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Texto Litúrgico Directorio Homilético Exégesis Comentario Teológico 09 julio Domingo XIV Tiempo Ordinario (Ciclo A) – 2017

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Texto Litúrgico

Directorio

Homilético

Exégesis

Comentario

Teológico

09julio

Domingo XIV Tiempo Ordinario(Ciclo A) – 2017

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Santos Padres

Aplicación

Información

Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa

Domingo XIV del Tiempo Ordinario (A)

(Domingo 9 de julio de 2017)

LECTURAS

Mira que tu Rey viene humilde hacia ti

Lectura de la profecía de Zacarías 9, 9-10

Así habla el Señor:

¡Alégrate mucho, hija de Sión!

¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén!

Mira que tu Rey viene hacia ti;

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él es justo y victorioso,

es humilde y está montado sobre un asno,

sobre la cría de un asna.

El suprimirá los carros de Efraím

y los caballos de Jerusalén;

el arco de guerra será suprimido

y proclamará la paz a las naciones.

Su dominio se extenderá de un mar hasta el otro,

y desde el Río hasta los confines de la tierra.

Palabra de Dios.

SALMO Sal 144, 1-2. 8-11. 13c-14 (R.: cf. 1)

R. Bendeciré tu nombre eternamente.

O bien:

Aleluia.

Te alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey,

y bendeciré tu Nombre eternamente;

día tras día te bendeciré,

y alabaré tu Nombre sin cesar. R.

El Señor es bondadoso y compasivo,

lento para enojarse y de gran misericordia;

el Señor es bueno con todos

y tiene compasión de todas sus criaturas. R.

Que todas tus obras te den gracias, Señor,

y tus fieles te bendigan;

que anuncien la gloria de tu reino

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y proclamen tu poder. R.

El Señor es fiel en todas sus palabras

y bondadoso en todas sus acciones.

El Señor sostiene a los que caen

y endereza a los que están encorvados. R.

Si hacen morir las obras de la carne por medio del Espíritu,

entonces vivirán

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 9. 11-13

Hermanos:

Ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de

Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Y

si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo

Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que

habita en ustedes.

Hermanos, nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera

carnal. Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras

de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán.

Palabra de Dios.

ALELUIA Cf. Mt 11, 25

Aleluia.

Bendito eres, Padre, Señor del cielo y de la tierra,

porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños.

Aleluia.

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EVANGELIO

Soy paciente y humilde de corazón

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 25-30

Jesús dijo:

Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los

sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo

has querido.

Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como

nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré. Carguen

sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón,

y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.

Palabra del Señor.

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GUION PARA LA MISA

Domingo XIV del Tiempo Ordinario- Ciclo A- 9 de Julio 2017

Entrada: Cada Eucaristía nos acerca más al Corazón de Cristo siempre abierto a los

humildes, los pobres de espíritu, a los llamados a contemplar las maravillas del Reino

de Dios.

Liturgia de la Palabra

Primera Lectura: Zacarías 9, 9- 10

Al Mesías Rey profetizado por Zacarías debe reconocérsele por su mansedumbre y

humildad.

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Salmo Responsorial: 144

Segunda Lectura: Romanos 8, 9. 11- 13

Para vivir la vida de Cristo, debemos hacer morir las obras de la carne por medio del

Espíritu.

Evangelio: Mateo 11, 25- 30

El yugo de Cristo es suave y ligero. Si entramos en su escuela de paciencia y

humildad, Él aliviará toda carga.

Preces: D. T. O XIV

Hermanos: oremos a Cristo que nos ha revelado la Misericordia de Dios y

pidámosle atienda a nuestras necesidades.

A cada intención respondemos cantando:

Ø Te pedimos, Señor por el Santo Padre y por toda la Iglesia de Dios, para que elija

siempre el camino de la humildad y la sencillez en su tarea evangelizadora. Oremos.

Ø Te rogamos, Buen Pastor, que mires con benignidad a los hombres que todavía no

te conocen, comunícales por medio de tus misioneros la gracia de la fe. Oremos.

Ø Te suplicamos por todas las familias que sufren la división entre los esposos o

entre los padres e hijos para que se restablezca el diálogo y el amor entre ellos.

Oremos.

Ø Te pedimos para todos nosotros la gracia de vivir constantemente en concordia y

humildad de corazón entregados a tu santo servicio para el bien de las almas.

Oremos.

Ayúdanos Señor en nuestras necesidades, y haznos fieles al Espíritu que habita

en nosotros. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

Liturgia Eucarística

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Ofertorio:

Ofrecemos:

Ø Alimentos, manifestando la solicitud de toda la Iglesia por los más humildes y

necesitados;

Ø Pan y vino, para asociarnos a Cristo Víctima que se hará presente en la

Eucaristía.

Comunión: Jesús Manso y humilde de Corazón, haz que por esta comunión sea mi

corazón transformado en el tuyo por la fuerza del santo amor.

Salida:

Al terminar la Misa somos enviados al mundo por Jesucristo para que, a través de la

dulzura y la humildad, conquistemos muchas almas para Dios.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _

Argentina)

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Inicio

Directorio Homilético

Decimocuarto domingo del Tiempo Ordinario

CEC 514-521: el conocimiento de los misterios de Cristo, nuestra comunión con sus

misterios

CEC 238-242: el Padre viene revelado por el Hijo

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CEC 989-990: la resurrección de la carne

I TODA LA VIDA DE CRISTO ES MISTERIO

514 Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana

no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una

gran parte de la vida pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los

Evangelios lo ha sido "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para

que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 31).

515 Los Evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los

primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros.

Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su

Misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7)

hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el sudario de su resurrección (cf. Jn 20,

7), todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus

milagros y sus palabras, se ha revelado que "en él reside toda la plenitud de la

Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el "sacramento",

es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo:

lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación

divina y de su misión redentora.

Los rasgos comunes en los Misterios de Jesús

516 Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus

silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien

me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle"

(Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb

10,5-7), nos "manifestó el amor que nos tiene" (1 Jn 4,9) con los menores rasgos de

sus misterios.

517 Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. La Redención nos viene ante

todo por la sangre de la cruz (cf. Ef 1, 7; Col 1, 13-14; 1 P 1, 18-19), pero este

misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque

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haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9); en su vida oculta

donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc 2, 51); en su

palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15,3); en sus curaciones y en sus

exorcismos, por las cuales "él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras

enfermedades" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su Resurrección, por medio de la cual nos

justifica (cf. Rm 4, 25).

518 Toda la vida de Cristo es Misterio de Recapitulación. Todo lo que Jesús hizo,

dijo y sufrió, tuvo como finalidad restablecer al hombre caído en su vocación primera:

Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia de

la humanidad procurándonos en su propia historia la salvación de todos, de suerte

que lo que perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo

recuperamos en Cristo Jesús (S. Ireneo, haer. 3, 18, 1). Por lo demás, esta es la

razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo

así a todos los hombres la comunión con Dios (ibid. 3,18,7; cf. 2, 22, 4).

Nuestra comunión en los Misterios de Jesús

519 Toda la riqueza de Cristo "es para todo hombre y constituye el bien de cada

uno" (RH 11). Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros, desde su

Encarnación "por nosotros los hombres y por nuestra salvación" hasta su muerte "por

nuestros pecados" (1 Co 15, 3) y en su Resurrección para nuestra justificación (Rom

4,25). Todavía ahora, es "nuestro abogado cerca del Padre" (1 Jn 2, 1), "estando

siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y

sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el

acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24).

520 Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): él

es el "hombre perfecto" (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con

su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración

atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la

privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12).

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521 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en

nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo

hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con él; nos

hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su carne por

nosotros y como modelo nuestro:

Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y Misterios de Jesús, y

pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su

Iglesia ... Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y

continuar sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él quiere

comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos

Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan Eudes, regn.)

II LA REVELACION DE DIOS COMO TRINIDAD

El Padre revelado por el Hijo

228 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La

divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres".

En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10).

Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su

"primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es

muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están

bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).

229 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica

principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad

transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus

hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen

de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la

inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve

así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros

representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los

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padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de

la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción

humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la

paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida

(cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.

230 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en

cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual

eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre,

ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar"

(Mt 11,27).

231 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio

estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col

1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).

Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325

en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre, es

decir, un solo Dios con él. El segundo concilio ecuménico, reunido en Constantinopla

en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y

confesó "al Hijo Unico de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz

de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al

Padre" (DS 150).

989 Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha

resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente

los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El

los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra resurrección

será obra de la Santísima Trinidad:

Si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en

vosotros, Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a

vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts

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4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11).

990 El término "carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de

mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La "resurrección de la carne" significa que,

después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también

nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida.

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Inicio

Exégesis · W. Trilling

Se revela la salvación

(Mt 11,25-27)

A continuación siguen tres versículos de gran alcance sobre la gloria de Dios. El

evangelista los hace resaltar con la frase introductoria «en aquel tiempo». Los dos

primeros versículos son una alabanza al gran Dios, que se ha revelado a los

pequeños y a la gente sencilla (Mat_11:25 s). El tercer versículo da una profunda

visión del íntimo misterio de Jesús (Mat_11:27).

25 En aquel tiempo tomó Jesús la palabra y exclamó: Yo te bendigo, Padre, Señor

del cielo y de la tierra; porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y las

has revelado a la gente sencilla. 26 Sí, Padre; así lo has querido tú.

En el evangelio solamente aquí encontramos el solemne tratamiento: Padre, Señor

del cielo y de la tierra. Antes Jesús hablaba del Padre, de su Padre o de nuestro

Padre, con el íntimo acento familiar que tiene este tratamiento. Aquí ahora se dice

expresamente que el Padre también es el Creador omnipotente y el Señor del mundo.

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Es el Dios que «al principio creó» (Gen_1:1) el mundo, el cielo y la tierra, y ahora los

conserva en su subsistencia. Fuera de él no hay otro Dios. Todo lo que todavía existe

en el mundo universo, está subordinado a él, como a Señor supremo. El solemne

tratamiento aquí muy significativo, porque nos hace apreciar en lo justo las siguientes

palabras. En efecto, este Dios grande, que todo lo conserva, ha ofrecido su revelación

a la gente sencilla. Dios no ha elegido la gente entendida y prudente. Jesús no dice lo

que Dios ha dado a conocer, sino solamente «estas cosas». Por el Evangelio que

hemos leído hasta ahora, sabemos que refiere todo el mensaje de Jesús anunciado

con palabras y con milagros. Jesús ha dedicado la primera bienaventuranza a los

pobres en el espíritu (5,3), ha buscado a los pequeños, a los desechados y

despreciados, sobre todo a los incultos. A éstos ha llamado para ser sus discípulos,

éstos han creído en él y le han rogado que hiciera milagros, como la mujer que

padecía flujo de sangre, o los dos ciegos. Parece casi como una predilección de Dios,

como una debilidad por los que no valen nada en el mundo.

Los sabios y entendidos se marchan vacíos. Ante ellos se oculta el misterio de Dios,

de tal forma que no lo ven ni conocen, no lo oyen ni creen. Como en el Antiguo

Testamento, así también aquí la aceptación o repudio se adjudica solamente a Dios.

él es quien abre el corazón o bien lo endurece, como el caso del faraón. Pero eso no

sucede sin la propia decisión del hombre, sino que en cierto modo es tan sólo la

respuesta de Dios a su alma, ya cerrada, que se ha vuelto impenetrable para la

palabra de Dios. Aunque por razón de sus dones espirituales, de sus conocimientos y

de su inteligencia tendrían que ser especialmente adecuados para entender el

lenguaje de Dios, se cierran ante este lenguaje, que permanece oculto para ellos.

Jesús sobre todo ha de pensar en los escribas. Han utilizado su entendimiento para

formarse una idea cerrada de Dios y del mundo, y no están dispuestos a oir y

aprender de nuevo. Creen que conocen bien a Dios y que poseen la verdadera

doctrina. Esta es la eterna tentación del espíritu humano desde el momento en que el

tentador insinuó a Eva que se les abrirían los ojos y serían semejantes a Dios, si

comieren del árbol del conocimiento... Así pues, Dios sólo puede contar con los

sencillos que se descubren y creen con llaneza. ¡Qué singular trastorno del orden! Y

sin embargo Dios elige este camino, porque es el único por el que puede llegar su

mensaje. Este camino corresponde a su voluntad, le es muy agradable. ¡Cuántas

cosas se entienden en el mundo, si se tienen en cuenta estas palabras!

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27 Todo me lo ha confiado mi Padre. Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie

conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo.

Aquí se habla del conocimiento. No es una ciencia del entendimiento, una

comprensión con sus ideas y consecuencias. Conocer en la Biblia tiene un significado

mucho más extenso. La imagen del «árbol de la ciencia del bien y del mal» en el

paraíso del Edén designaba unos conocimientos amplios, una inteligencia inmediata

de las razones y causas de las cosas. Además el verbo conocer indica que se está

familiarizado con otra cosa, designa la aceptación juiciosa y la apropiación amante de

una cosa. Participan por igual en la acción de conocer la voluntad, los sentimientos y

la inteligencia. Por eso la Escritura puede designar con el verbo «conocer» el

encuentro más íntimo del hombre y de la mujer en el matrimonio. Si Dios conoce al

hombre, lo penetra por completo con su espíritu y al mismo tiempo le abraza con

amorosa propensión. Conocer y amar son entonces una misma cosa.

Dice Jesús: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, el mismo Padre, que acaba de ser

ensalzado como Señor del cielo y de la tierra (11,25). El Hijo es el mismo Jesús, ya

que llama a Dios su Padre. Aquí por primera vez nos enteramos de esta profunda

relación entre Dios y Jesús, que aquí habla como un hombre entre los hombres. Las

imágenes Padre e Hijo, tomadas de nuestra experiencia en el orden natural, soportan

el misterio que hay en Dios. Sólo un ser comprende por completo al Hijo con un

conocimiento amoroso, de tal forma que no quede nada por explorar: el Padre. Aún es

más asombrosa la oración inversa: Y nadie conoce al Padre sino el Hijo. Jesús hasta

ahora siempre había hablado de Dios con reverencia y humilde devoción, y así

también lo continúa haciendo en adelante. También para él, que aquí habita como un

hombre entre los hombres, Dios es el gran Dios y Padre bondadoso. Pero en la

profundidad de su ser Jesús es igual al Padre, también le conoce plena y totalmente.

Más aún, ni hubo ni hay nadie más en el mundo que tenga tales conocimientos, sino

él. Jesús es Dios. Es el único pasaje en los evangelios sinópticos, en que esté tan

claramente expresada la filiación divina del Mesías. Estas palabras están solitarias y

grandiosas en este pasaje. Como a través de una rendija en las nubes estas palabras

nos dejan dirigir la mirada a las profundidades del misterio de Dios. Debemos aceptar

estas palabras respetuosamente y como «gente sencilla».

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Pero el Hijo no posee este conocimiento para sí solo, sino que debe retransmitirlo. Su

misión es revelar el reino de Dios. Lo que se acaba de decir de Dios, también es la

obra del Hijo: Y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo. Se le ha encomendado esta

revelación, ya que el Padre se lo ha confiado todo. En último término parece ser

indiferente que se declare algo del Padre o del Hijo. El Padre se lo ha encomendado

todo, toda la revelación, luego el Hijo puede disponer libremente de ello, y

comunicarlo a quien lo quiera comunicar. Y no obstante sigue siendo siempre la

palabra y la obra del Padre. Porque ellos son un solo ser en su recíproco

conocimiento y amor. Lo que dice Jesús, incluso de sí mismo, es como un obsequio

que viene a nosotros de las profundidades de Dios. No es fácil penetrar en ellas.

Entonces los judíos se escandalizan. Este escándalo también está al acecho en

nosotros. ¿Cómo puede hablar así un hombre? ¿No es el hijo del carpintero? No se

entiende nada, si se procede en este particular con la comprensión crítica, como ya

hicieron los adversarios en el primer tiempo del cristianismo. Se entiende tan poco

como entendió aquella «generación», que no pudo emprender nada ni con Juan el

Bautista ni con Jesús. Aquí sólo viene a propósito la abierta disposición de la «gente

sencilla», no la arrogante seguridad de un «sabio» y «entendido». «Quien no recibe

como un niño el reino de Dios, no entrará en él» (/Mc/10/15).

El yugo llevadero

(Mt 11,28-30)

28 Venid a mí todos los que estáis rendidos y agobiados por el trabajo, que yo os

daré descanso. 29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, porque soy manso y

humilde de corazón, y hallaréis descanso para vosotros; 30 porque mi yugo es

llevadero y mi carga ligera.

De nuevo Jesús tiene ante su vista las mismas personas a que estaba dedicado con

todo el amor: los pobres y hambrientos, los ignorantes y la gente sencilla, los

apenados y enfermos. Siempre le han rodeado, le han llevado sus enfermos, han

escuchado sus palabras, y también han procurado tocar aunque sólo fuera una borla

de su vestido. También ha ido a ellos por propio impulso y ha comido con los

desechados. Ahora llama a sí a todos ellos y les promete aliviarlos. Son como ovejas

sin pastor, están abatidos y desfallecidos (9,36). Están abrumados y gimen bajo el

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yugo. Esta es la carga de su vida agobiada y penosa, pero sobre todo la carga de una

interpretación insoportable de la ley. Esta doble carga les cansa y les deja

embotados. En cambio Jesús los quiere aligerar y darles alegría. Los escribas les

imponen como yugo cruel y áspero las prescripciones de la ley, como un campesino

impone el yugo al animal de tiro. Los escribas convierten en una carga insoportable

de centenares de distintas prescripciones la ley que fue dada para la salvación y la

vida (Eze_20:13). Nadie podía cumplir tantas prescripciones; ni ellos mismos eran

capaces de cumplirlas.

Jesús tiene un yugo llevadero. Es un yugo que se adapta bien, se ciñe ajustado y se

amolda fácilmente alrededor de la nuca. Aunque tiene exigencias duras, y enseña la

ley de una forma mucho más radical (sermón de la montaña), este yugo de Jesús es

provechoso al hombre. No le causa heridas con el roce, y el hombre no se desuella

sangrando. «Sus mandamientos no son pesados» (/1Jn/05/03) porque son sencillos y

sólo exigen entrega y amor. No obstante la voluntad de Dios es un yugo y una carga.

Pero se vuelven ligeros si se hace lo que dice Jesús: Aprended de mí. Jesús también

lleva las dos cosas: su misión para él es yugo y peso: Con todo, él los ha aceptado

como siervo humilde de Dios. Se ha hecho inferior y cumple con toda sumisión lo que

Dios le ha encargado, se hace servidor de todos. Aunque el Padre se lo ha entregado

todo, se ha hecho como el ínfimo esclavo. Si se acepta así el yugo de la nueva

doctrina, entonces se cumple la promesa: y hallaréis descanso para vosotros. Este

descanso no es la tranquilidad adormecedora del bienestar burgués o la paz fétida

con el mal (Jesús ha hablado de la espada [Eze_10:34]). Jesús promete el descanso

para el lastre abrumador de la vida cotidiana, para el cumplimiento de la voluntad de

Dios en todas las cosas pequeñas. El que vive entregándose a Dios, y ejercita

incesantemente el amor, es levantado interiormente y se serena. Nuestra fe nunca

puede convertirse en carga agobiante, en el yugo que nos cause heridas con el roce.

Entonces se apreciaría la fe de una forma falsa. Si se procura realmente cumplir los

mandamientos de Dios, entonces el yugo de Jesús nunca es una fuente menguante

de consuelo y de apacible serenidad. En esto tendría que ser posible conocer al

discípulo de Jesús.

(Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje,

Herder, Barcelona, 1969)

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Comentario Teológico· Catecismo de la Igesia Católica

La humildad de Jesús y su magnanimidad

Discite a me quia mitis sum et humilis corde

Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29)

Decíamos que el misterio de la Redención fue, sobre todo, la manifestación del Amor

de Nuestro Señor por nosotros. Ahora bien, el amor sobrenatural de caridad contiene

virtualmente todas las virtudes que le están subordinadas; las vivifica, las inspira y

ordena sus actos hacia el fin supremo, que es su objeto propio: amar a Dios sobre

todas las cosas. Entre las virtudes de Nuestro Señor hay una, la humildad, que

conviene considerar más en particular porque por ella Jesús nos cura especialmente

del orgullo que es, según la Escritura, el principio de todo pecado: Initium omnis

peccati est superbi*1. Los filósofos de la antigüedad, que describieron largamente

casi todas las virtudes morales, no hablaron nunca de la humildad porque ignoraron el

doble fundamento que se encuentra en el dogma de la creación ex nihilo (hemos sido

creados de la nada) y en el de la necesidad de la gracia actual para el menor acto

salutífero.

La sabiduría mundana también pretende bastante a menudo que la humildad no es

más que un aire de virtud que se da en el débil, en el pusilánime, en el que no tiene

fortaleza. La humildad, piensa, esconde falta de inteligencia, de saber hacer y de

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energía. Según el mundo, el hombre avisado y decidido debe saber lo que vale para

afirmarse e imponerse; no tiene relación con una actitud humilde que denotaría falta

de vigor y de dignidad. Se confunde, así, humildad y pusilanimidad.

Ahora bien, sucede que el Salvador, el fuerte por excelencia, pudo decir a sus

discípulos: Confiad: yo he vencido al mundo*2. Jesús, verdadero Dios, Verbo

encarnado, que podía imponerse a todos por el ascendiente de la inteligencia y del

carácter, por su poder y sus milagros; Jesús, el más grande de los hombres por el

espíritu y por el corazón, nos dice: Aprended de mí, que soy manso y humilde de

corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas*3. Dios quiere que aprendamos la

virtud del ocultamiento por medio de Aquel cuya grandeza supera todas las grandezas

de aquí abajo.

En efecto, para Nuestro Señor, la humildad, lejos de ser indicio de falta de inteligencia

o de energía, proviene, al contrario, de un altísimo conocimiento de Dios y se alía a

una inmensa dignidad; y hasta tal punto, que un escritor como Pascal, queriendo

enseñar que Jesús es infinitamente superior a todos los héroes y a todos los genios

de la humanidad, se contenta con escribir: No inventó nada, no reinó, pero fue

humilde, paciente, santo, santo para Dios, terrible para los demonios, sin ningún

pecado. ¡Oh, con qué prodigiosa magnificencia vino para los ojos del corazón y de los

que ven la Sabiduría!*4

Veamos cuál es el principio de la humildad en Jesús, cómo practicó esta virtud y cómo

se unían en Él la magnanimidad o grandeza de alma con la humildad.

El principio de la humildad de Cristo

La verdadera humildad, lejos de provenir de una falta de clarividencia, de saber hacer,

se deriva de un profundo conocimiento de la grandeza infinita de Dios y de la nada de

la criatura que, por sí misma, es nada. Este doble conocimiento se unifica cada vez

más, pues la infinita majestad de Dios manifiesta la fragilidad de la criatura e,

inversamente, nuestra impotencia nos revela, por contraste, la fuerza de Dios. Estos

dos conocimientos, dice Santa Catalina de Siena, son como el punto más bajo y el

más alto de un círculo que crecería siempre. Cuando se sabe o se encuentra el punto

más bajo, se ve por contraste dónde se encuentra también el punto diametralmente

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opuesto. El círculo que siempre crece es el símbolo de la contemplación.

La humildad nace de la visión del abismo que separa a Dios de la criatura. El Padre

celestial, queriendo grabar profundamente ese pensamiento en el alma de Catalina de

Siena, le dice: Yo soy el que es, tú eres la que no es. Había hablado del mismo modo

a Moisés.

Dios es el mismo Ser, que no puede no ser, que es desde toda la eternidad, sin

comienzo, sin límite alguno, el infinito océano del ser. Dios es también la soberana

Sabiduría, que no ignora nada del futuro más lejano y para la que no hay misterio. Es

el mismo Amor, sin decaimiento alguno, impecable. Es el Poder mismo al que nada

resiste sin su permiso.

Por el contrario, la criatura, por muy dotada que esté, por sí mismo no es. Si un día

recibió de Dios la existencia, la recibió gratuitamente, porque Dios la amó

libérrimamente creándola de la nada. Los filósofos antiguos nunca se elevaron a la

idea explícita de la creación ex nihilo; no pensaron en la libertad absoluta del acto

creador.

Dios habría podido no crearnos, no tenía ninguna necesidad de nosotros, porque Él

es el Bien infinito y la Beatitud suprema.

La criatura por sí misma no es nada, y una vez que existe, en comparación con Dios

no es nada. El resplandor de una vela aún es algo, por poco que sea, en comparación

con el sol más refulgente, porque el esplendor del sol no es infinito, mientras que la

más alta criatura nada es en comparación con la Infinitud de Dios, en comparación

con la infinita perfección de su sabiduría y de su amor. Después de la creación hay

diversos seres, pero no hay más ser, ni más sabiduría, ni más vida, ni más amor. Del

mismo modo, con relación al Altísimo, el ángel, el hombre, la mota de polvo, son

igualmente ínfimos, pues entre toda criatura y Dios hay siempre una infinita distancia.

Además, para la dirección de su vida, la criatura inteligente depende de Dios, quien le

asigna su fin, la vida eterna. ¿De qué sirve ganar el universo si se pierde el alma? ¿Y

cuál es el buen camino para ganar la vida eterna? El que la Providencia divina nos ha

trazado desde toda la eternidad. A nosotros nos toca reconocer humildemente esa

vía; no nos pertenece determinarla.

Puede ser una vía oculta, para preservarnos del orgullo y del olvido de Dios. Puede

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ser una vía de sufrimiento, más fecunda que ninguna otra en frutos de vida. El

apostolado por la oración y el sufrimiento no es menos fecundo que el de la doctrina e

incluso fecunda a este último llevándole a buscar la doctrina no sólo en los libros, sino

en la fuente de vida. Debemos aceptar humildemente el camino, quizá oculto y

doloroso, que el Señor ha escogido para nosotros en su bondad, la vida que nos ha

sido indicada por las circunstancias y por los que el Señor nos ha dado como guías.

Finalmente, ¿qué puede hacer la criatura por sí sola para avanzar en ese camino que

lleva a la vida eterna? Nada. Aunque hubiese recibido ya la gracia santificante en alto

grado, no podría hacer el menor acto salutífero, dar el menor paso adelante, sin un

nuevo socorro actual de Dios; ese socorro le es ofrecido, pero no puede recibirlo si se

deja cautivar por la atracción del placer o la tentación del orgullo. Los que ven mejor

la elevación del fin a alcanzar, también sienten mejor su fragilidad. ¿Quiénes lo han

conocido nunca mejor que los santos? No se han fiado de sí mismos y han

depositado su confianza en Dios.

Tal es el principio de la humildad: el conocimiento de la infinita grandeza de Dios y el

de nuestra nada. Si esto es así, ¿cuál fue la humildad de Jesús?

Para saber lo que fue la humildad de Cristo haría falta haber profundizado como Él en

el misterio del acto creador y en el misterio de la gracia.

Jesús, tanto aquí en la tierra como en el cielo, -es aún más humilde que María y que

todos los santos, porque conoce mejor la infinita distancia -que separa a toda

naturaleza creada de su Creador, porque conoce mejor que nadie la grandeza de

Dios y la fragilidad de toda alma humana y de todo espíritu creado.

En efecto, en la tierra, Jesús tenía la visión beatífica. Veía a Dios cara a cara

mediante su inteligencia humana por un reflejo del esplendor del Verbo. En lugar de

tener necesidad, como nosotros, de razonar y de emplear palabras humanas para

decirse que Dios es el Ser mismo, la Sabiduría misma, el Amor mismo, Jesús veía

inmediatamente la esencia divina, la Deidad. La parte más excelsa de su alma santa

estaba como en un éxtasis perpetuo, cautivada por el Esplendor divino. Y con la

misma mirada, muy superior al razonamiento y a la fe, veía la nada de toda criatura y

de su propia humanidad. Como un pintor de genio, que en seguida distingue la obra

de un maestro de una pálida reproducción, Jesús veía aquí en la tierra y

constantemente la infinita distancia que separa la eternidad del tiempo.

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Mientras que el hombre que comienza por su propio impulso una obra humana difícil,

a menudo toma un aire decidido y dominante, Jesús sólo piensa en cumplir

humildemente, bajo la dirección de su Padre, la misión divina que ha recibido: Padre

mío..., no se haga como yo quiero, sino como quieres tú.*5

Jesús también ve constantemente que por sus solas fuerzas humanas no puede

absolutamente nada con vistas a alcanzar el fin divino que persigue: conducir a las

almas a la vida eterna. Es feliz por esa impotencia, porque glorifica a Dios y muestra

la elevación del fin sobrenatural al que la Providencia nos destina: Mi doctrina no es

mía, sino del que me ha enviado.*6 Pater in me manens ipse facit opera: El Padre,

que mora en mí, hace sus obras, los milagros que confirman la doctrina que os doy

en su nombre.*7

Se trata de un acto especial de humildad que consiste en reconocer no sólo nuestra

nada, sino nuestra miseria, consecuencia del pecado. Este acto, necesario para la

contrición, por la pena de haber ofendido a Dios, no pudo existir en Nuestro Señor,

impecable. Pero Él, la inocencia misma, quiso tomar sobre sí todas nuestras faltas y,

mejor que nadie, comprendió la infinita gravedad del pecado mortal, sufrió por él más

que nadie en la medida de su amor por Dios ofendido y por nuestras almas.

Experimentó, más que nadie, un desagrado inexpresable ante tantas manchas

acumuladas, ante tantas cobardías, injusticias, traiciones, sacrilegios. Este desagrado

se dio en Getsemaní hasta la náusea: Padre mío si es posible, pase de mí este

cáliz.*8

La unión de la humildad y de la magnanimidad en Jesús

Más que en ninguna otra criatura, Jesús, aquí en la tierra, en su alma santa, conoció

la grandeza de Dios, la debilidad del hombre y la gravedad del pecado que venía a

reparar. Por ello, más que persona alguna, fue humilde. Esta humildad, lejos de

esconder una falta de inteligencia y de energía, era el signo de la contemplación más

excelsa y la condición de una fortaleza espiritual única. Se unía, igualmente, a la más

perfecta dignidad, a la magnanimidad sobrenatural más elevada, que hace tender,

como conviene, hacia grandes cosas, aunque sea necesario atravesar todas las

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pruebas y todas las humillaciones.

Estas dos virtudes, aparentemente opuestas, la humildad y la magnanimidad, son

conexas, se prestan a un mutuo apoyo como los dos arcos de una ojiva. Crecen

juntas: Nadie es profundamente humilde si no es magnánimo y nadie es -

verdaderamente magnánimo sin una gran humildad.*9

Los rasgos de estas dos virtudes se encuentran admirablemente unidos en la

fisonomía del Salvador.

Recordemos el retrato del magnánimo trazado por Santo Tomás que perfecciona el

esbozo de Aristóteles.

El magnánimo sólo busca grandes cosas dignas de honor, pero estima que los

honores mismos no son prácticamente nada. No teme el desprecio si hay que

soportarlo por una gran causa. El éxito no le exalta, y la falta de éxito no puede

abatirle. Para él, los bienes externos son poca cosa. No se entristece en el caso de

perderlos. El magnánimo da con largueza a todos lo que puede dar. Es verdadero y

no hace ningún caso de la opinión desde el momento en que ésta se opone a la

verdad por más formidable que pueda llegar a ser. Está dispuesto a morir por la

verdad.*10

Esta grandeza de alma, que se encuentra en todos los santos íntimamente unida a su

profunda humildad, se encontraba en grado eminente en Jesús,*11 y nunca fue

mayor que durante la Pasión, en el momento de las últimas humillaciones.

Recordemos su respuesta a Pilatos, quien le pregunta si es rey: Mi reino no es de

este mundo... Tú dices que soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al

mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz.*12

Estas dos virtudes, humildad y magnanimidad, están siempre en la vida del Salvador.

Quiso nacer en la condición más humilde aunque fuese de estirpe real.

Es hijo de una virgen, pero, a juicio de los hombres, pasa por el hijo del carpintero.

Hasta alrededor de los treinta años, Él, el Verbo de Dios, que podía imponerse a

todos, no quiere conocer más que la vida oculta y el oficio más ordinario, para

mostrarnos que nada grande se hace sin recogimiento y humildad. ¿No nos sucede

que nos quejamos, nosotros, por recibir funciones inferiores a nuestras capacidades?

Al salir de su vida oculta, Jesús, que es la inocencia misma, va a pedir a San Juan

Bautista el bautismo de penitencia, como si fuese pecador. Juan se opone y dice: Soy

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yo quien debe ser por ti bautizado, ¿y vienes tú a mí? Pero Jesús le respondió:

Déjame hacer ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia; es decir, conviene

que el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, se ponga voluntariamente

en el rango de los pecadores. Entonces Juan no se resistió más y, habiendo sido

bautizado Jesús, el Espíritu de Dios descendió sobre Él bajo la forma de una paloma

y una voz del cielo se hizo oír: Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis

complacencias.*13

Después del bautismo, Jesús quiere ser tentado en el desierto, para parecerse más a

nosotros, en una nueva prueba de humildad; al mismo tiempo nos enseña a vencer al

espíritu del mal y a responder a sus seducciones con la palabra de Dios.

¿Cuáles son sus primeras palabras al comienzo de su ministerio? Bienaventurados

los pobres de espíritu, los humildes, y les promete grandes cosas: El reino de los

cielos.

¿Qué Apóstoles escoge? A pescadores sin cultura, a un publicano como Mateo, y les

hace pescadores de hombres; ¡nada más grande!

¿Cómo los forma, cuando se preguntan cuál es el primero entre ellos? Hace venir a

un niño, lo coloca en medio de ellos y les dice: En verdad os digo, si no os volviereis y

os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el que se

humillare hasta hacerse como un niño de estos, ése será el más grande en él reino de

los cielos.*14 He aquí la unión de la humildad y de la magnanimidad sobrenatural,

unión que tiende hacia grandes cosas que no se obtienen más que por la gracia de

Dios cuando se pide humildemente cada día. Como decía un gran escritor católico,

Helio, es tiempo de ser humilde, pues es tiempo de ser orgulloso, o magnánimo, en el

sentido querido por Dios.

Estas dos virtudes se aúnan también en lo que Jesús dice a sus Apóstoles el día de

Jueves Santo al lavarles los pies, señal suprema de humildad: Vosotros me llamáis

Señor y Maestro, y decís bien, porque de verdad lo soy. Si yo, pues, os he lavado los

pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habréis de lavaros vosotros los pies

unos a otros... No es el siervo mayor que su señor, ni el enviado mayor que quien le

envía.*15

Su gloria y una de las señales de su misión es evangelizar a los pobres. Se deja

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rodear por los publicanos por Magdalena la pecadora y la hace una gran santa.

Si entra triunfalmente en Jerusalén, lo hace subido en un asno e injuriado por los

fariseos. Permite esa contradicción; no nos irritemos por las que nos salgan al

encuentro.

La Pasión es la hora de las supremas humillaciones aceptadas por nuestra salvación,

para curarnos de nuestro orgullo. Se prefiere a Barrabás, el desecho del pueblo, al

Verbo de Dios hecho carne. Se burlan del Salvador, se le abofetea, se le escupe en la

cara, se le insulta hasta su último suspiro en la cruz. Pero su grandeza estalla a los

ojos del centurión que no puede dejar de decir: Verdaderamente, éste era el Hijo de

Dios.*16

Nunca humildad más profunda estuvo tan íntimamente unida a una magnanimidad

más excelsa.

Ello es lo que hace decir a San Pablo a los filipenses: Tened los mismos sentimientos

que tuvo Cristo Jesús, quien, a pesar de tener la forma de Dios, no reputó como botín

(codiciable) ser igual a Dios; antes se anonadó, tomando la forma de siervo,

haciéndose semejante a los hombres...; se humilló, haciéndose obediente hasta la

muerte, y muerte de Cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo

nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos,

en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es

Señor para gloria de Dios Padre ". Humildad y magnanimidad, anonadamiento y

grandeza totalmente sobrenatural, estas dos notas se volverán a encontrar, aunque

en una tonalidad menor, en todos los santos.

Del mismo modo, la Iglesia se humilla constantemente, tiene el aspecto de estar

vencida mientras que es siempre victoriosa.

Es preciso que ciertas almas interiores tengan parte, más particularmente, en las

humillaciones de la Iglesia y trabajen por la salvación de los pecadores pareciendo

constantemente que van a fracasar. Es el camino del amor puro.

Ciertas obras son y serán siempre una fuente de humillaciones y de gracias para los

que se ocupan en ellas. No deben quejarse si las cosas, teniendo el aspecto de

fracasar, van bien a los ojos del Señor; si Él mismo ha puesto su mano en esas obras

y acepta la oblación reparadora que por ellas se le ofrece cada día. San Felipe Neri

decía: Te agradezco, Dios mío, el que las cosas no vayan corno yo quisiera.

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Las humillaciones y los sufrimientos son buenos; y si todas las consolaciones de la

tierra llegasen, no consolarían; el Señor no lo quiere, pues hay una cierta dosis de

sufrimiento que si nos la quitase nos quitaría la mejor parte.

A veces nos quejamos de la inferioridad de nuestra condición y deseamos una

apariencia de grandeza; Dios nos ama mucho más de lo que pensamos; ya nos ha

dado grandísimos bienes mediante el bautismo, la absolución, la comunión, nos ha

dado ya bienes infinitamente superiores a los que tenemos la necedad de desear y

nos promete aún mayores: verle por toda la eternidad como Él se ve y amarle como

Él se ama.

R. Garrigou-Lagrange, El Salvador, Ediciones Rialp S. A. pp. 327-339

_____________________________________________

*1- Eccli 10, 15.

*2- Jn 16, 33.

*3- M 11, 29

*4- Pensées.

*5- Mt 26, 39.

*6- Jn 7, 16.

*7- Jn 14, 10

*8- Mt 26, 39.

*9- Cfr. SANTO TOMÁS, II, II, q. 129, 1, 3; q. 161, a. 1, 2, ad 3. La humildad impide la

presunción y el orgullo;

la magnanimidad nos fortalece contra el desaliento. La humildad nos inclina ante Dios

y ante lo que hay de

Dios en nuestro prójimo; la magnanimidad nos lleva a hacer grandes cosas, las que el

Señor quiere que hagamos, aunque incurramos en la reprobación de los hombres. Es

lo que entreveía el poeta ALFRED DB VIGNY cuando decía: El honor es la poesía del

deber, y cuando escribía Servitude et Grandeur militaires, recordando el heroísmo, a

menudo oculto, de los mejores soldados.

*10- Cfr. SANTO TOMÁS, II, II, q. 129, a. 1-8.

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*11- En los más magnánimos santos, como San Pablo, descubrimos una profunda

humildad, y en los más humildes, como San Vicente de Paúl, una elevada

magnanimidad

*12- Jn 17, 36-38

*13- Mt 3, 17.

*14- Mt 18, 2-4.

*15- Jn 13, 13.

*16- Mt 27, 54.

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Santos Padres· San Juan Crisóstomo

POR CUÁNTOS MEDIOS NOS ATRAE EL SEÑOR A SU FE

1. Mirad por cuántos medios trata el Señor de atraer a sus oyentes a la fe en Él.

En primer lugar, por las alabanzas tributadas a Juan Bautista, pues por el hecho de

demostrarles que había sido varón grande y maravilloso afirmaba que eran dignas de

crédito las cosas por, aquél dichas, por las que justamente el Precursor había tratado

de llevarlos a su conocimiento. Segundo, por su propia sentencia de que el reino de

los cielos sufre violencia, y los violentos son los que lo arrebatan*1. Palabras con que

el Señor quería incitarlos y aun empujarlos. Tercero, por el hecho de mostrarles que

todos los profetas habían ya terminado, puesto que ello ponía bien de manifiesto que

al era el que aquéllos habían de antemano anunciado. Cuarto, haciéndoles ver que

cuanto al tenía que hacer, todo lo había hecho; que es lo que quiso significar por la

comparación de los chiquillos que juegan en la plaza. Quinto, por medio de las

maldiciones contra los que no creían, contra los que había dirigido tan terribles

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amenazas. Sexto, dando gracias, ahora, a su Padre, por los que creen. Porque aquí:

Te confieso, Padre, tanto vale como: Te doy gracias, Padre: Te doy gracias, Padre-

dice- porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes.

EL SEÑOR NO SE ALEGRA DE LA CEGUERA DE LOS SABIOS

-¿Cómo? ¿Es que el Señor se alegra de que se pierdan los sabios y prudentes y

de que no conozcan esta cosas? — ¡De ninguna manera! No. Es que el mejor camino

de salvación era no forzar a los que le rechazaban y no querían aceptar su en-

señanza. De este modo, ya que por el llamamiento no habían querido convertirse,

sino que lo rechazaron y menospreciaron, por el hecho de sentirse reprobados

vinieran a desear su salvación. De este modo también, los que le habían atendido

vendrían a ser más fervorosos. Porque el habérseles a éstos revelado estas cosas

era motivo de alegría; más el habérseles ocultado a los otros, no ya de alegría, sino

de lágrimas. Y también éstas derramó el Señor cuando lloró sobre Jerusalén. No se

alegra, pues, por eso, sino porque lo que no conocieron los sabios, lo conocieron los

pequeñuelos. Como cuando dice Pablo: Doy gracias a Dios, porque erais esclavos

del pecado, pero obedecisteis de corazón a la forma de doctrina a que fuisteis

entregados*2. No se alegra, pues, Pablo de que hubieran sido esclavos del pecado,

sino de que, no obstante haberlo sido, gozaron luego de tan altos dones de Dios.

QUIÉNES SON LOS SABIOS QUE RECHAZA EL SEÑOR

Llama aquí el Señor sabios a los escribas y fariseos, y habla así para incitar el

fervor de sus discípulos, al ponerles delante qué bienes se concedieron a los

pescadores y perdieron todos aquellos sabios. Mas, al llamarlos sabios, no habla el

Señor de la verdadera sabiduría, que merece toda alabanza, sino de la que aquéllos

que imaginaban poseer por su propia habilidad. De ahí que tampoco dijo: "Se les ha

revelado a los necios", sino: A los pequeños, es decir, a los no fingidos, a los

sencillos. Y hace ver el Señor que no inmerecidamente, sino con toda razón, fueron

privados aquellos presuntos sabios de gozar de estos bienes. Es una nueva lección

que nos da de que nos apartemos de toda soberbia y sigamos la sencillez. La misma

que Pablo nos reitera, con más energía, cuando escribe: Si alguno entre vosotros

cree ser Sabio en este siglo, hágase necio para llegar a ser sabio*3. Porque así se

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muestra la gracia de Dios.

POR QUÉ DIRIGE JESÚS SU ACCIÓN DE GRACIAS AL PADRE

—Mas ¿por qué dirige el Señor su acción de gracias al Padre, cuando fue Él

mismo quien hizo eso? —Por la misma razón porque en otras ocasiones ruega y

suplica a su Padre. Es una manera de mostrarnos el infinito amor que nos tiene, y lo

mismo hace aquí. Porque también aquí nos da pruebas de su infinito amor. Por otra

parte, les da a entender a aquellos sabios y prudentes que no sólo le habían perdido

a Él, sino también a su Padre. Porque lo mismo que Él había mandado a sus

discípulos: No arrojéis lo santo a los perros*4, cumplíalo Él anticipadamente. Además,

de ahí demuestra el Señor que ello era obra principalmente de su propia voluntad y de

la del Padre. De la suya propia, porque se alegra y da gracias por el hecho; de la de

su Padre, pues tampoco éste lo hizo porque se le hubiera suplicado, sino porque de

suyo se movió a ello. Porque así —dice—fue tu beneplácito. Es decir, porque a ti te

plugo. Ahora, por qué, les fue esto oculto a escribas y fariseos, oye cómo lo dice

Pablo: Porque, buscando establecer su propia justicia, no se sometieron a la justicia

de Dios*5. Considerad, pues, qué sentirían naturalmente los discípulos al oír al Señor

hablar así. Lo que los sabios no habían conocido, lo había conocido ellos, y lo habían

conocido por permanecer pequeños, y lo habían conocido por revelación de Dios.

Lucas, por su arte, cuenta que en el mismo momento en que llegaron los setenta y

dos discípulos y le refirieron al Señor lo que les había pasado con los demonios,

entonces fue cuando Él se regocijó y dijo estas palabras, que, a par que habían de

incitar más su fervor, eran también un aviso a la humildad*6. Y es que, como

naturalmente habían de sentir algún orgullo de haber expulsado a los demonios,

también por ahí trata el Señor de reprimirlos. Lo que había sucedido, obra era de

revelación divina, no fruto de su propio esfuerzo.

ADMONICIÓN CONTRA Et, ORGULLO

2. Justamente, si escribas y fariseos, que se tenían por sabios, habían perdido

aquella gracia, a su propio orgullo se lo debían. Luego, si por, su orgullo les fue

ocultado este conocimiento, temed también vosotros—les dice—y manteneos pe-

queñuelos. Vuestra pequeñez fue causa de que vosotros gozarais de la revelación,

como su orgullo los privó a ellos de ese conocimiento. Porque es de notar que cuando

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el Señor dice: Se lo escondiste, no por ello afirma que Dios lo hiciera todo; al modo

que cuando dice Pablo: Dios los entregó a su de sentido reprobado y cegó sus

pensamientos*7, no habla ahí de Dios como quien obró todo eso. No, fueron ellos los

que tuvieron la culpa. Así hay que entender aquí lo de ocultar y revelar.

LA DIGNIDAD ÚNICA DEL HIJO

Ya que el Señor había dicho: Te confieso, Padre, porque ocultaste estas cosas a

los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeñuelos; porque nadie pensara que

hablaba así por no tener Él mismo aquel poder y no ser capaz de hacer lo mismo que

el Padre, prosigue diciendo: Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre.

Era como decirles a los discípulos, que se alegraban de haber expulsado a los

demonios: "¿Por qué os maravilláis de que os obedezcan los demonios? Todo es

mío, todo me ha sido entregado". Mas, ya que oyes la palabra entregado; no por ello

te imagines una entrega a la manera humana. Si el Señor la emplea aquí es porque

quiere que no nos imaginemos a dos dioses ingénitos. Porque, que Él es engendrado

y a par dueño soberano de todas las cosas, por otros muchos testimonios nos lo pone

Él de manifiesto. Seguidamente, y para esclarecer aún más tu inteligencia, aún dice el

Señor algo más grande: Y nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni al Padre le conoce

nadie sino el Hijo. Los ignorantes pudieran pensar que no hay enlace entre esta

sentencia del Señor y lo anteriormente dicho; sin embargo, lo hay y muy estrecho. Y,

en efecto, como Él había dicho: Todo me ha sido entregado por mi Padre, prosigue:

"¿Y qué maravilla es que sea dueño soberano de todas las cosa, cuando tengo algo

más grande que esa soberanía, pues conozco al Padre y soy de su misma sustancia?

Porque, veladamente, también, esto lo da a entender el Señor por el hecho de ser Él

solo quien de este modo conoce al Padre. Decir en efecto: Nadie conoce al Padre

sino el Hijo, eso es lo que quiere decir. Y notad el momento en que el Señor dice

esto: cuando ya sus discípulos habían recibido en las obras una prueba de su poder,

no sólo por haberle visto a Él hacer milagros, sino porque ellos mismos los habían

hecho tan grandes en nombre suyo. Además, como había dicho: Lo has revelado a

los pequeñuelos, ahora hace ver que también esta revelación es obra suya: Porque

nadie—dice—conoce perfectamente al Padre sino el Hijo y a quien el Hijo se lo quiere

revelar. A quien Él quisiere, no a quien se le ordene o se le mande. Ahora bien, si

revela al Padre, también se revela a sí mismo. Esto, sin embargo, por evidente, lo

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pasó por alto, y sólo habló de la revelación del Padre, que es lo que hace en todas

partes, como cuando dice: Nadie puede venir al Padre sino por mí*8. Mas, con esto,

otra cosa pretendía también demostrar el Señor, a saber, su perfecta armonía y

acuerdo de sentir con el Padre. Tan lejos estoy—parece decir a sus enemigos—de

estar en pugna con el Padre, ni de hacerle la guerra, que ni posible es que nadie vaya

a Él si no es por mí. Como quiera que lo que señaladamente escandalizaba a los

judíos era que, a su parecer, se mostraba contrario a Dios, esa imaginación trata el

Señor de quitarles por todos los medios, y no se preocupa de ello menos, sino más,

que de los mismos milagros. Notemos, sin embargo, que al decir: Nadie conoce al

Padre sino el Hijo, no quiere decir que todos en absoluto le desconocieran, sino que

el conocimiento que Él tenía del Padre no lo había alcanzado nadie. Lo cual puede

igualmente decirse del Hijo. No hablaba aquí el Señor de un Dios desconocido, del

que nadie hubiera tenido noticia, como opinara Marción, sino que aludía al cabal

conocimiento que solo Él poseía. Y en este sentido, tampoco al Hijo lo conocemos

como se le debe conocer. Es lo mismo que declara Pablo, cuando dice: En parte

conocemos y en parte profetizamos*9.

"VENID A MÍ TODOS LOS QUE TRABAJÁIS

Ahora, cuando con estas palabras ha excitado su deseo y les ha demostrado su

inefable poder, convídalos a Sí, diciendo: Venid a mí todos los que estáis cansados y

vais cargados, y yo os aliviaré. No éste o aquél, sino todos los que tenéis

preocupaciones, sentís tristeza o estáis en pecado. Venid, no porque yo os quiera

pedir cuentas, sino para perdonaros vuestros pecados. Venid, no porque yo necesite

de vuestra gloria, sino porque anhelo vuestra salvación. Porque yo—dice—os aliviaré.

No dijo solamente: os salvaré, sino lo que es mucho más: os pondré en seguridad

absoluta.

EL YUGO SUAVE Y LA CARGA LIGERA

Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, porque soy manso y humilde

de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y

mi carga ligera. No os espantéis—parece decirnos el Señor—al oír hablar de yugo,

pues es suave; no tengáis miedo de que os hable de carga, pues es ligera. —Pues

¿cómo nos habló anteriormente de la puerta estrecha y del camino angosto?*10 Eso

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es cuando somos tibios, cuando andamos espiritualmente decaídos; porque si

cumplimos sus palabras, su carga es realmente ligera. — ¿Y cómo se cumplen sus

palabras? —Siendo humildes, mansos y modestos. Esta virtud de la humildad es, en

efecto, madre de toda filosofía. Por eso, cuando el Señor promulgó aquellas sus

divinas leyes al comienzo de su misión, por la humildad empezó. Y lo mismo hace

aquí ahora, a par que señala para ella el más alto premio. Porque no sólo—dice—

serás útil a los otros, sino que tú mismo, antes que nadie, encontrarás descanso para

tu alma. Encontraréis—dice el Señor—descanso para vuestras almas. Ya antes de la

vida venidera te da el Señor el galardón, ya aquí te ofrece la corona del combate, y de

este modo, a par que poniéndosete Él mismo por dechado, te hace más fácil de acep-

tar su doctrina.

EXHORTACIÓN A LA HUMILDAD

3. Porque ¿qué es lo que tú temes—parece decirte el Señor?— ¿Quedar

rebajado por la humildad? Mírame a mí, considera los ejemplos que yo os he dado y

entonces verás con evidencia la grandeza de esta virtud. ¿Veis cómo por todos los

medios los conduce a la humildad? Por lo mismo que Él hizo: Aprended de mí,

porque yo soy manso y humilde de corazón. Por el provecho que de ello habían ellos

mismos de sacar: Porque encontraréis—les dice—el descanso para vuestras almas.

Por las gracias que Él mismo les concede: Porque también yo os aliviaré. Porque nos

la hace fácil: Mi yugo es suave y mi carga ligera. Por modo semejante trata Pablo de

persuadirnos diciendo: La presente momentánea tribulación nos produce, sobre toda

ponderación, un eterno peso de gloria*11. Pero ¿cómo puede llamar el Señor ligera su

carga, cuando nos dice: El que no aborrece a su padre y a su madre; y: El que no

toma su cruz y me sigue no es digno de mí; y: El que no renuncia a todo lo que

posee, no puede ser mi discípulo*12; cuando nos manda desprendernos hasta de la

propia vida? Que te responda Pablo, cuando dice: ¿Quién nos separaré de la caridad

de Cristo? ¿Acaso la tribulación, o la estrechez, o la persecución, o el hambre, o la

desnudez, o el peligro, o la espada? Y aquello otro: No merecen los sufrimientos de

este siglo entrar en parangón con la gloria venidera que ha de revelarse en

nosotros*13. Respóndante los apóstoles, que salen del sanedrín de ser azotados, e

iban alegres, porque habían merecido ser deshonrados por el nombre de Jesús*14. Y

si tú tiemblas y te estremeces de sólo ir "yugo" y "carga", tu miedo no viene de la

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naturaleza misma de la cosa, sino de tu tibieza. Porque, si fueras decidido y

fervorosos, todo se te haría fácil y ligero. De ahí que Cristo, para darnos a entender

que también de nuestra parte hemos de trabajar algo, no habló sólo de lo fácil y se

calló, ni tampoco sólo de lo pesado, sino que juntó lo uno y lo otro. Nos habló de

yugo, pero lo llamó suave; nos habló de la carga, pero la calificó de ligera. Así, ni por

excesivamente trabajoso, lo huyeras; ni por excesivamente ligero, lo desdeñaras.

SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía 38,

1-3, BAC Madrid 1955, 753-61

________________________________________

*1- Mt 11, 12

*2- Rm 6, 17

*3- 1 Co 3, 18

*4- Mt 7, 6

*5- Rm 10, 3

*6- Lc 10, 17-21

*7- Rm 1, 28

*8- Jn 14, 6

*9- 1 Co 14, 9

*10- Mt 7, 14

*11- 2 Co 4, 17

*12- Lc 14, 26.27.33

*13- Rm 8, 35.18

*14- Hch 5, 41

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Aplicación

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· P. José A. Marcone, I.V.E.· S.S. Benedicto XVI· P. Gustavo Pascual, I.V.E.

P. José A. Marcone, I.V.E.

‘Yo soy dulce y humilde de corazón’

(Mt 11,35-30)

Introducción

El capítulo 11 de San Mateo comienza relatando que Jesús salió a predicar en

el entorno de Galilea. En esa predicación se realiza lo que Jesús había anunciado en

el capítulo 10 y que leímos los dos domingos anteriores: el mundo se opuso

firmemente a su predicación y no aceptó su mensaje.

Uno de los signos más claros de ese rechazo es la oposición al mensaje de Juan

Bautista y su encarcelamiento (Mt 11,7-15). En San Juan Bautista se cumple, al pie

de la letra, lo anunciado por Jesús en el capítulo 10: el rechazo del Evangelio por

parte del mundo malo. Por eso, respecto a San Juan Bautista, dice Jesús: “El Reino

de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt 11,12). En este capítulo

11 se verifica la violencia contra el Evangelio de la que habló en el capítulo 10.

Pero además se trata del rechazo del mismo Cristo, Sabiduría encarnada, a

quien acusan de falso profeta, que no muestra, según los judíos, la sobriedad de vida

que es propia de un verdadero profeta, porque “es un comilón y un borracho, amigo

de publicanos y pecadores” (Mt 11,19).

Las ciudades principales entorno al Lago de Galilea, al menos en términos

generales, no recibieron el mensaje de Jesús: Corazaím, Betsaida y Cafarnaúm (Mt

11,20-24).

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1. El himno de júbilo de Jesús

Jesucristo, luego de verificar el rechazo recibido a su predicación,

sorpresivamente, explota de júbilo. Se trata del evangelio leído hoy, los versículos 25-

30, sobre todo 25-27. ¿Cómo se entiende esa explosión de júbilo de Jesús después

de verificar el rechazo de su mensaje evangélico? Se explica por la confianza

absoluta que Jesús tiene en la acción del Padre sobre las almas, que mueve los

corazones. Además, se explica por la confianza absoluta que Jesús tiene en la

fecundidad y eficacia de su Palabra, en la fuerza del Evangelio. Y, por último, se

explica por la confianza absoluta que tiene en el Espíritu Santo, que abre caminos

donde parece que la selva cerrada impide cualquier intento de conquista. En vez de

sentarse a llorar por los muchos que rechazan su Evangelio, exulta de júbilo por los

pocos que lo aceptan.

Y en ese himno de exultación caracteriza claramente quiénes son los que

rechazan su mensaje y quiénes son los que tienen las disposiciones necesarias para

aceptarlo. Los que rechazan su mensaje son los sabios (en griego, sofós) e

inteligentes (en griego, synetós) según el mundo. Son los que se sienten satisfechos

con su propia inteligencia. Son los admiradores de su propia inteligencia. Son los

escribas y fariseos que quieren modelar una revelación divina según la propia

capacidad de su razón. Son los que tienen una sabiduría exclusivamente humana y,

por lo tanto, necesariamente, demoníaca. Lo dice el Apóstol Santiago: “Una sabiduría

así no desciende de lo alto, sino que es terrena, meramente natural, demoníaca”

(Sant 3,15).

Esta sabiduría meramente humana rechaza las dos notas principales de la

revelación sobre la persona de Jesús: que es Dios y que va a morir en la cruz. San

Pablo va a identificar perfectamente a aquellos de los que habla Jesucristo en el

evangelio de hoy: “Los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría (sofía),

nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para

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los gentiles” (1Cor 1,22-23). Pero, al igual que San Pablo, Jesucristo no retrocede

ante esa sabiduría que es meramente humana y, por lo tanto, demoníaca: “Dice la

Escritura: ‘Destruiré la sabiduría de los sabios (sofós), e inutilizaré la inteligencia de

los inteligentes (synetós)’” (1Cor 1,19).

Jesús caracteriza también a aquellos que tienen las disposiciones espirituales

adecuadas para aceptar su Evangelio. En griego, Jesús los llama népioi. El sustantivo

népios está compuesto de la negación né-, y de épos, que significa ‘palabra’. Por lo

tanto, népios designa el niño que todavía no sabe hablar*1. Es aquel que todavía no

tiene uso de razón, es decir, que todavía no sabe usar su inteligencia. En este caso,

significa a aquel que somete su inteligencia a los dictados de la revelación divina

predicada por Jesús. A pesar de lo que le dicen sus ojos corporales, aceptan que

Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, perfecto Dios y perfecto hombre. Y

aceptan que Jesús no será un Mesías humanamente poderoso sino un Mesías

sufriente.

Por eso, el paralelismo es clarísimo: se oculta (apo-krýpto) el misterio de Cristo

a los sabios (sofós) e inteligentes (synetós), pero se revela (apo-kalýpto) dicho

misterio a los que no aprecian desordenadamente su propia inteligencia (népios).

Los discípulos de Jesús deben ser népioi, es decir, pequeños que no confían

en su propia inteligencia sino que se someten a ‘la obediencia de la fe’ (Rm 1,5;

16,26). Cuando Jesús está hablando, según lo narra el evangelio de hoy, tiene

delante a sus discípulos y a ellos se dirige. La exultación de Jesús por los pequeños

que han recibido su mensaje tiene un objeto muy concreto y son sus discípulos allí

presentes. A ellos será a quienes Jesús les hará conocer quién es el Padre: “Nadie

conoce al Padre sino aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (apo-kalýpto)” (Mt

11,27).

2. ‘Venid a mí todos los que están cansados y sobrecargados’

Los versículos 28-30 están directamente relacionados con esta revelación que

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quiere hacer Jesús. Pero también están relacionados con la oposición demoníaca de

los fariseos y con las disposiciones convenientes para recibir dicha revelación.

“Venid a mí todos los que están cansados y sobrecargados, y yo os haré

reposar” (Mt 11,28). Para decir ‘cansados’ San Mateo usa el participio del verbo

kopiáo que significa ‘fatigarse con el trabajo’*2. Por lo tanto, este llamado de Jesús se

dirige a todos los hombres y no solamente a sus discípulos, y se refiere a los

cansados por el trabajo cotidiano para conseguir el sustento diario; en resumen, todo

lo que implica la vida civil.

Pero el término griego que hemos traducido por ‘sobrecargados’ es

pephortisménoi, un participio pasivo del verbo phortídso, que significa ‘cargar’. En los

evangelios se usa este verbo, precisamente, para aplicarlo a los escribas y fariseos

que ‘sobrecargan’ a los hombres con sus pesadas ‘cargas’ (phortía) de miles de

preceptos humanos. Así, por ejemplo, en Lc 11,46, Jesús les dice a los escribas y

fariseos: “Ay de vosotros, legistas (nomikoîs), que cargáis (phortídsete) a los hombres

cargas (phortía) insoportables”. Y en Mt 23,4 Jesús apostrofa a los escribas y fariseos

porque “atan cargas (phortía) pesadas e insoportables y las ponen sobre los hombros

de los hombres, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas”. Por lo tanto, hay una

clara referencia al agobio espiritual del pueblo de la Alianza bajo la dictadura y la

tiranía de los preceptos humanos de los fariseos.

Cuando decimos ‘miles de preceptos’ no usamos una metáfora. Dice el P.

Castellani que uno de los vicios del fariseísmo es la exterioridad, consistente en

“añadir a los 613 preceptos de la Ley de Moisés como 6.000 preceptos más y

olvidarse de lo interior, de la misericordia y la justicia”*3.

Esto coincide perfectamente con el ‘yugo’ del que habla Cristo dos veces en el

evangelio de hoy: “Cargad mi yugo (en griego, dsygós) sobre vosotros (…), porque mi

yugo es suave y mi carga (phortíon) es ligera” (Mt 11,29.30). El ‘yugo’ en el NT es,

fundamentalmente, la Ley de Moisés. Así se usa en dos momentos importantísimos

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de la historia de la Iglesia. En primer lugar, en el primer Concilio de la historia, el

Concilio de Jerusalén. En efecto, en Hech 15,10 dice el primer Papa, San Pedro,

refiriéndose a la Ley de Moisés: “¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo

poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros

pudimos sobrellevar?”. En segundo lugar, cuando San Pablo lucha denodadamente

contra los católicos judaizantes que no confiaban en la capacidad de la gracia de

Cristo para justificar al pecador: “Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues,

firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. Soy yo, Pablo,

quien os lo dice: Si os dejáis circuncidar, Cristo no os aprovechará nada” (Gál 5,1-2).

Por lo tanto, los ‘sobrecargados’ son los que llevan el doble peso consistente

en la Ley de Moisés en sí misma y, además de eso, los miles de preceptos humanos

agregados por los fariseos a partir de la Ley y al margen de la Ley.

En cambio, el yugo de Cristo, que es suave y que es liviano, es la gracia

santificante. La Ley de Moisés era una ley externa que no daba la fuerza para

cumplirla. La Ley Nueva es la participación en la naturaleza divina que nos justifica

realmente y nos hace hijos de Dios y que, además, tiene una fuerza intrínseca que

ayuda al hombre a cumplirla. Esa fuerza habría que escribirla, más bien, con

mayúscula, porque esa Fuerza es, nada más y nada menos, que el Espíritu Santo.

Por eso dice Santo Tomás: “La ley nueva principalmente es la misma gracia del

Espíritu Santo, que se da a los fíeles de Cristo”*4. La ley nueva es el Espíritu Santo.

El yugo que Cristo pone sobre nuestro cuello es suave y es liviano porque ese yugo

es el Espíritu Santo.

Jesucristo, además, simplifica la vida espiritual. No es raro que en la misma

espiritualidad católica se caiga en un formulismo que hace del Evangelio una carga

insoportable, por no haber entendido la esencia de la relación del alma con Cristo. El

P. Royo Marín dice respecto a la acción de gracias después de la comunión, pero

puede aplicarse a toda la vida espiritual: “Son legión las almas devotas que ya tienen

preconcebida su acción de gracias—a base de rezos y fórmulas de devocionario—y

no quedan tranquilas sino después de recitarlas todas mecánicamente. Nada de

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contacto íntimo con Jesús, de conversación cordial con Él, de fusión de corazones, de

petición humilde y entrañable de las gracias que necesitamos hoy, que acaso sean

completamente distintas de las que necesitaremos mañana. ‘Yo no sé qué decirle al

Señor’, contestan cuando se les inculca que abandonen el devocionario y se

entreguen a una conversación amorosa con Él. Y así no intentan siquiera salir de su

rutinario formulismo. Si le amaran de verdad y se esforzasen un poquito en ensayar

un diálogo de amistad, silencioso, con su amantísimo Corazón, bien pronto

experimentarían repugnancia y náuseas ante las fórmulas del devocionario,

compuestas y escritas por los hombres. La voz de Cristo, suavísima e inconfundible,

resonaría en lo más hondo de su alma, adoctrinándolas en el camino del cielo y

estableciendo en su alma aquella paz que ‘sobrepuja todo entendimiento’ (Filp

4,7)”*5.

Es un error hacer consistir la espiritualidad católica en una multiplicación de

devociones creyendo que de esa manera se es más grato a Dios. La espiritualidad de

Cristo, el yugo suave y ligero, es la de la Virgen María: simplemente, fiat me

secundum verbum tuum. Es la espiritualidad del Padre Nuestro: Fiat voluntas tua.

Hacer la voluntad de Dios en cada instante de nuestra vida.

Pero hoy Jesucristo nos indica, además, otro modo de liberarnos del yugo de

la Ley de Moisés y de la distorsión de los fariseos: “Aprended de mí que soy manso y

humilde de corazón y encontraréis reposo para vuestras almas” (Mt 11,29).

3. ‘Yo soy dulce y humilde de corazón’

Para decir ‘aprended’ San Mateo usa el verbo mantháno, del cual proviene la

palabra mathetés, que significa ‘discípulo’. Por lo tanto, se trata de una exhortación

hecha a los hombres para que se conviertan en sus discípulos o una exhortación

hecha a sus discípulos para que lo sean de una manera más perfecta.

Para decir ‘humilde’ el original griego usa la palabra tapeinós, que “significa

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primariamente aquello que es bajo, y que no se levanta mucho de la tierra (…) y, de

ahí, metafóricamente, significa humilde”*6. Por esta razón, traducir como ‘humilde’

está muy bien, pues ‘humilde’ viene de ‘humus’, que significa ‘tierra’. El humilde es el

que no se alza mucho por encima de la tierra, es aquel que es bajo. Ser humilde

significa no tener un afecto desordenado por la propia excelencia.

Lo que las biblias normalmente traducen por ‘manso’ es el término griego

praýs, cuyo significado-base es, en realidad, ‘dulce’*7. San Jerónimo traduce por mitis,

que encierra tanto la idea de ‘manso’ como de ‘dulce’, en el sentido de ‘tierno’,

‘suave’, ‘maduro’ (dicho de frutos)*8. Por lo tanto, praýs significa, fundamentalmente,

‘dulce’ y ‘manso’ al mismo tiempo. Jesús es ‘dulce y manso de corazón’ y nosotros

debemos ser como Él para encontrar alivio en nuestras almas.

¿Qué significa ‘ser dulce’ aplicado al corazón de un hombre? Es aquella alma de

condición suave, grata, gustosa y apacible; naturalmente afable, complaciente y dócil.

Es todo lo contrario del amargo, que es el antónimo de dulce. Es todo lo contrario de

aquel cuya alma sabe a agrio, salobre o ácido*9. Es todo lo contrario de aquel que

tiene el alma desabrida y con una sensación desagradable; o que tiene el alma

afligida o disgustada y que, por lo tanto, produce también en los demás sensación de

desagrado, aflicción o disgusto. Es aquel que recibe todo al modo de su alma dulce,

es decir, todo lo que recibe se convierte en dulzura al entrar en su alma. Es aquel que

en el trato deja en el que conversa con él un gusto dulce en el paladar del alma.

El sustantivo que brota del adjetivo praýs es praýtes, que significa,

obviamente, ‘dulzura’ y se ejerce, primordialmente, para con Dios. “La praýtes es

aquella disposición de espíritu con la que aceptamos los tratos de Dios con nosotros

como buenos, y por ello sin discutirlos ni resistirlos”*10. En efecto, implica una actitud

de apertura, receptividad y docilidad del alma humana hacia la voluntad y la

benevolencia divinas.

Pero en relación con los hombres, praýs es aquel que cohíbe la ira, es decir, el

manso. Jesucristo es manso porque jamás asomaría a su rostro el más mínimo gesto

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de ira desordenada. En este sentido, Jesús es con todos sereno, afable y apacible.

Tiene un corazón siempre dispuesto a perdonar.

Algunos autores de habla inglesa*11 proponen como la primera y principal

traducción de praýs el adjetivo gentle, que significa, en primer lugar, tierno, delicado,

suave, no en el sentido de ‘afeminado’ sino en el sentido de finura en el trato.

El praýs del NT es entonces, en primer lugar, el que guarda dulzura hacia Dios

y hacia el prójimo; el manso, el apacible, el afable, el fino en el trato, el gentleman o el

‘caballero andante’ de la caballería española.

Sin embargo, no hay que confundirse. Jesucristo, Dios y hombre verdadero, unió en

su persona divina la naturaleza humana con la divina. Por eso, en Él se dio una unión

perfecta entre las virtudes aparentemente opuestas como son, en este caso, la

dulzura-mansedumbre y la firmeza varonil. Baste recordar su actitud dulce, tierna y

mansa con la mujer adúltera*12] (Jn 8,3-11) y su actitud llena de ira las dos veces

que expulsó a los mercaderes del templo (Jn 2,14-17; Mt 21,12-13).

Jesucristo fue firme sin dejar de ser dulce, y fue dulce sin dejar de ser firme. En

Jesucristo se dio la unión perfecta entre la virilidad y la dulzura. Se puede ser

profundamente viril y al mismo tiempo profundamente dulce. Una cierta iconografía de

Jesús confunde muchas veces el acaramelamiento y el afeminamiento con la dulzura.

Jesús no es acaramelado ni afeminado, pero es dulce. El afeminamiento es una falsa

dulzura, es una dulzura que no respeta las esencias, en este caso, la esencia de la

virilidad de un varón. Y el ser afeminado es pecado mortal. No sólo el ser homosexual

es causa de condenación eterna sino el ser afeminado. Lo dice San Pablo con todas

las letras: “No os engañéis: (…) ni los afeminados ni los homosexuales (…) poseerán

el Reino de Dios” (1Cor 6,9.10).

En el texto de Zacarías de la primera lectura (Zac 9,9) se nos presenta a

Jesucristo que entra dulce y humilde sobre un asno, cabalgadura no apta para la

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guerra ni para elevar la honra. Sin embargo, Jesucristo entra para reinar, para ser

cabeza de un pueblo, para gobernarlo con virilidad. Esa es una imagen clara de la

unión entre dulzura, humildad y virilidad.

Conclusión

El rechazo del evangelio por parte del mundo acicatea y espolea a Jesucristo

a alegrarse profundamente por aquellos que sí lo han aceptado. Y a los que tienen las

disposiciones necesarias, los que no son de dura cerviz y saben inclinar sus cabezas

(sus inteligencias) ante el misterio, les revela el núcleo del Evangelio: la bondad del

Padre, la encarnación del Verbo y la redención hecha a través del sufrimiento y la

muerte.

El mismo Cristo será quien asuma la responsabilidad de llevar paz y serenidad

al alma del que se inclina con ‘la obediencia de la fe’. Él lo librará del yugo

insoportable de los preceptos exteriores y le enseñará a amar en la gracia santificante

y en el Espíritu Santo.

Entonces el mismo Cristo será la dulzura del alma creyente. Es muy elocuente

aquel himno medieval: Iesu dulcis memoria / Dans vera cordis gaudia: / Sed super

mel et omnia / Ejus dulcis praesentia. Nil canitur suavius, / Nil auditur iucundius, / Nil

cogitatur dulcius / Quam Iesus Dei Filius. “Jesús, qué dulce es su recuerdo / que da

verdadero gozo al corazón; / pero más que la miel y que todas las cosas / es dulce su

presencia. Nada más suave puede cantarse / nada más jocundo puede oírse / nada

más dulce puede pensarse / que Jesús, Hijo de Dios”.

Al Dulce Jesús solamente podemos llegar a través de aquella a la cual

llamamos ‘dulzura nuestra’ y a la cual invocamos diciéndole: O Clemens, O Pia, O

Dulcis Virgo Maria!

_______________________________________________

*1- En 1Cor 13,11 San Pablo, en un solo versículo, la usa cinco veces y las cinco

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veces significa ‘niño que no conoce’. También en Mt 21,16 la usa Jesús y su

explicación es que se trata de niños de pecho, que aún amamantan. Swanson trae

como único significado: ‘niño pequeño’, ‘criatura’, ‘bebé’ (Multiléxico del NT, nº 3516).

*2- Se usa, por ejemplo, en Jn 4,38 donde Jesús habla de aquellos que no se

fatigaron y van a cosechar de todas maneras. También se dice de los lirios del

campo, que no se fatigan pero de todas maneras se visten magníficamente (Mt 6,28).

También se dice de Pedro, que se fatigó pescando pero no pescó nada (Lc 5,5).

*3- Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p.

298.

*4- Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 106, a. 2 c.

*5- Royo Marín, A., Teología de la perfección cristiana, BAC, Madrid, 200812, p. 457.

*6- Vine, en Multiléxico del Nuevo Testamento, nº 5011. En Ez 17,24 se usa para

designar a los árboles bajos.

*7- Praÿs, eìa, û: dulce, tierno, humilde, manso, plácido; dicho de animales:

doméstico; de hombres: dulce, benigno, amoroso, tierno, gracioso. Adverbio praôs:

dulcemente, tiernamente, apaciblemente, plácidamente, voluntariamente. Praýtes,

etos: dulzura, ternura (Shenkl, F. – Brunetti, F., Dizionario Greco – Italiano – Greco,

Fratelli Melita Editori, La Spezia, 1990, p. 735). Son muchos los datos etimológicos

que nos indican que el matiz principal de praýs es el de dulzura y son muchos los

diccionarios que avalan esta afirmación. Para una explicación más amplia de la

etimología de praýs, ver Marcone, J., Los frutos del Espíritu Santo, Edición Digital,

San Rafael (Argentina), 2015, p. 69-78.

*8- Cf. Diccionario Vox, Latín – Español.

*9- El DRAE dice respecto a dulce: “Que causa cierta sensación suave y agradable al

paladar, como la miel, el azúcar, etc. || 2. Que no es agrio o salobre, comparado con

otras cosas de la misma especie. ||. || 4. Grato, gustoso y apacible. || 5. Naturalmente

afable, complaciente, dócil”. Y respecto a amargo: “Que tiene el sabor característico

de la hiel, de la quinina y otros alcaloides; cuando es especialmente intenso produce

una sensación desagradable y duradera. || 2. Que causa aflicción o disgusto. || 3. Que

está afligido o disgustado. || 4. Áspero y de genio desabrido”.

*10- Vine, en Multiléxico del NT, nº 4240.

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*11- Como, por ejemplo, Friberg, Low-Nida y Gingrich.

*12- Actitud propia de un caballero andante, para quien el primer mandamiento es

‘jamás reñir sin motivo y defender a la mujer maltratada’.

"Alegrémonos todos en el Señor al celebrar esta solemnidad en honor de todos los

Santos, de la cual se alegran los ángeles y juntos alaban a1 Hijo de Dios",

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Benedicto XVI

El Himno de júbilo mesiánico

Queridos hermanos y hermanas:

Los evangelistas Mateo y Lucas (cf. Mt 11, 25-30 y Lc 10, 21-22) nos transmitieron

una «joya» de la oración de Jesús, que se suele llamar Himno de júbilo o Himno de

júbilo mesiánico. Se trata de una oración de reconocimiento y de alabanza, como

hemos escuchado. En el original griego de los Evangelios, el verbo con el que inicia

este himno, y que expresa la actitud de Jesús al dirigirse al Padre, es

exomologoumai, traducido a menudo como «te doy gracias» (Mt 11, 25 y Lc 10, 21).

Pero en los escritos del Nuevo Testamento este verbo indica principalmente dos

cosas: la primera es «reconocer hasta el fondo» —por ejemplo, Juan Bautista pedía a

quien acudía a él para bautizarse que reconociera hasta el fondo sus propios pecados

(cf. Mt 3, 6)—; la segunda es «estar de acuerdo». Por tanto, la expresión con la que

Jesús inicia su oración contiene su reconocer hasta el fondo, plenamente, la acción de

Dios Padre, y, juntamente, su estar en total, consciente y gozoso acuerdo con este

modo de obrar, con el proyecto del Padre. El Himno de júbilo es la cumbre de un

camino de oración en el que emerge claramente la profunda e íntima comunión de

Jesús con la vida del Padre en el Espíritu Santo y se manifiesta su filiación divina.

Jesús se dirige a Dios llamándolo «Padre». Este término expresa la conciencia y la

certeza de Jesús de ser «el Hijo», en íntima y constante comunión con él, y este es el

punto central y la fuente de toda oración de Jesús. Lo vemos claramente en la última

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parte del Himno, que ilumina todo el texto. Jesús dice: «Todo me ha sido entregado

por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino

el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Lc 10, 22). Jesús, por tanto, afirma

que sólo «el Hijo» conoce verdaderamente al Padre. Todo conocimiento entre las

personas —como experimentamos todos en nuestras relaciones humanas— comporta

una comunión, un vínculo interior, a nivel más o menos profundo, entre quien conoce

y quien es conocido: no se puede conocer sin una comunión del ser. En el Himno de

júbilo, como en toda su oración, Jesús muestra que el verdadero conocimiento de

Dios presupone la comunión con él: sólo estando en comunión con el otro comienzo a

conocerlo; y lo mismo sucede con Dios: sólo puedo conocerlo si tengo un contacto

verdadero, si estoy en comunión con él. Por lo tanto, el verdadero conocimiento está

reservado al Hijo, al Unigénito que desde siempre está en el seno del Padre (cf. Jn 1,

18), en perfecta unidad con él. Sólo el Hijo conoce verdaderamente a Dios, al estar en

íntima comunión del ser; sólo el Hijo puede revelar verdaderamente quién es Dios.

Al nombre «Padre» le sigue un segundo título, «Señor del cielo y de la tierra». Jesús,

con esta expresión, recapitula la fe en la creación y hace resonar las primeras

palabras de la Sagrada Escritura: «Al principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1).

Orando, él remite a la gran narración bíblica de la historia de amor de Dios por el

hombre, que comienza con el acto de la creación. Jesús se inserta en esta historia de

amor, es su cumbre y su plenitud. En su experiencia de oración, la Sagrada Escritura

queda iluminada y revive en su más completa amplitud: anuncio del misterio de Dios y

respuesta del hombre transformado. Pero a través de la expresión «Señor del cielo y

de la tierra» podemos también reconocer cómo en Jesús, el Revelador del Padre, se

abre nuevamente al hombre la posibilidad de acceder a Dios.

Hagámonos ahora la pregunta: ¿a quién quiere revelar el Hijo los misterios de Dios?

Al comienzo del Himno Jesús expresa su alegría porque la voluntad del Padre es

mantener estas cosas ocultas a los doctos y los sabios y revelarlas a los pequeños

(cf. Lc 10, 21). En esta expresión de su oración, Jesús manifiesta su comunión con la

decisión del Padre que abre sus misterios a quien tiene un corazón sencillo: la

voluntad del Hijo es una cosa sola con la del Padre. La revelación divina no tiene

lugar según la lógica terrena, para la cual son los hombres cultos y poderosos los que

poseen los conocimientos importantes y los transmiten a la gente más sencilla, a los

pequeños. Dios ha usado un estilo muy diferente: los destinatarios de su

comunicación han sido precisamente los «pequeños». Esta es la voluntad del Padre,

y el Hijo la comparte con gozo. Dice el Catecismo de la Iglesia católica: «Su

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conmovedor “¡Sí, Padre!” expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del

Padre, de la que fue un eco el “Fiat” de su Madre en el momento de su concepción y

que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta

adhesión amorosa de su corazón de hombre al “misterio de la voluntad” del Padre (Ef

1, 9)» (n. 2603). De aquí deriva la invocación que dirigimos a Dios en el

Padrenuestro: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»: junto con Cristo y

en Cristo, también nosotros pedimos entrar en sintonía con la voluntad del Padre,

llegando así a ser sus hijos también nosotros. Jesús, por lo tanto, en este Himno de

júbilo expresa la voluntad de implicar en su conocimiento filial de Dios a todos

aquellos que el Padre quiere hacer partícipes de él; y aquellos que acogen este don

son los «pequeños».

Pero, ¿qué significa «ser pequeños», sencillos? ¿Cuál es «la pequeñez» que abre al

hombre a la intimidad filial con Dios y a aceptar su voluntad? ¿Cuál debe ser la

actitud de fondo de nuestra oración? Miremos el «Sermón de la montaña», donde

Jesús afirma: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»

(Mt 5, 8). Es la pureza del corazón la que permite reconocer el rostro de Dios en

Jesucristo; es tener un corazón sencillo como el de los niños, sin la presunción de

quien se cierra en sí mismo, pensando que no tiene necesidad de nadie, ni siquiera de

Dios.

Es interesante también señalar la ocasión en la que Jesús prorrumpe en este Himno

al Padre. En la narración evangélica de Mateo es la alegría porque, no obstante las

oposiciones y los rechazos, hay «pequeños» que acogen su palabra y se abren al

don de la fe en él. El Himno de júbilo, en efecto, está precedido por el contraste entre

el elogio de Juan Bautista, uno de los «pequeños» que reconocieron el obrar de Dios

en Cristo Jesús (cf. Mt 11, 2-19), y el reproche por la incredulidad de las ciudades del

lago «donde había hecho la mayor parte de sus milagros» (cf. Mt 11, 20-24). Mateo,

por tanto, ve el júbilo en relación con las expresiones con las que Jesús constata la

eficacia de su palabra y la de su acción: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y

oyendo: lo ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos

oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que

no se escandalice de mí!» (Mt 11, 4-6).

También san Lucas presenta el Himno de júbilo en conexión con un momento de

desarrollo del anuncio del Evangelio. Jesús envió a los «setenta y dos discípulos» (Lc

10, 1) y ellos partieron con una sensación de temor por el posible fracaso de su

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misión. Lucas subraya también el rechazo que encontró el Señor en las ciudades

donde predicó y realizó signos prodigiosos. Pero los setenta y dos discípulos

regresaron llenos de alegría, porque su misión tuvo éxito. Constataron que, con el

poder de la palabra de Jesús, los males del hombre son vencidos. Y Jesús comparte

su satisfacción: «en aquella hora» (Lc 20, 21), en aquel momento se llenó de alegría.

Hay otros dos elementos que quiero destacar. El evangelista Lucas introduce la

oración con la anotación: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo» (Lc 10, 21).

Jesús se alegra partiendo desde el interior de sí mismo, desde lo más profundo de sí:

la comunión única de conocimiento y de amor con el Padre, la plenitud del Espíritu

Santo. Implicándonos en su filiación, Jesús nos invita también a nosotros a abrirnos a

la luz del Espíritu Santo, porque —como afirma el apóstol Pablo— «(Nosotros) no

sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con

gemidos inefables... según Dios» (Rm 8, 26-27) y nos revela el amor del Padre. En el

Evangelio de Mateo, después del Himno de júbilo, encontramos uno de los

llamamientos más apremiantes de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados

y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). Jesús pide que se acuda a él, que es la

verdadera sabiduría, a él que es «manso y humilde de corazón»; propone «su yugo»,

el camino de la sabiduría del Evangelio que no es una doctrina para aprender o una

propuesta ética, sino una Persona a quien seguir: él mismo, el Hijo Unigénito en

perfecta comunión con el Padre.

Queridos hermanos y hermanas, hemos gustado por un momento la riqueza de esta

oración de Jesús. También nosotros, con el don de su Espíritu, podemos dirigirnos a

Dios, en la oración, con confianza de hijos, invocándolo con el nombre de Padre,

«Abbà». Pero debemos tener el corazón de los pequeños, de los «pobres en el

espíritu» (Mt 5, 3), para reconocer que no somos autosuficientes, que no podemos

construir nuestra vida nosotros solos, sino que necesitamos de Dios, necesitamos

encontrarlo, escucharlo, hablarle. La oración nos abre a recibir el don de Dios, su

sabiduría, que es Jesús mismo, para cumplir la voluntad del Padre en nuestra vida y

encontrar así alivio en el cansancio de nuestro camino. Gracias.

(Benedicto XVI, El Himno de júbilo mesiánico, Audiencia General, miércoles 7 de

diciembre de 2011)

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P. Gustavo Pascual, I.V.E.

Reposemos en el corazón de Jesús

Mt 11, 25-30

Los misterios del reino ¿a quién los ha revelado Dios? El Padre los ha

revelado a los pequeños, a los humildes, a los que creen, a los que inclinan la cabeza

reconociendo la divinidad de Jesús. El Padre los ha revelado por Jesús y Jesús los

ha revelado a los que el Padre ha querido y Jesús se congratula con el Padre porque

conoce que la voluntad del Padre es adorable y su voluntad ha sido revelar los

misterios del reino a los que se han hecho discípulos de Jesús y no a aquellos que

llenos de soberbia han rechazado voluntariamente el discipulado y por tanto no han

creído en Jesús, o sea, los escribas y fariseos.

La voluntad, el beneplácito del Padre ha sido este. Y el Padre conoce

plenamente al Hijo y el Hijo plenamente al Padre porque son un único Dios y Jesús

revela los misterios del reino a quién Él quiere en conformidad con la voluntad del

Padre. El Padre dice a Jesús qué tiene que revelar y con qué obras manifestar la

profundidad de su sabiduría y el Hijo obra en todo en conformidad con la voluntad del

Padre.

Conocer los misterios del reino es una gracia del Hijo. Él ha querido por puro

amor revelárnoslos. Es decir, nosotros somos de estos pequeños en los que el Padre

y el Hijo se complacen. Si fuéramos de los sabios según el mundo no conoceríamos

nada de la revelación de Dios. Nosotros también tenemos que congratularnos con

esta voluntad del Padre y del Hijo y seguir, por medio de un auténtico discipulado,

haciéndonos merecedores de la revelación de Dios.

Por otra parte, el evangelio se hace eco de la invitación que nos hace Jesús a

descansar en Él. Jesús quiere que vayamos a Él cuando nos sintamos aplastados por

los quehaceres de la vida, quiere que llevemos a su corazón amante todas nuestras

angustias, tristezas, cansancios, dolores, miedos, fastidios, opresiones… ¡Qué

amorosa invitación! Y nosotros que muchas veces sucumbimos solitarios bajo el peso

de nuestros afanes cotidianos.

Jesús quiere que cambiemos el yugo de la vida mundana y de las cosas

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humanas, que nos agobia, por su yugo que es suave y por su carga que es ligera.

Desde que Jesús vino al mundo conocemos su yugo que consiste en amar al

prójimo como Él nos amó y sólo en esto consiste su yugo y su carga.

Nosotros, sin embargo, ensayamos llevar otros miles de distintos yugos,

muchos más pesado y asfixiantes, y no nos decidimos por cargar el yugo de Jesús.

Jesús nos dice que vayamos a Él cuando estemos cansados y en Él

hallaremos descanso. ¿Por qué no le hacemos caso? ¿Por qué somos tan cabeza

duras? Si queremos descansar busquemos el corazón santo de Jesús. Juan reposó

en Él y fue fortalecido para seguirlo hasta el Calvario, en cambio, los otros discípulos

sucumbieron por querer cargar sus yugos solos.

¿Cómo hallar descanso para nuestras almas fatigadas? Tomando el yugo de

Cristo y aprendiendo de Él a ser mansos y humildes de corazón.

Si hay algo que debe imitar el cristiano de Cristo son estas dos virtudes: la

mansedumbre y la humildad. Un corazón manso y humilde es necesario para cargar

el yugo de Cristo, para amar al prójimo como Cristo nos amó.

La humildad, esto es ser pequeños, nos dispone para conocer los misterios

del reino y la mansedumbre para llevar nuestras cargas cotidianas con paciencia y

alegría. Si las llevamos bien serán para nosotros descanso y refrigerio. Llevémoslas

con Jesús. Él se ofrece a aliviar nuestras cargas y también debemos imitarlo en esto:

ofrecernos para aliviar las cargas de nuestros hermanos.

¿Por qué nos inquietamos? ¿Por qué nos angustiamos? ¿Por qué nos

deprimimos? Jesús está al lado nuestro ofreciéndonos ayuda. Quiere que reposemos

en su corazón y aprendamos de Él a ser mansos y humildes. La mansedumbre disipa

las angustias y las ansiedades y la humildad nos hace aceptar a cada momento la

voluntad de Dios que es lo mejor para nosotros.

Nuestras angustias y contradicciones nos vienen de la división que se da en

nuestro interior. División que no es otra cosa que la no aceptación del querer de Dios.

Esta contradicción interior se arregla con un corazón humilde que acepta alegre el

querer de Dios en todo momento y abandona por Dios el propio querer y que con

mansedumbre hace las cosas que Dios quiere. El efecto de la humildad y la

mansedumbre son la paz y la felicidad. Es el descanso que Jesús nos promete si

recurrimos a Él.

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iNFO - Homilética.ive Función de cada sección del Boletín¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?

Función de cada sección del Boletín

Homilética se compone de 7 Secciones principales:

Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así

como el Guion para la celebración de la Santa Misa.

Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado deespecialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papaso sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.

Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos

Padres de la Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del

domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.

Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los

cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan

aplicar en la predicación.

Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir

alguna reflexión u ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema

propio de las lecturas del domingo analizado.

Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que

ayudarían a realizar un enfoque adecuado del el evangelio y las lecturas del

domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al

DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto

Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.

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¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en SanRafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto devida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el SacerdoteCatólico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carismala prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones delhombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerloproporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como unaherramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perennetradición y magisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia CatólicaApostólica Romana.

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