la bienvenida

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¿Qué haces tú cuando llega una persona nueva a tu salón, a tu cuadra, a tu famiia? La palomilla del Callejón San Miguel decide hacerle la vida imposible. El día en que Nadia aparece con su vestido de florecitas, su piano y todo un camión de mudanzas, no sabe la bienvenida que le espera. Pero la palomilla se llevará una sorpesa mayor. Porque Nadia trae consigo un mundo de experiencias que los dejará deslumbrados.

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Berta Hiriart Ericka Martínez • Ilustración

La bienvenida

Dirección editorial: Ana Laura DelgadoCuidado de la edición: Sonia ZentenoDiseño: Julieta Ojeda y Ana Laura Delgado

© 2004. Berta Hiriart Urdanivia, por el texto© 2004. Ericka Martínez, por las ilustraciones

Primera edición, 2004Segunda edición, septiembre de 2010

D.R. © 2004. Ediciones El Naranjo, S. A. de C. V. Cerrada Nicolás Bravo núm. 21-1, Col. San Jerónimo Lídice, C. P. 10200, México, D. F. Tel./fax (55) 5652 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicionselnaranjo.com.mx

ISBN 978-607-7661-20-7

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin el permiso escrito de los titulares de los derechos.

Impreso en México • Printed in México

La bienvenida

Texto

Berta Hiriart

Ilustración

Ericka Martínez

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La bienvenida

Era un día de agosto. Habíamos recorrido la cuadra

unas ochenta veces montados en las bicicletas, y ahora

estábamos echados en la banqueta bajo la sombra del

único árbol. Beto contaba chistes que no hacían reír ni

a La Pulga, con todo y que era su mejor amigo. Y no

es que Beto fuera mal chistoretero sino que ya nos

sabíamos de memoria su repertorio. Hubiera sido

preferible que cada quien se fuera a su casa a ver

la tele, pero no, ahí estábamos papando moscas igual

que los perros. Comenzaban a hacerse largas

las vacaciones.

Una camioneta destartalada dio la vuelta en

la esquina. Encogimos las piernas para dejarla pasar,

pero no llegó hasta nosotros, sino que se detuvo en

la casa vacía. Adelante venían un señor y una niña.

Atrás, un montón de cajas y maletas.

—Son los nuevos —dijo La Pulga.

La modorra se nos fue como por arte de

magia. Nos enderezamos y observamos alertas

los movimientos de los recién llegados. Pero no

sucedió nada interesante. El papá abrió la puerta

de la casa y entre los dos bajaron las cosas.

—¿Se fijaron? —comentó Sonia—, ni

siquiera nos echó un ojo. Ha de ser

una estirada.

Todos movimos la cabeza

de arriba hacia abajo en

señal de acuerdo.

Minutos después llegó el camión de mudanzas.

Los cargadores fueron desfilando con el refri, las

camas, las sillas y un piano pequeño, blanco. Para

observar mejor nos cambiamos de banqueta hasta

quedar justo enfrente de la casa de los nuevos.

El sol pegaba de lleno sobre nosotros, de

modo que el interior se veía muy oscuro,

como si

adentro fuera

de noche.

Desde ahí,

salía la voz

del papá:

“Por acá,

eso por

acá, por

8

favor. El piano con cuidado. ¡Nadia!, ¡Nadia!, ¿te

gusta el piano en ese lugar?”.

—Se llama Nadia. ¡Qué nombre!

—Y toca el piano. Les dije que de seguro era una

niña insoportable.

—¡Nadia! Para el caso, le hubieran puesto Nadie

o de plano, Nada.

—Eso es —resolvió Sonia— para nosotros será

La Nada. Haremos de cuenta que no ha llegado.

De nuevo movimos la cabeza de arriba hacia abajo,

pero no dejamos de estar totalmente atentos a lo que

ocurría dentro de la casa. Momentos después salieron

los cargadores y detrás salió La Nada. Se quedó de pie

en la puerta, con su vesti dito de flores de lo más

ridículo.

—Adiós —le gritaron los hombres desde el camión.

—Adiós —les contestó ella, agitando la mano de

una manera muy elegante.

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El camión desapareció en la esquina. La niña siguió

frente a nosotros sin tomarnos en cuenta, así nada

más, mirando la calle. La Pulga hizo una señal de

tornillo zafado en la cabeza que a todos nos botó

de la risa. Entonces La Nada se rió también y nosotros

nos quedamos de una pieza.

A la mañana siguiente nos reunimos antes que

de costumbre. Queríamos darle a La Nada una

bienvenida. Sonia propuso que preparáramos unas

papas fritas “especiales”, con pimienta, azúcar y alas

de mosca. La Pulga dijo que ésa era una broma de

bebés, que mejor pusiéramos a Justinita en la puerta,

luego tocáramos y desapareciéramos. Pero Beto

no estuvo de acuerdo. Tenía miedo de que Justinita

pudiera escapar, o peor, que La Nada le hiciera

algún daño.

www.edicioneselnaranjo.com.mx 6612077860779

ISBN 978-607-7661-20-7

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