misterio en "el brocense"
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INDICE DE AUTORES
Guillermo Alcántara Avís……………………………2
Álvaro Cantero Acedo………………………………..3
Elena Carballo Martín……………… ………………..5
Irene Carballo Martín…………………………………6
Carlos Miguel Díaz Domínguez……………………. 9
Beatriz Diéguez Gallego……………………………..7
Mario Holgado Fernández…………………………..11
Sara Fernández Insausti…………………………….13
Olga Gómez Llanos…………………………………..14
Pablo Hisado Romano…………………………….....16
Javier Macías González……………………………...17
Juan Francisco Macías Borrella……………………18
Alejandra Martínez Hornero………………………....19
Ana Mena Santano…………………………………….20
Alberto Molano Cortés………………………………..22
Jaime Molero Pino…………………………………….23
Fátima Montes Barroso……………………………....24
Silvia Pérez Pereira…………………………………....26
Alejandro Rino Mendo………………………………...27
Esther Rosado Barbancho…………………………...29
Diego Sobrino Álvarez………………………………...30
Francisco Zurita Montes………………………………31
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EXTRAÑA MUERTE EN EL INSTITUTO
Hace unos años ocurrió algo muy extraño en el instituto I.E.S “El Brocense”, un suceso
rodeado de misterio e incógnitas, y yo estuve allí cuando sucedió todo.
Era un jueves normal en clase, parecía un día cualquiera, uno más, pero no iba a ser así.
Estábamos en clase de gimnasia cuando sonó un ruido fortísimo en el cuarto de material
deportivo. La clase se paró inmediatamente y Matilde, la profesora, me mandó a ver qué
era lo que había sucedido dentro del cuarto, ya que había sido el último en entrar. Al abrir
la puerta ya había algo extraño, la luz estaba encendida y yo al salir la había apagado,
pero la gran sorpresa se escondía tras la segunda puerta, al abrirla me quedé sobrecogido,
en el suelo yacía el cuerpo sin vida de Paloma, profesora de Historia del centro, rodeada
de un gran charco de sangre y un bate de béisbol impregnado de sangre también. Mi
primera reacción fue llamar rápidamente a Matilde, quien nos mandó a todos al aula para
que el resto de la clase no viera lo sucedido. La policía y la ambulancia llegaron enseguida,
pero ya nada se pudo hacer. La autopsia decía que había muerto por desangrarse debido
a un fuerte golpe en la cabeza propinado por un objeto contundente, y que por el ángulo
del golpe y la fuerza con la que se ejecutó era imposible que se lo hubiera propinado ella
misma.
Yo sigo teniendo varias incógnitas en mi cabeza ¿Cómo había entrado en el cuarto si
minutos antes había entrado yo y allí no había nadie, ni tampoco había entrado nadie
detrás de mí? ¿Quién la mató si nadie había entrado ni salido de esa sala durante la
clase? Este caso sigue sin resolverse y de momento tampoco hay ninguna pista para
esclarecerlo, pero sí muchos misterios y enigmas.
Guillermo Alcántara Avís, 2º de Bachillerato F
4
Terror. Todo está oscuro. Veo mi vida delante de mí, incluso momentos que ni siquiera
recordaba. No puedo creer que todo acabe aquí, no es justo. No dejo de ver ese momento,
el que me ha conducido a esta situación. ¿Por qué tuvimos que entrar?
Aquella tarde del mes de diciembre fue cuando todo empezó. Había quedado con Lucía en
la puerta de mi casa para ir al cine con todos los compañeros del equipo de fútbol. Nos
habíamos puesto en camino e íbamos turnándonos en nuestro gran juego de contar
chistes malos con el que podíamos pasarnos horas y horas riéndonos a carcajadas.
Estábamos pasando por El Brocense cuando, dentro, oímos un ruido muy extraño, como
de una persona gritando, pero no estábamos seguros. Lucía tenía miedo. Yo le dije que
entráramos por si alguien se había hecho daño. La puerta estaba abierta. Una vez dentro
registramos todo el instituto, buscando la procedencia de aquel sonido, grito o lo que fuera,
pero no encontramos nada por ninguna parte.
Ya llegábamos tarde al cine así que, como no habíamos encontrado nada nos
encaminamos a la salida, pero la puerta estaba cerrada y no había ninguna posibilidad de
salir a menos que fuera saltando. En ese momento me di cuenta de que Lucía había
desaparecido sin dejar rastro ¿qué estaba pasando?
Empecé a gritar como loco, buscándola por todos lados: secretaría, los departamentos, el
gimnasio, audiovisuales… Cuando, de repente, ese ruido de nuevo. Seguro que le había
pasado algo. Sólo me quedaba por mirar en la biblioteca, por lo que fui directo hacia allí.
Era ya completamente de noche y no veía nada. Lo poco que iluminaba mi móvil fue
suficiente para darme cuenta de aquella enorme mancha roja. Seguí el rastro que dejaba,
temiéndome ya lo peor. Al final del sendero escarlata olía muy mal. Apunté a esa zona con
el móvil y no me lo podía creer. Estaba horrorizado. Me entraron náuseas y no pude
aguantarlo. Las moscas e insectos volaban y reptaban por una cabeza, bañada en algo
que olía como a alcohol, para que se conservase más tiempo, imagino, y estaba clavada
en una pica. Imposible. Había visto a ese muchacho esa misma mañana. Me lo había
cruzado varias veces en el pasillo durante los cambios de clase. Y ahora sólo quedaba de
él una cabeza.
No podía permitir que hicieran eso mismo con Lucía. Pero yo tenía mucho miedo. Me
temblaban las rodillas como nunca antes lo habían hecho. Ya no me atrevía a entrar en la
biblioteca, así que llamé a la policía, pero el móvil se había quedado sin batería. No tuve
más remedio que echarle todo el valor del que disponía para intentar salvar a Lucía.
Abrí la puerta poco a poco para que no hiciera ruido y, justo en ese momento, dentro, el
grito de una chica, su último grito, hizo que la adrenalina recorriera todo mi cuerpo.
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Entré y fui directo a las estanterías, para buscarla. Cuando atravesé el primer pasillo pasé
rápidamente al siguiente y, cuando iba por la mitad, algo golpeó la mesa. Las luces de la
sala se encendieron entonces, y vi que lo que había golpeado la mesa había sido la
cabeza de Lucía. No pude soportarlo más y todo se desvaneció.
Todo está oscuro. Hace mucho frío. Tengo una sensación extraña. ¿Dónde estoy? Estoy
atado. No puedo moverme. Me palpo las manos y me doy cuenta de que me faltan dos
dedos. Un torrente de recuerdos vuelve a mi mente y el miedo vuelve a recorrer mi cuerpo.
¿Qué he hecho? Hay una cabeza en el jardín, la de Lucía está rodando por la biblioteca,
me faltan dos dedos…
Súbitamente algo frío roza mi cuello y siento un hilillo húmedo que se desliza por mi
garganta. Toda mi vida pasa por delante. Un dolor terrible comienza a atenazar mi
garganta e, inesperadamente, todo acabó.
La policía llegó a la mañana siguiente. Un vecino había dado la alarma de que en El
Brocense había gran cantidad de gritos. Nadie podía creerse lo que había pasado, todas
esas muertes, esas mutilaciones... Nadie supo nunca por qué sucedieron. Unos dicen que
fue el fantasma de aquel bedel que se cayó por la ventana, otros dicen que fue un alumno
que se había vuelto loco por todas las burlas y “bromas” que tuvo que soportar, pero son
sólo especulaciones.
Álvaro Cantero Acedo, 2º Bachillerato A
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Abrí los ojos lentamente ante la mirada preocupada de Matilde, la profesora de Educación
Física, y de mis compañeros. Me incorporé al instante descubriendo el charco de sangre
que había dejado mi herida en el suelo tras la caída.
Salí del gimnasio. Era la hora del recreo, por lo que la cafetería de Nino se encontraba en
hora punta, me situé en la alborotada cola para pedir algo dulce que me aliviara de ese
terrible mareo; sin embargo y a pesar de mi insistencia, el encargado del bar no hizo gesto
alguno para atenderme. Aturdida, me acordé de que tenía que sacar un libro de poesía
para examinarme la semana siguiente, por lo que bajé a la biblioteca esquivando a los
alumnos de la E.S.O, que ocupaban desordenadamente las escaleras principales del
instituto. Ninguno se apartó para dejarme paso, supongo que estarían absortos en sus
conversaciones, en las cuales pude oír algo relacionado con un accidente en el gimnasio.
Al llegar a la biblioteca, busqué rápidamente el libro para poder aprovechar los últimos
minutos del descanso. De nuevo me encontraba ante otra cola, esta vez más ordenada,
que hice pacientemente. Al llegar mi turno, Manoli, la responsable de la biblioteca,
tampoco pareció percatarse de mi presencia. Sin duda estaba siendo un día muy extraño.
De repente, el habitual silencio de la biblioteca fue invadido por el insoportable sonido de
una sirena. Salí apresurada al igual que otros curiosos y me acerqué a la puerta
observando un gran bullicio y desorden. A continuación sobresalió de entre la multitud una
camilla, empujada por un sanitario acompañado por Matilde; sus rostros expresaban
auténtico pánico y preocupación. Un médico miraba el reloj apuntando la hora en un
documento. Miré al paciente. De repente descubrí el porqué de la extraña sensación
experimentada en la última hora, por qué había parecido ser invisible e ignorada.
Precipitadamente, subí al baño más cercano y me miré al espejo. No había ningún reflejo.
Entonces comprendí y grité, grité, grité...
Elena Carballo Martín, 2º Bachillerato E
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EL ROBO
Ocho y media de la mañana. La alarma indicaba el comienzo de las clases, era lunes y
todas las caras de los alumnos demostraban fatiga después del fin de semana. Entré por la
puerta principal, y noté algo raro entre el arbusto que se sitúa en mitad de las escaleras,
pero no averigüé qué era. Al entrar en mi clase mis compañeros comentaban lo mismo,
hasta que uno de ellos gritó “¡han robado el busto de El Brocense!”. Nos quedamos
anonadados ante la noticia, que pronto se extendió a los demás alumnos y profesores.
Cuando llegué a casa le pregunté a mi hermana Elena qué pensaba de todo aquello. Al
entrar en su habitación no necesité escuchar su respuesta, quedé asombrada ante lo que
mis ojos contemplaban en ese instante. ¡Estaba viendo el busto que había sido robado! No
podía creer que ella fuese la artífice de tal delito. Me rogó que no dijese nada, y decidí
guardar el secreto haciéndome cómplice.
Al día siguiente, nuestra compañera Alexa nos confesó que sabía la verdad y que nos
delataría. Aterrorizadas ante la amenaza, y tan novatas como éramos en este tipo de
delitos, decidimos hablar con Milagros para culpar a Alexa. Demasiado tarde, ella ya había
declarado en contra nuestra, por lo que nunca más se volvió a ver las hermanas Carballo
en El Brocense.
Irene Carballo Martín, 2º Bachillerato E
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MEMORIAS DE UN MORIBUNDO
Recuerdo el 25 de abril de 2012. Fue el día en el que debí morir. Aquella mañana tuvieron
lugar los sucesos que me trajeron a esta sala de pre cadáveres. Algún día, los pasos que
suenan en el pasillo del hospital me traerán al verdugo que llevo esperando desde aquel
fatídico momento, a la persona que me saque del coma para sumergirme finalmente en el
sueño de la muerte. En contra de lo que esos estúpidos doctores digan, soy
completamente consciente de lo que pasa a mi alrededor, aunque no pueda abrir los ojos
ni articular palabra. Solo puedo esperar mi fin rememorando una y otra vez lo sucedido
aquel día.
Era una calurosa mañana de primavera. Alfonso, el profesor de Filosofía, no había venido,
o al menos eso creíamos. Antes de reunirme con mis compañeros en el parque del Rodeo
fui a la biblioteca a devolver uno de los libros que nos habían mandado leer para Lengua.
La puerta estaba cerrada, por lo que me marché con fastidio al saber que tendría que
volver más tarde, pero al pasar frente a la ventana me percaté de que dentro había gente,
ya que se oía una conversación. Volví y llamé a la puerta con ahínco. Tras esperar unos
largos e irritantes minutos, Raquel, otra profesora de Filosofía, abrió la puerta y salió
presurosa, tanto que ni me vio. Parecía estar muy enojada.
Dentro estaba Manoli, la profesora de Lengua y una de las encargadas de la biblioteca,
que me dijo que esperara un poco, que tenía problemas con el ordenador. Mientras tanto,
me senté en un rincón a ojear un libro.
Al poco escuché cómo alguien entraba e intercambiaba unas palabras con Manoli. No me
molesté en levantar la cabeza hasta que oí un golpe seco y un débil grito que rápidamente
cesó. Entonces, lleno de sorpresa, vi a Alfonso agarrando uno de los extintores de la
biblioteca. Esta sorpresa se tornó en terror cuando me dí cuenta de que de la parte inferior
de dicho extintor goteaba sangre. La misma sangre que manaba de la cabeza de Manoli,
cuyo cuerpo inerte estaba tendido sobre la mesa del ordenador.
Fue en ese momento cuando Alfonso, consciente de que le estaba observando, avanzó a
grandes zancadas hacia mí con la improvisada arma en sus manos. Le tiré todo cuanto
tenía a mi alcance con tal de retrasarlo. Una de las cajas llenas de piezas de ajedrez le
golpeó de lleno en la cara haciendo añicos sus gafas. Aproveché esto para huir
desesperadamente hacia la puerta. Allí me encontré con Raquel, que miraba impasible el
cadáver. Emitió una leve exclamación de sorpresa al verme y acto seguido cerró la puerta.
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Sin una salida posible corrí hacia los ventanales, pero Alfonso me pisaba los talones. Me
situé tras una estantería e intenté tirársela encima. Demasiado tarde, ya estaba junto a mí.
Alzó el extintor y descargó un duro golpe que, por suerte, esquivé a tiempo y dio contra la
estantería, la cual no resistió el impacto y cayó sobre nosotros. Ironías de la vida: el
extintor que el profesor usó para acabar con la vida de Manoli y por poco con la mía se
hundió en su cabeza, matándolo.
Yo no salí tan mal parado, pero casi. El golpe propinado a la estantería la había roto de
forma que quedó dividida en dos partes. Una seguía en pie mientras que la otra era la que
había caído sobre nosotros. Yo quedé bajo la zona por la que se había partido, de modo
que un hierro afilado se me clavó en el abdomen.
Escuché como la puerta se abría y entraba Raquel. Al ver la escena se acercó a mí.
Estaba pálida. Me miró y pisó la estantería hasta que el hierro que tenía clavado acabó
por atravesar mi cuerpo. Se agachó y me relató cómo Manoli había encontrado en el
depósito de libros del instituto un libro inédito del filósofo español Ortega y Gasset y había
informado rápidamente a los dos profesores de filosofía, quienes de jóvenes habían hecho
juntos un aclamado estudio acerca de este autor. Este libro resultó ser su diario. En él, me
contó, Ortega confesaba que la gran mayoría de sus obras habían sido escritas por un
inglés, amigo suyo, al que mató para adueñarse de su trabajo. Raquel me dijo que Manoli
quería hacer pública esta información, algo que Alfonso y ella no podían permitir, ya que
desacreditaría al hombre a quien ellos habían consagrado su vida. Calló por unos minutos
y me dijo que mi intervención podría serle de ayuda. El mundo sabría que un alumno
enloquecido mató a dos de sus profesores, pero que él mismo también falleció. Yo solo
tenía que morir.
Ahora estoy aquí, en este hospital, esperando finalmente el frío abrazo de la muerte. La
verdad nunca saldrá a la luz. Puede que una gran mentira sea mejor. Oigo pasos. Quizá
sea ella. Quizá ya haya llegado el momento de partir...
Carlos Miguel Díaz Domínguez, 2º Bachillerato A
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HISTORIA DE UN MISTERIO
Aquella mañana, como tantas otras, Paula llegaba tarde a clase. Salió de su casa con el
pelo empapado y en ayunas corriendo a contrarreloj para poder llegar a tiempo a su
instituto. Todo apuntaba a que sería un día normal, sin embargo lo que ella no sabía es
que su vida daría un cambio radical y sin retorno aquel 15 de junio del 2012. Mientras
recorría las calles de su vieja ciudad, fue consciente de que no había bullicio a su
alrededor. Caviló unos segundos y miró a un lado y a otro pero las calles estaban desiertas
y los escaparates seguían cerrados. Tal vez el reloj estaba roto y era más pronto de lo que
ella pensaba; continuó su marcha con un paso menos apresurado.
Al llegar a su destino, subió por las escaleras laterales del instituto, pues eran más directas
al pabellón de Bachillerato; sin embargo, no encontró a nadie, ni estudiantes, ni profesores.
Todo a su alrededor estaba en calma. Mientras subía los últimos peldaños observó que su
profesora de Filosofía la aguardaba cerca de la biblioteca; estaba distinta, con el rostro
torcido y la mirada fija en Paula. La joven se asustó, no tenía muy claro cómo reaccionar.
Se dirigía a saludarla, cuando de repente grito: “¡No vayas a clase!”, Paula se extrañó
porque no tenía clase con ella a primera hora, ni siquiera en toda la mañana, pero antes de
que la joven pudiera rechistar, su profesora la agarró por el brazo y la empujó al interior de
la biblioteca.
Paula comenzaba a asustarse, miró a un lado y a otro, la estancia estaba vacía e
iluminada sólo por los tenues rayos de sol que penetraban a través del cortinaje. Ni un
profesor, ni un alumno más en aquél lugar, solo ella, su profesora, y un millón de dudas
que atronaban su cabeza.
La profesora miró a la chica con ojos llorosos y le suplicó que se sentase. Mientras, se
movía de un lado a otro de la estancia balbuceando algo que Paula no lograba entender.
La chica estaba terriblemente confusa y asustada, cogió su teléfono móvil para llamar a
sus padres, pero éste no tenía batería. Tras unos largos minutos de angustia, Paula se
acercó a su profesora, que estaba al borde de una crisis nerviosa y sujetándola
firmemente por el brazo le preguntó qué era lo que estaba pasando, por qué no había
gente, dónde estaban todos, y qué hacían las dos allí encerradas. La mujer se echó a llorar
y cayó al suelo débil mientras balbuceaba la causa de aquella situación.
“Todos están muertos, Paula, y si no lo están aún muy pronto lo estarán. Están encerrados
en la sala de profesores, he oído disparos… Oh Dios mío, oh Dios mío…” Dijo su profesora
mientras temblaba arrodillada en el suelo.
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-¿Qué está diciendo? ¿Se encuentra bien? ¿Quién los ha encerrado? ¿Disparos?”-la joven
no podía hacer nada más que preguntar-.
-Un joven se ha vuelto loco, ha encerrado a todo los de bachillerato y amenaza con
matarlos uno a uno si no le ponen matrícula de honor en todas las asignaturas- respondió
la mujer entre lágrimas.
-Pues que finjan que se las han puesto y les deje salir de ahí- chilló Paula, agarrándose del
pelo.
-No es alumno del centro, ni siquiera tiene tu edad, no sabemos quién es, no está
matriculado y por más que se lo decimos no tiende a razones.
-Profesora, si están encerrados… ¿Cómo sabe usted todo esto?
En ese momento la mujer dejó de temblar, miró a Paula con los ojos enrojecidos a causa
de las lágrimas y soltó una risilla nerviosa que le puso a Paula los pelos de punta.
-Bueno, me ha dejado salir con una condición.
-¿Qué condición? Paula comenzaba a asustarse y empezó a retroceder alejándose de
aquella mujer de rostro desencajado.
-Ha pedido que le aprobemos todo con matrículas, o que le entreguemos a su ex novia. Y
diciendo esto estalló en una carcajada maníaca “y esa eres tú, eres tú, ha dicho tú nombre,
dice que él te quería pero tú dejaste la relación argumentando que él era un vago y no
hacía nada de provecho con su vida, y ahora nos matará a todos si no consigue matrículas
de honor… O te mata a ti” Y diciendo esto se abalanzó sobre Paula; la joven gritó.
Revolviéndose sobre las sábanas, Paula se despertó empapada en sudor, todo había sido
una pesadilla. Estaba en su cuarto, y unos suaves rayos de sol iluminaban tenuemente la
habitación.
“Sólo ha sido un sueño” suspiró. Pero al mirar su brazo izquierdo la vio, la marca de una
mano, una mano que la había aferrado con fuerza, una mano desesperada que le había
dejado una marca rojiza. ¿De verdad no había sido real?
Beatriz Diéguez Gallego, 2º Bachillerato F.
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LA TRAMPILLA MISTERIOSA
Era 19 de Septiembre y hacía un día de perros. Lucía, Luis y Ángel acababan de empezar
primero de Bachillerato en el conocido instituto “El Brocense”. Como de costumbre, Doña
Pilar Leal, esa profesora tan temida por los alumnos, llegaba al aula de 3º donde dio la
típica información de Selectividad y la bienvenida a todos. Con ello, el curso quedaba
inaugurado.
Los tres amigos, a los cuales les habían designado el grupo A, cuya clase estaba en el
pabellón B, pronto hicieron amigos que les fuero explicando las diferentes partes del centro
y en que clase se impartía cada asignatura.
Pocos meses después, ya conocían el instituto al dedillo y sabían las costumbres y manías
de cada profesor: en las clases de Lengua no podían mover ni un dedo; las clases de
Francés, por el contrario, eran más relajadas con Teresa y en las clases de Física era
mejor llevarse tapones si no querías quedarte sordo con el vozarrón de Felipe.
Unos de esos días que tenían Educación Física a primera hora, los chicos llegaban tarde y
decidieron ir por otro camino totalmente diferente para llegar unos minutos antes. Cuando
estaban a punto de llegar, Lucía tropezó con lo que parecía ser una trampilla. Con la
curiosidad típica de unos adolescentes, intentaron abrirla pero, estaba cerrada. De camino
a clase ninguno fue capaz de decir ni una sola palabra pensando en qué podía haber bajo
esa trampilla.
Al día siguiente, Ángel se fijó que Lorenzo, el portero de El Brocense, tenía un gran manojo
de llaves colgadas del cinturón y entre ellas una dorada y bastante grande, entonces,
decidieron hacerse con ellas mientras Lorenzo estaba pendiente de la puerta de entrada
durante el recreo.
Ya en su poder, fueron directos a la trampilla e introdujeron la llave dorada en la oxidada
cerradura. Mientas la giraban sonó un ¡crak! que indicaba que la trampilla estaba abierta.
Rápidamente bajaron por unas escaleras de granito, llegando a un túnel alumbrado por
pequeños faroles. Al final de este, un portón de madera. Los tres amigos, bastante
nerviosos, decidieron abrir la puerta, pero justo cuando Luis tenía los dedos rozando el
manillar apareció Lorenzo al final del túnel, lo que provocó la huida de los tres amigos.
Asustados, decidieron ir a clase de Francés y volver en unas horas. Cuando regresaron, se
colocaron al lado del limonero y se agacharon para abrir de nuevo la trampilla, pero no la
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encuentran. Buscaron y buscaron durante varios minutos, pero no quedaba rastro de ella,
como si esta no hubiese existido nunca.
Mario Holgado Fernández, 2º Bachillerato A.
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Era una mañana atípica del mes de mayo, en la calle la lluvia obligaba a sacar los
paraguas y los termómetros marcaban alrededor de los 6ºC, algo poco habitual en
primavera. Sin embargo, nada nos quitaba la alegría ya que en cuanto acabara aquella
clase de Lengua y después de hacer mil exámenes, de tardes encerradas en casa
memorizando autores, obras, filósofos, países..., de noches despiertas frente a los libros
donde nuestra única compañía era un flexo y un café para evitar que el sueño no impidiera
seguir estudiando, de tardes donde la biblioteca se convirtió en nuestro sitio habitual;
después de todo esto, por fin comenzaban nuestras vacaciones.
Estábamos en clase haciendo bastante ruido cuando entró Manoli obligándonos a callar,
nosotras le explicamos que era nuestra última hora en ''El Brocense'' y que no queríamos
dar clase, pero ella nos dijo que debíamos repasar el análisis sintáctico, ya que era muy
importante en Selectividad.
Al rato, miré el reloj; solo eran las dos, quedaba media hora y ya nadie escuchaba a
Manoli, todos queríamos acabar y olvidarnos por unos días de los estudios. A las dos y
diez miré por la ventana: había comenzado una tormenta y el viento era muy fuerte; en ese
momento, una de mis compañeras salió al bañó; de repente, se escuchó un golpe muy
fuerte y todos los alumnos salieron al pasillo, pero solo había una nota: LA HISTORIA SE
REPITE.
Nosotros no entendíamos nada, todos estábamos asustados y exigíamos explicaciones por
lo que Manoli y Paloma, nerviosas, nos contaron que hacía 30 años una alumna se quedó
encerrada en el baño el último día de curso y nadie se acordó de ella; a la vuelta de
vacaciones la encontraron muerta.
Desde entonces, cada cinco años desaparece alguna alumna del instituto y ya nadie
vuelve a verla nunca más.
Sara Fernández Insausti, 2º Bachillerato E
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Era un lunes como otro cualquiera. Nuestra profesora de Lengua, Manuela Camacho, se
dirigía con cierta prisa hacia nuestra aula, pero algo salió mal y tuvimos hora libre. Ninguno
de nosotros pensamos que fuera algo extraordinario, mas sí lo fue encontrarnos la
biblioteca cerrada. Después de maldecir a nuestra profesora por no avisar de su falta, nos
dirigimos nuevamente hacia nuestra clase y comenzamos a sacar nuestros cuadernos de
Biología, tarea que fue interrumpida a causa de la llegada de la directora, Milagros Lancho,
que con semblante serio nos comunicó que también tendríamos hora libre durante esa
clase. Nadie se percató de la celeridad con la que la directora salió del aula; nadie… salvo
yo.
Después te tocar el timbre que anunciaba el comienzo de la tercera clase, nos dirigimos
hacia el laboratorio de Química, ya que Lourdes Tabernero nos dijo que la esperásemos
allí. Entramos e hicimos nuestras prácticas correspondientes, no sin antes advertir cierto
nerviosismo y despiste en la profesora.
El día transcurrió con normalidad y por fin llegó la última clase: Historia de la Filosofía, con
Raquel Rodríguez. Anunció que había corregido los exámenes y se dispuso a repartirlos.
Un alumno hizo una broma sobre Pichín, Pichín es para Raquel como Alá para los
musulmanes. Esa broma desató la furia de la profesora, provocando una situación de
tensión que vivimos con cierto temor, ya que nunca antes habíamos visto a Raquel de esa
forma. Al sonar el timbre, salimos de la clase de forma precipitada.
El conserje, en torno al cual gira esta historia, pensó que en el instituto ya no quedaba
nadie y decidió cumplir con el mandato de la directora y averiguar el motivo por el cual la
biblioteca permanecía cerrada. Le pareció extraño encontrar la puerta abierta, sin signos
de haberla forzado, pero más extraño fue encontrar en su interior a Raquel. Nadie supo lo
que sucedió en la estancia, puesto que ninguno de los dos salió con vida de allí. Espera,
¿he dicho nadie? quería decir: nadie… excepto yo. Debido a la situación tan tensa vivida
minutos antes, se me olvidó el abrigo en mi asiento. Por suerte, la puerta todavía seguí
abierta. La cogí y al salir del pabellón, comencé a escuchar voces procedentes de la
biblioteca. Decidí dirigirme hacia allí, ya que en el instituto ese lunes era una sucesión de
fenómenos anormales. Cuando llegué pude ver a Raquel y al conserje discutir
acaloradamente y...en cuestión de segundos, el conserje se encontraba tirado en el suelo,
agonizando, clavando sus ojos en mí. La profesora siguió la dirección de su mirada y me
descubrió. Todo lo que pude hacer fue salir corriendo.
Conseguí salir con vida, pero...hay una pregunta que me ronda a todas horas: ¿por qué la
directora no alertó a la policía? Claramente, ella sabía algo sobre los sucesos acontecidos
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durante la mañana de aquel fatídico día.
La resolución de la investigación sacó a la luz la relación tan estrecha que mantenían
Milagros y Raquel: eran tía y sobrina. La directora tomó como excusa el parentesco que
existía entre ambas para justificar su nula reacción frente a los asesinatos.
Olga Gómez Llanos, 2º Bachillerato A
17
Había dormido como nunca. Era la primera vez que descansaba en condiciones desde que
dormía allí, lo odiaba. Me gustaba El Brocense antes de ser un internado, pero pasar las
veinticuatro horas del día allí llegaba a ser tétrico. Para colmo, no se nos permitía la
entrada al teatro porque años atrás un alumno lo quemó consigo dentro.
Aquel día nos propusimos entrar al enorme teatro. A Chechu no le gustaba la idea, pero le
pudo la curiosidad, igual que a mí. Esa noche nos escapamos y subimos al teatro, abrimos
la vieja puerta con facilidad, y allí estaba. Sentado en uno de los pocos asientos que
quedaban intactos, mirando al escenario, idéntico al día en que quemó el enorme edificio.
Corrimos como si no hubiera mañana y juramos no volver a hablar de ello.
Hoy, veinte años después, he acudido a una representación para antiguos alumnos y allí
estaba, idéntico al día en que entramos en el teatro, y en el mismo asiento en el que
contemplaba el escenario. Iba acompañado de una mujer mayor vestida con ropa antigua
que le cogía la mano. Me miró y esbozó una sonrisa. Acto seguido un frío de muerte me
recorrió el cuerpo.
Pablo Hisado Romano, 2º de Bachillerato F
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IN TEMPORE SUSPICIO, DIFFIDENTIA VEL NON TE
(A la hora de sospechar, no confíes ni en ti mismo)
Me llamo Javier Macías González, soy alto, pelo castaño y tengo un pequeño lunar en el
lado derecho de la boca; se podría decir que soy una persona del montón, que pasa
desapercibida por su aspecto físico. Estoy triste y hundido, estas cuatro paredes me
bloquean anímicamente pero no son capaces de que olvide mis recuerdos, sobre todo lo
que ocurrió cuando tenía 17 años...
Corría el año 2012 y yo era un joven estudiante en el instituto El Brocense de la ciudad
de Cáceres y estaba contento porque pronto sería la excursión de fin de curso para los de
2º de Bachillerato a Berlín, pero unos días antes ocurrió un trágico suceso: Alberto Molano,
alumno de 2º Bachillerato F, fue descubierto en los baños de los chicos del pabellón A
colgado de un gancho por la rodilla y por lo que me atrevería a decir que era la clavícula
izquierda, sangrando, con ese miedo todavía en el rostro del que se podía deducir que
había muerto hacía poco tiempo.
Pero ese suceso no gozó de relevancia durante mucho tiempo, ya que se oyó un grito
en el baño de las chicas de ese mismo pabellón, se había descubierto el cuerpo sin vida de
Carmen Sánchez, alumna del mismo curso que la primera víctima. Había aparecido de la
misma forma que Alberto, lo que llevó a la conclusión de que había sido el mismo asesino.
Tras seguir una serie de pistas y que las coartadas de los profesores coincidían y que
nadie había visto a ningún extraño, se sospechó que el asesino fuese algún alumno del
centro. Una de las pistas fue que el asesino había dejado una huella de su zapatilla
manchada de la sangre de Alberto en el lugar del primer crimen, por lo que se redujo la
búsqueda de sospechosos a los que tenían ese número de zapatilla. Yo sospechaba de mi
amigo Diego, a quien no había visto durante los crímenes.
Pero en la huella de la zapatilla había un dato más, pues no era una zapatilla cualquiera,
llevaba unas iniciales: JMG. Lo cual hizo que el único sospechoso fuera yo...
Resulta raro cuando te detectan un trastorno de doble personalidad y esa otra
personalidad tiene una mentalidad asesina y malvada, pero bueno, me ha alegrado contar
esta historia desde el manicomio en el que llevo interno tanto tiempo. Sólo me queda decir
de nuevo: “In tempore suspicio, diffidentia vel non te”.
Javier Macías González, 2º Bachillerato F
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Arrojó la botella de alcohol rompiéndola contra el suelo, saltó la verja y subió por las
escaleras oculto entre las sombras. La puerta que daba a los aparcamientos estaba
abierta, al igual que la del aula 3. Entró lentamente y tomó asiento en la primera fila de
sillas. Cerró los ojos por un momento e inmediatamente las imágenes de las últimas
noches le vinieron a la cabeza. Los cuerpos de las víctimas que había asesinado quedaron
en su mente durante largo rato, cubiertas de sangre, con los ojos abiertos y mirándole
fijamente. La culpa no era suya, era de aquellos profesores que le había obligado a leer y
leer hasta el punto de que su afición por las novelas de misterio se había tornado a
enfermiza. “La culpa no es mía” se repetía.
Escuchó las sirenas de fondo y una brisa la recorrió la nuca, provocándole escalofríos.
Una llamada a la policía había advertido de un hombre saltando dentro del instituto.
Los agentes irrumpieron en la única sala iluminada, llamada “el zulo” por los estudiantes,
apuntando con sus pistolas a cualquiera que allí se encontrara. Al fondo, una silueta se
mantenía inmóvil en su asiento. Los agentes le tomaron el pulso, su corazón había dejado
de latir. En sus manos manchadas de sangre, las fotos de los dos estudiantes sin vida. El
caso estaba cerrado.
La ambulancia tapó en el cadáver y lo introdujo en la furgoneta tras los comentarios sobre
la causa de la muerte. Tal vez la conciencia, el remordimiento, la culpabilidad de su alma
no le había permitido seguir con vida...
Tal vez aquellos oscuros ojos que se escondían en lo más alto del recinto tendrían algo
que ver. Un escalofrío volvió a recorrer su cuerpo, pero esta vez acompañado por una
sonrisa. Un poco de sangre de las victimas, unas pequeñas dosis de veneno, indetectable
en la autopsia, en una botella de alcohol, una falsa entrega de dinero y diez minutos de
antelación le habían bastado para librarse de la cárcel. A fin de cuentas su obsesiva afición
por las novelas de misterio le había enseñado que el crimen perfecto no es el que queda
sin resolver, sino el que se resuelve con un falso culpable.
Juan Francisco Macías Borrella, 2º Bachillerato E
20
Tenía un hambre atroz, aquella mañana no había desayunado. Me pasé la clase de
Lengua contando los minutos para que Manoli, la profesora, dejara de hablar de aquellos
aburridos poetas hispanoamericanos. Por fin sonó el timbre. Salí corriendo hacia la
cafetería, subí aquellas interminables escaleras y abrí la puerta de una patada pues tenía
las manos llenas de libros. Ante aquella imagen sólo logró salir un grito de mi garganta. No
podía creerlo, Puri, la profesora de Biología estaba tirada en el suelo. Corrí hacía ella, pero
el cadáver ya estaba frío. Muy asustada, salí corriendo de allí en busca de ayuda. Encontré
a Susana por las escaleras y le expliqué todo rápidamente, pero ella hizo caso omiso de
mis explicaciones y me mandó para clase.
Llegué sofocada a clase de Química y le expliqué todo a mi compañera Almudena, ella sí
me creyó y las dos decidimos averiguar qué estaba pasando. Sonó de nuevo el timbre y
nos dirigimos a la cafetería, pero allí la mañana transcurría con normalidad, los niños
compraban golosinas y los profesores tomaban café, incluida Susana, que me miraba de
una forma extraña. No lograba entender nada, esta situación me agobiaba muchísimo y
comencé a pensar que todo había sido un sueño. Almudena me tranquilizó y me dijo que
ahora lo comprobaríamos todo pues teníamos clase de Biología.
Corrimos hacia el otro pabellón y nos sentamos en nuestros pupitres. Pasados cinco
minutos Susana entró en clase y nos comunicó que ella daría la clase, pues Puri se
encontraba constipada. Al oír aquello Almudena y yo nos miramos rápidamente, aquello
era muy sospechoso.
Seguimos a Susana al acabar la clase y vimos como cerraba con llave la puerta del
laboratorio tras entrar en él. Hechas un manojo de nervios, pues estábamos a punto de
descubrir lo que pasaba, nos dirigimos al despacho de Milagros, le explicamos nuestras
sospechas y le pedimos que nos acompañara al laboratorio. Al abrir la puerta nos
encontramos con Susana, acompañada de Pilar Cardador. Al vernos, ambas intentaron
velozmente tapar el cadáver de Puri, colocado sobre una mesa, pero fue demasiado tarde.
Horas después, Pilar y Susana salían esposadas del laboratorio y nosotras recibíamos la
felicitación de Milagros por haber descubierto el asesinato.
Sentíamos una gran satisfacción, pero aún nos quedaba saber por qué aquellas dos
profesoras tan simpáticas podrían haber hecho aquello.
Alejandra Martínez Hornero, 2º Bachillerato A
21
El BROCENSE Y LA FLAUTA MÁGICA
Era uno de esos días en los que la lluvia y la tormenta hacían una perfecta combinación
para una historia de terror. El aula estaba vacía; resignada a pasar un día más sobre
esas cuatro paredes, decidí abrir mis apuntes. De repente, una leve melodía procedente de
la biblioteca llegó a mis oídos. Bajé las escaleras que comunican ambos pabellones. Al
entrar en la sala me quedé totalmente sorprendida ¡Todo el instituto rodeaba a Fátima
mientras ella tocaba una flauta! Estaban tan hechizados como las ratas del flautista de
Hamelín .
Mi cuerpo comenzó a experimentar un ligero hormigueo que me incitaba a seguir la
música; en ese momento apareció Raquel, con el pelo más rojo que nunca, se podría decir
que casi radioactivo.
Me agarró del brazo y me condujo hasta la sala de profesores, al entrar no pude evitar
fijarme en Lourdes y en Maite ¿Estaban realmente disfrazadas de gnomos o era todo fruto
de un sueño? Mientras mi cabeza trataba de buscar lógica a todo este absurdo, Raquel
con un estado de exaltación máxima me contó que todo el mundo estaba siendo fruto de
un hechizo producido por la flauta que tocaba Fátima. Ésta llevaba sin ser tocada cientos
de años y cada vez que eso ocurría producía que los alumnos entrasen en un estado de
hipnosis y los profesores adoptaran la forma de su verdadera naturaleza. Finalmente,
añadió que la única manera de terminar con todo eso era conseguir arrebatarle la flauta,
pero el problema radicaba en que la flauta adquiría tanta fuerza sobre la persona que la
tocaba que ésta es capaz de perder su vida para protegerla.
Solo faltaba idear un plan, pero ¿qué le podría llamar la atención a Fátima más que un
instrumento? Estaba claro, un instrumento mejor .En ese mismo instante el pelo de Raquel
se puso tan rojo que parecía que ardía. Yo me que quedé totalmente petrificada hasta
que Lourdes me dijo que eso ocurría cada vez que tenía una idea. La estrategia
consistiría en la creación de una flauta idéntica, pero maciza por dentro, que actuase a
modo de placebo hasta que consiguiésemos quitarle la original.
El plan fue todo un fracaso; mi amiga es demasiado lista como para dejarse engañar de
esa manera .Además ,el tiempo iba en nuestra contra , cuanto más pasase mayor sería el
número de afectados y por la tanto mayor la fuerza que adquiere el hechizo .
22
Había que actuar ya, las cuatros fuimos decididamente a la biblioteca .Yo permanecí
vigilando en la puerta. Sin pensárselo dos veces, Raquel se abalanzó sobre Fátima
arrebatándole la flauta mientras que Lourdes la atrapó al vuelo. Fátima, al borde un
ataque de ira, trató de detenerla lanzándole todo tipo de objetos. Maite, para defender a su
amiga, ni corta ni perezosa le lanzó el libro más gordo a la cabeza. Fátima cayó redonda
al suelo .Yo, completamente atemorizada, traté de asistirla, pero era demasiado tarde.
Poco a poco todo volvió a su normalidad, todos despertaron del hechizo y los profesores
recuperaron su forma humana .Pero lo peor estaba por llegar. María José al enterarse de
la muerte de su hija, agarró la flauta y comenzó a tocarla. La historia se repite, pero en
condiciones mucho peores, ya que es demasiado poderosa como para enfrentarse a él.
Ana Mena Santano, 2º de Bachillerato A
23
Cáceres, una ciudad pequeña donde el día a día de sus habitantes suele ir acompañado
de la rutina y la tranquilidad, tiene un lugar peculiar y que destaca por los extraños sucesos
que en él acontecen; como podéis deducir del título, este lugar es El Brocense. Digo esto
debido a que un día, cuando acompañé a mi amigo Javier a “El Brocense” para recoger un
justificante, nos dimos cuenta de que ya en la puerta se notaba un ambiente extraño, como
si miles de ojos nos miraran; llamamos al timbre y una voz tenue y suave nos dijo : “ no
podéis entrar fuera de horario lectivo”, por lo que decidimos volver, pero de repente, todo
empezó a dar vueltas a nuestro alrededor , y cuando volvió todo a la normalidad de nuevo
estamos en secretaría delante una mujer bajita con el pelo pelirrojo y ondulado.
Pero no solo ocurren cosas raras al entrar, también al salir. Recuerdo un día en el que mi
amiga Cristina quiso ir en un recreo a comprar en una tienda de fuera; cuando se acercó a
la puerta, un hombre bajito, algo rechoncho, con el pelo liso y gafas la interrumpió diciendo:
“lo siento, muchacha, pero no tienes permitida la salida”, ella le enseñó el carnet, y él, en
respuesta, le mostró una lista donde solo estaba su cara. Para asegurarme de que esa
lista tenía más nombres, me asomé por detrás y vi que, en realidad, ¡estaba en blanco! El
Brocense parece un instituto normal y corriente como cualquier otro, donde no se da
ninguna situación particular, pero… ¿te animarías a entrar?
Alberto Molano Cortés, 2º Bachillerato E
24
AJUSTE DE CUENTAS
Soplaba una brisa primaveral. El ascenso habitual por las escaleras principales del instituto
el Brocense se hacía ahora eterno, pero el peso de la pistola de mi abuelo en el bolsillo
derecho de mi chaqueta me recordó mi objetivo.
Cuando llegué al final la vi. Raquel, la profesora de filosofía, se encaminaba al pabellón A,
y yo tras ella. En el camino oí que me llamaban un par de voces, pero mi mente solo tenia
capacidad para cumplir lo que prometí. Me las apañé para tirarla al suelo al llegar a la
puerta del pabellón. Al desenfundar el arma noté que me sudaban las manos, y con el
dedo en el gatillo escupí: “Recuerdos de Jose Luís Molero”. Su expresión incrédula se
volvió desafiante, sabía de qué le hablaba. Un profesor intentó arrebatarme la pistola
disparándola accidentalmente, pero errando en mi objetivo principal. La sangre fluía por mi
pecho y mis piernas empezaban a fallarme.
Lo último que recuerdo antes de desmayarme es el sonido lejano de las sirenas confundido
entre los gritos de la gente, la misma situación que ocurrió en aquel traumático día de
marzo. No me arrepiento de lo que intenté hacer ese día, solo lamento no haber podido
cumplir mi promesa: vengar el asesinato de mi padre.
Jaime Molero Pino, 2º Bachillerato A
25
LA OBSESIÓN DEL HOMBRE POR LA ETERNIDAD
Nunca me he sentido especialmente interesada por el mundo de los espíritus, por aquellas
almas que vagan entre los vivos hasta encontrar la luz que los guíe hacia la dimensión a la
que pertenecen. Debo reconocer, sin embargo, que me producen gran deleite esas
novelas mágicas en las que los personajes no dominan sus sentimientos y éstos se
camuflan en jardines que florecen o se secan en cuestión de segundos, o en unas nubes
que inesperadamente se apoderan de un cielo claro y soleado creando una gran tormenta
sobre la que, cincuenta años después, se seguirá hablando en tertulias invernales
alrededor de una chimenea.
No es difícil reconocer en estas palabras a autores como Carlos Ruiz Zafón, Isabel
Allende, Cristina López Barrio, Laura Esquivel, por supuesto, Gabriel García Márquez y
muchos otros.
Embriagada de estas novelas a las que dediqué muchas horas estivales en mi caravana,
camino de castillos medievales a lo largo de las orillas de Rin, comencé un nuevo curso en
el IES “El Brocense”: refugio de adolescentes que, con caras asustadizas, inician una
nueva etapa tanto escolar como personal y acaban dicha etapa con ese aire de
autosuficiencia que confiere la mayoría de edad y la foto de la orla.
Veterana en el centro, no dudé en asentir cuando mi profesora de Filosofía, Raquel, me
pidió que cerrara con llave la biblioteca al terminar la tarea encomendada.
La reunión de esa tarde se extendió más de lo previsto, pues ya estábamos dando el toque
final al trabajo: La obsesión del hombre por la eternidad, tratado desde distintos puntos de
vista- científico, filosófico y literario.
Sin apenas darme cuenta, el crepúsculo invadió la biblioteca y una especie de ensoñación
se apoderó de mí…
Los libros tenían vida propia, se abrían y cerraban caprichosamente para llamar mi
atención. Al intentar coger uno, los demás se interponían y abrían sus páginas
insistentemente como niños en un orfanato con los brazos abiertos para que les lleven a un
hogar.
Fue entonces cuando comprendí que el hombre había alcanzado realmente la eternidad.
Cervantes, Shakespeare, Mary Shelley, Lorca, Nietzsche, Darwin…reviven cada vez que
alguien lee sus obras, las siente y las usa como fuente de conocimiento, de vida.
26
Aun aturdida y adormilada, salí de la biblioteca, pero antes de echar la llave no pude evitar
mirar a través de la puerta entornada. Todo estaba en calma, ¿o no? ¿Qué ocurriría
cuando me fuera?
Fátima Montes Barroso, 2º Bachillerato A
Accesit, categoría C
27
Aquella mañana, Ana entró en su instituto, “El Brocense”, como cualquier otro día. Se
encontró en las escaleras con su inseparable amiga Paula, y como siempre Carmen, la jefa
de estudios, les recriminó sus risas. ¿Cómo podría respirar esa mujer entre tantas joyas?
¿Cómo podría escribir con ese gran anillo azul en el dedo? Muy feliz no vivía, desde luego,
y se encargaba de que la gente a su alrededor tampoco lo hiciera.
La mañana transcurrió sin incidentes, hasta que llegó la quinta hora. Todos estaban en
clase cuando sonó la alarma de incendios. Las risas fueron instantáneas; todos suponían
que aquello era un simulacro más, lo que implicaba perder tiempo y dar menos clase.
Sin embargo, cuando salieron al pasillo, el humo estaba en cada rincón y apenas se veía
nada. Ana notó un fuerte empujón que la llevó hasta el baño, y alguien cerró la puerta y la
dejó encerrada. Ana no consiguió ver la cara de quien la había encerrado, sin embargo, la
identificó fácilmente debido a un gran anillo azul en su mano.
Cuando todos los alumnos estaban fuera, Paula reparó en que su amiga no estaba, miró
su móvil y vio un mensaje de Ana que decía: “Sacadme de aquí, la jefa de estudios me ha
encerrado en el baño”. Paula avisó de inmediato, pero cuando los bomberos entraron al
baño, ya era demasiado tarde para Ana.
Todos estaban consternados y lloraban sin consuelo ante una situación tan horrible. La jefa
de estudios fue detenida inmediatamente entre los gritos y abucheos del personal y del
alumnado del instituto, y la familia de Ana no podía creer lo que había pasado.
Aquella noche fue horrible para todos. Milagros, la directora, preparaba un acto
conmemorativo para la alumna fallecida, la familia permaneció junta en el tanatorio y
Paula, en su habitación, se quitó un gran anillo azul antes de acostarse.
Silvia Pérez Pereira, 2º Bachillerato A
28
¡Dios mío! Mira que olvidarme el libro el día antes del examen… y ahora aquí estoy,
víctima de un confuso asesinato, boca abajo, colgando de uno de los árboles cercanos a
un pabellón del Brocense, viendo como todos mis compañeros me miran con cara de
espanto. Lo sé, no estoy muy presentable que digamos. Pero a ver… ¿Cómo he llegado
hasta tal situación? Alejandro, haz memoria…
Sí, iba al instituto porque se me había olvidado el libro de Filosofía, y al día siguiente era el
examen a primera hora con Alfonso (¡Con Alfonso!) Llegué a la verja de la entrada y llamé
a la puerta. Nadie me abría pero sabía perfectamente que había gente dentro. A veces la
bedel no quiere abrirnos. Iba a dar media vuelta cuando de repente un terrible grito
proveniente del interior cruzó mi cabeza de oreja a oreja, seguido de un portazo. Silencio.
Salté la puerta con dificultad y acabé dentro. ¿Por qué había entrado? Todo estaba oscuro
y hacía frío. Si es que no sé en que piensas, Alejandro. En fin, ahora estaba dentro, y
subiendo las escaleras principales para averiguar la procedencia del grito avisté un hombre
con ¿una lanza?, me escondí, y por suerte no me vio. Descubrí entonces que el grito
procedía de jefatura de estudios. Enfrente de la puerta, a punto de abrirla, observé que
había sangre saliendo por debajo de esta. Salí corriendo, nauseabundo y muerto de miedo.
En ese momento noté que el hombre con la lanza, que no podía ser otro que el asesino,
venía detrás de mí, gritándome, cuando de repente noté un fuerte tirón en el pie derecho, y
consecutivamente tras notar un golpe en la cabeza, morí.
Y ahora, colgando de la rama vi que él me estaba mirando, ¡el asesino! Pero no se veía
feliz, estaba… ¿llorando?
De repente un gato que estaba en la rama de la que yo colgaba me habló:
-¡Humano, yo lo vi todo! Y tu muerte es de las muertes más patéticas e inútiles que
jamás han visto mis ojos. ¿Quieres saber qué paso? – asentí. Por alguna extraña razón no
me sorprendió que aquel gato, negro como la misma oscuridad, fuese capaz de hablarme.
No sé como explicarlo, pero es como si… hubiese estado preparado desde mi nacimiento
para recibirle- Bien. Verás, efímera criatura, el asesino no es otro que el jardinero del
instituto, bueno, asesino asesino no es. El hombre solo tiró un bote de pintura roja en
jefatura de estudio, y por eso salió corriendo. Aquel “grito” y aquel golpetazo no fueron otra
cosa que la puerta de la sala (que chirría mucho). Aquella “lanza” era tan solo una fregona-
empezó a reírse descontroladamente- y sí, te estuvo gritando, pero para que no pisaras la
trampa que preparó para capturar un problemático animalillo que se come las semillas del
jardín.
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En fin, ahora aquí estás, colgando como un jamón, ¿y todo por qué? Por curiosidad. Y
está mal que yo lo diga, pero la verdad es que la curiosidad mató al gato.
Alejandro Rino Mendo, 2º Bachillerato F
30
LA NOCHE MISTERIOSA
Un grupo de amigos entran por la noche en instituto El Brocense a robar un examen de
Matemáticas. Todos tienen mucho miedo, la noche está cerrada, no encuentran las luces,
hay ruidos extraños… empiezan a arrepentirse pero ya es tarde, no pueden dar marcha
atrás ya que han sido amenazados por sus propios compañeros “si al día siguiente no
tienen la foto del examen, revelarán a Paco, el profesor de Matemáticas, que todos ellos
copiaron el último examen”.
La noche está desapacible, ulula el viento y las sombras de los árboles semejan figuras
amenazantes. De pronto, alguien grita “¡Dios!, ¿qué es eso?”, todos ríen, ese es “el
cabezón”, contesta Alba, y no un fantasma que pretende asustarte. Entre risas, entran en
el pabellón y atraviesan los pasillos pero ahora ya no hay confusión posible: una sombra,
está parada justo enfrente de ellos. A pesar de la oscuridad, todos perciben una silueta
humana. Al principio, piensan que es Lorenzo, el guarda del centro, y corren en dirección
contraria para esquivarlo. Pero todos sus esfuerzos son inútiles, una vez más la sombra
está frente a ellos. Empiezan a sentirse atemorizados y a percibir que la realidad deja de
tener sentido. Dudan si correr una vez más en dirección opuesta o dirigirse hacia la
sombre. Deciden comenzar a llamarlo por su nombre pero no hay ninguna respuesta; el
terror les invade y no encuentran explicación a lo que les está sucediendo. Han olvidado su
objetivo, la foto del examen, y ahora su único deseo es huir. Uno de ellos, Diego, conocido
como “cagón” y haciendo honor a su apodo, emite un sonido inconfundible; los demás no
saben si reír o llorar. Beatriz, dominando los nervios intenta tranquilizar al grupo “tan sólo
quiere asustarnos”. Una vez más corren en dirección contraria y una vez más la sombra se
topa con ellos. Alguien grita, Alba siente un fuerte dolor sobre su pecho y nota que la
sangre corre por sus manos, inmediatamente cae al suelo desplomada. Todos gritan
excepto Javi que percibe como el oxígeno no llega a sus pulmones…
Amanece, es un día radiante, hay examen de Matemáticas en 2º de bachillerato F. Varios
alumnos sonríen, pero ¡qué extraño!, hoy no han asistido a clase Alba, Beatriz, Esther,
Diego ni Javi. Habrá qué decidir quiénes serán los próximos encargados de fotografiar el
examen de Lengua de la semana que viene.
Esther Rosado Barbancho, 2º Bachillerato F
31
Un día normal me levanté a la misma hora de siempre para, sin desayunar, ir al instituto,
en el que las cosas no serían tan normales. Una vez allí, observé que éramos pocos y que
el ambiente no era el mismo. En los pasillos corría el temor por algún hecho del que, como
suele ocurrir, no me entero hasta que sucede. Al parecer, esos alumnos que faltaban
habían desaparecido en extrañas circunstancias, por lo que Edu y yo comenzamos a
investigar para saber qué estaba pasando realmente.
Al principio no encontramos ningún indicio que nos permitiera conocer que sucedía, pero la
actitud del profesorado a la hora de impartir las clases comenzaba a ser sospechosa. Los
profesores se mostraban ansiosos con algunos alumnos, mirándonos con desprecio e
insinuando el deseo de nuestra desaparición.
Al ver que todos se comportaban así pensamos que alguien tendría que estar detrás de
todo, por lo que empezamos a buscar por ese camino. Para intentar saber quién era,
debíamos buscar un profesor que no actuara fuera de la normalidad y solo había una
persona que estuviera actuando de esta manera. Además, los desaparecidos, habían
pasado antes de todo por secretaría, donde está habitualmente, por lo que las sospechas
se iban haciendo cada vez mayores. A esto hay que añadirle que parecía haber tomado el
control del instituto porque Milagros, la directora, estaba sumida, también, en este estado.
Decidimos actuar. Fuimos directamente a verla para acabar con todo lo que estaba
sucediendo y recuperar a nuestros compañeros desaparecidos. Sin embargo llegar a ella
no resultó nada fácil. Al tener controlados a los profesores no encontramos más que trabas
para llegar, en las que estuvimos a punto de desaparecer.
Conseguimos llegar hasta la profesora y una vez allí nuestro objetivo era matarla para
poder recuperar a los compañeros desaparecidos y que los profesores salieran de ese
estado. Le clavé un cuchillo en el pecho para que todo finalizase pero en ese momento nos
dimos cuenta de que Pilar también se encontraba en el mismo estado que los demás
profesores. Entonces Edu y yo cruzamos miradas y las dirigimos hacia el único sitio en el
que todo parecía tranquilo, la cafetería, donde únicamente estaba Nino.
Diego Sobrino Álvarez. 2º Bachillerato F
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CRÓNICA DE UN SUCESO
Cuando volvió a por los apuntes que había olvidado al salir de las clases, ya había
anochecido. Los alumnos del nocturno que acababan de finalizar su jornada dejaron pronto
el instituto y en pocos minutos se hizo la nada.
El viento empezaba a soplar cada vez más fuerte produciendo un tenue silbido que iba
aumentando progresivamente mientras el frío le perforaba la cazadora entumeciéndole los
huesos. Subió las escaleras, cansado, jadeando, y con un último esfuerzo alcanzó la
puerta del pabellón. Cuando entró, los pasillos estaban oscuros, sin luces, con la típica
sensación de un ambiente lúgubre y decaído inimaginable durante el constante bullicio del
día. La luz de la luna se colaba por las ventanas permitiéndole ver la entrada de la clase.
La puerta se abrió con dificultad, pero al final acabó cediendo. Intentó en vano encender
nuevamente la luz y contempló aquel paisaje casi sepulcral que no se parecía nada al que
hubo la última hora de clase. Se acercó lentamente a su pupitre y recogió lo que había
estado buscando durante toda la tarde sin descanso. Fue entonces cuando sufrió el
impulso de llevar sus ojos hacia la ventana. Nunca supo que se le pasó en ese instante por
la cabeza cuando cruzó su mirada con aquello. Yacía quieto, imponente, observándole
desde el exterior con una mirada fría, profunda y penetrante. Un escalofrío como no había
sentido jamás recorrió de arriba abajo todo su ser. El pánico y el miedo se apoderaron de
él, el cuerpo no le respondía, la frustración y la impotencia le consumían. Con el último
nervio de su cuerpo emprendió la carrera por la vida.
El pasillo le pareció kilométrico, su alma le pesaba. En su huida alcanzó a oír un chirrido
metálico justo detrás de él. El tiempo se le detuvo e incitado por la curiosidad que ardía
dentro de él volvió por un instante la mirada. En ese momento acabo todo.
Francisco Zurita Montes, 2º Bachillerato E
33
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