acompañamiento vocacional de adolescentes y jóvenes

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87 ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL DE ADOLESCENTES Y JÓVENES maría Helena alvaraDo Jiménez * INTRODUCCIÓN Los jóvenes son para la Iglesia un don especial de Dios. No tienen miedo al sacrificio, sino a una vida sin sentido. Son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle. Pueden responder a esa llamada como sacerdotes, como consagrados y consagradas o como padres o madres de familia dedi- cados totalmente a servir a sus hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega, con su vida entera (Documento de Aparecida). Al comienzo del nuevo milenio el papa Juan Pablo II nos invita a «remar mar adentro», con una confianza incondicional en Jesucristo. Como per- sonas de fe, podremos aventurarnos en esa travesía si el Evangelio se ha convertido realmente en norma y regla de nuestra vida y si somos capaces de encarnarlo en los diversos contextos socio-culturales en los que nuestras comunidades actúan. Esta certeza nos motiva a trabajar por ellos para que puedan dar esa respuesta generosa al llamado que Dios les hace a comprometerse en el anuncio del Reino. Pero también a trabajar con ellos, pues son y serán siem- pre una prioridad y una necesidad de la Iglesia. Justificación Lo que nos motiva a realizar esta investigación es la necesidad de co- nocer el mundo vital de los (as) que se acercan para conocer el llamado a la vida religiosa. Porque hemos visto en nuestros institutos la falta de apertura de nuestros formadores y comunidades frente a la manera de ser de los jóvenes de hoy. Sentimos la necesidad que desde nuestros acompañantes vocacionales se cree la cultura de la escucha, la innovación y la renovación ante los ado- lescentes y jóvenes que se acercan a nuestras comunidades. * Trabajo de investigación para la Diplomatura en Pastoral Vocacional (Cebitepal, Es- cuela teológica, 1 de febrero al 18 de marzo de 2016, Bogotá, Colombia).

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ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL DE ADOLESCENTES Y JÓVENES

maría Helena alvaraDo Jiménez *

introDuCCión

Los jóvenes son para la Iglesia un don especial de Dios. No tienen miedo al sacrificio, sino a una vida sin sentido. Son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle. Pueden responder a esa llamada como sacerdotes, como consagrados y consagradas o como padres o madres de familia dedi­cados totalmente a servir a sus hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega, con su vida entera (Documento de Aparecida).

Al comienzo del nuevo milenio el papa Juan Pablo II nos invita a «remar mar adentro», con una confianza incondicional en Jesucristo. Como per­sonas de fe, podremos aventurarnos en esa travesía si el Evangelio se ha convertido realmente en norma y regla de nuestra vida y si somos capaces de encarnarlo en los diversos contextos socio­culturales en los que nuestras comunidades actúan.

Esta certeza nos motiva a trabajar por ellos para que puedan dar esa respuesta generosa al llamado que Dios les hace a comprometerse en el anuncio del Reino. Pero también a trabajar con ellos, pues son y serán siem­pre una prioridad y una necesidad de la Iglesia.

Justificación

Lo que nos motiva a realizar esta investigación es la necesidad de co­nocer el mundo vital de los (as) que se acercan para conocer el llamado a la vida religiosa.

Porque hemos visto en nuestros institutos la falta de apertura de nuestros formadores y comunidades frente a la manera de ser de los jóvenes de hoy.

Sentimos la necesidad que desde nuestros acompañantes vocacionales se cree la cultura de la escucha, la innovación y la renovación ante los ado­lescentes y jóvenes que se acercan a nuestras comunidades.

* Trabajo de investigación para la Diplomatura en Pastoral Vocacional (Cebitepal, Es­cuela teológica, 1 de febrero al 18 de marzo de 2016, Bogotá, Colombia).

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Objetivo general

Ofrecer a los(as) jóvenes un acompañamiento vocacional, desde un pro­ceso evangelizador, que ilumine su historia personal desde la realidad fami­liar y pueda hacer una opción vocacional en libertad y responsabilidad.

Objetivos específicos

1. Atender la formación permanente de las responsables de pastoral vo­cacional.

2. Acompañar a los y las jóvenes que se sienten llamados por Dios, en el proceso de discernimiento vocacional.

3. Ayudar a los adolescentes y a los jóvenes en el discernimiento y ela­boración del Proyecto de Vida.

1. DiagnóstiCo Del munDo vital De los Jóvenes

1. Ambiente socio-político

Los jóvenes:‒Experimentan y sufren la violencia, pero no son inmunes a ella: con

frecuencia se manifiestan agresivos.‒Son sensibles a la realidad social. ‒Tienen capacidad de liderazgo y creatividad. ‒Falta de equidad y eficacia en la administración de la justicia. ‒Manipulación de la opinión pública. ‒La locura de la carrera armamentista. No obstante, la juventud desea: ‒Una sociedad que promueva el desarrollo integral de las personas.‒Una sociedad en la que la familia asuma su rol de educadora y trasmi­

sora de valores. ‒Una sociedad que garantice y promueva canales de participación para

los(as) jóvenes. ‒Una sociedad en la que los ciudadanos aprendan a vivir y desarrollar

los valores de la democracia. ‒Una sociedad que conjugue la calidez y calidad de relaciones interper­

sonales.‒Una sociedad con políticas de Estado dirigidas a la promoción, el res­

peto y la defensa de la vida y conservación del medio ambiente.

Los jóvenes pasan por una situación difícil de violencia: «La vida social, en convivencia armónica y pacífica, se está deteriorando gravemente en

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muchos países de América Latina y de El Caribe por el crecimiento de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es más grave, en asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera. La violencia reviste diversas formas y tiene diversos agentes: el crimen organizado y el narco­tráfico, grupos paramilitares, violencia común sobre todo en la periferia de las grandes ciudades, violencia de grupos juveniles y creciente violencia intrafamiliar»1.

También los jóvenes ven el desencanto en lo político: «En amplios secto­res de la población, y especialmente entre los jóvenes, crece el desencanto por la política y particularmente por la democracia, pues las promesas de una vida mejor y más justa no se cumplieron o se cumplieron sólo a medias. En este sentido, se olvida que la democracia y la participación política son fruto de la formación que se hace realidad solamente cuando los ciuda­danos son conscientes de sus derechos fundamentales y de sus deberes correspondientes»2.

2. Ambiente socio-económico

Los jóvenes:‒Son generosos y solidarios. ‒Afrontan diversas formas de trabajo prematuro e inadecuado a su edad,

con serio peligro para su realización personal y capacitación profesional. ‒Trabajo clandestino de menores de edad. ‒Víctimas del consumismo y de la moda. ‒Aspiran a una profesión para «tener», para «poder» y no para «ser «y

para «servir». ‒Hay jóvenes que están descubriendo la belleza del servicio y de la gra­

tuidad, como en el caso del «voluntariado». ‒Los jóvenes dependen económicamente de la familia y en algunos ca­

sos se ven obligados a aportarle a ella.Aparecida nos dice que es importante «colocar como prioridad la crea­

ción de oportunidades económicas para sectores de la población tradicio­nalmente marginados, como las mujeres y los jóvenes, desde el reconoci­miento de su dignidad»3.

1. Documento Aparecida 78.2. DA 77.3. DA 406.

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3. Ambiente socio-cultural

Los jóvenes:‒Tienen capacidad de diálogo y participación. ‒Son arriesgados e innovadores.‒Amantes de la tecnología. ‒Son espontáneos, libres y descomplicados. ‒Los jóvenes son víctimas del cambio acelerado, se sienten solos, desi-

lusionados, frustrados. ‒Son víctimas de los medios de comunicación.‒Gran parte de la juventud carece de proyectos, está desilusionada, apá­

tica, desorientada, lo relativiza todo y tiende a creer sólo en lo que puede experimentar, a vivir al día de acuerdo con el gusto del momento.

‒Está dedicada a la búsqueda continua de nuevas experiencias, pero sin comprometerse por un futuro, que no conoce y del que faltan modelos dignos de crédito.

‒Aspira a ser profesional, pero sin esfuerzo. ‒Han pasado de lo rural a lo urbano. ‒Los jóvenes viven sumergidos en el erotismo.

El Documento de Aparecida nos habla de muchos rostros que sufren, entre ellos de los «jóvenes que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar en el merca­do del trabajo para desarrollarse y constituir una familia»4.

4. Ambiente socio-religioso

Los jóvenes:‒Son apáticos a las expresiones religiosas heredadas.‒Rechazan cuanto a sus ojos aparece como moralismo y legalismo. ‒Frente a los desafíos de la vida se encuentran sin fe y sin esperanza,

desorientados. ‒En la familia hay poca preocupación por formar en valores humanos,

espirituales.‒Las jóvenes han recibido el impacto de la incoherencia de vida de sacer­

dotes, religiosos y en general de los adultos, por lo tanto manifiestan rebeldía a la vivencia de la religión.

‒Escasa participación en la vida sacramental.

4. DA 65.

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«Se están dando en América Latina y el Caribe nuevas reformas educa­tivas, pero más en función de la producción, la competitividad y el mercado; no despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su espíritu religioso; tampoco les enseñan los caminos para superar la violencia y acercarse a la felicidad, ni les ayudan a llevar una vida sobria»5.

5. Ambiente socio-familiar

‒Promover una Pastoral Juvenil Vocacional que vincula a la familia en el proceso del joven, para que él la valore como comunidad de vida y de amor.

‒Conocer la realidad familiar del joven para poder orientar y acompañar su proceso a través de actividades personales y grupales.

‒Visitar a las familias en su contexto.‒Motivar al joven para que escriba su historia personal. ‒Reconocer los dones que trae el joven desde su hogar para que él se

sienta orgulloso de su familia. ‒Fortalecer los vínculos con la familia. ‒Anhelan tener familias integradas. ‒Hacen parte de familias divididas o incompletas, divorciadas o separa­

das, viviendo en estado de angustia, ansiedad e inestabilidad. ‒Jóvenes con fuertes carencias afectivas. ‒Se da también el caso de jóvenes que no se sienten amados o que

incluso perciben que no se quiso su existencia. ‒Violencia intrafamiliar. ‒Abuso sexual y violación, incesto. ‒Liberación femenina, machismo. ‒Crisis de identidad.

«Hoy no podemos pensar la Pastoral Juvenil sin la Pastoral Familiar. En efecto, la formación y el acompañamiento de la juventud debe realizarse en perspectiva holística»6.

2. la PeDagogía en el aComPañamiento voCaCional

1. Tarea del ministerio vocacional

El término «ministerio» viene del latín ministerium, que significa «servi­cio». En las primeras comunidades de la Iglesia vemos una gran variedad de servicios, funciones y tareas que reciben la denominación común de

5. DA 328.6. Civilización del Amor. Proyecto y Misión, Celam, n.º 173, 2Bogotá 2013, 125.

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ministerios. Para este capítulo nos basaremos en Documento final del Con­greso Europeo sobre las Vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa7.

a) Sembrar (cf. NVNE 33) La primera tarea del animador vocacional es sembrar. Solamente se

recogerá aquello que antes se ha sembrado. ¿Qué sembrar? La dimensión vocacional penetra todo el Evangelio. En

efecto, todo encuentro o diálogo que registra el Evangelio tiene un significa­do vocacional. Todo en Jesús es, por tanto, llamada. Él fue sembrador. Je­sús dice, en la breve parábola del grano de mostaza, que «una vez crecida, es la más grande de las hortalizas» (Mt 13, 32); por tanto, es una semilla que posee su fuerza, aunque no es evidente de inmediato, antes bien, necesita muchos cuidados para madurar. La siembra es sólo el primer paso, al que deben seguir otras atenciones bien precisas.

¿Cómo sembrar? La actitud del animador vocacional debe inspirarse en el hacer de Dios. Dios­Padre es el sembrador. Los campos donde continúa esparciendo su semilla son la Iglesia y el mundo. Y la esparce abundante­mente, con absoluta libertad y sin exclusiones de ningún tipo. La vocación es, por tanto, totalmente acción de Dios, pero también real actividad del hombre: trabajo y penetración de Dios en lo profundo de la libertad humana, pero también fatiga y lucha del hombre, libre de acoger el don.

¿Dónde sembrar? Precisamente el respeto de ambas libertades signifi­ca, ante todo, valor para sembrar la buena semilla de la fe y del seguimiento. No se hace ninguna pastoral vocacional, si no se tiene este valor. No sólo esto; sino que es necesario sembrar por doquier, en el corazón de cualquie­ra, sin ninguna preferencia o excepción. Si todo ser humano es criatura de Dios, también es portador de un don, de una vocación particular que espera ser reconocida.

¿Cuándo sembrar? Forma parte de la sabiduría del sembrador esparcir la buena semilla de la vocación en el momento propicio. Lo que de ningún modo significa adelantar los tiempos de la opción o pretender que el adoles­cente tenga la misma capacidad de decisión que un joven, sino comprender y respetar el sentido vocacional de la vida humana.

b) Acompañar (cf. NVNE 34)Una vez sembrada la semilla, es preciso actuar sobre la siembra. Las

actividades propias del animador vocacional, después de que se ha rea­

7. Nuevas vocaciones para una nueva Europa, Roma, 5­10 de mayo de 1997, 2.5.

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lizado la siembra, las calificamos de acompañar, educar y formar. A ellas dedicamos las tres partes siguientes, que absorberán la mayor parte de su trabajo pastoral.

1. Ponerse al lado. El primer paso, o el primer cuidado en este camino, es ponerse al lado: el sembrador o quien ha despertado en el joven la con­ciencia de la semilla sembrada en el terreno de su corazón, se convierte ahora en acompañante.

2. Seguir un itinerario vocacional. Un itinerario pedagógico vocacional es un viaje orientado hacia la madurez de la fe, como una peregrinación hacia el estado adulto del creyente, llamado a disponer de sí mismo y de la propia vida con libertad y responsabilidad, según la verdad del misterioso proyecto pensado por Dios para él.

Tal viaje se realiza por etapas en compañía de un hermano o hermana mayor en la fe y en el discipulado, que conoce el camino, la voz y los pasos de Dios, que ayuda a reconocer al Señor que llama y a discernir el camino que recorrer para llegar a Él y responderle.

Un itinerario vocacional es, por tanto y ante todo, camino con el Señor de la vida, aquel «Jesús en persona», que se aproxima al camino del hombre, hace el mismo recorrido y entra en su historia.

3. Señalar la presencia de otro. Una importante tarea del acompañante vocacional es la de indicar la presencia de Otro, o de admitir la naturaleza relativa del propio acompañamiento, para ser mediación de tal presencia o itinerario hacia el descubrimiento del Dios que llama y se avecina a cada hombre.

4. Identificar los pozos de agua. Comienza así un inédito coloquio voca­cional como, por ejemplo, el de Jesús y la Samaritana (Jn 4, 6).

La soberana libertad de Jesús. También este pasaje trasluce la sobe­rana libertad de Jesús en buscar donde quiera y en quien quiera a sus mensajeros.

Identificar los pozos de hoy. Para nuestros jóvenes se trata de todos los lugares y momentos, los desafíos y expectativas por donde antes o después deben pasar con sus ánforas vacías, con sus interrogantes no expresados, con su suficiencia arrogante, pero a menudo sólo aparente, con su deseo profundo e indeleble de autenticidad y de futuro.

No una pastoral de espera. La pastoral vocacional no puede ser «de es­pera», sino actuación de quien busca y no se da por vencido hasta que no haya encontrado, y que se hace encontrar en el lugar y en el «pozo» justo, allí donde el joven da cita a la vida y al futuro.

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5. Compartir y testimoniar la propia vocación. Acompañar a un joven en su discernimiento vocacional no es conferir una dirección (espiritual) a su vida, enseñarle cosas o entablar una relación en un único sentido.

Acompañar es esencialmente compartir el pan del camino, es decir, la propia fe, la memoria de Dios, la experiencia de la lucha, de la búsqueda, del amor a Dios.

c) Educar (cf. NVNE 35)Después de la siembra, que se continúa como hemos visto a lo largo del

camino del acompañamiento, se trata de educar al candidato. La mediación del acompañante debe, por tanto, e­ducar, es decir, e-ducere: sacar fuera o e­vocar la verdad de la persona, lo que ella es en su consciente y subcons­ciente, con su historia y sus heridas, con sus dotes y debilidades, para que pueda conocerse y realizarse en lo más posible.

1. Educar en el conocimiento de sí mismo. Tomar conciencia del propio egocentrismo. Cuántos jóvenes no acogen la llamada vocacional no por no ser generosos e indiferentes, sino simplemente porque no se les ha ayudado a conocerse, a descubrir la raíz ambivalente y pagana de ciertos esquemas mentales y afectivos; y porque no se les ha ayudado a liberarse de sus mie­dos e inseguridades, conocidos o ignorados, respecto a la vocación.

La sinceridad, como paso necesario. Educar significa, ante todo, sacar fuera la realidad del yo, tal como es, si después se quiere llevarlo a ser como debe ser: la sinceridad es un paso fundamental para llegar a la verdad

2. Educar en el misterio. El misterio como clave de lectura. La pérdida del significado del misterio es una de las causas más importantes de la crisis vocacional.

3. Educar para leer la propia vida. En el Evangelio Jesús invita a los dos de Emaús, en cierto modo, a volver a la vida, a los sucesos que habían causado su tristeza, mediante un sabio método de lectura, capaz no sólo de recomponer entre ellos los acontecimientos en torno a un significado central, sino de descubrir, en el entramado misterioso de la vida humana, la hebra de un proyecto divino.

4. Educar para in-vocar. Si la lectura de la vida es acción espiritual, ella obliga necesariamente a la persona no sólo a reconocer su necesidad de re­velación, sino a celebrarla, con la oración de in­vocación. Y, por consiguien­te, si la oración es el camino natural de la búsqueda vocacional, hoy como ayer, o mejor, como siempre, son necesarios educadores vocacionales que recen, enseñen a rezar y eduquen en la invocación.

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d) Formar (cf. NVNE 36)No basta con educar, hay también que formar, esto es, proponer un mo­

delo concreto, un nuevo modo de ser o una «forma» que constituye la nueva identidad del candidato, lo que es llamado a ser. Si educar es roturar la tierra, formar es introducir en ella la vitalidad de una semilla, una fuerza que irrumpe y genera nueva vida. La semilla que cae en la tierra muere y fructifica.

1. Reconocer a Jesús al partir el pan. El momento decisivo del episodio de Emaús es, sin duda, aquel en el que Jesús toma el pan, lo parte y lo da a cada uno de ellos: «Entonces se abrieron sus ojos y lo reconocieron».

2. Reconocer la verdad de la vida. Si la eucaristía es el sacrificio de Cristo que salva a la humanidad, y si dicho sacrificio es cuerpo roto y sangre de­rramada por la salvación de la humanidad, también la vida del creyente está llamada a modelarse sobre la misma correlación de significados: también la vida es bien recibido que tiende, por su naturaleza, a convertirse en bien dado, como la vida del Verbo. Es la verdad de la vida, de toda vida.

3. Reconocer y agradece. Pero si es en el gesto eucarístico en el que los dos de Emaús reconocen al Señor, y cada creyente el sentido de la vida, entonces la vocación nace del reconocimiento. Nace sobre el terreno de la gratitud, porque la vocación es respuesta, no iniciativa personal de cada uno: es ser escogido, no escoger.

4. Auto-reconocerse como discípulo. Los ojos de los discípulos de Emaús se abren ante el gesto eucarístico de Jesús. En el corazón que arde está el descubrimiento de la vocación y la historia de cada vocación. Unida siempre a una experiencia de Dios, en quien la persona se descubre también a sí misma y su propia identidad.

e) Discernir (cf. NVNE 37)Finalmente, el resultado de todo el proceso como meta y llegada es la

acción del discernimiento, que permite la decisión a la que aboca todo el itinerario. Esta tarea invita al animador vocacional a observar tanto las reac­ciones del candidato como el procedimiento seguido.

2. Efectos de la opción vocacional en el llamado

a) Adquirir la capacidad de tomar decisiones coherentesEs precisamente esta decisión la que falta a menudo en los jóvenes de

hoy. Por tal motivo, y con el fin de «ayudar a los jóvenes a superar la indeci­sión ante los compromisos definitivos, parece útil prepararlos gradualmente

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a asumir responsabilidades personales (…), confiarles tareas adecuadas a sus posibilidades y a su edad, (…), favorecer una educación progresiva a las pequeñas opciones de cada día ante los valores (gratuidad, constancia, so­briedad, honradez…)».

b) Encontrar las fuentes de la propia identidadLa opción vocacional indica cambio de vida, pero en realidad también es

signo de una recuperación de la propia identidad, como una vuelta a casa, a las raíces del yo. En el pasaje de Emaús, dicha vuelta la simboliza la ex­presión: «… y volvieron a Jerusalén».

Es muy importante, en la formación a la opción vocacional, afirmar la idea de que ella representa la condición para ser uno mismo y para realizarse según el único proyecto que puede conducir a la felicidad.

c) Dar testimonio de la propia vocaciónEn Jerusalén los discípulos de Emaús encontraron reunidos a los Once

y a sus compañeros, que les dijeron: «El Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo le reconocieron en la fracción del pan (cf. Lc 24, 33­35). El dato más significativo de este fragmento, respecto a la opción vocacional, es el testimonio de los dos, un testimonio particular, porque sucede en un contexto comunitario y tiene un sentido vocacional preciso.

3. El discernimiento por parte del acompañante

a) Discernir la apertura al misterio del candidatoLa auténtica certeza subjetiva vocacional es la que deja espacio al mis­

terio y a la sensación de que la propia decisión, aunque firme, deberá per­manecer abierta a una continua investigación del misterio.

La actitud típicamente vocacional es manifestación de la virtud de la pru­dencia, más que ostentosa capacidad personal.

Son, también, buen indicador vocacional las capacidades de acoger e integrar aquellas polaridades contrapuestas que constituyen la dialéctica natural del yo y de la vida humana.

Está bien familiarizado con el misterio de la vida como lugar en el que percibir una presencia y una llamada, el joven que descubre las señales de una llamada por parte de Dios no sólo en los sucesos extraordinarios, sino en su historia.

Pertenece a esta categoría de la apertura al misterio otra característica fundamental del verdaderamente llamado: la de la gratitud.

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b) Discernir la identidad y las motivaciones vocacionalesLa primera condición es que la persona manifieste estar en grado de

separarse de la lógica de la identificación a los niveles corporal (= el cuerpo es fuente de identidad positiva) y psíquico (= las propias dotes como única y preeminente garantía de autoestima), y descubra, en cambio, la propia positividad radical unida firmemente al ser, recibido como don de Dios (es el nivel ontológico), y no a la precariedad del tener o del parecer.

Vocación, quiere decir, fundamentalmente llamada: es, por tanto, un su­jeto externo, una llamada objetiva, y una disponibilidad interior a dejarse llamar, a reconocerse en un modelo no diseñado por el llamado.

Sobre la motivación o la modalidad de la opción vocacional, el criterio fundamental es el de la totalidad (o ley de la totalidad); esto es, que la deci­sión sea manifestación de una implicación total de las funciones psíquicas (corazón­mente­voluntad).

Más en concreto, hay madurez vocacional, cuando la vocación se vive e interpreta como un don, pero también como una llamada exigente: a vivir para los otros y no sólo para la propia perfección, y con los otros, en la Iglesia madre de todas las vocaciones, en un específico seguimiento de Cristo.

c) Discernir la reconciliación del candidato con su pasado dolorosoLa tercera área sobre la que se centra la atención de quien discierne una

vocación, es la referente a la relación entre pasado y presente, entre recuer­do y proyecto. Ante todo, es importante que el joven esté sustancialmente reconciliado con su pasado, con lo inevitable negativo, de todo género, que forma parte de él, y también con lo positivo, que debería estar en grado de reconocer con gratitud; reconciliado, además, con los modelos significativos de su pasado, con sus cualidades y debilidades.

Se considera ahora, con atención, el tipo de recuerdo que el joven tiene de su propia historia y la interpretación que hace de ella.

Particularmente significativa es la actitud del joven frente a los traumas de la vida pasada, más o menos graves. Es preciso prestar mucha atención a las vocaciones que nacen como consecuencia de enfermedades, desilu­siones o accidentes varios todavía no bien curados. En tal caso se requiere un más atento discernimiento, incluso recurriendo a consultas especializa­das para no cargar pesos imposibles sobre hombros débiles.

d) Discernir la «docibilitas» vocacional del candidatoEn la última fase del itinerario vocacional es clave la decisión. Para ello

hay que discernir el grado de «docibilitas» del candidato, o sea, la libertad interior de dejarse guiar por un hermano o hermana mayor; en especial en

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las fases estratégicas de la reelaboración y reapropiación del propio pasa­do, en particular el más problemático, y la consiguiente libertad de aprender y de saber cambiar.

En la base del requisito de la «docibilitas» está la condición de ser joven como actitud global existencial, con la voluntad de dar el máximo de sí, capaz de socializar y de apreciar la belleza de la vida, consciente de las propias limitaciones y de las propias aptitudes, consciente del don de haber sido elegido.

e) Discernir la centralidad del área afectivo-sexual en particular

Un área particularmente digna de atención, hoy más que ayer, es la afec­tivo­sexual. En concreto, el joven debería mostrar el equilibrio humano que le permite saber estar en pie por sí mismo, debería poseer la seguridad y autonomía que le facilitan la relación social y la amistad cordial, y el sentido de responsabilidad que le permite vivir como adulto la misma relación social, libre de dar y de recibir.

Por cuanto atañe a las inconsistencias, siempre en el área afectivo se­xual, un prudente discernimiento debería tener en cuenta la centralidad de esta área en la evolución general del joven y en la cultura (o subcultura) actual. No es, pues, extraño o raro que el joven muestre específicas debili­dades en este área.

La madurez vocacional, en fin, es decidida por un elemento esencial que da verdaderamente sentido a todo: el acto de fe. El joven auténticamente llamado debería demostrar la solidez del acto creyente, manteniendo juntos estos extremos.

4. Las actitudes del acompañante

Lo fundamental en el acompañamiento no es lo que se dice, ni las téc­nicas que emplea el acompañante, sino la calidad del encuentro personal, el establecimiento de una buena relación personal con el acompañado. Di­chas actitudes se pueden reducir a las siguientes:

a) Fe en el dinamismo de la zona profunda del ser

En el fondo de toda persona existe una zona positiva que está animada por un impulso vital que permite a toda persona llegar a ser lo que es. Se tra­ta de una tendencia propia a toda vida humana a expandirse, crecer, desa­rrollarse y madurar. Es una orientación profunda positiva, constructiva, que tienden a la realización de la persona, que progresa hacia la maduración y la socialización. Cuanto mejor comprendido y aceptado es un individuo,

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mayor es su tendencia a abandonar las falsas defensas que ha usado para afrontar la vida y a comprometerse en un camino progresivo.

b) AutenticidadConsiste en que el acompañante se conozca tal como es, se acepte a

sí mismo incluso en los aspectos más negativos que pueda haber en él y en la franqueza de presentarse a cara descubierta, evitando esconderse detrás de una máscara o del rol que desempeña. La autenticidad permite crear el clima de franqueza y de confianza recíproca necesario para la rela­ción. La falta de autenticidad introduce en el encuentro personal un «doble lenguaje» que oscurece la comunicación y hace perder la confianza en el acompañante.

c) Aceptación incondicionalSe le llama también actitud positiva incondicional. Se trata de atención,

afección, interés y respeto por el acompañado. Ello supone que el acompa­ñante admite realmente al acompañado, cualquiera que sea el sentimiento que lo mueve en el momento: miedo, confusión, dolor, orgullo, cólera, odio, amor, valor, terror, y cuida de él, si bien no de una manera posesiva; que lo aprecia en su totalidad, y no de manera condicional. No se contenta con aceptarlo cuando tiene ciertos comportamientos, y desaprobarlo cuando tiene otros. Ello implica:

‒Aceptar sus sentimientos respecto de mí y a lo que me es querido: El acompañante debe preguntarse si es capaz realmente de permitir al otro ex­perimentar sentimientos hostiles hacia él. Ello supone distinguir entre acep­tar a la persona y aprobar los actos en sí mismos, en su contenido objetivo.

‒No manifestar aprobación ni desaprobación, en cuanto a la persona y sus decisiones. El acompañante debe ser un doble del otro, un segundo yo, otro él mismo, pero un yo confiado, comprensivo, sin temor, acogedor y amable. Esa actitud permite al otro recobrar la confianza en sí mismo y explorarse sin miedo de aceptarse y amarse.

d) Empatía en la diferenciaLa empatía consiste no sólo en la capacidad de captar el significado de la

experiencia ajena, sino también la capacidad de devolver este significado a quien lo vive, para que él/ella sienta que realmente está siendo comprendido. Percibir de manera empática es percibir el mundo subjetivo del otro, como si fuésemos esa persona. Pero no debe anular nunca la distancia, de manera que no sea una disolución del propio yo en el ajeno o, a la inversa, del yo

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ajeno en el propio. Si esta última condición está ausente o cesa de obrar, no se trata de empatía sino de identificación. Ha de ir unida a las otras actitudes de las que aquí hablamos también. No puede darse sin ellas. Puede ser considerada como actitud y como técnica. Como actitud significa sensibilidad hacia el acompañado, atención a sus contenidos existenciales, gozo en el acompañamiento de su proceso de integración personal y de clarificación opcional. Como técnica, evita imponer soluciones. Actitud de «reflejo» (hacer de espejo), ayudarle a personalizar y establecer un proyecto personal.

e) Respeto de la autonomía del otroEsta actitud es importante, pues sólo el acompañado posee la totalidad

de las informaciones sobre lo que vive. Él siente, al menos vagamente, dónde está el nudo de su proceso y dispone de los medios para resolverlo. Ello exige:

‒No alienar. Entre la exposición y el análisis de la propia situación, hay que dejar al acompañado escoger, en último término, por sí mismo sus pro­pias pistas, ya que percibe intuitivamente la totalidad de su problemática y los aspectos que tienen importancia para él mismo en este momento.

‒Respetar la autonomía. En la búsqueda de los medios para caminar y en la toma de decisiones hay que respetar su autonomía. Solamente él puede decidir lo que le conviene ahora.

‒Tener fe en el otro. Esto solo es posible si se tiene fe en los aspectos positivos de su ser, a pesar de las perturbaciones y zozobras que puede describirnos.

‒No dirigir. Esta actitud supone que el acompañante debe haber excluido toda intención de hacer tomar conciencia, de dirigir, formar, manipular… Para acompañar hay que utilizar una relación de enseñanza.

‒Respetar los ritmos. Ante la lentitud de proceso, hay que recordar que no hay crecimiento verdadero y definitivo, sino desde el interior.

5. La madurez humana del acompañante

El acompañante debe poseer la necesaria madurez para la relación per­sonal con los otros. El ideal es conseguir que las personas acompañadas lleguen a gestionar su vida humana y cristiana con libertad, siendo ellas mismas las protagonistas en los encuentros de acompañamiento. La ca­lidad humana de quien acompaña contribuye en gran manera a favorecer el crecimiento. Señalo algunas cualidades básicas que exigen una notable madurez humana al acompañante.

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a) La escucha en profundidad para comprender. Una escucha que nace de lo profundo de sí mismo, no sólo de la cabeza. Alcanza la vivencia de la otra persona y trata de percibir lo que siente, más allá de lo que expresa.

b) El no-juicio y la benevolencia. Desaprobar o condenar la vivencia in­terior de alguien es pisotearlo en sus entrañas. En un reflejo de protección y de supervivencia, la persona juzgada inevitablemente se endurece, se retracta, cesa en sus confidencias. Peor aún, se desvaloriza y bloquea sus mecanismos de crecimiento. El no­juicio y la benevolencia, por el contrario, permiten al caracol salir de su concha. Pudiendo existir en libertad, sin te­mor, la persona libera sus dinamismos de vida.

c) La fe en el otro: Toda persona está constituida por potencialidades en espera de actualización. Si se descubren sus riquezas interiores y se cree en ellas, la persona se revelará en su identidad, se fundamentará en ella, se atreverá a existir según lo que es, se erigirá, se pondrá en pie y caminará hacia delante.

d) La empatía en la diferencia: «Es la actitud que lleva a ponerse en si­tuación existencial de la otra persona, a comprender su estado emocional, sin confundirse o fusionarse con ella, a tomar conciencia íntima de sus sen­timientos, a meterse en su experiencia y asumir su situación»8. Es ponerse a sí mismo entre paréntesis momentáneamente; es caminar con los zapatos de otro durante una parte del camino.

e) El respeto de su libertad: Se llega a ser uno mismo ejerciendo la pro­pia libertad y tomando decisiones por sí mismo. Respetar la libertad de cada persona, porque se tiene fe en ella, es darle la oportunidad de ser ella misma. El que acompaña puede ejercer una gran influencia. El respeto de la libertad no dispensa de dar la propia opinión, en total autenticidad, si la persona la pide y si es necesario.

f) La autenticidad: La persona ayudada necesita autenticidad. Tal au­tenticidad no debe nunca suplir su capacidad de decidir, dándole confianza para juzgar lo que es bueno para ella, en la situación en la que se encuentra. La autenticidad respeto de la libertad es indispensable para que la persona pueda estructurar su personalidad. Necesita estar en relación con otros se­res humanos consistentes, verdaderos, auténticos en su relación con ella y, al mismo tiempo, respetuosos de su libertad para atreverse a lanzarse por la ruta de la afirmación en quien ella es.

g) La simpatía e incluso el afecto: Cuando alguien es capaz de alcanzar a un ser humano en el corazón, más allá de las apariencias, siente nacer

8. Cf. J. C. Bermejo, Apuntes de relación de ayuda, Santander 1998, 25­32.

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dentro una corriente de simpatía e incluso de afecto. Toda persona necesita de este calor humano para poder desplegarse en lo que es. La simpatía y el afecto no reducen en nada la distancia necesaria para el trato pastoral, ni tampoco desvalorizan la empatía. Simpatía y afecto no significan familiari­dad abusiva ni manipulación afectiva, ni ingenuidad.

6. La pedagogía vocacional

La pastoral vocacional es una acción evangelizadora. Consecuentemen­te, su pedagogía no es otra que transmitir el Evangelio. Las características de esta pedagogía son bien claras y se distinguen de otro tipo de estrategias que son incompatibles con el camino de la fe. Entre las notas que caracteri­zan la pedagogía vocacional cabe destacar:

‒El testimonio de vida. Se trata de una invitación que parte de la propia vida e invita a comprometer la vida. Esto frente a la mera propaganda, que tiende a manipular o a coaccionar a las personas.

‒La presencia gratuita y cercana. El Evangelio se transmite por comuni­cación directa, de persona a persona, donde la presencia es fundamental. No sólo ni principalmente por medios técnicos o masivamente.

‒Los procesos graduales. El Evangelio no se transmite de modo rápido o inmediato, sino a través de un proceso más o menos prolongado, en el que se puede llegar a dar la metanoia o cambio profundo en la persona.

‒La catequesis. El Evangelio se transmite a través de una enseñanza precisa que recibe este nombre. La catequesis no tiene su identidad en el adoctrinamiento, sino en las actitudes de vida que la persona adopta como consecuencia de su opción de fe. Consiste más en enseñar a vivir que en enseñar doctrinas.

‒El sentido orante y espiritual. El fin último de la evangelización es la unión con Dios, el Padre de Jesucristo, cuya presencia y amor es precisa­mente buena noticia para la humanidad. La oración y la unión con Dios está en el centro del proceso. No somos llamados para hacer cosas, sino para ser, junto al Señor, hombres nuevos. Desde este contexto hemos elaborado este apartado sobre la pedagogía vocacional, dividiéndolo en dos partes: el proceso de la vocación y el llamado por el propio nombre. El primer apartado hace una descripción del proceso vocacional y propone los medios pedagó­gicos para cuidar dicho proceso. El segundo, pone atención al modo de la llamada, según el modelo de Jesús9.

9. Cf. A. Cencini, Vocaciones. De la nostalgia a la profecía, Sígueme, Salamanca 2008.

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3. Seguimiento y aComPañamiento voCaCional

1. Proceso de acompañamiento vocacional

a) ¿Qué es el acompañamiento vocacional?

Es aquella relación interpersonal entre acompañante y acompañado en la «que el acompañante ayuda al acompañado a reconocer, acoger y res­ponder a la acción de Dios que pasa como salvador y señor por su vida y le llama a seguirle según un proyecto de vida. El acompañamiento vocacional es el dinamismo»10 privilegiado de la pastoral vocacional. A través de él es posible detectar y acompañar con profundidad las inquietudes y signos vocacionales que aparecen en los llamados y ayudarles a personalizar su proyecto de vida cristiana específica. Se trata, por tanto, de una ayuda tem­poral e instrumental que una persona presta a otra para que esta última pueda vivir adecuadamente su proceso vocacional.

El proceso vocacional es un camino con niveles y etapas distintas, con­ceptualmente diferenciadas, donde un observador atento puede descubrir convergencias entre lo teológico y lo antropológico. Desde ahí se plantea la tarea del acompañamiento. Podemos decir que se dan los siguientes mo­mentos: Nace la vocación / Se detecta esa vocación / Se acompaña, discier­ne y examina la vocación / El sujeto consolida su vocación / El acompañante examina la vocación / Se acoge la vocación con la primera incorporación institucional.

El acompañamiento vocacional no es propiamente una etapa, sino una ayuda, un instrumento de discernimiento que debe cubrir todo el proceso vo­cacional. Por «proceso» entendemos aquel segmento de la historia vocacio­nal del individuo que abarca en concreto desde el nacimiento de la vocación (autoconciencia de la misma) hasta el ingreso en el correspondiente centro de formación. Tres aspectos son los más significativos: el fin del acompaña­miento es que el candidato responda personalmente a la llamada de Dios; el medio para hacerlo es el discernimiento; los recursos pedagógicos y pasto­rales. Todos estos recursos «sirven para animar la pastoral vocacional y para implicar a todas las personas y comunidades cristianas en el interés y trabajo por las vocaciones. Poseen, por lo tanto, una clara intención vocacional. De esos recursos, se denominan dinamismos, por la energía que poseen en sí mismos para impulsar el camino de la pastoral vocacional»11 .

10. Teología y pastoral para América Latina. Cultura vocacional, en Medellín, Itepal, vol. XXXVII, n.º 146, Bogotá, abril­junio 2011.

11. R. G. Alvarado Guerrero, Acompañamiento vocacional de adolescentes y jóvenes estudiantes, 1.

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El acompañamiento vocacional, no es una tarea que se puede dejar al azar o a la improvisación del momento, la realización personal, integral de la persona, y fidelidad y mayor eficiencia en la sociedad y en la Iglesia, no es cuestión de suerte, se trata de un proceso intencional, especialmente buscando, de una dimensión imprescindible en la acción educativa pastoral, de un proceso que requiere una preparación adecuada. Acompañamiento vocacional, no es sólo el diálogo personal, sino todo el conjunto personal, que ayude a la persona a: asimilar personalmente los valores y las expe­riencias vividas; a adecuar la propuesta general a su situación concreta, y a clarificar y profundizar motivaciones y criterios.

b) Funciones del animador de la pastoral vocacionalEl promotor de la pastoral vocacional tiene distintas funciones, entre las

que se encuentran las siguientes: ‒Escuchar con la mente libre de prejuicios la historia personal de los jó­

venes. No se trata de indicar caminos, sino de acompañar a los jóvenes en su propio camino, encontrarlo, para que en su recorrido puedan descubrir el paso del Señor, las resonancias del Espíritu. Este escuchar tiene que estar cargado de misericordia, para ayudar a superar el pasado y abrirse al futuro con la luz de Dios.

‒Ayudar al joven a leer en su propia historia los signos y marca del paso de Dios por su vida, sus llamadas, las resonancias del Espíritu Santo; los síntomas con las necesidades de los hombres que va haciendo patentes en la historia a la luz de la Palabra de Dios.

‒Ayudar a leer la realidad como grito de Dios que se hace presente en el necesitado y que pide ayuda y que en definitiva le encomienda una misión.

‒Anunciar la Buena Nueva de la vocación como sentido de la vida, como la razón de su existencia en el mundo, que da plenitud a la vida, la colma de gozo y ofrece auténticas razones para vivir.

‒Estimular a los vacacionados al compromiso, a la acción, acompañán­dolos en el desempeño de los mismos, revisar lo que hacen, el modo de realizarlo, las acciones provocadas y desde ahí descubre nuevos y más amplios campos de servicio.

c) El proceso de acompañamiento vocacionalEste proceso tiene dos etapas: la animación vocacional y el acompaña-

miento vocacional.1. La primera etapa se refiere a la acción pastoral vocacional, donde

a través de actividades varias se promueve las vocaciones en y para la

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Iglesia. Este proceso cuenta con tres momentos bien definidos, que son los siguientes: salir, suscitar y acoger.

Entre las posibles acciones cabe destacar las siguientes: despertar in­quietudes vocacionales en la juventud; acoger a los jóvenes que se acercan a las comunidades; promover a todo joven un discernimiento vocacional; crear espacios de diálogo y reflexión vocacional; acompañar procesos con­tinuos en los jóvenes.

Las acciones referidas al acompañar y crecer pueden ser: conocer la his­toria personal y familiar de la joven; acercarse a las familias de los jóvenes; descubrir la aptitudes, valores y cualidades de los jóvenes; brindar elementos para la madurez personal; acompañarlos en el crecimiento de la vida de fe; crear espacios de oración, reflexión y compartir de experiencias.

Las acciones que pueden señalarse en la fase del discernir y optar son: acercamiento a la persona de Jesucristo vivo; reflexionar sobre el sentido de la vida; proponer un compromiso más serio con la Iglesia; oración y encuen­tro con la Palabra de Dios; presentar el carisma de la institución concreta.

2. La segunda etapa se inicia cuando el joven ha expresado explícita­mente su voluntad de querer ser acompañado, e inicia así el proceso de acompañamiento vocacional propiamente dicho. El seguimiento vocacio­nal, consiste en el desarrollo de las fichas vocacionales y encuentros men­suales personalizados.

d) Actividades que ayudan en el proceso del acompañamiento vocacional‒Encuentros continuos personalizados. ‒Encuentros y convivencias. ‒Visitas a las familias de las/ los jóvenes. ‒Retiros espirituales. ‒Proyecciones de videos, audiovisuales y otros medios. ‒Contacto con la Palabra de Dios, a través de la Lectivo Divina. ‒Experiencias vocacionales en las comunidades. ‒Experiencias de misiones.

e) Exigencias del acompañamiento vocacional1. A nivel de la comunidad: Que nuestras comunidades sean significati­

vas, contagiosas, acogedoras, abiertas y con profundo sentido de fe. Auda­cia para realizar la propuesta explicita a la vida religiosa. Que los acompaña­dos encuentren en nosotros una comunidad de referencia vocacional. Que seamos comunidades alegres, entusiastas y les ofrezcamos a los jóvenes un estilo diferente a lo del mundo. Que enamoremos a los jóvenes de la Persona de Jesucristo, de la Iglesia y de los carismas.

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2. A nivel personal: Amar la propia vocación como seguidor del Señor Jesús. Amar la congregación. Estar en actitud constante de conocer y pro­fundizar el carisma y su espiritualidad. Mujer y hombre de profunda oración. Gusto, disposición y tiempo para prestar este servicio de acompañamiento vocacional. Ser honesto para no crear falsas expectativas o ilusiones. Un discernimiento esmerado y gradual.

f) Actitudes para acompañar‒Capacidad de creer en las personas. ‒No ser ingenuos. ‒Capacidad de diálogo personal. ‒Audacia para realizar la propuesta para la congregación. ‒Capacidad de servicio y escucha. ‒Capacidad para generar confianza, mediante la bondad, la misericor­

dia, amabilidad y la prudencia12.

2. Motivaciones vocacionales

Entendemos por motivaciones el conjunto de fuerzas psíquicas que di­namizan la inteligencia. Son como una especie de haz de fuerzas que po­nen la vida en movimiento. «Necesitamos verificar qué tipo de motivaciones tiene este o aquella joven que se acerca a hacer un planteo o solicitar un acompañamiento vocacional serio. Ayudar a clarificar el tema y tenerlo no­sotros claro, es fundamental. Nos preguntamos ¿cuándo hay motivaciones auténticas? ¿Cómo saber si hay señales como para pensar en una perse­verancia vocacional?»13.

a) Naturaleza de las motivacionesLas motivaciones, que constan de un fin y de un impulso, constituyen la

razón y la fuerza que mueven a una persona a conseguir aquellas metas que se propone.

Las motivaciones vocacionales hacen que una persona actúe con recti­tud de intención y con libertad al abrazar la vocación, y que esta sea diná­mica. Las motivaciones vocacionales, junto a la conciencia de la llamada, impulsan al candidato a abrazar la vocación de una manera responsable, dinámica y en constante superación.

12. N. Pinza, Proyecto de pastoral vocacional, Vicariato Apostólico de Aguaroco Orella­na­Ecuador, presentado en el Itepal, Bogotá 2003, 8.

13. C. E. Silva Guillama, Vocación don, identidad y misión, Montevideo 2008, 111.

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b) Tipos de motivacionesEn las motivaciones vocacionales hay que distinguir los siguientes as­

pectos: ‒Pueden presentarse de forma consciente o inconsciente. Las motivacio­

nes conscientes son conocidas y pueden ser fácilmente detectadas, contro­ladas y educadas. Las inconscientes no las conoce la persona, pero están activas, dinámicas e influyen eficientemente en sus comportamientos.

‒Las motivaciones vocacionales aparecen también a veces como inade­cuadas e insuficientes. Las primeras son aquellas que, aun siendo positi­vas, no se adecuan a los valores y al estilo de vida de una congregación. Las segundas, que también pueden ser positivas, no dan razón ni justificación completa para abrazar la vida misionera. Estas motivaciones, aun siendo buenas, no son válidas vocacionalmente.

‒Las motivaciones vocacionales pueden ser, además, auténticas y vá­lidas. Las auténticas son las que brotan de una persona libre, no condicio­nada ni sometida a presiones internas y externas (sin miedo, ni dolo). Las válidas son aquellas cuyo fin y contenidos están en línea con el mundo de valores de la vida humana y cristiana14.

c) El discernimiento de las motivaciones vocacionalesComo pasos pedagógicos para detectar, purificar y educar las motivacio­

nes que apoyan la decisión vocacional señalamos los siguientes: ‒Detectar las distintas motivaciones que dinamizan los comportamien­

tos del candidato. Esto se puede realizar accediendo de manera directa a las motivaciones conscientes, es decir, cuando el candidato reconoce y verbaliza las motivaciones que le empujan en la decisión vocacional. Tam­bién accediendo de manera indirecta a las motivaciones inconscientes y no fáciles de localizar; esto se lleva a cabo mediante la observación de la conducta y el comportamiento del candidato, atendiendo a su manera de elegir y rechazar.

‒Detectar la motivación predominante, o sea, aquella que cataliza, da forma y arrastra al conjunto de los comportamientos del candidato. Y com­probar si esta se adecua a los valores vocacionales, a una función utilitaria o a la defensa del yo.

‒Detectar los engaños vocacionales que encubren motivaciones incons­cientes y comprobar el influjo real que tienen en la orientación de una de­terminada vocación.

14. Ibid.

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‒Ofrecer en el acompañamiento un proceso de purificación y consolida­ción motivacional permanente en la línea de los intereses del Reino. Para ello ayudará la práctica constante y acompañada de la lectio divina del can­didato. Además, es conveniente observar los anteriores criterios15.

3. Proyecto de vida personal

Un proyecto de vida es la forma de anticipar las cosas que soñamos y que anhelamos llevar a cabo en nuestra vida. En ese transcurso de plasmar nuestros sueños se necesita amor y entrega en las metas que tengamos en mente. Generalmente, un proyecto de vida debe verse como el camino para lograr nuestra autorrealización.

Es un dinamismo que se debe proponer a los jóvenes que quieren tomar con seriedad y responsabilidad su realización humana y cristiana. El pro­yecto personal facilita y completa el dinamismo del acompañamiento del candidato.

Es una herramienta de ayuda al crecimiento integral de la persona en la que se toma conciencia de sí mismo: valorándose, definiéndose, concretán­dose y construyéndose.

El proyecto personal de vida es un instrumento útil para el acompaña­miento y discernimiento vocacional. Su valor más importante es que hace de la persona verdadero sujeto de su proceso vocacional.

El proyecto se refiere a la integración de la persona, que debe incluir lo más posible a todas las dimensiones de la personalidad. Así, se consideran las siguientes dimensiones:

a) Dimensión humana: Todo lo que implica la persona del candidato, su estructura física y el cuidado de la salud, su estructura psíquica y el desarro­llo de su personalidad, la imagen de sí mismo, la capacidad de relacionarse con los demás y de amarse, el modo de afrontar los conflictos y problemas en su desarrollo, su vivencia de la afectividad y de la sexualidad, la capa­cidad de ir rescatando su propia historia y de darle unidad, su condición social y económica, la formación de su conciencia y de su valores morales, la honestidad y transparencia con lo que vive el acompañamiento16.

15. C. E. Silva Guillama, Dios sigue llamando. Pastoral vocacional: desafíos en tiempo de crisis, Montevideo 2003, 41.

16. «Es necesario que los jóvenes escriban la propia historia de vida, ser provocado y ayudado a releerla en el acompañamiento personal, se convierte en este punto en opera­ción altamente espiritual, operación del hombre espiritual que está en la búsqueda de los pasos de Dios, de lo que Dios ha hecho para ir al encuentro, para hacerse conocer, para expresar su amor al hombre» (A. Cencini, La historia personal, cuna del misterio, Paulinas, Lima 2002, 24).

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Toda la historia humana se torna, a su vez, en historia de Dios, pensada y proyectada por Él; en el interior de esta operación se lleva a cabo una iluminación vocacional.

b) Dimensión espiritual: «Remite al modo de relacionarse con Dios y a la imagen de Dios que maneja la persona. Se trata de purificar continuamente la imagen de Dios»17.

En esta dimensión, la persona tiene en cuenta aquellos elementos que le ayudan en su proceso vocacional, a saber: la oración asidua, la escucha de la Palabra de Dios, la participación en los sacramentos y la vida de co­munidad.

c) Dimensión comunitaria: Es lo que hace referencia específicamente a la relación con los demás, al modo de implicarse en su núcleo familiar, a la capacidad de asumir un compromiso social, a las actitudes cívicas y el trato con los demás, a la disponibilidad para servir al grupo y a los más necesitados, a la apertura a la comunidad, a la disponibilidad para trabajar en equipo, al cultivo de las virtudes sociales, que son tan características de la vida.

d) Dimensión apostólica: Se refiere al valor que concede al apostolado su vida de fe, las actitudes con las participa en el apostolado y el sentido de Iglesia que cultiva, la dimensión que da a las relaciones familiares, laborales y sociales, la capacidad de llegar a las personas que necesitan ayuda, evan­gelización, la capacidad de coherencia y testimonio para que lo que trabaja sea creíble.

e) Dimensión intelectual: Esta dimensión hace referencia a la forma­ción académica en cualquiera de las etapas de su proceso formativo, con el objetivo de atender y desarrollar habilidades, talentos y conocimientos intelectuales.

En definitiva, se trata de «evaluar qué tanto se empeña la persona en su crecimiento personal y cómo va aprendiendo a elaborar el proyecto de modo cada vez más práctico y eficaz (…). El proyecto debe ser integral para lograr una madurez eficaz. Los plazos de elaboración y revisión deberán ser lo suficientemente cortos para que no se pierda el sentido actual del proyecto de vida»18.

17. Sacerdotes Operarios Diocesanos, Curso de discernimiento vocacional, Servicios de Animación Vocacional Sol, México 2010, 179.

18. Sacerdotes Operarios Diocesanos, Curso de discernimiento vocacional, Servicios de Animación Vocacional Sol, México 2010,180.

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ConClusiones

La calidad del acompañamiento vocacional es el fundamento, pero siem­pre teniendo en cuenta la realidad en la que viven los candidatos y utilizando la pedagogía de Jesús de cercanía de escucha, de caminar al lado de los jóvenes y con los jóvenes.

La orientación vocacional es un proceso continuo que ha de conducir al joven a descubrir que es un ser único, capaz de realizar una actividad específica, a través de una asesoría responsable y confiable, involucrando temáticas pertinentes como la motivación, la autoestima, la realización per­sonal, el proyecto de vida, la caracterización de intereses, aptitudes y po­tencialidades. En esa mirada de futuro, contemplamos a la juventud «como los centinelas del mañana»; estamos seguros de que la realidad que hoy presentamos y proyectamos de nuestra juventud, con la oración, acogida de la diversidad, diálogo abierto, trabajo en salida a las periferias existenciales en que viven nuestra juventud se logrará que los jóvenes se enamoren de Jesucristo y sientan un amor grande por la humanidad.

Sentimos la necesidad urgente de fortalecer la formación de nuestros formadores y agentes de pastoral juvenil; y para que cada comunidad se vivan los valores de escucha, innovación, renovación, apertura y disponi­bilidad al cambio; de esta manera, los jóvenes que se acerquen a nuestras comunidades puedan optar con libertad y responsabilidad al llamado que Dios les hace.

bibliografía

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