añoranzas de una sociedad hidalga en tipacoque · este concepto de la hacienda como una...

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1 Añoranzas de una sociedad hidalga en Tipacoque: Estampas de provincia de Eduardo Caballero Calderón Ricardo Visbal Sierra Universidad de La Sabana I. Tipacoque: la casa solariega como motivo creador de Eduardo Caballero Calderón Al leer la obra de un escritor tan prolífico como Eduardo Caballero Calderón, se percibe un compromiso social en el sentido histórico y social del mundo hispanoamericano en sus ensayos, de la responsabilidad política en sus novelas sobre la violencia colombiana de mediados del siglo XX y, desde una perspectiva personal sus añoranzas por la “tierrita” con sus obras sobre la casa solariega o se podría decir, de la hacienda de Tipacoque, donde describe no solo sus recuerdos de infancia, por este motivo, a partir de la autobiografía familiar, hace una preciosista descripción de los campos de Santander y Boyacá, sin dejar de mostrar, a partir de una analítica observación antropológica sobre las tradiciones, las costumbres y los modos de vida de las personas que habitan en las estribaciones del río Chicamocha. Tipacoque pervive en la obra de Eduardo Caballero Calderón como un lugar de reminiscencias, una casa solariega que ha sobrevivido todos los cambios históricos de esta región desde la conquista, pasando por la colonia donde comienza a ensancharse el sentido mismo de este lugar ampliándolo hasta convertirse en un símbolo del poder del encomendero real, de un representante de la corona española en los Andes colombianos. Luego vendrá el periodo republicano, donde sus ancestros se sitúan al lado del liberalismo, pero esta posición política será importante para demostrar su poder regional de la familia,

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Añoranzas de una sociedad hidalga en Tipacoque: Estampas de

provincia de Eduardo Caballero Calderón

Ricardo Visbal Sierra

Universidad de La Sabana

I. Tipacoque: la casa solariega como motivo creador de Eduardo Caballero Calderón

Al leer la obra de un escritor tan prolífico como Eduardo Caballero Calderón, se percibe un

compromiso social en el sentido histórico y social del mundo hispanoamericano en sus

ensayos, de la responsabilidad política en sus novelas sobre la violencia colombiana de

mediados del siglo XX y, desde una perspectiva personal sus añoranzas por la “tierrita” con

sus obras sobre la casa solariega o se podría decir, de la hacienda de Tipacoque, donde

describe no solo sus recuerdos de infancia, por este motivo, a partir de la autobiografía

familiar, hace una preciosista descripción de los campos de Santander y Boyacá, sin dejar

de mostrar, a partir de una analítica observación antropológica sobre las tradiciones, las

costumbres y los modos de vida de las personas que habitan en las estribaciones del río

Chicamocha.

Tipacoque pervive en la obra de Eduardo Caballero Calderón como un lugar de

reminiscencias, una casa solariega que ha sobrevivido todos los cambios históricos de esta

región desde la conquista, pasando por la colonia donde comienza a ensancharse el sentido

mismo de este lugar ampliándolo hasta convertirse en un símbolo del poder del

encomendero real, de un representante de la corona española en los Andes colombianos.

Luego vendrá el periodo republicano, donde sus ancestros se sitúan al lado del liberalismo,

pero esta posición política será importante para demostrar su poder regional de la familia,

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que al avanzar el siglo XX, pierde su poder de influencia en la zona, pero con ayuda del

mismo escritor, se convierte en municipio en 1969.

Este concepto de la hacienda como una representación del poder familiar se percibe en toda

la obra novelística y cronística de Eduardo Caballero Calderón, de este modo, María

Mercedes Ortiz en su análisis titulado Un pueblo condenado. El campesinado indígena y la

construcción de la nación en Siervo sin tierra, observa que:

La hacienda domina la región de las vegas del Chicamocha y

la vida de todos los habitantes en las esferas económicas,

políticas y culturales. Su monopolio del poder se base en la

propiedad de la tierra, propiedad cuya historia se remonta en

muchos casos, al periodo colonial cuando los grupos muiscas

fueron desposeídos de sus tierras por españoles, el control del

agua, y de los productos que los campesinos pueden sembrar

(Ortiz, 143).

En la obra de Caballero Calderón, Tipacoque, la hacienda familiar es un motivo conductor

de su inspiración literaria pero no se puede considerar que las cuatro obras inspiradas en

este lugar de la Cordillera Oriental sean de carácter pintoresco o de cuadro de costumbres,

pues estas composiciones de tipo autobiográfico familiar, describen de una forma

antropológica las costumbres de los lugareños, pero a la vez, se puede percibir el lento

avance de la decadencia de una clase social elevada, la cual pierde a lo largo de la

transformación social del siglo XX, el poder económico, la influencia política y sobre todo,

el poder económico, por este motivo, estas memorias son los recuerdos, las reminiscencias

de un pasado representado en una casa colonial.

En cierto sentido, la casona familiar es uno de los temas conductores de Eduardo Caballero

Calderón, pues la tierra de sus ancestros fue un motivo de inspiración constante en la

extensa obra de este escritor, por esta razón, Álvaro Castillo en su presentación del catálogo

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De ayer a hoy. Año Caballero Calderón 1910-2010 de la Biblioteca Nacional de Colombia

en la conmemoración de los cien años del nacimiento de este escritor, comenta que:

Tipacoque, a diferencia de Comala, de Juan Rulfo; del

Macondo, de Gabriel García Márquez; de la Santa María, de

Juan Carlos Onetti, o de El Lejero de Evelio José Rosero, es

un lugar en el mapa de Colombia al cual se puede llegar.

Último pueblo del norte de Boyacá, linda con Capitanejo (en

Santander), en el cañón del río Chicamocha. Su nombre es

una deformación de la palabra muisca “Zipacoque”, que

quiere decir “dependencia del Zipa”. Era el único pueblo

liberal del norte de Boyacá y dependía, administrativamente,

de Soatá, uno conservador (Castillo, 24).

En cierto sentido, la obra de este escritor es una breve descripción de la historia de

Colombia, sobre todo, del centro del país ya que relata desde una perspectiva regional el

recorrido de una nación y sus diferentes etapas cronológicas, por eso, no puede dejarse de

lado la herencia indígena, en este caso, chibcha o muisca, el legado español, como los

logros republicanos como la independencia, así como, la violencia generada por los

partidos tradicionales, tanto liberal como conservador, a durante el siglo XIX y, sobre todo,

a mediados del siglo XX. Por último, se encuentra la perspectiva de futuro, de progreso y

también de la búsqueda de la tolerancia ideológica.

La casa de los ancestros de Caballero Calderón fue la inspiración de cuatro obras en

momentos diferentes de la vida del escritor. La primera de ellas fue Tipacoque. Estampas

de provincia de 1941, cuyo motivo central es mostrar esta región boyacense y sus

pobladores, pero no desde una visión pictórica, sino a partir de una autobiografía. Luego se

publica Diario de Tipacoque en 1950, donde aparece la famosa fotografía de Siervo Joya,

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protagonista de una de las novelas más populares de este autor. Este texto parece ser más

un estudio antropológico de la sociedad rural andina, pero a la vez, ya se percibe el sentido

del cambio histórico, porque el mismo escritor observa la influencia del progreso y los

cambios de vida que se perciben en este pequeño mundo.

En Diario de Tipacoque el mismo escritor anota que gran parte de esta obra es una

reflexión sobre la tierra de sus ancestros y por esto considera que “es un libro sin trama, en

que no pasa nada. No es historia, ni ensayo, ni novela, cuando ha debido ser una de estas

tres cosas para ceñirse al arte clásico de la narración, que se mide, pesa y descuartiza en los

manuales de preceptiva literaria” (Diario de Tipacoque, 9). En general, las obras dedicadas

al terruño del escritor colombiano, se percibe la herencia de los cuadros de costumbres del

siglo XIX, aunque a diferencia de estos últimos, la obra es un retrato cronístico de tipo

periodístico, con una amplia visión antropológica.

La serie cronística sobre la hacienda de los Calderones tiene que esperar más de veinte años

hasta que en 1971 sale a la luz Yo, el Alcalde. (Soñar con un pueblo para después

gobernarlo), en esta obra se inspiró en la necesidad de gobernar bien los pueblos de

Colombia para que se mejorase la calidad de vida de los habitantes de las zonas rurales del

país y se evitara de este modo la emigración a las grandes ciudades. No se puede dejar de

anotar que Tipacoque se convirtió en municipio en 1969 y el autor “no fue solo su primer

alcalde, sino su inspirador” (Castillo, 45).

Finalmente, el último libro de memorias de la hacienda es De ayer a hoy. Tipacoque

editado en 1979, donde percibe los grandes cambios sociales, culturales como económicos

del país y como han influido en una región tan apartada de la geografía, en este último libro

se percibe, de cierto modo, la ruptura generacional, por esto plantea la necesidad de

mantener la idea de la identidad regional frente a la rápida expansión de otros modos de ver

la vida, dejando de lado las raíces tradicionales por nuevas modas, las cuales eliminan o, lo

que es peor, perciben como atrasado las costumbres centenarias.

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Si bien, Tipacoque es un tema frecuente en la obra de Caballero Calderón, además de

escribir cuatro crónicas sobre este lugar, no se pueden dejar de lado obras tan vitales de la

novela de la violencia como El Cristo de espaldas de 1952, Siervo sin tierra de 1954 y

Caín de 1968. En este sentido, gran parte de la novelística de este autor está inspirada en el

lugar de sus antepasados y por esta razón, Beatriz Calderón Holguín, en su libro Papá y yo

desarrolla una breve síntesis de la creación de este interesante escritor, donde los motivos

conductores surgen de esta región del Chicamocha:

La tragedia del campesino, la destrucción de la naturaleza, el

horror por la ciudad, la corrupción de lo político, el odio entre

hermanos, la pérdida de la espiritualidad son los temas que

Caballero Calderón trata a lo largo de sus libros, en los

relatos, en los ensayos, en las novelas y en los periódicos una

y otra vez, obstinadamente, obsesivamente, que en el fondo

no es sino un solo tema: su tierra (Caballero, Beatriz; 108).

II. Tipacoque y el sentido de la hidalguía

La hidalguía en las crónicas históricas o autobiográficas sobre la casa solariega de

Tipacoque está presente en las diversas obras de Caballero Calderón. No se puede dejar de

pensar que es él mismo se siente heredero de los conquistadores españoles que llegaron a

América, en este caso a la Nueva Granada y se instalaron en la región Andina, una de las

zonas donde la colonización española tuvo mayor presencia desde el siglo XVI. De este

legado, el mismo escritor se hace eco en su relato de viajes Ancha es Castilla donde

exclama haber retornado a la tierra de sus ancestros, por eso describe con profunda

emoción: “Al entrar a España por la raya de Portugal, cuando venía de Colombia, me asaltó

una emoción tan honda que no puedo menos de concretarla en palabras. No tuve la

impresión de llegar, sino la de volver” (Ancha es Castilla, 13).

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Eduardo Caballero Calderón en Tipacoque. Estampas de provincia comienza su obra con la

memoria de sus antepasados, de aquellos quienes fueron los dueños de la tierra, de la casa

solariega, de aquellos españoles segundones que llegaron a la Nueva Granada a buscar una

nueva oportunidad de vida. Luego de esta memoria familiar, empieza a describir a los

personajes más particulares de la hacienda y sus alrededores, tales como su comadre Santos

a una mujer a la que el autor considera que “ha existido siempre. Sería imposible

determinar su edad, que ella misma, como el Padre Eterno, no sabe cuándo comienza”

(Tipacoque. Estampas de provincia, 71).

Además, nos muestra aquella sociedad rural que perduró con las tradiciones coloniales

hasta mediados del siglo XX, por esto, se no deja de anotar las relaciones sociales entre los

patrones y los aparceros, entre los señores y la jerarquía eclesiástica, de los dueños del

poder político y los seguidores apasionados del Partido Liberal, ya que los de la casa

señorial son caciques deciden sobre la ideología de los habitantes de esta región. Por esta

razón, “los hacendados están directamente ligados al poder político, y apoyan a uno u otro

partido, obligando a los campesinos de sus haciendas a votar por quien ellos les ordenen”

(Ortiz, 144).

Aún con la ideología liberal1, Eduardo Caballero Calderón se siente muy ligado a sus

ancestros españoles y desarrolla esta perspectiva de la hidalguía de un caballero en un país

republicano a partir de la casa solariega que ha heredado a lo largo del tiempo, en

Tipacoque, en las estribaciones de la Cordillera Oriental. Este lugar es la representación

clara sobre los orígenes del linaje de este escritor, por eso no duda en escribir su

pertenencia a España y a la tierra del cañón del Chicamocha, desde el instante que sus

antepasados tomaron la tierra a los frailes dominicos:

De los frailes pasó la propiedad, en 1580, a mano de la

familia. Fue, desde entonces, la casa de los Tejadas. Allí 1 El padre de Eduardo Caballero Calderón fue el famoso general Lucas Caballero, quien lideró los ejércitos liberales en la Guerra de los Mil Días.

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nacieron y murieron por espacio de cuatro siglos, hasta mi

abuela, y aun cuando a comienzos de la Independencia

muchos de ellos se establecieron en Bogotá, la hacienda

siguió en sus manos, hasta la muerte de mi abuela, hasta mí,

pese a que en hora mala la tierra se ha ido parcelando y

vendiendo. Del inmenso fundo apenas queda la casa con unos

cuantos tablones de caña y las lomas bravas y estériles

sembradas de cactus y de recuerdos. Hay en esas escrituras

rúbricas y sellos de todas las épocas, testamentos de cuatro

siglos, firmas de tejadas autenticadas por funcionarios de Su

Majestad Carlos V, o del sombrío Felipe II, o del liberal

Carlos III; por notarios de la Corona, del virreinato, de la

Patria Boba, del Estado Soberano de Boyacá, de la Nueva

Granada, de la república de Colombia (Tipacoque. Estampas

de provincia, 26).

La casa es la representatividad física de un mundo colonial, de un mundo que pervivió a

principios de la república luego de la independencia de España, de esa sociedad que quedó

aislada por los avatares políticos y sociales de todo el siglo XIX, pero que no resistió el

avance de las luchas partidistas entre liberales y conservadores, que trastocaron por medio

de la violencia lo valores tradicionales heredados debido a la emigración obligada de los

pobladores por la situación crítica de violencia a mediados del siglo XX. A esto se le

agrega algunos factores del denominado progreso, como las comunicaciones por medio de

una sencilla carretera que unirá la región con Bogotá.

El mundo colonial que conoció Caballero Calderón en su infancia comienza a decaer

lentamente a lo largo del siglo XX, pero pareciese que este nuevo espacio vital que surge en

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Colombia durante el novecientos, necesitase olvidar esas cuestiones jerárquicas que tanto

atrasaron la igualdad social en el país. En cierto sentido, el escritor parece alejarse de esta

necesidad y mira a los tipacoques como un padre miraría a sus hijos, es decir, en su obra

todavía se presiente el legado del encomendero que debe proteger a los pobladores de la

región y debe administrar en algún modo la justicia, como representante de la corona en las

tierras del Nuevo Mundo.

El sentido parternalista es un elemento clave para entender la obra cronística de Caballero

Calderón, pues por medio de esa mirada condescendiente con los tipacoques, nos muestra

un claro vestigio de la hidalguía, pues al describir a los pobladores de esta región

boyacense, nos hace caer en la cuenta de su superioridad jerárquica y, que su familia ha

regido los dominios territoriales y las gentes por más de tres siglos, por este motivo, parece

difícil comprender de todo esa conmiseración con sus paisanos, como en la descripción de

la comadre Santos:

Si me he detenido más tiempo del que debiera en la pintura

minuciosa de este ser humilde, arrancado del taller oscuro y

anónimo de una región casi desconocida para los

colombianos, es porque Santos representa un extraordinario

arquetipo humano. Su prestigio entre los indios de Tipacoque,

por quienes yo tengo un inmenso cariño, como si fueran míos,

y en esto me parece que hay algo del sentimiento con que mi

abuela los miraba, eso se debe a la bondad de su naturaleza, a

la agudeza instintiva de su inteligencia, a su rústico don de

mando. Ella fue la única de los tipacoques que no quiso,

cuando vino la era democrática de la parcelación, comprar su

pedazo de tierra. Que la permitan trabajar su arriendo

centenario, la tierra sea de los patrones, y Dios sobre todos; es

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su rudimentario raciocinio. Es un fenómeno de bondad, pues

no conoce la envidia (Tipacoque. Estampas de provincia, 78).

Esto nos recuerda un mundo colonial que alcanzó a perdurar en Colombia hasta el siglo XX

y que Caballero Calderón hace recordar en Tipacoque. Estampas de provincia a cada

momento, pues parte de ese sentido paternalista, se hace sentir concomitante con la

ideología que deben seguir los pobladores de esta zona. De este modo, también la adhesión

a una corriente partidista está en manos del patrón, más reconocido como el amo, quien

dirige la vida de los pobladores de la zona y, quien tiene la facultad de guiar la facción

política, de acuerdo a sus criterios y convicciones; en el caso de la familia del escritor, se

hacía militancia por el liberalismo. De este modo, el autor no duda en describir esta

potestad de seguir a un gobierno o rebelarse contra él, por este motivo escribe (sobre todo,

recordando a sus antepasados del siglo XIX): “todo ese tiempo Tipacoque fue un nido

revolucionario, en el que mis tíos calderones organizaban guerrillas que tenían prendido

todo el cañón del Chicamocha, desde los páramos de Guantiva en Boyacá, hasta Málaga y

Bucaramanga en Santander” (Tipacoque. Estampas de provincia, 276).

Si en la obra se percibe una fuerte dependencia política de las gentes frente a los amos de la

hacienda, será más evidente en la administración de la justicia, un poder efectivo frente a la

ausencia del estado en esta región y por este motivo, María Victoria Uribe Alarcón en su

ensayo El modelo chulavitas vs. Tipacoques en Colombia observa que “la presencia veredal

estaba íntimamente ligada a la identidad espacial y las fronteras entre veredas liberales y

conservadores estaban bien definidas por los habitantes de unas y otras; en ocasiones estas

divisiones eran naturales, conformadas por el cauce de un río o por profundas cañadas,

como es el caso de chulavitas y tipacoques separados por el cauce del río Chicamocha”

(Uribe Alarcón, 216-217).

Pero la justicia va más allá del partidismo, pues aunque la familia de Caballero Calderón

sea liberal y de acuerdo con los principios de este partido, el deseo de erradicar la herencia

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española en Colombia, la familia del escritor -tal como lo describe en esta obra- se siente

muy ligada a la península; por esta razón, continúan con la administración del orden

público, de la justicia y de la misma economía. El respeto de las formas heredadas de sus

ancestros se presiente cuando el mismo amo de la casa regula la convivencia de los

habitantes, hace de juez y parte cuando los vecinos tienen conflictos como el del uso del

agua; también castiga cuando alguno de los tipacoques se comporta de manera indebida o,

realiza hurtos, golpizas y en general “se castigaba a los delincuentes, en la imposibilidad de

mandarlos a la capital del departamento. Los pleitos entre medianeros y vecinos por

servidumbres de agua, se dirimían en la casa” (Tipacoque. Estampas de provincia, 40).

De este modo, en la misma casa señorial se impartía la justicia porque la zona estaba

alejada de la administración departamental como nacional. Además, todavía pervivía a

principios del siglo XX, los impuestos heredados del régimen español, cuando los

encomenderos tenían el derecho a reclamar una parte de lo producido por los campesinos e

indígenas que habitaban en las tierras del señor de la hacienda, por esta razón, “a cada

estanciero se le imponía el tributo de la ‘alfaquía’; o sea que de cada diez animales se le

quitaba uno para el patrón, contando los cerdos, las gallinas, las cabras y el ganado”

(Tipacoque. Estampas de provincia, 41).

III. Conclusión

Tipacoque. Estampas de provincia de Eduardo Caballero Calderón parece una sencilla

recopilación de recuerdos de la casa solariega de su familia, con descripciones de los

paisajes boyacenses como santandereanos, con la descripción física como psicológica de

los habitantes de las estribaciones del Chicamocha, pero esta obra no cumple del todo con

la visión del cuadro de costumbres, debido al interés del escritor en dar una nueva

perspectiva a esta crónica, en donde el lugar, el espacio vital es la remembranza de la

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historia de un zona en las montañas andinas, sino de todo un país, con sus pequeñeces, sus

peculiaridades y en si de la dignidad de un mundo colonial que persiste y resiste en morir.

El escritor es un intelectual y percibe esta forma de vida como un recuerdo de un pasado de

un hidalgo español, de un cristiano viejo, pero al observar sus estructuras, sus jerarquías

heredadas, advierte sobre el lento pero efectivo paso del tiempo, el cual va a transformar

esta visión de vida, que él admira por su calidez, por su sencillez, sus tradiciones y en cierto

sentido Caballero Calderón al describir la violencia política como un rezago de las luchas

partidistas del siglo XIX, será la verdadera causante del ocaso de este tipo de sociedad rural

de los campos de Cundinamarca, Boyacá y Santander.

Es un libro de memorias, pues Tipacoque. Estampas de provincia, es la primera obra

cronística de esta región boyacense, la cual Eduardo Caballero Calderón se siente no solo

como heredero natural de estas tierras, sino como un miembro más de la comunidad, por

esta razón, su obra se percibe el rasgo melancólico de un mundo el cual va a cambiar y él

va a ser partícipe de su transformación, pues de la hacienda familiar, Tipacoque se

convertirá en municipio, lo cual ayudará a mantener el puente entre el pasado y el presente.

Finalmente, es importante anotar la poca bibliografía que se encuentra sobre la obra

cronística de Eduardo Caballero Calderón, uno de los grandes escritores colombianos del

siglo XX. En este sentido, de pronto, por la visión más cosmopolita de la literatura nacional

de hoy, olvida y deja rezagados los estudios sobre la problemática rural y del campesinado

de los Andes colombianos.

Bibliografía

1. Obras de estudio de Eduardo Caballero Calderón

1.1. Sobre Tipacoque

12

Tipacoque. Estampas de provincia. Bogotá: Talleres Gráficos Mundo al Día, 1941.

Diario de Tipacoque. Bogotá: Editorial ABC, 1950.

Yo, el Alcalde (Soñar un pueblo para después gobernarlo). Bogotá: Talleres Gráficos del

Banco de la República, 1971.

De ayer a hoy. Tipacoque. Bogotá: Panamericana Editorial, 2010.

1.2. Otras obras

Ancha es Castilla. Bogotá: Procultura - El Áncora Editores, 1992.

Siervo sin tierra. Medellín: Editorial Bedout, 1974.

2. Artículos, libros y documentos sobre Caballero Calderón

Caballero, Beatriz. Papá y yo. Eduardo Caballero Calderón. Bogotá, Taurus, 2008.

Castillo, Álvaro. “Eduardo Caballero Calderón. De ayer a hoy 1910-2010”. En: De ayer a

hoy. Año Eduardo Caballero Calderón 1910-2010. Bogotá: Biblioteca Nacional, 2010, pp.

17-45.

Kirsner, Robert. “La soledad en la obra de Caballero Calderón”. En: South Atlantic

Bulletin, Vol 40, No. 4 (Nov. 1975), pp. 34-39. Consultado en

www.jstor.org/stable/3199117. 14 de junio de 2012.

Ortiz, María Mercedes. “Un pueblo condenado. El campesinado indígena y la construcción

de la nación en Siervo sin tierra”. En: Eduardo Caballero Calderón (1910-1993). Miradas

sobre su obra. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 2012, pp. 141-152.

13

Porras Collantes, Ernesto. Construcción del carácter en la narrativa de Eduardo Caballero

Calderón. Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1977.

Tamayo de Serrano, Clara. El paisaje boyacense en el arte y la literatura. Tunja: Academia

Boyacense de Historia, 2007.

Uribe Alarcón, María Victoria. “El modelo chulavitas vs. tipacoques en Colombia”. En:

Las guerras civiles desde 1830 y su proyección en el siglo XX. Memorias de la II Cátedra

Anual de Historia ‘Ernesto Restrepo Tirado’. 2ed. Bogotá: Museo Nacional de Colombia,

2001, pp. 209-221.