en que el Diablo tenía

pezuñas y cola y se presentaba personalmente.

Quiero expresar que estos libros se encuentran

en el seno de nuestra impoluta Biblioteca

Nacional, en la de los maestros y en muchas

más; en mercadolibre.com, y en diversas y varias

nobles librerías anticuarias de la Nación. ¡No me

querrán llevar preso a mí solo!

***

La rareza postulada por la colección de

Colihue y la Biblioteca Nacional que alguna vez

estuvo presidida por un amigo y correligionario

de don Ignacio –Martínez Zubiría (Hugo Wast),

uno que corriendo carreras de nazis tal vez le

ganara- ciertamente atañe más a su obra que a

su figura, especialmente a la única que alcanza a

Page 8: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

la fecha el estatuto de clásico, aunque de

clásico raro, impedido, ilegible, las Vidas de Muertos. Este libro fue quizá el clásico imposible

de un sistema literario que no fue, o mejor de un

Estado o una Nación que intentaron ser y se

quedaron en aborto: los que propusieron un

hato de personajes que componían el elenco

del conservadurismo nacionalista católico, un

grupo de poder poblado en su momento de

agencias culturales que a duras penas alcanzó a

encaramarse en el Estado desde los años 30 con

muchas ideas y venidas. Si hubiesen tenido

mejor suerte Anzoátegui integraría el canon

argentino, tal vez en calidad de primer escritor

cómico nacional, el gran satírico acaso, aunque

en sus horas de seriedad supo hacer méritos

para ser tenido también por poeta por

divulgador histórico y por teórico de la raza, que

para él es lo mismo que decir de la Iglesia y de

España. Mientras tanto, Anzoátegui fue no

Page 9: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

mucho más que un libelista, un panfletero

sección letras. Como prosista, por lo demás,

nunca se interesó demasiado por los grandes

géneros literarios salvo en su oficio de crítico

compilador y editor. Fue más –además de

funcionario- un operador cultural, apenas si

escribió ficción narrativa, no compuso obras de

teatro, y se dedicó por entero a cultivar el estilo

dentro de la didáctica y el articulismo. No sólo

dentro del género epidíctico, que en éste habría

que incluirlo, ya que como antimoderno

practicante no debería ser considerado

estrictamente un ensayista (su gusto por Erasmo

o Montaigne no hacía mella en su

antihumanismo medievalista), sino también en

el género judicial, esa otra tradición de la retórica

exterior al campo literario, y que Anzoátegui

cultivó como si no lo fuera. “No hay derecho sin

poesía” era su lema en este dominio, y sus

sentencias al parecer daban el ejemplo y se sabe

Page 10: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

por buena fuente que hay quienes aún planean

publicarlas en libro. Si por su “rareza”

bibliográfica integra una colección donde se

apiña con Groussac, Martínez Estrada, Molina y

Vedia o Soiza Reilly (más Cancela y Castellani

que eran sus queridos), por su “malditismo”

biográfico integra ahora una terna que sí que lo

alarmaría. En ésta lo acompañan homosexuales,

manicomizados, merqueros y porreros

terminales y lo peor: mujeres; todos, cual más

cual menos escritores de culto de vida

mitificable puestos a comparecer en vistas de

un futuro canon lateral de postergados a escala

continental. Se trata del libro Los Malditos

editado en 2011 por la Universidad Diego

Portales de Chile bajo compilación de la

periodista argentina Leila Guerriero. Perfiles

biográficos de escritores latinoamericanos del

siglo XX –dice la contratapa- de “vidas

estragadas, intensas, proclives en la mayoría de

Page 11: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

los casos a los excesos del cuerpo y a los

tormentos del espíritu”: “locura, alcoholismo,

autodestrucción”. Acá lo acompañan para su

desgracia o desconcierto póstumos personajes

como Rodrigo Lira, Pizarnik, o el conductor de

Bendita TV Uruguay Gustavo Escanlar. “Son ‘los

raros’, por utilizar la expresión de Rubén Darío

(agrega la misma contratapa): individuos que se

consagraron a la literatura poniendo sus propias

vidas como aval de un crédito finalmente

insostenible”. Entre todos estos raros,

ciertamente es un raro, y más que nada por

parecérsele bastante poco a la buena mayoría

de ellos; cierto que era un fumador y bebedor

bastante convicto (lo deja traslucir él mismo por

sus libros, donde abundan los elogios al vino y el

tabaco entre otras distracciones), pero no

parece haber estado muy cerca de pedir asilo en

los psiquiátricos o centros de rehabilitación. En

un balance último de lector final uno puede

Page 12: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

preguntarse si ese señor no estaba

efectivamente loco (vesánico escribe Horacio

González y estilísticamente sería más justo); loco

pero de una locura extemporánea como su

propia razón, tal vez lo que Macedonio llamara la

locura del ser y ser es ser cristiano decía, una

locura divina y señorial que en buena medida

compartía con los que lo acompañaron siempre

desde la cuna a la Secretaría de Cultura, pero

que en otra medida le fue solamente suya, en la

medida de su desmesura extravagante, porque

fue un aventurero de la ortodoxia como su

maestro Chesterton, pero que derrapó por la

hybris bastante a menudo. Pero a eso él le

llamaría pecado.

Arte de la injuria versión AnzoáteguiArte de la injuria versión AnzoáteguiArte de la injuria versión AnzoáteguiArte de la injuria versión Anzoátegui

(Teoría de la lectura y cuestiones de método)

“Cada día creo más firmemente que lo único cierto es lo increíble”

Page 13: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

Leerlo por lo menos sirve porque pensar es

pensar contra uno mismo y leer es pensar y

desde el cuerpo de otro; leer a los que piensan

como uno es dejar de pensar y además uno

nunca piensa, uno busca lleno de esperanzas,

que es otra cosa. Como poeta fue irregular y

anacrónico ya entonces. Sus intentos de

“narrativa” –ver sus Nueve Cuentos del 38-

terminaban tronchados por su monomanía

ideológica y su instinto de pretor/francotirador

de la curia y de inquisidor riente; sus “cuentos”

amenazan serlo pero acaban siendo parábolas o

más bien apólogos bajo el ancestral formato del

diálogo (igual descreo de que toda ficción

narrativa moderna no sea finalmente una

parábola). Deja una sensación extraña leer su

poesía amatoria y épica, llena de temas

mitológicos, bélicos, de reyes y santos y de

sublimes escarceos prematrimoniales, sus

Page 14: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

sonetos preclaros y sus versos de arte menor

zurcidos con rimas facilongas y pavotas

enchapados con canciones infantiles después

de haber leído sus brulotes carniceros. La gente

de aquella época no se privaba de nada. El

enemigo presente que pueda leer también su

castiza ternura de lírico lo encontrará más

vomitivo aun. Un buen ejercicio gástrico.

Anzoátegui amerita por ejemplo una

antología temática, que podría tener la forma de

un diccionario, que para contrastarlo con el de

Bierce podría ser el de Dios. Alianza ha publicado

compendios de la obra de Schopenhauer de esa

manera, bajo nombres como el arte de hacerse

respetar, el arte de tener razón o el arte de

insultar, que es aquel en el cual nuestro

apostólico no sólo descollaba sino que

perseveraba casi unilateralmente. Comparado

con él el misántropo de Danzig es un medroso

perdido en la lacia mar de las abstracciones

Page 15: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

teoréticas. Estaba demasiado preocupado en

solventar con fundamentos el nirvana

nouménico y en construir un sistema monolítico

y definitivo tanto como para dejar buena parte

de sus puteadas y de su ars ofensiva como

papeleta póstuma de relleno. Porque el cabrón

germano no fue sólo un práctico del escarnio

sino un teórico instructivo que vertió sabios y

obvios consejitos del género autoayuda al

rosquero y al sorete. Introdujo el estilo injurioso-

calumniador en el género del discurso filosófico

moderno, eso que tanto molestaba al

Heidegger que intentaba bendecir para el

nuevo siglo a Nietzsche como metafísico y serio.

Pero más le molestaba a su no tan querida

madre Johanna que con la disculpa de

prevenirlo acusaba a su hijo –léanse las cartas-

de sabelotodo irritante y pedante

desagradecido e imprudente. Anzoátegui no

tenía afanes estrictamente filosóficos ni

Page 16: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

contamos con los testimonios postales o

magnetofónicos de su parentela femenina (la

hija no lo quiso atender a Becerra cuando fue a

entrevistarla para “Los Malditos”). Pero el

insufrible de Schopenhauer arriesgó todo su

capital social –de sociabilidad o vincular habría

que decir- con tal de cantarle al mundo las

cuarentas de su rechazo al mundo. Lo de

Anzoátegui era más cómodo, no operaba solo

contra todos ni sólo contra todos, era apenas el

vocero de su sector social fuera del horario de

protección al menor, el que jugaba a decir lo

que sus pares pensaban y no se animaban a

ventilar, el portavoz desbocado, el autor

intelectual de las tundas de la patotita patriótica

que tampoco nunca faltó en este pueblo

valeroso. Eso sí, tenía lo que aquel otro no tenía,

un perverso, macabro, sentido del humor a flor

de piel.

Page 17: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

Para Schopenhauer el insulto era un último

recurso que tenía a mano todos los días. Cuando

se quiere tener razón con prescindencia de la

verdad –asentó- y el oponente es más versado

sutil e inteligente que uno –lo que apenas suele

significar que logró comprarse un público más

numeroso o pagador- queda el recurso de la

ofensa grosera y directa al cuerpo. Cuando la

polémica encaja una imputación que deja el

objeto de la querella a cambio de lo dicho por el

contrincante –cuenta Schopenhauer- se

formula lo que llama el argumentum ad hominem; pero –peor- cuando el objeto se

abandona y el ataque se dirige ya no a lo que

aquél dice sino a con quién se acuesta o no se

acuesta, a las pastillas que toma o a cómo huele

después de un partido ello constituye lo que

llama argumentum ad personae, el auténtico

juguetito rabioso de nuestro olvidado don

Nacho. Es un recurso de la inferioridad dice

Page 18: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

como tan claro lo tuvo aquel otro señorito

insidioso llamado Witoldo, lector del filósofo

que acuñó aquello de cuanto más torpe y estrecha es la opinión tanto más se nos vuelve importante. Anzoátegui sabía mantener a raya la

ira “animal” del guarango a ley de un uso más

“femenino” del agravio, el arte de la hablilla, bola,

murmuración, habladuría, esa predisposición

decadente a la obturación del Ser según Sein und Zeit, ese era su punto medio no

precisamente aristotélico entre la ira y la

indiferencia. Borges había escrito “Arte de

injuriar” porque descubrió el día anterior en un

flash que la sátira era como cualquier otro un

género formal y convencional, así dice, con el

detalle singular de promover “un contrabando

pertinaz de argumentos necesariamente

confusos”. “Su método es la intromisión de

sofismas, su única ley la simultánea invención de

Page 19: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

buenas travesuras. Me olvidaba: tiene además la

obligación de ser memorable”.

Los ilustres payasos muertosLos ilustres payasos muertosLos ilustres payasos muertosLos ilustres payasos muertos

“Cualquiera tiene derecho a escribir imbecilidades con la condición

de arrepentirse algún día. Se puede ser zonzo de vez en cuando, pero no se debe seguir siendo zonzo para el resto de la vida. La

mentalidad de Alberdi como escritor fue la misma desde los veintidós años hasta su muerte”.

Lo cursi y el snob son temas suyos de

siempre. En Vidas de Muertos desfilan los popes

literarios del parnaso argentino latinoamericano

en tanto que tales, como snobs y aquejados de

cursilería (uno de sus programas a lo largo de

sus distintos libros consiste en demostrar que la

cursilería es también patrimonio de las

aristocracias y que hay un esnobismo malo y

otro potable), como bovaristas suertudos que

por la distorsión engañosa de la sociedad

moderna –y su subproducto la cultura

Page 20: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

hegemónica argentina (ya la oficial liberal-

conservadora ya la popular-clasemedista sobre

la que se recortan los Ingenieros los Almafuerte

o los Carriego)- pasaron a consagrarse como

fetiches o ídolos propios de la falsa conciencia

moderno-nacional y de su alienación (medida

no por el patrón proletariado-universal sino por

el patrón cristiandad monarco-hispana). Los

prohombres del discurso oficial de la época –y

escolar de casi todas las épocas- desfilan en su

pasarela como vanidosos empolvados e

histéricos, mistificadores y figurones de una

posteridad fácil y pronta. Algunos son más vivos

que estúpidos y otros más gansos que vivos,

cuanto más se distanció el campo literario del

poder concreto más proliferaron los segundos

que los primeros (Guido y Spano era “un éxito

de señoritas” y representaba la mutación de la

solemnidad aristocrática en ”cajetillismo”; era un

haragán al que “la sociedad de su tiempo le

Page 21: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

había asignado una profesión altamente

decorativa: la profesión de poeta”.). Los literatos

confundían los asuntos de la vida de los literatos

–escribió- con los asuntos de la historia

argentina, porque creían que ellos estaban en la

historia. Cuando le pinta se convierte en

esteticista, y en Vidas de Muertos le pinta

especialmente. Por eso dice que Echeverría no

sabía nada de arte y parecía un analfabeto

charlatán, que Mármol “no sabía ni siquiera

versificar” y que los literatos liberales eran unos

ilustrados sin ninguna cultura. Mármol –

parafraseándolo- como hombre trabajaba para

desterrado y como argentino trabajaba para

prócer. La obra de arte no le interesaba –dice-.

Así, si utiliza la chismografía para combatir el

canon es seguramente porque entendía que le

respondía al romanticismo, a “la asquerosidad

romántica” –sentimentalismo sensualista

ventilador de intimidades deificadas-, de alguna

Page 22: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

manera en sus propios términos. “En lugar de

escribir la vida, Mármol se puso a describir

alcobas. Eso podrá interesarles a los tapiceros,

pero a mí no me interesa”. Echeverría “se crió

entre guitarristas y malevos, pero ni siquiera

supo quedarse con ellos. Ellos hacían patria y él

se puso a hacer romanticismo”. Los personajes

de Mármol no se matan por amor como él creía

sino porque “están asqueados de tanto

romanticismo”. Las lectoras de María de Jorge

Isaacs no se sentían satisfechas si su vida no se

convertía en literatura. “El sufrimiento no tuvo en

América categoría espiritual: tuvo categoría

sentimental. Los amantes sufrían aquí para que

lo supieran las amadas, no para que lo supiera

Dios. A ellas podría engañárselas y por eso

falsificaron el sufrimiento e hicieron con él

literatura”. Anzoátegui escribe, atacando a

Echeverría, que el arte no tiene nada que ver

con la sociedad ni con el tiempo ni con la

Page 23: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

civilización y que los únicos hombres serios son

los grandes santos y los grandes pecadores

(Echeverría no era ni lo uno ni lo otro).

La crítica argenta actual propone en los pies

de la “literatura de izquierda” de Tabarovsky

escribir en nombre de nadie y para nadie. La de

derecha de los 30, ponía al todopoderoso en el

lugar de ese nadie. Anzoátegui confundía a dios

con su público exiguo, por eso creía escribir para

dios (“La lógica de la poesía está reservada a Dios

exclusivamente”), y vituperaba a los best sellers

del viejo canon estatal o del nuevo popular. “A

las putas –dice de Almafuerte- las llamaba

señoras: hacía eso para que lo tomaran por un

hombre genial. Eran los compromisos de la

popularidad”.

El error en este caso está en el principio: en escribir para el

común de la gente, que tiene el tremendo prejuicio de las

cosas verosímiles. La poesía es, por naturaleza, inverosímil. La

lógica de la poesía está reservada a Dios exclusivamente.

Page 24: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

La Argentina para Anzoátegui tenía que ser

una monarquía absolutista, católica y teocrática,

que repusiera el orden mundial medieval y que

representara la restauración del reino español

preborbónico, porque no sólo era más papista

que el papa sino más hispano que los ibéricos. Si

ese mundo hubiese existido podemos imaginar

que su crítica literaria habría empezado con él. Si

ese estado hubiese ocurrido él sería el fundador

de su teoría literaria y su aparato de la crítica,

representando su prehistoria insurreccional y de

trinchera, empezada con Francisco de Paula

Castañeda y acabada con él. En ese contexto

ideal existiría un arte desconectado de la historia

y la sociedad, meramente remitido a la

eternidad de dios (Para Amado Nervo –

esnobista místico cadáver parlante monja laica y

profesional de la histeria triste- “Dios era una

cosa literaria”…). Incluso todo aquello que no

presuponga recepción divina no dejaría de ser

Page 25: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

pastiche, entendido como una suerte de

sinónimo de intertextualidad

…al poeta Rubén Darío debe buscárselo donde el poeta es

él mismo, donde habla claramente, como todos los días; es

decir, donde muestra la hilacha. El resto es puro ejercicio

retórico y puro pastiche, perfectamente conciente. Juzgarle

bajo este último aspecto sería juzgar su habilidad para el

remedo, y eso no interesa a nadie.

Del romanticismo al modernismo

americanos Anzoátegui no encuentra más que

imitadores –de Víctor Hugo a Verlaine-; pero con

ese criterio toda historicidad de cualquier texto

configuraría un “pecado” de parodia y pastiche.

Parcialmente tenía razón, en que todas las

novedades del día convertidas después en los

clásicos de un sistema literario nacional no

pasaban de ser traducciones y adaptaciones, es

decir parciales apropiaciones indultadas o

delitos plagiarios no descubiertos, en todo caso

mal hechos, y de ahí su diferencia y singularidad.

Page 26: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

En todo postulador de un ideal de lector no

divino encontraba a un menardista.

Alberdi tenía la ingenuidad de “un

muchachón roussoniano” y no le gustaban las

mujeres. El que sale más airoso de todos, se diría

que al único cuya tumba más o menos respeta,

es Sarmiento. Si bien –dice- que fue uno de los

tipos que mayores males le hizo al país:

Sarmiento “tuvo toda su vida un genio bárbaro”.

Y para Ignacio Anzoátegui el dilema nacional era

civilización o Cristo. A un Alberdi que pedía

“practicas y no ideas religiosas” le responde que

“el mal de América es precisamente la falta de

conocimiento religioso”.

Bastó que unos pocos pedantes nos hablaran para que

depositáramos nuestra religión doméstica en manos de las

mujeres. Nos bastó el miedo de los hombres para que le

perdiéramos el miedo a Dios. Ellos nos traían razones y

nosotros no teníamos ideas: teníamos prácticas. El

catolicismo de Alberdi no era catolicismo, porque no

conocía la Iglesia…La Iglesia no es tolerante, es la Iglesia

Page 27: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

bárbara de Jesucristo, nada civilizada en el sentido liberal. Es

intolerante porque posee la verdad; es bárbara porque

posee la alegría de la esperanza en Dios; es nada civilizada

porque no necesita de las cosas del mundo. Los hombres de

la generación de Alberdi no podían comprender esto.

El fisonomista gastadorEl fisonomista gastadorEl fisonomista gastadorEl fisonomista gastador

“Oh, créanme, hacer el culeíto no es nada en comparación con hacer la facha!”

W.G.

La avanzada del argumento ad hominem

hacia el argumento ad personae supone la

aparición del fisonomista, pero no a la manera

solemne de los criminólogos que seriaba el

positivismo, Anzoátegui trabaja el asunto a la

manera del “cachador”, un cachador señorial

alegremente racista, bastante lejos del cachador

conceptual a la manera macedoniana –ese

autor que describía a la escritura como a una

serie de poses de autor a ser fotografiado en su

ausencia, invisiblemente, y que declaraba

Page 28: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

“abstenerse de cara” como principio-. Para eso

recurría a una nomenclatura del insulto

dieciochesca, les llamaba “mulato” tanto a

Rivadavia y Sarmiento como a…Sócrates.

Es sugestivo pensar que este Anzoátegui

que hipotizaba afrodescendencia en los great

men de la ilustración nacional, sospechados

impensadamente de proto-cabecitas-negras del

bando contrario, fue, con muchas idas y venidas

y un poco a la fuerza, peronista, y propuesto por

el mismo Perón como secretario de cultura.

Efectivamente, Anzoátegui les quería “hacer la

facha” como escribió Gombrowicz, claro que en

la medida en que esto se podía hacer en

nombre de Dios y la Iglesia ex mazorquera,

nunca hay en Anzoátegui un humillado cáustico

arrojado a las garras del peón que ve cómo su

nobleza se propulsa al lumpenismo, como en el

caso de aquel teórico polonés de los procesos

cíclicos de la facha al culo. Es la chacota sobona

Page 29: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

de un cenáculo de caballeros –y de la fe- pero

en farra. Aunque de la chacota pasaba

raudamente a la execración, más que nada

cuando ponía en la mira al nuevo parnaso

aplebeyado, “los cretinos de Boedo” dice, que

alimentan la fama de los Carriego o los

Almafuerte (“Su vida fue la de un pobre hombre

con pretensiones de genio”).

Sarmiento no sólo tenía “jeta de mulato”

sino “cara de vieja”; Almafuerte: cara de apóstata.

Olegario V. Andrade, petiso y gordo, “parecía un

quebracho retacón”. Yrigoyen “cara de haber

sido zaguanero de joven” y Sartre –ya en plan

universal algunas décadas después- era bizco en

privado y en público y tenía una mirada de

polilla que había apolillado a Occidente.

Sócrates: “horrenda cara de sátiro de

talabartería”… Yendo más allá el gran proyecto

de los Cursos de Cultura Católica en el que

estuvo comprometido y del que fue un

Page 30: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

promotor consecuente partía del principio Se debe ser católico y no tener cara de católico, y

uno de sus modelos de conducta eran los

antiguos “santos sin cara de santos de santería”

(porque “el santo que fue pecador tiene sobre

los otros santos la ventaja de que conserva su

cara de pecador” con la que se gana la confianza

de los pecadores). También en el plano

sociopolítico, su campaña perpetua contra la

movilidad social la desestratificación y la mezcla

de clases merecía un abordaje desde el

fisonomismo reaccionario jetocrático:

El hombre que ha nacido verdulero no tiene derecho a

adoptar una cara de conde, porque –para desprestigio de

los verduleros- será siempre un conde de carnaval; como el

que ha nacido conde no tiene derecho a adoptar una cara

de maestro, porque –para desprestigio de los maestros- será

siempre un maestro de escuela.

Su criticismo facial remitía más a la

chismología universal –que ha trasmitido por

Page 31: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

dos milenios por ejemplo la fealdad de Sócrates

como objeto de discurso- que a una inspiración

frenológica o lombrosiana –que eran más bien

un legado de época- de pretensiones científicas

que le eran ajenas. Observa por ejemplo cómo

las leyendas negras liberales acerca de la

sanguinolencia rosista eran un fenómeno antes

que nada de transmisión oral perpetrado por las

mujeres, por las viejas y matronas (en esa

atención a la feminidad como segundo saber se

parece un poco a Macedonio –que reparaba

más en su sabiduría ágrafa y refranesca que en

su veritismo sibilar), un cuento que transmitían

las abuelas pero no los abuelos, y el peso

invisible que el rumor tiene en la historia patria.

Su humor racista se servía de certezas operativas

que no necesitan de oblicuas apelaciones a la

autoridad epistémica, ni su Dios gótico

necesitaba de la genética determinista. Vidas de Payasos Ilustres descubre no sólo payasos de la

Page 32: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

historia sino monstruos de acá y allá –como

Crusoe, al que considera más que un personaje

literario un “monstruo filosófico”-, pero la

monstruosidad se mide en función del desvío

de la doctrina imperial de la Iglesia hispana y no

de la “naturaleza” médico-legal, que de suyo es

anzoateguianamente monstruosa. Anzoátegui

se reía del aspecto y la cara de los demás como

se ríen los niños prepotentes y alborozados que

bien conocía y a los que pretendía guiar como

profesor/niñoterrible. Es el inventor argentino

del bullyng historiográfico.

De todos modos cuando se aboca al

enemigo –bastante seguido cuando andaba en

prosa- Anzoátegui toma todo de sus colegas las

comadres, su arte de la injuria tiene al comadreo,

el infundio, el chisme, el bulo, por estrategia

superior. Fue un bloguero hecho y derecho. Las

máximas y consejos de Goebbels y K. Schmitt,

que tanto se conmemoran ahora en la tevé y en

Page 33: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

los portales de los diarios, ya eran tácitamente

suyas. Su método de investigación biográfica se

documenta en lo que llama “suposiciones” y

“prejuicios”, hace historia inventando rumores

pero al menos lo aclara, va hacia las ideas pero

por lo bajo (el hijaputismo le llamaría Marechal,

su par populista), fatigando la infamia como

decía aquel otro. Sus estratagemas biográficas

hacen del “revisionismo” una prensa amarilla de

fina prosa aplicada a las celebrities

decimonónicas del discurso ochentista o a

cualquier enemigo aleatorio o voluntario de la

Iglesia a lo largo de la historia occidental. Contra

la pornografía sublime o sensualismo

sentimental del “romanticismo” opera con el

valor de verdad de la anécdota como

desublimación-represiva, usa el ancestral y

originario artilugio de las esclavas tracias desde

la posición del señorío como un Nietzsche

paparazzi. Tiene todo para postularse a

Page 34: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

precursor de la rosca crítica digital del “campo

literario”. “Echeverría –escribe- seguía la moda

de la época: así se inventó una fortuna amorosa

para poder meterse con el amor. Todo esto hay

que suponerlo, porque si no se supone nada no

se comprende el siglo pasado”…

Decía inclusive haber escrito sobre autores

que no había leído, en eso va hasta mejor que

Macedonio como ancestro –en lo

procedimental en este caso más que en lo

estilístico- del aparatejo crítico profesional

universitario o peri-universitario argentino, hay

chicas profesorales y ochentistas que hicieron

de esa confesión una jactancia un sistema y

unos cuantos papers pícaros.

Tengo el honor de no haber leído jamás una sola línea de

Emilio Zola. Y, además, tengo la suficiente serenidad de juicio

para execrarlo…

El “culto al coraje” de Borges a AnzoáteguiEl “culto al coraje” de Borges a AnzoáteguiEl “culto al coraje” de Borges a AnzoáteguiEl “culto al coraje” de Borges a Anzoátegui

Page 35: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

“Jorge Luís Borges inventó a Jorge Luís Borges. Lo demás lo hicieron

la masonería literaria y su aliada la cobardía. Después de la de coimero de alto bordo, la carrera más segura y lucrativa es la de

figurón”. (De Tumbo en Tumba)

“No hay verdadera crítica sin trompadas,

como no hay verdadera religión sin guerra

religiosa” decreta Anzoátegui en algún

momento; ya había escrito su Vidas de Muertos

ajustando sus cuentas con el público argentino

engañado por el liberalismo conservador que la

generación del 80 había convertido en

pensamiento único nacional y ahora se abocaba

a disparar contra los republicanos arengando a

la Falange. Es una declaración de principios que

se diría que lo pinta de cuerpo entero. “La crítica

–escribe memorablemente- es el arte de dar una opinión cuando nadie lo pide”.

“Nuestras pasiones –agregaba- son de dos

clases: aquellas por las cuales tenemos el

derecho de dar una trompada y aquellas por las

Page 36: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

cuales merecemos que nos den una trompada.

Cualquiera otra actitud se llama comodidad,

aunque el mundo moderno se haya puesto de

acuerdo en disfrazar la comodidad con el

nombre de libertad”…”Porque si algo debemos

admitir –escribieron sus biógrafos epigonales

autores de la antología que le publicó la

Secretaría de Cultura en el último año del

Proceso- es que Anzoátegui era muy parecido a

su obra”. Aunque a punto y seguido apenas,

parece que se desdijeran…”Seguramente era

más y otra cosa”.

Bien, ¿vale la pena una suerte de verificación

o contrastación biográfica que inquiera en el

vínculo ético entre aquellos enunciados

performativos de una cierta moral y la mera vida

o la conducta de su referente y sujeto? El

personaje histórico Ignacio Braulio Anzoátegui

es un personaje sumamente legible, se lo lee de

hecho como a un raro y como a un maldito, el

Page 37: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

documental sobre la anécdota de su vida en

función de su dimensión de personaje literario

es improbable que se filme siendo un escritor

tan peligroso para el amplio público como de

ínfima importancia histórica, pero pudo ser

escrito en las veintipico de páginas que le

dedicó Becerra. La tarea ímproba ciertamente, el

trabajo sucio, es leer sus textos, señalados por

diversos y ciertos consensos y con diversas y no

pocas razones como ilegibles en virtud del

anacronismo de sus temarios o peor de lo

fragoso y embarazoso de sus valores. Intentar

rescatar algo que no sea un simple elogio del

autoritarismo o del totalitarismo e ismos así, y

que tampoco sean un par de chistes

memorables o un estilismo retórico prolijo es

tarea dudosa y comprometida.

Anzoátegui –se lee en el trabajo de Becerra-

sostiene una discusión con la primera jueza

mujer de la Argentina por haber rubricado una

Page 38: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

ruptura matrimonial, declara que “la justicia no

puede emanar de una mujer”, va a parar a la

alcaldía de tribunales, y al tiempo termina

siendo íntimo amigo de la jueza progresista.

Anzoátegui es el “cruzado” (Ferrer) que escribe

furibundamente libro tras libro sus mismas ideas

pertinaces exaltadas e intransigentes que invitan

a la guerra santa a romper vidrieras y a sacar los

tanques a la calle o a quemar los libros de textos

liberales de las escuelas públicas, y su hijo le

declara al biógrafo: “El viejo nunca nos impuso

creer en nada, nunca nos obligó a ir a misa y

nunca lo escuché discutir con nadie sobre

religión. De los once, algunos salieron religiosos

y otros no, y eso nunca afectó nuestras

relaciones”. Entonces… ¿en qué quedamos?

“Entonces, ¿por qué –se pregunta Becerra-

Ignacio Anzoátegui es un autor de la bibliografía

fascista argentina?, ¿por qué su libro Escritos y Discursos a la Falange forma parte de la

Page 39: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

colección de la editorial Santiago Apóstol, junto

a Breve retrato sobre el Anticristo, de Vladimir

Soloviev, y La perversión democrática, de

Antonio Caponetto, director de una conocida

revista de intrigas y catarsis naziparanoides

llamada Cabildo?” “Un crítico que no se siente capaz de

arriesgarse a que le peguen –seguía

Anzoátegui- debe limitarse a ejercer la crítica en

la intimidad de su familia, donde se puede

llamar brutos a los ausentes sin responsabilidad

alguna. La crítica es el arte de dar una opinión

cuando nadie la pide. (…) Para eso un crítico

serio necesita poseer un gran espíritu de mártir

o unos grandes puños que le permitan resistir a

aquellos que quieran convertirlo en mártir”.

Entonces: ¿era un “crítico serio”?: ¿la crítica

de Anzoátegui era en serio? ¿O era Anzoátegui

un cómodo, a la manera del “hombre correcto”

que denunciaba como antítesis del caballero

Page 40: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

heroico de vida peligrosa que decía defender en

sus volúmenes? La primera sospecha la induce

su semi-deudo estilístico Arturo Jauretche desde

Los Profetas del Odio y la Yapa de 1957 donde

narra un modesto incidente entre Anzoátegui y

FORJA. Al parecer éstos habían recibido una

balacera en la calle y Anzoátegui que había

publicado recientemente sus Vidas “nos soltó un

brulote” escribe Jauretche. A lo que parece que

Homero Manzi le respondió con una frase que

por Internet recuerdan varios: “Usted se ha

metido con todos los próceres menos con uno:

el que dejó un diario de guardaespaldas...”.

Ciertamente el prócer era Mitre,

sospechosamente omitido de su lista de

necrológicas, a la que se agregaron nuevos

occisos en la tercera edición pero jamás el

fundador de La Nación, diario, por lo demás,

que supo recibir colaboraciones del propio

Anzoátegui, que evidentemente, literato al fin

Page 41: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

antes que político militante o incendiario, no

omitía coquetear de vez en cuando con el

enemigo de su propia clase, con los medios de

la cultura casi siempre oficial del liberalismo

conservador oligarca. Y es posible que por esos

circuitos el tono anzoateguiano cambiara, basta

leer el tono de los libros que publicó para

Emecé. Y acá sigue la segunda escena de

desenmascaramiento donde imprevistamente

Jauretche se reúne con Adolfo Bioy Casares, que

narra otro episodio en el mismo sentido del

anterior aunque de puertas adentro, diez años

después, en el bodoque póstumo de 1600

páginas llamado Borges, publicado en 2006,

referido también por Becerra. En la entrada del

19 de marzo del 67 Borges dice según Bioy y

como olvidándose de aquello que había escrito

en “Arte de injuriar” sobre lo “formal y

convencional” del asunto: “Carlyle, León Bloy,

Mencken y algún otro energúmeno literario

Page 42: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

crearon un personaje, que era ellos mismos, y lo

hicieron escribir en ese carácter. Ignacio

Anzoátegui es una versión ínfima y debilísima de

ese personaje, pero con esta particularidad: que

personalmente es muy cortés”. “Esta cortesía –

sigue ahora Bioy- echa una extraña luz sobre su

conducta en la vida y en los libros. En esa

dualidad, cada una de las dos maneras de ser

queda en tela de juicio. ¿Por qué es cortés en el

trato directo? ¿Porque considera que un matón

infringe la cortesía y la buena educación?

Entonces ¿por qué no es cortés y educado por

escrito? ¿O admira la descortesía y los malos

modales, pero no se atreve a emplearlos cara a

cara con la gente? ¿Confía en que la cortesía y la

buena educación estarán bastante afianzadas en

sus lectores para que no lo apaleen? Tal vez con

fundamento o modestia confía en que no han

de leerlo”.

Page 43: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

Por eso para entender algo de lo que

vagamente se aparece como el misterio de

Anzoátegui sirven los reportajes narrados

cinematográficamente, o como un policial, de

Becerra, que igual no ofrecen ninguna respuesta

al enigma antiestructuralista que instaló Bioy

Casares y que es el mismo que animó la

escritura de la biografía literaria argentina

reciente más exitosa por estas fechas y la más

gorda de la historia nacional (porque el “Borges”

no es una biografía estrictamente), la de un

cierto hijo bastardo de Anzoátegui con menos

suerte en vida pero con más suerte en la crítica

actual, la de Osvaldo Lamborghini, escrita por

Ricardo Strafacce en mil páginas más o menos al

calor de una pregunta fundamental que era –

según declara el autor de entrada-: ¿cómo habrá

sido alguien que escribió así? Y si algunos con

este bodoque han querido desenmascarar a un

Lamborghini que de desinteresado por la

Page 44: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

publicación pasaría a desesperado por, o que de

terrorista cultural pasaría a cortesano frustrado, o

de maricón facho a ni maricón ni facho, o del

mito –anecdótico- al logos –archivístico-, con el

bodoque de Malditos donde está la nota ésta

sobre Anzoátegui otros podrán imaginarse una

venganza póstuma similar. Si el tema con Aira es

si “¿es o se hace?” el idiota o el genio (asunto

ubicado por E. Gandolfo), con éste ¿cuál sería?

¿Si fue o se hacía el nazi? Borges había escrito –

en el sepelio- que Macedonio escribía para saber

quién era, una gastada más de un cegato que

nunca pudo leerlo, que rechazaba su escritura

para afirmarlo como átopos, como Sócrates

Nacional-Porteño, como enigma a decidir en

torno a si Genio-Idiota o Idiota-Genio. Pero es el

que lee, el lector, el que lee para saber quién es,

para saber qué son las cosas y para saber qué

hacer (el lector es leninista), los escritores,

llegado el caso –o sea cuando escriben “por

Page 45: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

encargo” de sí mismos- escriben para no ser lo

que son, el problema es que no saben lo que

son.

Anzoátegui burlón cultor de la infamia y la

injuria no era un duelista, por algo se reía de esa

izquierda señorial o aseñorada, ya socialista, ya

provinciana y liberal y pequeñoburgueoide,

integrada por espadachines de chambergo o

“tribunos” elocuentes y ofendidos. Era un

segunda línea, guarecido detrás de señores más

señores y de señores con sotana, que eran los

que iban a la palestra. A él más bien le estaba

reservado el trabajo del ocio, convertir en chiste,

literatura de autoconsumo, licencia poética o

boutade, lo que trabajaba más en serio la

primera línea: DellÒro Maini, Meinvielle, Casares,

Ibarguren, Sánchez Sorondo etc.: los serios. Más

que un francotirador era un recalcitrante al que

podemos imaginar destornillándose de risa en

su escritorio mientras ve cómo los camelots de

Page 46: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

la banda juvenil patriótica se entretienen

rompiendo cráneos plebeyos o del que un día

podríamos esperar que, amenazado, salga con

su pistola… pero no que nos mande sus

padrinos o nos quiera trompear a lo Viñole (o a

lo Viñas). De hecho, se burla en varios lugares de

los duelistas (“Yo le contesté entonces que

siempre tenía preparada una respuesta en el

caso de que me desafiaran a batirme: ‘Díganle a

su ahijado que yo no pienso matarlo, pero que si

él quiere hacerlo que me avise para comulgar

por la mañana’”.), así como desprecia a esos

“compadritos” que fascinaban a Borges, aun

cuando éste lo ubicó en la grilla de autores de El Compadrito, una antología sobre el tema

publicada por Emecé en el 45 donde don

Ignacio comparte cartel con Carriego, Martínez

Estrada, Fray Mocho, y con algunos allegados

como Lugones, Güiraldes o Sáenz y Quesada.

Del héroe preferido de los cínicos griegos,

Page 47: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

Heracles, dijo que era “un matón, un forzudo

que confundió el mito con el circo” (“Y actuó,

así, como un nuevo rico de la fuerza, como un

cochino burgués ensoberbecido”). Becerra narra

un par de anécdotas más que van en el mismo

sentido y apenas amenaza a postular “una cierta

blandura que aparece en los momentos en que

Anzoátegui debía afrontar la experiencia

mundana del intercambio personal”.

Borges tenía un cierto orgullo militar, un

poco aguado, no era un gusto por los militares –

al fin y al cabo era un conservador “anarquista”-

sino por el “coraje” que encontraba en sus

“mayores”, como su abuelo muerto

heroicamente en guerra, o bien en los

compadritos barriales, y un tema con su propia y

declarada cobardía ("No haber caído, / como

otros de mi sangre, / en la batalla. / Ser en la

vana noche/ el que cuenta las sílabas"). De ahí

procede la sospecha orquestada por su jefe de

Page 48: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

trabajos prácticos, el chismógrafo mayor de la

literatura argentina. La cuestión que el Robin

Borgeano quiso dejar para la posteridad de

mancomún con su maestro ciertamente no es si

fue Anzoátegui un bobo o un genio o un buen

o mal escritor (“Que yo sea buen o mal poeta es

cosa que solo interesa a los demás. A mí, lo

único que me importa es ser poeta”) sino si el

más militarista belicoso e insultante de los

escritores argentinos no fue en realidad de la

misma forma que Borges simplemente un

cobarde, pero un cobarde no asumido

disfrazado de lo contrario. Para cerrar, esta

declaración que deja María Kodama, en un

reportaje de La Nación de 2012, en torno al

affaire “Borges”-Bioy: “Borges me definió a Bioy

una vez con una palabra: "Cobarde". Ésa era la

palabra con la que lo definía”…

Page 49: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

Y lo que sería la respuesta de Anzoátegui

mismo a todo el intríngulis susomentado, sita en

la página 93 de su libro del 68:

“La tentación, eso que recordamos en el

Padrenuestro –‘ne nos inducas in tentationem’,

‘no nos pongas bajo la tentación’- no es sólo la

de sexto ni la del noveno mandamiento (más

imperecedera esta última que la primera). La

tentación involucra a todos los mandamientos,

incluido el que nos prohíbe romperle la cara a

Sartre o verter unas gotas de acónito en el té de

Borges. Por eso mismo yo conservo colgada al

costado de la cabecera de mi cama una vieja

estampa que reproduce la ‘Bendición Santa con

que el Seráfico Padre San Francisco de Asís

bendecía a todos y con la que bendijo a Fray

León su compañero muy molestado de

tentaciones: El señor te bendiga, y te guarde; te

manifieste su divina cara, y tenga misericordia

Page 50: Arte de Injuriar por Ignacio Anzoátegui

de ti; vuelta a ti su divino rostro y te dé paz. El

Señor bendiga este su siervo. Amén.”