alvaro cunqueiro- las mocedades de ulises

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  • LAS MOCEDADESDE ULISES

  • NDICE

    Prtico ................................................................................. 2 8 1

    PARTE PRIMERA. CASA REAL DE TACA

    Captulo I .......................................................................... 2 8 7Captulo II ......................................................................... 2 9 1Captulo III ....................................................................... 2 9 6Captulo IV ........................................................................ 3 0 1Captulo V ......................................................................... 3 0 5

    SEGUNDA PARTE. LOS DAS Y LAS FBULAS

    Captulo I .......................................................................... 3 1 5Captulo II ......................................................................... 3 2 1Captulo III ....................................................................... 3 2 5Captulo IV ........................................................................ 3 3 1Captulo V ......................................................................... 3 3 6Captulo VI ........................................................................ 3 4 4

    TERCERA PARTE. LA NAVE Y LOS COMPAEROS

    Captulo I .......................................................................... 3 5 5Captulo II ......................................................................... 3 6 4Captulo III ....................................................................... 3 7 0Captulo IV ........................................................................ 3 7 8Captulo V ......................................................................... 3 8 3Captulo VI ........................................................................ 3 9 0Captulo VII ...................................................................... 4 0 4Captulo VIII ..................................................................... 4 0 9

    CUARTA PARTE. ENCUENTROS, DISCURSOSY RETRATOS IMAGINARIOS

    Captulo I .......................................................................... 4 1 9Captulo II ......................................................................... 4 2 5Captulo III ....................................................................... 4 4 1Captulo IV ........................................................................ 4 4 8Captulo V ......................................................................... 4 5 9

    FINAL ................................................................................ 4 7 5

    NDICE ONOMSTICO ........................................................ 4 8 1

  • A Ignacio Agust

  • Este libro no es una novela. Es la posible parte de sueos y de asom-bros de un largo aprendizaje el aprendizaje del oficio del hombre,sin duda difcil. Son las mocedades que uno hubiera querido para s,vagancias de libre primognito en una tierra antigua, y acaso fati-gada. Un hadith islmico cuenta que la tierra dijo a Adn, al pri-mer hombre, cuando fue creado:

    Oh, Adn, t me vienes ahora que yo he perdido mi novedady juventud!

    Pero toda novedad y primavera penden del corazn del hombre, yes este quien elige las estaciones, las ardientes amistades, las cancio-nes, los caminos, la esposa y la sepultura, y tambin las soledades,los naufragios y las derrotas.

    Buscar el secreto profundo de la vida es el grande, nobilsimo ocio.Permitmosle al hroe Ulises que comience a vagar no ms nacer, y aregresar no ms partir. Dmosle fecundos das, poblados de naves,palabras, fuego y sed. Y que l nos devuelva taca, y con ella el rostrode la eterna nostalgia. Todo regreso de un hombre a taca es otra crea-cin del mundo.

    No busco nada con este libro, ni siquiera la veracidad ltima deun gesto, aun cuando conozco el poder de revelacin de la imagina-cin. Cuento como a m me parece que sera hermoso nacer, madurary navegar, y digo las palabras que amo, aquellas con las que puedenfabricarse selvas, ciudades, vasos decorados, erguidas cabezas de des-pejada frente, inquietos potros y lunas nuevas. Pasan por estas pgi-nas vagos transeuntes, diversos los acentos, variados los enigmas.Canto, y acaso el mundo, la vida, los hombres, su cuerpo o sombramiden, durante un breve instante, con la flebe caa de mi hexmetro.

    A. C.

  • PRTICO

    Estaban terminando de encapuchar con terrones recin arranca-dos, todava en la hierba las gotas de roco matinal, y cada pilade carbas y de tojo, bien cubierta, era una montauela redonda yverde. Laertes levantaba doce cada temporada en aquel alivio cercade la cumbre rocosa del Panern, al abrigo del vendaval. El padre delbuen carbn del monte es el viento del norte. Algunas pilas ardanya lentamente. Lanzando por el tiro una continua columna de humonegro. Todo el arte del carboneo en el monte consiste en el fogueoseguido y pausado de la pila, y en que no haya ms humaza que ladel hornillo; el carbonero, mientras el Breas poderoso aviva la bocana,escucha como dentro de la pila crepitan las leas, y al ir naciendo, elcarbn parece moverse en el oscuro y clido vientre de la pila, enel que el fuego habla, incansable, en voz baja. Laertes, ms que conlos ojos vigilando el color de los humos, segua la cochura con el odo,o mirando el agosto de las hierbas de la capucha, desde que el humocomienza a cocerlas, hasta que se deshacen en ceniza, blanca comoharina de trigo. Laertes era un buen carbonero, y cada ao bajaba alos pueblos de la marina veinte carros de noble carbn montas, bienquebrado, que al encenderlo de nuevo en el hogar, en el brasero o enla plancha, embrasaba vivo, del color de los rubes antiguos sin unasombra de humo. Carros cantores y bueyes dorados de amplia cuernaeran de su propiedad, y llevando un carro colmado desde la monta-a al arenal de taca, Laertes se senta verdaderamente el prncipe delos boyeros. Se apoyaba en el labrado yugo de irreprochable maderade roble para tratar la carga, y discuta el precio a grandes voces.

    Ms abajo, ya en la falda del Panern, Laertes vea quemar otraspilas. Eran de sus cuados. Cmo, en aquella familia de carbo-neros, ennegrecidos, quemados por el sol y las humazas generacintras generacin, haba podido amanecer Euriclea la plida?

    Me haces dao! le gritaba Euriclea.

  • Laertes se rea, pero retrocedi un paso y en el fondo de su corazntema que su sombra pisase la breve y fina sombra de Euriclea, seme-jante a la sombra de una rama de almendro que menease la brisa ves-pertina. Se sentaba a sus pies a verla hilar. Euriclea, por toda cari-cia, cuando Laertes se levantaba para irse, a la hora de entre lusco yfusco, sin dejar de hilar, con el dorso de la mano que sostena el husole tocaba la barbada mejilla.

    Puedes pedirme en matrimonio le dijo una tarde cualquiera. Laertes tom entre sus grandes y trabajadas manos los delicados

    pies de la plida hilandera sonriente, y los bes. Jasn, el criado, se subi sobre la pila para sacar el tobe del tiro,

    al tiempo que Laertes lo haca por el hornillo. Puso Laertes las pie-dras de chimenear a su alcance, basto granito en el que el sol hacabrillar las finas partculas de mica.

    Laertes! Amo Laertes! gritaba desde el camino.El carbonero se encaram a una roca.Qu dices?Amo Laertes, Euriclea ha parido! Es un varn!Gracias, heraldo! Te prometo un jarro de miel para que lleves

    siempre en la boca palabras tan dulces!Se rea Laertes. Se acariciaba las barbas. Palmeaba sus rodillas.Jasn, encendamos esta pila por el hijo que acaba de nacer. Si

    en taca hubiese oro en los ros como antao, slo vendera este car-bn por oro, aunque la moneda fuese del tamao de una lenteja. Perodarn plata por el carbn, amigo, y con ella le haremos al nio unapulsera para el brazo izquierdo con letras formadas que digan:

    Soy hijo de Laertes.Cogi uno de los porrones de vino que refrescaban a la sombra,

    cubiertos de helechos mojados, y ech un largo trago. Mand el porrnpor el aire al criado.

    A la salud del hijo, Laertes! Larga vida y sepultura en la tie-rra natal!

    Jasn era muy gutural y despacioso en el beber a morro, y Laerteslo burlaba.

    Rompe el porrn contra la chimenea, Jasn! Tal da como hoytienen derecho a vino el fuego y la ceniza.

    Llegaba el mensajero, un criado de la casa, que estaba puesto paracuidar las cabras y los carros, llamado Alpestor.

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  • Amo, pari sin novedad. Es un nio. La meada que ech no msnacer lleg a la calabaza dulce que cuelga encima de tu cama. Puse larama de olivo en la puerta de la casa, y corr a darte la noticia.

    Laertes pas el chisquero a Jasn para que encendiera el haz depaja en el hornillo de la ltima pila.

    Amigos, vivimos en una isla que llaman taca. Los que pasanel mar en los grandes navos ven sus montaas en el horizonte, coro-nadas siempre de quietas nubes blancas, y dicen: Ah queda lapequea taca. Cuando un avin vuela sobre nosotros, siempre hayun pasajero que dice a otro: Mira, esa islilla verde ceida de blan-cas espumas, es taca!. taca! Un puado de rocas con la arenosafrente deteniendo el mar. Pero entre el mar y las blancas nubes haybuena tierra labranta, ricos pastos, fuentes abundosas que formanalegres regatos parleruelos, bosques espesos en los flancos de las mon-taas. Los hombres hemos construido cosas aqu y all, a la orilladel mar y al pie de los montes, donde el marinero posa el remo y tiendea secar la red, y entre las vias y las tierras de pan llevar. Ningunatierra que los hombres habiten es pequea. Donde enterr a mi padrecrece ahora un sauce y en la misma sepultura anidan los grillos yhace el topo su palacio de polvorientas cpulas. El pasado otooinjert almendros y fui a arar con mis bueyes la tierra cereal. Euri-clea cerna harina, amasaba pan, y teja. Sub al monte a carboneary ella quedaba vareando lana para un pequeo colchn. Pareca unao igual a otro. Llovi a su tiempo y a su tiempo vinieron la tr-tola y las calores. Como todos los junios nos dijimos: Ya estarnen la marina los atuneros!. Como todos los junios se dijeron los atu-neros:

    Pronto se oirn cantar los carros de los carboneros!. Y a lolargo de los das, iguales siglo a siglo, se iba haciendo el nio en suvientre. Al principio ser como una hierbecilla, como un grano detrigo cndido, una pupila, una uita, pero pronto viene a ser comoel mosto que bulle, espuma y fermenta. Euriclea me miraba en silen-cio. Los das se fueron haciendo desiguales en nuestro corazn. Meparece que lo siento sonrer aqu dentro, me deca. Argos, el can, apo-yaba sus patas delanteras en las rodillas de Euriclea, y yo deca,riendo:Ya quiere el viejo labrador jugar con el mamoncete! Claroque taca es pequea, vista desde un gran navo o un rpido avin,pero medida con el paso de mis bueyes es un gran reino. Y le nace un

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  • hijo a Laertes, una noche cualquiera, y ese da para Laertes la pequeataca es inmensa, redonda como la Tierra, ms ancha y rica que laHlade toda, como seis Indias unidas unas a otras con puentes doblesde mil arcos gemelos.

    Laertes se desci la faja roja que traa a la cintura, y ayudadopor el Alpestor volvi a ceirse, girando para apretarse.

    Amigos, ha llegado el gran desconocido. Mi hijo, de quinamigo, de quin enemigo? Los primeros aos es l quien va recono-cindonos poco a poco; ms tarde, el resto de nuestra vida, lo pasare-mos nosotros intentando reconocerlo a l. Me alegro del hijo varn.Puesta est la rama de olivo en la puerta de mi casa. He bebido a susalud, a su salud encend fuego. Y sin embargo, quin es l? Cum-pliremos, criados, los ritos de la hospitalidad con ese prncipe extran-jero que lleg nocturno a taca, a travs de la amada y trmula puertaque llamamos Euriclea.

    Las mujeres quedaban diciendo en el pasillo que lo amaman-tara la madre. A veces las de poco pecho son muy lecheras.

    Amo, qu nombre le pondr? pregunt Jasn.Le promet a la madre que el de ese santo peregrino, santo Uli-

    ses, que tiene ermita en el muelle. Vino por mar a morir a taca.Ms es nombre para marinero que para carbonero o boyero.La madre sinti por vez primera brincar al hijo en el seno yendo

    a poner un cirio en el velero que est labrado en piedra en la puertade la ermita.

    Santo Ulises se santigu Jasn devoto invent el remo y eldeseo de volver al lugar.

    Laertes calz las sandalias de esparto, que se ataban con tiras depiel de cabra.

    No apures la quema avis a Jasn.Y seguido de Alpestor ech a andar monte abajo, por el camino

    que va paralelo al torrente de las Palomas. Sera ya noche cuandopisase el portal de su casa. La luz del farol de aceite vera la rama deolivo en el dintel. Los atuneros tendran encendidos fuegos en el are-nal. Con la noche siempre corre hacia el mar tibio viento terral, y losmarineros pueden or los ladridos de los canes que guardan los reba-os en los montes. Argos, el fiel perro, saldr a recibirlo. Le lamerlas manos. taca ser inmensa aquella noche, y se la oir latir comoun humano corazn.

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  • PRIMERA PARTE

    CASA REAL DE TACA

  • ILAERTES atraves la plaza y entr en la taberna de Polia-des. El boyero Belas se acerc a Laertes y puso sus manosen los hombros del carbonero. Era alto, delgado, tuerto delojo izquierdo y cerrado de barba, negra y rizada.

    Laertes, ests en la flor de la edad. Un varn cabal debeacertarla en las tres primeras noches. Eso deca mi padre.

    Rod dos tabales vacos y se sent en uno, ofreciendo elotro a Laertes. Poliades se acercaba con una jarra de vino.

    Es del ao del eclipse, Laertes. Los racimos se asustaronde aquella hora sin sol, y su alma aterrorizada se convirti enazcar y canela. Aquel ao pasaron muchas cosas extraasen taca. Le estall la cabeza al sacristn Filipo, como si latuviera llena de plvora, y alguien le hubiese puesto fuego.Los cabreros vieron un centauro galopar por la cumbre delPanern. Enmudecieron dos mujeres en la marina con elsusto de ver salir un lobo negro del mar...

    Recobr el habla el tabernero Poliades, hijo del taberneroPoliades, nieto del tabernero Poliades interrumpi Belas.

    Rieron los tres hombres y bebieron. Poliades era pequeoy graso, y dominaba su rostro moreno una roja nariz vinosa.Con la boca apenas saba hacer ms que una mueca, perorea bien con los pequeos y brillantes ojos maliciosos. Alhablar, abra los brazos cortos. Grasa era su calva, y grasas lasgrandes, gordas manos. El mandiln de casera estopa man-chaba en vino y en aceite: archipilago de manchas, con lasunas islas purpreas del tinto taco, y con las otras parduz-cas y oleosas.

    Vena, Poliades, a darte la novedad yo mismo, aunqueya la hubieras odo a las comadres. Vena a decirte que pariEuriclea un varn.

  • A los nueve meses y siete das, Laertes interrumpiBelas. Eso es lo digno. La mujer est esperando, llega elhombre, y pum!

    Belas mojaba el huesudo ndice de la diestra en el vino yse limpiaba las legaas del ojo vaco. Poliades se sent en unacaja de barras de jabn.

    Te escucho, amigo Laertes. Te escucho como si fueras elPatriarca de Constantinopla.

    Laertes acarici su recortada barba, suave como perejilrizado.

    La gustaba dar solemnidad a sus actos. Levant el brazoderecho, la mano bien abierta, dejando ver el hermoso ani-llo de oro.

    Poliades, t conoces bien la historia de taca. Te he odorecitar en verso batallas antiguas y la llegada de los primerosatuneros, cuando los monjes arrendaron las almadrabas. Sabescundo vino el turco y cundo se fue, quines eran reyes ver-daderos en esta isla y quines usurpadores. Distingues, ochoo diez generaciones atrs, remontndote ro arriba, a los nati-vos de los forasteros. Sabes quin trajo a taca el cerezo y elprimer toro negro, puedes decir dnde estuvo Troya con sumuro y su playa, y a quin hizo cornudo Ricardo Corazn deLen en taca cuando pas cruzado.

    A tu tatarabuelo, Apolonio el Cojo. Los lartidas vivaisdonde es ahora la fuente de los Pelamios. Entonces aquellose llamaba la Aguda del Corzo. Era un espeso caaveral, y deentre las rocas brotaba abundante el agua. De la niebla mati-nal sali Ricardo vestido de rojo. Salieron Ricardo y el sol. Tutatarabuela haba ido, temprano, a buscar sanguijuelas delalba para sangrarle el flemn a una vaca. Entonces las muje-res en taca andaban en camisa. Era lo decente. Ricardo sequit el guante, y cant:

    Oh, ninfa! Dir a los inglesesque para agua dulce taca, y sombra de cipreses!

    Cipreses, claro est, por fuerza del consonante. Fue allmismo, en el caaveral. Tu tatarabuela cay de espaldas enlos charcos. Cuando lo supo Apolonio el Cojo ri a la mujer.

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  • Es que no haba tiempo de venir a casa, y llevar al caaveralla concha amarilla que tiene bordado los tres pavos reales, yuna lmpara de aceite perfumado? Tu tatarabuela se llamabaAmaltea.

    Nombre de cabra sentenci Belas.Poliades, amigo Poliades, t sabes toda la historia de

    taca. Yo tengo que pronunciar el discurso a la puerta de laiglesia, cuando llevemos el hijo a bautizar. Todos los moshan muerto, padres y hermanos. Tengo un primo segundoen Marsella, dedicado a negocios de tabaco. Es hombreimportante. Se tutea con el alcalde. Pero no le voy a obligara venir a taca a bautizar el primognito. No es que la oca-sin no merezca el largo viaje, y rpidas son las naves de losforasteros, pero el nio ha de ser bautizado dentro de lasemana. Quieres, amigo Poliades, escribirme un discursocon la historia de mi familia, desde que el primer lartidapuso pie en taca?

    Laertes apretaba la rodilla diestra de Poliades. Cuarenta ydos eran los aos de Laertes las criadas le haban ungido conaceite de regaliz la crespa cabellera aquella maana, y Alpes-tor le haba recortado la barba. En el hermoso rostro, curtidopor el aire y el sol de las cumbres, abran sus ventanas dos ojosverdiclaros. Mostraba muy viril la aguilea nariz, y eran suslabios carnosos, el inferior abierto y cado en demasa. Andabasiempre muy ceido de faja, y le gustaba usarla de vivos colo-res, o roja o azul.

    Te lo escribir, Laertes.Haz buena letra.En maysculas te pondr todo el discurso, y con rayas

    rojas sealar los acentos. El espritu reside en ellos.Cundo puedo venir por l?Ven a buscarlo maana por la noche, as que hayas odo

    pasar a los atuneros en busca de su cama. Haremos unensayo.

    Laertes sac una moneda para pagar el vino del ao deleclipse, pero Poliades se la rechaz. De encima del mos-trador cogi una libra de chocolate, envuelta en papel ama-rillo, con las efigies de los santos Cosme y Damin.

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  • Para Euriclea. El chocolate es muy propio para paridas.Salieron los tres a la puerta de la taberna, que se abra bajo

    los porches del Consejo. Respiraron sol y aire marino. En latorre de la iglesia de san Ulises la cigea saludaba las maa-nas de taca. La plaza de los tacos es un rectngulo formadopor encaladas casas de una sola planta, levantadas sobre por-ches, y cubiertas con teja color burdeos, que esta es la graciadel barro del pas. A travs del Arco del Capitn, se ve marazul, en cuyas ondas asoman aqu y all, fugazmente, las cri-nes blancas de los inquietos caballos de Poseidn. Sobre elArco del Capitn se levanta la Atalaya, cuadrada torre de gra-nito negro rodo por los vientos marinos. Desde sus almacenes,en los claros das, cuando sopla el cristalino sur, se adivinanlejos, tierras verdes de extraos nombres. Orselos a algunosmarineros, al regreso de un largo viaje, es como or una can-cin.

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  • II

    POLIADES mojaba la pluma de ganso en la tinta roja, e ibaponiendo los acentos. Dibujaba aqu, sobre una frase, ladoble ala curva, indicndole a Laertes que tendra que elevarla voz al llegar a tal pasaje, y ms adelante subrayaba otra, indi-cando la cada del tono y la voz confidencial. Satisfecho de suobra, esperaba impaciente la llegada de Laertes. Ya se habanido los marineros, y el ltimo en marcharse, como siempre,fuera Focin, el piloto.

    Me gusta vagar por la ciudad, Poliades. Ya no me ladranlos canes, por conocido de ellos que me hice en mis vacacio-nes nocturnas. De alguno pudiera decir que espera el ruidode mis pasos para, en sueos, menear la cola amistoso. Pre-fieres a taca con niebla o con luna llena? En la luna de sep-tiembre, taca huele a membrillo. Voy a hacer la ltima nave-gacin, antes de que venga el invierno, y subo hasta el callejnde la Ciudadela a olfatear la ciudad, el enorme membrillo.Escucho roncar a Almeno, quien durmiendo imita el cuer-no en la boca de un nio que se estuviera iniciando en elarte de los siete tonos, bebo agua en el canalillo de la Ga-rita, y paso una mano por los cristales de la ventana deViola, acariciando lo que haya podido quedar all del her-moso rostro

    La vieron en Esmirna o en Marsella, o en los dos luga-res a la vez. Cantaba y despus pasaba platillo. Unos pilletes,con caas, le levantaban las faldas. Viola corra tras ellos, conlos bordados zapatos en las manos, gritando. Vinieron losguardias y la prendieron por borracha.

    Date al prncipe, Viola! gritaba, riendo, un guardia.Puercos, tened las manos! Artemisa, testimonia mi

    honestidad!

  • S. Y Viola asegurara a los guardias que el nico prn-cipe, Focin, el gran piloto, rico en naves, vendra a rescatarlaen medio de una gran tempestad de hierro y fuego. Fue culpama llevarla al teatro, a ver Otelo... Pero esa, Poliades, ser otraViola. La ma es de cristal. Es una ventana. No puedo acos-tarme con ella, pero puedo apoyar mi frente en sus labios.Con la luna de septiembre en la mano, mi Viola me dice adiscuando en el dulce otoo me voy al mar.

    Todos tenemos detrs de nosotros un pauelo diciendoadis, Focin, y aunque hay algn que otro cabrn que nomira por encima del hombro el pauelo que agitan desdetierra, lo propio del hombre adulto y sobrio es sorber unalgrima.

    Poliades, nunca te tuve por romntico!Focin pag la ltima ginebra. Sali a la puerta el taber-

    nero, secndose las manos en el mandiln. Mir hacia el estre-llado cielo, y pase la mirada por las brillantes luces que lopoblaban: las dos Osas, Lira, el Dragn y el Boyero, con laesplndida naranja que se llama Arturo.

    Si ahora mismo, Poliades, cayera la Corona Boreal, nohabra en toda Grecia rey ms ricamente cubierto. Est apique sobre tu calva! le grit Focin al marcharse.

    Cuando lleg Laertes, Poliades cerr la puerta y encendila lmpara de carburo que colgaba de la viga. Sirvi vino paraambos, y ofreci a Laertes asiento tras el mostrador.

    Ya est escrito tu discurso, y convenientemente acen-tuado. Te recomiendo que lo leas lentamente. Procura imi-tarme. En mi mocedad he representado Alcestis de Eurpidesante los estupefactos cirenaicos, que regoldaban silfinamargo. Yo haca el papel de Admeto:

    Una malaventurada madre me dio a luz.A los muertos envidio, los amo,deseo habitar sus moradas.No disfruto viendo la luzni pisando el suelo con mis pies.

    Y me tapaba el rostro con el brazo derecho, y con la manoizquierda, en el aire buscaba el picaporte de la puerta del

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  • Hades. Y discurra sosegadamente con mi ilustre husped, eldios Hrcules. La verdadera conversacin humana se aprendeen la tragedia. Peso una libra de garbanzos zamoranos queviene a comprarme la noble Hermas, hija de Milipos, ycuando echo cuatro o cinco garbanzos en el platillo para ponerla balanza en su fiel, exclamo con voz ronca, y tan bajo queslo ella me oye:

    En esta misma caja de cedro a m mismome pondr, y mi costado ser pesadoal mismo tiempo que el tuyo.

    Y Hermas se ruboriza y me dice:Eso lo o yo con pap en Atenas, en el teatro.Es Admeto, seora, quien as habla, no Poliades, el

    tabernero. Es Alcestis, de Eurpides. Ella se dispone a morirpor l.

    Tanto lo amaba? pregunta la dama.Yo inclino la cabeza, sin responder palabra. Hermas se ha

    olvidado de mi calva sudorosa, de mi sucio mandiln, de losgarbanzos de Fuentesaco. Se retira turbada, apretando elcartucho contra el gracioso pecho. Dej la moneda de plataen el mostrador y ni os esperar a que yo contara la vuelta.No es que la doncella me vaya a ofrecer su cama, Laertes. Esotro sentimiento ms profundo y espiritual el mo. Suponteque una noche cualquiera, llevada por esas palabras que dijo,Hermas suee conmigo. En su sueo yo puedo ser un hroeperfumado. Yo no lo sabr nunca, ni me importa no saberlo.Y Focin no me tena por romntico!

    Le acerc a Laertes los dos pliegos de papel de barba enlos que haba escrito el discurso.

    Llegas con el discurso enrollado a la puerta de la iglesia.Te siguen dos criados. Que pongan la damajuana con el vinolejos de tus rodillas, por si con la emocin te tiemblan las pier-nas no tropieces con ella. Al vino le conviene quietud. Lees elttulo con voz alta y clara, acaricias con amistosa mirada al audi-torio. Lee, amigo Laertes! Estoy impaciente por orte!

    Laertes apart las libras de chocolate apiladas en el mos-trador, se asegur de que ante l la tabla, blanca por los cons-

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  • tantes fregoteos con leja estaba limpia y seca, y desenroll lospliegos. Hizo el gesto de quitarse el sombrero de paja ritual-mente adornado con naranjas. Tosi, aclar, y ley con voztranquila y coloreada.

    HISTORIA DE LA CASA REAL DE TACA

    Que no os parezca, amigos, vanidad, el que yo me pre-sente en esta solemne ocasin a decir las sangres que concu-rren en el recin nacido que la noble viuda Elices, hbil par-tera, acerca hoy a la pila bautismal. De mi rama no queda entaca ningn varn a quien este honor pudiera ser concedido.Propio de las lartidas estirpes ha sido el navegar, y no hay islaen la Hlade en la que no hayamos encendido fuego y cavadouna tumba. Hace varios siglos que a taca lleg uno de losmos, apodado Hipobotes, criador de caballos, huyendo dela peste negra que diezmaba en Argos. Traa en su nave unahermosa yegua alazana. Los tacos nunca habais visto unequino. Dejasteis en la arena las huellas de vuestros velocespies al huir cuando la yegua salt de la nave, relinchando,sujeta del ronzal por el esbelto Hipobotes. Mi antepasado seestableci en el monte, en las habas mismas en que yo car-boneo. Viva de la caza, y cambiaba a vuestros abuelos perdi-ces heridas de flecha, todava palpitantes, por hogazas de pany bollos de manteca. Pidi mujer entre vosotros y se la ne-gasteis, pues decais que era de raza centurica y saldra cua-drpeda la descendencia, y en vez de humano lenguaje po-seera el don del relincho estrepitoso. Pero hay dioses mscompasivos que los hombres, e Hipobotes comenz a sentircarnal amor por su yegua, que con las primeras tinieblas noc-turnas se mudaba en hermosa mujer, somnolienta como rojaamapola. La mano de Hipobotes sobre la grupa de la yegua,acariciaba montonos gruidos agradecidos. Y de la misteriosacoyunda nacieron a la vez Hipobotes II y el alazn de clarolucero. A Hipobotes II le llamasteis Okmoros, el que mueremozo, porque recibido a los quince aos en vuestras naves,muri defendiendo la baha patria contra normandos. Arre-

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  • pentidos de vuestra antropomrfica soberbia, disteis a Hipo-botes vuestras propias mujeres, pero solamente una acept,a Circea, duea de hermosas barbas rubias. De ella naci Ale-jos el Converso, padre de Apolonio el Cojo. Okmoros, antesde morir, dej su precoz simiente en Eumea, madre de Apo-lonio el Cantor. Cuando el anciano Hipobotes se tumb enel colchn de crin para morir, al lado de su lecho estabancinco hijos y veintitrs nietos, entre varones, hembras, corce-les, yeguas y potros de su estirpe. Pidi a Circea que se acer-case, y acarici por ltima vez su suave barba, ya canosa. Pidiun peine de plata y se la parti y pein. Pidi esencia de zar-zaparrilla y se la perfum.

    Envejeciste a mi lado, pero ms lentamente dijo.Dio gracias a Poseidn por tan larga vida como le haba

    concedido, y con las libres y veraces manos recogi de sumisma boca la propia alma inmortal, para entregarla al Breas,perpetuamente puro. Su humana familia inclin en silenciola agobiada cabeza, mientras la hpica descendencia hua alos montes, galopando...

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  • III

    LAERTES hizo una pausa, y mir hacia la damajuana queposaran a sus pies. Le daba el sol, y se calentara el vino.Los tintos de taca mejor se beban frescos y en porrn. Esca-samente habra un vaso para cada varn presente, pero la cos-tumbre era no traer ms que una damajuana. Belas se abrapaso entre las mujeres, en la cabeza una cesta que rebosabade rosquillas de yema y citrones escarchados. Y Laertes carras-pe y ley el ltimo prrafo:

    Libres seores del monte Panern, nos hicimos en lpastores y carboneros. Olvidamos las naves y las aves marinaspor las chirriantes carretas y el guila dorada de las cumbres.Olvidamos los nombres de las velas y el cordaje para ser sabiosen bueyes, decir su cuerna y su capa, y la edad por los dien-tes y los tendones. Mi abuelo trajo mujer de Sicilia, una mo-rena delicada, pero mi madre cas en el pas: todos recordisa mi madre, la dulce Felisa, sobrina de dos obispos. Que santaMarta, Patrona de las hilanderas, le haya regalado en la otravida huso y rueca de oro!, y nac yo, Laertes, y cas con Euri-clea, en la que hice a Ulises, a cuyo bautizo asists. Si el nom-bre que lleva el primognito lartida lo conduce al mar queantao tanto aramos, no ser yo quien rechace en el patio demi casa el timn y el remo. Amn.

    Dej caer el papel con el discurso escrito por Poliades. Enel regazo de Elices el nio lloraba.

    Llvalo a la madre. Llora porque tiene hambre.Belas reparta vino y dulces, ayudado por el sacristn. Laer-

    tes ofreci un vaso al cura.Es de mi cosecha, rosado.No eran de citar los dioses antiguos, Laertes, ni la fbula

    caballar de tu abuelo Hipobotes. Sois ilustres, pero no tanto.

  • Hasta que vinieron los caballos de los turcos, y se exten-di la bastarda, los caballos de taca, descendientes de Hipo-botes, nos saludaban a los lartidas como primos.

    El cura sonri. Era alto y magro, y se hundan sus ojosnegros en la cara huesuda y alargada. Levant el vaso de vino.

    Por el nuevo cristiano!Laertes reciba enhorabuenas. Belas lo bes dos veces en

    la frente. Las muchachas se acercaban a Laertes y le tocaban lafaja con ramitas de laurel.

    Si de verdad queris hijos varones, id a preguntar a Euri-clea! grit Focin, el piloto.

    Las muchachas huyeron, riendo. Poliades tiraba monedasa la grey infantil, que las buscaba entre gritos en la arena. Elcura tom del brazo a Laertes y lo introdujo en la iglesia.

    Nunca te he visto por aqu. Ya que tu hijo lleva el nom-bre de este santo Ulises, no quieres conocerlo mejor?

    La iglesia era pequea y blanca. Tena un solo altar, en elque san Ulises peregrino, se apoyaba en un remo como en unbordn. San Ulises envolva su blanco cuerpo en una capaazul celeste, y con los claros ojos admiraba los pequeos navosque colgaban de la bveda: ola a incienso e hinojo. Entrabael sol poniente por la puerta abierta, y las sombras del clrigoy de Laertes se alargaban hasta el pie del altar.

    En los meses en que madura la naranja dijo el cl-rigo me gusta venir a esta iglesia a rezar, a la hora meri-diana, cuando el dulce sol entra por la claraboya. Las naran-jas que cuelgan de la pared rezan con su aroma, y yo con mihumilde boca, en la que bailan mis dientes desiguales. Sabes,Laertes, que es rezar? Ests en un rincn arrodillado, y vasdejando caer palabra tras palabra, y vanos pensamientos yvagas figuras te distraen, pero hay un hilo, un hilo que no serompe, y que de pronto, cuando ests ms alejado de la ora-cin y olvidado de las palabras del libro, se pone a arder, y tecalienta el corazn a ti, el pecador, al mismo tiempo quequema la mano de Dios y las manos de sus santos.

    El cura se sent en un banco, se sec el sudor con unpauelo negro e invit a Laertes a sentarse, pero el carboneropermaneci de pie.

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  • Dicen que san Ulises invent el remo y el deseo de vol-ver al hogar. Ya haba remos en tiempos de san Ulises, peroes seguro que l invent un remo. Muchas veces yo tengo nos-talgia de mi pas, Laertes. Me viene el mal al atardecer, enotoo porque se van las golondrinas, en enero porque flore-cen los almendros, en mayo porque canta la calandria, enjulio porque el viento trae a la terraza de mi casa ptalos deamapolas. Y entonces siento el remo de san Ulises a mi cos-tado. Si en ese instante alargase la mano, encontrara el remosujeto con un estrobo de ilusiones al corazn.

    Laertes miraba para el cura como si lo viese por vez pri-mera. Se dio cuenta de que tena una hermosa voz. Golon-drina, almendro, calandria, amapola, fueron palabras que pro-nunci con embeleso, sensualmente. Pudo encargarle al curay no a Poliades el discurso bautismal. Al salir, le dara al pobreclrigo de mendada sotana una moneda de plata.

    Ulises naci en una pequea isla, una isla como taca,cuyo nombre nadie sabe con certeza. Pero era pas de grie-gos navegantes. Su padre era carpintero de ribera, y llamadosiempre que haba que esculpir famoso el mascarn de proade una nave. Era hombre de mal carcter, agriado cada daporque perda el gran bien de la vista. Se le ponan en los ojosunos nuberos rojos, y lo vea todo negro. Entonces se embo-rrachaba y le pegaba a Ulises. Le pegaba con una vara de abe-dul. Pero Ulises, si precoz en santidad, lo era tambin en astu-cia, y se quitaba la capa y la dejaba en el aire, colgando dondel supona que estaba el dedo meique de la mano izquierdade su ngel Custodio; escondido tras la artesa esperaba a quellegase su padre, eructando vino de Arglida...

    Apesta a ajos!S, apesta a ajos, pero para los de Arglida es la sangre

    caliente de su tierra. Y el padre golpeaba la capa mientras Uli-ses lloraba y gritaba, a salvo en su escondite. El ngel Custo-dio soplaba, llenando la capa de aire, porque ms semejasecuerpo humano... El padre de san Ulises fue llamado paralabrar una sirena con destino a la nave capitana de unos ricosmercaderes, cretenses acaso, o genoveses. Ya haba desbas-tado dos esplndidos troncos de roble, y machihembrado, y

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  • los armaba en la afilada proa, cuando le vinieron espesos losnuberos y qued ciego del todo. Ulises estaba a su lado, conel martillo y la gubia, y atada al cuello y colgndole sobre laespalda, la saqueta de blanco lino con la merienda. As lorepresentan en mi isla, en la catedral. La saqueta tiene unagujero, y por Pascua la llena el den con higos pasos y cor-tezas de naranja confitadas, y las madres levantan los hijoshasta el hombro de Ulises, para que le roben parte de lamerienda. El padre de Ulises se sent en la arena a llorar sudesgracia. Y lo hermosa que pensaba poner a la sirena en laproa! En todos los puertos de la Levanta se alabara el nom-bre del escultor Amintas, que as se llamaba Mejor serano nacer, o en naciendo, morir! El pequeo Ulises acariciabalos pies de su padre. Hay dolor! Adormecido el padre en laarena, recostado contra la quilla de la nave que haba de lle-var la sirena en la proa, el pequeo Ulises se apart hacia unasrocas, en las que se arrodill a orar, y orando no se dio cuentade que suba poderosa la marea agustina, y las aguas lo rodea-ban y cubran. Peces jugaban alrededor de su boca, oyendoacaso las palabras que el ngel dijo a Mara. Pero tambin lasoa una sirena de la mar. Estaba all mismo, sentada a su lado,una dorada luz su largo pelo. Ulises la tom de la mano y lahizo nadar hacia el arenal. La sirena se dejaba ir, llevada porla mano inocente. Ulises despert a su padre, y el escultorAmintas a tientas reconoci la hermosura incomparable dela sirena. Con las yemas de sus dedos aprendi la forma,desde la comba frente a la escamosa cola, y en una larga hora,con el trmulo modelo al alcance de sus manos, pas toda lamisteriosa gentileza de la carne marina al leo, y amanecien la proa de la nave la sirena... Carpinteros de ribera y mari-neros pasmaron ante tanta belleza. Se hizo clebre la sirena.Amintas era citado por ella.

    Y habl la sirena con san Ulises nio? preguntLaertes.

    No. Por la gracia de Dios, Laertes, aquella sirena era muda.Solamente habl su cuerpo en las manos de Amintas, y lasmanos recordaban y alteraban en el hombre maduro las memo-rias, y lo sobresaltaban terribles deseos. Hablaba, como ebrio,

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  • de ir a los abismos marinos a recobrar aquella carne acariciada,y la luz. Ulises, triste, calent al fuego una pelota de hierro, ycuando estuvo al rojo vivo, se la ofreci a Amintas.

    Padre, acaricia sin temor esta hermossima manzana.Y Amintas confiado la tom en el cuenco de sus manos, y

    ardi la piel de las palmas, y la carne hasta los huesos, perofue medicina feliz, que con la piel y la carne se le fueron aAmintas las aoranzas y los dolorosos deseos carnales. Los msde los milagros que obr san Ulises concluy el cura fue-ron juegos con las soledades y los anhelos de los mortales.

    Laertes sac una moneda de plata, y acercndose al esca-ln de piedra del altar la dej caer, alegremente sonante.

    Porque sean parleruelas todas las sirenas que encuentretu hijo, buen Laertes.

    Por lo menos que encuentre sirenas, pidi el carbonero.El cura se levant, y apoy su mano diestra en el hombro

    de Laertes. Aspir el perfume que exhalaban sus ungidoscabellos.

    Regaliz! En mi pas son las mujeres las que se perfumancon regaliz, en las fiestas de la vendimia! Vuelve por aqu, Laer-tes. Te contar historias de san Ulises. Era humilde y callado.Tena la mirada infantil, a la que nada sorprende. En esta igle-sia tenemos una reliquia suya, una sandalia vieja y rota, muchasveces remendada y solada. Alguna tarde la saco del relicario yla acaricio. A qu huele? Ay, acaso dependa de m, soador!Si algn da la acerco a mi odo, como en una caracola oiren ella el mar. Huele al romero que pis Ulises, a la madre-selva que cuelga de los muros de las ciudades en las que noquiso entrar, a los campos de lirios de los feacios, a los glici-nios de las posadas, de cuyas ramas colg esclavina y sombreroen los largos atardeceres estivales... Me arrodillo ante la reli-quia, y hago todos los caminos con la imaginacin, y a vecesel de mi casa, en mi isla natal: aquel camino hondo que vaentre junqueras y viedos desde la playa al llano que decimosel Campo, con sus higueras, y el poblado palomar...

    Laertes se santigu, y saliendo de la iglesia por el pasillolateral, su cabeza iba por entre los navos que los devotos mari-neros haban colgado en la encalada bveda.

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  • IV

    LOS cuados se pasaban la jarra de vino. Pequeos y cetri-nos, recin afeitados, vestan ropas de fiesta, y los cincoabotonaban el negro chaleco con gruesas piezas de plata.

    Se agradece el vino dijo uno, y los otros asintieron.Laertes llen otra jarra y grit por Jasn.Corta ms cecina y saca del aceite un queso.Laertes, eres generoso de tus bienes dijo uno de los

    cuados.Laertes, derramas amistad dijo otro.Parecidos de rostro, tenan la misma voz chillona y el decir

    aldeano. Se rascaban unnimes las perneras. Laertes los con-templaba con irnica curiosidad.

    Hemos odo tu discurso a la puerta de la iglesia.Fuiste muy mirado con tus antepasados.Los nuestros hubieran querido or su nombre de tus

    labios.A lo que uno deca, asentan los otros cuatro, inclinando

    la cabeza y golpeando en la mesa con los puos cerrados.Citar a nuestro abuelo Basilio pareca obligado. El que

    esto dijo se levant y se santigu. Se limpi los labios en labocamanga de la camisa encarnada.

    Le haba comido la mano izquierda un puerco, y supadre le haba regalado una guitarra napolitana dos das antes.Y qu deca Basilio mientras el fsico le cosa la mano?

    Se levant otro de los cuados. Vino a arrodillarse en elbanco en que se sentaba Laertes.

    Eso, eso! Qu deca Basilio?Cuntas veces no se lo hemos odo contar a nuestro padre

    y a nuestros tos. Basilio no lloraba. Basilio no gritaba. Basiliocontemplaba la guitarra napolitana puesta a los pies de la

  • cama, el clavijero adornado con cintas de colores. No llores,carioso padre mo!, exclamaba. Con la mano derecha pisarlas cuerdas en el traste y con los dedos del pie izquierdo laspulsar y har cantar. Y lo logr. Durante cinco aos, da ada, ensay las canciones de primavera.

    Las danzas de mayo!Durante cinco aos, sin cesar: tir, tir tirolaina, tir

    tir!Nadie las toc igual.Ni las cant:

    Flor de melocotn, rosadamejilla del aire! Ay, a las nias en mayoles duele la cintura!

    Lo llevaron a las fiestas de Creta. Queran que se quedasede salmista en el monasterio. Su Beatitud se abanicaba con latiara y no se cansaba de orle cantar. Beban ratafa blanca porel mismo vaso, y Su Beatitud le deca: Basilio, ahora que esta-mos solos, toca para m esa cancin de la mejilla del aire!.

    Los cinco cuados, de pie, pequeos, morenos, inquietos,con el chaleco desabotonado, con las blusas encarnadas fueradel pantaln, iban y venan por la cmara y se quitaban losunos a los otros las palabras de la boca.

    Eso! Como cantaba! Tena hermoso bigote, y la guadel lado derecho la llevaba a la oreja y la sujetaba all con unprendedor de pedrera fina, regalo de una seora.

    De la viuda de Creta, s seor. Una seora rica, duea denaranjos. Pero Basilio quera casar en taca. Era un carbonerode corazn. Msicas de lejos, s, pero el carbn...!

    Despertar en la noche, interrumpi Laertes, levantarla piel de cabra que cierra la entrada de la cabaa, y ver el ojorojo de cada pila en la tiniebla.

    Eso, eso! Ver el ojo rojo, or cric, crac! dentro de la pila.Cas con la hija del piloto Temades. Nosotros nos llamamoslos basilios en memoria suya. Su Beatitud de Creta le deca:Basilito, no te vayas! Imita el perdign en celo, queridoamigo!. Ahora no hay de estos hombres!

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  • Laertes bebi largo por la jarra.Basilios, cuados, por muchos aos!Amn!Laertes ofreci a los cuados las doradas tajadas de queso.Deb, seores parientes, decir que hice a Ulises en la her-

    mosa Euriclea, de la ilustre familia de los basilios. Se me olvid.Se le olvid a Poliades. Yo no cesaba de pensar en el hijo.

    Ulises, un basilio por parte de madre interrumpi unode los cuados, rebosndole queso de la boca.

    S, por parte de madre. Desde que conoc vuestra casa enel monte, para m fue siempre la casa de Euriclea. Nunca dijeque ya haba llegado a la casa de los basilios. La genciana puestaa secar en sbanas de lino, el pan recin salido del horno yestibado en la panera de travesaos de nogal, las largas cintasde pimientos colorados colgados de la pared, las ollas llenas deagua de rosas..., todos los olores y todos los colores del portalde la casa de los basilios, para m tenan solamente un nom-bre: Euriclea; y por habrsele odo decir a las mujeres, yo decasiempre, Euriclea la plida. Es muy hermosa!

    Laertes apart la cortina que dejaba ver, al fondo del pasi-llo, la cmara nupcial. Se vean los labrados pies del ampliolecho matrimonial, y caa hasta el suelo de blancos azulejosel fleco de la colcha de rojo damasco.

    La primera vez que nombre a Euriclea en pblico, cua-dos, dir que hablo de la basilia Euriclea.

    Los cuados rebaaban el aceitoso queso en los platos debarro.

    A un tiempo, con la boca llena, se inclinaban para decir,solemnes:

    Por muchos aos! Larga vida!Si conservis la guitarra napolitana de vuestro abuelo Basi-

    lio, os agradecera que un da, cuando Ulises sea doncel ale-gre, le permitis aprender en ella las canciones de mayo.

    Se fueron los cuados, canturreando beodos, y Laertes salia despedirlos al camino. Se sent en el banco de piedra, cabela puerta. El can Argos vino a sus rodillas, la larga lengua latiente.Se acerc Alpestor con una taza de requesn entre las manos.Sorba en ella sonoro. Se sent al lado del amo.

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  • Los basilios! Unos puercos! Sabes por qu sali Euri-clea tan hermosa y tan plida? T sabes, amo y seor, por qusalen manchados los conejos que cuida Jasn? Porque el conejopadre es blanco. A Basilio el Manco la mujer le pona los cuer-nos. Era hija, como sabes, del piloto Temades. Temades eraun hombre pequeo, casi enano, con una gran verruga rojaen el mentn. Cas en Alejandra y all enviud. Regres conla hija. No hubo en su tiempo moza ms hermosa en taca.Temades ya no navegaba. Cobraba por dejarse tocar la verrugapor los marineros. Daba buena suerte. Cleomenes tena unavaca que no empreaba. Le dio a Temades una moneda argivade media onza, y este acarici con su mentn a la vaca, mis-mamente debajo del rabo. Nueve aos seguidos trajo cra lavaca. Queran llevar a Temades para el campo caballar de losbizantinos, a asegurar la preez de las yeguas. Temades dotricamente a la hija, y esta escogi a Basilio. Se cas con l porla msica. Basilio, para tocar a su gusto, tena que tumbarseen el suelo. Tena el pie izquierdo tan suelto y fino como unamano. Coga la pa con los dedos, y trinaba. Vino un amigode Temades a la boda y por curarse de una tos. Era pariente delos que son prncipes entre los samios: alto, flaco, siempre ves-tido de verde y con esclavina prpura, sin nada a la cabeza.Fue con ese. El primognito, tu difunto suegro, fue del fo-rastero. Le llamaban el Plido. Euriclea sali a l. Siempre cor-ts, beba en las tabernas con los boyeros y los marinos.

    Se levant Laertes, y cual si estuviera en el gora, a la cabezadel banco de los seores carboneros, abriendo los brazos conafectada solemnidad, exclam:

    Y habiendo casado Laertes con Euriclea, princesa samiade singular hermosura y piel ms blanca que la leche de loshigos verdiscos...

    La antorcha que arda ante el portaln se apagaba a laaltura de la cinta de hierro del poste, pero antes de morir dabaa la noche relmpagos rojos y amarillos. Alpestor mir a losojos encendidos del amo, brillantes por el mucho vino embar-cado, y con gesto sacro rompi la taza contra los guijos delcamino. Las ranas que croaban en la charca de la fuente, asus-tadas, callaron.

    3 0 4 N O V E L A S Y R E L A T O S

  • VLA sbita tormenta haba deshecho el mercado. En lataberna de Poliades se apretujaban pastores y atuneros,aldeanos del Panern que bajaran a comprar hoces para la pr-xima siega, y tratantes en cerezas venidos de la vecina Cefalo-nia. El sudor los pegaba a unos con otros como cola de pez. Elviento meta el agua bajo los porches, y el oscuro cielo se abraen grandes claras con los continuos relmpagos. En un rincn,entre dos barricas, un ciego mendigo tensaba las cuerdas de lazanfoa, que la humedad haba aflojado. Unas mujeres inten-taban llegar al mostrador con sus cestas de albaricoques y cirue-las; los hombres, remisos en apartarse, rean obscenas burlas,y los pastores intonsos golpeaban el suelo con la contera he-rrada de sus varas. Una moza de largas trenzas negrsimas, conun gallo en brazos, lograba salvarse de pellizcos y refugiarsetras el mostrador. Poliades serva vino, pasando los jarros porentre las cabezas de los concurrentes, y reclamando el pago agritos, nombrando a los morosos por sus nombres.

    Un rabadn silb fuerte y seguido, y el zagal que estaba asu lado y se haba atado a la rubia cabeza los cintajos verdesy colorados de la cuerna de los machos cabros vendidos enel mercado, sac del bolsillo de la blusa su caramillo de barroy reclam como cuando el rabadn manda dar las buenasnoches y boca callada.

    Quin ha visto el lobo? grit un pastor.Callaos! No es Laertes ese que se sienta con las piernas

    abiertas en la escalera?Laertes, bautizaste un hijo! No hay una jarra para los

    amigos?Laertes, vienes de reyes! Una jarra de vino no empea

    a nadie ni ofende la modestia!

  • Laertes se levant. Tena en las manos la hoz que habasubido a comprar al mercado.

    Poliades, amigo, sirve vino tinto a los tacos y agua demembrillo a las mujeres.

    Di el nombre del hijo para que bebamos a su salud!,grit un patrn de las almadrabas, quitndose el redondogorro de lana verde.

    Ulises. Ese es el nombre del hijo.El rabadn que haba silbado levant con las dos manos la

    jarra llena a la altura de su frente.A la salud de Ulises, hijo de Laertes!Y respondieron todos, rituales. Laertes reciba sonriente

    las gracias que mereca su generosidad. La hoz brillaba en susmanos y el ciego de la zanfoa tocaba con su sombrero devejiga de cerdo las rodillas del rico carbonero. Laertes sedeca el varn a s mismo, eres rey. De verdad eres rey, y el pri-mer hombre que haya tenido un hijo. No pudo evitar el de-crselo a s mismo en voz alta.

    Si fueras rey clamaba el ciego pondras tu saliva enmis ojos y vera desde aqu las golondrinas jugar alrededor dela torre de los Mercados! Triste cosa es que no haya reyes anti-guos! No veo la puerta de mi casa!

    La moza de las trenzas se dirigi a Laertes. Apretaba con-tra su pecho el gallo.

    Seor, te vendo el gallo! Te lo vendo barato! El rabadn ms viejo se abri paso hasta el mostrador.

    Entreg la jarra de vino a uno de los pastores, y quitndose lamontera busc en la badana una moneda de dos sueldos.

    Laertes, te regalamos este gallo. Los pastores lo pagamosa escote.

    La moza avanz lentamente hacia Laertes, subi dos esca-lones y deposit el gallo rojo, cuyas patas ataba una cintanegra, a los pies del rey. El zagal hizo cantar el caramillo.

    Quin paga gritaba el ciego en honor del seorLaertes, el canto de los desesperados amores de Tristn eIsolda? O prefieren los caballeros la cada de Troya con loslamentos de Menelao cornudo? Canto por la moda de Ate-nas!

    3 0 6 N O V E L A S Y R E L A T O S

  • Poliades recogi el manto alrededor de la cintura, y echa andar delante de Laertes por la estrecha calleja que circun-daba la antigua ciudadela, cuyos muros de speros sillares cons-truyeron los cclopes, asentando a brazo las enormes rocasnegruzcas cadas del cielo. Se detuvo junto al portillo que dicende los Mensajeros, y oblig a sentarse a Laertes en los rotosescalones, mrmol devorado lentamente por las sandalias delos heraldos de antao, y desconchado por la contera bronc-nea de las lanzas de los reales centinelas. Abajo, muy abajo,como cados en el abismo por la brecha abierta en el contra-fuerte, se vean los tejados vinosos de taca, y entre ellos lasmanchas verdioscuras de los huertos familiares. Caa la noche.Poliades tendi sus manos hacia adelante, como para reco-ger en su cuenco el ltimo rayo de sol o el eterno y sonororecomenzar del mar. Se oa despearse en ruidosa catarata elagua de las dos fuentes que antao abastecieron la guarni-cin y el faro, y en el bosquecillo de mirtos que coronaba lacolina militar, mirlos, felices formas negras entre las brevesflores coloradas, decan adis al da silbando.

    Cules son tus poderes reales, Laertes? Mira: ah abajoest tu reino. Tu reino y el mar. Qu es ser rey, Laertes?

    Laertes acariciaba el gallo rojo que dormitaba en sus rodi-llas. Haba bebido mucho en los ltimos das, y si se inclinabapara ver all, en lo hondo de la sima, los tejados de taca, sen-ta vrtigo. Apoyaba la ardiente frente en la fra piedra delmuro.

    Yo soy un carbonero rico. No me cuelgan ni por milonzas!

    Un rey cuelga, no lo cuelgan. Mi padre deca que un reyes un lujo, pero un hombre ms libre que los dems en unpueblo no es ningn lujo. Te acercas a l en la plaza y le pidesconsejo. El rey tiene la palabra libre. Me dice: Poliades, robasen el peso.

    Robas en el peso, Poliades?S, seor. Lo confieso, amo mo.Laertes se ri, despertando al gallo. Poliades, confuso, haca

    un nudo con la punta del manto.Ves? Te tomaba por un rey verdadero, Laertes.

    L A S M O C E D A D E S D E U L I S E S 3 0 7

  • Cant vecina por vez primera la lechuza, y el gallo albo-rot.

    Calla, prncipe de sangunea cresta!Educa a tu hijo para rey, Laertes. En confianza, yo estoy

    por los hroes y por los dioses.No puedo contratar para educarle al centauro Quirn,

    maestro de Aquiles y de Jasn el Argonauta.Qu noblemente dices esos nombres antiguos! Ests

    borracho y conservas el tono. La boca de los reyes ama loshexmetros! Y tambin el silencio! En la manceba de Sira-cusa yo conoc al Desterrado de Mantinea. Las mujeres estndesnudas, sentadas cara a la pared, bajo un toldo de vivos colo-res. Por un sueldo te dejan entrar y sentarte a cinco varas deellas. Pasa una criada derramando agua de lirio o espumade Armenia. Hace calor, y ests sentado sobre tu manto, conla tnica abierta hasta la cintura. Yo soy un imaginativo, Laer-tes. Cuando entr, me dije: He aqu a un hombre duramenteprobado por la fortuna. Las mujeres volvieron la cabeza. Lasojeras le coman al Desterrado medio rostro. Pas su manodiestra, jugando, por el chorro del surtidor. No mir a nadie.Se asom al balcn desde el que se ve el puerto con las naves,arranc una ramilla de madreselva y se retir tan callado comohaba venido. Al pasar junto a la criada que cobra en la puertapor dejar ver las mujeres, dej caer en el suelo una monedade oro. Rod hasta tropezar con mi pie izquierdo. Tena porsea una horca.

    Eso fue todo?S, todo. Imagnate a tu Ulises haciendo algo semejante

    en Alejandra o en Constantinopla. El Desterrado de Manti-nea contaba en el muelle a los siracusanos de los navos quevendran a buscarlo, y cmo era su reino. Tres ros, Laertes,tiene dos ms que taca. Pero taca es una isla, y es muchoms difcil volver a taca que a Mantinea. Las palabras delhroe Ulises en los muelles de Alejandra diciendo cmo estaca, tendrn un tono ms dramtico, y usarn para volar lasalas negras de la melancola.

    Poliades se levant. Se acerc a la brecha, y agarrndosebien a las ramas de saco, se inclin sobre la polis dormida,

    3 0 8 N O V E L A S Y R E L A T O S

  • y con el tono humano que forjan los espritus graves en lasocasiones solemnes, declam:

    taca es mi patria, una isla perdida en el mar de los grie-gos. An faltan cinco das de navegacin para que veas laespuma marina vestir las valientes rocas de su cintura, y yapuedes contemplar la cumbre del Panern, tres meses al aovisitada por la nieve... Es clsica la disputa entre los pilotossobre cul sea el camino ms corto para ir de Troya a taca.Cuando un taco sale a recorrer mundo, su madre toma delhogar un trozo de leo, lo apaga, y con su carbn escribe so-bre los labios del hijo esta hermossima palabra: regresar.

    Poliades se volvi hacia Laertes, y continu:Un ro parte la isla ma en dos. Nace de las nieves mon-

    tesas, y al principio es solamente un conjunto de charcos enlos que se mira la ginesta. De cada charco sale un hilo de agua,que trenzndose con otro...

    Laertes roncaba, la cabeza apoyada contra una jamba delportillo de los Mensajeros. Por segunda vez cant la lechuza,y el gallo rojo, emblema del poder real, asustado, brinc delregazo del carbonero, y por la brecha del contrafuerte cayaleteando sobre taca, en la que aqu y all brillaban antor-chas de carbas, ricas en luz dorada, en los patios y a las puer-tas de las casas.

    Los dos borrachos regresaron lentamente, y Poliades,viendo cmo levantaba la cabeza Laertes y caminaba recto,sin apartarse de las pozas formadas por la lluvia, en las quesumerga hasta el tobillo sus nobles pies, se qued unos pasosms atrs, por cortesa, y en lo profundo del corazn com-prendi que amaba la majestad de los lartidas, aquellos dashonrada la dinasta con robusto primognito, impaciente enmamar y fcil llorador.

    L A S M O C E D A D E S D E U L I S E S 3 0 9

  • SEGUNDA PARTELOS DAS Y LAS FBULAS

  • Los aos nacan y moran, y del grano de uno cado en la tierraque llamaban taca naca otro, y nadie vea el sembrador.

    Los dorados cabellos en la cabeza del nio Ulises se fueron oscu-reciendo, y cada da pareca ms blanca la mano de la madre Euri-clea deslizndose entre ellos.

    El infante aprendi a or, a hablar, a correr, a posar las feblesmanos sobre las cosas. Reconoca los pasos paternos en el patio antesde que llegase a su rostro la caricia de la mano spera del carbonero,perfumada con el acre olor de las humazas. Laertes sacuda la rojizacuna de abedul, y le gritaba al hijo:

    Es la hora de entre can y lobo! Qu los dioses te den sueos quete hagan sonrer durmiendo!

    El da en que cumpli cinco aos sacaron la cuna del cuarto dela nodriza, y le hicieron cama en la habitacin de Jasn. All dormatambin, sobre una piel caprina negra y blanca, el can Argos. Alpes-tor puso una ramita de laurel en las sandalias nuevas del nio, lasprimeras que iba a atar en el tobillo. A pedido de Laertes vino el pilotoFocin a ensearle a Ulises el nudo pnico, y este lo aprendi a la ter-cera demostracin, como en Troya Hctor, domador de caballos.

    Con este nudo, en las naves basta tirar con el pulgar y el ndicedel cabo ms corto para abatir sobre el puente la vela maestra.

    Ulises mostraba a los presentes la huella negruzca, en la palma dela mano, de los cordones embadurnados de pez.

    Euriclea se sentaba a hilar, en verano en el patio, a la sombrade la higuera, y con los pies al sol, como dej advertido Hesiodo, yen invierno, en la cocina, con los pies sobre un caneco de barro llenode arena caliente. Los pies fros entorpecen las manos de las hilan-deras en la rueca y el huso; slo unas hay que pueden hilar, velocesy silenciosas, con los pies helados: las Parcas. Euriclea era, verda-deramente, Euriclea la plida. Tosa. La tos la despertaba a horade alba, y Euriclea poda ver en el pauelo que acercaba a su boca,un hilillo de roja sangre en la saliva. Euriclea era solamente unadulce voz y una tranquila mirada, que se derramaba desde sus ojos

  • claros, alrededor de cuyo suave verdor marino las largas pestaasoscuras semejaban fatigadas filas de finos remos.

    Los aos nacan y moran, lentamente, seguramente, como arras-trado el carro del Tiempo por los cuatro bueyes lartidas, los dos berren-dos en negro y los otros dos ojo de perdiz. El ro de taca hencha enabril con el deshielo, y en septiembre era un hilo tan delgado y frgil,que ni Penlope, si en taca viviese y ya tejiese esperando, sera capazde figurar con l un poco de espuma en un tapiz que representase unpas con fuente en primer trmino. Ulises medraba. Corra de aqupara all, precedido del can Argos y seguido de la voz custodia deJasn, saludando los caminos de la tierra natal. Distingua el mirlode la calandria por el canto, pero el ave que ms amaba era la flechaque sala del arco paterno, silbadora, y con una pluma de gallo portimn. Lo llamaban por su nombre los atuneros. El piloto Focin lollevaba hasta la punta del muelle, y si una ola rompa fuerte y mojabael rostro del nio, Focin sonriendo le deca:

    Saca la lengua, Ulises, y prueba! Es amarga! Es agua delmar!

    3 1 4 N O V E L A S Y R E L A T O S

  • IDIJERON mi nombre y me toc en el pecho la punta dela vara del heraldo.

    Jasn, de Iolcos, buena dentadura, vendido por primeravez!

    Me levant rpidamente y me acerqu a la barandilla. Mehaban dicho que convena mostrarse resuelto y despierto.Uno que se levanta perezoso desmerece a los ojos de los com-pradores inteligentes, y queda para malos amos. El mo serauna cualquiera de aquellas bolsas de piel, llenas de monedas,que golpeaban una y otra vez la tabla del subastador.

    Veinticuatro!Veintisis!Yo miraba por encima de los sombreros de paja y de las capu-

    chas pardas de los compradores, el csped del cercano hip-dromo. Un bayo que beba en blanco no se dejaba montar.

    No tiene varices ni est herniado. Respira, Jasn! Y ahoraensea los sobacos a esta ilustre concurrencia.

    El heraldo me ofreci una estaca, astillada en uno de loscabos. Era de fresno, sin un nudo. Verde, en el fuego, el fresnohuele como cuando al hervir se derrama la leche por la plan-cha de hierro del hogar.

    Que no se te olvide. Hace bonito entrar en una cocina ysin mirar el fuego, decir: Vosotros, los que escogis el fresnopara los ilustres asados....

    Muestra tu fuerza, Jasn, a tus impacientes compradoresme anim el heraldo.

    Tir con todas mis fuerzas y desgaj. Ms que a mis manosmiraran los compradores la vena de mi cuello y la tensin delos tendones.

    Treinta y siete! La edad de Patroclo!

  • Tena treinta y siete aos Patroclo? pregunt el pe-queo Ulises cruzando sus brazos sobre las rodillas de Jasn.

    Treinta y siete cumplidos. Hasta los diecisiete le hizosu madre, cada ao que cumpla, un nudo en la cabellera.A los diecisiete aos comenz Patroclo a hacerse l mismonudos anuales en la barba cobriza. Cumpla los aos enmayo, el da en que la codorniz regresa de Egipto. Viajeranocturna, aprovecha con habilidad los vientos y calcula lasescalas.

    Hay codornices en taca?En julio te llevar a que las veas dormir la siesta.Jasn bebi del porrn, no ms que por mojar labios y len-

    gua, y dej caer del pitorro unas gotas sobre la cabeza de Uli-ses, quien esquiv el chorrillo riendo.

    Si tu madre Euriclea fuese tan previsora como la madrede Patroclo, tendras ahora mismo catorce nudos en tu suavecabellera, prncipe Ulises.

    Soy ya un hombre, Jasn?Nunca sabe uno si de verdad es un hombre. Los otros te

    mecen como cuando se limpia un odre, y una vez bien me-cido, y mediado de agua salada, miran a ver si te tienes o caes.Pero bamos en que un anciano que se cubra con un som-brero de paja negra, levantando ala sobre la frente, ofrecitreinta y siete por m. El heraldo pase su sabia mirada sobrela clientela. Nadie daba ms. Con la punta de la vara toc latabla del subastador.

    Lo has comprado. S humano con l. Los tiempos cam-bian de perfume cada da en la mano de los dioses. Un dacualquiera, noble Eurimedeo, Jasn podr comprarte a ti conun cobre horadado.

    Estas son palabras rituales. Nacen de la boca de los hom-bres ya gastadas y oxidadas. El corazn ni se entera. La tierra,cuando como ahora en ese desmonte nacen delicadas viole-tas, est atenta, tiene los labios suyos hmedos en las racesde la planta, y sopla, como el vidriador con su boca la gneapella, color y forma en el aire. Solamente una vez al ao hayaqu violetas, Ulises. Los hombres estn a veces diciendo flo-res, y tienen el sentir en otra parte.

    3 1 6 N O V E L A S Y R E L A T O S

  • Haban subido mucho ms arriba de la ltima via. Jasnquera mostrarle a Ulises la labor de los jornaleros llamadospor su padre para sangrar los pinos. Llevaban merienda depan blanco y spido queso de cabra.

    Eurimedeo quiso, tan pronto como llegamos a su casa,que le contara mi vida. Viva en las afueras de Tebas, en elcamino que llevaba a la puerta de los Dos Hermanos. Eradueo de una casa de dos plantas con amplio patio, y tenamediana labranza. Tebas es cereal. Eurimedeo me dijo que mehaba comprado por el nombre y la nacin. La mujer, una viejaflaca y desdentada, preguntaba a gritos si el aquel fuerte Jasnno iba a comer una oveja cada da. Eurimedeo puso un granjarro de vino sobre la mesa. All el vino es negro y el barro,blanco como la nieve. Sujetaba el jarro con su nudosa diestra.Yo tena sed.

    Cuntame tu historia, Jasn orden.Nac en Iolcos, hijo de cardadores y nieto de cardadores.

    Cuando me di cuenta, yo era un cardador, y saba cruzar lascardas, pasar, soltar y volver. Un ao fui a cardar a casa del ricoAntinos. Segn la costumbre, como era el ms joven de los car-dadores, me sentaron en un rincn del patio, frente a los mon-tones de la lana negra. El buen cardador se sienta con las pier-nas bien abiertas, tras haber aflojado el cordn de las bragas,y con la tnica tapar el porrn del agua. Por muy estrechoque sea el pitorro, siempre entrarn polvo y pelusa. El aguapara la sed del cardador se mezcla con vinagre. Por cama medieron un haz de paja. Vecinos mos eran dos cardadores mon-taeses, calzados con pesados zuecos y alegres roncadores.Uno de ellos tena una hija. Era muy hermosa. Volva entrelas cardas una mano de lana, y vi una sombra cruzar sobre mismanos. Era la sombra de su cabeza. Se apoyaba en la columnadel porche, a mis espaldas, y me hablaba, se diriga a m, aljoven Jasn. La sonrisa me hablaba. Le dije mi nombre, tur-bado, y ella puso su pie izquierdo sobre mi rodilla, y se inclinpara apretar la cinta verde de la zapatilla. Su negro cabelloroz mi frente. Me dijo que todas las maanas, al amanecer,llevaba cuatro ovejas al abrevadero. Romp a sudar. Cumpli-ra yo entonces diecisis aos. Oh!, mi madre me golpeaba

    L A S M O C E D A D E S D E U L I S E S 3 1 7

  • cariosamente, despertndome, con el rabo de la escoba, yme deca:

    Arriba, rey de los cardadores!Hay muchas maneras de casas reales en los corazones de

    las madres, prncipe mo. La hija del montas se llamabaMedea. Es un nombre muy dulce. Dilo haciendo larga la se-gunda e. Mi amo tebano interrumpa mi discurso con fre-cuencia; quera saberlo todo; quera saber lo que pensaba yoen cada instante, y lo que sospechaba yo que pensaran losotros, y las distancias, y la piel de Medea, cmo era? S, erasuave y caliente, pero no poda decir cmo. Y vea los navosen el mar cuando apoyaba mi mentn sobre la inquieta cabezade Medea? No me dejaba adelantar en mi historia. Yo tenased, pero l no soltaba el jarro. Vino la vieja, a la que toda latarde se la haba odo reir en el granero con las criadas, ypuso un candil de aceite encima de la mesa. Mi amo soplabaen el vino, y caan ante m gotas oscuras.

    Los dioses te concedieron una boca demasiado rpida,Jasn. Cmo quieres contar una vida en una hora?

    Me haca volver al comienzo, cmo era mi casa, de quhacamos las pas de las cardas, cmo se llamaba mi abuelo.La cinta verde de la zapatilla de Medea, le cea la piernahasta la rodilla? Oh, horas y horas! Yo me caa de sueo. Decalo que l quera.

    Claro, la mataste y huiste. Te sali puta la nia. Siemprequeda sangre en las uas, me deca.

    Yo miraba mis uas y vea la sangre. Sudaba. Sudo por nada.Yo no mat a Medea, pero vea su sangre en mis uas. Y lahuida. Me hizo contar la huida paso a paso.

    Oas el mar a tu diestra?S, lo oa. Lo o durante toda una larga noche. Qu dije

    cuando los piratas me pusieron los hierros? Tengo sed, amo!,imploraba.

    Mucha? me pregunta sonriendo.S, mi amo. Mi lengua es ya una spera ortiga...Se rea de m. Me preguntaba si yo haba ledo eso en

    Homero o en qu poeta. Yo no s leer, Ulises, amigo mo. Seapag el candil y el viejo se march con el vino. Lam el que

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  • verti sobre la mesa. Haber recordado la huida me hizo com-prender que segua huyendo. En Tebas no se oye el mar, ni ala derecha ni a la izquierda. Si alguna vez tienes que huir enTebas, guate por el viento: levante y norte dan montes,poniente y sur dan mar. No haba comido ni bebido en todoel da. Sal al patio. Eurimedeo, teniendo de la cadena unenorme perro de oscura capa lobuna, y empuando cortovenablo, me miraba. Estaba loco. Como yo estaba huyendo,amigo Ulises, tena miedo. Me preguntaba, aterrorizado, porlo largas que son las leguas, y cuntas habra entre Tebas y losbosques en que nace el viento del oeste, y si esa boca es grandeo pequea, si tiene colmillos afilados, y qu flauta sopla, y siuno de sus labios baja hasta el mar qu habr a la izquierda,como en Iolcos hay mar a la derecha, y si ese labio sera unaplaya visitada por lejanas naves... Eurimedeo se ri. Se le ritodo el rostro. Yo no se lo vea, pero saba que se estaba riendo,riendo con los ojos miopes, con la barba rala, con la corvanariz. Y el perro tambin.

    Nuestro Argos no sabe rer, Jasn.Porque es un perro libre y cazador, tiene nombre de vela

    vagabunda, lame manos de hombres libres. Pero los perrosesclavos, guardianes de esclavos, esos s ren. Rea el perro.Te lo juro, Ulises. En Iolcos juramos por Hrcules Peregrino.El perro tambin estara loco. El amo le habra hecho contarpelo a pelo su vida, hasta enloquecerlo. Me lanc contra elviejo con la cabeza baja. En Iolcos, en las fiestas, saltamos sobrepellejos llenos de viento y bien engrasados. No le di tiempoa adelantar el venablo. Cay encima del perro, enredadas suspiernas en la cadena. Un confuso montn de gritos y de ladri-dos se revolcaba en la arena del patio. Sub a un pltano ysalt el muro. Corr. Pasaba al pie de murallas de ricas ciu-dades, de antorchas, de ladridos de canes, de leques en lasque hombres que se cean la faja me gritaban:

    Espera, forastero! Llevo tu mismo camino! Me conta-rs tu vida!

    Qu mana en Tebas de or vidas! Nadie puede contar suvida sin echarse a morir!... La ortiga de mi lengua bebi aguade muchas fuentes. Y un da o el mar a mi izquierda. No, no

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  • era el corazn a punto de estallar: era el mar. Una nave detaca cargaba aceite. Los tacos regateaban desde la nave. Unode los que compraban se llamaba Laertes. Tena la voz re-donda y noble como un anillo de oro.

    Laertes grit, necesitas un criado?En vez de una ortiga mi lengua era ahora un gajo de

    naranja lleno de dulce zumo.Ulises tom de las manos a Jasn y tir de l, para que se

    incorporase. Bajaron hasta la polis brincando los siete setosde los siete prados comunales, y despus, por entre floridosviedos. Ms all de los cipreses, Ulises se adelant a Jasn yfue arrancando hojas a las ortigas que nacan contra la mura-lla, y escondindolas en el bolsillo de su tnica. Argos menea-ba la cola a la puerta de la casa paterna.

    Salud, orejudo compaero! Que nunca aprendas a son-rer!

    Por la noche, cuando roncaban unsonos Jasn y el can,Ulises busc sobre su cama la tnica, y en el bolsillo las hojasurticarias. Sin vacilar las llev a la boca. Quera hacerle aquelfavor a Jasn. Quera ser leal a la larga huida y oscuras nochesaterradas de Jasn. Huir con l, desde Tebas. La lengua se lehinchaba en la boca y le arda el paladar.

    No, no gritar!Y aguant en silencio durante toda la noche, como si

    tuviera en la boca la amarga mocedad de Jasn. Cantabangallos la amanecida cuando Ulises se durmi. La speraortiga de la lengua, si es que est en Homero o en otro poeta,all solamente ser un bello hexmetro.

    3 2 0 N O V E L A S Y R E L A T O S

  • II

    Alos que vivimos en el ocano dijo el piloto Focinlo que ms nos gusta de las navegaciones es llegar. Con-templas la ciudad al fondo de la baha, arras las velas y entraslentamente a remo en el puerto. Yo no soy presumido, peronunca, aunque surgiese de entre violentos temporales, entren puerto extrao sin haberme perfumado la barba y ceidola cintura con bien trenzado y bien pulido cuero. Ya se ren enCalcedonia, en los mercados, cuando me ven bajar.

    Ah est Focin de taca, rico en cinturones! Noblestiras del anca del jabal!

    Ulises ayudaba a Focin a asar un rodaballo en un hoyoexcavado en la arena. El lartida haba trado un haz de secossarmientos y un manojo de ajos. Focin haca girar el pezsobre las brasas, y de vez en cuando con un hisopo emba-durnaba el rodaballo con aceite. Gota que caa en las brasasarda azul.

    La tierra, Ulises, siempre est lejos, y el mar es en demasaancho y profundo, y las estrellas, a las que conoces y nombras ypor las que sabes el Norte, se esconden tras las negras nubes, olas pierdes en la niebla. A babor y a estribor siempre hay tierra,y a proa y a popa. Sabes los ttulos de todos los reinos que tie-nes a derecha e izquierda. No cambies de rumbo, y tu nariz tro-pezar con la nariz de Argantonio, rey de Tartesos. Y sin em-bargo, pasan meses y meses, nunca llegas a Tartesos. El lomodel mar es inquieto y los vientos no oyen la voz del hombre. Lasmismas naves tienen extraas querencias. Yo nunca pude ir aChipre con mi nave La Trtola. Pona un hilo de diferentecolor cada jornada en la barra del timn. No faltaba ms queuna noche de mar, pero esa noche era suficiente para que yo,Focin, me perdiese en el ocano de los griegos. Inquieto, no

  • viendo Chipre en el horizonte, viraba a babor y a estribor, LaTrtola no obedeca, y horas despus, en el tibio atardecer sep-tembrino, me vena por popa, con el viento jonio, el aroma deazahar de Chipre. A La Trtola le gustaba ir a Marsella, aTarento, a las Pitiusas, a Tartesos. Las naves, como los corceles,tienen horas nerviosas. Yo acariciaba con mi mano el pico deLa Trtola, y le cantaba canciones de amor. Me colgaba delfoque para besarle las plumas de la airosa cabeza. Fuimos comodos amantes durante largos aos. Envejeci, y la amaba mstodava. Se rompi para morir. Malhaya el lebeche que saltamatinal entre Creta y las Sirtes! Cclope de rojo ojo, golpea conlos dos puos a un tiempo las frgiles naves de los helenos.

    Focin se pas la mano diestra por los ojos.No es por el humo, Ulises, que son lgrimas. Las lagri-

    mas estn mal y aburren en los ojos de las mujeres, pero deco-ran noblemente un rostro varonil. Te lo dice Focin.

    Le servan de almirez y mano a Focin para machacar losajos una concha y un guijo.

    Cuntame el viaje a Tartesos, Focin! implor Ulises.El mar, azul hasta entonces, comienza a palidecer; una

    hora ms de navegacin y ya blanquea como agua en la quelavase las manos un alfarero. Es el ro. Esperas, y entras en lcon la punta de la marea. Un da entero ro arriba. Nunca hasvisto tantas garzas juntas. El ro describe una gran curva, ycuando sales de ella, ves un jinete que ha adentrado en el aguasu caballo y que te hace una sea con una lanza embanderada.Tienes que anclar all. Lo haces fuera de la corriente, en el pozo.Amarras a dos troncos de encina clavados en el lodo de laribera, desembarcas y sigues al jinete. Te espera el rey, el reyArgantonio. Est sentado bajo un olivo, por todo vestido un pa-uelo blanco tapndole el ombligo. El saludo de all es aplau-dir; t aplaudes y l aplaude. Un piloto debe conocer bien lossaludos de los pases. En el Lbano el rey te escupe dentro dela oreja y despus te la limpia. Dice que as irn ms fciles suspalabras a tu mente. En el Ponto, ms all de Troya, te cortanel cabello al rape, a la moda de ellos, para decirte que no te tie-nen por forastero. Lo que ms le gusta a Argantonio es que ledigan que es gran amigo de los griegos. Aplaude, pide un mim-

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  • bre, y golpea con l en las nalgas a su hijo menor porque noadelanta bastante en nuestras letras. Todo su pueblo est sen-tado en semicrculo, en la hierba, aplaudiendo. En un platode oro te traen aceitunas aliadas con romero. No puedes es-cupir el hueso, has de tragarlo. Pliomes de Atenas muri deeso. La recepcin dura varias horas. Cuando Argantonio selevanta, t te arrodillas y le haces un regalo. Argantonioaplaude una vez ms, y ya eres libre de ir y venir, comprar yvender en Tartesos.

    Focin haca con su cuchillo finos cortes en el rodaballo,y con el mismo filo introduca en ellos los ajos machacados.

    Tienes catorce, quince aos, Ulises? Te se puede hablar.Eres libre de ir por las calles de la ciudad de los tartesios. Lascasas son de ladrillo rojo, encalado, y las cubren con caas.Los hombres estn en las rias de gallos y las doncellas apren-diendo el bordado, en la plaza, en grandes corros. Estn solaslas casadas en las casas. Oyes llamar Chiss, chiss!, y un suavebatir de palmas. Los ojos negros brillan en la penumbra. Entrasy cierras la puerta. Todas se quitan las flores del pelo antes detumbarse. Te dan aceitunas y te dejan escupir el hueso en susmanos. Salen contigo a la puerta de la casa y te echan aguapor los pies. Llega el marido y no aplaude. Te hace una seay tienes que seguirlo. Te lleva al mercado y all compra un sacode sal. Te hace cargar con l. Ni te ayuda a echrselo a espal-das. Cargas con el saco de sal y se lo llevas a su casa. Va detrsde ti. T sacas fuerza de flaqueza y apuras el paso. Te detienespara que el marido te alcance, y le hablas y sonres. Ves cmose va confiando. Llegas a su casa y te ayuda a posar el saco.Aplaude y t aplaudes. Escoge un mimbre y te lo ofrece. Escogeotro para s, y los dos a un tiempo le pegis a la mujer en lascostillas. Lo vienen a llamar unos vecinos para otra ria degallos, y se olvida de todo y se va, y te deja solo con la mujer...Son otras vidas. El rey es rico en toros y en oro. Le gusta estarsiempre tocando oro. Si sale de paseo, ponen cestos a la veradel camino llenos de oro, y el rey, al pasar, distradamente, loacaricia... El mejor mes para ir a Tartesos es agosto, y te datiempo a regresar cuando ya de los abedules del Panern caenlas hojas secas, tan doradas como el oro de Argantonio. Segn

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  • te vas acercando a taca, parece que la madera de tu nave re-cuerda cuando era parte del bosque, y se desnudaba de hojasen otoo. Desea tocar la tierra nativa, y descansar. T tambin.Hay vino nuevo, y las mujeres ponen el odo atento a las can-ciones que traes de tan lejos.

    Parti Focin el rodaballo, y en una rebanada de pan ofre-ci un trozo a Ulises.

    Tienes que aprender a reconocer las hojas secas, cadasen los caminos. Y come el rodaballo mientras est caliente.Lo hemos asado a la manera de los feacios. Si alguna vez nau-fragas y no sabes dnde ests, por el pescado asado de estaforma sabrs que ests entre feacios. Es la nica costa griegaen la que a los nufragos les llaman amigos, y no suplicantes.Tienen pintado en el techo de su leque el cielo, con todas lasestrellas. Te preguntan cules ves desde la puerta de tu casaen el solsticio de invierno, y as saben de dnde vienes.

    Desde mi ventana, Focin, yo veo en el solsticio deinvierno uno de los ojos de Orin, y a Aldebarn en el lomodel Toro. Mi madre me dice que mirar muchas horas a Alde-barn me har violento.

    Los feacios, Ulises, tienen vasos con dos asas, y las muje-res los imitan, apoyando el dorso de sus manos en la cintura.

    Son morenas?Son doradas.Qu es ms hermosa cosa, Focin, una nave o una mujer?El piloto verti en la arena el vaso de vino.La tierra es hermosa y el mar tambin lo es. Ser libre de

    ir y venir es grande cosa. Qu es la ms marinera de las navessin un piloto? No hay respuesta a tu pregunta, joven Ulises.Acaso, al final de los das...

    De qu se hace la nave ms ligera para ir a los feacios?De palabras, Ulises. Te sientas, apoyas el codo en la rodilla

    y el mentn en la palma de la mano, sueas, y comienzas a hablar:Navegaba, alegremente empujada mi nave por Breas vivi-

    ficador en demanda de la isla de los feacios felices, vestidosde prpura desde que amanece hasta que anochece... Peropara regresar, Ulises, la nave de las palabras no sirve. Hay quearrastrar la carne por el agua y la arena.

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  • III

    EL joven Ulises pidi permiso a su madre para ir a la fiestade las espigas. El padre estaba carboneando en el Pane-rn, y bajara por la otra cara del monte, a vender el carbna los cefalonios. Euriclea busc en un arca una blusa roja quehaba sido de Laertes mozo, e hizo que Ulises la vistiera.

    Tu padre haca dos nudos a la derecha, con la falda, ynunca olvidaba llevar ah naranjas y manzanas.

    Las manos de Euriclea pasearon el rostro de Ulises comouna enamorada pareja de palomas torcaces un bosque decipreses. Acarici los oscuros rizos que orlaban la redondafrente, y al pie de ella alis las bien pobladas cejas. Le hubieragustado acariciarle las nias de los ojos, y sumergir sus manosen el mar verdoso del iris, pero Ulises cerr los prpados bajolas yemas de los dedos maternales. La nariz recta de Ulisesera inslita entre los tacos de nariz curva. Ulises no perfu-maba el incipiente bigote todava, ni la barba, que le brotabaen remolinos. Las lentas manos de Euriclea taparon por uninstante la boca de largos y finos labios, la puerta de aquellavoz rica y flexible, poblada de alas matinales y asombradas,antes de posarse en los amplios hombros del hijo.

    Santa Seora, Santa que bajo la tierra mueves tus alas deoro! Yo tambin iba a la fiesta de las espigas, y cantaba.

    Ulises colg del cinturn un pequeo pual de mango deplata y se asom a la ventana a contemplar la maana, no biennacida ya embriagada de sol. Desde la ventana de su habita-cin, Laertes y Euriclea solamente vean tierra: viedos y oli-vares, los bosquecillos de mirtos, los pinares, la corona altivadel Panern, pero desde la ventana de Ulises se vea el mar,y una vela preada de viento en el horizonte. Soplaba terral,que levantaba en las dunas ligeros torbellinos de arena.

  • Alpestor acompaaba a Ulises a la fiesta. Se apoyaba ennudoso cayado de pastor, y llevaba en bandolera repletozurrn.

    El vino se lo compraremos a Poliades. Siempre lleva alcampo de la fiesta dos o tres pellejos. Si luchas, Ulises, quesea antes de comer. Desclzate, y con los pies desnudos pisasuna mata de manzanilla. Es como aceitarlos.

    He recibido los ms sabios consejos, Alpestor. No he deluchar en la parte baja del campo porque el hmedo terrenocede bajo los talones, y no puedes girar fcilmente, ni he deluchar en la parte alta, porque se resbala en la pinaza del pinarvecino. Si mi contrincante es grueso, no he de buscar su cin-tura, y si es delgado evitar presas que obliguen a pasar misbrazos bajo los suyos. No me han de distraer los gritos de lasmuchachas ni las voces de los hombres apostando, y no he demirar a mi enemigo a los ojos, que me engaar.

    As es, joven amo. Esos son los elementos. Y la cabezasiempre levantada. Cuando Belas vino de Asia sin el ojoizquierdo, contaba en la plaza que lo perdiera luchando. Alsoltarse de una presa, vio tambalearse al contrario, y cabezabaja lo embisti al estmago. Pero el otro, gil medo, lo es-quiv con la mano derecha en la nuca. El ojo de Belas salten el mrmol del gimnasio, rod como una cuenta de vidrio.

    Y no fue as?Aprende la leccin, pero no fue as. Le pic un tbano

    mientras dorma.Adelantaban a grupos ms madrugadores de celebrantes,

    vestidos con los trajes de fiesta.Hay tres naciones en taca consider Alpestor. Hay

    los morenos montaeses, de escasas carnes y rpidas pier-nas; los marineros de rubia cabellera, soleada piel y frtillengua, y los campesinos de los llanos, gordos, taciturnos yprolficos.

    Cuando entraron en el campo, por entre las dos jnicascolumnas abrazadas por la hiedra cuajada de azules flores, ungrupo de muchachas les golpe la cabeza con manojos de espi-gas verdes y tirsos adornados con blancos vellones de lana...

    3 2 6 N O V E L A S Y R E L A T O S

  • Escaparon despus, asustadas de las manos de Alpestor y susijujs, riendo.

    Los taciturnos labriegos, Alpestor, tienen hijas alegres.Y quieres decirme por qu cuelga hoy de tu oreja izquierdaun aro de plata?

    Alpestor sonrea con su boca desdentada, que le haca sil-bar las eses. Hizo girar entre las palmas de sus manos su barbade chivo, y colgando el zurrn de una herradura colgada enel muro, llam a grandes voces por sus nombres a unos rome-ros que se dirigan al altar.

    El altar estaba en un extremo del campo, y los campesinosse acercaban a l tras haber pagado al flautista. La Virgen conel Nio, labrados en oscura piedra y pintados con colores vivose ingenuos, desaparecan bajo ramos de flores y haces de espi-gas. Los labriegos caminaban lentamente, con el ritmo pro-cesional de la tonada de flauta, y posaban en el ara pequeosmanojos de espigas de la cosecha anterior, atados con cintasencarnadas y verdes. Musitaban rezos de la piedad antigua ycereal, extraamente cristianizados, de los que cada palabraera una llamada a una divinidad eterna y siempre fecunda.

    Cuando lo obligaste a que se arrodillara, cre que el mon-tas iba a girar sobre la punta de sus seguros pies, y a golpear-te en la cara con las rodillas. Es el golpe troyano contra la presaaquea, el golpe del pesado buey contra el ligero potro. Quenunca te se olvide! Pero dselo a tu amigo Poliades: has meadopor mis muslos ms de una vez, y el mandiln en que lo hiciste porvez primera, lo colgu en el armario y no permit que lo lava-ran las criadas. Lo conservo como recuerdo. Dmelo, Ulises,por quin luchaste? A quin tiraste la manzana?

    Nadie la cogi; qued en la hierba y todava estar all.La encontrarn dulce los afilados dientecillos de los noctur-nos topos.

    Hablas casi en verso, Ulises! dijo emocionado Alpestor.Espera a que se retiren todos, y entonces ella quizs ose

    venir a recogerla advirti Poliades.Si fue una de las pupilas de la Siciliana coment Alpes-

    tor, no se atrevera a ponerle el pie encima delante de tanta

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  • gente. Son muy recatadas. All todo es por usted, y qu tal lafamilia, y nada de borrachera, ni de magrear delante de losotros clientes. Son muy miradas, especialmente la rubia.

    Hay una rubia, Alpestor? pregunt Ulises, habiendobebido lentamente del porrn.

    Alpestor se llev la mano a la oreja izquierda. El agujerea-do lbulo apareca desnudo.

    Le fui a ofrecer mi aro de plata entre los pinos. No que-ra, porque la fiesta es santa, pero al fin lo acept. Tendr quecomprar otro en las ferias de otoo. Una oveja da para un arode plata, y un aro de plata para una hora larga con una mujer,en la hierba florida. La vida no es tan mala en taca para loscriados de casa de Laertes.

    Esa rubia de que hablas, pas a mi lado con trigo en elcuenco de las manos?

    Alpestor miraba a su amo a los ojos. Estaban sentados enla hierba, cabe el carro de Poliades. Los romeros haban va-ciado los pellejos de vino y las cuatro tinas de sangra. Elcampo estaba ya casi vaco, y las mujeres arrastraban a los mari-dos borrachos. Se oan canciones por todos los caminos. Lanoche suba lentamente desde el mar, y aunque era oscuroall abajo, en la ribera todava haba una cinta de dorada luzen el pico del Panern. Alpestor reuni lentamente, arran-cndolas con cuidado, un puado de vincas azuladas y lasech al viento.

    Amo, perdname! Y que esto no te haga asquear a lasmujeres! Ella, qu saba de ti? Ahora ya no oler a Alpestor.Se habr baado con agua de hierbas al llegar a casa. En laSiciliana hay cuatro baos para las pupilas.

    Ulises apoyaba el codo diestro en la desnuda rodilla, y enel puo cerrado el mentn. Era un gesto muy suyo. Pasaranmuchos, muchos aos, hablaran de l muchos, muchos poe-tas, y cientos de veces estara as Ulises en los versos, reco-giendo el manto sobre los muslos, y descansando la rizadabarba en el poderoso puo. Felizmente, s seor, felizmente.Yo me cas con una viuda. El difunto fuera herrador, y ella noola ms que a membrillo. A veces yo me acercaba, cabreadocon el finado, escupiendo su sombra, pero tropezaban mis

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  • narices con aquel dulce aroma a membrillo maduro y meechaba a rer. Que san Cornelio latino nos proteja! El mozoUlises tena lgrimas en los ojos cuando se puso en pie. Sesenta dueo de una gran soledad. Meta las manos en su pro-pio corazn y las sacaba vacas.

    Mujer lavada, mujer estrenada! comentaba Alpestor,experimentado.

    Ulises ech a andar solo, sali del camino y atraves elpinar, atajando. Vio la sombra del zorro saltando una pare-dilla divisoria, en una verana.

    Conocers si es el zorro el que salta en la noche, le habaenseado su padre, en que salta de lado; el can y el lobo, esossaltan de frente.

    Pas junto a la era del molino. En medio de un corro desegadores tocaba el flautista, y el nio ciego, sentado a suspies en un fardo de lana, recitaba una historia. La voz infan-til obligaba a la flauta, y le impona su peso, y si de pronto sus-penda el recitado quedaban en el aire cuatro o cinco notasmelanclicas, canto de un ave de oscuro plumaje en una playaremota.

    Los hroes pusieron la noche en sus rodillascomo un tapiz hermosamente bordado con perlas.Los vientos se disputaban las frentes pensativasy cada uno decoraba su boca con nombres diferentes.

    Ulises pos todo su cuerpo contra el viento sur, que ola aheno recin segado. La frente le arda de fuera a dentro, y laspalabras del pequeo rapsoda eran brasas en sus odos.

    Los hroes soaron ver a sus esposas dormir solasen amplios lechos, cuyos perfumes traan los vientos,rpidos visitantes de las suaves cabelleras...

    La flauta se quej larga y amargamente, acaso preten-diendo llevar ella a las aoradas esposas la voz de los hroesperdidos en el lejano mar hiperbreo.

    El leal Amads descubri su soledad

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  • Ulises abrazaba almohadas de lino en el viento que crecaen furia con la noche, y las primeras gotas de lluvia las moja-ban, mezclndose con las amargas lgrimas. Desde el marvena, como una burla funica, la bocina de las caracolasdando rdenes en el cerco de los atuneros, y el sonar delcuerno de las lanchas que regresaban, repletas de peces.

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  • IV

    POLIADES dejaba a su criado Mirto, un etope siempre son-riente, al cuidado de la taberna, y sala a pasear con Uli-ses por los alrededores de taca, por la ribera y por las estre-chas y pinas calles de la polis antigua. Poliades se haba conce-dido a s mismo el ttulo de preceptor del mozo. El jovenlartida segua inclinando la cabeza hacia delante, afectandomelancola, y era dueo de graves silencios.

    Ulises, olvidada vaya la rubia! Todos comenzamos condas amargos. Permteme que te titule de prncipe en esta lec-cin. Conserva el virgo, prncipe Ulises, hasta que pises ex-tranjera tierra! Alegra con la expectativa de mujer de otralengua el corazn!

    El calvo Poliades meda el patio de armas de la ciudadela,desde la