101220842 juego de apariencias jaclyn reading

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    JACLYN READINGJuego de Apariencias1 de la Serie Highland Heroes

    The Pretender (2002)

    ARGUMENTO:

    Casada por rencor

    Furioso por los escritos secretos de su hija sobre la igualdad de la mujer y con necesidad de unheredero, el duque de Sudeleigh se le ha ocurrido el plan perfecto: casar a la beligerante muchachacon un hombre escogido por l. Pero lady Elizabeth Drayton aborrece los matrimonios concertados yhar todo cuanto est en su mano para evitarlo incluso casarse con un granjero escocs.

    Sin embargo, Elizabeth no se percata de que Douglas Dubh MacKinnon, el hombre al que suponeun pobre agricultor es un aristcrata tan prominente como el duque. Su padre y su futuro esposohan ideado un plan para atrapar a Elizabeth en su propio juego. Pero con un engao tras otro, el

    desengao es inevitable a menos que el verdadero amor pueda arreglarlo todo.

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    Para Joshua, mi hermoso prncipe.

    Deseo que tu vida sea tu mayor aventura.

    La cancin del barco de Skye

    Deprisa hermoso barco

    Como un pjaro al vuelo.

    Adelante!, gritan los marineros.

    Traed al joven que ha nacido para reinar

    Hasta la orilla de Skye.

    El viento alla, las olas rugen con fuerza,

    Los truenos rasgan el aire.

    Nuestros enemigos estn desconcertados en la otra orilla.

    No se atrevern a seguirnos.

    Aunque las olas rompen con fuerza, duerme con placidez,

    Que el ocano es una cama Real.

    En lo ms profundo, Flora vigilarTu cabeza agotada.

    Aquel da lucharon muchos jvenes,

    Manejaron bien la espada.

    Cuando cay la noche,

    Perecieron en silencio en Culloden.

    Nuestras casas estn quemadas, el exilio y la muertePersiguen a los hombres leales.

    An as, con la espada, fra en la vaina,

    Charlie regresar.

    Deprisa hermoso barco

    Como un pjaro al vuelo.

    Adelante!, gritan los marineros.

    Traed al joven que ha nacido para reinarHasta la orilla de Skye.

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    CCCAAAPPPTTTUUULLLOOO 000111

    Temprano, un da de verano de 1746

    UUna maana de mayo, amaneci apaciblemente en Northumberland; el sol aparecienvuelto en la clida telaraa de un amanecer rosado y avivado por los delicados cantosde los pjaros hasta que

    Es ridculo! Eso es lo que es. Absolutamente ridculo!

    Alaric Henry Sinclair Fortunatus Drayton, el cuarto duque de Sudeleigh, mene lacabeza y se quej frente al desayuno, un plato lleno de sus manjares favoritos: huevoshervidos y fiambre de cordero. Clav el tenedor en un trozo de meln y, a juzgar por suexpresin mientras lo masticaba, con la boca torcida, cualquiera dira que la fruta estabapodrida.

    Al otro extremo de la mesa, estaba su gracia, la duquesa Margaret, una imponentemujer de actitud regia, nariz recta, frente altiva y pelo castao salpicado ligeramente degris. Esa maana en concreto lo llevaba recogido la tte de mouton1, debajo de la esclavinade volantes y encaje, y envuelto en un halo gracias a la luz natural que entraba por laventana que haba a su espalda, mientras tranquilamente serva una taza de t negro a sumarido. A diferencia de los gritos alterados del duque, la duquesa ofreca la imagenperfecta de la tranquilidad.

    El arrebato de su marido no la haba asustado en lo ms mnimo puesto que enaquellos veinticinco aos, el tiempo que llevaban casados, haba aprendido a tomarse concalma los accesos de furia del duque. A pesar de que a veces era impulsivo, Alaric casinunca haca dao a nadie.

    Qu sucede esta vez, querido? pregunt, al final, porque saba que l estabaesperando que se lo preguntara.

    Bah! respondi l, enseguida. Nada, otro fascculo de ese ridculo peridico, Laespectadora femenina. El duque agit un pequeo folleto en el aire. Con el pelo castao ycanoso y el cuello almidonado, pareca el sacerdote local pontificando desde el plpito.Es una lstima desperdiciar papel para imprimir esto.

    La duquesa bebi un sorbo de t y lo mir de reojo. Vio que uno de los botones de lasolapa de la chaqueta de da estaba flojo y se dijo que hara que se lo arreglaran. Legustaba mucho esa chaqueta. El color resaltaba las motas verdes de sus ojos.

    De dnde lo has sacado?

    O que lord Polson hablaba de l, que se haba enterado por lord Gwynne, a quien selo haba dicho lord Bainesford, que se encontr a su mujer comentndolo a la hora del t!

    Leticia lo estaba leyendo a la hora del t? Siempre la haba tenido por una mujersensata

    1Peinado tpico de las mujeres del siglo XVIII que consista en bucles cortos y algunos mechones de pelo sobre la

    nuca. (N. de la T.)

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    El duque la interrumpi.

    As que hice que me enviaran una copia desde la librera de Newcastle. Me han dichoque es el tema de conversacin en todos los salones de Londres. Una ofensa para el rey ypara el pas! Margaret, mira qu pone en la primera pgina: Una carta a favor de laigualdad entre hombres y mujeres. Igualdad! Entre hombres y mujeres? Habas odoalguna vez una tontera de este calibre?

    La duquesa, que saba cundo era mejor callar sus propias opiniones, se limit amenear la cabeza y se concentr en la fina capa de mermelada que haba encima de latostada.

    No, querido. Creo que no.

    Quin se atrevera a escribir una insensatez como esta?

    No tengo la menor idea, querido.

    Aqu lo firma Una dama de calidad, pero no me imagino a ninguna de nuestrasamistades escribiendo algo tan extremo como esto. Me han dicho que hay apuestas sobrela identidad de la autora. Vale cualquiera, desde criadas a duquesas, incluso se habarajado el nombre de la reina, por traidora que resulte la idea. Lo ms probable es que larebelde sea la hija natural de algn liberal desgr

    Cualquier parecido con el sacerdote del pueblo se esfum en ese momento.

    Alaric! Las nias Te ruego que controles tu vocabulario.

    El duque se trag la grosera y frunci el ceo con tanta fuerza que la papada se ledobl encima de la corbata de encaje como un pudin. Tir el panfleto encima de la mesa,

    cogi la taza de t y bebi un largo trago del oloroso brebaje. Y luego se pas variosmomentos observando en silencio la hebilla plateada del zapato izquierdo.

    Sin embargo, su silencio sobre ese asunto no se alarg demasiado.

    Si esta Dama de calidad, como se hace llamar, se atreve a escribir algo as, al menosdebera tener el valor de aadir su verdadero nombre al final de la carta. Que todo el reinosepa quin es para que puedan avergonzar a su marido, a su padre, o a quien searesponsable de esta chica y obligarle a que meta en vereda a esa rebelde indecente.

    S, querido respondi la duquesa, suspirando.

    Lo que hace falta es disciplina, Margaret. Agit el dedo hacia su mujer. Siempre

    he dicho que en cada casa tiene que haber disciplina. Me recriminas que ate tan corto anuestras hijas, pero podras apostar tus mejores medias de seda a que ninguna de nuestrashijas firmara jams una bobada como esta. Nuestras hijas conocen perfectamente el ordende las cosas, el lugar que ocupa una mujer y lo que no debe hacer.

    El duque desvi la mirada hacia el despliegue de gracia femenina que ocupaba amboslados de la larga mesa de caoba. Cinco pares de ojos, tremendamente castos en tonalidadesque iban del marrn al verde, lo estaban mirando.

    No es cierto, nias?

    S, pap respondieron todas, al unsono.

    El duque respir hondo una vez para tranquilizarse. En realidad, pens mientras lasmiraba a las cinco, incluso para alguien ms imparcial que l eran un festival de perfeccin

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    femenina. Haba existido alguna vez tanta gracia y tanto encanto natural? Eran unorgullo para Inglaterra, porque no podan existir mejores ejemplos de pulcritud y buenasmaneras en el pas. Olvidndose por completo del panfleto que tanto lo haba alterado

    haca unos momentos, el duque sonri por debajo del flequillo de la peluca empolvada,satisfecho como nadie mientras miraba, una a una, a todas sus hijas, con edadescomprendidas entre los ocho y los veinticuatro aos.

    Caroline, Matilda, Catherine, Isabella y Elizabeth; a todas las haban bautizado con elnombre de algunas de las mejores reinas de la historia de Inglaterra. Cada una a sumanera eran nicas, inteligentes e innegablemente refinadas como la realeza; la legtima,claro. Incluso Caro, la ms pequea, beba el t como si estuviera en un saln deKensington Palace.

    Y lo cerca que haban estado de hacerlo.

    Todo haba empezado haca dos siglos y cuarto con una insignificante mujerzuelallamada Eliza FitzJames. De todas las mujeres con las que el rey Enrique VIII se habacasado, encamado e incluso decapitado, ninguna haba conseguido darle un herederovarn; ninguna excepto la discreta y modesta Eliza, una prima lejana del rey y una de susamantes ms duraderas.

    Un tranquilo da de otoo de 1521, Eliza dio a luz a un varn, con el pelo pelirrojorubio y el carcter fuerte de su legendario padre. Lo llam Fortunatus con la esperanza deque eludiera las enfermedades y calamidades que haban acontecido a los otros hijos delrey y, de hecho, el nio se convirti en un fornido joven de quien el rey estaba msorgulloso cada da.

    Sin embargo, la historia ya estaba escrita y Enrique estaba casado con Catalina deAragn, con lo cual no pudo reconocer a ese hijo. De modo que hizo lo nico que podahacer para garantizar el futuro del chico: cas a la dulce Eliza con uno de sus ms devotoscortesanos, Sinclair Drayton de Parbroath. A cambio de una fortuna y un ttulo nobiliario,Drayton acept educar al joven Fortunatus como si fuera suyo e ignorar la duraderarelacin entre su mujer y el rey.

    Y al hijo que se convertira en el nico hijo varn del rey en alcanzar la edad adulta, y elque jams podra heredar su corona, le entreg el mayor honor que poda: el ducado deSudeleigh.

    Y as, dos siglos despus, Alaric, el tataranieto de Fortunatus, estaba sentado frente a suprogenie, hinchando el pecho debajo del chaleco bordado de forma parecida a la de suregio antepasado. A pesar de que el destino le haba negado un trono que ahora ostentabaun primo lejano hanoveriano, Alaric haba dedicado su vida a continuar con el linaje de sudinasta casi real a travs de sus hijas, a las que casara con excelentes maridos de sangrenoble inglesa: condes, marqueses, incluso quizs algn prncipe heredero.

    Las mir, serenas como delicadas flores alrededor de la mesa, y en el centro suduquesa, su orgullo, su razn de ser. Cerca de ella, siempre a su lado, estaba Caroline, lams pequea. Era su margarita, inocente y brillante como una estrella, con el pelo rubio yunos ojos azules que constantemente buscaban la luz del sol. La siguiente era Matilda, o

    Mattie como a ella le gustaba, preciosa como un pensamiento, la flor de la mente, o esohaba dicho la Ofelia de Hamlet. Era, ms que ninguna de sus hermanas, la viva imagen de

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    su madre, con el pelo castao, los ojos con reflejos dorados y que, casi siempre, estabanposados en las pginas de algn libro. Catherine, su hija mediana, era el alhel y la hiedra,y no porque no fuera tan encantadora como las dems, ni mucho menos. Katie era una

    vibrante flor con el pelo de color anaranjado intenso y ojos verdes, pero prefera florecerapartada de la luz del sol; era tranquila y discreta, un soplo de aire aromatizadotransportado por la brisa de verano. Frente a ella, estaba su dulce violeta, Isabella, con elpelo oscuro y los ojos de color ciruela. Era la romntica, la tierna, la virtuosa. Y por ltimo,su Elizabeth, la mayor, su rosa salvaje. Vital, frgil, preciosa sin igual, delicada y, sinembargo, mordaz.

    Cuando desvi la mirada hasta la octava silla de la mesa, la nica vaca, el duquesuspir de forma familiar. Aunque adoraba a sus hijas y sonrea con orgullo cada vez quelas miraba, igual que el viejo Enrique VIII haca dos siglos

    Anhelaba un hijo.Era el peor de los dilemas.

    Alaric Henry Sinclair Fortunatus Drayton, el duque ms rico e influyente de Inglaterra,no tena descendencia masculina directa. Si muriera maana mismo, Dios no lo quisiera,su querida mujer e hijas perderan todo lo que tenan, la casa donde siempre habanvivido, las comodidades a las que estaban acostumbradas. Toda su ropa, incluso la ropa decama donde dorman, pasaran a manos del actual heredero del ducado: el hijo delhermano pequeo de su padre. Y, con ello, su mujer y sus hijas dependeraneconmicamente de una persona que, la ltima vez que se inform, tena catorce aos.

    Era algo que lo mantena desvelado muchas noches, mientras persegua sombras por

    los pasillos oscuros cuando no poda dormir. Eso le haca temblar cada vez que se acercabafin de ao. Cunto ms mayor se haca, ms se alejaban sus esperanzas para el futuro desu familia. Pero si tuviera un hijo Ah, si tuviera un hijo.

    Alaric mir a su mujer, que estaba escuchando a Catherine mientras sta le explicabalos progresos en su ltima clase de arte. A pesar de que las dems hijas tambin ansiabanla atencin de su madre, Margaret le prest a su hija mediana toda su atencin. El duque,mientras la observaba, se dijo que siempre haba tenido esa habilidad, esa capacidad deescuchar a alguien y hacer que esa persona creyera, de verdad, que lo que estaba diciendoera lo ms interesante del mundo. Incluso algo tan mundano como elpapier-mach o qupeluca quedaba mejor con el chaleco de color verde botella. Era una de las muchas cosasque le gustaban de su duquesa.

    Alaric se haba casado con Margaret Leighton, hija del conde de Fiske, cuando apenastena veintin aos y cuando ella slo contaba con trece. Era un matrimonio que ambasfamilias haban acordado haca tiempo pero, como caballero del mundo, a Alaric no lehaba hecho ninguna gracia casarse con una nia. Acababa de salir de la universidad. Nisiquiera haba visitado un burdel ni se haba batido en duelo. De modo que, cuando latinta del registro de la parroquia todava estaba hmeda, haba partido hacia el viaje por elcontinente de todo caballero. Al cabo de cinco aos regres y descubri que tena unaesposa que ya era toda una mujer, y la ms guapa de Londres. Una dama que le hizo

    contener la respiracin la primera vez que la vio.

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    Jams olvidara aquella noche, haca ms de veinte aos, cuando, recin llegado aLondres del continente, fue a la pera con unos amigos y la vio sentada en un palcocercano, delicada como una perla.

    Quin es? pregunt en voz alta al primero que quisiera orle. Seguro que es laesposa de alguien.

    Sus compaeros se lo confirmaron.

    S, est casada.

    Con quin? pregunt l.

    Contigo. Se trata, ni ms ni menos, que de la duquesa de Sudeleigh.

    Alaric no daba crdito a que la jovencita que haba dejado en casa haca cinco aos sehubiera transformado en aquella belleza elegante que estaba sentada con aquel porte yaquel encanto en el palco de la pera. No perdi el tiempo, ni mucho menos, a la hora deasumir su papel de marido y consumar el matrimonio a toda prisa.

    Poco despus, el duque y su encantadora duquesa empezaron a llenar la habitacin dejuegos de pequeos bebs todos nias. Con cada sucesivo nacimiento, Alaric se habadado cuenta de que Margaret lo miraba con una gran ansia en los ojos, como si unapequea parte de ella temiera que su marido siguiera los pasos de su formidableantepasado Enrique y mandara decapitarla.

    El deber de toda esposa es darle un heredero al marido, deca ella.

    Sin embargo, Alaric jams la culpara por los golpes del destino. Al fin y al cabo, habansido bendecidos con cinco hijas preciosas, sanas e inteligentes. Adems, se pregunt

    esperanzado, quin haba dicho que su familia ya estaba completa? A sus cuarenta ycuatro aos, Margaret todava tena edad para tener otro hijo ms. Y l acababa de cumplirlos cincuenta y todava era capaz de engendrar otra vez y otra, si fuera necesario. Eracierto que haca cinco aos que haban perdido al ltimo, y demasiado temprano parasaber qu era. Pero quiz todava tenan tiempo, aunque slo fuera para intentarlo.

    Y qu bien que se lo pasaran intentndolo!

    El duque estaba tan absorto en esos enrgicos pensamientos que no se percat de lamirada castaa de la joven que estaba sentada en el extremo izquierdo de la mesa. Era unamirada que cualquier hombre ms observador habra definido como peligrosa.

    Elizabeth Regina Gloriana Drayton era la hija mayor del duque y, de lejos, la que msse pareca a l. Testaruda y asertiva desde el da que naci, le haban puesto el nombre dela hija del rey Enrique, Elizabeth, la reina Virgen de Inglaterra. Con su pelo castao claro yla piel plida, pareca destinada a llevar ese nombre. Ms alta que la mayora de mujeres,Elizabeth se haba convertido en la viva imagen de su tocaya real, con una desenvolturatan particular que atraa todas las miradas cuando entraba en cualquier habitacin. Muchoms culta que la mayora de su gnero, Elizabeth, o Bess como al duque le gustaballamarla, poda conversar en varios idiomas, le gustaba bailar y el teatro, y era tancompetente con la aguja y el hilo como con el pianoforte. Montaba a la amazona con elbro y el espritu de un hombre y era capaz de debatir sobre cualquier asunto con la

    conviccin propia de la Cmara de los Lores. Y fue, precisamente, el enfado de su padrecon el mencionado panfleto lo que sac a relucir esa cualidad aquella maana. Sin

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    embargo, esper a que el duque estuviera sumido en la lectura del peridico antes dehablar.

    Pap?

    Hmm? respondi el duque sin apartar la mirada del peridico.

    Elizabeth apart el plato y entrelaz los dedos de las manos encima de la mesa.

    Es que estaba pensando en lo que has dicho antes sobre ese panfleto que has ledo.

    Y?

    Elizabeth mir a Isabella, la ms cercana en edad, que mene la cabeza para disuadirla.

    Sin embargo, Elizabeth continu:

    Creo que has dicho que era ridculo y que era una lstima desperdiciar papel paraimprimir esto. Hizo una pausa, mirando fijamente el muro de papel que haba delante

    de su padre. Sin embargo, me pregunto una cosa: Si los editores publican estos panfletoses porque interesan, no es cierto?

    El comedor se qued en silencio. Las conversaciones paralelas terminaron y todos losojos se posaron en Elizabeth. Pas un momento. Dos. Todos, incluyendo a los lacayos, eincluso al doguillo de su madre, Ming, se prepararon para el estallido que estabanconvencidos que explotara.

    Sin embargo, el duque simplemente baj el peridico y mir a su hija mayor porencima del papel.

    Qu has dicho?

    Elizabeth se incorpor e irgui la espalda.Slo me pregunto por qu alguien iba a tomarse la molestia de publicar cartas comolas que has mencionado si no interesaran.

    El duque entrecerr los ojos, del mismo color castao que los de su hija.

    Al fin y al cabo aadi ella, enseguida, slo soy una mujer y no entiendo lascosas tan bien como t.

    Su sarcasmo, disfrazado de humildad, pas inadvertido a odos del duque. El hombrese anim. Incluso sonri. Hay quien habra jurado que los presentes suspiraron aliviados.

    Ay, mi pequea, eres demasiado joven y demasiado inocente para entender los

    conceptos escndalo y controversia. Por lo tanto, debes permitir que te ilumine.Elizabeth asinti.

    Es una realidad desafortunada que nicamente dos cosas, el escndalo y lacontroversia, venden ms peridicos y libros que los grandes ejemplos de literatura yeducacin juntos. Cuanto ms espantosa sea la noticia, me temo que ms copias serealizan. Poco importa si es cierta o no. Todo se reduce a que, mientras el pblico sigadevorando esa porquera, los editores seguirn publicndola y se llenarn los bolsillos coneso.

    Entiendo.

    Elizabeth esper varios segundos antes de aadir, con mucha calma:Pero no has comprado t tambin uno de esos panfletos?

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    El duque se volvi hacia su mujer.

    Qu les ests enseando a estas nias, Margaret?

    Su pregunta es pertinente, Alaric.Pertinente? El duque solt el aire y volvi a mirar a su hija mayor . S, queridahija, he comprado el panfleto. Hizo una pausa para buscar una explicacin creble.Pero nicamente para poder ensearos a ti y a tus hermanas la diferencia entre un materialde lectura apropiado y uno inapropiado.

    Le quit a Matilda un libro de poesa que la nia estaba leyendo encima del cuenco deavena cocida a su lado. Mattie grit ante el robo inesperado mientras el duque agitaba ellibro en el aire como si fuera una declaracin de guerra.

    Esto dijo, alzando cada vez ms la voz mientras agitaba el libro para que todas lovieran. Esto es un material de lectura adecuado para jovencitas elegantes. A

    continuacin, cogi el deplorable panfleto. Y esto es un material inadecuado, lleno depalabras sin sentido que slo aportan ideas sin sentido. Se levant, se dirigi hacia elfuego y lanz el panfleto a las llamas. Luego, se volvi con el ceo fruncido hacia sushijas. Y harais bien de recordarlo. Todas.

    El obediente coro de voces femeninas volvi a responder:

    S, pap.

    Sin embargo, al otro lado de la mesa, Elizabeth estaba mirando a su padre en silencio.Lo vio regresar a su silla y volver a esconderse detrs del peridico, bloqueando ascualquier comentario. Ella deseaba desesperadamente responderle, pero, como su madre

    siempre le haba dicho, una mujer inteligente debe saber elegir el mejor momento y lugarpara cada debate. Y la mesa del desayuno de los Drayton cuando su padre estaba de malhumor no era la eleccin ms propicia. As que Elizabeth se mordi la lengua y esper losescasos minutos que faltaban para que el reloj del pasillo junto al comedor diera las nueve,que resonaron en el silencio del saln.

    Me puedo excusar, padre? pregunt, dejando la servilleta en la mesa.

    El duque mir a su hija.

    Qu planes tienes hoy, hija?

    Elizabeth no dud ni un segundo a la hora de responder.

    He pensado que podra dedicar un poco de tiempo al dechado y a escribir algunascartas antes de ir a la modista de Corbridge con mam para una prueba.

    El duque sonri, orgulloso.

    Esplndido. Has estado trabajando muy duro en ese dechado, Bess. Debe de estarquedando muy bien. Podremos verlo algn da?

    Elizabeth mir a Isabella otra vez e intercambiaron una mirada de complicidad.

    Cuando est terminado, pap. No antes.

    El duque sonri a su mujer.

    Nuestra Bess es una perfeccionista, Margaret. Como su padre. Agit la mano en el

    aire. Tienes permiso para levantarte, hija. Y aprovecha la luz de la maana.Elizabeth separ la silla de la mesa.

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    Gracias, padre. Lo intentar.

    Al cabo de unos instantes, Elizabeth estaba en su habitacin, cerrando la puerta conllave para asegurarse de que nadie la molestara. Se volvi hacia la habitacin. Lasventanas divididas con parteluz estaban abiertas hacia la claridad del da, que atravesabalas cortinas adamascadas de color claro y se reflejaba en el color mbar de los paneles de lapared recin pulidos. En la esquina ms lejana haba un armario, esculpido en el elegantepalisandro, lleno de vestidos de seda y satn. El tocador estaba cubierto de pequeasbotellas de colonia que haban llegado de lugares tan lejanos como Oriente. El suelo estabacubierto con una alfombra savonnerie y, de los doseles de la cama, colgaban brocados. Unacama cuyo colchn estaba hecho de las mejores plumas de ganso de toda Inglaterra.Bastaba con tocar una campana y tena un ejrcito de criados a su disposicin; habanacido en un mundo privilegiado, s, pero esos privilegios tenan un precio.

    Cruz la habitacin y se acerc hasta una cesta de sauce, que estaba encima de unarepisa de la ventana con cojines. Sac el pedazo de tela que haba tensado alrededor de untambor de madera y recuper la aguja, que estaba fija en un extremo. Observ la teladetenidamente antes de clavar la aguja, estirar el hilo de color por completo y repetir laoperacin para conseguir una puntada perfecta. Ya estaba, se dijo mientras levantaba eltambor y admiraba el resultado a contraluz. Al fin y al cabo, le haba dicho a su padre quepensaba trabajar en el dechado

    Elizabeth dej las labores, se alej de la ventana y se sent frente a su escritorio. Sequed sentada unos minutos, con la barbilla apoyada en la palma de la mano,contemplando por la ventana el jardn ornamental que se extenda hasta el manzanal.

    Incluso a esa hora tan temprana ya prometa ser el perfecto da de verano. Las rosas dela duquesa estaban en flor, y aromatizaban el aire que atravesaba las copas de los rboles.Un coro de pjaros trinaba y acompaaba a Caroline durante su prctica diaria con laespineta en el saln del primer piso. Los caballos, con su oscuro pelaje brillando bajo el sol,pacan tranquilamente en los verdes pastos que estaban a lo lejos. Sin embargo, Elizabethno se percataba de nada. La serenidad, la msica, la belleza del da todo le pasdesapercibido. En lugar de eso, slo haca que recordar las indignadas palabras de supadre en la mesa.

    Ridculo.

    Idiotez.

    Igualdad! Entre una mujer y un hombre? Has odo alguna vez una estupidez deeste calibre?

    Por mucho que quisiera a su padre, y admirara y respetara su bondad y su amor haciasu mujer y sus hijas, a veces poda ser simplemente antediluviano. Era como si, esamaana, se hubiera levantado con varios siglos de retraso para el desayuno. Por qu?, sepregunt, no por primera ni segunda, sino por ensima vez. Por qu su padre les habafacilitado, a ella y a sus hermanas, los beneficios de la mejor educacin a la que podanaspirar si luego les negaba el derecho a utilizarla? Era nicamente para tener algo de qualardear con sus amigos mientras se tomaban una copa de brandy, como su agilidad con la

    caza o la inteligencia de su perro cobrador?

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    Sin embargo, incluso mientras se repeta la pregunta una vez ms, ya saba larespuesta. Mientras que su habilidad para traducir textos a varios idiomas o para calcularla suma de varias cantidades mentalmente puede que fuera original y nica, el

    mundo en el que viva todava estaba gobernado bsicamente por hombresY a ellos ya les estaba bien as.

    Aunque eso no quera decir que a ella tambin.

    Meti la llave plateada que llevaba escondida con una cadena alrededor del cuello en lacerradura de la mesa y desliz un falso fondo oculto debajo del cajn central. Sac unpequeo fajo de papeles tamao folio y rebusc hasta que encontr el que buscaba, yluego ley el ttulo en silencio a la luz del sol.

    Una carta a favor de la igualdad entre hombres y mujeres Por una Dama de Calidad.

    Elizabeth sonri. Haba sido uno de sus mejores escritos. Lo sospech desde el

    momento en que lo envi a Londres para que lo imprimieran. La reaccin de su padre esamaana, y la aparente polvareda que estaba levantando en la ciudad, slo venan aconfirmarlo.

    Dej los papeles a un lado y sac un ejemplar de La espectadora femenina de uncajn. A diferencia del que haba acabado entre las llamas en el comedor, este tena fechade haca casi dos aos y lo haba ledo y reledo tantas veces que los mrgenes estabanmuy arrugados. Fue una feliz maana de verano, bastante parecida a la de hoy, cuando setop con la publicacin por casualidad en la biblioteca circulante de Corbridge. El ttulo dela revista le haba llamado la atencin, pero el contenido enseguida la cautiv:

    La objecin que he odo expresar a algunos hombres de que la educacin nos daraalas es dbil e injusta, porque nada nos curara mejor de las vanidades de las que se nosacusa que el conocimiento

    Por fin, pens. Una revista escrita por mujeres que no tenan miedo a expresar lospensamientos que tantas otras haban reprimido durante generaciones. Elizabeth comprun ejemplar del panfleto y se lo ley de principio a fin, y luego se sent para escribir unacarta de alabanza a la editora, la seorita Eliza Heywood, novelista y dramaturga de ciertoprestigio, tristemente ms famosa por haber abandonado a un marido que la maltratabaque por su talento con la palabra escrita.

    Lo que sigui fue una correspondencia que se convirti en amistad entre las dos

    mujeres de similar ideologa, pero con orgenes absolutamente distintos. Elizabeth por finhaba encontrado a alguien afn, una confirmacin de las ideas y las opiniones que se habafabricado durante su corta vida. Y entonces, un da, lleg la invitacin para que Elizabethcontribuyera a la publicacin con su propio artculo, de forma annima, por supuesto,porque si se descubriera que la hija de uno de los duques ms respetados de Inglaterraalbergaba dichos ideales, el escndalo posterior sera de dimensiones desconocidas hastael momento.

    Al principio, Elizabeth slo pretenda escribir un comentario, una simple investigacinsobre el perjuicio que se estaba cometiendo al evitar que las mujeres pudieran estudiar lomismo que los hombres. A travs de su pluma se pregunt por qu exista la creenciageneralizada de que la inteligencia femenina se desarrollaba mejor escogiendo cintas depelo o la ubicacin de la siguiente puntada en un dechado que estudiando historia o

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    filosofa. A ese discurso lo siguieron dos ms y, antes de que fuera consciente de ello,muchos ms, hasta que se vio escribiendo un artculo, una Carta de una Dama deCalidad, para cada nmero de la publicacin.

    De modo que coloc una hoja en blanco en la mesa y se prepar para escribir susiguiente carta, aunque se detuvo a pensar un segundo antes de hundir la pluma en eltintero mientras recordaba la escena del comedor de esa misma maana.

    Qu planes tienes hoy, hija?

    Elizabeth empez a escribir con su caligrafa pausada y elegante: Una carta de unaDama de Calidad en contra de limitar a las jvenes a la costura.

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    Un mes despus

    UUna espesa niebla se posaba sobre los restos del Muro de Adriano mientras elcarruaje de viaje de los Sudeleigh avanzaba lentamente por la deteriorada carretera deNorthumberland. El cielo nublado bloqueaba cualquier rayo de sol y el viento apenasazotaba la hierba alta del brezal, de modo que pareca que flotaban en el aliento deldragn dormido que la leyenda deca que se esconda en aquellas colinas desoladas ycubiertas de brezo.

    En el interior del carruaje viajaban Elizabeth e Isabella. Las acompaaban, a modo deguardias, dos de los hombres de armas de mayor confianza del duque, dos amasijos demsculo y fuerza llamados Titus y Manfred. Por supuesto, tambin estaba el cochero,Higgins, pero no supona ninguna amenaza real, porque apenas meda metro y medio e,incluso con las botas, no llegaba a los sesenta y cinco quilos. Haban emprendido el viajeesa misma maana, y se haban detenido una vez para que los caballos descansaranmientras ellos disfrutaban de un almuerzo a base de pan, jamn, queso y tartaletas demanzana del manzanal de Drayton Hall que la duquesa haba aadido a la cesta. Ya casihaba anochecido y se estaban acercando a la frontera norte de Inglaterra, donde pasaranla noche en una hostera. Si todo sala segn los planes, maana a esa misma hora, habranllegado a su destino: la casa de su ta viuda Idonia.

    Y ah empezara oficialmente el castigo de Elizabeth.

    No puedo creerme que esto est pasando farfull. Tena la cabeza apoyada en laventana y empeaba el cristal cuando hablaba.

    Seguro que sabas que, tarde o temprano, pap descubrira la verdad acerca de lascartas, Bess respondi Isabella, desde el asiento opuesto. Slo era una cuestin detiempo.

    Eran casi las mismas palabras que haba pronunciado su padre haca varios dascuando haba hecho llamar a Elizabeth a su despacho de forma inesperada.

    Engaado! Ridiculizado! Y por mi propia hija!

    El volumen de su voz haba hecho temblar las botellas de tinta que tena en el tintero,encima de la mesa.

    Has hecho algunas cosas disparatadas en el pasado, Elizabeth Regina, pero esto?Cmo has podido hacer esto? Y lo peor, cmo has podido pensar que no me acabaraenterando?

    En el fondo, mientras estaba sentada frente a su padre, vindolo ms enfadado quejams en su vida, Elizabeth tuvo que admitir que una pequea parte de ella quera que ladesenmascararan.

    Mientras que, de forma ocasional, haba abierto pequeos debates a la hora del

    desayuno, en las cartas que haba escrito para La espectadora femenina haba expresadoideas que ni siquiera ella se haba atrevido a verbalizar. Se repeta que hablaba por todas

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    esas mujeres que haban vivido una vida de aceptacin silenciosa, por todas esas chicascuyo espritu haba quedado ahogado bajo el manto de la ignorancia. Haba deseado, contodas sus fuerzas, marcar la diferencia, pero ahora, mirando atrs, nada de eso importaba.

    Slo recordaba la mirada de su madre, sentada en un rincn, mientras el duque protestabafuriosamente. Era una mirada que pareca decir: No puedes cambiar el mundo, hija. Yeres demasiado lista para creer que podas intentarlo.

    El duque le haba gritado durante casi una hora, enumerando cada uno de sus defectoshasta que al final se dej caer en la silla y la mir con gesto furioso.

    Ahora tengo que decidir qu hago contigo le dijo, meneando la cabeza cubiertapor la peluca. Es una lstima que seas demasiado mayor para que te enve a unconvento.

    Ante aquello, la duquesa intervino:

    Alaric!Es verdad, Margaret. Debera haberlo hecho hace ocho aos, cuando realiz su gran

    proeza en Kensington y nos dej en ridculo delante de la reina. Debera haber sospechadoen aquel momento que, algn da, llegaramos a esto.

    El duque suspir y retorci el extremo de la impoluta corbata blanca mientrasreflexionaba sobre sus palabras. Al final, dijo:

    Bueno, quizs es demasiado tarde para cambiar los errores del pasado, pero puedohacer algo todava mejor. Mir a Elizabeth. He tomado una decisin. Te irs conIdonia.

    La ta Idonia, cuya idea de entretenimiento consista en ordenar las medias por colores,empezando por el blanco y recorriendo todo el espectro hasta llegar al negro.

    Elizabeth palideci.

    Pap, por favor

    Pero el duque se limit a menear la cabeza.

    No intentes convencerme de lo contrario. Mi decisin es firme. Slo puedo esperarque unas semanas, o varios meses, si es necesario, en el norte te ayuden a entender laterrible magnitud de tus acciones.

    Elizabeth abri la boca para protestar, pero el duque levant una mano para silenciarla.

    Lo hago por tu propio bien, Bess. Al menos esperemos que esta visita al norteerradique esos pensamientos rebeldes de tu cabeza de una vez por todas. Pero no sufras.No soy tan despiadado como para enviarte a casa de mi hermana sin refuerzos. A ladesgracia le gusta la compaa, o eso dicen. Dejar que Isabella te acompae, siempre ycuando la convenzas para que lo haga.

    Elizabeth desvi la mirada de la ventana del carruaje a su hermana, que estaba sentadafrente a ella, con la cabeza delicadamente inclinada sobre un libro de sonetosshakesperianos.

    A veces, la sorprenda que pudieran ser hermanas. Slo haba que mirarla para

    comprender que Isabella Anne Eleanor Drayton haba nacido en un mundocompletamente distinto, un mundo donde las hadas jugueteaban en campos de

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    campanillas y donde la primavera era eterna. Tena dos aos menos que ella y el pelo delcolor y la textura de la seda negra, que le caa ondulado encima de sus elegantes hombros.Tena la piel tan plida como el mejor marfil y los ojos del azul del crepsculo.

    A diferencia de su carcter y rebelda, Isabella era la viva imagen de todo lo delicado yen paz con el mundo. Tena alma de artista, y no slo en el aspecto, sino tambin en su ser.Cuando se mova, lo haca con la elegancia del cisne. Cuando hablaba, lo haca en un tonomusical que pareca que cantaba. Isabella nunca desafiaba a la autoridad. Aceptaba deforma irrefutable y exasperante el orden de las cosas. A veces, ella le envidiaba tanto esacualidad como la detestaba. Y, a pesar de todas sus diferencias, desde el da que naci,Isabella haba sido su confidente; de hecho, conoca la existencia de las cartas desde elprincipio, e incluso le haba desaconsejado que siguiera escribiendo, aunque siempre lehaba guardado el secreto.

    Pronto se le pasar dijo Elizabeth, sin demasiada conviccin. Pap ya se haenfadado conmigo otras veces y siempre me ha acabado perdonando. Te acuerdas de mitemporada en Londres, cuando llev pantalones al baile de disfraces de la reina? La ira depap esa noche fue ms fuerte que una tormenta. Azot y grit y sacudi, pero enseguidase le pas.

    Isabella levant la mirada de los sonetos y puso gesto de incredulidad.

    Cmo puedes decir eso, Bess, cuando han pasado casi ocho aos y todava no te hadejado volver a Londres?

    Elizabeth se encogi de hombros.

    Qu me importan a m los jvenes remilgados con pelucas empolvadas y la carapintada? Pap me perdon por aquello igual que me perdonar por esto. Estoy segura. S,tendr que soportar dos o tres semanas en casa de ta Idonia, y seguro que, cuando lleguela hora de volver, querr arrancarme todos los pelos de la cabeza, pero despus podrvolver a casa muy arrepentida. Incluso terminar el maldito dechado, si es necesario. Pero,al final, todo saldr bien, Bella. Ya vers.

    Una vez convencida de sus propias palabras, Elizabeth se volvi hacia la ventana yobserv cmo el cielo se iba oscureciendo. Vaya se dijo. Igual llueve.

    Me temo que esta vez no es tan sencillo como eso, Bess.

    Elizabeth mir a su hermana. Isabella estaba muy, pero que muy seria.

    Hay algo que tienes que saber.Qu? Qu pasa? Sucede algo, Bella? Te encuentras mal?

    No, no es nada de eso Isabella la mir, con las lgrimas a punto de saltarle de losojos, como si no supiera qu decir. Al final, lo solt. Bess, no vamos a visitar a la taIdonia. Slo era una treta de pap para que aceptaras marcharte de Drayton Hall. Papsaba que si te enterabas de adnde bamos, de dnde vamos realmente, nunca loaceptaras y tendran que sacarte de casa a la fuerza.

    De repente, Elizabeth record el comentario de su padre acerca del convento. Seguroque no lo deca en serio.

    Isabella Si no vamos a casa de la ta Idonia, adnde vamos, exactamente?Isabella parpade.

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    Bella, tienes que decrmelo.

    Oh, Bess, vamos camino de la propiedad de uno de los amigos de pap, un tal lordPurfoyle, en Escocia.

    Escocia?

    Elizabeth se qued de piedra.

    Por qu iba a enviarnos a Escocia pap? Y por qu a casa de lord Purfoyle? Apenaslo conocemos Creo que nos lo presentaron un da que vino a tomar el t. No saba quetena una hija de nuestra edad

    Es que no la tiene. Bueno, quiero decir, podra tenerla, pero ese no es el motivo por elque pap nos enva te enva a casa de lord Purfoyle. Isabella dud un segundo.Cmo se supone que tengo que explicarte esto? Es horrible. Tendr que decirlo sin ms.Bess, pap pretende que te cases con lord Purfoyle.

    Casarme con l? Elizabeth not que palideca. Pero si es tan viejo como pap!No tanto, pero pap saba cul sera tu reaccin, por eso te hizo creer que bamos a

    casa de la ta Idonia. Pap aprecia mucho a lord Purfoyle y considera que un hombremaduro como l

    Quieres decir un hombre mayor como l, Bella.

    Su hermana continu:

    Un hombre de su experiencia ser un mejor marido para ti que un chico joven. Papno vivir siempre. Pinsalo. Ya han muerto varios de sus amigos. Se preocupa por tufuturo, por el de todas nosotras en caso de que a l le pasara algo. El ttulo, las

    propiedades lo perderemos todo.Aquellas palabras desconcertaron a Elizabeth. Siempre haba visto a su padre como

    alguien muy vital y casi eterno. Era su hroe. Su protector. Nunca se haba parado apensar en eso.

    Oh, Bess, lo siento mucho. Pero pap me dijo que si te lo explicaba antes de quesaliramos de Inglaterra, hara que me casara yo con lord Purfoyle y no t!

    Elizabeth not un nudo en el corazn. Senta que la acababan de traicionar de la peorforma posible, y adems su propio padre, un hombre al que, a pesar de sus diferencias deopinin en algunos asuntos, siempre haba respetado y adorado. Y Bella Qu? Lo saba

    desde un principio y no le haba dicho nada.Cmo has podido ocultrmelo, Bell? A pesar de las amenazas de pap, por qu no

    me lo has dicho hasta ahora?

    Antes de que Isabella pudiera responder, oyeron un crujido ensordecedor que vena defuera. Isabella grit. El carruaje se inclin hacia delante, y luego hacia un lado, con lo queElizabeth sali disparada de su asiento y cay de cabeza al suelo en medio de un revoltijode enaguas de seda y volantes de encaje. Se golpe la cabeza contra algo duro y luegointent ponerse de pie. Al cabo de un segundo, el carruaje dio una sacudida y se detuvo.

    Y luego, todo se qued en silencio.

    Elizabeth se sent en el suelo e intent socorrer a su hermana, que estaba casidesmayada, con un nudo en la garganta.

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    Bella? Te has hecho dao?

    No dijo la joven, desde debajo de una montaa de enaguas. Slo estoy un pocodesorientada. Qu ha pasado?

    No lo s. Elizabeth llam al cochero mientras se arreglaba el ala del sombrero depaja. Higgins, ests ah? Por qu nos hemos salido de la carretera?

    Haba una oveja en medio del camino, seora. He tenido que esquivarla, pero pareceque ahora nos hemos quedado encallados. Incluso puede que tengamos una rueda rota.

    Madre ma! exclam Isabella, que levant la cabeza para asomarse a la ventana.Y la has golpeado, Higgins?

    A quin?

    A la pobre oveja

    Qu ms da la oveja, Isabella! Podramos haber muerto!Pero ella no lo sabe, Elizabeth

    No le ha pasado nada, lady Isabella. Sigue en el mismo sitio.

    Elizabeth se asom a la ventana y vio, efectivamente, una peluda oveja que losobservaba desde la carretera. Cuando vio que la miraba, bal.

    Pensando en un plato de estofado y pierna de cordero, Elizabeth agarr la manilla de lapuerta. Fuera, las ruedas traseras del carruaje estaban hundidas en lo que pareca un granpantanal. Higgins estaba en el suelo, a cierta distancia, rascndose la calva debajo delsombrero.

    Crees que podrs arreglarlo? le pregunt ella.S, si puedo alcanzar las ruedas. Parecen muy hundidas.

    Los dos hombres de armas del duque, Manfred y Titus, aparecieron por detrs delcarruaje.

    Ser mejor que las alejemos de aqu, seora, y veamos cmo podemos sacar elcarruaje de ah.

    Sin embargo, cuando Manfred se acerc al carruaje, se hundi en el barro hasta eltobillo. Retrocedi para liberar el pie, pero, en lugar de eso, sac el pie sin la bota y con losdedos asomando por los agujeros del calcetn.

    Santo Dios, parece melaza dijo, mientras intentaba volver a meter el pie en la bota.Retorci el cuerpo, se ech hacia atrs de una forma extraa, perdi el equilibrio y cay debruces, gritando. Cuando volvi a levantarse, tena toda la parte delantera de su cuerpo,incluyendo manos, cara y barriga, cubierta de barro.

    Titus se estaba riendo detrs de l.

    No sabes que se supone que tienes que quitarte el abrigo antes de ponerlo en elsuelo para que bajen las seoras?

    Manfred atraves a su compaero con la mirada mientras sacaba el pauelo del bolsilloy se limpiaba el barro que le goteaba de la cara.

    Creo que ser ms seguro que la cargue sobre la espalda, seora, y no en brazos.Cree que podr rodearme el cuello con los brazos?

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    S, creo que s.

    Elizabeth se acerc a la puerta del carruaje y se coloc en el extremo, justo detrs dedonde Manfred se haba agachado y la estaba esperando.

    Y justo cuando se dej caer sobre la espalda de Manfred, con los pies colgando de laforma menos elegante del mundo, oy una voz extraa a su espalda.

    Vaya, las inglesas tenis una forma muy rara de demostrar vuestros sentimientoshacia los hombres, no?

    Manfred se volvi, con Elizabeth a cuestas, y vio a un extrao que se haba acercado aellos sin que se percataran.

    Iba vestido con la ropa tpica de los Highlands, con una falda escocesa y una camisa debatista ancha que ni siquiera se haba molestado en atarse al cuello. Tena el pelo negrocomo el holln y largo, recogido en una cola de caballo debajo de la tpica gorra escocesa

    azul decorada con una pluma. Llevaba una espada en el costado y una especie de escudoacolchado atado a la espalda. Le daba un aspecto primitivo. Sin embargo, su sonrisapetulante y la obviedad de que se estaba divirtiendo a costa suya enfurecieron a Elizabeth.

    Imagino que tiene una idea mejor, no es cierto? dijo, intentando demostrar lamxima dignidad mientras intentaba no pensar en lo ridcula que deba de estar colgada ala espalda de Manfred.

    Pues s. Y se volvi hacia Manfred, ignorndola por completo. Deja a la chica enel carruaje, amigo. Puedes limpiarte en el arroyo.

    Mientras Manfred ayudaba a Elizabeth a regresar al carruaje, el escocs se arrodill y se

    desat las cintas de cuero de sus peculiares zapatos. Tambin se quit los calcetines decuadros escoceses y, sin mediar palabra, se meti en el charco, chapoteando y salpicandobarro hasta el carruaje con los pies descalzos. Con un movimiento gil, cogi a Elizabethen brazos, como si no pesara nada. Sus ojos, de un color azul intenso, dibujaron unasonrisa por encima de la boca torcida.

    Necesita ayuda, joven?

    Elizabeth frunci el ceo.

    Seor, en Inglaterra tenemos la costumbre de que un caballero pida permiso a unadama antes de tocarla.

    Pero es que ya no est en Inglaterra, joven. Y le aseguro que yo no soy ningncaballero. Est en la tierra de los escoceses, y aqu no existe la caballerosidad.

    La verdad ms grande del mundo respondi ella, fijndose en el barro quemanchaba aquellas piernas peludas.

    El hombre la sigui mirando. Era desconcertante tener aquellos ojos azules mirndolatan fijamente como si pudieran leerle el pensamiento. La boca dibujaba una lnea recta,aunque Elizabeth estaba convencida de que se estaba burlando de ella.

    Nunca he odo a nadie que diga que un escocs, el que sea, ha tocado a una damaque no lo deseara. Volvi a sonrer. Aunque sea para evitar un charco. O prefiere quela suelte?

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    Elizabeth mir el pantano de barro que los rodeaba y que, provocado por el calor delverano, desprenda un olor a putrefaccin.

    No, por favor. No me suelte.

    Ya me lo imaginaba.

    El hombre se volvi y se dirigi hacia la tierra seca y, en lugar de posarla en el suelo,ms bien la tir. l no se apart enseguida y se qued tan cerca de ella que pudo verle lasmotas grises que daban ese color intenso a sus ojos azules. Tena unos ojos peculiares, yella no poda dejar de mirarlos.

    Y entonces dijo:

    Voy a buscar a la otra chica.

    Cuando se volvi para ir a buscar a Isabella, Elizabeth descubri que tena el coraznacelerado. Lo atribuy al susto que se haba llevado cuando el carruaje se haba quedadoencallado en el barro, respir hondo y se arregl la falda mientras el escocs traa a suhermana en brazos y la dejaba a su lado.

    Habas visto alguna vez un hombre as? le susurr Isabella mientras el escocsayudaba a Titus y a Manfred a desencallar el carruaje. Me ha levantado como si fueraligera como una pluma.

    Elizabeth se cruz de brazos y se los frot como si la hubiera sacudido un escalofro.Pero era un escalofro o era l?

    Es demasiado descarado.

    Slo intentaba ayudarnos.

    Yo jurara que quera meterte la mano por debajo del vestido, Bella. Si pap estuvieraaqu, le habra

    Y entonces se le ocurri una idea, de repente, como un relmpago; una idea taningenua e inteligente que apenas poda creerse que fuera tan brillante.

    Tres cuartos de hora despus, con el carruaje en tierra firme y la rueda reparada,Elizabeth se acerc al escocs; una Elizabeth muy distinta a la de antes.

    Querra darle las gracias, seor, por su amable ayuda. Le ofreci la manoenguantada. Me estremezco al pensar lo que habra sido de nosotros si no hubieraestado por aqu cerca.

    El escocs la mir con curiosidad, como si la viera por primera vez.Encantado de haberles ayudado, seora.

    No hizo ningn gesto para darle la mano. En lugar de eso, se volvi y recogi loszapatos y los calcetines, listo para marcharse.

    Marcharse? No poda marcharse. Todava no.

    Elizabeth fue tras l.

    Yo, eh Me he olvidado de preguntarle cmo se llama. Me gustara saber con quinestamos en deuda.

    El hombre la mir, pero no se detuvo.Douglas Dubh MacKinnon, de la isla de Skye.

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    Douglas Dubh? Qu clase de nombre era ese?

    Se detuvo un momento en el riachuelo para lavarse el barro de los pies y las piernas.Cuando se agach para recoger agua con las manos ahuecadas y se pas los dedos porlas piernas, Elizabeth se qued mirando fijamente cmo los msculos que se vean pordebajo de la falda se tensaban y se flexionaban. Esas piernas eran potentes. Potenciamasculina. Los pisaverdes de Londres podan rellenarse los calcetines con corcho y nuncaconseguiran que sus piernas tuvieran ese aspecto.

    Cuando volvi a levantar la vista, se dio cuenta de que el escocs la estaba mirando, yella lo estaba mirando a l.

    Se sonroj. Pens: Dios mo, me estoy sonrojando.

    Yo soy la se Se corrigi sobre la marcha. Elizabeth Drayton. La seorita queme acompaa es mi hermana, Isabella Drayton. Vamos de camino a casa de nuestra ta, al

    norte, y al intentar esquivar a esa ovejaElizabeth seal hacia el camino, pero el animal haba desaparecido.

    En cualquier caso, estamos en deuda con usted por su amabilidad, seor MacKinnon.

    Elizabeth le ofreci la mano. El escocs se la qued mirando, y luego inclin la cabeza yvolvi a ignorar la mano que ella le ofreca.

    Un placer, seora.

    Se volvi y empez a alejarse.

    Buen da para usted y su hermana. Y buena suerte en su viaje.

    Apenas haba avanzado un par de metros cuando Elizabeth lo llam.

    Seor MacKinnon, no piensa ponerse los calcetines y los zapatos?

    l no se detuvo.

    S, cuando se me hayan secado los pies.

    Pero Me permite preguntarle adnde se dirige?

    Voy a una posada que est aqu cerca. Se llama The Reivers Rest.

    Ella lo sigui.

    The Reivers Rest, dice? Vaya, nosotras tambin nos hospedamos all.

    Fue una mentira excelente, sutil y brillante. Aunque, a juzgar por cmo la estaba

    mirando el escocs, se pregunt si se habra dado cuenta de que se trataba de eso de unamentira.

    Parece que va a llover aadi ella, enseguida. De hecho, estoy convencida deque me ha cado una gota en la nariz. Levant la cabeza hacia las nubes y asinti. S,me ha cado otra. Seor, permtame por favor que me ofrezca a acompaarlo hasta laposada. Es lo menos que podemos hacer a cambio de su generosidad.

    El escocs mir el cielo y dud, como si estuviera considerando el ofrecimiento.

    No es necesario, seora.

    Pero insisto. Elizabeth le dedic su sonrisa ms dulce, la que nunca le fallaba

    cuando quera conseguir algo.Y esta vez tampoco le fall.

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    Si est convencida de que

    Por supuesto, y le ruego que se siente en el interior del carruaje con Isabella yconmigo para que podamos conversar. Es mi primera visita a Escocia y quisiera saberlotodo de esta tierra.

    Elizabeth esper.

    Al final, el escocs asinti y se dirigi hacia el carruaje.

    Cuando MacKinnon inclin la cabeza y se sent frente a ellas, Isabella se aferr al puode encaje del vestido de Elizabeth y tir de l. Susurr:

    Se puede saber qu diantres ests haciendo?

    Elizabeth mir a su hermana de reojo.

    De momento, nada. Pero, si me salgo con la ma, este escocs puede serme de mucha

    utilidad en las prximas horas.

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    DDouglas mir con cautela a las dos jvenes que estaban sentadas frente a l en elcarruaje y se pregunt, por ensima vez, qu lo haba empujado a aceptar su invitacin.

    Es que se haba vuelto completamente loco? Haca poco ms de una hora, iba libre ysolo, de camino a casa y pensando en el asado de cordero y el pan caliente que seguro queEithne haba preparado para recibirlo. Haba visto el carruaje medio volcado en el camino.Y se haba detenido para ofrecer su ayuda. Y ahora, de repente y sin esperarlo, estaba enun carruaje con dos jvenes solteras, una con el pelo negro como la noche y que apenas lehaba dirigido la palabra, y la otra, la del pelo rojo, que no haba callado ni un segundo.

    Hasta un ciego vera que aquella situacin era muy peligrosa.

    Recordaba que la pelirroja haba dicho que eran hermanas, aunque, ya desde el primermomento, Douglas se haba dado cuenta de que eran como el da y la noche. La morenaera tmida, decorosa y haba esquivado su mirada desde que el carruaje se haba puesto enmarcha. La otra, en cambio, ni se acobardaba ante su mirada ni la esquivaba, y tampocopareca respirar entre frase y frase. Mientras hablaba sin parar, lo miraba abiertamente conunos ojos de color avellana, con unas curiosas motas grises. Se entrometa, fisgoneaba,haca preguntas curiosas, y todo eso sin dejar de recorrerlo con la mirada, igual que l aella.

    Y entonces, quizs en un repentino ataque de decoro femenino, apart la mirada y se

    dedic a arreglarse la falda, que ya estaba impecable. Douglas aprovech la oportunidadpara observarla detenidamente.

    Era una chica muy guapa, de eso no haba duda. En realidad, lo primero en que sehaba fijado, l y cualquiera que la viera, era su espectacular pelo rojizo. Resplandeca y lollevaba muy natural, apartado de la cara y le caa por la espalda, recogido debajo delsombrero de paja. Douglas se pregunt qu aspecto tendra bajo el sol, si tendra el tactode la seda bajo sus manos. Por suerte, no se lo haba empolvado como era moda en el sur.Se dijo que habra sido un crimen.

    Teniendo en cuenta la calidad de su vestido, de seda de color rojo vino, estaba claroque vena de un entorno de opulencia. Era escotado y muy apretado en la estrecha cintura,

    y la falda era amplia y esconda una multitud de enaguas a rayas y acolchadas. Llevaba unpauelo blanco muy fino alrededor del cuello y los hombros, aunque de poco serva paraocultar la redondez de los senos que, de hecho, eran muy bonitos.

    Douglas se dijo que slo era una cra; una chica encantadora, s, y haca mucho tiempoque no vea ninguna como ella. En realidad, quiz no la haba visto nunca. Sin embargo,esa chica significaba problemas. Era inglesa y refinada. E inocente, de eso estabaconvencido, porque no tena ni idea de los pensamientos que estaba despertando en l conaquella inclinacin de cabeza. Y eso significaba que tena que mantenerse lo ms lejosposible de ella. Y lo hara, en cuanto llegaran a la posada. Se dijo que, una vez bajara delcarruaje y se alejara de ella, no volvera a pensar en esa chica.

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    Y entonces ella se movi, slo un poco, hacia l y su aroma, misterioso y vegetal, casi loderriti. En ese momento, Douglas supo que no se trataba de una chica cualquiera.

    Y dgame, seor MacKinnon dijo ella, con una sonrisa blanca e impoluta. Qupuede decirnos de usted?

    Douglas se encogi de hombros.

    Nada importante respondi l, concentrndose en el paisaje que se deslizaba alotro lado de la ventana, decidido a dar la menor cantidad de informacin posible. Slosoy un escocs camino a casa.

    S, y creo que antes ha dicho que era de Skye, verdad?

    Exacto, seora.

    No dijo nada ms.

    Y qu lo trae por estas tierras, tan lejos de su casa, seor? Le brillaron los ojos.Algn tipo de intriga clandestina?

    Douglas la mir a los ojos entre las sombras del carruaje. Por un momento, se preguntsi su encuentro en aquel camino solitario poda ser ms que una simple coincidencia. No,era imposible. Haba partido de Londres haca una semana y no haba explicado a nadie suruta hacia el norte. Slo eran las consecuencias de la incomodidad de la situacin. Eraimposible que aquella joven entrometida tuviera idea de lo que haba ido a hacer aLondres.

    No, no, seora replic, con un fuerte acento escocs. Slo soy un simple granjero.He ido al sur a echar un vistazo al mercado de ganado.

    Douglas habra jurado que su respuesta la dejara sin habla. Qu inters poda teneruna dama de la alta sociedad en un simple granjero? Aunque, curiosamente, ella siguipreguntando.

    Un granjero, dice? Como el prfugo Rob Roy? Qu fascinante. Seguro que tienehistorias muy interesantes que explicar

    Douglas tena que admitir que la chica era buena. Sigui interesndose por l durantecasi una hora, dndole a entender que ser granjero era una profesin tan venerable comola de circunnavegador. Cuando llegaron a la posada ya era de noche y la chica habapuesto en prctica todas las artimaas femeninas que Douglas conoca, e incluso algunas

    que desconoca. A pesar de sus esfuerzos por aburrirla e ignorarla, la chica se habaesforzado, y mucho, para encandilarlo.

    Lo que haca que Douglas slo tuviera una inquietante pregunta en la mente: Porqu?

    Por qu iba a esforzarse tanto, y durante tantas horas, una joven inglesa refinada y debuena familia para llamar la atencin de un pobre granjero escocs? Seguro que tenadecenas de pretendientes ingleses de su clase social. Entonces, por qu pareca taninteresada en l?

    Fueran cuales fueran los motivos, no podan ser buenos. De modo que, cuando por finse detuvieron frente a la puerta de la posada, Douglas no perdi ni un segundo para bajardel carruaje.

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    Inclin la cabeza ante las dos seoritas despus de ayudarlas a bajar del carruaje.

    Seoras, ha sido un placer.

    Se volvi, dispuesto a desaparecer, pero aquella voz, la misma dulce voz que no habadejado de hablar durante una hora, lo llam:

    Seor MacKinnon, creo creemos que sera un error imperdonable no pagarle, almenos la cena, para compensar las molestias que se ha tomado.

    No es necesario, seora dijo l. Ir a

    Bobadas. Debe de estar hambriento. Lo tom del brazo antes de que pudieranegarse. Seguro que un hombre fuerte y sano como usted debe de tener buen apetito, yms despus del esfuerzo que ha tenido que hacer para ayudarnos a desencallar elcarruaje. Tiene que permitirnos que le invitemos a cenar. Le sonri y parpade pordebajo del ala del sombrero. Insisto.

    Douglas se dijo que la chica deba de estar acostumbrada a insistir sobre muchas cosas.Ms por curiosidad que por otra cosa, se dio permiso para que ella lo arrastrara hasta lapuerta de la posada con el tejado de paja.

    Dentro, el techo de vigas era bajo, tanto que casi lo roz con la cabeza cuando se agachpara cruzar la puerta. Y tena pegada una nube de humo, procedente tanto de la chimeneacomo de las pipas de cermica de los caballeros. Cuando entraron, todos los ojos seposaron en ellos, y seguro que todos los presentes se preguntaban qu haca un andrajosocomo l con dos elegantes seoritas. Pero, al cabo de un momento, todos se volvieronhacia sus jarras de cerveza y sus pipas, y Douglas localiz una mesa vaca en el otro

    extremo del saln.Sent a las damas y luego se acerc a la barra, donde busc al dueo de la posada, unhombre llamado Turnbull al que conoca bien.

    Qu te traes entre manos, MacKinnon? le pregunt el hombre. Se frot el mentncubierto de barba mientras entrecerraba los ojos y se fijaba en las dos chicas. Ests condos jvenes, y me atrevera a decir que son inglesas. No quiero ninguna historia extraabajo mi techo. Esta es una casa de buena reputacin.

    Douglas frunci el ceo.

    No saques conclusiones precipitadas, Turnbull. Se les ha roto una rueda del carruajey les he ayudado a arreglarlo. Y ahora, a cambio, slo quieren invitarme a cenar. As ques bueno y trenos unos platos de asado de tu mujer. Me lo comer muy deprisa y memeter en la cama antes de que te des cuenta.

    El dueo de la posada mir a Douglas con escepticismo.

    Slo asegrate de que, cuando te metas en la cama, ests solo, MacKinnon. Despusde la derrota de los jacobitas en Culloden, esta zona est llena de patrullas inglesasbuscando un motivo para matar a otro escocs. Eres un buen hombre, MacKinnon. Noquerra que te convirtieras en un buen hombre muerto.

    Al otro lado de la sala, Isabella observaba a los clientes de la posada con consternacin.Nunca haba visto un grupo tan variopinto de personajes, as que se sent en el borde de la

    silla, con los pies juntos y ni siquiera se quit la capa.

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    Elizabeth, en cambio, enseguida se puso cmoda, se quit el sombrero y los guantes yse deshizo de la capa de lana mientras observaba todo lo que la rodeaba, como una niapequea el primer da que va a la feria.

    Bess, si pap sospechara que estamos en un sitio como este, y solas con un hombre alque apenas conocemos, creo que se volvera loco!

    Elizabeth arque una ceja.

    Ah s? Y qu diferencia hay entre esto y que me enve a Escocia con la intencin decasarme con un seor al que apenas conozco? La cuestin es cul de los dos extraosresulta ms atractivo, Bella, y por ahora me quedo con el granjero.

    Isabella no poda negar que estaba de acuerdo. Sin embargo, se inclin hacia delante ytom a su hermana de la mano.

    S que ests enfadada, y lo que pap ha hecho es deplorable. S que, en el fondo,

    tena buenas intenciones y s que, aunque se llene la boca de amenazas, nunca te obligaraa hacer algo que no quisieras. Pero Bess, en serio Se volvi hacia la oscura barra, hacialas sombras que estaban bebiendo cerveza de las jarras. De veras crees que esto esacertado?

    Elizabeth ignor la pregunta de su hermana. La suciedad, el olor, la amenaza depeligro implcita la fascinaba de una forma que ni siquiera poda describir. Toda la vidahaba estado esperando que le pasara algo as; una aventura oscura y precaria que lallevara a lugares que nunca haba visto. Y ahora que le estaba pasando, el corazn le dababrincos en el pecho y se anim. Era como si, hasta ahora, hubiera estado viviendo la vidadesde dentro de uno de los escaparates de cristal de su madre, donde guardaba las figurasde porcelana que coleccionaba y tanto la entusiasmaban. Con la excepcin de que estafigura en concreto se haba escapado.

    Bess, me ests escuchando?

    Pero Elizabeth apenas oa a su hermana. Estaba demasiado hipnotizada ante la grancantidad de escote que enseaba la camarera que se haba acercado a la mesa a saludarlos.Tena un pecho muy voluminoso. Elizabeth no entenda cmo poda ir as vestida mientrasserva jarras y jarras de cerveza sin quedarse desnuda en medio de la sala.

    Qu querrn tomar? les pregunt, mientras se apoyaba la bandeja en la cadera yse apartaba un mechn castao de la cara, tomando nota de cada detalle de los delicados

    vestidos de las chicas.Elizabeth se frot los brazos.

    Tiene algo que nos haga entrar en calor? El tiempo ha refrescado. Noto el fro hastaen los huesos.

    La chica sonri y todos vieron que le faltaba un diente delantero.

    Y, en lugar de hacerla verse fea, le daba un toque travieso y seductor.

    Ah, entonces, un traguito de uisge-beatha le har olvidarse del fro, seora.

    Oosh-ke vah? intent repetir Elizabeth.

    S, es el agua de vida. La har entrar en calor de inmediato.

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    Estaba segura de que no era lo que solan beber las amigas de su madre en lasreuniones que celebraban en el saln de su casa.

    Me parece perfecto, tomar

    Effie, creo que un t ser ms adecuado para la seora la interrumpi MacKinnon.

    T? Por qu no puedo tomar un traguito de ese uisge-beatha?

    l la mir.

    Porque es muy fuerte. Es una bebida de hombres.

    Una bebida de hombres? Elizabeth se volvi hacia la escotada camarera.

    Seorita Effie, usted ha probado ese uisge-beatha?

    Por supuesto, seora. Desde pequea. De hecho, mi padre sola frotarme las encascon eso cuando me estaban saliendo los dientes. Y mi abuela tiene noventa aos y dice que

    es lo nico que le cura el catarro. Es lo mejor para olvidarse de cualquier mal.Elizabeth dirigi la mirada hacia el otro lado de la mesa, hacia Douglas, como diciendo:

    Demasiado para su bebida de hombres.

    l slo se encogi de hombros.

    Entonces, digamos que es una bebida ms adecuada para un escocs que para unainglesa.

    Aquello fue la gota que colm el vaso. Iba a tomarse ese trago s o s.

    Un vaso de esa uisge-beatha, Effie, por favor. Mir al testarudo MacKinnon ysonri. Bueno, por qu no nos trae dos?

    Uy no, gracias, Bess dijo Isabella. Yo creo que prefiero el t.Elizabeth mir a su hermana.

    No lo he pedido para ti, Bella.

    Ah. Y, un segundo ms tarde, y asintiendo, repiti: Aaahhh.

    El tro se qued en silencio alrededor de la pequea mesa y esper a que Effieregresara. Cuando lo hizo, les sirvi tres humeantes cuencos de estofado, una taza de tpara Isabella y los dos vasos ms pequeos que Elizabeth haba visto en su vida. Effiedescorch una botella, la dej en la mesa entre Douglas y Elizabeth y les dio un vaso acada uno.

    Madre ma, pero si con esto apenas vamos a mojarnos los labios dijo Elizabethmientras miraba cmo MacKinnon llenaba con cuidado los diminutos vasos con aquellquido amarronado. Elizabeth levant su vaso, oli el lquido y aadi: No guarde labotella todava, MacKinnon. Me tendr que volver a llenar el vaso dentro de nada.

    Y, dicho esto, se lo acerc a los labios y se lo bebi de un trago.

    Un segundo despus, estaba convencida de que se haba tragado un veneno propio deLucrecia Borgia o algo que el ama de llaves de Drayton Hall, la seora Burnaby, sloutilizara para limpiar los orinales. Se le humedecieron los ojos, la garganta le quemaba ynotaba el estmago como si se lo hubieran atravesado con una flecha ardiendo. Y cuando

    levant la cabeza y se encontr con la mirada del escocs, supo que l saba exactamentequ estaba experimentando. De hecho, a juzgar por la sonrisa torcida y los ojos azules

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    burlones, vea que estaba disfrutando a lo grande con los esfuerzos que ella haca porreprimir la necesidad casi vital de toser.

    En su cabeza, una vocecita le susurr: Bueno, l ya te ha advertido que era fuerte.

    Canalla.

    Elizabeth parpade para contener las lgrimas, trag saliva para aliviar la abrasin dela garganta, puso cara de felicidad e incluso consigui dibujar una sonrisa.

    El escocs slo ampli la sonrisa, maldito fuera.

    Est lista para otro trago, seora?

    Por supuesto. Elizabeth no estaba dispuesta a ceder ante ese engredo escocs.

    El segundo trago no conllev el cataclismo. En realidad, Elizabeth ya no senta nisaboreaba nada. Su cuerpo se haba calentado, como si el fuego de la chimenea quemara

    en su estmago, tanto que incluso se quit el pauelo que llevaba alrededor del cuello y lotir encima de una mesa. Tena las mejillas deliciosamente sonrojadas. Y la sensacin detener la cabeza en las nubes.

    Sin embargo, no fue hasta el tercer trago que la sala empez a darle vueltas.

    Poco despus, tras varias cucharadas de estofado y dos o tres tragos ms, la delicadavoz de Isabella rugi y reson en su cabeza.

    Bess, creo que debera retirarme a mi cuarto ahora.

    Ni hablar respondi Elizabeth, con hipo. Parpade y se pregunt desde cundoIsabella tena una hermana gemela.

    No crees que t tambin deberas hacerlo, Elizabeth? Acurdate de lord Purf Seinterrumpi y luego aadi: Maana nos espera un largo viaje hacia el norte y seramejor salir temprano.

    Elizabeth hizo una mueca cuando record dnde la haba enviado su padre. LordPurfoyle. Ese nombre fue como si le tiraran una jarra de agua fra encima.

    Bah! Motivo de ms por el que no debera acostarme en toda la noche. Vas anegarme estas ltimas horas de libertad, Bella? Al fin y al cabo, fuiste t quien no meexplic la verdad acerca de este viaje al norte hasta que ya fue demasiado tarde

    Las hermanas intercambiaron una mirada privada y luego Elizabeth agit la mano en elaire como si estuviera apartando una mosca imaginaria.

    Acustate si quieres, Isabella Anne Drayton. El seor MacKinnon y yo agotaremoslos ltimos tragos de uisge-beatha. Y luego te prometo que me ir directa a la cama comouna buena chi

    Afortunadamente, Douglas lo vea venir. La agarr antes de que la cabeza golpearacontra la mesa.

    Dios mo! exclam Isabella. Es Est muerta?

    No, pero cuando se despierte por la maana, querr estarlo.

    A Douglas no le qued otra opcin que levantarla en brazos. Todava no se crea lo quehaba bebido. Menuda cabezota.

    Entonces, por qu no se mueve?

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    Porque est dormida, seora. Y, seguramente, por la maana no se acordar de nadade todo esto. Gueme y la ayudar a subirla a la habitacin para que pueda dormir lamona.

    Por suerte, la mesa estaba cerca de las escaleras que suban a las habitaciones de laposada. Mientras la atencin de casi todos los clientes estaba puesta en otra cosa, Douglasaprovech para subir el estrecho tramo de escaleras, lamentando el dolor de cabeza quetendra Elizabeth por la maana, aunque tambin esperaba que le sirviera de leccin. Almenos, l haba intentado avisarla.

    Cuando la dej en la cama, ella murmur algo, algo parecido a escocs engredo, yluego se tendi bocarriba con los brazos extendidos. A los pocos segundos, estabaroncando plcidamente.

    Por la maana estar bien explic Douglas a la pobre hermana, que se estaba

    retorciendo las manos a su lado. Ser mejor que la deje dormir hasta entonces.La chica asinti.

    Gracias, seor MacKinnon. Parece que volvemos a estar en deuda con usted. Por lovisto, hoy no nos ha rescatado una vez, sino dos.

    Douglas le sonri, porque lamentaba sinceramente la angustia que su hermana leestaba provocando, y luego inclin la cabeza antes de salir de la habitacin. Sin embargo,en lugar de irse a su habitacin, decidi regresar al comedor para pagar la cena a Turnbull.Si haba patrullas en la zona, como le haba dicho el dueo de la posada, sera mejor que semarchara antes del amanecer.

    Se lo encontr en la barra, le pag y luego charl un cuarto de hora con un par declientes antes de subir a descansar a su habitacin. Cuando pis el segundo escaln, vio elzapato de mujer que deba de habrsele cado a la joven mientras la suba por las escaleras.Era del mismo color vino que el vestido y los abalorios de cristal que llevaba cosidosbrillaban con la luz del fuego. Era muy bonito, de tacn y puntiagudo; atrevido, como laduea.

    Douglas se detuvo frente a la puerta cerrada de la habitacin de la chica y llam consuavidad. No obtuvo respuesta. Estaba a punto de dejar el zapato en el suelo cuando oyque, desde el otro lado de la puerta, una voz lo invitaba a entrar.

    Muy despacio, Douglas gir el pomo.

    Disclpeme, seorita Isabella, pero me he encontradoIsabella no est.

    El candelabro de pared del pasillo permiti que Douglas viera que Elizabeth estabasentada en el borde de la cama, despierta. De hecho, no llevaba puesto el vestido, queestaba en el suelo formando un charco rojo, y tena el pelo suelto.

    Vesta una camisola y nada ms.

    Douglas se qued de piedra, tanto por aquella visin como por el hecho de que noestuviera tirada inconsciente en la cama. Haba visto a hombres adultos que no se habrandespertado tan deprisa despus de tal borrachera, y mucho menos tener la habilidad para

    desvestirse sin hacerse heridas de consideracin.Eh Se le ha debido de caer el zapato en las escaleras. Slo quera devolvrselo.

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    La chica lo mir fijamente a la luz de las velas. Lade la cabeza y pregunt:

    En serio? Como cuando el prncipe va a buscar a Cenicienta?

    Se ri de su propia broma con un sonido ronco. Douglas simplemente la mir mientrasintentaba ignorar el hecho de que, de repente, la temperatura de la habitacin habaaumentado varios grados a pesar de que la chimenea estaba apagada.

    Sin embargo, ella segua mirndolo con fuego en los ojos, ese fuego que provocaba quese le tensara la tripa.

    Dijo lo primero que se le pas por la cabeza.

    En Escocia, ese cuento se llama Rashin-Coatie.

    Ella no dijo nada, slo lo sigui mirando.

    Douglas avanz un par de pasos y dej el zapato a los pies de la cama.

    Bueno, pues me ir aUn momento, por favor, seor MacKinnon.

    Douglas la mir y esper a que continuara.

    Si no le importa, me gustara hablar con usted con franqueza acerca de unapropuesta que tengo para usted.

    A qu vena todo eso?

    Una propuesta, seora?

    S, seor. Una propuesta de negocios. Me gustara contratarlo, seor MacKinnon.

    Contratarme?

    S. Sera por un periodo breve de tiempo. Ver, me gustara contratarle para quefuera mi prometido.

    Prometido? De todas las cosas que habra podido decirle, y eso que podran habersido miles, aquella era la ltima que Douglas se hubiera imaginado. Seguro que la habaodo mal. Seguro que lo estaba soando. Seguro que el whisky le estaba provocandoalucinaciones.

    Perdn? Ha dicho prometido?

    S. Como le he dicho, sera por poco tiempo. Por supuesto no tendra que casarseconmigo; slo tendra que fingir que va a hacerlo. Le prometo que le recompensar como

    se merece por el esfuerzo.Estaba hablando de dinero, lo saba, pero descendi la mirada hasta la abertura de la

    camisola, que terminaba justo entre los dos pechos. Apart la mirada.

    Ha bebido demasiado, seora. No sabe lo que est diciendo.

    No, seor respondi ella, bastante seria. S perfectamente lo que le estoyproponiendo.

    Pero si ni siquiera me conoce. Soy un completo extrao para usted. Por qu iba aquerer que hiciera algo as?

    Ella se lo qued mirando y Douglas entendi, de repente, la motivacin detrs de la

    propuesta. Su ropa, su forma de hablar, su aspecto descuidado Lo que esa chica veacuando lo miraba era un granjero escocs analfabeto, pobre y desgraciado. En otras

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    palabras, quera comprarlo como diversin durante un tiempo, por el motivo que fuera,como el que se compra un par de medias nuevas. Seguro que esperaba que se arrodillaraante ella y le agradeciera su infinita generosidad. Y cuando se cansara de l, cuando ya no

    lo quisiera, como esas medias, lo tirara como si nada.Una ira afilada y fra como un sable lo atraves.

    No.

    Qu? Me est rechazando?

    Douglas dudaba que alguna vez la hubieran rechazado. Hasta ahora.

    S.

    Le estoy ofreciendo convertirlo en un hombre rico, seor MacKinnon. Slo tiene quefingir que quiere casarse conmigo. Ni siquiera ser durante mucho tiempo. Slo tiene queacompaarme a mi casa y conocer a mi pa Se corrigi. Al resto de mi familia,anunciar nuestro compromiso, y luego podr seguir con su viaje a Skye como un hombremucho ms rico.

    As que era eso. Quera que conociera a su familia. En concreto, a su padre. Record laconversacin que haban mantenido las hermanas en la mesa. Algo acerca de un tal lordPurf algo y el viaje al norte. Deba de tener un padre adinerado a quien quera destrozarpor querer casarla con un noble respetable. Y haba planeado presentarse en su casa con lopeor que poda encontrar como marido: un granjero. No, algo peor: un granjero escocs.

    Douglas no conoca al hombre en cuestin, pero ya lo compadeca.

    Seguro que habr algn joven ingls que quiera aceptar su propuesta, seora. Yo no

    soy la persona que busca. Buena suerte.Se volvi para marcharse.

    Seor MacKinnon, por favor Habl con la voz ms suave. No se vaya. Espereun momento. Si acepta mi propuesta, podr tener algo ms.

    Seguro que no se refera a

    Ella se levant de la cama y cruz la habitacin a toda velocidad, colocndose entre lapuerta y l. La luz del pasillo destac el tono rojizo del pelo y consigui que la camisolapareciera todava ms insignificante. Sin los tacones, le llegaba a la barbilla. As parecams frgil, ms vulnerable. El aroma a hierbas en el que haba flotado durante una hora en

    el carruaje lo volvi a invadir, acompaado por el sabor especiado del whisky. Por unmomento, ninguno de los dos se movi o habl. Ella haba separado los labios. Sera muyfcil besarla, pens l. Slo tena que cerrar los ojos y

    Y entonces ella levant el puo y abri la mano, ensendole un anillo coronado poruna joya de tamao considerable.

    Esta reliquia familiar fue un regalo de la propia reina Isabel. Como puede ver, llevagrabada su inicial y, cuando se abre, hay un camafeo de su padre, el rey Enrique, y sumadre, Ana Bolena. Pertenece a mi familia desde hace muchas generaciones y me loregalaron cuando nac. Es lo ms valioso que poseo. Y en cuanto al valor econmico, esincalculable. Y ser suyo si acepta mi propuesta.

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    Douglas not cmo se le tensaban los msculos del cuerpo y se pona rgido como unaestaca. Hizo un esfuerzo por controlar la ira y pens en las veces, en una vida entera enrealidad, que haba presenciado cmo su familia, su clan y su pas se rendan a los deseos

    de los ingleses. Su padre, y antes que l su abuelo, haban perdido todo aquello por lo quehaban luchado, por los derechos de sus compatriotas. l mismo se haba pasado granparte de su vida intentando hablar con el rey ingls de la casa de los Hanover para intentarconservar las tierras que haban sido de su familia casi desde el inicio de los tiempos; unastierras que la Corona haba confiscado despus de la ltima rebelin en 1719, cuando supadre luch en el bando del antiguo pretendiente, Jaime. Douglas se haba pasado la vidaluchando, luchando por preservar el antiguo orgullo y la distincin que se remontabahasta el primer MacKinnon: Fingon, bisnieto del gran rey escocs Kenneth MacAlpine. Yahora esa consentida inglesa, que ola a hierbas y luca melena pelirroja, crea que podacomprar su honor a cambio de un anillo?

    Mi respuesta es la misma, seora. No. Y ahora chese en la cama antes de que semeta en un lo ms grande del que se pueda imaginar.

    Douglas observ cmo la expresin de la chica se ensombreca cuando se dio cuenta deque no podra convencerlo. Sin mediar palabra, lo rode y volvi a la cama, se tendi en elcolchn y se tap con la colcha. Douglas se volvi para marcharse, deseando no habersedetenido a ayudar a sacar ese carruaje embarrancado esa tarde. l slo haba queridoayudar, pero la situacin haba llegado ms lejos de lo que pretenda.

    Ya casi estaba en la puerta cuando la voz de la chica, muy dbil, lo llam.

    Por favor, no se vaya.

    Douglas se detuvo en la puerta a pesar de que una vocecita le deca que continuaracaminando hasta que hubiera borrado de su memoria sus ojos, su boca y el sonido de suvoz.

    Sin embargo, y a regaadientes, se volvi:

    Y ahora, qu pasa?

    Es que La habitacin est muy oscura. La delicada voz se haba convertido en untembloroso susurro. Qudese, por favor. Slo un poco. Es que no me gusta laoscuridad.

    Puedo ir a buscar a la seorita Isabella, si quiere

    No! Mene la cabeza. No, por favor, no lo haga. Pensar que me estoycomportando como una nia pequea.

    La forma cmo habl y lo mir, iluminada por la luz del pasillo, despert algo en suinterior que nunca haba sentido. Saba reconocer el orgullo, y tambin el miedo. Noquera que su hermana pequea supiera que tena miedo a la oscuridad. Admitirlo delantede l seguro que le haba costado un mundo. Esa mujer no admita sus debilidades confacilidad. Douglas lo haba descubierto cuando, de forma imprudente, se haba bebido unvaso, y muchos ms, de whisky esa noche, a pesar de que saba que, seguramente, lo msfuerte que haba probado en su vida era un burdeos aguado.

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    Sus ojos le suplicaron en la penumbra que no la dejara sola. Y aunque todos sussentidos le gritaban que se marchara, Douglas acab dando la vuelta y sentndose en elextremo de la cama a su lado.

    No me ir a ningn sitio, seora.Se dijo que slo se quedara hasta que ella se durmiera.

    Con lo que no contaba era con quedarse dormido l tambin.

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    CCCAAAPPPTTTUUULLLOOO 000444

    DDouglas se despert con la sensacin de que, durante la noche, mientras dorma y sindarse cuenta, le haban aporreado la cabeza.

    Varias veces.

    Cualquier movimiento, incluso el esfuerzo de abrir los ojos para ver la luz delamanecer a travs de la ventana que haba junto a la cama le provocaba una sacudida talque tena que apretar los dientes. Pareca que, de repente, cualquier ruido, como los chicostrabajando en el establo, las voces apagadas que llegaban del comedor, el golpe de unapuerta que se cerraba en el pasillo, adquira una magnitud estruendosa.

    Por qu diablos haba bebido tanto whisky?

    No se haba levantado con una resaca as desde los catorce aos, el da que su hermanopequeo Iain y l haban conseguido entrar a escondidas en la destilera subterrnea de suto. Eran dos cros queriendo jugar a ser hombres, y Douglas aprendi ese da que, aunquela bebida de sus ancestros bajaba muy bien, dejaba una resaca tan violenta que poda hacerllorar a un hombre, o a un cro de catorce aos.

    Despus de aquella noche, se haba pasado dos das enteros pegado al orinal, y seprometi que no volvera a hacerlo. A partir de entonces, el nico whisky que bebera seraen los brindis: bodas, celebraciones del clan, el nacimiento de un beb. Y haba mantenidosu promesa durante aos, hasta que una chica con los ojos de color avellana lo haba

    desafiado; un desafo que ahora mismo le haca preguntarse si su cabeza haba estadometida entre dos cantos rodados durante la noche.

    Se movi en el colchn, buscando el refugio de una almohada con que cubrirse ladolorida cabeza. Hubiera gruido si el simple esfuerzo de hacerlo no le hubiera provocadoms agona de la que poda soportar. Al final, se escondi debajo de la colcha, como unmolusco en la arena. Y fue entonces, y no antes, cuando Douglas descubri que no estabasolo en la cama.

    Una cortina de pelo sedoso le cubra el hombro; un pelo que, cuando por fin se le aclarla vista, result ser de un tono rojizo dorado. Conoca ese pelo, y tambin a la mujer queperteneca. Era la misma mujer cuyo brazo estaba, aparentemente, apoyado en su cintura,

    su cintura desnuda, con la mano abierta muy cerca de su entrepierna.Como la niebla nocturna que se levanta con la llegada del nuevo da, los recuerdos de

    la noche anterior poco a poco fueron regresando. Recordaba haberle subido a la habitacinel zapato que se haba encontrado en la escalera, cmo ella le haba suplicado que no semarchara por la oscuridad. Y, a juzgar por su situacin actual, lo haba hecho. No se habamarchado, aunque su intencin era hacerlo en cuanto ella se durmiera. Slo se le ocurraque l tambin se haba quedado dormido.

    Haba sido el whisky, s, y el cansancio de haber cruzado el norte de Inglaterra a piedurante la mayor parte del da anterior. Estaba tan decidido a llegar a Skye que ni se haba

    dado cuenta de lo cansado que estaba. Cuando ella le invit a quedarse en la habitacin, la

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    oscuridad, su voz y el susurro de su dulce respiracin lo haban relajado. Cualquierahabra cado rendido. Sin embargo, todava tena que responder a una pregunta:

    Qu diantres haba pasado con su ropa?

    Ser consciente de dnde estaba, de cmo iba vestido (o desvestido) y de con quinestaba le provoc una ereccin. Era inevitable. Los msculos del abdomen se le tensaroncuando pens en lo cerca que estaban sus dedos, en lo suave que era su piel, en el olor tandulce de su pelo desparramado encima de su hombro. La mir bajo la luz rosada delamanecer y observ cmo dorma. Tena el ceo fruncido y los labios apretados como si,en sueos, estuviera luchando contra algn enemigo. Instintivamente, Douglas alarg lamano y le acarici el ceo para tranquilizarla.

    Una parte de l slo quera quedarse en aquella clida cama, escuchando la relajadacadencia de su respiracin mientras el sol se iba levantando. Sin embargo, la parte sensata

    de su cerebro se dio cuenta del peligro que comportaba esa situacin. Tena que encontrarsu ropa y salir de la habitacin lo antes posible.

    Por desgracia, esa parte de su cerebro no reaccion tan deprisa como debera.

    Elizabeth, estoy convencida de que te encantara seguir durmiendo todo el da, perono podemos

    Un grito capaz de romper una copa de cristal reson en la habitacin. Lo ensordeci,igual que lo ceg la intensa luz que entraba por la puerta. Douglas agarr la almohadams cercana y meti la cabeza debajo.

    Elizabeth Regina Gloriana Drayton, santo Dios, se puede saber qu has hecho?

    El sonido agudo de la voz de su hermana despert a Elizabeth al instante.Por Dios, Bella! Por qu gritas de esta forma a estas horas?

    Gru ante el intenso dolor de cabeza y volvi a apoyar la cabeza en la almohada.Hasta que esta se movi y entonces se dio cuenta de que no era una almohada.

    Se incorpor de golpe.

    Qu est? Quin es? Cmo ha? Qu cree que est haciendo en mi cama?Tiene que salir inmediatamente!

    Slo llevaba una camisola. El cuello se le haba bajado y tena un hombro aldescubierto. Horrorizada, agarr la almohada con la que l se estaba tapando la cara,

    aunque se qued de piedra cuando le vio la pierna. La pierna absolutamente desnuda.N No lleva nada debajo de la sbana?

    No.

    Cuando Elizabeth volvi a bajar la mirada, se encontr con la cara del escocs del daanterior, que la estaba mirando con esos malditos ojos azules. Sin embargo, no se movipara salir.

    Cmo diablos ha entrado?

    Me invit usted.

    Yo no le invit. Eso es mentira.

    Anoche, cuando sub a devolverle el zapato

  • 7/27/2019 101220842 Juego de Apariencias JACLYN READING

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    Elizabeth se qued inmvil y, de repente, record lo que haba pasado la nocheanterior. En realidad, crea que haba sido un sueo.

    No me ir a ningn sitio, seora.

    Y, como ella le haba pedido, no la haba dejado sola. Se haba quedado con ella toda lanoche para protegerla de las sombras y de ese deplorable demonio sin rostro que la habaacechado casi toda su vida.

    Desde que tena uso de razn, siempre haba odiado la oscuridad. Deba de tener unosseis aos cuando, un da, Bella y ella estaban jugando en una de las muchas habitacionesvacas del ala este de Drayton Hall. Jugaban a esconderse y slo necesit un arcn vaco.Elizabeth se escondi dentro, sin darse cuenta de que el cerrojo poda cerrarse solo, y lohizo. Se haba quedado encerrada, pero, cuando se dio cuenta, Bella ya haba encontradootra distraccin, como suelen hacer los nios de cuatro aos, y se haba marchado. Sus

    padres y el personal de Drayton Hall no la encontraron hasta el da siguiente. Paraentonces, Elizabeth se haba quedado afnica de tanto gritar pidiendo ayuda durante lapeor noche de su vida. Estaba convencida de que morira all mismo.

    Las pesadillas empezaron poco despus, provocando que se despertara por la nochecon un ataque de pnico. Para combatirlas, bajaba a la biblioteca a leer y a alejarse de laoscuridad de su habitacin. Al final, caa dormida por puro agotamiento, y su padre se laencontraba por la maana acurrucada en su silln favorito. l crey que su hija tena uninters desmedido por los libros y, al final, as result ser. Sin embargo, nunca supo cmohaba empezado. Elizabeth no lo haba explicado a nadie, ni siquiera a Bella, en parte porla debilidad que implicaba la confesin, pero, sobre todo, por miedo a que Bella se culpara

    durante el resto de su vida por haberla dejado sola ese da.Elizabeth le dijo:

    S, tiene razn. Yo le invit.

    Isabella se qued inmvil en la puerta, con una expresin de absoluto horror.

    Pero Bess, cmo has podido?

    Antes de que Elizabeth pudiera inventarse una excusa creble, llegaron Manfred yTitus, acompaados por Turnbull, sin duda alertados por los gritos de Bella.

    Qu ha pasado? pregunt Manfred, sin aliento despus de haber subido lasescaleras corriendo.

    Creo que es ms que evidente lo que ha pasado aqu respondi Bella, at