para un cristiano la respuesta a todos los males, injusticias y sufrimientos, no está en la...

Post on 11-Jan-2015

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Para un cristiano la respuesta a todos los males, injusticias

y sufrimientos, no está en la reencarnación, creer

eso, sería negar los méritos

salvíficos de nuestro Señor en la cruz porque Dios amó tanto al

mundo que envió a Su único Hijo

para que todo el que crea en Él

tenga vida eterna.

La respuesta está en las bienaventuranzas

que glorifican ya en esta vida, a los que viven como Jesús

nos enseñó: pobres de corazón, justos, misericordiosos, limpios,

etc.

Esa es la meta espiritual, el sendero de la santidad que nos lleva a la fuente del amor mismo y que todos estamos

llamados a seguir.

Quien recorre este sendero de amor

aún en medio de las dificultades,

vislumbra ya en esta vida, la gloria que le espera porque

al confiar en Dios vive en paz y el gozo interior es el premio

a su confianza.

En el monte de Sinaí, Moisés recibe la revelación de Dios ofrecida en la Palabra hecha Ley.

En el monte de la Bienaventuranza, Jesús muestra la nueva ley,

es la teofanía, la nueva revelación de dicha, de gozo, de alegría,

que se puede encontrar en medio de las dificultades y el dolor,

porque el camino está ofrecido desde la perspectiva del amor.

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.

Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

Mateo 5, 1-12

“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” (Mt 5, 3)

La pobreza de Espíritu, más que un concepto social

se refiere a un concepto teológico.

Se refiere a ser desprendidos de lo mucho o poco que

tengamos, a no tener apegos de ningún

tipo, porque no se puede servir

a dos señores.

Es necesario vaciarse para dar lugar

a la gracia divina que nos introduce al Reino de los

Cielos.

“Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.” (Mt 5, 4)

La paciencia o mansedumbre, implica una

gran fortaleza para vencer el mal con el

bien, no porque no existan deseos de imponerse, sino porque la vida está puesta en Dios, que

da a cada uno lo que le corresponde.

Los mansos saben soportar porque ven lo que está más

allá... la tierra que vendrá,

el mundo nuevo que empieza acá,

el mundo con el que soñamos

y para eso falta paciencia, mansedumbre.

“Felices los que lloran, porque serán consolados.” (Mt 5, 5)

Todos pasamos por el dolor, pero para los que esperan en

Dios el sufrimiento se torna

redentor, porque es Cristo quien sufre

con ellos para luego llenarlos con la luz gloriosa de la nueva

vida que trae alivio, paz, gozo, alegría

y la capacidad de acompañar a otros que sufren.

“Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.” (Mt 5, 6)

La justicia de la que aquí se habla, tiene que ver en la

relación con Dios, con los demás

y con lo creado, que debería tener un orden, pero el

pecado ha destruido las relaciones.

Sólo el amor comprometido, entregado, que se expresa en sacrificio, pone las cosas

en su lugar, porque lo ordena todo

desde adentro hacia afuera.

“Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.”

(Mt 5, 7)

Esta bienaventuranza lleva a alegrarse por la

conversión de nuestros hermanos y a

perdonar a los que nos persiguen, deseándoles el

bien de la salvación.

El que ve la misericordia de Jesús ve la misericordia del

Padre y esa misericordia ha de reflejarse en nosotros, si

queremos obtenerla, porque de ella depende

nuestra salvación.

“Felices los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.” (Mt 5, 8)

En el lenguaje de la Sagrada Escritura el corazón indica el centro de la persona, es decir su vida interior y espiritual.

La pureza de corazón se refiere

al culto filial y como consecuencia,

al aborrecimiento del pecado, particularmente el

pecado de lujuria.

Vivir como hijos asegura una visión futura del Padre, que

será mucho más perfecta y clara.

“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados

hijos de Dios.” (Mt 5, 9)

En la literatura rabínica, la expresión hebrea ‘oséh

shalom’, el que hace la paz, se aplica a los que se empeñan en

reconciliar a las personas y a pacificar

los espíritus.

Paz y unidad, van juntos y son casi sinónimos.

Los hijos de Dios han de ser, por lo tanto, pacificadores

y reconciliadores.

“Felices los que son perseguidos por practicar la justicia,

porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.”

“Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos,

y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.”

“Alégrense y regocíjense entonces, porque tendrán una gran recompensa en el cielo.” (Mt 5, 10-12)

La Iglesia nació en medio de persecuciones, y desde

entonces siempre la acompañaron.

Los métodos van cambiando según las épocas porque el

hombre,por ceguera espiritual,

se estanca en lo material, en sus pasiones

desordenadas y por ignorancia, aborrece o

se alejade Dios, fuente de verdadera

felicidad y amor.

Los hijos de Dios ya tienen la vida eterna y todos los dones

del Reino.

Esta situación presente, está abierta a los desarrollos futuros de la gracia divina.

Entrar en el Reino de los Cielos,

es como entrar en la relación filial con el Padre, vivir como

hijo, por lo tanto se actúa imitando al Padre y realizando las obras

de su amado hijo Jesús.

Dios mío, haz que nuestro diario vivir sea acorde

con tus bienaventuranzas, para que empecemos en

esta vida a gozar de la gloria y el consuelo divino que nos

aguarda.

Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo que contigo vive y

reina en unidad del Espíritu

Santo. Amén

Las imágenes son del sitio donde Jesús pronunció las Bienaventuranzas, sendero de amor, y corona de

gloria de todo cristiano.

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