05.abu lughod - culturas, televisión, método

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    S i tuviera que comenzar este art-culo tal y como lo hizo Clifford Geertz(1973a: 412-14) en uno de sus ensayosms celebrados y cuestionados, con una his-

    toria sobre cmo empec mi trabajo decampo en una aldea as -sin mencionar msc o n t roversiales-se podran ver difere n c i a sdecidorassignificativas. Tendra que confesarque en vez de andar por un pueblo del altoEgipto con el sentimiento de que la gentemiraba a travs de nosotros como si furamosrfagas de viento, mi esposo y yo ramosinmediatamente reconocidos y claramenteubicados dentro en una red social de investi-gadores, periodistas y arquelogos canadien-

    ses, estadounidenses y franceses a los que losaldeanos tenan bien identificados. El casero,localizado sobre la rivera oeste del Nilo, a unviaje en ferry desde Luxor, estaba rodeado deaquellos templos faranicos que los arquelo-gos han ido desenterrando y los turistas hanadmirado por ms de un siglo.

    La clida bienvenida que recib cuandollegu en la primavera de 1990 tambin sedeba a una intensa curiosidad. Aqu estaba,

    por fin, la esposa. Mi marido me haba pre-cedido, siguiendo a un escritor estadouniden-se que en 1978 public una famosa historiade vida de un joven local. Era una historiaque se asemejaba demasiado a relatos anterio-res de jesuitas y orientalistas sobre el campe-sino egipcio, representado como un hombrede costumbres ancestrales y hbitos violentos(Mitchel 1990: 129-50). Mi esposo hababuscado a unas pocas personas de las que lehaba hablado una amiga nuestra del Cairo -

    una folklorista que escriba una disertacins o b re los lamentos funerarios en el altoEgipto- y a quienes haba enviado saludos.Para l era particularmente importante cono-cer a Zaynab, cuyo hogar haba sido el refu-gio de nuestra amiga.2

    Zaynab me pareci seria y acogedora. Sucara curtida y su cabello despeinado, sobresa-liendo por encima de un chal negro con dise-

    os sobre la cabeza, delataban su exposicinal sol y las presiones de ser madre de seishijos, cuyo marido haba migrado a la ciudad.Zaynab pregunt por su amiga folklorista, tal

    como lo hizo cada vez que llegu a la aldea enla siguiente dcada, ya sea desde El Cairo odesde los Estados Unidos. Yo comparta conella la informacin que tena, aunque tratabade distanciarme de los otros extranjeros queZaynab conoca, cuya moral y comporta-miento -mientras se encontraban en la aldea-no poda garantizarse. Para distinguirme,enfatic la mitad palestina de mi identidad.Pero, al fin y al cabo, Zaynab saba que yoperteneca al mundo de los extranjeros que

    ella haba conocido, y aprovech el tiempoque pasamos juntas tratando de mejorar sucomprensin sobre la vida en los EstadosUnidos: costos, becas, disertaciones, investi-gaciones y libros, entre otros aspectos msproblemticos de la vida euro-americana. Yoera portadora de mensajes e informante, a lavez que investigadora.

    En mi historia de cmo me gan la con-fianza de la gente del pueblo, en lugar de ladescripcin de Geertz de una dramtica per-secucin policial por una pelea de gallos ilegalque a la gente le importaba sobremanera, ten-dra que conformarme con la narracin deltranquilo placer de reconocimiento queZaynab y sus hijos, como muchas otras fami-lias, evidenciaron cuando mostr un interspor la televisin. Me preguntaron si me gus-tara verla y trajeron su pequeo aparato.Mientras manipulaban su antena casera, sedisculparon porque la televisin era en blan-

    co y negro y me invitaron a mirarla con elloscualquier noche, sintiendo pena porque yo

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    2 Uso seudnimos para asegurar el anonimato de lasmujeres de la aldea. La folklorista en cuestin, sinembargo, es Elizabeth Wickett cuya disertacin setitula For Our Destinies: The Funerary Laments ofUpper Egypt (Para Nuestros Destinos: los lamentosfunerarios del alto Eg i p t o. Tesis de Ph . D . ,Universidad de Pennsylvania, 1993.

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    no tuviera mi propio aparato. La televisinnos vinculaba. Y este vnculo empez a dife-renciarme de los otros extranjeros, gente que,generalmente, no segua los melodramas tele-

    visivos egipcios que los aldeanos amaban.

    Descripcin densa, sin embargo...

    A pesar de las diferencias que sugiere mi his-toria sobre los tipos de mundos -mucho msinterconectados- que habitan las gentes ahoray, en consecuencia, los tipos de objetos quelos antroplogos consideran dignos de estu-dio (como los medios de comunicacin de

    masa), quisiera sealar que el llamado deGeertz a usar la descripcin densa comomtodo etnogrfico todava es importante(Geertz 1973b: 3-30). Pero ese mtodo nece-sita ser recreado para hacerlo pertinente almomento de estudiar vidas influidas por losmedios de comunicacin de masas.

    Muchos estudios de cultura popular, yespecialmente de televisin, con los que me hetopado son decepcionantes. Pa reciera que nobuscan una comprensin profunda de la con-dicin humana o de las dinmicas sociales,culturales y polticas de comunidades concre-tas, tareas que la antropologa ha considerados i e m p re, quizs arrogantemente, su objeto dee s t u d i o. Es el objeto, la televisin, lo que nosdificulta esta tarea? No estamos tratando conrituales intrincados o complejos sistemas dep a rentesco, o an con historias y estru c t u r a sde coyuntura en momentos coloniales, mbi-tos de estudio profundamente enraizados en

    la disciplina. La televisin forma parte de loe f m e ro postmoderno y est asociada, ya seaaqu o all, como le gusta decir a Ge e rtz, conel tipo de gente comn que algunos llamanmasas (Ge e rtz 1988). Tambin est asociadacon el entretenimiento comercial o con lap ropaganda estatal, los cuales son siempre sos-pechosos. Se podr limpiar la mancha de suestatus nada intelectual y la aparente banali-

    dad de aquellos que la estudian? O es que,como dira Jean Ba u d r i l l a rd, nociones comola de condicin humana se han vuelto obsole-tas en el mundo de la simulacin y el simula-

    c ro, del cual la televisin es parte notable?( Ba u d r i l l a rd 1988).Aqu quisiera sostener algo diferente: que

    en el campo y en nuestros estudios recinestamos empezando a hallar el punto deentrada correcto para el trabajo etnogrfico,es decir, que necesitamos comprender el sig-nificado de la televisin como un elementoomnipresente en las vidas e imaginarios de lagente del mundo contemporneo. En unarevisin reciente de algunos estudios sobre

    resistencia, Sherry Ortner ubica causa de ladebilidad de este tipo de estudios a lo quecalifica como rechazo etnogrfico. Me pare-ce que este diagnstico es tambin adecuadopara los estudios sobre los medios. Si hayalgn tema que ha dominado el estudio de losmedios, especialmente de la televisin, en lasltimas dos dcadas, ha sido el de la resisten-cia. Y si se puede decir algo sobre estos estu-dios es que, a pesar de su considerable sofisti-cacin terica, son etnogrficamente dbiles,ya que se preocupan poco por dar sentido alas vidas y preocupaciones de la gente queconsume los medios de comunicacin(Ortner 1995: 173-93).3

    Irnicamente, se han realizado numero s o sllamados a hacer etnografa para solucionareste problema en los estudios culturales en laltima dcada. El estudio de Janice Radways o b re los lectores de novelas es aclamadocomo un clsico que comprob el valor de la

    etnografa para el anlisis de la cultura popu-lar (Radway 1984). Sin embargo, los inve s t i-g a d o res parecen poco dispuestos a inclinarsehacia el mtodo etnogrfico. Libros con ttu-los pro m e t e d o res como Television andEve ryday Li f e(Televisin y vida cotidiana) cri-

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    3 Para una celebracin clsica de la resistencia de losespectadores de televisin ver John Fiske (1987).

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    tican de manera inteligente los ejemplos msre p re s e n t a t i vos de lo que en el medio se cono-ce como estudios de recepcin y de audiencia,y proponen que hacen falta ms estudios de

    caso etnogrficos y psicoanalticos. El autor deeste libro en particular sostiene que u n ai n vestigacin sobre la audiencia debera seruna investigacin no sobre un conjunto deindividuos preconstituidos o de grupos socia-les rgidamente definidos, sino sobre un con-

    junto de prcticas y discursos cotidianos den-t ro de los cuales se sita el complejo acto dever televisin y a travs de los cuales estemismo acto complejo se constituye (Si l ve r -stone 1994). El autor del libro, sin embargo,

    no hace nada de lo que predica. Of re c i e n d olas excusas apropiadas, evita el compro m i s oprctico que esto requerira con el pro p s i t ode dedicarse a alguna teorizacin general (liga-da a la cultura) sobre los suburbios, la moder-nidad y la domesticidad. Cuando los inve s t i-g a d o res efectivamente se dedican a la etnogra-fa, como admite una de las defensoras msp e r s u a s i vas y sutiles del g i ro etnogrfico, uti-lizan una nocin de etnografa que se pare c epoco al ideal antropolgico (Ang 1996).

    Qu podemos ofrecer los antroplogosque empezamos a tomar en serio la televisin?En su temprana revisin del campo emergen-te de la antropologa de los medios, DebraSpitulnik afirma que los antroplogos hansobrepasado ya, de alguna manera, muchosde los debates de los estudios de medios, por-que implcitamente teorizan procesos, pro-ductos y usos mediticos como partes com-plejas de la realidad social, y esperan localizar

    el poder y el valor de los medios de unamanera ms difusa que directa y causal(Spitulnik 1993: 307). En sus atisbos polmi-cos sobre el mismo tema, Faye Ginsburg sitala particularidad del aporte de los antroplo-gos en su postura menos etnocntrica, suatencin a los contextos en los que se recibentextos mediticos, y su reconocimiento delas formas complejas en las que se ve envuel-

    ta la gente durante procesos de hacer e inter-pretar trabajos mediticos en relacin a suscircunstancias culturales, sociales e histricas(Ginsburg 1994:13).

    Y en verdad los argumentos tericos de losantroplogos preocupados por una etnografacuidadosa (etnografa que ilumine lo queBrian Larkin llama el espacio social de latelevisin) son prometedores (Larkin 1996).En un poderoso anlisis de la poltica e inter-pretaciones de una tele-novela que absorbila atencin de China en 1991, Lisa Rofelargumenta que la etnografa, definida comoatencin a la manera contingente en la queemergen, se naturalizan y articulan las cate-

    goras sociales con la concepcin de las perso-nas sobre s mismas y su mundo, as como enlas formas como estas categoras son produci-das a travs de prcticas cotidianas, es fun-damental para el estudio de los encuentroscon los medios. Y esto en la medida en quelos momentos de inmersin en un artefactocultural particular estn necesariamenteengranados con otros campos sociales de sig-nificado y poder (Rofel 1994: 703). Usandode manera ms directa los acercamientos delos estudios culturales, el artculo de PurnimaMankekar sobre las espectadoras femeninasde televisin en Nueva Delhi, India, muestracmo sus interpretaciones estn profunda-mente influidas por discursos sociales msamplios [principalmente aquellos sobre gne-ro y nacionalismo] a travs de los cuales soninterpeladas, del mismo modo que estn mol-deadas por eventos en sus vidas y por las rela-ciones en las que ellas mismas se sitan

    (Mankebar 1993:553).Pero cmo estudiar la articulacin de latelevisin con otros campos sociales?4

    Sostengo que la clave es emplazar la televisin

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    4 Ciertamente no soy la nica que explora esta pregun-ta. Para una mirada completa del trabajo de los antro-plogos involucrados en la etnografa de los mediosde comunicacin, ver Ginsburg, Ab u - Lughod yLarkin (2002).

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    densa de Geertz, no quiero decir que nuestroobjetivo sea necesariamente el mismo -en elcaso de Geertz, desarrollar una teora inter-pretativa de la cultura o traducir culturas-

    aunque comparto su fe en que un buen an-lisis muestra el poder de la imaginacin cien-tfica para ponernos en contacto con la vidade aquellos que no conocemos (Ge e rt z1973b: 16). En vez de eso, creo que necesita-mos recordar que cuando Geertz hace un lla-mado a la descripcin etnogrfica microsc-pica, justifica esas largas descripciones deeventos distantes porque son (para tomarprestada una frase de alguien a quin l con-sidera irremediablemente equivocado) bue-

    nas para pensar. Las descripciones densas delos discursos sociales en lugares particularestienen relevancia general, argumenta Geertz,porque presentan a la mente sociolgicamaterial del cual alimentarse. Gracias a susconocimientos especficos, los antroplogospueden pensar de manera inteligente e imagi-nativamente sobre los mega-conceptos de laciencia social (Geertz 1973b: 23). O los de lashumanidades, se podra aadir ahora. Si-guiendo la misma lnea, Geertz nos advierteque aunque los antroplogos a menudo estu-dian enaldeas, no estudian aldeas. Con-fron-tan las mismas realidades imponentes y losgrandes trminos que otros cientficos socia-les, pero en lugares y formas locales (Geertz1973b: 21).

    Ampliando estas ideas, quisiera sugerirque todava podemos beneficiarnos al tratarde contextualizar cuidadosamente pequeoshechos y eventos (en este caso el consumo de

    la televisin en lugares particulares, incluyen-do aldeas del alto Egipto) como un recursoque nos ayude a reflexionar sobre asuntos msamplios, particularmente aquellos concer-nientes al estado-nacin. Si la televisin pare-ce banal, debera inspirarnos una de las frasesms memorables de Michel Foucault: lo quetenemos que hacer con los hechos banales esdescubrir (o tratar de descubrir) qu proble-

    ma especfico y tal vez original est conectadocon ellos (Foucault 1982: 210).

    En este artculo, me centrar en uno de losproblemas de los que nos pueden hablar las

    historias sobre las mujeres y la televisin enuna aldea del alto Egipto (o de los que sepuede hacer que nos hablen, como recuerdaGeertz) relacionado con la naturaleza de lacultura y culturas bajo las condiciones delo que muchos llamaran posmodernidadpostcolonial. Este artculo propondr unmtodo para estudiar los medios de comuni-cacin nacionales, ofreciendo as una tcnicaapropiada para los estudios de los medios decomunicacin. Pero en este artculo tambin

    quiero comenzar a mostrar por qu el estudiode la televisin fomenta una pro d u c c i nantropolgica que est comprometida no slocon cuestiones acadmicas sino con otroscampos sociales del mundo en el que trabaja-mos, especialmente en lugares como Egiptodonde la televisin est ligada a proyectosnacionales.

    Textos culturales y etnografa

    multi-situada8

    En enero de 1996, en una corta visita a laaldea del alto Egipto donde he estado traba-

    jando intermitentemente desde 1990, vi convarios amigos algunos episodios de la serie detelevisin Ma d res en la casa del amor(Ummahat fi bayt al-hubb) ambientados enuna casa de retiro para mujeres. El dramacentral del programa giraba en torno al inten-

    to del inescrupuloso cuado de la viuda -quediriga el lugar- por apoderarse de la casa deretiro, y cumplir su sueo de construir unhotel de veintids pisos. Las mujeres residen-tes se asociaron para defender su amenazadohogar, encontrando un nuevo propsito para

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    8 He tomado prestado este acertado concepto deGeorge Marcus (1998: 79-104).

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    su vida. Se olvidaron de sus rias sobre quprogramas de televisin ver, movilizaron sustalentos para conseguir dinero con qu com-prar las acciones del cuado, y enfrentarse a

    sus intereses decididamente.La serie haba sido escrita unos pocos aosantes por Fathiyya al-Assal, una escritoravibrante y segura de s misma, y una de laspocas mujeres de su generacin que escribandramas para la televisin en Egipto. Activistadel partido de izquierda egipcio, haba sidoencarcelada ocasionalmente por lo que susproyectos de producir historias haban sidopostergados algunas veces y sus series cancela-das por los censores de televisin (funciona-

    rios que trabajaban para la televisin estatal)y por otros altos cargos del gobierno. Susseries eran conocidas por su preocupacinsocial, y ella consideraba los asuntos de lasmujeres como temas crticos. Tambin habahecho un poco de etnografa en una casa deretiro para conseguir un guin ms realista.

    Cmo estudiar el encuentro entre algu-nas mujeres de la aldea del alto Egipto y estaserie de televisin? Con los programas de tele-visin uno est forzado a hablar no tanto delas culturas-como-textos, como Ge e rtz lohara, sino sobre textos culturales disconti-nuos que son producidos, puestos en circula-cin y consumidos. La descripcin densa dela televisin invita, por lo tanto, como sostu-ve antes, a una etnografa multi-situada en laque, como ha sealado George Marcus conrespecto a las mercancas en el sistema mun-dial, se pueda seguir la cosa (Marcus, 1998:91-92). El sistema relevante aqu es nacional

    en vez de global. Por lo tanto, empezar conlos aldeanos y sus respuestas a la serie de tele-visin, usando esta mirada cercana a una seriepara presentarlos y abrir las estructuras y lossignificados bsicos de sus vidas. Pero tam-bin quiero seguir la pista de la serie hasta ElCairo, donde fue producida en un ambientemuy diferente por una intelectual de izquier-da y algunos profesionales urbanos que traba-

    jan con y contra los medios controlados porel estado, y con audiencias imaginarias parasu trabajo. Este acercamiento nos permitir,finalmente, tener alguna comprensin de la

    dinmica cultural de la televisin nacional.Mir varios episodios de Madres en la casadel amor con mis vecinos, quienes, aunqueintrigados, comentaban riendo sobre los per-sonajes ridculos que aparecan en la serie,como una compulsiva tejedora de suteres.Despus de un episodio en el cual una viudahaba finalmente accedido a casarse con unantiguo amor, una persona brome, Ahoratodas las mujeres de sesenta querrn casarse.

    Al da siguiente, Zaynab coment de forma

    ms realista el episodio, contrastndolo conlas actitudes locales. Decimos que cuandouna chica ha pasado los treinta, no se casar...Se considerara vergonzoso. Si una mujer dems de treinta se casase, lo hara calladamen-te, lejos, sin una celebracin de boda.

    El comentario de Zaynab fue en muchosaspectos re ve l a d o r. Dirigido a m, estableca lad i f e rencia entre las aldeanas (y por extensinla gente del alto Egipto en general) y las muje-res urbanas ricas de Alejandra que apare c a nen la serie de televisin. Se trataba de unad i f e rencia cultural enmarcada en lo moral.Esta construccin de la diferencia serva enp a rte para la edificacin de la imagen de laa n t roploga. El haber experimentado durantelargos aos como los ricos lamentos funerariosde su madre eran anotados cuidadosamentepor nuestra amiga folklorista, as como el ve rsus experiencias cotidianas fotografiadas porlos turistas, haba sin duda ayudado a Za y n a b

    a objetivar su propia cultura. Los regalos queme hizo a lo largo de los aos sugeran que ellahaba aprendido bien la leccin. Su primerregalo fue una cacerola de barro rstica deltipo fabricado y usado localmente. El segundofue una pieza de tela negra tradicional, ofre c i-da con el anuncio confiado de que me habaconseguido algo que realmente me gustara,algo raro en estos das. El terc e ro fue un chal

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    n e g ro, el ltimo diseo local de lo que lasm u j e res t r a d i c i o n a l e s usaban en su cabez a .Cada regalo re p resentaba algo nico del altoEgipto y algo que aquellos que desean ser ms

    sofisticados (como su hija) hubieran re c h a z a-do por estar pasado de moda.Pe ro para Za y n a b, una mujer que se siente

    en casa en su mundo social, un poco mayo rpara su edad y segura de ser una de las muje-res adultas de la aldea que tomaba muy enserio sus deberes sociales (visitas a enfermos yfunerales, por ejemplo), las diferencias cultu-rales dentro de las cuales ella enmarcaba surespuesta a la serie de televisin tambin eranpersonalmente significativas. Su propia expe-

    riencia en el matrimonio era muy diferente delo que vea en televisin. Como la mayora delas mujeres en la aldea, haba tenido un matri-monio arreglado (aunque, siguiendo las lneasdel parentesco prctico ms cercano se cascon un primo materno, y no paterno segn latradicin del alto Egipto). La madre deZaynab fue la segunda esposa entre las ms

    j venes que enviud poco despus de dar a luza su nica hija. Como su madre no era cerc a-na al patrilinaje de su esposo, haba buscadoayuda de sus propios parientes, y eve n t u a l-mente haba encontrado un marido para suhija. Haba, adems, heredado de su padrealgo de tierra, en la cual ella y Zaynab cons-t ru ye ron despus una casa de ladrillo de dospisos. El esposo de Zaynab trabajaba por tem-poradas en el Cairo desde que tena catorc eaos, dejndola sola con su madre la mayo r adel tiempo para criar a los hijos. Se c re t a -mente, l se haba casado con una segunda

    esposa en el Cairo; Zaynab se haba enteradoy estaba resignada al hecho de que l pro b a-blemente no re g resara a vivir en la aldea.

    Al pasar los aos y al tener Zaynab mshijos, concebidos en las visitas de su marido,se hacan mayores las dificultadas para sobre-llevar la situacin. Fue muy difcil cuando sele sec la leche despus de dar a luz gemelos.No mucho despus de eso, ella y su madre se

    vieron obligadas a vender su ganado al nopoder cuidar de l. Entonces muri su madre,dejando a Zaynab sola.

    No se puede ignorar la posibilidad de que

    Zaynab haya comentado el episodio delmatrimonio de la viuda mayor porque sepoda relacionar con su propia situacin per-sonal. Estaba sola, administrando un hogarcomplejo, y su nica compaa eran sus hijos,cuando miraban la televisin juntos, casitodas las tardes. No tena un hombre que leayudara a tomar decisiones sobre la educa-cin de los nios, a decidir sobre qu ganadocomprar, que franjas de tierra plantar o cmocosechar. Para conseguir ayuda para el traba-

    jo en el campo tena que llamar a jvenesparientes o pagar por el trabajo. Ciertamenteno tena a nadie que le diera compaa oamor. De las visitas de su esposo a la casahaba dicho: es como un invitado, no sabenada de nuestras vidas.

    De hecho, un tema re c u r rente en misc o n versaciones con Zaynab era la situacinde las mujeres mayo res en Suiza, Alemania ylos Estados Unidos, las cuales se casaban otenan amoros con jvenes aldeanos locales alos que haban conocido cuando estaban devacaciones. Algunas eran divo rciadas conhijos mayo res, como observaba Za y n a b.Usn-dome como informante del extraoc o m p o rtamiento de las extranjeras, me pre-guntaba cmo esas mujeres podan hacere s t o. Estaba intrigada en saber si su compor-tamiento era aceptable, especialmente parasus hijos. Ella no fue la nica mujer de laaldea que me habl sobre este fenmeno,

    p e ro me pregunto si su curiosidad por esasm u j e res mayo res que haban tenido segundasvidas, segundas oportunidades en el amor oel sexo, no habra tenido una re s o n a n c i aespecial. No obstante, como una mujer cuyarespetabilidad dependa de su matrimonio,ella se distanciaba a travs de un lenguajemoral de lo que perciba como una difere n-cia cultural entre la vida aqu, en las aldeas

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    del alto Egipto, y all, en Alejandra, en elC a i ro u otras ciudades.

    Zaynab no poda ni empezar a reconocerque para la escritora del Cairo de Madres en la

    casa del amor, una activista progresista com-prometida en debates con intelectuales y pol-ticos ms conservadores, este episodio sobreel valor del amor frente a la presin social noconstitua un simple retrato de los valores dela clase media de la sociedad de Alejandra,sino una alternativa revolucionaria universal-mente aplicable para realzar el estatus y lavida de la mujer.

    Otra serie de la que al-`Assal estaba orgu-llosa trataba sobre una mujer que, rechazada

    por su esposo por no ser educada, sale y sep ro p o rciona a s misma una educacin.Cuando su esposo quiere recuperarla, luegode eso, ella se niega; y esto a pesar de tener

    juntos un hijo. Al-`Assad dijo de esta serie:mi inters era enfatizar el valor del hogarcomo hogar. Es decir, un hombre y unamujer deberan estar juntos slo a condicinde que se amen mutuamente. 9 El matrimo-nio, sostena, debera estar basado primero yantes que nada en el entendimiento mutuo yel amor. Ella contrastaba sus ideas sobre elmatrimonio sin hijos, del cual los contrayen-tes pueden divorciarse sin gravamen, con losva l o res predominantes que privilegian lasconsideraciones financieras. Su punto de refe-rencia era la clase media urbana y sus puntosde vista eran aquellos del lado ms progresis-ta y modernista. Aunque la idea de la parejaburguesa y el matrimonio sin hijos del cuallos contrayentes pueden divorciarse sin grava-

    men ha sido idealizada y tomada en cuentacada vez ms por las clases medias en elEgipto del siglo XX, el nfasis de Al-`Assal enla igualdad de marido y mujer intentaba serms radical que esa visin dominante de clase

    m e d i a1 0. En cuanto al matrimonio deZaynab, ni siquiera concordaba con el idealde clase media; el vocabulario de derechos alamor y felicidad personal era desconocido

    para ella.Hay otros ejemplos de cmo las seriesmotivaban la discusin de asuntos relevantespara los espectadores de la aldea y sin embar-go resultaban, al mismo tiempo, inasimilablespara ellos mismos, debido a diferencias dep e r s p e c t i va relacionadas con la posicinsocial. En una de las primeras conversacionesque tuve mientras vea televisin con Zaynab,ella me habl animadamente del programaque acababa de salir al aire. Este extraordina-

    rio show semanal de entrevistas, que fue cen-surado unos aos despus, se llamabaLa con -

    f ro n t a c i n (Al-muwajaha) y consista enentrevistas (ms parecidas a interrogatorios)con criminales reales que tenan sentencias deprisin. Imitando el dialecto del Cairo ,Zaynab narr una memorable entrevista conuna mujer narcotraficante. Cuando el entre-vistador le pregunt si lo hara otra vez, lamujer haba respondido: Por supuesto. Tanpronto como salga traficar drogas otra vez.Cuando le preguntaron por qu, ella respon-di: tengo que comer. Zaynab aadi quela mujer se haba acostumbrado a cierto tipode vida y por tanto tena que continuar deaquella manera. Zaynab la cit de nuevo:ellos me encerrarn y saldr y traficar. Mepondrn en prisin, saldr y lo har otra vez.

    As es como me gano la vida.Que Zaynab haya encontrado a esta cri-

    minal interesante resulta tan significativo

    como el hecho de que ella haya dado una res-puesta al tema televisivo del matrimonio auna edad avanzada. La mujer narcotraficante,tratando de ganarse la vida, debe haber repre-sentado algo importante para esta persona degran integridad, que se vea insultada porcualquier insinuacin de falta de respeto.Toda la vida de Zaynab estaba organizada entorno a tratar de alimentar a su familia y a s

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    9 Todas las citas de Al-`Assal son de una entrevista conla autora el 26 de junio de 1993.

    10 Para ms de visiones feministas del matrimonio, ve rAb u - Lughod (1998: 243-269) y Ba ron (1991: 275-91).

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    establecimiento las series melodramticas dela radio. Todava trata de demostrar la impor-tancia del alfabetismo en muchos de sus argu-mentos y me habl con orgullo de una serie

    que escribi sobre una mujer de cincuentaaos cuyo marido escap con otra mujer,dejndola sin identidad y sin las habilidadesnecesarias. Lo que buscaba Al-`Assal

    era mostrar cmo ella fue capaz de lidiarcon la vida, se rehus a volver a ser la esposade tal y tal, y se fue volviendo una persona enpleno derecho. Trabaj en una casa editorialy ley y expandi sus horizontes, finalmenteescribi historias y gan un premio gracias a

    ellas. Esta serie terminaba con esa nota, conel propsito de mostrar cmo fue capaz deganar un premio por s sola; ella fue la nicaduea de la victoria.

    En que medida se vio afectada Zaynab por eltema de aprender a leer y escribir? Justo elao anterior a la emisin de Madres en la casadel amor haban sido implementadas en laaldea y en los alrededores clases de alfabetiza-cin para mujeres. Estas clases estaban auspi-

    ciadas por el gobierno. Para alguien tan ocu-pada como Zaynab era imposible asistir. Lasmujeres no concurran a clases por una seriede razones, pero todas las que acudan tenandos cosas en comn: no tenan hijos (o ten-an pocos y contaban con alguien que los cui-dara por un rato) y su situacin familiar lespermita librarse del trabajo por unas pocashoras en la tarde.

    Cuando visit a Umm Ahmad, otra mujera la que conoca y apreciaba, le pregunt -

    para empezar una conversacin- si pensabaasistir a clases. Con ojos brillantes y una gransonrisa me dijo que quisiera hacerlo de ver-dad; se mora de ganas de aprender a leer y

    escribir y odiaba no poder firmar su propionombre (ella haba estado tratando de cobrarla pensin de su padre recientemente muer-to). Pero, puedo aprender?, me pregunt

    dudosa. No, estoy demasiado vieja. Notengo cerebro, ri. Luego aadi: soy unamujer vieja, por eso hablarn. Dirn, paraqu necesita ella ir a aprender?. Le preguntquin hablara, y ella dijo, Los hombres. Loshombres hablaran. 12

    Cuando su hijo, un hombre joven de unostreinta aos y padre de dos hijos, entr en lahabitacin, le molest: oye, deberas permi-tirle a tu madre ir a las clases de alfabetiza-cin. Respondi: bueno, est bien, puede

    ir. Virndose hacia ella con una sonrisa aa-di: hasta te conseguir una mochila paratus libros. Esta era una burla dado que lasmujeres de la aldea nunca llevan carteras. Sivan al mercado o de visita, llevan una canastaen sus cabezas. De otro modo, llevan lo quenecesitan dentro de sus largos sobretodosnegros. Slo los escolares y la gente de la ciu-dad llevan mochilas.

    Pero Umm Ahmad no era una mujer vieja,oprimida y anticuada sin un papel social tilo sin habilidades como al-`Assal hubieratemido. Ella era una abuela, pero tambinuna persona resistente y enrgica, que traba-

    jaba en los campos, cuidando de su bfalo deagua, y vendiendo queso y mantequilla local-mente. Su situacin era algo inusual, pero enmi experiencia la historia de cada persona enla aldea era nica. Haba tenido un malmatrimonio y regresado a vivir a la casa de supadre. Tena un slo hijo que tambin inu-

    sualmente viva con ella y trabajaba en loscampos del padre de ella, a la vez que tena untrabajo nocturno como guardia en un templofaranico cercano. Durante cuatro aos ellahaba cuidado de su padre, que estaba enmalas condiciones de salud y no estaba siem-pre lcido. Su padre, un fundador del caseroen el que vivan, haba sido una importantefigura. Umm Ahmad era la encargada de

    129CONOS 24, 2006, pp. 119-141

    Interpretando la(s) cultura(s) despus de la televisin: sobre el mtodo

    12 Umm Ahmad consigui finalmente arreglar que lasclases de alfabetizacin fueran ofrecidas en el centrode recepciones del clan junto a su casa y empez aestudiar en 2000.

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    administrar el hogar y la granja del padre,especialmente el ganado, mientras su hijo cre-ca, e igualmente busc ampliar sus ingresos -cuando necesit de ellos de manera desespe-

    rada- trabajando por un corto tiempo en uncriadero de pollos de unos libaneses cerca deAlejandra.

    Qu significado podra tener para UmmAhmad un grupo de mujeres ricas o que hab-an sido ricas, sentadas en una cmoda casa deretiro que de repente dejan de lado sus pro-blemas individuales y superan su sentido deimpotencia e inutilidad? Qu pensara sobreel ideal feminista moderno de los derechos delas mujeres a la educacin y a una carrera, o

    al menos a un trabajo socialmente til? Qule parecera la idea de ganar un premio porescribir? Umm Ahmad tena que bregar conun sistema de gnero que coartaba a las muje-res, pero este no era su mayor impedimentopara asegurarse una vida decente. Otras preo-cupaciones eran ms apremiantes: el costo decultivar con un fertilizante ms caro, los pre-cios rebajados que el gobierno pagaba por loscultivos, el levantamiento forzado por el FMIde los subsidios para el trigo que haca que elaprovisionamiento de pan de los hogaresfuera un esfuerzo mayor para la mayora delas familias locales, el mayor costo de vida enun rea donde el abastecimiento de los hote-les para turistas elevaba los precios, la necesi-dad sentida de educar a los hijos para quepudieran encontrar empleo, y las grandesdesigualdades entre los grandes propietarios yla mayora de los hogares.

    Qu posibilidades tenan Umm Ahmad u

    otras mujeres de la aldea para seguir carrerasen las que se realizaran personalmente o dealcanzar la independencia econmica necesa-ria para un matrimonio basado en la igual-dad, cuando inclusive los hombres localesms educados tenan que contentarse con serguardias de los lugares arqueolgicos o conesperar cinco o seis aos despus de graduar-se de la universidad para lograr un puesto

    gubernamental como bibliotecarios en laescuela secundaria local, trabajando por unpar de horas al da y ganando apenas lo sufi-ciente para pagar los cigarrillos?

    El problema es que Al-`Assal valora ciertosideales para las mujeres y los hombres en opo-sicin a aspectos que considera negativos,como la capacidad de leer y escribir por sobrela ignorancia, la realizacin y logro individualpor sobre la unidad familiar, el desarrollonacional por sobre la integridad comunal.Esto no se debe slo a que productores cultu-rales como al-`Assal provienen de una clasesocial diferente al de las mujeres de las aldeas,que ven sus programas (aunque esto es signi-

    ficativo). Tampoco es el resultado de la dife-rencia entre las experiencias urbanas y rurales,aunque estas sean considerables. En realidad,

    Al-`Assal trat de tender puentes entre estostipos de experiencias diferentes cuando escri-bi la serie Cosecha del amor sobre el altoEgipto rural, la cual fue transmitida en 1993.La serie mostraba la crueldad y el poder de losgrandes propietarios y la falta de poder de loscampesinos que no estaban unidos por unacausa comn. Pero el principal tema de laserie era la venganza, la metonimia por la cualhan conocido el alto Egipto generaciones deescritores del norte del pas (violencia queahora se transfiere hacia los militantes musul-manes y terroristas cuyas plazas fuertes selocalizan en esta rea).13

    Al-`Assal escribi esta serie como fruto desu genuina preocupacin. Incluso pas tresmeses viviendo con una familia rural paraprepararse para escribir el guin, tal como

    haba hecho al permanecer en una casa deretiro para escribir Madres en la casa del amor.Como poltica radical (despus incluso secandidatizara), ella estaba pro f u n d a m e n t e

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    Lila Abu-Lughod

    13 Esta representacin tradicional de los campesinosatrasados del alto Egipto tiene muchos antecedentesliterarios y cinematogrficos. Martina Reiker (1996)tambin proporciona ejemplos de esta representacin.

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    preocupada por las condiciones sociales y laterrible pobreza de la regin. Pero su nfasisen la venganza que ofreci en la serie repro-duca un discurso muy viejo y comn de la

    modernidad ilustrada en contra de las cos-tumbres atrasadas que continan denigrandoa los campesinos del alto Egipto, tanto hom-bres como mujeres. El hroe y la herona delprograma eran una joven pareja, un Romeo yuna Julieta actuales, cuya educacin modernae ideas ilustradas les conducan a rechazar lavendetta (una tradicin atrasada que toda-va era mantenida por las mujeres mayores) ya tratar de romper el dominio de los seoresfeudales (y sus esposas) apoyando los esfuer-

    zos de los campesinos por establecer unafbrica de propiedad colectiva.

    El problema es que tanto el feminismo deAl-`Assal como su poltica progresista sonparte de un poderoso discurso pblico nacio-nal de reforma y edificacin en el que puedenrastrearse los esfuerzos coloniales y anticolo-niales para transformar a Egipto en un lugarmoderno, y cuyos objetivos han sido apoya-dos por las instituciones del estado, especial-mente las establecidas bajo la presidencia deNasser en los aos cincuenta y sesenta.

    Esta actitud de conocer lo que es buenopara la sociedad entendida como un objetoa ser manipulado por expertos (si bien se vealgo mejorada por el acercamiento etnogrfi-co y por la gran simpata hacia los campesi-nos, en el caso de al-`Assal), subyace en el tra-bajo de muchos de los escritores de las seriesde televisin que dan forma a la multitud deproyectos de reforma, desde la educacin a

    los planes de salud pblica, en los que se veninvolucrados los aldeanos. En lugares comoEgipto, la televisin es el principal instru-mento para la transmisin de las narrativaspblicas del estado y de las clases mediasurbanas y de las ideas de los expertos14.

    Estos discursos ilustrados tienen su ladooscuro. Si Umm Ahmad hubiera podido asis-tir a sus clases locales de alfabetizacin hubie-ra aprendido a leer y escribir usando libros de

    texto llenos de historias didcticas sobre elvalor de la familia nuclear, la cooperacinvecinal y la responsabilidad nacional. Hastaque tenga su mochila, ella estar sujeta a stediscurso pedaggico, no a travs de los textossino de la televisin. En que medida le ayudaeste discurso a comprenderse a s mismaComo alguien que podra llevar una mochi-la llena de libros? Como alguien cuya vidaes, simplemente, diferente de las retratadas enla televisin? O como alguien cuya vida es

    irremediablemente inferior?La televisin hace patente el hecho de que

    diferentes textos culturales tienen diferentessignificados en diferentes contextos. CuandoZaynab interpreta una escena como la delmatrimonio de una mujer de sesenta aoscomo un asunto de diferencia cultural, formade vida y moralidad, de carcter regional, esporque ella est en situacin tan desventajosaen trminos de clase y educacin que nopuede apreciar las intenciones de la creadoradel programa (con ms privilegios que ella)en su totalidad. Para al-`Assal, que trabajacomo una poltica de oposicin dentro delcontexto nacional de un Estado postcolonialy que discute con compaeros intelectuales,crticos y polticos en el Cairo y a travs delmundo rabe, mientras trata de reformar alpblico, este episodio quera pre s e n t a r s ecomo una opcin feminista revolucionaria eilustrada. Slo una etnografa mvil puede

    hacer justicia a las maneras en que estos dife-rentes mundos se articulan con la nacin. Yesta interseccin debe ser parte de cualquierdescripcin densa de la televisin y cualquieretnografa de la nacin.

    Esta extensa reflexin sobre el encuentroentre algunas mujeres aldeanas y una serie detelevisin ha tratado de mostrar cmo las his-torias sobre mochilas, casarse a los sesenta y la

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    Interpretando la(s) cultura(s) despus de la televisin: sobre el mtodo

    14 Para la India, ver Veena Das (1995: 169-189) yPurnima Mankekar (1999).

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    televisin pueden permitirnos re f l e x i o n a r,como sugiri Geertz, sobre los mega-concep-tos. Tomar a la televisin en serio nos fuerzaa pensar sobre la cultura no tanto como un

    sistema de significados o incluso como unaforma de vida, sino como algo cuyos elemen-tos son financiados, producidos, censurados yretransmitidos a travs de una nacin, oincluso ms all de las fronteras nacionales.La naturaleza hegemnica o ideolgica y porlo tanto la relacin con el poder de los textosculturales mediticos al servicio de proyectosnacionales, de clase o comerciales, es innega-ble. Esto, a su vez, nos debera llevar a pensarsobre las maneras en las que aspectos de lo

    que solamos asumir como parte de una cul-tura local, tales como los valores moralessobre la edad apropiada de matrimonio o laconveniencia de la educacin para las muje-res, no son caractersticas neutras a ser inter-pretadas, sino el resultado a veces controver-tido de otros proyectos de poder que vale lapena analizar.15

    De las culturas a los cosmopolitas

    Ms interesante, tal vez, es la manera en que -debido a que sus textos culturales son pro d u-cidos en otro lugar e insertados en hogare slocales, comunidades y naciones- las etnogra-fas de la televisin nos confirman la necesi-dad de repensar la nocin de cultura en sin-g u l a r, como una conjunto compartido de sig-nificados, distintos de aquellos mantenidospor otras comunidades llamadas a veces c u l-t u r a s. Esta observacin se ha conve rtido en

    un lugar comn en antropologa. Ul fHa n n e rz usa el trmino complejidad cultu-r a l y ha desarrollado una teora distributiva

    de la cultura para capturar las maneras en quela cultura no es necesariamente compart i d a( Ha n n e rz 1992). Las crticas sobre la maneraen que el concepto de cultura ha tendido a

    homogeneizar las comunidades y crear falsoslmites (tal vez articuladas ms elocuentemen-te por Clifford) aparecen en las intro d u c c i o-nes de importantes libros de texto interd i s c i-plinarios y en discusiones como la de Arjun

    Appadurai sobre que los n a t i vo s, gentee n c a rcelada en un lugar y modo de pensa-miento determinados, son ficciones de la ima-ginacin antro p o l g i c a .1 6 Estos argumentostoman su base de reflexiones marxistas ante-r i o res como la de Eric Wolf acerca de la gente

    sin historia (Wolf 1982). En mi propio argu-mento de escribir en contra de la cultura ,tambin registr incomodidad con la homo-geneizacin interna producida por el concep-to de cultura (Ab u - Lughod 1991; ver tambin1999). Explor maneras de escribir en contrade la tipificacin de comunidades que re s u l t ade pensarlas como c u l t u r a s, y trat de subra-yar la naturaleza contestataria de los discursosal interior de las comunidades.1 7

    Esto no niega que la nocin de tener unacultura, o ser una cultura, se haya vueltopolticamente crucial para muchas comuni-dades previamente etiquetadas como c u l t u-r a s por los antroplogos (los isleos deSolomon que invocan el k a s t o m ( c o s t u m b re ) ,los hindes de la dispora que apoyan a orga-nizaciones religiosas fundamentalistas queglorifican la cultura hind, catalanes y jord a-nos que establecen museos de folklore nacio-nal o regional como parte de lo que se puede

    llamar la industria del patrimonio). ComoMarshal Sahlins, siguiendo a No r b e rt Elias yo t ros, ha observado sobre los orgenes delconcepto de cultura, este est relacionado auna desventaja re l a t i va. Se desarroll en

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    15 Esta idea se sostiene en las crticas materialistas al con-cepto de cultura. Para buenos ejemplos ver Talal Asad(1993) y Pierre Bourdieu (1977).

    16 Ver Appadurai (1988), Clifford (1988), Di rk s ,Ortner y Eley, eds. (1993), y Gupta y Ferguson(1997).

    17 Algunas lecturas descuidadas han interpretado estocomo que implicara que no hay diferencias culturales.Ver por ejemplo la introduccin a Yanagisako yDelaney (1995).

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    Alemania, una regin re l a t i vamente pocod e s a r rollada (en oposicin a los podere simperiales y coloniales de Eu ropa occidental)y es una expresin de ese atraso comparativo ,

    o de sus demandas nacionalistas (Sa h l i n s1995: 12-13). Las similitudes en las condi-ciones de regiones donde hoy en da la ideade la cultura est ganando actualidad sono bvias. Appadurai ha llamado a este fenme-no c u l t u r a l i s m o, refirindose a cmo lasidentidades son movilizadas en el contextode estados-nacin, comunicacin mediticade masas, migracin y globalizacin( Appadurai 1996: 16, 146-47). No es acci-dente que en la aldea del alto Egipto donde

    trabaj, fuera Za y n a b, una mujer con granexperiencia con extranjeros, quien saba quclases de regalos yo apreciara: objetos de unac u l t u r a local distinta. El proceso de c u l t u-r i z a c i n est relacionado a encuentros cono t ros, muchos de los cuales ya llegan empa-pados de nociones de cultura.

    Sin embargo, estos procesos reactivos sonbalanceados por muchos otros que cuestio-nan las fronteras entre las culturas. Mucho seha escrito sobre el viajar o la migracin, locual ha sido ciertamente una parte crecientede la realidad del alto Egipto (el esposo deZaynab, por ejemplo, se rene con generacio-nes de gente del alto Egipto en la ciudad delCairo, que desde hace tiempo est salpicadade clubes dedicados a migrantes de aldeasp a rt i c u l a res). Tambin se podra escribirmucho sobre el colonialismo y otras formasde interpenetracin poltica y econmica. Enel alto Egipto, los mejores ejemplos seran las

    grandes propiedades de la familia real en elsiglo XIX que se dedicaron a la produccin decaa de azcar, la que sigue siendo el princi-pal cultivo en esta aldea (ver Mitchell 2002).

    Pero la televisin es un medio extraordi-nario para traspasar las fronteras e intensificary multiplicar encuentros entre mundos devida, sensibilidades e ideas. La televisin llevaal hogar de Zaynab, a su imaginacin y a sus

    conversaciones, una gama de ideas, visiones,perspectivas y experiencias que se originanfuera de su comunidad, en lugares tales comoel Cairo, Alejandra, Hollywood, Bombay, e

    incluso Tokio. Al mismo tiempo, la coloca enuna relacin particular con ellos. Si conside-ramos las estimaciones de la UNESCO para1993, de acuerdo a las cuales haban seismillones de aparatos de televisin en Egipto,y otras estimaciones que sitan que entre el93% y el 98% de la poblacin accede a latelevisin, podemos decir que la exposicinde Zaynab a ese medio difcilmente puede sercalificada como algo inusual (Amin 1996:101-125; estadsticas en pp. 104).

    Lo importante es que los significados de latelevisin son producidos en un lugar quepara una mayora de espectadores es otrolugar, y son consumidos en una variedad delocalidades. Inclusive si logra crear un habi-tus nacional (como sostengo), o indicios deun habitus transnacional, la televisin es inte-resante en la medida en que proporcionamaterial que es insertado, interpretado y mez-clado con conocimientos, discursos y siste-mas de significado locales difere n c i a d o ssocialmente.18 La televisin, tal como lo handemostrado ampliamente los tericos de losmedios, no impide un compromiso activocon estas visiones, o una apropiacin creativade las mismas. Mi propio trabajo en la aldeaha mostrado que los individuos tienen dife-rentes niveles de adhesin al mundo de latelevisin, diferentes grados de conocimientosobre lo que ven, y diferentes reacciones fren-te a lo que miran.

    Pensar en que Zaynab observa series dra-mticas y pelculas egipcias, entrevistas concriminales, emisiones de las sesiones delParlamento, novelas estadounidenses, progra-mas sobre la naturaleza importados que la lle-van al Caribe o las planicies del Serengeti, y

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    Interpretando la(s) cultura(s) despus de la televisin: sobre el mtodo

    18 La nocin de habitus nacional viene de OrvarLofgren, citado en Rober Foster (199:237).

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    propagandas de dulces, toilets de cermica,cubos de gallina y Coca-Cola, me lleva aempezar a percibir a ella y otros en esta aldeano como miembros de algn tipo de cultura

    campesina unificada egipcia, o del altoEgipto, una en la cual no es apropiado que secasen las mujeres sobre los treinta o que lasmujeres mayores vayan a la escuela, sino entrminos del cosmopolitanismo que ellospueden representar.

    La introduccin aqu del concepto de cos-mopolitanismo puede parecer sorprendente os u p e rficial. Dado que es generalmente asocia-do con los que viajan, los que se sienten encasa en diferentes partes del mundo y los que

    son profesionales, el concepto parecera apli-carse ms fcilmente a la pro g resista escritorade televisin al-`Assal.1 9 Aunque sus pre o c u-paciones polticas y sociales estn centradasapasionadamente en Egipto, su vo c a b u l a r i opoltico es internacional; est muy al tanto dela literatura, pelculas y medios extranjero s ,tiene hijos mayo res que trabajan en Fi n l a n d i ay Francia y expresa su frustracin porque eltrabajo de muchas buenas escritoras egipciasno se traduce a idiomas extranjeros. Ella leelos textos televisivos en trminos de sus pers-p e c t i vas polticas, criticando a otros compae-ros escritores por ser conserva d o res o por aco-modarse a las expectativas gubernamentales.Ella se preocupa por el impacto social de latelevisin, desaprobando una telenovela esta-dounidense como The Bold and the Be a u t i f u lpor la normalizacin de la inmoralidad.

    Sin embargo, lo que mujeres de la aldeacomo Zaynab, su hija Sumaya o su vecina

    Fayruz nos pueden ayudar a entender escmo las experiencias particulares de la vidadiaria se combinan con la televisin paramarcar otras variedades de cosmopolitanis-

    mo. Estos son los tipos de cosmopolitanismoque se encuentran en muchas reas rurales delmundo postcolonial y que confunden la ideade culturas. La pobreza, por ejemplo, impi-

    de el acceso completo a la cultura de consu-mo y a la mercantilizacin de los signos queuna parte importante de la vida cosmopolitapostmoderna. Sin embargo, la vida deZaynab no permanece intacta frente a estascaractersticas del cosmopolitanismo -las mis-mas que sern discutidas ms extensamentecuando me refiera al consumismo-. Las pro-pagandas de televisin en Egipto comerciande manera insistente con estos signos, sus jin-gles, escritos por empresas de publicidad que

    ostentan nombres como Americana, sedu-cen a la gente a comprar champ y yogurt demarcas. A diferencia de sus hijos, Zaynab per-manece bastante impasible ante estas propa-gandas, pero esto no implica que la imagina-cin de Zaynab no sea amplia o que ella notenga un gran conocimiento de otros mun-dos, promovida no slo por la televisin sinopor sus amigos extranjeros. El casero en elque vive, con sus folkloristas, periodistas,politlogos, turistas y divorciadas mayoreseuroamericanas, es slo una versin extremade los tipos de comunidades en las que vivenmuchos aldeanos en Egipto y otros lugares.Esposos migrantes y ventiladores y aparatosde televisin importados (trados de pasesricos que a su vez importan mano de obra)son tambin figuras y objetos familiares, pro-ductos de economas, naciones y estados desi-guales. El estado postcolonial tambin estall, muy presente, en un currculo nacional

    diseminado por profesores que recin apren-dieron a leer y escribir en clases abarrotadascon muy pocos recursos, en los libros de textoescolares que promulgan mensajes de planifi-cacin familiar, y en series de televisin quepromueven ideales modernos forjados en losmovimientos nacionalistas anti-coloniales dela primera mitad del siglo.

    La vida de Zaynab todava est anclada -

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    19 La discusin del cosmopolitanismo es muy amplia.En antropologa, el texto Representations are SocialFacts de Paul Rabinow (1986) fue un punto de par-tida. Textos claves son Appadurai (1996), JamesClifford (1992) y Hannerz (1992).

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    rencias de gusto pueden ser marcadas sutil-mente (decorar al menos una habitacin conmuebles arabescos era comn entre los c u l t u-r i z a d o s en los setenta y ochenta), las distin-

    ciones en un rea de provincias como Lu xo reran ms crudas. El hogar de Fa y ruz tenamuebles, un telfono y un televisor a color.Estos separaban a sus miembros como gentecon dinero y una orientacin m o d e r n a ,mundana, no rural y atrasada. En contraste,su padre (de una generacin mayor y, comoZa y n a b, ms orientada localmente), aunquep e rfectamente deseoso de inve rtir en tractore sy cosechadoras para su empresa agrcola, noconsiderara mudarse de su casa de ladrillos de

    b a r ro o comprar un televisor ms grande, ancuando fue eventualmente persuadido dec o n s t ruir una villa para su hijo ms jove n .2 0

    Cuando Fayruz abri su guardarropa yempez a sacar vestidos para mostrrmelos,entend an mejor cmo su riqueza permitauna forma diferente de cosmopolitanismoque el de Zaynab, mientras su falta de educa-cin y su ubicacin en las provincias todavala distingua de los cosmopolitas profesiona-les urbanos como los relacionados a la televi-sin. Fayruz me mostr vestidos impresio-nantes de chifn con lentejuelas y botones deoro, todos largos y con mangas largas (slo lasclases altas urbanas y las estrellas de cine usa-ran algo ms revelador), algunos tenan cor-pios sorprendentemente curvados y volantesextravagantes. Yo estaba sorprendida porqueen el pueblo ella usaba el pauelo negro tra-dicional en la cabeza y sobretodos slo ligera-mente ms sofisticados que los de la mayora

    de las mujeres del pueblo.Este guardarropa ornamentado lleno devestidos extraordinarios inspirados en unaserie de televisin llamada Noches de

    Hilmiyya, revela mucho sobre lo que significala urbanidad, la clase, la distincin y el con-texto nacional para un provinciano. CuandoFayruz fue al Cairo a buscar tratamiento

    mdico para sus migraas, se qued, a dife-rencia de Zaynab, en una parte de la ciudaden mal estado donde pocos extranjeros vivir-an. Ella y su esposo llamaron a contactos denegocios que su cuado haba desarrolladomientras asista a la escuela de negocios (queera parte de un sistema paralelo de educa-cin) manejada por la venerable universidad-mezquita Al-Azhar. Mientras Zaynab, a pesarde su contacto con cosmopolitas extranjeros,haba usado la ropa de su aldea, Fayruz, cuyo

    conocimiento de otros mundos provena dela televisin y de gente del alto Egipto conexperiencia o aspiraciones urbanas, se depillas cejas, us maquillaje, y se puso algunos delos vestidos ms modestos (en el sentido demostrar el pudor recomendado por el Islam)que tena en su guardarropa. Tambin cam-bi el pauelo negro que cubra su cabeza porlahijab(velo), la cubierta para la cabeza aso-ciada con el vestido islmico pudoro s o ,borrando con ella su identidad aldeana. Estaadopcin de lahijabno es sorprendente. Paralos egipcios rurales, como para las mujeresurbanas de clase baja y media desde losochenta, volverse moderna y urbana ha sig-nificado adquirir la apariencia islmica msidentificablemente moderna.21

    Podemos leer en estas diferencias un con-traste entre cosmopolitanismos: entre unmarco resueltamente nacional de una provin-ciana joven que mejora de clase social y los

    agudos contrastes producidos para una mujerpobre por la interseccin del viaje neocolo-nial de folkloristas, antroplogos y turistas,proyectos de modernizacin postcolonialesnacionalistas, y los flujos transnacionales delos programas de televisin. Fayruz, con sus

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    20 Lo cual pudo haber ocurrido para apaciguar a su hijo,a quien haba forzado a un matrimonio arreglado,dejando atrs una estela de murmuraciones y dejandocon el corazn roto a la chica con quien su hijo habaprometido casarse.

    21 Ver Abu-Lughod (1995:53-67); y de manera msgeneral sobre el nuevo uso del velo, Ahmed (1992).

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    vestidos de chifn y su hijab, puede imagi-narse a s misma ms fcilmente en los melo-dramas de las series televisivas egipcias de loque puede Zaynab, quien critica la moralidad

    del matrimonio a los sesenta. Pero como ellano posee ni la educacin ni la experienciaurbana de escritoras de series como al-`Assal(una firme opositora del nuevo uso del velo),Fayruz afirma su sofisticacin posicionndoseen el mundo moral de clase media simboliza-do por el uso del velo.

    La participacin imaginativa de Fa y ruz enla nacin, con sus centros de poder situados enlas ciudades, se intensificar si contina con susclases de alfabetizacin. Pe ro hay que anotar

    que ella est asistiendo ms por orgullo herido(y soledad) que por cualquier deseo de emanci-pacin femenina o deseos de plena ciudadanaen la nacin. Cuando la nueva novia de sucuado rechaz quedarse con ella en casa, apa-rentemente se dio nfulas por su educacin.Contndome estas historias, Fa y ruz exc l a m furiosa: es ella mejor que yo?. Mira quines mi padre, aadi. En el contexto nacional,donde los estndares son establecidos por lourbano y donde la televisin glorifica a los edu-cados y cultos, Fa y ruz se dio cuenta de que nopoda slo depender de su riqueza y del nom-b re de su familia para ganar estatus.

    Para comprender un tercer tipo de cosmo-politanismo de la aldea, consideremos a la hijade veinte aos de Za y n a b, Sumaya. Ella tienela educacin que le falta a Fa y ruz sin la rique-za que le permite a Fa y ruz vivir en una casam o d e r n a y tener un guard a r ropa lleno devestidos que no puede usar en la aldea.

    Debido a su educacin (ella ha completado laescuela agrcola secundaria), tambin usa unaversin de lah i j a b cuando va a la escuela o seviste, reemplazando los vestidos confecciona-dos localmente que usa de ordinario, con untraje brillante de polister comprado en unatienda y tacos altos. Ahorra para comprar cre-mas faciales que ha visto publicitadas en latelevisin, y sabe cmo hornear c a k e s por sus

    clases de economa domstica. Oc a s i o n a l -mente lee el peridico y planea tener unafamilia pequea, como dicta la pro p a g a n d anacional. El primer regalo de Sumaya para m,

    tan diferente al de su madre, indica la formade cosmopolitanismo de su generacin.Tmidamente, ella me present una postal ac o l o res enmarcada con hilos re t o rcidos ve rd e sy azules. La postal, anticuada, impresa enItalia, y del tipo que circula ampliamente enEgipto, retrataba a una novia y un novio euro-peos mirndose a los ojos. El marco era sup ropio trabajo manual, un diseo sin dudaa p rendido en sus clases de economa domsti-ca en la escuela, usando materiales que slo los

    p ro f e s o res podran pro p o rc i o n a r. Un re g a l oque su madre no podra apre c i a r, que expre s a-ba sus fantasas romnticas (animadas por latelevisin) y que simbolizaba su educacinmoderna, vocacional iniciada por el Estado.

    Lo que las situaciones, conocimientos cul-turales, habilidades para cambiar de cdigo yposibilidades imaginativas de estas tres muje-res significan para la interpretacin de la(s)cultura(s) despus de la televisin, y todo loque la televisin ha hecho posible y amplia-mente presente en las aldeas alrededor delmundo, no es slo que los pro c e s o s(post)coloniales de hibridacin cultural hansocavado la utilidad de concepciones msestticas y homegeneizantes de la(s)cultura(s).22 Tampoco es slo que estas mlti-ples situaciones, conocimientos y habilidadesconfirman la importancia de, como sostienetan adecuadamente Bruce Robbins, poner

    137CONOS 24, 2006, pp. 119-141

    Interpretando la(s) cultura(s) despus de la televisin: sobre el mtodo

    22 Un terico particularmente elocuente sobre los proce-sos de hibridacin y traduccin es Homi Bhabha(1994).

    23 Bruce Robbins (1993:194-195) argumenta persuasi-vamente que los esfuerzos de James Clifford y ArjunAppadurai para hacernos reconocer el cosmopolita-nismo como una caracterstica de la gente y comuni-dades previamente pensadas como locales y particula-res (culturas, en el sentido antiguo) nos permite ahorausar el trmino ms inclusivamente y buscar cosmo-politanismos discrepantes.

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    atencin a los cosmopolitanismos discrepan-tes. 23 Ms bien, se trata de que vale la penaespecificar las hibridaciones y cosmopolita-nismos (de Fayruz, de Zaynab, de Sumaya y

    de al-`Assal siendo cada uno diferente), y quelos efectos de los medios en lo que Appaduraillama el trabajo de la imaginacin y auto-fabricacin merecen rastrearse para dar conconfiguraciones de poder, educacin, edad yriqueza en lugares particulares, como unaaldea agrcola en el corazn de la industriaturstica en una regin desaventajada deEgipto en los noventa (Appadurai 1996).

    Antropologa para quin?

    Si como he mostrado, las descripciones den-sas de la televisin pueden servir para hablarde asuntos y conceptos ms amplios, todavanos queda pensar cules son los asuntos aescoger y si, al final, lo que queremos es slohablar a colegas preocupados por ellos. Estedilema se remonta al menos hasta Ma x

    Weber, quien seal que nuestras preguntassobre el flujo de la vida eran determinadaspor nuestros valores (Weber 1949). Comoapunta Ien Ang, al defender la contextualiza-cin radical como el mtodo para los estudioscrticos de la televisin, es difcil determinarcundo parar y dnde enfocarse (Ang 1996:66-81). En esta poca post-orientalista ypostcolonial de la antropologa, y post crisisde la autoridad de la ciencia, la formulacinde Geertz sobre la vocacin de los antroplo-gos de registrar las respuestas que otros han

    dado a nuestras preguntas ms profundas,parece menos completa de lo que solamospensar (Geertz 1973b: 30). Ms cerca decasa, y a propsito del desarrollo de los estu-dios crticos de la audiencia, el llamado de

    Ang a reconocer que slo ofrecemos verdadesparciales y posicionadas no nos lleva muchoms lejos.24

    Mi propia inclinacin ha sido acercarme a

    la televisin como uno de los muchos aspec-tos de las vidas de fines del siglo veinte. Asmismo me acerqu a la poesa de los beduinos

    Awlad `Ali como un elemento de sus vidas

    diarias, ms que como el objeto de un estudiode potica (Abu-Lughod 1986-2000). Unode los beneficios de trabajar con la televisincomo una entrada a esas vidas, en oposicin,por ejemplo, a centrarse en la poesa, religin,parentesco o economa poltica, es que ofreceposibilidades particularmente contemporne-as para la intervencin crtica.25 Lo hace en lamedida que nos permite trabajar como inte-lectuales dentro del marco nacional que es uncontexto tan crucial para la mayora de la

    gente, incluyendo las mujeres y hombres enesta aldea del alto Egipto.

    En Writing Womens Worlds(Escribiendolos mundos de las mujeres), suger quepodramos escribir etnografas crticas quefueran a contracorriente de las desigualda-des globales, an cuando tuviramos que sermodestas en nuestras proclamas de radicalis-mo, y realistas en torno a los impactos deestas etnografas (Abu-Lughod 1993). Creoque la televisin es particularmente til paraescribir contracorriente porque nos fuerza arepresentar a la gente en aldeas distantescomo parte de los mismos mundos culturalesen los que nosotros habitamos, mundos demedios de comunicacin de masas, consumoy comunidades imaginarias dispersas, dondelo nacional tiene un peso considerable.Escribir sobre la televisin en Egipto oIndonesia o Brasil es escribir sobre la articula-cin de lo transnacional, lo nacional, lo local

    y lo personal. La televisin no es la nicamanera de hacer esto, por supuesto; las refle-xiones de Anna Tsing sobre la marginalidad

    138CONOS 24, 2006, pp. 119-141

    Lila Abu-Lughod

    24 Ang (1996:79-70) se inspira en el trabajo de JamesClifford, Donna Haraway y en el mo para apoyar esteargumento.

    25 Este punto de vista actual y realista es lo que segnAng caracteriza a los estudios culturales crticos. VerAng (1996:45-46, 79).

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    en una regin remota de Indonesia y su aten-cin a gente como Uma Adang, una mujerparticular que de manera brillante combinadiscursos nacionales, locales y extranjeros,

    para establecerse como shaman, fueron desa-rrolladas sin hablar sobre la televisin (Tsing1993). Pero la televisin hace especialmentedifcil escribir como si la cultura o culturas, apesar de sus inconsistencias, fueran lasmaneras ms poderosas de dar sentido almundo (Geertz 1995: 43).

    Trabajar sobre la televisin tambin haceposible intervenciones ms locales, a nivelnacional, con intelectuales que son nuestrospares y contrapartes. Son personas que puedo

    admirar o con las que puedo estar en desa-cuerdo, y que pueden por su parte leer, criti-car y debatir mi trabajo. Si a travs de misdescripciones densas de la televisin en luga-res particulares puedo empezar a desentraarlas estructuras de poder dentro de las cualesviven sus vidas los grupos subalternos y lasmaneras en las que la televisin es parte deeso, en hogares, en comunidades, en imagi-naciones, tal vez tambin puedo debatir conescritoras comprometidas como al-`Assal,cuyo trabajo fue analizado en este artculo,Usama Anwar `Ukasha, el autor de Noches deHilmiyya, y muchos otros/otras. Ellos/ellasson a menudo nacionalistas y modernistas yme preocupa cmo piensan con respecto a susaudiencias y sus proyectos polticos.

    Me gustara comprometerme en estedebate porque respeto su pre o c u p a c i nsocial, pero tambin s por el trabajo decampo desde el lugar estratgico de los aldea-

    nos del alto Egipto como Zaynab y UmmAhmad, que las respuestas que ofrecen a losproblemas sociales que atraviesan a la gentecomn frecuentemente parecen irreales ocondescendientes. La televisin articula yextiende el discurso de los expertos. Dirige aaudiencias estereotipadas los mismos objetosgeneralizados de los reformadores sociales.Es posible que las descripciones densas de

    tales comunidades puedan hacer ms comple-ja la comprensin de los intelectuales urbanossobre los aldeanos egipcios? O que los lleve atomar ms en serio la complejidad de las for-

    mas de cosmopolitanismo que encontramosen Egipto? Podemos cuestionar los dogmasnacionalistas y modernistas -la capacidad deleer y escribir, la educacin y el matrimoniopor amor- como panaceas? Para crdito de al-`Assal, una de sus metas al escribir la seriesobre el alto Egipto fue mostrar, como ellamisma dice, que la venganza real sera trans-formar [a travs del desarrollo] las circunstan-cias que les han llevado a estar adheridos a lavendetta en primer lugar. Pero al continuar

    subsumiendo historias mucho ms complejasde la vida rural bajo el familiar tropo moder-nizante de una tradicin y atraso negati-vos, ella, como muchos intelectuales egipcios,se arriesga a reafirmar la marginalidad demujeres tales como Zaynab y otras mujeres yhombres pobres y rurales no educados entoda la nacin.

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