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Dorota Suwalska ¡Susie, otra vez con tus historias! Ilustraciones de Emilio Urberuaga

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8 añ

osRecomendadoa partir de8 años

Dorota Suwalska

¡Susie, otra vez con tus historias!Ilustraciones de

Emilio Urberuaga

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Dorota SuwalskaNació en Polonia, en 1967. Ha estudiado Bellas Artes, Pedagogía y Cine. De 1990 a 1995 colaboró con la televisión y realizó varios cortos. De 2007 a 2009

trabajó como editora y desde 2008 es miembro de la sección polaca del IBBY (Internacional Board on Books for Young People) y de la Asociación de Escritores de su país. En 2007, una de sus obras obtuvo el Premio Libro del Año; y también una mención del Ministerio de Cultura por el guion de Susie, por sus valores artísticos, éticos y educativos.Ya ha publicado seis libros, algunos de los cuales han sido traducidos, además del español, al esloveno.

En la calle de Susie no vive ningún niño. Uno de sus mayores deseos es que una familia con niños se mude a la casa de enfrente. Susie cuenta esto y otras muchas cosas en primera persona y con mucho humor.

Emilio UrberuagaUna de las mejores cosas de esta «profesión» de ilustrar es que siempre estás empezando, da igual si es un libro grande o pequeño, si es en blanco y negro

o color, siempre sientes (con su buena dosis de pánico) la emoción del primer día.Ilustrar un libro es como tener un pasaporte y poder viajar gratis a través de los mundos que cada autor te propone, con la única exigencia de traer a la vuelta algunas instantáneas.

Otros títulos de la colección:

+8 años

Los casos de MojopíÁngel Fernández de Cano

+8 años

Zumo de granaday un tictacJuan Cruz Iguerabide

+8 años

El paraguas mágicoDaniel Nesquens

ISBN: 978-84-205-5847-9

9 7 8 8 4 2 0 5 5 8 4 7 9

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¡Susie, otra vez con tus historias!

Todos los derechos reservados.Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal).

© Del texto: Dorota Suwalska© De las ilustraciones: Emilio Urberuaga© De la traducción: Monika Lazaruk Kubinska© De esta edición: Editorial Pearson Educación, S. A., 2011C/ Ribera del Loira, 2828042 Madridwww.pearsoneducacion.com/planlector

Traducido de: Znowu krecisz, Zuzka!

Editora: Lupe Rodríguez SantizoCoordinadora de Diseño: Elena Jaramillo

ISBN: 978-84-205-5847-9Depósito Legal: M-

Impreso en España – Printed in Spain

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1. Estilo original

¡Hola! Soy Susie y vivo en Brzezin, en la calle del Bosque, número 8, y somos forasteros. Antes desconocía el significado de esta expresión. Pensaba que, como al lado de casa hay un área forestal, a los que vivíamos al lado de un bosque nos llamaban así: «forasteros». Pero mis padres me explicaron que forasteros son todos los que se han mudado de un sitio a otro.

Mis padres se mudaron a Brzezin porque ha -bían soñado toda la vida con vivir en un pueblo.

—No hay nada como vivir en un pueblo —so - lía decir mi padre—. El silencio, la tranquili-dad… No como en Varsovia, con esas multitu-des alocadas y el ruido de los coches.

Pero parece ser que esas multitudes alocadas con sus coches tuvieron la misma idea y ahora en Brzezin vive, seguramente, medio Varsovia, sin contar a los antiguos habitantes y a los «aterri- zados» de todas las partes del mundo.

—Este ya no es el Brzezin de antes —se ape-na papá.

Pero yo estoy contenta. Porque así tengo más amigos y amigas. Aunque es una pena que nadie quiera mudarse a la casa de enfrente, la que se ve desde la ventana de nuestra cocina.

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6—¡A ver si hacéis algo para que por fin viva

alguien ahí! —les digo a mis padres mientras desayunamos, aunque no todos los días. Solo los días en que la melancolía se apodera de mí. La melancolía, en mi caso, se activa con los cam-bios de tiempo, igual que el reuma en los hue-sos de la abuela Teresa—. Convenced a la tía Yola, o la tía Kasia… Da igual a quien. Lo que importa es que tengan una hija de mi edad y que se mude a la habitación de la buhardilla, la que tiene esa claraboya tan bonita en el teja-do, justo enfrente de mi ventana. Así, por la noche, podremos mandarnos mensajes secretos con las linternas…

—Por la noche hay que dormir —me in -terrumpe papá.

Yo me echo a llorar y mi madre añade:—Vaya, parece que hoy va a llover, porque

Susie se ha puesto melancólica.—¡No es cierto! ¡No va a llover! Es que es

una injusticia tremenda que no haya ningún niño viviendo en nuestra calle.

Y eso sí que es cierto, que es una injusticia tremenda, porque realmente en nuestra calle no hay ningún niño. Es decir, hay niños, pero solo en verano, cuando vienen a pasar una tempora-da al campo. El problema es que entonces noso-tros nos marchamos. No entiendo por qué tenemos que hacerlo todo al revés.

Antes, pensaba que mis padres eran comple-tamente normales pero, cuantas más primaveras paso en este mundo, con más frecuencia veo que lo hacen todo al revés. Eso tiene su lado

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7positivo, como, por ejemplo, que mamá no se preocupa demasiado cuando me ensucio, mien-tras que las otras madres son capaces de echar una gran bronca por algo así. Sin embargo, tam-bién puede llevar a malentendidos. Por ejemplo, cuando era pequeña, estaba convencida de que todas las madres eran vegetarianas, porque ni mi madre ni su hermana, la tía Agnes, comen carne; las únicas que la comen son mis abuelas. Por eso creía que las señoras mayores empiezan a comer carne cuando se convierten en abuelas, luego me llevé una gran sorpresa al ver lo que comían las madres de mis amigas. También pensaba que todas las esposas tienen un apellido diferente al de sus maridos, porque en mi casa es así. Es decir, que tras la boda, la mujer conserva su pro-pio apellido y los niños tienen el apellido del padre1.

—Eso es habitual en nuestro ambiente —me explicó mamá.

Mis padres son artistas plásticos y por eso me he pasado la vida creyendo que la inmensa ma -yo ría de las personas son pintoras. Pero aquí, en Brzezin, los pintores no abundan y cuando el año pasado vino al colegio una sustituta (la pro-fe anterior tuvo un niño), enseguida llegó a la conclusión de que provengo de una familia des-estructurada. Aunque al ver cómo papá me lle-vaba al colegio todos los días, tuvo que admitir

1 En Polonia, como en muchos otros países, es habi-tual que, al casarse, la esposa cambie su apellido por el de su marido (N. de la T.).

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8que era una familia «decentemente desestructu-rada». Además, yo le dije que sí, que estaba en lo cierto, que estaba desestructurada, porque pen-saba que se refería a la furgoneta con la que habíamos tenido un accidente un par de días antes… La profe se puso contentísima al creer que había acertado a la primera con el diagnós-tico y de esa manera acabé, una vez más, en la consulta del psicólogo.

La psicóloga resultó ser muy maja, porque así son las psicólogas. Tienen que ser tremenda-mente majas, incluso cuando alguien las saca de sus casillas. Me sonrió. Me dio un folio y unas ceras. Y me dijo:

—Susie, me gustaría que dibujaras a tu familia.A decir verdad, me lo esperaba, porque a los

psicólogos les encanta mirar cómo los niños dibujan a su familia. Lo digo con conocimiento de causa: ya había ido al psicólogo antes, en otro lugar, porque tengo la letra muy fea y me dis-perso con facilidad, y aquella vez también dibu-jé a mi familia. Pero como ahora se trataba de la psicóloga del colegio, tomé la decisión de ha- cerlo a conciencia, ya que no estaba segura de si el dibujo iba a influir en mi nota de Educación Artística. Nuestra profe también nos hizo dibu-jar una vez a nuestra familia, pero yo estaba ocupada dándole un puñetazo a Karol y no me salió demasiado bien y la profe me puso un par-te. Pero como en la consulta de la psicóloga no tenía con quien pegarme, empecé a trabajar enseguida. Primero me dibujé a mí misma y alrededor de la cabeza muchísimas cosas:

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9—¿Quién es esta niña con rizos? —pre guntó

la psicóloga.—¿Qué niña? ¿Y qué rizos? —me sorprendí.—Pues esta.—¡Esta soy yo! Pero ¿dónde ve los rizos?La psicóloga señaló las cosas que había dibu-

jado alrededor de la cabeza.—Eso de ahí no son rizos, es la atención

—ex pliqué. «Mira que es raro, es psicóloga, pero hay que

explicárselo todo», pensé.—¡¿La atención?! Los ojos de la psicóloga se volvieron grandes

y redondos.—Pues sí, la atención…, pero tremendamen-

te dispersa. Porque mi atención se dispersa y por eso me ponen los partes en el colegio y me mandan al psicólogo.

La psicóloga puso cara de no saber si asom-brarse o reír, y yo seguí dibujando a mis padres. A mamá la dibujé con el vestido que tiene el estampado de huesos en forma de cruz, porque no come carne, y a papá con un cliente entre los dientes y muchas brochas rotas a su alrede-dor y muchas barras de pan, porque papá ya no se dedica a la pintura, ahora es diseñador gráfico y tiene que ganarse el pan mientras los clientes intentan comérselo, como él dice. Y otra vez me tocó explicarlo todo, porque la psicóloga pare-cía que no era capaz de descifrar mi nuevo y original estilo. Así que opté por cambiarlo un poco y dibujé a Kacper totalmente normal, sin ningún accesorio.

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10—Este es Kacper, mi hermanito —expliqué,

por si las moscas—. Es un poco pequeño y a veces no estoy del todo contenta de que sea mi hermano, sobre todo cuando se come mis debe-res, pero me da más alegrías que penas. Para ser sincera, no me gusta ser hija única y es algo que he tenido que padecer tantos años… Era super-estresante para mí y por eso tenía que ir al psi-cólogo y también suplicarle a papá que le diera los renacuajos a mamá.

—¿Renacuajos? —se volvió a sorprender la psicóloga.

Pero esta vez no me pilló desprevenida, por-que papá, al principio, tampoco entendió lo de los renacuajos cuando se lo conté. Tuve que explicar a la psicóloga, igual que antes se lo había explicado a mi padre, lo que había visto en un documental sobre animales: hay muchos renacuajos nadando, hacen una carrera y el más veloz se mete en una cosa redonda, como un huevo, aunque no se parezca en nada a los hue-vos de comer. El huevo se empieza a dividir y así se forma un bebé en la tripa de la mamá.

Comprobé que a la psicóloga le divirtió mucho esta historia, tanto como a mi padre, con la diferencia de que él se rio a carcajadas y me acarició el pelo diciendo que ya veríamos. Pero todo tardó mucho, tanto, que al final casi perdí la esperanza, sobre todo cuando mi primo Artur me dijo:

—Ya eres demasiado mayor para tener her-manos. Es biológicamente imposible que un ser humano tenga hermanos después de haber

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11cumplido los seis años. Yo ya tenía cuatro años cuando nació mi hermana Magda. Como ves, fue casi en el último momento, por si quieres saberlo.

Pero como vemos, Artur no tenía razón y la prueba es que tengo a Kacper. Kacper es mag-nífico. No para de reírse, se sube a los muebles y se mueve muchísimo, igual que yo cuando tenía su edad, aunque ahora ya se me ha pasa-do un poco, como dice mamá. Ahora mi gran movilidad ha pasado de las piernas a las manos y por eso estoy todo el rato estrujando, apretan-do y aplastando todas las cosas… ¡Incluso rompí un par de ceras en el gabinete de la psicóloga!

—No te preocupes —me tranquilizó la psi-cóloga, porque como ya os he dicho, en esa profesión hay que ser muy majo, sobre todo con los pacientes pequeños.

Luego pinté a la abuela Zosia con el abrigo de pieles y con un bote de sopa, porque la mayor preocupación de la abuela Zosia es que nos abriguemos y comamos más.

Y después a la abuela Teresa con varios pla-netas. La psicóloga me miró con cierta inquie-tud y preguntó qué eran aquellas bolitas.

—¡Pero si no son bolitas! Son las cuadraturas de Marte de los horóscopos de la abuela Tere-sa… Porque a ella le encantan esas cosas. Ya sabe, los horóscopos, las cartas… Pero, ¡fíjese!, por culpa de las cuadraturas me falta sitio para el abuelo Fran.

—No importa —dijo la psicóloga, y me entregó un segundo folio.

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12—Pero el abuelo no puede estar separado de

la abuela —expliqué—. Hay que pegar los dos folios.

A la psicóloga no le gustó demasiado mi idea, tal vez porque no tenía pegamento en el despa-cho. Aunque debió de pensar que no poder pegar al abuelo junto a la abuela iba a dejar huellas terribles en mí, porque me dijo:

—Voy a buscar el pegamento, espérame tranquila.

Así que la esperé. Bastante tranquila. Pero como odio desaprovechar el tiempo, me puse a practicar las patadas que me habían enseñado mis amigos mayores durante el verano cuando, de repente, ¡crac! Sin querer, había apuntado al jarrón que estaba en el escritorio. Un jarrón con unas flores preciosas (probablemente regalo de algún pequeño paciente agradecido por una terapia exitosa). Sin embargo, como no estaba segura de que la psicóloga fuera a considerar mi terapia como lograda, empecé a limpiar el desastre como loca. Ella entró justo en el momento en que secaba el agua de la alfombra con el mantel, porque no encontré otro trapo. Tuve suerte de que las psicólogas tengan que ser muy majas con sus pacientes pequeños, porque si no, otro gallo habría cantado.

—No te preocupes —repetía la psicóloga, aunque ya menos convencida que cuando lo de las ceras.

—Qué suerte tan grande que haya traído el pegamento. Enseguida pegaré el jarrón —dije.

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13Pero el pegamento no sirvió para el jarrón,

solo para la abuela y el abuelo, así que le propu-se pagarle el jarrón con mi paga.

—De verdad, no hace falta —dijo. Pero yo quería, de todo corazón, compensar-

la por la pérdida y por eso pregunté:—Pero ¿no tendrá pintura dorada?—¿Pintura dorada? ¿Qué pintura dorada?

No, no tengo. Y no pienso ir a buscarla —advir-tió la psicóloga, y creo que hasta se enfadó un poco—. De todos modos, ¿para qué necesitas pintura dorada?

—Para el abuelo. Porque mi abuelo tiene el corazón y las manos de oro.

Vi que la psicóloga intentaba no reírse otra vez y me dio un poco de pena, porque es muy cansado aguantarse la risa durante tanto tiempo, así que le dije:

—Aguantarse la risa debe dejar huellas terri-bles en la personalidad. Me he inventado lo de la pintura dorada a propósito, para hacerla reír después de haberle roto el jarrón. Aunque es cierto que mi abuelo tiene el corazón y las manos de oro, es decir, que lo sabe arreglar todo. Aunque claro, también puedo pintarlo con el amarillo.

La psicóloga sonrió y me dijo que quien tenía un corazón de oro era yo. Seguí dibujan-do: a la tía Agnes y al tío Tomek con Arturo y Magda, y a mis padrinos y a Marka, aunque no la había visto nunca… Y otra vez me faltó sitio, así que me dio otro folio. En él dibujé al tío Jacek, que no es mi tío de verdad, sino postizo,

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14pero que me cae muy bien. Además el tío Jacek es veterinario y mamá dice: «Tenemos tantos animales en casa que nuestro médico de cabe-cera debería ser un veterinario». Por eso dibujé al tío Jacek, porque es el médico de cabecera de nuestra familia y yo debía dibujar a toda la familia. Después del veterinario llegó la hora de los animales. ¿A que es lógico? El problema es que yo no dibujo demasiado bien a los anima-les. A las personas tampoco, porque tengo dis-grafía. Tener disgrafía significa que a uno le salen garabatos cuando escribe y que tampoco dibuja demasiado bien. Otro problema es que no todos los psicólogos consideran a los anima-les como familia. Algunos ni siquiera reconocen como familia a los veterinarios, si no son tíos de verdad. Pero esta psicóloga parecía no poner pegas. Eso sí, no supo identificar lo que había dibujado.

—Es Rojo. Nuestro perro —aclaré.Tengo que decir que Rojo es superguay. Es

tan increíble que se ha convertido en un ídolo para mi hermano. ¡Y encima lo he «extraviado» a casa yo solita! ¡De verdad! Fue el mejor día de mi vida, sin contar, claro, el día en que nació Kacper, el día en que me regalaron el conejo y el viernes pasado, cuando me dejaron no ir al colegio. A Rojo lo «extravié» a casa de la siguien-te manera. Vi a un perro de una raza extraordi-naria que estaba al lado de nuestra verja y me saludaba moviendo la cola.

—¡Perrito, perrito bueno! —dije, y extendí el brazo hacia él a través de la verja.

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Índice

1. Estilo original ............................................................... 5 2. La mochila ........................................................................ 20 3. Insomnio en Brzezin ............................................ 28 4. Dafnio ................................................................................... 39 5. ¡Mala pata! ........................................................................ 46 6. El nuevo .............................................................................. 60 7. El conejo más caro de la Unión Eu-

ropea ........................................................................................ 67 8. Hedwig ................................................................................... 77 9. En invierno, hay que cambiarse de ropa . 8910. ¡Hurra, estoy mala! .................................................. 9611. La temporada del cirujano ............................. 10512. Café o té ............................................................................. 11813. Feminidad ......................................................................... 12714. Pequeñas alegrías ....................................................... 13315. Besos de tornillo ....................................................... 142

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Emilio Urberuaga

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con

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Dorota SuwalskaNació en Polonia, en 1967. Ha estudiado Bellas Artes, Pedagogía y Cine. De 1990 a 1995 colaboró con la televisión y realizó varios cortos. De 2007 a 2009

trabajó como editora y desde 2008 es miembro de la sección polaca del IBBY (Internacional Board on Books for Young People) y de la Asociación de Escritores de su país. En 2007, una de sus obras obtuvo el Premio Libro del Año; y también una mención del Ministerio de Cultura por el guion de Susie, por sus valores artísticos, éticos y educativos.Ya ha publicado seis libros, algunos de los cuales han sido traducidos, además del español, al esloveno.

En la calle de Susie no vive ningún niño. Uno de sus mayores deseos es que una familia con niños se mude a la casa de enfrente. Susie cuenta esto y otras muchas cosas en primera persona y con mucho humor.

Emilio UrberuagaUna de las mejores cosas de esta «profesión» de ilustrar es que siempre estás empezando, da igual si es un libro grande o pequeño, si es en blanco y negro

o color, siempre sientes (con su buena dosis de pánico) la emoción del primer día.Ilustrar un libro es como tener un pasaporte y poder viajar gratis a través de los mundos que cada autor te propone, con la única exigencia de traer a la vuelta algunas instantáneas.

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