aguante´ y represión. fútbol, violencia y política en la argentina

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    Aguante y represin. Ftbol, violencia y poltica en la Argentina Titulo

    Alabarces, Pablo - Autor/a

    Coelho, Ramiro - Autor/a

    Garriga Zucal, Jos - Autor/a

    Guindi, Betina - Autor/aLobos, Andrea - Autor/a

    Moreira, Mara Vernica - Autor/a

    Sanguinetti, Juan - Autor/a

    Szrabsteni, ngel - Autor/a

    Autor(es)

    Peligro de Gol. Estudios sobre deporte y sociedad en Amrica Latina En:

    Buenos Aires Lugar

    CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Editorial/Editor

    2000 Fecha

    Coleccin

    Identidades; Represion; Futbol; Crisis; Politica; Sociologia; Sociedad; Violencia;

    Deportes; Rituales; Argentina;

    Temas

    Captulo de Libro Tipo de documento

    http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/gt/20100922014905/7.pdf URL

    Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genrica

    http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es

    Licencia

    Segui buscando en la Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO

    http://biblioteca.clacso.edu.ar

    Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO)

    Conselho Latino-americano de Cincias Sociais (CLACSO)

    Latin American Council of Social Sciences (CLACSO)

    www.clacso.edu.ar

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    Las polticas pblicas y su relacin con eldesarrollo de la actividad fsico-deportiva:

    el caso de la Comuna de San Pedro de La Paz(VIII Regin del BoBo)

    Prof. Dr. Miguel Cornejo A.Karina Mellado M., Pablo Melgarejo B.*

    Introduccin

    E l desarrollo del deporte contemporneo contina abriendo nuevos tiposde manifestaciones deportivas, al tiempo que aparecen nuevas necesida-des de comprenderlas, como fue el caso de los deportes californianos(Vigarello, 1988), o de las nuevas formas de prctica que representan manifesta-

    ciones urbanas de tipo informales y espontneas, que deben inducir a un posiblecontrol y planificacin cuando se trata de situaciones que demandan nuevas for-mas de expresin que escapan de los conceptos tradicionales de la prctica depor-tiva (Cornejo, 1998). La rapidez con que el deporte y la actividad fsica se desa-rrollan se ha convertido en uno de los elementos ms caractersticos de nuestrasociedad, en la medida en que stos se transforman en objeto de atencin de lospoderes pblicos sometindose a la accin poltica.

    El deporte y la actividad fsica, al ser objeto de planificacin social, exigenms que nunca el conocimiento de su realidad social, de las interrelaciones entrelas principales variables del sistema deportivo, de los mecanismos que explicanlos cambios de la poblacin con respecto al deporte y a los hbitos de una activi-dad fsica y recreativa.

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    * Prof. Dr. Miguel Cornejo A.: Doctor en Sociologa del Deporte; Laboratorio de Estudios Sociales de la ActividadFsica, Universidad de Concepcin, Chile. Karina Mellado M., Pablo Melgarejo B.: Laboratorio de Estudios Socia-les de la Actividad Fsica, Universidad de Concepcin, Chile.

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    Las dificultades que ocasiona el atender criterios de cantidad y calidad a lasdemandas crecientes por parte de la poblacin de ms actividades fsico-deporti-vas, obligan a introducir criterios cada vez ms rigurosos de racionalizacin yplanificacin en la gestin pblica y privada, de los equipamientos deportivos yen general de los recursos materiales que se dedican a la promocin del deporte.

    Proponemos en ese sentido el anlisis del sistema deportivo de la Comuna deSan Pedro de la Paz, creada en el ao 1995 con una poblacin de 75 mil habitan-tes. Es una de las ltimas comunas creadas en la VIII Regin del BoBo (Chi-le), y uno de sus roles es el de planificar y realizar la gestin del deporte consi-derando que esta actividad debe mantenerse durante toda la vida de los habitan-tes de la comuna. Si bien hoy en Chile los municipios comienzan a desarrollar unrol ms participativo de las actividades de la comuna, el actual proyecto de ley

    sobre deporte destaca en algunos de sus artculos la labor activa que estas corpo-raciones deben mantener en la actividad fsica.

    Conceptos Generales

    Es difcil hoy en da encontrar un municipio de tamao superior a los pocosmiles de habitantes que no se plantee la necesidad de una intervencin pblica enla organizacin de las actividades fsicas y deportivas de su territorio, es decir, laoferta de actividades que permitan a sus habitantes desarrollar prcticas de mane-ra permanente. Esto no es slo el producto de las obligaciones legales que estnindicadas para las corporaciones locales, sino tambin fruto de la gran evolucinque el fenmeno deportivo ha sufrido dentro de la sociedad.

    Esta evolucin y su impacto social han obligado a que no sea necesario indi-car el planteamiento previo de poltica y deporte: no ser ineludible argumentarpolticamente algo a lo que el ms elemental sentido comn dara su plena apro-bacin. Se observar con naturalidad que el Estado favorece la actividad fsico-deportiva de sus ciudadanos, al igual que lo hace con el cine, el teatro o la edu-cacin en general.

    Sin embargo, Callede (1991) enuncia en su libroEl deporte y la poltica lospostulados ideolgicos y polticos de ciertos dirigentes deportivos:

    La tesis del capitalismo deportivo, cuyos portavoces ms ilustres son los pro-pios dirigentes olmpicos (Chappelet J.L., 1991), como situacin ideal la in-dependencia total de la prctica deportiva con respecto a la poltica, es decir

    que el deporte debe permanecer por encima o al margen de los avatares po-lticos, tanto en el mbito de las relaciones internacionales como al nivel delas luchas polticas.

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    Esta despolitizacin del deporte o mito del apoliticismo deportivo no resis-te una aproximacin intelectual medianamente seria. En el fondo de este plantea-miento subyace la idea de la poltica como algo nocivo y penoso en abierta con-frontacin con la vieja tesis aristotlica de la poltica como una dimensin propiadel ser humano. La naturaleza poltica y social del ser humano, y la consiguientemejora de su personalidad, hacen de la poltica una noble tarea, un gran juego,una acertada simbologa entre la poltica y el deporte.

    Otra cosa son las determinadas polticas concretas de un determinado gobier-no, parlamento, universidad o club deportivo. Aqu naturalmente se producen dis-paridades, aciertos o errores, y a veces ciertas manipulaciones. Un organismo p-blico, una iglesia, un club deportivo o una empresa hacen y desarrollan poltica,es decir, son grupos humanos en cuyo seno se producen relaciones sociales enca-minadas hacia un fin.

    Indudablemente esta idea de poltica precisa para su cultivo un estado demo-crtico pluralista, en la medida en que el Estado pueda impulsar y favorecer laparticipacin social, econmica y poltica de sus ciudadanos. Con Estados de es-tas caractersticas, el deporte forma parte de su funcin poltica e ideolgica.

    La poltica es la bsqueda de lo que es bueno o til para la sociedad, comoindica Varas (1997); es la determinacin del bien comn. El deporte representadesde esta perspectiva una realidad cientfica incuestionable, mejora la calidad devida de los individuos, lucha contra los males que deterioran la sociedad (drogas,alcoholismo, etc.); por lo tanto su fomento y desarrollo constituye uno de los ob-jetivos polticos del Estado. En un contexto poltico democrtico las decisionesimportantes para el deporte pasan por el parlamento y se discuten pblicamente,

    enmarcndose de manera coherente dentro de un conjunto de medidas que permi-ten un mejor desarrollo de esta actividad.

    Junto al fomento de las actividades fsicodeportivas, la realidad de algunospases ms desarrollados muestra que los Estados promueven y desarrollan el de-porte de elite, como por ejemplo los pases que formaron el eje socialista, los pa-ses que forman la Comunidad Europea, algunos pases de frica y Asia, algunospases de Amrica del Norte, etc. Sin entrar en valoraciones morales y polticas so-bre la conveniencia social de privilegiar y fomentar la bsqueda de la elite depor-tiva entre los ms jvenes o bien proveer y estimular el espectculo deportivo porrazones de imagen social o poltica, el Estado puede con toda legitimidad realizaruna determinada poltica deportiva que sea propia a su identidad sociocultural.

    La Comuna de San Pedro de la Paz

    El estudio realizado en la comuna de San Pedro de la Paz tiene por objetivoanalizar la relacin que existe entre el discurso de polticas pblicas y las impli-

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    caciones y relaciones que pueden figurar en la imagen y concepcin del deportey la poltica en una comuna nueva beneficiada de un entorno geogrfico privile-giado con respecto a las otras comunas ms prximas.

    La comuna de San Pedro de la Paz se crea a travs de la Ley 19.436 promul-gada el 29 de Diciembre de 1995 por el Presidente de la Repblica, don EduardoFrei Ruiz-Tagle; es a partir de ese momento que esta Municipalidad empieza afuncionar el 6 de Diciembre de 1996 con la asuncin del Alcalde Socialista seorJaime Soto Figueroa, elegido por votacin popular.

    San Pedro de la Paz es una de las comunas ribereas de la provincia de Con-cepcin Chile. Tiene una poblacin de 75 mil habitantes y se espera para el pri-mer ao del siglo XXI una poblacin de aproximadamente 100 mil habitantes.

    Desde un punto de vista social, la comuna abarca a grupos sociales opuestos,

    es decir, tanto grupos sociales privilegiados econmicamente como grupos quepresentan una gran desventaja social y econmica.

    Desde la perspectiva del deporte la comuna posee dos grandes lagunas quepermiten la organizacin de deportes acuticos (natacin, vela, etc.); la infraes-tructura deportiva est principalmente relacionada a la prctica del ftbol, es de-cir que la presencia de varios terrenos (canchas) para la prctica de este deportedemuestra de manera evidente la fuerte influencia cultural que tiene el ftbol tan-to en la comuna como en el pas. Al mismo tiempo existen en la comuna una se-rie de clubes privados de carcter cerrado, que se caracterizan por permitir un in-greso restringido de socios por la va del pago de una cotizacin o de una accin.Este tipo de clubes se puede dividir en clubes de carcter comunitario o clubes detipo comunitario-tnico, que representan a culturas extranjeras (alemanes, ingle-

    ses, espaoles, etc.) y privilegian el mantenimiento de su propio idioma (Corne-jo, 1998). Este tipo de instituciones no se relaciona con la Municipalidad ni par-ticipa de actividades deportivas en comn.

    De acuerdo a las caractersticas de la comuna y a la poltica de desarrollo desu plan estratgico para los prximos aos, el desarrollo de las actividades fsico-deportivas se encuentra dentro de las prioridades de la agenda municipal, orien-tada principalmente hacia el sector escolar municipalizado que est bajo el con-trol de la municipalidad.

    La Poltica Deportiva Municipal

    Podemos indicar que una poltica deportiva municipal es un proceso en con-tinua interaccin, en el que la administracin local realiza una actuacin median-te la puesta en prctica o implementacin de decisiones tomadas por el poder po-ltico, las cuales conducirn a resultados y a un impacto social determinado (Chif-flet, 1990).

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    Hay distintos aspectos de esta definicin que necesitan ser ampliados. Pode-mos destacar primeramente que toda actuacin pblica se desarrolla en un marcosocial determinado, compuesto por un entramado de actores institucionales (lasentidades deportivas, las entidades pblicas, los participantes, etc.) que constitu-yen un sistema constante de interrelacin, de influencia mutua, y que actan com-plementariamente en el desarrollo del sistema deportivo municipal.

    Es en este contexto donde se ubica la actuacin municipal como proceso din-mico. Un proceso en el que hay que establecer objetivos de actuacin y las estrate-gias o alternativas para conseguirlos, tomar decisiones, ponerlas en prctica y eva-luar los resultados segn los objetivos propuestos. En definitiva, un proceso en elcual los niveles de participacin de la sociedad tienen al deporte como actividad f-sica que se regula y es organizada por instituciones como la poltica, la educaciny la economa de cada pas. Por lo tanto, es necesario referirnos a las diversas con-notaciones o contenidos figurativos que ha recibido a lo largo de la historia.

    La Poltica Comunal de Deportes y Recreacin

    Para cumplir su misin en todo el territorio nacional, la DIGEDER (Direc-cin General de Deportes y Recreacin) tiene una Poltica Comunal de Deportesy Recreacin cuyo propsito es contribuir a que las Municipalidades y otras or-ganizaciones deportivas y recreativas cumplan sus roles dentro de una unidad desistema con un racional empleo de los recursos pblicos y privados relacionadoscon el deporte y la recreacin. La poltica comunal apunta a impulsar la existen-cia de planes comunales que se actualizan ao tras ao, y en cuya formulacinparticipan todos los entes deportivos adscritos a los Consejos Locales de Depor-

    tes y aquellos que los municipios aconsejan, quienes a travs del Alcalde concu-rren a la formulacin y ejecucin del Plan Comunal.

    Plan Comunal de Deportes y Recreacin

    El Plan Comunal es una declaracin acerca de cmo los vecinos, las organi-zaciones deportivas y recreativas y las dems organizaciones comunales, en con-

    junto con la Municipalidad, deciden de manera democrtica cmo desean que sedesarrollen las actividades deportivas y recreativas en su territorio. Este plan con-tiene descripciones ilustrativas sobre los tipos y formas de actividades que se de-sea practicar y fomentar de acuerdo a la demanda real de la poblacin, las insta-laciones necesarias y los tipos de organizaciones en que dicha participacin se

    apoyara. De esta forma se puede determinar su financiamiento y la asignacin derecursos a sus distintos objetivos, priorizndolos en funcin de los marcos presu-puestarios dispuestos por DIGEDER, por los Municipios, y en algunos casos porlos propios recursos adoptados por el Consejo Local de Deportes (COLODYR).

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    El Plan Comunal de Deportes y Recreacin es un plan de mediano y largoplazo que debera formar parte del Plan Comunal de Desarrollo que ha de formu-lar la Municipalidad, la que tiene por objetivo satisfacer las necesidades de la co-munidad local y asegurar su participacin en el progreso econmico, social y cul-tural de la comuna. La Ley Orgnica Constitucional que regula a las Municipali-dades establece entre sus funciones las de fomentar el deporte y la recreacin.

    Para cumplir dicho rol las municipalidades establecen lneas de accin, gene-ralmente en consulta con las organizaciones deportivas y recreativas as comocon otras organizaciones comunitarias del sector. Algunas de ellas se apoyan enlos Consejos Locales de Deportes que existen en todo el pas, y que en la granmayora cumplen el rol que corresponde al municipio (Cornejo, 1998: p.50), aun-que existen algunos municipios que han creado sus propias estructuras asumien-do el mandato establecido en la Ley Orgnica Constitucional, es decir, atender lasdemandas comunales del sector.

    El Plan establece tambin la coordinacin del sector deporte y recreacin dela comuna con los planes comunales de educacin, vivienda, salud, social, etc.,buscando disminuir las amenazas y multiplicar el aprovechamiento de las opor-tunidades.

    La formulacin o actualizacin de un Plan Comunal de Deportes y Recrea-cin considera:

    Los intereses de los vecinos por participar en Deportes y Recreacin, quese pueden detectar a travs de estudios y de la recopilacin de planes o aspi-raciones de las instituciones existentes. Se deben considerar las demandas delos actores involucrados.

    La realidad fsica, econmica, poltica, social y cultural de la comuna.

    El nivel actual de desarrollo de la participacin en Deportes y Recreacin yla cultura deportiva de la poblacin comunal (su identidad).

    Las polticas de desarrollo social, y en especial las polticas de Deportes yRecreacin en todos sus niveles: nacional, regional y local (comunal).

    A fin de que el Plan Comunal de Deportes y Recreacin exprese fielmentelos deseos y necesidades de la comunidad, se elabora con una amplia participa-cin de la Municipalidad, el Consejo Local de Deportes y las organizaciones de-portivas y recreativas, mediante comisiones comunales de deportes y recreacinde tipo permanente con facultades que les permiten sancionar el respectivo Plan

    Comunal y los proyectos que de ste se deriven.El Plan Comunal requiere de una amplia divulgacin en la comunidad y de

    una permanente actualizacin. Representa un instrumento cuya utilizacin pro-porciona una mayor seguridad de que los recursos asignados sean eficientemen-

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    te utilizados desde el punto de vista social, y con una transparencia en todos losprocedimientos asociados con su preparacin y realizacin. Por lo tanto, este Plandebe ser referente obligado de todo proyecto de fomento de la participacin o deinversin en infraestructura deportiva y recreativa que requiera ser financiado to-tal o parcialmente con subsidios pblicos.

    Organizacin Administrativa del Municipio

    De acuerdo a la normativa de la Ley Orgnica, los municipios deben adoptaruna estructura de carcter funcional cuyos niveles slo pueden llamarse Direc-cin, Departamentos, Seccin u Oficina.

    La Ley estipula que las municipalidades pueden adoptar dos tipos de estruc-

    turas diferentes de acuerdo a la cantidad de habitantes que posea la comuna, de-terminada por el Censo vigente. As se confecciona una estructura administrativapara aquellas comunas que posean una poblacin superior a los 100 mil habitan-tes y otra para aquellas comunas que no sobrepasen esa cantidad.

    En el caso de la comuna de San Pedro de la Paz, que slo alcanza a 75 milhabitantes, el organigrama est determinado por el Alcalde, un Secretario Muni-cipal, un Administrador Municipal y las correspondientes unidades o direcciones,que suman alrededor de nueve. El deporte y la recreacin forman parte de la Di-reccin de Desarrollo Comunitario (DIDECO).

    Para esta comuna, la distribucin de las diferentes direcciones o unidades de-pende de sus caractersticas y necesidades. Las autoridades tienen las atribucio-nes de poder estructurar sus unidades municipales de acuerdo a su situacin geo-grfica o con alguna visin estratgica: pueden adecuar su organizacin internasegn las caractersticas y conveniencia en base a las dificultades particulares quese presenten en la comuna.

    De acuerdo a las caractersticas establecidas en la conceptualizacin de pol-tica, el estudio especialmente desarrollado en una comuna de reciente creacinnos permite situar la relacin existente entre poltica pblica y su rol con la acti-vidad fsico-deportiva de la comuna de San Pedro de la Paz.

    La razn del estudio est muy relacionada con el deporte y la poltica. Losconceptos sociolgicos y los mtodos que son afines se utilizan para describir yexplicar el deporte como un fenmeno social en permanente evolucin.

    En nuestro concepto, la mayor dificultad con que el deporte ha tropezado en

    nuestro pas es fundamentalmente la ausencia de una poltica deportiva nacionalreguladora y propulsora de la actividad en todo el mbito de la nacin. Ello haprovocado una gran confusin conceptual, superposicin de esfuerzos, y constan-tes cambios ocasionados por la Ley de Deportes 17.276 que rige el deporte ac-

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    tualmente. Sin embargo, el nuevo proyecto de Ley tiende a democratizar y clari-ficar las funciones que corresponden a los municipios en el desarrollo del depor-te y la recreacin.

    La Ley del Deporte es slo un instrumento legal de la poltica deportiva na-cional, por lo que la actuacin del municipio de la comuna de San Pedro de la Pazpuede escapar de sus mrgenes limitativos: el grado de libertad y de maindoeuvre va a depender exclusivamente de la poltica interna que sta posea.

    La organizacin interna del deporte en la comuna

    En relacin al resto de las comunas del pas, en la comuna de San Pedro dela Paz no existe un Consejo Local de Deportes que vincule el movimiento depor-

    tivo local y el municipio. Por ello, el deporte en la comuna es responsabilidad delDepartamento de Deportes y Recreacin, organismo a cargo del desarrollo de to-do el deporte local.

    La poltica deportiva que se desarrolla en la comuna est evidentemente con-dicionada por la magnitud socioeconmica de que se disponga. Esto trae conse-cuencias al momento de tomar decisiones acerca de la gestin y los profesionalescon quienes se trabaja tanto para impartir las actividades como para la adminis-tracin del Departamento de Deportes.

    Desde esta perspectiva, el Alcalde est de acuerdo en sealar que la comunaes pobre, por lo que el indicador socioeconmico limita las decisiones en cuantoa los profesionales que deben administrar el deporte local. En consecuencia, la or-ganizacin interna del sistema deportivo comunal ser deficiente, con una ten-dencia a privilegiar a los grupos sociales ms vulnerables de la comuna.

    La poltica deportiva local de San Pedro de la Paz

    Si bien existe un Plan comunal de Deporte y Recreacin de manera terica,la prctica parece indicar lo contrario: las actividades que se desarrollan en la co-muna obedecen principalmente a situaciones espontneas, producto de la deman-da de grupos sociales determinados que segn su influencia permiten priorizar al-gunas actividades sobre otras.

    Dada la cultura deportiva que existe en la comuna, una de las actividades demayor influencia es la prctica del ftbol, ya sea a travs de clubes organizados

    en asociaciones o de grupos informales que demandan un espacio para su prcti-ca. Esta actividad se ve reforzada por la organizacin de escuelas de ftbol en ba-rrios desfavorecidos, que permite reafirmar esta cultura tradicional.

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    La oferta de otras prcticas como el canotaje y el remo representa a gruposselectivos de la comuna; en otras palabras, el nivel socioeconmico medio-altorepresenta un indicador importante en esta actividad.

    En esta perspectiva se puede observar que la poltica deportiva de la comunadista de ser una poltica solidaria y democrtica como la indicada en los discur-sos y los planes de desarrollo comunitarios.

    El equipamiento deportivo local

    San Pedro de la Paz es una comuna joven. En ella conviven instituciones pri-vadas que poseen sus propias instalaciones y recintos, y tambin existen recintosmunicipales que presentan condiciones de manutencin deficientes.

    Existen 29 recintos deportivos municipales convencionales construidos conla intencionalidad de realizar una prctica deportiva. Tambin existen dentro dela comuna dos importantes lagunas que permiten la prctica de actividades acu-ticas y de natacin. De los recintos deportivos considerados convencionales, lagran mayora corresponden a terrenos de ftbol que no poseen las condicionesmnimas de seguridad y de higiene para los deportistas.

    Geogrficamente, toda la infraestructura se encuentra ubicada en los sectoresde bajo nivel socioeconmico de la comuna, siendo la administracin de los recin-tos de los propios pobladores, quienes hacen la manutencin y gestin de los terre-nos municipales. En aquellos sectores de mayor nivel socioeconmico que no po-seen una infraestructura municipal, un gran porcentaje de los pobladores participa

    en clubes privados que ofrecen todo tipo de instalaciones y de actividades. Aque-llos pobladores que no pertenecen a grupos favorecidos ni a grupos sociales desfa-vorecidos se encuentran en un terreno intermedio que no les permite acceder a nin-gn tipo de beneficio social o deportivo. Esta percepcin de la actividad fsica quese desarrollan en las comunas viene a reafirmar lo indicado por Cornejo (1998: p.148): el deporte en Chile representa una clara trasgresin a los derechos de losciudadanos, ya que toda prctica deportiva es determinada por la clase social.

    La falta de una infraestructura adecuada pone en manifiesto la ausencia deuna poltica urbanstica de la comuna que permita un desarrollo racional y ade-cuado de equipamientos deportivos o de recreacin de acuerdo a las demandas yevolucin de la comuna.

    Conclusiones

    En las nuevas condiciones en que se encuentran los Municipios del pas, laspolticas pblicas son un instrumento importante para aportar de manera decisiva

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    a la democratizacin en curso. Al mismo tiempo, para contribuir adecuadamentea este propsito, las polticas pblicas deben incorporar deliberadamente su papelconstructivista de lo pblico. De la misma forma, stas deben incluir con gran n-fasis la dimensin participativa y el rol evacuativo que se le pueden asociar.

    Con relacin al estudio en particular realizado en la comuna de San Pedro dela Paz, se observa una contradiccin entre la nocin de poltica pblica planteadadesde la perspectiva conceptual y la concepcin de poltica pblica aplicada enesta comuna, en particular en el rea del deporte y la recreacin.

    Esta situacin se puede explicar por el hecho de que, especficamente en di-cha rea, la poltica pblica del Estado chileno posee falencias entre el cuerpoterico y la realidad. La poltica en materia deportiva es algo muy incipiente. Lafalta de solidez por un lado, y la gran influencia que tiene la prctica del ftbol

    en sus diferentes estratos y niveles con una estructura organizativa vertical por elotro, hacen que los programas deportivos y el activismo realizado por la comunasean considerados como instrumentos publicitarios eficientes en desmedro deprogramas que se proyecten en el tiempo.

    El nuevo proyecto de Ley de Deporte presentado al Congreso formula algu-nos lineamientos que fortalecen el rol de las municipalidades en el desarrollo deldeporte y la recreacin, incitndoles a cumplir una funcin ms democrtica y ac-tiva sin distincin de grupos y clases sociales.

    La influencia del discurso sobre el tema deportivo generado en los ltimosaos lo ha llevado a ser considerado como un efectivo movimiento de masas des-de el punto de vista poltico. Podemos ver que en esta comuna se reafirma lo an-teriormente citado, es decir, la no-participacin de los actores institucionales en

    las decisiones de un plan estratgico a largo plazo que est enmarcado en las po-lticas generales de la municipalidad.

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    6. Violencia(s)

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    Aguante y represin.Ftbol, violencia y poltica en la Argentina1

    Pablo Alabarces, Ramiro Coelho, Jos Garriga Zucal,Betina Guindi, Andrea Lobos, Mara Vernica Moreira,

    Juan Sanguinetti y ngel Szrabsteni*

    1. Un estado de la cuestin: las miradas

    L

    os fenmenos de violencia relacionados con el ftbol han sido objeto deuna escasa atencin en la Argentina, si entendemos atencin como mira-da especializada, como la construccin de un saber de estatuto fuerte: por

    el contrario, la violencia ha sido transitada por una masa de discursos, periodsti-cos y polticos, que no se apartan de interpretaciones de tono estigmatizador y es-quemtico. La academia argentina no ha producido conocimiento sobre el tema,con las excepciones que analizar ms adelante.

    Cuando el periodismo trabaja los problemas de violencia, lo hace regido porlo que Ford y Longo (1999) llaman la lgica de casos; el problema asoma enla superficie de las primeras planas cada vez que se produce un caso que loreactualiza. Pero su tratamiento no excede los das en que el caso en cuestin semantiene en la agenda, para luego desaparecer. Durante esos das, el anlisis delo publicado entrega la reproduccin del discurso dominante, expuesto como sen-tido comn; la investigacin se entiende como produccin de datos (estadsti-

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    * Proyecto UBACyTTS55, 1998-2000; Proyecto PIP0181/98 CONICET, dirigidos por P.A.. La investigacin queda origen a este trabajo ha sido financiada por la Universidad de Buenos Aires y el CONICET, Argentina. Coelho,Guindi y Sanguinetti son Licenciados en Ciencias de la Comunicacin de la UBA; Lobos y Szrabsteni estn culmi-nando sus tesis de grado en la misma carrera; Garriga y Moreira se encuentran preparando sus tesis de grado en An-tropologa para la misma Universidad.

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    cos o documentales), agregando normalmente una nota editorial focalizando yadvirtiendo a la comunidad sobre los caminos a seguir. Sin embargo, como esprevisible dada la lgica fragmentaria de esta presentacin, el caso no remite nun-ca a contextos ms amplios de argumentacin y explicacin; se cierra sobre smismo, agotando en la pura narracin del hecho toda la exposicin y el conoci-miento posible. Esta argumentacin casustica privilegia una exposicin narrati-va, pero habitualmente suspende la crtica.

    Como puede leerse en Coelho et al. (1998), en el trabajo de anlisis que de-sarrollramos sobre cobertura de los medios respecto de hechos de violencia enla Argentina2 se pueden observar ciertas recurrencias del tratamiento de las noti-cias, a pesar de diferencias formales e ideolgicas entre los distintos medios con-sultados. En todos ellos el lexema dominante es inadaptado: la colocacin de lossupuestos responsables se produce fuera de una normalidad social que se presu-

    pone, no se explicita, salvo en el marco general (y tajante) de un nosotros (losbuenos)-ellos (los malvados y violentos), como puede verse en la ltima campa-a institucional sobre el tema.3 El violento se califica as como un-debe-ser-ex-cluido frente a la tradicional significacin negativa de excluido, que normal-mente califica a las victimas del neoconservadurismo econmico como reempla-zo de las viejas categoras de la izquierda: pueblo o proletarios. Consecuentemen-te, estos sujetos son objeto de metforas biologicistas: son cuerpos extraos quedeben ser extraidos del cuerpo social (demostrando, si las hiptesis de De Ipola1983 son correctas, que el periodismo insiste en tpicos discursivos propiosdel pensamiento de derecha).4 Asimismo, son sujetos animalizados bestias, ani-males salvajes, son algunos de los tpicos ms abundantes; una lectura similarpuede verse en Young (1986). Los repertorios estigmatizadores rematan, sin em-bargo, en una paradoja: porque las acciones violentas son calificadas como crimi-nales y son objeto de metforas blicas. La paradoja reside en que la animaliza-cin y la biologizacin expulsan estos comportamientos del campo de lo racio-nal, mientras que su calificacin como conducta criminal y su organizacin entrminos de actitud blica supone un fuerte racionalidad: tal como se describe ha-bitualmente en la bibliografa sobre el tema, los comportamientos de las hincha-das en episodios de violencia sealan organizacin y planificacin, excepto en loscasos de incidentes que pueden ser calificados como espontneos, donde la racio-nalidad se puede reponer en el anlisis del comportamiento, pero slo provisoria-mente en el momento de la prctica.5

    Esta descripcin de un mecanismo narrativo y estereotipizador, conduce ne-cesariamente a que no es en el terreno del periodismo donde podemos hallar unalectura fuerte de los fenmenos de violencia. Dijimos antes que los estudios aca-

    dmicos han prescindido del problema: la violencia en el deporte pertenece al sis-tema clasificatorio mayor deporte, donde la sociologa y la antropologa argen-tina no se han entrometido. Por el contrario, hay una importante serie de trabajosrelacionados tanto con la violencia poltica, que atravesara nuestra sociedad en-

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    tre mediados de los aos 50 y los 80, como con la violencia urbana, en lo que res-pecta a la inseguridad ciudadana producto de las nuevas condiciones de vida enlas grandes metrpolis y la pauperizacin creciente de grandes masas de pobla-cin en los regmenes neoconservadores; as tambin en lo que toca a la violen-cia policial. Sin embargo, a pesar del puente que este ltimo tem tiende hacianuestra zona de problemas, el camino no fue recorrido.

    El nico trabajo importante sobre el tema fue hecho por dos investigadores: elantroplogo Eduardo Archetti (que a su vez trabaja en la Universidad de Oslo) y elperiodista Amlcar Romero. Archetti ha sido el fundador de los estudios antropol-gicos del ftbol argentino, y en uno de sus primeros trabajos sobre el tema analizalos repertorios de la masculinidad entre los hinchas argentinos, con la carga de vio-lencia simblica que implican estos cdigos, fundamentalmente ligados a una se-xualidad discursivamente agresiva (Archetti, 1985). En un artculo posterior (1992)Archetti centra su exposicin en los fenmenos de violencia a travs de la catego-ra antropolgica de ritual, en un recorrido histrico basado en la descripcin del ri-tual futbolstico argentino como una mezcla de elementos trgicos y cmicos, unaoscilacin entre lo violento y lo carnavalesco que impide la clasificacin del ftbolnicamente en un sentido bajtiniano (Bajtn, 1987). La descripcin de Archetti tam-bin posee un sentido diacrnico: su hiptesis es que los elementos cmicos habranpredominado en la poca clsica del ftbol argentino, siendo progresivamente des-plazados por los elementos trgicos en las ltimas tres dcadas. As, esto crea uncontexto en el que la prctica de la violencia se vuelve cada vez ms legtima (Ar-chetti, 1992: p. 242). Como veremos, esa legitimidad no procede solamente de lacultura futbolstica: si por un lado, el predominio de los elementos trgicos crea uncontexto inmediato de produccin de actos de violencia (entendidos como) legti-

    mos es decir, un marco de reflexividad discursiva; por otra parte el contexto po-ltico argentino crea un marco de referencia macro en el mismo sentido.

    En su trabajo conjunto de 1994, Archetti y Romero proponen una descripcinde los fenmenos de violencia que reponga contextos de interpretacin amplios.Tras proponer un mapa de la investigacin inglesa sobre el tema, sealando suscomplejidades y riqueza, los autores narran cuatro episodios significativos de unahistoria de la violencia relacionada con el ftbol en la Argentina, casos que lespermiten enfatizar la complejidad del cuadro: se trata tanto de muertes a manosde la polica como por enfrentamientos entre hinchadas, agregando adems elcomponente poltico que estos hechos acarrean desde mediados de la dcada de1970. La conclusin de Archetti y Romero, lejos de proponer una solucin o unanica interpretacin, insiste en la necesidad de vincular la investigacin a marcos

    ms amplios, fuera de los cuales toda lectura del fenmeno de la violencia en elftbol es esquematizadora y reduccionista:

    Sin embargo, un cambio de enfoque en el estudio del hooliganismo deberapermitir concebir los asuntos morales y los dilemas culturales de la muerte y

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    la violencia en el ftbol como problemas sociolgicos generales. La maneracomo la sociedad inglesa se enfrenta con la muerte y la violencia nos pareceun objeto ms relevante de estudio que continuar en el tipo de investigacinque pretende un mejor entendimiento de la lgica de comportamiento de unfantico. Una contextualizacin mejor del hooliganismo ingls y el diferenteresultado de los actos de violencia debera permitir un anlisis de la maneraen que la sociedad inglesa concibe y tolera la muerte en el ftbol. Este cam-bio de foco implica un desplazamiento desde el anlisis de la cultura de loshinchas de ftbol al campo general del anlisis cultural. El ftbol se transfor-ma as en una arena en la cual los actores sociales simbolizan, reproducen odiscuten por medio de sus prcticas sociales los valores sociales dominantesen un perodo dado. Consecuentemente, el ftbol y el deporte en general sevuelven una dimensin central en el anlisis de los procesos sociales y cultu-

    rales (Archetti y Romero, 1994: pp. 69-70).Es el camino indicado por Archetti y Romero el que proponemos recorrer: no

    entender al ftbol como reflejo de la sociedad, vieja metfora especular que, ade-ms de ser tericamente errnea, no tiene valor explicativo. Pero s entenderlo co-mo la arena simblica privilegiada donde leer, oblicuamente, caractersticas gene-rales de la sociedad argentina; priorizar, antes que el anlisis de una cultura futbo-lstica, el anlisis cultural de una sociedad. En ese sentido, nuestro trabajo en la Uni-versidad de Buenos Aires ha definido la violencia en el ftbol como un recorte par-ticular (no por eso menos privilegiado) de una indagacin general sobre el univer-so del deporte argentino. A su vez, esta investigacin, desarrollada en el marco deun Departamento de Ciencias de la Comunicacin, y fuertemente tramada con lastendencias de los estudios culturales, evita la sujeccin a un nico paradigma dis-

    ciplinar: se utilizan materiales provenientes de la sociologa, la antropologa, la his-toria, el anlisis de medios. Consecuentemente, las metodologas utilizadas sontambin variadas: hemos utilizado la entrevista en profundidad a informantes cali-ficados;6 el anlisis de medios, utilizando en este caso las tcnicas de anlisis deldiscurso de base semitica; el mtodo etnogrfico (entrevistas y observacin parti-cipante), y tambin el anlisis de datos estadsticos, provenientes de fuentes perio-dsticas o de las compilaciones documentales de Romero (1985; 1994).

    2. Un mapa de la complejidad:

    la crisis de las identidades futbolsticas

    Nuestro trabajo ha definido la construccin de identidades a travs del ftbol

    como un eje de la investigacin. Es nuestra hiptesis, asimismo, que este eje sevuelve central respecto del anlisis de la violencia en el ftbol: los actos violen-tos sealan una disputa por una identidad, un imaginario, un territorio simblico(y a veces real). Como dice Eric Dunning (1999):

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    La probabilidad de la violencia de los espectadores en el contexto del ftbolest probablemente exacerbada por el grado en el que los espectadores seidentifican con los equipos participantes y con la intensidad de su inversinemocional y su compromiso con la victoria de los equipos a los que alientan.() A su vez, la intensidad de la inversin emocional de los espectadores enla victoria de sus equipos est vinculada a la centralidad y significacin delftbol en sus vidas, esto es, si es una entre un nmero de fuentes de sentidoy satisfaccin para ellos, o si es la nica (idem: p. 19).

    Y en ese contexto, en los aos 90, las representaciones colectivas parecen en-trar en crisis, al mismo tiempo que su centralidad, su capacidad interpeladora pa-ra los sujetos involucrados, aumenta desmesuradamente.

    En primer lugar, las representaciones referidas a las interpelaciones de clase:

    el ftbol argentino no es, ni es percibido como, un espacio popular, en tanto con-voca transversalmente, estadstica y simblicamente, a todas las clases, aunquecon leve predominio de los sectores medios y medio-bajos. Sobre este punto, lascausalidades son variadas. Por un lado, la nueva estructura de clases argentina se-ala caractersticas similares al resto de las sociedades occidentales: progresivadesaparicin de la clase obrera industrial, crecimiento de la terciarizacin, au-mento exponencial de la desocupacin. Este mapa, que vuelve difcil designaruna clase obrera estricto sensu, permite por el contrario la ampliacin de los sec-tores convocados por la categora sectores populares; pero esta ampliacin chocacon la debilidad de su definicin y con la vaguedad nominativa.

    En el mismo sentido, el crecimiento de una llamada cultura meditica (Kell-ner 1995) desde los aos 70 hasta hoy, indica el desplazamiento de las clasifica-

    ciones culturales de clase en pos de una ampliacin, casi universal, de los secto-res involucrados en cualquier clasificacin cultural. La explosin comunicacionalde la ltima dcada propone, inclusive, el reemplazo de las culturas nacionales-populares, clsicas en el anlisis latinoamericano, por las culturas internaciona-les-populares (Ortiz, 1991 y 1996). En esa expansin, el ftbol, mercanca funda-mental de la industria cultural, tambin tiende a ampliar sus lmites de represen-tacin en un policlasismo creciente.

    Pero adems, en el mismo movimiento en que los lmites se expanden, seproducen mecanismos de exclusin. Los regmenes neoconservadores, a la vezque debilitan las tradicionales interpelaciones de clase, producen fuertes fenme-nos de exclusin social, donde la expulsin del mercado de trabajo de grandesmasas y la pauperizacin de las clases medias son sntomas clsicos. As, el ft-

    bol produce una expulsin bsicamente econmica: los costos de acceso a los es-tadios (o a los servicios de cable televisivo) dejan afuera a los pblicos tradicio-nales, en un proceso de darwinismo impensado pocos aos atrs.

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    En la Argentina, estos mecanismos de exclusin afectan tambin a la prcti-ca, profesional o amateur: en el primer caso, porque las condiciones de acceso alalto rendimiento deportivo exigen un umbral de alimentacin en la niez que lasclases bajas no pueden proveer, lo que ha originado una tendencia de cambio enla proveniencia de los jugadores de primer nivel (hoy, mayormente originados enlas clases medias). En el segundo caso, de la prctica recreativa, la progresiva de-saparicin de espacios pblicos adecuados y la ausencia de tiempo libre entre lossectores trabajadores (como producto de condiciones laborales propias del capi-talismo del siglo xix) vuelve progresivamente ms difcil el juego informal, res-tringido a sectores con posibilidades econmicas y temporales.

    A esta crisis (por exclusin) de representacin social, se le superpone la ex-pansin antes sealada. La cultura futbolstica argentina practica un imperialismosimblico y material; simblico, en su inflacin discursiva, en su captacin infi-nita de pblicos, en su construccin de un pas futbolizado sin lmites;7 material,en el crecimiento de su facturacin directa o indirecta, massmeditica o demerchandising y en el aumento de los capitales involucrados desde la com-pra-venta de jugadores hasta las inversiones publicitarias y televisivas.

    A este proceso de ocupacin de espacios, se suma el constante intercambiode jugadores, desde los equipos chicos a los llamados grandes, y desde stoshacia el ftbol europeo o los nuevos mercados (especialmente Mxico y Ja-pn). La continuidad tradicional de un jugador en un mismo equipo durante unlapso prolongado de tiempo ha desaparecido: al poco tiempo de su aparicin, esvendido a un comprador que asegure beneficios para todas las partes exceptolos hinchas. En la etapa histrica del ftbol argentino, los ejes fuertes de la iden-tidad de un equipo eran los espacios (los estadios), los colores y sus jugadores-smbolo; hoy, por los cambios constantes en la sponsorizacin de las camisetas,que alteran sus diseos, y por los flujos incesantes de las ventas de jugadores, elestablecimiento de lazos de identidad a partir de estos ejes se ve profundamentedebilitado.8 Excepto en lo relativo a los espacios: como discutiremos ms adelan-te, el estadio y su prolongacin en un territorio inmediato bsicamente el vecin-dario o barrio se invisten de un fuerte sentido, que lo transforman en en unlugar un espacio con significado cuya defensa por parte de sus poseedoressimblicos se vuelve una cuestin vital.

    As, las hinchadas se perciben a s mismas, desmesuradamente, como el ni-co custodio de la identidad; como el nico actor sin produccin de plusvala eco-nmica, aunque con una amplia produccin de plusvala simblica; frente a lamaximizacin del beneficio monetario, las hinchadas slo pueden proponer la de-

    fensa de su beneficio de significados, puro exceso simblico. La continuidad delos repertorios que garantizan la identidad de un equipo aparece depositada en loshinchas, los nicos fieles a los colores, frente a jugadores traidores, a dirigen-tes guiados por el inters econmico personal, a empresarios televisivos ocupa-

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    dos en maximizar la ganancia, a periodistas corruptos involucrados en negociosde transferencias. Las hinchadas desarrollan, en consecuencia, una autopercep-cin desmesurada, que agiganta sus obligaciones militantes: la asistencia al esta-dio no es nicamente el cumplimiento de un rito semanal, sino un doble juego,pragmtico y simblico. Por un lado, por la persistencia del mandato mtico: laasistencia al estadio implica una participacin mgica que incide en el resultado.Por el otro: la continuidad de una identidad depende, exclusivamente, de ese in-cesante concurrir al templo donde se renueva el contrato simblico. Como sea-lamos, esas obligaciones se extienden hacia una prctica real: la defensa del terri-torio propio frente a la invasin de la hinchada ajena.

    3. Ftbol tribal

    Estos procesos no desembocan en la re-afirmacin de las grandes identidadesfutbolsticas tradicionales. Ratifican, por el contrario, la fragmentacin posmo-derna. Hoy puede verse un proceso de tribalizacin (Maffesoli, 1990), en un do-ble sentido: respecto de un otro radicalmente negativizado, y al interior de lasmismas hinchadas.

    Primero: las oposiciones locales enfrentamientos entre equipos rivales cl-sicos, el eje de oposicin Buenos Aires-provincias, las rivalidades barriales al in-terior de una misma ciudad se radicalizan hasta configurar identidades prima-rias y casi esencializadas, que desplazan a todo otro relato de construccin deidentidad. A diferencia del mapa europeo, los procesos de antagonizacin (lasmaneras como se estructuran las diferentes rivalidades) son muy variados. Rome-ro (1994) seala que, prescindiendo del enfrentamiento nacional (entre seleccio-nes), pueden hallarse cuatro modos de articulacin de la rivalidad:

    a. Regional: entre equipos de distintas ciudades, regiones o comunidades,dentro de un Estado-Nacin. Es el caso de madrileos y vascos o catalanes,en Espaa; deporteos yprovincianos, en la Argentina.

    b. Intraciudad: entre equipos de una misma ciudad, con una historia de repre-sentacin dicotmica (usualmente, ricos vs pobres). Por ejemplo, Nacional-Pearol en Montevideo. En el caso argentino, los ejemplos son recurrentes:Rosario Central-Newells Old Boys en Rosario, Gimnasia y Esgrima-Estu-diantes en La Plata, San Martn-Atltico en Tucumn; en cada ciudad el es-quema se repite, aunque se trate de una localidad con un nmero pequeo dehabitantes.

    c. Interbarrial: en este caso, se trata de equipos que, dentro de una ciudad, norepresentan un nivel dicotmico de referencia simblica, sino que sealan lapertenencia a un territorio definido como barrial, vecinal. Es el caso tpico deBuenos Aires, donde la existencia de una enorme cantidad de equipos en la

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    ciudad conlleva oposiciones entre territorios menores. La representacin dela comunidad desaparece para dar paso a la micro-comunidad, el barrio. Pe-ro en los ltimos aos, la categora barrio se recubre de fuerte capacidadinterpeladora. La historia de la formacin de los barrios porteos, su existen-cia por cien aos, refuerza esta integracin; pero adems, aparece en los l-timos diez aos un discurso que carga de significaciones esencialistas ese mi-cro-territorio, como reserva moral y espiritual, como mbito descontamina-do, un espacio constituido como reserva de lo local frente a las tensiones des-territorializadoras. Los grupos juveniles son los ms proclives a asumir estediscurso, y a producir una metonimia entre barrio y autenticidad, visible enlos grupos de rock: cuanto ms barrial, ms autntico, menos comercializa-do, menos sujeto a las lgicas mercantiles de la industria cultural. Esa ima-ginaria posicin de reservorio ha sido asumida tambin por los propios pro-

    ductos de la industria, que volvieron a esgrimir estos argumentos en las fic-ciones televisivas, retomando viejos tpicos del teleteatro argentino de losaos 60.

    d. Por ltimo, un caso absolutamente excepcional es el antagonismo intraba-rrial: Romero lo ve ejemplificado en River-Boca, ambos originarios de unmismo barrio en la ribera del Ro de la Plata. Sin embargo, la representacinde ambos equipos excede con mucho esa referencia (son los equipos nacio-nales, en el sentido de que interpelan sujetos de otras comunidades regiona-les fuera de Buenos Aires). A pesar de mi diferencia con el ejemplo, la ideade que el ftbol argentino se caracteriza por una progresiva y microscpicafragmentacin de los espacios representados es absolutamente vlida. Mejorejemplo puede verse en el ftbol de ascenso: el enfrentamiento Defensores

    de Belgrano-Excursionistas, ambos del barrio porteo de Belgrano, es segnnuestros datos una de las oposiciones ms fuertes del ftbol argentino.

    Sin embargo, discrepo con Romero en cuanto a que, a medida que se achicael espacio de representacin, se pierde representatividad. Por el contrario: el te-rritorio, cuanto ms segmentado y atomizado, se vuelve ms clido, adquiere ma-yor capacidad para interpelar sujetos. Como sealamos en el ltimo ejemplo, unaposesin de espacio micro, como lo es una porcin de un barrio, se vuelve radi-cal. Al mismo tiempo, como efecto contrario, las posibilidades de trascender eseespacio hasta dimensiones mayores (por ejemplo, la referencia nacional) se vuel-ven menores.9

    Y segundo: al interior de las hinchadas se produce un fenmeno de segmen-tacin novedosa, la construccin de grupos particulares identificados con nom-

    bres propios y organizados, con reparto de roles y funciones, con banderas pro-pias, a partir de ejes identificatorios diversos, generalmente barriales, aunque enotros casos por razones ms aleatorias.10 Esta hipersegmentacin fractura las for-mas de soporte de la identidad, diseminndola en fragmentos en algunos casos

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    irreconciliables. Este fenmeno es similar a los de la cultura del rock, donde elproceso tiene ms aos de desarrollo. Ms: puede sostenerse la hiptesis de quese ha producido una transferencia de prcticas de la cultura del rock hacia la delftbol, a partir de las fuertes relaciones entre ambos universos culturales y de lasuperposicin de sujetos practicantes.11

    4. La distincin: un ritual de violencia

    Como todo ritual, el ftbol opera una suspensin del orden social; entre eluso de esa suspensin y el consentimiento a sus lmites, navegan distintas posibi-lidades, ambiguas, muchas veces contradictorias. Una de ellas es la violencia:persistente como ritual de resistencia y alteridad, como lugar de apropiacin de

    un territorio y una identidad; y tambin como aceptacin y reproduccin de lasjerarquas.

    Alessandro Portelli afirma que la violencia en el ftbol permite ver las con-tinuidades entre la construccin estigmatizada de las clases populares como cla-ses peligrosas de la revolucin industrial, en el siglo pasado, y su reaparicin enel mismo sentido en la revolucin de la informacin (Portelli 1993: 78).12 La re-vuelta en el estadio significa, desde esta perspectiva, la puesta en escena de unadistincin no codificada, antes bien estigmatizada: porque la violencia atenta con-tra la doble propiedad privada de la mercanca y el cuerpo, porque escapa a la mo-nopolizacin del Estado peor: reproduce sus mecanismos de arbitrariedad y ra-cismo, y en la reproduccin los exhibe.

    La violencia tambin puede ser pensada, con Patrick Mignon (1992), como

    forma fuerte de la visibilidad. La crisis de participacin y legitimacin de las so-ciedades neoconservadoras, la crisis del estatus de las clases medias y de los me-dios para garantizarlo, la crisis de exclusin de los sectores populares, conduce ala bsqueda por parte de estos distintos sujetos de mecanismos de visibilidad: concomportamientos violentos contra s mismos (con el consumo de drogas), contralos otros (vandalismos, etc.) o con la participacin en la extrema derecha, comoapunta Mignon para el caso francs. En ese mismo sentido, el espacio del estadiopermite vivir un sentido de pertenencia a una comunidad por parte de los que sesienten excluidos. Pero ese estadio, adems, es escenario de la puesta en escenamassmeditica, lugar donde la actuacin se amplifica en millones de receptores.

    Sin embargo, esta nocin de visibilidad admite otra lectura, no necesariamen-te excluyente: ser visto puede no significar una peticin de inclusin por parte de

    aquellos que son expulsados del repertorio de lo visible y de lo decible, sino unmecanismo ms autnomo y de significancia reducida a la economa simblicade la cultura futbolstica. Ser visto ser televisable puede reducirse a ser vistopor el otro, donde el otro es la otra hinchada. La hinchada que acta violentamen-

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    te afirma su posicin en un rnking imaginario (la que tiene ms aguante: volve-remos sobre esto), y al hacerse ver le recuerda a sus adversarios que ha ganadoposiciones, que su status debe ser nuevamente discutido. Sabedores de que losmedios amplifican su actuacin, suplantan el boca a boca para comunicar masi-vamente su condicin de lder. En ese rnking, el enfrentamiento con la policaconfiere la mayor cantidad de puntos.

    Esta ambigedad o polivalencia de la lectura de los rituales de violencia noescapa a las lneas que venimos trazando. La violencia puede tambin permitirleer el sentido de escisin gramsciano, el sentimiento elemental de separacinrespecto de las clases hegemnicas que Gramsci rescata como ncleo de buensentido de las clases subordinadas, se resuelva o no en un antagonismo declara-do. Los rastros de la escisin son, en el ftbol, numerosos; son los espacios don-de las relaciones de oposicin con un otro que se percibe como hegemnico (po -deroso) alcanzan su mxima distancia. En el ftbol, no se puede vencercon el po-der, en el poder; siempre se alcanza la victoria contra las infinitas conspiracionesde los poderosos y de los massmedia. Hasta la paranoia.

    Contra toda ambigedad y complejidad, como dijimos, las interpretacioneshegemnicas en la Argentina (trabajadas como sentido comn) insisten en la es-tigmatizacin acrtica: los violentos, desde este punto de vista, son sistemtica-mente jvenes, inadaptados, operan bajo la influencia de drogas y alcohol, y suaccin es reducida a la aparicin imprevisible de agentes que deben ser excluidosdel estadio y de la sociedad. La estigmatizacin penetra profundamente, a suvez, el discurso de los hinchas militantes, que leen a los actores de la violenciacomo otros de clase y cultura; compatriotas del estadio y el equipo, vctimas com-partidas de la represin policial; pero tambin sujetos estigmatizados cuando laviolencia parece deberse, bsicamente, a su accin. La percepcin de los hinchasmilitantes revela un juego interesante de posiciones. Por un lado, no se entiendencomo actores violentos; cuando experimentan la violencia, se colocan en posicinpasiva, como vctimas de un juego que no pueden dominar y que tampoco deseanjugar.Asimismo, colocan como responsables directos a actores institucionales (lapolica, la dirigencia deportiva); entienden las medidas represivas como parte deun complot destinado a saquear la pasin futbolstica y entregarla como mercan-ca a la industria del espectculo. En ese sentido, los hinchas se entienden com-partiendo con aquellos que sealan como violentos (se trate de barras o de gru-pos de accin) la defensa comn de un espacio (la tribuna y el barrio), una iden-tidad (el equipo), una prctica (la hinchada de ftbol). Pero por otra parte, atrave-sados por el discurso periodstico, hablados por el mecanismo del estigma, no va-

    cilan en sealar a los violentos, ellos, los negros que estn locos. El poli-clasismo del ftbol revela aqu, de pronto, todos sus lmites, para permitir la rea-paricin del etnocentrismo de clase y un larvado racismo.13

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    5. Posibilidades de la interpretacin

    La violencia en el ftbol argentino resume en un enunciado una importantecantidad de posibilidades. Al decir violencia en el ftbol, usualmente no deci-mos nada, por querer decir todo. Del mismo modo, la reduccin del problema ala accin de hooligans o barras bravas supone dejar de lado las profundas dife-rencias entre actores, prcticas y sociedades.

    En la Argentina, la violencia es una prctica que atraviesa la vida cotidiana,la poltica, la economa: no slo el ftbol. Con formas ms complejas y menos re-conocibles que la poltica represiva de la ltima dictadura militar (1976-1983):fundamentalmente, la persistencia y agravamiento de esa forma mxima de laviolencia social que es la exclusin, la expulsin del mercado laboral y del con-sumo, la privacin de salud y educacin. Pero tambin la continuidad de la vio-

    lencia estatal: el monopolio de la violencia legtima se transforma en ejercicio ile-gtimo de ese monopolio, dirigido de manera sistemtica contra las clases popu-lares. Cuando Archetti (1992) revisa los distintos principios de causalidad asig-nados a la violencia en el ftbol, se detiene en una supuesta naturaleza violentade las clases populares argentinas (o de todas las clases populares); la historia denuestro pas seala (y as lo afirma Archetti) que las clases dirigentes han demos-trado, sistemticamente, un grado de violencia superior, si es que cedemos a latentacin de la comparacin.14

    La observacin de los fenmenos de violencia contemporneos, y el estudiode sus antecedentes histricos, permite una clasificacin que discrimine distintostipos de prcticas y permita comenzar un proceso de asignacin de causalidadesy sentidos, sin pretender que nuestra propuesta reemplace un esquema por otro,sino que ordene de otra manera el campo. Bsicamente, la violencia relacionadacon el ftbol puede ordenarse en:

    a) Acciones organizadas y protagonizadas por barras bravas: si bien lasbarras bravas argentinas son los grupos ms similares a los llamados hooligans,existen diferencias notorias que ocluyen la comparacin. Porque su origen estvinculado histricamente al surgimiento de la violencia poltica argentina, a me-diados de la dcada del 60. No en vano, la primera aparicin de estos sujetos mo-tiv su comparacin, en la prensa, con la guerrilla urbana, y en el mismo movi-miento, el reclamo de acciones clandestinas para su eliminacin, en una perspec-tiva similar a la que anim la represin ilegal de la dictadura de 1976-1983.15 Si-multneamente, el desarrollo del llamado caso Souto (1967)16 seal las profun-das complicidades ya existentes con la dirigencia deportiva y poltica. La reapa-ricin explosiva de las barras se produce a finales de la dictadura militar, en 1983,en el caso de Negro Thompson, lder de la barra de Quilmes y protegido por ladirigencia del club, las autoridades comunales y la Polica de la Provincia de Bue-nos Aires.17 As, antes que la imitacin de loshooligans britnicos, las barras pre-fieren un modelo nativo; se configuran a semejanza de los grupos de tareas para-

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    militares, fuerzas de accin para tareas ilegtimas mediante la violencia y la coac-cin, utilizados por dirigentes deportivos y polticos. Estas prcticas no tienen re-lacin con las acciones que describimos en los puntos siguientes: en las embos-cadas, se ve la accin de grupos pequeos y armados. La nocin misma de em -boscada revela una prctica organizada y dotada de racionalidad operativa de ti-po represivo.

    De este modo, la violencia en el ftbol se aleja de todo reflejo. Como dicefoucaltianamente Toms Abraham (1999), la violencia en el ftbol no reflejanada, sino que es un producto sabiamente construido que hace que ste sea partede un dispositivo ms amplio de poder. Ese mecanismo de poder, al mismo tiem-po clandestino y pblico, se espectaculariza en la arena dramtica del ftbol.

    b) Acciones producidas por o en respuesta a la violencia policial, o ac -

    ciones producidas por agentes derivados de la privatizacin del monopolio leg -timo de la violencia: el protagonismo de las fuerzas de seguridad en la violenciaargentina (como dijimos, no slo en el ftbol) no ha sido suficientemente descrip-to, con las excepciones indicadas. Dice Romero (1994):

    en Argentina los uniformados tienen en su haber el 68% de los casos devsctimas mortales en canchas de ftbol, un guarismo que incluye la Puerta12 y donde la Polica Federal jams quiso admitir ningn tipo de responsabi-lidad, aunque sea indirecta, ni miembro alguno de ese cuerpo fue siquiera in-terrogado como imputado no procesado (idem: p. 78).18

    A los muertos y heridos producidos directamente por balas policiales (con elllamado caso Scaserra como prototipo),19 se suma la accin sistemticamente vio-lenta de la polica en la seguridad del espectculo. Todo el trato de la polica ha-

    cia los hinchas consiste en agresiones y vejaciones: la imposicin de recorridoscallejeros sin racionalidad organizativa, el cacheo, las prohibiciones grotescas por ejemplo, de peridicos, cinturones y encendedores. En todos los casos, repro-duciendo las conductas cotidianas, el maltrato policial constituye una imagen delciudadano como enemigo, agravada por la persecucin sistemtica y el ensaa-miento contra los jvenes de las clases populares, reputados culpables de cual-quier incidente aun antes de producirse. A este cuadro, al que hicimos referenciams arriba, se le suma que los procesos de privatizacin neoconservadores hanproducido la multiplicacin de las fuerzas de seguridad privadas, a las que se lespermite el uso de armas, sin que exista ninguna regulacin al respecto. As, estosgrupos son el refugio de ex miembros de la polica, en algunos casos expulsadosde la fuerza por sus excesos represivos. No dejan, por lo tanto, de reproducir sus

    prcticas habituales.Pero adems, la presencia de la polica en la cultura futbolstica argentina

    puede escapar a una lgica de poder. Nuestros informantes eluden la identifica-cin de la polica con un aparato represivo estatal, sino que autonomizan su per-

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    cepcin hasta verla simplemente como un colectivo autnomo. Como seala unade nuestras informantes, Estela:

    Todo hincha odia a la polica. Porque la polica vive provocando al hincha.La polica lo busca al hincha. Lo vive buscando permanentemente, para queel hincha salte y justificar el hecho de pegarle un palazo. Lo busca constan-temente: con los caballos, no les importa nada, si hay mujeres, nada. No lesimporta nada ms que provocar al hincha para justificar los palazos que po-nen despus.

    Y as tambin argumenta Marcelo:

    La nica diferencia que hay entre la polica y la hinchada es que unos tienenarmas y otros no. Son lo mismo. Les gusta hacer lo mismo. Alos dos les gus-ta pegar. Hablo de la barra, no de la gente. A la polica le divierte esa cosa depegar. Son los mismos que los de la barra con uniforme diferente.

    La separacin lxica que Marcelo establece entre la barra y la gente es sinto-mtica: el hincha militante se percibe como parte de un tercer grupo, donde la ba-rra brava tiende a parecerse a la polica y a participar de sus lgicas. Pero la po-lica recorre el mismo camino: no ejerce una violencia legtima, sino que actafuera de toda racionalidad social. No es un aparato del Estado, sino otro grupo dehinchas, slo que legalmente armado. Para retorcer ms nuestra argumenta-cin: creemos que la Polica tambin se percibe a s misma como un grupo de hin-chas que disputa con iguales, slo que abusando de su posicin de poder e impu-nidad. Un testimonio de un hincha de San Lorenzo (un estudiante universitario declase media) relata que:

    Estaba colgando las banderas y la cana me vino a obligar a que las bajara. Yole pregunt: Por qu a los de Boca o a los de River los dejan? No somostodos iguales? Se la agarran con nosotros porque somos chicos normales, nosven la cara y nos prohben colgar las banderas. El cana me contest: A mme encanta cuando vienen los de Boca, porque ellos se la bancan, entoncesnos podemos pelear y les podemos pegar.20

    En este cuadro podemos retomar lo afirmado ms arriba: si las peleas entrehinchadas suponen la discusin de un rnking imaginario entre las mismas, paraver cul es la de mayor aguante, el enfrentamiento con la polica supone el pun-taje mximo; simplemente, se trata de pelearse con otra hinchada ms, aunque lams violenta, porque est legalmente armada y dispone de toda la impunidad.As, la valoracin recibida por parte de los otros aumenta verticalmente. Volvien-

    do a Portelli (1993): la revuelta est condenada al fracaso, simplemente porque nisiquiera es revuelta. Slo operacin de prensa.

    c) Enfrentamientos entre rivales por la disputa de una supremaca simbli -

    ca, o como reaccin frente a una injusticia deportiva que suponga la reposi -

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    cin imaginaria de un estado de justicia ideal: en la mayora de estos casos, laaccin de las barras se ve acompaada (e incluso, superada) por la de gran nme-ro de hinchas. La violencia contra un otro radicalizado, como sealamos antes, esel lgico resultado del proceso de tribalizacin. La defensa del territorio, de unasupremaca simblica, se maximiza hasta desembocar, rpidamente, en la accinviolenta, en un marco general donde la condena discursiva de la violencia encu-bre su prctica sistemtica.21

    Pero adems, este tipo de violencia facilita la construccin de colectivos quese afirman en el contacto corporal y la experiencia compartida del enfrentamien-to fundada en la retrica del aguante. Aguante designa significados ms am-plios que su remisin estrictamente etimolgica, ligados a una retrica del cuer-po y a una resistencia colectiva frente al otro (otros hinchas, polica, etc.). Comodice Archetti (1992), el aguante es una resistencia al dolor y a la desilusin, unaresistencia que no conlleva una rebelin abierta, pero s, a travs de los elemen-tos trgicos y cmicos, a una serie de posibles transgresiones (266). Ante la ideade la violencia como puesta en escena de un vnculo que se quiere simtrico (Iza-guirre, 1998), el aguante es la forma de reponer imaginariamente esa simetra: elaguante disputa a la lgica el espacio de lo sorpresivo y lo sorprendente: desa-fa a lo que se supone ganador, enfrentndose a la superioridad, al orden inferio-rizante de lo supuesto (Elbaum, 1998: 240). El aguante es una categora tica,que define una moralidad autnoma, sin relacin con el resultado deportivo: seaguanta en la victoria o en la derrota. Pero tambin nombra la persistencia del ma-chismo, la discriminacin de toda otredad bsicamente, una profunda homofo-bia. Si hay rebelda, sta insiste en el viejo tpico de la reproduccin de la domi-nacin al interior de los dominados, legible tambin en la recurrencia racista.

    En trminos prcticos, el aguante se basa en una relacin espacio-habili-dad: se hace necesaria una cierta habilidad de los grupos de hinchas para la de-fensa de un espacio, que es el campo de batalla. La permanencia en el campo ad-judica instantneamente la victoria, ya que pierde el que se retira. La habilidadnecesaria, ms all de la fuerza fsica y la destreza en la lucha callejera, incluyeuna racin de intimidacin al otro, que se logra a travs de gritos, pedradas y mo-vimientos corporales en los que los hinchas demuestran estar preparados para lapelea. Muchos combates pueden ganarse, o sea que el otro se retire (corra), s-lo con la utilizacin de las armas intimidatorias, sin llegar a la lucha cuerpo acuerpo.

    Por ltimo: cuando las hinchadas provocan desrdenes frente a lo que consi-deran una violacin de la justicia deportiva (o ms simplemente, un fallo equivo-

    cado adrede), ponen en escena el imaginario democrtico del deporte, segn elcual se trata de una disputa entre iguales, sin favoritismos, donde slo la lgica deljuego decide ganadores y perdedores. Ese imaginario choca frente a la paranoiadominante, la que instituye un imaginario de complicidades y conspiraciones, don-

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    de los medios de comunicacin son sealados como principales operadores de losclubes poderosos. As, la accin violenta, espontnea, lejos de toda planificacin,duramente dirigida contra los que se leen como representantes del poder policay rbitros, pero tambin contra la televisin, con ataques a las cmaras o a los pro-pios periodistas pretende reponer esa democracia imaginaria. La desaparicinde la Justicia como institucin legtima del Estado, por su deterioro poltico acele-rado en los ltimos aos, se representara metonmicamente en el estadio. El es-pontanesmo de los hinchas designa, tambin por metonimia, un ltimo escalndel descreimiento, de la desconfianza, del hasto. No de la barbarie.

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    Notas

    1. Una primera versin de este trabajo se public enMovimento e Mdia naEducaao Fsica, vol. 5, Santa Mara, UFSM (RS), 1999. Presentado ante elALAS 1999, fue sometido a discusin en el equipo de trabajo, a la luz de nue-va empiria producida y analizada.

    2. Se relevaron seis hechos de violencia importantes por distintas razones(poca, cantidad de vctimas, responsables, repercusin) a lo largo de treintaaos en tres diarios de Buenos Aires, distinguidos por los pblicos interpela-dos.

    3. Campaa organizada conjuntamente por la AFAy el monopolio encargadode las transmisiones televisivas, TyC, ocup distintos soportes (grfica, radioy televisin, y volantes en los estadios) durante un lapso muy prolongado detiempo. Para un primer (y contundente) anlisis, puede verse Calvo, 1998.

    4. De Ipola sostiene que las metforas biologicistas tiene su origen en la dis-cursividad del nacionalismo reaccionario francs de la segunda mitad del si-glo XIX, y desde all se transforman en un tpico habitual de los discursosderechistas.

    5. Un anlisis ms minucioso puede verse en Coelho et al, 1998.

    6. Entre 1996 y 1999 se realizaron cerca de 300 entrevistas a hinchas mili-tantes de equipos de ftbol argentino, fundamentalmente de Buenos Aires,aunque tambin se incluyeron hinchas de equipos del interior del pas.

    7. El signo ms claro de esta expansin es la futbolizacin de la pantalla te-levisiva: los centenares de horas, de cable o aire, de programacin deportiva,y el hecho de que los diez programas ms vistos de la televisin argentina en1998 fueron transmisiones deportivas.

    8. Los jugadores, asimismo, se ven fuertemente atravesados por la lgica es-pectacular: son nuevos miembros deljet-setlocal, inundan las pantallas, losavisos publicitarios; se transforman en smbolos erticos, se ven sujetos alasalto sexual. La relacin con el hincha alcanza as su mxima distancia.

    9. En ese sentido desarrollamos, en otro lugar, la idea de que el equipo nacio-nal haba perdido capacidad interpeladora. Ver Alabarces, 1999.

    10. En el caso del club Racing, una de las tribus se llamaRacing Stones, uni-dos a partir de su predileccin por la banda de rock Rolling Stones. Otra sedenominaLa 95, simplemente porque, procedentes del norte de la ciudad de

    Buenos Aires, se desplazan hacia el estadio de Racing con el bus nmero 95.Nuestro trabajo con la hinchada de All Boys, club de la 2 divisin del ftbolporteo, revela particiones similares: fragmentos visibles y que slo se recon-cilian en caso de un enfrentamiento. A veces, ni siquiera eso.

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    11. Para un mayor desarrollo del problema, ver Alabarces y Rodrguez, 1996:pp. 61-74.

    12. Dal Lago y Moscati (1992) proponen, en cambio, un desplazamiento dela estigmatizacin hacia los jvenes. En nuestro caso, creemos que est en lainterseccin: los jvenes de las clases populares. Ver en este sentido, Alabar-ces y Rodrguez 1996: pp. 61-74.

    13. Esta observacin se basa en nuestro trabajo de entrevistas antes citado.Un primer anlisis en trminos de la percepcin de la violencia por parte delos hinchas puede verse en Guindi, 1998.

    14. Pero la comparacin es imposible. A pesar de la posibilidad de analizarmicrosociolgicamente lo que podramos reconocer como caractersticas vio-lentas en la vida cotidiana de las clases populares, la presencia de la violen-

    cia institucional de las clases dominantes es previa y omnipresente, lo quenos llevara, antes que a un rgimen de comparacin, a un rgimen de causa-lidad.

    15. Nuevamente, ver Coelho et al, 1998.

    16 Souto fue un joven de quince aos asesinado por la barra de Huracn enun encuentro entre el equipo local y Racing Club. Los culpables fueron cap-turados y penados.

    17. Se trat de un enfrentamiento fuera del estadio de Boca entre las barrasde este club y la de Quilmes, liderada por el llamadoNegro Thompson. stefue reconocido por varios testigos como el responsable de los disparos quemataron a un hincha de Boca. Finalmente, fue detenido tras ser protegido por

    la Polica de la Provincia y por el entonces presidente de Quilmes, a la vezintendente designado por la dictadura. No fue condenado.

    18. El caso de la Puerta 12 ocurri en 1968, tras un partido entre Boca y Ri-ver. Murieron 71 personas en una avalancha contra una puerta, cerrada pre-sumiblemente por la polica. El caso nunca fue investigado ni encontradossus responsables. La versin de uno de nuestro informantes insiste en una va-riante poltica del caso: la hinchada de Boca habra cantado durante el parti-do la Marcha peronista, cntico identificatorio del entonces proscripto pe-ronismo. La polica habra motivado el desastre como castigo, segn esta ver-sin. A pesar de cierto carcter conspirativo, la historia argentina se empeaen validar explicaciones de este tipo.

    19. Adrin Scaserra fue asesinado en 1985 por una bala disparada al aire

    por las fuerzas policiales que pretendan reprimir, dentro del estadio de Inde-pendiente, a los hinchas de Boca. El padre insiste en que el autor del disparofue un oficial policial que apunt su arma a la multitud, pero nadie fue dete-nido por el hecho.

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    20. La cana es uno de los tantos sobrenombres de la polica en la Argenti-na, quizs el ms usual.

    21. Y la condena discursiva ni siquiera es compartida por las hinchadas. Enlas primeras fechas del campeonato de ftbol del 2000, una agrupacin reli-giosa evanglica desfil en los entretiempos de los partidos con una enormebandera que rezaba (nunca ms adecuado el trmino) Basta de violencia,portada por pares de nios vestidos con camisetas de clubes clsicamente ri-vales. El desfile de la bandera fue acompaado por estruendosas silbatinas enlos distintos estadios donde apareci.

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