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JOAQUÍN YEBRA SERRANO ABBÁ PADRE

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JOAQUÍN YEBRA SERRANO

ABBÁPADRE

“ABBÁ, PADRE”

Pr. Joaquín Yebra.

Julio, Madrid, 2018.

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Opus Solidaritatis Pax

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I

Jesús de Nazaret se dirige a Dios llamándole “Abbá”.

Se trata originalmente de una voz infantil semejante a nuestro “papá”.

Según el Talmud, cuando un pequeño o una pequeña podía decir “abbá”, “papá”, e

“immá”, “mamá”, se podía proceder en el pueblo hebreo al destete para empezar a darle

el cereal.

Pero conviene tener presente que en los días de Jesús en la carne ya no se trataba de

una voz exclusivamente infantil, sino que también era empleada por los jóvenes e incluso

por los adultos para dirigirse a su padre.

“Abbá” denota cercanía, confianza, respeto, cariño y dulzura.

“Abbá” es urgente necesidad.

Es la premura del Amor.

Para Jesús de Nazaret el Padre Eterno no es alguien distante, sino el que sostiene con

ternura su vida y se alienta con su misericordia.

Jesús no quiere al Padre sólo para si.

Ni lo circunscribe exclusivamente a su pueblo hebreo.

En Abbá no hay nacionalismo ni etnocentrismo.

Eso le va a traer muchos disgustos y sufrimientos a nuestro Señor Jesucristo.

Por eso nos enseña a acercarnos a Él como Padre nuestro que está en los Cielos.

No está encerrado en libros ni en sagrarios.

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No está circunscrito a rituales ni dogmas abstractos.

No está limitado a templos hechos de manos humanas, túmulos embellecidos y sepulcros

blanqueados.

Ningún sistema religioso puede acaparar al Dios de Jesús.

Jesús experimenta a Dios como Padre, como Abbá, en extraordinaria cercanía, intimidad

y confianza, sin intermediario alguno ni posibilidad de manipulación religiosa.

Pero precisamente esa cercanía también le mueve a experimentarle en relación de

obediencia y de fidelidad.

Jesús vive una constante entrega a la voluntad del Padre.

Hacer la voluntad de Abbá es su comida y su bebida.

Así nos lo enseña Jesús, y registrado está en el Evangelio según Lucas 4:34:

“Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra.”

Conocer y hacer la voluntad del Padre Abbá es el alimento espiritual del hombre Jesús.

La relación paterno-filial es la comunión entre el Padre y el Hijo.

Jesús experimenta a Dios en la inmediatez y como origen y fundamento esencial de la

vida.

Por eso Jesús se siente siempre movido a descubrir y realizar la voluntad divina en las

grandes acciones y en los detalles aparentemente más ínfimos.

Mateo 26:42:

“Otra vez fue (Jesús) y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de

mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad.”

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La “copa” es la figura del amargo sufrimiento que en esos momentos Jesús está

comenzando a experimentar y que le va a conducir a la Cruz del Calvario.

El bautismo de Jesús con el Espíritu Santo, no es en las aguas, sino en el fuego del

sufrimiento que está a punto de alcanzar su plenitud apasionada.

La condición humana de Jesús y su dependencia del Padre son dos realidades que el

Evangelio destaca con prístina claridad.

Jesús va a sufrir como cualquier humano en un mundo caído en el pecado.

La diferencia radicará en quien sufre y en las dimensiones espirituales de su sacrificio.

Pero los dolores de Jesucristo no son apariencia, sino realidad.

Jesús deseaba que la agonía llegara a su fin, pero su confianza en el Padre no decae por

eso.

Así está escrito en el Evangelio según Lucas 22:42:

“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”

Incluso en los momentos de extremo sufrimiento, Jesús se somete en oración a la

voluntad de su Padre.

Evangelio según Juan 5:19:

“De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve

hacer al Padre. Todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente.”

Evangelio según Juan 5:30:

“No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo, y mi juicio es justo, porque

no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió.”

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Evangelio según Juan 6:38:

“He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.”

Epístola a los Hebreos 10:9:

“He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad, quita lo primero para establecer esto

último.”

Lo primero, los sacrificios y ofrendas de inocentes animales, que fueron figura y sombra

de las cosas verdaderas, ya no son precisos.

El verdadero sacrificio es el de Jesús de Nazaret en la Cruz del Calvario.

Ese sacrificio es único, eterno e irrepetible.

Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y el que fue inmolado desde

los días de la eternidad.

El sacrificio del Verbo transcurre de eternidad a eternidad.

Jesucristo glorificado continúa la ofrenda de su sacrificio ante el Padre de las Luces en el

Santuario Celestial, hasta el día de su Segunda Venida para buscar a los suyos, los que

guardan los Mandamientos y la fe de Jesús.

**********

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II

Jesús de Nazaret no interpreta la Santa Ley de Dios desde la influencia de ningún grupo

religioso.

No ha sido comisionado a hacerlo por ningún poder humano.

Su autoridad no proviene de ninguna institución de esta tierra.

Jesús no posee credenciales ministeriales humanas, ni se fundamentan en la autoridad

de quienes la detentan.

La autoridad de Jesús de Nazaret proviene del Padre Abbá que anhela conducir a todos

sus hijos e hijas por el camino del amor y la justicia.

Por eso no satisface los intereses de ninguna de las sectas del entorno político-religioso

de aquel entonces.

Me inclino a creer que tampoco satisface a las del entorno nuestro.

Si su interpretación de la Santa Ley de Dios hubiera sido sectaria, no le habrían faltado

defensores frente a sus acusadores en el tiempo de su angustia.

Jesús interpreta la Ley Divina desde su experiencia vital con el Dios Eterno como su

Abbá.

Y Jesús sabe y proclama que Dios es amor misericordioso.

A través de ese Amor vive y explica Jesús todos los Mandamientos de la Santa Ley

Divina.

Sabe que Dios es cercanía porque sólo el amor acerca.

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De ahí que no hallemos en Jesús de Nazaret ninguna palabra contra la espiritualidad de

los hombres de cualquier latitud y cultura.

En Jesús irrumpe la cercanía del Reinado de Dios.

Es una plenitud inimaginada por ser inimaginable.

Jesús conoce a Dios como nadie jamás lo ha conocido ni lo podrá conocer.

Dios habita corporalmente en Jesús en una dimensión de plenitud absoluta.

Eso es lo que significa la encarnación del Verbo de Dios, de la Palabra de Dios, del Dios

que es Palabra que se da a conocer a los hombres.

“Y aquel verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del

Unigénito del Padre.”

Al menos, esa es mi concepción de la encarnación del Verbo Divino en Jesús de Nazaret.

Debo confesar que las explicaciones filosóficas al respecto nunca me han satisfecho.

Son tan frías como quienes las exponen con amenaza de excomunión para quienes no

las comparten.

Para Jesús de Nazaret, Dios es el Padre que se entrega.

Por eso Jesús lo llama “Abbá”.

Por eso en Jesús, Dios es misterio de compasión.

Esa es la “teología” de Jesús.

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Por eso Jesús no se acerca a los hombres con la preocupación de sus pecados

religiosos, sino primeramente viendo su sufrimiento, su dolor, su enfermedad, su falta de

libertad y la pérdida de dignidad, la que les ha sido robada por quienes detentan el poder.

Su “escatología” es la promesa en certidumbre de la llegada del Gran Día del Señor, del

tiempo salvador, de la plenitud mesiánica.

Jesús muestra a su Padre Dios como Dios de los empobrecidos, de los marginados y

explotados por los poderosos…

Los que usan el nombre de Dios para su provecho…

Para justificar las injusticias del mundo, de su mundo…

Del que se creen dueños y señores, y para perpetuar el sistema basado en el afán por el

lucro y la dominación.

El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo es el Dios de los empobrecidos y marginados

porque es Abbá, sin discriminaciones, Padre de todos, comenzando por los esclavizados

y excluidos…

Los sin valor para el sistema imperante, los sin voz, de entonces y de hoy…

Los que cuando los políticos de turno creen que su micrófono está apagado, se refieren a

nosotros como la “canalla”.

Jesús los llama “bienaventurados” porque Jesús sabe que el futuro escatológico es suyo,

pues les pertenece todo lo que les ha sido y sigue siendo robado por los poderosos.

Con ellos se da la identificación de Jesús de Nazaret.

Para Él son los bienaventurados a quienes se les hará justicia en el Gran Día de Dios.

Naturalmente, el mensaje y la praxis de Jesús de Nazaret es un binomio absolutamente

revolucionario en el que abre sendas hacia el Reino de Dios y su justicia.

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Uno de estos días nos percataremos todos de que Jesús no es Maestro de Religión, sino

de espiritualidad.

Los sistemas religiosos dividen a los hombres; la espiritualidad acerca.

Esta es una asignatura lamentablemente pendiente en la mayoría de los círculos

cristianos de nuestros días.

Tantos siglos de proximidad al poder ha hecho que en el cristianismo establecido se haya

substituido el aroma de Jesucristo por el tufo del religionismo vendido a los poderes

imperantes.

Incluso en movimientos de genuino reavivamiento espiritual, con el paso del tiempo éstos

han ido degenerando hacia la concepción del “dios del templo”…

El “dios de la ley y el orden establecidos por los poderosos”…

Del apoyo al sistema del orden establecido, el mayor de los desórdenes.

**********

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III

El primer rasgo distintivo del proyecto de Dios encargado a Jesús no es fundar una

institución religiosa más, sino la proclama de la cercanía del Reinado de Dios y su justicia.

Lo que Jesús proclama como “Reino de Dios” no es un sistema religioso.

Jesús no viene a reformar el judaísmo de su época.

Ni siquiera pretende establecer un sistema religioso mejor.

Jesús no está interesado en reformar, sino en transformar.

La prueba la hallamos en el hecho de que Jesús no da instrucciones acerca de la

estructuración de un sistema religioso.

Sencillamente, eso no forma parte del programa que su Padre Abbá le ha encomendado.

Jesús de Nazaret no es fundador, sino fundamento.

La diferencia es inmensa.

Nos podemos percatar de semejante diferencia considerando que nosotros predicamos

“iglesia”, mientras que Jesús predicaba el Reino de Dios y su justicia.

Jesús anunciaba el Evangelio Eterno, la Buena Nueva de la Gracia de Dios…

Esperanza para los empobrecidos…

Liberación de los oprimidos…

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Exigencia de su liberación…

Apertura de las cárceles para presos y carceleros…

Respuesta al clamor de todos los injusticiados…

El ardor de angustia que ha penetrado en los oídos del Altísimo, siempre.

Jesús enseña que clamar a Dios como Abbá es anhelar el Reinado de Dios para todos,

comenzando por los más necesitados.

Muchos de los que claman ni siquiera saben de la realidad del Reino de Dios y su

justicia, de la Gracia, del Día del Perdón.

Por eso hemos de predicar el Evangelio del Reino de Dios, el Evangelio del Reino de los

Cielos, la Buena Noticia que muchos necesitan recibir, no amenazas de condenación, sino

el acercamiento en solidaridad con los que sufren las injusticias.

La encarnación del Verbo es una lección magistral de parte del Dios Abbá de nuestra

necesidad de humanizar al mundo en que vivimos, comenzando por los últimos de la fila,

los que sin duda son la opción preferencial del Eterno.

Vivir el Reinado de Dios en la esperanza del adviento del Reino de Dios es aceptar el

proyecto divino, pero no quedarnos con los brazos cruzados, sino ponernos manos a la

obra.

El Reino de Dios es como un puente que se construye desde ambas orillas.

Para eso nos ha sido dado el Santo Espíritu de Dios, para trabajar desde esta orilla

nuestra.

Entregar el corazón a Jesús de Nazaret es convertirse a su causa…

Es darle nuestro corazón de piedra, insensible e insolidario, para recibir de Cristo Jesús

un corazón de carne, sensible a la voz del Espíritu Santo.

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Es compartir con Jesús de Nazaret su causa de vida.

Confundir esta experiencia con una conversión religiosa, entendida como una mera

adscripción a un sistema, es errar en el blanco.

Anhelar el adviento del Reino de Dios en la persona de Jesús de Nazaret, Señor, Mesías

y Deseado de todas las gentes, es la gran enseñanza de la oración magistral del Maestro.

De ahí se desprende que el “Padrenuestro” es mucho más que la recitación de una

plegaria, aunque se trate de la insuperable oración modélica que Jesús nos ha dejado.

“Venga tu Reino” es la llamada a compartir la experiencia vital de Jesús el Cristo con

nuestros hermanos los hombres.

La venida del Reino de Dios es el gran anhelo de Jesús para con sus discípulos de todos

los tiempos.

Pero además de ser una esperanza escatológica, debe comenzar por ser una búsqueda

en nuestras propias vidas.

El Reino de Dios es la causa de la vida de Jesús.

Es también la gran distinción entre Jesús y tantos maestros de espiritualidad como ha

habido en el mundo, a quienes, precisamente desde el ejemplo de Jesús, no debemos

despreciar, por cuanto Él jamás lo hizo.

Todos ellos pueden mostrar la necesidad de la luz y de una experiencia de iluminación,

pero sólo Jesús es la Luz del mundo.

Todos ellos buscan la iluminación, la paz interior, el desprendimiento de las ataduras y

apegos porque conocen el alcance de semejante impedimenta.

Y bien hacen, por lo que Jesús no tiene para ellos ninguna palabra de condenación.

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Esas palabras condenatorias vendrán después, de parte de los constructores de sistemas

en los que Jesús de Nazaret no puede ser hallado, por cuanto ha sido suplantado por la

dogmática intransigente y pontifical de los religiosos.

Pero Jesús el Cristo vive a Dios Padre como Abbá.

Eso es lo que yo entiendo por “Dios Encarnado”.

Puede que a muchos hermanos no les satisfaga mi experiencia.

Lo siento, pero es la mía, sin que yo me atreva a cuestionar la experiencia de otros.

Si en lugar de aborrecernos nos acercásemos unos a otros, cada uno portando

delicadamente nuestra porción de la verdad, y las uniésemos todas, formando un mosaico

multicolor, comprenderíamos entonces lo que verdaderamente significa que “la suma de la

Palabra de Dios es la Verdad”.

Creo que esa vivencia de Jesús es lo que el Apóstol Pablo quiere decirnos al proclamar

que “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo”.

Cuando Jesús anuncia el perdón de los pecados, lo hace acogiendo a los pecadores sin

reproche.

En es dirección es impelido por el Santo Espíritu.

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a

los empobrecidos la Buena Nueva, a proclamar la libertad a los cautivos y vista a los

ciegos, para liberar a los oprimidos y decretar un año de Gracia del Señor.”

Ese fue el tema de la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, cuando sus

paisanos quisieron despeñarle.

El reproche jamás podrá producir acercamiento.

Para Jesús, el perdón no es teoría sino acogida.

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Cuando Jesús acoge a los marginados, se acerca a ellos, sean leprosos o tenidos por

excluidos por cualquier otra causa.

No podemos jamás acoger sin acercarnos.

No podemos nunca acercarnos sin amar.

No podemos integrar sin acoger.

Jesús sólo pide que vayamos a Él, no que aceptemos dogmas acerca de su persona.

Y lo hace para acogernos, no para examinarnos y suspendernos y rechazarnos.

“Venid a mi todos…”

Cuando Jesús se acerca a los poderosos, éstos se sienten amenazados, si bien Él no los

amenaza.

Es el amor de Dios en Jesús el que hace que los poderosos se sientan amenazados.

Es la reacción de la conciencia a la voz del Santo Espíritu de Dios.

¿Conocemos alguna amenaza mayor que el amor indiscriminado?

¿Sabemos de alguna revolución más provocadora que la praxis del amor sin acepción de

personas?

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IV

Jesús hace presente el amor de Dios hacia todos.

El amor de Dios en Jesús no es doctrina fría, abstracta, estática.

El perdón y el amor de Dios no son artículos doctrinales lamentablemente redactados con

palabras abstractas para ser repetidas hasta aprenderlas de memoria…

El perdón y el amor de Dios son realidades para ser aceptadas y llevadas a la práctica.

Esto escandaliza a los religiosos de su momento y a los religiosos que sobreviven entre

nosotros.

Por eso sus paisanos se preguntan de dónde saca el hijo del carpintero sus

enseñanzas…

No puede ser de la madera y de las herramientas de la carpintería…

¿O quizá la madera con sus vetas y nudos y el filo de las herramientas hayan podido

contribuir?

No es un estudiante de una escuela de algún sabio rabino…

No es un estudiante avanzado que ha venido a Jerusalem a realizar un curso postgrado

en teología.

No es hombre de libros, sino de callosidades en las manos y en los pies…

¿De dónde le viene la sabiduría que le es dada?

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¿De dónde le viene el poder para los milagros que son hechos por sus manos curtidas?

“¿No es este el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de

Simón?

¿No están también aquí con nosotros sus hermanas?

Y se escandalizaban de Él”

El amor y el perdón indiscriminados siempre escandalizan.

Jesús no habla de Dios como los filósofos, ni siquiera como los filósofos disfrazados de

teólogos.

Jesús muestra a Dios como Padre, como Abbá, que ve en lo secreto, que escudriña los

corazones…

Es el Dios del corazón, del “lev”, voz hebrea para “corazón”, de una raíz que significa

“grano desnudo”.

Pero también es el Padre que está en los Cielos, excelso y sublime, por encima de todos

los ejércitos estelares, sin dejar de estar al mismo tiempo con el humillado y el abatido…

Con las multitudes hambrientas…

Los inmigrantes indefensos…

Los enfermos desvalidos…

Los encarcelados por sus ideales…

Los niños y niñas ahogados en su afán por alcanzar nuestras costas, donde a veces son

recibidos con violencia.

Él es el Señor cuyo Nombre está por encima de todo nombre…

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Él es el olvidado por la iglesia institucional, la que le ha ignorado y desplazado al otro lado

de la puerta…

Por eso está a la puerta y llama esperando que alguien responda para entrar a cenar en

la intimidad.

Nadie que anhele su compañía será desechado.

A la mesa del mundo, donde Dios ha puesto un plato para cada uno de los humanos,

muchos que se acercan a comer hallan su lugar vacío.

Algunos que han corrido más aprisa se han llevado su plato, el que les pertenecía, y

cuantos han podido substraer en su afán por acumular.

Cuando Jesús multiplica los panes y los peces de aquel muchachito que debió llevarlos

para su merienda, no multiplica para acumular, sino para repartir, para dividir.

Después de dividir lo multiplicado, siguen quedando cestas de pedazos.

La carrera de la rata tras el mendrugo de pan no es el modelo de sociedad que Dios

quiere para sus hijos e hijas.

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V

Dios se encarna en Jesús.

Es una necesidad del Amor.

Necesita estar entre nosotros, como uno de nosotros, para dar su vida por nosotros.

Dios es Espíritu, y en Jesús de Nazaret tiene tabernáculo de carne y hueso.

Jesús es el rostro del Padre Abbá.

Por eso Jesús afirma que quien le ve a Él, ha visto al Padre.

En Jesús de Nazaret, Dios tiene rostro.

Pero, aunque lo creemos y proclamamos, sigue siendo misterio para que no nos

jactemos, sino que seamos humildes.

Dios es misterio santo e insuperable, por encima de todos nuestros conceptos, nuestras

instituciones, nuestras ideas, dogmas y leyes.

“Deus comprehendis non est Deus”.

Es latín fácil de entender.

El misterio de Dios en Cristo Jesús sigue siendo misterio porque la manifestación del

Eterno no se realiza en el poder y la gloria como el mundo los entiende.

Dios en Jesús se manifiesta en el amor, en el perdón, en su debilidad y en los últimos de

la fila.

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Es una manifestación que escandalizó y sigue escandalizando.

Reconozcámoslo: Jesús de Nazaret no responde a las ideas que los hombres han tenido

y tienen de Dios.

Jesús de Nazaret no se desenvuelve en medio del poder ni de los poderosos.

Jesús revela que lo que puede definir a Dios no es el poder, sino sus entrañas maternales

de Padre, por muy paradójico que pueda sonarnos.

El poder del afán por el lucro y la dominación explotadora no está presente en Jesús.

Jesús no revela al Dios de la religión establecida, se llame como se llame.

El “dios” de los poderosos se desenvuelve siempre dentro del ámbito del poder de

dominación.

No nos cansamos de proclamarlo.

Sólo dentro del ámbito del poder de dominación puede la religión establecida e

institucionalizada manipular a los hombres, especialmente a los más vulnerables y

debilitados entre los humanos.

Pero resulta que los más vulnerables y debilitados son los hermanos menores de Jesús,

por quienes tiene preferencia y no lo oculta.

Ésos son los más pequeños, los menospreciados, los ignorados, los excluidos, los

marginados, los sin voz, los no pertenecientes a la élite, los que no cuentan para nada.

El alto clero de Jerusalem le odia porque le envidia.

Los que siguen a Jesús son multitud, en su mayoría los que no pueden pasar del patio de

los gentiles, porque el acceso al Templo de Jerusalem les está vedado.

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Cojos, ciegos, mancos, mudos, paralíticos, leprosos, publicanos, prostitutas, gentes de

mala reputación…

Esos son la comitiva que acompaña a Jesús de Nazaret en su entrada triunfal en

Jerusalem.

Son los que le acompañan cantando y cortando ramas para cubrir el camino sobre el que

Jesús ha de cabalgar montado en un humilde pollino hijo de asna.

Los religiosos están escondidos mirando tras celosías.

Podrían convocar a la guardia del Templo para impedir a esta comitiva entrar en el recinto

sagrado, pero no se atreven a hacerlo.

Esa comitiva está formada por quienes han tenido un encuentro con Jesús y han sido

sanados, liberados, restaurados…

Ahora sus corazones han sido bautizados con esperanza.

Ahora esperan el adviento del Reino de Dios.

No serían fácilmente aceptados en las iglesias de nuestros días, como no lo eran en el

Templo de Jerusalem.

Su existencia como Casa de Oración para todos los pueblos había sido olvidada, hasta el

punto de convertir el atrio de los gentiles en plaza de mercado y cueva de ladrones.

La gente “decente de toda la vida” no les permitiría a semejante comitiva acceder al

Templo.

Por eso se nos dice que el fariseo estaba cerca, mientras que el publicano estaba de lejos

golpeándose el pecho y considerándose indigno.

Jesús tampoco podía estar en el atrio de los sacerdotes.

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Con mucha frecuencia se nos olvida que Jesús era laico.

Su sacerdocio no es el levítico-aarónico, sino el de Melquisedec.

Jesús tampoco responde con su perfil a la esperanza mesiánica vista desde el poder.

El mesianismo glorioso, el Mesías de rasgos davídicos, guerrero militar y conquistador,

vinculado al centralismo monárquico, no es una tentación para Jesús, porque no cabe en

su corazón.

Sólo somos tentados conforme a los deseos de nuestros corazones.

Por eso Jesús es inmune a la tentación de la gloria humana.

Cuando quieren hacerle rey, pasa por en medio de los congregados y se marcha al monte

a orar.

Necesita estar a solas con su Padre, con Abbá, para reforzarse en su misión de mostrar a

los hombres el camino de la compasión frente a la hipocresía religiosa.

Nosotros también necesitamos pasar tiempo con nuestro Padre.

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VI

Dios puede ser presentido, barruntado, pero jamás poseído.

El mandamiento no reza: “amarás a Dios sobre todas las cosas”, por cuanto Dios no es

cosa, ni siquiera la más importante de las cosas.

Todos los sistemas religiosos, consciente o inconscientemente, cosifican a Dios en su

intento de manipularlo y manipular a sus seguidores.

El mandamiento es “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y

con todas tus fuerzas.”

Amar no es poseer.

Amar es entregarse.

Dios es entrega.

Por eso Jesús entra en polémica con todos los religiosos de sus días en la carne, y con

todos los contaminados por la hipocresía entre nosotros.

La polémica siempre se da con aquellos que pretendían poseer a Dios, confundiéndole

con sus enunciados filosóficos, o intentado reducirle a su nacionalismo o etnocentrismo.

Dios no puede encerrarse ni en tradiciones, ni en libros, ni en sagrarios.

Sólo los ídolos pueden ser guardados, encerrados, conservados como cosas sagradas…

Como montes sagrados…

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Como ciudades sagradas…

Como templos mortuorios, entre imágenes que tienen ojos, pero no ven; bocas, pero no

hablan porque carecen de aliento, y pies, pero no pueden caminar.

Jesús afirma que ni en Jerusalem ni en ningún otro lugar es donde puede darse la

verdadera adoración, sino en Espíritu y en Verdad.

Se lo revela a una mujer samaritana, miembro de un pueblo tenido por hereje por parte de

los judíos.

Y lo hace junto a un pozo, el del patriarca Jacob…

Es un mensaje que no puede darse ni en el Templo ni en la sinagoga.

Es el mensaje que no puede darse en los centros de poder.

Es a esos adoradores en Espíritu y Verdad a quienes Dios busca que le adoren.

Jesús de Nazaret nos enseña a vivir el misterio de Dios con actitud reverente.

Y a hacerlo en la vida, junto a nuestros compañeros de viaje, sin pedirles adscripción

religiosa, ni pasaporte, ni documentación en regla, ni salvoconductos…

Sin levantar barreras de hormigón ni verjas con concertinas.

Jesús nos insta a vivir el misterio de Dios abiertos siempre al descubrimiento de su

voluntad en medio del diario vivir.

Cuando caminamos con esa actitud, descubrimos sendas insospechados, encuentros

maravillosos, veredas ocultas a la vista de quienes caminan mirándose el ombligo todo el

tiempo.

De la mano de Jesús de Nazaret descubrimos al Abbá en Dios.

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La distancia entre la realidad de Dios y la idea de Dios se hace patente en las pisadas de

Jesús de Nazaret, en sus palabras, en sus acciones, en sus gestos.

La realidad divina pone fin a nuestras ideas de Dios.

El “dios” ídolo del tamaño de nuestra cabeza se desmorona y se disuelve.

Comprendemos entonces porqué la idea de Dios es manipulable y nos pone en situación

de ser fácilmente manipulados o volvernos nosotros manipuladores de otros.

Los retiros de Jesús al campo, a la soledad, al silencio, nos ayudan a entender que la

realidad divina sólo es accesible en la contemplación…

En la quietud reverente ante el misterio de Dios…

Ante el reconocimiento de nuestra ignorancia, de nuestra pequeñez, de nuestra humana

limitación bajo escudos de soberbia.

**********

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VII

El Dios de Jesús de Nazaret no es el “dios” de la religión establecida e institucionalizada

por los poderosos, ni en Israel ni en ninguna otra parte.

El “dios” de los sistemas religiosos es una burla, una mueca, un remedo del Dios de la

Creación.

El Dios de la Creación no es manipulable ni manipulador.

No está en los templos hechos de manos humanas.

Así lo dice repetidamente la Sagrada Escritura, pero a los humanos nos cuesta aceptarlo.

Hemos sido enseñados a ver a Dios en el ídolo.

Nos burlamos de quienes lo ven en el bosque, en el río, en el mar, en la montaña, en las

nubes y en la lluvia.

Les llamamos “primitivos”, y a sus culturas las denominamos “folklore”.

Nosotros, lamentablemente, preferimos levantar templos, santuarios mortuorios de

materia árida, siempre desprendiendo tufo a cadáver.

Esos templos siempre están próximos a los palacios amparados y protegidos por

guarniciones armadas.

Siempre me pregunté porqué las imágenes de Jesús iban custodiadas por soldados

armados en las procesiones de Semana Santa.

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Pero Jesús de Nazaret nos asegura que la presencia de Dios Abbá está en el amor al

hermano, en la liberación de los oprimidos, en la justicia hacia el empobrecido.

Los sacerdotes de los templos hechos de manos humanas son necrófilos, adoradores de

la muerte.

Incluso los hay que afirman cantando que son “el novio de la muerte”.

No pueden ver el Reino de Dios en la historia, en nuestro medio, entre nosotros, por la

sencilla y llana razón de que no aman la vida.

De ahí que la resurrección de Jesús sea la rotunda afirmación de la victoria de la vida

sobre la muerte y todos sus signos…

De que el Reino de Dios no está lejos…

De que la justicia del Reino es la única paz posible…

De que la historia de la salvación reside dentro de la historia humana…

Y que apostar por el amor “ágape”, desinteresado, en la renuncia del poder del lucro y la

dominación, es la única manera de ser fieles a Jesús de Nazaret.

El Dios de Jesús, Abbá Padre, es absolutamente inseparable del Jesús de Dios.

Por eso, inmediatamente después de la última Pascua de Jesús entre nosotros, se insiste

tanto en la presencia de Dios en Jesús:

Hechos de los Apóstoles 2:22:

“… Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros…”

Hechos de los Apóstoles 3:14:

“Pero vosotros negasteis al Santo y al Justo…”

Hechos de los Apóstoles 10:38:

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“Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret.”

1ª Corintios 3:23:

“Vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios.”

Nadie puede apropiarse de Jesús el Cristo.

Sólo le pertenece a Dios.

Y sólo en Cristo Jesús tiene el Dios Abbá sus complacencias.

Si Cristo es la verdad, el camino y la vida, y las religiones pretenden serlo, mienten.

Esa mentira es el germen de la división horrorosa del Cuerpo de Cristo, tan invadido por

corrientes ajenas y espurias.

No hay que buscar otras causas.

La crisis económica, al igual que la crisis religiosa, la crisis familiar y todas las demás

encrucijadas, son crisis de la humanidad, por cuanto el sistema mundial que rige

actualmente la marcha del mundo es absolutamente inhumano.

**********

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VIII

Jesús revela al Abbá Dios como entrega, comunión y misericordia.

La unidad de Dios no es la que la filosofía disfrazada de teología pretende dar y nos da.

La unidad divina es diálogo, Palabra dialogal, llenura hasta la plenitud.

Jesús muestra en su vida y en su acción, en sus palabras y en sus silencios, que la

sustancia del ser humano no reposa en sí misma, sino en el amor que se comunica, que

se entrega.

El amor verdadero siempre se comunica.

Por eso Dios es Verbo, Palabra, que aniquila las distancias, las separaciones, las barreras

entre los hombres y mujeres del mundo.

Y curiosamente, esa aniquilación no se produce acabando con los rasgos distintivos de

cada persona, sino en aparente paradoja reforzando precisamente las diferencias, y lo

hace mediante la comunión.

Nunca hallaremos diferencia alguna entre comunión y comunicación, por cuanto son dos

rostros de una misma realidad.

En la comunión de Cristo, la mujer es afirmada como mujer, al judío se le afirma como

judío, y al gentil como gentil.

Pero milagrosamente todas esas distinciones dejan de ser elementos separadores.

Los ghettos se desmoronan bajo el soplo del amor incondicional que desciende del Abbá

Padre.

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Así se crea la comunidad cristiana naciente, con gentes muy diversas que llegan a

experimentar el milagro de tener un solo corazón y una sola alma.

Es obra extraordinaria del Santo Espíritu de Dios.

Esa experiencia les hace poner todas las cosas en común, sin que haya entre ellos

ningún necesitado.

O dicho con otras palabras, sin que los necesitados padezcan necesidad.

Y no nos referimos sólo a necesidades físicas, sino también psíquicas, afectivas y

espirituales.

Esa es la “iglesia” como proyecto de Jesús por encargo del Padre Abbá.

Esa es la comunidad de la fe…

Organismo vivo, no organización inerte.

Es la iglesia que nació, la que Jesús de Nazaret quería y algunos creemos que sigue

queriendo.

Porque el amor todo lo puede…

Porque todo es posible para Dios…

Porque el amor cubrirá multitud de pecados.

Ese es el camino verdaderamente excelente de Jesús el Cristo de Dios.

Así brota la vida de Dios en la tierra.

Así fructifican las semillas del Verbo de Dios, esparcidas a lo largo y ancho de la tierra.

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Así se convierten en vergeles los desiertos.

Así es como manan las aguas en las soledades y los manantiales en los desiertos.

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IX

Jesús muestra inequívocamente el principio de igualdad de todos los hombres,

cualesquiera sea su etnia, su procedencia, su cultura, su extracción social y todas las

demás condiciones humanas que pueden darse.

El cristianismo organizado como una fuerza humana, institucionalizado bajo la unión de la

espada y la cruz, del trono y del altar, no ha podido ni podrá abrazar a todos los hombres,

por cuanto quien da el abrazo es Jesús de Nazaret al revelar al Dios Abbá.

Y Jesús el Cristo no es hombre de institución deshumanizadora.

“De tal manera ha amado Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo

aquel que en él cree, no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque no ha enviado Dios

a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.”

Esas son las palabras cortas, claras y concisas de Jesús de Nazaret.

Deberían abochornar a los defensores de los reinos eclesiásticos de este mundo, los

defensores de los imperialismos que borran los derechos de los debilitados.

En la declaración de la UNESCO del día 8 de junio del año 1951, se decía así:

“los científicos reconocemos que todos los hombres actualmente vivientes pertenecen a

una misma especie, el “homo sapiens”, y que todos proceden de un mismo tronco”.

(“El Racismo ante la Ciencia”, Unesco, París, 1973, n. 1, pág. 369).

Pero las ciencias no son suficientes para que todos los hombres asuman el gravísimo

error y las terribles consecuencias del racismo y la xenofobia, de los que el maremagnun

de las religiones es partícipe y en muchas ocasiones también autor.

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Las ciencias no pueden decir la palabra final sobre el hombre y su destino, ni tampoco

pueden definir reglas morales universales de carácter obligatorio para las conciencias.

Existen preguntas para las que la física y las matemáticas no son competentes porque no

pueden responderse de manera definitiva.

¿Qué podemos admirar más? El número de galaxias, la velocidad a la que éstas se

desplazan, la precisión de sus movimientos, el alba y el ocaso, la biodiversidad o el

colibrí, diminuta ave que tanto se tardó en descartar que fuese un insecto, capaz de volar

hacia atrás, lo que nuestras potentes aeronaves no son capaces de hacer?

Los murciélagos se orientan mediante radar.

Hay especies de mariposas que ven mediante rayos ultravioleta.

Millones de aves que cruzan los cielos se desplazan en sus migraciones miles de

kilómetros sin aparatos de orientación que a los humanos nos ha costado inventar y

desarrollar durante cientos de años.

Lo mismo podemos afirmar del viaje de los salmones desde el mar hasta los ríos para el

desove.

Hoy sabemos que los elefantes se comunican mediante ultrasonidos.

Las arañas producen nada menos que tres kilómetros de tela cada treinta días.

Pero el teléfono, la radio, la televisión y la informática son de hace muy pocos años atrás.

Hemos pasado miles de años sin disponer de los artilugios que ahora nos parecen

imprescindibles.

Según las Sagradas Escrituras, Dios ha creado al ser humano, varón y mujer, a su

imagen y semejanza, por eso está prohibido derramar sangre del hombre creado a la

imagen de Dios, hecho imagen y semejanza del Altísimo.

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Este vínculo del ser humano con su Creador, esta relación paterno-filial, fundamenta su

dignidad y todos los derechos humanos, absolutamente inalienables con Dios mismo

como garante.

A esos derechos personales corresponden igualmente obligaciones hacia los demás

hombres.

Ni el individuo, ni la sociedad, ni el estado, ni los partidos políticos, ni las instituciones

religiosas, ni organización alguna, cualesquiera sean sus pretensiones y motivaciones,

pueden reducir al hombre o a un grupo de hombres al estado y condición de objeto.

Todos somos sujetos, y no objetos, ante el Dios que es Abbá.

La fe en el Dios que está en el origen del género humano, trasciende, unifica y aporta

sentido a todas las observaciones parciales que las ciencias pueden mostrar sobre

procesos de evolución de las sociedades humanas.

Quienes niegan la paternidad y maternidad divinas son quienes pretenden mantener o

establecer las manipulaciones de los poderes de la superestructura y de la propagación

ideológica destinada a justificar la existencia y explotación de los más débiles mediante el

afán por el lucro y la dominación de parte de los más fuertes.

De ahí que Jesús nos advierta que nadie puede servir a dos señores, a Dios y a las

riquezas acumuladas, a las riquezas diferenciantes.

La fe en un solo Dios, Creador y Redentor de todo el género humano, hecho a su imagen

y semejanza, constituye la negación absoluta e insoslayable de toda ideología racista y

separadora.

No podemos afirmar que creemos en un solo Dios, Creador de todos los universos

posibles, y Padre Abbá de una sola raza humana, y al mismo tiempo aceptar como un

hecho natural que algunos tengamos exceso de peso a costa de que otros, los más,

pasen hambre.

Ese Dios que es Abbá no puede ser un devorador de sus hijos e hijas.

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El dios que devora a sus hijos pertenece a la mitología.

Es Francisco de Goya (1746-1828) quien pinta a Saturno con terrorífica mirada devorando

a su hijo.

La obra, expuesta en el Museo del Prado, ha sido interpretada como una profecía secular

de alcance histórico-político que muestra los tiempos más oscuros de España:

Absolutismo, Trienio Liberal, Década Ominosa.

Para otros, es una representación del monstruoso monarca Fernando VII (1784-1833)

devorando a su pueblo.

Nosotros nos inclinamos a ver en esta terrorífica pintura a la unión de la iglesia y el estado

devorando al pueblo español.

Creemos que la combinación de estas lecturas, y muchas más posibles, nos muestra el

fracaso rotundo de los sistemas religiosos que por una parte hablan del Dios que es amor,

y por otra predican el odio divino para quienes no alcanzan la meta exigida.

También podemos ver en esta imagen el fracaso del concepto “patria”, subterfugio para

mirar en otra dirección, mientras los gobiernos hablan de salir de las crisis, y hay niños y

niñas que pasan hambre en medio de nuestra sociedades de abundancia.

Lo decisivo y determinante será exigir las demandas del sistema financiero internacional,

aunque sea a costa de recortes que producen la exclusión social más dramática.

No podemos invocar a Dios, Abbá de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente

con algunos hombres y mujeres creados igualmente como imagen y semejanza de Dios.

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X

“Padre nuestro” es la confirmación divina de la unidad de la familia humana, conclusión

lógica que se desprende de la enseñanza bíblica de que todos los seres humanos

tenemos en el Dios Abbá un mismo origen.

Independientemente del curso de la historia, de la dispersión geográfica o de las demás

diferencias y distinciones que puedan darse entre los hombres, la humanidad es una sola

familia en conformidad con los planes divinos eternos.

No asumir esta realidad es el mayor de los fracasos de la humanidad, tanto en el plano

colectivo como en el personal.

En el primero de los seres humanos, la unidad del género humano se afirma

tipológicamente en las Sagradas Escrituras, con alcance presente y futuro.

“Adam” es el que ha sido tomado de la “adamá”, la arcilla roja, el “polvo de la tierra”, el

“humus” del bosque, en el que se hallan todas las esencias animales, vegetales y

minerales, al que Dios añade el soplo de vida.

Nuestro individualismo ancestral nos hace olvidar que la voz “Adam” es un singular

colectivo.

Esta apreciación lingüística sería ya suficiente para asumir la realidad de una sola familia

humana.

“Eva”, la primera mujer, es “la madre de todos los vivientes”, según Génesis 3:20.

Y de la primera pareja proviene la humanidad, una sola raza.

Todos somos miembros de la familia de “Adam”.

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La elección del pueblo hebreo, como pueblo contacto, llamado a ser “luz a las naciones”,

no contradice este universalismo patente.

Es la pedagogía divina la que se revela escogiendo al más insignificante de todos los

pueblos, apenas un grupo de tribus inconexas, y si el pueblo hebreo ha tomado

conciencia de una relación especial con Dios, ha afirmado igualmente la existencia

imborrable de una Alianza del Eterno con todo el género humano.

La capacidad para amar es el regalo divino que se manifiesta en un grado no superado en

el ser humano.

Pero las bestias también muestran capacidad de amar, aunque no puedan gozar con un

poema, con una pintura o con una sinfonía.

¿Será que el espíritu es parte de nuestra materia?

¿Será que la materia está constituida por espíritu?

¿Nos podemos imaginar siendo solamente una serie de procesos biológicos?

Lo que sí parece ser cierto es que se nos ha dotado de una capacidad realmente

privilegiada para reflexionar sobre el universo y nuestro propio ser.

Una capacidad que nos conduce a la conclusión de que Dios no se conforma con la

tiranía del imperio de turno.

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XI

Jesús el Hijo de Dios, al asumir nuestra naturaleza humana, confiere una nueva dignidad

de filiación divina a cada ser humano.

Somos hijos e hijas de Dios por creación, y por eso Abbá Padre quiere restaurarnos como

hijos e hijas de Dios por redención.

Jesús ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido.

Jesús de Nazaret es Dios en busca de hijos e hijas perdidos y desconcertados.

La unidad fundamental de todos los miembros de la familia humana se manifiesta

igualmente en el ofrecimiento de una misma e igual salvación a todos los hombres.

El misterio de la encarnación del Verbo de Dios en la persona de Cristo Jesús es una

prueba imborrable del honor que la naturaleza humana ha recibido de parte del Altísimo.

A pesar de no merecerlo, para el Dios Abbá los hijos de los hombres somos sus delicias.

La oración hebrea en sus bendiciones lo manifista al rezar comenzando por decir:

“Bendito sea el Señor, Rey del Universo, que nos santifica con sus Mandamientos.”

Hay una dimensión en la que Dios en Cristo se ha unido a cada humano, revelando al

Abbá divino en su amor a cada una de las criaturas humanas.

De ahí que las Sagradas Escrituras se refieran a Jesucristo como el “Nuevo Adam”,

prototipo de una nueva humanidad, el primogénito entre muchos hermanos en su victoria

sobre la muerte.

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En la persona de Jesús de Nazaret ha sido restaurada la imagen y semejanza divina,

empañada por causa del pecado.

Cuando la Sagrada Escritura nos dice que “aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre

nosotros”, está afirmando que al hacerse carne compartía nuestra humanidad.

La obra de la redención realizada por Jesús el Cristo de Dios es de alcance universal.

No tiene como destino exclusivo al pueblo hebreo.

Por eso Jesús no es sólo el Mesías Sufriente prometido a Israel, sino también el Deseado

de todas las naciones que ha de venir como Mesías Triunfante en el Gran Día de Dios.

Toda la raza de Adam ha sido afectada por las consecuencias del pecado, e igualmente

toda ella ha sido afectada por el sacrificio de Jesús de Nazaret.

En Cristo todos somos llamados a entrar, por medio de la fe, en la Alianza con Dios.

Por eso Jesús, en los días de la carne, aprovechó todas las ocasiones para mostrar la

acogida del Dios Abbá de todos los hombres, independientemente de cuáles fueran sus

condicionantes.

Así vemos a Jesús en los Evangelios aproximarse a los samaritanos, entre otros, tenidos

por herejes por los judíos, e incluso ponerlos por ejemplo, a pesar de ser menospreciados

por la ortodoxia religiosa de Israel.

Jesús no repara en acoger al leproso sin temer quedar inmundo según la Ley…

Ni a la mujer sirio-fenicia en su estado de impureza…

Ni al centurión romano en su gentilidad…

Ni a abrazar a los pequeños que le son presentados, de quienes Jesús dice que les

pertenece el Reino de Dios.

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¿Quiénes quedan excluidos en el ministerio de Jesús de Nazaret?

¿Quiénes quedan fuera de su abrazo?

Solamente aquellos que se autoexcluyen por sentirse autosuficientes.

Ese fue el caso de algunos fariseos y otros religiosos hipócritas.

Ese fue el caso de las autoridades del Templo, más ocupadas en el mantenimiento d la

paz con Roma, que en buscar el Reino de Dios y su justicia.

“A los suyos vino, pero los suyos no le conocieron”.

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XII

La iglesia tiene el encargo divino de mostrar al Dios Abbá, como pueblo de redimidos, de

comprados por precio, de liberados y reconciliados con Dios, que hemos de anunciar esa

reconciliación a todos los hombres, nuestros hermanos, muchos de los cuales

desconocen esa Buena Noticia.

Como afirmó el Apóstol Pedro cuando entró en la casa de Cornelio, un gentil, un pagano

para Israel, “a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún

hombre.”

Así fue como el Padre de todos le mostró a su siervo Pedro que el Dios Abbá no hace

ninguna acepción de personas.

Pero con inmensa facilidad la iglesia a través de la historia ha perdido esa sublime

vocación de dar a conocer al Dios que es Abbá de todos.

La iglesia como pueblo de fe es el gran sacramento de Dios, el magnífico signo del amor

del Eterno.

Pero la iglesia desde la perspectiva de Jesús de Nazaret no es una institución sino un

pueblo.

La cristiandad es la realidad divina…

El cristianismo es un “ismo” más.

El cristianismo lamentablemente oculta a Cristo y trata de substituirlo, de reemplazarlo, de

domesticarlo a su conveniencia, de redibujarlo hasta la absoluta contradicción.

La cristiandad es donde se hace manifiesta la universalidad del mensaje de Cristo.

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Ese es el sentido pentecostal por excelencia, el derramamiento del Espíritu Santo que

reúne en torno a Jesús de Nazaret a todas las etnias del mundo.

Es de suma importancia que los discípulos de Jesús de Nazaret seamos conscientes de

que hemos sido llamados a ser signos de Cristo en el mundo.

Nos toca anticipar la comunidad escatológica y definitiva del Reino de Dios, los nuevos

cielos y la nueva tierra.

Nos toca enseñar que ni los enriquecidos han de caminar hacia la pobreza, ni los

empobrecidos han de ir hacia la riqueza, sino que la ruta de Cristo Jesús es camino hacia

la justicia.

Jesús nos ha dicho que busquemos primeramente el Reino de Dios y su justicia, y las

demás cosas necesarias se nos darán por añadidura.

La opción divina no es la riqueza entendida como abundancia superflua, ni la pobreza,

entendida como carencia de lo necesario, sino la justicia como dignidad para todos, frente

al enriquecimiento de unos pocos a costa del empobrecimiento de muchos.

¡Cuántos empobrecidos son necesarios para fabricar a un enriquecido!

Jesús, el unigénito Hijo del Abbá Padre, consagra, bendice, multiplica, reparte y sobra.

El origen de todos los seres humanos es el Dios revelado por Jesús de Nazaret como

Abbá.

El destino final en la perfecta voluntad del Padre es el Reino de Dios y su justicia.

El medio escogido por Dios es el amor fraterno, el cual excluye todo exclusivismo de

cualquier orden.

El mundo precisa de una referencia testimonial coherente con el Evangelio Eterno, el

Evangelio del Reino de Dios y de la Gracia.

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Por eso es que ser compasivos como el Padre Abbá, nos impele a no olvidar a las

víctimas del sistema imperante, en el que “Mammona”, el “dios dinero” rige por encima de

todos los valores.

A tal labor nos ha comisionado Jesús el Cristo antes de ascender a la Gloria del Padre, de

donde vino y de donde vendrá en el día señalado.

La iglesia como comunidad de fe ha de desempeñar su labor profética con claridad,

energía y determinación, frente a la tentación, en la que tan hondamente han caído las

instituciones autodenominadas “iglesias”, de acomodarse al mundo, unirse en maridaje

desigual a los poderes establecidos por las armas, y fundir la espada con la cruz, y el altar

con el trono.

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XIII

No podemos olvidar que por virulenta que sea la explotación de los más débiles por parte

de los más poderosos, Dios Abbá no quiere la muerte, la perdición, de los hombres,

comprendido el explotador.

El amor de Dios alcanza al explotado y al explotador, al asesino y a la víctima, al

encarcelado y al carcelero…

Nadie absolutamente queda excluido del amor del Padre Abbá.

A Dios no le produce ningún regocijo la destrucción de ninguno de sus hijos e hijas:

Ezequiel 18:32:

“Porque no quiero la muerte del que muere, dice YHVH el Señor; convertíos, pues, y

viviréis.”

La Buena Nueva del Evangelio es que Dios en Cristo por su Santo Espíritu busca siempre

primordialmente la reconciliación del pecador, con Dios y con el hermano agraviado, con

toda la Creación, de la que formamos parte.

El camino del arrepentimiento y la reconciliación es el camino de Cristo.

Ese camino pasa, naturalmente, por la reparación de las injusticias cometidas, si bien, el

daño nunca puede ser restituido plenamente, para que el perdón del Señor nos sea

otorgado por la gracia y misericordia divinas, y no por nuestras obras supuestamente

meritorias, lo que nos haría jactarnos y gloriarnos a nosotros mismos.

El camino de Cristo no es de castigos y condenaciones, sino que en nuestro Señor hacer

justicia es salvar o declarar “justo”.

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Para Jesús de Nazaret, la justicia del Padre Abbá es siempre bien salvífico.

Hacer justicia o practicar la justicia, lo que en leguaje más sencillo es “hacer buenas

obras”, es defender la causa de los desdichados, de los marginados, oprimidos e

injusticiados.

Salmo 140:13:

“Ciertamente los justos alabarán tu nombre; los rectos morarán en tu presencia.”

El Dios que salva, que libera, que acoge como Padre esa el Padre de Jesús de Nazaret, a

quien el Maestro llama “Abbá”.

Dios une su causa indisolublemente a la de los marginados por los poderes establecidos.

Y comprender eso es conocer al Eterno que nos ha visitado en la persona de Jesús el

Cristo de Dios:

Jeremías 9:23-24:

“Así ha dicho YHVH: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el

valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que haya de alabarse:

en entenderme y conocerme, que yo soy YHVH, que hago misericordia, juicio y justicia en

la tierra, porque estas cosas me agradan, dice YHVH.”

Podemos afirmar que esta realidad van tan lejos que el propio Señor une su destino

histórico en la persona de Jesús el Mesías Sufriente , en su vida de entrega hasta su

sacrificio en la Cruz del Calvario.

Dios es Padre de todos, y a todos quiere salvar.

De ahí se desprende que las instituciones eclesiásticas dominadas por los poderes

fácticos se mantengan bajo la amenaza de la condenación a un sufrimiento eterno, sin

salida, a las mayorías ignorantes, sumidas en la simbiosis de religión, mitología y

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superstición que nos alcanza, no sólo en el romanismo papal, sino, lamentablemente

también el protestantismo.

Un Dios que se revela como único, incontrastable e inimaginable, y que se aproxima a

nosotros como Padre Abbá en la persona de su Hijo y Hermano Mayor nuestro, como

Padre de Amor incondicional, no debería dejarnos duda alguna respecto a la existencia de

una sola humanidad de hermanos.

Padre de todos, no puede desear sino el bien para todos.

La desigualdad, causada por nuestra insolidaridad en la distribución de la riqueza, hiere el

corazón de Dios.

Por mucho que la religión organizada proclame la paternidad divina, la riqueza

diferenciante y la dolorosa situación de los marginados niega toda afirmación teológica al

respecto.

Cualquier crecimiento y desarrollo a costa de otro hombre atenta contra el propósito de

Dios para la humanidad.

Por eso es que después del asentamiento de las tribus hebreas en la tierra promisoria, y

tan pronto aparecen las desigualdades sociales y se establece la “legalidad” de los

abusos del poder, Dios levanta a los “neviim”, a los “llamados”, es decir, a los profetas que

se alzan en defensa de los oprimidos y marginados, de los empobrecidos, los

injusticiados, los huérfanos, las viudas y los extranjeros sin derechos.

Jesús de Nazaret radicaliza la paternidad de Dios.

Ese es l auténtico significado de “Abbá”, y de ahí que el Amor sea el Mandamiento

supremo, el que va más allá de la Ley sin ir en su contra.

O bien se acepta el Amor de Dios revelado en Jesús de Nazaret, renunciando a la

acumulación de la riqueza -creemos que deberíamos añadir también la acumulación del

conocimiento- causante de las desigualdades, o se niega a Dios y se le pierde del

horizonte vital, por más que le llamemos “Señor, Señor”.

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No es nuestro arrepentimiento el que produce la Cruz, sino la Cruz la que produce el

arrepentimiento.

Por eso es que la Palabra de Dios nos dice que “quien se gloría, gloríese en el Señor”,

pues sólo Él puede gestar ese arrepentimiento, ese giro en nuestro camino, esa

transformación en nuestros corazones para dejar de ser adoradores de “Mammona” y

servir a Dios y a nuestros hermanos.

El Evangelio de Cristo siempre ofrece el espacio preciso para el perdón y la

reconciliación.

El Evangelio, presentado con humildad, y respaldado por el testimonio personal de la

praxis cristiana, producirá los cambios transformadores de mentalidad que a su vez

gestará cambios de estructuras globales.

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XIV

El horror que Dios siente ante la actual situación de nuestro mundo sólo puede

comprenderse acercándonos al estado en que se hallan tantos millones de marginados,

hambrientos, desplazados, emigrantes y explotados que habitan nuestro planeta. Junto

con los muchos de esta parte del mundo que desconocen la realidad, o bien miran en otra

dirección, drogados con el “pan y circo”.

Esto nos pasa desapercibido por no encontrar a estos hermanos maltratados en nuestra

ruta habitual.

Los que tenemos el privilegio de vivir en este denominado “primer mundo” no nos

topamos frecuentemente con los que hacen el viaje de la vida en “clase tercera”.

Si seguimos a Jesús de Nazaret de cerca, alejados de la lectura eclesiastizada del

Evangelio, nos percataremos de la rebelión de Jesús contra la consagración religiosa de

la desigualdad causada por la riqueza diferenciante.

Verdaderamente horrible es que el hombre sea lobo para el hombre, su hermano, pero

todavía más sangrante es que desde una perspectiva supuestamente religiosa, y

particularmente “cristiana”, se intente convertir a Dios en testigo silencioso de semejante

tropelía.

Hemos sido testigos presenciales de la enseñanza de supuestos “misioneros” del mundo

protestante, procedentes de la sociedad de la abundancia, o de lacayos locales

sufragados por ellos, enseñar que los robados por la sociedad del mundo capitalista y

expulsados a la marginalidad de la miseria, eran sufridores de semejante situación como

castigo divino por su pecado, y que Dios así lo quiere.

Creedme, no miento ni exagero…

Podría dar nombres…

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Cuento también con testigos presenciales, a menos que no se atrevan a “declarar”, que

lamentablemente también los hay.

Si ante semejante monstruosidad Dios se enoja, no es extraño que nosotros también nos

enfademos.

Así es, al menos, como yo entiendo las cosas, aunque me cuelguen algunas de las

etiquetas y “sanbenitos” que el hiperfundamentalismo fabrica para quienes nos quitamos

la gorra al entrar en la iglesia, pero renunciamos a quitarnos la cabeza, asumiendo el

riesgo de que sean ellos quienes nos la quiten.

¿Nos vamos percatando de las causas para que Jesús de Nazaret fuera un escándalo

viviente?

El Evangelio de Jesús, es decir, el Eterno, sin apellidos, contradecía todas las reglas de la

piedad de aquellos días del Señor en la carne.

Hoy las cosas no han cambiado, sólo se han refinado los métodos de persecución.

Pero gracias a Dios, tampoco el Evangelio de Cristo ha cambiado.

Para Jesús, el Amor del Padre Abbá se dirige a todos, pero comenzando por los

menospreciados y perdidos, entendiendo por “perdidos”, no aquellos distanciados de las

reglas morales del sistema, frecuentemente las más inmorales, y generalmente centradas

de “cintura para abajo”, sino aquellos que han perdido la dignidad, la libertad, el bienestar

y la cultura, porque todos esos bienes les han sido robados por los poderosos.

Quienes quieran espiritualizar estas cosas, por nuestra parte están en su derecho de

hacerlo, pero esperamos justa reciprocidad, aunque tampoco nos preocupa demasiado si

no nos respetan.

De modo que si así fuera, la pelota está en su tejado, no en el nuestro.

Jesús se dirige a los marginados, explotados, enfermos –recordemos que no solamente

existen enfermedades físicas y psíquicas, sino también sociales-, a los desfavorecidos y a

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todas las víctimas de la injusticia, y los llama “hermanos pequeños” y les anuncia que

Dios es Padre Abbá que les ama.

Para la espera hasta el Gran Día de Dios, y para anunciar el Evangelio, Jesús nos

convoca a formar comunidades de hombres y mujeres libres.

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XV

La sociedad humana es una sociedad fundamentada en el amor por el dinero, es decir,

por el afán por el lucro y la dominación.

Rige la racionalidad egoísta en la que predomina la voluntad del poder.

Es el fruto de la adoración a “Mammona”.

El resultado de semejante situación ha de ser necesariamente una distribución en

desigualdad abusiva de los bienes generados.

Pero nos han dicho tantas veces que esta es la mejor sociedad posible, y que vivimos

bajo el menos malo de los sistemas, que hemos llegado a creérnoslo…

Bueno, no todos, sólo algunos…

Lamentablemente muchos, porque es un hecho bastante probado que una mentira

repetida muchas veces como verdad, termina por ser asumida como tal por las masas.

De modo que la injusticia maquillada de “justicia” ha pasado y continúa desfilando delante

de nuestros ojos cada día y cada instante hasta producir en nosotros la costumbre

profundamente enraizada, hasta caer en llamar a lo malo, bueno, y a lo bueno, malo.

Cuando esto sucede, el paso atrás o la vuelta no resultan fáciles.

Además, y en esto la iglesia institucionalizada tiene una gran responsabilidad, hemos

llegado a confundir lo “justo” con lo “legal”, olvidando que las “leyes” son confeccionadas y

aprobadas por quienes sirven a los poderes fácticos, nunca al pueblo.

El Dios que Jesús revela, Abbá Padre, comienza todo por los de abajo.

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También el juicio, es decir, la justicia divina comenzará por los de abajo.

“Abbá Padre” siempre se muestra defensor del huérfano y de la viuda.

Esa es su tarjeta de visita.

Las demás “tarjetas” son fraudulentas.

Así fue como el remanente fiel de Israel llegó a entender a Dios como Padre Abbá en la

figura del “Ebed YHVH”, el “Siervo del Señor”, despreciado, desechado, hollado e

identificado con todos los humillados…

Señor de señores, Rey de reyes, Siervo del Señor y Señor de los siervos.

La figura del “Siervo de YHVH”, en la segunda parte del libro del profeta Isaías, parece ser

el punto culminante en la revelación del Señor al respecto, pues es el momento en que

todas las estrechas interpretaciones nacionalistas se vienen abajo, e Israel queda al

descubierto como llamado a ser “Luz a las naciones”.

El Siervo del Señor, el Mesías de Israel y Deseado de todos los pueblos, se torna Luz

para todas las naciones, para todos los gentiles, pues Él es “gloria del pueblo de Israel y

luz para revelación de los gentiles”.

En todo cuanto Israel falla en su humanidad vulnerable, Jesús de Nazaret vence, y su

victoria final acontecerá en su Segunda Venida con poder y gran gloria, a buscar a

quienes el esperamos.

Jesús encarna al Dios de Israel y al Israel de Dios.

Él es Señor del Sábado, y el Sábado es el Día del Señor.

Es el día que conmemora la Creación, la liberación de los oprimidos, el reposo regalado

por Dios para todos, figura del cese eterno de la explotación de todo lo que respira,

comprendidas las bestias.

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XVI

Podríamos pensar que la opción preferencial de Dios Abbá por los empobrecidos es una

arbitrariedad.

Si así lo hacemos nos equivocaremos, pues nada de Dios y en Dios es arbitrario.

Pero tampoco es algo de importancia secundaria.

Todo el mensaje bíblico, la suma de la Palabra de Dios, muestra que se trata del criterio

divino fundamental para el juicio del mundo y de la historia.

La justicia que brota de la fe es la que revela la realidad de la fe:

Y la auténtica fe es la que obra por el amor.

Todo lo demás es filosofía, humanismo proclive a disfrazarse de fe y pseudo evangelio

que oculta el rostro del Dios Abbá.

Cuando nos referimos a la opción preferencial de Dios hacia los empobrecidos, nos

sentimos apelados a trabajar en pro d la edificación de un nuevo orden internacional, el

respeto a las legítimas libertades y la colaboración fraternal con los necesitados y

agraviados.

Cuando vamos a las páginas del Evangelio según Mateo, en el capítulo 25 hallamos un

discurso de Jesús de Nazaret en el que el Maestro profetiza acerca del juicio final a las

naciones en una versión distinta de la apocalíptica para sin duda despertar el amor

solidario –no es posible un amor que no lo sea- de sus discípulos, y que no hemos de

separar de la gran comisión de ir a hacer discípulos a todas las etnias, enseñándoles el

Evangelio proclamado por Jesús.

Mateo 25:31-46:

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“Cuando el Hijo dl Hombre venga en su gloria y todos los santos ángeles con él, entonces

se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él toda las naciones;

entonces apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.

Y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino

preparado para vosotros desde la fundación del mundo, porque tuve hambre y me disteis

de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y

me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme.

Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te

alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te

recogimos, o desnudo y te vestimos? ¿O cuando te vimos enfermo o n la cárcel, y fuimos

a verte?

Respondiendo el Rey les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno d estos

hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.

Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno

preparado para el diablo y sus ángeles, porque tuve hambre, y no me disteis de comer;

tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y

no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.

Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento,

sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te servimos?

Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno

de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. Irán estos al castigo eterno y los justos

a la vida eterna.”

El juicio para Jesús se fundamenta en cómo se trata a los hermanos más pequeños de

Jesús el Hijo de Dios.

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Podemos hallar todo tipo de explicaciones basadas en multitud de interpretaciones para

eludir nuestra responsabilidad, pero las palabras de nuestro Señor Jesucristo no pueden

ser más claras y contundentes.

El ocuparse de los más pequeños es el corazón de la verdadera religión para Jesús de

Nazaret.

Frente a interpretaciones espiritualizadas, que no espirituales, creemos que los hermanos

pequeños de nuestro Salvador son los marginados de todas las naciones d la tierra.

Aquellos que tuvieron poca luz sobre el Evangelio del Cristo de Dios, pero usaron esa luz

al máximo, en imitación del Dios Abbá, padre de todos, serán aprobados en el juicio

divino, en el que no entra para nada ningún concepto teológico o basado en conceptos

doctrinales abstractos.

La proyección de nuestra fe en la vida, en el modo de conducirnos respecto a los demás,

es la clave fundamental en el seguimiento de Jesús el Cristo.

Siempre que hago y comparto estas reflexiones no puedo por menos que recordar y citar

las palabras de Oscar Arnulfo Romero (1917-1980), quien fuera Arzobispo metropolitano

de El Salvador, asesinado por esbirros de la burguesía militar católica de aquella nación:

“La religión no consiste en mucho rezar; la religión consiste en esa garantía de tener a mi

Dios cerca de mí, porque les hago bien a mis hermanos.

La garantía de mi oración no es el mucho decir palabras; la garantía de mi plegaria está

muy fácil de conocer: ¿cómo me porto con el pobre? Porque allí está Dios…

La manera como le mires: así estás mirando a Dios…

Los méritos de cada hombre y de una civilización se medirán por el trato que tengamos

para con el necesitado y para el pobre.”

Es innegable que en estas sentidas palabras del hermano Oscar Romero se pude sentir el

aroma inconfundible de Abbá Padre.

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XVII

El empobrecimiento causado por el enriquecimiento de otros es lo más opuesto al Dios

Abbá.

Esa es la razón por la que es necesario enseñar a todos que “espíritu de pobreza” es lo

que verdaderamente significa ser “pobres en espíritu”, lo que a su vez es menester

explicar como “renuncia al espíritu del enriquecimiento a costa de los débiles”.

Lamentablemente, el hebraísmo “pobres en espíritu” ha servido, y sigue sirviendo, para

manipular su sentido y actuar como elemento justificante de la desventura de millones de

hombres, mujeres y niños en nuestro mundo.

Por eso Juan Mateos, en la “Nueva Biblia Española”, traduce Mateo 5:3 como “dichosos

los que eligen ser pobres, porque ellos tienen a Dios por Rey”

Creemos que sería un error mayúsculo identificar a los pobres de tiempos bíblicos con los

empobrecidos de nuestra sociedad postmoderna y postcristiana.

El concepto de “clase social” y la conjunción sociopolítica entre “pobres” y “clase obrera”

nos conducen inevitablemente a la consideración de este asunto desde la teología.

No podemos olvidar que la Biblia habla desde su horizonte, que frecuentemente no es el

nuestro, lo cual dificulta bastante las cosas.

En nuestro estudio de la teología sabemos que la precisión conceptual se alcanza, o al

menos nos aproximamos a ella, solamente cuando sacrificamos parte de su riqueza

simbólica y concreta, lo cual implica la necesidad de profundizar en nuestra labor

traductora desde la realidad de las nuevas circunstancias por las que atravesamos, pues

de lo contrario perderíamos la vigencia de la propia Escritura.

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De ahí se desprende que los “pobres” dentro del contexto de las Sagradas Escrituras

sean los oprimidos en el sentido más amplio de la palabra, es decir, los que padecen

opresión, marginación, explotación, desesperación, y además no pueden defenderse ni

cuentan con nadie que lo pueda hacer.

Están muy bien representados por la viuda de la parábola, la cual no tenía a nadie que la

defendiera ante el juez injusto, y encarna a todos cuantos saben que están solamente a

merced del auxilio divino.

La voz del Espíritu Santo está resonando en nuestros días en una llamada a la iglesia –a

las iglesias- al arrepentimiento de su pecado por haber justificado y justificar la riqueza

diferenciante que hace de los enriquecidos cada día más ricos, y de los empobrecidos

cada día más pobres.

Es urgente acometer el descubrimiento del Dios Abbá, Padre nuestro, de todos.

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Epílogo

En una preciosa carta de Albert Einstein a su hija Lieserl, le dice así:

“El Amor es Luz, dado que ilumina a quien lo da y a quien lo recibe…

El Amor es Gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas hacia otras…

El Amor es Potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y así permite que la

humanidad no se extinga en su ciego egoísmo…

El amor revela y desvela…

Por amor se vive y se muere…

El Amor es Dios, y Dios es Amor…

Esta fuerza lo explica todo y da sentido en mayúsculas a la vida…

Esta es la variable que hemos obviado durante demasiado tiempo, tal vez porque el amor

nos da miedo, ya que es la única energía del universo que el ser humano no ha aprendido

a manejar a su antojo…

Si en lugar de “E = mc2” aceptamos que la energía para sanar el mundo puede obtenerse

a través del Amor multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la

conclusión de que el Amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites.”

Dios es Abbá…

Abbá es Amor…

Abbá, Padre nuestro que estás en los Cielos…

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Gracias, Señor Jesús, por habérnoslo revelado con tanta claridad.

JY.

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