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Mauricio López Oropeza CARACTERÍSTICAS DEL LAICADO IGNACIANO Reunión sector laicos CPAL Junio 2008 I. Algunos preámbulos y reflexiones iniciales sobre el laicado ignaciano Comienzo por agradecer el privilegio que significa para mí el presentar un trabajo y reflexiones que no son mera retórica, sino que son fruto de procesos de vida que han tocado con fuerza todas mis dimensiones vitales; no solamente en las propias fronteras de mi país o proyecto, que enriquecen esta búsqueda de colaboración y de profundización en el laicado ignaciano, sino con la certeza de que esta presentación refleja experiencias de vida, anhelos, tropiezos, inquietudes, y muchas mociones de tantas personas con las que me he podido encontrar. Y sin temor a equivocarme tengo la certeza de que este es un compartir que se suma al impulso de tantos hombres y mujeres en distintas latitudes que hoy tengo el privilegio de representar. Especialmente en nuestra patria grande Latinoamerica, misma que se ve representada e invitada como proyecto ignaciano en los impulsos de la CPAL. Confío en que es el espíritu el que nos une y articula desde nuestra diversidad de dones y carismas para conformar un mosaico que represente el gran proyecto ignaciano posible, especialmente el que nos une hoy desde nuestras raíces Latinoamericanas. Somos muchos en nuestros países Latinoamericanos, y sin duda en todo el mundo, los que hemos encontrado coincidencias de vida para creer en un proyecto de reino posible desde los ojos de una Iglesia que se funda en el sentido de misión común; y en una visión de opción en y con Cristo partir tomar posturas y acciones en favor de los más excluidos. Un preámbulo básico es la Centralidad de Cristo y un “Cristo encarnado”, y desde el “llamamiento” a la construcción del Reino. Más adelante daremos algunas especificidades más propias de nuestra espiritualidad ignaciana para secundar esto. Sabemos también con certeza que muchos laicos, laicas, religiosos, religiosas y jesuitas que compartimos la espiritualidad ignaciana nos hemos tomado en serio, incluso con más intencionalidad en últimas décadas, lo que se perfila en el llamado del Concilio Vaticano II para actualizar y renovar la Iglesia de Cristo insertos en la vida y fundados en la realidad que hoy nos interpela (Incluso en la expresión más propia de nuestros pueblos). Realidad que está presente en los procesos de

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Mauricio López OropezaCARACTERÍSTICAS DEL LAICADO IGNACIANO

Reunión sector laicos CPALJunio 2008

I. Algunos preámbulos y reflexiones iniciales sobre el laicado ignaciano

Comienzo por agradecer el privilegio que significa para mí el presentar un trabajo y reflexiones que no son mera retórica, sino que son fruto de procesos de vida que han tocado con fuerza todas mis dimensiones vitales; no solamente en las propias fronteras de mi país o proyecto, que enriquecen esta búsqueda de colaboración y de profundización en el laicado ignaciano, sino con la certeza de que esta presentación refleja experiencias de vida, anhelos, tropiezos, inquietudes, y muchas mociones de tantas personas con las que me he podido encontrar. Y sin temor a equivocarme tengo la certeza de que este es un compartir que se suma al impulso de tantos hombres y mujeres en distintas latitudes que hoy tengo el privilegio de representar. Especialmente en nuestra patria grande Latinoamerica, misma que se ve representada e invitada como proyecto ignaciano en los impulsos de la CPAL. Confío en que es el espíritu el que nos une y articula desde nuestra diversidad de dones y carismas para conformar un mosaico que represente el gran proyecto ignaciano posible, especialmente el que nos une hoy desde nuestras raíces Latinoamericanas.

Somos muchos en nuestros países Latinoamericanos, y sin duda en todo el mundo, los que hemos encontrado coincidencias de vida para creer en un proyecto de reino posible desde los ojos de una Iglesia que se funda en el sentido de misión común; y en una visión de opción en y con Cristo partir tomar posturas y acciones en favor de los más excluidos. Un preámbulo básico es la Centralidad de Cristo y un “Cristo encarnado”, y desde el “llamamiento” a la construcción del Reino. Más adelante daremos algunas especificidades más propias de nuestra espiritualidad ignaciana para secundar esto.

Sabemos también con certeza que muchos laicos, laicas, religiosos, religiosas y jesuitas que compartimos la espiritualidad ignaciana nos hemos tomado en serio, incluso con más intencionalidad en últimas décadas, lo que se perfila en el llamado del Concilio Vaticano II para actualizar y renovar la Iglesia de Cristo insertos en la vida y fundados en la realidad que hoy nos interpela (Incluso en la expresión más propia de nuestros pueblos). Realidad que está presente en los procesos de vida de esta Iglesia que se realiza en cada uno de nosotros, en nuestras familias, en nuestros grupos, en los procesos y proyectos transformadores, es decir, en tantos que aún creen y dan la vida por un mundo distinto; esta Iglesia que se ha denominado en el Vaticano II (Lumen Gentium) como: Iglesia Misterio, Iglesia Pueblo, y la tan esperanzadoramente nombrada , al menos para unos cuantos, Iglesia del laicado.

Para adentrarnos en la puesta en marcha de esta Iglesia del laicado y alcanzar el rumbo que nos lleve al acercamiento del Reino debemos ser capaces de respetar profundamente las identidades particulares que constituyen este mosaico de riqueza y diversidad en la Iglesia. Y a la vez hemos de ser capaces de establecer una base común como cimiento que nos lleve más allá de lo estructural y nos devuelva a lo eclesial fundamental que es la opción prioritaria por el seguimiento de un Cristo encarnado en los más pobres, y en el proceso personal de la vivencia de una auténtica conversión (metanoia).

Y es que pareciera que hemos pasado demasiados años, incluso siglos enteros, delimitando identidades y estableciendo criterios claros para entender las diferencias y distinguir el ser ministerial de laicos, religiosos (as) y sacerdotes. No desmerezco esta necesidad, pero el verdadero reto y nuestro llamamiento, es el de recrear y reconstruir un proyecto compartido con base en los elementos fundamentales de reproyección de la identidad y misión eclesial, uno que respete y promueva nuestras potencialidades particulares, estando todas ellas puestas bajo el criterio del amor y la fraternidad. Y a partir de ello redefinir, sobre un cimiento sólido, los

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aspectos jurídicos ministeriales que son necesarios, tanto-cuanto den sustento y fuerza a esta actualización. La opción de vocación particular como un medio que emana del discernimiento.

¨Moisés vio que la zarza ardía, pero no se consumía… Cuando el Señor vio que se acercaba para mirar, le llamó desde la zarza. Moisés, Moisés. Él respondió: Aquí estoy. Dios le dijo. No te acerques, quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado¨.

Lo más sagrado de nuestra tradición ignaciana se encuentra en este legado de descubrir el amor y la llama ardiente de la presencia de Dios especialmente en medio de las estructuras y actitudes de exclusión que prevalecen como lo natural en nuestra realidad; el reto es quitarse las sandalias de los prejuicios históricos y las herencias que nos siguen aletargando hoy, para encontrar lo sagrado en la vida del otro diferente. Especialmente en el respeto, asunción y construcción desde las diferencias están las claves para la concreción de una colaboración auténticamente incluyente.

Y aún especialmente en los que compartimos la espiritualidad ignaciana debemos siempre actualizar la búsqueda del Cristo que se actualiza a través de los EE, para hacer una reflexión seria acerca de qué tanto lo hemos convertido en un icono y cómo lo hemos subordinado a nuestras propias búsquedas, a nuestra propia historia, a nuestras predilecciones identitarias y apostólicas, para que sea él un justificante de nuestra incapacidad de asumir nuestro llamado y la incapacidad de apertura para construir la fraternidad. Si hacemos una seria exégesis Cristológica y la actualizamos a nuestra propia realidad, sabemos que a Cristo no lo encontramos en algún punto de nuestras vidas o lo escogemos de entre varias posibilidades como un artículo de aparador, es Él quien nos llama y nos elige, es Él quien nos da ejemplo y nos llama a seguirlo. Es Él siempre el que nos amó primero.

Ante esto necesitamos redimensionar nuestro llamado específico como laicos en la Iglesia de Cristo; El sacramento del bautismo no sólo nos hace miembros de una Iglesia católica centrada en Cristo, el bautismo mismo nos hace corresponsables y co-creadores con Cristo en la construcción del Reino. Somos miembros todos de un sacramento que nos hace partícipes de un modo distinto de vivir, y que nos hace también portadores del sacerdocio en la vida toda. Entender este precepto es entender de fondo nuestra responsabilidad vital total dentro de la Iglesia; no desde la pretensión de abordar este tema para tomar el lugar de los sacerdotes consagrados y sustituirlos partiendo de esas posturas radicales que simplemente polarizan los roles y generan nuevos divisionismos.

Hemos de asumir que en general la postura de los laicos ha sido poco propositiva a lo largo de la historia, por lo que debemos sentirnos responsables por esta realidad que estamos viviendo el día de hoy; nuestra pasividad ha sido una fuerte causal de la que parece ser una realidad de menosprecio, autoritarismo y desconfianza prevalecientes. Por supuesto que a esto han abonado sustancialmente muchas de las posturas en las jerarquías eclesiásticas, incluso algunos de los documentos oficiales de la Iglesia, pues en su actuar institucional también han propiciado esta dependencia que incapacita, sin embargo no podemos centrarnos en eso para justificar nuestra falta de propuesta y de compromiso.

Es una gracia contar con sacerdotes abiertos que buscan reflexionar seriamente acerca del laicado como fundamento del pueblo de Dios de la Iglesia, pero es tiempo de ir siguiendo esas iniciativas para hacernos verdaderamente responsables por la propia reflexión acerca de nuestro quehacer como hombres y mujeres miembros todos de una Iglesia con una misión en común: ¨El apostolado de los laicos es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, a cuyo apostolado todos están llamados por el mismo Señor en razón del bautismo y de la confirmación¨1.

Aunque por mucho tiempo se ha considerado que ser laico significa una posición de segunda, y podemos ver que históricamente esa era la connotación de esta opción de vida como “laós”, en Cristo los paradigmas ya cambiaron de manera absoluta, aquel que fue el último en el contexto de exclusión e injusticia, ese era el primero llamado por Él para llegar a su Padre. Laico es entonces por Cristo el privilegiado, el primer llamado, aquel que está en la humanidad común, y 1 GUINEA, Wilfredo. S.J. Los Documentos del Vaticano II. Los laicos. P. 50

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que como pueblo inserto en la realidad es llamado con especial cariño por el Padre. Esto se ha hecho especialmente auténtico en los aportes del CVII que siguen siendo una deuda pendiente de la Iglesia en muchos aspectos, sobre todo en el referente al laicado. De aquí las discusiones y conflictos acerca de los ministerios sacerdotales erróneamente concebidos como un rango superior. La complementariedad es la clave para poder dar respuesta desde distintos ministerios, que cuando son honestos y parten de opciones profundas de vida, plantean un camino verídico para ir en busca de una Iglesia universal que se sustenta en la complementariedad.

II. Rasgos fundamentales de la espiritualidad cristiana del Vaticano II(Tomado de “Globalización y Nueva Evangelización”, CELAM, Bogotá 2004, 351-364)

Ayudas para reflexionar sobre nuestra pertenencia, para ejercitar nuestro sentir con la Iglesia, y sobre todo para superar la autosuficiencia que a veces nos caracteriza como ignacianos (treta muy fuerte).

1. Leer los signos de los tiempos. Nuestro Dios es el Dios de la historia. El cristiano debe estar dotado del discernimiento crítico, que le permita a la luz de la fe, ir identificando la presencia y la voluntad de Dios en medio de la ambigüedad de la historia. Incluso en la propia ambigüedad eclesial.

2. Mostrar a Dios, más que demostrarlo. ¿Cómo vivir el evangelio sin testimoniarlo? La fe no consiste sólo en el asentimiento intelectual de un conjunto de verdades, sino en un modo de vida al estilo de Jesús.

3. Inculturarse e inculturar. Evangelizar es encarnar el Evangelio en los ambientes. Sin inserción, respeto y diálogo con las culturas, la evangelización no será más que un proceso de sometimiento y colonización (Invitación a evangelizar de Benedicto XVI a las SJ en la carta enviada a la CG35). El sujeto que evangeliza no sólo es portador de una buena noticia, sino sobre todo receptor de ella.

4. Valorar y respetar la sociedad plural: Espiritualidad del diálogo. Dios nos ha creado diversos, distintos, en proceso, Por eso respetar y acoger al diferente, y a lo que es diferente en uno mismo, es acoger al propio Dios, siempre nuevo y sorprendente.

5. Innovar e innovarse. El dinamismo de la historia y la velocidad de los cambios, debido a los sorprendentes avances técnicos, exigen de los cristianos, no sólo un cambio de mentalidad, sino mentalidad de cambio. La fe es riesgo, salir de la propia tierra y lanzarse al Dios siempre nuevo. Los fundamentalismos fosilizan la historia, haciendo inviable el futuro.

6. Aprender de los demás: Otra forma de testimoniar la fe. La Iglesia no tiene respuesta a todas las situaciones. La Iglesia se ha de sumar a todos los creyentes y personas de buena voluntad en la búsqueda de aquella respuesta que da el evangelio a las nuevas preguntas que se presentan.

7. Discernir juntos, nunca solos. Humildes ante la verdad. Buscar la mejor respuesta a los desafíos de hoy no es una tarea solitaria, sino solidaria. Búsqueda de la verdad en esfuerzo inter- y trans- disciplinar.

¿Qué nos dice como ignacianos este aporte de la Iglesia Latinoamericana a la que pertenecemos y con la que estamos invitados a colaborar aún más?¿Cómo enriquecer nuestra identidad ignaciana de los aportes de la Iglesia, y sobre todo como aportar nuestros dones a este sentir en y con la Iglesia?

III. Rasgos fundamentales de la espiritualidad ignaciana

La espiritualidad ignaciana es, para los que la vamos viviendo desde dentro y muy de cerca, una llama de luz encendida, una puerta de entrada y la posibilidad de abrir una auténtica brecha entre la historia personal y el Dios de Jesús en un contacto personal, profundo, in-mediato (sin intermediarios).

Tenemos en esta espiritualidad una manera de mirar iluminados por la vida de Cristo como modelo absoluto de humanidad plena fundado en el amor, un amor tan grande que se concreta aún a sabiendas de todas las consecuencias que esto trae consigo. Ignacio nos permite, desde el encuentro personal con Dios, una manera de ver al Cristo que vive y muere para servir

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auténticamente en la búsqueda de la construcción del Reino en la vida, insertos en el mundo, muy especialmente para trabajar con los más excluidos que son los primeros destinatarios del Reino.

La tradición de la espiritualidad ignaciana se remonta al contexto de un mundo cambiante como el mundo de hoy, y ante los retos de un cambio de época que traía consigo un choque de ideales, de conocimientos y de modos de proceder ante toda la cultura de un mundo medieval que se convertía inevitablemente en renacentista. Ignacio en su identidad laical fue descubriendo un llamado de Dios que fue radical y se presentó como una revelación paulatina de la voluntad del Señor para su vida toda. Su historia personal, como sabemos, estuvo llena de contradicciones y de búsqueda de sentido, hasta encontrar el llamado de Dios e ir desentrañando su vida entera como posibilidad de servicio a Dios desde un profundo discernimiento de espíritus.Como ignacianos confiamos en que somos capaces de alcanzar una perfecta vocación por la vida, misma que hemos de actualizar día con día y que nos pone en movimiento para responder al llamado por ese Magis y a secundar la voluntad de Dios en todo lo que somos para ¨En todo amar y servir¨.

Claves fundamentales (Tomadas de “Espiritualidad laical ignaciana” Caravias):

1. CristocentrismoToda la experiencia ignaciana está enraizada y fundada en un amor personal a Jesucristo. La petición insistente de los Ejercicios es conocer mejor a Jesús, para poder amarlo más a fondo y seguirlo así más de cerca. Jesucristo es el centro, el motor, la razón de ser de todo el que ha realizado una experiencia seria de Ejercicios. Vivir este inmenso amor a Cristo-persona es el rasgo fundamental de nuestro modo de proceder.

2. Opción por los pobresEse conocer, amar y servir a Jesús se centra de una manera especial en los rostros sufrientes de los “pobres”: En ellos vemos el rostro de Jesús. Ellos son la concreción de su exigente presencia en esta sociedad neoliberal donde los valores del desarrollo y la justicia son proclamados a los cuatro vientos, pero que sólo sirven para tapar las desigualdades hirientes, la insolidaridad, el desamor y esclavitudes de todo tipo.

3. DiscernimientoCuando se quiere vivir sinceramente según Dios, es necesario una actitud constante de búsqueda de su voluntad y reconocer cuáles son sus proyectos para nosotros. Y para poder ir llevando esos proyectos a la práctica nos esforzamos en discernir qué es lo que él quiere en concreto en cada momento. “El sentido de discernimiento es un distintivo de nuestro modo de proceder. Se trata de llegar a ser personas que educadas mediante una larga y nunca acabada experiencia de Dios, como Ignacio, estén en permanente actitud de búsqueda y escucha del Señor, y adquieran cierta sobrenatural facilidad para percibir dónde está y dónde no está.” Son palabras del P. Arrupe. Es aprender a mirar a la sociedad, a la historia y a nosotros mismos desde los ojos de Dios.

4. La libertad ignaciana “indiferencia”Ignacio la llama “indiferencia”. Se trata de abrirse al atractivo de todo lo bueno, sin prejuicios ni apegos, de forma que podamos llegar a ver con claridad qué es lo que Dios quiere de nosotros, y podamos llevarlo a la práctica. Todo es conversable y discutible, pero a la luz del proyecto de Dios. Para ello es necesario “hacernos indiferentes”, es decir, objetivos y valientes, interiormente libres para elegir lo que entra dentro del proyecto de Dios.

5. El “magis” ignacianoLos Ejercicios nos ponen en actitud de seguimiento a Jesús, de ese Jesús que es cercano, pero exigente. Él siempre pide más: así es el amor. Jamás nos pedirá por encima de nuestras posibilidades; ni menos aun, algo que no sea para nuestra felicidad. Pero él, que nos conoce a fondo, sabe que con su ayuda somos capaces de realizar mucho más de lo que podríamos pedir o pensar.

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6. Sentido de cuerpoExperiencias comunes nos han llevado a ideales comunes, a los que queremos llegar en comunidad. Para ello es imprescindible aprender a trabajar en equipo. Lo que somos y tenemos lo ponemos al servicio de los hermanos. Respetamos la diversidad, de forma que nos podamos complementar, justamente porque somos diversos, pero unidos por amor. Así vamos creciendo en nuestra semejanza al Dios Trinitario.

7. Comunidad universalEl Vaticano II proclamó que todo cristiano debe ser consciente de la dimensión universal de su fe. Un sentimiento de fraternidad universal, fruto de la fe en un Padre común, rompe toda las barreras de discriminación entre los seres humanos.

8. Enviados en misiónEl ofrecimiento que cada uno de nosotros hace a Jesús en los Ejercicios, va cuajando poco a poco en actitudes y actividades concretas. Nos sentimos pecadores perdonados, llamados y enviados por Jesús.

9. Amor a la IglesiaSan Ignacio insistía en el amor a la Iglesia, un amor realista, que ayude a nuestra Madre a caminar con sinceridad y autenticidad hacia Jesús, su única razón de ser. Amor hecho de apertura y respeto profundo hacia todo creyente. Amor que hace vivir y sufrir los problemas y limitaciones de la Iglesia como propios, ejerciendo con libertad y humildad de hijos el caritativo servicio de la crítica que edifica y es, fundamentalmente, autocrítica.

IV. Caracterización del laicado ignaciano desde las Anotaciones de los EE

La pedagogía y el proceso espiritual de los Ejercicios revelan el centro de nuestra espiritualidad, la clave de nuestro carisma y modelo de seguimiento de Cristo, y el impulso para un estilo de vida orientado a la misión de transformación de la realidad. Todo modelo de colaboración debe estar siempre iluminado y sustentado en la dinámica de los ejercicios, tal y como aparece en todos los textos relacionados con el tema, y como es dispuesto nuevamente en la CG35 con renovado ímpetu.

Si bien hemos dicho que no tenemos una claridad sobre “qué” implica un perfil de laico ignaciano comprometido seriamente, y aún no tenemos elementos más explícitos para identificar la autenticidad con que se viven los Ejercicios de parte de algunos colaboradores, de tal manera que no podemos ubicar si han experimentado interna y profundamente esta experiencia espiritual que es, y será, base y sustento de su participación como ignacianos: A decir si hay Subjecto o no (algunos ubican la profundidad de la vivencia como un fuego e impulso a un mayor sentido de vida y apostólico que emana de ellos en todo su ser, pero que no puede ser constatado sino en actos posteriores: frutos. El amor puesto en obras).

De aquí surge la invitación a retomar una parte medular de los Ejercicios ignacianos que refleja y presenta paso a paso, y con una claridad contundentemente reveladora, la identidad y muchos rasgos específicos que pueden ser leídos de manera actualizada en estas “Anotaciones” para la caracterización del laicado ignaciano. En ellas se traza el marco donde se circunscribe todo el proceso espiritual; es la serie de características que se buscan para que alguien pueda vivir más plenamente los ejercicios y su vida (desde el punto de vista integral del acompañado y el que acompaña, y siendo así también un reflejo del laico ignaciano que vive las dos dimensiones de impulsar/animar y ser impulsado/animado). Por ello son la guía más pertinente para caracterizar el perfil del laico ignaciano, y para ubicar una serie de elementos que dan cuenta de una auténtica vivencia espiritual. Tengo la impresión de que hemos buscado demasiado por tantos sitios para hacer esta caracterización, y siempre hemos tenido frente a nosotros claves invaluables que han de ser referentes para impulsar esta colaboración.

Anotación 1. Disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y buscar y hallar la voluntad divina.

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La experiencia de vida plena al estilo ignaciano nace de un proceso personal de hacerse conciente de uno mismo (historia, heridas, manantial, etc.), de las ataduras que nos impiden crecer, y ubicar los “afectos desordenados” para hacerles frente y caminar hacia una mayor libertad.

1. Autoconciencia.2. Autoaceptación.3. Autoliberación.

Anotación 2. Porque no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente. El laico ignaciano no puede quedarse en una mera acumulación de datos o experiencias (personales, sociales, espirituales, etc.), sino es llamado e invitado a vivir procesos intensos, profundos y serios que le permitan adentrarse más en sí mismos, la experiencia de la otredad, y de contacto con Dios. Sólo quien vive en profundidad la experiencia de vida puede entonces encontrar la ruta para discernir los procesos esenciales y tomar decisiones fundamentales. Esta es una clave fundamental contra el activismo que nos aqueja en no pocas ocasiones.

Anotación 3. Usamos los actos del entendimiento y ejercitando el afecto.Integración de los elementos de la razón-cabeza, afecto-corazón, y acción-manos (Kolvenbach), para asumir, tocar y vivir plenamente todas las dimensiones de nuestra persona, de tal forma que integrando éstas, podamos orientarlas a un sentido de vida de mayor trascendencia. Ejerciendo plenamente el proceso de apropiarse de uno mismo.

Anotación 4. Proceso completo de los Ejercicios Espirituales… Unos tardan más en hallar lo que buscan; asimismo, como unos son más diligentes que otros en los ejercicios y son más agitados o probados de diversos espíritus.La vida es un proceso continuo, tal como los ejercicios, donde no podemos pretender llegar a un final y permanecer quietos ahí. La vida es movimiento permanente, y el laico ignaciano debe ubicar su propia existencia desde la lectura de los signos de los tiempos (internos y externos) sabiendo que siempre hay nuevos horizontes por venir. Ubicar la diversidad de dones y carismas, y reconociéndolos, buscar potenciarlos para una invitación común que es el seguimiento de Cristo.

Anotación 5. Entrar en ellos con gran ánimo y liberalidad con su Criador y Señor.Vivir la experiencia de Cristo, al estilo del laico ignaciano, es una invitación a vivir apasionadamente. Nuestra vida con Cristo se vuelve un camino de plenitud que nos llama a seguir adelante en el sentido del “Magis”, y desear y buscar encontrarnos con Dios con todos, y en todas las cosas.

Anotación 6. El que da los ejercicios, cuando siente que al que se ejercita no le vienen algunas mociones espirituales en su alma, mucho le debe interrogar acerca de los ejercicios.El laico ignaciano está invitado a vivir su propio proceso, y a acompañar a otros, siendo muy sutil y asertivo, expresando una crítica fraterna-constructiva y ayudando a que los demás puedan discernir la voluntad de Dios.

Anotación 7. Si ve al que los recibe que está desolado, darle ánimo y fuerzas para que siga adelante.Los laicos ignacianos somos llamados a ser auténticos prójimos de todos aquellos con los que vamos compartiendo vida, y muy especialmente de los más necesitados (Opción por los pobres), por ello somos llamados a ejercitar nuestras capacidades de sensibilidad especial para reconocer el momento interior, el personal y el de los otros. El llamamiento de Dios suele ser retador, complejo, y fuerte, en estos casos hay que saber ser fraternos para dar ánimo, saber retroalimentar sanamente, e impulsar a que se siga adelante.

Anotación 8. Hablarle de las reglas de la primera y segunda semanas, que son para conocer varios espíritus.El laico ignaciano discierne su vida seriamente, hace del discernimiento una actitud cotidiana y un ejercicio del día con día. Reconocer la riqueza del método ignaciano, y vivirlo

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personalmente, es base de nuestro carisma, sin esto (aún en los deseos de desear) no se puede hablar de ser laico ignaciano. Condición si qua non.

Anotación 9. La primera semana, si es persona no versada en cosas espirituales y si es tentado grosera y abiertamente, no explicar las reglas de segunda semana. Anotación 10. Al que los recibe combatido y tentado bajo apariencia de bien, entonces es el momento apropiado para hablarle de las reglas de la segunda semana. El laico ignaciano es invitado a leer/sentir la realidad con respeto y buen criterio según tiempos, lugares y personas. Es necesario partir de una experiencia profunda espiritual de discernimiento y ejercicios, para poder elegir lo más adecuado, y para poder acompañar a otros en aquello que sea lo más adecuado y necesario según su situación particular. A veces empujamos de más, o pretendemos que otros estén en el mismo momento que nosotros y esto nos hace insensibles o poco fraternos.

Anotación 11. Al que está en primera semana aprovecha que no sepa cosa alguna de lo que ha de hacer en la segunda semana.Es una gran riqueza tener los pies bien puestos en la tierra y vivir en el hoy, aunque con los ojos puestos en el mañana, y reconociendo la riqueza del ayer, es fundamental ubicarnos en el momento presente para poder discernir adecuadamente los signos de los tiempos.

Anotación 12. Procure que el ánimo quede satisfecho en pensar que ha estado una hora entera en el ejercicio, y antes más que menos. La constancia y pureza de intención son parte fundante de nuestro proceso laical ignaciano. Esto es especialmente importante para el discernimiento, y para poder vivirnos en una lógica del Magis para el seguimiento de Cristo. Es importante cumplir con lo que se plantea como compromiso, y hacer de esto un estilo personal de actuar. Actitud de entrega y gratuidad.

Anotación 13. En el tiempo de la desolación es muy difícil cumplir con la hora de oración. El laicado ignaciano debe ubicar el autoconocimiento como cimiento estratégico de su identidad, de su experiencia de fe, y de su actuación apostólica. Es muy importante conocernos internamente y reconocernos para ponernos atención y no vivir en una tensión tan honda entre el activismo y el tiempo de reposo (esto es muy característico de nuestro carisma). Contemplación en la acción. Es necesario trabajarnos siempre en el plano interno de lo espiritual y lo psico-afectivo.

Anotación 14. Que anda consolado y con mucho fervor, debe prevenirle para que no haga promesa ni voto alguno inconsiderado y precipitado.Se toma de referencia el autoconocimiento del punto anterior, y además ubicar la riqueza de la sencillez, de lo pequeño como camino de continuidad para alcanzar un bien mayor, como ruta elemental del seguimiento de Cristo. Ser mesurados, con los pies bien puestos en la realidad, aunque siempre con la claridad de la mirada en el horizonte (PyF). El laicado ignaciano sabe hacer altos y tomar la pausa ignaciana para tomar las decisiones más fundamentales. Hemos de movernos siempre con una recta intención.

Anotación 15. No mover más a pobreza ni a hacer una promesa que a sus contrarios, ni a un estado o modo de vivir que otro. Que el mismo Creador se comunique al alma suya, abrazándola en su amor y alabanza.La vida toda es el campo prioritario para la experiencia del amor de Dios en el laico ignaciano. La vida ha de ser un reflejo fiel de la plenitud y la armonía que emana del seguimiento de Jesús y de la voluntad de Dios. A veces es común que vivamos una dualidad entre nuestra prédica y lo que expresamos, a lo que realmente vivimos internamente o en lo íntimo de nuestras vidas (familia, pareja, etc.). Intención de vivirnos en la lógica de la indiferencia ignaciana.

Anotación 16. Si siente afecto a una cosa desordenadamente, es conveniente moverse poniendo todas sus fuerzas, para venir a lo contrario de aquel afecto desordenado. De manera que la causa de desear o tener una cosa u otra sea sólo el servicio, honra y gloria de su divina majestad.La capacidad de una autocrítica constructiva es muy significativa en el laico ignaciano, pues es una primera fase de la lucha interna contra las tretas del mal espíritu y los afectos desordenados.

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Es muy importante saber pedir ayuda y acompañarse de otros para poner rostro al mal espíritu. Es tarea de cada día hacer una firme actualización del compromiso con Dios. Orientar la vida toda a Dios, escuchando los clamores internos.

Anotación 17. El que da los ejercicios sea informado fielmente de las varias agitaciones y pensamientos que los varios espíritus traen. Para darle unos ejercicios espirituales convenientes. La capacidad de escucha es uno de los puntos más importantes a desarrollar para el laicado ignaciano. La sensibilidad con respecto al otro es base de confianza y de la posibilidad de ayudar-acompañar el crecimiento que Dios va proponiendo. Capacidades de: a. Empatía, b. Aceptación incondicional, y c. Congruencia (ECP. Carl Rogers).

Anotación 18. Según la edad, cultura, o talento que tengan se han de aplicar los tales ejercicios.La Inteligencia emocional es un punto a desarrollar y formar siempre para equilibrarla con la inteligencia racional que predominantemente nutrimos y priorizamos, olvidando el reconocer la riqueza de lo menos evidente o más subjetivo, y es en ese campo en el que se mueven las mociones y tretas. El laicado ignaciano se cultiva en el arte del discernimiento más allá de la formación intelectual. Es necesario reconocer las fronteras humanas (en el plano espiritual, racional y en la psique).

Anotación 19. Siguiendo en los misterios de Cristo nuestro Señor el mismo modo de proceder que se declara más adelante a lo largo de los mismos Ejercicios.Cristo es siempre el centro del modelo de seguimiento del laicado ignaciano. Cristo es siempre novedad, impulso y opción de nuestra vida.

Anotación 20. Descubrir los provechos importantes de apartarse de lo cotidiano, de poder estar completamente en presencia del Señor, y mientras más apartado se esté se es más apto para acercarse al Señor.El laico ignaciano no teme a la experiencia de interiorizar y de estar sólo en la oración, muy por el contrario vive esto como un anhelo y un gran don para encontrar los llamados cotidianos del Señor. Sabe ubicar la necesidad fundamental de su corazón y pone los medios para poder encontrarse con el Creador. Incluso las personas o situaciones cotidianas que le son importantes se ponen tanto-cuanto le lleven a seguir fiel al llamado de Dios. La vida orante es un punto fundamental de su vida y base de su acción apostólica.

Anotación 21. Ejercicios para vencerse a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse movido por alguna afección desordenada.Apertura al cambio como una constante, y como permanente posibilidad de crecimiento y reordenamiento son fundamentales en el discernimiento cotidiano.

Anotación 22. Estar más dispuesto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla. Y si la entiende mal corríjale con amor.La vivencia espiritual ignaciana del laico le lleva a ser justo, mesurado y sobre todo sensible para no hacer juicios sumarios o prematuros con respecto a otras personas, por el contrario se vive en una franca solidaridad y fraternidad (Sin perder la objetividad del sitio en donde está cada uno, pero deseando y buscando sacar lo mejor de cada uno).

V. Procesos fundamentales para la concreción del laicado ignaciano.

a) IDENTIDAD. Reflexionar a partir de la 1era. semana de EE centrados en el PyF y el conocimiento interno de nuestro pecado y la misericordia de Dios.Hay una serie de rasgos que se presentan como los retos actuales para el desarrollo de las personas, y como la mayor dificultad a enfrentar de parte de los laicos ignacianos que buscan construir alternativas de esperanza:

1. Se está configurando un tipo de hombre orientado al dominio del mundo, con un estilo de pensamiento formal, una mentalidad funcional-metódica, con motivaciones morales autónomas, y una manera de organizar la sociedad alrededor de la institución

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económica y de sus propios caprichos.2. La economía es el centro de las relaciones sociales. La religión, que tradicionalmente

había ocupado ese lugar, es desplazada hacia la periferia y se recluye cada vez más en la esfera privada.

3. Una cosmovisión descentrada, desacralizada y pluralista. Ya no hay un centro, una ideología única. Aparece el relativismo y comienza a cuestionar la posibilidad de todo fundamento, y de una verdad común. Politeísmo de valores.

4. El dominio de la razón a través de sus expresiones científicas y técnicas que cuestionan todo lo otro que sea distinto, y todo lo que no sea comprobado bajo estricto rigor de la ciencia.

5. Un tipo de hombre celoso de su autonomía individual, pero con ambivalentes manifestaciones de hiper-individualismo narcisista2.

Es evidente que los procesos humanos van sufriendo cambios dramáticos. Los cambios van desde lo más particular, hasta los cambios más hondos de la estructura de las sociedades y que afectan los procesos culturales y sociales. Los más necesitados siguen siendo los que se muestran más vulnerables ante este postmodernismo que busca esclavizar a todos ante el dios dinero-poder. Este es el mundo frente a los laicos ignacianos.

Para responder a esta realidad debemos ir construyendo la conciencia, ubicando etapas de la conciencia de uno mismo para el desarrollo integral, y dando los pasos necesarios para ir creciendo en libertad:

1. Inocencia. Antes de que nazca la conciencia de sí mismo.2. Rebelión. En la que la persona intenta librarse para establecer una fuerza interior por sí

misma.3. Conciencia común de sí mismo. La persona puede ver sus errores, hacerse cargo de sus

prejuicios, utilizar sus sentimientos de culpa y ansiedad como experiencias de aprendizaje.

4. Toma de conciencia. Es la extraordinaria etapa en que se tiene una confianza interior profunda, y que solamente podemos vivir en contadas ocasiones. En nuestra tradición ignaciana podemos, y nos sentimos llamados a, vivir con esta conciencia de manera constante a través del discernimiento de espíritus.3.

b). VOCACIÓN. Reflexionar a partir de la 2da. semana de EE conocer internamente a Jesús que se ha hecho hombre por nosotros para más amarlo y mejor servirlo-seguirlo. Sobre todo sacar el fruto del “Llamamiento del rey eternal” y de la contemplación de la “Encarnación”, para poder ir impulsando una genuina elección en la “Jornada Ignaciana”.Después de descubrir nuestra identidad a la luz de los ojos de Dios es que vamos descubriendo nuestro llamado particular, es decir, el tipo de compromiso que mueve nuestro corazón a salir de nosotros mismos.

a) Características de la vocación ignaciana para el servicio4:1. Laicos y jesuitas tenemos una común inspiración en los EE, en la comunión de una

misma espiritualidad. Dicha espiritualidad fecunda nuestro movimiento como laicos que no es inferior, sino debe tener una realización apostólica concreta (oportunidad) también diferente.

2. Un servicio actualizado. Para responder a las realidades y necesidades de un mundo que cambia constantemente. Tomando como ejemplo el Concilio Vaticano II como referente brillante de la necesidad y posibilidad de tales transformaciones.

3. Participación desde la revalorización del laicado y de su función en la Iglesia (CVII) con una revisión de vida, y que no consiste solamente en el testimonio de la vida, sino en la instauración del orden temporal, cooperando entre ciudadanos con los

2 Adaptadas de MARDONES, José María. Postmodernidad y Cristianismo. P. 323 MAY, Rollo. El hombre en busca de sí mismo. P. 1114 “Una comunidad al servicio de un solo mundo” de Pedro Arrupe para la CVX

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conocimientos especiales y responsabilidades propias; buscar en todas partes la justicia del reino de Dios.

4. No caer en la tentación de tomar la realidad de laico y los grupos ignacianos como el sitio de paz o remanso espiritual solamente. Son ustedes laicos los que pueden hacer muchas cosas que es necesario sean hechas.

b) El servicio y los "cuatro campos de la vida" La Familia: La familia como una forma de Iglesia doméstica según el CVII es por sí misma el primer campo de servicio apostólico. "En la vida matrimonial y familiar el apostolado de los laicos encuentra una ocasión de ejercicio y una escuela preclara si la religión cristiana penetra toda la organización de la vida y la transforma más cada día" (LG 35). Más allá de la propia familia hay que hacer válidos los valores familiares proclamados por la Iglesia.

La profesión: Poner un énfasis especial en nuestra vida profesional, ya que ahí pasamos gran parte de nuestra vida de relación y en donde desarrollamos nuestras capacidades y ponemos nuestras energías. Hay que llevar el mensaje de servicio y de Iglesia desde nuestra propia profesión: Tiempos, lugares y personas.

en el orden laboral, sindical: ocupación, asistencia;

en el ordenamiento legal y de estructuras: justicia, igualdad, libertad, participación, partidos políticos;

en el orden de los servicios: vivienda, escuelas, medio ambiente, salud, tercera edad, energía, protección;

en el orden nacional e internacional: relaciones entre los pueblos, colonialismo, liberación, desarrollo, bloque de naciones.

En esto hay un nivel teórico al que la Iglesia puede aportar la luz doctrinal. Pero en el campo práctico la acción debe ser de los seglares. Una participación clara y entregada. La inhibición por apatía, temor al compromiso, etc. , no deben tener lugar entre ustedes.

Cívico-El político cristiano:

Persona de profunda fe y oración, que por amor a Cristo sirve a sus hermanos en la consecución del bien común a cualquier nivel;

Persona que no se encierra en el partidismo estrecho y oportunista;

Persona de fuerte sentido de Iglesia, que se deja iluminar por la doctrina social y política de ella;

Persona que, teniendo poder, lo usa para servir y no cae en la idolatría del poder;

Persona que inspira a los ciudadanos confianza de que dice verdad y la realiza;

Persona estudiosa de los problemas y su contexto humano; Persona realista en la opción de las soluciones posibles;

Persona humilde para saber consultar y escuchar a todos, y no sólo a sus partidarios o electores;

Persona que confía en la fuerza de Dios ante las dificultades;

Persona que, partiendo de su propio testimonio de vida, procura que en la sociedad se encarnen los valores evangélicos de respeto, fraternidad, crecimiento humano, justicia, dedicación y atención especial a los pobres.

Si queremos santificar la política necesitamos primero que los hombres políticos aspiren a la santidad.

Eclesial: Ustedes son ese "agente multiplicador" que la Iglesia necesita para hacerse presente en la sociedad. No basta con pertenecer a una comunidad o grupo pastoral para decir que ya se está

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dando vida a un movimiento eclesial. No han cumplido sus objetivos cuando los grupos marchan muy bien, las reuniones se celebran con regularidad y sus miembros se sienten fraternalmente unidos en la eucaristía, pero no dan el paso adelante a una irradiación de servicio apostólico en las maneras descritas.

c) MISIÓN. Reflexionar a partir de la 3era. y 4ta. semanas de los EE para confirmar la elección en el proceso de vocación (amplia), y orientar la vida a un seguimiento del Jesús que da la vida y resucita en el día con día y nos invita a colaborar con él y a vivir en plenitud, con un énfasis especial en el compromiso con los más excluidos. Sobre todo en la contemplación de “Jesús en la cruz” y la “contemplación para alcanzar amor”.Este tercer proceso tiene qué ver con la concreción específica de nuestro llamamiento en la experiencia de compromiso y búsqueda de transformación de la realidad.

Como laicos ignacianos que quieren madurar internamente para dar más frutos y servir más debemos procurar vivir y desarrollar condiciones que favorezcan:

1- La autoestima.2- La responsabilidad personal y compartida.3- El respeto.4- La conciencia personal y la conciencia compartida.5- La integración interpersonal y la apertura al otro.6- La sensibilidad social para entender la realidad del otro, especialmente el más necesitado.7- El reconocimiento de nuestra capacidad para influir y contribuir en los procesos de cambio y en la vida de otros.8- Saber que somos instrumentos para la construcción del Reino de Dios.9- Poner la vida al servicio del reino.

Entendiendo este sentido de Misión que quiere construir Unidad con Cristo en el amor es que impulsamos nuestra acción ignaciana procurando:

1. El bien más universal, más durable: pensar globalmente, actuar localmente, en una intención de cambiar las estructuras de desigualdad y negación de la vida que están presentes en todos los sitios donde está nuestra misión.

2. La mayor necesidad o urgencia: discernir a fondo para responder a las cuestiones más vitales, donde se juegue la verdadera lucha por cambiar este mundo, en una radicalidad apostólica, siempre en comunidad, en el sentido de envío y misión de Iglesia, pero estando en donde otros no están.

3. El mayor fruto: buscar acciones estructuradas, discernidas, en otras palabras, bien estratégicas, de tal forma que podamos promover el desarrollo integral de personas, comunidades y culturas, siendo ellas los sujetos y actores de su propia liberación a la luz de los ojos de Dios.

VI. Invitación a tejer las redes ignacianas y la colaboración con el laicado para la misión

La diversidad propia de nuestra mística común nacida de la fuente de los Ejercicios Espirituales, nos presenta, en el tejido de la denominada Red Apostólica Ignaciana (RAI que fue impulsada por el Decreto 13 de la CG34, y se confirma en el decreto 6 de la CG35), los estilos plurales y muy diversos de vivir la experiencia de Dios en este modo de espiritualidad que busca una libertad para el mayor amor y servicio a los otros: Quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, buscar y hallar la voluntad divina…5. Esta diversidad es don y reto, no solo para jesuitas, sino también para un gran número de laicos y laicas quienes a través de la historia han sido confinados a una vivencia de la espiritualidad como meros receptores; y para tantos más que han asumido la comodidad de mantener una postura pasiva acerca de la propia tarea y ministerio al que hemos sido llamados dentro de la Iglesia de Cristo.

La RAI debiera funcionar como mecanismo específico / instrumento que tenga un serio aporte ante la urgencia de articulación en procesos más globales. Tejiendo redes de solidaridad entre

5 Ejercicios Espirituales. Número 1.

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los grupos, instituciones y personas que viven auténticamente la espiritualidad ignaciana, para dar respuestas más vivas, más eficientes, y de mayor alcance, apostólicamente hablando, ante los retos de nuestros tiempos. Promover la riqueza de la multiculturalidad, multidisciplinariedad, e incluso de la diversidad de ideologías para responder de una manera más integral a los complejos problemas provocados por el pecado estructural y el individualismo que nace de los nuevos modelos de sociedad. La CPAL va funcionando también como red apostólica ignaciana. Plataforma que articula acciones ignacianas más amplias.

Consolidar una mayor unidad, desde el gran mosaico de diversidad que representamos, animando progresivamente: 1. Una mayor relación para compartir y comunicarnos pro-activamente, para posteriormente 2. facilitar unos a otros los espacios, procesos de formación, y modelos más funcionales de cada grupo, institución y/o personas desde la amplitud de los servicios y trabajos: académico, espiritual, pastoral u otros, logrando en algún punto 3. espacios de formación conjunta, en lo inter-sectorial (educativo, social, formación y pastoral), y llegando en última instancia a 4. establecer una plataforma funcional que permita afianzar la unidad en la diversidad con una conciencia ascendente de pertenencia local, regional, nacional y mundial entre personas que viven la Espiritualidad Ignaciana. Para ir más allá de nosotros mismos y nuestras identidades particulares, y tener una actuación más certera ante las necesidades concretas de la fe y culturas actuales: Ser verdaderos contemplativos en la acción como cuerpo articulado.

La Red Apostólica Ignaciana (RAI) ha nacido de maneras muy diversas y variadas en cada una de las Provincias donde se ha animado su creación. No es posible hablar de “UNA” manera válida de hacer RAI. Así se ha planteado por la CG34, respondiendo a la realidad actual de multiculturalidad para promover la riqueza de la diversidad, pero también planteando el enorme reto de encontrar, especialmente ahora con los impulsos de la Congregación General 35 y para los horizontes futuros, los medios concretos que permitan animar un estilo de Red compartido que facilite posteriormente un esfuerzo de misión fraterna entre los grupos ignacianos a lo largo y ancho del mundo.

Algunos de los retos más significativos para la consolidación de las Redes Apostólicas Ignacianas en busca de una verdadera colaboración entre laicos, laicas y jesuitas son:

1. El desnivel de formación, compromiso, y de profundización en la fe y en la espiritualidad ignaciana que hay entre los laicos y jesuitas que integran las RAI.

2. La dificultad de encontrar personas dispuestas a dedicar un tiempo significativo para animar una propuesta de articulación entre ignacianos, e incluso la dificultad de apertura de algunos grupos o instituciones “ignacianas” para compartir con otros sus espacios, metodologías y tiempo.

3. La oposición de algunos jesuitas con respecto a una dinámica de diálogo horizontal con laicos y laicas donde se pierden los privilegios de la verticalidad y del control sobre los grupos.

4. La posición de muchos laicos y laicas de comodidad o de infantilismo de fe al depender de la dirección única de un jesuita particular, o la desconfianza ante otros laicos que aunque bien formados no representan la figura de autoridad del sacerdote.

5. La compleja posición de poder y manejo de la autoridad de algunos laicos, laicas y jesuitas hacia dentro de sus respectivos grupos e instituciones, así como los protagonismos exacerbados que a la larga rompen con toda posibilidad de abrir las puertas a un auténtico diálogo horizontal.

La RAI es una oportunidad, y la expresión de una gran necesidad histórica, de buscar espacios de diálogo más horizontales; ha sido también un prisma que ha dejado salir a la luz lo mejor y lo peor de nuestro proceso alrededor de la colaboración de laicos y jesuitas. Si vemos con madurez esta realidad de dones y carencias, la RAI será un buen medio para crecer juntos y para dar pasos serios aprendiendo de las experiencias más positivas, y sin duda aprendiendo de los errores del pasado para construir un futuro más prometedor ante la urgencia de un modo de Iglesia más horizontal y en mayor contacto con la realidad.

VII. Algunas luces y retos en la construcción de las redes apostólicas ignacianas (Disc. RAI México)

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Lo más esencial es la Misión. Lograr que sea realmente vivida con sentido, en profundidad.

Distinguir Misión, de apostolado, trabajo remunerado, actividades específicas. Homogeneizar nuestro entendimiento de la Misión amplia (construir Reino desde un sentido apostólico de la vida toda) y los proyectos más concretos.

Fomentar y buscar todo aquello que ayude a acrecentar el sentido, valor y responsabilidad de Misión de los laicos (EE: llamamiento, identificación con la causa de Jesús, y otros como gestos, envíos, símbolos, compartir, teorías, etc.).

Mantener la apertura a la solidaridad efectiva en emergencias o necesidades coyunturales (concretas) de fraternidad. Este es el espacio más natural y funcional de nuestra colaboración. Aprender de ello para impulsar más estratégicamente.

Vivir la profundidad de los EE de manera conjunta, como espacio prioritario de formación para la colaboración. Grupos de discernimiento, acompañamiento mutuo, etc.

Tener claridad de las mediaciones, para no confundirlas con la Misión (Comprender la identidad propia de las instituciones y su viabilidad al modo del mundo. Otra mediación son las diferencias de marcos teóricos o ideológicos para actuar. El mismo estado de vida es mediación). Se puede entrar en desolación cuando se absolutizan las mediaciones.

Importancia de afianzar la identidad ignaciana y los espacios de discernimiento común: madurar hacia una fe adulta.

Importancia de clarificar la identidad del laico ignaciano. Atención especial a su formación desde su especificidad. Ubicar diferencias y semejanzas entre identidad jesuita y laical ignaciana.

Mantener una postura proactiva y presencia, para hacer eco y reflexionar sobre el tema de la colaboración en todos los espacios posibles pertinentes (Obras, RAI, CAI, Comlajes, Cpal, y en cualquier otro espacio que se vaya generando).

Lo relacionado al gobierno de la Provincia pertenece exclusivamente a los jesuitas. Los laicos podemos dialogar con esta realidad tal como es cuando sea adecuado y requerido.

Seguir fomentando el cariño fraterno en la relación, lo espontáneo-natural que enriquece. Que este cariño nos pueda llevar a vivir la corrección fraterna (hablar y compartir temas difíciles).

Horizontalidad cuando se disciernen los medios concretos para la Misión común. Confianza, esperanza y optimismo en que sí es posible el modificar las relaciones

inmaduras (desconfianza, protagonismos, paternalismos, infantilismos, etc.). Reconocer que la espiritualidad ignaciana es don de la Iglesia Universal, no tiene

dueño. Tradicionalmente se ha considerado a la Compañía como garante de su autenticidad (Valorar otros aportes en esta línea).

Ubicar y respetar los ritmos del gobierno de la provincia, de las instituciones y las personas, sin que esto sea excusa para una respuesta pasiva ante la exigencia de la realidad.

Necesidad de claridad al establecer los esquemas de colaboración entre los ignacianos (para lo civil, laboral, lo geográfico, lo psicológico (quiebres, amistades, etc.), lo pastoral, la vocación cristiana (desde un llamado y una opción), etc.).

No hay perfiles / sistematización claros con respecto al trabajo hacia dentro de los proyectos de la Compañía a manera de misión más amplia. Falta de planes y elementos de evaluación de desempeño que permiten atraer a personas con un perfil específico y competencias para esta labor, y no tanto desde la intuición o amistad con algunas personas para tomar los puestos.

Tener una claridad, intencionalidad y una planeación estratégica para la formación de cuadros laicos y jesuitas dentro de los procesos ignacianos de colaboración.

Reflexión presentada por:Mauricio López Oropeza

Secretario ejecutivo de la Red Apostólica Ignaciana en MéxicoMiembro del Consejo ejecutivo de la CVX México

[email protected] y [email protected]