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LA PÁGINA DE LOS CUATRO ALPOSTANOS Plaza Zapiola, Villa Urquiza Nº 6 2013 1

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LA PÁGINA DE LOS CUATRO ALPOSTANOS

Plaza Zapiola, Villa Urquiza

Nº 6

2013

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ÍNDICE

Presentación p. 3

Radulfus. El tango Cambalache en latín p. 4 Luis Alposta. Acerca de “Cambalache” p. 7

Maximiliano Hünicken. Cambalache posmoderno p. 8

Radulfus. Cambalache con la ropa colgada p. 9

Federico Caivano. Cambalache (cuento) p. 10

Cambalache en Villa Gesell p. 17

Cambalache de anécdotas p. 19

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PRESENTACIÓN

Primero una explicación sobre el nombre, peregrino por cierto. Lo de “cuatro” se refiere al número de sus integrantes; a saber: Luis Alposta, Juan José Delaney, Fernando Sorrentino y quien escribe estas líneas.1 Incluso dudo de la conveniencia de poner “cuatro”; quizás debería haber puesto “tres”, porque son tres ilustres personalidades y un servulus.

Alposta es médico, poeta y ensayista, de notables méritos en todos esos campos.2 Delaney, conspicuo hibérnico, y Sorrentino son reconocidos cultores y estudiosos de la literatura; ambos tienen importante obra publicada. En cuanto a mí, intento cultivar un latín de baja latinidad y un español de baja hispanidad. Como soy muy poco conocido, podría informar que soy escritor, actor, maestrico, sportman, charlista y poeta; todas esas cosas claro está que las hago mal.

Como Delaney es gran conocedor del género policial, quise rendirle tributo haciéndome eco de “The sign of the four”, célebre cuento de Sherlock Holmes. Por último, me queda la explicación de mi invento “alpostano”. Los cuatro viven o han vivido en Villa Urquiza, Ciudad de Buenos Aires.3 Como no hay, que yo sepa, un gentilicio para ese barrio y como no me gustan ni urquizense ni urquizano, decidí inventar alpostano, en homenaje al primero de la lista, que es además amador activísimo de ese terruño porteño.

Como en esta época es imprescindible poner los objetivos de lo que se hace, doblo mi rodilla ante la sapiencia pedagógica. Me propongo entonces, en este humilde lugar, garabatear sobre cualquier cosa relacionada con Villa Urquiza. También quiero volcar lo que mi admirado trío u otros deseen escribir sobre el barrio. Te invito, querido lector, a que leas y escribas.

RADULFUS

1 Me llamo Radulfus, con nombre latino, y Rolo de Capital, con nombre popular. 2 Cf.: http://es.wikipedia.org/wiki/Luis_Alposta. 3 Yo viví en lo que también se llama Belgrano R, aunque Borges, cuando visitaba a su prima Norah Lange (en la otra cuadra de la que era mi casa), entendía que eso era Villa Urquiza. A este respecto, léase a Alposta en uno de sus deliciosos Mosaicos Porteños: “Acerca de Borges y Villa Urquiza” (http://www.noticiabuena.com.ar/MP66.html).

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EL TANGO CAMBALACHE EN LATÍN

RADULFUS

Un antiguo alumno me preguntó si yo había hecho una versión latina de Cambalache. La respuesta fue negativa, pero la inquietud me quedó en mente. Este es el fruto de mi magro esfuerzo.

CAMBALACHE – TABERNA OMNIMODA

Que el mundo fue y será Scimus hunc mundum canemuna porquería, ya lo sé… submergi in barathrum¡En el quinientos seis in diebus Augustiy en el dos mil también! et in diebus Numae;Que siempre ha habido chorros, semper fuisse latrones,maquiavelos y estafados, Catilinas et Gracchos;contentos y amargados, Antonios, Lepidos,valores y dublé... aurum, orichalcum.Pero que el siglo veinte Sed Nerone imperantees un despliegue ferrea aetasde maldad insolente, vitia omnia adauget…ya no hay quien lo niegue. Eheu! pro certo scitur.Vivimos revolcados In gurgite malorumen un merengue innatavimus

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y en un mismo lodo et calamitatumtodos manoseados. historia sumus.

¡Hoy resulta que es lo mismo Hodierna sapientia! Pares,ser derecho que traidor! fides et perfidia!¡Ignorante, sabio o chorro, Eodem pretio redimunturgeneroso o estafador! nescius et philosophus!¡Todo es igual! Omnes unum,¡Nada es mejor! nihil melius est,¡Lo mismo un burro asinus aureusque un gran profesor! sub hoc principe.No hay aplazados Vituperaturni escalafón, nullus maluslos inmorales et malevolinos han igualado. nobis aequantur.Si uno vive en la impostura, Alius alieno vivit,y otro roba en su ambición, alius omnia furatur,¡da lo mismo que sea cura, sive pontifex maximus,colchonero, rey de bastos, lanificus, rex convivii,caradura o polizón! effrenatus aut cato.

¡Qué falta de respeto, Nunc vivitur ex raptuqué atropello a la razón! omnia perversa sunt:¡Cualquiera es un señor! servus nobilis fit¡Cualquiera es un ladrón! Curiamque ingreditur.Mezclado con Stavisky In porticu loquunturva Don Bosco y “La Mignón”, Catilina et Cicero,Don Chicho y Napoleón, Clodius necnon Milo,Carnera y San Martín. Brennus et Camillus. Igual que en la vidriera irrespetuosa Hoc modo in arca omnimodaede los cambalaches tabernae videnturse ha mezclado la vida nova et vetera:y herida por un sable sin remaches ibi aurea Biblia pulverulenta ves llorar la Biblia nutrit grossos murescontra un calefón... prope musculum.

¡Siglo veinte, cambalache Imperium Neronianum,problemático y febril! dissolutum, eversum:El que no llora no mama et Tigellinus furatury el que no afana es un gil! et Petronius moritur.¡Dale nomás! Euge, mali!¡Dale que va! Euge, boni!¡Que allá en el horno Sub Libitinanos vamos a encontrar! nos aequabimur.

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¡No pienses más, Ne curaris,sentate a un lado, vina liques:que a nadie importa viliore pretiosi naciste honrado! emitur bonitas.Es lo mismo el que labura Idem est laborantibusnoche y día como un buey, die noctuque in sudoreque el que vive de los otros, sceleratus et scelestus,que el que mata, que el que cura qui morem patrium corrumpito está fuera de la ley. contra omne fas et ius.1

Quiero decir nada más que mi versión no es una traducción. Imagino que un romano de la época neroniana se queja por las cosas raras que ve en ella. Como es habitual en mí, soy muy arbitrario. Por ejemplo, la Biblia no está al lado de un calefón sino de un viejo mouse de computadora. No me he tomado el trabajo de aclarar las alusiones históricas, porque no quiero seguir hablando de mí. Te doy gracias, mi querido lector.

RADULFUS

1 El poeta brasileño Luciano Maia me escribió, refiriéndose a mi estrambótica versión: “Caro Raúl, / el romano se queja del tiempo de Nero, viendo un mouse! Qué surreal!”

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ACERCA DE “CAMBALACHE”

LUIS ALPOSTA

Enrique Santos Discépolo supo captar como nadie no sólo los conflictos íntimos sino también la problemática social del hombre de su tiempo, y lo hizo con letras que aún se siguen cantando como si hubieran sido escritas hoy a la mañana.

Discépolo se convirtió, así, en portavoz del hombre de la calle, del hombre anónimo, del que ve pasar la vida sin orden ni destino, llevando en su memoria el tango “Cambalache” como un estigma.

Un tango que, si bien sintetiza el panorama social de la llamada Década Infame, terminó radiografiando y ecografiando todas las que vinieron después, aquí y afuera.

Un tango que nos habla de un mundo cada vez más envilecido; un mundo que cada vez sigue perdiendo la fe en más cosas y que asiste, desorientado, al derrumbe de todos los valores.

Desde que fue escrito, la crisis no ha dejado de morder “y ya no hay quien niegue / que el siglo XX es un despliegue / de maldad insolente.”

Los náufragos ya ni encuentran una ballenita a la que aferrarse, y hasta la misma vidriera en la que veíamos “llorar la Biblia contra un calefón”, ha tenido que bajar la cortina.

¡Cambalache! Un testimonio triste que se canta.

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CAMBALACHE POSMODERNO

Cambalache posmoderno es obra, en Paint,De Maximiliano Hünicken1

1 Pido disculpas por mi libérrima interpretación. Esta obra plástica expresa excelentemente mi modo de leer hoy Cambalache, porque no entiendo este siglo XXI, en que no tenemos libertad ni para morirnos. Creo que es una ficción de libertad. Esa especie de zona de cruce peatonal que se proyecta al infinito es la cárcel en que vivimos. Pero en medio de ese torbellino de vivos colores surge la figura esencial de Discépolo, que siempre tiene mucho para decirnos. Y un torbellino que parece también un huevo: símbolo de inmortalidad y regeneración. Se eleva un tanguero que no tiene miedo al negro y al gris, sino más bien a esos colorinches –puras falacias– que lo acosan. Te doy gracias, querido lector, por soportar mi desatinada reflexión. Si no la has leído, has hecho bien. [Radulfus]

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CAMBALACHE CON LA ROPA COLGADA

RADULFUS

Creo recordar que en el uso cotidiano, aunque el diccionario quizás no registre tal sentido, cambalache significa también algo mal hecho. “Tal cosa es un cambalache” es lo que a veces se oye ante algo desprolijo, desordenado, sucio…

En tal caso, la costumbre meridional de colgar la ropa del balcón o de la ventana, sería un cambalache. Hace poco tiempo vi en Lisboa un cambalache summum, porque la ropa tendida llegaba casi hasta la vereda. Por una parte, indica cuán segura es esa ciudad, pues cualquier peatón transeúnte fácilmente podría descolgarla. La foto en cuestión:

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CAMBALACHE

FEDERICO CAIVANO

Era una mañana nublada de domingo cuando Norma salió a barrer la vereda de su casa, en el límite entre Villa Urquiza y Parque Chas. La incipiente artritis comenzaba a agarrotarle las manos y cada vez le costaba más hacer las tareas del hogar. Pasando mecánicamente la escoba de un lado a otro, pensaba en cuánto tiempo había pasado en aquella rutina y en que tal vez fuera el no hacer más ejercicio de joven lo

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que la había dejado en tal condición. Recordando viejas épocas de una vida llena de felicidad y promesas de aventura, cerrando los ojos y tratando de imaginar cómo se vería su Ernesto si estuviera vivo (en fin, soñando despierta), pasó aquellas horas que no serían muy diferentes a todas las anteriores.

Viendo que todavía era temprano y su telenovela favorita no empezaría en una hora, decidió quedarse afuera y sentarse en el austero banco de piedra al lado de la puerta. Allí estuvo unos minutos en silencio (terrible silencio, porque hacía pesar más la soledad) tratando de hacer funcionar una vieja radio portátil que le había regalado su hija para navidad. Tocó todos los botones y perillas, extendió la antena y la apuntó en todas direcciones, sacó y volvió a poner las pilas una y otra vez, la golpeó por todos lados, de costado y de frente… pero no pasó nada. Aceptando la derrota y con los huesos doloridos, dejó la radio a un lado y suspiró con fuerza. Como una horrible metáfora sobre su propia vida, miró el aparato con desprecio e intentó despejar su mente. Se quedó mirando a la gente que pasaba y a los nuevos edificios que empezaban a elevarse en el barrio. La gente que iba y venía era de toda clase, tamaño y forma: señoras paquetas paseando perritos, jóvenes en patineta, un hombre trajeado andando en bicicleta, cartoneros, una familia de coreanos, un hombre musculoso completamente rapado y ostentando furiosos tatuajes. Los edificios no eran menos abigarrados ni extraños a la vista en conjunto: al lado de la farmacia de la esquina se erguía una torre blanca de diez pisos recién construida; al lado, unos dúplex; luego, una casa de estilo colonial, tomada, con la pintura descascarada y el patio del frente lleno de malezas; más allá, el terreno llano de una obra en construcción donde solía abrir sus puertas un geriátrico importante del barrio. Visto todo junto, el paisaje se volvía irregular y constantemente cambiante. Norma se entretenía cada tanto viendo el cambalache de su barrio, entretenimiento que esta vez se vio obligada a practicar por necesidad y que combinaba con esa otra afición que aprende la gente a partir de cierta edad: predecir el clima. Hay algo de entretenido en buscar las señales de una lluvia inminente, reconocerlas como tales en el cielo y confirmarlas luego. Norma sabía qué buscar en un día tan pesado como aquél: miró al cielo y vio cómo las nubes grises cubrían todo. Algunos pájaros volaban en bandada con movimientos irregulares sobre los edificios. A esto se le sumaban la extrema humedad (confirmada por la sensibilidad de sus manos y rodillas) y el viento, lo cual le indicaba a Norma que se avecinaba una tormenta en cualquier momento.

Mientras pensaba en lo bien que haría la lluvia para que refresque y en qué haría para el almuerzo, un ruido distante e inidentificable llamó su atención. “¿De dónde tanta bulla?” pensó. Perpleja, intentó aguzar el

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oído tanto como se lo permitían sus cansadas orejas. El origen de tan extraño ruido parecía acercarse muy lentamente hacia Norma, por lo que supuso que debía tratarse de algún vendedor ambulante. En efecto, a unas pocas cuadras de allí, andaba una destartalada camioneta conducida por un sucio y avejentado hombre, llena de chucherías, electrodomésticos usados, fierros oxidados y toda clase de cosas viejas e inutilizables. Llevaba un altoparlante encima de la cabina que seguramente pediría a gritos jubilarse, si no estuviera condenada a repetir y aumentar las palabras del anciano: “Garrafas, puertas, salomiras, compro. Ventanas, colchones, heladeras, compro. Mesas, sillas, aparadores, televisores, cocinas, portarroderas, compro. Baterías viejas, cobre, bicicletas, garrafas, placares, juego de baño, juego de muebles, puertas, ventanas, colchones, cortinas, compro.” En su voz se percibía un evidente cansancio y el altoparlante no ayudaba a mejorar su dicción, lo que hacía que sus palabras se confundieran en un murmullo aturdidor y sin sentido. Algunas veces alargaba las oes y siempre repetía las mismas frases en un tono que ya es una marca distintiva en los vendedores ambulantes con mucha experiencia en el rubro. Norma no entendía la mitad de las cosas que decía, pero no era la primera vez que lo escuchaba. Casi todos los fines de semana pasaba por el barrio con la misma parsimonia ruidosa. “¿Alguien les venderá algo a estos mercachifles?” pensaba, al tiempo que se le ocurría una idea. Tal vez el hombre tuviera una radio que funcione y seguramente fuera barata, dadas las condiciones en las que estaría. Con cierta dificultad se paró y esperó a que la camioneta pasara por su puerta. “Más vale que se apure este hombre. Se va a largar en cualquier momento. ¡Ah, pero qué sórdido, por favor!” se decía cuando estuvo lo suficientemente cerca como para que Norma pudiera inspeccionarlo.

–Buen día. –le dijo ella casi gritando cuando pasó al lado suyo.

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–…colchones, cortinas, compro. –el hombre se detuvo y no dijo nada, interrogándola con la mirada y esperando el objeto a comerciar.–¿Tiene alguna radio que me pueda vender? –preguntó Norma, ofuscada porque no le habían devuelto el saludo. El anciano bajó de la camioneta sin apagar el motor y revolvió la pila de chatarra. Increíblemente, sacó de aquel basurero móvil un aparato en buenas condiciones (o eso parecía por fuera) que le entregó en mano. –Treinta. –le dijo secamente y sin dejar de mirarla. Norma vio aquellas manos llenas de manchas de la edad, con uñas sucias y mordidas y aquel rostro desaliñado y sin dientes y sintió una inmediata repulsión. Su postura y actitud completaban la escena, que parecía sacada de una película de terror. Norma retrocedió un paso, como si aquella aparición fuera la mismísima vejez (o mejor, la decrepitud) personificada. Su instinto le decía que se alejase de allí, pero el precio la convenció de hacer negocio con el anciano. Buscó dentro de los bolsillos de su pantalón, pero no encontró dinero suficiente.–Espéreme que busco algo de plata adentro. –le dijo, sin esperar respuesta y mientras abría la puerta. Sólo cinco minutos estuvo Norma en la casa, pero fue el tiempo suficiente para que el vendedor pudiera echar una ojeada al interior desde la ventana. Como sabía que no tenía mucho tiempo, se concentró en buscar los indicios puntuales que le confirmarían lo que él ya sospechaba. Se asomó luego de asegurarse de que nadie lo veía y empezó a inspeccionar el comedor. Muebles viejos pero cuidados, pinturas de barcos navegando en altamar, fotos de un hombre en lugares exóticos, recuerditos, una estantería con unos pocos libros, una mesa de madera tallada… Nada de todo esto le servía al anciano que empezaba a desesperarse y a temer que lo descubrieran. Nada, excepto algo que le llamaba especialmente la atención; debajo de la mesa yacía una hermosa alfombra circular importada de algún país del Oriente Medio. Los llamativos dibujos de ángeles, toros, lunas y otras imágenes alegóricas estaban geométricamente alineados con el centro y ocupaban todo el tapizado con una bellísima armonía. Pero lo que más le llamó la atención al anciano fue algo que se asomaba por debajo de la alfombra.

–¡La trampilla! –soltó de repente en un grito apagado. – ¿Cómo no me avivé antes? Era tan obvio que estaba acá y como lo mandé al muchacho ese a dar vuelta la casa y me dijo que no encontró nada no pensé que realmente podía estar acá. ¿Será que está ahí adentro?

El anciano había visto una pequeña manija que indicaba que en ese lugar se escondía una puerta hacia un sótano secreto. Lleno de una emoción incontenible y desquiciada salió corriendo hacia su camioneta. Empezó a revolver la pila de chatarra y luego de apartar un calefón y

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varias cortinas, llegó hasta donde guardaba los libros. Apartó un ejemplar ajado de El Código Da Vinci y varios tomos con fragmentos de los presocráticos hasta dar con una Biblia de tapa dura con letras doradas y mohosas. La abrió y sacó de su ahuecado interior una pistola pequeña pero efectiva que llevaba hasta cinco balas. La escondió como pudo y entró corriendo a la casa, en el momento preciso en que se escuchaba a lo lejos el primer trueno, contundente y desgarrador, que anuncia una fuerte tormenta.

Norma ya estaba saliendo cuando se chocaron en el zaguán. Con expresión confusa y temerosa dio un paso atrás y extendió la mano con el dinero hacia el anciano. El hombre, exaltado por la corrida y con una alegría maníaca por haber hallado lo que persiguió durante tantos años, exhibía en su rostro las marcas que la locura había calado lentamente en lo profundo de su ser. Con ojos inquietos y exultantes tomó a Norma de un brazo, y la metió dentro de la casa. Cerró la puerta con cuidado de que nadie los estuviera viendo y tomó una almohada del sofá para usarla de silenciador. Afuera empezaban a caer las primeras gotas de lluvia mientras un viento feroz azotaba los árboles. Como en un abrupto final de un melancólico tango, el seguro de la pistola y el gatillo pusieron punto final a la vida de la indefensa mujer con un simple y llano sol-do.

El disparo se confundió con la decena de truenos que caían aquí y allá. La sorpresa y la confusión de Norma quedaron plasmadas para siempre en su rostro, ahora tieso. “Tuve que haberle insistido a Ernesto que me llevara con él a Egipto... ¿Por qué? ¿Por qué nunca quiso que lo acompañara en sus viajes? Tuve que haber estado ahí, a su lado, y morir con él. Morir yo en vez de esa chiruza ayudante suya que sí le insistía y tenía todo lo que pedía. Pero es así… el que no llora no mama. Qué injusto… Una es honrada, se esfuerza por cuidar la casa y tener todo en orden para la familia, paga todos los meses las cuentas, no se mete en los asuntos de nadie y la matan sin piedad por unas monedas. No es justo, no…” Todo esto pensaba Norma en los pocos segundos de vida que le quedaron cuando cayó al piso. Sin pronunciar palabra, pues no había nadie que quisiera escucharla, exhaló un último suspiro, totalmente desesperanzada. El anciano ni siquiera se detuvo a mirar la horrenda escena que había creado en aquella tranquila casa. Guardó el arma y se abalanzó debajo de la mesa. Corrió la alfombra como un perro cavando un pozo y tiró de la manija de la puerta-trampa.

–¡Ja, cerrada con llave! Lo suponía. –se dijo en voz alta, mostrando una amarillenta sonrisa. Sin perder un solo segundo, saco una ganzúa del bolsillo y con una maestría admirable abrió la pequeña cerradura que lo separaba de la gloria. Apenas sintió el clic, su desgastado corazón dio un

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vuelco y el estómago se le hizo un nudo. No podía creerlo. Cuarenta años maquinando, buscando, engañando, persiguiendo, matando para llegar a aquel momento sublime. Ningún principio moral lo había obstaculizado en su empresa. Ni el asesinato de Ernesto, viejo amigo y compañero en la búsqueda de tan preciado objeto (si se lo puede llamar objeto), le significó un problema dentro de sus planes. Al contrario; necesitaba a alguien con recursos y energía que lo ayudara. Y Ernesto era de la clase de persona que facilita tanto que la engañes que hasta parecía pedir a gritos que lo mataran. Además, ese tesoro no podía compartirse. Era demasiado único y las posibilidades que abría si se lo utilizaba bien eran enormes y poderosísimas. Nadie más debía tenerlo y, en realidad, nunca nadie lo había tenido. O, mejor dicho, sólo habían tenido una parte.

El anciano abrió la trampa con reverencia ritual. Entre algunos objetos de valor y fajos de billetes de distintas nacionalidades, encontró un cofre cerrado, decorado con las mismas figuras que poblaban la alfombra. Introdujo nuevamente su fiel ganzúa y notó que el cofre vibraba y se retorcía levemente. Cuando volvió a escuchar el clic dudó unos instantes, pero finalmente se decidió a abrir la tapa lentamente. Lo que vio allí dentro no lo decepcionó. Encasillado perfectamente dentro de las paredes internas del cofre, que se introducían dentro de él formando un hueco esférico y que estaban cubiertas de una especie de terciopelo que absorbía las vibraciones, resplandecía majestuosamente el aleph. Riéndose como un loco, el anciano puso toda su atención en aquel “punto donde convergen todos los puntos”. Logró ver el interior de una pirámide, la proyección de una película en un cine de París, el pasaje subterráneo de la Avenida 9 de Julio, las cuevas de Lascaux, una señora gorda apretándole los cachetes a su nieto, el interior del Etna, miles de insectos volando en una nube negra, los corredores internos del Taj Mahal, la antecámara del palacio real de un rey alienígena, su propia sangre, una vecina del departamento de enfrente revisando su camioneta y mucho más, pues lo vio todo en un segundo. Rápidamente quitó la vista del aleph y se dispuso a terminar lo que había empezado. Sacó con cuidado un pequeño espejo de mano del bolsillo de su pantalón. El espejo, rudimentario pero adornado tan minuciosamente como la alfombra y el cofre, presentaba toda la belleza de los artefactos milenarios que pueblan los museos y que son desmerecidos como toscos instrumentos de épocas primitivas. Su superficie había sido pulida con mucho cuidado a partir de un fragmento meteórico (presuntamente proveniente de la Luna) y luego enmarcada en un anillo de plata tallado para representar la plétora de divinidades de aquella época arcaica. Era la otra parte que le faltaba al aleph para que desplegara la totalidad del universo. Sin el espejo, la esfera luminiscente sólo enseñaba una parte

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del universo en tanto tal. Es decir, mostraba el estado presente del universo. Todo lo que describe Borges en su cuento pasa simultáneamente pero en un solo eje temporal. El anciano sabía, cuando lo leyó, que el espacio es espacio-tiempo y que por lo tanto un verdadero punto que refleje todos los puntos del universo necesariamente desplegaría pasado, presente y futuro de todo lo que existe-existió-existirá. Tras esa intuición puso sus energías durante la gran parte de su vida y el resultado de tamaña investigación fue el descubrimiento de manuscritos persas que hablaban del aleph y el espejo como complementarios. Ahora el anciano, posicionando el pequeño artefacto en un ángulo especial, podía ver realmente todo; es decir, podía ver una especie de Todo-Siempre uno-múltiple.

Al ver que la señora del edificio de enfrente llamaría a la policía en algunas horas, guardó el espejo en su bolsillo y cerró el cofre. Sin cuidado, pues ya había visto que nadie lo vería o se alarmaría demasiado, salió de la casa y subió el cofre a su camioneta, que todavía estaba en marcha.

–Ah, el que no afana es un gil, ¡y vos fuiste un gil, Jorge Luis! ¡No entendiste nada! Dejar que destruyan algo tan útil y aprovechable como un aleph es imperdonable. Poder ver cuentas bancarias, claves, cajas fuertes, tesoros escondidos; en una palabra, conocer todos los secretos del universo de un solo golpe para provecho de uno… Pero lo imperdonable en realidad es que no eras tan ingenuo. Sabías que el aleph que te mostró Daneri no era el verdadero. O más bien, sabías que había algo más. Pues bien, con el fruto de más de cuarenta años de sufrimiento, obsesión y actos de los cuales a veces todavía me arrepiento un poco, lo he encontrado. El Espejo de Plata me convierte en un semidiós, mientras que vos no hiciste más que jugar al literato y quedar en el pensamiento de la gente como el pretencioso y pedante que eras. Mi único obstáculo ahora es el olvido. No podré recordar todo lo que veré en el Aleph Ucrónico, así como tampoco pudiste vos. Pero eso es inevitable y hasta necesario. Me tendré por satisfecho con concentrarme en lo necesario para vivir bien cómodo los últimos años que me quedan; lo que nadie nunca deja de desear y admirar; lo verdaderamente importante en esta vida y por lo que todos se matan: la guita.

La camioneta se perdió en una nube de humo blanco que dobló en una de las tantas y tan misteriosas curvas de Parque Chas. La policía y los noticieros le dieron varias vueltas al caso del asesinato de Norma, pero se aburrieron en poco tiempo y lo dejaron finalmente sin resolver. A nadie, ni siquiera a su familia (que ganaba una casa de repente) le

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pareció necesario ni útil ahondar en la búsqueda del culpable. No podrían haberlo hecho aunque quisieran, de todas formas.

FEDERICO CAIVANO

CAMBALACHE EN VILLA GESELL

Sobre el libro Lunfardía en Villa Gesell, hace poco escribí: “Una librería de viejo me obsequió a un poeta lunfardo, a quien yo no conocía. Se apellida Franco y es llamado ‘El Entrerriano’ […]. No indica lugar, ni editor ni fecha pero lleva un prólogo de José Gobello. No hallé datos sobre el autor en la Red. Al parecer, publicó también una Antología lunfarda.” Pues bien, el poeta de mentas dedicó unos versos a un comercio de esa ciudad playera llamado Siglo Veinte. Aquí está, copiado tal cual, con los errores que Miguel Ramón Franco pudo cometer (menos que los que hago yo); tampoco explico los significados lunfas.

A “SIGLO VEINTE”

“Siglo Veinte, cambalache,problemático y febril”,no te afana y no es un gil,el que de trompa la bate.Loco lindo de remate,es Rodriguez, el junado,escabiador remanyado

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y de cuerpito chicote,pero de zurdo grandote,y por todos cotizado.

Allí te podés comprar,una samica, bravatas,lompa, lengue y alpargatas,según quieras empilchar.Y si vas a veraneary a la playa querés ir,también podés adquirirlas mayas y las ojotas,y también un par de botas,si de caza has de salir.

Como en botica, de todo, en sus estantes fichás,y al no haber lo que cherchás,se consigue de otro modo.No te piantas del apodo,aunque te falte el cartel,Siglo Veinte, yo, Miguel te bato así mi deschave, sos la propia “Gath y Chavez”,aquí en la Villa Gesell.

Me gustó ver asociada al tango y al lunfardo una ciudad que más bien relaciono con el ruido, con el rock, con musicolas más ligeras de verano. Pero es otra de mis equivocaciones. En todo caso, Franco me hizo acordar de ese día en Gesell en que mi hijo comió arena, le gané un cabeza a un chico de doce años y pesqué un chucho en el mar. Para esto último las almejas de la playa me dieron óptima carnada. Además, lo vi paseando a Carlos Barocela y le pedí un autógrafo.

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A la noche, para completarla, me leí unos poemas de Con un cacho de nada, de Luis Alposta. El mismo tordo me lo había dedicado: al lado del título puso “pero muy cordialmente” y su firma.

RADULFUS

CAMBALACHE DE ANÉCDOTAS

Versos improvisadosÚltimamente se me da por improvisar. Mi escasa vena poética

trata de vez en cuando de acompañar con versos el diario caminar. Un solo ejemplo. Días pasados pedí en clase, a un alumno tucumano, que buscara información sobre aspectos culturales de su provincia. El párvulo se llama Figueroa. Le gustó también la idea a una compañera de él, de apellido Sebastián. En ese instante mi pobre musa porteña me poseyó y dije: “Figueroa y Sebastián / se ocupan de Tucumán.” Sé que esos octosílabos no integrarán la antología de Menéndez Pelayo, pero sí al menos mi pobre florilegio.

R.L.

Filosofía y fútbol en Dublín

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Hace unos meses estuve en Dublín y me entretenía, entre otras cosas, en fotografiar nombres de negocios con apellidos comunes acá. Hay un pub muy conocido allí que se llama Sinnots. Inmediatamente pensé en el Dr. Eduardo Sinnott, helenista y filósofo argentino cuyo apellido proviene de los pagos de Escoto Eriúgena (o Erígena, como prefieren otros).

En la puerta se reúnen algunos parroquianos (los fumadores) y algunos transeúntes, sobre todo cuando hay deportes. Yo me puse a ver un partido de fútbol gaélico y, mientras tanto, conversaba con un chileno y un venezolano que estudiaban en Dublín. Terminó el juego y me volví a mis lares (una pensión barata) pensando que fútbol y filosofía griega no tienen nada que ver. Pero estaba errado, porque uno de los grandes del fútbol mundial fue el brasileño Sócrates.

R.L.

Otro chiste alemánUn chiste muy malo y muy viejo dice que en alemán la palabra

colectivo se dice “Suban, estrujen, bajen.” Hay otro casi tan malo pero más reciente. En un quiosco de diarios en Pueyrredón y San Luis, de la Ciudad de Buenos Aires, un bromista escribió: “ICH BIN LADEN.” Mi conocimiento, paupérrimo; no obstante sé que ich bin es I am. Este bromista político hizo, como se ve, uno de los pocos chistes que hay con el alemán. Me gustaría encontrar un segundo eslavo, para acompañar a aquel también viejísimo: suegra en ruso se dice storbo.

R.L.

El horno en latínVirgilio cuenta que, cuando Eneas manifiesta a la Sibila su deseo

de ir al mundo infernal, dicha sacerdotisa de Apolo le dice: facilis descensus Averno. O sea: al infierno va cualquiera; lo difícil es volver de

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él. Este pasaje era recordado también por el joven que seguía a su sabio tío, en Viaje al centro de la tierra de Julio Verne. Pero nuestro Discépolo a su modo también se hizo eco del pasaje, al decir que todos nos encontraríamos “en el horno.” Creo que nuestro filósofo del tango hizo una metáfora de la vida humana: nos la pasamos metiéndonos en problemas pero, ¡por las barbas de Plutón!, salir de ellos nos cuesta un Perú (claro, porque creo que allí, particularmente en Arequipa, hay varios volcanes).

R.L.

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