137 17 090 el trueno dorado.indd 1 22/06/17 09:24 · el trueno dorado ramÓn del valle-inclÁn ......

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1.ª edición: septiembre, 2017

© 2017, Sipan Barcelona Network S.L. Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona Sipan Barcelona Network S.L. es una empresa del grupo Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.

Diseño de portada e interior: Donagh I MatulichPrólogo y notas: Gustavo Fabra Barreiro

Printed in SpainISBN: 978-84-9070-398-4DL B 16189-2017

Impreso por NOVOPRINT Energía, 53 08740 Sant Andreu de la Barca - Barcelona

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o proce-dimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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EL TRUENO DORADORAMÓN DEL VALLE-INCLÁN

Traducción de Fernando Valera

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PRóLOGO

El trueno dorado: Todavía, aún, transcurridos cua-renta largos años desde su muerte, nuevas páginas de Valle-Inclán. Las que aquí se ofrecen por vez primera en libro aparecido semanalmente en el diario Ahora, de Madrid, con ajustadas ilustraciones de Salvador Barto-lozzi, entre el 19 de marzo y el 23 de abril de 1936. Una nota puesta al frente de la entrega inicial decía a guisa de presentación:

Comenzamos hoy con la publicación de las últi-mas cuartillas escritas por don Ramón del Valle-Inclán. En nuestro poder parte del original de esta novela hace ya muchos meses, la larga y penosa en-fermedad que llevó al sepulcro al glorioso maestro le impidió terminarla y corregir las pruebas hasta sus últimos días. Estos le sorprendieron entregado a esta

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tarea. Su viuda, la ilustre Josefina Blanco, que siem-pre ayudó al maestro en esta labor, ha hecho la últi-ma revisión de las pruebas de El trueno dorado. En jueves sucesivos, durante varias semanas, continua-remos la publicación de esta obra póstuma del glo-rioso escritor.

Valle-Inclán había muerto el 5 de enero de aquel año trágico en Santiago de Galicia. La aparición de El trueno dorado responde de manera póstuma a su prác-tica frecuente de publicar en revistas o periódicos pri-meras versiones de sus textos antes de su edición, casi siempre muy corregida, en volumen. En los años fina-les de su vida, el procedimiento se invierte: la edición más definitiva de La corte de los milagros, que incor-poraba sobre las dos anteriores, entre otros cambios, la obertura espléndida del libro Aires nacionales, fue la aparecida en El Sol desde octubre a diciembre de 1931. Ciertamente, salvo el período en que pudo imprimir a sus expensas los cuidados tomos de la Ópe-ra Omnia, la mezquindad de la vida cultural del país le obligó a una publicación azarosa y dispersa de sus escritos. «Quisiera poder enviarle algunos de mis li-bros —respondía en carta de 1933 a una petición de Fedor Kalin—, pero no tengo ninguno.» Y añadía: «Los editores no aventuran su dinero para reimprimir los libros agotados.»

Al hilo de estos datos solo quiero subrayar ahora el hecho de que Valle-Inclán, en las antípodas de cualquier

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fetichismo artístico, mantuvo un diálogo permanente con sus propios textos. Las numerosas y sucesivas va-riantes introducidas entre las publicaciones de algunos de ellos revelan, ante todo, una exploración creciente de las posibilidades expresivas del enunciado literario has-ta el logro, en cada caso concreto, de su forma necesaria. La obra se manifiesta así como actividad que se arti cula inexorablemente en el desarrollo de la historia. La com-posición misma de El trueno dorado muestra una vez más ese proceso, ese trabajo ininterrumpido de produc-ción literaria.

Pues El trueno dorado constituye una secuencia na-rrativa destinada a inscribirse en El ruedo ibérico: Es una relectura, con nuevas y significativas ampliaciones, del tercer libro de La corte de los milagros, titulado Ecos de Asmodeo. Una extensa parte de la que habría sido una futura versión, modificada hasta en su título, de aquel libro.

La propia concepción de El ruedo ibérico —tejido significante que se va construyendo de modo progresi-vo y recurrente— permite un juego múltiple de trans-formaciones textuales. Su figura es la de una red de círculos en expansión: cada uno de ellos amplía un sis-tema de relaciones irreductibles a un itinerario único. Su consistencia no es, sin embargo, la de una «obra abierta», según la terminología al uso: de no contener el principio de sus límites y de su sentido remitiría sin

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cesar al secreto mágico de una creación inexistente, en último término al «mito de la profundidad» como ilu-sión idealista.

Pero su sentido es claro; tan claro y definido que, allí donde concluye la superficie de su texto, se descubre su continuidad en la escritura misma de la historia. ¡Cuán-tas veces no hemos pensado, ante determinados aconte-cimientos de la vida social y política, que estábamos asistiendo a escenas vivientes de El ruedo ibérico! En esa obra culmina una estética para y por la vida, una imaginación que se proyecta sobre la verdad de lo real, una visión ética del mundo que perfora cualquier orden degradado y degradante. El esperpento implica, más que un género literario, una razón capaz de hacer pa-tente cuanto de irracional existe en las formas de vida dominantes, cuanto de falso y envilecedor hay en los dogmas y valores consagrados. El ruedo ibérico es tam-bién un ruedo universal.

Los relatos plurales de ese gran ciclo narrativo for-man un relato máximo, «cifra de todos», en cuya suma inacabada se adensa la imagen fidedigna y dialéctica de toda una sociedad. Su tema básico es la desmitifica-ción de la realidad histórica de España. Más allá de los habituales episodios o cuadros, la narración hace visible la trama general de cada presencia o hechos singulares. Cada figura, cada acción, se nos dice en sus precisas condiciones de existencia. A través de un rápido enca-denamiento de planos y de fundidos, que hace de la lectura misma un aparato multiplicador de los textos,

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cualquier separación entre lo interior y lo exterior que-da abolida; la actitud y la palabra, el gesto y el verbo de los personajes definen las formas ilusorias o reales de su conciencia. Los ángulos de enfoque, próximos o le-janos, producen las situaciones con un aire de observa-ción personal y colectiva a un tiempo. El escritor fue siempre fiel a una revolución estética permanente, de acuerdo con sus propios designios: «La disgregación de la gramática narrativa, el empleo de las imágenes dis-tantes, el juego de las censuras y silencios, el nuevo es-candido, responden a una necesidad de expresión, no euclidiana, que tendrá que preparar el terreno a la no-vela futura.»

Esa técnica y esa fuerza creadora de Valle-Inclán, solo truncada por la muerte, se refleja en El trueno do-rado de manera enérgica y poderosa. En la breve anda-dura madrileña de este texto se recorre un denso espacio del ruedo ibérico. Meses vesperales de la «Gloriosa». En un paisaje urbano de cafés y de tugurios, de plazas y de calles iluminadas por farolas mortecinas, de vetustos palacios con rejas de cárcel y de sórdidas casas de corre-dores, se revive una especie de absurdo coti diano. La encarnadura de una sociedad en sí misma esperpéntica, crónicamente deformada, se ofrece en su estallido de gritos angustiados, de sombras y luces parpadeantes, sones de jarana amarga, fastos patrioteros, razones per-didas. Y de una sangre que riega, generosa, las arenas

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turbulentas del gran coso nacional. Aquí, la de un guar-dia asesinado por unos jóvenes de la nobleza y sus ca-mastrones asociados como remate de una juerga noctur-na. En otra secuencia inmediata a este libro, son las fuerzas del orden las que disparan a un pícaro inocente. En ambos casos, la misma indiferencia ante el crimen, idéntico rastrillo de liviandad y de silencio para encu-brirlo.

Una hueca teatralería —no es solo la farsa bufa de los fantoches oficiales— recubre también de manera envolvente los posos mínimos de aquella situación trá-gica. Movimientos de melodrama, lances zarzueleros, atmósfera de folletín y novela por entregas: «Vil conta-gio que baja de la literatura al pueblo.» Pues «la litera-tura es más operante de lo que la gente supone», afirmó alguna vez Valle-Inclán. Cuando no es crítica y no se distancia de sus propios encantamientos, reproduce y difunde las falsas ideologías que la sustentan. La pers-pectiva esperpéntica destruye la no verdad de sus formas y contenidos ideales. La obra de Valle-Inclán, como la de Picasso en la pintura, se afirma reflexivamente en una gran suma de liquidaciones ejecutadas sobre los propios esquemas y convenciones que aniquila. El sar-casmo, fundido al compromiso con la realidad efectiva de los seres y las cosas, devuelve su imagen grotesca a lo grotesco, su condición irrisoria a lo que es concretamen-te deleznable.

El grito estridente de la Sofi con que se cierra El trueno dorado no resuena con acentos de un melodrama

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anecdótico y efectista: lo percibimos —discurso que nie-ga la literatura— como un clamor de impotencia y de escarnio en un círculo perdido del oprimente y oprimido ruedo de España. Como un grito que apela desde su inconsciencia a la lucidez.

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ADVERTENCIASSOBRE ESTA EDICIóN

Valle-Inclán no pudo revisar ni corregir las pruebas de este texto. Fue su viuda quien lo hizo, y ello se ad-vierte en ciertos detalles. Por ejemplo, en algunos signos de puntuación. Valle-Inclán utilizaba de manera siste-mática los dos puntos, tanto para su uso habitual de señalar las relaciones lógicas de implicación o inclusión entre las preposiciones, como para suprimir determi-nadas partículas conectivas, intensificando así ciertos aspectos de ritmo y de cadencia en su escritura. (Este procedimiento alcanza quizá su máxima intensidad dentro de nuestra narrativa en las últimas novelas de Juan Goytisolo.) En la única edición periodística de El trueno dorado no se tuvo en cuenta ese empleo especial de los dos puntos y se sustituyeron por el punto seguido. Yo he preferido, en las secuencias de El trueno dorado que reproducen las de «Ecos de Asmodeo», que sí revisó

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el autor, atenerme a estas y seguir de ese modo aquella puntuación particularmente suya. En las nuevas —la mayor parte— se respeta la de los folletones de Ahora.

He suprimido las numerosas comillas que aparecen en los mencionados folletones, ajenas, sin duda, a la mano de Valle-Inclán, y aplicadas a motes, gitanismos, expresiones callejeras y de caló, etc. Se trata de un signo que don Ramón rechazaba en cuanto a expediente de ironía e índice paródico que denota excepcionalidad o desvío. En El trueno dorado, como en tantas obras de nuestro escritor, la magistral evocación por el medio lin-güístico remite a una serie de voces y de jergas sociales cuyos usuarios las emplean con toda naturalidad y que, por ello, no están estigmatizadas en su escritura con la ciega sentencia de las comillas, «gesto gráfico de dogma-tismo» en frase de Adorno, salvo cuando se usan para su función específica.

Por último, he subsanado algunas evidentes erratas deslizadas en las páginas de Ahora, cuya reproducción fotográfica se ofrece, por otra parte, en este mismo vo-lumen.

GuSTAVO FAbrA bArrEirO

Noviembre de 1975

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EL TRUENO DORADOREPRODUCCIÓN FOTOGRÁFICADEL DIARIO AHORA(MADRID: 19-3-36/23-4-36)

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EL TRUENO DORADO

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CAPÍTULO I

La Taurina, de Pepe Garabato, fue famosa en los tiempos isabelinos. Era un colmado de estilo andaluz, donde nunca faltaban niñas, guitarra y cante. Aquella noche reunía a lo más florido del trueno madrileño. El barón de bonifaz, Gonzalón Torre-Mellada, Perico el Maño y otros perdis llegaban en tropel, después de un escándalo en Los bufos (1). Venían huyendo de los guardias, y con alborozada rechifla, estrujándose por la escalera, se acogieron a un reservado de cortinillas verdes: batiendo palmas pidieron manzanilla a un cha-val con jubón y mandil. Entraron dos niñas ceceosas, y a la cola, con la guitarra al brazo, Paco el Feo.

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CAPÍTULO II

Comenzó la juerga. Las niñas batían palmas con estruendo, y el chaval entraba y salía toreando los re-pelones de Luisa la Malagueña: La daifa, harta de aquel juego, saltó sobre la mesa y, haciendo cachizas, comen-zó a cimbrearse con un taconeo:

—¡Olé!Se recogía la falda, enseñando el lazo de las ligas.

Era menuda y morocha, el pelo endrino, la lengua de taravilla y una falsa truculencia, un arrebato sin objeto, en palabras y acciones: Se hacía la loca con una absur-da obstinación completamente inconsciente. En aquel alarde de risas, timos manolos y frases toreras adver-tíase la amanerada repetición de un tema. La otra daifa, fea y fondona, con chuscadas de ley y mirar de fuego, había bailado en tablados andaluces, antes de venir a Madrid, con Frasquito el Ceña, puntillero en la cua-

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drilla de Cayetano. Asomó cauteloso el Pollo de los brillantes: Esparcía una ráfaga de cosmético que a las daifas del trato seducía casi igual que las luces de ani-llos, cadenas y mancuernas. Susurró en la oreja de Adolfito:

—¡Estate alerta! A Paquiro le han echado el guante los guindas y vendrán a buscaros. Ahora quedan en el Suizo.

interrogó bonifaz en el mismo tono:—¿Paquiro se ha berreado?—No se habrá berreado más que a medias, pues ha

metido el trapo a los guindas, llevándolos al Suizo.Adolfito vació una caña.—¡bueno! Aquí los espero.—¿Crees que no vengan?—¡Y si vienen...!Acabó la frase con un gesto de valentón. Luisa la

Malagueña se tiró sobre la mesa, sollozando con mucho hipo. Saltó la otra paloma:

—¡Ya le ha entrado la tarántula!Gritó Adolfito bonifaz:—Luisa, deja la pelma o sales por la ventana a tomar

el aire.Los amigos sujetaban a la daifa, que, arañada la gre-

ña y suspirando, miraba al chaval del jubón y mandil andar a gatas recogiendo la cachiza de cristales. La Ma-lagueña se envolvía una mano cortada en el pañuelo perfumado de don Joselito. Entró Garabato con gesto misterioso:

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—Caballeros, abajo están los guindas; van a subir. No quiero compromisos en mi casa. Si andan ustedes vivos, creo que pueden pulirse por la calle de la Gor-guera.

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