antología literatura y contemporaneidad ii

77
ESCUELA PREPARATORIA OFICIAL NÚMERO 72 ANTOLOGÍA Literatura y Contemporaneidad II Núm. de Lista // Nombre del alumno: _________________________________________________ Núm. de lista Apellidos Nombre (s) Grupo 2° ____ CUARTO SEMESTRE Profa. Stephany Caso Alfaro www.eltunel72.wordpress.com Página de fb. Club de lectura: El túnel

Upload: steph-ca

Post on 13-Apr-2016

276 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

Antología utilizada por los alumnos de la EPOEM 72. Recopilada por la Profa. Stephany Caso Alfaro.

TRANSCRIPT

Page 1: Antología Literatura y Contemporaneidad II

ESCUELA PREPARATORIA OFICIAL NÚMERO 72

ANTOLOGÍA

Literatura y Contemporaneidad II

Núm. de Lista // Nombre del alumno:

_________________________________________________

Núm. de lista Apellidos Nombre (s)

Grupo 2° ____

CUARTO SEMESTRE

Profa. Stephany Caso Alfaro www.eltunel72.wordpress.com

Página de fb. Club de lectura: El túnel

Page 2: Antología Literatura y Contemporaneidad II

UNIDAD I

HIPERTEXTO E HIPERLITERATURA

(CIBERLITERATURA)

Page 3: Antología Literatura y Contemporaneidad II

LA BIBLIOTECA DE BABEL (El jardín de senderos que se bifurcan (1941;

Ficciones, 1944)

Jorge Luis Borges (1899–1986)

By this art you may contemplate the variation of the 23 letters...

TheAnathomy of Melancholy,part. 2, sec. II, mem. IV

EL UNIVERSO (QUE otros llaman la Biblioteca) se compone de un númeroindefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible. A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas. El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto

Page 4: Antología Literatura y Contemporaneidad II

bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.[1] El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice Oh tiempo tus pirámides. Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.) Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables M C V no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores. Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior[2] dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado:No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito. Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No

Page 5: Antología Literatura y Contemporaneidad II

había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero. También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores.Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada. A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden. Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los "tesoros" que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos. También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás:algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total[3]; ruego a los dioses ignorados que un hombre—¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!—lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que

Page 6: Antología Literatura y Contemporaneidad II

sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique. Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de "la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira". Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula Trueno peinado, y otro El calambre de yeso y otro Axaxaxasmlö. Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteresdhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos—y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?). La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana—la única— está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta. Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar—lo cual es absurdo. Quienes lo imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.[4] Mar del Plata, 1941 [1] El manuscrito original no contiene guarismos o mayúsculas. La puntuación ha sido limitada al la coma y al punto. Esos dos signos, el espacio y las veintidós letras del alfabeto son los veinticinco símbolos suficientes que enumera el desconocido. (Nota del Editor). [2] Antes, por cada tres hexágonos había un hombre. El suicidio y las enfermedades pulmonares han destruido esa proporción. Memoria de indecible melancolía: A veces he viajado muchas noches por corredores y escaleras pulidas sin hallar un solo bibliotecario. [3] Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible. Por ejemplo: ningún libro es también una escalera, aunque sin duda hay libros que discuten y niegan y demuestran esa posibilidad y otros cuya estructura corresponde a la de una escalera. [4]Letizia Álvarez Toledo ha observado que la vasta Biblioteca es inútil; en rigor, bastaríaun solo volumen, de formato común, impreso en cuerpo nuevo o cuerpo diez, que constara de un número infinito de hojas infinitamente delgadas. (Cavalieri, a principios del siglo XVII, dijo que todo cuerpo sólido es la superposición de un número infinito de planos.) El manejo de ese vademecun sedoso no sería cómodo: cada hoja aparentemente se desdoblaría en otras análogas; la inconcebible hoja central no tendría revés.

Page 7: Antología Literatura y Contemporaneidad II

LA FUSIÓN ENTRE IMAGEN Y TEXTO María Jesús Lamarca Lapuente. Hipertexto: El nuevo concepto de documento en la cultura de la imagen.

Por su parte, la poesía ha intentado también nublar las fronteras entre imagen y signo lingüístico ya desde antiguo. En la época clásica y medieval, existían los caligramas, que en 1913 retoma Guillaume Apollinaire. En ellos se representa la imagen a que hace mención el

discurso, dibujándola por medio de sus propias palabras. Así pues, la disposición gráfica representa visualmente el contenido del texto, literatura y artes plásticas se funden y confunden.

La paloma apuñalada de Guillaume Apollinaire

La poesía experimental se llevó a cabo sobre la página impresa, pero ya quiso salirse de ella moldeando las

palabras y los signos y creando los llamados poemas objeto. Se produce una tensión entre lo verbal y lo visual, lo simbólico y lo icónico. Se pretende romper también no sólo con la orientación de la lectura de izquierda a derecha, que se piensa que es en realidad una representación arbitraria de la cadena secuencial del lenguaje hablado, sino también con la página bidimensional, también leída de izquierda a derecha y de arriba a abajo. El texto se dispone libremente en el espacio bidimensional como podemos ver en los siguientes ejemplos de poemas visuales:

La capilla aldeana de Vicente Huidobro

En el arte incluso hay un intento de suprimir el lenguaje y convertirlo en imagen. "La canción nocturna del pez" (1905) de Christian Morgenstern, compuesto de signos métricos y el "Poema Fónico mudo" de ManRay (1924), son un claro ejemplo de esta aproximación:

Fuente: http://www.merzmail.net/fonico.htm

Los poemas dibujados de Vicente Huidobro han sido recientemente pintados por diferentes autores, lo que demuestra que el gusto por la fusión y confusión entre imagen y texto sigue vigente:

Page 8: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Couchant, 1922 Ocean, 1921 Marine, 1925

Poemas pintados (izquierda) y poemas dibujados de Vicente Huidobro (derecha). Fuente: http://www.telefonicadechile.cl/cultura/saladearte/huidobro/poemas_pintados.html

Estas tendencias han formado parte de la literatura de vanguardias, la poesía experimental de los años 60 y 70 del siglo XX y sigue vigente en la actualidad a través de la práctica de nuevos caligramas y la poesía visual actual. Los títulos (multimedia y poesía experimental, del lenguaje visual al libro objeto, lenguaje visual, música-poesía visual, poesía fonética, polipoesía, holopoesía o poemas holográficos, el ojo que lee) a que da entrada la web denominada Poesía visual son muy ilustrativos de en qué consisten estas prácticas poéticas y el intento de convertir el signo textual en otra cosa.

La poesía de las vanguardias históricas dio también lugar a una dialéctica no sólo entre la imagen y el texto, sino también entre el sonido y el texto. La poesía fonética ligada al futurismo ruso e italiano, el dadaísmo y MERZ y a las vanguardias históricas de principios del siglo XX fue un intento de introducir en el terreno literario el irracionalismo y de expresar las palabras con diversos sonidos. La poesía sonora no es poesía recitada o declamada al modo tradicional, sino poesía experimental que utiliza técnicas fonéticas y/o ruidos. Se evita usar la palabra como mero vehículo del significado y se compone el poema mediante sonidos que requieren una realización acústica. No es una mezcla de música y discurso o viceversa, sino que el discurso se hace música o viceversa. El poema sale de la página para ser recitado con la voz, pudiéndose acompañar de diferentes instrumentos, como martillos, timbales, maderas, o declamaciones simultaneas con otras declamaciones.

Tristán Tzara explora el poema simultáneo a dos o varias voces y también incluye otros sonidos primitivos y cantos procedentes de África y Oceanía. Se trata de un espectáculo visual y fonético. Los futuristas rusos también inventaron el concepto "zaum" buscando un lenguaje transmental vacío de racionalidad. Se trataba de una lengua conceptual que huía de la sintaxis y de los signos de puntuación, por ejemplo, por medio de una sucesión de sustantivos que producían una sucesión continua de imágenes y que pretendía llevar el lenguaje hasta la onomatopeya y el ruido. En 1913 Luigi Russolo escribe el manifiesto "El arte de los ruidos" donde estudia el ruido de la guerra y los ruidos de la naturaleza, los etno-ruidos, la grafía enarmónica, etc. dando origen al llamado Arte del Ruido. En 1933 Marinetti publica "La radio futurista" donde presta una atención específica a la radio, a la que él llamaría La Radia para sus "síntesis radiofónicas". Estos experimentos futuristas son un preludio de lo que ahora pueden ser la música electroacústica y el sonar, el instrumentista omnipotente y sin límites humanos; y un ejemplo claro de cómo dar otro sentido diferente a un medio determinado.

Page 9: Antología Literatura y Contemporaneidad II

La poesía es un arte que utiliza las palabras como materia prima. La poesía visual enriqueció la palabra dándole cuerpo a la superficie del papel, pero también se intentó dar cuerpo a la palabra utilizando otro tipo de materiales. Así surgen poemas hechos en madera, vidrio, metal o plexiglás, y también los libros o poemas objeto. Lo que se quiere es trascender la linealidad y rigidez del soporte papel y del formato impreso.

En la actualidad han surgido intentos similares a los ya citados en los que no sólo se quiere romper con la página impresa mediante una falsa impresión de tridimensionalidad, sino ofreciendo realmente dicha tridimensionalidad al colocar el poema directamente en el espacio, liberándolo definitivamente del papel. Ello ha sido posible gracias a la holografía. Así nació, en 1983, la holopoesía. Incluso los poetas que la practican hablan de una cuarta dimensión, porque la percepción del holopoema depende también del tiempo subjetivo del lector. Los holopoemas pretenden romper la fijación, integridad y continuidad del texto, porque su lectura no se da lineal ni simultáneamente, sino a través de fragmentos vistos por el observador según las decisiones que tome puesto que dependen de la posición que adopte el observador en relación al objeto. Los holopoemas introducen, pues, los conceptos de no linealidad, interactividad, transitoriedad, multimedialidad, flexibilidad en el contenido, obra abierta, etc. que también son características propias del hipertexto. Se trata de poemas o documentos dinámicos que varían de forma, colores, volúmenes y texto dependiendo de la posición del observador o lector. Son pues, al igual que el hipertexto, nuevas estrategias de lectura y escritura.

FUENTE DE INFORMACIÓN

http://www.hipertexto.info/documentos/f_imagen.htm

Page 10: Antología Literatura y Contemporaneidad II

INTERNET UNA INVENCIÓN LITERARIA Por Pablo Escandón M.

En esta oportunidad, el autor aborda cuatro textos literarios y los compara con las estructuras de los sitios web y con el uso y función de los hipertextos para demostrar que las novelas y las historias que utilizan recursos literarios ya inventaron Internet. Las obras analizadas son los cuatro Evangelios, El jardín de los senderos que se bifurcan, Diccionario jázaro y Cien años de soledad. Introducción ―Muchos años después, frene al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella remota mañana en que su padre lo llevo a conocer el hielo.‖ (1990). Así inicia la maravillosa obra de García Márquez que acaba de cumplir cuatro décadas de ver la luz editorial y que, a pesar de haber llegado al millón de libros impresos, muchos de los jóvenes nacidos, amamantados y criados frente a un monitor de computador no conocen ni la han leído. Esta aseveración se la constata cada semestre con los estudiantes universitarios a quienes al inicio del curso se pregunta si han leído Cien años de soledad y por lo menos el 80% no lo ha hecho. De ese porcentaje, el 100% ha navegado en Internet y cuenta que prefiere la lectura en pantalla a la que se realiza en papel, ya que con el ratón y el cursor puede hacer saltos, avances, retrocesos y paralelismos que el libro les impide realizar. En efecto, el libro, heredero del códice, es una herramienta físicamente estática que no puede competir con la espectacularidad del monitor, pero que genera mayor interactividad mental. La obra máxima de García Márquez realiza una interacción infinita con el lector, mediante la cual se reconstruye la historia del Macondo: desde su esplendor se hace un retroceso hasta los orígenes del poblado, para desembocar en su ocaso. Esta novela establece un gran desafío para el lector, ya que la saga de los Buendía está poblada de Aurelianos y José Arcadios. ¿Qué tiene que ver una novela publicada en soporte papel, en formato libro, hijo del códice, con la Red Internet y sus aplicaciones? Todo, puesto que las estructuras narrativas que rompen con la linealidad del tiempo y de la acción en una historia son las que organizan a los sitios web del mundo cibernético, a los juegos de video y a los de realidad virtual. Internet se plasmó digital y tecnológicamente con la invención del browser, pero de manera mental, se estructuró con las historias construidas por Sterne, Cervantes, Flaubert, Faulkner, Borges, Vargas Llosa, entre otros, quienes eliminaron de su narrativa la linealidad y propusieron la tabularidad asociada al pensamiento leonardiano, expresada en el entramado de la historia, mediante la cual se realizan asociaciones, evocaciones e interpretaciones de diversa índole, similares a las mismas que realizamos cuando damos clic sobre un hipertexto. De esta manera, establecemos una interactividad mental y asociativa entre nuestros conocimientos y el texto. Así entonces, veremos cómo Internet utiliza las mismas estructuras narrativas que por centurias, los escritores han desarrollado y aplicado para contar sus historias, por ende podemos afirmar que Internet es un invento de la ficción literaria. Para ello abordaremos los conceptos de linealidad y tabularidad; conoceremos que es el pensamiento leonardiano y como se aplican al hipertexto, luego nos centraremos en cuatro obras literarias que ya utilizaron un hipertexto mental y estructural, pero no informático. Linealidad y tabularidad

Una historia que desde su inicio hasta el fin respeta la lógica temporal y el orden preestablecido de las acciones tienen una escritura lineal, mientras que las obras que no ciñen a este orden y crean una ruptura de tiempo y espacio, son tabulares. La linealidad la encontramos en la base fundamental de todo texto pues una historia tiene que estar constituida desde su inicio hasta su final, de manera lógico-temporal, pues como dice Christian Vandendorpe (1999) en Del papiro al hipertexto, ensayo sobre las mutaciones del texto y la lectura: ―A primera vista, el relato es el prototipo de una masa verbal lineal y de una tabularidad débil o nula‖ (39), pero no todo relato merece ni tiene que ser contado con esta estructura, lineal, pues de lo contrario se banalizaría el hecho artístico, que propende a romper

Page 11: Antología Literatura y Contemporaneidad II

las estructuras de lo canónico y a alejarse de la linealidad ―De hecho, la noción misma de texto, que viene del latín textus, remite originalmente a la acción de ―tejer entrelazar, trenzar‖, lo cual supone que no le ha sido contada como un cuento folclórico o una narración oral, es decir, de principio a fin. Romper con la unidireccionalidad propuesta por Aristóteles en su Poética es generar un texto tabular que a su vez produce múltiples motivos, originados por similares causas, que de igual manera establecen nuevas formas de presentar la historia, de leerla y de comprenderla. No todas las historias lineales son completamente predictivas, pues entre ellas tenemos al relato policial o de enigma, ni tampoco todas las tabulares son muy inteligentes, pero si simulan, mucho más, los ejercicios mentales que hacemos a diario en nuestra vida, pues representan un desafío para nosotros. Pensamiento leonardiano versus pensamiento aristotélico En ―Correspondencias‖, Luis Racionero (1997) estableció dos tipos de pensamiento: el lógico de causa y efecto, el aristotélico, y el de la analogía, el isomorifismo y las correspondencias, el leonardiano. En este brevísimo ensayo, explica que el pensamiento aristotélico es cuantitativo y se expresa en ecuaciones matemáticas, mientras que el leonardiano de sincronicidad es cualitativo y se expresa en imágenes simbólicas que comparan cada cosa con una de las ideas en sí mismas, sin reducirlas a unidad común, como en la metáfora. ―Ahí está el trabajo, ahí la obra: conectar, siempre conectar, todo con todo; significativamente: imaginación‖ (Racionero 1997:118). Estas conexiones mentales son tomadas por Internet y materializadas con el hipertexto. Así, esta herramienta informática se constituye en la concreción de lo tabular y leonardiano, pues permite anular lo lineal y establece conexiones con las analogías y correspondencias. Hipertexto

El hipertexto, mediante el cual se erige Internet, es una herramienta informática que enlaza textos, fotografías y gráficos entre sí o entre ficheros almacenados. El hipertexto, base fundamental de todo documento en la Red, rompe con la linealidad y con la lógica de causa-efecto o acción-reacción y unifica las nociones de espacio y tiempo, por ello Internet es un medio tabular, pues ―permite el despliegue en el espacio y la manifestación simultanea de diversos elementos susceptibles de ayudar al lector a identificar sus articulaciones y encontrar lo más rápidamente posible las informaciones que le interesan‖ (Vandendorpe 1999:114) Con el hipertexto se rompe la linealidad y se acaba con el pensamiento aristotélico, ya que al utilizarlo, el usuario de la Red puede acceder de manera tabular, bajo una concepción leonardiana a cualquier información diseminada en el ciberespacio, sin necesidad de ir desde un inicio hasta un final.

1. Selección. El caso más sencillo de selección es aquel en que el lector escoge en una lista o determina por una entrada en el teclado el bloque de información que está interesado en leer. Los diversos bloques de información constituyen otras tantas unidades distintas entre las cuales no hay ningún enlace esencial. El lector es guiado por una necesidad de información muy precisa que se agota no bien logro la satisfacción. (…)el modo más frecuente de selección lo ofrecen las ―hiperpalabras‖, denotadas por un color particular, y sobre las cuales el usuario es invitado a cliquear para explorar el contenido que encubren.

2. Selección y asociación. El lector escoge el elemento que quiere consultar, pero también puede navegar entre bloques de información dejándose guiar por las asociaciones de ideas que surgen con el fluir de su navegación y de los enlaces que se le proponen. Este modelo es típico de la enciclopedia.

3. Selección, asociación y contigüidad. Además de los modos precedentes, los bloques de información son accesibles de manera secuencia, como lo son las páginas de un libro. Este modelo convienen a un ensayo o a un artículo científico y sobre todo será utilizado para adaptaciones sobre CD-ROM de obras impresas sobre papel. Corresponde a una transposición simple del formato códice al formato electrónico (…).

Page 12: Antología Literatura y Contemporaneidad II

4. Selección, asociada, contigüidad y estratificación. Además de ser accesibles mediante los modos precedentes, los elementos de información pueden ser distribuidos en dos o tres niveles jerarquizados según su grado de complejidad, lo cual permite responder a las necesidades de diversas categorías de lectores o satisfacer, en un mismo lector diversas necesidades de información. Este modelo de hipertexto combina al máximo las ventajas del códice con las posibilidades abiertas por la computadora, sobre todo por la consideración de una nueva dimensión del texto, que es la de la profundidad. Al superponer distintas ―capas‖ de texto sobre un mismo tema o, según otra metáfora satelizar alrededor de un núcleo central distintos documentos complementarios cuyos usos son indefinidos, un hipertexto estratificado ofrece de hecho varios libros en uno. (97-98).

El hipertexto hace que los textos de la Red se abran de manera estructura, temática e interpretativa; en este sentido tiene una correspondencia con lo propuesto por Umberto Eco en Obra abierta (1990), en el cual toma al texto literario como el que mejor representa la apertura hacia la interpretación y posterior consumo. En este sentido, el hipertexto es el medio por el cual se abren los textos, de manera estructural, temática e interpretativa. Esta tipología sobre la cual se estructuran todos los sitios de la Red, proviene de la cultura libresca y, particularmente, de la épica narrativa, pues cada tipología describe a una obra narrativa, por ello Internet y el multimedia son herederos de las estructuras propuestas por las grandes obras y maestros universales del cuento y de la novela.

La épica: tabular y leonardiana.

Contar historias, como dice Kundera en El telón (2006), es una acción que asimila y transforma un hecho, es decir, la realidad en manos de un narrador no es inmutable y al fundamentarse en esta base, el relato es lo más adecuado para que el pensamiento leonardiano se desarrollo. Entonces, la ficción literaria, el periodismo y el ensayo son hijos de esta concepción que conecta algo con lo demás, derivando lo central hacia lo satelital. Aprender el mundo y transformarlo, siempre desde un punto de vista, es lo principal de la prosa y la analogía, el isomorfismo y las correspondencias estructuran los mensajes que rompen con la lógica de causa-efecto.

Si bien toda la literatura, incluida la lírica, está construida con este pensamiento, es en el relato donde mejor se anida, pues las estructuras narrativas, desde las más simples hasta las más complejas realizan correspondencias y analogías, temporales y lógicas. Narrar historias, sean reales o de ficción, así como exponer temas mediante el ensayo o la divulgación científica, siempre emplearan el pensamiento leonardiano, pues por medio del lenguaje se explican y se cuentan los hechos, no es este orden. Con cada palabra o frase, el narrador evoca mundos, olores, sabores y sonidos, y así crea un efecto artístico, pero los conceptos e idea, en el caso del ensayo, generan sentido lógico. Si bien ambos textos, estructurados lógicamente, hacen que el lector recuerde y transforme lo leído, esas mutaciones se dan mediante el pensamiento leonardiano de correspondencias y asociaciones mentales que se desarrollan durante toda la vida del ser humano y quienes trabajan con la palabra buscan apretar ese gatillo preciso que desencadenara lo deseado en su lector, pero que con cada uno es completamente distinto, ya que las experiencias vitales son particulares e irrepetibles. A pesar del pensamiento leonardiano que anula la lógica aristotélica de causa y efecto, se concibe la tabularidad, que anula la linealidad, tanto de pensamiento omo de acciones. Esta clase de hipertextos (Vandendorpe, 1999) que se presentan en documentos hipermedia de la Red pueden presentarse aislados o reunidos y no son sino aplicaciones binarias de lo que hace el cerebro humano: selecciona una palabra o idea, la asocia con otras, las combina y todo ello genera un grado de dificultad deseado, es decir, genera un mensaje destinado a un receptor modelado por el autor.

Page 13: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Hasta este momento hemos expuesto conceptualmente lo que Internet ha tomado de los libros y de la narrativa mundial, ahora demostraremos como la tipología hipertextual desarrollada por Vandendorpe (1999) se aplica a Los evangelios, a El jardín de los senderos que se bifurcan, al Diccionario jazaro y a Cien años de soledad, para confirmar que la invención de Tim Berners-Lee es producto de la narrativa y de su lógica. Los evangelios: selección y asociación

La buena nueva que cuentan los textos atribuidos a Mateo, Marcos, Lucas y Juan no es otra que la vida de Jesús de Nazaret, desde que es engendrado por el Espíritu Santo hasta que sube a los cielos. Una historia contada cuatro veces, con un mismo protagonista, narrada desde distintos puntos de vista y con diferentes maneras de comenzar la historia. Es decir, cada evangelista propone su forma tabular de contarnos la vida de Jesús, pues no todos inician en el mismo punto.

Es así que Mateo empieza con la exposición genealógica de la estirpe de la cual desciende Jesús, mientras que Marcos lo hace desde que es bautizado por Juan, El Bautista. Lucas comienza con la aparición del ángel a Zacarías, quien le anuncia que su esposa Isabel dará a luz a Juan, El Bautista. Y el último evangelio, el de Juan, inicia con el primer testimonio de la venida del Mesías, declarado por El Bautista.

Así pues, quien desea leer sobre la vida de Jesús lo puede hacer mediante cualquier entrada, por cada uno de los cuatro evangelios, que entre sí tienen la asociación de estar conectados por un mismo protagonista.

La biblia, al estar estructurada por libros y cada uno marcado por capítulos y versículos, se constituye en un texto tabular, pero además, cada evangelio establece una conexión con el otro y estos con los demás textos del Nuevo Testamento. Entonces, este libro con sus múltiples entradas y asociaciones diversas cumple con las dos primeras clases del hipertexto establecidas por Vandendorpe: selección y asociación. En este sentido, todos los sitios en Internet nos ofrecen, como primer grado de hipertextualidad, la selección, pues el usuario de la Red tiene en el monitor un listado que le permite escoger y determinar su itinerario de lectura o el tema. La vida, milagros, pasión y resurrección de Jesús es el motivo aglutinante de estas historias que se convierten en el punto de partida de lo que siglos más adelante será desarrollado por MijailBajtin en su teoría de la polifonía.

Los milagros son narrados en cada evangelio de manera distinta y están conectados entre sí por el hecho y el protagonista. En Internet, estas conexiones están presentes y materializadas por el hipertexto mediante los anclajes de palabras o imágenes que asocian términos o hechos. Los diferentes finales de cada uno de los evangelios, son uno solo y nos presentan como películas fragmentadas el mismo relato desde diversas perspectivas que van sumando a la comprensión del hecho, como las versiones en un juicio, que completan o contradicen lo expuesto; así, el hipertexto se convierte en un punto de vista independiente y complementario que por sí solo es un libro, pero construye uno más grande.

Con esta idea de inserción está construida la Biblia: cada texto es independiente, pero es un ladrillo más de la gran edificación solida que es.

Cada libro tiene su conexión, pero sólo los Evangelios han tendido una red tan imbricada por lo cual han podido destacar al personaje de sus historias. He ahí una de las virtudes estructurales de estos libros.

Al momento de hacer los saltos entre libros, podemos notar que establecemos itinerarios de lectura interna, es decir, que no salen del gran libro, la Biblia. En términos de navegación por la red diríamos que establecemos enlaces internos dentro del mismo sitio, sin necesidad de recurrir a contextos externos. La configuración de la Biblia hace que sea un sitio con enlaces internos que, estructuralmente para ser comprendida, no necesita de enlaces fuera de ella.

Page 14: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Un verdadero desafío hipertextual comprendería en enlazar internamente los libros, hechos, personajes, profecías, etc., con la finalidad de dar una mayor cohesión y contextualización a cada una de las referencias que se presentan en todos y cada uno de los capítulos y versículos de este gran libro, tomando como modelo las conexiones existentes en los evangelios. De esta manera, nos daríamos cuenta de que la Biblia sería un gran laberinto del cual sólo Dédalo podría salir.

Borges, el ciego inventor de una Red multicausal

El escritor argentino Jorge Luis Borges pensó en la literatura como una malla reticular llena de selecciones, asociaciones, contigüidades y estratificaciones y plasmó esta concepción en la semejanza que encontró entre el laberinto y la biblioteca, en donde reposa el saber infinito asido por el ser humano. No existe una vía única para llegar al conocimiento, así como existen alternativas para salir de un laberinto.

En El jardín de los senderos que se bifurcan (1941), Borges propone alternativas paralelas para el fin de su relato. La realidad no es única y la multicasualidad, que no es otra cosa que tener la alternativa de seleccionar y asociar ideas, personajes, espacios hechos, crean nuevos finales, nuevas rutas del lectura por las que el lector puede transitar.

En el relato, que no resumiré para que el lector acceda a él, se habla de un laberinto y un libro, por separados, pero uno de los personajes, quien luego expondrá la multicasualidad, dice: -Un laberinto de símbolos –corrigió-. Un invisible laberinto de tiempo. A mí, bárbaro inglés, me ha sido deparado revelar ese misterio diáfano. Al cabo de más de cien años, los pormenores son irrecuperables, pero no es difícil conjeturar lo que sucedió. Ts‘ui Pen diría una vez Me retiro a escribir un libro. Y otra: Me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un sólo objeto. El Pabellon de la Limpida Soledad se erguía en el centro de un jardín tal vez intrincado; el hecho puede haber sugerido a los hombres un laberinto físico. Ts‘ui Pen murió; nadie, en las dilatadas tierras que fueron suyas, dio con el laberinto. Dos circunstancias me dieron la recta solución del problema. Una: la curiosa leyenda de que Ts‘ui Pen se había propuesto un laberinto que fuera estrictamente infinito. Otra: un fragmentó de una carta que descubrí.

Antes de exhumar esta carta, yo me había preguntado de que manera un libro puede ser infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un volumen cuya última página fuera idéntica a la primera, con posibilidad de continuar indefinidamente. Recordé también esa noche que está en el centro de Las 1001 Noches, cuando la reina Shahrazad (por una mágica distracción del copista) se pone a referir textualmente la historia de Las 1001 Noches, con riesgo de llegar otra vez a la noche en que la refiere, y así hasta lo infinito. Imaginé también una obra platónica, hereditaria, transmitida de padre a hijo, en la que cada nuevo individuo agregara un capítulo o corrigiera con piadoso cuidado la página de sus mayores. Esas conjeturas me distrajeron; pero ninguna me parecía corresponder, siquiera de un modo remoto, a los contradictorios capítulos de Ts‘ui Pen. En esa perplejidad, me remitieron de Oxford el manuscrito que usted ha examinado. Me detuve, como es natural en la frase: Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan. Casi en el acto comprendí; el jardín de los senderos que se bifurcan era la novela caótica; la frase varios porvenires (no a todos) me sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio. La relectura general de la obra confirmó esa teoría. En todas las acciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts‘ui Pen, opta –simultáneamente- por todas. Crea, así diversos porvenires, diversos tiempos, que también, proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a supuesta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etc. En la obra de Tsui Pen, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones. Alguna vez, los

Page 15: Antología Literatura y Contemporaneidad II

senderos de ese laberinto convergen; por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo. Si se resigna usted a mi pronunciación incurable, leeremos unas páginas. Es en este cuento y no en otro que Borges crea la Red multicausal y acaba con la tradición en la forma de contar historias que presentan un solo final y una explicación única de los sucesos. La multicasualidad borgeana está opuesta a la univocidad existente en la lógica del relato policial, que sume como explicación ordenadora del mundo a los ciencias naturales y físicas, pero no a la complejidad del ser humano y sus formas. En este sentido, los relatos borgeanos apelan más a las múltiples causas que generan un suceso y no a uno solo, es decir, a las conexiones infinitas que encontramos en la vida, tanto en los planos físicos y materiales como en los espirituales y del pensamiento racional y metafísico. ¿Por qué el escritor –creador de un libro-laberinto es la cultura oriental y no occidental? Pues, porque nuestra cultura está completamente intoxicada con el racionalismo unívoco y positivista de las ciencias, mientras que la oriental se guía por los movimientos impredecibles de la naturaleza, que está organizada en una red. Internet es un camino múltiple con inicios y destinos que se bifurcan con cada clic. Cuando buscamos información es ese laberinto, las opciones se multiplican y las verdades son distintas, desde las comprobadas hasta las réprobas, pero cada una tienen su importancia y aporte al hecho, palabra o definición que deseamos consultar, conocer o dilucidar. Al igual que Ts‘ui Pen y su antecesor Dédalo, Tim Bernes Lee creó un laberinto con textos (comprendiendo texto a todo entramado de signos), en el cual establecemos un itinerario o una ruta por la cual transitaremos y así será nuestro conocimiento: unívoco o con bifurcaciones. En este caso, la ruta más corta entre dos puntos es un hipertexto que nos llevara a un sinfín de asociaciones, ideas, realidades paralelas y continuas que nos explican el mundo, que no es único ni compacto, sino múltiple y estratificado, como los hipertextos. En otro mundo, dice Stephen Albert, el personaje del El jardín de los senderos que se bifurcan, o en otra realidad, él mata a su asesino o escapa, pero no en uno anterior o posterior, sino un uno paralelo, pues los caminos propuestos por Borges existen en el espacio y en el tiempo, por ello coexisten, al igual que cualquier tipo de hipertexto, que esté en el ciberespacio y depende del final que queramos darle a nuestro viaje a la elección de uno u otro, pero debemos tener la certeza de que ese no es el único hipertexto que nos puede llevar al conocimiento de una realidad, pues el mundo no es único, existen mundos y múltiples causas que los generan, por ello los caminos se bifurcan y los laberintos existen. Borges hizo de cada uno de sus textos: cuentos, ensayos y poemas un nodo desde el cual se puede recorrer no sólo su obra, con un itinerario interno, sino el desarrollo del pensamiento del ser humano, es decir con un itinerario de enlaces externos, también. Pues la obra total de este escritor está estructurada como hacen los sitios que conectan sus páginas internas entre si y que además nos dan mayor información o nos remiten a sitios y/o paginas que están fuera de su servidor. Es la idea borgeana de la biblioteca infinita, en la que un libro se comunica con otro, no sólo en lo físico sino en lo temático pues los enlaces se dan en el aquí y ahora y en el tiempo. Un laberinto posee tantas entradas como salidas y las vías para llegar a ellas no siempre son únicas, por ello, en El jardín de los senderos que se bifurcan, el final es como su inicio: desconcertante y múltiple, aunque el asesino logre su objetivo, Stephen Albert puede escoger su destino, como nosotros lo hacemos con las palabras para nombrar a alguien o a algo. Una novela-diccionario

Un diccionario es una obra de consulta para conocer los significados o acepciones de palabras o términos, y se encuentra ordenado internamente de forma alfabética. Los diccionarios son buenos ejemplos de obras tabulares, pues cada término es una entrada que tiene vínculos con otras, pero ninguna establece nexo con todas. Esta idea tabular de presentar un término o una palabra como elemento de conexión es la que

Page 16: Antología Literatura y Contemporaneidad II

desarrollo Diccionario jázaro (1989) del autor balcánico MiloradPavic. La diferencia de esta obra con un diccionario tradicional es que cada una de las entradas (palabras, términos o personajes) tiene relación total entre sí, es decir, en esta obra cada enlace (hipertexto) es selectivo, asociativo, contiguo y estratificado, lo que no ocurre en un diccionario normal. Pavic. Cuenta la historia del pueblo jazaro desde sus tres influencias culturales y religiosas: la musulmana, la católica y la judía. Dividido en tres libros, con cada versión del origen de los jazaros, respectivamente, el autor nos entrega un camino de bifurcaciones que aniquilan las verdades absolutas y unívocas, pues cada término, personaje y hecho tienen su justificación e interpretación por las tres fuentes que configuraron a esta etnia: la judía, la musulmana y la católica.

Este juego textual permite establecer un itinerario de lectura completamente aleatorio y no convencional, pues el lector lo puede hacer independientemente por palabra, que se conecta con la misma en las otras dos versiones, de inicio a fin, o por cada uno de los libros.

Al igual que los evangelios que cuentan una misma historia, Diccionario Jazaro, narra el origen desarrollo y esplendor de este pueblo desde distintos puntos de vista culturales y religiosos, pero además agrega el elemento lúdico de poder establecer itinerarios de lectura, al igual que lo hace un hipertexto. Esta estructura de diccionario permite que el lector haga saltos entre uno y otro libro y contraste, confronte y haga sus deducciones acerca de un hecho histórico o de cómo los héroes para los musulmanes con los villanos para los judíos o para los católicos y viceversa.

El lector puede seleccionar la entrada a la historia y decide la asociación que realiza debido a la contigüidad existente y de esa manera jerarquiza o estratifica los sucesos. Pero esta actividad no es única, es múltiple como el jardín de Borges y su laberinto. Es decir, esta novela se convierte en un verdadero laberinto de palabras del cual saldremos una vez que hayamos consultado todas las palabras que, a su vez, son independientes y complementarias, como los evangelio la saga de los Buendía, con fundadores de Macondo, testigos y generadores de la historia del pueblo. En su gran novela, el Nobel colombiano establece una dinastía familiar que repite los nombres de los principales hombres que construyeron la familia: José Arcadio y Aureliano.

La novela inicia con el coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento, no es el primer Aureliano, pero sí el más importante, antes de él hubo más y después de él, otros; ninguno como él, que murió en la plaza de Macondo y su sangre baño al pueblo. La creación de la dinastía Buendía con la repetición de los nombres puede ser considerada como una estructura hipertextual, ya que podernos establecer asociaciones en la sucesión de Aurelianos y José Arcadios, es decir, el coronel fusilado nos establece conexiones con sus antecesores y predecesores. Quienes lo antecedieron, lo fueron configurando y los que le sucedieron son ecos de su presencia. El Aureliano que muere en la plaza de Macondo vive la centuria en los otros que llevan su nombre, pues cada Aureliano es único pero complementario del otro y todos del fusilado.

Cien años de soledad es, además, una oba que anula, como las anteriormente citadas, la linealidad de la historia y la lógica narrativas, sin mencionar que el realismo mágico deroga la racionalidad occidental y positivista, y por ello, va más hacia el pensamiento leonardiano, ya que todos los personajes y hechos tienen sus asociaciones y nexos, complementarios que van construyendo la obra.

La novela inicia en ―medias res‖, cuando Macondo ya enterró al primer Buendía que ayudó a fundar el pueblo, y mantiene los saltos temporales de avance y retroceso para comprender en su totalidad la historia de la familia y del pueblo, pues mientras el coronel Aureliano va a ser fusilado, recuerda la mocedad de Macondo y el narrador inicia con la contabilidad de los José Arcadios y Aurelianos.

Esta novela, tabular en estructura y esencia, está construida como si tuviera hipertextos de asociación y contigüidad, que son los personajes, que a su vez, se constituyen en anclajes, por medio de los cuales se establecen las analogías complementarias de lo que es Macondo y de lo

Page 17: Antología Literatura y Contemporaneidad II

que es la familia Buendía, pues existe correspondencia entre el pueblo y la saga. Las bifurcaciones de la historia son los personajes y el laberinto es Macondo; los itinerarios de la lectura son los distintos Aurelianos y José Arcadios que se ubican y se repiten temporalmente en el espacio del pueblo.

A manera de salida del laberinto

Saltos temporales: adelantos, retrocesos, asociaciones entre personajes, abducciones, inducciones, deducciones, iniciar un relato desde el final o desde el medio de la historia son técnicas que por más de mil años los escritores han utilizado para anular la linealidad y que ahora internet ha hecho suyas, y que muchos consideran que la Red lo ha inventado todo, sin considerar que tan sólo es un producto de la invención humana, que aplica y usa todo lo conocido, descubierto e imaginado por el ser humano hasta ahora.

El pensamiento leonardino, plasmado en las obras literarias narrativas, es el que ha transcendido y el que ha establecido escuelas o movimientos artísticos en el mundo. El pensamiento aristotélico subyace en toda historia, pero las analogías y correspondencias apelan a una interactividad con el lector, que no lo crearon los dispositivos electrónicos, sino las verdaderas obras de arte, como las grandes novelas y cuentos.

Borges, Bonetti, Sábato, Cortázar, Ángel F. Rojas, García Márquez, Vargas Llosa y todos los escritores del denominado ―Boom latinoamericano‖ son los creadores de una nueva formas de narrar, de hacer pensar las historias, de ver el mundo, de contarlo… Por ello, la narrativa novelesca, la tradición de la épica, que nace con Cervantes y prosigue con todos sus cultivadores como Sterne, Proust, Faukner, son los reales mentalizadores de internet. Tim Berners Lee es su desarrollador, o en analogía religiosa, es el profeta, pero los escritores son los dioses. Internet es hijo de la filosofía clásica y moderna, es una invención literaria, es una práctica política, tiránica y democratizadora, y quien crea que es una invención que crea o que refunda el mundo, es porque pertenece a aquellas estirpes condenadas a cien años de soledad que no tiene una segunda oportunidad sobre la tierra (García Márquez 1987).

Page 18: Antología Literatura y Contemporaneidad II

UNIDAD II

FUSIÓN DE CULTURAS: AMÉRICA Y OCCIDENTE

Page 19: Antología Literatura y Contemporaneidad II

LITERATURA NAHUATL

EL AVE ROJA DE LA DIOSA

El ave roja de Xochiquetzal se deleita, se deleita sobre las flores. Bebe la miel en diversas flores: se deleita, se deleita sobre las flores.

Cant. Mex., f. 61 R., lin. 17 ss. También se halla en los Romances de los señores de la Nueva España, con leves variantes. Del centro del Valle de México.

CANTO A TEZCATLIPOCA: Dios de la Noche Yo mismo soy, el enemigo Busco a los enviados y a los mensajeros De mis tíos los emplumados de negro Aquí los tengo de ver. Aquí he venido trayendo Mi espejo mágico que su superficie está humeando Y traigo también a los de signo 5. Canto a Tezcatlipoca Dios de la noche Yo mismo soy descarnado Yo mismo soy el trueno Soy el oscuro arcano Yo soy el señor del cerro.

Page 20: Antología Literatura y Contemporaneidad II

LIBRO SAGRADO DE LOS MAYAS "POPOL VUH" (o "Libro del Indígena Quiché")

Capítulo II […] Y al instante fueron hechos los muñecos labrados en madera. Se parecían al hombre, hablaban como el hombre y poblaron la superficie de la tierra. Existieron y se multiplicaron; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenían alma, ni entendimiento, no se acordaban de su Creador, de su Formador; caminaban sin rumbo y andaban a gatas. Ya no se acordaban del Corazón del Cielo y por eso cayeron en desgracia. Fue solamente un ensayo, un intento de hacer hombres. Hablaban al principio, pero su cara estaba enjuta; sus pies y sus manos no tenían consistencia; no tenían sangre, ni substancia, ni humedad, ni gordura; sus mejillas estaban secas, secos sus pies y sus manos, y amarillas sus carnes. Por esta razón ya no pensaban en el Creador ni en el Formador, en los que les daban el ser y cuidaban de ellos. Estos fueron los primeros hombres que en gran número existieron sobre la faz de la tierra. En seguida fueron aniquilados, destruidos y deshechos los muñecos de palo, recibieron la muerte. Una inundación fue producida por el Corazón del

Cielo; un gran diluvio se formó, que cayó sobre las cabezas de los muñecos de palo. De tzité se hizo la carne del hombre, pero cuando la mujer fue labrada por el Creador y el Formador, se hizo de espadaña la carne de la mujer. Estos materiales quisieron el Creador y el Formador que entraran en su composición. Pero no pensaban, no hablaban con su Creador, su Formador, que los habían hecho, que los habían creado. Y por esta razón fueron muertos, fueron anegados. Una resina abundante vino del cielo. El llamado Xecotcovach llegó y les vació los ojos; Camalotz vino a cortarles la cabeza; y vino Cotzbalam y les devoró las carnes. El Tucumbalam llegó también y les quebró y magulló los huesos y los nervios, les molió y desmoronó los huesos. Y esto fue para castigarlos porque no habían pensado en su madre, ni en su padre, el Corazón del Cielo, llamado Huracán. Y por este motivo se obscureció la faz de la tierra y comenzó una lluvia negra, una lluvia de día, una lluvia de noche. He aquí, pues, el principio de cuando se dispuso hacer al hombre, y cuando se buscó lo que debía entrar en la carne del hombre. Y dijeron los Progenitores, los Creadores y Formadores, que se llaman Tepeu y Gucumatz: "Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y que aparezcan los que nos han de sustentar, y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados; que aparezca el hombre, la humanidad, sobre la superficie de la tierra." Así dijeron. Se juntaron, llegaron y celebraron consejo en la oscuridad y en la noche; luego buscaron y discutieron, y aquí reflexionaron y pensaron. De esta manera salieron a luz claramente sus decisiones y encontraron y descubrieron lo que debía entrar en la carne del hombre. Poco faltaba para que el sol, la luna y las estrellas aparecieran sobre los Creadores y Formadores. De Paxil, de Cayalá, así llamados, vinieron las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas.

Page 21: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Estos son los nombres de los animales que trajeron la comida: Yac [el gato de monte], Utiú [el coyote], Quel [una cotorra vulgarmente llamada chocoyo] y Hoh [el cuervo]. Estos cuatro animales les dieron la noticia de las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas, les dijeron que fueran a Paxil y les enseñaron el camino de Paxil. Y así encontraron la comida y ésta fue la que entró en la carne del hombre creado, del hombre formado; ésta fue su sangre, de ésta se hizo la sangre del hombre. Así entró el maíz [en la formación del hombre] por obra de los Progenitores. Y de esta manera se llenaron de alegría, porque habían descubierto una hermosa tierra, llena de deleites, abundante en mazorcas amarillas y mazorcas blancas y abundante también en pataxte y cacao, y en innumerables zapotes, anonas, jocotes, nances, matasanos y miel. Abundancia de sabrosos alimentos había en aquel pueblo llamado de Paxil y Cayalá. Había alimentos de todas clases, alimentos pequeños y grandes, plantas pequeñas y plantas grandes. Los animales enseñaron el camino. Y moliendo entonces las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas, hizo Ixmucané nueve bebidas, y de este alimento provinieron la fuerza y la gordura y con él crearon los músculos y el vigor del hombre. Esto hicieron los Progenitores, Tepeu y Gucumatz, así llamados. A continuación entraron en pláticas acerca de la creación y la formación de nuestra primera madre y padre. De maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros padres, los cuatro hombres que fueron creados. Capítulo II Estos son los nombres de los primeros hombres que fueron creados y formados: el primer hombre fue Balam-Quitzé, el segundo Balam-Acab, el tercero Mahucutah y el cuarto Iqui-Balam. Estos son los nombres de nuestras primeras madres y padre

Page 22: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Profecía de Chilam Balam de Chumayel Que era Cantor, en la antigua Maní.9

1. En el Trece Ahau, en las postrimerías del Katún, será arrollado, el Itzá y rodará Tancáh, Padre. 2. En señal del único Dios [HunabKu, "Unica-deidad"]10 de lo alto, llegará el Árbol sagrado [UaomChé, madero-enhiesto], manifestándose a todos para que sea iluminado el mundo, Padre. 3. Tiempo hará de que la Conjuramentación esté sumida, tiempo hará de que esté sumido lo Oculto, cuando vengan trayendo la señal futura los hombres del Sol [Ah Kines, "Sacerdotes-del culto-solar"], Padre. 4. A un grito de distancia, a una medida de distancia, vendrán y ya veréis el faisán que sobresale por encima del Árbol de Vida [UaomChé, madero-enhiesto].11

5. Despertará la tierra por el norte y por el poniente. Itzam despertará. 6. Muy cerca viene vuestro Padre, Itzaes; viene vuestro hermano, Ah tan-tunes.

11. Cuando levanten su señal en alto, cuando la levanten con el Árbol de Vida, todo cambiará de un golpe. Y aparecerá el sucesor del primer árbol de la tierra, y será manifiesto el cambio para todos. 16. Y ya entra en la noche mi palabra. Yo, que soy Chilam Balam, he explicado la palabra de Dios sobre el mundo, para que la oiga toda la gran comarca de esta tierra, Padre. Es la palabra de Dios, Señor del cielo y de la tierra. No hay verdad en las palabras de los extranjeros. Los hijos de las grandes casas desiertas, los hijos de los grandes hombres de las casas despobladas, dirán que es cierto que vinieron ellos aquí, Padre. ¿Qué Profeta, qué Sacerdote, será el que rectamente interprete las palabras de estas Escrituras?12

- Del Chilam Balam de Chumayel. Versión de Antonio MedizBolio (1930). Edición y notas de Mª Mercedes de la Garza. SEP, México 1985.

Page 23: Antología Literatura y Contemporaneidad II

VISIÓN DE LOS VENCIDOS

Establecidos ya los españoles en México-Tenochtitlan Motecuhzoma se convirtió prácticamente en prisionero deCortés. Varios textos indígenas como el Códice Ramírez, la XIII relación de Ixtlilxóchitl, el Códice Aubin, etcétera, se refieren de manera directa a la matanza preparada por don Pedro de Alvarado, durante la fiesta de Tóxcatl, 1 celebrada por los nahuas en honor de Huitzilopochtli. Hernán Cortés se había ausentado de la ciudad para ir a combatir a Pánfilo de Narváez, quien había venido a aprehender al conquistador por orden de Diego Velázquez, gobernador de Cuba. Alvarado "el Sol", como lo llamaban los mexicas, alevosamente llevó al cabo la matanza, cuando la fiesta alcanzaba su mayor esplendor. Aquí se ofrecen dos testimonios, conservados en náhuatl y que pintan con un realismo comparable al de los grandes poemas épicos de la antiguedad clásica, los más dramáticos detalles de la traición urdida por Alvarado. Primeramente oiremos el testimonio de los informantes indígenas de Sahagún, que nos narran los preparativos de la fiesta, el modo como hacían los mexicas con masa de bledos la figura de Huitzilopochtli y por fin, cómo en medio de la fiesta, de pronto los españoles atacaron a traición a los mexicas. Los informantes nos hablan en seguida de la reacción de los nativos, del sitio que pusieron a los españoles refugiados en las casas reales de Motecuhzoma. El cuadro se cierra, cuando llega la noticia de que vuelve Cortés. Los mexicas "se pusieron de acuerdo en que no se dejarían ver, que permanecerían ocultos, estarían escondidos. . . como si reinara la profunda noche. . ." Los españoles atacan a los mexicas Pues así las cosas mientras se está gozando de la fiesta, ya es el baile, ya es el canto, ya se enlaza un canto con otro, y los cantos son como un estruendo de olas, en ese preciso momento los españoles toman la determinación de matar a la gente. Luego vienen hacia acá, todos vienen en armas de guerra. Vienen a cerrar las salidas, los pasos, las entradas: la Entrada del Águila, en el palacio menor; la de Acatl iyacapan(Punta de la Caña), la de Tezcacoac (Serpiente de espejos) . Y luego que hubieron cerrado, en todas ellas se apostaron: ya nadie pudo salir. Dispuestas así las cosas, inmediatamente entran al Patio Sagrado para matar a la gente. Van a pie, llevan sus escudos de madera, y algunos los llevan de metal y sus espadas. Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada. Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza. Pero a otros les dieron tajos en los hombros: hechos grietas, desgarrados quedaron sus cuerpos. A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen.

Page 24: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Todas las entrañas cayeron por tierra Y había algunos que aún en vano corrían: iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban a donde dirigirse.

La matanza del Templo Mayor (Códice Florentino)

Pues algunos intentaban salir: allí en la entrada los herían, los apuñalaban. Otros escalaban los muros; pero no pudieron salvarse. Otros se metieron en la casa común: allí sí se pusieron en salvo Otros se entremetieron entre los muertos, se fingieron muertos para escapar. Aparentando ser muertos, se salvaron. Pero si entonces alguno se ponía en pie, lo veían y lo acuchillaban. La sangre de los guerreros cual si fuera agua corría: como agua que se ha encharcado y el hedor de la sangre se alzaba al aire, y de las entrañas que parecían arrastrarse. Y los españoles andaban por doquiera en busca de las casas de la comunidad: por doquiera lanzaban estocadas, buscaban cosas: por si alguno estaba oculto allí; por doquiera anduvieron, todo lo escudriñaron. En las casas comunales por todas partes rebuscaron.

La reacción de los mexicas Y cuando se supo fuera, empezó una gritería: -Capitanes, mexicanos . . . venid acá . ¡Qué todos armados vengan: sus insignias, escudos, dardos! . . . ¡Venid acá de prisa, corred: muertos son los capitanes, han muerto nuestros guerreros . . . Han sido aniquilados, oh capitanes mexicanos. Entonces se oyó el estruendo, se alzaron gritos, y el ulular de la gente que se golpeaba los labios. Al momento fue el agruparse, todos los capitanes, cual si hubieran sido citados: traen sur dardos, sus escudos. Entonces la batalla empieza: dardean con venablos, con saetas y aun con jabalinas, con harpones de cazar aves. Y sus jabalinas furiosos y apresurados lanzan. Cual si fuera capa aurilla, las cañas sobre los españoles se tienden. Los españoles se refugian en las casas reales Por su parte los españoles inmediatamente se acuartelaron. Y ellos también comenzaron a flechar a los mexicanos, con sus dardos de hierro. Y dispararon el cañón y el arcabuz. Inmediatamente echaron grillos a Motecuhzoma. Por su parte, los capitanes mexicanos fueron sacados uno en pos de otro, de los que habían sucumbido en la matanza. Eran llevados, eran sacados, se hacían pesquisas para reconocer quién era cada uno. El llanto por los muertos Y los padres y las madres de familia alzaban el llanto. Fueron llorados, se hizo la lamentación de los muertos. A cada uno lo llevan a su casa, pero después los trajeron al Patio Sagrado: allí reunieron a los muertos; allí a todos juntos los quemaron, en un sitio definido, el que se nombra Cuauhxicalco (Urna del Águila). Pero a otros los quemaron sólo en la Casa de los Jóvenes.

Page 25: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Presentación: Sobre la historia contra factual Por Humberto Beck

Octubre 2008 | ARTÍCULO DE LA REVISTA LETRAS LIBRES

Se conoce como historia contrafactual el ejercicio de imaginar escenarios alternativos que respondan a la pregunta ―¿Qué hubiera pasado si...?‖ La historia contrafactual es, simultáneamente, un método de análisis historiográfico y un género de creación literaria. Opera en dos momentos. En el primero se identifica un punto de divergencia con la historia real (una bifurcación significativa, la supervivencia o muerte de un personaje, la derrota o victoria en una batalla crucial). En el segundo se realiza la reescritura de la historia de manera consecuente con los cambios introducidos por la divergencia. ¿Qué hubiera pasado si Napoleón no es derrotado?, ¿si los confederados triunfan en la Guerra Civil norteamericana?, ¿si Alemania vence en la Segunda Guerra Mundial?, ¿si el comunismo soviético no se derrumba en 1991?, han sido algunas preguntas contrafactuales célebres, con respuestas diversas lo mismo en la historia que en la literatura. Tito Livio formuló, hace casi dos mil años, el primer contrafactual del que se tenga noticia: si Alejandro Magno hubiera emprendido su conquista hacia el oeste en vez del este, habría iniciado una guerra con el Imperio romano. En el siglo XVIII, Gibbon se preguntaba: ¿qué hubiera pasado si los sarracenos vencen a Carlos Martel en el año 773? Entre burlas y veras, respondía: las verdades del Corán se proclamarían en las cátedras de Oxford ante un público de circuncidados. Si bien existían antecedentes dispersos, el filósofo francés Charles Renouvier inauguró formalmente la historia contrafactual como género literario con la publicación en 1876 de su obra Ucronía: Esbozo histórico apócrifo del desarrollo de la civilización europea tal como no ha

Page 26: Antología Literatura y Contemporaneidad II

sido, tal como habría podido ser. El título de su obra acuñó una nueva palabra y contribuyó a definir un concepto: el de los contrafactuales como el equivalente de la utopía (un no lugar) en la historia. La genealogía iniciada por Renouvier cuenta entre sus miembros a autores como Winston Churchill, Philip K. Dick, Vladimir Nabokov, José Saramago y Philip Roth. Asimiladas en el ámbito literario, las ficciones históricas han sido, sin embargo, repetidamente rechazadas en el mundo de la historiografía. No pocos historiadores las han juzgado juegos inconsecuentes, basura imposible de respetar académicamente. Convencido de la esterilidad de cualquier planteamiento contrafactual, el historiador británico E.H. Carr afirmó: ―La historia es el registro de lo que la gente hizo, no de lo que dejó de hacer.‖ Ante una censura tan categórica, ¿por qué interesarse entonces en lo que no pasó? Las razones son ricas y diversas. Si se desea realizar un análisis comparativo de las explicaciones causales en la historia, la perspectiva contrafactual es una necesidad lógica, como ha señalado NiallFerguson. Del mismo modo, si se pretende conocer plenamente el pasado, los contrafactuales constituyen una exigencia metodológica, pues para comprender lo que ocurrió es imprescindible considerar todas las alternativas que en un momento histórico dado se manifestaron como posibles. Descontar estas alternativas como irreales porque no se cumplieron es, en palabras de H.R. Trevor-Roper, ―no sólo un error, sino un error craso. Un error porque, aun cuando se frustraron, explican los motivos de los personajes y encierran una lección histórica‖. Si ofrecen preguntas y respuestas plausibles, los escenarios contrafactuales pueden ser algo más que una especulación sin sentido: productos de la imaginación con una base empírica. IsaiahBerlin afirmaba, en un espíritu similar, que el realismo histórico consiste, precisamente, en ―situar lo que ocurrió en el contexto de lo que pudo haber ocurrido‖. No es difícil entrever una razón adicional: los ejercicios contrafactuales nos liberan de la prisión de la necesidad histórica, recordándonos que la historia no tiene una orientación anticipada ni es gobernada por leyes filosóficas, materialistas o espirituales, sino que es el escenario de un enfrentamiento entre la libertad, la fortuna y la imaginación. Nos enseñan que la historia es una materia indeterminada, una sustancia más parecida a una nube que a un reloj. Al concebir el devenir histórico como un territorio poblado de accidentes, actuaciones espontáneas y actos fallidos, las ucronías nos revelan, sobre todo, la prueba de nuestra fragilidad, y nos rescatan de la versión más obstinada del determinismo: la de pensar que las circunstancias del presente eran la única conclusión histórica posible. ―La miseria del historicismo –es decir, de las visiones deterministas de la historia– es la miseria de la falta de imaginación‖, sostenía Karl Popper, señalando una carencia menos estética que moral. Los ejercicios de historia imaginaria ocurren en el cruce de la crítica y la fantasía, una fantasía que supone la crítica: el imaginarnos otros o disueltos en la nada implica suspendernos, mirarnos desde fuera con ojos descreídos. Las ficciones históricas son fantasías críticas que demuestran la inestabilidad del presente, la historia, la realidad. Conjeturar un país imaginario, lo mismo a través de la historia que de la literatura, es arrebatar del limbo de la posibilidad algunos de los innumerables países que, latentes, también habitan nuestra historia: gemelos enemigos, desdoblamientos inquietantes, sombras de nosotros mismos frente a las cuales el país real se desdibuja y penetra en la irrealidad. Nada distingue, en el ámbito de la posibilidad, a la historia existente de las historias imaginarias. El número de los pasados apócrifos que en su momento fueron tan plausibles como el pasado real es considerable. Nada los distingue, tampoco, en su verosimilitud. Bien mirado, nuestro pasado resulta tan inaudito como el más delirante de los pasados imaginarios, y pareciera que su único rasgo distintivo es haber sufrido el accidente de ser real. Este mapa, esta historia, pudieron haber sido la brutal fantasía de una imaginación feroz. Esbozar los pasados imaginarios de México es admitir la contingencia de nuestra historia y, desde ese extrañamiento, indagar en un pasado que nos conduzca, todavía más, al asombro. ~

Page 27: Antología Literatura y Contemporaneidad II

La conquista fracasa. Costa Indómita, 1519-1847 Por Federico Navarrete

Octubre 2008 | REVISTA LETRAS LIBRES

La verdadera historia del fracaso de la expedición ilegal de Hernán Cortés a Costa Indómita, en 1519, permaneció envuelta en el misterio durante varios siglos. Sólo conocíamos los testimonios de la expedición punitiva de Pánfilo de Narváez que en 1520 encontró los cráneos descarnados de varios centenares de rebeldes ensartados en hileras en una macabra estructura de madera, cerca de las ruinas de una efímera población, la villa que pretendió fundar el forajido Cortés en esas tierras ignotas y que llamó Veracruz. Los expedicionarios identificaron el cráneo del desafortunado capitán de la expedición y lo regresaron a Cuba ensartado en una pica, como correspondía a un traidor a la Corona. Incluso iniciaron el rumor de que Cortés y sus hombres, cegados por la ambición y la traición, se habían asesinado entre sí. Sin embargo, la mayor parte de los españoles creyó que habían sido los nativos del lugar quienes los exterminaron, de ahí que bautizaran a este sitio como Costa Indómita, cimentando una reputación de fiereza que sólo habría de crecer con los años. Por ello, el único legado duradero de esta insignificante expedición fue disuadir definitivamente a todos los temerarios que soñaban con penetrar hacia el interior de Costa Indómita, pese a los rumores de sus riquezas proverbiales. Correspondió a Lord Cadbury, miembro de la Expedición Científica que visitó Costa Indómita en 1848, al año siguiente de la expedición militar británica encabezada por la Compañía de las Indias Occidentales que subyugó finalmente al poderoso imperio (o Triple Alianza Tlaxcala-Tenochtitlan-Tzintzuntzan), el honor de descubrir inequívocos testimonios históricos, en antiguos libros pictográficos, del ataque masivo que sufrió la expedición de Cortés al poco tiempo de desembarcar y que terminó con el exterminio de todos sus hombres. Dicha expedición militar fue encabezada por el capitán Cuitláhuac, quien unos años después sería artífice de la alianza de los mexicas con Tlaxcala y Tzintzuntzan y luego un longevo gobernante de Tenochtitlan, tras la muerte de Motecuhzoma en la primera epidemia de viruela, fechada ahora en 1528. Un detalle romántico, muy celebrado por Lord Cadbury en su clásica obra A History of theCivilizingInfluence of the English ontheNatives of theBraveCoast, es la ayuda clave que prestó para lograr la derrota de los españoles una mujer india de nombre Malintzin, que había sido brutalmente esclavizada por ellos y que tras ser liberada se convirtió en una de las esposas principales de Cuitláhuac.

Page 28: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Los mismos libros tenochcas también aclararon un misterio que las historias del efímero imperio español nunca pudieron dilucidar: ¿quién fue el primer expedicionario que proporcionó al nuevo imperio de Costa Indómita armas de fuego y caballos, a cambio de esclavos y oro, convirtiéndolo así en una potencia militar virtualmente invencible? Unos historiadores acusaron al expedicionario floridense Nuño de Guzmán de haber sido el que inició este ―infame trato―, mientras otros señalaban a los propios hombres de Pánfilo de Narváez como los iniciadores del lucrativo comercio. Más allá de esta disputa, sin embargo, ambas escuelas coincidían en que este tráfico humano, tan vana y repetidamente denunciado por el obispo de Santo Domingo, Bartolomé de las Casas, permitió prosperar rápidamente a los reinos españoles en América pero también terminó por provocar su temprana ruina. En todo caso, la interpretación de Lord Cadbury de las pictografías indígenas, apoyada por testimonios de los miembros de la casa real tenochca, aclaró más allá de toda duda que fue Nuño de Guzmán quien, en 1521, negoció el primer intercambio de este tipo con los tenochcas, encabezados nuevamente por el capitán Cuitláhuac, y que incluso dejó en estas tierras a un pequeño contingente de guerreros que se encargó de enseñar a los nativos de Costa Indómita a manejar las armas y a montar los caballos. A cambio obtuvo una promesa de exclusividad en este comercio que los astutos tenochcas nunca honraron, pues pronto establecieron tratos similares con las expediciones de ―rescate‖ venidas de Cuba y con representantes de otras naciones europeas. Lord Cadbury descubrió también que varios de los temerarios miembros del contingente dejado por Guzmán llegaron a la legendaria Tenochtitlan, donde casaron con hermanas e hijas de Cuitláhuac, fundando varios linajes militares y aristocráticos mexicaespañoles que habían conservado hasta esos días su poder y su prestigio. Los testimonios históricos recogidos y analizados por el historiador inglés muestran también que fue gracias al poder de las armas y los caballos comprados a los españoles, que los tenochcas pudieron imponer una alianza a sus enemigos más acérrimos, los tlaxcaltecas y los tarascos. Si bien esta alianza implicó la subordinación de hecho de estos centros al poder tenochca, también les permitió participar en el lucrativo tráfico que se estableció con los españoles, y poco después con los ingleses, franceses y holandeses. Desgraciadamente, para conocer estas negociaciones contamos únicamente con el testimonio de los documentos mandados hacer por el exitoso Cuitláhuac, pues él mismo ordenó la quema de todos los libros tlaxcaltecas y tarascos, así como de las historias tenochcas que trataban de las épocas anteriores al establecimiento de la nueva Triple Alianza.

Page 29: Antología Literatura y Contemporaneidad II

COLONIALISMO

REDONDILLAS

Sor Juana Inés de la Cruz

Hombres necios que acusáis a la mujer, sin razón,

sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual solicitáis su desdén,

por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo

de vuestro parecer loco, al niño que pone el coco y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,

hallar a la que buscáis para prentendida, Thais, y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro

que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén tenéis condición igual,

quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana,

pues la que más se recata, si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis

que, con desigual nivel, a una culpáis por cruel

y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada la que vuestro amor pretende?,

¿si la que es ingrata ofende, y la que es fácil enfada?

Mas, entre el enfado y la pena

que vuestro gusto refiere, bien haya la que no os quiere

y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas,

y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido

en una pasión errada: la que cae de rogada,

o el que ruega de caído?

¿O cuál es de más culpar, aunque cualquiera mal haga;

la que peca por la paga o el que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis

de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar, y después, con más razón,

acusaréis la afición de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia

juntáis diablo, carne y mundo.

Page 30: Antología Literatura y Contemporaneidad II

INDEPENDENCIA // PRIMERA NOVELA HISPANOAMÉRICANA

José Joaquín Fernández de Lizardi El periquillo Sarniento (fragmento)

Fuímonos, por fin, al circo de la diversión, que era un gran corral, en el que estaban formados unos cómodos tabladitos. Sentámonos el padre vicario y yo juntos, y entretuvimos la tarde mirando herrar los becerros, y ganado caballar y mular que había. Mas advertí que los espectadores no manifestaban tanta complacencia cuando

señalaban a los animales con el fuego, como cuando se toreaban los becerrillos o se jineteaban los potros, y mucho más cuando un torete tiraba a un muchacho de aquéllos, o un muleto desprendía a otro de sobre sí; porque entonces eran desmedidas las risadas, por más que el golpeado inspirara la compasión con la aflicción que se pintaba en su semblante. Yo, como hasta entonces no había presenciado semejante escena, no podía menos que conmoverme al ver a un pobre que se levantaba rengueando de entre las patas de una mula o las astas de un novillo. En aquel momento sólo consideraba el dolor que sentiría aquel infeliz, y esta genial compasión no me permitía reír cuando todos reventaban a caquinos. El juicioso vicario, que ¡ojalá hubiera sido mi mentor toda la vida!, advirtió mi seriedad y silencio, y leyéndome el corazón me dijo: -¿Usted ha visto toros en México alguna vez? -No señor – le contesté-, ahora es la primera ocasión que veo esta clase de diversiones, que consisten en hacer daño a los pobres animales, y exponerse los hombres a recibir los golpes de la venganza de aquéllos, la que juzgo se merecen bien por su maldita inclinación y barbarie. -Así es, amiguito – me dijo el vicario-; y se conoce que usted no ha visto cosas peores. ¿Qué dijera usted si viera las corridas de toros que se hacen en las capitales, especialmente en las fiestas que llaman Reales? Todo lo que usted ve en éstas son frutas y pan pintado; lo más que aquí sucede es que los toretes suelen dar sus revolcadillas a estos muchachos, y los potros y mulas sus caídas, en las que ordinariamente quedan molidos y estropeados los jinetes; mas no heridos o muertos como sucede en aquellas fiestas públicas de las ciudades que dije; porque allí, como se torean toros escogidos por feroces, y están puntales, es muy frecuente ver los intestinos de los caballos enredados en sus astas, hombres gravemente lastimados y algunos muertos. -Padre – le dije yo-, ¿y así exponen los racionales sus vidas para sacrificarlas en las armas enojadas de una fiera? ¿Y así concurren todos de tropel a divertirse con ver derramar la sangre de los brutos, y tal vez de sus semejantes? -Así sucede –me contestó el vicario-, y sucederá siempre en los dominios de España, hasta que no se olvide esta costumbre tan repugnante a la naturaleza, como a la ilustración del siglo en que vivimos.(…)

Page 31: Antología Literatura y Contemporaneidad II

ROMANTICISMO

UNIDAD III

LA LITERATURA LATINOAMERICANA Y LA CONTEMPORANEIDAD

Page 32: Antología Literatura y Contemporaneidad II

REALISMO, COSTUMBRISMO, NATURALISMO

CUENTO "EL ASESINATO DE PALMA SOLA" DE RAFAEL DELGADO

Al Sr. Lic. D. José López Portillo y Rojas Cuando el Juez se disponía a tomar el portante y sombrero en mano buscaba por los rincones el bastón de carey y puño de oro, el Secretario —un viejo larguirucho, amojamado y cetrino, de nariz aguileña, cejas increíbles, luenga barba y bigote dorado por el humo del tabaco—, dejó su asiento, y con la pluma en la oreja y las gafas subidas en la frente, se acercó trayendo un legado. —Hágame usted favor... ¡Un momentito! ... Unas firmitas... —¿Qué es ello? -respondió contrariado el jurisperito. —Las diligencias aquellas del asesinato de Palma-Sola. Hay que sobreseer por falta de datos...

—Dios me lo perdone, amigo don Cosme; pero ese mozo a quien echamos a la calle tiene mala cara, muy mala cara! La viudita no es de malos bigotes, y...-Sin embargo... ¡ya usted vio! —Sí, sí, vamos, deme usted una pluma. Y el Juez tomó asiento, y lenta y pausadamente puso su muy respetable nombre y su elegante firma —Un rasgo juvenil e imperioso— en la última foja del mamotreto, y en sendas tirillas otras tantas órdenes de libertad, diciendo, mientras el viejo aplanaba sobre ellas una hoja de papel secante: —Ese crimen, como otros muchos, quedará sin castigo. Nuestra actividad ha sido inútil... En fin... ¿no dicen por ahí que donde la humana justicia queda burlada, otra más alta, para la cual no hay nada oculto, acusa, condena y castiga? Don Cosme contestó con un gesto de duda y levantó los hombros como si dijera:-¡Eso dicen! —¿Hay algo más? —No, señor. —Pues, ¡abur! El secretario recogió tirillas y expedientes, arrellanóse en, la poltrona y encendió un tuxteco.

I En agosto, en plena temporada de lluvias, entrada la noche, una noche muy negra y pavorosa, va Casimiro, el honrado y laborioso arrendatario, camino de su rancho de Palma-Sola, jinete en 1a Diabla, una excelente mula de muchos codiciada, y por la cual le ofrecían hasta ciento cincuenta duros los dueños del Ceibo ciento cincuenta de águila platita, sonante y contante a la hora que los quisiera, ¡peso sobre peso! —Pero ¡quia! Casimiro contestaba: No, amo ¿Vender mi Diabla? – ¡Nones! ¡Si sólo el nombre es lo que le afea! Primero vendo la

punta y malbarato el cafetalito. Vamos, señor amo, antes empeño la camisa que vender la bestia; y luego que mi mujer está que no cabe con su mula. Y la verdá, señor, cuando va uno en ella, va uno mejor que en el tren Margarita le tiene un cariño y una ley, que... no es capaz. ¡Ni aunque le ofrecieran por ella las perlas de la Virgen! Si quiere la otra, mi amo, la Sapa... mañana se la traigo. ¡No le recele, patrón! También la Sapa es buena, es casi como ésta. Tiene buen paso, ni pajarera ni mañosa. De veras, no le desconfíe. Aunque la vea caidita de agujas... Se la arrearé pacá, pa que la vea. Por, la vista entra el gusto. Ya verá qué rienda. Se la merqué al cotijeño el año pasado. Le di cuarenta. ¡Es barata! Cuarenta me dan; ni medio más ni medio menos. ¡Es pa los amos y nada les gáno! ¡Qué caminos aquellos, Dios santo! Desde más acá del barreal comenzaba lo bueno. Zarzas y acahualeras cerraban el paso, yen algunos puntos eran tales los zoquiteros, que las bestias se hundían hasta los encuentros; pero ¡pero allí de la Diabla! no perdía momento, y libre, ligerita, suelta la brida, subía, bajaba, costeaba el lodazal, y se colaba entre los matorrales como Pedro por su casa.

Page 33: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Iba Casimiro cabizbajo y triste. No había motivo para ello, ysin embargo estaba asustadizo, y de cuando en cuando le daba un vuelco el corazón, como si le amenazara la mayor desgracia. Ganas le daban de volverse al Ceibo y allí pasar la noche. De un lado el llano. Del otro el bosque sombrío, negro, pavoroso, lleno de espantables rumores: silbidos de serpientes, estruendos de árboles viejos que se caían, roncar de sapos en zanjas y lagunetas; en los pochates más altos, ulular de buhos, y allá, al fin de la selva, el estrépito del torrente y el ruido creciente del aguacero que venía que volaba con un tropel de cien escuadrones a galope. En la serranía, desatada tempestad; la tormenta estacionada en las cimas, un relámpago y otro, y otro, y truenos, y más truenos, como si las legiones infernales batallaran allí en combate definitivo. En los picachos, en los crestones, en las cúspides supremas, los fulgores del rayo se difundían a través de las nubes, iluminándolas a cada instante con coloraciones fugitivas, rojas, áureas, cerúleas, que dejaban ver el sinuoso perfil de los montes y la negra mole de fuliginosa cordillera. En el llano, reses medrosas y ateridas que, refugiadas al pie de los huizaches, ramoneaban en las yerbas húmedas; entre los matorrales, en las orillas del arroyuelo, entre las mafafas resonantes, el centellear de los cocuyos. —¡A llegar! —se dijo el ranchero componiéndose la manga de hule— ¡A llegar que el agua está encima! ¡Anda, Diabla, que ya poco te falta! Como si adivinara los deseos de su dueño el noble animal alargó el paso y taca, taca, taca... El aguacero. Primero rachas de viento húmedo y frío; luego gruesos goterones que caían con estrépito en la arboleda, y en seguida la lluvia desatada. Avanzaba el jinete a la vera del fangoso camino. Término de ésta era el maizal: una milpa magnífica, ya en jilote, cuyas cañas estremecidas por el agua y el viento, remedaban rumores de crujiente seda. De allí partía una vereda, ancha y ascendente, al fin de la cual estaba la casa. A través de las plantas se veía el fuego del hogar que ardía con llama titilante y rojiza. Por aquel rumbo dirigió Casimiro su caballería. En vano: la Diabla se detuvo alebrestada, renuente, erguida la cabeza, altas las orejas. —¡Epa! ¿Qué te sucede? —exclamó el jinete—. ¡Epa! —repitió. La Diabla, rebelde al freno, pugnaba por volverse. Casimiro gruñó entre dientes un terno y azuzó al animal, hincándole las espuelas, pero éste resistía encabritándose. —¿No quieres? Pues... ¡toma! Y ¡zas! Un par de latigazos, uno por cada lado. La mula arrancó al trote. Entre la milpa quedaba un hombre escondido, envuelto en negra manga, apoyadas las manos en el cañón de una escopeta

II ¡Qué alegremente ardían los leños en el hogar! Tronaban los tizones y las llamas se retorcían trémulas en torno del tronco ennegrecido, proyectando en los muros danzarinas y quebradas sombras. Cuando Casimiro llegó ya Margarita le esperaba en la puerta. Linda campesina de apiñonado rostro, esbelto talle y grandes ojos negros. Sonreía afable y cariñosa. Aquella sonrisa era la sonrisa de la traición, encubridor halago de una emoción profunda y horrible. —¡Creí que no venías! ¡Jesús! ¡Si vienes hecho un pato! ¡Quítate la manga que encharcas esto! —No me pasó el agua. Luego; voy a desensillar, y a persignar a esta mañosa que en la milpa se me armó de un modo que por nada quería andar. ¡Si no le arrimo! . . . Sintió Margarita que el corazón se le subía a la garganta, y tragando saliva y dominándose, murmuró: —¡Ah Dios! ¡Vaya! ¿Y por qué? —Se asustaría... Los animales a veces ven visiones. Si sigue con esas mañas, aunque a ti no te cuadre, se la vendo al amo. Yo no sé lo que fue. —El mapachín ¡Puede! El cuento es que paró las orejas y que ni a cuartazos quería andar. Aflojaba la lluvia y la tormenta cesaba. Uno que otro relámpago allá en la sierra. Casimiro desenjaezó en el portalón, fue a persignar la bestia y a poco entraba en la casa. —¡Caramba! Si vieras: echo de ver que no traigo la pistola. No le hace Pa la falta que me hace. Margarita se puso lívida al oír esto. -¿No bebes?

Page 34: Antología Literatura y Contemporaneidad II

—Echate el café y tráite la limeta. Estoy cansado y quiero dormir.

III Media noche pasada, porque el gallo había cantado dos veces, oyóse en el techo un golpe, como el de una piedra chiquita, lanzada sin fuerza. Casimiro roncaba, Margarita no dormía, no había querido dormir. —¡Casimiro! ¡Casimiro! —¿Qué cosa? -contestó medio dormido. —¡Casimiro! —¡Oh! ¿qué quieres? —¿Oíste? —No. —Alguno anda allá afuera. ¿Por qué? —Oí ruido. —¡Déjame dormir! —No; si clarito oí el ruido. Los animales están inquietos. Oí ruido como de gente que se acerca. -Si vendrán a robarse las bestias. —No, mujer, si el perro no ladra... —Porque no está. Desde ayer no parece. —¡Voy! —rezongó el ranchero saltando de la cama—. ¡Y luego que no tengo la pistola! —Coge el machete. El ranchero se embrocó el sarape, tomó el machete y salió al portalón. El cielo se había despejado. La luna iluminaba con triste claridad arboledas y maizales; ligera brisa susurraba en las palmas, y los charcos reproducían aquí y allá, el menguante disco del pálido satélite. Las mulas se revolvían inquietas. La Diabla, al sentir a su amo, relinchó de alegría. Margarita dejó el lecho, y quedo, muy quedo, de puntillas, conteniendo el aliento, fría de terror, erizado el cabello, se fue hasta la puerta. Allí, en espera de algo terrible, se detuvo a escuchar... De repente sonó un disparo. Se oyó un grito; después un ¡ay! lastimero; en seguida un quejido; y luego el aterrador silencio del campo adormecido. De entre la espesura del cafetal se destacó un bulto. Un hombre que con el arma en la mano llegó hasta el portalón, y que en voz muy baja, como si tuviera miedo de sí mismo, como si temiera escuchar sus propias palabras, dijo: —¡Ya!...

V Ocho años después, cierto día del mes de mayo, conversaban muy alegres y entretenidos el Juez que ya conocemos y su Secretario don Cosme. —¿Se acuerda usted, amigo -dijo el primero—, del asesinato de Palma-Sola. —¡Vaya si me acuerdo! —respondió el viejo, echando una bocanada de humo. Usted creía que la mujer, que, por cierto no era de malos bigotes, y el muchacho que pusimos en libertad. . . —¡Y sigo en la mía, señor don Cosme! En aquel momento entró una mujer que llevaba de la mano a un muchachito, como de siete años, muy raquítico y enclenque. La mujer parecía más enferma que la infeliz criatura. Pálida, exangüe, encanecida, aparentaba doble edad de la que tenía; pero en sus ojos brillaba aún vivísimo rayo de hermosura. El Juez y su secretario la reconocieron al momento. La miraron de pies a cabeza y luego se miraron asombrados. Era Margarita. —¿Qué quería usted, señora? —preguntó el Juez. La mujer permaneció muda algunos instantes. —¿Qué deseaba usted? —repitió don Cosme. —Señor Juez; -dijo al fin— ¿Se acuerda usted de Casimiro González, aquel que. . . mataron en Palma-Sola? —Sí, ¿por qué? —Porque, señor, ya no puedo más... ya esto no es vivir... y vengo...vengo a decirlo todo, a decir quiénes lo mataron... —Y... ¿quiénes lo mataron? -replicó el magistrado con imponente severidad. —La verdá, señor, ¡yo!...Y el que ahora es mi marido! y la desdichada mujer cayó de rodillas, y presa de mortal congoja, ahogándose, se echó a llorar.

Page 35: Antología Literatura y Contemporaneidad II

LA BOLA Emilio Rabasa

Suceso grave

Por aquellos días andaba la política descompuesta y la situación delicada, en virtud de que el descontento cundía en las poblaciones más importantes del Estado; la tempestad se anunciaba con un murmullo sordo, y el mar revuelto de la opinión pública iba alzando olas que alteraban, aunque débilmente, el tranquilo estero de San Martín. Más de una vez oí en la tienda de los Gonzagas la voz profética de Severo, que con humos de sabio previsor, creía y afirmaba que antes de mucho se armaría la bola; que el distrito X no soportaba a su Jefe político; que el Distrito Z se moría de hambre por la escasez de maíz, y sin embargo, no se [23] disminuía el impuesto sobre el arroz que era su único ramo de explotación; que en el

Congreso el Lic. Pérez Gavilán iba minando y minando, al grado de que contaba ya con una mayoría dispuesta a encausar al Gobernador cuando las cosas estuvieran en sazón; que dos Jefes políticos acababan de ser removidos por sospechosos y sustituidos con personas que no servían para maldita la cosa; en una palabra, que la bola se armaría antes de mucho. Debo decir con franqueza, que Severo me era profundamente antipático, de una manera invencible, para lo cual tenía yo motivos que voy a confesar, aunque algunos me causen rubor. Gozaba yo en el pueblo de tal cual reputación de muchacho ilustrado, al extremo de haber sido alguna vez secretario interino del Ayuntamiento, con aplauso de este respetable cuerpo, quien, sin embargo, hubo de nombrar propietario a un primo de la esposa del Jefe político, porque éste así lo dispuso. Tenía yo una hermosa letra inglesa, de la que había en aquel tiempo poquísimos ejemplares, y solía yo poner las [24] primeras palabras de las actas con letra gótica que no dejaba que pedir. Además, me sabía como el Padre Nuestro la gramática de Quiroz, la Aritmética comercial que era texto en San Martín, y había leído diez o quince veces el Instructor y otras tantas el Periquillo; con todo lo cual tenía formado un caudal de instrucción, que abrazaba retazos de ciencias naturales, tajadas de Historia, girones de Geografía, y aun ciertos mendrugos de Náutica y Derecho natural. Ahora bien; a pesar de todo esto, Severo me miraba siempre desde arriba, como si estuviera encaramado en la torre de la Iglesia y yo metido en el fondo de un pozo; y lo que más me irritaba era la buena fe visible con que se suponía superior a mí. Y lo cierto es que cuando estábamos en el mismo corro, hablaba él sin reparo, con la voz reposada y calmosa de siempre, y con su eterna persuasión de decir grandes cosas, mientras yo me sentía encogido y guardaba vergonzoso silencio; y por más que yo me esforzaba en declarar interiormente que aquel fatuo era un ignorante, le admiraba en realidad [25] y le envidiaba, sobre todo sus conocimientos literarios, que a pesar de mi resistencia me cautivaban, y avivaban en mi alma el corrosivo veneno de la envidia. En verdad nada sabía, pero tenía ese desplante para decir desatinos, que aun en nuestra culta capital se sobrepone con frecuencia a la verdadera instrucción y al positivo talento.

Page 36: Antología Literatura y Contemporaneidad II

No me lo hacía menos antipático su físico. Era hombre como de treinta y cinco años, bajo de cuerpo, de menguada frente, mirar soñoliento, labios delgados rodeados de escasos y gruesos pelos semirrubios, y piernas más que medianamente encorvadas, que movía en paso largo, lento y acompasado, como correspondía a un hombre de sus talentos y fama. Aunque todo el pueblo tenía por él sentimientos a los míos semejantes, era bien aceptado en todas partes: paradoja que se comprende fácilmente, con sólo saber que era el tinterillo de San Martín. Nada menos que seguía un pleito contra el tendero español y como apoderado de los Gonzagas, por no sé qué negocio que ambas [26] casas comerciales hicieron en participación. Tal era el hombre que anunciaba la proximidad de la bola, y que en el día de la patria tenía el alto encargo de hablar al pueblo. Realmente, las noticias de la capital eran alarmantes, y se sabía que las remociones de empleados se hacían frecuentes, como sucede siempre que llega a las alturas del poder el rumor de próximas borrascas. En San Martín, mientras tanto, se procuraba no tener opinión por lo expuesto que es formularla antes de que se sepa el resultado probable del negocio; pero yo que oía las conversaciones y atisbaba las palabras y los gestos, y aun alguna descuidada franqueza, me persuadí desde entonces de que en este país la opinión está siempre en favor del desorden, de donde diere, y sin necesidad de averiguación, a verdad supuesta y buena fe guardada. Oyendo aquí y platicando allá, un día en el portal, otro en el atrio de la iglesia, una noche en la tertulia de los Llamas, fui formando un conjunto de noticias, suposiciones y comentarios que me dieron la suficiente [27] instrucción en esta especial chismografía que se contagia, que embriaga y que envicia. Poco tiempo bastó para que yo le tomara afición decidida, y solía ya con frecuencia meter mi cucharada en glosas y profecías. Era un hecho: el licenciado Pérez Gavilán era un grande hombre; por supuesto; como que la iba a armar contra los abusos y desmanes del poder. Era sin duda un grande hombre, digno de regir los intereses del Estado. El Gobierno deseaba arrojarle del Congreso; pero no había manera de conseguirlo, y además se temía que tal proceder hiciera estallar la mina. Estaba de acuerdo con tres militares de importancia; ¡no cabía duda! El Jefe político del distrito H. era su compadre: luego el distrito era suyo en cuerpo y alma. No había que calentarse la cabeza, la revolución comenzaría antes de un mes. Y en cuanto a la parte de San Martín, clarito se veía que el Gobierno, conociendo que no contaría con el Comandante Cabezudo, había enviado a Coderas para tenerlo a raya. Pues ahí está el motivo de sus sordas hostilidades. Don Mateo, podía apostarse [28] a que estaba ya de acuerdo con el gran Pérez Gavilán y con el General Baraja, a quien el otro confiaba la parte militar del asunto. Por supuesto que de todas estas indudables hipótesis tomaba yo nota en un corro para soltarlas en otro; mas debo declarar que no hablaba yo de la misma manera entre los de las Lomas que en ruedas del barrio del Arroyo. Ambos, sin desmentir su raza, deseaban quehubiera lumbre, pero los de las Lomas hacían votos interiormente porque a Don Mateo se le llevaran los demonios; mientras los del Arroyo estaban impacientes porque su jefe diera la voz de alarma para ponerse a su lado y entrar en la zambra. Yo no tenía color determinado, y era por lo mismo igualmente aceptado por unos y otros; pero comenzó a divulgarse mi inclinación a Remedios, y esto sobró para que en mi presencia se hablase con cuidado de no lastimar ni remotamente a Don Mateo. Lo comprendí y no quise hacer tan mal papel entre los de las Lomas; dejé de frecuentar el portal; pero procuré que tampoco me tomasen por enemigo. Tal era la delicadísima [29] situación de San Martín cuando llegó el 16 de Setiembre, que como antes he dicho, se celebraba aquella vez con nuevo y no conocido lujo. Y sabido todo esto por el lector,

Page 37: Antología Literatura y Contemporaneidad II

calcule la trascendencia del desgraciado suceso del aquel día, que pasmó, confundió y alarmó al ya asustadizo vecindario. Fue el caso, que habiendo tomado la bandera Don Mateo para presidir el paseo cívico de costumbre, Coderas se interpuso en su camino, se la quitó de las manos, y con voz desde luego irritada, dijo: -Esto me toca a mí. El héroe de San Martín se quedó de pronto estupefacto, más que de corrido, de admirado al encontrar hombre capaz de cometerle desacato tan inverosímil. Pero en seguida la sangre acudió agolpada a su cabeza, manchósele el semblante de un color rojo amoratado que lo dio un aspecto de ferocidad espantosa, y cerrando los puños gritó: -¡A Vd.!... ¡Cómo a Vd.! Coderas estaba ya en la plaza. -Sí, señor -replicó-; yo soy la primera autoridad política del distrito. -¡Y yo!... [30] -¡Vd. aquí no es nada! Y el Jefe político, haciendo un gesto de grosero desdén, inició la marcha grave y pausadamente al son del tambor, y suavemente acariciado por el lienzo tricolor que el viento echaba sobre su cabeza. Cuando Don Mateo quiso lanzarse sobre él, según su costumbre, dos o tres amigos suyos y yo le detuvimos, procurando calmarle. Los asistentes se habían quedado de una pieza, deseando en su mayoría convertirse en ratones y escapar por cualquier agujero para no verse en el fatal compromiso de quedarse con el Comandante o seguir a Coderas; pero su vacilación no podía ser larga, porque el Jefe político se iba alejando, y los más tomaron el partido de ir con él. Los Llamas creyeron encontrar el medio justo: saliendo de la sala, se escurrieron pegados a la pared hasta la esquina, y tomaron a buen paso el rumbo de su habitación; resultando de aquí que Don Mateo creyese que habían ido con Coderas, y éste que se habían quedado con aquél. Yo no me moví... por no moverme.

Page 38: Antología Literatura y Contemporaneidad II

REALISMO EL ZARCO

Ignacio Manuel Altamirano

Fragmento Era un joven como de treinta años, alto, bien proporcionado, de

espaldas hercúleas y cubierto literalmente de plata. El caballo que montaba era un soberbio alazán, de buena alzada, musculoso, de encuentro robusto, de pezuñas pequeñas, de ancas poderosas como todos los caballos montañeses, de cuello fino y de cabeza inteligente y erguida. Era lo que llaman los rancheros un "caballo de pelea". El jinete estaba vestido como

los bandidos de esa época, y como nuestros charros, los más charros de hoy. Levaba chaqueta de paño oscuro con bordados de

plata, calzonera con doble hilera de "chapetones" de plata, unidos por cadenillas y agujetas del mismo metal; cubríase con un sombrero de lana

oscura, de alas grandes y tendidas, y que tenían tanto encima como debajo de ellas una ancha y espesa cinta de galón de plata bordada con estrellas de oro; rodeaba la copa redonda y achatada una doble toquilla de plata, sobre la cual caían a cada lado dos chapetas también de plata, en forma de bulas rematando en anillos de oro. Llevaba, además de la bufanda con la que se cubría el rostro, una camisa también de lana debajo del chaleco, y en el cinturón un par de pistolas de empuñadura de marfil, en sus fundas de charol negro bordadas de plata. Sobre el cinturón se ataba una "canana", doble cinta de cuero a guisa de cartuchera y rellena de cartuchos de rifle, y sobre la silla un machete de empuñadura de plata metido en su vaina, bordada del mismo material. La silla que montaba estaba bordada profusamente de plata, la cabeza grande era una masa de ese metal, lo mismo que la teja y los estribos, y el freno del caballo estaba lleno de chapetas, de estrellas y de figuras caprichosas. Sobre el vaquerillo negro, el hermoso pelo de chivo, y pendiente de la silla, colgaba un mosquete, en su funda también bordada, y tras de la teja veíase amarrada una gran capa de hule. Y por dondequiera, plata: en los bordados de la silla, en los arzones, en las tapafundas, en las chaparreras de piel de tigre que colgaban de la cabeza de la silla, en las espuelas, en todo. Era mucha plata aquélla, y se veía patente el esfuerzo para prodigarla por dondequiera. Era una ostentación insolente, cínica y sin gusto. La luz de la luna hacía brillar todo este conjunto y daba al jinete el aspecto de un extraño fantasma con una especie de armadura de plata; algo como un picador de plaza de toros o como un abigarrado centurión Semana Santa. ... La luna estaba en el cenit y eran las once de la noche. El "plateado" se retiró después de este rápido examen, a un recodo que hacia el cauce del río junto a un borde lleno de árboles, y allí, perfectamente oculto en la sombra, y en la playa seca y arenosa, echó pie a tierra, desató la reata, quitó el freno a su caballo y, teniéndolo del lazo, lo dejó ir a poca distancia a beber agua. Luego que la necesidad del animal estuvo satisfecha, lo enfrenó de nuevo y montó con agilidad sobre él, atravesó el río y se internó en uno de los callejones estrechos y sombríos que desembocaban en la ribera y que estaban formados por las cercas de árboles de las huertas. Anduvo al paso y como recatándose por algunos minutos, hasta llegar junto a las cercas de piedra de una huerta extensa y magnífica. Allí se detuvo al pie de un zapote colosal cuyos ramajes frondosos cubrían como una bóveda toda la anchura del callejón, y procurando penetrar con la vista en la sombra densísima que cubría el cercado, se contentó con articular dos veces seguidas una especie de sonido de llamamiento: -¡Psst ...psst ... ! Al que respondió otro de igual naturaleza, desde la cerca, sobre la cual no tardó en aparecer una figura blanca. -¡Manuelita! -dijo en voz baja el "plateado" -¡Zarco mío, aquí estoy! -respondió una dulce voz de mujer. Aquel hombre era el Zarco, el famoso bandido cuyo nombre había llenado de terror toda la comarca.

Page 39: Antología Literatura y Contemporaneidad II

NATURALISMO

LA SANTA (FRAGMENTO)

FEDERICO GAMBOA

Aquí es, —dijo el cochero deteniendo de golpe a los caballos, que sacudieron la cabeza hostigados por lo brusco del movimiento. .....La mujer asomó la cara, miró a un lado y otro de la portezuela, y como si dudase o no reconociese el lugar, preguntó admirada: ..... — ¡Aquí!... ¿en dónde?... .....El cochero, contemplándola canallamente desde el pescante, apuntó con el látigo tendido: ..... — Allí, al fondo, aquella puerta cerrada. .....La mujer saltó del carruaje, del que extrajo un lío de mezquino tamaño; metióse la mano en el bolsillo de su enagua y le alargó un duro al auriga: ..... — Cóbrese usted. .....Muy lentamente y sin dejar de mirarla, el cochero se puso en pie, sacó diversas monedas del pantalón, que recontó luego en el techo del vehículo, y por último, le devolvió su peso: ..... — No me alcanza; me pagará usted otra vez, cuando me necesite por la tarde. Soy del sitio de San Juan de Letrán, número 317 y bandera colorada. Sólo dígame usted cómo se llama... ..... — Me llamo Santa, pero cóbrese usted; no sé si me quedaré en esa casa... Guarde usted todo el peso, -exclamó después de breve reflexión, ansiosa de terminar el incidente. .....Y sin aguardar más, echóse a andar, de prisa, inclinado el rostro, medio oculto el cuerpo todo bajo el pañolón que algo se le resbalaba de los hombros; cual si la apenara encontrarse allí a tales horas, con tanta luz y tanta gente que de seguro la observaba, que de fijo sabía lo que ella iba a hacer. Casi sin darse cuenta exacta de que a su derecha quedaba un jardín anémico y descuidado, ni de que a su izquierda había una fonda de dudoso aspecto y mala catadura, siguió adelante, hasta llamar en la puerta cerrada. Sí advirtió, confusamente, algo que semejaba césped raquítico y roído a trechos; arbustos enanos y uno que otro tronco de árbol; sí le llegó un tufo a comida y a aguardiente, rumor de charlas y de risas de hombres; aun le pareció, —pero no quiso cerciorarse deteniéndose o volviendo el rostro— que varios de ellos se agrupaban en el vano de una de las puertas, que sin recato la contemplaban y proferían apreciaciones en alta y destemplada voz, acerca de sus andares y modales. Toda aturdida, desfogóse con el aldabón y llamó distintas veces, con tres golpes en cada vez. .....La verdad es que nadie, fuera de los ociosos parroquianos del fonducho, paró mientes en ella; sobre que el barrio, con ser barrio galante y muy poco tolerable por las noches, de día trabaja, y duro, ganándose el sustento con igual decoro que cualquiera otro de los de la ciudad.

Page 40: Antología Literatura y Contemporaneidad II

MODERNISMO

LA NIÑA DE GUATEMALA

José Martí

Quiero, a la sombra de un ala, contar este cuento en flor: la niña de Guatemala, la que se murió de amor. Eran de lirios los ramos; y las orlas de reseda y de jazmín; la enterramos en una caja de seda... Ella dio al desmemoriado una almohadilla de olor; él volvió, volvió casado; ella se murió de amor. Iban cargándola en andas obispos y embajadores; detrás iba el pueblo en tandas, todo cargado de flores... Ella, por volverlo a ver, salió a verlo al mirador; él volvió con su mujer, ella se murió de amor. Como de bronce candente, al beso de despedida, era su frente -¡la frente que más he amado en mi vida!... Se entró de tarde en el río, la sacó muerta el doctor; dicen que murió de frío, yo sé que murió de amor. Allí, en la bóveda helada, la pusieron en dos bancos: besé su mano afilada, besé sus zapatos blancos. Callado, al oscurecer, me llamó el enterrador; nunca más he vuelto a ver a la que murió de amor.

Page 41: Antología Literatura y Contemporaneidad II

DESEOS Salvador Díaz Mirón

Yo quisiera salvar esa distancia ese abismo fatal que nos divide, y embriagarme de amor con la fragancia mística y pura que tu ser despide. Yo quisiera ser uno de los lazos con que decoras tus radiantes sienes; yo quisiera en el cielo de tus brazos beber la gloria que en los labios tienes. Yo quisiera ser agua y que en mis olas, que en mis olas vinieras a bañarte, para poder, como lo sueño a solas, ¡a un mismo tiempo por doquier besarte! Yo quisiera ser lino y en tu lecho, allá en la sombra, con ardor cubrirte, temblar con los temblores de tu pecho ¡y morir de placer al comprimirte! ¡Oh, yo quisiera mucho más! ¡Quisiera llevarte en mí como la nube al fuego, mas no como la nube en su carrera para estallar y separarse luego! Yo quisiera en mí mismo confundirte, confundirte en mí mismo y entrañarte; yo quisiera en perfume convertirte, ¡convertirte en perfume y aspirarte! ¡Aspirarte en un soplo como esencia, y unir a mis latidos tus latidos, y unir a mi existencia tu existencia, y unir a mis sentidos tus sentidos! ¡Aspirarte en un soplo del ambiente, y así verte sobre mi vida en calma, toda la llama de tu pecho ardiente y todo el éter del azul de tu alma! Aspirarte, mujer... De ti llamarme, y en ciego, y sordo, y mudo constituirme, y en ciego, y sordo, y mudo consagrarme al deleite supremo de sentirte ¡y a la dicha suprema de adorarte!

Page 42: Antología Literatura y Contemporaneidad II

EL VELO DE LA REINA MAB [Cuento. Texto completo]

Rubén Darío

La reina Mab, en su carro hecho de una sola perla, tirado por cuatro coleópteros de petos dorados y alas de pedrería, caminando sobre un rayo de sol, se coló por la ventana de una buhardilla donde estaban cuatro hombres flacos, barbudos e impertinentes, lamentándose como unos desdichados. Por aquel tiempo, las hadas habían repartido sus dones a los mortales. A unos habían dado las varitas misteriosas que llenan de oro las pesadas cajas del comercio; a otros unas espigas maravillosas que al desgranarlas colmaban las trojes de riqueza; a otros unos cristales que hacían ver en el riñón de la madre tierra, oro y piedras preciosas; a quiénes cabelleras espesas y músculos de Goliat, y mazas enormes para machacar el hierro encendido; y a quiénes talones fuertes y piernas ágiles para montar en las rápidas caballerías que se beben el viento y que tienen las crines en la carrera. Los cuatro hombres se quejaban. Al uno le había tocado en suerte una cantera, al otro el iris, al otro el ritmo, al otro el cielo azul.

*** La reina Mab oyó sus palabras. Decía el primero: -¡Y bien! ¡Heme aquí en la gran lucha de mis sueños de mármol! Yo he arrancado el bloque y tengo el cincel. Todos tenéis, unos el oro, otros la armonía, otros la luz; yo pienso en la blanca y divina Venus que muestra su desnudez bajo el plafond color de cielo. Yo quiero dar a la masa la línea y la hermosura plástica; y que circule por las venas de la estatua una sangre incolora como la de los dioses. Yo tengo el espíritu de Grecia en el cerebro, y amo los desnudos en que la ninfa huye y el fauno tiende los brazos. ¡Oh Fidias! Tú eres para mí soberbio y augusto como un semi-dios, en el recinto de la eterna belleza, rey ante un ejército de hermosuras que a tus ojos arrojan el magnífico chitón, mostrando la esplendidez de la forma, en sus cuerpos de rosa y de nieve. Tú golpeas, hieres y domas el mármol, y suena el golpe armónico como un verso, y te adula la cigarra, amante del sol, oculta entre los pámpanos de la viña virgen. Para ti son los Apolos rubios y luminosos, las Minervas severas y soberanas. Tú, como un mago, conviertes la roca en simulacro y el colmillo del elefante en copa del festín. Y al ver tu grandeza siento el martirio de mi pequeñez. Porque pasaron los tiempos gloriosos. Porque tiemblo ante las miradas de hoy. Porque contemplo el ideal inmenso y las fuerzas exhaustas. Porque a medida que cincelo el bloque me ataraza el desaliento.

*** Y decía el otro: -Lo que es hoy romperé mis pinceles. ¿Para qué quiero el iris, y esta gran paleta del campo florido, si a la postre mi cuadro no será admitido en el salón? ¿Qué abordaré? He recorrido todas las escuelas, todas las inspiraciones artísticas. He pintado el torso de Diana y el rostro de la Madona. He pedido a las campiñas sus colores, sus matices; he adulado a la luz como a una amada, y la he abrazado como a una querida. He sido adorador del desnudo, con sus magnificencias, con los tonos de sus carnaciones y con sus fugaces medias tintas. He trazado en mis lienzos los nimbos de los santos y las alas de los querubines. ¡Ah, pero siempre el terrible desencanto! ¡El porvenir! ¡Vender una Cleopatra en dos pesetas para poder almorzar! ¡Y yo, que podría en el estremecimiento de mi inspiración, trazar el gran cuadro que tengo aquí adentro...!

*** Y decía el otro: -Perdida mi alma en la gran ilusión de mis sinfonías, temo todas las decepciones. Yo escucho todas las armonías, desde la lira de Terpandro hasta las fantasías orquestales de Wagner. Mis ideales, brillan en medio de mis audacias de inspirado. Yo tengo la percepción del filósofo que oyó la música de los astros. Todos los ruidos pueden aprisionarse, todos los ecos son susceptibles de combinaciones. Todo cabe en la línea de mis escalas cromáticas. La luz vibrante es himno, y la melodía de la selva halla un eco en mi corazón. Desde el ruido

Page 43: Antología Literatura y Contemporaneidad II

de la tempestad hasta el canto del pájaro, todo se confunde y enlaza en la infinita cadencia. Entre tanto, no diviso sino la muchedumbre que befa y la celda del manicomio.

*** Y el último: -Todos bebemos del agua clara de la fuente de Jonia. Pero el ideal flota en el azul; y para que los espíritus gocen de su luz suprema, es preciso que asciendan. Yo tengo el verso que es de miel y el que es de oro, y el que es de hierro candente. Yo soy el ánfora del celeste perfume: tengo el amor. Paloma, estrella, nido, lirio, vosotros conocéis mi morada. Para los vuelos inconmensurables tengo alas de águila que parten a golpes mágicos el huracán. Y para hallar consonantes, los busco en dos bocas que se juntan; y estalla el beso, y escribo la estrofa, y entonces si veis mi alma, conoceréis a mi Musa. Amo las epopeyas, porque de ellas brota el soplo heroico que agita las banderas que ondean sobre las lanzas y los penachos que tiemblan sobre los cascos; los cantos líricos, porque hablan de las diosas y de los amores; y las églogas, porque son olorosas a verbena y a tomillo, y al sano aliento del buey coronado de rosas. Yo escribiría algo inmortal; mas me abruma un porvenir de miseria y de hambre...

*** Entonces la reina Mab, del fondo de su carro hecho de una sola perla, tomó un velo azul, casi impalpable, como formado de suspiros, o de miradas de ángeles rubios y pensativos. Y aquel velo era el velo de los sueños, de los dulces sueños que hacen ver la vida de color de rosa. Y con él envolvió a los cuatro hombres flacos, barbudos e impertinentes. Los cuales cesaron de estar tristes, porque penetró en su pecho la esperanza, y en su cabeza el sol alegre, con el diablillo de la vanidad, que consuela en sus profundas decepciones a los pobres artistas. Y desde entonces, en las buhardillas de los brillantes infelices, donde flota el sueño azul, se piensa en el porvenir como en la aurora, y se oyen risas que quitan la tristeza, y se bailan extrañas farándolas alrededor de un blanco Apolo, de un lindo paisaje, de un violín viejo, de un amarillento manuscrito.

Page 44: Antología Literatura y Contemporaneidad II

LA RAZA DE BRONCE Amado Nervo

Señor, deja que diga la gloria de tu raza, la gloria de los hombres de bronce, cuya maza melló de tantos yelmos y escudos la osadía: !oh! caballeros tigres, !oh! caballeros leones, !oh! caballeros águilas, os traigo mis canciones; !oh! enorme raza muerta, te traigo mi alegría. Aquella tarde, en el Poniente augusto, el crepúsculo audaz era en una pira como de algún atrida o de algún justo; llamarada de luz o de mentira que incendiaba el espacio, y parecía que el sol al estrellar sobre la cumbre su mole vibradora de centellas, se trocaba en mil átomos de lumbre, y esos átomos eran estrellas. Yo estaba solo en la quietud divina del Valle. ¿Solo? ¡No! La estatua fiera del héroe Cuauhtemoc, la que culmina dispersando su dardo a la pradera, bajo del palio de pompa vespertina, era mi hermana y mi custodio era. "Eras tú, y a tus pies cayendo al verte —te murmuré— quiero ser fuerte; dame tu fe, tu obstinación extraña; quiero ser como tú, firme y sereno; quiero ser como tú, paciente y bueno;

quiero ser como tú, nieve y montaña. Soy una chispa; ¡enséñame a ser lumbre! Soy un gujarro; ¡enséñame a ser cumbre! Soy una linfa: ¡enséñame a ser río! Soy un harapo: ¡enséñame a ser gala! Soy una pluma: ¡enséñame a ser ala, y que Dios te bendiga, padre mío!". Y hablaron tus labios, tus labios benditos, y así respondieron a todos mis gritos, a todas mis ansias: —"¡No hay nada pequeño, ni el mar ni el guijarro, ni el sol ni la rosa, con tal de que el sueño, visión misteriosa, le preste sus nimbos, y tu eres el sueño! "Amar, ¡eso es todo!; querer, ¡todo es eso! Los mundos brotaron el eco de un beso, y un beso es el astro, y un beso es el rayo, y un beso la tarde, y un beso la aurora, y un beso los trinos del ave canora que glosa las fiestas divinas de mayo". Yo quise a la Patria por débil y mustia, la Patria me quiso con toda su angustia, y entonces nos dimos los dos un gran beso; los besos de amores son siempre fecundos; un beso de amores ha creado los mundos; amar... ¡eso es todo!; querer... ¡todo es eso!

Page 45: Antología Literatura y Contemporaneidad II

POSTMODERNISMO

LOS SONETOS DE LA MUERTE Gabriela Mistral

I Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido. Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos! II Este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía, por donde van los hombres, contentos de vivir... Sentirás que a tu lado cavan briosamente,

que otra dormida llega a la quieta ciudad. Esperaré que me hayan cubierto totalmente... ¡y después hablaremos por una eternidad! Sólo entonces sabrás el por qué no madura, para las hondas huesas tu carne todavía, tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir. Se hará luz en la zona de los sinos, oscura; sabrás que en nuestra alianza signo de astros había y, roto el pacto enorme, tenías que morir... III Malas manos tomaron tu vida desde el día en que, a una señal de astros, dejara su plantel nevado de azucenas. En gozo florecía. Malas manos entraron trágicamente en él... Y yo dije al Señor: ?«Por las sendas mortales le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar! ¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales o le hundes en el largo sueño que sabes dar! »¡No le puedo gritar, no le puedo seguir! Su barca empuja un negro viento de tempestad. Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor». Se detuvo la barca rosa de su vivir... ¿Que no sé del amor, que no tuve piedad? ¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

Page 46: Antología Literatura y Contemporaneidad II

SUAVE PATRIA Ramón López Velarde

PROEMIO Yo que sólo canté de la exquisita partitura del íntimo decoro, alzo hoy la voz a la mitad del foro a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo para cortar a la epopeya un gajo. Navegaré por las olas civiles con remos que no pesan, porque van como los brazos del correo chuan que remaba la Mancha con fusiles. Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina. Suave Patria: permite que te envuelva en la más honda música de selva con que me modelaste por entero al golpe cadencioso de las hachas, entre risas y gritos de muchachas y pájaros de oficio carpintero. PRIMER ACTO Patria: tu superficie es el maíz, tus minas el palacio del Rey de Oros, y tu cielo, las garzas en desliz y el relámpago verde de los loros. El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo. Sobre tu Capital, cada hora vuela ojerosa y pintada, en carretela; y en tu provincia, del reloj en vela que rondan los palomos colipavos, las campanadas caen como centavos. Patria: tu mutilado territorio se viste de percal y de abalorio. Suave Patria: tu casa todavía es tan grande, que el tren va por la vía como aguinaldo de juguetería. Y en el barullo de las estaciones, con tu mirada de mestiza, pones

la inmensidad sobre los corazones. ¿Quién, en la noche que asusta a la rana, no miró, antes de saber del vicio, del brazo de su novia, la galana pólvora de los juegos de artificio? Suave Patria: en tu tórrido festín luces policromías de delfín, y con tu pelo rubio se desposa el alma, equilibrista chuparrosa, y a tus dos trenzas de tabaco sabe ofrendar aguamiel toda mi briosa raza de bailadores de jarabe. Tu barro suena a plata, y en tu puño su sonora miseria es alcancía; y por las madrugadas del terruño, en calles como espejos se vacía el santo olor de la panadería. Cuando nacemos, nos regalas notas, después, un paraíso de compotas, y luego te regalas toda entera suave Patria, alacena y pajarera. Al triste y al feliz dices que sí, que en tu lengua de amor prueben de ti la picadura del ajonjolí. ¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena de deleites frenéticos nos llena! Trueno de nuestras nubes, que nos baña de locura, enloquece a la montaña, requiebra a la mujer, sana al lunático, incorpora a los muertos, pide el Viático, y al fin derrumba las madererías de Dios, sobre las tierras labrantías. Trueno del temporal: oigo en tus quejas crujir los esqueletos en parejas, oigo lo que se fue, lo que aún no toco y la hora actual con su vientre de coco. Y oigo en el brinco de tu ida y venida, oh trueno, la ruleta de mi vida. […]

Page 47: Antología Literatura y Contemporaneidad II

ALFONSINA STORNI VOY A DORMIR Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados. Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera; una constelación; la que te guste; todas son buenas; bájala un poquito. Déjame sola: oyes romper los brotes... te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que olvides... Gracias. Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido... YO EN EL FONDO DEL MAR En el fondo del mar hay una casa de cristal. A una avenida de madréporas da. Un gran pez de oro, a las cinco, me viene a saludar. Me trae un rojo ramo de flores de coral. Duermo en una cama un poco más azul que el mar. Un pulpo me hace guiños a través del cristal. En el bosque verde que me circunda —din don... din dan— se balancean y cantan las sirenas de nácar verdemar. Y sobre mi cabeza arden, en el crepúsculo, las erizadas puntas del mar.

Page 48: Antología Literatura y Contemporaneidad II

NOVELA DE LA REVOLUCIÓN

UN DISPARO AL VACÍO Rafael F. Muñoz

AL MEDIO DÍA, el tiroteo fue decreciendo en fuerza, como si tuviera hambre. Un mayor herido en la ‗rente, tan fatigado que al moverse arrastraba los pies en la tierra, insistía en gritar con voz enronquecida sus órdenes de fuego y un centenar apenas completo de soldados, heridos, cansados, enfermos de desmoralización, consumían sus municiones tirando al aire, con más deseos de levantar un paño blanco en la punta de los fusiles, que de acertar los disparos en el pecho de los rebeldes que avanzaban cautelosamente, ocupando las casuchas y las quebradas del terreno, refugiándose tras de los árboles. Sesenta soldaderas, bravas mujeres que eran para los federales esposas, proveedoras de alimento, cocineras, ayuda a toda hora, compartían la inquietud de los hombres, quizá con más carácter. Eran las mujeres del pueblo, acostumbradas a las vicisitudes de la campaña militar, a las fatigosas caminatas, a la continua falta de alimentos, al peligro de los combates y la angustia de las retiradas; mujeres que muchas veces combatían al lado de sus hombres, los veían morir o morían con ellos. Ochocientos rebeldes habían ocupado la población desde la noche anterior, cuando la pequeña guarnición de soldados del gobierno se replegó a la estación del ferrocarril con la vaga esperanza de que le llegaran refuerzos, o pasara algún tren en que retirarse y salvar la vida. Pero las horas habían transcurrido en una inútil y angustiosa espera: las paralelas del ferrocarril veíanse desiertas, y los aparatos telegráficos habían quedado mudos desde el amanecer, cuando fueron cortados los alambres al sur y al norte. En la lucha desigual de uno contra ocho, las mujeres conservaban más elevado el espíritu de guerra; de un corral próximo, atestado de leña, habían llevado hasta los andenes pilas de troncos y ramas de mezquite, retorcidos como llamas, espinosos y duros, para formar trincheras a los soldados, protegiéndolos del fuego continuo y certero, que tenía heridos en la cabeza a la mayor parte de los defensores, y que a los muertos, tendidos en el andén o recostados sobre la leña, había roto las frentes con la violencia expansiva de las balas mitad plomo y mitad acero. Agonizaba el mes de noviembre y hacía un frío para lobos. En la madrugada veíase congelada el agua en los barriles alineados para caso de incendio a lo largo de las paredes de la estación, y de los canalones colgaban pequeños carámbanos como pétreas barbas del viejo edificio. Durante el día, un sol rojizo, pequeño, que a través de la niebla veíase opaco y desnudo de su melena de llamas, era impotente para entibiar las rachas de viento que esparcían los alientos de las nieves lejanas. Los fusiles estaban fríos a pesar de los disparos, y los soldados, con las manos ateridas, tiritaban encogidos dentro de sus capotes. A lo lejos, desde sus posiciones, los tiradores rebeldes comenzaron a gritar: —¡Ríndanse, soldados! Contestaba la voz ronca del mayor herido, con una orden para fuego rápido, y eran unos cuantos los disparos que salían detrás de los macizos de leña, los que obedecían al desgano la orden. Por una callejuela que desembocaba frente a la estación, apareció un hombre que llevaba una hilacha blanca amarrada a la punta de un varejón de dos metros de largo. No llevaba armas y avanzaba confiado en que los soldados habrían de respetar su emblema de paz. En efecto, sin esperar las órdenes de su jefe, los defensores suspendieron el fuego y levantaron sobre las trincheras sus fusiles, con la culata en alto, en señal de que no dispararían. El emisario avanzó, sosteniendo su varejón con ambas manos levantadas a la altura de la cabeza. Al llegar a la bocacalle, dejando atrás la línea de sus compañeros, gritó con voz clara que se dispersó en ondas concéntricas por todo el escenario del combate. —¡Mi general ofrece que respetará la vida de quienes se rindan inmediatamente! Los soldados no contestaron. —¡Mi general ofrece que respetará la vida de quienes se rindan inmediatamente! El mayor de la cabeza vendada irguióse sobre la leña, removió algunos troncos y avanzó con las manos en alto. —¡Nos rendimos!

Page 49: Antología Literatura y Contemporaneidad II

REALISMO MÁGICO Y LO REAL MARAVILLOSO

VIAJE A LA SEMILLA [Cuento. Texto completo.]

Alejo Carpentier

-¿Qué quieres, viejo?... Varias veces cayó la pregunta de lo alto de los andamios. Pero el viejo no respondía. Andaba de un lugar a otro, fisgoneando, sacándose de la garganta un largo monólogo de frases incomprensibles. Ya habían descendido las tejas, cubriendo los canteros muertos con su mosaico de barro cocido. Arriba, los picos desprendían piedras de mampostería, haciéndolas rodar por canales de madera, con gran revuelo de cales y de yesos. Y por las almenas sucesivas que iban desdentando las murallas aparecían -despojados de su secreto- cielos

rasos ovales o cuadrados, cornisas, guirnaldas, dentículos, astrágalos, y papeles encolados que colgaban de los testeros como viejas pieles de serpiente en muda. Presenciando la demolición, una Ceres con la nariz rota y el peplo desvaído, veteado de negro el tocado de mieses, se erguía en el traspatio, sobre su fuente de mascarones borrosos. Visitados por el sol en horas de sombra, los peces grises del estanque bostezaban en agua musgosa y tibia, mirando con el ojo redondo aquellos obreros, negros sobre claro de cielo, que iban rebajando la altura secular de la casa. El viejo se había sentado, con el cayado apuntalándole la barba, al pie de la estatua. Miraba el subir y bajar de cubos en que viajaban restos apreciables. Oíanse, en sordina, los rumores de la calle mientras, arriba, las poleas concertaban, sobre ritmos de hierro con piedra, sus gorjeos de aves desagradables y pechugonas. Dieron las cinco. Las cornisas y entablamentos se despoblaron. Sólo quedaron escaleras de mano, preparando el salto del día siguiente. El aire se hizo más fresco, aligerado de sudores, blasfemias, chirridos de cuerdas, ejes que pedían alcuzas y palmadas en torsos pringosos. Para la casa mondada el crepúsculo llegaba más pronto. Se vestía de sombras en horas en que su ya caída balaustrada superior solía regalar a las fachadas algún relumbre de sol. La Ceres apretaba los labios. Por primera vez las habitaciones dormirían sin persianas, abiertas sobre un paisaje de escombros. Contrariando sus apetencias, varios capiteles yacían entre las hierbas. Las hojas de acanto descubrían su condición vegetal. Una enredadera aventuró sus tentáculos hacia la voluta jónica, atraída por un aire de familia. Cuando cayó la noche, la casa estaba más cerca de la tierra. Un marco de puerta se erguía aún, en lo alto, con tablas de sombras suspendidas de sus bisagras desorientadas. II Entonces el negro viejo, que no se había movido, hizo gestos extraños, volteando su cayado sobre un cementerio de baldosas. Los cuadrados de mármol, blancos y negros, volaron a los pisos, vistiendo la tierra. Las piedras con saltos certeros, fueron a cerrar los boquetes de las murallas. Hojas de nogal claveteadas se encajaron en sus marcos, mientras los tornillos de las charnelas volvían a hundirse en sus hoyos, con rápida rotación.

Page 50: Antología Literatura y Contemporaneidad II

En los canteros muertos, levantadas por el esfuerzo de las flores, las tejas juntaron sus fragmentos, alzando un sonoro torbellino de barro, para caer en lluvia sobre la armadura del techo. La casa creció, traída nuevamente a sus proporciones habituales, pudorosa y vestida. La Ceres fue menos gris. Hubo más peces en la fuente. Y el murmullo del agua llamó begonias olvidadas. El viejo introdujo una llave en la cerradura de la puerta principal, y comenzó a abrir ventanas. Sus tacones sonaban a hueco. Cuando encendió los velones, un estremecimiento amarillo corrió por el óleo de los retratos de familia, y gentes vestidas de negro murmuraron en todas las galerías, al compás de cucharas movidas en jícaras de chocolate. Don Marcial, el Marqués de Capellanías, yacía en su lecho de muerte, el pecho acorazado de medallas, escoltado por cuatro cirios con largas barbas de cera derretida III Los cirios crecieron lentamente, perdiendo sudores. Cuando recobraron su tamaño, los apagó la monja apartando una lumbre. Las mechas blanquearon, arrojando el pabilo. La casa se vació de visitantes y los carruajes partieron en la noche. Don Marcial pulsó un teclado invisible y abrió los ojos. Confusas y revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los pomos de medicina, las borlas de damasco, el escapulario de la cabecera, los daguerrotipos, las palmas de la reja, salieron de sus nieblas. Cuando el médico movió la cabeza con desconsuelo profesional, el enfermo se sintió mejor. Durmió algunas horas y despertó bajo la mirada negra y cejuda del Padre Anastasio. De franca, detallada, poblada de pecados, la confesión se hizo reticente, penosa, llena de escondrijos. ¿Y qué derecho tenía, en el fondo, aquel carmelita, a entrometerse en su vida? Don Marcial se encontró, de pronto, tirado en medio del aposento. Aligerado de un peso en las sienes, se levantó con sorprendente celeridad. La mujer desnuda que se desperezaba sobre el brocado del lecho buscó enaguas y corpiños, llevándose, poco después, sus rumores de seda estrujada y su perfume. Abajo, en el coche cerrado, cubriendo tachuelas del asiento, había un sobre con monedas de oro. Don Marcial no se sentía bien. Al arreglarse la corbata frente a la luna de la consola se vio congestionado. Bajó al despacho donde lo esperaban hombres de justicia, abogados y escribientes, para disponer la venta pública de la casa. Todo había sido inútil. Sus pertenencias se irían a manos del mejor postor, al compás de martillo golpeando una tabla. Saludó y le dejaron solo. Pensaba en los misterios de la letra escrita, en esas hebras negras que se enlazan y desenlazan sobre anchas hojas afiligranadas de balanzas, enlazando y desenlazando compromisos, juramentos, alianzas, testimonios, declaraciones, apellidos, títulos, fechas, tierras, árboles y piedras; maraña de hilos, sacada del tintero, en que se enredaban las piernas del hombre, vedándole caminos desestimados por la Ley; cordón al cuello, que apretaban su sordina al percibir el sonido temible de las palabras en libertad. Su firma lo había traicionado, yendo a complicarse en nudo y enredos de legajos. Atado por ella, el hombre de carne se hacía hombre de papel. Era el amanecer. El reloj del comedor acababa de dar la seis de la tarde. IV Transcurrieron meses de luto, ensombrecidos por un remordimiento cada vez mayor. Al principio, la idea de traer una mujer a aquel aposento se le hacía casi razonable. Pero, poco a poco, las apetencias de un cuerpo nuevo fueron desplazadas por escrúpulos crecientes, que llegaron al flagelo. Cierta noche, Don Marcial se ensangrentó las carnes con una correa, sintiendo luego un deseo mayor, pero de corta duración. Fue entonces cuando la Marquesa volvió, una tarde, de su paseo a las orillas del Almendares. Los caballos de la calesa no traían en las crines más humedad que la del propio sudor. Pero, durante todo el resto del día, dispararon coces a las tablas de la cuadra, irritados, al parecer, por la inmovilidad de nubes bajas. Al crepúsculo, una tinaja llena de agua se rompió en el baño de la Marquesa. Luego, las lluvias de mayo rebosaron el estanque. Y aquella negra vieja, con tacha de cimarrona y palomas debajo de la cama, que andaba por el patio murmurando: "¡Desconfía de los ríos, niña; desconfía de lo verde que corre!" No había día en que el agua no revelara su presencia. Pero esa presencia acabó por no ser más que una jícara derramada sobre el vestido traído de París, al regreso del baile aniversario dado por el Capitán General de la Colonia. Reaparecieron muchos parientes. Volvieron muchos amigos. Ya brillaban, muy claras, las arañas del gran salón. Las grietas de la fachada se iban cerrando. El piano regresó al clavicordio. Las

Page 51: Antología Literatura y Contemporaneidad II

palmas perdían anillos. Las enredaderas saltaban la primera cornisa. Blanquearon las ojeras de la Ceres y los capiteles parecieron recién tallados. Más fogoso Marcial solía pasarse tardes enteras abrazando a la Marquesa. Borrábanse patas de gallina, ceños y papadas, y las carnes tornaban a su dureza. Un día, un olor de pintura fresca llenó la casa. V Los rubores eran sinceros. Cada noche se abrían un poco más las hojas de los biombos, las faldas caían en rincones menos alumbrados y eran nuevas barreras de encajes. Al fin la Marquesa sopló las lámparas. Sólo él habló en la obscuridad. Partieron para el ingenio, en gran tren de calesas -relumbrante de grupas alazanas, bocados de plata y charoles al sol. Pero, a la sombra de las flores de Pascua que enrojecían el soportal interior de la vivienda, advirtieron que se conocían apenas. Marcial autorizó danzas y tambores de Nación, para distraerse un poco en aquellos días olientes a perfumes de Colonia, baños de benjuí, cabelleras esparcidas, y sábanas sacadas de armarios que, al abrirse, dejaban caer sobre las lozas un mazo de vetiver. El vaho del guarapo giraba en la brisa con el toque de oración. Volando bajo, las auras anunciaban lluvias reticentes, cuyas primeras gotas, anchas y sonoras, eran sorbidas por tejas tan secas que tenían diapasón de cobre. Después de un amanecer alargado por un abrazo deslucido, aliviados de desconciertos y cerrada la herida, ambos regresaron a la ciudad. La Marquesa trocó su vestido de viaje por un traje de novia, y, como era costumbre, los esposos fueron a la iglesia para recobrar su libertad. Se devolvieron presentes a parientes y amigos, y, con revuelo de bronces y alardes de jaeces, cada cual tomó la calle de su morada. Marcial siguió visitando a María de las Mercedes por algún tiempo, hasta el día en que los anillos fueron llevados al taller del orfebre para ser desgrabados. Comenzaba, para Marcial, una vida nueva. En la casa de las rejas, la Ceres fue sustituida por una Venus italiana, y los mascarones de la fuente adelantaron casi imperceptiblemente el relieve al ver todavía encendidas, pintada ya el alba, las luces de los velones. VI Una noche, después de mucho beber y marearse con tufos de tabaco frío, dejados por sus amigos, Marcial tuvo la sensación extraña de que los relojes de la casa daban las cinco, luego las cuatro y media, luego las cuatro, luego las tres y media... Era como la percepción remota de otras posibilidades. Como cuando se piensa, en enervamiento de vigilia, que puede andarse sobre el cielo raso con el piso por cielo raso, entre muebles firmemente asentados entre las vigas del techo. Fue una impresión fugaz, que no dejó la menor huella en su espíritu, poco llevado, ahora, a la meditación. Y hubo un gran sarao, en el salón de música, el día en que alcanzó la minoría de edad. Estaba alegre, al pensar que su firma había dejado de tener un valor legal, y que los registros y escribanías, con sus polillas, se borraban de su mundo. Llegaba al punto en que los tribunales dejan de ser temibles para quienes tienen una carne desestimada por los códigos. Luego de achisparse con vinos generosos, los jóvenes descolgaron de la pared una guitarra incrustada de nácar, un salterio y un serpentón. Alguien dio cuerda al reloj que tocaba la Tirolesa de las Vacas y la Balada de los Lagos de Escocia. Otro embocó un cuerno de caza que dormía, enroscado en su cobre, sobre los fieltros encarnados de la vitrina, al lado de la flauta traversera traída de Aranjuez. Marcial, que estaba requebrando atrevidamente a la de Campoflorido, se sumó al guirigay, buscando en el teclado, sobre bajos falsos, la melodía del Trípili-Trápala. Y subieron todos al desván, de pronto, recordando que allá, bajo vigas que iban recobrando el repello, se guardaban los trajes y libreas de la Casa de Capellanías. En entrepaños escarchados de alcanfor descansaban los vestidos de corte, un espadín de Embajador, varias guerreras emplastronadas, el manto de un Príncipe de la Iglesia, y largas casacas, con botones de damasco y difuminos de humedad en los pliegues. Matizáronse las penumbras con cintas de amaranto, miriñaques amarillos, túnicas marchitas y flores de terciopelo. Un traje de chispero con redecilla de borlas, nacido en una mascarada de carnaval, levantó aplausos. La de Campoflorido redondeó los hombros empolvados bajo un rebozo de color de carne criolla, que sirviera a cierta abuela, en noche de grandes decisiones familiares, para avivar los amansados fuegos de un rico Síndico de Clarisas. Disfrazados regresaron los jóvenes al salón de música. Tocado con un tricornio de regidor, Marcial pegó tres bastonazos en el piso, y se dio comienzo a la danza de la valse, que las madres

Page 52: Antología Literatura y Contemporaneidad II

hallaban terriblemente impropio de señoritas, con eso de dejarse enlazar por la cintura, recibiendo manos de hombre sobre las ballenas del corset que todas se habían hecho según el reciente patrón de "El Jardín de las Modas". Las puertas se obscurecieron de fámulas, cuadrerizos, sirvientes, que venían de sus lejanas dependencias y de los entresuelos sofocantes para admirarse ante fiesta de tanto alboroto. Luego se jugó a la gallina ciega y al escondite. Marcial, oculto con la de Campoflorido detrás de un biombo chino, le estampó un beso en la nuca, recibiendo en respuesta un pañuelo perfumado, cuyos encajes de Bruselas guardaban suaves tibiezas de escote. Y cuando las muchachas se alejaron en las luces del crepúsculo, hacia las atalayas y torreones que se pintaban en grisnegro sobre el mar, los mozos fueron a la Casa de Baile, donde tan sabrosamente se contoneaban las mulatas de grandes ajorcas, sin perder nunca -así fuera de movida una guaracha- sus zapatillas de alto tacón. Y como se estaba en carnavales, los del Cabildo Arará Tres Ojos levantaban un trueno de tambores tras de la pared medianera, en un patio sembrado de granados. Subidos en mesas y taburetes, Marcial y sus amigos alabaron el garbo de una negra de pasas entrecanas, que volvía a ser hermosa, casi deseable, cuando miraba por sobre el hombro, bailando con altivo mohín de reto. VII Las visitas de Don Abundio, notario y albacea de la familia, eran más frecuentes. Se sentaba gravemente a la cabecera de la cama de Marcial, dejando caer al suelo su bastón de ácana para despertarlo antes de tiempo. Al abrirse, los ojos tropezaban con una levita de alpaca, cubierta de caspa, cuyas mangas lustrosas recogían títulos y rentas. Al fin sólo quedó una pensión razonable, calculada para poner coto a toda locura. Fue entonces cuando Marcial quiso ingresar en el Real Seminario de San Carlos. Después de mediocres exámenes, frecuentó los claustros, comprendiendo cada vez menos las explicaciones de los dómines. El mundo de las ideas se iba despoblando. Lo que había sido, al principio, una ecuménica asamblea de peplos, jubones, golas y pelucas, controversistas y ergotantes, cobraba la inmovilidad de un museo de figuras de cera. Marcial se contentaba ahora con una exposición escolástica de los sistemas, aceptando por bueno lo que se dijera en cualquier texto. "León", "Avestruz", Ballena", "Jaguar", leíase sobre los grabados en cobre de la Historia Natural. Del mismo modo, "Aristóteles", "Santo Tomás", Bacon", "Descartes", encabezaban páginas negras, en que se catalogaban aburridamente las interpretaciones del universo, al margen de una capitular espesa. Poco a poco, Marcial dejó de estudiarlas, encontrándose librado de un gran peso. Su mente se hizo alegre y ligera, admitiendo tan sólo un concepto instintivo de las cosas. ¿Para qué pensar en el prisma, cuando la luz clara de invierno daba mayores detalles a las fortalezas del puerto? Una manzana que cae del árbol sólo es incitación para los dientes. Un pie en una bañadera no pasa de ser un pie en una bañadera. El día que abandonó el Seminario, olvidó los libros. El gnomon recobró su categoría de duende: el espectro fue sinónimo de fantasma; el octandro era bicho acorazado, con púas en el lomo. Varias veces, andando pronto, inquieto el corazón, había ido a visitar a las mujeres que cuchicheaban, detrás de puertas azules, al pie de las murallas. El recuerdo de la que llevaba zapatillas bordadas y hojas de albahaca en la oreja lo perseguía, en tardes de calor, como un dolor de muelas. Pero, un día, la cólera y las amenazas de un confesor le hicieron llorar de espanto. Cayó por última vez en las sábanas del infierno, renunciando para siempre a sus rodeos por calles poco concurridas, a sus cobardías de última hora que le hacían regresar con rabia a su casa, luego de dejar a sus espaldas cierta acera rajada, señal, cuando andaba con la vista baja, de la media vuelta que debía darse por hollar el umbral de los perfumes. Ahora vivía su crisis mística, poblada de detentes, corderos pascuales, palomas de porcelana, Vírgenes de manto azul celeste, estrellas de papel dorado, Reyes Magos, ángeles con alas de cisne, el Asno, el Buey, y un terrible San Dionisio que se le aparecía en sueños, con un gran vacío entre los hombros y el andar vacilante de quien busca un objeto perdido. Tropezaba con la cama y Marcial despertaba sobresaltado, echando mano al rosario de cuentas sordas. Las mechas, en sus pocillos de aceite, daban luz triste a imágenes que recobraban su color primero. VIII Los muebles crecían. Se hacía más difícil sostener los antebrazos sobre el borde de la mesa del comedor. Los armarios de cornisas labradas ensanchaban el frontis. Alargando el torso, los moros de la escalera acercaban sus antorchas a los balaustres del rellano. Las butacas eran mas hondas

Page 53: Antología Literatura y Contemporaneidad II

y los sillones de mecedora tenían tendencia a irse para atrás. No había ya que doblar las piernas al recostarse en el fondo de la bañadera con anillas de mármol. Una mañana en que leía un libro licencioso, Marcial tuvo ganas, súbitamente, de jugar con los soldados de plomo que dormían en sus cajas de madera. Volvió a ocultar el tomo bajo la jofaina del lavabo, y abrió una gaveta sellada por las telarañas. La mesa de estudio era demasiado exigua para dar cabida a tanta gente. Por ello, Marcial se sentó en el piso. Dispuso los granaderos por filas de ocho. Luego, los oficiales a caballo, rodeando al abanderado. Detrás, los artilleros, con sus cañones, escobillones y botafuegos. Cerrando la marcha, pífanos y timbales, con escolta de redoblantes. Los morteros estaban dotados de un resorte que permitía lanzar bolas de vidrio a más de un metro de distancia. -¡Pum!... ¡Pum!... ¡Pum!... Caían caballos, caían abanderados, caían tambores. Hubo de ser llamado tres veces por el negro Eligio, para decidirse a lavarse las manos y bajar al comedor. Desde ese día, Marcial conservó el hábito de sentarse en el enlosado. Cuando percibió las ventajas de esa costumbre, se sorprendió por no haberlo pensando antes. Afectas al terciopelo de los cojines, las personas mayores sudan demasiado. Algunas huelen a notario -como Don Abundio- por no conocer, con el cuerpo echado, la frialdad del mármol en todo tiempo. Sólo desde el suelo pueden abarcarse totalmente los ángulos y perspectivas de una habitación. Hay bellezas de la madera, misteriosos caminos de insectos, rincones de sombra, que se ignoran a altura de hombre. Cuando llovía, Marcial se ocultaba debajo del clavicordio. Cada trueno hacía temblar la caja de resonancia, poniendo todas las notas a cantar. Del cielo caían los rayos para construir aquella bóveda de calderones -órgano, pinar al viento, mandolina de grillos. IX Aquella mañana lo encerraron en su cuarto. Oyó murmullos en toda la casa y el almuerzo que le sirvieron fue demasiado suculento para un día de semana. Había seis pasteles de la confitería de la Alameda -cuando sólo dos podían comerse, los domingos, después de misa. Se entretuvo mirando estampas de viaje, hasta que el abejeo creciente, entrando por debajo de las puertas, le hizo mirar entre persianas. Llegaban hombres vestidos de negro, portando una caja con agarraderas de bronce. Tuvo ganas de llorar, pero en ese momento apareció el calesero Melchor, luciendo sonrisa de dientes en lo alto de sus botas sonoras. Comenzaron a jugar al ajedrez. Melchor era caballo. Él, era Rey. Tomando las losas del piso por tablero, podía avanzar de una en una, mientras Melchor debía saltar una de frente y dos de lado, o viceversa. El juego se prolongó hasta más allá del crepúsculo, cuando pasaron los Bomberos del Comercio. Al levantarse, fue a besar la mano de su padre que yacía en su cama de enfermo. El Marqués se sentía mejor, y habló a su hijo con el empaque y los ejemplos usuales. Los "Sí, padre" y los "No, padre", se encajaban entre cuenta y cuenta del rosario de preguntas, como las respuestas del ayudante en una misa. Marcial respetaba al Marqués, pero era por razones que nadie hubiera acertado a suponer. Lo respetaba porque era de elevada estatura y salía, en noches de baile, con el pecho rutilante de condecoraciones: porque le envidiaba el sable y los entorchados de oficial de milicias; porque, en Pascuas, había comido un pavo entero, relleno de almendras y pasas, ganando una apuesta; porque, cierta vez, sin duda con el ánimo de azotarla, agarró a una de las mulatas que barrían la rotonda, llevándola en brazos a su habitación. Marcial, oculto detrás de una cortina, la vio salir poco después, llorosa y desabrochada, alegrándose del castigo, pues era la que siempre vaciaba las fuentes de compota devueltas a la alacena. El padre era un ser terrible y magnánimo al que debía amarse después de Dios. Para Marcial era más Dios que Dios, porque sus dones eran cotidianos y tangibles. Pero prefería el Dios del cielo, porque fastidiaba menos. X Cuando los muebles crecieron un poco más y Marcial supo como nadie lo que había debajo de las camas, armarios y vargueños, ocultó a todos un gran secreto: la vida no tenía encanto fuera de la presencia del calesero Melchor. Ni Dios, ni su padre, ni el obispo dorado de las procesiones del Corpus, eran tan importantes como Melchor. Melchor venía de muy lejos. Era nieto de príncipes vencidos. En su reino había elefantes, hipopótamos, tigres y jirafas. Ahí los hombres no trabajaban, como Don Abundio, en

Page 54: Antología Literatura y Contemporaneidad II

habitaciones obscuras, llenas de legajos. Vivían de ser más astutos que los animales. Uno de ellos sacó el gran cocodrilo del lago azul, ensartándolo con una pica oculta en los cuerpos apretados de doce ocas asadas. Melchor sabía canciones fáciles de aprender, porque las palabras no tenían significado y se repetían mucho. Robaba dulces en las cocinas; se escapaba, de noche, por la puerta de los cuadrerizos, y, cierta vez, había apedreado a los de la guardia civil, desapareciendo luego en las sombras de la calle de la Amargura. En días de lluvia, sus botas se ponían a secar junto al fogón de la cocina. Marcial hubiese querido tener pies que llenaran tales botas. La derecha se llamaba Calambín. La izquierda, Calambán. Aquel hombre que dominaba los caballos cerreros con sólo encajarles dos dedos en los belfos; aquel señor de terciopelos y espuelas, que lucía chisteras tan altas, sabía también lo fresco que era un suelo de mármol en verano, y ocultaba debajo de los muebles una fruta o un pastel arrebatados a las bandejas destinadas al Gran Salón. Marcial y Melchor tenían en común un depósito secreto de grageas y almendras, que llamaban el "Urí, urí, urá", con entendidas carcajadas. Ambos habían explorado la casa de arriba abajo, siendo los únicos en saber que existía un pequeño sótano lleno de frascos holandeses, debajo de las cuadras, y que en desván inútil, encima de los cuartos de criadas, doce mariposas polvorientas acababan de perder las alas en caja de cristales rotos. XI Cuando Marcial adquirió el hábito de romper cosas, olvidó a Melchor para acercarse a los perros. Había varios en la casa. El atigrado grande; el podenco que arrastraba las tetas; el galgo, demasiado viejo para jugar; el lanudo que los demás perseguían en épocas determinadas, y que las camareras tenían que encerrar. Marcial prefería a Canelo porque sacaba zapatos de las habitaciones y desenterraba los rosales del patio. Siempre negro de carbón o cubierto de tierra roja, devoraba la comida de los demás, chillaba sin motivo y ocultaba huesos robados al pie de la fuente. De vez en cuando, también, vaciaba un huevo acabado de poner, arrojando la gallina al aire con brusco palancazo del hocico. Todos daban de patadas al Canelo. Pero Marcial se enfermaba cuando se lo llevaban. Y el perro volvía triunfante, moviendo la cola, después de haber sido abandonado más allá de la Casa de Beneficencia, recobrando un puesto que los demás, con sus habilidades en la caza o desvelos en la guardia, nunca ocuparían. Canelo y Marcial orinaban juntos. A veces escogían la alfombra persa del salón, para dibujar en su lana formas de nubes pardas que se ensanchaban lentamente. Eso costaba castigo de cintarazos. Pero los cintarazos no dolían tanto como creían las personas mayores. Resultaban, en cambio, pretexto admirable para armar concertantes de aullidos, y provocar la compasión de los vecinos. Cuando la bizca del tejadillo calificaba a su padre de "bárbaro", Marcial miraba a Canelo, riendo con los ojos. Lloraban un poco más, para ganarse un bizcocho y todo quedaba olvidado. Ambos comían tierra, se revolcaban al sol, bebían en la fuente de los peces, buscaban sombra y perfume al pie de las albahacas. En horas de calor, los canteros húmedos se llenaban de gente. Ahí estaba la gansa gris, con bolsa colgante entre las patas zambas; el gallo viejo de culo pelado; la lagartija que decía "urí, urá", sacándose del cuello una corbata rosada; el triste jubo nacido en ciudad sin hembras; el ratón que tapiaba su agujero con una semilla de carey. Un día señalaron el perro a Marcial. -¡Guau, guau! -dijo. Hablaba su propio idioma. Había logrado la suprema libertad. Ya quería alcanzar, con sus manos, objetos que estaban fuera del alcance de sus manos.

Page 55: Antología Literatura y Contemporaneidad II

XII Hambre, sed, calor, dolor, frío. Apenas Marcial redujo su percepción a la de estas realidades esenciales, renunció a la luz que ya le era accesoria. Ignoraba su nombre. Retirado el bautismo, con su sal desagradable, no quiso ya el olfato, ni el oído, ni siquiera la vista. Sus manos rozaban formas placenteras. Era un ser totalmente sensible y táctil. El universo le entraba por todos los poros. Entonces cerró los ojos que sólo divisaban gigantes nebulosos y penetró en un cuerpo caliente, húmedo, lleno de tinieblas, que moría. El cuerpo, al sentirlo arrebozado con su propia sustancia, resbaló hacia la vida. Pero ahora el tiempo corrió más pronto, adelgazando sus últimas horas. Los minutos sonaban a glissando de naipes bajo el pulgar de un jugador. Las aves volvieron al huevo en torbellino de plumas. Los peces cuajaron la hueva, dejando una nevada de escamas en el fondo del estanque. Las palmas doblaron las pencas, desapareciendo en la tierra como abanicos cerrados. Los tallos sorbían sus hojas y el suelo tiraba de todo lo que le perteneciera. El trueno retumbaba en los corredores. Crecían pelos en la gamuza de los guantes. Las mantas de lana se destejían, redondeando el vellón de carneros distantes. Los armarios, los vargueños, las camas, los crucifijos, las mesas, las persianas, salieron volando en la noche, buscando sus antiguas raíces al pie de las selvas. Todo lo que tuviera clavos se desmoronaba. Un bergantín, anclado no se sabía dónde, llevó presurosamente a Italia los mármoles del piso y de la fuente. Las panoplias, los herrajes, las llaves, las cazuelas de cobre, los bocados de las cuadras, se derretían, engrosando un río de metal que galerías sin techo canalizaban hacia la tierra. Todo se metamorfoseaba, regresando a la condición primera. El barro volvió al barro, dejando un yermo en lugar de la casa. XIII Cuando los obreros vinieron con el día para proseguir la demolición, encontraron el trabajo acabado. Alguien se había llevado la estatua de Ceres, vendida la víspera a un anticuario. Después de quejarse al Sindicato, los hombres fueron a sentarse en los bancos de un parque municipal. Uno recordó entonces la historia, muy difuminada, de una Marquesa de Capellanías, ahogada, en tarde de mayo, entre las malangas del Almendares. Pero nadie prestaba atención al relato, porque el sol viajaba de oriente a occidente, y las horas que crecen a la derecha de los relojes deben alargarse por la pereza, ya que son las que más seguramente llevan a la muerte

Page 56: Antología Literatura y Contemporaneidad II

AXOLOTL [Cuento. Texto completo.]

Julio Cortázar

Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl. El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L‘Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa. En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao. No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me

Page 57: Antología Literatura y Contemporaneidad II

ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos. Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo. Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales. Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas

Page 58: Antología Literatura y Contemporaneidad II

rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora? Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados. Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.

Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en

mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.

Page 59: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.

Page 60: Antología Literatura y Contemporaneidad II

ALGO MUY GRAVE VA A SUCEDER EN ESTE PUEBLO [Cuento contado: Texto completo.]

Gabriel García Márquez

Nota: En

un congreso

de escritores, al hablar sobre la

diferencia entre

contar un cuento o escribirlo,

García Márquez c

ontó lo que sigue, "Para que

vean después cómo

cambia cuando lo escriba".

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde: -No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo. Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice: -Te apuesto un peso a que no la haces. Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta: -Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo. Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice: -Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto. -¿Y por qué es un tonto? -Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo. Entonces le dice su madre: -No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen. La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:

Page 61: Antología Literatura y Contemporaneidad II

-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado. El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: -Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas. Entonces la vieja responde: -Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras. Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice: -¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo? -¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor! (Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.) -Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor. -Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor. -Sí, pero no tanto calor como ahora. Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz: -Hay un pajarito en la plaza. Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito. -Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan. -Sí, pero nunca a esta hora. Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. -Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy. Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen: -Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos. Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: -Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando: -Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.

Page 62: Antología Literatura y Contemporaneidad II

NO TE RINDAS

Mario Benedetti No te rindas, aún estás a tiempo De alcanzar y comenzar de nuevo, Aceptar tus sombras, Enterrar tus miedos, Liberar el lastre, Retomar el vuelo. No te rindas que la vida es eso, Continuar el viaje, Perseguir tus sueños, Destrabar el tiempo, Correr los escombros, Y destapar el cielo. No te rindas, por favor no cedas, Aunque el frío queme, Aunque el miedo muerda, Aunque el sol se esconda, Y se calle el viento, Aún hay fuego en tu alma Aún hay vida en tus sueños. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo Porque lo has querido y porque te quiero Porque existe el vino y el amor, es cierto. Porque no hay heridas que no cure el tiempo. Abrir las puertas, Quitar los cerrojos, Abandonar las murallas que te protegieron, Vivir la vida y aceptar el reto, Recuperar la risa, Ensayar un canto, Bajar la guardia y extender las manos Desplegar las alas E intentar de nuevo, Celebrar la vida y retomar los cielos. No te rindas, por favor no cedas, Aunque el frío queme, Aunque el miedo muerda, Aunque el sol se ponga y se calle el viento, Aún hay fuego en tu alma, Aún hay vida en tus sueños Porque cada día es un comienzo nuevo, Porque esta es la hora y el mejor momento. Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Page 63: Antología Literatura y Contemporaneidad II

EL ABUELO Mario Vargas Llosa

Cada vez que el viento desprendía una ramita o golpeaba los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, haciendo ruido, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado que era una enorme piedra y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña, encendida hacía rato, y bajo ellas sombras medio deformes que se deslizaban de un lado a otro con las cortinas, lentamente. El viejecito había sido corto de vista desde joven, y también algo sordo, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si la cena había comenzado, o si aquellas sombras movedizas las causaban los árboles más altos. Regresó a su asiento y esperó. La noche anterior había llovido y la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad. Pero los insectos abundaban, y los esfuerzos desesperados de don Eulogio, que agitaba sus manos constantemente en torno del rostro, no conseguían evitarlos: a su barbilla trémula, a su frente, y hasta las cavidades de sus párpados, llegaban cada momento lancetas invisibles a punzarle la carne. El entusiasmo y la excitación que mantuvieron su cuerpo dispuesto y febril durante el día habían decaído y se sentía ahora cansancio y algo de tristeza. Tenía frío, le molestaba la oscuridad del vasto jardín y lo atormentaba la imagen, persistente momento atrás, de alguien, quizá la cocinera o el mayordomo, sorprendiéndolo de pronto en su escondrijo. ―¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?‖. Y vendrían su hijo y su hija política, convencidos de que estaba loco. Sacudido por un temblor nervioso, volvió la cabeza y adivinó entre los bloques de crisantemos, de nardos y de rosales, el diminuto sendero que llegaba a la puerta trasera esquivando el palomar. Se tranquilizó apenas, recordando haber comprobado tres veces que la puerta estaba junta, con el pestillo corrido, y que en unos segundos podía deslizarse hacia la calle sin ser visto. ―¿Si hubiera venido ya?‖, pensó, intranquilo. Porque hubo un instante, a los pocos minutos de haber ingresado cautelosamente a su casa por la entrada casi olvidada de la huerta, en que perdió la noción del tiempo y permaneció como dormido. Solo reaccionó cuando el objeto que ahora acariciaba sin saberlo, se desprendió de sus manos golpeándole el muslo. Pero era imposible. El niño no podía haber cruzado la huerta aún, porque sus pasos lo habrían despertado, o el pequeño, habría distinguido a su abuelo, encogido y durmiendo, justamente al borde del sendero que debía conducirlo a la cocina. Esta reflexión lo animó. El viento soplaba con menos violencia, su cuerpo se adaptaba al ambiente, había dejado de temblar. Tentando entre los bolsillos de su saco, encontró pronto el cuerpo duro y cilíndrico del objeto que había comprado esa tarde en el almacén de la esquina. El viejecito sonrió regocijado en la penumbra, recordando el gesto de sorpresa de la vendedora. El había permanecido muy serio, taconeando con elegancia, agitando levemente y en círculo su largo bastón enchapado en metal, mientras la mujer pasaba frente a sus ojos cirios y velas de

Page 64: Antología Literatura y Contemporaneidad II

sebo de diversos tamaños. ―Esta‖, dijo él, con un ademán rápido que quería significar molestia por el quehacer desagradable que cumplía. La vendedora insistió en envolverla, pero don Eulogio se negó, abandonando la tienda con premura. El resto de la tarde estuvo en el Club, encerrado en el pequeño salón del rocambor donde nunca había nadie. Sin embargo, extremando las precauciones para evitar la solicitud de los mozos, echó llave a la puerta. Luego, cómodamente hundido en el confortable de suave color escarlata, abrió el maletín que traía consigo, y extrajo el precioso paquete. La tenía envuelta en su hermosa bufanda de seda blanca, precisamente la que llevaba puesta la tarde del hallazgo. A la hora más cenicienta del crepúsculo había tomado un taxi, indicando al chofer que circulara despacio por las afueras de la ciudad, corría una deliciosa brisa tibia, y la visión entre grisácea y roja del cielo sería más sorprendente y bella en medio del campo. Mientras el automóvil corría con suavidad por el asfalto, sus ojitos vivaces, única señal ágil en su rostro fláccido, lleno de bolsas, iban deslizándose distraídamente sobre el borde del canal vecino a la carretera, cuando de pronto, casi por intuición, le pareció distinguir un extraño objeto. ―¡Deténgase!‖ -dijo, pero el chofer no le oyó-. ―¡Deténgase! ¡Pare!‖. Cuando el auto se detuvo y en retroceso llegó al montículo de piedras, don Eulogio comprobó que se trataba, efectivamente, de una calavera. Teniéndola entre las manos olvidó la brisa y el paisaje, y estudió minuciosamente, con creciente ansiedad, esa dura forma impenetrable despojada de carne y de piel, sin nariz, sin ojos, sin lengua. Era un poco pequeña y se sintió inclinado a creer que era de un niño. Estaba sucia, polvorienta, y el cráneo pelado tenía una abertura del tamaño de una moneda, con los bordes astillados. El orificio de la nariz era un perfecto triángulo, separado de la boca por un puente delgado y menos amarillo que el mentón. Se entretuvo pasando un dedo por las cuencas vacías, cubriendo el cráneo con la mano en forma de bonete o hundiendo su puño por la cavidad baja, hasta tenerlo apoyado en el interior. Entonces, sacando un nudillo por el triángulo, y otro por la boca a manera de una larga lengueta, imprimía a su mano movimientos sucesivos, y se divertía enormemente imaginando que aquello estaba vivo… Dos días la tuvo oculta en el cajón de la cómoda abultando el maletín de cuero, envuelta cuidadosamente, sin revelar a nadie su hallazgo. La tarde siguiente a la del encuentro permaneció en su habitación, paseando nerviosamente entre los muebles lujosos de sus antepasados. Casi no levantaba la cabeza: se diría que examinaba con devoción profunda los complicados dibujos sangrientos y mágicos del círculo central de la alfombra, pero ni siquiera los veía. Al comienzo estuvo muy preocupado. Pensó que podían ocurrir imprevistas complicaciones de familia, tal vez se reirían de él. Esta idea lo indignó y tuvo angustia y deseo de llorar. A partir de ese instante, el proyecto se apartó solo un momento de su mente: fue cuando de pie ante la ventana, vio el palomar oscuro, lleno de agujeros, y recordó que en una época cercana aquella casita de madera con innumerables puertas no estaba vacía y sin vida, sino habitada de animalitos pardos y blancos que picoteaban con insistencia cruzando la madera de surcos y que a veces revoloteaban sobre los árboles y las flores de la huerta. Pensó con nostalgia en lo débiles y cariñosos que eran: confiadamente venían a posarse en su mano, donde siempre les llevaba algunos granos, y cuando hacía presión entornaban los ojos y los sacudía un débil y brevísimo temblor. Luego no pensó más en ello. Cuando el mayordomo vino a anunciarle que estaba lista la cena, ya lo tenía decidido. Esa noche durmió bien. A la mañana siguiente recordaba haber soñado que una larga fila de grandes hormigas rojas invadía sorpresivamente el palomar, causando desasosiego entre los animalitos, mientras él, en su ventana, advertía la escena por un catalejo. Había imaginado que la limpieza de la calavera sería un acto sencillo y rápido, pero se equivocó. El polvo, lo que había creído polvo y tal vez era excremento por su aliento picante, se mantenía soldado en las paredes internas y brillaba como metal en la parte posterior del cráneo. A medida que la seda blanca de la bufanda se cubría de lamparones grises, sin que fuera visible que disminuía la capa de suciedad, iba creciendo la excitación de don Eulogio. En un momento, indignado, arrojó la calavera, pero antes de que esta dejara de rodar, se había arrepentido y estaba fuera de su asiento, gateando por el suelo hasta alcanzarla y levantarla con precaución. Supuso entonces que la limpieza sería posible utilizando alguna sustancia grasienta. Por teléfono encargó a la cocina una lata de aceite y esperó en la puerta al mozo, arrancándole con violencia la lata de las manos, sin prestar atención a la mirada inquieta con que aquel intentó recorrer la habitación por sobre su hombro. Lleno de zozobra empapó la bufanda en aceite y, al comienzo

Page 65: Antología Literatura y Contemporaneidad II

con suavidad, luego acelerando el ritmo, raspó hasta exasperarse. Comprobó entusiasmado que el remedio era eficaz: una tenue lluvia de polvo cayó a sus pies durante unos minutos, mientras él ni siquiera notaba que se humedecían sus dedos y el borde de sus puños. De pronto, puesto de pie de un brinco, admiró la calavera que sostenía sobre su cabeza, limpia, luciente, inmóvil, con unos puntitos como de sudor sobre la suave superficie de los pómulos. La envolvió de nuevo, amorosamente. Cerró su maletín y salió precipitado del Club. El automóvil que ocupó en la puerta lo dejó a la espalda de su casa. Había anochecido. En la fría penumbra de la calle se detuvo un momento, temeroso de que la puerta estuviera clausurada. Enervado, calmo, estiró su brazo y dio un respingo de felicidad al notar que giraba la manija y que aquella cedía con un corto chirrido. En ese momento escuchó voces en la pérgola. Estaba tan ensimismado, que incluso había olvidado el motivo de ese trajín febril. Las voces, el movimiento fueron tan imprevistos que su corazón parecía una bomba de oxígeno golpeándole el pecho. Su primer impulso fue agacharse, pero lo hizo con torpeza y se resbaló de la piedra, cayendo de bruces. Sintió un dolor agudo en la frente y en un sabor desagradable de tierra mojada en la boca, pero no hizo ningún esfuerzo por incorporarse y continuó allí, medio sepultado en las hierbas, respirando fatigosamente, temblando. En la caída había tenido tiempo para elevar la mano que aprisionaba la calavera de modo que esta se mantuvo en el aire, a escasos centímetros del suelo siempre limpia. La pérgola estaba a cincuenta metros de su escondite, y don Eulogio oía las voces como un delicado murmullo, sin distinguir lo que decían. Se incorporó trabajosamente. Espiando, vio entonces en medio del arco de los grandes manzanos cuyas raíces tocaban el zócalo del corredor, una forma clara y esbelta, y comprendió que era su hijo. Junto a él había otra, más oscura y pequeña, reclinada con cierto abandono. Era la mujer. Pestañeando, frotando sus ojos trató angustiosamente, pero en vano de distinguir al niño. Entonces lo oyó reír: una risa cristalina de niño, espontánea, purísima, que cruzaba el jardín como un animalillo. No esperó más: extrajo la vela de su saco, juntó a tientas ramas, terrones y piedrecitas y trabajó rápidamente hasta asegurar la vela sobre la piedra. Luego con extrema delicadeza para evitar que la vela perdiera el equilibrio, colocó encima la calavera. Presa de gran excitación, uniendo sus pestañas al macizo cuerpo aceitado para verlo mejor, comprobó de nuevo que la medida era justa: por el orificio del cráneo asomaba un puntito blanco como un nardo. No pudo continuar observando. El padre había elevado la voz y, aunque las palabras eran todavía incomprensibles, don Eulogio supo que se dirigía al niño. Hubo en ese momento como un cambio de palabras entre las tres personas: la voz gruesa del padre, cada vez más enérgica, el rumor melodioso de la mujer, los cortos gritos destemplados del nieto. El ruido cesó de pronto. El silencio fue brevísimo: lo interrumpió como una explosión este último. ―Pero conste: hoy acaba el castigo. Dijiste siete días y hoy se acaba. Mañana ya no voy‖. Con las últimas palabras escuchó pasos precipitados, pero casi de inmediato dejó de oírlos. ¿Venía corriendo? Era el momento decisivo. Don Eulogio venció el ahogo que le estrangulaba y concluyó su plan. El primer fósforo dio solo un fugaz hilito azul. El segundo prendió bien. Quemándose las uñas, pero sin sentir dolor, lo mantuvo junto a la calavera, aun segundos después de que la vela estuviera encendida. Dudaba, porque lo que veía no era exactamente la imagen que supuso cuando una llamarada sorpresiva creció entre sus manos con un brusco crujido, como de muchas ramas secas quebradas a la vez, y entonces quedó la calavera iluminada del todo, echando fuego por las cuencas, por el cráneo, por los huesos de la nariz y de la boca. ―Se ha prendido toda‖, exclamó maravillado. Había quedado inmóvil, repitiendo como un disco: ―fue el aceite, fue el aceite‖, estupefacto y embrujado ante el espectáculo medio macabro, medio mágico de la calavera en llamas. Justamente en ese instante escuchó el grito. Fue un grito salvaje, como un alarido de animal herido, que se cortó de golpe. El niño estaba delante de él, en el círculo iluminado por el fuego, con las manos retorcidas frente a su cuerpo y los dedos crispados. Lívido, estremecido de terror, tenía los ojos y la boca muy abiertos y estaba rígido y mudo y rígido, haciendo unos extraños ruidos con la garganta, como roncando. ―Me ha visto, me ha visto‖, se decía don Eulogio, con pánico. Pero al mirarlo supo de inmediato que no lo había visto, que su nieto no podía ver otra cosa que aquel rostro de huesos que llameaba. Sus ojos estaban inmovilizados, con un terror profundo y eterno retratado en ellos, fijamente prendidos al fuego y a aquella forma que se carbonizaba. Don Eulogio vio también que a pesar de tener los pies hundidos como garfios en la tierra, su cuerpo estaba sacudido por convulsiones violentas. Todo había sido simultáneo: la

Page 66: Antología Literatura y Contemporaneidad II

llamarada, el espantoso aullido, la visión de esa figura de pantalón corto súbitamente poseída de espanto. Pensaba entusiasmado que los hechos habían sido incluso más perfectos que su plan, cuando sintió muy cerca voces y pasos que avanzaban y entonces, ya sin cuidarse del ruido, dio media vuelta y a saltos, apartándose del sendero, destrozando con sus pisadas los macizos de crisantemos y rosales que entreveía en su carrera a medida que lo alcanzaban los reflejos de la llama, cruzó el espacio que lo separaba de la puerta. La atravesó junto con el grito de la mujer, salvaje también pero menos puro que el de su nieto. No se detuvo ni volvió la cabeza. En la calle, un viento frío hendió su frente y sus escasos cabellos, pero no lo notó y siguió caminando, despacio, rozando con el hombro el muro de la huerta sonriendo satisfecho, respirando mejor, más tranquilo.

Page 67: Antología Literatura y Contemporaneidad II

¡DILES QUE NO ME MATEN! [Cuento. Texto completo.]

Juan Rulfo

-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad. -No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti. -Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios. -No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá. -Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues. -No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño. -Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles. Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo: -No. Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato. Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir: -Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos? -La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosashaces por mí. Eso es lo que urge. Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba: Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales.

Page 68: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo. Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo: -Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato. Y él contestó: -Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata. "Y me mató un novillo. "Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está. "Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo. "Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban: "-Por ahí andan unos fureños, Juvencio. "Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida." Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos. "Al menos esto -pensó- conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz". Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos. Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.

Page 69: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron. Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran. Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él. Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos. Sus ojos, que se habían apenuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último. Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado. "Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino. Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron. Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo. Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir. Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo: -Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos. Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche. -Mi coronel, aquí está el hombre.

Page 70: Antología Literatura y Contemporaneidad II

Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz: -¿Cuál hombre? -preguntaron. -El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer. -Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima -volvió a decir la voz de allá adentro. -¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? -repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él. -Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco. -Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros. -Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros. -¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió. Entonces la voz de allá adentro cambió de tono: -Ya sé que murió -dijo-. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de carrizos: -Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó. "Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia. "Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca". Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó: -¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo! -¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates...! -¡Llévenselo! -volvió a decir la voz de adentro. -...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!. Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando. En seguida la voz de allá adentro dijo: -Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros. Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía. Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto. -Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron.

Page 71: Antología Literatura y Contemporaneidad II

CHAC MOOL [Cuento. Texto completo] Carlos Fuentes

Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer elchoucrout endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse ―gente conocida‖ en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al viaje. Salimos de Acapulco a la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abrí el cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico derogado de la ciudad de México. Cachos de lotería. El pasaje de ida -¿sólo de ida? Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol. Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómitos y cierto sentimiento natural de respeto por la vida privada de mi difunto amigo. Recordaría -sí, empezaba con eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá sabría, al fin, por qué fue declinado, olvidando sus deberes, por qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni ―Sufragio Efectivo No Reelección‖. Por qué, en fin, fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar los escalafones. ―Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que decidí gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca

Page 72: Antología Literatura y Contemporaneidad II

concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cualquier opinión peyorativa hacia los compañeros; de hecho, librábamos la batalla por aquellos a quienes en la casa discutían por su baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto y aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya compañía cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de los humildes se quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que pudimos pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo todo, nos quedamos a la mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de los que triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas modernizadas -también hay, como barricada de una invasión, una fuente de sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos compañeros, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me reconocían; o no me querían reconocer. A lo sumo -uno o dos- una mano gorda y rápida sobre el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé detrás de los expedientes. Desfilaron en mi memoria los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo, había habido constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? En ocasiones me asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la aventura de juventud debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros secretos. Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos de propina.‖ ―Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me vio salir de Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta; en media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo no fuera mexicano, no adoraría a Cristo y -No, mira, parece evidente. Llegan los españoles y te proponen adorar a un Dios muerto hecho un coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a toda tu vida?... figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba, jaque mate a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder creer en ellos. ―Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena mexicana. Yo colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala o en Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto que busco una réplica razonable del ChacMool desde hace tiempo, y hoy Pepe me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece que barato. Voy a ir el domingo. ―Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente perturbación de las labores. He debido consignarlo al Director, a quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a mis costillas el día entero, todos en torno al agua. Ch...‖ ―Hoy domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el ChacMool en la tienducha que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque. El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga al ídolo

Page 73: Antología Literatura y Contemporaneidad II

para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de la escultura. ―El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero ya está aquí, por el momento en el sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su elemento y condición. Pierde mucho mi ChacMool en la oscuridad del sótano; allí, es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz. El comerciante tenía un foco que iluminaba verticalmente en la escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más amable. Habrá que seguir su ejemplo.‖ ―Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la cocina y se desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me percatara. El ChacMool resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron. Todo esto, en día de labores, me obligó a llegar tarde a la oficina.‖ ―Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el ChacMool, con lama en la base.‖ ―Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en ladrones. Pura imaginación.‖ ―Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy nervioso. Para colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las lluvias se han colado, inundando el sótano.‖ ―El plomero no viene; estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más vale no hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y viene a dar a mi sótano. Los quejidos han cesado: vaya una cosa por otra.‖ ―Secaron el sótano, y el ChacMool está cubierto de lama. Le da un aspecto grotesco, porque toda la masa de la escultura parece padecer de una erisipela verde, salvo los ojos, que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a una casa de apartamentos, y tomar el piso más alto, para evitar estas tragedias acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es muy grande para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la única herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué me daría ver una fuente de sodas con sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la planta baja.‖ ―Fui a raspar el musgo del ChacMool con una espátula. Parecía ser ya parte de la piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el trabajo, seguí con la mano los contornos de la piedra. Cada vez que lo repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta. Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total.‖ ―Los trapos han caído al suelo, increíble. Volví a palpar el ChacMool. Se ha endurecido pero no vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne, al apretar los brazos los siento de goma, siento que algo circula por esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el ChacMool tiene vello en los brazos.‖ ―Esto nunca me había sucedido. Tergiversé los asuntos en la oficina, giré una orden de pago que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme la atención. Quizá me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico, saber si es mi imaginación o delirio o qué, y deshacerme de ese maldito ChacMool.‖ Hasta aquí la escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces vi en formas y memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin embargo, parecía escrita por

Page 74: Antología Literatura y Contemporaneidad II

otra persona. A veces como niño, separando trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato continúa: ―Todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más que lo creído por mí. Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o estar, si un bromista pinta el agua de rojo... Real bocanada de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un espejo de circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real cuando se le aprisiona en el rumor de un caracol marino. Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy; era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un día llegará, recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra realidad: sabíamos que estaba allí, mostrenca; ahora nos sacude para hacerse viva y presente. Pensé, nuevamente, que era pura imaginación: el ChacMool, blando y elegante, había cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un dios, por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que antes, con la sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones en la noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el propio. Sí, se escuchaban pasos en la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí dormir. Cuando volvía a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara, hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crueles y amarillas. ―Casi sin aliento, encendí la luz. ―Allí estaba ChacMool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga encarnada. Me paralizaron los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de la nariz triangular. Los dientes inferiores mordían el labio superior, inmóviles; sólo el brillo del casuelón cuadrado sobre la cabeza anormalmente voluminosa, delataba vida. ChacMool avanzó hacia mi cama; entonces empezó a llover.‖ Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría, con una recriminación pública del Director y rumores de locura y hasta de robo. Esto no lo creí. Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole al Oficial Mayor si el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe qué explicación darme a mí mismo; pensé que las lluvias excepcionalmente fuertes, de ese verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna depresión moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes siguientes son de fines de septiembre: ―ChacMool puede ser simpático cuando quiere, ‗...un gluglú de agua embelesada‘... Sabe historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias ecuatoriales y el castigo de los desiertos; cada planta arranca de su paternidad mítica: el sauce es su hija descarriada, los lotos, sus niños mimados; su suegra, el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana de esa carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez. Con risa estridente, ChacMool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro y en la tempestad, naturalmente; otra cosa es su piedra, y haberla arrancado del escondite maya en el que yacía es artificial y cruel. Creo que ChacMool nunca lo perdonará. Él sabe de la inminencia del hecho estético. ―He debido proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el mercader, al creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tlaloc1, y cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a dormir al sótano; desde ayer, lo hace en mi cama.‖

Page 75: Antología Literatura y Contemporaneidad II

―Hoy empezó la temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo, comencé a oír los mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos terribles. Subí; entreabrí la puerta de la recámara: ChacMool estaba rompiendo las lámparas, los muebles; al verme, saltó hacia la puerta con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño. Luego bajó, jadeante, y pidió agua; todo el día tiene corriendo los grifos, no queda un centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido que no empape más la sala2.‖ ―El Chac inundó hoy la sala. Exasperado, le dije que lo iba a devolver al mercado de la Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente distinta a cualquier risa de hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con ese brazo cargado de pesados brazaletes. Debo reconocerlo: soy su prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a ChacMool, como se domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad infantil; pero la niñez -¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y yo no me he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata cuando empieza a brotarle musgo verde. El ChacMool está acostumbrado a que se le obedezca, desde siempre y para siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo doblegarme ante él. Mientras no llueva -¿y su poder mágico?- vivirá colérico e irritable.‖ ―Hoy decidí que en las noches ChacMool sale de la casa. Siempre, al oscurecer, canta una tonada chirriona y antigua, más vieja que el canto mismo. Luego cesa. Toqué varias veces a su puerta, y como no me contestó, me atreví a entrar. No había vuelto a ver la recámara desde el día en que la estatua trató de atacarme: está en ruinas, y allí se concentra ese olor a incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos: huesos de perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el ChacMool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.‖ ―Febrero, seco. ChacMool vigila cada paso mío; me ha obligado a telefonear a una fonda para que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el dinero sustraído de la oficina ya se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero ChacMool ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aquí; todos los días hago diez o doce viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que si intento huir me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es que estoy al tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo acostarme a las ocho. Ya debería estar acostumbrado al ChacMool, pero hace poco, en la oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las escamas de su piel renovada y quise gritar.‖ ―Si no llueve pronto, el ChacMool va a convertirse otra vez en piedra. He notado sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo inerme, por más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él una especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; ChacMool acaricia la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones. Incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme.‖ ―Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco; veremos qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de ChacMool; sí, se avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, nadar y recuperar fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo ChacMool: a ver cuánto dura sin mis baldes de agua.‖ Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato; dormí hasta Cuernavaca.

Page 76: Antología Literatura y Contemporaneidad II

De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a las nueve de la noche, llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro a casa de Filiberto, y después de allí ordenar el entierro. Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido. -Perdone... no sabía que Filiberto hubiera... -No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.

Y LA LISTA DE AUTORES CONTINÚA…

Page 77: Antología Literatura y Contemporaneidad II