a. crespo, el acompañamiento espiritual a los sacerdotes

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“Querido Timoteo… reaviva el carisma que hay en ti” El acompañamiento espiritual de los sacerdotes Introducción Las cartas pastorales de San Pablo (dos a Timoteo y una a Tito, estrechamente relacionadas entre sí) tienen la peculiaridad de estar dirigidas no a la comunidad concreta sino más bien a sus pastores. Resalta, sobre todo, la segunda carta a Timoteo, un presbítero que recibe la responsabilidad de guiar a otros por el camino del evangelio cuando él mismo necesita ser sostenido, reforzado y consolado. La segunda carta a Timoteo es un ejemplo vivo del acompañamiento de Pablo a su discípulo, al que llama “hijo querido” (1Cor, 4,17 y 2Tim, 1,2). “Reaviva el carisma de Dios que está en ti por la imposición de las manos” (2Tim 1,6), típica exhortación paulina, es un reclamo del apóstol experimentado al joven discípulo, para que progrese en santidad, discerniendo lo que favorece a su identidad de presbítero. La relación de Pablo con Timoteo es un ejemplo de acompañamiento espiritual. El tema que vamos a reflexionar es precisamente el acompañamiento espiritual de los presbíteros. Podemos comenzar la reflexión con el compromiso de la relectura de las cartas pastorales, desentrañando los consejos de Pablo a sus discípulos Tito y Timoteo, ya presbíteros y al frente de una comunidad. Comenzamos exponiendo el concepto de discernimiento espiritual, una pieza clave de la teología y vida espiritual. A continuación, reflexionamos sobre el acompañamiento espiritual, ampliando el concepto restrictivo que, a veces, se tiene del mismo. Y, por último, nos centramos en una forma peculiar y excelente de acompañamiento de hondo sabor espiritual: la llamada dirección espiritual. Cuando hablamos de acompañamiento espiritual, queremos abarcar algo más que la tradicionalmente llamada dirección espiritual. Las “nuevas formas de acompañamiento”, de carácter Reaviva el carisma que hay en ti 1

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“Querido Timoteo… reaviva el carisma que hay en ti”El acompañamiento espiritual de los sacerdotes

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Page 1: A. Crespo, El acompañamiento espiritual a los sacerdotes

“Querido Timoteo… reaviva el carisma que hay en ti”

El acompañamiento espiritual de los sacerdotes

Introducción

Las cartas pastorales de San Pablo (dos a Timoteo y una a Tito, estrechamente relacionadas entre sí) tienen la peculiaridad de estar dirigidas no a la comunidad concreta sino más bien a sus pastores. Resalta, sobre todo, la segunda carta a Timoteo, un presbítero que recibe la responsabilidad de guiar a otros por el camino del evangelio cuando él mismo necesita ser sostenido, reforzado y consolado.

La segunda carta a Timoteo es un ejemplo vivo del acompañamiento de Pablo a su discípulo, al que llama “hijo querido” (1Cor, 4,17 y 2Tim, 1,2). “Reaviva el carisma de Dios que está en ti por la imposición de las manos” (2Tim 1,6), típica exhortación paulina, es un reclamo del apóstol experimentado al joven discípulo, para que progrese en santidad, discerniendo lo que favorece a su identidad de presbítero. La relación de Pablo con Timoteo es un ejemplo de acompañamiento espiritual.

El tema que vamos a reflexionar es precisamente el acompañamiento espiritual de los presbíteros. Podemos comenzar la reflexión con el compromiso de la relectura de las cartas pastorales, desentrañando los consejos de Pablo a sus discípulos Tito y Timoteo, ya presbíteros y al frente de una comunidad.

Comenzamos exponiendo el concepto de discernimiento espiritual, una pieza clave de la teología y vida espiritual. A continuación, reflexionamos sobre el acompañamiento espiritual, ampliando el concepto restrictivo que, a veces, se tiene del mismo. Y, por último, nos centramos en una forma peculiar y excelente de acompañamiento de hondo sabor espiritual: la llamada dirección espiritual.

Cuando hablamos de acompañamiento espiritual, queremos abarcar algo más que la tradicionalmente llamada dirección espiritual. Las “nuevas formas de acompañamiento”, de carácter más institucional y comunitario, no suplantan a la tradicional dirección espiritual sino que la valoran y la proponen como un medio clásico y excelente de espiritualidad. Pero, a la vez, la así llamada dirección espiritual necesita desprenderse de viejos vicios y recuperar su esplendor: aquella sana pedagogía que nos ha dejado tantos ejemplos de santidad, entre “directores y dirigidos”.

1. Acompañamiento y discernimiento evangélico

“Acompañamiento y discernimiento espiritual”, son dos conceptos que

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se miran para complementarse. Mutuamente se exigen y a la vez se refuerzan. El acompañamiento tiene como objetivo primordial ayudar al sujeto a discernir, bajo la luz del Espíritu, la voluntad de Dios en su propia vida y a contrastar su calidad moral, su conducta y su fidelidad a la vocación recibida. El acompañamiento quita el riesgo de la subjetividad engañosa, ya que la mirada del otro ayuda a escrutar con sinceridad y verdad las orientaciones del Espíritu en el camino hacia la santidad, que es el objetivo último y primero de quien ha recibido la vocación de hijo de Dios por el Bautismo, y cuya identidad bautismal ha sido reformulada de nuevo por una segunda llamada: ser sacerdote de Cristo, “elegido, consagrado y enviado” para anunciar en su nombre la Buena Noticia del Reino.

1.1. Valoración del acompañamiento

Acompañar personalmente a crecer en la fe cuenta en la Iglesia con una larga y secular tradición que tiene sus antecedentes en la Escritura. El libro de los Proverbios (6, 21-22) recomienda: “Guarda, hijo mío, los consejos de tu padre y no rechaces la instrucción de tu madre. Porque el consejo es lámpara y la instrucción es luz y es camino de vida la reprensión que corrige”.

En el Nuevo Testamento, Pablo recomienda a los cristianos el discernimiento de lo que en concreto Dios quiere de ellos en cada situación. El verbo “dokimazein” frecuentemente utilizado por el, significa discernir, examinar. “Así sabréis discernir, lo que más convenga” (Flp 1, 10). La Carta a los Romanos precisa: “No os acomodéis a los criterios de este mundo; al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, para que podáis discernir (aquilatar: dokimazein) cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, agradable y perfecto” (12, 2). Pablo, a su vez, cita entre los carismas que algunos reciben la “diákrisis pneúmaton”, el discernimiento de los espíritus (1Cor 12, 10). Aparece con claridad en los escritos del Apóstol que lo que Dios quiere en concreto de nosotros en cada circunstancia no está en muchas ocasiones claro y patente. Dios no nos ha ahorrado el trabajo de buscarlo. Dejarnos acompañar en esta tarea es una consecuencia inteligente. Así se expresa en la relación de Pablo con Timoteo y otros discípulos.

Entre los Padres del desierto en Oriente, la figura del acompañante es capital. Es designado sobre todo con el nombre de “padre”. A veces esta designación nominativa “pater” es acompañada del adjetivo “pneumatikos” (que no significa “espiritual” sino “en el espíritu”). El “padre” es un experto en los caminos del Espíritu, no solo un consejero moral. No era sacerdote. El discípulo le expone no solo sus pecados y sus tentaciones, sino también sus pensamientos y deseos más íntimos.

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Del desierto la praxis del acompañamiento espiritual pasa a los monasterios de Oriente y de Occidente. San Bernardo le reconoce un gran relieve. El Abad es un padre que orienta no solo a la comunidad en su conjunto sino individualmente a las personas que la componen.

La tradición franciscana incorpora también esta figura a los factores de crecimiento espiritual, designándole con el nombre de “hermano”.

San Ignacio de Loyola es uno de los grandes maestros del acompañamiento. Por experiencia, sabe que la voluntad concreta de Dios no se halla tan fácilmente siempre y son frecuentes los autoengaños. Las Reglas del discernimiento ignacianas han alcanzado en la Iglesia una merecida aceptación. Es curioso observar que San Ignacio nunca utiliza la palabra “director”, porque para él, el crecimiento en el camino de la fe no se ventila entre acompañante y acompañado, sino “entre Dios y el ánima devota”, a quien Dios se comunica “abrazándole en su amor y alabanza y disponiéndole por la vía que mejor podrá servirle en adelante”.

Crisis y motivos de esperanza

Poco a poco se va deteriorando la figura del acompañamiento espiritual. Se interpone en exceso entre el Espíritu Santo y el creyente, polarizándose en dictar la conducta moral y ascética, más que en descubrir la acción del Espíritu Santo en la vida de los creyentes.

A. Louf describe la deformación sufrida por el acompañamiento en dos términos: autoritarismo y moralismo. El autoritarismo exige obediencia al director y el moralismo olvida lo que el Espíritu Santo hace y dice en la vida del creyente para concentrarse casi exclusivamente en lo que el dirigido tiene que hacer1. Quizá algunos aún tengan recuerdos de estas deficiencias.

En las últimas décadas, el desuso de la figura del acompañamiento ha podido tener estas causas, algunas de ellas enraizadas en el más profundo inconsciente: “la crisis de la figura paterna, el cuestionamiento de la autoridad, la mayor conciencia de suficiencia propia, la proclividad al individualismo, la relajación de las apreturas de una conciencia moral rigurosa... y la pérdida notable de oxígeno espiritual y de voluntad de avanzar en el seguimiento de Jesucristo. Estos factores fueron arrinconando el acompañamiento espiritual, reduciéndolo a momentos de urgencia moral aguda y considerándolo como signo y causa de una dependencia indigna de la libertad humana. Los efectos han sido muy empobrecedores y, en algunos casos, demoledores”.2

Sin embargo, los maestros de espiritualidad más autorizados, están reclamando un redescubrimiento del acompañamiento espiritual como un

1 ? Cf. A. LOUF, Mi vida en tus manos, Narcea, Madrid 2004

2 ? Apunto algunas notas de una conferencia de Mons. Juan María Uriarte.

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instrumento muy valioso al servicio de la labor del Espíritu en la Iglesia. Hay quien afirma que está volviendo a emerger con fuerza. Pero, habría que precisar que, quizás, se circunscribe a círculos muy reducidos.

Podemos afirmar que la recuperación del acompañamiento espiritual –en sentido amplio y comunitario y como dirección espiritual personalizada- es indispensable, hoy, no solamente para los creyentes que buscan progresar en su vida espiritual sino también para el dinamismo de las distintas comunidades y el conjunto de la Iglesia. Y, por tanto, para nosotros sacerdotes, llamados no sólo a ser acompañados sino también a ser acompañantes, por el ejercicio de nuestro propio ministerio3.

1.2. Discernir bajo la luz del Espíritu

El acompañamiento está íntimamente unido al discernimiento. El discernimiento es una actividad espiritual que se desarrolla bajo la moción del Espíritu, el cual obra con libertad y pide a los hombres una respuesta libre. En este clima debe vivir el cristiano.

El mismo dinamismo de la vida y la complejidad de las situaciones en que vive y obra el cristiano para llevar a cabo el plan de Dios respecto a sí mismo y a los demás, le imponen una atenta consideración de los impulsos y de las motivaciones que le inducen a determinadas opciones. ¿Cómo reconocer los signos de Dios en una determinada situación y, sobre todo, frente a ciertas opciones?4

El verbo discernir, y su correspondiente sustantivo “discernimiento”, se refiere a los procesos mentales de juicio por los que se percibe y se declara la diferencia que existe entre varias realidades. Dentro del ámbito ético-religioso del cristianismo el tema del discernimiento ha tenido amplia repercusión, al ser conectado con las categorías fundamentales de la Revelación: reconocimiento de la voluntad de Dios, prueba de la autenticidad religiosa, coherencia personal del creyente, etc.

En dos campos se verifica especialmente el significado del discernimiento: en el de la espiritualidad, a través de la “discreción de espíritus”, y en el de la moral, como “discernimiento ético”5. Por otra parte,

3 ? Cf. A. CRESPO, Discernimiento y acompañamiento espiritual: un instrumento precioso al servicio de un nuevo estilo de Formación Permanente, en COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO, La formación espiritual de los sacerdotes según Pastores dabo vobis, Edice, Madrid 1995, págs. 115- 172

4 ? Cf. BARRUFFO A., Discernimiento, en DE FIORES S.-GOFFI T., Nuevo Diccionario de espiritualidad, Paulinas, Madrid 1983, págs. 368 ss.

5 ? Se suele reservar para el primero, el verbo diakrinein, y para el segundo el verbo dokimazein. Hablar hoy de la necesidad de discernimiento es reivindicar una categoría primordial de la vida espiritual y moral en síntesis. Si Cullman acuñó la frase de que el verbo dokimazein es "la clave de toda moral neotestamentaria" - aseveración que es corroborada por Spicq- desde el terreno de la Teología espiritual el "discernimiento de espíritus" es un tema primordial, desde las aportaciones de la misma Teología y de

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la intrínseca circularidad espiritualidad-moralidad resalta que hablar hoy de discernimiento supone abarcar las dos vertientes en su globalidad, como estilo de vida evangélico.

Para Pablo, el discernimiento es parte imprescindible de la búsqueda dinámica de la autenticidad cristiana, por lo cual es preciso mantenerlo siempre en acción: hay que discernir las mociones que llevan la impronta del Espíritu de las que le son contrarias. El cristiano que haya experimentado la presencia del Espíritu ha de habituarse a esa percepción espiritual, a esa finura del espíritu que le mantiene fiel a su identidad. El discernimiento se basa en la transformación previa operada en el Bautismo y en la conciencia progresiva del dinamismo espiritual que éste engendra: colaborar con la gracia para alcanzar la santidad6.

A algunos el Espíritu les concede el carisma del “discernimiento de espíritus” (1Cor 12,10), es decir, la capacidad de reconocer si una determinada inspiración viene del Espíritu o del Maligno. Más a todos los creyentes les da el “don del Espíritu”, que se recibe radicalmente con la fe y el Bautismo y “habita en nosotros” (Rom 8,14). El Espíritu es, pues, el elemento constitutivo de nuestro ser de cristianos, constituyéndonos hijos “en la Iglesia” (1 Cor 12,13).

Para Pablo el discernimiento es la virtud del tiempo de la Iglesia, situada entre la muerte y resurrección de Cristo y la parusía. Por ello, reclama de los romanos: “No os amoldéis a este mundo, sino dejaos transformar por una nueva mentalidad, para ser vosotros capaces de distinguir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, agradable y acabado” (Rom 12,2).

2.- El acompañamiento del dinamismo espiritual

La vida espiritual no es vida solitaria, sino vida acompañada, vida en comunidad, en riqueza eclesial. La Iglesia cuida de sus hijos, les acompaña en su dinamismo de perfección y les ofrece mediaciones concretas de acompañamiento. La colaboración humana en la obra de santificación se cimienta ya en la misma Biblia y la vida de los santos está repleta de ejemplos de amistad y mutua colaboración. 7

ciencias humanas como la Psicología o Sociología.

6 ? Este proceso, Pablo lo identifica como un crecimiento en el amor (agapé) penetración (epígnosis) y en sensibilidad (aiszesis) (Fil 1,9). En 1Tes 5,19-21 atribuye este sabio discernimiento de valores al Espíritu Santo. Como dice Spic, en el fondo se trata “de un sentido del tacto afinado por un intenso amor de caridad”.

7 ? Jesús y los doce, enviados "de dos en dos"; Ananías ayudará a Pablo en los primeros pasos de su conversión; Pablo aconsejará a sus colaboradores y comunidades. La experiencia propia de los grandes místicos: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio, San Juan de Ávila…

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2.1. La dinámica espiritual

La Escritura habla del dinamismo de la vida espiritual como de un camino y de una existencia en desarrollo. Es vida en camino y ninguna condición o estadio puede considerarse definitivo: en la vida cristiana la meta esta “más allá” y lo mejor de cada uno “habita en la esperanza”.

La vida de todo cristiano, y por ende del sacerdote, es un camino, itinerario de respuesta a una llamada constante de plenitud en Cristo; es un combate por vivir lo que somos, fidelidad a una vocación específica.

El camino de perfección es un proceso lento de relación, seguimiento, imitación y configuración con Cristo. En la propia realidad humana pobre y contingente, por el don de la fe a la luz del Espíritu, descubre el hombre que es amado por un Dios Padre que entrega a su Hijo para la salvación de todos. Y de este encuentro de gracia, nace en el hombre la decisión de amar a Dios del todo y hacerle amar por todos.

La iniciativa de este camino de encuentro entre Dios y el hombre en el amor de Jesús, a la luz del Espíritu, es siempre divina. Durante el camino el hombre se abre a la gracia de Dios. Y la gratuidad del don reclama receptividad activa por parte del hombre. Dios, que eleva al hombre por la gracia a la categoría de hijo, espera respuesta de hijo en un ejercicio constante de la caridad.

El camino espiritual, la dinámica espiritual, se sitúa así en el contexto dialógico de la vida espiritual: la fuente de este movimiento de vida es la comunión vital con el Padre, a la que llegamos mediante Cristo y que nos ha sido dada en el Espíritu Santo. Nosotros, al responder, entramos mediante la fe, la esperanza y la caridad en este diálogo trinitario. Se puede hablar de crecimiento si estos actos se vuelven cada vez más intensos.

Se atribuye al Espíritu todo aquello que es dinamismo y renovación en la Iglesia y en las personas. La Teología Espiritual ha afirmado siempre el devenir progresivo de la santificación de la persona. El Espíritu actúa en ella desde dentro y en armonía con el proceso de la vida personal.

La parada es contraria a la naturaleza misma de la vida espiritual. San Bernardo enunciaba este principio: “El que no quiere adelantar, retrocede”.8

Y cada individuo tiene un camino espiritual totalmente personal: por su propia originalidad irrepetible, por las indicaciones imprevistas de la dirección del Espíritu, por la misión que está llamado a desarrollar dentro de la Iglesia.

8 ? Epist. 254, 4; PL 182, 461; San Agustín afirma: "Vive siempre descontento de tu estado si quieres llegar a un estado más perfecto, puesto que cuando te complaces en ti mismo, dejas de progresar. Si dijeras: ¡Ya basta! ¡Ya he llegado a la perfección! lo habrías perdido todo": Serm. 169, 15; PL 38, 926.

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2.2. Estructuras al servicio del “acompañamiento”

Esta colaboración humana en la guía única del Espíritu, tradicionalmente se ha reducido, sobre todo en su estudio y recomendación, a la llamada “dirección espiritual”, centrándose quizás con excesiva insistencia en la figura del “director” o “padre espiritual”. Sin embargo, la misma crisis de esta figura, el nuevo talante postconciliar de corresponsa-bilidad eclesial, y la propia psicología del hombre moderno, han potenciado otros modos de acompañamiento. Estos “nuevos modos” no quieren eliminar el tradicional rol de la dirección espiritual, pero sí suponen una revisión crítica del término y figura tradicionales y una ampliación del campo del acompañamiento espiritual.

a) Acompañar en el camino como “ayuda fraterna”

La vida espiritual no puede entenderse sino como dinámica, avance, progresión: camino. Así, cuando hablamos del ministerio eclesial del acom-pañamiento suponemos acompañar en el camino progresivo hacia la perfección, hasta conseguir la madurez espiritual: “llegar a ser adulto en Cristo" (Cf. Ef 4, 13).

Cada cristiano es un “acompañante” en el camino de perfección, como colaborador en el Cuerpo místico. Con frecuencia se reduce esta respon-sabilidad del acompañamiento espiritual a los que la ejercen oficialmente como un servicio ministerial y jerárquico. Pasa frecuentemente desapercibida una forma de ayuda fraterna que, sin embargo, es la más frecuente y al alcance de todos. Es la ayuda que se presta en la convivencia, en el encuentro ocasional, en la visita, en la palabra confortadora. Para este ministerio basta la consagración bautismal y una caridad viva. El cristiano actúa y ejercita así su condición de Iglesia9.

Además de la ayuda fraterna, el acompañamiento espiritual reviste diversas formas. Nos detendremos en tres: la amistad, los grupos o equipos y la dirección espiritual. Queremos resaltar, aunque sea brevemente, las dos primeras por su importancia para el sacerdote. Analizaremos más profunda-mente la tercera.

La amistad

Cuando el mutuo amor alcanza un cierto grado de intensidad, de cali-dad, de conciencia, toma el nombre de amistad. Esta se hace portadora de todo el ser de la persona, conocimientos y experiencias que se transvasan de uno a otro. Es un valor humano que se presta a ser un medio de

9 ? Cf. F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, EDE, Madrid 1978, págs. 539 ss.

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crecimiento espiritual y de colaboración en el camino de la santidad.

Se ha escrito mucho sobre la amistad. Como vehículo de valores espiri-tuales ha provocado mucha literatura a favor y en contra. Realmente no es fácil conseguir una amistad, y si a la vez queremos que en ella se incluyan motivaciones espirituales de mutuo crecimiento hacia la santidad, aún más difícil. Pero, los peligros posibles nos han hecho rechazar los valores reales de esta dimensión profundamente humana. El ejemplo de Jesús con Juan, Pedro, Santiago, Marta, María, Lázaro, la vida del mismo Pablo y Timoteo, la amistad de muchos santos entre sí, es un estímulo.

Sólo pretendo llamar la atención: allá dónde se hable de amistad entre dos personas, de grupo de amigos, de equipo en clima de amistad, si es entre cristianos, aun más entre sacerdotes, el “valor amistad” no puede ser sino un valor de acompañamiento mutuo en el crecimiento de lo mejor de sí, camino hacia la santidad.

Los grupos, equipos

Con frecuencia se reúnen un cierto número de personas con unas ex-igencias espirituales mutuas. Son personas que conscientes del vínculo que las une, “por lo que son”, participan activamente en un intercambio de ex-periencias, actividades, doctrinas, con el fin de avanzar en su camino de san-tificación personal y acción apostólica. La variedad de los grupos o equipos es extensa. Hay unas leyes desde la Psicología y la Sociología que regulan su funcionalidad.

Los “grupos o equipos” verdaderos vitalizan a las comunidades en las que se integran. No son grupos cerrados que se sugestionan, sino células más vivas que dan energía al resto del organismo. Así, un grupo o equipo sacerdotal puede ser una instancia preciosa para fortalecer un presbiterio.

Cualquier grupo o equipo sacerdotal, -incluido el equipo sacerdotal del arciprestazgo- no se reúne para hacer algo, sino “porque son alguien”: es la identidad de las personas la que califica el grupo. Así, dichos grupos o equipos sacerdotales, no pueden limitarse a una simple relación de efectividad apostólica. Ella pasa por alimentar una cálida relación con Dios y potenciar una rica colaboración interpersonal.

El acompañamiento espiritual promovido desde la amistad, los grupos o equipos, es una riqueza eclesial. Pero su valor está precisamente en sus límites: no pedir lo que no pueden dar es un acierto. Es necesario favorecer que sus miembros puedan servirse, por propia exigencia o necesidad, de otros medios humanos que la Iglesia pone al servicio del crecimiento espiritual y de la propia santificación. Uno de estos medios es la llamada dirección espiritual.

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b) El servicio “institucionalizado” del acompañamiento

La institución eclesial nos ofrece estructuras cálidas de acompañamiento, a veces poco valoradas. Hay diversas funciones eclesiales, estructuras y personas que tienen una peculiar misión de acompañamiento de los fieles laicos en general y de los sacerdotes en particular. Reseñamos algunas, que nos parecerán obvias pero que conviene recordar para tomar conciencia de que las tenemos a nuestro alcance:

- El Magisterio, desde la reflexión de sus documentos ha estado siempre atento a la vida del presbítero en los últimos tiempos. Desde el Concilio a los últimos Papas. El pasado Sínodo sobre los sacerdotes nos dejó una hermosa Exhortación, Pastores dabo vobis, que es una hoja de rutas muy interesante.

- Los documentos de la Conferencia Episcopal Española y Comisión Episcopal del Clero: la reflexión sobre la vida y el ministerio pastoral del presbítero se volvió a alentar desde la reflexión de los pasados Simposio y Congreso de espiritualidad sacerdotal de inicios de los 90. Se buscaba una renovación espiritual de los presbíteros en la situación actual. Esta inquietud es ya una forma de "acompañamiento espiritual" del pres-bítero. Existen valiosos documentos sobre la Formación Permanente y sus diversas dimensiones.10

Un documento o un libro, pueden ser “un instrumento de acompañamiento”.

- Las instituciones diocesanas en torno a la Curia: En la cohesión de un presbiterio la fuerza unificadora de un obispo y de los servicios pastorales que éste crea en torno a sí es muy importante. En todos los proyectos diocesanos, desde la Catequesis a la Administración, el sentido de servicio, acogida, consulta, debe primar sobre una fría burocracia. Sólo así tiene sentido la Curia, que se convierte en un “acompañante de la vida del presbítero”, rompiendo la inclinación a la lejanía afectiva de la “institución” de muchos presbíteros.

- El Arciprestazgo como “hogar, escuela y taller”: comunidades y grupos pastorales, arciprestazgos y zonas pastorales: El Arciprestazgo puede ser un nudo de relaciones gratificantes que potencia el acompañamiento del presbítero y que, a la vez, favorezca el ministerio de su acompañamiento.

Las relaciones presbítero-comunidad deben constituir un circuito de vida. Sólo desde una pastoral que dinamice la responsabilidad laical, que descargue progresivamente en los laicos tareas que les son propias y que a veces asume el presbítero por subsidiaridad o clericalismo, es como el presbítero podrá encontrar su “lugar de pastor, guía de la comunidad y

10 ? Señalamos, al final, una breve bibliografía de documentos.

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animador de todos los carismas”.

La programación conjunta en zonas o arciprestazgos, la creación de consejos parroquiales, las tareas interparroquiales, rompen el aislamiento pastoral y personal, y a la vez son una garantía de continuidad. La pastoral de conjunto es una forma de “acompañamiento espiritual en el ejercicio del ministerio”.

Una clave esencial hoy es potenciar la “fraternidad sacramental” del presbiterio que se explicita en una estructura pastoral “más cercana” como es el Arciprestazgo.

c) Personas clave en el servicio del acompañamiento

Hay un elenco de personas que tienen una especial responsabilidad con respecto al acompañamiento de los presbíteros, por la función o ministerio que desarrollan dentro del Presbiterio:

- Obispo: Conviene fortalecer una relación adulta con el Obispo diocesano, sintiéndose acompañado por él, sin demandas infantiles de una continua presencia: el presbítero es el primer colaborador del obispo y debe sentir cercana su persona, dentro de las limitaciones de tiempo y espacio. No es suficiente el encuentro de grupo, el obispo y el presbítero deben verse cara a cara en momentos de diálogo personal.

- Vicarios o delegados del clero: Es importante que los sacerdotes que desarrollan servicios de autoridad intermedios, como son los vicarios y el delegado del clero, sean personas capaces no sólo de organizar y desarrollar planes pastorales, sino de “acompañar y animar” a sus agentes más directos, los sacerdotes.

El vicario o delegado del clero debe ser una persona valorada y aceptada por los presbíteros; sería una figura similar al Director Espiritual de la Comunidad del Seminario, al que se le encarga la Comunidad del Presbiterio: toda una tarea de formación y asistencia del clero, potenciando y animando encuentros periódicos, seriamente programados como espacio de oración, formación y celebración de la hermandad sacramental; atento a las fechas celebrativas en la vida del Presbiterio y de los presbíteros, que son motivo para compartir historias concretas de salvación.

La vicaría o delegación del clero, debería estar muy atento a dos grupos de sacerdotes: los más jóvenes11 (hay que programar encuentros de curas jóvenes) y los sacerdotes mayores (ya jubilados o enfermos): hay que programar su atención y asegurar los recursos suficientes para su atención.

11 ? La peculiaridad del Quinquenio (sacerdotes ordenados en los últimos años, cinco o diez, años de ministerio) necesita una especial atención. Sin discriminación y haciendo que colaboren ellos mismos, el clero joven forma un grupo que necesita una programación adecuada y concreta dentro de la vicaría o delegación del clero. Y una especial presencia del obispo. Hay experiencias muy positivas.

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Una vez analizadas estas formas diversas de acompañamiento de estilo más comunitario, pasemos a centrarnos en una forma peculiar de acompañamiento personalizado: y a la que hemos llamado tradicionalmente dirección espiritual.

3. La “dirección espiritual”, un nuevo estilo

No se trata de exhumar una estructura espiritual que tuvo épocas es-pléndidas, sino más bien de redescubrir un servicio que la Iglesia ofreció durante siglos al hombre en su camino de fe, en la consecución de su iden-tidad cristiana, en su aspiración a todas las posibles formas de santidad per-mitidas a los diversos grupos de la comunidad eclesial.

Decía K. Rhaner, que “el sacerdote será hoy, más que nunca, el apóstol individual en la época de las grandes masas”. La dirección espiritual es un instrumento valioso para la vida del pastor y un medio excelente de acción pastoral: dejarse acompañar y acompañar personalmente, son dos desafíos de actualidad.

La dirección espiritual es la expresión más tradicional y representativa de la colaboración humana en la vida espiritual. Ejercitada en siglos de experiencia por insignes maestros, es un cometido noble, difícil y delicado. Es uno de los más preciosos carismas del Espíritu. La dirección espiritual es una labor “eclesial” y en casos determinados recomendada por la Iglesia12.

El término parece hoy en crisis: ¿Se puede hablar hoy de “dirección espiritual”, de “padre espiritual”? ¿Dirección y padre no son dos palabras excesivamente “fuertes” para la modernidad? Sin embargo, ¿no se da al mismo tiempo una búsqueda de “maestros de yoga”, de “gurús”, “psicólogo personal”, “terapia”…? Podemos decir que se da una crisis en el sentido profundo del término: asistimos a un cambio de lenguaje, de estilo y método, apoyado en las nuevas ciencias. Pero permanece la realidad: el hombre quiere, necesita y puede ser acompañado en su camino hacia la perfección.

No entramos en debate sobre el término. Entendemos “dirección espiritual” como “acompañamiento espiritual personalizado”. Lo que nos interesa es esclarecer su contenido, resaltar las aportaciones de nuevos mé-todos y acentuar su importancia para el sacerdote que quiere avanzar en santidad, viviendo un ministerio lleno de vida.

3.1. Hay una condición primera: El Espíritu único guía

La existencia cristiana en la fe, esperanza y caridad (Cf. 1Tes 1, 24; 5, 8-10; 1 Cor 13, 13; Col 1, 4 ss), se abre en el Bautismo como símbolo sensible de la incorporación a la muerte y resurrección de Cristo,

12 ? Es especialmente recomendada a los presbíteros: Cf. PO n. 18

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participación de la vida eclesial y compromiso a una vida como hijo de Dios.

Convertido en luz, el cristiano debe “caminar como hijo de la luz” (Ef 5, 8-10). El Espíritu divino entabla con el espíritu humano un diálogo misterio-so, en un constante dinamismo de transformación interior y de renovación, para pasar de la edad infantil de la fe al hombre adulto en Cristo. Es un camino en el seguimiento de Jesús, bajo la guía del Espíritu: “los que son conducidos por el Espíritu, ésos son los hijos de Dios” (Rom 8, 14)13. Dejándonos conducir por el Espíritu, nuestras obras serán según el Espíritu (Cf. Gal 5, 25) y, en medio de las pruebas y tribulaciones el cristiano, en un atento discernimiento, manifestará su autenticidad, su coherencia.

Es muy hermoso el siguiente texto de Pastores dabo vobis: “Ciertamente, el Espíritu del Señor es el gran protagonista de nuestra vida espiritual. El crea el *corazón nuevo+, lo anima y lo guía con la *ley nueva+ de la caridad, de la caridad pastoral. Para el desarrollo de la vida espiritual es decisiva la certeza de que no faltará nunca al sacerdote la gracia del Espíritu Santo, como don totalmente gratuito y como mandato de responsabilidad. La conciencia del don infunde y sostiene la confianza indestructible del sacerdote en las dificultades, en las tentaciones, en las debilidades con que puede encontrarse en el camino espiritual” (n. 33).

Acompañar a la luz del Espíritu

Una definición de la dirección espiritual, puede centrarnos: “la ayuda espiritual y permanente en la Iglesia que una persona libremente elegida presta a otra, que se le confía enteramente para ser *acompañada+, a la luz del Espíritu, en el desarrollo de su vocación cristiana”.

El centro es, pues, “la ayuda” prestada. La ayuda tiene dos calificativos, “espiritual y permanente”, que la distinguen de la mera con-sulta psicológica o del consejo ocasional; incluso, de la misma confesión. Los personajes son tres:

* El “Espíritu”, como motor, y el “director-acompañante” y el “dirigido-acompañado” como intérpretes.

* El “dirigido” es el sujeto: elige libremente y se confía enteramente. La Psicología podrá aportar mucho a estos dos adverbios.

* El “director” debe ser capaz de una ayuda “espiritual y permanente”: es un experto, con experiencia y doctrina, en “acompañar” -y aquí entra una variedad de métodos-, al sujeto-dirigido en una respuesta a

13 ? Es claro que el único guía del cristiano y verdadero “director espiritual” es el Espíritu Santo. San Juan de la Cruz escribe en un texto clásico: “Adviertan los que guían las almas y consideren que el principal agente y guía y movedor de las almas en este negocio no son ellos (los directores), sino el Espíritu Santo, que nunca pierde cuidado de ellos, y que ellos sólo son instrumentos para enderezarlos en la perfección por la fe y ley de Dios, según el Espíritu que Dios va dando a cada una”: SAN JUAN DE LA CRUZ, Llama, 3, 46.

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la gracia del Espíritu que lo guía hacia el pleno desarrollo de su voca-ción cristiana específica.

El acompañamiento espiritual como “coloquio de ayuda”

Relativizadas las estructuras, la psicología y la pedagogía modernas re-saltan la importancia de la presencia de personas humanamente válidas para promover el proceso de maduración en aquellos que se hallan en crecimiento: la necesidad de encuentro, escucha y comprensión de los problemas personales se ha vuelto más aguda en la actual situación social y familiar.

En la dirección espiritual se establece un diálogo entre dos personas14, en el cual una siente la necesidad de discernir su propia verdad y alentar su camino hacia la plenitud de su propia vocación, en contacto con la otra a la que se considera humana y espiritualmente madura y capaz de comprender a los otros.15

Bajo la luz del Espíritu, todo coloquio de ayuda, se apoya en un clima de oración: el discernimiento exige un clima de diálogo y trato con el Señor. “La belleza y la alegría del Sacramento de la Penitencia”, reforzará con su gracia, periódicamente, el proceso de conversión continua que nos lleva a la santidad.16

3.2. Cómo favorecer el acompañamiento personal: dejarse acompañar

No es fácil la labor del acompañamiento espiritual: hay acompañados que no se dejan acompañar o quieren ser demasiado acompañados; hay personas que en el acompañamiento “profundizan en la superficie” sin adentrarse en la intimidad y sin favorecer la suficiente transparencia. Resaltamos algunas condiciones que favorecen el “dejarse acompañar”. 17

14 ? Cf. GIORDANI B., Una nueva metodología para la dirección espiritual, en Seminarios 28 (1982) pág. 150; A. CRESPO, El acompañamiento espiritual, en COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO, Congreso de espiritualidad sacerdotal, Edice, Madrid 1989 págs. 523 ss.

15 ? El método de C. Rogers, nacido en el campo clínico y con finalidad terapéutica puede ser muy útil para la dirección espiritual en orden al crecimiento en la propia vocación cristiana. Inspirarse en un método clínico no equivale a identificar dirección espiritual y psicología. Se diferencian tanto por el motivo como por la amplitud de los factores que convergen en cada una: “La diferencia entre Rogers y la pastoral consiste en que Rogers quiere ayudar al hombre a que se ayude a sí mismo, mientras que la acción pastoral quiere ayudar al otro a encontrar su adecuada relación con Dios”: J. CALVO GUINDA, El legado pastoral de C. Rogers, en "Seminarios" 33 (1987) pág. 97

16 ? Cf. Pastores dabo vobis, nn. 46-48

17 ? Sintetizo algunas notas de una conferencia de Mons. Juan María Uriarte.

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Aceptar la primacía absoluta de Dios sobre nuestra vida

Embarcarse en el acompañamiento entraña haber puesto básicamente nuestro centro de gravedad en Dios, no en nuestro yo ni en ninguna opción ideológica. Nuestra vocación sacerdotal puede sintetizarse en un lema: “Dios sobre todo”. El acompañado hace, de partida, una opción por Dios y por el Reino, a lo largo de toda su trayectoria vital. Ignacio lo expresa con la frase: “buscar y hallar la voluntad de Dios”. Dios quiere y garantiza que quien opta por Él como “primer valor” va a encontrar ahí su propia realización presente y futura, no sin la cruz de por medio.

Reconocer la necesidad real de la ayuda de los intermediarios

La tentación de autosuficiencia y el individualismo no son ajenos a nuestra cultura. Con cierto atrevimiento por mi parte, me permito constatar en muchos sacerdotes, quizás con predominio en el clero más joven, una actitud proclive a la autosuficiencia, al aislamiento, al individualismo pastoral. Estas actitudes de fondo se interponen con frecuencia para eludir ser acompañados. La petición de ayuda al consejero puede parecer un signo de dependencia que hiere la imagen que tengo de mí mismo. Sin embargo, reconocer nuestra miopía y debilidad espirituales es signo de un realismo saludable. Aceptar las mediaciones humanas que provienen de fuera de mí mismo es un paso para reconocer en su ayuda un servicio que nos ofrece la Iglesia.

Querer trabajar una interioridad suficientemente rica

El ser humano es interioridad y exterioridad. Así lo reconocía ya Pío XII. La trepidación de la vida presente conduce a la mayoría a un predominio preocupante de la exterioridad. Vivimos en la epidermis y sin espacios de reflexión serena. Tenemos dentro de nosotros muchos impactos y experiencias que aún no hemos digerido. Una minoría tiene tendencia, tal vez por temor a vivir a la intemperie del mundo, a la introspección solitaria. Pero es la exterioridad sobre todo la que en nuestro día requiere especial control. Si ella se impone, las cosas no resuenan dentro. La semilla rebota en el camino, no fructifica, bien porque la tierra no tiene profundidad, bien porque los cardos -el activismo o la evasión- asfixian el brote de la planta.

Favorecer un clima de oración

La vida de fe desborda la vida de oración. Consiste en buscar y hallar a Dios en todas las cosas. Pero entre esas “cosas” está la oración. Más aún: tenemos que preguntarnos si se puede buscar y hallar a Dios sin oración. La respuesta es rotundamente negativa. Sin tiempo de oración, el tiempo se

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convierte en un colaborador engañoso, que deriva hacia un activismo más nervioso que apostólico.

La vida de Jesús está orientada por un intenso trabajo pastoral y encuentros frecuentes con su Padre en la oración. Así lo resalta Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazaret, comentando el Padrenuestro. “Resulta

significativo, pues, que Lucas ponga el Padrenuestro en relación con la oración personal de Jesús mismo. Él nos hace partícipes de su propia oración, nos introduce en el diálogo interior del Amor Trinitario, eleva, por así decirlo, nuestras necesidades humanas hasta el corazón de Dios. Pero esto significa también que las palabras del Padrenuestro indican la vía hacia la oración interior, son orientaciones fundamentales para nuestra existencia, pretenden conformarnos a imagen del Hijo. El significado del Padrenuestro va más allá de la comunicación de palabras para rezar. Quiere formar nuestro ser, quiere ejercitarnos en los mismos sentimientos de Jesús” (Cf. Flp 2,5)”.18

Estar atentos a posibles deformaciones

La relación humana que se establece entre el acompañado y su guía guarda cierta analogía con la que entabla el paciente con su terapeuta. Los estudios sobre esta relación nos pueden prevenir de ciertas patologías: hay que evitar una excesiva dependencia del director espiritual, que limite un itinerario personal hacia una libertad madura; conviene estar atento a una autoexigencia patológica que obstaculice el sano realismo de la aceptación de sí mismo, favoreciendo una exigencia equilibrada de superación personal, en colaboración con la gracia.

La celebración frecuente del Sacramento de la Penitencia es una fuente que favorece la viveza del acompañamiento espiritual: no tiene por qué coincidir en la misma persona el director espiritual y el confesor pero sí es una gracia añadida poder dialogar con el director espiritual desde la gracia del Sacramento.

4. “Querido Timoteo, te recuerdo que reavives el carisma de Dios que está en ti”: ejemplaridad del acompañamiento espiritual de Pablo

La segunda Carta a Timoteo es una ardiente y apasionada invitación a la fidelidad: fidelidad a la doctrina en tiempo de confusión; fidelidad al Espíritu en tiempos de mediocridad; fidelidad al ministerio en tiempo de fácil dejación de responsabilidades.

El autor de la Carta fundamenta la fidelidad de los ministros del Evangelio en el carisma recibido mediante la imposición de las manos:

18 ? Cf. BENEDICTO XVII, Jesús de Nazaret, págs. 166 ss. Sería útil releer la ponencia del Cardenal Martín en el Congreso de Espiritualidad Sacerdotal de Madrid (1989): Cf. C.M. MARTINI, El ejercicio del ministerio, fuente de espiritualidad sacerdotal, págs. 173-189

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"Reaviva el carisma de Dios que está en ti" (2Tim 1, 6). Esta típica exhortación paulina es reclamo emblemático, que fundamenta un modelo ej-emplar de acompañamiento espiritual.

- Entre Pablo y Timoteo “existe la cálida relación de la amistad”: al que llama hijo legítimo en la fe, hijo querido (1,1), lo asocia como compañero de camino, de penas y alegrías: “al acordarme de tus lágrimas, ansío verte, para llenarme de alegría refrescando la memoria de tu fe sincera” (1,5).

- La “amistad se hace exigencia espiritual de desarrollo de la propia vocación”. Desde la fe compartida y engendrada en Timoteo por la acción de Pablo, el apóstol reclama discípulo: “por esto (la fe y el ministerio confiado) te recuerdo que reavives el carisma de Dios que está en ti” (1,6).

- El maestro le recuerda a su discípulo que la fidelidad a la vocación es “un hermoso combate” para crecer en la fe. Y resalta que para esta lucha “Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza (dynamis) de amor (ágape) y de ponderación (sofronismós)” (1,8). Le aconseja, aún, que defienda “la saludable enseñanza, guardándola con la ayuda del Espíritu que habita en nosotros” (1,13-14); y, conociendo su espíritu apocado, le reclama: “saca fuerzas de la gracia que tenemos en el Mesías Jesús... comparte las penalidades como buen soldado de Cristo” (2,1.3).

- Pablo reclama de Timoteo que agudice la capacidad de discernir, de ponderar la calidad evangélica de la propia vida y la de la comunidad que preside: “en una casa no sólo hay utensilios de oro y plata, también los hay de madera y barro; unos son para usos nobles, los otros para usos vulgares...” (2,20); Le invita a un discernimiento del momento vital personal: "huye de las pasiones juveniles procura practicar la fe, la caridad…" (2,22); y a un discernimiento del momento sociológico ambiental: “ten presente que en los tiempos finales va a haber momentos difíciles...” (3,1).

- Pablo ofrece al discípulo su propia experiencia y testimonio: “doy gracias a Dios, a quien sirvo con limpia conciencia” (1,3), “a pesar de mi situación presente no me siento derrotado” (1,12), “¡qué persecuciones padecí!, pero de todas me sacó el Señor” (3,12); a su vez, hace una valoración de la vida de Timoteo: “siento un gran deseo de verte, refrescando la memoria de tu fe sincera” (1,5), “tú seguiste mi enseñanza y mi manera de vivir: mis proyectos, mi fe y paciencia, mi amor fraterno y mi aguante en las persecuciones y sufrimientos” (3,10); y le renueva la invitación a un ministerio fecundo: “el mensaje de Dios no está en-cadenado” (2,10), “tú conoces desde niño las Escrituras... todo escrito ins-pirado por Dios sirve además para enseñar, reprender, corregir, educar en la rectitud...” (3,15-16), por eso “proclama el mensaje, insiste a tiempo y a des-tiempo, usando la prueba, el reproche y la exhortación, con comprensión y competencia” (4,2-3).

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- Pablo y Timoteo, padre e hijo, maestro y discípulo comparten la alegría del camino recorrido, el “deber cumplido”: “He competido en noble lucha, he recorrido hasta la meta, me he mantenido fiel. Ahora ya me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez justo, me premiará el último día” (4, 7-8). Y queda aún tiempo para lo aparentemente más vulgar, pero que refuerza la humanidad que reviste el camino hacia la santidad, armonía de naturaleza y gracia: “Procura venir cuanto antes: tráeme el abrigo, los libros y los cuadernos... Alejandro me causó mucho daño... ninguno testificó en mi favor... pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas... procura venir antes del invierno...” (4, 9-12).

Pablo y Timoteo, Timoteo y Pablo: el acompañamiento espiritual entre presbíteros es una exigencia para reavivar el carisma recibido de cara a que cada uno pueda a lo largo de su ministerio exclamar con los apóstoles: “De este evangelio me han nombrado heraldo, apóstol y maestro; esta es la razón de mi penosa situación presente; pero no me siento derrotado, pues sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio” (1, 11-12).

Recordemos unas bellas palabras de un documento de la Comisión Episcopal del Clero: “Conscientes de nuestra pobreza y fragilidad, pero segu-ros de Aquél que fortalece nuestras rodillas vacilantes y enciende candela donde no parece haber pabilo, os invitamos a revivir el carisma que os fue dado en la ordenación, a hacerlo cada día más vivo y eficaz. Ser sacerdote fue siempre una inmensa gracia de Dios y, a pesar de las dificultades, una gloria como fue la de Jesús para el mundo”.19

Alfonso Crespo Hidalgo.

8 de septiembre de 2008. Natividad de María

19 ? COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO, Sacerdotes para evangelizar, n. 9

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Page 18: A. Crespo, El acompañamiento espiritual a los sacerdotes

“Querido Timoteo… reaviva el carisma que hay en ti”

El acompañamiento espiritual de los sacerdotes

Introducción

1. Acompañamiento y discernimiento evangélico

1.1. Valoración del acompañamiento

- Crisis y motivos de esperanza

1.2. Discernir bajo la luz del Espíritu

2. El “acompañamiento” del dinamismo espiritual

2.1. La dinámica espiritual

2.2. Estructuras al servicio del acompañamiento

a) Acompañar en el camino como “ayuda fraterna”: amistad, grupos, equipos

b) El servicio “institucionalizado” del acompañamiento

c) Personas clave en el servicio del acompañamiento

3. La “dirección espiritual”: un nuevo estilo

3.1. Hay una condición primera: El Espíritu único guía

3.2. Cómo favorecer el acompañamiento personal: dejarse acompañar

- Aceptar la primacía absoluta de Dios en nuestra vida

- Reconocer la necesidad real de la ayuda de los intermediarios

- Querer trabajar una interioridad suficientemente rica

- Favorecer un clima de oración

- Estar atentos a posibles deformaciones

4.- “Querido Timoteo… te recuerdo que reavives el carisma de Dios que está en ti”

Ejemplaridad del acompañamiento espiritual de Pablo

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