3 domingo de pascua

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3 DOMINGO DE PASCUA

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DOMINGO 3º DE PASCUA Una fuente de Amor y de Misión

« Echen la red a la derecha de la barca y pescarán »

PADRES EUDISTAS Parroquia Santa Mónica

Cali

Ambientación

Estamos ya en el tercer Domingo de Pascua. La resurrección de Jesús sigue siendo

la Buena Noticia por excelencia. Es la que anuncia Pedro en su discurso a la gente («nosotros somos testigos de esto»), la que invoca Juan en el Apocalipsis cuando presenta a Cristo Jesús en su función de mediador entre Dios y los hombres ante el tro0no de Dios («Dios le resucitó y le dio gloria»), y el centro de la conversación y de la experiencia de los discípulos en el lago en su encuentro con el Señor («¡es el Señor!»).

Continúa la Pascua. Sigue el Cirio encendido y las flores y los cantos y los aleluyas.

Y, sobre todo, el pueblo cristiano se siente «renovado y rejuvenecido en el espíritu», con la «alegría de haber recobrado la adopción filial» (oración colecta), «renovado con estos sacramentos de vida eterna» (Oración después de la Comunión), «exultante de gozo porque en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo para tanta alegría» (oración sobre las ofrendas).

1. Preparémonos: INVOQUEMOS AL ESPÍRITU SANTO

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vació del hombre si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

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Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus sietes dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su merito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén

2. Leamos: ¿QUÉ DICE el texto?

Hch. 5, 27b-32,40b-41: «Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo»

A lo largo de las semanas de Pascua, la lectura de Los Hechos de los Apóstoles nos

va ofreciendo el ejemplo de unos cristianos que supieron serlo y manifestarlo con todas sus consecuencias. El hecho de la Resurrección de Jesús fue el acontecimiento que transformó sus vidas de modo total.

El libro de los Hechos de los Apóstoles, es la historia de la iglesia primitiva, que en

esta ocasión, nos relata una experiencia extraordinaria de los apóstoles después de la resurrección de Jesús.

Ellos salen a Jerusalén anunciar con toda decisión y gozo que Jesús ha muerto y que

su Padre lo ha llevado a la gloria por la resurrección.

Sal. 30(29), 3-6.12ac-13: «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado»

Es un salmo de acción de gracias por la liberación de un peligro de muerte. Es como

un canto a la vida después de haber llegado a gustar ya el amargo sabor de la muerte. Estar aun con vida, sentirse de nuevo vivo física o espiritualmente después de un

experiencia de muerte, es como resucitar. Y es precisamente este contraste entre la vida y la muerte lo que hace que el salmo se convierta en un prisma de colores distintos y enfrentados que constituyen la esencia de la vida humana.

El P. Alonso Schökel parece recrearse en destacar estos contrastes: cólera y favor,

atardecer y amanecer, llanto y jubilo, luto y danza, sayal y vestido de fiesta, silencio y canto. Con todos estos contrastes, derivados del eje fundamental «vida - muerte» podemos construir nuestra propia existencia. En positivo, cuando nos apoyamos en Dios. En negativo, cuando solo nos apoyamos en nosotros mismos.

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«Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mi» (v. 2). El salmista comienza con una alabanza a Yahvé por

haberlo librado. Lo exalta porque El ha elevado al que había caído. Ha levantado al que estaba hundido. ¿En qué consiste la victoria sobre los enemigos? Estos descubren que la causa de la enfermedad se debe a un pecado cometido por el salmista. Y, por eso, le creen lejos de Dios. La muerte cercana la consideran como la separación definitiva de Yahvé. Y eso les produce alegría y regocijo. Pero Dios no los ha dejado que se rían de él.

Los Apóstoles, maltratados por el nombre de Jesús (1ª.lectura) estaban contentos

(¡alegría!). Así se sentían plenamente en comunión con el misterio pascual de Jesús. Este

misterio y nuestra participación en él, es la clave de interpretación de las palabras del salmo: paso del llanto a los gritos de alegría.

Apocalipsis 5,11-14: «Digno es el cordero degollado de recibir el poder y la alabanza»

El lenguaje y simbolismo del Apocalipsis nos desborda a los no iniciados en su

lectura. En el pasaje que leemos ahora, San Juan nos ofrece la imagen de DIOS sentado en un trono majestuoso; el LIBRO que contiene los designios divinos sobre la historia de la Humanidad y a CRISTO JESÚS en su función de mediador entre Dios y los hombres.

Jn. 21, 1-19: «¡Es el Señor!»

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN

R/. Gloria a Ti, Señor.

1Después de resucitar, Jesús se mostró otra vez a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les mostró de esta manera. 2Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Gemelo, Natanael de Caná de Galilea, los dos hijos

de Zebedeo y otros dos discípulos de Jesús. 3Simón Pedro les dijo: «Me voy a pescar». Los otros le dijeron: «Nosotros también vamos contigo».

Salieron y se embarcaron, pero esa noche no pescaron nada.

4Cuando ya había amanecido, se presentó Jesús en la playa. Sin

embargo, los discípulos no sabían que era Jesús. 5Entonces Jesús les dijo:

«Muchachos, ¿tienen pescado?» Ellos dijeron que no. 6Él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán». La echaron, pues, a ese lado, y era tal la cantidad de pescado, que ya casi no podían arrastrar la red.

7Entonces aquel discípulo que Jesús tanto amaba le dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Simón Pedro, al oír que era el Señor, se aseguró la túnica con el

cinturón, pues no llevaba más ropa, y se echó al agua. 8Como no estaban

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lejos de la orilla, sino a menos de cien metros de distancia, los otros discípulos llegaron en la barca arrastrando la red con los pescados.

9Y apenas bajaron a tierra, vieron que había allí un pescado puesto sobre brasas y que también había pan. 10Jesús les dijo: «Traigan pescado del que acaban de sacar»." 11Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red repleta de pescados enormes: eran ciento cincuenta y tres. Y con ser tantos, no se rompió la red. 12Jesús les dijo: «Vengan a desayuna». Y nadie se atrevió a preguntarle quién era; pero sabían que era el Señor.

13Se acercó, pues, Jesús, tomó el pan y se lo repartió, y lo mismo hizo con el pescado. 14Era la tercera vez que se mostraba a los discípulos después de resucitar.

15Cuando desayunaron, le dijo Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan,

¿me amas más que ellos»" Él respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te amo». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos».

16Luego le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te amo». Jesús le dijo:

«Sé pastor de mis ovejas».

17Y todavía le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Pedro se puso triste de que le hubiera preguntado por tercera vez si

lo amaba, y le respondió: «Señor, tú lo sabes todo; tú te das cuenta de que te amo». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.

18Te lo aseguro:

cuando eras más joven, tú mismo decidías, e ibas a donde querías; pero cuando te hagas viejo, tendrás que poner las manos en alto y dejar que otro decida y te lleve a donde no quisieras».

19Con esto quería darle a entender de qué manera iba a morir para gloria

de Dios. Y luego añadió: «¡Sígueme!».

Palabra del Señor.

R/. Gloria a Ti, Señor Jesús

RE-LEAMOS el texto para asimilarlo más y mejor La narración que escuchamos en este ciclo se refiere a la tercera aparición del

Resucitado, según san Juan. Esta indicación tiene una actualidad muy viva para nosotros: hoy es el tercer

domingo de Pascua y, ciertamente, cada domingo es como una aparición del Resucitado...

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En medio de una gran riqueza de elementos significativos, la narración nos habla sobre todo de la acción de Jesús ofreciendo a los discípulos la comida que él mismo les ha preparado, mientras ellos bregaban en aquella pesca extraordinaria. Es una imagen magnífica de lo que es, ya desde ahora, la Eucaristía: el banquete del Reino, preparado y ofrecido por el Resucitado, en medio de las dificultades y esfuerzos de la vida presente.

En el centro de todas las lecturas sigue habiendo, como en el domingo pasado, la

figura de Cristo resucitado. Esta figura se manifiesta en una pluralidad de situaciones y los que le rodean ofrecen toda una gama de reacciones.

El Cristo resucitado es proclamado «jefe y salvador» por parte de Pedro y los

Apóstoles (1a. lectura); es alabado como Cordero inmolado y digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría... (2a. lectura); se hace visible a Pedro y a los otros discípulos, orienta su pesca, y les da alimento que él mismo les ha preparado en la playa y, finalmente, toma la iniciativa de confiar a Pedro el propio rebaño, y llamarlo al seguimiento (evangelio).

Estructura del pasaje

Señalemos que el pasaje está formado de dos escenas, a cuál más bella, que

encuentran su punto de división y también de unión en los vv. 14-15, donde el evangelista

pasa del trato entre Jesús y los discípulos al encuentro íntimo de Jesús con Pedro.

Es un recorrido muy fuerte de acercamiento al Señor, que está preparado

también para nosotros que en este momento nos acercamos a esta Palabra. Para conseguir entrar mejor aún, intentamos pararnos en las escenas y pasajes, aunque sean mínimos, que se nos presentan.

Primera escena: vv. 1-14: Conversación con los discípulos v.1: Con doble repetición del verbo «manifestarse», Juan atrae nuestra atención sobre

un hecho que está por cumplirse. La potencia de la resurrección de Jesús no ha terminado todavía de invadir la vida de los discípulos y por tanto de la Iglesia; se necesita disponerse a acoger la luz, la presencia, la salvación que Cristo nos da. Y como se manifiesta ahora en este pasaje, así continuará siempre manifestándose en la vida de los creyentes. También en la nuestra.

vv. 2-3: Pedro y los otros seis discípulos salen del encierro del cenáculo y se lanzan

fuera, hacia el mar para pescar; pero después de toda una noche de fatiga, no pescan nada. Es la oscuridad, la soledad, la incapacidad de las fuerzas humanas.

vv. 4-8: Finalmente despunta el alba, vuelve la luz y aparece Jesús erguido sobre la

ribera del mar. Pero los discípulos no lo reconocen todavía: tienen necesidad de realizar un camino interior muy fuerte: La iniciativa es del Señor que, con sus palabras, les ayuda a

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tomar conciencia de su necesidad de su condición: no tienen nada para comer. Entonces los invita a lanzar otra vez la red.

vv. 9-14: La escena se desenvuelve en tierra firme, donde Jesús está esperando a los

discípulos. Aquí se realiza el banquete: el pan de Jesús está unido a los peces de los discípulos, su vida y su don se convierte en una sola cosa con la vida y el don de ellos. Es la fuerza de la Palabra que se hace carne, se convierte en existencia.

Segunda escena: vv. 15-19: Diálogo íntimo con Simón-Pedro vv. 15-18: Ahora Jesús habla directamente al corazón de Pedro; es un momento de

amor muy fuerte, del que no nos podemos quedar fuera, porque precisamente esas palabras del Señor son escritas y repetidas también para nosotros, hoy.

Una declaración recíproca de amor, confirmada por tres veces, capaz de superar

todas las infidelidades, las debilidades, las cesiones. Desde ahora comienza una vida nueva, para Pedro y también para nosotros, si lo queremos.

v. 19: Este versículo, que cierra el pasaje, es algo particular, porque presenta un

comentario del evangelista y de pronto deja resonar de nuevo la palabra de Jesús para Pedro, palabra fortísima y definitiva: «¡Sígueme!», a la cual no hay otra respuesta que la vida misma.

Hay elementos gratificantes en el episodio evangélico: Pedro y los Apóstoles reciben de manos del Resucitado el alimento misterioso del pan y del pescado a la brasa,

comen con El en la playa con lo que El les ha preparado. El alimento de la eternidad, la

imagen del banquete escatológico, la iniciativa del Señor está a su favor. Pedro, sobre

todo, es beneficiario de una peculiar misión, enlazada con la profesión de amor. «Si me amas, apacienta... mis corderos, ¡no los tuyos!» (San Agustín).

Toda esta relación entre el Resucitado y los discípulos se proyecta hacia una visión

celestial: el misterio del Cordero pascual desborda en victoria sobre la muerte y alabanza

cósmica -«todas las creaturas»- ante el trono de Dios.

3. Meditemos: ¿QUÉ NOS DICE la Palabra? El encuentro paso a paso

a) El contexto: Jn. 1,35 - 20,29 Después de la lectura del pasaje evangélico, hacemos memoria de un camino

recorrido, de la mano de Juan, desde el inicio de su evangelio. Tomamos la Biblia, en el 4º evangelio y nos dejamos conducir, más allá de las primeras impresiones superficiales para

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ponernos a buscar y a escuchar. En efecto, en este tiempo de Pascua, el Señor Jesús

nos está repitiendo la misma pregunta hecha a los discípulos y a la Magdalena:

«Ustedes, ¿qué buscan?».

Estamos en el capítulo 21 de Juan, prácticamente al final del Evangelio y todo final

contiene en sí todo lo que le ha precedido, todo lo que poco a poco se ha formado, en el

transcurso del evangelio, desde esa primera «búsqueda» que los llevó a «quedare con Él» (Jn. 1, 38-39).

- Esta pesca en el mar de Tiberíades (Jn. 21, 1-14) nos envía con fuerza y

claridad al principio del Evangelio, donde Jesús llama a los primeros discípulos, los mismos que están ahora presentes aquí: Pedro, Santiago y Juan, Natanael (cfr. Jn. 1, 35-45; Mc. 1, 16-20; Lc. 5, 1-11).

- La comida con Jesús, el almuerzo con el pan y los peces (Jn. 21, 12-14)) nos

lleva al capítulo 6, donde se describe la gran multiplicación de los panes, la revelación del Pan de Vida.

- El coloquio íntimo y personal de Jesús con Pedro (Jn. 21, 15-18), su triple

pregunta: «¿Me amas?» (Jn. 21, )15.16.17) nos conduce de nuevo a la noche de la Pascua, donde Pedro había negado al Señor por tres veces (Jn. 18, 17b.25b.27).

- Y después, si apenas miramos un poco más hacia atrás en el Evangelio,

encontramos las estupendas páginas de la resurrección: la carrera de la Magdalena y de las mujeres al sepulcro en la noche (Jn. 20,1a), el descubrimiento de la tumba vacía (Jn. 20,1b), la carrera de Pedro y Juan (Jn. 20, 3-4), el inclinarse los dos sobre el sepulcro (Jn. 20, 5), su contemplación, su fe (Jn. 20, 8).

Encontramos todavía a los once encerrados en el cenáculo y la aparición de Jesús

resucitado (Jn. 20, 19), el don del Espíritu (Jn. 20, 22), la ausencia y la incredulidad de Tomás (Jn. 20, 24-25), recuperada después por otra nueva aparición (Jn. 20, 26.28);

escuchamos la proclamación de aquella estupenda bienaventuranza, que es para

todos nosotros hoy, llamados a creer, sin haber visto (Jn. 20, 29b).

b) El texto: Jn. 21,1-19 Y después de estas cosas llegamos nosotros también aquí, sobre las aguas de este

mar, en una noche sin pesca, sin nada entre las manos. Pero precisamente aquí,

precisamente en este punto somos alcanzado, somos envuelts por la manifestación, por la revelación del Señor.

Estamos aquí, por tanto, para reconocerlo nosotros también, para arrojarnos en el

mar y alcanzarlo, para participar en su banquete, para dejar excavar dentro de sus preguntas, de sus palabras, para que, una vez más, Él pueda repetirnos a cada uno de

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nosotros: «¡Sígueme!» y cada uno de nosotros finalmente, le digamos: «¡Aquí estoy!»,

más lleno, más verdadero, válido para siempre.

c) Actualizamos esta experiencia

«Salieron y entraron en la barca» (v.3). ¿Estoy dispuesto, yo también, a hacer

este recorrido de conversión? ¿Me dejo despertar por esta invitación de Jesús? ¿O prefiero seguir escondido, detrás de mis puertas cerradas por el miedo, como estaban los discípulos en el cenáculo?¿Quiero decidirme a salir, a ir en pos de Jesús, a dejarme enviar por Él? Hay una barca siempre para mí, hay una vocación de amor que el Señor me ha dado. ¿Cuándo me decidiré a responder de verdad?

«Y en aquella noche no pescaron nada» (ibi.) ¿Tengo el valor de dejarme decir

por el Señor que en mí existe el vacío, que es de noche, que no tengo nada entre las manos?¿Tengo el valor de reconocerme necesitado de Él, de su presencia?¿Quiero revelarle mi corazón, lo más profundo de mí mismo, lo que trato siempre de ocultar, de negar? Él lo sabe todo, me conoce hasta el fondo; ve que no tengo nada que comer; pero soy yo el que debe darse cuenta, el que debo llegarme a Él con las manos vacía, ojalá llorando, con el corazón lleno de tristeza y angustia. Si no doy este paso no surgirá la verdadera luz, el alba de mi día nuevo.

La obediencia a su Palabra cumple el milagro y la pesca es superabundante. Juan, el discípulo del amor, reconoce al Señor y grita su fe a los otros discípulos. Pedro se adhiere inmediatamente y se arroja al mar para alcanzar lo más pronto a su Señor y Maestro. Los otros, a su vez, se acercan, arrastrando la barca y la red.

«Simón Pedro… se echó al mar» (v. 7). No sé si podré encontrar un versículo

más bello que éste. Pedro se arrojó el mismo, como la viuda en el templo arrojó todo cuanto tenía para vivir, como el endemoniado curado (Mc 5,6), como Jairo, como la hemorroisa, como el leproso, que se arrojaron a los pies de Jesús, dejándole a Él sus vidas. O como Jesús mismo, que se arrojó a tierra y oraba a su Padre (Mc 14, 35). Ahora es mi momento. ¿Quiero yo también arrojarme en el mar de la misericordia, del amor del Padre, quiero entregarle a Él toda mi vida, mi persona, mis dolores, las esperanzas, los deseos, mis pecados, mis ganas de volver a empezar? Sus brazos están preparados para recogerme, más todavía, estoy seguro: será Él quien se arroje a mi cuello, como está escrito: «El padre lo vio de lejos, corrió a su encuentro y se arrojó al cuello y lo besó».”

«Traigan de los peces que han pescado ahora» (v.10).

El Señor me pide unir su alimento al mío, su vida a la mía. Y como se trata de peces,

significa que el evangelista está hablando de personas, aquéllas a las que el mismo Señor quiere salvar, por mi pesca. Porque por esto Él me envía. Y en su mesa, en su fiesta, Él me espera, pero espera también a todos aquellos hermanos y hermanas que en su amor

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Él entrega a mi vida. No puedo ir a Jesús solo. Esta palabra, por tanto, me pide si estoy dispuesto a acercarme al Señor, a sentarme a su mesa, a hacer Eucaristía con Él y si estoy dispuesto a gastar mi vida, mis fuerzas, para llevar conmigo a muchos hermanos a Él. Debo mirar mi corazón con sinceridad y descubrir mis resistencias, mis obstáculos a Él y a los demás.

«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? ¿me amas, eres mi amigo?». Es la interpelación fundamental de Jesús a Pedro. Estas palabras, repetidas

tres veces por Jesús y precedidas tres veces por el apelativo «Simón, hijo de Juan»

(15-17), son la premisa a la misión pastoral: «Apacienta mis cordero». Jesús mismo, dirigiéndose a la Pasión, había dicho: «Para que el mundo sepa que yo amo al Padre».

Jesús ama al Padre y por esto se prepara a ofrecer la vida por sus ovejas; Pedro ama

a Jesús y se prepara a asumir el cuidado de su rebaño. ¿Por qué Jesús dirige a Pedro, a quien está para confiarle la misión pastoral, esta

pregunta y no otras? Podemos imaginar muchas otras preguntas idóneas que Jesús hubiera podido hacer a Pedro. Por ejemplo: Simóon, hijo de Juan, ¿eres consciente de la responsabilidad que asumes? ¿Tienes conciencia de tu fragilidad? ¿Sabes que es difícil llevar el peso de los demás, sabes que se puede llegar hasta el grito de Moisés («Mas bien hazme morir, que yo no vea mi desgracia»: Ex. )? Hasta ese punto Moisés sentía el peso, la responsabilidad que se le había confiado.

Simón, hijo de Juan, ¿sabes que no debes predicarte a ti mismo, sino a Cristo nuestro

Señor? ¿Te das cuenta de los que están a tu alrededor: los pobres, los enfermos, los necesitados, las personas solas que hay que ayudar? ¿En donde encontrarás el pan para darle a tanta gente?

Todas estas preguntas y muchas más son muy importantes. Pero Jesús las resume

todas en una sola pregunta, esencial, repetida con dos verbos distintos en griego para

indicar los diversos matices del amor y de la amistad: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?, ¿de veras eres mi amigo?».

Esta pregunta se presenta como la interpelación esencial, prácticamente la única, ante

todo porque va al corazón de la persona.

«Apacientas mis ovejas…Sígueme» (vv. 15.19) Bueno, el pasaje acaba así y

permanece abierto, continúa hablándome. Esta es la Palabra que el Señor me entrega, para que yo la realice en mi vida, de hoy en adelante. Quiero aceptar la misión que el Señor me confía; quiero responder a su llamada y quiero seguirlo, a donde Él me lleve. Cada día, en las cosas pequeñas.

Eucaristía e Iglesia

«Cuando comieron, dijo Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?... Apacienta mis ovejas» (Jn. 21, 15).

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Estas palabras nos invitan a profundizar la relación entre Eucaristía e Iglesia. Por

una parte, la Eucaristía se celebra en la Iglesia y desde la Iglesia: sucede solamente dentro de la fe de la Iglesia, que es fiel al mandamiento de Jesús. Por otra parte, la Eucaristía, en cuanto presencia perenne de la Pascua, es la que hace la Iglesia.

Para comprender estos aspectos, debemos pensar en la «atracción» con la que Jesús

constituye y reúne a su alrededor a la Iglesia, mediante el Espíritu Santo y la Palabra.

Para tener una idea sencilla y concreta de esta atracción, nos sirve el mensaje del

capítulo 21 del cuarto Evangelio, que es el texto evangélico que estamos mediotando.

Pensemos en la triple profesión de amor por parte de Pedro (Jn. 21, 15-17). Está

llena de resonancias sicológicas, de dolorosa conciencia humana, de sentimientos apasionados e intensos. Pero, en últimas, no es el producto de energías humanas. Sin

duda se puede extender a esta profesión de amor del capitulo 21 de Juan lo que se

dice de la profesión de fe del capítulo 16 de Mateo: es un don que viene de lo alto, es

iniciativa del Padre (Mt.16, 17).

En este amor de Pedro por Jesús se vislumbra el misterio de la Iglesia. La Iglesia es

la esposa enamorada de Cristo. Su amor por Cristo es rico de lo concreto, empeña las

energías más bellas de la libertad, crea iniciativas generosas y abiertas.

Pero la Iglesia sabe que puede amar, porque es amada. Por lo demás, en todo

auténtico amor vibra un impulso de confianza. Por tanto, el cristiano se deja amar de

Cristo y hace consistir su amor en la respuesta fiel al amor de Jesús. La Eucaristía es

precisamente la realización de esta fidelidad.

El último éxodo de Pedro

Después de haber dicho: «Apacienta mis ovejas» por última vez (Jn. 21, 17b),

Jesús añade: «En verdad, en verdad (modo solemnísimo que usaba Jesús cuando tenia

alguna cosa que decir que se refería a la realidad absoluta y definitiva del Reino de Dios o lo

absoluto de los signos de Dios en la historia) te digo: cuando eras más joven, tú mismo decidías, e ibas a donde querías; pero cuando te hagas viejo, tendrás que poner las manos en alto y dejar que otro decida y te lleve a donde no quisieras. Con esto quería darle a entender de qué manera iba a morir para gloria de Dios. Y luego añadió: "¡Sígueme!"». (Jn 21, 18-19).

Éste es el «éxodo de Pedr», el éxodo definitivo. Pedro realizó un «éxodo» cuando

se lanzó a los pies de Jesús en la barca, después de la primera multiplicación de los

panes, diciendo: «Jesús, soy pecador» (); había escuchado el «Ven y sígueme», «sal

de Egipto, pastor mío» y había seguido a Jesús dejándolo todo; había escuchado y renovado su éxodo muchas otras veces.

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Por ejemplo, cuando se lanzó de la barca para ir al encuentro de Jesús sobre el lago; había renovado su éxodo cuando, apartándose de la opinión de la gente, reconoció que Jesús es el Cristo; había renovado su éxodo cuando, mientras muchos querían irse y Jesús decia: «¿Quieren irse también ustedes?» (Jn. 6). contesto: «Señor, ¿a quién iremos?» (Jn. 6, ).

Cada vez ha sido un salto sucesivo, y toda la vida de Pedro está llena de estos saltos

sucesivos, algunos con poco éxito (como cuando se lanza al agua y comienza a hundirse),

otros con más éxito, pero siempre es invitado a seguir adelante, a ir más allá.

Aquí Jesús le habla del salto definitivo ¿Cómo define Jesús este último salto? Con

la oposición: actividad-pasividad: «cuando eras más joven, tú mismo decidías, e ibas a donde querías» (Jn. 21, 18a). Pedro sí ha vivido experiencias difíciles,

fatigosas, de ministerio, pero en el fondo era activo y era libre de sí; esta por llegar el

momento en el que deberá dar el paso fundamental para todo hombre: «pero cuando te hagas viejo, tendrás que poner las manos en alto y dejar que otro decida y te lleve a donde no quisieras» (Jn. 21, 18b).

El último salto que Pedro está llamado a dar no será de actividad en actividad cada

vez más responsables, cada vez mas difíciles, sino de actividad en pasividad. Este

salto es el más dramático: «en verdad, en verdad», Pedro aprenderá qué quiere decir

conocer al Cristo Crucificado que, a un cierto punto, pasó de la actividad a la pasividad.

«Te ceñirán», es decir, te rodearán acontecimientos, condicionamientos, situaciones

que se impondrán sobre ti y no serás tú el que los guíes (prisión, martirio, muerte).

«Donde tú no quisieras», es decir, habrá en ti una repugnancia, una resistencia y

no bastará el ejercicio ascético para hacerte mirar con ojo libre ante el sufrimiento físico,

moral, y ante la muerte. En este «donde tu no quisieras" leemos el reflejo de la oración

de Jesús en el huerto: «No lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú».

Se invita a Pedro a entrar en ésta que es una oración amarga, es la oración de la entrega total del hombre al misterio de Dios: no lo que yo quiero, no lo que parecería

útil en este momento para mí, no lo que me parece poder pretender, sino lo que quieras Tú, Padre.

«Juntos para la Misión» Los apóstoles se reúnen para trabajar juntos y, con Jesús comparten el pan, el

pescado y la palabra, como en una eucaristía junto al lago. Están «Juntos para la Misión».

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Una vez más Cristo resucitado se reúne con los Apóstoles, para enseñarles -e igualmente a nosotros- algo importante para su cristianismo. La enseñanza se da sobre todo a través del diálogo entre Jesús y Pedro. (Recordemos que Pedro había negado a Cristo la noche de la pasión): «Pedro, ¿me amas?... Sí, tú sabes que te amo... Entonces ( sígueme) y apacienta mis ovejas».

¿Qué aprendemos de este diálogo? Aprendemos que sobre todo Jesús está preocupado por nuestro amor y amistad, no tanto por nuestras faltas y fracasos. Aprendemos que ser cristiano es seguir a Jesús, tratar de imitarlo por amor. El cristianismo es Jesús que nos pregunta cada día si lo amamos, y es seguirlo de acuerdo con eso.

Y también aprendemos que la mejor prueba y la mejor manera de seguir a Jesús es

«atendiendo sus ovejas». Es decir, trabajar con Jesús en la Iglesia por la salvación de los

demás, como «buenos obreros del Evangelio».

No podemos dejar de traer a la memoria - para reflexionarlas y llevarlas a la vida- las

palabras que el Papa Francisco, en la homilía de la «Misa Crisma», dirigió a los Sacerdotes, cuando los invitó a la renovación de los compromisos sacerdotales:

«… Esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note… Es verdad que la

así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una

crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar

adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos

lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura

gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y

resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos

hemos fiado: Jesús» (Papa FRANCISCO, Homilía en la Misa Crismal, Basílica de San

Pedro, Jueves Santo, 28 de Marzo 2013).

4. Oremos: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS?

Padre de misericordia, Concédenos «echar las redes»

en nombre de tu Hijo, para que la noche infructuosa de nuestra vida

se transforme en el alba radiante en la que lo descubramos presente

en medio de nosotros.

Que tu Espíritu aletee sobre las aguas de nuestro mar, como en el principio de la creación,

y se abran nuestros corazones a la invitación de amor del Señor,

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para participar en el banquete preparado de su Palabra y de su Pan.

Arda en nosotros, oh Padre, tu Espíritu, para que nos convirtamos en testigos de Jesús

como Pedro, como Juan, como los otros discípulos y vayamos también nosotros cada día

a la pesca de tu reino.

Que tu Hijo, el Señor Jesús, Vida y Resurrección nuestra, viva en tu Iglesia para que tu Pueblo

siga dando testimonio de la Resurrección, con valor y autenticidad.

Reanima a quienes se encuentran decaídos o desanimados,

por tantos esfuerzos sin resultados, para que encuentren la luz, la valentía y la seguridad

para obedecerte a Ti antes que a los hombres y, sin miedo, con entera confianza,

en el nombre de Jesús lancen las redes. Amén

5. CONTEMPLEMOS la Palabra y COMPROMETÁMONOS: ¿Qué NOS PIDE HACER la Palabra

En el contexto del «Año de la FE», la Palabra, especialmente el Evangelio de hoy, nos

sugiere reflexionar y comprometernos con tres puntos o momentos de la vocación:

a. La importancia de la fe en toda vocación:

Partiendo del pasaje evangélico, recordamos dos hechos bien simples pero llenos de

enseñanzas: a la luz de la fe, Juan escucha la voz del Señor y lo reconoce; con la

fuerza de la fe, Pedro se arroja al agua para seguir esa voz.

Toda vocación es un llamado del Señor y un acto de arrojo en la respuesta a ese llamado. No podemos eliminar el acto de fe consciente y comprometida en la vocación. Con razón vale la pena que nos preguntemos si ¿no será crisis de fe, la actual crisis de vocaciónes?...

b. El amor en la vocación:

El Señor pregunta reiteradamente a Pedro si lo ama. Y reiteradamente Pedro asegura

que sí. Y es que toda vocación es un acto de amor de Dios que llama, y de amor en el

hombre, que da una respuesta positiva a ese llamado.

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Es necesario reflexionar sobre el lugar que ocupa el amor en nuestra vida. Es urgente devolver al amor el lugar preferente que debe ocupar en nuestra vida. Es imprescindible y urgente meditar, especialmente los responsables de la educación y formación de la juventud, acerca del cultivo que hacemos de esta virtud. No podemos pretender superar la crisis de las vocaciones sin ese esfuerzo de una más generosa vivencia del amor a Cristo y a su Iglesia.

c. El espíritu de sacrificio. Con absoluta claridad el Señor habla, finalmente, del sacrificio que supone su

seguimiento. Y esta realidad se renueva y repite en toda vocación. Exige espíritu de sacrificio, tomar una decisión con todas sus consecuencias. Exige espíritu de sacrificio, una preparación siempre prolongada y nunca fácil. Exige espíritu de sacrificio, vivir en la permanente entrega y dedicación al servició de los hombres en la Iglesia.

No podemos pretender eludir nuestra responsabilidad en este aspecto. Los valores

que mueven nuestro afán cotidiano y nuestros esfuerzos cotidianos, no pueden excluir el sacrificio.

Relación con la Eucaristía

Hoy podemos muy bien entrar en todo el desarrollo de los elementos de la Celebración Eucarística; en él encontramos todo lo que nos dicen las lecturas:

a) Los Apóstoles.

La presencia apostólica es fundamental para la Celebración Eucarística y tiene su visibilidad en dos elementos: las mismas lecturas que escuchamos y el Ministro ordenado, que preside.

El Ministro es un miembro del Colegio de los sucesores de los Apóstoles -un obispo- o bien, un colaborador suyo, un Presbítero que «lo representa». Enviado por Cristo, por la fuerza del Espíritu, el Ministro ordenado es el testigo de la continuidad de la Iglesia Apostólica y de la comunión en la Iglesia Católica.

Es el Ministro de la convocación (el pescador), el testigo personal que compromete su vida con la Misión que Cristo le ha confiado, el que tiene la labor de señalar a los

hermanos la presencia de Jesús, de decirles: «¡Es el Señor!».

El Ministro es el que preside la alabanza al Cordero, el que prepara el alimento celestial para la Comunidad, como instrumento viviente del Señor, y lo reparte.

b) La Misa dominical:

La Celebración Eucarística dominical nos lleva a experimentar cada domingo todo el proceso de la actuación de Cristo descrita en las lecturas, y a realizar lo que hacen aquéllos que lo rodean. Es la descripción exacta de lo que quiere decir «participar». Lo

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escuchamos, lo reconocemos, nos fortalecemos para dar testimonio de Él con toda nuestra vida, incluso compartiendo los sufrimientos.

Lo proclamamos Señor y Salvador, anunciamos su muerte haciendo su memorial, nos unimos a su ofrecimiento, y lo ofrecemos al Padre, uniéndonos a la

alabanza celestial y a todas las criaturas (plegaria eucarística). Con fe y emoción nos

acercamos a comer su Pan, conscientes de que no es pan lo que comemos, sino el Señor.

c) Regreso a la «pesca»

Y cuando ha terminado este momento inefable de la Asamblea Dominical, volvemos

otra vez a la pesca, al trabajo de cada día, procurando seguir las indicaciones de Jesús

para que sea fructuosa nuestra labor de cada día: «En tu nombre echamos las redes»

La fe de los apóstoles en Jesús hace posible el milagro que realiza de la «pesca milagrosa». No hay duda que donde está Jesús hay frutos. Pero en la narración de

hoy, no importa mucho la «pesca milagrosa». ¡Lo importante es echar las redes porque Jesús lo dice!

Eso significa creer en él, creer en su Palabra, «a pesar de que habían estado trabajando toda la noche y no habían pescado nada». Pero ahora echan las redes en su nombre y el fruto es abundante.

Hasta ahora, el modo «habitual» de reconocer a Jesús ha sido mediante el signo de la

«Fracción del Pan». Así sucedió cuando Jesús se presentó en el Cenáculo en ausencia

de Tomás o cuando acompañó a los discípulos que se marchaban hacia la aldea de Emaús.

Ahora lo reconocen por la pesca milagrosa. Todos admiten aquel acontecimiento

como signo de la presencia de Jesús. Y la intuición de Juan le hace exclamar «¡es el Señor!».

La pesca milagrosa es como el signo de la tarea evangelizadora de la Iglesia. Todos hemos de colaborar en ella. Y todos tenemosn un lugar en ella hasta que se rompa la red, señal de plenitud y universalidad. Allí donde está Jesús (en la orilla esperándonos), allí

está el alimento que él prepara y ofrece: es decir, la Eucaristía.

Algunas preguntas para pensar durante la semana

1. ¿Ponemos la esencia del cristianismo en el amor a Cristo y a los demás, o sólo en prácticas y deberes?

2. ¿Qué hago yo para atender las ovejas del Señor?

PADRES EUDISTAS Parroquia Santa Mónica - Cali Carlos Pabón Cárdenas, CJM.