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8. Desde un punto de vista lógico 371 trucción racional» de éste que elimina ambigüedades y permite un uso teórico general y coherente de dicho concepto. (<<Problemas y cambios ... », secc . 6.) En ambas formulaciones una cosa está clara: según ell as, el pr in - cipio de verificabilidad no es ni verdadero ni fa lso, en la medida en que una definición O propues ta terminológica, por adecuada que sea y por justificada que esté, no es verdadera ni falsa. Acusar al principio de veri- ficabilidad de no ser verificab le equi vale, por consiguiente, a no haber entendido en qué consiste. Ahora bien, queda una cuestión pendience: si el principio no es ni ve rdadero ni falso, en ton ces carece de sig nificado cognitivo. Y puesto que sería absurdo sugerir que tenga significado emoti- vo , ¿q clase de sig nificado tiene entonces? Esto muestra, una vez s, la in suficiencia de la teoría del significado que se expresa en el principio de verificabilidad . 8.2 El modo material y el modo fo rm al Hemos visto por qué razones las supuestas realidades estrictamente filosóficas, aquellas que son obje to de la s afirmaciones metafísicas, sólo dan luga r a pseudoenunciados y han de ser expulsadas d(JI ámbito de la teoría y del conocimiento. Hay, no obstante, realidades que, aún siendo objeto de las ciencias, son también tema de estudio y consideración por la filoso- fía : el hombre, el len guaje, la sociedad, la historia, el tiempo , el espado, la naturaleza ... ¿Qué es lo propio del tratamiento que laJilosofía da a estos objetos? ¿Hay un punto de vista específico de la filosofía que le permita a ésta decir sobre esos objetos algo diferente a lo que dicen la s respectivas ciencias? La reducción de todo conocimietno al conocimiento científico, que caracteriza a los neopositivistas, es claramente incompatible con una res- puesta afirmativa. Carnap hará aquí, sin embargo, una consideración que salva el valor de la filosofía ; deja para la filosofía un ámbito más amplío y más positivo que el que le reconocía el Tracla/us . El tratamiento filosófico de esos temas es un tratamiento lógico; esto quiere decir que la filosofía trata, no del hombre, del lenguaje, de la sociedad, de la historia ... , sino de las características lógicas de las proposiciones científicas acerca de esos objetos. La filosofía se convierte así en filosofía de las ciencias, y más con- cretamente, en lógica de las ciencias: «la lógica de la ciencia sustituye a la intrincada maraña de problemas que se conoce como filosofía» (Logische Synlax der Sprache, secc. 72). Tal y como Carnap la entiende ahora, la lógica de la ciencia constituye un estudio meramente sintáctico de las proposiciones científicas. estudio que tiene como su parte general una teoría de la sintaxis lógica del lenguaje. Pero esta sintaxis tiene un conte- nido más amplio que 10 usual: trata no s610 de las reglas que determinan cuándo una proposición está bien formada (reglas de formación), sino también de las reglas que especifican qué proposiciones pueden obtenerse a partir de otras (reglas de transformación).

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8. Desde un punto de vista lógico 371

trucción racional» de éste que elimina ambigüedades y permite un uso teórico general y coherente de dicho concepto. (<<Problemas y cambios ... », secc . 6.) En ambas formulaciones una cosa está clara: según ellas, el prin­cipio de verificabilidad no es ni verdadero ni falso, en la medida en que una definición O propuesta terminológica, por adecuada que sea y por justificada que esté, no es ní verdadera ni falsa. Acusar al principio de veri­ficabilidad de no ser verificable equivale, por consiguiente, a no haber entendido en qué consiste. Ahora bien , queda una cuestión pendience: si el principio no es ni verdadero ni falso, entonces carece de significado cognitivo. Y puesto que sería absurdo sugerir que tenga significado emoti­vo, ¿qué clase de significado tiene entonces? Esto muestra, una vez más, la insuficiencia de la teoría del significado que se expresa en el principio de verificabilidad .

8.2 El modo material y el modo formal

Hemos visto por qué razones las supuestas realidades estrictamente filosóficas, aquellas que son objeto de las afirmaciones metafísicas, sólo dan lugar a pseudoenunciados y han de ser expulsadas d(JI ámbito de la teoría y del conocimiento. Hay, no obstante, realidades que, aún siendo objeto de las ciencias, son también tema de estudio y consideración por la filoso­fía : el hombre, el lenguaje, la sociedad, la historia, el tiempo, el espado, la naturaleza ... ¿Qué es lo propio del tratamiento que laJilosofía da a estos objetos? ¿Hay un punto de vista específico de la filosofía que le permita a ésta decir sobre esos objetos algo diferente a lo que dicen las respectivas ciencias? La reducción de todo conocimietno al conocimiento científico, que caracteriza a los neopositivistas, es claramente incompatible con una res­puesta afirmativa. Carnap hará aquí, sin embargo, una consideración que salva el valor de la filosofía ; deja para la filosofía un ámbito más amplío y más positivo que el que le reconocía el Tracla/us. El tratamiento filosófico de esos temas es un tratamiento lógico; esto quiere decir que la filosofía trata, no del hombre, del lenguaje, de la sociedad, de la historia ... , sino de las características lógicas de las proposiciones científicas acerca de esos objetos. La filosofía se convierte así en filosofía de las ciencias, y más con­cretamente, en lógica de las ciencias: «la lógica de la ciencia sustituye a la intrincada maraña de problemas que se conoce como filosofía» (Logische Synlax der Sprache, secc. 72). Tal y como Carnap la entiende ahora, la lógica de la ciencia constituye un estudio meramente sintáctico de las proposiciones científicas. estudio que tiene como su parte general una teoría de la sintaxis lógica del lenguaje. Pero esta sintaxis tiene un conte­nido más amplio que 10 usual: trata no s610 de las reglas que determinan cuándo una proposición está bien formada (reglas de formación), sino también de las reglas que especifican qué proposiciones pueden obtenerse a partir de otras (reglas de transformación).

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372 Principios de Filosofía del Lenguaje

Corno puede apreciarse, la posición de Carnap deriva directamente, tam~ bién aquí, del Tractatus1 a saber, de aquellas proposiciones en que Witt~ genstein reduce la filosofía a crítica del lenguaje y a delimitación del ámbito de las proposiciones científicas (4.0031, 4.113). Pero Wittgenstein nunca llegó a adoptar una actitud como la de Carnap, pues, como ya sabemos, pensaba que cualquier proposición acerca de otra proposición es un sin~ sentido (incluyendo, por tanto, las propias proposiciones del Tractatur). Esto es lo primero que Carnap va a rechazar de Wittgenstein: que no se pueda formular con sentido la teoría del lenguaje, y más todavía tratándose simplemente de una teoría sintáctica, esto es, de una teoría acerca de la forma de las proposiciones. La sintaxis lógica puede formularse; tanto la sintaxis pura, que es como una construcción, y por tanto meramente ana~ lítica, como la sintaxis descriptiva, esto es, aplicada a un lenguaje concreto. y si esto es así, entonces también la filosofía, en· cuanto sintaxis lógica de la ciencia, puede formularse en proposiciones correctas y significativas. Para ello basta, en definitiva, suministrar un conjunto de reglas que nos permitan construir la teoría formal del lenguaje. Para demostrar que ello puede hacerse, Carnap se limitará a mostrar su propia obra sobre la sintaxis lógica del lenguaje. A la luz de ésta indicará, además, un criterio que permite distinguir, mucho más claramente que en el Tractatus, entre las proposiciones filosóficas aceptables, esto es, las de la lógica de la cien­cia, y las que son rechazables, a saber, las proposiciones metafísicas. La rliferencia se halla en que las primeras, pero no las últimas, son conver­tibles en proposiciones sintácticas, o lo que es lo mismo, son traducibles a lo que llama Carnap el modo formal del discurso (op. cit., secc. 73). Veamos en qué consiste esto.

Según lo que implícitamente hemos considerado, las proposiciones sin­tácticas se contraponen a las proposiciones de objeto; éstas tratan sobre la realidad, aquéllas, del lenguaje. Entre unas y otras se deslizan, sin em­bargo, las que Carnap denomina pseudoproposiciones de objeto, proposicio­nes que hablan aparentemente de objetos, pero que en realidad se refieren al lenguaje, y de modo más específico, a las formas de designación de los objetos. Así, son oraciones de objeto, por ejemplo, las siguientes (op. cit., secc. 74 ss.):

(1) El 5 es un número primo (2) Babilonia fue una gran ciudad

Son, en cambio, oraciones sintácticas, éstas:

(3) La palabra «cinco» es un término de número, no de cosa ( 4) En la conferencia de ayer aparecía la palabra «Babilonia» (o una

expresión sinónima de ésta)

A las cuales corresponderían las siguientes pseudoproposiciones ( objeto:

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8. Desde un punto de vista lógico 373

( 5) El 5 es un número, no una cosa (6) La conferencia de ayer trató de Babilonia.

Como se ve" (1) y (2) hablan de ciertos objetos para predicar de ellos determinadas propiedades: de un objeto matemático, como es el número 5, se afirma que es primo; de un objeto físico, construido por el hombre, como es una ciudad, se predica grandeza. Lo característico de (5) y (6) es que parecen hablar asimismo de esos objetos, para decir del número 5 que es un número y para afirmar sobre la ciudad de Babilonia que de ella trató la conferencia de ayer. Para Carnap, esto es sólo una apariencia; en rigor, (6) no dice nada sobre Babilonia, ni (5) sobre el número 5: no es una propiedad de Babilonia que se hable de ella en una conferencia, ni una propiedau del 5 ser un número. Lo que (5) y (6) quieren decir realmente está dicho de forma clara y explícita en (3) y (4), respectivamente, a saber, que «cinco» es una palabra que designa un número, y que en la citada conferencia se ha usado la palabra «Babilonia» o alguna expresión sinóni­ma de ésta. Las proposiciones sin tácticas, como (3) y (4), pertenecen a lo que llama Carnap el modo formal del discurso; las proposiciones cuasisin­tácticvas, o pseudoproposiciones de objeto, pertenecen al modo material del discurso (loe. eit.).

Esta distinción permite dejar al descubierto, según Carnap, el auténtico carácter de los problemas filosóficos. En la medida y grado' en que son problemas verdaderos, y por tanto rigurosamente formulables en un len­guaje, se descubren como problemas acerca de la forma de nuestras expre­siones. Toda proposición filosófica con sentido, y por consiguiente, no metafísica, es una proposición cuasísintáctica que, como tal, puede y debe convertirse en una proposición sintáctica, o 10 que es lo mismo, puede y debe pasarse del modo material al modo formal. No se trata de rechazar el modo material como tal, sino de mostrar que es engañoso y que puede equivocarnos I haciéndonos creer que estamos hablando de objetos cuando nuestro discurso tan sólo posee sentido si se entiende como metalingüístico. El uso del modo material nos induce a tomar las proposiciones filosóficas como absolutas, haciéndonos olvidar que son relativas al lenguaje {op . cit.} secc. 78). Carnap ofrece diversos ejemplos, de los que seleccionaré algunos como muestra. De los siguientes pares de proposiciones filosóficas, la pri­mera está en el modo material y la segunda en el modo formal, siendo esta última, por tanto, la formulación más explícita y rigurosa de la prunera:

(7) (8)

nivel (9) (10) (11) (12)

Los números son clases de clases de cosas Las expresiones numéricas son expresiones de clase del segundo

Los números son objetos primitivos Las expresiones numéric~s son expresiones del nivel. cero Las relaciones son datos primitivos Los predicados poliádicos son símbolos no definidos

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374 Principios de Filosofía del Lenguaje -- --- .... '-" - -- .. " .. ---(13) Las relaciones no son primitivas, sino que dependen de las pro­

piedades (14 ) Los predicados poliádicos se definen sobre la base de los predi­

cados monádicos

La mayor parte de las disputas filosóficas -piensa Carnap--- proceden del uso del modo material y se desarrollan en ese caldo de cultivo. La adecuada traducción de las proposiciones en disputa al modo for mal mostra­ría los caracteres reales de lo que está en discusión y evitaría polémicas estéri les. Así, la discusión sobre la naturaleza de los números se conver­tiría en una disputa sobre cómo construir las expresiones numéi'icas; la cuestión acerca de si las relaciones son primitivas o der ivan de las propie­dades aparecería como el problema de si tomar o no los predicados poliá­dicos como símbolos no definidos; etc. Véanse eS[Qs Q[ros ejemplos:

(15) Todo color está en un lugar (16) Toda expresión de color va siempre acompañada, en una oración,

por una designación de lugar (17) El tiempo es continuo (18) Las expresiones de números reales se usan como coordenadas

temporales La traducción al modo formal se puede aplicar también, con toda facili-

dad, al Tractatus . Entre los ejemplos ofrecidos por Carnap, están éstos: (19) El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas (1.1) (20) La ciencia es un sistema de oraciones, no de nombres (21) Si conozco un objeto, conozco también todas sus posibilidades de

formar parte de hechos (2.0 123) (22) Si está dado el género de un símbolo, están dadas también todas

sus posibilidades de formar parte de oraciones

La idea no es que el modo material sea, como tal , rechazable, sino que, al usarlo, debe tenerse en cuenta que se trata de una forma de transposición, de una manera de hablar no literal, puesto que se formulan como afirma­ciones sobre ohjetos lo que realmente son afirmaciones sobre el lenguaje. Si una oración está en el modo material, entonces puede traducirse al modo formal, y esto prueba que se trata de una oración metalingiiística, y por tanto que no constituye una proposición de la ciencia natmal , pero que, sin embargo, es una proposición con sentido. Por eso puede afirmar Car­nap: ~La traducibilídad al modo formal del discurso constituye la piedra de toque para todas las proposiciones filosóficas» (op. cit ., secc. 81). Pues, en efecto, tan s610 las proposiciones filosóficas que sean así traducibles son aceptables, porque sólQ ellas pueden pertenecer a la lógica de la ciencia, s610 ellas versarán sobre la sintaxis lógica del lenguaje científico; las de­más proposiciones filosóficas serán metafísicas, y por consiguiente, pseudo­propoSlClOnes.

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8. Desde un punto de vista lógico 375

La crítica de Carnap a las proposiciones metafísicas, que vimos en la sección anterior, junto con su reducción de las demás proposiciones filo­sóficas a proposiciones lógico-sintácticas del modo formal, a la manera que acabamos de estudiar, representa uno de los esfuerzos más rigurosos reali­zados en nuestro siglo para acomodar la filosofía a una concepción cientí­fica del mundo y del conocimiento. La primacía de la ciencia en el ámbito del conocimiento y descripción de la r.oalidad, ú.nicamente dejaría libre a la filosofía el ámbito metalingüístico en el que se produce la aplicación de la lógica a la ciencia. Pero ya en la sección precedente vimos que la tarea crítica encuentra más dificultades de las aparentes a primera vista, y que sólo en ciertos casos puede llevarse a cabo con éxito fácilmente. Por lo que respecta a la triple distinción entre lenguaje de objetos, discurso ma­terial y discurso formal, toca ahora considerar brevemente sus dificultades.

Que las proposiciones del modo material que Carnap da como ejemplo pueden, en general, poner5e en el modo formal a la manera que hemos visto, no parece discutible. Podría dHerirse, si acaso, de la traducción particular que propone para algunos casos particulares. ASÍ, en un ejemplo que antes no he citado, ofrece la siguiente proposición material (<<Filosofía y sintaxis lógica», n.7):

(23) La conferencia trató de la metafísica

y da para ell~ la siguiente traducción al modo formal:

(24) La conferencia contenía la palabra «metafísica»

Ahora bien, es patente que un texto o discurso puede tratar de meta­física sin contener esta palabra ni ninguna expresión sinónima con ella. Para versar sobre una disciplina determinada, un texto no requiere emplear un nombre de la misma. Basta conocer el tipo de cuestiones tratado y la manera de tratarlas para determinar que una conferencia versó sobre metafísica, sobre sociología, sobre lógica, o sobre lo que fuera . Ello no significa que no podamos hacer una traducción de (23) al modo formal; podríamos, acaso, afirmar:

(24') La conferencia contenía numerosos términos metafísicos

o bien:

(24") La conferencia constaba fundamentalmente de pseudoproposicio­nes metafísicas

etcétera. Otra cosa es si se trata de un tema u objeto particular, como en el caso de Babilonia. Aquí tal vez haya que aceptar, que para tratar de esa ciudad, 'una conferencia, texto o discurso debe contener algún nombre o designación de la misma.'

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376 Principios de Filosofía del Lenguaje

Cuestión más importante es la siguiente. No son sólo las proposiciones cuasi sintácticas del modo material las que pueden pasarse al modo formal , sino también las proposiciones de objeto. No se ve nada incorrecto en traducir:

(2) Babilonia fue una gran ciudad a:

(25) «Babilonia» es un término que designa una gran ciudad

Ni tampoco en traducir:

( 1 ) El 5 es un número primo

a:

(26) La palabra «cinco» es un término que designa un número primo

Con esto damos un paso más hacia el centro de lo que presupone el análisis de Carnap. De lo que se trata con él es de eliminar pseudoproble­mas filosóficos sustituyendo el discurso sobre entidades de dudosa condi­ción ontológica por el discurso acerca del lenguaje en el que hablamos de ellas. Y la pregunta es: ¿qué se gana con esto? ¿Quedan eliminadas real­mente esas cuestiones porque las reformulemos ~omo cuestiones metalin­güísticas? Podríamos sentirnos inclinados a una respuesta afirmativa si estas últimas fu,eran cuestiones solubles por sí solas y al margen de la correspondiente cuestión ontológica. Pero, desgraciadamente, al menos eri buena parte de los casos, no es asÍ. Porque usamos el lenguaje para hablar de lo extralingüístico, de la realidad, sea existente, ficticia, inventada, cons­truida, empírica, especulada, física, matemática, o del tipo que sea, y no tenemos otras expresiones, empleamos las expresiones que empleamos, y en los conte~tos que Carnap considera, no por sí mismas ni como fines en sí mismas. Por ejemplo: parece que si decidimos construir las expresiones nu­méricas como expresiones de clase del segundo nivel será porque concibamos los aúmeros como clases de clases, y no viceversa. ¿ Qué ganamos con plan­tear nuestro problema en términos del modo formal? Si nuestras expresiones de color van siempre acompañadas de designaciones espaciales es porque no concebimos el color sino como una manifestación de la realidad física, pero no viceversa. Si el conocimiento se expresa en oraciones y no en nombres aislados es porque la realidad se nos da en forma de conexiones o hechos, y no en forma de cosas separadas. Con esto no pretendo negar que la traducción al modo formal pueda contribuir, en numerosas ocasiones, a dar claridad sobre el tema en discusión, y que sirva para revelar, en muchos casos, el carácter metalingüístico del problema debatido. Pero lo que no puede aceptarse es que la traducibi).idad al modo formal constituya el rasgo característico de las pseudoproposiciones de objeto, pues, en principio, también las auténticas proposiciones de objeto son susceptibles de tal tra-

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8. Desde un punto de vista lógico 377

ducción. Qué aparentes proposiciones de objeto hayamos de rechazar es cuestión que tendremos que decid ir en función de nues tra concepción de la realidad y del conocimiento. En principio, que una afirmación puede formu­larse en el modo formal no es de ninguna manera indicio de que no pueda aceptarse como afirmación sobre objetos . Puede muy bien ocurrir que am­bas formulaciones sean correc tas. Por eso el Tractatus enuncia con frecue n­cia las mismas afirmaciones de ambos modos: como afirmaciones sobre la realidad y como afirmaciones sobre el lenguaje. Lo que sí puede mostrar la traducción de una proposición al modo forma l es la posible raíz lingüística que pueda tener un determinado problema fi losófico. Así visto, el mérodo de Carnap no diferiría mucho del empleado por el segundo Wittgenstein para disolver los problemas fi losóficos.

Por último, Carnap ha presentado el modo formal como un tipo de dis­curso que versa sobre la forma del lenguaje, y compuesto por proposicio­nes simácticas. Pero, como ya se habrá advertido, varios de los ejemplos anteriores sólo muy forzadamente pueden caracteriza rse así. Cuandoquiera que se alude a la designación de las palabras, a su significado o a su sino­nimia con otra, como ocurre claramente por 10 menos en los ejemplos (3), (4), (16) Y (20) de los que he citado (y también en (25) y (26). pero éstos no son de Carnap), es tamos ante una caracterización semántica, puesto que se involucra la relación ent re la palabra y la realidad. Para tal caracterización la sintaxis lógica es del todo insuficiente. Esto es algo que el propio Carnap no tardaría en reconocer.

8.3 De la sintaxis lógica a la semántica formal: el concepto semántico de verdad

En Sintaxis 16gica del lenguaje (1934). cuya última parte acabamos de comentar, Carnap había pre~entado una teoría formal del lenguaje en el sentido más riguroso. Esta teoría es formal porque en ella no se hace alusión al significado de los símbolos (palabras) ni al sentido de sus conca­tenaciones (oraciones), sino única y exclusivamente a las clases de aquéllos y al orden en que son admisibles para constituir una secuencia bien formada. Las reglas que rigen este último aspecto son las reglas de formación; las que regulan qué secuencias de símbolos pueden derivarse a partir de ot ras, son las reglas de transformación. Una regla de formación para un lenguaje determinado puede ser ésta: toda secuencia formada por un símbolo de predicado seguido por uno o más símbolos de individuo es correcta , esto es, es una oración de ese lenguaje .. Una regla de transformación, también para un determinado lenguaje, puede ser así: de una oración de la forma p junto con otra de la forma si p entonces q, puede derivarse q (es la vieja regla de inferencia lógica llamada modus ponens) . La idea que Carnap explicita y defiende en su obra como más novedosa es la de que las carac­terísticas lógicas de las oraciones dependen exclusivamente de su forma, esto es, de su estructura sintáctica, o lo que tanto da, de las reglas de for~