#1-alpha girl de kate bloomfield-saga wolfling(1)

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    Staff  

    Moderadora Akanet

    Traductores Agus.Torres, Akanet, Axcia, Cereziito24, Doña Truji (Book Crystal),

    Eli25, Likeyp, Lililamour, Loby Gamez, Love Story (Book Crystal), Mokona,Mona, Nayelii, Nelly Vanessa, Nelshia, Roxy (Book Crystal), xx.Majo.xx

    Correctores Dabria Rose, Dennars, Elena Ashb, Maggiih, Mayelie, Nony_mo,

    Viriviri

    ModeradoraElena Ashb

    Revisión y recopilaciónElena Ashb y Kuami

    Diseño

     Jane

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    ÍndiceSinopsis

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Lone Girl (Wolfling #2)

    Sobre la Autora

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    SinopsisRose Goldman de diecisiete años de edad es muy impopular en la

    pequeña ciudad de Halfway. Desde el "ataque" cuando era una niña, lagente y los animales le han tenido miedo. Es intimidada en la escuela yllamada "perro mojado", debido a la forma en la que huele, a pesar de serextremadamente higiénica. Sin embargo, la vida da un giro cuando unnuevo profesor comienza a trabajar en Halfway High. El señor Stone, elpeculiar y carismático profesor de inglés tiene el doble de edad que Rose,pero ella siente una atracción inexplicable hacia él desde el primer día. Apesar de su buen juicio, Rose busca una amistad con el señor Stone, queparece incapaz de mantenerse alejado de ella.

    ¿Qué está tirando de esta improbable pareja para que se unan?

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    Capítulo 1 is padres me describían como una niña feliz: juguetona yllena de energía como la mayoría de los niños. Tenía amigos,me invitaban a fiestas y me iba bien en la escuela. En general,

    era una persona agradable para tener alrededor.

    Eso fue sin embargo, hasta que algo terrible me sucedió, algo quecambió mi vida para siempre.

     Todo empezó cuando tenía nueve años y durante una excursión conmis padres en el bosque fui atacada. Nadie sabía qué era en el momento

    pero dejó profundos rasguños en mi muslo izquierdo y marcas de dientessobre mis costillas.

    Después del ataque se me consideraba una niña extraña. Apenashablaba y estaba desinteresada en otras personas y sus vidas. Me sentíadesconectada del mundo como si no perteneciera a él. Quizá estuvieraloca.

    Pronto me di cuenta de que los animales se comportaban extraño amí alrededor, como si estuvieran asustados.

    Incluso nuestro perro Rocky dejó de acercarse a mí después delataque. Era como si pudiera sentir que estaba dañada por dentro;

    marcada internamente.Fue entonces cuando mi familia comenzó a desmoronarse.

    En esos días mis padres estaban demasiado ocupados con suspropias vidas para prestar mucha atención a lo que hacía. O bien estabantrabajando o teniendo amantes. Tal vez el estrés de mi ataque fuedemasiado para ellos y comenzaron a separarse.

    Apenas hablaba con ellos. Una vez al mes, si tenía suerte.

    Verán, después de mi ataque, me convertí en una niña enfermiza.Cada mes, sin falta, estaba postrada en la cama durante un par de días.Debido a esto mi trabajo escolar sufrió.

    Ah, se me olvidaba presentarme. Mi nombre es Rose Goldman y tengodiecisiete años. Vivo en una pequeña ciudad llamada Halfway, que espopular entre los turistas por el gran excursionismo y los lugares cercanospara pescar; cosas que no me interesan. Ya no, de todos modos.

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    Halfway1  fue denominado así porque está exactamente a mediocamino de los destinatarios; es ese pequeño bache en el mapa donde tedetienes para llenar tu auto con gasolina, salir a caminar o hacer unpicnic pero nunca para permanecer demasiado tiempo.

    Mi madre trabaja en la industria farmacéutica, una carrera muy

    aburrida a la que no tengo ganas de unirme. Mi padre tiene un trabajoigual de tedioso como gerente de proyectos para una compañía deconstrucción local.

    Con los años he llegado a ser mejor hablando con la gente einteractuando con otros estudiantes.

     Todavía soy considerada extraña por mis compañeros de clase pero almenos hay unas cuantas chicas quienes permiten que me siente con ellasdurante la hora del almuerzo. Me he vuelto muy buena en ocultar mirareza.

    Supongo que la verdadera historia comienza el primer día del nuevo

    año escolar.

    Martes Faltan 21 días

     

     — Hola, Rose —dijo mi “amiga” Sadie, sentada junto a mí. 

     — Hola  — respondí, sin levantar la vista de mí libro. Era una granlectora. Los libros me permitían escapar del infierno que era mi vida.

     — Amy dijo que tenemos un nuevo profesor de inglés  — dijo Sadie,sacando su caja de lápices y poniéndolos sobre la mesa.

    Gemí. Tener un nuevo profesor significaba que la clase seríaescandalosa e intolerable. Era un pase de acceso. Los estudiantesactuarían hasta que el profesor hubiese ganado suficientes puntos dereputación para controlar a los alumnos. Era un poco como la cárcel dealguna manera. Cuanto más tiempo tengas enseñando en la escuela, másrespetado eres. Este nuevo profesor iba a tener un tiempo muy difícilcontrolando a un grupo de jóvenes de diecisiete años.

    El nuevo profesor entró en la clase en ese momento y se giró hacia la

    pizarra. Al instante, un olor increíble llegó a mis fosas nasales. Era dulcecomo la canela pero almizclado. Quizás era su perfume.

    Nadie dejó de hablar mientras escribía su nombre en grandes letrasblancas, todo el mundo siguió en lo que estaba, sentados en sus

    1 Halfway: En español “a medio camino”. 

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    escritorios, riendo y charlando. Ni siquiera me molesté en levantar la vistadel libro que estaba leyendo.

     — ¡Buenos días a todos!  — gritó por encima del parloteo. Nadie leprestó atención. Sentí pena por él pero de todos modos seguí leyendo milibro — . ¿Puede todo el mundo tomar sus asientos, por favor?  — Intentó.

    Nadie se movió. En todo caso, el volumen de las conversaciones aumentó.¡Crack!

     Todo el mundo saltó cuando el nuevo profesor golpeó su regla contrael escritorio.

     Todos lo miramos, con los ojos abiertos.

     — Ahora que tengo su atención.  — Sonrió educadamente — , ¿podríanpor favor tomar sus asientos?

     Todos los estudiantes hicieron lo que les dijo, lanzándole al profesormiradas oscuras.

     — ¡Bienvenidos! Mi nombre es señor Stone. No señor  Stoner 2   ocualquier otro nombre que se les ocurra, ¿de acuerdo?

    El señor Stone parecía estar a finales de sus veintes o tal vez a iniciosde sus treintas, con una capa de gris en el cabello marrón, como si añosde duro trabajo y estrés lo hubieran envejecido prematuramente.

    Sus ojos eran de un verde bosque profundo, acompañados de laspatas de gallo que se arrugaban mientras sonreía a la clase. Vestía untraje de tweed3 que era un poco demasiado corto alrededor de los puños,como si hubiera sido adaptado para alguien que no era él. Parecía el tipode cosas que encontrarías en una tienda de segunda mano.

     — Ahora, es mi primera vez en esta escuela, así que espero quepodamos dejar las bromas pesadas, ¿de acuerdo? ¿Por qué no empezamospor pasar lista? Cuando diga su nombre, ¿por qué no cada uno se pone depie y me dice algo sobre sí mismos, de acuerdo?  — Había autoridad en suvoz, pero su expresión seguía siendo alegre.

     Todos se miraron unos a otros con nerviosismo.

    El señor Stone sonrió y pasó lista en su escritorio.

     — Está bien... vamos a ver quién es el primero. ¿Blacklock, María?

    Una chica se puso de pie y dijo en voz baja:

     — Um, hola. Mi nombre es María y toco el clarinete.

     — Muy bien, gracias María  — dijo el señor Stone, marcando sunombre — . El siguiente es Deveraux, Sadie.

    2 Stoner: Persona que fuma marihuana.3 Tweed: Tejido de lana áspera, cálido y resistente.

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    Mi amiga Sadie se puso de pie y echó su largo cabello rubio sobre suhombro. Dio al señor Stone una sonrisa deslumbrante mientras decía:

     — Hola señor Stone, mi nombre es Sadie y soy Leo, lo que significaque soy un poco exuberante.

    Me sentí avergonzada por Sadie mientras se sentaba de nuevo.

    El siguiente fue Aaron Ford, luego Emily Galia.

     — Rose Goldman — dijo el señor Stone, mi nombre deslizándose en sulengua como terciopelo.

    Me puse de pie. Quería decir algo memorable pero nada me habíavenido a la mente.

     — Me llamo Rose  — dije, mirando al señor Stone, quien parpadeócortésmente en respuesta. Encontré extraño que hiciera contacto visualconmigo. Nadie lo hace usualmente —. Y yo… 

    Uno de los chicos “populares” de mi clase tosió de forma ruidosa laspalabras “perro mojado”  claramente audible.

    No era la primera vez que me habían llamado así.

    Había estado a punto de decir que me gusta leer . En su lugar dije:

     — Y no le gusto a nadie.

     Todo el mundo en la sala de clase se echó a reír mientras me volvía asentar, imperturbable.

    El señor Stone me miró con las cejas levantadas.

     — Bueno, estoy seguro de que me gustarás bastante, Rose.

    Varias personas rieron.Una vez que la lista fue completada, el señor Stone comenzó a repartir

    la literatura del semestre, un libro llamado El Color Purpura 4 .

    Cuando me alcanzó, el señor Stone colocó el libro en mi escritorio y sequedó mirando por un momento la novela que había estado leyendo,Memorias de una Cortesana 5 .

     — Una opción interesante  — dijo, señalando mi libro — . ¿Lo estásdisfrutando?

     — Sí, es muy sexy — contesté, sin levantar la vista.

     — ¿Sabes que fue prohibido en los EE UU por un largo tiempo?

    4 El Color Púrpura: Novela homónima de Alice Walker ganadora del Premio Pulitzeren 1983.

    5  Memorias de una Cortesana:  Popularmente conocida como Fanny Hill, es unanovela erótica de John Cleland publicada en Inglaterra en 1748. Es considerada como “laprimera prosa pornográfica Inglesa y la primera pornografía que usa la forma de novela”. 

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     — Ciento cincuenta y dos años  — dije — . Entre mil ochocientosveintiuno y mil novecientos setenta y dos.

     — Correcto. — El señor Stone sonrió — . Has hecho tu investigación.

    Por supuesto que la había hecho. Estaba obsesionada con mis libros.

    Ignoré al señor Stone y él avanzó sin decir nada más. — ¡Oh, Dios mío! — dijo Sadie durante el almuerzo — . ¿Qué tan bueno

    está el señor Stone?

    Sarah, otra “amiga”, miró su horario.

     — Oh, no me toca con él hasta mañana. 

     — Sarah   — dijo Sadie, con la boca llena de comida — . Es maravilloso .

     — Puag, Sadie, es viejo — dijo María.

    Sadie rodó sus ojos.

     — Sólo se ve como de unos treinta años.

     — Sí, eso es doce años mayor que tú — dijo María.

    Sarah levantó las cejas y me miró.

     — ¿Es bien parecido, Rose?

    Me encogí de hombros, sin comprometerme.

     — Está bien. No encuentro a nadie atractivo, la verdad.

    Esa tarde caminé a casa desde la escuela, como de costumbre. Elcamino no estaba vacío cuando llegué, lo cual era inusual ya que mispadres no deberían de llegar a casa del trabajo por otras dos horas. Dos

    autos estaban aparcados en la calzada: el de mi madre y el de un extraño. — Hola, mamá — dije cuando entré por la puerta principal — . Estás en

    casa temprano.

    Mi madre estaba en la cocina sirviendo un vaso de vino.

     — Oh, hola cariño.

     — ¿No es un poco pronto para empezar a beber? — pregunté.

    En ese momento escuché que tiraron del inodoro en el pasillo y unhombre extraño entró en la cocina un momento después.

     — Oh, Rose. Este es el señor Jenson, de la oficina. Vamos a trabajar

    un poco desde casa esta noche.Mentirosa,  pensé. Sería hasta hora y media antes de que mi padre

    llegara a casa.

     — Hola — dije, mis ojos lanzándose entre ellos. Estaba acostumbrada ahombres extraños que entraban a nuestra casa.

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     — Hola, ¿Rose, verdad? Tu madre me ha hablado mucho de ti — dijo elseñor Jenson. No me miraba a los ojos cuando hablaba. Como muchosotros, le resultaba difícil mirarme.

     — ¿Lo hizo? — pregunté — . ¿Cómo qué dijo?

     — Me dijo la brillante chica que eres.  — Miró a mi madre mientrashablaba.

     — Ella mintió — dije, mi expresión impasible.

     — ¿Cómo estuvo la escuela?  — preguntó mi madre, claramentetratando de calmar la situación.

     — Normal  — contesté — . Tenemos un nuevo profesor de inglés. Sadiecree que es caliente.

    Mi madre se mofó.

     —  Tal vez voy a tener que ir a las reuniones de estudiantes y maestrosde este año entonces.

    Me moví incómoda, con ganas de ir a mi habitación y dejar a mimadre con su colega.

     — Bueno, creo que podría ir a mi habitación y leer un rato.

     — Está bien, cariño — dijo ella, mirando al señor Jenson.

    Una vez que estuve encerrada en mi habitación me dejé caer sobre lacama y saqué un libro de debajo de mi almohada. Era mi escape.Necesitaba estar en otro lugar.

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    Capítulo 2Miércoles Faltan 20 días

    l Color Púrpura  es una novela hecha de cartas, escritas porla protagonista Celie, para Dios. Ahora, en la primera cartaaprendemos que Celie fue violada por su padre y… 

     — Enfermo bastardo  — murmuró alguien. Hubo una colección de

    risitas a lo largo de la clase.El señor Stone escogió ignorar el comentario y continuó con su

    resumen.

     — Su padre le dice a Celie que tiene prohibido hablar de losencuentros así que ella escribe esas cartas a Dios. ¿Puede alguien decirmepor qué?

    Habíamos leído el libro en clase a lo largo de la última semana yestábamos ahora profundizando en el análisis de su contenido. Encualquier caso, nadie pareció capaz de contestar la pregunta.

     — ¿Alguien? — Presionó el señor Stone.

     Todos inclinaron sus cabezas, no queriendo ser llamados.

     — Aaron, ¿tú que piensas?  — dijo el señor Stone, subiéndose a símismo en su escritorio al frente de la clase.

     — Ehhh. — Aaron Ford frunció el ceño y pareció estar concentrándosefuertemente —. Bueno… si ella no escribiera las cartas, entonces no habríaun libro, ¿o sí?

    El señor Stone no pudo evitar sonreír; una amplia y gran sonrisablanca perlada que alcanzó sus ojos.

     — Cierto, supongo — dijo — , pero Dios, en esta novela, representa unaabstracta figura autoritaria para que Celie se confiese. Vemos su idea deDios evolucionar a lo largo de la narrativa. ¿Correcto?

    Nadie dijo nada. Me moví incómodamente y los ojos del señor Stonese posaron en mí.

     — Rose — dijo repentinamente, haciéndome saltar — . ¿Cómo crees quecambia la percepción de Celie de Dios?

     —E

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     —Um… Para Celie, Dios pasa de ser una idea abstracta… a estar enella — dije.

     — Correcto — dijo el señor Stone, sonriéndome.

    Afortunadamente, no volví a ser llamada por el resto de la lección perose nos dio una asignación ese día que debía ser entregada en una semana.La clase lo encontró escandaloso pero el señor Stone calló sus protestas.

    Mientras dejaba el aula, el señor Stone me dio un pequeño guiño quefue suficiente para volver mis mejillas de un profundo tono de rojo.

    De acuerdo, quizás el señor Stone era   bien parecido. Justo losuficiente. Era capaz de apreciar la belleza masculina sin estar atraídahacia alguien. Sin embargo, parecía que la mayoría de las chicas en laescuela tenían un enamoramiento con el profesor. Soltaban risitas cuandopasaba de largo o lo fastidiaban cuando estaba en servicio en el patio de juegos. Sadie era una de esas tristes chicas que lo seguían alrededor comoun cachorrito perdido. Era como si él fuera una celebridad en la escuela.

    Por otro lado, yo era enormemente impopular. Las únicas personasque no me fastidiaban eran el grupo de chicas que me permitían sentarmecon ellas en el almuerzo. El resto me molestaba debido a mi enmarañadocabello y extraña naturaleza. Me llamaban “perro mojado”.  Algunaspersonas incluso me ladraban.

    Había aprendido a ignorarlo.

    No era una alumna particularmente dotada. En raras ocasionesrecibía una A pero mayormente mis notas eran promedio, en el mejor delos casos. Era terrible en matemáticas, obteniendo C’s y D’s. 

    Inglés era por mucho mi mejor materia ya que devoraba los libros. Tenía un trabajo a media jornada en una tienda de café local como

    camarera, trabajando dos noches por semana. Era una mierda de sueldo yhoras de mierda pero era dinero en el bolsillo. Con eso era capaz decostearme las pequeñas necesidades de la vida. Sin mencionar los diezdólares que mi mamá me daba cada semana por varias tareas en la casa.A veces me daba dinero extra por mantenerme callada sobre sus visitantesmasculinos. Todo este dinero iba hacia el automóvil para el que estabaahorrando. Ya tenía mi permiso de conducir, pero no un vehículo. Conalgo de suerte, sería capaz de costear un auto para el tiempo en queterminara la escuela secundaria. Mis padres preferirían saltar unprecipicio a prestarme su auto.

     Tenía un turno esa tarde, de cuatro a ocho, así que caminaría directohacia allí después de la escuela y me cambiaría una vez que llegara.

    Llevaba una hora en mi turno cuando la campana en la puerta sonófuertemente, señalando la llegada de otro cliente. Era una tarde calmada yestaba trabajando con la gerente, una mujer joven a principios de susveinte su cabello era color rosa chicle y se llamaba Estelle.

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     — Hola, señor, ¿qué puedo ofrecerle hoy? — preguntó Estelle al cliente.

    El cliente caminó hacia el mostrador y un olor familiar alcanzó minariz. Usualmente, los granos de café dominaban todo pero esta esenciaera tan fuerte que era casi intoxicante.

     — ¿Puedo por favor tener un latte mediano libre de gluten con lechedesnatada para llevar?

    Mi atención voló al cliente. Era exactamente lo que generalmenteordenaba. Cuando vi quién era, dejé caer el paño que estaba sosteniendo.

     — ¡Señor Stone!  — dije, deteniéndome de recogerlo. Ahora supe porqué el olor había sido familiar. Era el inusual perfume del señor Stone.

     — Ah, hola Rose  — dijo mientras sacaba su billetera — . No me habíadado cuenta de que trabajabas aquí.

    El señor Stone le tendió un billete a Estelle, el cuál tomó, dándole elcambio exacto un momento después.

     — Eh, sí  — dije, mis mejillas volviéndose rosa — . Dos tardes porsemana.

     — Eso es genial.

     —Curioso… sobre su pedido — dije, agarrando una copa mediana.

     — ¿Lo es? — dijo, introduciendo la billetera de vuelta en su bolsillo.

     —Sí, bueno… es lo que usualmente pido. No es un pedido común.

    El señor Stone me disparó esa amplia y deslumbrante sonrisa.

     —Bueno… entonces veamos qué tan bien puedes hacer un café.

    Nunca había tenido tal cuidado con un café antes. Una vez que laorden estuvo completa la puse en el mostrador con una mano temblorosa.No estaba segura de por qué, pero quería que le gustara al señor Stone.

     Tomó la taza y llevó el café a sus labios, tomando un sorbo. Sonrió,lamiendo las gotas de líquido que quedaron en su labio inferior. No pudeevitar mirar.

     — Fantástico. — Sonrió — . Uno de los mejores que he tomado.

     — ¿De verdad? — pregunté, sosteniendo el paño en mi mano izquierda.Su aprobación fue extrañamente gratificante.

    El señor Stone sonrió cálidamente y tomó otro trago. — Podría volver, señorita Goldman.

    Sonreí.

     — Me gustaría eso.

    El señor Stone tragó y sostuvo el café en alto.

     — Gracias, Rose. Te veré más tarde, ¿bien?  — Y con eso dejó lacafetería sin otra palabra.

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    Estelle se quedó a mi lado, mirando al señor Stone alcanzar su auto yalejarse.

    Estelle era probablemente una de las pocas personas que toleraba.Me enseñó que no importaba lo que cualquiera pensara sobre mí mientrasme mantuviera fiel a mí misma. Había sido intimidada en la escuela

    debido a su brillantemente teñido cabello y piercings. Su originalidad era apropósito, sin embargo. En cambio, yo no tenía opción.

    El resto de mi turno pasó sin ningún incidente y dejé el café a lasocho en punto, saliendo a una acera iluminada por farolas. Caminaba atodos lados debido a que mi casa no estaba lejos de la escuela o de lacafetería. Sólo me tomaría diez minutos.

    Jueves Faltan 19 días

     

    Gimnasia era con mucho, mi materia más odiada, no porque no fueramuy buena en ella. Por el contrario, tenía excelentes reflejos y no estabaen baja forma ya que caminaba casi a todas partes. Odiaba la gimnasiapor una razón completamente diferente, los pantalones de gimnasia. Esaspequeñas cosas negras que nos hacen usar, que quedan demasiado altosen el muslo. Los despreciaba.

    Al ser altamente impopular siempre soy elegida de última para losdeportes en equipo. Elegirían al chico en muletas antes que a mí. Enrealidad eso no me molestaba demasiado, estoy acostumbrada y no podríaimportarme menos lo que alguien pensara de mí.

    Sin embargo, quería mantener mis cicatrices en secreto, debido a quesabía que eso sólo les daría a los otros estudiantes más munición contramí.

    En la clase de gimnasia de hoy estábamos jugando voleibol. Debíhaber adivinado que iba a salir mal.

     — ¡Oye chucho!  — dijo uno de los chicos del equipo de mi clase — .¡Búscalo!

    Él procedió a lanzar una pelota de voleibol en mi dirección, la cual

    esquivé fácilmente. No me molesté en replicar. ¿De qué servía?La profesora de gimnasia, la señora White sopló su silbato y envió al

    chico en cuestión fuera de la cancha. Seguí jugando pero traté de pasardesapercibida entre mis otros compañeros de equipo.

    Fue hacia el final de la lección donde todo empezó a ir cuesta abajo.Debido a la actividad física, mis shorts habían comenzado a subir por mismuslos y los estudiantes sentados en el banquillo estaban empezando a

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    apuntar y susurrar. Me tomó varios minutos darme cuenta, ya quenormalmente trataba muy duro de ignorar las murmuraciones.

    Simplemente muy tarde me di cuenta de que las cicatrices en mimuslo se mostraban bajo el dobladillo de mis shorts de gimnasia. Losenderecé enseguida, con mi rostro ruborizándose.

    El chico que me había lanzado el balón empezó a ladrar, mientras quesus amigos aullaban.

    Mi estómago burbujeó con ira, pero la reprimí.

    Lunes Faltan 15 días

     

    La siguiente semana entregué mi asignación de El Color Púrpura   y

    estaba deseosa de averiguar mis resultados. Me había esforzado mucho enese ensayo, sólo para estar decepcionada.

    Cuando el señor Stone me devolvió la asignación una semana mástarde, mi rostro cayó mientras miraba la C+ en la parte superior de lapágina. Había estado tan segura de que al menos obtendría una B+.Enojada conmigo misma, metí el ensayo en mi bolso.

     — ¿Cómo te fue? — susurró Sadie, inclinándose hacia mí.

     — Bien — susurré.

    Sadie ondeó su ensayo frente a mi rostro.

     — Obtuve una B+  — dijo — . Supongo que el señor Stone es duro conlas notas.

     — Lo hiciste mejor que yo — dije agriamente.

    Permanecí de mal humor el resto de la clase.

    Mi turno ese día fue aburrido. No habíamos visto un cliente en toda latarde. Estuvo tan calmado que mi jefe, Estelle, me dejó las llaves y fue acasa temprano, pidiéndome que cerrara. No era la primera vez que estopasaba. Había cerrado el café varias veces antes.

    Pasé la tarde limpiando y soñando despierta. Eso fue hasta que el

    señor Stone llegó al café faltando un cuarto para las ocho, quince minutosantes de la hora de cerrar. Vestía el mismo peculiar atuendo de siempre;camisa desajustada, pantalones cortados en los tobillos y un viejo saco.Pude ver sus calcetines azul marino y zapatos náuticos con cordones.

     — No es demasiado tarde, ¿o sí? — preguntó, entrando en la tienda.

    Me levanté abruptamente, secando mis manos en mi delantal.

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     — Uh, no, por supuesto que no  — dije — . ¿Latte libre de glutendescremado?

     — Sí, por favor.

    El señor Stone puso sus manos en sus bolsillos mientras trabajaba ensu orden, yendo y viniendo por la tienda. Cuando estuvo hecho, lo deslicépor el mostrador hacia él. Él sacó su billetera pero hice un gesto negativo.

     — Cortesía de la casa — dije.

    El señor Stone paró de revolver su billetera y alzó la vista hacia mí.

     — ¿Qué?

     — Sin cargo — dije.

    Él miró el café.

     —  Tengo que pagar — dijo.

    Hice un gesto negativo.

     — Está bien.

     — No.  — Él sonrió amablemente y me tendió un billete de veintedólares — . Tengo  que pagar.

    Fruncí el ceño y le arrebaté los veinte dólares de la mano antes dedevolverle el cambio.

     —  Tome — dije.

     — ¿Estás bien? — preguntó, mirándome fijamente.

    Mordí el interior de mi labio, reprimiendo la pregunta que queríahacer pero salió de mí como lava fundida.

     — ¿Por qué me dio una nota tan mala? — pregunté.

    El señor Stone parpadeó como si no entendiera la pregunta.

     —  Te di la nota que merecías por el ensayo — respondió.

     — Creo que merecía más — dije. No estaba segura de por qué lo habíatomado tan a pecho.

     — Creo que pudiste hacerlo mejor   — respondió, recogiendo el café — . Tu información era correcta, pero la escritura estaba desconectada de lossentimientos y pensamientos de los personajes en la novela. Te faltóempatía.

     — ¿Empatía? — repetí — . ¿Es eso?

    No era buena entendiendo a las personas y sus emociones. A vecesme sentía como de una especie completamente diferente.

     — Buenas noches, Rose — dijo, encontrando mi mirada. Él era una delas pocas personas que me miraba a los ojos

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    Giró sobre sus talones y salió del café, mirándome cuando estaba enel pavimento.

    Jueves Faltan 14 días

     

     — Me gustaría un informe de mil palabras sobre por qué la rebeliónfue inútil — le dijo el señor Stone a nuestra clase el día siguiente.

    La clase estalló en protestas.

     — ¡Pero Señor ! ¡Acabamos de terminar el último  ensayo!

    El señor Stone levantó una mano para silenciar a la clase, lo quesorprendentemente funcionó.

     — Lo sé, lo sé  — dijo con una sonrisa — . Soy horrible. Entiendo, perome lo agradecerán más tarde, lo prometo. Ahora, me gustaría que idearanun equivalente moderno de la situación descrita y la trabajaran en elensayo.

    Seguía inexplicablemente molesta sobre mi última nota en inglés.Hasta ahora, había sido mi mejor materia.

     — ¿Por qué estás de tan mal humor? — preguntó Sadie esa tarde — . Esdecir… más de lo usual. 

    Estábamos caminando a casa juntas, pero iríamos en diferentescaminos hacia el final del viaje.

    Me encogí de hombros, sin querer hablar de eso. Sólo quería llegar acasa.

     — No puedo esperar para llegar a casa y empezar el ensayo  — dijoSadie. Siempre había sido mejor en inglés que ella pero de repente mehabía superado.

     — ¿Por qué? — pregunté. Aparentemente a la gente le gustaba cuandopreguntabas sobre las cosas.

     — Amo   las clases del señor Stone  — dijo con un suspiro — . Él es tangenial.

    Apreté mi mandíbula. — No veo eso — murmuré.

     — ¿Estás bromeando? Todos lo aman.

     — Él está sobrevalorado — decidí, apresurando mi paso.

    Sadie dejó el tema después de eso.

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    No estaba segura de por qué era tan cortante acerca de la clase delseñor Stone. Él era amable y encantador pero tan condenadamente ásperocuando se trataba de enseñar. Sin embargo, no podía evitar querergustarle.

    Luego de mi usual rutina de la tarde decidí empezar con la tarea

    reunida a lo largo de la pasada semana. Empezaría con el ensayo del señorStone. Estaba determinada a obtener una B, por lo menos. No aceptaríanada menos.

    Empleé horas en el trabajo, iniciando y reiniciando el ensayo. Pronto,mi papelera estaba llena con estrujados pedazos de papel. No podíahacerlo bien. Pero entonces, repentinamente, milagrosamente… una idease formó en mi cabeza. Era loca… pero iba a hacerla y  al señor Stone no legustaría.

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    Capítulo 3Martes Faltan 7 días

    uando diga su nombre por favor traigan su trabajo alfrente de la clase — dijo el señor Stone, sacando la lista — .María.

    María se levantó de su asiento y le entregó su tarea al señor Stone,

    quien comprobó su nombre en la lista. — Sadie. Aaron. Emily.

    Cada uno llevó su tarea al frente de la clase y la colocó en la partesuperior de la pila.

     — Rose.

    No me moví. En cambio, me crucé de brazos y piernas y me quedémirando al señor Stone. Le tomó un momento darse cuenta de que nohabía hecho lo que indicó.

     — Rose — repitió, mirándome.

     Todos los ojos se volvieron hacia mí. — Rose   — susurró Sadie — . Llévale tu ensayo.

    Sonreí y me quedé mirando al señor Stone.

     — No hice la asignación — le dije.

     Todo el mundo se quedó en silencio.

     — ¿No la hiciste? — preguntó.

    Negué.

     — Elegí no hacerla.

    El señor Stone levantó sus cejas y entrelazó sus dedos. — ¿Tú elegiste  no hacerla?

     — Eso es correcto.

    El señor Stone frunció los labios, aparentemente poco impresionado.

     — Haz lo que quieras. Me verás después de la clase.

     —C

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    Satisfecha de mí misma, me recosté en la silla, una expresión desuficiencia en mi rostro.

     — ¿Qué te pasa?  — susurró Sadie en mi oído mientras el señor Stonecontinuaba recogiendo los otros ensayos — . Conseguirás ser castigada.

    Le sonreí.

     — No creo que lo haga.

    Al final de la lección, la campana sonó y los estudiantes salieron. Mequedé sentada en mi asiento hasta que el último de ellos se había ido. Elseñor Stone no levantó la vista de su escritorio. En cambio, me ignoródurante un minuto entero.

     — Ven aquí  — dijo, juntando los papeles sobre su escritorio, aunevitando el contacto visual.

    Me levanté y recogí mi bolso, caminé a su escritorio y me senté en lasilla de enfrente.

     — Rose, ¿te das cuenta de que voy a tener que darte un cero en estatarea? — preguntó, levantando la vista hacia mí. Parecía sorprendido de verque estaba sonriendo — . ¿Qué es tan gracioso?

     — Elegí no hacer la tarea, señor Stone — dije, despacio y con claridad.

     — Sí, me dijiste eso  — dijo, desaprobatoriamente. No podía soportar laforma en que sus ojos esmeraldas se clavaron en los míos. Él necesitabaentender por qué no había hecho el ensayo.

     — En el texto, se rebelan contra el gobierno pero sus intentos soninútiles.

     — Sí, conozco bien el texto — dijo el señor Stone, cruzando sus brazos. — Para nuestra tarea quería que le mostráramos un ejemplo moderno

    de la razón de por qué la rebelión no funciona. Así que… 

     — Elegiste  no hacer la tarea — concluyó mi frase, la comprensión en sutono.

    Asentí y me preparé para la explosión que seguiría.

    Para mi sorpresa, el rostro del señor Stone se iluminó con una ampliasonrisa, sus ojos brillantes.

     —Así que, ya ve… — Empecé a explicar pero él levantó una mano para

    hacerme callar. — Oh, lo entiendo — dijo — . Eres muy inteligente.

    Levanté las cejas, sorprendida por su alabanza.

     —Si te doy un cero… — Comenzó lentamente.

     —  

    …probará mi punto. —  Terminé — . Mi rebelión habrá sido en vano,al igual que en la prosa que ha asignado.

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    El señor Stone se recostó en su silla y me observó, entrelazando susdedos detrás de su cabeza. Me miró, una leve sonrisa en su rostro.

     — Chica inteligente. — Sonrió — . Muy valiente.

    Mi pecho se sintió apretado ante su aprobación.

     —Entonces… — dije lentamente — . ¿Qué hará?El señor Stone se inclinó hacia delante y me escudriñó.

     —  Te perdono sólo por esta vez  — dijo — . Pero no se lo digas a nadie,¿de acuerdo?

     — Porque usted sabe que tengo razón — dije.

    Se echó a reír, con sus ojos arrugándose a los lados.

     — Eres más lista que yo — dijo.

     — Les diré a todos que me dio un castigo.

    El señor Stone rió y agitó una mano hacia mí.

     — Fuera de aquí.

    Agarré mi bolso y corrí fuera del aula, con mi ánimo alto.

    Sadie me estaba esperando en el pasillo.

     — ¿Recibiste un cero? — preguntó en cuanto me vio.

    Negué.

     — Nop.

     — ¿Quedarte castigada después de clases?

     — Algo así — dije alegremente.

    Lo dejé así, sacando mi almuerzo y sentándome entre las otrasmujeres dentro de mi grupo de “amigas”. 

    Miércoles Faltan 6 días

     

    El miércoles después de la escuela caminé hacia el café para empezarcon mi turno de la tarde. Nubes de tormenta se avecinaban sobre mi

    cabeza, amenazando con derramar lluvia sobre mí en cualquier momento.Estaba tan preocupada por llegar al café antes de que el diluvio empezaraque apenas noté al rottweiler ladrándome, estirándose contra su correapara tratar de atacarme. Salté alrededor del perro y su dueño, sinperturbarme.

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     — ¡Oh, querida! ¡Lo siento mucho! Normalmente es muy amigable  — dijo la mujer de mediana edad que estaba tratando de alejar al perro demí.

    Por supuesto, los animales siempre eran hostiles. Activamente evitabala tienda de mascotas en Main Street por esto. Simplemente caminar

    pasando la vidriera era suficiente para volver locas a las aves, los gatitos ylos perritos. Parcialmente por esto es que los chicos en la escuela meladraban.

    No estaba segura de por qué, pero tuve un sentido de anticipaciónmayor a lo largo de todo el turno, como si estuviera esperando a que elseñor Stone caminara a través de las puertas. En cada oportunidad que lacampana sonaba, mi cabeza se levantaba. Pero me decepcionaba cada vez.

    Al poco tiempo, la tormenta que venía gestándose por encima se abrió y comenzó a llover fuertemente. La lluvia golpeaba el frente de la tienda,ahuyentando a cualquier cliente potencial que anduviera cerca.

    Estelle suspiró y se acomodó un mechón de su cabello color rosadetrás de la oreja.

     — Bueno, ahí va nuestro negocio — dijo ella.

    Murmuré en acuerdo, ajustando la banda para la cabeza quemantenía mi flequillo fuera de los ojos.

     —  Tal vez deberíamos considerar que esto sea todo por el día  — dijo,enderezándose.

     — Oh, no  — dije suplicante — . No cortes mi corto turno, Estelle.Realmente necesito el dinero.

    Estelle suspiró y puso sus manos en las caderas. — Vas a estar completamente aburrida, chica.

     — Está bien  — dije — . Nunca se sabe, puede ser que consigamos unaspocas personas que estén atrapadas por la lluvia.

     — Muy bien, pero me voy de aquí. No le digas al jefe, ¿de acuerdo?

    Sonreí.

     — Claro.

    Estelle me tiró las llaves y me dejó en la cafetería, sola. Me encantabael café por la noche, sobre todo en una tormenta. La lluvia me paralizabaal chocar contra el pavimento.

    Una hora pasó y vi cómo la gente corría más allá de la tienda,agachándose para salir de la lluvia. Muchos corrieron a sus autos y semetieron dentro, alejándose.

    Clang.

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    La puerta se abrió justo cuando empezaba a cerrar la tienda. Ya habíacontado la caja y puesto el dinero en la caja fuerte. Por no hablar de que lamáquina de café estaba en piezas, siendo limpiada.

    Un hombre mojado y goteando entró en la cafetería, sacudiendo suparaguas en la puerta. ¿Quién más podría ser, sino el señor Stone? Creo

    que sabía que iba a llegar tarde o temprano. Podía oler su perfume en elviento.

     — Hola, señor — dije, mirándolo agitar el agua de su cabello.

     — Hola Rose — dijo, poniendo su paraguas en el esquina.

     — Estaba a punto de cerrar  — dije, cerrando la caja y caminandoalrededor de la barra.

     — Maldita sea.  — El señor Stone colocó las manos en sus caderas — .Pero tú haces el mejor café de por aquí.

    Le sonreí un poco.

     — Lo siento.

     — Oh, bueno.  — Suspiró, levantando el paraguas de nuevo — . Lapróxima vez, supongo.

     — Correcto — dije, lamentando que la reunión estuviera siendo cortadatan pronto.

    El señor Stone rodó sobre las puntas de los pies, con los labiosfruncidos.

     — Está bien... bueno... te veré luego, supongo.

     — Sí. Hasta luego — dije despidiéndome con la mano.

    Vi como el señor Stone abrió su paraguas y salió a la lluvia torrencial.

    Diez minutos más tarde me encontraba cerrando la tienda. Colocandolas llaves en mi bolsillo, puse la capucha de mi chaqueta por encima de micabeza, protegiéndome a mí misma contra la lluvia pero estuve empapadaen cuestión de minutos.

    Apenas había caminado hasta la mitad de la calle, cuando un par defaros a todo poder iluminaron el camino delante de mí. Ignoré el automientras se detenía junto a mí pero salté violentamente cuando unabocina sonó. Me quedé mirando al conductor, un poco ofendida pero mesentí aliviada al ver que era el señor Stone.

     — ¡Oye! — gritó a través de la ventana abierta del pasajero.

    Me incliné hacia la puerta.

     — Hola, señor Stone.

    Él conducía un viejo y destartalado Ford Escort. Su pintura roja seestaba pelando y las uniones estaban oxidadas. Parecía que estaba listo

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    para el desguace. Todo lo relacionado con el señor Stone era de segundamano.

     — ¡Entra aquí! — gritó sobre la lluvia tronando.

    Negué.

     — ¡No, mojaré todo el interior de su auto! — Sólo hazlo — ordenó, estirando la mano y desbloqueando la puerta,

    dejando que se abriera completamente.

    Accedí, saltando en el asiento del pasajero y cerrando la puerta conrapidez para que más agua no pudiera entrar en el coche.

     — Estás empapada — comentó el señor Stone cuando empecé a cerrarla ventana.

     — Lo siento  — murmuré, quitándome la chaqueta empapada ymetiéndola en mi bolsa.

     — No lo sientas.  — Se rió — . Vas a coger un resfriado. ¿No tienes anadie para que te recoja después del trabajo?

    Me encogí de hombros.

     — Mis padres están ocupados  — dije mientras apartaba mi cabellocastaño de mi rostro y lo ataba en un moño desordenado en la parteposterior de mi cabeza. El señor Stone me observó mientras hacía esto,sus manos en el volante. No nos habíamos movido de la acera desde queme había metido en el auto que vibraba violentamente mientras estabadetenido. No estaba segura de que el auto llegara a mi casa.

    En esta tenue luz me tomé un momento para estudiar su rostro. El

    señor Stone era un hombre atractivo, claramente en sus treintas. Unabarba corta delineaba su mandíbula como si no se hubiera afeitado en undía o dos. Frecuentemente tenía una cualidad desaliñada en él como si nohubiera suficientes horas en el día para hacer algo tan simple comoafeitarse.

    Su nariz era derecha y su mandíbula era fuerte pero eso no era lo queme gustaba del señor Stone. Eran sus ojos, amables y honestos.

    Había estado mirándolo fijamente por demasiado tiempo.

     — ¿Dónde vives? — preguntó — . Te llevaré a casa.

     — Son sólo a un par de calles desde aquí — dije — . En Maple Street.

     — Eso es cerca de mí — respondió, poniendo el auto en primera con unfuerte crujido y alejándose de la acera.

    Nos sentamos en silencio mientras él conducía. Observé loslimpiaparabrisas yendo y viniendo, como si estuvieran jugando un juegoabsurdo de tú la traes. Chillaban ruidosamente con cada golpe mientras elcaucho echado a perder raspaba contra el parabrisas.

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    Quería decir algo inteligente pero sabía que nada de lo que dijerasería lo suficientemente bueno.

     — Es interesante lo que me dijiste  — dijo el señor Stone de repente — .Aquel primer día en clase.

     Traté de recordar de lo que estaba hablando.

     — ¿Qué?

    Él frunció el ceño mientras conducía, mirando de reojo hacia mí.

     — Dijiste que no le gustas a nadie.

     — ¿Entonces?

     — Pues eso no parece ser cierto.

     — Lo es. Todo el mundo piensa que soy un bicho raro.

     —  Te he visto sentada con ese grupo de chicas a la hora de comer.

     — Ellas me toleran — dije — . Pero en realidad no les gusto.

     — ¿Por qué no?

     —  Tal vez huelo mal.

    El señor Stone olfateó el aire burlonamente.

     — No hueles mal. — Me tranquilizó. Quería decirle que él olía increíblepero pensé que sería inapropiado — . Parece que tienes un buen sentido delhumor. Después de eso y el ensayo…

     — No estaba tratando de ser graciosa  — le contesté, moviéndomeincómodamente. Mi camisa de trabajo estaba empapada y aferrándose ami cuerpo como un envoltorio plástico.

    El señor Stone miró hacia mí pero se centró rápidamente en el caminopor delante. Era un milagro que pudiera ver en absoluto, la lluvia era tanpesada que era como un velo gris que se había colocado sobre elparabrisas.

     — Creo que eres una chica inteligente  — dijo después de un minuto — .Sólo pareces distraída la mayor parte del tiempo.

    No respondí. Me quedé allí sentada, con las manos acurrucadas en miregazo.

     — ¿Es esta tu calle? — preguntó, dando vuelta sobre la Maple Street.

     — Sí, el número once.

    El señor Stone se detuvo delante de mi casa y se asomó por laventana. Las luces estaban apagadas y la casa estaba a oscuras.

     — ¿Hay alguien en casa?  — preguntó, comprobando la hora en sucuadro de mandos, que decía ocho quince.

     — Probablemente no — dije — . Pero tengo llaves.

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    Parecía que quería decir algo más pero mantuvo la boca cerrada. Mesenté allí durante unos segundos mientras el incómodo silencio seextendía.

     — Bueno, gracias por traerme señor Stone.

     — Nos vemos en la escuela, Rose.

    Me bajé del auto y cerré la puerta detrás de mí, corriendo por elcamino sin mirar hacia atrás al auto del señor Stone. Una vez dentro, corríhacia la ventana y miré a través de las cortinas, viéndolo conduciendolejos, hasta que sus faros se desvanecieron por la calle.

    Había estado en lo correcto en mi suposición, nadie estaba en casa.

    Como a mí me gustaba. Justo de la forma en la que estabaacostumbrada.

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    Capítulo 4 

    Domingo Faltan 2 días 

    espués del ataque, nunca lloré. Ni jugué con otros niños. Estabaabsorta en mi propio mundo, contenida completamente dentrode mi cabeza. No necesitaba interactuar con otros paradivertirme.

    Aparentemente, era perturbadora; me sentaba perfectamente inmóvilcon mis ojos vidriosos. Mis padres incluso me habían llevado a unpsicólogo para descubrir si había algo mal con mi mente. El loquerodecidió que estaba perfectamente bien, en gran medida.

    Por supuesto, mis padres sabían que eso no era normal.

    Así que muy seguido escondí mis fantasías y sólo las tenía cuandoestaba sola. Sin embargo metía la pata muy seguido, especialmente enclases.

    No estaba segura sí es que estaba imaginando cosas pero siempresentía que los ojos del señor Stone estaban sobre mí, siempre que mi

    atención estaba enfocada fuera de la clase. Miraba hacia arriba con laesperanza de atraparlo mirándome pero siempre me desilusionaba.

    Pronto, estuve esperando ansiosa por sus clases y por verlo. El señorStone era encantador y era la primera persona que en verdad me gustaba.

    Lunes Falta 1 día

     

    Estaba enferma de nuevo. Habían pasado veintiocho días desde miúltimo “episodio”. 

    “Ese momento del mes ” como se refería mi madre pero la enfermedadno tenía nada que ver con mi menstruación.

    Sudaba frio y me sacudía violentamente. Vomitaba aunque miestómago estuviera vacío y no era capaz de comer nada. Ese era el únicomomento cuando mis padres estaban cerca y me cuidaban.

     D

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    Era peor en la noche.

    Gritaba y me revolcaba, delirando por la fiebre. La primera vez quesucedió tenía nueve años y mis padres me llevaron al hospital. Habíapasado mucho tiempo desde la última vez que recordé ese ataque.

    Los doctores dijeron que mi temperatura era demasiado alta; debíestar muerta o al menos tener muerto mi cerebro.

    No tenían un diagnóstico y esperaban que muriera en la siguientehora. Les aconsejaron a mis padres que me llevaran a casa y seaseguraran de tenerme cómoda, lo cual hicieron.

    Que montón de mierda. 

    Experimenté ese infierno en vida cada mes y no se volvía más sencillo.Afortunadamente para mí lo peor de esto duraba entre catorce o dieciochohoras, aunque podía sentir los efectos empezando el día anterior yusualmente me tomaba otro día entero el poder recuperarme.

    Era forzada a perder tres días de escuela y dos turnos en el café. Misprofesores estaban acostumbrados a mis ausencias. Al principio pensaronque me estaba escapando pero una carta de mis padres puso las cosas enorden rápidamente.

    Martes Faltan 0 días. 

     — Mamá, está comenzando — dije.

     — Está bien cariño. Se terminará antes de que te des cuenta.Sostuvo mi cabello hacia atrás mientras vomitaba en un balde,

    salpicando trozos por todos partes.

     — Haz que se detenga — rogué entre vomitadas.

     — Desearía poder hacerlo cariño.

    Sudor empapó mi ceja y mis ropas se aferraron a mi cuerpo. Sentí friopero mi temperatura estaba sobre los 36ºC. Me sacudí violentamentemientras mi madre acariciaba mi cabello.

     — Maldita sea deja de tocarme  — grité. Ella estaba acostumbrada amis groserías cuando llegaba “mi momento del mes”  

     — Ven cariño, es hora de llevarte abajo.

     Tenía razón. No podía aguantarlo por más tiempo.

    Mi padre me cargó al sótano donde teníamos una habitaciónimprovisada para esta ocasión específica.

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    La habitación era a prueba de sonido, reforzada con acero y unapesada puerta, todo fue hecho cuando era una niña y comenzó laenfermedad.

     — Mamá, tengo frio. — Mis dientes castañearon mientras mi padre mecolocaba en la cama enmarcada de acero.

    Se acercaba el momento. Podía sentir mi piel hormiguear y supe quelo peor estaba llegando.

     —  Tienes que hacerlo ahora, mamá. — Resoplé.

     — Está bien, vamos a hacerlo  — dijo mi madre mientras tomaba mimano. Aseguró las restricciones alrededor de mis muñecas y las apretó asíno podría liberarme. Mi padre aseguró mis tobillos.

    Pronto, estuve ajustada en la cama, incapaz de moverme en cualquierdirección.

     — ¿Qué hora es? — pregunté.

    Mi madre revisó su reloj.

     — Unos minutos antes del atardecer.

     — Está comenzando — dije entre dientes apretados.

    Mis padres no necesitaban que se los dijera dos veces. Dejaron elsótano para no ser testigos de lo peor de mi sufrimiento.

    Lunes Faltan 23 días

     

    La semana siguiente esperé ansiosamente mi turno en el café con laesperanza de que tal vez el señor Stone pasara por allí. Cuando seacercaba la hora de cerrar, siempre me ofrecía para quedarme y limpiarpara deleite de Estelle.

    El señor Stone llegó tarde, como siempre.

     — ¿Demasiado tarde de nuevo?  — preguntó, caminando a través de lapuerta.

     — No. — Negué y rodeé el mostrador con un café en mis manos — . Ya lepreparé uno.

    El señor Stone levantó sus cejas mientras recibía la taza. — ¿Lo hiciste para mí?

    Me encogí de hombros.

     — ¿Cómo supiste que vendría? — preguntó.

     — Eso esperaba.

    Me escudriñó por un momento antes de sonreír con suficiencia.

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    No oculté mi mirada mientras miraba alrededor de la mesa para poderver sus pantalones los cuales eran de un color café terciopelo. Usaba elmismo tipo de zapatos de cordones de siempre, esta vez sin medias.

     — ¿Qué?  — dijo un poco avergonzado mientras escudriñaba suatuendo.

     — Se viste tan extraño  — dije, recostándome contra la cabina yobservándolo.

    Sonrió y bebió su café.

     — ¿Lo hago?

     —Si… es excéntrico. Como un profesor loco. 

    El señor Stone sofocó una risa, sus ojos color esmeralda centellearonmientras reflejaban las luces de afuera.

     — ¿Te gusta cómo me visto?

    Fruncí el ceño, considerándolo por un momento. De hecho, megustaba mucho.

     — Creo que le queda bien — dije.

     — ¿Quieres saber un secreto?  — preguntó, inclinándose haciaadelante.

     — No soy buena manteniendo secretos — respondí.

    El señor Stone levantó una ceja, su expresión ilegible.

     — Hago todas mis compras en la tienda de ahorro.

    Fingí una mirada de asombro.

     — ¿En serio? Nunca lo habría adivinado.

    Se rió.

     — Está bien, no es necesario ser una sabionda.

    Tal vez el señor Stone es pobre, pensé. Después de todo, no era tanfino, sin mencionar que su auto estaba a punto de caerse en pedazos.Sería grosero preguntar.

     — Prometo no decírselo a nadie  —dije, trazando una “X” sobre micorazón.

    El señor Stone rodó sus ojos y vació el resto de su taza.

     — Así que, umm… perdón por haber perdido dos de sus clases lasemana pasada.

    El señor Stone colocó su taza vacía en la mesa.

     ―¿Las perdiste? — preguntó.

    Eso dolió.

     — ¿No se dio cuenta?

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     —  Tenía una conferencia así que tuve que ir a la ciudad  — dijo,moviéndose incómodo — . Estuve fuera del pueblo un par de días.

     — Oh.

    El señor Stone me dio una sonrisa torcida.

     — ¿Siempre has vivido en Halfway?Asentí.

     — Nacida y criada. ¿Qué hay de usted?

     — Nací aquí pero me mudé lejos cuando cumplí dieciocho años y fui ala universidad — dijo inclinándose sobre la mesa y mirando por la ventana.

     — ¿Por qué regresó? — pregunté.

     — ¿Desearías que no lo hubiese hecho?  — Sonrió. La esquina de miboca se retorció mientras traté de esconder una sonrisa — . Después degraduarme obtuve un empleo en una escuela de la ciudad donde enseñé

    seis años — dijo — . Me gustaba allí. — ¿Entonces por qué lo dejó?

     — Me enfermé — dijo simplemente — . Durante una visita a mis padresaquí en Halfway. Pensaron que iba a morir.

    Esta historia sonaba muy familiar para mí.

     — Después de que mejoré me pidieron que me quedara en Halfway.Supongo que estaban asustados por la posibilidad de perderme.

     — Comprensible — dije.

     — Pero terminé perdiéndolos — dijo con rigidez — . Ambos murieron un

    mes después de que regresé. — Lo siento.

     —Está bien. Ya era su hora, creo. ―Algo me dijo que el señor Stone noquería hablar de eso — . Pero eso fue hace cinco años — dijo.

     — ¿Hace cinco años? — repetí — . ¿Enseñó durante ese tiempo?

    El señor Stone hizo un gesto negativo.

     — ¿Por qué no? — pregunté — . ¿Qué hizo en esos cinco años?

    El señor Stone se removió incómodo.

     —Es… tarde.  — ¿Qué? Sólo son las ocho y treinta.

     —  Tengo mucha tarea que calificar — dijo — . ¿Qué te debo por el café?

     — Nada — dije — . Ya desocupé la caja.

    Él suspiró y se deslizó fuera de la cabina.

     — La próxima vez, entonces.

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    No estaba segura de por qué me sentía abatida ante la perspectiva desu partida.

    El señor Stone abrochó un botón de su chaqueta, aparentementeganando tiempo.

     — ¿Quieres que te lleve a casa? — preguntó.

    Mi corazón se disparó dentro de mi garganta.

     —Pero… no está lloviendo. 

    El señor Stone hundió las manos en sus bolsillos y se balanceó ensus talones.

     — Es peligroso en la noche. Nunca se es demasiado cuidadoso.

     También me puse de pie y colgué mi bolso sobre mi hombro.

     — Está bien, entonces.

    Dejamos la tienda juntos y él me observó mientras apagué las luces y

    cerré la puerta. Caminamos hacia su auto y para mi sorpresa abrió lapuerta del copiloto para mí.

     Tomó varios intentos que el auto encendiera mientras el señor Stonemurmuraba disculpas bajo su respiración y giraba la llave en el arranque.

     — ¿También consiguió este auto en la tienda de ahorro?  — pregunté,tratando de no sonreír.

    Ignoró mi burla y exhaló con alivio cuando el auto rugió encendiendo.

     — Sí, buena chica — dijo, palmeando el tablero.

    Nos alejamos de la cafetería y condujimos por las ruidosas calles. No

    dije nada en casi todo el camino. El señor Stone tenía la radio encendidatan baja que la música clásica casi no se distinguía pero aun asítamborileaba sus dedos contra el volante y tarareaba. Era como si fuese deotro tiempo. Nunca había conocido a nadie como él. Música clásica, ropavieja y un auto apaleado; algo me decía que el señor Stone no era como losotros hombres.

    Estando tan cerca de él, pude oler su perfume. Inhalé profundamente,la esencia me calmaba.

     — ¿Cuál es ese perfume que está usando? — pregunté, de repente.

    El señor Stone apretó el volante.

     — No estoy usando ningún perfume — dijo — . ¿Por qué? ¿Huelo mal?

     — No — dije — . Huele bien.

     — ¿En serio?

    Asentí.

    Lo observé conducir y desviarse, no dije nada. Tomó la ruta largahacia mi casa, a través de las calles secundarias. No me importaba; me

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    sentía segura. Tal vez se sentía sólo o había olvidado el camino. Encualquier caso, no lo orienté.

     — ¿Está casado? — pregunté después de un largo silencio.

     — No — respondió con rigidez.

     — ¿Lo has estado?Se tomó más tiempo antes de contestar esta vez.

     — Estuve comprometido una vez.

     — ¿Qué sucedió?

    Su mandíbula se tensó.

     — No es importante.

     — ¿Terminó cuando te enfermaste? — pregunté.

    Me ignoró y dejé pasar el tema.

    Cuando finalmente llegamos frente a mi casa, ésta estaba oscura unavez más. No preguntó por eso esta vez. En lugar de eso, miró directo haciael frente, sin parpadear. No habíamos hablado en los últimos diez minutos.

     — Gracias por traerme — dije mientras agarraba mi bolso de mi regazo.Me estiré hacia la puerta y salí del auto.

     — Buenas noches — dijo.

    Una vez que cerré la puerta me incliné hacia la ventana.

     —  Trabajo los lunes y los miércoles en la noche — dije rápidamente — .Por si alguna vez quiere hablar.  — El señor Stone me miró fijamente, susojos corriendo a toda velocidad por mi rostro.

    No estaba segura de por qué dije eso así que rápidamente giré en mistalones y me alejé del auto, caminando hacia la puerta de mí casa. Elseñor Stone ya se había ido para cuando cogí mis llaves.

    El gato de al lado estaba en nuestro jardín pero siseó y huyó cuandome vio. Sentí el extraño deseo de perseguirlo pero reprimí las ansias yentré. 

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    Capítulo 5Martes Faltan 22 días

    enía que asistir a orientación obligatoria en la escuela una vez almes. Mis maestros parecían pensar que estaba deprimida y meharía daño a mí misma. No estaba triste, estaba vacía.

    Apenas hablaba durante las sesiones con la consejera, la señora

    Harvey. Era una polilla de ciento ocho años de edad, con enormes gafas yolía a repollo y a gatos. Sin embargo, si no iba, una nota era enviada acasa de mis padres.

    No veo por qué ellos me obligaban; no era una amenaza para losdemás estudiantes. No mientras estuviese sana, de todos modos. Tomabadías fuera de la escuela cuando estaba... enferma.

    Llamé a la puerta de la consejera en la noche del martes, alcanzandoa oír el arrastre de pies en el otro lado. Un momento después, la señoraHarvey abrió la puerta, entrecerrando los ojos en mí a través de sus gafasde botella de vidrio.

     ― Ah, señorita Roland, bienvenida. ― Es Goldman ― la corregí, dando un paso dentro de la oficina.

     ― Sí, eso es lo que dije.

    Me senté en mi silla habitual y esperé a que la señora Harvey tomarasu asiento, lo que tomó un tiempo ya que no caminaba muy rápido.

     ― Entonces, ¿cómo está usted, señorita Goldman?  ―preguntó laSeñora Harvey, sentándose lentamente en su silla.

     ― Estoy bien ― dije.

     ― ¿Cómo va tu trabajo escolar?

     ― Bien.

     ― Excelente. Me di cuenta de que tomaste un par de días fuera de laescuela la semana pasada. ¿Te sientes mejor ahora?

     ― Sí.

    La señora Harvey mordió el interior de su mejilla.

     ― Mmm... Ya veo. ¿Cómo están tus padres?

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    Me moví incómoda.

     ― Bien, supongo.

     ― ¿Supones?

     ― No lo sé.

     ― No. ¿Por qué?Me encogí de hombros.

     ―  Trabajan.

     ― ¿No hablas con ellos después del trabajo? ― preguntó.

     ― A veces ― le dije.

     ― Está bien. ¿Y tus amigos? ¿Novios?

    Crucé los brazos sobre mi pecho.

     ― No tengo novio.

     ― ¿Nadie más que te apetezca? ― preguntó.Pensé en el señor Stone y la electricidad se disparó a través de todo

    mi cuerpo, haciéndome una idiota. Esto no pasó desapercibido para laseñora Harvey.

    Ella sonrió, mostrando su dentadura color blanco perlado.

     ―  Tomaré eso como un sí.

     ― Puede tomarlo como quiera, señora Harvey.

     ― Rose, sé que intentas hacerte emocionalmente inaccesible porquetienes miedo de hacerte daño.

     ― Eso no es verdad ― dije.

     ― ¿No? ― preguntó la señora Harvey ―. Entonces, ¿por qué te niegas aabrirte a las amistades y a las relaciones?

     ― No estoy preocupada por hacerme daño ― le dije ―. Estoy preocupadapor herir a los demás.

    La señora Harvey me miró por encima de sus gafas.

     ― ¿A veces te imaginas hiriendo a los demás?

    Suspiré, exasperada.

     ― No, nada de eso. ― Entonces, ¿qué?

     ― Estoy cansada de esta conversación ― le dije ―. Creo que me iré.

    ***

    Una cosa que me llamó la atención del señor Stone, fue el hecho deque siempre llevaba los mismos zapatos barco con cordones. Estabanusados y la lona estaba deshilachada, por lo que decidí comprarle un

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    nuevo par. Caminé a través de muchas tiendas a lo largo de la calleprincipal de la ciudad pero nada parecía muy “él”. Por último, me encontrécon una tienda de segunda mano en la que nunca había entrado. A mimadre y a mi padre no les gustaba ir de compras a lugares como estos yaque se consideraban por encima de ello.

    Me encantó. Me dirigí directamente a la sección de zapatos y busquéalgo que gritase “Señor Stone” . No había mucha variedad. La mayoría delos zapatos eran de variedad de vaquero. Si no eran de eso, entonces eranzapatos de correr que olían raro.

    Entonces los vi, un par de zapatos ingleses clásicos hechos de cueromarrón. Se veían como algo que un viejo profesor podría usar y se veíancasi a estrenar. Un poco de pulir y brillarían muy bien. Parecían tener eltamaño justo. Los cogí y miré la suela para ver la etiqueta del precio.

    Cinco dólares . Rápidamente compré los zapatos.

    Al salir de la tienda de segunda mano me cruce con un chico de la

    escuela con el que compartía varias clases. No sabía su nombre. ¿Por quéhabría de hacerlo? Él era uno de los chicos que con frecuencia me gritaba.Caminaba junto con un joven cachorro de Labrador, que no parecía tenermás de tres meses de edad.

    Hubiera pasado desapercibida si no hubiera sido por el perro. Alverme, el cachorro chilló de miedo y se escondió detrás de las piernas desu dueño, donde procedió a mear del miedo.

     ― ¿Qué diablos?  ― El chico saltó fuera del camino del charco que seformaba en el hormigón. En ese momento fue cuando me notó ―. ¡Fuera deaquí, perro mojado! ― Me disparó y me alejé apresuradamente.

    Jueves Faltan 20 días

    Decidí quedarme atrás después de la clase de inglés para darle alseñor Stone los zapatos que habían estado dentro de mi mochila.Empaqué mis cosas más lentamente que el resto de la clase, hasta queestábamos sólo el señor Stone y yo en el aula. Él estaba borrando lalección de hoy de la pizarra así que estaba de espaldas a mí.

     ― Hola  ― dije, lanzando mi bolso sobre mi hombro y caminando através de las mesas hasta que lo alcancé.

    El señor Stone miró por encima de su hombro mientras ponía elborrador abajo, su boca curvándose en una sonrisa cuando se dio cuentade que le había hablado.

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     ― Hola, Rose  ― dijo, limpiándose las manos en sus pantalonesdesgastados, dejando huellas polvorientas en los muslos ―.  ¿Qué puedohacer por ti?

     ― Quería hablar con usted ― le dije, encaramándome a mí misma en elborde de su escritorio y cruzando las piernas. Los ojos del señor Stone

    viajaron a lo largo de mis pantorrillas antes de subir a mi rostro, conexpresión culpable.

     ― ¿Acerca de la lección? ― preguntó, un poco demasiado rápido.

     ― No.  ― Sonreí, abriendo mi mochila y escarbando. Saqué la bolsa deplástico de la tienda de segunda mano que contenía los zapatos y se laentregué al señor Stone.

     ― ¿Qué es esto? ― preguntó, sosteniendo la bolsa.

     ― Ábralo ― dije.

    El señor Stone desató las asas de la bolsa y miró dentro.

     ― ¿Zapatos? ― preguntó, mirándome.

     ― Para usted. ― Asentí.

    Los sacó de la bolsa y los inspeccionó.

     ― ¿Conseguiste estos para mí?

    Sonreí.

     ― Siempre usa los mismos zapatos, vi estos y pensé que seríanadecuados para usted.

     ― Están muy bien  ― dijo, tocando el cuero ―. Probablemente una cosa

    mala. ― ¿Por qué? ― pregunté.

     ― No puedo tener cosas bonitas. ― Sonrió ―. No duran mucho tiempo.

    Rodé los ojos.

     ― Sólo pruébelos, ¿quiere?

    El señor Stone me miró preocupado.

     ― Rose... No puedo aceptar regalos de los estudiantes.

     ― Pero no soy cualquier estudiante, ¿o sí?  ― Le di una sonrisa, queregresó el señor Stone.

     ― No ― dijo lentamente.

     ― Puede ser nuestro secreto ― le dije ―. Prometo que no le diré a nadie. ―El señor Stone sonrió y se sentó en su silla antes de quitarse los zapatos y deslizarse en los mocasines de cuero marrón ―. ¿Encajan? ― pregunté a lavez.

     ― Sí, sí ― dijo, de pie y dando unos pasos en ellos.

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     ― ¿Le gustan? ― Presioné.

    Él miró hacia abajo a sus pies.

     ― Sí.

    Mi pecho se hinchó de orgullo.

     ― Pensé que eran muy usted. ― ¿Me veo como un profesor loco ahora? ― preguntó, sonriendo.

     ― Ya lo era. ― Me reí.

     ― Espero que no gastaras mucho en ellos, Rose. Se ven un poco caros.

     ― Gasté una fortuna  ― mentí ―. Unos completos cinco dólares en latienda de segunda mano.

    El señor Stone echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

     ― Puedes encontrar algunas cosas asombrosas en la tienda desegunda mano.

     ― Lo sé. Compré un guardarropa completo por veinte dólares.

    Él sonrió cálidamente.

     ― Muchas gracias, Rose.

     ― De nada.

     ― Ahora, sal de aquí y vete a almorzar.

    Sonreí.

     ― ¿Nos vemos en el café el lunes?  ― pregunté. Le sonreí con aire deculpabilidad ―. Es una cita.

    Lunes Faltan 16 días

     

    La tienda estaba llena y teníamos personal extra trabajando esanoche. Estelle dijo algo acerca de un evento en la ciudad, por lo queparecía que estábamos haciendo un poco de negocio extra. Me alegrabacuando el café estaba lleno de clientes; significaba que el turno pasabarápidamente.

    A las seis entró Sadie Deveraux en la cafetería, con una ampliasonrisa hacia mí.

     ― Hola Rose ― dijo, rebotando hacia el mostrador.

     ― Hola ― contesté. No tenía mucho tiempo para charlar cuando estabatrabajando en varios cafés a la vez.

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     ― Que lleno esta por aquí, para variar.  ― Señaló, mirando a sualrededor.

     ― Sí.  ― Me limpié la frente con el dorso de mi mano ―.  ¿Quieres uncafé?

     ― Un chocolate caliente, por favor. No bebo café.

    Agregué la orden de Sadie a la lista y se lo di a ella a cuenta de lacasa. A Estelle no le importaría; eran sólo unos pocos centavos deingredientes.

     ― ¿Qué te trae por aquí? ― pregunté.

     ― Hubo un espectáculo en la ciudad  ― dijo Sadie ―. Aaron Ford mepidió que fuera con él.

     ― ¿Aaron te lo pidió?  ― Levanté una ceja ―. No sabía que eran tancercanos.

    Sadie rodó los ojos.

     ― No lo somos pero me compadecí de él.

    Sadie era una chica rubia que era muy popular con los chicos en laescuela. Sin embargo, creía que esto era sólo porque había desarrolladopechos bastante grandes a una edad temprana. Con sólo dieciocho añosde edad, ella ya llevaba un sostén de copa D. No trataba de ocultarlo, amenudo usaba escotes bajos.

    Por otra parte, yo era normal. Ni grandes, ni pequeños. No meimportaba.

    Clang.  Otro cliente entró en la tienda. Miré hacia arriba, con la

    esperanza de ver al señor Stone pero por supuesto no era él. Había estadodespertando mis esperanzas toda la noche. Mi decepción debió dereflejarse.

     ― ¿Estás esperando a alguien?  ― preguntó Sadie, mirando por encimade su hombro a la puerta.

     ― No. ― Negué rápidamente.

     ― Bueno, será mejor que me vaya ― dijo, comprobando su teléfono.

    Clang . Alcé la vista y el corazón saltó en mi garganta. El señor Stone .Estaba a punto de decirle “hola” pero Sadie se me adelantó. 

     ― ¡Señor Stone! ― Saludó frenéticamente ―. ¡Hola!Los ojos del señor Stone cayeron sobre mí pero luego se deslizaron

    hacia Sadie.

     ― Ah, hola Sadie. ¿Cómo estás?

     ― ¡Genial!  ― Ella sonrió, agarrando su chocolate caliente con las dosmanos.

    Sadie vio como el señor Stone ordenó su café con Estelle.

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     ― ¿Por favor un café libre de gluten con medio de leche descremadapor favor?

     ― Oye, eso es muy raro ― dijo de pie junto a él. ― Eso es exactamente lomismo que pide Rose.

     ― ¿Lo es? ― El señor Stone sacó un crujiente billete de su cartera y selo pasó a Estelle. Sabía perfectamente que lo era.

    Sadie asintió.

     ―Sí. Qué extraño. Sin embargo no tomo café. 

     ― Pensaba que te ibas ― le dije a Sadie cuando comencé a hacer el cafédel señor Stone. Tenía la esperanza de que se fuera.

    Ella me lanzó una mirada furiosa.

     ― No, estaba a punto de tomar asiento  ― dijo ―. ¿Le gustaría unirse amí, señor Stone?

    Él me miró, antes de mirar a Sadie. ― Umm... la verdad es que estaba a punto de seguir mi camino.

     ― ¡Oh, no sea tonto!  ― Sadie apoyó la mano sobre el brazo del señorStone. ¡Siéntese conmigo!

    Deslicé el café del señor Stone a lo largo del mostrador para él, mimandíbula completamente apretada. Mis ojos se movían entre los dos, a laespera de su respuesta. Él me dio una última mirada antes de asentir aSadie.

     ― Seguro.

    Mi piel se erizó de celos mientras veía a Sadie y al señor Stonecompartir una mesa, tomando sus bebidas. Sadie se rió y jugó con sucabello mientras charlaba alegremente.

    Él escuchaba, sonriendo cortésmente pero lo cogí mirando hacia míun par de veces. Hablaron durante más de media hora, mucho después deque habían sido consumidas sus bebidas. Estaba demasiado ocupada paraescuchar a escondidas lo que hablaban.

    Finalmente la tienda quedó tranquila, hasta que sólo estábamosEstelle, Sadie, el señor Stone y algunas otras personas persistentes en lacafetería.

     ― Bueno, será mejor que me vaya.  ― Escuché que le decía a Sadie ―. Muchos ensayos para calificar, después de todo.

    Se veía visiblemente abatida.

     ― Oh, de acuerdo. Umm. ¿Podría acompañarme a casa, señor Stone?

    Hizo una pausa, a medio camino de abotonarse la chaqueta.

     ― ¿Qué?

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     ― Está oscureciendo ― dijo Sadie, señalando hacia fuera ―. Y tengo queir caminando a casa.

     ―No estoy seguro de que… ― Empezó a decir pero Sadie leinterrumpió.

     ― ¿Por favor? Es peligroso por la noche.  ― Sadie utilizó la mismaexcusa que el señor Stone cuando me llevó a casa.

    Su mandíbula se tensó y vi una vena latiendo en su sien.

     ― Está bien, seguro.

    Vi cómo se fueron juntos, el señor Stone me miró antes de dirigir aSadie hacia su auto que estaba estacionado en la calle. No abrió la puertadel pasajero para ella como lo había hecho por mí. Al menos eso era algo.Me quemé con los celos mientras los veía alejarse. Me mareaba al verlo.

     ― ¿Rose?  ― Estelle hizo un gesto con la mano delante de mí ―.  Rose,necesito un café con leche de caramelo.

     ― Oh, cierto. Sí, lo siento.  ― Negué y me concentré en el trabajo unavez más.

    No podía dejar de sentir que Sadie había robado mi tiempo con elseñor Stone. Mi tiempo . La idea sonó en mi cabeza como campanas. ¿Cómohabía llegado a ser tan posesiva sobre un hombre que apenas conocía?¡Por no hablar de que él era un profesor! ¿Qué se había metido en mí?

    Viernes Faltan 12 días

     

    Mi tarea se había acumulado en los últimos días y estaba muyatrasada en todo . Sabía que María, una “amiga” en muchas de mis clasesse quedaba en la biblioteca después de la escuela para estudiar así que mepreguntó si quería unirme a ella. Estuve de acuerdo ya que no tenía quetrabajar por la tarde.

    Era terriblemente aburrido. Nos sentamos en silencio, garabateando.Ella me ayudó con algunas de las preguntas. María era una estudiante de“A”. 

     ― ¡Qué manera de pasar una tarde de viernes! ― me quejé. ― ¿Has hablado con Sadie recientemente?  ― preguntó María hojeando

    su libro de matemáticas.

     ― No.  ― Honestamente, la había estado evitando durante los últimosdías. Estaba enojada con ella pero Maria no iba a saber por qué.

     ― Ha estado diciéndoles a todos que el señor Stone la llevó a casa ellunes.

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    Mi agarre se apretó alrededor de mi lápiz.

     ― Oh.

     ― Dijo que él no podía dejar de mirar sus senos.

     ― Está mintiendo ― dije a la vez.

     ― ¿Cómo lo sabes? ― preguntó María. ― Vamos.  ― Rodé los ojos ―. Conoces a Sadie. Siempre está haciendo

    alarde de ellas. Es difícil no  mirarlas.

    María sonrió tímidamente.

     ―  Tienes razón, supongo. Espero que no haga nada estúpido.

     ― ¿Qué quieres decir? ― pregunté, dejando mi pluma.

    María se encogió de hombros.

     ― Ya sabes cómo es ella. Si quiere algo, lo consigue.

    Esto me molestó mucho. ― Bueno el señor Stone no es un idiota. Apuesto a que puede ver a

    través de ella.

    María se encogió de hombros. Era evidente que no estaba taninteresada en el tema del señor Stone como yo.

     ―  Tengo que irme ― dijo María, apilando sus libros ―. Tengo práctica declarinete en media hora.

     ― Oh, de acuerdo. Gracias por tu ayuda  ― dije, permaneciendo en miasiento.

    Vi como María metía sus libros de texto en el bolso antes de arrojarlosobre su hombro.

     ― Hasta luego Rose. Adiós señora Finnick ― dijo a la bibliotecaria, unadulce anciana de unos sesenta años.

    Así que me quedé en la biblioteca. Poco a poco, los otros estudiantesempezaron a empacar y marcharse hasta que sólo quedaban unos pocosrezagados.

     ― La biblioteca cerrará en diez minutos, querida.  ― dijo la señoraFinnick, pasando animada con un brazo lleno de libros.

     ― De acuerdo  ― dije. No había nada más que pudiera hacer allí.

    Comencé a empacar mis cosas, metiendo mi lapicero y cerrando miestuche de lápices.

    Ahora éramos sólo yo y la bibliotecaria pero ella estaba fuera de lavista, apilando libros en los estantes. Podía oír sus pies arrastrándolos porla alfombra en algún lugar en la parte posterior de la biblioteca.

    Las puertas se abrieron y el señor Stone entró con un libro en susmanos. Lo observé mientras lo colocaba en “retornos” sobre la recepción.

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    Quería llamarle pero todavía estaba avergonzada de nuestro últimoencuentro. Debió de sentir mis ojos en él porque su mirada de repente sedeslizó hacia mí.

    La sonrisa que se dibujó a través de su rostro era reconfortante.Generalmente estaba sonriendo pero esta  era diferente; parecía realmente

    contento de verme.Cruzó la biblioteca, caminando hacia la mesa donde estaba sentada.

     ― ¿Poniéndote al corriente en las tareas? ― preguntó.

    Asentí tragando saliva, como si algo se hubiese quedado atascado enmi garganta impidiéndome hablar.

     ― ¿En que trabajas? ― preguntó.

    Bajé la vista hacia el libro de texto que se extendía frente a mí.

     ― Matemáticas ― dije.

     ― Ah. Me temo que no puedo ayudarte  ― dijo sonriendo ―.  Lasmatemáticas nunca fueron mi fuerte.

     ― El mío tampoco. ― Suspiré, echándome hacia atrás en la silla ―. Soyterrible en ellas.

     ― Estoy seguro de que no eres tan mala  ― dijo, apoyándose en elrespaldo de una silla.

    Rebusqué entre mis papeles, sacando mi examen de matemáticasmás reciente. Se lo entregué y bajó la mirada hacia la calificación escritaen grandes letras rojas.

     ― D menos ― dijo ―. Está bien, quizás eres terrible.

    Me eché a reír.

     ― Simplemente no pega conmigo ― admití.

     ―  Tal vez si no soñaras tanto despierta ― dijo, entregando la prueba devuelta a mí.

     ― No sueño despierta ― mentí.

    Él arqueó una ceja, su expresión sardónica.

     ― Llevas esa mirada vidriosa en los ojos todo el tiempo. A veces mepreocupa que estés teniendo un derrame cerebral.

    Rodé los ojos y seguí empacando mis libros. Mientras me colgaba lamaleta por encima del hombro, el señor Stone miró a su alrededor paraasegurarse de que estábamos solos.

     ― ¿Puedo llevarte a casa? ― preguntó.

    Mis rodillas se sentían débiles.

     ― ¿Está seguro de que es prudente?

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     ―  Todo el mundo ya se ha ido a casa  ― respondió ―.  Voy a conducirhasta la vuelta de la esquina y me puedes encontrar allí.

    Había algo en su deseo de mantener el secreto que hizo que me picasela piel.

     ― De acuerdo ― acepté.

    Salí de la biblioteca antes que el señor Stone, quién salió un par depasos detrás de mí. Caminó hacia el estacionamiento de profesoresmientras yo salía por las puertas delanteras.

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    Capítulo 6ientras caminaba por los pasillos de la escuela sentí queestaba en un sueño o que era el visitante en el cuerpo de otrapersona. No podía sentir mis piernas mientras caminaba. Tal

    vez estaba flotando. Tenía que revisar mis pies para asegurarme que noeran transparentes.

    El auto del señor Stone retumbó pasando y giró en la esquina dondesabía que estaría esperándome. Miré alrededor; la calle de la escuela

    estaba casi desierta. Sólo unos cuantos estudiantes se detenían frente a laescuela pero no me prestaban atención.

    Su auto estaba en reposo al lado de la curva y rápidamente corríhacia él, saltando dentro y cerrando la puerta. Sentí como si estuvierarompiendo la ley simplemente estando con él. Se alejó enseguida y fue agran velocidad por la calle, un poco demasiado rápido para mi gusto.Agarré la manija de la puerta, sintiéndome extremadamente tensa.

     — Llevaste a Sadie a su casa el miércoles  — dije mientrasavanzábamos con dificultad.

     — Lo sé. Estaba allí — contestó.

    No sonreí por su chiste. Estaba celosa pero no quería que lo supiera. — ¿Qué te dijo? — pregunté.

     — Nada importante — contestó demasiado rápido.

     — Si claro — dije, mi tono empapado de sarcasmo.

     — ¿Qué se supone que debía hacer?  — Soltó una risita — . La chicaquería que la llevara a casa

     — Pudiste decir que no.

     — ¿Y dejarla caminar a casa en la oscuridad? Cualquier personadecente se habría sentido obligada a llevarla.

    Lo miré con furia y por primera vez desde que entré en el auto él memiró. Ver mi expresión pareció aflojar su determinación.

     — Me habló de las clases — dijo finalmente — . Y lo mucho que disfrutala forma en que enseño.

     — Le gustas — dije de inmediato.

    El señor Stone se removió incomodo pero no respondió.

     M

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     — ¿Coqueteó contigo? — pregunté.

    Masticó el interior de su labio.

     — Eso creo.

     — ¿Eso crees? — repetí.

     — No sé  — dijo, un poco molesto — . No tengo un manual de cómofunciona la mente de las chicas.

     — Bueno, ¿qué hizo  ella? — pregunté.

     — Ella hizo mucho esto.  — Señaló su pecho, tratando de representarsus senos —. Seguía poniéndolos en alto revelando más… escote. 

    Casi me reí por lo torpe que era. ¿Qué hombre adulto no podía hablarde senos?

     — Ella hace eso — dije — . Es muy popular con los chicos.

     — Sólo es una chica — dijo el señor Stone — . Una niña.

    Una niña. Sadie era dos meses mayor que yo. ¿También pensaba que yo era una niña?

     — Ella ha tenido sexo — dije — . La mayoría de las chicas en mi clase lohan tenido.

     —¿Y tú? ―preguntó, pareciendo conmocionado por su propiapregunta.

    Lo miré fijo sin poder creerlo.

     — No debí preguntar — dijo de inmediato.

     — No — dije.

     — Lo siento.