44 santayana

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    Este libro es, evidentemente, una obra incompleta.Otras historias, artistas, escritores y monumentos,deberan seguir como continuacin a este volumen.Los captulos que aqu aparecen fueron tomadospara ilustrar las pginas de una revista; surgieron unpoco al azar, siempre con la esperanza de tratarms adelante otros temas igualmente interesantes,que finalmente quedaron en el lpiz. Cuando el libroya estaba en imprenta no pude evitar, sin embargo,dedicar unas pginas a un hombre admirable:Jorge Santayana (1863-1952). La obra de esteescritor y filsofo ligado a vila, constituye un valio-so referente para la ciudad.

    Resulta difcil sintetizar la obra de este hom-bre esencial. Sus ideas han influido en figurascomo T. S. Eliot, Conrad Aiken, Wallace Stevens o

    Santayana

    Los que no recuerdan el pasadoestn condenados a repetirlo.

    J. Santayana

    Jorge Santayana.Dibujo: Lino Lipinsky. 1950.

    Robert Frost, por citar slo algunos intelectuales de hablainglesa. Personalidades de la cultura espaola comoPedro Salinas, Jorge Guilln, Fernando Savater, Ral J.

    Sender, Manuel Fraga o Francisco Ayala, se han sentidoigualmente atrados por sus razonamientos; actualmentees estudiado en universidades de todo el mundo, princi-palmente en Estados Unidos, donde se le dedican estu-dios y seminarios y donde se le aprecia como un valorimperecedero. El pintor Esteban Vicente, afincado enNueva York y perteneciente a la generacin de artistascomo Rausemberg, Andy Warhol o Jackson Pollock,coment recientemente en una visita a Espaa para inau-gurar su museo de arte moderno en Segovia, queSantayana se haba convertido en su autor de cabecera;pero, independientemente de los adeptos que tiene fuera

    de nuestro pas, Santayana debera ser para vila otra deesas figuras que salieron de la ciudad para enriquecer suhistoria; incluso como la mayora de ellas ha permaneci-do cercenado demasiado tiempo.

    Hace aos, hubo un ofrecimiento al Ayuntamiento paraerigirle un busto en vila; a pesar de que la imagen estabaya realizada y el coste era razonable, se desestim la ini-ciativa. A fuerza de insistir se consigui que se le dedicaseuna carretera de entrada en el polgono industrial, un con-suelo que nada cuesta a quien lo otorga y que sirve, msque nada, para tranquilizar la conciencia de quienes presi-den homenajes, aunque en ocasiones, el personaje, la enti-dad o el monumento de turno se consigue redimir antes,ms a pesar de ellos que por ellos.

    Vinculado a vila donde pas parte de su niez,Santayana describe en sus memorias una clarividentevisin de esta ciudad y sus gentes. La conoci suficiente-mente bien como para comprenderla y quererla a lo largode su vida. An desde su altura intelectual, prefiere la sen-

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    cillez cuando tiene que describir la naturaleza de estatierra, que muchos creemos conocer, pero que necesi-ta de acertadas referencias como la suya.

    Pedro Garca Martn ha realizado una tesis doctoraly varios trabajos sobre el Sustrato Abulense deSantayana y la influencia que ese origen lleg a tener ensu vida. Este mismo profesor, organiz hace aos uncongreso que reuni en vila a personalidades devarios continentes en torno a la figura del filsofo; lamayor parte de los datos que aqu aparecen estn faci-litados por l; deseo agradecerle su ayuda y amableinters.

    No falta quien, al llegar a vila, intenta averiguar losescenarios donde vivi Santayana, principalmente nor-teamericanos, Jorge Santayana o George como ellos lellaman, es ms admirado all que en su lugar de origen,aunque nunca renunci a su nacionalidad espaola.Ciertamente muchos de sus libros los escribi all, tam-

    bin es verdad que toda su obra est ntegramente eningls, porque as lo demandaba el mundo cultural quese interesaba por su pensamiento, sin embargo nuncaperdi su identidad espaola, y en Espaa su nicolugar de referencia fue siempre vila.

    La familia de Santayana vino a parar a vila cuan-do el pequeo contaba dos aos. Aquel traslado pormotivos casuales se convertira en una referencia

    perenne para el filsofo, que luego encontrara aqu unlugar desde el que contemplar el mundo. Esta ciudad,que l describe de forma desapasionada pero entraa-ble, resultara ideal para complementar la experienciams cosmopolita que vendra despus, cuando connueve aos le enviaron a Boston para adquirir una privi-legiada educacin. Once aos despus pudo regresarocasionalmente durante las vacaciones para pasar losveranos con la familia que le fue quedando aqu. Dadoque la madre prefiri seguir en Norteamrica, fue princi-palmente el padre quien mantuvo la relacin del mucha-cho con su pas y sobre todo con la ciudad, dondeencontr siempre momentos de asueto y placer. Lascostumbres, los monumentos y los paisajes de dentro yfuera de la muralla, le eran bien conocidos a travs deaquellas vistas estivales.

    Tras doctorarse en Harvard comenz a impartir cla-ses en aquella misma Universidad, dentro de uno de los

    departamentos ms prestigiosos de la historia de la filo-sofa norteamericana, junto a William James y JosiahRoice. Entre sus ms conocidas obras estn: The Lifeof Reason (1905), The Last Puritan (1935), TheRealms of Being (1927-40). Los ms de treinta ttulosque escribi abarcan temas tan diversos como la cien-cia, el arte, el pensamiento, la poltica, la religin. Suscreencias y su sentir ofrecen una idea del mundo prxi-

    Plaza de Santa Ana.La segunda casa de la dere-cha, fue durante algn tiemporesidencia de Santayana.Foto:A. Mayoral.

    Archivo Mayoral.

    Celestino

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    ma al sentido ms naturalista de la vida. Dej ademsnovela, poesa y teatro; algunos de sus poemas mshermosos estn dedicados a vila, tambin un sainetede corte socarrn: Eugenia, se desarrolla en la clericalciudad amurallada de principios del siglo XX.

    La casa de su infancia en vila estaba prxima altorren de los Guzmanes; ms tarde, a su regreso deEstados Unidos, el padre compr al ingls que habaconstruido el hotel Continental, una vivienda junto aSanta Ana. Cuando el padre muri y ya no le fue posi-ble volver a esta casa de vila, su hermana Susana,casada con Celedonio Sastre, le ofreci la suya en laplaza del Marqus de Novaliches, detrs de SanPedro. La vivienda, donde se le reserv una habita-cin, ofreca unas excelentes vistas al valle que lrememora frecuentemente. Aqu estuvo viniendo concierta asiduidad hasta los 67 aos, algo despus demorir su hermana. De haberse dado otras circunstan-

    cias sociales y familiares, es muy probable que sehubiese retirado a vivir a vila, como dej sugerido enalguna ocasin.

    Aunque alcanz una slida reputacin en el campode la filosofa y una brillante ctedra en Harvard, renun-ci a la docencia antes de cumplir los 50 aos. Lasociedad y el modo de vida americanos tampoco leeran muy afines. Al trasladarse a Europa, prestigiosasuniversidades le invitaron a dar conferencias, alternan-do su residencia en Francia, Inglaterra, Espaa e Italia.Finalmente acab fijando su base en Roma, en una delas colinas que le recordaba a vila por sus calles y por-

    que desde su ventana poda ver un tramo de la viejamuralla romana.

    Huyendo del artificioso tovivo que representabapara l esta vida, siempre prefiri vivir de manera senci-lla y discreta; incluso en vila se le conoca ms por serel cuado de Celedonio. Muri en Roma en 1952 a los88 aos, en una residencia seglar de las Monjas Azules.Tras de s dej una forma de vida afectuosa, viajera yprolfica, asentada en el desasimiento por las cosasde esta vida que l tena por filosofa.

    Hace algunos aos, al ser inaugurado un institutode enseanza en la capital, algunos profesores propu-simos que el centro pasase a llamarse JorgeSantayana, aunque slo fuese porque el nombrecomenzase a resultar familiar en la ciudad. La autobio-grafa de este pensador (Persons and Places.1944-53), contiene numerosas referencias a vila que reme-moran costumbres, personas y monumentos, sin faltarun agudo anlisis de la vida social de la poca.

    No toda su obra est traducida, pero no hay raznpara demorar el placer que producen algunos de suslibros. Por otro lado, su nombre est en las listas anglo-sajonas de los 30 o 40 pensadores ms importantes deeste siglo, en las que slo aparecen otros dos espao-les: Ortega y Gasset y Unamuno. Santayana, como afir-ma Pedro Garca en su libro, fue un cosmopolita quevivi y desarroll su obra entre dos mundos y llev acabo en su pensamiento una perfecta sntesis de loms universal y rico de ambas.(...) Su abulensismo,familiar por un lado y afectivo por otro, es exquisita-mente liberador por ambos e imprescindible para ayu-darnos a los abulenses a superar de una vez por todasnuestro endmico hermetismo secular.

    Santayana, ese hombre de mirada amable y des-pierta, es sin duda otro de los patrimonios que debere-mos conocer mejor para hacerlo realmente nuestro.

    vila

    (Fragmentos de Persons and Places)Traduccin de Pedro Martn Garca.

    ....Por lo que a m respecta, no haba an cumpli-do los tres aos cuando nos trasladamos a vila y casitena 70 cuando dej de ser el centro de mis vnculos

    afectivos y legales ms profundos. El hecho de queestos vnculos me dejaran tan extraordinariamente

    libre fue una suerte para mi filosofa. Me ense aposeer sin ser posedo, a pesar de proporcionarme unemplazamiento particularmente estable y caractersti-co. Porque el espritu ms independiente debe tenerun lugar de origen, un Locus Standi, desde dondecontemplar el mundo, una pasin innata a travs de laque juzgarlo. El espritu debe siempre pertenecer a uncuerpo. Pues bien, la casualidad que me convirti enun espaol exiliado y me vincul en particular a vila(en vez de, digamos, a Reus) fue singularmente afor-tunada. La austera inspiracin de estas montaas, deestas almenadas murallas de la ciudad y estas oscu-

    ras iglesias, no pudieron haber sido ms caballeres-cas ni ms grandiosas; sin embargo, el lugar erademasiado antiguo, reducido, rido y abandonado

    para imponer sus limitaciones a un espritu viajero; erauna cumbre montaosa y no una prisin. All el espri-tu se situaba, se estimulaba, se instrua, no quedaba

    refrenado.

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    Lo mismo, debido a otra feliz casualidad,

    podra decirse de otro punto principal de mi devo-cin, es decir Boston y Harvard College. El contras-te excepcional entre ambos lugares e influencias

    acab siendo una ventaja: hizo patentes las limita-ciones y la contingencia de ambos. Dado que esta-

    ba destinado a despertar en Espaa en el siglo die-cinueve, no podra haberme encontrado en lugar

    menos degradado que vila, y dado que estabadestinado a educarme en Amrica y a ganarme el

    pan all, no podra haber cado en lugar ms aco-gedor que Harvard. En cada uno de estos lugaresexista un mximum de aire, de espacio, de suge-

    rencia; en cada uno se daba un mnimo de embus-tera y de poder esclavizador. La dignidad de vilaera demasiado obsoleta, demasiado inoportuna,

    para hacer otra cosa que estimular una imaginacinya despierta, y prestar realidad a la historia; mien-tras que en Harvard una riqueza de libros y sinceri-dad intelectual en abundancia, acompaaban a

    una penuria espiritual y confusin moral tales, como para noofrecer a la mente hurfana mas que un boleto de lotera ouna oportunidad en la bolsa de la fortuna. Era necesario traerun alma firme a esta Feria del Mundo; haba que escapar deeste tiovivo si se quera encontrar sentido a algo o conocerse

    a s mismo.(....) No obstante, las realidades fundamentales continan

    siendo manifiestas. Las murallas de la ciudad, con toda su soli-dez, no ocultaban el campo a la vista. A cada momento a travsde cualquiera de las puertas de la ciudad o de algn baluarte,el amplio valle se hace visible, con su tablero de campos ara-dos y lamos dispersos que bordean las rectas carreteras o se

    agrupan a lo largo de los charcos al lado del ro, y por la noche,en las montaas, no tan lejanas, las lumbres de los pastorescentellean cual estrellas bajeras. Y si la gente de la capital estdemasiado ocupada y miope, para acordarse del campo, elcampo invade la ciudad todos los viernes por la maana y llenael mercado de campesinos y mercancas rurales. Llegan al

    amanecer en grupos desde sus pueblos, montados en sustemblorosos borriquillos a la grupa el hombre o la mujer detrsde las alforjas de mimbre cudruples, rebosantes de tomatescolorados, de relucientes pimientos verdes y rojos, de lechugas

    y garbanzos o patatas color terroso. En mi poca, aunque contendencia a desaparecer, todava predominaban los trajes cam-

    pesinos: los hombres con sombreros negros de ala ancha, cha-lecos, vistosas fajas y calzas de cuero, sujetas como armadurasobre sus calzones cortos y sus medias azules; y las mujeressemejaban campanillas con sus abundantes faldas brillantes defranela, puestas una sobre otra y a veces la superior echada

    hacia arriba a modo de chal, para proteger los pauelos poli-

    cromados que cubran la cabeza y los hombros. No era slohortaliza lo que estos campesinos autosuficientes llevaban almercado, haba tambin gran cantidad de prendas de fabrica-cin casera, como alpargatas con suela de cuerda y cacharreracampesina, botijos y cntaros relucientes de nuevos y no

    menos lisos y rotundos que los maravillosos melones y lassandas de pleno verano.

    (...) Los mercados y las ferias quedaban, sin embargo,empequeecidos, al lado de las fiestas religiosas, sin duda

    bastante decadas en mi tiempo, pero todava impresionan-tes. Recuerdo la procesin del Corpus Christi, maravillosa

    ante mis ojos infantiles...(...) Desde el paseo de El Rastro o desde la casa de mi

    cuado sobre la cima de la misma pendiente meridional, lavista domina el aspecto ms agradable y ms humano delcampo. A los pies se tienden los tejados de un barrio pintores-co, no exento de iglesias y campanarios; ms all, en las afue-

    ras, se levanta el monasterio de Santo Toms; tambin se venlas largas y derechas carreteras, a veces bordeadas de rbo-

    A travs de cualquiera de las puertas el amplio valle sehace a la vista. Arco del Rastro.h. 1930.

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    Invierno. Vista desde la casa de Susana y Celedonio Sastre.Abajo el barrio de las Vacas; ms all la calle Alfrez Provisional y Santo Toms.Foto: Luis Sastre. h. 1930. Col. Jos Luis Sastre.

    Vista desde la casa donde residi Santayana.Foto: Luis Sastre. h. 1930.

    les que cruzan el valle, y puedeincluso vislumbrarse el ro aunqueen verano no sea ms que una filade charcos con un pequeo hilitode agua discurriendo entre uno yotro o bien ocultndose entre mon-tones de piedras y trechos de arena.Ms all, para cerrar el panorama,

    se levantan los escapados picos dela Sierra de vila, y ms lejana eimponente la Sierra de Gredos,ambas igualmente purpreas a lavista y, por as decirlo, licuadas porel exceso de luz.

    En esa direccin exista unameta interesante para un largo paseoen el tiempo fresco; y un paseo es

    ms agradable cuando se dirige

    hacia algn sitio concreto, dondeuno puede detenerse, mirar alrede-dor y descansar un poco antes dedar la vuelta satisfecho hacia casa.Este lugar era la ermita de NuestraSeora de Sonsoles, una ampliacapilla de piedra con una casa de

    labranza anexionada....(...) En mi poca la ciudad esta-

    ba en parte ruinosa y abandonada,reducida a 6.000 habitantes, de los30.000 que dicen haba tenido en su

    momento. Casi la mitad de la zonaque baja hacia el ro, desde lo que

    podra llamarse parte alta de la ciu-dad, dentro de su crculo de alme-

    nas y torres, estaba deshabitada.Solo aparecan all montones de

    basura, unas pocas chozas insignifi-cantes y algunas cercas donde oca-

    sionalmente podan encontrarsealgunos cerdos y gallinas. Incluso enla parte superior muchas viejas man-siones y capillas permanecan cerra-das; a veces solo el portaln, con un

    balcn de hierro forjado, atestigua-ban su antigua dignidad. No les fal-taba, sin embargo, dignidad a las

    gentes que quedaban y que lleva-ban una sencilla, seria y montonavida provinciana, restringida por la

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    pobreza y amenazada, ms evidentemente de lo que parecan estarlo los lugares de ms movimiento, por la sombra de laenfermedad, la tristeza y la muerte. Casi todas las mujeres parecan estar de luto y tambin los hombres ms viejos. En eso

    no haba nada impuesto ni afectado. La gente simplemente se resignaba ante las realidades de la madre naturaleza y de lahumana naturaleza; y dentro de su sencillez, su existencia era profundamente civilizada, no por las comodidades modernas,sino por tradicin moral. Es la costumbre, solan aclarar al forastero, medio excusndose, medio enorgullecindose, cuan-do se mencionaba cualquier pequea ceremonia o cortesa tpica del lugar. Si las cosas no fueran la costumbre, Qu moti-vo podra haber para hacerlas? qu razn habra para vivir, si el vivir, el padecer y el morir no fueran la costumbre?Francamente vila era triste; pero para m era un alivio or que las cosas eran la costumbre, y no que eran justas o necesa-

    rias, o que debiera hacerlas.

    Ermita de Sonsoles. 1908. Estos campesinos llevan al mercado, botijosy cntaros relucientes. Foto:A. Mayoral. h. 1930.

    Puerta del Alczar y aguadoras.Casi todas las mujeres van de luto.Foto: Roisin. Tarjeta postal. h. 1930.