amor propio gonzalo celorio

23
GONZALO CELORIO Mamá terminó de embadurnar el pastel de cumpleaños de Patricia y tras instantánea vacilación enjuagó la cacerola. Hacía tiempo que a Moncho ya no le gustaba limpiar con el dedo y con la lengua hasta el último vestigio del betún de chocolate. Se lavó las manos en el fregadero y se las secó con el trapo de la cocina. Se quitó el delantal de medio luto y advirtió con sobresalto que en el bolsillo todavía estaba el volante que había llegado la semana pasada. Se pasó las manos nerviosas por el cabello recientemente encallecido. Con sonrisa distraída y cansada se apersonó en la sala para saludar a los primeros invitados, los de siempre -las mismas palabras, los mismos gestos-, que ya hablan sido recibidos por Roberto yo me encargo de la cantina: el tío Paco y Matilde, su mujer, y los Barbachano, que eran los padrinos de Patricia y quienes toda la vida habían tratado de entablar parentesco con los Aguilar mediante una alcahuetería sólo verbal, que a fuerza de repetirse a cada encuentro se habla vuelto retórica y había espantado las virtuales apetencias de los siempre incómodos protagonistas de tan deseado enlace: Qué mona parejita hubieran hecho su Antonio y nuestra Maruca. / Pues si, pero ya ve, ahora ni manera. / A ver si se nos hace con nuestra ahijada y el José Miguel, que está hecho todo un hombrecito, si lo viera usted, se ha dado una estirada que ni le cuento. / Como si uno mandara en el corazón de los hijos. Yo qué más diera, pero ya ve lo entusiasmada que está con el Güero An. / Que no es un mal partido. / No; es un buen muchacho, de buena familia, pero es un mocoso todavía, imagínese de aquí a que termine la carrera. / ¿Y Moncho? / De Moncho mejor ni hablamos, con eso de que le da por la literatura. Yo ya mejor no le pregunto nada. Ya ve usted cómo está la juventud. -Bueno, ¿y la del cumpleaños? -dijo el tío Paco mientras bañaba en dip una papa frita y se la metía sonoramente en la boca llenándose de grasa y de sal, y de papa y de dip también, los protuberantes bigotes.

Upload: leasilver

Post on 10-Nov-2015

13 views

Category:

Documents


5 download

DESCRIPTION

Libro recopilatorio

TRANSCRIPT

Mam termin de embadurnar el pastel de cumplea- os de Patricia y tras instantnea vacilacin enjuag la cacerola

GONZALO CELORIO

Mam termin de embadurnar el pastel de cumpleaos de Patricia y tras instantnea vacilacin enjuag la cacerola. Haca tiempo que a Moncho ya no le gustaba limpiar con el dedo y con la lengua hasta el ltimo vestigio del betn de chocolate. Se lav las manos en el fregadero y se las sec con el trapo de la cocina. Se quit el delantal de medio luto y advirti con sobresalto que en el bolsillo todava estaba el volante que haba llegado la semana pasada. Se pas las manos nerviosas por el cabello recientemente encallecido. Con sonrisa distrada y cansada se aperson en la sala para saludar a los primeros invitados, los de siempre -las mismas palabras, los mismos gestos-, que ya hablan sido recibidos por Roberto yo me encargo de la cantina: el to Paco y Matilde, su mujer, y los Barbachano, que eran los padrinos de Patricia y quienes toda la vida haban tratado de entablar parentesco con los Aguilar mediante una alcahuetera slo verbal, que a fuerza de repetirse a cada encuentro se habla vuelto retrica y haba espantado las virtuales apetencias de los siempre incmodos protagonistas de tan deseado enlace: Qu mona parejita hubieran hecho su Antonio y nuestra Maruca. / Pues si, pero ya ve, ahora ni manera. / A ver si se nos hace con nuestra ahijada y el Jos Miguel, que est hecho todo un hombrecito, si lo viera usted, se ha dado una estirada que ni le cuento. / Como si uno mandara en el corazn de los hijos. Yo qu ms diera, pero ya ve lo entusiasmada que est con el Gero An. / Que no es un mal partido. / No; es un buen muchacho, de buena familia, pero es un mocoso todava, imagnese de aqu a que termine la carrera. / Y Moncho? / De Moncho mejor ni hablamos, con eso de que le da por la literatura. Yo ya mejor no le pregunto nada. Ya ve usted cmo est la juventud.

-Bueno, y la del cumpleaos? -dijo el to Paco mientras baaba en dip una papa frita y se la meta sonoramente en la boca llenndose de grasa y de sal, y de papa y de dip tambin, los protuberantes bigotes.

-No dilata en tardar -dijo Roberto queriendo ser gracioso-. Ya vers cmo baja volando nomas oiga la voz del Gero.

Pero antes que el novio, llegaron Antonio, el casado, y Marcela, la causante de su epteto, con el nio primero -primer hijo, primer nieto, primer sobrino-, metido en un bambineto es muy prctico, y todos los presentes, menos el to Paco, dijeron con semblante de transporte celestial que queran ver al muchachito aunque estuviera dormidito y con voces aniadas pero est precioso, pero si es un angelito, pero qu grande est, pero si es una monada, pero si es idntico al abuelo que en paz. Slo el to Paco, amparado, como siempre, en una sinceridad casi nortea de la que se ufanaba, dijo me perdonan, no se ofendan, pero todos los nios recin nacidos son horrorosos.

Antonio, engordado por el matrimonio, agrandado por la alta responsabilidad que desde la muerte de pap lo haba convertido en el jefe de la familia, con cara de oficina, cansado pero exitoso, le pidi a Roberto un whisky en las rocas. Marcela, ofendida por la sinceridad del to Paco, fue a depositar al nio en la cama de la abuela y regres a la sala para iniciar una larga disertacin sobre la maternidad, que volva de golpe obsoletas todas las experiencias de todas las mams del mundo. Con creciente prognatismo habl minuciosamente de la alimentacin del hijo y de todos y cada uno de sus efectos: sus eructos, sus vmitos, sus orines y sus deposiciones.

De pronto aparecieron por la puerta de la sala tres docenas de rosas rojas sucedidas por el Gero Anzures, quien no encontr la oportunidad de desembarazarse apropiadamente de semejante muestra de su pasin de amor antes de saludar a los presentes, y con su hmedo y perfumado cargamento emprendi el recorrido por el angosto camino que apenas se abra entre la mesa de centro oval y los sofs -ms bien las piernas de sus ocupantes-, y fue diciendo, a cada obligado apretn de manos, buenas noches seor, buenas noches seora, y, en su caso, mucho gusto seor, mucho gusto seora, y cuando termin de dar la vuelta completa, habiendo dejado un rastro -de ptalos, se encontr, recin aterrizada, a Patricia, que efectivamente haba bajado volando como lo pronostic Roberto. Le entreg las flores ay qu lindas con cierta torpeza y decidi darle un beso en la mejilla cuyo pudor intentaba disfrazar los jadeantes manoseos vespertinos de ao y medio de sof.

Antonio sonri ms paternal que fraternalmente, pero su sonrisa no alcanz a disuadir el fruncimiento de las cejas. Se quit los anteojos, se dio un rpido masaje en los prpados y en el puente de la nariz, a saber si por cansancio, por evasin o por incredulidad, y dirigi la vista un tanto abotagado a Patricia, tan cintura diminuta, tan nalguitas paradas, tan senos puntiagudos y sobre todo tan piernas largas, largusimas, visibles en toda su extensin merced a una minifalda que, por lo pronto, los anteojos de Antonio, nuevamente instalados, consideraron digamos que inmoral.

Cabellera alaciada artificiosamente, pestaas separadas por el rimel, boca pintada por un lpiz labial que ms haca por decolorar que por poner color, Patricia fue abrazada por los invitados que no eran suyos sino de la tradicin familiar, pero cmo no los vamos a invitar si son tus padrinos, si son tus tos, si son tus hermanos y adems Antonio es como si fuera tu padre.

La seora Barbachano le dio un regalo ante la mirada del seor Barbachano: una pulsera dorada con varios dijes -un barquito de vela, un pescadito, una torrecita Eiffel- que a Patricia, arrebatada por la moda del plstico y los colores estruendosos, le pareci espantosa. El to Paco, enrojecido, estir el cuello apretado por la corbata y no pudo guardarse su comentario sobre lo guapa, lo desarrollada y lo inmoral que se vea Patricia con esa minifalda que cmo puede costar lo que cuesta si tiene escasos veinticinco centmetros de largo, y se ri estentreamente, casi sofocado, mientras la abrazaba ms de lo debido en opinin del Gero y t no pongas esa cara de celoso -le dijo guiando un ojo-, que es mi sobrina y estamos en familia.

-Qu fino detalle -musit el Gero simulando una sonrisa.

Conforme fueron llegando los verdaderos invitados -amigos de Patricia y amigos del Gero-, las sillas del comedor se trasladaron de dos en dos a la orilla de la sala. El crculo inicial adopt keplerianamente la forma de la elipse y sta, a su vez, se fue acinturando, se fue estrangulando generacionalmente y al cabo de un rato ya eran dos crculos independientes, apenas relacionados entre s: por un lado, el de la momiza -como dijo, sin bajar demasiado la voz, un joven lampio y enjuto apodado Tarzancito-, cuyos integrantes estaban apoltronados en los sillones de la sala; y por otro, el de la juventud divino tesoro -como dijo la ta Matilde en un suspiro que delataba su peregrino deseo de cambiar de ubicacin-, cuyos integrantes hormigueaban por las sillas del comedor rozndose los alientos frescos, las alegras babosas, las manos y las palabras. De vez en cuando una bola de la cancha de los adultos se pasaba a la otra cancha y los jvenes la devolvan educadamente aunque sin dejar de hacer algn comentario risueo entre los de su equipo, y al revs tambin, y los adultos la lanzaban con todas sus fuerzas, queriendo, intilmente, ser joviales. Las carcajadas de uno y otro crculos no lograban acompasarse. Tampoco los gustos musicales, que empezaban a volver esquizofrnico al tocadiscos donde se alternaban la msica ago-g y Hugo Avendao hasta que las negociaciones tcitas entre Patricia y Antonio no le permitieron ir ms all de Ray Conniff ni ms ac de Raphael.

Roberto, que estaba en ese universo y no en el suyo por mera concesin familiar, se desplazaba por la rbita y se aburra tanto con los adultos como con los jvenes. Aqullos lo consideraban un chamaco todava pese a su corbata y a sus responsabilidades laborales y stos le tenan cierta reticencia precisamente por su corbata y por sus responsabilidades laborales. El haba tratado de aproximarse a las minifaldas de las amigas de Patricia, pero sus recursos grandilocuentes, pasados de moda, eran recibidos con fastidio, y tras algunas sonrisas ms educadas que entusiastas, las muchachas acababan por darle las espaldas para ponerse a platicar con los amigos del Gero. Despus de dos o tres intentos, Roberto adopt condicin de satlite para girar alrededor de la cocina donde no slo repona las cubas libres y los vermouths de los invitados sino que aprovechaba la trayectoria de su desplazamiento para servirse muy bien servidos tragos en su vaso cada vez ms digitado y solitario. Cunto lamentaba que mam se hubiera opuesto, si esta casa no es hotel, a la idea de instalar, con sus propios medios, una extensin telefnica en su recmara, porque con el telfono sobre la consola, en el centro de la msica y en el epicentro de la reunin, era punto menos que imposible empalagarse la voz y los odos y la imaginacin con sus amigas alfabetizadas en su agenda: la secretaria del propio to Paco, la vendedora de El Palacio de Hierro, la mesera de Sanborn's, la futura edecn de las Olimpiadas.

Por la mesa de centro desfilaron, amn de las papas y el dip, los rollitos de jamn, el queso manchego sobre la tablita de mosaico, las pepitas -que el to Paco tomaba a puados-, los ostiones ahumados en galletas de soda que no se ajustaban al permetro marcado por sus perforaciones... Y nada de que Moncho llegara.

Mam, aparentemente despreocupada, no poda dejar de pensar en el volante que haba llegado a la casa la semana pasada, en el que se aconsejaba a los padres de familia que impidieran a sus hijos asistir a las manifestaciones estudiantiles porque el peligro de represin era inminente.

-Bueno... Y Moncho? -dijo el to Paco como si la preocupacin de mam se hubiera escapado por el aire. La pregunta desencaden las frases que de un tiempo a esta parte a Moncho le irritaban: Ya no le pido que pida permiso, slo que me avise, que me diga dnde est para no estar con el pendiente. / Y sobre todo en estos tiempos. Uno ya no sabe qu quieren los muchachos. / El es ms bien tranquilo pero luego lo sonsacan los amigos.

Y lo que no se le ocurre a uno se le ocurre a otro. Aunque ms bien se la pasan en los cafs existencialistas. Horas y horas. Yo no s qu tanto platican. / Si vieran cmo trae los pelos, hace por lo menos dos meses que no va a la peluquera. Ya le dije que le voy a castigar el coche si no. / El error fue haberle comprado coche. / No estar en casa de la novia? / Qu va! Si a Luca no la ve desde hace meses. Parece que terminaron. / Pero si era buena la muchacha, no? / Pues te dir, demasiado desenvuelta para mi gusto. / Los tiempos cambian, qu le vamos a hacer. / Lo nico que nos falta es que ande de revoltoso con los estudiantes.

-Estudiantes? -pregunt el to Paco,--. Qu estudiantes ni qu narices. Estudiantes les llaman a esos desvergonzados que se pasan el da cometiendo toda clase de fecharas? Qu estudiantes van a ser! Si sos son estudiantes yo soy el astronauta Gagarin.

Bueno... Y Moncho?

Moncho y Nuria salieron temprano de Ciudad Universitaria. Estaban hartos de las asambleas eternas donde cada uno de los que tomaba la palabra despus de esperar horas su turno no la usaba sino que abusaba de ella, como para usufructuar la inversin de tanta paciencia, y desvariaba en prolongados anlisis que ms tenan que ver con el lucimiento personal que con la situacin poltica del movimiento, o haca propuestas inoportunas porque nadie recordaba ya el comentario que las haba suscitado despus de catorce peroratas intermedias. Muy pocos se ajustaban al bien concretito que el compaero presidente de debates exiga a los participantes, y haba quienes disfrazaban de mocin de orden sus desenfrenados impulsos oratorias. Pero qu quieres, as es la democracia.

Regresaron temprano, tambin, porque Nuria, tan activa, tan beligerante, no dejaba de ser hijita de familia. Su padre, refugiado espaol, cataln ms bien, y anarquista, hablaba siempre de la libertad que deberan tener las mujeres, de la igualdad de derechos y de responsabilidades de ambos sexos; admiraba a las mujeres independientes, autnomas, profesionistas, pero eso s, a Nuria la quera a las ocho y media en casa y ya empezaba a imaginarla casada con un hombre bien plantado, cualquier cosa menos anarquista, y dedicada al hogar, a la maternidad, a las galletitas y al alioli.

Salieron de Ciudad Universitaria por avenida Insurgentes. Cada vez que Moncho pasaba por el monumento a lvaro Obregn, un toque elctrico le recorra el cuerpo de los testculos a la garganta. Algo como un rumor de tripas resuelto en Interjeccin de las que se pronuncian para adentro lo impulsaba a pisar el acelerador y salir huyendo, a riesgo de parecer sospechoso. Su corazn no poda admitir que el parque espeso, florecido de hortensias de penumbra donde transcurri en velocpedo (como pap le llamaba al triciclo) alguna parte de su infancia; el parque de sus paseos con Luca, tan lentos, tan amorosos, tan cobijados por los fresnos, respaldara ahora a los granaderos de fauces caninas y miradas rencorosas, trepados en esos camiones azules, abiertos por los costados, listos para salir rpidamente y atacar en cualquier momento. Llevaban ms de un mes apostados en el parque y Moncho no se acostumbraba todava a su presencia, que tensaba a la ciudad como una liga a punto de romperse. Pero ya no slo eran los granaderos al acecho de mtines y de manifestaciones, sino tambin el ejrcito que como un fantasma verde -silencioso y omnipresente se dejaba ver por diferentes puntos de la ciudad.

Se fueron por la avenida Insurgentes hasta El Puerto de Liverpool, que desde su inauguracin habla privado a Moncho del raro placer de acompaar a mam al centro, y doblaron por Extremadura hacia Mixcoac, donde viva Nuria, muy cerca del colegio Madrid de su primaria, de su secundarla y de su preparatoria, en un edificio de departamentos que haba sustituido a una de esas casonas de tepetate y ventanas con postigos, como la de Juan Manuel Barrientos, su maestro de literatura.

Moncho tena prisa pero no le import mayormente. Refugiados en el vulnerable Volkswagen se quedaron platicando a la puerta del edificio, en una ciudad, si amedrentada a plena luz, peligrossima despus del atardecer, ya me voy que es cumpleaos de mi hermana y hay fiesta en casa. Cmo fiesta, si estamos en combate.

--Qu quieres que haga. No dejo de ser un pequeo burgus -dijo Moncho y al decirlo vio las contundentes piernas de Nuria, ah, al alcance de su mano derecha, apoyada nerviosamente en la palanca de velocidades.

Nuria saba -vaya que saba de la rotunda belleza de sus piernas hispnicas que dejaba lucir hasta el lmite mismo de la trama oscura de sus pantimedias. A Moncho, que an conservaba viva la energa de sus ltimos barros y espinillas, Nuria lo desquiciaba porque su gracia, su desparpajo traducan en compaerismo cualquier impulso ertico que se le acercara. Moncho no tena recursos para aproximarse ni un centmetro ms de la amistad, ya que todos los valores entendidos que haban ido articulando desde que se conocieron estaban cifrados precisamente en la amistad y solamente en ella, de manera que Moncho tena miedo de perder lo ya ganado si intentaba modificar, aunque fuera en un pice, las reglas del juego aceptadas tcitamente. Pero Nuria coqueteaba con un desenfado que, cuando ms, Moncho consideraba ambiguo. Ah, cmo le gustaba la Catalana. En clase ella sola sentarse cerca del ventanal, respaldada por los pirules y la piedra lava; por la torre de la Rectora y los volcanes. Moncho se procuraba un asiento que le permitiera observarla sin ser visto -sin ser visto?-, y su mirada se filtraba por los hemistiquios del Poema del Mo Cid y se deleitaba, morosa, en esas Ay, basas de marfil, vivo edificio / obrado del artfice del cielo, / columnas de alabastro que en el suelo / nos dais del bien supremo claro indicio que cantara el primer poeta novohispano, y al terminar la clase tena que salir del saln con los libros sobre la bragueta, que pareca tienda de campana.

Esa noche septembrina, a la puerta del edificio, en su Volkswagen, junto a Nuria, a Moncho se le fue cargando el corazn, se le fue endureciendo el escroto, se le fue agitando la respiracin, se le fueron ensanchando las fosas nasales, se le fueron crispando los puos hasta que repentinamente, inusitadamente, grit a voz en cuello CARAJO!!, y descarg un golpe contra el parabrisas, cuyos efectos inmediatos lo despojaron de su simbolismo primigenio: para su sorpresa -porque no pens que hubiera golpeado con tal fuerza y para la sorpresa de Nuria, que no comprendi semejante exabrupto, el parabrisas se estrell: una tela de araa caprichosa se teji en un instante a partir del impacto de los nudillos de Moncho en el cristal.

-Qu te pasa! -dijo Nuria, estupefacta-. Pareces granadero.

-No s -respondi Moncho, desconcertado, sobndose los nudillos-. Los pinches granaderos, carajo, y la pinche tropa, carajo, y tus piernas, carajo, me gustas, me gustas muchsimo, me gustas desde siempre.

Atrapados por la proyeccin de la telaraa en sus rostros, los dos sonrieron ante los efectos destructivos de tal arrebato, y despus se rieron francamente y despus se volvieron a rer, y la risa de pronto se hizo ro por donde sus bocas navegaron vidamente, y Moncho supo por primera vez que los besos no tienen por fuerza que ser solemnes sino que pueden prescindir de la mirada preparatoria y de los prpados doblegados, y que se puede besar con los ojos muy abiertos y que se puede rer mientras se besa, rer y morder y soplar y decir tonteras y que ni la carcajada franca interrumpe el beso, que se prolonga cada vez ms denso, y que ah, en la risa besada, habita el compaerismo y la solidaridad, palabras que tanto le decan a Nuria y que tanto haban reprimido las inconmensurables ganas de Moncho.

No hubo explicaciones posteriores ni compromisos ni planes ni definiciones: slo la risa, que se demor hasta el ya es tardsimo que ambos pronunciaron cuando la XEQK, despus de los sombreros Tardn y del Hemostyl qu sabroso es, dio la nica hora exacta, la hora del Observatorio, la hora de Haste, la hora de Mxico. Ella se baj del coche sin que Moncho le abriera la portezuela como sola hacerlo con cualquier mujer que lo acompaara, se meti en el edificio y despus de pasar la puerta de cristal, que se cerr automticamente, se volvi y le mand a Moncho un beso dado sobre un solo dedo, que traspas el cristal de la puerta y el cristal de la ventanilla del coche y que Moncho recibi con cara de imbcil. Baj el elevador por Nuria, y Moncho se qued ah todava un ratito, estacionado, hasta que calcul que Nuria ya habla entrado en su departamento del cuarto piso, y se encamin a su casa, al maldito cumpleaos de Patricia, suspirando y acomodndose el desorden de la bragueta.

Por las finsimas rajaduras del parabrisas, que brillaban dramticamente iluminadas por los fanales de los tranvas de Revolucin, temerosos del incendio y divulgadores ambulantes de consignas estudiantiles, TIEMBLA BURGUESA PORQUE TE QUEDAN POCOS MILENIOS DE VIDA,

se colaron las imgenes ms sutiles de Nuria y humedecieron an ms las sonrientes comisuras de Moncho.

Una tarde apenas comenzada, haca ms de un mes, Nuria le haba hablado por telfono para preguntarle si ira a la manifestacin. Moncho le haba respondido que l mejor aprovechara el tiempo de la huelga para ponerse al corriente en filologa. Nuria, sin mediatizaciones, sin eufemismos, lo habla tachado de reaccionario de mierda y de clandestino sin darle tiempo para defenderse ni para discutir siquiera.

Moncho se encerr en su territorio todava tan vulnerable: a pesar de Baudelaire, Nietzsche y Camus a la altura de la vista, el librero de Moncho estaba fundamentado en la infancia: las memorias del Instituto Mxico, la coleccin completa de Salgari, con sus bisagras azules dibujadas, Corazn, diario de un nio, los veinte volmenes de El tesoro de la juventud y los fascculos de la Enciclopedia estudiantil que mircoles a mircoles le haba ido comprando su hermano Antonio, el casado. Y como en el librero, en el cuarto entero subyacan vestigios de una edad que se rehusaba, todava, a ser pretrita. La coleccin de piedras veteadas o brillantes, dispuestas por tamaos, an ocupaba la repisa ms baja del clset y los patines no haban ido a parar al cuarto de servicio y ah permanecan, sedentarios junto a los zapatos, aunque Moncho no los usara desde que se perdi la llave, hace aos. La cama estaba disfrazada de sof y sobre el escritorio se apilaban los libros universitarios, interrumpidos por los cuadernos donde la Sterbrook, misteriosamente veteada, como algunas de las piedras de su coleccin, pasaba en limpio sus poemas amorosos, que queran ser modernos:

Tu cuerpo:

laberinto de mi cuerpo.

Mi cuerpo:

luna que eclipsa

tu sol-edad.

Pero de todas maneras, el cuarto de Moncho no era un estudio, como l hubiera querido. Era una recmara denunciada por el crucifijo en la pared, por las persianas de la ventana, amodorradas en su oblicuidad, por el olor a sueo. Moncho se pas aquella tarde de la manifestacin viendo su reflejo vergonzante en el vidrio de su escritorio ante el volumen de las obras de Xavier Villaurrutia -espejismo en el rido desierto de la mettesis y de la yod cuarta-, incansablemente abierto en las pginas 46 y 47. Tuvo que reconocer que los agravios verbales de Nuria acaso no haban sido del todo injustos: le molestaban, en efecto, la huelga y los disturbios estudiantiles, que no acababa de comprender o mejor de justificar pese a su condicin de estudiante o precisamente por esa condicin: l haba ingresado en la universidad para estudiar, no para hacer desmadres. Pero.

Desde que muri pap, tan prematuramente, mam tena que hacer milagros, como siempre deca, con una pensin que no se incrementaba proporcionalmente al alza de la vida para seguir manteniendo la decencia de la casa, donde el fantasma de pap no slo tomaba caf en el antecomedor y escriba cartas largusimas en la vieja Remington de su escritorio, sino que, invocado a cada Si viviera tu padre, continuaba sentado a la cabecera de la mesa y vigilaba la conducta de cada uno de los miembros de su descendencia. Como en las telenovelas, que a mam le gustaban cada vez ms y que vea mientras zurca calcetines, Antonio, el hijo mayor, que haba heredado un sentido del honor -que no del humor de prosapia novohispana, haba tenido que enfrentarse responsablemente, con las solas armas de su inteligencia y de su enorme capacidad de trabajo, a los problemas econmicos de una familia que consideraba que bajar el monto de sus ingresos traa aparejada una suerte de relajamiento moral. Por su parte, Roberto, que nunca haba tenido ninguna inclinacin por el estudio y que apenas haba terminado la secundaria entre parrandas precoces y castigos hiperblicos, haba aprovechado la circunstancia para no seguir estudiando y dedicarse, ms exitosamente de lo previsible, a muy dismbolos negocios: adems de contribuir al gasto de la casa, vesta bien, haca regalos esplndidos y era poseedor, por cuenta propia, de un flamante Renault Florida que se encargaba de humillar, en la nocturna convivencia, al enfermizo y siempre sucio Volkswagen que se le haba comprado a Moncho cuando entr en la universidad no slo para que fuera a sus clases sino tambin y sobre todo para que llevara a mam al sper, al doctor, a El Puerto de Liverpool porque ya no se puede tomar camiones, van llenos de pelados, ya no hay caballeros que cedan el asiento, no s cmo no se les cae la cara de vergenza, algunos hasta se hacen los dormidos, y tomar un libre te sale en un ojo de la cara.

As las cosas, la condicin estudiantil de Moncho era un privilegio, ms an si se piensa que la carrera elegida no haba sido administracin de empresas o contadura o diseo industrial sino la lujosa, la medieval, la elitista carrera de las letras eso para qu sirve, te vas a morir de hambre, son estudios para las mujeres mientras se casan. Alguna vez, en excepcional momento de confidencia, Roberto le haba aconsejado que no estudiara esas pendejadas, que nunca tendra dinero para comprarse un buen traje, para invitar a las chicas a bailar, para casarse bien, para tener un coche ltimo modelo; que su esposa no podra tener sirvienta, que sus hijos tendran que nacer en el Seguro Social, cosas as, tan edificantes. Curiosamente, los argumentos de Roberto, en vez de disuadir a Moncho, 0 por lo menos de preocuparle, lo confirmaban en una vocacin que as amenazada iba cobrando, a sus ojos ilusorios, rango de destino, de estigma, de imperiosa necesidad. Slo quiero estudiar letras para no ser como t, pensaba para sus adentros, aunque de dientes para afuera puede ser que tengas razn, voy a pensarlo. Antonio, en cambio, apoyaba los estudios de Moncho con beneplcito casi patriarcal, ya porque era l quien orgullosamente mantena al hermano en calidad real de becario, ya porque l mismo manifestaba considerable gusto por la literatura. Todas las noches, mientras su flamante esposa se entretena con el Teatro familiar de La Azteca o con el Estudio Raleigh de Pedro Vargas, Antonio resbalaba por la pendiente de algn best seller -Morris West o Taylor Caldwell- y, con paternalismo mal disfrazado de respeto profesional, cuando vea a Moncho le peda su opinin sobre tales lecturas -lo que era una manera de ponerlo a prueba y al mismo tiempo de hacerle saber que l tambin lea. Pero cmo!, no has ledo Las sandalias del pescador, t, que a eso te dedicas?

Moncho, que tambin haba heredado algo de esa honorabilidad novohispana, senta, pues, un tcito compromiso con su hermano Antonio, tal vez ms hondo que si se tratara de su propio padre, en cuyo caso el patrocinio de sus estudios sera digamos que ms obligado que gracioso. Por eso, la huelga lo transtornaba; sin embargo, por ms que invirtiera el tiempo, ahora forzosamente libre, en el estudio de la Historia de la lengua espaola de Rafael Lapesa, estaba inquieto, distrado como podran atestiguarlo las catorce franjas de luz vespertina que las persianas de su cuarto dejaban proyectar sobre la pared del escritorio. Por qu, si era estudiante, no participaba de los problemas estudiantiles? Y si eran problemas polticos y no acadmicos, como decan, escandalizados, tantos padres de familia y muchos profesores impolutos, por qu no participaba en los problemas polticos de los estudiantes? No era el hombre un ser eminentemente Poltico? No era l, acaso, un hombre?, se preguntaba con solemnidad presocrtica. Por qu carajos entonces se pasaba las tardes encerrado en su celda, cual monje medieval, dedicado, en clausura apenas violada por Radio Universidad, al estudio de textos clsicos y lenguas muertas mientras sus compaeros se partan la madre en las calles de la ciudad? Que estuvieran equivocados o no era lo de menos: estaban vivos, estaban en su tiempo. Adems, no participar era tambin una actitud poltica, pero la ms fcil, la ms cmoda, la ms cobarde. Por qu no iba a las asambleas a discutir sus puntos de vista, a plantear sus desacuerdos, aunque fuera tachado de reaccionario de mierda? Ah, cmo le dolieron los adjetivos de Nuria aquella tarde.

El ya lejano 26 de julio, cuando se suspendieron las clases por la manifestacin que ao con ao conmemoraba el asalto al Cuartel Moncada, y que ahora apoyaba al pueblo vietnamita y aprovechaba la fecha para protestar por la intervencin policaca en la Vocacional 6, Moncho lament quedarse sin la clase de literatura italiana de Alade Foppa. Das despus, empero, al enterarse de la represin que haban sufrido los manifestantes, se le torci la boca y el entrecejo no pudo contener una expresin reprobatorio. Y ms que la represin del da 26, a Moncho le doli, das ms tarde, el bazukazo que destroz la venerable puerta del antiguo Colegio de San Ildefonso. Lo indign casi hasta las lgrimas la sola imagen de la brutalidad enseoreada de ese recinto de cultura que haba hospedado a los jesuitas del siglo XVIII, que haba sido la sede del renacimiento de la Universidad, que haba sido la escuela del deslumbrante y precoz grupo sin grupo de los Contemporneos, que haba sido el mbito propicio de la enrgica expresin de Orozco. Si Moncho tena este sentimiento, solemne y un tanto grandilocuente, era porque l mismo no haba estudiado en San Ildefonso y en consecuencia lo admiraba ms de lo que lo quera, exactamente al revs de lo que les suceda a los estudiantes regulares, que a lo mejor podan escribir brbaramente su nombre en un mural de Orozco Aqu estuvo Chucho o Chano ama a Chole y desconocer la doblemente ilustre historia del edificio, pero que lo amaban como su espacio cotidiano, como lo habrn amado Clavijero y Vasconcelos, Alegre y Pellicer, Landvar y Torres Bodet. Aunque no estudiara ah, de todas maneras Moncho, desde que estaba en la preparatoria, asista con cierta frecuencia al soberbio edificio para participar en los grupos de teatro universitario que se integraban en la Prepa / porque en su escuela eran puros hombres y no se poda representar ms que el Diario de un loco de Ggol o ni eso, porque adems de ser puros hombres eran tambin hombres puros. En esos viajes solitarios de sus aos preparatorianos al centro de la ciudad, Moncho fue descubriendo por su cuenta el color de sangre seca, de costra, del tezontle, que iluminaba singularmente a la metrpoli virreinal; los oficios de los trabajadores, que se colocaban en las rejas de la Catedral con sus instrumentos de trabajo; los nombres de las calles, de las plazas, de las iglesias. De chico, acompaaba a su mam al centro, adonde haba que ir para comprar cualquier cosa, desde un botn hasta los tiles escolares, desde un foco hasta una cama, pero, jalado por las prisas, apenas poda ver los aparadores a la altura de su vista y nunca haba contemplado los edificios de la poca colonial. No, no haba justificacin ninguna para cometer un acto tan brutal y tan gratuito como el que se haba perpetrado contra el antiguo Colegio de San Ildefonso.

Ms o menos as se lo dijo a su hermano Antonio un domingo a la hora amodorrada de la sobremesa, bajo la luz encendida por la lluvia del atardecer. Cuando Marcela, su cuada, se levant de la mesa para cambiarle los paales a Toito, que berreaba ms sobreactuadamente que Carmen Molina y Lorenzo de Rodas juntos, salt al mantel manchado, lleno de migas de pan, entre las tazas de caf escurridas, va las greas de Moncho, el tema del movimiento estudiantil.

Antonio seal, por arriba de los anteojos, con mirada de mandamiento, que los estudiantes tenan el compromiso social y patritico de estudiar, toda vez que la sociedad y la patria los becaba para eso, pues la educacin superior en Mxico, al ser prcticamente gratuita en la Universidad Nacional, estaba subvencionada por el Estado, es decir por el trabajo de cada uno de los contribuyentes que, corno l, pagaban religiosamente sus impuestos.

Moncho, que haba sido tan mesurado frente a sus Propios Compaeros, esper pacientemente para intervenir en la conversacin, como lo hacan los estudiantes en las asambleas, pero Antonio, dueo de la palabra, refutaba los pensamientos de Moncho aun antes de que Moncho los expresara. Al principio fue ahorrando, en silencio, sus argumentos para decirlos todos juntos cuando le tocara hablar, pero como no llegaba ese momento, fue perdiendo inters: qu le importaba a fin de cuentas meterse de lleno en una discusin que desde sus inicios tena perdida ante la sordera de su hermano. Se limit a decir, mientras Antonio hizo una leve pausa para tomar agua, que la represin policaca a estudiantes inermes era, por principio, condenable.

-Qu bonito! -dijo Antonio, dejando de golpe el vaso en la mesa, como si fuera caballito tequilero-. Muy valientes para protestar, para hacer manifestaciones y mtines, para insultar a la autoridad, para pintar bardas. Muy hombrecitos para quemar camiones y trolebuses, para poner patas para arriba la ciudad, para interrumpir el trnsito y fastidiar a quienes mantenemos sus estudios con nuestro trabajo. El viernes hice una hora reloj en mano de la Zona Rosa a San Juan de Letrn. Pero eso s, que no los toquen porque entonces son estudiantes inermes. Inermes dijiste? No, Moncho, no hay que ser, lo que es parejo no es chipotudo. Que se atengan a las consecuencias. A cada palabra de Antonio, mam abra ms los ojos y asenta con la cabeza y con un reiterado claro.

-De todas maneras -dijo Moncho la represin no es una solucin poltica al conflicto. No se puede aceptar el uso de la fuerza bruta en lugar del convencimiento, del dilogo.

-Pero quines son los que no quieren dialogar, Moncho, por amor de DIOS.

-Pues las autoridades, el gobierno.

-El gobierno? No leste que Daz Ordaz ofreci el dilogo franco en Guadalajara, que tendi la mano abierta al estudiantado? Perdname, Monchito, pero para m los que no quieren dialogar son los estudiantes. Qu van a querer, si estn felices en el bochinche, noms perdiendo el tiempo.

-Si los estudiantes quieren el dilogo, Antonio, de veras. Lo nico que quieren es que sea pblico, para evitar corrupciones.

-Corrupciones! En serio crees que el movimiento estudiantil no es corrupto? Sinceramente piensas que no estn manejando a los muchachos, que no hay intereses creados en los lderes? De dnde crees que sacan el dinero para tantos volantes y tantas mantas y tantos galones de pintura? No hay una sola barda sin pintar!

-Pues del pueblo --contest Moncho espontneamente y se arrepinti en el mismo instante porque sinti que la palabra pueblo era demasiado inocente o demasiado retrica.

-No cabe duda de que eres un ingenuo -dijo Antonio previsiblemente-. Si por eso todo lo que est pasando es muy doloroso. Porque a m tambin me duele, aunque no lo creas. Se aprovechan de los mejores valores de la juventud: de su inocencia, de su buena fe, de su idealismo para manipularlos. Y ah van toditos, como borregos.

Afortunadamente Marcela regres de cambiarle los paales al nio llorn y men y todos los comensales se convirtieron inmediatamente en pblico agradecido de unas virtuales moneras que el escuincle nunca hizo pese a las reiteradsimas peticiones de su madre, o ver, o ver, tengo manita no tengo manita, y Moncho aprovech la oportunidad para levantarse de la mesa con un apocopado cmper y se fue a su cuarto a rumiar largamente la frase que haba odo como consigna general: DESCONFA DE LOS MAYORES DE TREINTA AOS.

Cuando lo llam Nuria, dos das despus de aquel domingo, para invitarlo a la manifestacin que habra de terminar en el Zcalo, las dudas an prevalecan y no acept. Ah, qu tarde tan jodida aqulla, reflejadas sus vacilaciones y sus incertidumbres en el vidrio del escritorio, apenas distradas por los Nocturnos de Villaurrutia que haban sustituido a la historia lingstica de Lapesa cmo pesa. Se sinti solo. Muy solo. Repentinamente se levant del escritorio y se dirigi al telfono que, como un trofeo, estaba en el centro de la casa, al alcance del odo de todos. Se comunic a casa de Nuria para decirle que s ira a la manifestacin con ella, que por supuesto. Pero Nuria no est, ya se fue, hace un ratito, y Moncho no tuvo el coraje, pese a su entusiasmo repentino, de lanzarse solo en su busca al Museo de Antropologa, de donde salan los contingentes estudiantiles.

Demasiado tarde para esa tarde, pero acaso no para la vida, Moncho adquiri la absoluta certeza de que no quera nunca parecerse a su hermano Antonio -con su sensatez tan irrebatible como poco convincente. Le pareca asquerosa la tropa dispersa por toda la ciudad. No poda aceptar que los granaderos apalearan a sus amigos disidentes. Detestaba que mam estuviera jode y jode con la peluquera pareces mujercita y siempre le preguntara adnde vas y a qu horas llegas, y que la abuela de Luca, que haba tomado como suya la virginidad de la nieta, se la pasara chaperoneando sus visitas. Se le antoj ahorcar

a la abuela de Luca, se le antoj quemar un trolebs, se le antoj cogerse a Nuria, en el coche, en la calle, en la escalera, cien veces cien cien veces hasta orla decir estoy muerta de sueo.

Esa tarde inquieta y solitaria, Moncho inici la caminata que lo condujo a las asambleas estudiantiles, donde se fastidiaba e inhiba sus desacuerdos y sus desconfianzas, y de all pas, casi por inercia, a la brigada de Nuria, quien aprovechaba con simptico descaro su provocativa minifalda para botear exitosamente en la avenida Insurgentes. Y en la brigada y sus tareas -la reparticin de volantes, las pintas, la recoleccin de fondos Moncho crey conocer el compaerismo y el humor que se desplegaban con una cachondera tan diferente al erotismo de cartn en el que haba sido educado. Educado? Por primera vez se sinti libre para usar su vocabulario completo delante de una mujer, por primera vez pudo ensearle a una compaera algunos resquicios de su intimidad, y por primera vez, ante la sonrisa generosa y democrtica de Nuria, se percat de que se aburra mortalmente con su novia en esas tardes infinitas de mano sudada y planes para cuando nos casemos.

El martes 27 de agosto, nunca se le olvidara, fue con Nuria y con Javier, otro compaero de brigada, a la manifestacin que, como la otra, habra de llegar hasta el Zcalo. Y tambin por primera vez, porque Moncho estaba inaugurando todo, los edificios coloniales ya no eran almacenes que guardaban una parte de su infancia o gigantes que intimidaron una parte de su adolescencia, sino testigos conmovidos por su voz, que se confunda y se multiplicaba con las voces de cientos de miles de jvenes que se hacan adultos clamando a cielo abierto, con los cuellos excitados y enhiestos y las miradas desafiantes ME-XI-CO LI-BER-TAD ME-XI-CO LI-BER-TAD ME-XI-CO LI-BER-TAD ME-.

Cuando los contingentes llegaron a la plaza de la Constitucin, ms grande que nunca, inmensa, a Moncho, claro, se le puso la carne de gallina y su voz, de tanto grito, por poco llega al llanto. A pesar del buen humor de sus compaeros, Moncho se sinti solemne protagonista de la historia, de la historia que le toc a l, de la historia que por l y por sus compaeros estaba cambiando en ese preciso momento, tan digno de una fotografa de libro de texto. Se ri de su propia solemnidad y fue feliz un rato.

Tras el mitin, Nuria, Javier y l se regresaron caminando hasta la plaza Garibaldi, donde Moncho haba estacionado La Mierdita --como Nuria le deca a su Volkswagen con la sensacin paradjica de que la ciudad oscura, sin ningn farol encendido, slo iluminada por las luces de los coches que pasaban a velocidad fugitiva; la ciudad amenazada, vigilada por granaderos al acecho, recorrida por temibles julias -crceles ambulantes, perreras humanas-; la ciudad heredada, ajena, impertrrita, era, ahora, una ciudad iluminada por la protesta; una ciudad entraablemente suya.

En el Zcalo, lugar donde apenas haca poco ms de un ao Moncho haba jurado bandera como conscripto peln ante el mismo Daz Ordaz con pattica indiferencia, como un trmite desprovisto de cualquier significado patrio, se haba izado, esa noche, la bandera rojinegra del Consejo Nacional de Huelga por cientos de miles de estudiantes apoyados por maestros y trabajadores y campesinos y padres de familia que ya estaban hasta el carajo del misma sistema, de la misma mentira, del mismo, del mismsimo pinche rollo demaggico. Se haba violado la sacralidad atvica del Zcalo y las campanas de la Catedral, esa noche, haban doblado a vida.

Nutrido por la imagen de Nuria, craquelada por las, vetas del parabrisas estrellado, Moncho lleg a su casa, a la fiesta de su hermana Patricia. Lleg tarde. Desde la calle vio las luces prendidas y oy las voces y las risas de los dueos de los coches estacionados. La humedad en los labios y el sabor de Nuria, atesorado en la lengua, lo protegeran de las frases previsibles pero cmo no avisaste, pero mira nada ms la hora que es, te estbamos esperando para cenar, por qu ests tan desfajado?

Con pasmosa lentitud, Moncho abri la puerta de la cochera, meti el coche, cerr la puerta de la cochera, abri la puerta de la sala, entr, cerr la puerta de la sala y oy, con paciencia impermeable, pero cmo no avisaste, pero mira nada ms la hora que es, te estbamos esperando para cenar, por qu ests tan desfajado? Salud a los invitados moviendo ligeramente los dedos de la mano derecha y pronunciando un hola ms bien lnguido. Hubiera querido encerrarse en su cuarto. No tener que contemporizar con el Gero, su ex compaero, ms lejano cuanto ms se acercaba a la familia, ni con sus amigos tan peluqueados, tan decentes, tan de suteres impolutos y pantalones de casimir bien planchados, tan limitados, en sus itinerarios, a Polanco, las Lomas, el Pedregal y la Colonia del Valle. No tener que platicar, por guapas y olorosas que fueran, con las amigas de Patricia, tan monas, tan a ver si la semana que entra, tan ya tengo novio, tan pendejas y tan pendientes de los atletas que vendran a las Olimpiadas. No tener que cruzar palabra con el to Paco, que se rea alarmantemente de sus propios chistes aflojndose la corbata como si fuera la soga de la horca y. que resolva en toses coloradas cada risa. No tener que sonrer a lo imbcil ante ningn parecido que le encontrara la seora Barbachano ni ante ninguna alcahuetera que le planteara el seor Barbachano. No tener que responder a ninguna pregunta de Antonio ni de mam: ni cmo ests ni adnde andabas ni qu has hecho.

Como se dio cuenta, para su tranquilidad, de que no cabra en ningn punto de la trayectoria elptica, se dirigi al bao de abajo de la escalera slo para rastrear en su rostro el rastro de Nuria. Se entretuvo un rato en el espejo y al salir se top, asombrado, con una cuba libre que Roberto le ofreca, medio tambaleante, mientras en el tocadiscos Maciel, para disgusto de Antonio, cantaba Rosas en el mar. Pens, con extraeza, que Roberto, tan independiente y experimentado, pareca, al menos esa noche, menor que l.

La elipse se deshizo porque por fin ya lleg Moncho, vamos a cenar, pasen a servirse, aprense porque se enfra.

Moncho no tena hambre ms que de soledad para ponerse a pensar a gusto en las piernas de Nuria, que sus manos haban recorrido slo mediatizadas por la sutil textura de las pantimedias. Tena hambre de Nuria, pues. Pero.

Cuando se acerc a la mesa, mam no pudo contener un reclamo acaso carioso y le jal un mechn de cabellos de la nuca, ay muchacho ste, que Moncho se limit a desagradecer con una mueca de fastidio en medio de ese revoloteo avisposo sobre la comida -un platn de cuete mechado, ensalada de manzana y zanahoria, papas al horno envueltas en papel aluminio es una maravilla-, que cada quien se iba sirviendo en los platos floreados -los de fiesta.

El to Paco, con su plato rebosante en la mano izquierda, y en la derecha, a manera de estoque, los cubiertos, y, de muleta, la servilleta tambin floreada, al ver a Moncho de frente, le dijo a boca de jarro, como citando al toro:

-Ey, t, melenudo, dnde estabas? No me digas que andas con esa bola de fascinerosos disfrazados de estudiantes quemando trolebuses.

Lo dijo sin pensar, espontneamente, an sonriendo. En otra ocasin, Moncho se hubiera quedado callado. Es ms, su nobleza lo hubiera llevado a la sonrisa. Pero ahora no. Tanto silencio se haba tragado que, con la memoria de los besos de Nuria en los labios, contest serenamente, en voz ms bien baja pero muy firme:

-El fascineroso sers t -y aadi sin perder la calma-: No he quemado ningn trolebs. Ah, pero cmo me gustara quemar uno si t estuvieras dentro.

Se hizo un silencio comestible que esperaba, ansioso, una retractacin de Moncho, algo as como no, hombre, no es cierto. Pero no: Ramn no se desdijo. Ramn no baj la mirada. Ramn no perdi la serenidad.

El to Paco primero no supo qu hacer: se qued desconcertado, en silencio, quiz pensando que no haba odo bien. Despus se puso ms colorado que de costumbre, se jal la corbata, regres el plato a la mesa y se qued con el tenedor en la mano, como blandindolo, arrebatado por una tos descomunal, apenas traducida en si viviera tu padre.

Antonio se sinti aludido. Se acerc a Moncho, sin salir de su asombro, y a media voz pero autoritario, le dijo qu te pasa, ests loco, cmo le contestas as a tu to. Ramn no le respondi. Dio media vuelta. Al pasar junto a Patricia, deposit un beso clido en su mejilla. Subi a su cuarto entre los amigos del Gero, que se haban sentado en los pedazos de la escalera con sus platos en las rodillas, y con la misma serenidad, voluntaria y premeditadamente, dio un portazo que cimbr la casa.

Patricia se puso sena. El Gero trat de consolarla pensando que Moncho le haba echado a perder su fiesta, -.i eso es lo malo de la Universidad Nacional, puros pelados, pero contrariamente a su propsito, Patricia le solt la mano que l se empeaba en acariciarle como para calmarla, y le dijo con seriedad indita: t no entiendes nada de nada.

Antonio estuvo a punto de subir al cuarto de Moncho para reclamarle el portazo, ya es demasiado, no?, pero una mirada insobornable de mam lo contuvo.

Excitado por las muchas palabras de calma que su esposa profera, el to Paco, con la servilleta en la frente, se desahog contra los comunistas, todos son unos comunistas bien hechos, ya quisiera yo ver a esos mocosos maricones cortando caa en Cuba, ya los quisiera yo ver...

Desde su cuarto, Ramn todava alcanz a or pedazos de frases del to Paco: agitadores profesionales. Campaa contra Mxico. Boicot de las Olimpiadas. Mao. La CIA. juventud perdida... Y la splica de mam al Gero y sus amigos de que aconsejaran a Moncho, de que por lo menos se cortara el pelo.

-Mam, ya, por favor! -dijo Patricia.

Sonriente, Ramn se acost para pensar minuciosamente en Nuria, mientras abajo Patricia, a su pesar, presionada por todos los concurrentes, apagaba las dieciocho velas de su pastel de chocolate y se desataba un japiberdeituyu desentonado y trasnacional.

Despus de cenar, Roberto, que generalmente no participaba en las reuniones familiares, empez a contar chistes que iban subiendo de color ante la mirada cada vez ms preocupada de Antonio. A la mitad de un chiste de espaoles, son el telfono pero quin puede ser a estas horas. Roberto contest con voz pastosa y en un segundo se le llenaron de picarda los ojos.

-Es para Moncho, de parte de una voz celestial.

Slo eso nos faltaba, pero qu horas son estas de llamar, si dan ganas de no hablarle, por qu no le dices que est dormido?

-Yo le hablo -Interrumpi Patricia antes de que le dijeran a Nuria que Moncho ya se haba acostado, como propona Antonio. Subi las escaleras y abri la puerta del cuarto de su hermano.

Abajo oyeron que Patricia le deca: Monchiux, te hablan por telfono, pero no vieron que cuando Ramn salt de la cama y prendi la luz, Patricia, antes de bajar, le hizo con la mano la seal de la V de la victoria.

Ramn baj medio encuerado, con los pelos parados y el dibujo del sobrecama grabado en la mejilla. Contest en voz baja, que quera ser cariosa y sensual, y de pronto, abriendo los ojos corno platos, grit, para asombro de todos los presentes, las palabras que lo transportaron del siglo catorce al siglo diecinueve:

-SON UNOS HIJOS DE SU RECHINGADA MADRE!

El ejrcito haba tomado Ciudad Universitaria.