antonio vilaplana la comunion de los santos

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Este interesanfe folleto expone la doctrina carólica acerca de la Comunión de los Santos

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A

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Antonio Vilaplana Molina

LA COMUNIONDE LOS SANTOS

92Cuadernos BAC

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Antonio Vilaplana Molinaes obispo de Plasencia y doctor en Teología

O Biblioteca de Autores Cristianos, de La Editorial Católica, S. A. Mlclrid l9iJ5Mateo Inurria. 15. 28036 Madrid.Depósito legal M-25. I 38- l985.ISBN 84-220.r r99-9.trmprime La Editorial Católica, S. A. Mateo Inurria, l-5. Mrrtlrid

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INTRODUCCION

Las palabras del credo apostólico "la comunión de lossantos" han sido añadidas a las inmediatas anteriores, enlas que se profesa la fe en la Santa Madre Iglesia católica.Esta añadidura tardía tuvo por finalidad poner una clari-ficación, no sólo necesaria, sino también significativa, enel dogma de la lglesia. El concepto de Iglesia se amplificaen el concepto de comunión de los santos, cuando nues-tra visión de la realidad eclesial alcanza a incluir comomiembros vivos del Cuerpo de Cristo a aquellos herma-nos nuestros que ya no están en este mundo.

La comunión de los santos hace suya la solidaridad dela misma creación, asumida y redimida por Cristo. Poreso, el papa Juan Pablo lI' en la exhortación postsinodalReconciliatio et paenitenÍia, puede hablar del pecado so-cial como del reverso de la comunión de los santos: <<Ha-

blar del pecado social quiere decir, ante todo, reconocereue, en virtud de una solidaridad humana tan misteriosae imperceptible como real y concreta, el pecado de cadauno repercute en cierta manera en los demás. Es ésta laotra cara de aquella.solidaridad eue, a nivel religioso, se

desarrolla en el misterio profundo y magnífico de la co-munión de los santos, merced a la cual se ha podido decirque "toda alma que se eleva, eleva al mundo". A esta leyde la elevación corresponde, por desgracia, la ley del des-censo, de suerte que se puede hablar de una comunióndel pecado, por la que un alma que se abaja por el pecado

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abaja consigo a la lglesia y, en cierto modo, al munrloentero. En otras palabras: no existe pecado alguno, aunel más íntimo y secreto, el más estrictamente individual,que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todopecado repercute, con mayor o menor intensidad, conmayor o menor daño, en todo el conjunto eclesial y entoda la familia humana>> (R. er p. n.l6).

Las palabras del Papa merecen un comentario.Dios nos ama desde la eternidad. Antes que existiera

cosa, ya Dios nos tenía amor: quería que existiéramos,que gozáramos de los bienes de que gozamos, y abocó,desde el momento de la creación, en la naturalcza y encada uno de los puntos de la línea que va de Adán a Noé,y de Noé a nosotros, su cuidado y sus bendicioncs. Ya enel legado que Adán envió mediante sus hijos a Noé, ibaescrito nuestro nombre y la lista larga de los mcdios paraque no se rompiese el hilo de los hombres y dc' las unio-nes por que había de llegarnos la existencia.

Cuanto tenemos nos lo ha dado Dios por los conduc-tos de los padres y de la socied?d, y, a su vez, cuanto nosdieron -padres

y sociedad- lo habían recibido de susprogenitores.

Somos, pues, todo herencia.Es verdad que también nuestros males nos llegaron

heredados. El pecado original es un "regalo" de nueslrosprimeros padres, y con él nos entró la muerte. Tambiénnos vinieron las secuelas, eue rodando por los sigloscomo bola cle nieve crecieron en tamaño, número y peso.

Pero como las injurias y las deudas debemos perdo-narlas, quédanos para nuestros mayores solamente elagradecimiento. La Iglesia reza diariamente por los di-funtos. Y diariamente venera en sus oraciones v culto alos santos.

También nosotros, desgraciadamente, vamos a acre-

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centar la bola de nieve que cae junto a Ia luz que nosrecibe en este mundo. La unidad y continuidad de lahistoria del linaje humano no tolera insolidaridacl. Hastapara despreciar a nuestros mayores necesitamos de sulenguaje y apoyarnos en los bienes que de ellos hemosrecibido. De grado o por fuerza hernos de reconocer, siqueremos ser justos, nuestra solidaridad con los que nosprecedieron: en lo glorioso y en lo infamante; ni podemosrechazar la heredad de bienes ni debemos echar la piedracontra los que nos legaron males.

Pero, si en Adán todos pecamos, en Cristo todos he-mos sido redimidos (cf. Rom 5,l2ss). Todos y todo, y enesa redención vemos cómo el amor de Dios a nosotroshan sido nuestros mayores, y como el amor nuestro aDios es todo respeto y veneración a los que nos hicierone hicieron nuestro mundo. No sabemos los nombres delas innumerables personas que nos han favorecido. Ellas,desde el cielo, sí saben los beneficios de que han sidodepositarios y canal. Y también saben las muestras deagradecimiento con que correspondemos a nuestros bien-hechores, conocidos y anónimos. con su intercesión co-rresponden a nuestras oraciones.

La amistad con los de arriba, alimentada con nuestrasdevociones y rezos y con la lectura de las vidas de lossantos, pondrá equilibrio en la vida nuestra: nuestrospies, que han de pisar la tierra, tro tirarán de nuestracabeza, que ha de mirar al cielo.

Los dones divinos

Que Jesucristo vino al mundo para redimirnos nopuede dudarse. Pero no se contentó con traernos re,cen-ción; nos dio el ejemplo maravilloso de su vida, su doc-trina, su cuerpo y su sangre, y su Espíritu.

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El don de la Palabra de Dios

'"Vinieron a El su madre y sus hermanos, y no podíanllegar a causa del gentío. Y se le. avisó: Tu madre y tushermanos están allá afuera deseando verte. El respon-diendo les dijo: mi madre y mis hermanos son los queoyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 8,t9-21).

Un nuevo ente ha sido creado: el parentesco espiri-tual. Quien escuche la palabra de Dios y la ponga porobra, ése será pariente de Jesús. ¡Gran poder de Dios yde la libertad que El nos concedió!

Los hermanos carnales son los seres quc por linajetienen entre sí mayor semejanzl,y, con todo eso, los dosprimeros hermanos que aparecen en el mundo, Caín yAbel, quedan en la mayor lejanía posible: el mayor diomuerte al menor. Jacob, padre de Israel, que con Abra-.ham y David es padre señero de Jesús, arrebató a suhermano la primogenitura y la bendición postrera de supadre. Sus hijos vendieron por envidia a José, hermanomenor que ellos.

En el Nuevo Testamento ya aparecen -también ensus primeras páginas- dos parejas de hermanos, perobien hermanados, que sepamos, Pedro y Andrés, másSantiago y Juan. Andrés es quien primero da pruebas deunir con el nombre de hermano de la carne el de herma-no que no viene ni de la carne ni de la sangre, sino delnacimiento de Dios y en Dios: Andrés condujo a Pedroal conocimiento de Cristo.

Jesús dará un nuevo significado a ese entrañable vo-cablo: hermano de Jesús será quien lo escuche y pongaen práctica su palabra: hermanos, de consiguiente, entresí,, los que lo sean de Cristo.

Los hijos de Abraham, descendientes de Jacob. se lla-

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marán israelitas. Los hermanos de Jesús por la fe seránhermanos y tan sólo en la fe hijos de Abraham, hijos node la carne del patriarca, sino de su fe.

Con el cuerpo se enterrará y pudrirá cuanto tenga elsigno de lo temporal, sin que se salve más que lo quehaya sido sobrenaturalizado. Lo temporal -según esto-se nos habrá dado como escalera para subir al cielo,coriro andamio desde el que edificar nuestra morada so-brenatural. Se quedará aquí la materia y con ella hasta elparentesco y la cultura, que serán sustituidos por el pa-rentesco sobrenatural y por la visión de la Verdad infi-nita.

Allí serán mis padres aquellos que me hayan ayudadoa ser buen hijo de Dios, y serán mis hermanos aquellosque me hayan ayudado a ser hermano de Jesucristo. Enel padrenuestro, la oración que El nos enseñó a rezar,cuando decimos "nuestro" hemos de aprender, acepfar yagradecer que tengamos hermanos.

El don de su cuerpo y sLt sangre

La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo unea los que cornulgan.

"Puesto que uno es el pafl, un cuerpo somos la mu-chedumbre, pues todos de un mismo pan participamos"( I Cor 10,17). Esto lo escribía San Pablo en Efeso y lodecía a los de Corinto.'ouno es el pan", y "un mismopan" no se refería al pan consagrado por el mismo sacer-dote ni en la misma misa; se trata de la mismidad del panbajado del cielo, de Jesucristo, realmente presente en lospanes consagrados tanto por los sacerdotes de Efesocomo por los de Corinto.

Como se ve. la unidad cle los cristianos es consecuen-

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cia de la unidad de cada uno con Cristo. Ya lo habíadicho El: "Que seáis uno, el Padre en mí y yo en vos-otros". La unidad de cada uno con Cristo conlleva actitu-des que tienen que ser muy acordes con las actitudes delmismo Cristo. El hacía sus obras porque era bueno, y susobras eran ejemplares porque eran buenas. Dar a conocerlo bueno es laudable realizar algo bueno para enseñarcómo se hace, es una lección, y realizar algo bueno paradar buen ejemplo de que se hace estaría falto de perfec-ción cuando sea hipocresía. Toda la vida de Jesucristo esejemplar, también su muerte.

En el momento de la institución pide que, como El,nos lavemos los pies los unos a los otros. San Pablo lotraduce: aguantaos mutuamente unos a otros, ayudaos allevar la carga (cf. Ef 4,2).Como si dijésemos: arrimad elhombro y vuestros bienes a las necesidades de vuestrospréjimos. Lavar los pies de rodillas y con las propias ma-nos, bien con la caricia que basta al pie sucio de polvodel camino, bien fregando para raer la suciedad incrus-tada.

Ponernos a los pies de nuestros discípulos, de amigosy de rivales, si lo hacemos por amor cristiano, no es baje-za. Cuando es el amor el que nos agacha, no se dobla ladignidad; cuando nos derribamos por virtud, tampoco.Y, desde luego, no hacía falta que Jesús nos dijese queponerse a los pies de los superiores y de los que detentanautoridad -por obediencia, por amor cristiano- estambién digno y bueno. El hombre cabal percibe que do-blar la rodilla ante un hombre cabe hacerlo con dignidad.

En la mística humillación de venir Jesús a nuestrasbocas -a veces inmundas- y en el fruto de ese comul-gar está la.explicación y la fuerza de aquel ponernos a lospies de nuestros prójimos. Y es que en la comunión en-contramos hermanos a maestros y discípulos, a superio-

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res y súbditos, a amigos y a enemigos..., y a los mismosque ejercen autoridad sobre nosotros.

El don del Espíritu

"Triste está mi alma hasta la muerte" (Mt 26,38)"."El espíritu está animoso, pero la carne es flaca" (Mt26,41). Porque su carne, como la nuestra, era flaca, pudotener mortal tristeza; y porque sintió mortal tristeza,pudo ser cáliz su pasión. Si su espíritu no hubiera estadoanimoso, no habría podido levantar el cáliz hasta el cieloen ofrenda a su Padre por nuestros pecados.

Ya en la cruz, reparte sus bienes -pobres unos', 0S-

pléndidos otros- entre los que le rodeaban: a los solda-dos, sus vestidos; a los fariseos y a la turba, el "Padre,perdónalos porque no saben lo que hacen"; a Dimas, elcielo; a su madre, el discípulo amado, y a éste, su madre;y a todos, "inclinando la cabeza, entregó su espíritu" (Jn19,30).

"Distribuciones huy, pues, de carismas, pero un mis-mo Espíritu... A cada cual se da la manifestación del Es-píritu para el provecho común" (l Cor 12,4-1). "Codi-ciad, empero, los carismas más excelentes. Y todavía os

muestro un camino sobre toda ponderación" ( I Cor12,31-32).La lglesia, además de ser única -mi Iglesia-',es doblemente una: indivisible en sí y distinta de cual-quier otra. Con todo, dentro de ella viven múltiples ydiversos organismos, funciones y grados. Pero todo elloen la misma fe, sobre la misma piedra y bajo el mismopastor.

tlay carismas y hay vocaciones. Diversas para diver-sos. La cumbre de todas, la santidad, que es para todos.No caben, pues,, las envidias, ya que todo es nada en

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comparación de esa" ctrnrbre a la que todos tienen accesc.Ei lugar que a uno toca corn{) mienrbrc del cuer¡ro rr:ísti-co de cristo está señalado por ei querer de Dios. Nuestravoluntad -y para que sea plena' nuestro gusto-- debeajustarse a ese querer divino. El cristiano, en el anror a símisrnc, dertre incluir el amor a las propias limitaciclnes.'Iambién, claro es, el antor a las posibilida-dcs Y oc:asjo¡"I.tque le depare la Prcvidencia para ensanchar ios Lrropioslímite s.

Si nos salimos, si pretendcuros desmedirnos. ahí estánSaúi, Oza ¡' María, hermana de Moisés, comc; r,íctin-las

-y como apercibimicnto-. SaúI, indebidanrl'nte, sealrevió a ofiecer holocausto. Oza osó tocar con sus ma-nos el arca de Ia Alianza. María pretendió envidiosanren-te conrunicar con l)ios al modo de Ir4oisés.

l.,a con¡ttttiritt de bien¿,.g

"Vosottros lnr llamáis Señclr ¡, h4aestlo, ), decís bien.pues quc lo so1;". Esle Señol'1'l\{aestlo. sin abdicar de suseñorío ni de su magislerio, se inclina llasta cl suelo paralar,ar los pies a sus discípulos. Estos no le han forzado aello. ni siquiera se io pidieron; nlás bien se le ofrece unarcspetuosa resistencia que disipa Jesús con ¡ralabras dernlor (cf. .ln I -3,4-17).

Estamos anle el abrazo elltre desiguales. Fso es la ar-rnonia, el ensamblaje cfe lo vario. )' eso es la fanlilia, elitttgar: lo uno nrcsidiendo ¡' aninrando Io diverso _--locliversc eli sexo. en edad, en poder. en expcriencia--. Elanlcr hacie'ndo L¡r]o lo varitl, y lo varit-l liaciendo másgustosc el arnor.

L¿i iclltación de la igualdad a rajatalila aparcce va r.nli;s dos prinieros pecados: el dc los ángelcs ¡ cl de Adán

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y Eva. Si la bandera de los ángeles buenos fue: "¿Quién

como Dios?", la de los rebeides no puclo ser olra que labandera de la igualdad. "Seréis como dioses"; ésta fue

la tenlación de la serpiente a Eva. Lo que pasa es que laigualdad a rajatabla ha tenido la suerte de vestirse con el

rnanto de la justicia, con lo que adquirió nombradía yfama honrosa

San Pablo prefiere el vocablo equidad: "Ahora vues-

1ra abundaltcia esté presente en la pobreza de ellos paraque su abundancia llegue a \/uestra pobreza, a fin de que

haya equidad" (2 Cor 8,1 4). La generosa abundancia en

bienes materiales de los corintios para con los pobres de

Jerusalén será equitativamente correspondida pclr Ia ge-

nerosa abundattcia de oraciones de Jerusalén pafa Corin-to. No hay sino intercambio de obsequios entre herma-nos. Y unos y otros, voluntarianleute, siguiendo no unmandato, sino una pura indicación.

Jesús hace católica a su lglesia. La Verdad ya no es

sólo para el pueblo israelita. Judíos y griegos soll llama-dos al conocimiento del verdadero Dios...

Si los paganos tenían tantos dioses como ciudades ocasas' queda claro que hay un solo Dios y un solo Padrepara todos los pueblos y todas las razas y todos los liem-pos. Padre de sabios y de ignorantes, de ricos y de po-

bres, de enfermos -Y de sanos.Muy raro debió de sonar que los ignorantes y los po-

bres tuviesen el rnismo Padre que los sabios y los ricos,y que la omnipotente rnisericordia divina luviera hijosenl'ermos, incullos y rnendigos. Sin duda, por ello de talmanera se subraya por Jesucristo y por el E,spírittt Sanloesa gracia dada por Dios a los pequeñuelos, quc parece

como si ellos, los menos dotados, fuesen los privilegia-dos. La oveja perdida, ¿es más amada que las noventa y

nueve restantes? El pobre y el ignorante, ¿,pesan más en

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el corazón de Cristo que el rico y el sabio? "Gracias,Señor, porque escondiste estas cosas a los sabios y pru-dentes y las revelaste a los pequeñuelos..." (Lc 10',21).

Las palabras del Señor y las de su apóstol Santiago(2,1-4) ponen en claro qué sea la acepción de personas.Claridad que no estorba para ver las luces del cuartomandamiento y de la doctrina de San Pedro y San Pablosobre la singular veneración que se debe a los padres yacerca del respeto especial que debemos tributar a losjerarcas eclesiásticos y civiles (Rom 13,l-7; I Tim 5,17:I Pe 2,13-15).

Hemos dicho al principio que la expresión "comu-nión de los santos" es una añadidura bastante tardía enel símbolo apostólico. Añadidura que era necesaria y, almismo tiempo, significativa. En la Iglesia siempre es pri-mero la vivencia de las realidades y verdades reveladasantes que [a reflexión metódica sobre ellas. Esta -la re-flexión- es fruto de una fe viva eue, según los teólogosmedievales, es aquella gu€, además de estar informadapor la caridad, busca con pasión expresarse a sí mismaconceptualmente, quaerit intellectutn.

Historia y sentido de la fórmula

Las primeras menciones

Parece que la expresión "comunión de los santos" hasido incorporada al credo oficial de la Iglesia a lo largodel siglo v. Nicetas de Remesiana (t 420) y Fausto deRiez (t 485) son los testigos de excepción.

Nicetas, en su Exposición del símbolo, dirigida a losque se preparan para el bautismo, comenta: "Después dehaber confesado la Trinidad Santísima. tú manifiestas

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creer en la Santa Iglesia católica. Y ¿qué es la Iglesia sinola Asamblea de todos k¡s santos? Desde el principio delmundo,, los patriarcas..., los apóstoles,, lcls mártires, todoslos justos que han sido, son y serán, no forman más queuna sola Iglesia, santificados en la unidad de una mismaf-e y de una misma vida. Sellados por un mismo Espíritu,forman un solo Cuerpo, del cual Cristo es la Cabeza...Cree, pues, que en esta única Iglesia tú obtendrás la co-munión de los santos. Sabe, además, que esta lgle.sia cató-lica, extendida por toda la tierra, eS úni ca, y tú debesmantener firmemente la comunión con ella" (PL52,87 t).

Fausto de Riez escribe en su tratado sobre el EspírituSanto: "Los artículos que vienen después del nombre delEspíritu Santo pertenecen a la conclusión del credo; es asaber: que nosotros creemos en la Santa lglesia, la comu-nión de los santos,la remisión:de los pecados. la resurrec-ción de la carne, la vida eterna" (PL 62,11 ). Como puedeobservarse, es el mismo texto de nuestro credo actual.

Lo que quieren decir

La expresión "comunión de los santos" no tiene unainterpretación indiscutible. Menos indiscutible aún si setiene en cuenta que el genitivo latino sanctorum, gramati-calmente, puede ser masculino o neutro, por donde po-dría significar también la "comunión en las cosas santas"(sacramentos).

Teóricamente son posibles tres interpretaciones, gue.,de hecho, han sido propuestas a lo largo de la historia deeste dogma.

1) La "comunión de lcls santos" es la comunión detodos los creyentes bautizados (es decir: los santos, en elsentido paulino de este término).

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2) "La comunión de los santos" es la comunión detodos los bienaventurados que ya están en el cielo.

3) La o'comunión en las cosas santas" es la participa-ción de todos en unos rnismos sacramentos, particular-mente el bautismo y la Eucaristía. Desde esta perspectivase comprende mejor el lugar de este artículo, después delde la lglesia y antes de los clel perdón de los pecados y dela vida eterna. La lglesia administra los sacramentos,mientras clLle el perdón y la vida eterna son térrnino, in-mediato o úrltimo, de toda la economía sacramental.

Sin embargo, no es obligado elegir una de las tres in-terpretaciotres propuestas, como si cada una excluyeselas otras dos. Más bien podemos decir que la vida de feque dio origen a la expresión "comunión de los santos"vivió la riqueza de su contenido según la multiplicidadde esos significados. El Catecismo del concilio de Trentoprefiere mantener las tres interpretaciones a La vez (p.1."a.9 n.24-28). Los "santos" comulgan con las "cosas san-tas", esto es, dentro de la comunión de la lglesia oyen laPalabra, reciben los sacramentos, oran y mutuamente seayudan.

Nuestro espíritu no se une a otro ser sin valerse delpensamiento y el amor. Son sus alas y sus brazos, y losúnicos puentes entre él y el otro. La relación de cercaníaentre los seres materiales es mutua. Un espíritu, por elcontrario, puede estar rnuy cerca de algo que esté, roobstante, muy lejano. Podemos acercarnos espiritual-mente a otro que al no querer estar cerca de nosotroscontinúe lejos. Para el acercamiento sobrenatural no bas-ta el mero pensamiento y el mero arnor. Se requiere, ade-más, que el entendimiento esté informado por la fe, y elcorazón, elevado por la esperanzay la caridad.

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La oración de intercesión

Los fiele,s de la tierra ptteden conseguir gracias de Dios,los unos para con los otros, mediante la oración de interce-sion (doctrina cierta),

La fe en el poder de la oración es antiquísima y está

atestiguada en el Antiguo 'festamento. Abraham, fuIoises,

Samuel y Jeremías presentan al Señor oraciones en favordel pueblo y de personas cleterminadas. Jesús invita a stls

discípulos a.que oren por sus perseguidores. San Pabloasegura a las comunidades a las que van dirigidas sllscartas que rogará a Dios por ellas, y les pide que ellasigualmente recen por é1. "Ante todo ruego que se haganpeticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por

todos los hombres, por los emperadores y todos los cons-tituidos en dignidad" ( I Tint 2, I ss). Y Santiago: "Oradunos por otros para que os salvéis. IVIucho puede la ora-ción fervorosa clel justo" (Sant 5,16).

Pío XII comenta en la encíclica A"tystici Cor¡toris: "Lasalvación de muchos depende de las oraciones y volunta-rias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místicode Cristo dirigidas con este ffn". Y exhorla a que, en

conformidad con la práctica incesante de la lglesia, "stl-ban al cielo nuestras plegarias unidas para etlcomendar aDios todos los miembros ciel Cr,rerpo místico de Jesu-

cristo".

Sentido de la oración

¿Oración? ¿Para decirle a Dios lo que ya sabe, para pe-

dirle lo que ya irrevocablemente concedió o denegó, patatributarle alabanzas o darle gracias infinitamente inferio-res a las que merece, para pedirle perdón con un arrepen-

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timiento y propósitos con tanta frecuencia inconscientes?¿,Y por qué no? ¡Con el sentido tan hondo y humano

que tiene decirle con el corazón al amigo, al padre o a lamadre aquello que ya saben, o darles lo que ellos no nece-sitan' pero necesitamos darlo o decirlo nosotros!

La oración es una gran riqueza: Dios quiere dejarsevencer por ella, pone en ejercicio nuestra humildad,nuestra gratitud, la altura y nobleza de nuestros senti-mientos, y en ella ejercitamos y arraigamos nuestra f-e,

esperanza y amor. Nos pone en el más íntimo contacto

-contacto divinizador- con el Ser por excelencia aquien debemos cuanto somos.

Para acercarnos al misterio -nuestra comunicacióncon Dios es un misterio-, oo con el deseo irrealizable depenetrar en é1, sino con el fin de contemplarlo desde fue-ra ingente y bello, hemos de descalzarnos de la considera-ción del "antes", del "después" y del "ahora". En Dios nohay tiempo.

Como Dios no pensó en nuestros antepasados antesque en nosotros, ni los vio antes que a nosotros, así nove nuestras peticiones antes que su concesión. Pero comono podernos decir que nuestros padres y abuelos no seananteriores a nosotros y nuestra causa generadora, tampo-co es lícito afirmar que las peticiones que a Dios hace-mos no sean anteriores a su concesión y no sean causaimpetratoria de la misma. Y eso aun cuando en el tiempohaya llegado la concesión antes de hacer las peticiones.

Las peticiones, la adoración y acción de gracias quedesde nuestra pequeñez, y, por lo tanto, pequeñas,, tribu-tamos a la gran deza de Dios, ncl podrán de suyo contra-restar nuestras desobediencias a El. Para reparar pornosotros y restaurarnos está Jesucristo.

Con el cornadillo de la viuda no se podrá subvenir alos grandes dispendios del templo cle Jerusalén, pero sí

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provocar lágrimas de ternura y sentimientos de piedad.Así que los actos de petición y adoración inspirados porel amor a Dios que Dios mismo, en atención a los méri-tos de Jesucristo, nos infunde, tienen que ser gratos alPadre. Los merecimientos de Jesús'toman en sus brazoslos diminutos actos nuestros, los llenan de su luz y lospresentan al Padre como propios del verbo encarnado.

La oración es un hacer camino hacia nuestra unióncon Dios y hacia el desenvolvimiento de lo .más noble denuestra personalidad. Nos arraiga en nuestro ser y nosendereza hacia nuestra realización: nos hace más nos-otros. En ella vemos y amamos la idea ejemplar de nues-tro yo.

En la oración nos iluminan doblemente los misteriosrevelados: con lo que nos dicen y con lo que no puedendecirnos. La oración es la mirada de la fe con que valora-mos -para su estimación y codicia- el tesoro y la perlaescondidos del Evangelio.

Mirando fijamente con amor a Jesús, irá viniendo elcielo a nuestros ojos y a nuestro corazón. Nos iremostransformando en cristo. Esa semilla de cristo que escada uno de los hombres irá germinando y no se malo-grará como tantas. Sin oración, es mezquina la porciónque recibimos del cuantioso fruto que nos ofrece cada sa-cramento.

f)ios no necesita de nosotros ni de nuestro amor, peronosotros sí necesitamos amarlo. La oración, cualquieraque sea su especie, es coloquio amoroso con El. Como loque dicen los pequeños a sus padres no es propiamentenoticia, sino latido espontáneo del corazón así el pedir aDios,, el tributarle alabanzas y acción de gracias, el mirar,,escuchar o indagar en los atributos divinos y el contar aDios nuestras cosas, en el fondo, no son sino palpitacio-nes del corazón del espíritu, tan connaturales al amor de

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caridad como naturales las del corazón de carne ante el

ser amado.

Modelos cie intercesirin

Oración de la Madre tle Dios: "No tienen vino" (Jn

2,3). Su contianzaen la oración: "Todo cuanto él os diga,h¿rcedl<1" (Jn 2,5\.

Oración de Marta y iv{aría: "Señor, mira, el clue amasestá enfermo" (Jn 11,,3).Su confianza: o'f)e haber estadotú aquí, no se habría muerto mi hermano, pero sé que loque pidas a Dios te lo concederá" (Jn t 1,21).

Oración del centurión: "Señor, mi muchacho yace encasa paralítico, presa de atroces tormentos". Su conf-ran-za, guarnecida en hutnildad: "Señor, no soy digno", es

muy ponderada por Jesucristo (cf. Mt 8,8-10).Por eso, "al orar no charléis neciamente, como los

gentiles, pues se imaginan que con su mucha palabreríaserán escuchados. No os hagáis, pues, semejantes a ellos.que bien sabe vttestro Padre de qué tenéis necesidacl an-tes de que se lo pidáis" (Mt 6,7-8).

Y la lglesia reza así: "Dios todopoderoso y eterno.que con ainor generoso desbordas los rnéritos y los de-seos de los que te sttplicatr..." (colecta domínica XXVII).

Nosotros y los difuntos

L)os.fieles vivos pueden ayttclar a las almas clel pttrgato-rio por medio de sufragios (doctrina de fe). Por sufragiose entiende la oración, las indulgencias, la limosna, las

obras de piedad y, sobre todo, el ofrecimiento de la santamisa.

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Los concilios ecuménicos segundo de Lyón y de Flo-rencia definieron esta doctrina con las mismas palabras:"Para mitigar semejantes penas, les son de provecho lossr.rfragios de los fieles vivos, a saber: las misas,, las oracio-nes y las limosnas y otras obras de piedad que suelenhacer los fieles en favor de otros fieles según las disposicio-nes de la lglesia" (Dz. 464.693). El concilio de Trentopropone de nuevo la rnisma doctrina (D2.983).

Según el libro segundo de los iVfacabeos (12,42-46),existe entre los juclíos de aquella época la convicción deque podía ayudarse con oraciones y sacrificios a las al-mas de los difuntos. La lglesia naciente recogió esa fe deljudaísmo, como lo atestiguan las inscripciones sepulcra-les de los siglos rr y ru, la liturgia y los Santos Padrcs.

La posibilidad de satisfaccién vicaria se funda en launidad del Cuerpo místico de Cristo. El sufragio, pues,se añade al valor impetratorio de las oraciones y actos depiedad; por eso los suntos del cielo sólc pueden ayuclar alas almas del purgatorio con su intercesión (sentencia co-mún). En la liturgia, la lglesia rllega a Dios que los difun-tos consigan la eterna bienaventuranza "por la interce-sión de la bienaventurada siempre Virgen Nlaría y detodos los santos". Pero noternos que la intercesión de lossarrtos tiene únicamente vaior impetratorio, porque la fa-cultad de satisf'acer y merecer se limita al tiempo quedura la existencia terrena.

Lagrimas por nuestros difuntos

Dolor y lágrimas son buenos si son cristianos. No nosabatimos como aquellos qlte no tienen esperanza, peroderramamos lágrimas corporales o espirituales. La graciacristiana no nos deshum aniza. La gracia cristiana no des-

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truye la naturaleza, sino que la eleva, y es natural lloraral hijo amadísimo, al amigo entrañable, al maestro inteli-gente y de gran corazón que se entrega a los discípuloshasta la muerte.

Lloró con muchas lágrimas San Agustín a su madre;

la Virgen es pintada en la liturgia "juxta crucem lacrimo-s?", y Jesús lloró a Jerusalén y acompañó a las hermanas

de Lázaro con lágrimas en la muerte de su hermano.Llorar es bueno con tal que lloremos cristianamente.

Es precepto apostólico que no nos pongamos tristescomo los que carecen de eSperanza. La esperanza, con los

ojos de la fe, ve una felicidad entera y perdurable más

utt¿ det sepulcro, en el que el cuerpo duerme para resuci-

tar con Cristo y como María. La esperanza, con el cora-

zón de la caridad, abraza con amorosa exultación no sólo

a Dios que se nos da en el cielo, sino a la voluntad divinaque ordena que partamos de aquí o que partan nuestros

amigos.En nuestros clásicos leemos frecuentemente el térmi-

no partir con que se significa trasladarse desde una ciu-dad o un puerto a otra u otro lejanos. Y llamanos día uhora de la partida al día u hora en que emprendemos unviaje. Partirse es irse y quedarse a la vez. El deber nos

lleva, el arnor nos retiene. Una mitad de nuestro Ser per-

manece prendida en el corazón de los que se quedaron o

por el corazón de los que se fueron. El discurso más ex-

ienso de Jesucristo pubticaclo en los evangelios es su dis-

curso de despedida: extenso e íntimo.A veces vemos, en los que no creen en la pervivencia.

como el alumbramiento firlgurante de una fe en el otromundo cuando piensan -sin razonaÍ- en SUS muertosqueridos. Hay como tlna contradicción al buscar en las

honras fúnebres una manera de satisfacer al muerto; lo

imaginan conocedor de aquellas honras, discursos y es-

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critos que se les ofrecen. Y es que no pueden arrancar delsentimiento lo que su racionalismo ha logrado encubrir a

su inteligencia.

El purgatorio

¿Es posible unirse a Dios con la intimidad que requie-re la visión beatífica si no se ha llegado a la plenitud denuestra persona, esto es, si no somos perfectos? ¿Salentodos de este mundo enteramente purificados?

Hasta ocurre a veces que personas excelentes son an-tipáticas. Sus virtudes son llevadas con tan poca gracia,que aun su manifestación esquina a su poseedor con losque lo tratan y aun con los que convive.

Las virtudes, igual que la belleza, son destellos deDios; pero destellos en charquitos de bdrro. La ignoran-cia, los vicios, el gran relieve de fango que ensucia el

charco impide que los reflejos de luz lleguen a los ojos dequienes los contemplan. Otras veces, son las gafas ahu-madas del que mira las que hacen parecer feo o antipáti-co al que dirigen la mirada.

En el cielo no hay gafas ahumadas. En el cielo no hayignorancia ni vicios. En el cielo todos son agradables,simpáticos y guapos.

El purgatorio es una especie de tocador donde se atil-dan las almas -y los cuerpos, de rechazo- para que elrostro de cada uno refleje su alma, y el alma asimile yproyecte el destello de la belleza infinita de Dios.

Y en el caso de que la operación requiera bisturi ycauterio en vez de agua y jabón, es el purgatorio la clinicade cirugía estética que deja nuevo al paciente.

Pecados veniales, reato de los ya perdonados, defec-tos morales y espirituales, todo queda en la clínica antes

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de penetrar la persona en el cielo. ¿Podemos ayud ar a

nuestros difuntos en eslas operaciones?

I-tt.t stíi'agios

Nuestros difuntos están ya --como siempre estuvie-ron-- rlelante de Dios, y allí le conocen,, no a trar,és delo que dicen los lirios, los montes, el grano de trigo, Iamar'. sino escuchando su rnisma voz pronunciada por elCorclero. Jesús, el Cordero, es encarnación y es reden-cirin. En la encarnación brilla la intimidad divina: Trini-dad. poder. sabiduría y amor divinos. En la redenciónestán nuestros difuntos, con sus pecados y con el derro-clie de gracias de. su Dios, creador y salvador.

Nosolros, aqui en la tierra, ponemos en movimientoel caudal de gracias que Jesucristo acumuló, porque Elnos ha dicho: "Pedid y recibiréis".

Nueslras peticiones de ahora -a modo de sufragio-se volalilizan para ascender al Padre en forma de'incien-so, y allí se condensan en forma de lluvia graciosa quepudo ya entonces, cu¿rndo nuestros difuntos vivían, ro-ciar sus pensamientos, su córazón y su conducta. Y talesgracias pudieron ser salud, alegría, atención y ñdelidad a

las inspiraciones del E,spíritu, fuerza para resistlr a lastentaciones )/ gusto para las cosas divinas. En fin,, caminode salvación.

Estalnos rronvcncidos --pues creemos en las palabrascle Jesucristo-- cle que muchos están en el cielo gracias a

las oraciones 1, al apostolado de otros. La eternidad divi-rra hace que nuestros sufragios de ahora ha-van producidosus frutos años antes de ser ofrecidos.

Nuestras oraciones por los difuntos no se perderán,dadas ia inmensa bondad de Dios y la palabra de Jesu-

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cristo. Nuestras oraciones son poirres y de su perfumepuede ser que nos aprovechemos nosotros lnás que nues-tros di{bntos. Por eso, es normal que qr,Jeranlos fundirnuestras súplicas con la súplica de cristo en la cruz.

Etr culto de los san(os

Es lít'ito v pr()vechosr¡ venerar a los santos del cielo eint'ocar s'u üúercesiótt (doctrina de fe) É-s lícitr¡ .1t prot,echo-so venerur las reliquias ! las intrigene,s de las senlos (doc-trina de fe) (concilio de Trento: nz. 9g4). La expresiónpráctica de esta fe ha sido ia celebración tJe las festivida-des de los santos desde los primeros siglos.

La sagrada Escritura no conoce formalmente el cultoe invocación a los santos, pero nos ofrece las bases sotrreIas cuales se fue desarrollando la doctrina y la práclica dela Iglesia. La legirimidad del culto a lcrs santos se deducedel culto tributado a los ángeles, del qr.rc hallamos testi-monios claros )'a en el Antiguo Testamento.

Segirn el libro de Tobil y el Apocaripsis, los ángeles ylos sanlos del cielo presentan a Dios las oraciones cie loisantos dc la tierra (Tob l2,lz; Ap 5,8), esto es, interce-den por nosotros estando conlo están inmersos en la cari-dad que nunca pasa ( I cor 13,8). Del hecho de que ellosinterceden se sigue la licitucl de su invocación.

IlistóricAmente, el culto a los santos aparece prinrera-mente bajo la forma de culto a los nrárlires. En las ins-cripciones sepulcrales paleocristianas se inr,oca l'recuen-temente a los márlires para que intercedan por los vivos1' difuntos.

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El culto

Todo culto religioso va enderezado a Dios. Al dargracias a nuestros bienhechores del cielo gloriñcamos alPadre celestial, QUe generosamente nos los concedió. Ma-nifestarnos agradecidos a la Virgen María, con muchísi-mo amor -¡qué mejor ocasión para el superlativo!-, es

lo que llamamos culto de hiperdulía. Hiperdulía es elsuperlativo del culto de dulía con que podemos honrar alos ángeles o a los santos. Ni idolafría, ni supersticiónconnota el culto a la Virgen, a los ángeles o a los santos.

A la Virgen

Las oraciones dirigidas a la Virgen están compuestas

-o son eco- por palabras divinas dictadas al arcángel ypor él a María,la voz del concilio de Efeso -Madre deDios-, y el'engarce de la súplica para la cita trascenden-tal: ahora y en la hora de nuestra muerte.

La Virgen del Evangelio recogió -sin acabar de en-tenderlas- las palabras de su Hijo, perdido y hallado enel templo: misterio trinitario y misión mesiánica. Lasguardó en su corazón y las paladeó con reflexión amoro-sa. Bello ejemplo de cómo escuchar a Dios o de cómoleer las Escrituras: recogimiento, reflexión, atnor, pala-deo espiritual. En el cielo, a nuestras "salves", agradecidaa Dios, responderá: si bienaventurada me llaman no es

sino porque el Altísimo puso los ojos en mi pequeñez. Es

decir' la oración dirigida a la Madre de Dios, al llegar a

ella,, se enriquece de amor y gratitud, y rompe en alabanzaque magnifica la magnificencia de Dios.

Por mucho que levante la voz el pueblo y por grandesmuestras de amor mariano que manifieste, mayores son

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los elogios de ia liturgia mariana donde Isaías, Ezequiel,Proverbios, Judit y el cantar de los cantares se convier-ten en cantores de tan excelsa criatura. En la piedad po-pular, la Iglesia quiere que sus hijos vayan a la Virgen delcielo a través de la virgen de los altares. Por eso abarcatodas las ef,rgies y sus leyendas, porque cada una de ellashabla de la Madre de Dios y de sus misterios, y muestracómo va haciéndose aldeana en cada aldea y abogada encada grem io.

A los angeles

Dios creó a los ángeles antes que al hombre. Nos ha-blan muchas veces de ellos las Escrituras, pero nos dicenpoco: que son espíritu, que son ministros de Dios, queson su corte celeste. Los católicos, además de la devociónlitúrgica, tenemos devoción popular a los ángeles que connombre propio aparecen en la Biblia y a los ángeles de laguarda.

Como Dios, cuando quiere, hace ministros y recade-ros suyos -en expresión poética del Salterio- a los ra-yos y al viento, cuando le place se comunica directamen-te con los hombres o se vale de los ángeles para ayudarleso hablarles.

Los ángeles anunciaron a María y a José la encarna-ción. Y a los pastores, el nacimiento de Jesús. Intervie-nen en la huida a Egipto. Sirven a Jesús de azafatas en eldesierto. Le asisten en Getsemaní y en el sepulcro.

En el prefacio de la misa se une la Iglesia a ellos,como en el "Gloria in excelsis". Y en el "Súplices Terogamus" del canon romano pedimos que la ofrenda di-vina sea trasladada de nuestro altar al altar sublime rjeltrono de Dios por un ángel.

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A los sunlo,v

La Iglesia, al invocar a los santos. lo hace conscientede la pecaminosidad de sus miembros. Sólo los santos delcielo pueden pronunciar la clración como pura gloriflca-ción de Dios. En la invocación a los santos, ni está ex-cluido ni está olvidado Jesucristo. Tal oración tiene elsentido de que rezamos en comunidad con ellos a Cristo,de que ellos se unen a nuestra oración, para que sea ava-lada por un amor perfecto. La perfecta comunión de lossantos con Cristo da a su oración una fuerza especial quenosotros no tenemos. Por eso podemos poner más con-fianza en la oración que ellos elevan a Dios que en lanuestra propia, hecha sólo por nosotros. Los santos nosustituyen a Cristo, sino que le dejan brillar con plenoesplendor por su mediación.

El culto relativo de las imagenes

Tanto e[ culto relativo a las imágenes como la icono-clasia hunden sus raíces doctrinales en [a misma SagradaEscritura. La ley mosaica prohibía toda imagen cúlticaen fundición o en talla (Ex 20,4). Dios, según el profetaIsaías, es "un Dios verdaderamente escondidoT (45,15);y, según San Juar1, "3 Dios nadie le ha visto jamás: el

Unigénito Hijo, el que está en el seno del Padre mirándo-le cara acara, El es quien nos lo dio a conocer" (Jn t,l8).Dios eS, pues, irrepresentable. Ni siquiera la teologíapuede describir a Dios conceptualmente sin poner losnecesarios correctivos.

El momento negativo de la teología, en cuanto con-ciencia de la inadecuación intelectual al objeto represen-tado, está presente en la casi totaliclad de los teólogos

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cristianos. Las excepciones son raras. Se puede decirtambién que un rnomento negativo entra en el canon delarte sagrado, donde la inadecuación de los meeiios deexpresión artística,, deliberadamente señalada en el es-quematismo de la iconografía oriental, corresponde a ladocta ignorancia de los teólogos.

En ese sentido, la prohibición veterotestamentaria deerigir imágenes cúlticas ha quedado suprimida, en parte,por el hecho de que la imagen, "el Icono del Dios invisi-ble" (Col l,l 5) se hizo hombre y habitó entre nosotros.Lo que quiere decir que ese momento negativo no puedeconcluir con la supresión del pensamiento teológico sinconstituir un atentado contra el hecho central del cristia-nismo. [,a encarnación del Verbo hizo posible a un mis-mo tiempo la iconografía y la teología.

Justificada doctrinalmente la veneración relativa delas imágenes, pertenece después a la prudencia pastoralla regulación práctica de su función pedagógica y cúltica.El segundo concilio ecuménico de Nicea declaró que eralaudable erigir venerables y santas imágenes de Cristo, dela Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, y tribu-tarles veneración obsequiosa (Dz. 302). El concilio deTrento renovó esta declaración, diciendo que "el honorque se tributa a las imágenes se refiere a los modelcls queellas representan" (Dz. 986).

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CONCLUSION

Unos textos del concilio Vaticano II"Así pues, hasta cuando el Señor venga revestido de

majestad y acompañado de todos sus ángeles (cf.Mt25,31 ), y, destruida la muerte, le sean sometidas todas lascosas (cf. I Cor 15,26), algunos entre sus discípulos pere-grinan en la tierra; y otros, ya difuntos, se purifican;mientras otros son glorificados, contemplando claramen-te al mismo Dios,, Uno y Trino, tal cual es; mas todos,aunque en grado y formas distintas, estamos unidos enfraterna caridad y cantamos el mismo himno de gloria anuestro Dios. Porque todos los que son de Cristo y tienensu Espíritu crecen juntos y en El se unen entre sí, forman-do una sola Iglesia (cf. Ef 4,16). Por lo tanto, la unión delos peregrinos con los hermanos que durmieron en la pazde Cristo' de ninguna manera se interrumpe, antes bien,según la constante fe de la lglesia, se fortalece con lacomunicación de los bienes espirituales. Por lo mismoque los bienaventurados están más íntimamente unidosa Cristo, consolidan más eficazmente a toda la Iglesia enla santidad, ennoblecen el culto que ella misma ofrece aDios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a sumás dilatada edificación" (cf. I Cor 12,12-21) (LG 49).

"La lglesia de los peregrinos, desde los primeros tiem-pos del cristianismo, tuvo perfecto conocimiento de estacomunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, y asíconservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos yofreció sufragios por ellos, porque santo y saludable es el

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pensamiento de orar por los difuntos para que quedenlibres de sus pecados (2 ,l/'ac 12,46). Siempre creyó laIglesia que los apóstoles y los mártires de Cristo, por ha-ber dado un supremo testimonio de fe y de amor con elderramamiento de su sangre, nos están íntimamente uni-dos: a ellos, junto con la bienaventurada Virgen María ylos santos ángeles, profesó peculiar vcitcración e irnplorópiadosamente el auxilio de su intcrcesión. A éstos luegose unieron también aquellos otros que habían imitadomás de cerca la virginidad y la pobÍeza de Cristo, y, enñn' otros cuyo preclaro ejercicio de virtudes cristianas ycuyos divinos carismas los hacían recomendables a lapiadosa devoción e imitación de los fieles" (LG 50).

"Nuestra unión con la lglesia celestial se realiza enforma nobilísima, especialmente cuando en la sagradaliturgia,, en la cual la virtud del Espíritu Santo obra sobrenosotros por los signos sacramentales, celebramos juntos,con fraterna alegría, la alabanza de la divina Majestad, ytodos los redimidos por la sangre de Cristo, de toda tri-bu' lengua, pueblo y nación (cf. Ap 5,,9), congregados enuna misma Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico dealabanza al Dios Uno y Trino. Al celebrar, pues, el sacri-ficio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto dela Iglesia celestial en una misma comunión, venerando lamemoria, en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen'María, del bienaventurado San José y de los bienaventu-rados apóstoles, mártires y santos todos (canon rom.misa)" (LG 50).

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IIVDICE

Introducción . .

Los dones divinosEl don de la Palabra de Dios ...El don de su cuerpo y sangreEl don del EspírituLa comunión de bienes

fli.storia v .\enf ido de la lórmulq ...Las primeras menciones .

Lo que quieren decirLa oracitin dt' intercesión

El sentido de la oración . .

Modelos de intercesiónNlsltros t, los di/únt0s . .

Lágrimas por nuestros difuntos .

El purgatorio . .

Los sufragios . .

El culto de los santo.r

El cultoA la VirgenA los ángelesA los santosEl culto relativo de las imágenes

ConclusiónLinos tc.yÍos del u¡nt'ilio L'atit'ano II

Prig.s.

aJ

5

6l9

r0t2t2l3t5l5l8l8r92l221t

2424252626

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I] LTI MO S C T]AD E RIV O S P U B LI CAD O S

56. El medio ambiente, por L. Lleó de la Viña.51. El creyente ante la ciencia, por M. M.u Carreira.58. I)iscursos a los obispos españoles, por Juan Pablo IL59. El patrimonio cultural de la lglesia en España, por Mons. l). Igua-

cen Borau.60. Las parábolas de Jesús, por L. López de las Heras.6l . ¿SÍ o no al aborto?, por Mons. J. Gea Escolano.62^ Parejas rotas, por J. A. de Sobrino.63. Televisión y familia, por R. Gómez Pérez.64. El derecho a nacer, por Mons. J. Delicado Baeza.65. Tesis de Marx, tesis sobre Marx, por C. Valverde.66. MarÍa, signo y compromiso, por M. G. del Manzano.61. Creo en el perdón de los pecados, por L. de Echeverría.68. La familia, escuela de creyentes, por A. Albarracín Teulón.69. El Evangelio del trabajo, por Mons. J. M.a Guix Ferreres.70. Mensaje a la juventud, por J. L. Larrabe.7l. María y la reconciliación, por Mons. E. Yanes.72. Evangelio y cultura, por A. Ortega.73. Orientaciones educativas sobre el amor humano, por la Sagrada

Congregación para la Educación Católica.74. El apostolado seglar, por Mons. A. Dorado Soto.15. La manipulación genética, por N. Blázquez.16. Los Diez Mandamientos, por P. Alastrué.11. La protección del menor, por F. Cubells Salas.18. Vida más allá de la muerte, por C. Pozo.79. Creo en el Espíritu Santo, por J. Esquerda Bifet.80. Instrucción sobre algunos aspectos de la <Teología de la libera-

ción>>, por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.81. El hambre en el mundo, por E. García Díaz.82. La eutanasia, por J. Gafb.83. La enseñanza de Ia religión, por J. Iribarren.tl4. La moralidad de las guerras modernas, por G. Higuera.85. Prcscncia de la Trinidad en el hombre, por A. Guerra.86. Las Iglesias dc España en la evangelización de América, por

J. Capmany.87. EI domingo, día del Señor, por J. López Martín.88. Iglesia y reino de Dios, por A. Bandera.89. Pascua: camino de la luz, por J. L. Marlin Descalzo.90. Se encarnó de María, la Virgen, por J. Galot.91. lil sacramento de la confirmación, por M. Peinado Muñoz.92. l,a comunión de los santos, por A. Vilaplana Molina.

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