americo - peirce y wittgenstein

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  • 8/16/2019 Americo - Peirce y Wittgenstein

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    Pierce, Wittgenstein y la superación del cartesianismo

    Tanto la filosofía de Peirce como la de Wittgenstein constituyen intentos diferentes

    por desarrollar una teoría del conocimiento anticartesiana. ¿Alguno de ellos esmás drástico o más efectivo? ¿Es posible que en el desarrollo de estos autores,

    manifiestamente decididos a combatir aquellas ideas de Descartes, se hayan

    conservado rasgos cartesianos? Intentaremos responder a estos interrogantes, y a

    la vez mostrar algunos “puentes” argumentales entre ambos autores.

     Américo Schvartzman

    El problema

    El racionalismo cartesiano tuvo una influencia crucial en el desarrollo de la filosofía

     posterior al autor del “Discurso del Método” y afectó de modo directo a la teoría del

    conocimiento, al punto de que no parece desmesurado afirmar que toda la filosofía

    moderna – racionalistas, empiristas o kantianos –  posee la marca de las ideas

    fundacionistas de Descartes, es decir la necesidad insoslayable de dar un fundamento

    sólido al conocimiento, un sustento de “certeza” que pudiera exhibir invulnerabilidad

    ante el embate escéptico.

    En el siglo XX tanto la filosofía de Charles Peirce como la de Ludwig Wittgenstein

    expresaron intentos diferentes por desarrollar una teoría del conocimiento

    anticartesiana. Aunque ambos exhiben solidez, hay matices que difieren entre sírespecto de su efectividad argumentativa. ¿Alguno de ellos es más drástico o más

    efectivo? ¿Es posible que en el desarrollo de estos autores, manifiestamente decididos a

    combatir aquellas ideas de Descartes, se hayan conservado rasgos cartesianos?

    Intentaremos responder a estos interrogantes, y a la vez mostrar algunos “puentes”

    argumentales entre ambos autores.

    Intentos radicales

    Los autores en cuestión expresan dos intentos radicalmente diferentes de establecer una

    teoría del conocimiento anticartesiana. Wittgenstein es un buen exponente del

    denominado “giro lingüístico” ocurrido en la filosofía del siglo XX, por el cual elinterés de los filósofos se desplaza hacia el lenguaje. Peirce, por su parte, expresa una

    tendencia diferente de la filosofía actual, que da origen a las teorías falibilistas del

    conocimiento.

     No obstante, hay puntos en común en sus argumentaciones, a partir del

    anticartesianismo compartido. Así, tanto Wittgenstein como Peirce refutan con idéntica

    fuerza la identificación del estado mental interno como fundamentación de la certeza,

    que conduce al solipsismo como corolario inevitable del racionalismo cartesiano. Claro

    que con razonamientos de diferente raíz, no exentos de proximidad.

    Los argumentos de Wittgenstein

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    En el caso de Wittgenstein, el argumento utilizado para refutar el cartesianismo es el del

    “lenguaje privado”. Este razonamiento parte del hecho de que la experiencia íntima en

    la cual funda Descartes el conocimiento, exige un “lenguaje privado”, un supuesto

    sistema en el que las palabras refieren a sensaciones privadas o a ideas o estados

    mentales que sólo pueden ser conocidos por el hablante. Wittgenstein niega que existatal “lenguaje privado” y asegura que la noción misma es absurda. Esto es así porque

    hablar un lenguaje “implica seguir algún tipo de regla acerca de cómo deben usarse las

     palabras de dicho lenguaje”, y para que tenga sentido una regla es necesario diferenciar

    entre aplicaciones correctas o incorrectas de esa regla. En el razonamiento de Descartes,

    el único árbitro posible de esa distinción es el mismo sujeto, con lo cual “¡lo que sea

    que piense, va a ser correcto, justamente porque soy la única autoridad en la materia!” 1,

    según enfatiza Wittgenstein. Como conclusión, la idea de que una regla “pueda ser

    comprendida y seguida por una única persona es ininteligible”. Con ello, la idea misma

    de “lenguaje privado”, así como cualquier teoría del conocimiento derivada del estudio

    de representaciones privadas, pasan a ser absurdas.

    Otra importante clave que proporciona Wittgenstein en su ataque al cartesianismo

    estriba en la distinción entre conocimiento y certeza. Al decir de Tomassini Bassols2, el

    segundo Wittgenstein desarrolló una concepción de lenguaje que podría ser rotulada

    como “praxiológica”, dado que en ella el rasgo central es el uso instrumental de las

     palabras, la enorme variedad de funciones lingüisticas. En ese sentido, es posible

    diferenciar dichos usos, presentes en el lenguaje, por ejemplo en el uso de la expresión

    “yo sé”. El lenguaje contempla la existencia de una proposición tal como “Me

    equivoqué, creí que sabía”. Esto prueba que en el lenguaje no es incompatible el

    concepto de conocimiento con la posibilidad del error.

    Respecto de la persistencia de la duda, también tiene algo que decir. Wittgenstein pone

    mucho énfasis en que “quien quisiera dudar de todo, ni siquiera llegaría a dudar”. Es

    decir: no es posible dudar de ciertas creencias. Vitalmente no existen posibilidades de

    ello. Más aun, la duda filosófica, tomada al pie de la letra, se materializa en la locura.

    Wittgenstein afirma entonces que en ciertas condiciones no es lícito exigir elementos de

     juicio para creer, por ejemplo en la vasta cantidad de creencias del sentido común, que

    constituyen lo que llama “el lecho rocoso” (“bedrock propositions”), que permiten el

     juego del lenguaje y la posibilidad del conocimiento, a las que diferencia de las

     proposiciones empíricas. Esas creencias básicas, esas proposiciones naturales del

    discurso, conforman nuestro sistema básico de creencias y de comunicación. Y deninguna manera constituyen conocimiento, sino certezas no cognoscitivas, que se

    legitiman “praxiológicamente”. Nadie anda por la vida preguntándose: “¿Es verdadero o

    falso que no nací hoy al despertarme?” De este modo la respuesta al escéptico

     persistente (“¿Cómo sabe usted que no nació al mundo hoy a las seis de la mañana?”)

    desarticula su insistencia (“No lo sé. Tengo una certeza no cognoscitiva”) y al mismo

    1 “Wittgenstein y el argumento del lenguaje privado”, Untref 2007

    2 “Análisis gramatical de algunos conceptos epistemológicos”, Alejandro Tomasini Bassols, en Teoríadel conocimiento clásica y epistemología wittgensteiniana. México, Plaza y Valdés, 2001, pp. 247-267.,

    reproducido en el Módulo 4 de la cátedra.

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    tiempo evita un nuevo dogmatismo. “El mismo juego de la duda presupone la certeza”,

    dice Wittgenstein, porque no hay manera de dudar de ciertas palabras o expresiones que

    utilizamos. La distinción tradicional entre proposiciones (a priori, analíticas, necesarias,

    etc) deja de tener sentido, puesto que analizadas desde su estructura gramatical

    superficial, todas las proposiciones son de la misma clase.

    Hay así dos conceptos de conocimiento, uno personal y otro social; en el social

    conviven dos grandes grupos de proposiciones sin límites claros entre sí. El primero es

    aquella estructura proposicional compartida, el “lecho del río”, que el autor identifica

    como una “mitología”, una estructura lingüística fija (aunque no inmutable) en la que la

    aplicación del concepto “conocimiento” es secundaria e incluso innecesaria. Para el

    individuo, estas creencias son “a priori” en la categoría tradicional. Pero por otro lado

    está el concepto social de conocimiento “genuino”, que no es otra cosa que lo generado

     por la ciencia. Y éste “fluye” a partir de la mitología implícita de los hablantes, que

    elaboran sistemas lingüísticos especializados (juegos de lenguaje y formas de vida) de

    aplicación práctica a diferentes campos (ciencias). Desde este punto de vista, pocas

    exigencias resultan tan excéntricas como la de pedirle a un individuo que él solo“reconstruya todo un sistema proposicional, el todo del lenguaje, el todo del

    conocimiento”, como se lo planteaba el cartesianismo en su programa inicial: “No

    admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase a mi espíritu tan clara y

    distintamente, que no tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda”3. De esta manera se

    expone lo absurdo de aquella pretensión del argumento escéptico tradicional.

    Para Tomasini, Wittgenstein señala el hecho de que utilizamos dos conceptos de saber o

    de conocimiento, dos conceptos de duda y dos conceptos de certeza, y los problemas

    surgen cuando se intenta reducir uno al otro y se pretende hacer valer para uno lo que

    vale para el otro; y a la inversa. Así, la “certeza” es tanto un estado del sujeto hablante,

    como una propiedad (que puede ser transitoria) de determinadas proposiciones. En ese

    sentido, un error del cartesianismo (y de las filosofías marcadas fuertemente por su

    impronta) es precisamente no haber logrado distinguir entre ambas nociones, lo cual les

    llevó a tomar caminos “que no podían llegar a ningún lado”.

    Como puede apreciarse, el ataque de Wittgenstein es contundente. Lo que en todo caso

    resta analizar es si, por ese camino, puede desarrollarse una teoría del conocimiento y si

    en su caso, deberá ser normativa o descriptiva. Examinemos ahora los argumentos de

    Peirce.

    Peirce: cuatro negaciones

    El abordaje de Peirce es radicalmente diferente. Como falibilista, también ataca la idea

    de conocimiento como certeza, asumiendo que nuestras creencias pueden en principio

    ser falsas, pero que al investigar siempre se parte de un conocimiento anterior, que no es

     puesto en duda. Como lo que le interesa es determinar las condiciones en las que se

     progresa hacia un mayor conocimiento, Peirce establece una interesante diferenciación

    entre lo que señala como dos modelos contrapuestos de encarar la investigación racional

    y “el establecimiento de la creencia”. Esos dos modelos son “Duda-Creencia”, que

    según este autor caracteriza al modelo cartesiano de investigación, expresado en todas

    3 René Descartes, Discurso del método, segunda parte, traducción de A. Rodríguez Huéscar, pág. 59, Ed.

    Orbis, 1983).

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    las variantes cuyo sesgo central es identificar un criterio que posibilite discriminar

    aquellas creencias “justificadas” de las que no lo están, más allá de cuál sea ese criterio.

    En este modelo identifica dos momentos, en el primero de los cuales es necesario

    suspender el juicio sobre la verdad de todo el bagaje previo de creencias, para en un

    segundo momento “reintroducir” o aceptar sólo aquellas creencias que cumplan con el

    criterio de justificación que se haya definido.

    En cambio, el modelo que propone Creencia-Duda, podría decirse que invierte el

    esquema. Contamos con una serie de creencias que no debemos preocuparnos por

     justificar (“Una variedad de hechos están ya presupuestos cuando la pr egunta lógica es

    formulada por primera vez”, expresa)4 y sólo tiene sentido preguntarse por la

     justificación de los cambios de creencias, es decir del momento en que se produce un

    conflicto que obliga a modificar el conjunto de verdades aceptadas hasta entonces.

    Peirce muestra que la duda y la creencia tienen efectos positivos pero de diferente

    naturaleza: la creencia no mueve a la acción inmediata, pero condiciona para actuar de

    determinada manera ante determinadas situaciones. La duda en cambio proporciona unestado de insatisfacción que conduce a la acción liberadora de ese estado. Esa irritación

     provocada por la duda da origen a la investigación, que no es otra cosa que un esfuerzo

     por establecer una nueva creencia que brinde estabilidad. Como consecuencia de este

    desarrollo, establecer una opinión “tranquilizadora” es el único fin de la investigación,

    ello permite “barrer”, dice Peirce, con algunos conceptos erróneos que son,

     precisamente, las características centrales del método Duda-Creencia, en donde :

    “Algunos filósofos han imaginado que para comenzar una investigación sólo era

    necesario formular una pregunta o escribirla en papel; ¡e inclusive nos han

    recomendado que comencemos nuestros estudios cuestionándonos todo! Pero el

    mero hecho de poner una proposición en forma interrogativa no estimula la mente a

    ninguna lucha en pos de la creencia. Debe existir una duda real y vital, y sin todo

    esto la discusión es ociosa”.5 

    También cuestiona allí la pretensión fundacionista de hacer reposar la demostración en

     proposiciones últimas que sean absolutamente indubitables, ya sea a partir de primeros

     principios de naturaleza general o bien a partir de primeras sensaciones, según a qué

    escuela se adscriba, racionalista o empirista. En todo caso aquí también es relevante si la

    duda a la que se somete a las proposiciones es una duda real o si se trata de personas

    que “parecen deleitarse en argumentar sobre un punto luego de que todo el mundo está

     plenamente convencido de ello”. En otro texto, “Algunas Consecuencias de CuatroIncapacidades”, Peirce insiste en el mismo sentido, instando a que “no finjamos dudar

    en filosofía lo que no dudamos en nuestros corazones”6.

    4 Creo que en este punto puede tenderse un puente con el argumento del conocimiento social genuino de

    Wittgenstein y la absurda pretensión de que el sujeto revise “todo su sistema de creencias”. 

    5 C. S. Peirce, “El establecimiento de la creencia”, IV. Citado en Módulo 5, Teorías falibilistas del

    Conocimiento

    6 También en este aspecto hay una apelación similar a la de Wittgenstein cuando éste señala que no es posible vitalmente dudar de ciertas creencias.

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     No obstante todo lo anterior, los argumentos más poderosos de Peirce se encuentran en

    su análisis de las características del cartesianismo y en las negaciones que de allí deriva,

    que aquí comentamos someramente:

    I -. “La filosofía debe comenzar con la duda universal”. Peirce dice que es imposible,

    que este escepticismo inicial es un autoengaño y que siempre comenzaremos consaberes previos.

    II -. “La última prueba de certeza ha de encontrarse en la conciencia individual ”. Para

    Peirce esto (que puede reducirse a la expresión “Si yo estoy claramente convencido de

    algo, esto es verdadero”) es pernicioso, porque constituye a individuos aislados en

     jueces absolutos de la verdad 7 y 8. Con este criterio, asegura con ironía, todos los

    metafísicos se podrían poner de acuerdo en que la metafísica posee un grado de certeza

    superior al de las ciencias físicas, pero difícilmente puedan ponerse de acuerdo en

    alguna otra cosa.

    III -. “La argumentación multiforme de la Edad Media es reemplazada por una únicalínea de inferencia que frecuentemente depende de premisas inconspicuas”. En este

    sentido, Pierce recomienda que la filosofía imite a las ciencias exitosas en sus métodos,

    con una analogía que resulta muy ilustrativa: “Sus razonamientos no deberían formar

    una cadena que sea más fuerte que su eslabón más débil, sino un cable cuyas fibras

     pueden ser finas, siempre y cuando sean suficientemente numerosas e íntimamente

    conectadas”9.

    IV. Finalmente, acusa Peirce, “hay muchos hechos que el cartesianismo no sólo no

    explica sino que vuelve absolutamente inexplicables, a menos que decir que ‘Dios los

    hace así’ sea visto como una explicación”. Sin embargo, la incognoscibilidad es

    impensable.

    Las cuatro negaciones derivadas de estas críticas se resumen en que a) No hay

    introspección, el conocimiento del mundo interno siempre deriva del razonamientosobre hechos externos. b) No hay intuición, lo que conocemos es determinado por los

    conocimientos previos. c) No podemos pensar sin signos (aquí hay que recordar la

    importante tarea de Peirce en semiótica)10. d) No tenemos el concepto de lo

    7 No muy diferente es lo que proponía Wittgenstein: “¡Lo que sea que piense, va a ser correcto,

     justamente porque soy la única autoridad en la materia!”. 

    8 En este punto hay otro aspecto que resulta curioso que desarrolla Peirce: “En las ciencias en las cuales

    los hombres llegan a un acuerdo, cuando una teoría ha sido propuesta se considera que está bajo prueba

    hasta que este acuerdo sea alcanzado. Luego de alcanzarse éste, la cuestión de la certeza deviene ociosa,

     porque no ha quedado nadie que dude de ella”. Me parece ver una formulación simplificada pero muy

    eficaz de lo que mucho después desarrollaría Thomas Kuhn como explicación de las revoluciones

    científicas.

    9 C. S. Peirce, “Algunas consecuencias de cuatro incapacidades”, Reproducido en Módulo 5, Teorías

    falibilistas del Conocimiento (al igual que las citas entrecomilladas en las previas y posteriores, del I alIV).

    10 No creo forzar las comparaciones si añado que también en este aspecto Peirce coincide con la mirada

    wittgensteniana, que en su crítica al cartesianismo incluía el argumento de que no es posible el pensamiento sin lenguaje, es decir sin un sistema coherente de signos, lo cual hace inviable la pretensión

    de liberarse de cualquier saber previo que proponía Descartes.

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    absolutamente incognoscible, podemos seguir construyendo el progreso del

    conocimiento.

    La apelación a revisar (por parte de cada sujeto) el corpus íntegro de conocimiento, no

    sólo es una tarea de imposible cumplimiento, sino que en conjunción con el otro rasgo

    central (el solipsismo como prueba de certeza) implicaría la virtual paralización decualquier actividad reflexiva crítica, en la medida en que fuera coherente con lo

     propuesto. Si el ataque de Wittgenstein someramente repasado en el título anterior era

    contundente, éste aparece como demoledor, a partir del señalamiento de los rasgos

    centrales del cartesianismo y las negaciones propuestas en virtud del reconocimiento de

    los mismos.

    Conclusión

    En este trabajo se señalaron en trazos gruesos, los enfoques que proponen las teorías de

    Ludwig Wittgenstein y Charles Sanders Peirce, en relación al cartesianismo contra elque ambos se propusieron batallar. En los dos casos se puede resaltar la solidez

    argumental de los enfoques propuestos, con justificaciones teóricas serias y originales,

    no exentas, como se señaló en distintos puntos, de líneas comunes entre sí.

    Me parece importante consignar que los desarrollos peirceanos conducen a pensar que

    la epistemología no debe ocuparse de cuestiones de fundamentación, que resultan

    ociosas o innecesarias (“ pseudoproblemas”, para Wittgenstein, en otro posible puente) y

    en cambio sí dedicarse a explicar en qué situación es legítimo o racional un cambio de

    creencias. A resultas de este enfoque, se desprende una teoría acerca de cuál es la forma

    adecuada en que proceden los cambios en un cuerpo de creencias, y en función de ello

    surge una clara función normativa, aunque ya no baste la epistemología y se requiera un

    campo de investigación interdisciplinario en el que tendrán lugar aportes de diferentes

    disciplinas. A diferencia de lo aparenta suceder con los aportes del segundo

    Wittgenstein (que resulta difícil de clasificar en su epistemología, o en su carácter de

    “enterrador” que se le atribuye), la vertiente que abre Peirce ofrece un campo de trabajo

    más fructífero para la teoría del conocimiento.

    Por otro lado, y en procura de responder los interrogantes, las negaciones de Peirce

    implican un ataque de máxima efectividad, si se permite la expresión, contra el

    cartesianismo. Es decir: aparece como más sólido negar la intuición y la introspección,

    que sostener como argumento la certeza no cognoscitiva. Aunque no sea su principalrazonamiento, aquel: “No es que lo sé. Tengo la certeza”, que propone Wittgenstein

     para desarticular la pregunta del escéptico, vuelve a remitir a una suerte de estado

    mental interno (aunque por supuesto pasible de ser socializado por el juego del lenguaje

    y las formas de vida) en el que creo encontrar alguna resonancia cartesiana.

    Finalmente, creo que los argumentos de ambos son en buena medida complementarios,

    y en conjunto expresan un profundo e irreversible cambio de enfoque en el pensamiento

    contemporáneo, que ensanchó el panorama para desarrollos ulteriores desde otras

     perspectivas, y contribuyó a superar el cartesianismo, que durante mucho más tiempo

    que el deseable, impregnó la problemática filosófica, y en particular la teoría del

    conocimiento.