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957 Volumen 61 Número 696 eca Estudios Centroamericanos Resumen Este ensayo reflexiona en este nuevo rostro generador de miedo, entre la ciudadanía salva- doreña, el cual es producto de una presencia sistemática en el discurso político institucional, difundido a través de los medios de comuni- cación masiva, que, además, se ha transnacio- nalizado. Las maras se han convertido en tema de debates académicos, pero sobre todo en la “anomalía” que los gobiernos de la re- gión centroamericana, de México y de Esta- dos Unidos pretenden penalizar o, en térmi- nos de Foucault, disciplinar. Pero para comprender mejor la complejidad de este fenómeno, este ensayo busca vin- cular la realidad de las pandillas con los acon- tecimientos históricos del país, porque, de esta manera, los procesos para construir una cultura autoritaria, anclada en el miedo, se presentan de forma hilvanada. El fenómeno no es nuevo como objeto de estudio, pero es urgente discutir nuevas formas para abor- darlo. Las pandillas, denominadas maras, no son expresión de una violencia ahistórica ni son extrañas al tipo de sociedad. Son jóvenes y adultos, mujeres y hombres, niños y niñas, con rostros que, aun cuando se intente negar, pertenecen a esos espacios denominados “nación”. Palabras clave: El Salvador, aspectos políticos, historia, problemas sociales, violencia, delitos, medios de comunicación de masas, maras, ensayo. Artículo Las maras salvadoreñas: nuevas formas de espanto y control social 1 Roxana Martel Trigueros 2 Departamento de Letras, Comunicación y Periodismo Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) pp. 957-979 1. Una versión previa fue presentada en el Coloquio Internacional “Maras: identidades juveniles al límite”, organizado por el Instituto Mexicano de la Juventud, la Universidad Autónoma Metropolitana (Iztapalapa), el Colegio de la Frontera Norte, el Instituto Nacional de Migración y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, del 5 al 7 de julio de 2005, en México. Amparo Marroquín Parducci, docente de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, colaboró en la edición y revisión del artículo. 2. Docente e investigadora de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”. Actualmente cursa estudios de doctorado en sociología del conocimiento, en la Universidad Pública de Navarra (Pamplona).

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957Las maras salvadoreñas: nuevas formas de espanto y control social

Volumen 61 Número 696 eca Estudios Centroamericanos

Resumen

Este ensayo reflexiona en este nuevo rostrogenerador de miedo, entre la ciudadanía salva-doreña, el cual es producto de una presenciasistemática en el discurso político institucional,difundido a través de los medios de comuni-cación masiva, que, además, se ha transnacio-nalizado. Las maras se han convertido entema de debates académicos, pero sobre todoen la “anomalía” que los gobiernos de la re-gión centroamericana, de México y de Esta-dos Unidos pretenden penalizar o, en térmi-nos de Foucault, disciplinar.

Pero para comprender mejor la complejidadde este fenómeno, este ensayo busca vin-cular la realidad de las pandillas con los acon-tecimientos históricos del país, porque, deesta manera, los procesos para construir unacultura autoritaria, anclada en el miedo, sepresentan de forma hilvanada. El fenómenono es nuevo como objeto de estudio, peroes urgente discutir nuevas formas para abor-darlo. Las pandillas, denominadas maras, noson expresión de una violencia ahistórica nison extrañas al tipo de sociedad. Son jóvenesy adultos, mujeres y hombres, niños y niñas,con rostros que, aun cuando se intente negar,pertenecen a esos espacios denominados“nación”.

Palabras clave:El Salvador, aspectos políticos, historia,

problemas sociales, violencia, delitos,medios de comunicación de masas,

maras, ensayo.

Artículo

Las maras salvadoreñas:nuevas formas deespanto y control social1Roxana Martel Trigueros2

Departamento de Letras,Comunicación y PeriodismoUniversidad Centroamericana“José Simeón Cañas” (UCA)pp. 957-979

1. Una versión previa fue presentada en el Coloquio Internacional “Maras: identidades juveniles al límite”,organizado por el Instituto Mexicano de la Juventud, la Universidad Autónoma Metropolitana (Iztapalapa), elColegio de la Frontera Norte, el Instituto Nacional de Migración y el Instituto Tecnológico y de EstudiosSuperiores de Occidente, del 5 al 7 de julio de 2005, en México. Amparo Marroquín Parducci, docente de laUniversidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, colaboró en la edición y revisión del artículo.

2. Docente e investigadora de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”. Actualmente cursa estudiosde doctorado en sociología del conocimiento, en la Universidad Pública de Navarra (Pamplona).

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1. Presentación

La violencia en El Salvador ha cambiadoen sus formas, no en intensidad. En las dé-cadas de 1970 y 1980, tuvo un caráctereminentemente político. Muchas fueron lascausas que explican la larga guerra civil. Laviolencia de esas décadas fue de naturalezabélica. En 1992, la firma de los acuerdos depaz trajo la pacificación y el carácter de esaviolencia fue reemplazado por otra delictiva,la cual conlleva nuevas percepciones deinseguridad, tanto en los contextos urbanoscomo en los rurales.

La violencia no es un tema desconocidoen el país. Desde el siglo XIX, las propuestasoligárquicas para reformar la economíatradicional, fundamentada en la propiedadcolectiva de la tierra, en una economía cafe-talera, forzaron a los campesinos a sublevarsecontra ese poder hegemónico. La resistenciaprovocó la represión brutal de los militares.Décadas más tarde, en 1932, la historia serepitió, pero las víctimas fueron muchas más.Diversos documentos registran la represiónen la zona occidental del país, donde unacantidad considerable de campesinos fueejecutada, como ejemplo del destino de laresistencia. De acontecimientos violentos, enel contexto rural, el país pasó a la violenciaurbana. Desde la década de 1940, las ciu-dades más grandes fueron escenario de laviolencia social. El clima de represión de lasdictaduras y su presencia militar configuraronel devenir histórico del país. En ese momento,el enemigo era la oposición al régimen hege-mónico. Oposición representada desde el ám-bito político. El inicio de la guerra civil marcóel aumento progresivo de las tasas de homi-cidios, sobre todo durante sus primeros años(Cruz y González, 1997).

La firma de los acuerdos de paz de 1992debía poner fin al clima de incertidumbrecreado por el temor a las acciones violentas,las cuales terminarían. Lo que en ese enton-ces se perfilaba como una esperanza, se haconvertido en algo irrealizable. Catorce añosdespués del final de la guerra, las víctimas dela violencia no han disminuido y la percepción

de inseguridad es aún más difusa, pero estápresente en todos los sectores sociales. Aho-ra, “el enemigo o la amenaza” no es el adver-sario político, sino un sujeto que puede adop-tar la forma de delincuente, de criminal o,más en concreto, según la política guberna-mental actual, de “marero”.

Pareciera como si la misma historia sehubiera tejido otra vez, con el componentede violencia y miedo. La narrativa oficial seha servido de sujetos que concentraran losmiedos y que canalizaran las formas de ordennecesarias para funcionar. Este ensayo re-flexiona en este nuevo rostro generador demiedos, entre los salvadoreños, el cual esproducto de una presencia sistemática en eldiscurso político institucional, difundido através de los medios de comunicación masivay, además, se ha transnacionalizado. Las ma-ras se han convertido en tema de debatesacadémicos, pero sobre todo en la “anomalía”que los gobiernos de la región centroameri-cana, de México y de Estados Unidos preten-den penalizar o, en términos de Foucault,disciplinar.

Para comprender mejor la complejidad deeste fenómeno, este ensayo busca vincular larealidad de las pandillas con los acontecimien-tos históricos del país, porque, de esta mane-ra, los procesos para construir una culturaautoritaria, anclada en el miedo, se presentande forma hilvanada. El fenómeno no es nuevocomo objeto de estudio, pero es urgente dis-cutir nuevas formas para abordarlo. Las pan-dillas, denominadas maras, no son expresiónde una violencia ahistórica, ni son extrañasal tipo de sociedad . Son jóvenes y adultos,mujeres y hombres, niños y niñas, con rostrosque, aun cuando se intente negar, pertenecena esos espacios denominados “nación”.

2. El discurso protagónico sobre laviolencia

Una de las características que describe aEl Salvador de los últimos diez años es laviolencia, criminal y no criminal, la cual sereproduce cotidianamente en los espacios pú-blicos y privados. Lo extendido y diversificado

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de la violencia, las dificultades para registrarlay para dar un tratamiento adecuado a sus cau-sas son factores que aumentan el sentimientode inseguridad en la población. Varias ins-tituciones, nacionales e internacionales, hanreflexionado sobre esta problemática y hanaportado elementos que contribuyen a su ca-racterización.

El Salvador tiene una de las tasas de ho-micidios más alta de América Latina. Segúndatos del proyecto “Sociedad sin violencia”

del Programa de Naciones Unidas para elDesarrollo (Salvador, 2003), en 1994 y 1995,la tasa de homicidio intencional alcanzó entrelos 150 y 160 asesinatos, por 100 mil habi-tantes (Gráfica 1). De esta forma, El Salvadores el país más violento de América Latina,en términos de homicidios. En el período1999-2003, la tendencia de esa tasa dismi-nuyó, aun cuando se registró un repunte en2003–2004 (41 homicidios por 100 mil habi-tantes). En 2005, la tasa de homicidios ascen-dió a 50 (PNUD, 2005).

020406080

100120140160180

1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003Hom

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Si se comparan estos datos con los deAmérica Latina, El Salvador sigue siendo unode los países más violentos, según la tasa dehomicidios. El programa de Naciones Unidaspara el Desarrollo usó los datos de tres ins-tituciones oficiales —la Fiscalía General, elInstituto de Medicina Legal y la Policía Nacio-nal Civil— y los cotejó con los de otros paíseslatinoamericanos (Cuadro 1). Pese a la dife-rencia de registros, la situación es preocupan-te. De acuerdo con los estándares de la Orga-nización Mundial de la Salud, una tasa dehomicidios superior a 10 por cien mil habi-tantes anuales es considerada como una epi-demia (PNUD, 2003).

Gráfica 1El Salvador: tasa de homicidios por cien mil habitantes

1993-2003

Fuente: PNUD, 2003.

El diagnóstico de la violencia del Programade Naciones Unidas para el Desarrollo,basado en los datos del Instituto de MedicinaLegal del año 2003, arroja una tasa de 36homicidios por cien mil habitantes. De estos,el 57.4 por ciento fue registrado como re-sultado de delincuencia común, mientras queel 8 por ciento se adjudicó a las maras, y el6 por ciento a la violencia social —intrafami-liar y a las riñas estudiantiles—. Según estosdatos, la causa del 28.8 por ciento restantede homicidios no fue identificada. No obs-tante, el discurso oficial resalta la peligrosidadde las pandillas, ya que les adjudica los homi-cidios, el delito más grave.

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Aun cuando los datos de homicidios de-nuncian la existencia de una sociedad muyviolenta, la población salvadoreña tiene unapercepción sesgada de esta violencia, media-tizada por el discurso oficial y los medios decomunicación. Estos magnifican las víctimasde las pandillas, al mismo tiempo que mini-mizan la violencia institucional y los crímenesde cuello blanco. Un estudio sobre víctimas yla percepción de la seguridad señala que casila mitad de las personas entrevistadas, enuna encuesta nacional, piensa que el proble-ma de las maras o pandillas constituye elfenómeno al que hay que darle una atenciónprioritaria. Al preguntar directamente sobrelas pandillas, casi la totalidad (91 por ciento)dijo que eran un problema grande, entérminos nacionales; sin embargo, cuando sepreguntó por su incidencia en la zona deresidencia, solo el 21 por ciento señaló a laspandillas como un problema muy grande. Dela misma manera, solo el 10 por ciento dela población dijo haber tenido un problemadirecto con pandilleros (Cruz y Santacruz,2005).

El mismo estudio señala que menos del 5por ciento dijo haber sido víctima de algunaacción de las pandillas juveniles. El estudioexploró también la vinculación que podríahaber entre los noticieros de la televisión yla percepción de inseguridad. Aquellos quesiguen con frecuencia esos noticieros mues-tran más inseguridad que quienes no se infor-man por la televisión.

2.1. Formas de violencia juvenil

El discurso oficial construye la identidadde los jóvenes desde la violencia juvenil. Estaaparece como violencia estudiantil, comoconsumo cultural de los jóvenes y como vio-lencia de pandillas (maras). No nos detenemosen la primera forma, porque este espacio nopermite ilustrar un fenómeno tan complejocomo los otros dos. Sin embargo, a modo desíntesis, aunque con el riesgo de simplificar,se puede afirmar que la violencia estudiantiles adjudicada a las agresiones que se produ-cen entre los estudiantes de diferentes centroseducativos, cuyas víctimas y victimarios sonellos mismos. Este no es un fenómeno nuevo,pero el discurso oficial, difundido por funcio-narios públicos, en los últimos años, lo hacenaparecer como ahistórico y novedoso. El fenó-meno se reduce a “maras estudiantiles”, lo cualha dado lugar a un tratamiento coercitivo, si-milar al dado a otras manifestaciones violentas(González, 2003). Wim Savanije (2005) his-toriza estos procesos y los coloca en su justadimensión.

La violencia vinculada a los jóvenes apa-rece también como consumo cultural, expre-sado en la música, los programas televisivos,las películas y los juegos de video. Según eldiscurso oficial, los jóvenes generan la vio-lencia. La explicación más simplista de estefenómeno, la mayoría de ellas proporcionadaspor fuentes gubernamentales, identifica a losmedios de comunicación como causa y sobretodo a ciertas manifestaciones culturales,puestas a circulación por ellos. En consecuen-cia, el tipo de música preferida por los jóveneses censurado, explícita o implícitamente. Gru-pos como el mexicano Molotov o expresionesculturales como el hip-hop han sido censu-

Cuadro 1Tasas de homicidios por cada 100 mil

habitantes en América Latina

País Tasa

El Salvador (Fiscal a General) 55Honduras (2002) 53Colombia (2003) 50El Salvador (Medicina Legal) 36Guatemala 35Jamaica 35El Salvador (Policía Nacional Civil) 33Venezuela 33Brasil 20México 18Ecuador 15República Dominicana 12Panamá 11Nicargua (2002 PNUD) 6Cuba 6Costa Rica (2002 PNUD) 6Argentina 5Perú 5Uruguay 4Paraguay 4Chile 3

Fuente: BID 1999-2003.

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radas por los funcionarios públicos (Martel,2005).

Aquí nos interesa detenernos en la terceraforma de violencia juvenil, a saber, la produ-cida por las maras. Desde finales de la décadade 1980 e inicios de la de 1990, los mediosde comunicación han informado sobre la pre-sencia, cada vez más recurrente, de jóvenespertenecientes a pandillas o maras y les hanatribuido los hechos delictivos. De esta forma,les atribuyen homicidios, riñas, asaltos, intimi-dación y hasta secuestros. Desde 2003, lasmaras han sido objeto de políticas y accionesgubernamentales que buscan “erradicarlas”. Estasacciones y políticas, al igual que las mismasmaras, se volvieron trasnacionales. Centroa-mérica, México y Estados Unidos se consi-deran amenazadas por estos grupos de jóve-nes y adultos, cuya visibilidad es ahora mayor.

Conviene, pues, historizar este fenómeno.La premisa de la cual se parte sostiene quela historia salvadoreña se ha construido conla presencia de grupos o sujetos sociales quecondensan los miedos colectivos y permitendeterminar las fronteras entre lo legítimo ylo ilegítimo. En estos momentos, son los jó-venes y los adultos de las maras; antes lo fue-ron los incómodos jóvenes “revolucionarios”;a inicios del siglo XX, los indígenas. La listade personajes incómodos y temidos crece, asícomo la forma de reprimirlos.

3. Los hitos en la construcción narrativade las maras

“… no lo han herido estos, es verdad,pero habituados a ver heridos con tanta

frecuencia, no les hace éste ningunanovedad. Muchos hay que no forman los

monstruos, pero apenas se encontraráquién se espante de ellos”.

(Pedro Cortés y Larraz, Descripcióngeográfico moral de la diócesis de

Goathemala, siglo XVIII.)

En 1768, en tiempos de la colonia, elarzobispo de la diócesis de Goathemala dejóuna crónica, donde describió su visión de ungrupo de jóvenes detenidos frente a una

iglesia. Imaginó una pelea y pensó intervenir.Cuando se abrió paso entre la gente, se en-contró con un cuadro muy distinto: una per-sona herida agonizaba a los pies de los luga-reños, sin que ninguno se moviera, ni hicieranada para auxiliar al malherido. El obispo pi-dió con urgencia un cirujano y un religiosopara ayudar al moribundo, “pero todos que-daron con mucha serenidad sin moverse adiligencia alguna. Quiso Dios que pasara porla calle un eclesiástico, a quien llamé para quelo socorriera. Yo mismo le até las heridas, apli-qué ciertos espíritus, porque estaba agoni-zando y vivificado un poco, lo llevé yo mis-mo al hospital. Dije entonces entre mí, estepobre hombre se hubiera muerto entre estasgentes, que lo hubieran visto expirar conmucha serenidad, sin procurarle remedios, niconfesor, ni cirujano; no lo han herido estos,es verdad, pero habituados a ver heridos contanta frecuencia, no les hace éste ningunanovedad. Muchos hay que no forman losmonstruos, pero apenas se encontrará quiense espante de ellos” (Cortés y Larraz, 2001).La región geográfica que ahora correspondea la nación salvadoreña estaba, desde enton-ces, habituada a presenciar acciones terriblesy los monstruos no lograban espantarlos.¿Viene de ahí la calma indiferente, que pareceadueñarse, en algunos momentos, de la coti-dianidad salvadoreña? ¿Viene de ahí ciertoletargo indolente? Y luego, también, ¿dóndecomienza, para los salvadoreños, la historiadel nuevo espanto, esas narraciones del mie-do, donde nuevos monstruos amenazan a lasociedad actual?

En la historia salvadoreña aparecen gruposque el poder hegemónico —económico, po-lítico y militar— ha mantenido bajo control,a costa de la represión, que señala la fronteraentre lo legítimo y lo ilegítimo. Zygmunt Bau-man (2004a) pone en evidencia cómo todoproceso “civilizador” se fundamenta en esta-blecer un orden social sobre aquello que, enapariencias, se presenta como caótico y bár-baro. El proceso de colonización española,en el cual se pretendía “ordenar” u “occi-dentalizar” las formas de vida de las Américas,no fue otra cosa. El orden occidental necesitaba

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censurar la forma de vida indígena, por inci-vilizada. Esa censura y esa cultura ilegítimaindígena fueron heredadas a los proyectosindependentistas modernizadores. El proyectopolítico de El Salvador no fue la excepción.

En documentos históricos de los siglos XIXe inicios del XX se puede constatar cómo “elproblema indígena” tuvo que ser “controlado”con una violencia legítima, aplicada por lospoderes hegemónicos de la época. Tanto en1832 como en 1932, el territorio salvadoreñofue escenario de masacres de indígenas, quie-nes reivindicaban el respeto a sus tierras y asu organización social. La historia del espantoquedó registrada en los periódicos de enton-ces. Los indígenas eran comparados con hor-das bárbaras, a las cuales las guardias civilesincipientes debían controlar.

Así como los indígenas fueron los repro-ductores del miedo y, por lo tanto, a quieneslas élites en el poder debían “controlar”, losgrupos que se opusieron a los gobiernos dicta-toriales fueron la nueva amenaza para los sec-tores hegemónicos en los años siguientes delsiglo XX. Estos grupos de oposición repre-sentarían, para los grupos de poder, la ame-naza comunista. Los jóvenes universitarios se-rían los representantes simbólicos de este nue-vo espanto. Esa historia del miedo era alen-tada por las voces políticas, las cuales se hicie-ron oír a través de los medios de comunica-ción, en mayor o menor medida, entre 1932y 1970.

En la década de 1970, las crecientes ex-presiones populares de protesta tuvieron co-mo escenario todo el país. La intensa repre-sión política presagió la guerra de la décadasiguiente. El conflicto armado abierto duróonce años. En él perdieron la vida unas 75mil personas —alrededor de 6 250 muertosanuales, por causa de la guerra—. Dada unapoblación total promedio de 5 millones3,resulta una tasa de unos 125 muertos por100 mil habitantes (Lungo y Martel, 2004).Más allá de la dimensión cuantitativa, la gue-

rra se convirtió en un acontecimiento totaliza-dor en el orden social del país (Martín Baró,1988). La vida nacional estuvo en funcióndel conflicto, en mayor o menor medida, alo largo de todo ese período.

Esta dimensión totalizadora hizo que lapresencia de pandillas, conformadas por jóve-nes, organizados desde la década de 1980,no adquiriera una relevancia especial. Estudiosde finales de la década de 1980 e inicios dela de 1990 (AVANCSO, 1989; Argueta yotros, 1991) muestran cómo la existencia depandillas alarmó a la región. Los integrantesde las primeras “maras” fueron jóvenes de sec-tores excluidos y segregados social y econó-micamente. Según estos trabajos, las pandillascrecieron con rapidez y sus característicasviolentas pronto las convirtieron como unpeligro para los habitantes de los sectorespopulares, quienes así las percibieron. En esosaños, había muchas pandillas juveniles. Sutamaño no superaba a los 50 jóvenes poragrupación y su radio de acción se limitabaa ciertas zonas de la capital, como el centroy los barrios más pobres. Pandillas como lamara Chancleta, la AC/DC, la Nosedice, laGallo, la Morazán, etc., eran las más po-pulares, entre quienes discutían el fenómeno.Desde ese momento, la violencia y la soli-daridad interna que las caracteriza se hicieronevidentes (Proceso, 2003).

Pese a este reconocimiento académico, nofue sino hasta inicios de 1990, cuando serjoven pasó a ser sinónimo de “sospechosode pertenecer a una mara”. Después de lafirma de los acuerdos de paz, en 1992, losmedios de comunicación empezaron a repro-ducir un discurso que vinculaba las pandillasa muchos de los deportados de Estados Uni-dos. Empezó a hablarse de una “bomba detiempo”, que debía ser desactivada con me-didas drásticas que impidieran a estos salvado-reños volver a su país de origen.

La figura del deportado debe ser analizadacon atención. El discurso oficial ha explicado

3. Según las proyecciones del Ministerio de Planificación, publicadas en los Indicadores sociales y económicosy la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples de 1990.

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y exorcizado el fenómeno de las maras, alatribuir a la deportación de “presuntos delin-cuentes” la existencia de las maras en el país.Esta explicación cumple dos funciones. Porun lado, el problema de las pandillas es pre-sentado como un hecho extraño a las con-diciones sociales internas, con lo cual liberade toda responsabilidad. Por el otro, legitimael uso de la violencia por parte de Estado, elcual debe garantizar la seguridad de la po-blación, aunque no reconoce como tal a esaviolencia. El emigrante deportado —criminalo no— es el incivilizado, que quebrantó laley del país huésped (Estados Unidos); por lotanto, ahora debe regre-sar a su tierra. El discursooficial acusa a este salva-doreño emigrante de serel cabecilla del gran ene-migo público: las maras.Es el salvadoreño no de-seado. El que avergüen-za al país (Martel y Ma-rroquín, 2003). A media-dos de los años de 1990,el discurso del marero de-portado cobró una fuerzaparticular, “los deporta-dos, quienes vestían atuen-dos flojos, con tatuajes ensus cuerpos y que a sim-ple vista eran identificados como miembrosde las ya famosas ‘maras’ arribaron al aero-puerto”, señaló un periódico de circulaciónnacional, en abril de 1995. El discurso semultiplicó, hasta crear la sensación de quelos deportados eran cada día más y que lamayoría de ellos había cometido crímenes.

La explicación del discurso oficial de causa-efecto del fenómeno de las maras, a propósitode los deportados, es una reducción, hay quereconocer que estas ahora poseen una di-mensión transnacional. De tal manera quelas formas y los conflictos de las pandillas deEstados Unidos se reproducen simbólica ymaterialmente, no solo en El Salvador, sinotambién en Guatemala, Honduras y ahoraMéxico. Los jóvenes pertenecientes a pan-dillas, en El Salvador, adoptaron los usos y

las prácticas de las dos pandillas principales:la MS y la Pandilla 18. Las pandillas localesde la década de 1980 dejaron de existir comotales. Ahora son “clikas” de la MS y de laPandilla 18, las cuales se disputan el territorioy la visibilidad.

Las noticias difundidas por los medios decomunicación muestran, por otra parte, a lossalvadoreños que “presuntamente” pertenecena pandillas vinculados a distintos tipos decrímenes —bandas de asaltabancos y secues-tradores—, en Guatemala, México y EstadosUnidos. Las discusiones de las leyes o de lasmedidas de seguridad, adoptadas por los

gobiernos de los distin-tos países, también tie-nen mucha visibilidad.En las noticias consumi-das a diario, las marasaparecen como gruposde asalto en las fronte-ras. Los jóvenes salvado-reños que pertenecen auna pandilla también sonprotagonistas de noticiascuando los medios danseguimiento a sus historiasfuera del país, sobre todoa las de los procesadospor distintos delitos.

Otra gran narrativa que da forma a estenuevo espanto de las maras fueron lasmujeres decapitadas, en 2001 y 2002. Desdeoctubre de 2001, los discursos socialesempezaron a vincular a los pandilleros conlas víctimas decapitadas. En la mayoría decasos, esta vinculación no pudo probarse,pero logró infundir miedo suficiente en lapoblación como para que los círculos políticosreclamaran penas más duras para los res-ponsables de estos asesinatos. Esta percep-ción fue legitimada por el actual presidenteSaca, cuando afirmó, en una entrevista te-levisiva, durante su campaña electoral, que“los mareros no se andan con cuentos paraandar en la mochila la cabeza de su madre”.Posteriormente, otro funcionario públicodeclaró que al “hablar de mareros no se estáhablando de muchachos que rezan el rosario”.

[…] la historia salvadoreña se haconstruido con la presencia degrupos o sujetos sociales que

condensan los miedos colectivosy permiten determinar las

fronteras entre lo legítimo y loilegítimo. En estos momentos,

son los jóvenes y los adultos delas maras; antes lo fueron los

incómodos jóvenes“revolucionarios”; a inicios del

siglo XX, los indígenas.

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964 Las maras salvadoreñas: nuevas formas de espanto y control social

La palabra marero se volvió así sinónimode delincuente y de asesino. Aún y cuando,como afirma el periodista mexicano MarcoLara Klahr, es casi imposible encontrar a unjoven perteneciente a las pandillas que se de-nomine a sí mismo como “marero”4, estaidentidad tomó fuerza, debido al discurso dedistintos líderes de opinión, reproducido porlos medios de comunicación.

4. La construcción narrativa de las ma-ras como forma de identidad

Antes de continuar con esta discusión, con-viene establecer algunas categorías concep-tuales del análisis. Especial interés tiene, paraeste ensayo, la construcción narrativa de lasidentidades. La construcción del mundo socialse realiza, según Alfred Schultz (2003), por elsignificado específico con que se designan lasdistintas relaciones establecidas por los sujetossociales entre sí, en la doble dimensión de es-pacio y tiempo. En esas relaciones es posibleidentificar e identificarnos con un “Nosotros”,socialmente construido, desde la individualidady con el cual se comparten elementos bio-gráficos. Desde este “Nosotros” se construye,de manera parcial, al “Otro”, captado en susindividualidades y sus situaciones biográficasparciales. El “Otro” desempeña roles o fun-ciones típicas y su resultado es la autotipifi-cación que se produce al entrar en relacióncon él. Al definir el rol del Otro, el individuoasume un rol. Al tipificar la conducta del Otro,se tipifica la propia conducta, relacionada conla suya. Este proceso de doble tipificación, ladel Otro y la propia, se denomina “identida-des”. Así, pues, aquí entendemos por identi-dades socioculturales las relaciones socialesde oposición entre “nosotros” y “otros”.

Las identidades socioculturales son el re-sultado de la interrelación cotidiana y se de-finen por la capacidad discursiva de los sujetossociales. Desde el discurso se tipifica al Otroy al Nosotros. La relación de la narracióncon la identidad es constitutiva. No hay iden-tidad cultural que no sea contada. La identidad

es una construcción que se relata (MartínBarbero, 2001). Estos relatos, o narrativas,tienen unos tiempos, unos aspectos y unosmodos de narración que los hacen particularesy emblemáticos para la construcción identitaria.

El interés de estas líneas es acercarnos ala construcción de las identidades de los jó-venes que pertenecen a las maras, desde losdistintos discursos que circulan, sobre todoen el campo mediático salvadoreño. Discursosmarginales y hegemónicos que, en relacionesde confrontación, determinan, en el ima-ginario social, las identidades de los sectoresjuveniles. En ese sentido, los discursos socialesvinculados a los jóvenes que pertenecen alas maras se construyen desde dos operacio-nes. Por un lado, los discursos se construyendesde los mismos jóvenes, desde el “nosotros”social del cual habla Schultz. El discurso desdeel “Nosotros” de los jóvenes se hace desdelos procesos de autopercepción, y se hacevisible de distintas maneras en el espacio pú-blico —cuerpos y graffiti— y mediático.

Una segunda operación en la construcciónde las identidades de las maras se hace desdelos “Otros” hacia los jóvenes, que integran estasagrupaciones. Estos discursos se construyendesde la heteropercepción, es decir, desde lapercepción que otros tienen de las maras y loque el poder hegemónico desea legitimar, desdesus centros de diseminación política. Estos“Otros” ponen a circular discursos en los es-pacios públicos y mediáticos, entre los cualescabe distinguir el discurso mediático, el políticoinstitucional y el académico. Estos tres dis-cursos explican y dan forma a las prácticasde los jóvenes de las maras (Gráfica 2).

4.1. La construcción narrativa: la his-toria oficial

“Cada sociedad tiene la necesidad de construiralteridades radicales, negándolas y atentando

contra sus vidas, para purificarse y negar alpropio diablo en el cuerpo”.

(Ester Cohen, 2003).

4. Los más cercanos a la 18, sobre todo, prefieren denominarse homeboys.

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Volumen 61 Número 696 eca Estudios Centroamericanos

La construcción social y simbólica de ungrupo social, que sirve para distinguir lo le-gítimo de lo ilegítimo, es uno de los elementosque caracteriza la historia moderna salvado-reña. Estos grupos representan al bárbaro,que debe ser sometido. Primero fueron losindígenas; después, los comunistas, y ahora,las maras. Los bárbaros han servido como ins-trumento principal para la moderna “implan-tación del miedo” (Bauman 2004a). La cons-trucción de ese sujeto social con una función—negativa-criminal— específica se ha hechoa partir de tres dispositivos discursivos: el me-diático, el político institucional y el académico.

Los medios de comunicación salvadoreñoshan servido como caja de resonancia del dis-curso oficial. En los medios de comunicaciónse pone a circular el discurso que ha cons-truido la imagen hegemónica de las marascomo generadoras del miedo social. Este dis-curso ha sido difundido por las institucionesgubernamentales y por las élites económicas—expresadas en la gran empresa privada—,las cuales han demandado respuestas efectivaspara detener la violencia criminal. La violenciaoriginada en las prácticas de las pandillas esvivida por los sectores populares, donde losjóvenes pandilleros se disputan el territorio yalgunos de ellos cometen actos delictivos. La

difusión de sus rostros y su permanente visi-bilidad, en los medios de comunicación, gene-raliza la sensación de inseguridad creada porlas pandillas (IUDOP, 2004; Cruz y Santacruz,2005) .

Los estudios de comunicación discutenhasta qué punto el discurso de los mediosafecta la forma como las personas ordinariasreflexionan. Los expertos insisten que los me-dios de comunicación no solo ponen en co-mún los acontecimientos, sino que, sobretodo, se negocian los significados. El pensa-miento de muchos ciudadanos sobre los jó-venes de las pandillas se encuentra reprodu-cido en las noticias que transmiten todos losdías. En los productos mediáticos, en los noti-cieros de radio y televisión, en las notas ylos artículos de la prensa escrita y en Internetse pueden encontrar los gustos y los miedos,las alegrías y las represiones vividas por lasociedad y la cultura.

El seguimiento de las noticias sobre las ma-ras, difundidas en el país, permite identificar,al menos, tres estrategias de producción dis-cursiva, utilizadas en la construcción de lasnoticias: la creación de rasgos de identidadcolectiva, con lo cual desaparece la identidadindividual; la visibilidad de los personajes em-blemáticos y la categorización y el uso de

Gráfica 2

Discurso de jóvenes de pandillas: “marginal”

— Autopercepción— Discurso autoconstruido— Jóvenes = agentes miembros de una comunidad— Procesos de emblematización

— Performatividad: cuerpo, paredes, rituales— Medios de comunicación social: entrevistas

(marginal)

Discurso oficial: hegemónico

— Heteropercepción— Discurso heteroconstruido— Maras = agentes productores de violencia

(crímenes)— Procesos de emblematización/ estigmatización

— Discurso mediático: medios de comunicaciónsocial

— Discurso político-institucional— Discurso académico (re-significado por el discurso

oficial)

Circulación: espacio social

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966 Las maras salvadoreñas: nuevas formas de espanto y control social

metáforas. Estas categorías aparecen en lossiguientes fragmentos, seleccionados de entrelas noticias difundidas por los periódicos na-cionales. Estas estrategias no son usadas deforma intencionada por los periodistas, sinoque son la práctica y las rutinas periodísticaslas que se encargan de que el discurso mediá-tico adopte determinadas formas y defina laforma de categorizar a las pandillas, en elespacio público.

La primera estrategia es la creación derasgos de identidad colectiva. En las noticiasque dan cuenta de las maras como un pro-blema social, se describe a un grupo o colec-tivo indiferenciado. En ese colectivo han desa-parecido las personas. El fenómeno se imper-sonaliza, hasta el punto de presentar a lasmaras como un todo homogéneo, sin conflic-tos internos, ni luchas de poder, ni posibili-dades de actuación, etc. La impersonalizaciónde las maras las vuelve anónimas y su esenciahumana se esconde, para convertirse en uncolectivo salvaje y atemorizante. No es unaidentidad colectiva que se integra a las formasculturales hegemónicas, sino una que seconvierte en la forma no-deseada de persona,o, mejor, de no-persona. Esta estrategia pue-de ilustrarse con las siguientes citas.

Las pandillas son un fenómeno que cadadía se hace más grande. De los 92 homi-cidios en 2003, 26 son de supuestos ma-reros. ¿Las razones de las muertes? Ren-cillas personales, posesión de territorio oproblemas de drogas (El Diario de Hoy,6 de junio de 2003).

Las autoridades de Gobernación y de laPNC aseguran que existe preocupaciónpor el incremento en los homicidios en2004 en comparación con años anterio-res; pero tratan de buscar atenuantes yaseguran que la mayor cantidad de crí-menes están vinculados a las pandillas yel fenómeno es explicado así: con la im-plementación del plan “Súper ManoDura”, la mayoría de pandilleros optó porabandonar las “clicas” y acogerse al PlanMano Amiga; tras las deserciones, los ca-becillas de las “clicas” optaron por asesinara quienes los abandonaban. En medio deesa lucha han muerto muchas personasinocentes (La Prensa Gráfica, 22 de enerode 2005).

Ambas citas muestran un colectivo respon-sable de los homicidios, un motivo de preo-cupación de la población salvadoreña. Estaafirmación responsabiliza, en igual medida, atodos los miembros de las pandillas, hayanestado o no implicados en estos delitos. Lamayoría de las noticias hace uso de estadís-ticas para fundamentar la versión oficial, perono da cuenta de los procesos judiciales enlos cuales los miembros de pandillas son indi-vidualizados, en cuanto presuntos respon-sables de homicidios específicos. Esta actitudaparece en el tratamiento de las imágenes,las cuales repiten aquellas donde los jóvenesde las pandillas exhiben sus cuerpos y rostrostatuados, en colectivo. Esta línea fue ex-plotada en la cobertura dada a los primerosdías de la Operación Mano Dura, lanzada porel gobierno de Flores, en agosto de 2003.

El discurso periodístico y la “estética de laviolencia” construyen la identidad colectiva delos jóvenes de las pandillas, de tal forma quesignifiquen inseguridad y muerte. Los cuerposde los jóvenes son lo suficientemente emble-

El Diario de Hoy, 20 de julio de 2003. Foto deilustración. Nota: 328, “Pandilleros capturados en el finde semana”.

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967Las maras salvadoreñas: nuevas formas de espanto y control social

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máticos, desde el punto de vista periodístico,como para ilustrar el relato que se construyede ellos. Estas imágenes aparecen en dostipos de escenarios. El primero es cuando lapolicía los tiene “controlados”. Estas imágenespresentan a los jóvenes frente a la cámara,por lo general, sin camisa, esposados, de pieo “tirados” en el piso. En estas notas, la figurade los jóvenes aparece disminuida, pues el pro-tagonista son las autoridades. El otro escena-rio presenta los cuerpos de estos jóvenes de-safiando a la cámara, por ejemplo, haciendoseñas con sus manos para dramatizar su iden-tidad (Martel, 2003). Ambas imágenes apa-recen de forma recurrente en los medios es-critos y televisivos, y aunque la proporciónde notas sobre el tema ha disminuido en losmedios —en concreto, en relación con la co-bertura de los primeros días de la OperaciónMano Dura—, estas siguen configurando laidentidad de los jóvenes, tanto de aquellosque pertenecen a las pandillas como de aque-llos que no pertenecen a ellas, pero que resi-den en sectores marginalizados.

La Prensa Gráfica, 25 de julio de 2003. Foto deilustracion. Nota: “Polémico proyecto de Ley Antimaras”.

La segunda estrategia observada en los últi-mos años es la utilización de personajes em-blemáticos. Esta estrategia es complementariade la anterior. Aunque se habla de identidadescolectivas, des-dibujando las identidades in-dividuales, se enfatizan aquellas que son para-

digmáticas y que se convierten en modelosde comportamiento y de caracterización delos jóvenes de las pandillas. Estos personajesemblemáticos son descritos como “cabecillas”o líderes de las maras. De aquí resultan perfi-les ejemplarizantes de quienes pertenecen alas pandillas. Los medios presentan a estospersonajes con la espectacularidad que pue-den permitirse. Estos jóvenes son identificadospor sus “alias” y sus rostros son utilizados pa-ra ilustrar el fenómeno de las pandillas. En eldiscurso mediático se han construido diver-sos personajes emblemáticos. Tres de los másconocidos han sido la Lonely, el Viejo Lin yel Diablito.

La Lonely es una de las pocas mujerespertenecientes a las pandillas con visibilidadmediática. Su historia fue ampliamente difun-dida por los medios de difusión colectiva yaque, según las versiones oficiales, habría ase-sinado a una joven menor de edad. Uno delos periódicos de mayor circulación le dedicóun reportaje, en su revista dominical, dondese asegura que el crimen adjudicado a Zuley-ma Carrillo, la Lonely, justificó el inicio de laOperación Mano Dura y la promoción de laLey Antimaras, en 2003, por parte del poderEjecutivo.

Una lágrima tatuada junto a su ojo izquier-do delata su vida ligada a las maras […]Sentada a un lado del escritorio de laoficina de trabajo social, en el Penal de

La Prensa Gráfica, 26 de julio de 2003. Detenidos.“Miembros de maras fueron detenidos”. Nota: “Presentantres recursos contra Ley Antimaras”.

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968 Las maras salvadoreñas: nuevas formas de espanto y control social

San Miguel, “la Lonely” habla a cuentagotas sobre la mañana del 3 de octubrede 2003, el asesinato de Vanesa RaquelConstanza, de 13 años, el mismo delitoque terminó de justificar la aprobación dela Ley Antimaras (El Diario de Hoy, 2de mayo de 2004).

La Lonely se convirtió en un caso ejem-plarizante, aunque en el reportaje niega suparticipación en el crimen. Fue condenada aquince años de prisión. Zuleyma Carrillo per-tenecía a la MS. El reportaje explica el ho-micidio de la siguiente manera: “¿Motivos?Solo uno, el pecado más grave dentro de lasmaras: relacionarse con el enemigo, la maracontraria, la 18. Ese es el caso dentro delproyecto Santa Teresa, un territorio de 69.34manzanas de extensión exclusivo de la clica‘Proyecto Loco Salvatrucho’, conocida porla PNC como PLS”.

El Viejo Lin, Carlos Mojica, es un perso-naje emblemático. En el país es conocido co-mo el líder de la Pandilla 18, según la ver-sión de la policía difundida por los medios.Su notoriedad se debe, por una parte, a lacobertura dada a sus capturas, juicios y so-breseimientos; y la otra, a las declaracionesque ha dado a los medios. Ha sido el únicomiembro de una pandilla que ha pronunciadoun discurso político5. Las acciones judiciales

contra Mojica y cualesquiera de sus decla-raciones son noticia. Desde 2003, su nombreno ha dejado de aparecer en los medios concierta periodicidad.

El cabecilla de la temible “Mara 18”, Car-los Mojica Lechuga, alias el “Viejo Lin”,fue condenado a cinco años de cárcel portenencia de armas de uso militar, confir-maron ayer fuentes judiciales (La PrensaGráfica, 22 de julio de 2004).

Carlos Ernesto Mojica Lechuga fue dete-nido junto a otro sujeto el 13 de julio de2004, en Chalchuapa, Santa Ana, donderesidía. En aquella ocasión, a Mojica Le-chuga le hallaron un revólver. No teníapermiso para portarlo y los agentes lelevantaron cargos por ello. El 5 de enerode 2005 fue declarado inocente por elJuzgado Segundo de Sentencia de SantaAna (El Diario de Hoy, 27 de septiembrede 2005).

La peligrosidad con que se describe la per-sonalidad de Carlos Mojica ha estigmatizado,desde los medios, incluso el barrio donde vive.“En el hasta hace un año cuartel general del‘Viejo Lin’ se respira una tensa calma. Aun-que algunos dudan que regrese, otros tienentemor” (La Prensa Gráfica, 26 de mayo de2004).

El Diario de Hoy, 2 de mayo de 2004. Fotode ilustración. Reportaje: “Más allá delcrimen...”

5. Esta postura política se desarrolla en el apartado de la construcción narrativa desde los jóvenes de lapandilla.

El Diario de Hoy, 27 de septiembre de 2005. “ProcesoA. Carlos Ernesto Mojica Lechuga le anularon un falloque lo favoreció”.

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969Las maras salvadoreñas: nuevas formas de espanto y control social

Volumen 61 Número 696 eca Estudios Centroamericanos

Christian Magaña, el Diablito, es otro per-sonaje que, como el Viejo Lin, ha tenido mu-cha visibilidad en los medios. Su rostro y sutorso están casi completamente tatuados. Esamarca corporizada, su “alias” y su miradadesafiante ante las cámaras han hecho quesus posibilidades mediáticas sean explotadasal máximo.

Cristian Jonathan Magaña, reconocido enla Mara Salvatrucha como El Diablito,apenas había sido liberado ayer de un delitocuando fue detenido por otro. Cuandoarrancó el plan Mano Dura contra las pan-dillas, el 23 de julio, Magaña fue detenidopor asociaciones ilícitas, delito que se aplicaa quienes se reúnen para planificar ycometer fechorías [...] Desde entonces fuecapturado y liberado varias veces por lostribunales por asociaciones ilícitas (ElDiario de Hoy, 5 de septiembre de 2003).

La categorización con metáforas y alego-rías es un recurso del lenguaje utilizado porlos medios. Irene Vasilachis (2004, pp. 130-133) fue la primera en estudiarlo con unametodología metaepistemológica. En su estu-dio sobre la prensa salvadoreña, encontró unaserie de metáforas que el periodismo utilizapara categorizar las acciones de las pandillas.El problema mayor radica en que los lectoresprocesan tanto los significados literales comolos metafóricos, y retienen la fuerza de ambos,hasta producir “nuevas categorías atributivas”.Vasilachis señala dos metáforas. La primeraes la de la guerra, que “tanto real, como la-tente, se refuerza semánticamente”: “guerraentre maras cobra más víctimas” (El Diariode Hoy, 15 de enero de 2003), o “se viveestado de guerra”, tal como afirma La PrensaGráfica del 10 de febrero de 2003. La otraes la personificación o tratar el fenómeno delas pandillas como un organismo vivo.

Existen otras tres imágenes importantes.La primera es la metáfora de la enfermedad,de la ciudad enferma y de las pandillas comocáncer, que carcome la sociedad. Por lo tanto,es necesario “extirpar, matar, erradicar” estecáncer. Así como la quimioterapia mata al-

gunas células para mantener vivo el organis-mo, la sociedad salvadoreña aparece necesi-tada de una quimioterapia, aplicada con manodura y firme para sobrevivir y sobreponerseal caos. La metáfora de la basura insiste enbarrer con los elementos que ensucian la so-ciedad: “se acabó la fiesta”, “la PNC y elejército barrerán a los pandilleros de los ba-rrios y colonias de San Salvador” (El Diariode Hoy, 24 de julio de 2003). Y, por último,la metáfora que convierte a los pandillerosen animales: “de hecho, el día que entramosa su guarida […] estaba en plena faena finan-ciera, es decir, empaquetaba la marihuana yla cocaína para su posterior venta” (La Pren-sa Gráfica, 10 de febrero de 2003).

El discurso mediático usa las estrategiasdiscursivas. Tres de ellas ilustran el tipo depercepciones que generan. El relato o lanarrativa dominante del discurso puesto a

El Diario de Hoy, 5 de septiembre de 2003. “ChristianMagaña, alías El Diablito, de la MS”.

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970 Las maras salvadoreñas: nuevas formas de espanto y control social

circular por los medios acusa a las maras deser las causantes de la violencia, en el país y

la región. La Gráfica 3 recoge la relaciónentre las estrategias y la narrativa dominante.

El segundo discurso de la esfera hegemó-nica y legítima es el político institucional, res-ponsabilidad de las instituciones públicas. Estediscurso puede ser punitivo o preventivo. Eldiscurso punitivo busca resolver la violencianacional, atribuida a las maras, por mediode políticas y programas de castigo. Sus prin-cipales responsables son la Presidencia de laRepública y el Ministerio de Gobernación,de quien depende la Policía Nacional Civil.Este discurso adoptó la forma explícita de“guerra contra las maras”, en 2003, cuandose les atribuyó una serie de delitos que seremontan a 1990. Ahora bien, aunque estaconstrucción fue paulatina, en 2003, las ma-ras se convirtieron en un tema de la agendagubernamental. Desde inicios de ese año, losmedios registraron un aumento de las activi-dades criminales que, según los datos de lapolicía, eran protagonizadas por miembrosde las pandillas. Los informes periódicos dela policía mostraban estadísticas elevadas devíctimas y de hechos violentos, en todo elpaís, pero sobre todo en el área metropolita-na de San Salvador. Unos días antes del anun-cio del Plan Mano Dura, los medios difun-dieron las capturas de varias personas, endistintos lugares de San Salvador, como partedel Operativo Metro.

La PNC detuvo a 36 personas por diver-sos delitos durante una redada en Soya-pango. La institución realizó las capturasen el marco del operativo Metro, con el

Gráfica 3

Creación de rasgos de identidad colectiva:desaparece la identidad individual

Categorización y uso de metáforas Visibilidad de personajes emblemáticos

Relato dominanteLas maras son las causantes de la violencia en el país (región)

cual se pretende llevar seguridad a la ciu-dadanía en la antesala de las fiestas agos-tinas (La Prensa Gráfica, 20 de julio de2003).

Estos elementos marcaron un clima tenso,reconstruido desde los medios. El 23 de juliopor la tarde, los medios fueron convocadosa una rueda de prensa, en la cual el presi-dente Flores anunció el lanzamiento del PlanMano Dura. El anuncio estuvo cargado desimbolismo, el cual fue recreado por los me-dios de comunicación. Los primeros en trans-mitirlo fueron los noticieros de la televisión.Parado delante de una pared marcada conun enorme graffiti de una de las maras, enuna de las comunidades señalada por la poli-cía como zona de alto riesgo, el presidenteFlores dijo:

A lo largo y ancho del país, pandillas cri-minales llamadas “maras” se han pose-sionando de una enorme cantidad de bar-rios y colonias para cometer numerososy terribles crímenes. Esta amenaza ya nosólo a los vecinos de estos territorios, sinoque al país entero. Existen más marerosarmados que policías y efectivos militaresjuntos, son ya entonces una amenaza paratodos los salvadoreños (Discurso del pre-sidente Flores, 23 de julio de 2003).

El discurso fue reproducido en su totalidadpor La Prensa Gráfica, mientras que El Dia-rio de Hoy, “Hechos” y “El Noticiero” solo

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971Las maras salvadoreñas: nuevas formas de espanto y control social

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reprodujeron algunos fragmentos. En la co-bertura de la Operación Mano Dura, en losprimeros días, se pueden observar tres mo-mentos discursivos bien delimitados: la cons-trucción de la amenaza, la apuesta y las dudas.

Los medios repitieron el discurso oficial,acompañado, la mayoría de veces, por repor-tes policiales. Así, las maras se convirtieronen el emblema de la violencia. Grafitti, ta-tuajes y lenguaje de señas anunciaban el pe-

ligro. Eran emblema de la rebeldía y la con-testación. De la agresión y de la muerte. Co-locar rostro a los emblemas era cuestión detiempo. La peligrosidad ya estaba anuncia-da. Una vez iniciada la Operación, el emble-ma cobró fuerza y vida propia. En el Cuadro2 se recogen los titulares con los cuales LaPrensa Gráfica y El Diario de Hoy cubrieronel lanzamiento de la Operación Mano Dura,el 24 de julio de 2003.

Desde entonces, los medios de comunica-ción mantuvieron esta retórica oficial. La cam-paña electoral de 2004 fue un espacio idealpara que el actual presidente, Saca, enfatizarael compromiso de su gobierno en la luchacontra las maras. El Plan Mano Dura resultóinsuficiente para el nuevo gobierno6, el cuallanzó el plan “Súper Mano Dura”.

Volver a El Salvador “uno de los paísesmás seguros de América Latina” es laapuesta del candidato presidencial porARENA, Tony Saca, en el área de segu-ridad. Con su plan “súper mano dura”, elaspirante espera aplicar justicia a todoslos delincuentes, pero, además, brindarlesoportunidad de rehabilitación a los jóvenesque quieren salirse del mundo de las dro-gas y las pandillas (El Diario de Hoy,Edición especial sobre las elecciones,diciembre de 2003).

Las maras se han convertido en un proble-ma regional y El Salvador las combate conmano dura (Declaración del presidente

Cuadro 2Titulares de la prensa escrita

El Diario de Hoy La Prensa Gráfica

Barrerán a las maras. Mano dura contra mareros.El Estado de excepción es la última alternativa. “Mi bicho me hacía todos los mandados”De la rueda de amigos a la clica. (referencia a víctima de maras).Pandillas dejan una secuela de muerte.Niño muere a manos de maras.Satisfacción y temores por Plan Mano Dura.

Saca, en la Cumbre Antipandillas, 24 dejunio de 2005).

Este discurso goza de mucha popularidad.Las encuestas de opinión del Instituto Univer-sitario de Opinión Pública, dedicadas a evaluarlas gestiones presidenciales de Flores, en di-ciembre de 2003, y de Saca, en 2004, mues-tran que tanto la Operación Mano Dura comoel plan Súper Mano Dura tienen aceptación.En diciembre de 2003, el 80 por ciento dela población apoyó el plan gubernamental,porque era la manera de garantizar la tran-quilidad ciudadana, aun cuando se violen al-gunas libertades y principios constitucionales(IUDOP, 2003). El mismo apoyo tiene el go-bierno de Saca. En la evaluación de su primeraño de gestión, el combate a la criminalidad,en concreto, contra las pandillas juveniles,fue valorado positivamente. Más de la mitadde los salvadoreños (52.1 por ciento) piensanque el problema de las pandillas está dismi-nuyendo con el actual gobierno (IUDOP,2004).

6. Iniciada en junio de 2004.

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972 Las maras salvadoreñas: nuevas formas de espanto y control social

El discurso político e institucional pretendeabordar el tema de las maras desde la pre-vención. Los responsables de este discurso sonaquellas instituciones, públicas y privadas, quediseñan y ejecutan los planes y programasde prevención. Estos discursos se centran enlos programas destinados a los “sujetos en ries-go”. Los sujetos en riesgo son jóvenes que, sibien no integran maras, viven o conviven enun entorno deteriorado y marginal, en el cualpueden encontrar atractiva la oferta de entrara formar parte de las maras. Sin embargo,este enfoque tiene tres limitaciones. La pri-mera es no hacer referencia a la condiciónciudadana de los jóvenes, ni a sus derechosinalienables. La segunda es no dar prioridadal desarrollo de iniciativas orientadas a fo-mentar la participación de los jóvenes en ladinámica social, política y cultural del país.La tercera es no plantear respuestas perti-nentes a una de las demandas más sentidaspor los jóvenes: el reconocimiento y los espa-cios de participación (Rodríguez, 2004). Laspolíticas de intervención actual tienen el grandefecto de no considerar a los jóvenes, pan-dilleros o no, como sujetos de derecho. Losjóvenes son ciudadanos y, en cuanto tales,tienen derechos que la sociedad y el Estadodeben respetar y defender. El acceso a losservicios no debe verse como un favor delEstado a los jóvenes, sino como un derechoque debe ser garantizado.

La tercera fuente de discursos sobre laconstrucción identitaria de los jóvenes de laspandillas es el producido en los ámbitos aca-démicos. Es un discurso resignificado por losdiscursos mediático y político-institucional. Esasí como los funcionarios justifican las medi-das adoptadas en los estudios de las universi-dades o los centros de investigación. Dehecho, en El Salvador, existe una extensaproducción académica sobre las maras, quedata desde finales de la década de 1980.Esta producción está constituida por informesoficiales, diagnósticos de la situación de laniñez y la juventud, estudios sobre violenciay criminología, investigaciones especializadasen pandillas, mapa de zonas críticas, estudiossobre pobreza urbana y exclusión, y análisis

sobre capital social. Por lo general, son estu-dios descriptivos.

4.2. Construcción narrativa: la otrahistoria

“Los efectos y condiciones de la eficacia de la violencia simbólica están duraderamente

inscritos en lo más íntimo de los cuerposbajo forma de disposiciones […] El poder

simbólico se construye con la contribuciónde los que lo soportan porque lo

construyen como tal”.

(Bourdieu, 1999.)

En El Salvador, la identidad de los jóvenesde las maras es una identidad proscrita. Laconstrucción social de ellos proviene de voceshegemónicas —del poder político y mediá-tico—. El proyecto de nación de las élitespolíticas y económicas ha depositado los mie-dos sociales en un grupo determinado, ydesde ellas ha determinado los límites de lolegítimo y lo ilegítimo. A finales del siglo XIXe inicios del XX, fue la población indígena,después los grupos de oposición política, in-variablemente denominados como comunis-tas, y con la firma de los acuerdos de 1992,comenzó a tomar forma el que ahora es ene-migo público número uno en el país: las maras.

Este enemigo público, depositario del mie-do social, justifica el uso de la violencia legíti-ma del Estado, puesto que su deber es, pre-cisamente, defender al país de él. Ahora bien,las formas cómo este nuevo enemigo-ame-naza se presenta han cambiado, así comotambién se han modificado la sociedad y lasformas de control. La ilegitimidad de los gru-pos proscritos antes de los acuerdos de pazera distinta a la utilizada con las maras. Losindígenas, objeto de represión y aniquilaciónen muchas poblaciones, siempre se pre-sentaron a través de otras voces: las de lasélites económicas, las del naciente partidocomunista y las de editorialistas de la época.Su voz, la historia narrada por ellos mismos,fue silenciada durante todos estos años. Fue-ron otras las voces que explicaron su tras-gresión del proyecto político hegemónico.

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Volumen 61 Número 696 eca Estudios Centroamericanos

Las maras se presentan con un nuevorelato. Los jóvenes que pertenecen a ellasmuestran su apuesta personal y colectiva consus cuerpos y sus pintas. La rebeldía, la tras-gresión de los límites fijados por el proyectoeconómico y social hegemónico la llevan acabo desde la performatividad, desde suscuerpos. El poder preformativo de los jóvenesde las pandillas o la “puesta en escena” desus prácticas (Erving Goffman, 2004) es altoy los medios de comunicación lo exponentanto como pueden. Se pueden observar tresrelaciones preformativas, puestas en escenapor estos jóvenes, a saber, el cuerpo-emble-ma, las paredes-territorio y los rituales-sentido.

El cuerpo, individual y colectivo de losjóvenes de las pandillas, muestra, desafía einterpela. Es un cuerpo que genera miedo.Sus emblemas son el rostro y el cuerpo ta-tuados. Los tatuajes han sido, hasta la ejecu-ción de la Operación Mano Dura, un símbolode adscripción. El cuerpo es una forma dereconocimiento y control, tanto de ellos sobresí mismos como de la mara sobre quienespertenecen a ella. El cuerpo es un mediopara expresar la identidad. La reivindicaciónde las identidades, desde el cuerpo, cobra visi-bilidad en las maras, las cuales, como cuerpocolectivo, poseen un “sentido básico de grupo

y funcionan como tal, usualmente vinculadosal ejercicio de un poder territorial en barriosy colonias de la ciudad, por lo general for-madas por jóvenes que habitan en las mismaszonas donde ellos desarrollan la mayor partede sus actividades” (Cruz, 1999).

El Diario de Hoy, 24 de julio de 2003. “Joven depandilla de Honduras”. Nota: “Satisfacción y temorespor plan contra maras en C. A.”

Los jóvenes de las maras son conocidospor sus fuertes vínculos de solidaridad y com-pañerismo entre sí, por rivalidades que losenfrentan a las pandillas de otros territorios,por el uso de determinados códigos de comu-nicación los cuales, a su vez, son formas paradramatizar su identidad. Algunos de estos có-digos son señales con las manos, un registrodiscursivo particular, tatuajes y graffitis. Otracaracterística es la aceptación de ciertas nor-mas, valores y rituales de pertenencia, en loscuales la “puesta en escena” de formas deviolencia propicia la vinculación de los miem-bros de las pandillas a las actividades delic-tivas. Aunque no se puede negar la partici-pación de los pandilleros en estas actividades,ni el daño que ocasionan a otras personascon su conducta violenta, no se agrupan, enprincipio, motivados por delinquir, sinoporque en las pandillas ven un espacio deinteracción y de ejercicio de poder con elcual no cuentan fuera de ella (Santacruz,2001). Ese cuerpo se muestra en los mediosde comunicación como generador de miedo,cuando desafían a las cámaras o aprovechanel momento para reivindicar su pertenencia

El Diario de Hoy, 25 de julio de 2003, “Joven detenidopor PNC en Operación Mano Dura”. Nota: “Policía hadetenido a 226 pandilleros en 32 horas”.

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a la mara, o bien es mostrado como un ele-mento peligroso, al cual hay que dominar.Por eso, las fotografías muestran a jóvenesen el suelo, “controlados” por las autoridades.

Otra puesta en escena ocurre en los terri-torios. Los graffiti son la forma territorialpara reconocer la presencia de jóvenes depandillas en los barrios. Los graffiti son for-mas de visibilidad urbana y denotan territorios,reclaman presencia y rinden tributo a los“caídos”. La fuerza visual del graffiti en losbarrios, sobre todo en los sectores populares,hizo que la policía, en el contexto de la Ope-ración Mano Dura, se dedicara a limpiar lasparedes de ellos. Esta medida fue ejecutadaen las zonas donde se llevó a cabo dicha ope-ración, hasta el punto de representar el em-blema de la “lucha contra las maras”. Los es-fuerzos por “limpiar” simbólicamente las co-munidades de las maras son complejos. Sobrela pintura de la policía aparecen nuevos gra-fittis como señal de la presencia de pandillas.La expresión de territorialidad, de apropiaciónde un territorio como factor de poder, es unproceso muy difícil de contener.

Varios estudios de la década de 1990 ex-plican qué atemoriza a los sectores que deten-tan el poder para nombrar y castigar (Argue-ta, 1991; Smutt y Miranda, 1998; Cruz y Por-tillo, 1998; Santacruz Giralt y Eastman, 2001).En las pandillas es obligatorio obedecer y acatar

lo decidido en su interior. Sus integrantes debenser leales al grupo y defenderse entre ellos yel territorio de la pandilla, aun cuando existael riesgo de perder o de quitar la vida. Elterritorio y el “nombre” de la pandilla, frentea pandillas rivales, deben ser reivindicados. Losritos de iniciación, por lo general, están vin-culados con ceremonias en las cuales se dra-matiza la violencia. Los pandilleros debenapropiarse de los elementos simbólicos quemuestran su identidad. De ahí la importanciade los tatuajes y del lenguaje. En las pandillas,el poder es ejercido de forma particular. Estávinculado a la muerte como sacrificio u ofrenda(“morir por el barrio”), a la portación de armasy a la reproducción de relaciones jerárquicasen su interior. El líder tiene un papel prota-gónico y detenta mucho poder dentro y fuerade la pandilla. Estos elementos, sobre todo laposición ante la muerte y la expresión de laviolencia, en sus formas más evidentes, faci-litan que el discurso oficial les atribuya la vio-lencia actual. Cuando no existen “bandos cla-ramente definidos”, como en el conflicto ar-mado, es más fácil adjudicar responsabilidadesa los grupos que se “desvían” de las normasde la socialidad hegemónicas.

Cada sociedad, según el estudio sobre filó-sofos y brujas del renacimiento de EstherCohen (2003), tiene necesidad de construiralteridades radicales, negándolas y atentandocontra sus vidas para purificarse y negar aldiablo en el propio cuerpo. En la sociedadsalvadoreña, las maras cumplen esta función,a saber, constituyen colectivos difusos de jó-venes que se convierten en un cuerpo sinforma definida y que muestran, de maneraretadora, las formas más radicales de violenciasocial. Los jóvenes de la pandilla fijan suspropios límites entre lo permitido y lo nopermitido, y usan la violencia, cuyo mono-polio legítimo pertenece al Estado. Las pan-dillas son un recordatorio permanente de laviolencia que puede ejercer el individuo y,no menos importante, no parecen ser las con-sumidoras deseadas por el mercado, puespertenecen a sectores populares con condicio-nes de vida precarias.

La Prensa Gráfica, 25 de julio de 2003. Grafito. “Pan-dilleros en la zona de Mariona dicen no temer”. Nota:“A vivir o morir por la mara”.

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Las políticas de intervención actualtienen el gran defecto de no

considerar a los jóvenes,pandilleros o no, como sujetosde derecho. Los jóvenes son

ciudadanos y, en cuanto tales,tienen derechos que la sociedad

y el Estado deben respetar ydefender. El acceso a los serviciosno debe verse como un favor del

Estado a los jóvenes, sino como underecho que debe ser garantizado.

Los jóvenes de las pandillas parecen apli-car un nuevo ritual-sentido al usar los mediosde comunicación. Aunque difunden el discursooficial hegemónico, al mismo tiempo otorgana las maras una plataforma desde la cual pue-dan hacer sus “puestas en escena” con granvisibilidad. Antes de la Operación Mano Duray de su segunda edición, la Súper Mano Dura,su territorio era el barrio y su enemigo, elrival de la otra pandilla, localizado en todoslos barrios; pero ahora las maras están pre-sentes en todos los hogares y zonas. Susformas de espanto se han masificado.

Carlos Mojica, el Viejo Lin, es uno de loslíderes de la Pandilla 18 con mayor presenciay fuerza mediática. Ha aprovechado los es-pacios —marginales—abiertos por la prensaescrita para presentaruna postura más política.De esta forma, interpelóa altos funcionarios gu-bernamentales, en ordena negociar una “tregua”,en 2004. El gobierno senegó.

[…] estamos bus-cando medidas alter-nas para los nuestros,algo diferente, ¿meentiende? Durantetanto tiempo se nosha mostrado en los medios como lo peor,vejados y humillados. Sí [...] todos vemoslas imágenes que salen de los miembrosde nuestras pandillas, descalzos, con lospantalones amarrados por un hilito y es-posados como animales, escondiéndose lacara uno en el otro, porque en realidadda pena aparecer así, va. Eso se llamavejación [...] Y vemos la diferencia cuandoobservamos a Carlos Perla, Nelson García,cuando observamos a Maties Hill, JuanTorres, etc. Hemos sido y seguimos sien-do utilizados, estamos siendo descartadospor un sector del Gobierno, digamos elpartido en el poder, estamos siendo des-cartados, perseguidos al estilo de AdolfoHitler. ¿Usted conoce la historia de don

Adolfo Hitler? La persecución de losjudíos, ésta es una categoría definida,“exactamente cabal”, ¿me entiende? Lo vi-vieron también los negros en Estados Uni-dos de América. Cómo se nos persigue,se nos acorrala, se nos saca de nuestrascasas enfrente de nuestras madres y to-davía lo están haciendo ante la vista, losojos de 6 millones y algo de salvadoreños,¡qué bárbaros, eso es autoritarismo! (ElDiario de Hoy, 23 de mayo de 2004).

5. Las maras: los nuevos parias

Mecanismos de integración social ysimbólica

La construcción na-rrativa de la identidad delos jóvenes de las maraspermite la aproximacióna las nuevas formas decontrol, utilizadas por elpoder hegemónico paramantener su proyectosocial y económico. Alparecer, operan bajo dospremisas, ya apuntadaspor Zygmunt Bauman, alhacer una revisión con-temporánea del proyectoeconómico y social vi-gente. Bauman sostiene

que al construir una sociedad se crea un ima-ginario de “sujetos problema”, que reducenlos problemas sociales a un tema de seguridadciudadana (2004). El Estado, reducido a susfunciones mínimas, después de procesos demodernización y privatización, es incapaz deresponder a los problemas estructurales, quehan desbordado sus fronteras. Al garantizar laseguridad frente a estos sujetos problema —onuevos espantos, como los hemos llamadoaquí—, legitima su papel y su función con el“combate” a este enemigo público.

La hipótesis de este trabajo sostiene que alhacer visible a los jóvenes de las maras comoproblema social y nacional —y también trans-nacional—, se les asigna una cuota de podery de “legitimidad” dentro de la ilegitimidad. Esta

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operación ha hecho que, en la década de1980, los jóvenes, excluidos por el sistema,social y económicamente, en los últimos años,se hayan “integrado” a sus lógicas. El costode esa integración es la negación de su esenciahumana. Simplificaciones como las que afir-man que los jóvenes de las maras no son tales,sino mareros y estos son asesinos, lleva aejercer sobre los jóvenes —pandilleros o no,pero todos ellos de extracción popular—formas de violencia institucional, legitimadascon el cumplimiento de su función de control.

Al parecer, en esta operación de exclusióne integración de las maras al sistema operantres mecanismos que garantizan dicha inte-gración social y simbólica, aun cuando lohagan a través de la forma de “espanto so-cial”. El primer mecanismo es el desconoci-miento de la ciudadanía y de los derechos delos jóvenes vinculados a las pandillas. El de-recho de defensa y de protección es vulneradosin justificación por parte de las autoridades.La única justificación es la de des-humaniza-ción general, al catalogarlos como criminales,aun cuando no haya un proceso judicial, enel mejor de los casos, o como basura, cuandolos medios de comunicación social usan me-táforas. Las siguientes declaraciones de dosfuncionarios públicos ilustran este mecanismo.

[El subdirector de la Policía Nacional Civil,Pedro] González mencionó que desdeenero a mayo de 2005, habían sido ase-sinados 425 miembros de pandillas, y queotro centenar de asesinados tenían récorddelictivo. Mencionó que para la PNC esdifícil defender a un marero cuando haymucha gente interesada en ejecutarle [ElDiario de Hoy, 21 de junio de 2005].

El titular [Ministro de Gobernación, RenéFigueroa] explicó que el Gobierno ha de-tectado que entre las maras Salvatrucha y18 existe una proporción de asesinatosde 4-1, con ventaja para la primera. Decontinuar dicha tendencia, el subdirector dela PNC, Pedro González, advierte que “endos o tres años, la 18 habría sido desarticu-lada” (El Diario de Hoy, 26 de mayo de2005).

El segundo mecanismo de integración esel miedo, infundido por medio del dispositivode control. Las narraciones, las historias ylas noticias difundidas en los medios han ge-nerado percepciones de inseguridad y miedosocial. No hay mejor mecanismo de controlque el miedo (Beriain, 2005). El control sobrelos espacios más significativos y privados, porejemplo, por dónde se transita, la búsquedade “zonas seguras” para residir, el tipo detatuaje permitido, un determinado vestuario,etc., son mecanismos sutiles de control, perono por eso son menos eficaces. La revistadominical de un periódico nacional publicóel siguiente testimonio (no se sabe si real oficticio), que describe la sensación de temorque produce, en determinados sectores, laomnipresencia —gracias a los medios— dejóvenes de las pandillas

Iba para Nueva Concepción (Chalate-nango) y como siempre, me bajé en lacolonia Atlacatl, cerca de la Troncal delNorte, para abordar el bus. De repentevenían unos pandilleros con machetesen las manos y a toda la gente que en-contraban en el camino le cortaban lacabeza. Yo veía eso horrorizada y sabíaque si no me escondía en algún lugar micabeza iba a ser una de esas […] Me pon-go pálida y no sé si esa persona nota queestoy aterrada. Le tengo miedo a toda per-sona tatuada, veo caras sospechosas portodos lados. Ando siempre tensa cada vezque ando en la calle, me duelen la espalday el cuello y sólo me relajo cuando entroa la casa. Siempre me ha gustado usartacones y arreglarme mucho, pero ahorauso zapatos cómodos para salir corrien-do en una emergencia y ropa más sen-cilla para no llamar la atención. Usozapatos de tacón por cuestiones de pre-sentación en mi trabajo; pero me sientobien insegura. También desistí de trabajarcomo voluntaria en una organización quetrabaja con niños de la calle porque cuan-do pensé que podían enviarme a trabajara algún lugar peligroso me deshice de esaidea (El Diario de Hoy, 23 de febrero de2003).

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El tercer mecanismo de integración es laviolencia, el más eficaz de los tres, por elcual los jóvenes de las pandillas interpretanel rol que decidieron interpretar y se decideque interpreten. Estos jóvenes a diario viventres formas de violencia: la estructural, la físicay la simbólica. La violencia estructural es lapropiciada por un sistema que los margina ylos excluye de las formas legítimas de bie-nestar. Los miembros de las pandillas perte-necen a familias de los sectores populares,cuyas condiciones de vida son precarias. Hayvarios estudios interesantes sobre la precariedadeconómica y social en la que viven inmersosestos jóvenes, en un sistema que les ofrece elrol de consumidores (ver ERIC, IDESO, IDIESe IUDOP, 2001; ERIC, IDESO, IDIES eIUDOP, 2001). La segunda forma de violenciaes la física, la cual es ejercida por ellos sobreellos. La ejercen sobre ellos mismos en lasrelaciones de dominio y control por parte delas jerarquías, sobre quienes pertenecen apandillas rivales y a través de actividades delic-tivas, en las cuales participan algunos de susmiembros. Además de la violencia física ejer-cida por ellos, está la violencia física ejercidasobre ellos por otras pandillas y la mismapolicía. Hay testimonios sobre el maltrato fí-sico del cual han sido víctimas los jóvenesdetenidos y del temor a denunciarlo.

Finalmente, está la violencia simbólica, tam-bién ejercida sobre ellos y por ellos. La mayorviolencia simbólica ejercida sobre ellos segenera a raíz del discurso que los medios decomunicación hacen circular, el cual los hades-humanizado. A esta forma de violenciase agregan la exclusión y la marginalidad enla que han permanecido históricamente. Laviolencia simbólica es, por otro lado, repro-ducida por ellos mismos, ya que los procesosde dominación y exclusión son ejercidos porellos dentro de las maras. Aunque existen fuer-tes lazos de solidaridad, la lealtad y el poderde los líderes de los distintos grupos reproduceprocesos de dominación. La situación de lamujer, dentro de las pandillas, es un ejemplo.Lo que observamos es que en las maras sereproducen las formas de violencia socialcontra la mujer.

Las pandillas juveniles muestran, para ali-mentar el espanto y garantizar el control so-cial, la decadencia de un sistema y de susinstituciones, las cuales se agotan cada día más.Los jóvenes, desde sus propias formas, in-cluso desde la marginalidad, se han dejadover y escuchar por una sociedad que pareceestar cada vez más enamorada de ella mismay de los espejismos que ha construido a lolargo de su historia.

Violencia simbólica

a. Ejercida sobre ellos:— Discurso institucional

mediático.— Procesos de domina-

ción, marginación yexclusión.

b. Ejercida por ellos:— Reproducción de

formas de dominaciónal interior.

Violencia física

a. Ejercida sobre ellos:— Otras pandillas— PNC

b. Ejercida por ellos:— Entre ellos— Sobre pandillas rivales— Delitos en los que están

vinculados.

Violencia estructuralSistema que los margina

y los excluye.

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