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Siglo XXI: Crisis de una civilización ¿Fin de la historia o comienzo de nueva historia?

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Siglo XXI:Crisis de una civilización

¿Fin de la historia o comienzo de nueva historia?

Para los indignados:

Aquellos millones y millones de jóvenes, hombres y mujeres, activistas políticos de izquierda, pero sobre todo desempleados y excluidos sociales, que se resienten a vivir bajo condiciones de opresión cada vez más indignantes; que hoy luchan contra la elite financiera hegemónica con sus políticas especulativas, de guerra y represión, en las calles de miles de ciudades en más de un centenar de países en todo el mundo y que reivindican simplemente una sociedad justa e incluyente con la vida digna para todos los seres vivos en la tierra incluyendo a la madre naturaleza.

Presentación:

En la última década, más que en otras anteriores del presente siglo, la noción ineludible de que atravesamos una época de crisis, exacerba nuestra preocupación por el futuro de la humanidad. Las protestas sociales surgidas en varios países alrededor del mundo, dan cuenta de las reacciones más inmediatas frente a las condiciones de inestabilidad social. Sin embargo, la memoria puede quedársenos corta al momento de vincular los sucesos de los últimos tiempos, con el sistemático montaje que la humanidad ha realizado para encontrarnos en las condiciones de “crisis” actuales.

Y cuando hablamos de crisis, no debemos circunscribirnos únicamente a una dimensión económica. Esa es una de las tantas dimensiones de la crisis por la que atraviesa la humanidad. El derroche en el consumo y el exceso de explotación de recursos nos ha llevado también a un estado de crisis que pone en riesgo la supervivencia misma de la humanidad. Esta situación lo perciben, con mayor intensidad, las poblaciones más empobrecidas.

Los planteamientos aquí realizados por los destacados autores, nos estimulan a repensar una vez más los modelos de desarrollo contemporáneo y a comprometernos a impulsar estrategias que nos liberen de una condena al colapso de la sociedad y del planeta.

Para el IAEN, como Universidad De Postgrados Del Estado; constituye un importante logro, apoyar esta publicación, en el afán de realizar un llamado de atención sobre las decisiones pasadas que incidieron en las crisis actuales; de esta manera nos proponemos contribuir, desde un análisis académico y prospectivo, al replanteamiento de las políticas públicas de los nuevos Estados latinoamericanos, las mismas que deberán proyectarse a consolidar posibilidades de cambio en los patrones que desencadenaron las condiciones de crisis actuales; así como las posibilidades de adaptación y aprovechamiento de las oportunidades surgidas.

Carlos Arcos CabreraRector del Instituto de Altos Estudios Nacionales

Agradecimiento:

Agradecemos a todos los indignados, por haber sabido despertar la solidaridad internacional para que ejerzamos como verdaderos ciudadanos; por haber sabido encender la mecha de fuego para luchar por una vida digna; por haber sabido agitar el interior de los mayores incluyendo nosotros; agradecimiento, porque sabrán canalizar la mecha que han sabido encender para lograr el bien común; porque tras la luz de la mecha que han sabido encender ven lo que tiene urgencia al cambio, cambio que han hecho aclamar en voz unánime: ¡Ética ya!.

Inspirada en, carta de Mila para los indignados, publicada por Francisco Ortiz, 20 de mayo del 2011

Prólogo:

La actual crisis internacional tiene múltiples interpretaciones. Para ciertos analistas, se trata de una crisis financiera ocasionada por la burbuja inmobiliaria que provocó, el 2007 y 2008, el estallido de los créditos hipotecarios de alto riesgo, especialmente en Estados Unidos y España. El aumento desmedido en el volumen de créditos hipotecarios de alto riesgo y la venta de activos tóxicos que las entidades financieras norteamericanas realizaron a los bancos europeos habrían sido las correas de transmisión para que la crisis financiera se propagara rápidamente al sistema financiero de los países del norte. Todo lo anterior fue posible gracias a la falta de regulación del sistema financiero internacional.

Y es que, como parte de su incesante “innovación empresarial” y con el fin de obtener más ganancias la banca internacional ha venido creando nuevos productos y técnicas financieras, como la “titularización” de ingresos futuros esperados, de créditos comerciales o hipotecarios, de alquileres de activos fijos, etc. Estas nuevas técnicas e instrumentos financieros no estuvieron registrados en el sistema de supervisión internacional, no pocos economistas plantean la necesidad de establecer estrictas medidas de control y regulación a la banca internacional, a fin de controlar sus excesos y evitar que sus intereses corporativos se impongan por encima del interés de la sociedad global.

En el sistema financiero internacional está en crisis. El primer estallido de este siglo se produje en Estados Unidos, con la gran crisis de la deuda y de los bienes inmobiliarios; en esta ocasión, la situación fue doblegada gracias a que la Casa Blanca destinó 789 mil millones de dólares para atender la debacle financiera de septiembre de 2008. La segunda asonada se produjo cuando en 2010 la Unión Europea aprobó 750 mil millones de euros (975 mil millones de dólares), con el fin de defender a los bancos que podrían ser afectados por la crisis griega. Para controlar la tercera ola de la crisis, en octubre de 2011, los jefes de Estado y de Gobierno de los 17 países de la eurozona, decidieron la condonación del 50% de la deuda griega, la recapitalización de la banca europea y aumentar el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera a un millón de millones de euros. La pregunta ahora es si estas medidas serán suficientes para doblegar la crisis de la deuda europea.

Sin duda, una nueva arquitectura financiera internacional permitiría establecer los mecanismos regulatorios indispensables para controlar los desequilibrios de la economía mundial. Sin embargo, aunque se requiere una urgente reforma del sistema financiero internacional, este simple hecho no será suficiente para doblegar la actual crisis internacional.

De allí que, según otros analistas, la Crisis no sólo tiene un carácter financiero, se trata de una crisis sistemática que también ha contaminado los distintos poros de la economía mundial. Y es que la crisis financiera surgida en Estados Unidos con la burbuja inmobiliaria ha colocado al borde del abismo a la economía norteamericana,

desencadenando efectos nocivos en el sistema productivo, afectando el empleo e induciendo la quiebra de varias empresas emblemáticas de la industria estadounidense, como General Motors (con una deuda de 27 mil millones de dólares) y Chrysler.

En la reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, acaecida en septiembre de 2011, el Director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirmó que la crisis llevó el desempleo a un nivel histórico de 200 millones de personas en el mundo. En Estados Unidos, la tasa de desempleo supera el 9% y, en España, llega al 21,5% de la población activa. Así, la crisis financiera de Estados Unidos y Europa amenaza con una inminente recesión de la economía mundo y con la insolvencia financiera de los Estados, en Europa y el Norte de América.

En agosto de 2011, Estados Unidos de América perdió la categoría de país más solvente del mundo. Por primera vez en la historia, los bonos avalados por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos de América fueron degradados, lo que significa un revés sin precedentes para la mayor economía del mundo.

Los mercados bursátiles mundiales se desplomaron a consecuencia de la rebaja de la calificación crediticia de Estados Unidos hecha por la agencia Standard & Poors (S&P). A pesar de que el presidente Barack Obama intentó calmar los mercados y defender la economía estadounidense, las acciones en Estados Unidos cerraron con pérdidas profundas. Wall Street sufrió su mayor caída en casi tres años porque los inversionistas masivamente huyeron hacia la compra del oro, cuyo precio se encuentra cerca de los 1800 dólares la onza.

Las proyecciones económicas actualizadas del FMI no contemplan una recesión global, aunque sus autoridades reconocen que los riesgos han crecido. Christine Lagarde, Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, en su discurso del 15 de septiembre de 2011, sobre los Desafíos económicos globales y soluciones globales, reconoció que después de tres años del colapso de Lehman Brothers, el panorama económico se ve gris y turbulento, puesto que “el crecimiento mundial se está desacelerando, las tensiones financieras están intensificándose, la crisis en la zona del euro se ha agudizado y los países avanzados en particular se enfrentan a una recuperación anémica y accidentada, con niveles inaceptablemente altos de desempleo”.1 Mientras muchas economías avanzadas se enfrentan a vientos fríos en contra, Christine Lagarde advirtió que los mercados emergentes soportan una ola de calor excesivo: presiones inflacionarias, fuerte crecimiento del crédito, aumentos de los déficits en cuenta corriente. Por su parte, los países de bajo ingreso siguen siendo muy vulnerables a los trastornos económicos en el resto del mundo, como la volatilidad de los precios de las materias primas y sus elevados costos sociales.

1. Lagarde, Christine, Desaf íos económicos globales y soluciones globales, discurso en el Centro Woodrow Wilson. Washington DC. http://www.imf.org/external/spanish/np/ speeches/2011/091511s.htm

A tres años de la recesión desatada en 2008, tras haber recortado las tasas de interés a cerca de cero y luego de haber inyectado masivas cantidades de dinero a la economía para apuntalar su crecimiento, el Banco Central de Estados Unidos no tiene espacio de maniobra, más aún cuando es difícil incrementar el gasto del gobierno, debido al enorme déficit fiscal.

Mientras Europa está sumergida en una crisis de deuda que frena el crecimiento en ese continente, diversos analistas no descartan la probabilidad de una nueva recesión en la economía mundial. En Estados Unidos de América, a julio de 2011, el Producto Interno Bruto (PIB) se expandió a un ritmo anual de uno por ciento, luego que los inventarios de las empresas y las exportaciones fueron más débiles de lo previsto.

La crisis mundial ha convocado a miles y miles de personas a protestar contra el actual orden global. Si bien la primavera árabe surgió por la demanda de la democratización de sus países, no es menos cierto que las revueltas sociales se desencadenaron luego de que el joven Mohamed Bou'aziz se prendió fuego en Túnez, al seguir desempleado luego de cinco años de estudios universitarios.

Los indignados en España protestan contra el desempleo y el poder financiero; y el movimiento Ocupa Wall Street protesta contra el poder financiero, el desempleo, y la discriminación laboral, por la edad, el color de la piel, la identidad de género y la orientación sexual.

Las protestas sociales han venido creciendo durante este año: el pasado 15 de octubre tuvo lugar la primera convocatoria de movilización social global, donde personas de 951 ciudades, en 82 países, hicieron suya la protesta contra la crisis, el desempleo y el poder financiero. Sin embargo, estas protestas no cuentan aún con un programa anti-crisis que permita configurar una alternativa sistémica a la crisis actual.

A primera vista, la actual crisis financiera no es la primera, ni será la última, del actual sistema mundo; sin embargo, si analizamos los vínculos estructurales existentes entre la crisis económico-financiera internacional y la crisis energética y ecológica global, no hay duda que la humanidad atraviesa por una crisis de civilización, y que las alternativas para la humanidad aun no se vislumbran en el horizonte inmediato. La crisis, entonces, refleja también una crisis de pensamiento.

El libro, Siglo XXI: crisis de una civilización, ¿fin de la historia o el comienzo de una nueva historia?, escrito por Wim Dierckxsens, Antonio Jarquín y Paulo Campanario, todos ellos integrantes del Observatorio Internacional de la Crisis, analizan exhaustivamente los aspectos económicos y financieros de esta nueva fase de la crisis global; pero, además, plantea el desafío de abordar el estudio de la crisis desde un enfoque mucho más profundo, elaborando nuevos paradigmas de interpretación de la realidad, los mismos que nos

permiten comprender que, en la actualidad, la humanidad se debate frente a una profunda Crisis de Civilización.

Luego de estudiar las perspectivas de la crisis mundial, el lector encontrará los retos y amenazas de la humanidad ante un cambio civilizatorio, y, el lugar y rol estratégicos de América Latina y el Caribe en este proceso.

Jorge Orbe LeónDecano de la Escuela de Relaciones Internacionales José Peralta

INSTITUTO DE ALTOS ESTUDIOS NACIONALES

IntroducciónLa complejidad de la crisis actual

Con el presente trabajo, deseamos analizar distintos aspectos de la crisis y la depresión mundial del siglo XXI, desde una perspectiva transdisciplinaria, y cómo percibimos tales problemas al iniciarse la segunda década del mismo siglo. Profundizaremos en la crisis en sus diferentes aspectos, es decir, tanto desde la perspectiva económica financiera cuánto tomando en cuenta las crisis geopolítica, militar, energética, alimentaria, ecológica, ética y social. Son múltiples las crisis simultáneas que hoy enfrenta la humanidad. Su complejidad no permite una adecuada comprensión con un abordaje desde una única disciplina del conocimiento ni, de hecho, con un enfoque interdisciplinario. Es preciso romper las fronteras creadas artificialmente entre las diversas disciplinas. Pensamos que se requiere un abordaje transdisciplinario y dialéctico que permita entender la interconexión, magnitud y complejidad del problema. Buscamos respuestas que no se limiten a la crisis en su dimensión económica, sino respuestas más integrales y emancipadoras desde la óptica de los pueblos oprimidos en el Sur.

En nuestra opinión, a partir de marzo de 2009, contrario a lo que los grandes medios suelen sostener, el mundo no se recuperó de la llamada crisis crediticia. A escasas alturas del año 2010 se vislumbró que la crisis más bien se estaba agudizando, proceso que tomará años y tal vez toda esta década que iniciamos. Como es natural, dada la complejidad de los temas y principalmente por su mirada hacia el futuro, no siempre es posible conseguir unanimidad de criterios en equipo y habrá matices distintos y opiniones variadas, dado, sobre todo, lo impredecible de las diversas situaciones futuras. No nos limitaremos a analizar el pasado reciente y el estado actual de la crisis; procuraremos además señalar posibles tendencias futuras difícilmente predecibles. Queremos indicar algunos peligros de la crisis más allá de lo económico, pero, a la vez, las oportunidades que pueda brindar la crisis para los pueblos oprimidos en general y los del Sur en particular. Hemos optado por un análisis más prospectivo, para la toma de acción ante los escenarios posibles.

Los miembros del Observatorio Internacional de la Crisis, lo mismo que otros estudiosos cercanos, alertamos por años, en numerosos escritos, libros y foros, acerca de lo que se ha venido gestando en el mundo actual: una gran crisis mundial económica, social, política, militar, energética, alimentaria, ecológica y hasta ética, sin precedentes, producto de la conjugación de múltiples contradicciones durante décadas. Si bien nos encontramos en un período bien crítico, contradictoriamente, es de igual modo una era de oportunidades para construir un nuevo camino que permita asegurar la paz, la democracia, la libertad, la justicia, la dignidad humana, la equidad en el progreso, la seguridad común y la vivencia de los seres humanos en armonía con el planeta Tierra. Son objetivos y valores que no deben estar sujetos a manipulación, renuncia o negociación, y que deben ser defendidos por encima de partidos políticos, lazas, ideologías y religiones, hasta alcanzar un equilibrio razonable entre los seres humanos entre sí y entre estos y la naturaleza.

Desde el surgimiento del capitalismo, ha habido crisis cíclicas o periódicas, de menor o mayor intensidad, extensión o duración. Esta vez, sin embargo, se trata de una crisis nueva, con características distintas, es una crisis más extensa, profunda, multidimensional y con alcance global. Nos referimos, más que a otra crisis cíclica del capitalismo, a unagran crisis estructural en el marco de una crisis de la civilización, con el potencial para rediseñar eventualmente la geografía socioeconómica y la historia planetaria. Se trata del encadenamiento de múltiples crisis, comenzando con la financiera y económica, con la que convergen muchas otras. Todas estas crisis juntas operan hoy a la vez en un escenario donde concurren otras, tan o más graves aún que la crisis económica misma. Entre ellas, la ecológica, acentuada por el muy probable calentamiento global; la energética y la de los recursos naturales; la agrícola y alimentaria, que amenaza a los pueblos más marginados de esté planeta; la ética e ideológica, pues las ideas, la racionalidad y los principios morales derivados de la misma racionalidad económica, que siempre dieron sostén al injusto modelo de civilización actual, también entran en crisis.

La crisis económico financiera -como en adelante veremos- afecta la economía real en todos los países y es, por ende, global. Se expresó, entre muchas otras cosas, en el incremento descontrolado del endeudamiento privado y público, la volatilidad de las monedas ya no solo en los países periféricos como sucedió en décadas pasadas, sino en el epicentro de la actual crisis, el corazón del imperio: los Estados Unidos. Si se expresó primero como una crisis crediticia e hipotecaria de la banca, rescatada con enormes deudas asumidas por los Estados, ahora está presente la amenaza de una bancarrota de los propios gobiernos en los países centrales. El incremento de la deuda pública no sirvió para reanimar la economía. La inversión productiva en los EE. UU., por ejemplo, disminuyó un 24% desde fines de 2007, lo que ha causado mayor desempleo y afectado los ingresos. Las deudas sin capacidad de pago y la caída de los ingresos conllevan una contracción generalizada en la demanda. La crisis en la economía real, en otras palabras, se ha hecho evidente.

Los medios dominantes comunicaron, a partir de marzo de 2009, que se había logrado superar la crisis bancaria que se anunció desde mediados de 2007. Para ello, hubo necesidad de una inyección billonaria para salvar a los bancos principales. Tales bancos eran demasiado grandes para dejarlos caer, fue el argumento. Lo que en realidad querían decir es que la élite bancaria tenía demasiado poder político como para dejarla caer. Lo cierto es que los Estados trataron de evitar el colapso de los bancos más grandes, que fueron precisamente los mayores responsables de esta crisis. En este rescate, los bancos centrales ocuparon el primer lugar, con la Reserva Federal de los EE. UU., epicentro de la actual crisis, a la cabeza. Ya en los meses de septiembre y octubre de 2008, estas operaciones de rescate llegaron a millones de millones de dólares (trillones) y continuaron en 2009.

Pero los bancos y sus comportamientos irresponsables y fraudulentos han sido más bien responsables de la crisis en la economía real. En efecto, en vez de ayudar a recuperarla, volvieron a la economía de casino, con lo que provocaron todavía más daño en casi todos los espacios económicos mundiales. Las intervenciones de salvamento de la gran banca, en otras palabras, en vez de brindar una solución para la economía real, estimularon que se continuara con más de lo mismo: la acumulación de capital ficticio a costa de capital real. Con ello aumentó la volatilidad en el sistema económico mundial, y de ahí el creciente acentuamiento actual de la incertidumbre económica, social y política. Porque, en lugar de vislumbrarse una salida a la crisis, la perspectiva futura se ha oscurecido todavía más. De esta forma, la supuesta recuperación pregonada por los medios dominantes hacia finales de 2009, e incluso en las prime- ' ras semanas de enero de 2010, se esfumó ya al final de ese mes, cuando se vislumbró una profundización de las causas de fondo de la crisis.

La crisis alimentaria y de acceso a las principales necesidades básicas afecta hoy a la mitad de la humanidad, al tiempo que una minoría siempre más pequeña, ubicada en los países ricos -aunque también en las capas más acomodadas de los países periféricos-, muestra un consumo caracterizado por el derroche y los excesos. Ante la escasez relativa de las fuentes energéticas, ha comenzado una competencia entre agro-combustibles y alimentos, que a su vez lleva a una batalla por el uso de la tierra. Lo anterior limita y encarece la producción de alimentos. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (PAO) anunció, en 2009, la existencia de al menos 1.020 millones de personas viviendo con hambre, 53 millones de las cuales viven en América Latina y el Caribe. En una economía caracterizada por el derroche y los excesos en el ámbito del consumo, pero asimismo por la forma de producción, el recurso del agua se torna más escaso. Por eso no es ya únicamente un recurso que escasea; es además un recurso estratégico y motivo de conflictos internacionales. Miles de millones de seres humanos viven en situación de pobreza, a menudo con hambre y falta de agua, de modo particular en el llamado Tercer Mundo, panorama que tiende a empeorar con la crisis.

Una de las características que más diferencian esta depresión de las anteriores es la crisis energética y climática. El agotamiento de las reservas energéticas fósiles y no renovables, de minerales y materias primas, es un hecho jamás antes percibido. Desde el año 2010, ha sido anunciado el llamado Peak Oil. Se ha alcanzado, en otras palabras, el punto máximo de la oferta petrolera sin llegar a satisfacer la demanda que crece sin cesar. Por consiguiente, en adelante, la oferta de este recurso energético tenderá a disminuir, aunque la demanda continúe aumentando. El incremento sistemático de su precio será la consecuencia lógica. Con ello, probablemente se acentuará la lucha entre las grandes potencias por controlar y acaparar las reservas energéticas fósiles, muchas de ellas ubicadas en los países periféricos en general y así también en América Latina y el Caribe. Mientras, otras tecnologías y recursos energéticos renovables están lejos de poder sustituir al petróleo. Pero no solo nos encontramos en el Pico del Petróleo; igual ocurre con algunos minerales que también llegaron a su pico máximo de extracción. Esta tendencia se enfatizará en las próximas

décadas. Luego, el propio paradigma del crecimiento sostenible, base fundamental de la acumulación perpetua del capital, ha entrado en una crisis sin salida. Nos hallamos, entonces, ante una crisis del propio sistema capitalista.

Otra cara de la crisis del siglo XXI es la gran inequidad en el uso de los recursos naturales. Su uso actual no alcanza siquiera para atender el estilo occidental de vida de menos del 20% de la población mundial, concentrada en el Norte. Esta minoría consume más del 80% de todos los recursos naturales del planeta. El impacto ecológico de esta minoría contribuye de manera directa a la crisis climática. Por tanto, no son los pobres de la tierra y su llamada población galopante quienes amenazan el planeta. Los pueblos periféricos tienen el legítimo derecho de reivindicar la apropiación de sus propios recursos para garantizar su sobrevivencia; sin embargo, las élites de los países centrales perciben tal reivindicación como una amenaza. Así pues, si hipotéticamente la humanidad llegase a la barbarie y se exterminara a los pueblos pobres sobre la faz de la tierra -como intentó Hitler con el pueblo judío-, ello no resolvería la crisis ecológica, por cuanto no son estos pueblos los que acaban con los recursos, sino que más bien suelen ser sus proveedores netos.

La crisis ecológica, el calentamiento global y el daño progresivo a los ecosistemas son consecuencia de la sobreexplotación de los recursos naturales y de su uso irracional. Y si bien todas las regiones del mundo sufren las consecuencias, estas afectan con mayor intensidad a las zonas más deprimidas y a los sectores más empobrecidos. Las sequías, los huracanes y las temperaturas extremas en extensas regiones del planeta, cada vez más comunes en la primera década del presente siglo, son un anuncio de lo que seguirá en los próximos años y décadas. En algo más de dos siglos de revolución industrial, el sistema capitalista ha destruido mucho de lo que la naturaleza tardó millones de años en construir. Esta destrucción, que se dio primero en el centro, se expandió a los países periféricos dotados con las mayores reservas de recursos naturales ferozmente disputadas por las élites de poder en los países dominantes. Llama la atención que la racionalización en el uso de los recursos naturales en general y los energéticos en particular se da sobre todo en el ámbito del consumo y no en el de la producción. Llama la atención asimismo que las bases militares, los conflictos y las guerras tiendan a ampliarse en distintas zonas periféricas del planeta, precisamente ahí donde se ubican los recursos naturales estratégicos.

Una crisis muy peculiar de este régimen de producción la constituye la crisis del capital ficticio. El capital ficticio no es el capital mismo sino su representación o forma derivada de él, bajo la forma de acciones, títulos de deuda pública y privada. En los últimos decenios, este desarrollo se completó con segundas y terceras formas de derivados, sobre todo, mediante el sistema de aseguramiento. Tal desarrollo permite intercambiar entre sí todas las formas de capital ficticio. Dicho capital, por ende, posibilita que el capital se pueda transar con mayor facilidad; con ello, aumenta la rapidez de su circulación, uno de los factores principales del incremento de las ganancias ficticias. De acuerdo con Jorge Altamira, el desarrollo del capital ficticio es la forma última del capital, cuando este ha perdido su forma

concreta con el trabajo y cuando el capitalista se ha transformado en un parásito absoluto, que prospera por medio de la pura transacción de papeles (Altamira 2010).

Este capital ficticio produjo la ilusión de que el capital se había despojado de todas las trabas para su desarrollo, vale decir que podía recrearse a sí mismo y crear los mercados para esa reproducción con independencia de la clase trabajadora, o sea con independencia de la creación de plusvalor, burlándose de esta única vía de creación de riqueza en el capitalismo. Una manifestación de este capital ficticio fue el desarrollo del crédito hipotecario y del consumo para compensar la tendencia a la caída de los ingresos personales de los usuarios. La expresión más abstracta de este desarrollo es la circulación de un dinero que no posee valor propio, y que da la impresión de ser una creación científica, esto es “caprichosa”, de las autoridades de los bancos centrales.

La caracterización de la crisis queda más clara cuando se observa que el sistema financiero (bancos, fondos, compañías de seguros) tiene un apalancamiento (proporción entre capital y fondos propios, por un lado, respecto a inversiones y créditos, por el otro) de uno a treinta y hasta sesenta. Esto significa que los bancos compraron bonos con un múltiplo enorme de dinero ajeno, es decir, sin respaldo. Con el salvamento de los bancos, se repite el mecanismo que detonó la bancarrota de que hablamos con los créditos hipotecarios y las obligaciones de corporaciones, pero en esta oportunidad con un papel sin precedentes del Estado. Este reemplazó a los deudores hipotecarios y corporativos de un año atrás, y también a los proveedores de fondos de los bancos mediante la emisión monetaria de sus bancos centrales.

Los bancos centrales inyectaron sumas varias veces billonarias (millones de millones de dólares) por diversas vías, con vistas a evitar la quiebra generalizada de los bancos. Las principales medidas que utilizaron fueron:

Las compras de los activos devaluados e invendibles de los bancos, a precios de libros o a un precio artificial basado en modelos matemáticos.

La compra masiva de títulos públicos y de hipotecas, o de títulos garantizados por hipotecas de propiedades desvalorizadas.

E1 otorgamiento de garantías a los bancos. La reducción a casi cero de las tasas de interés de sus préstamos a los bancos

privados.

Casi ninguna de las deudas del pasado (hipotecarias, corporativas, créditos al consumo, etc.) ha sido cancelada y el plus de la deuda fiscal ha originado una situación financiera mundial varias veces más explosiva. En una palabra, el capital creyó que había superado la ley del valor y que la economía podía funcionar sobre la base de precios sin relación con el tiempo de trabajo social, necesario para la producción de las mercancías correspondientes y

sin relación con la capacidad de consumo final de las personas. La actual crisis consiste precisamente en el estallido de tales contradicciones (Altamira 2010).

Para algunos autores, la crisis actual no indica el pinchazo del capital ficticio y, por consiguiente, en lugar de una gran depresión histórica de la reproducción capitalista, sostienen que la crisis despejará el terreno para una expansión mayor aún del capital en su forma más abstracta. No obstante, afirma Altamira y nosotros con él,

...si se considera el antecedente de Gran Depresión del siglo pasado, esta expectativa es ilusoria, pues el capital recuperó la tendencia a su forma más abstracta de consti-tución social, solamente al cabo de sesenta años, luego de una guerra mundial sin precedentes y revoluciones sociales colosales, y finalmente como consecuencia de una reversión (Altamira 2010).

La inundación con valores ficticios de todos los mercados mundiales, principalmente desde los EE. UU, es un grave problema global sin solución. A nivel global, la destrucción de capital ficticio es inevitable. A nivel individual, con todo, es posible transformar ese capital ficticio en capital real. Los capitales ficticios individuales buscan hacerse reales donde y como sea, y esto tiende a reforzar la transferencia de riqueza real desde el Tercer Mundo, lo mismo que desde las clases trabajadoras y medias de los países centrales. Así, esos capitales pueden hacerse reales, por ejemplo, mediante la compra de extensiones inmensas de tierras ubicadas en los países periféricos para la producción de agrocombustibles. Frente a la escasez creciente de minerales, el colonialismo de nuevo estilo vuelve a adquirir y ocupar territorios ricos en recursos naturales, incluso, con presencia militar. Los trabajadores verán retrasarse su edad de retiro, no porque la esperanza de vida aumentó, sino para hacer pagar a la clase trabajadora la deuda fiscal creada para salvar a los bancos. Los trabajadores pagarán los platos rotos de la crisis, vía diferentes mecanismos. Y ante sus protestas y acciones de rebelión, se incrementa la represión, hasta con presencia militar, como se observa en Grecia, por ejemplo.

En medio de la crisis de la economía real, el comercio internacional muestra una fuerte contracción. Las importaciones de los países centrales caen y cada vez hay más síntomas de proteccionismo. Por ejemplo, entre julio de 2008 y junio de 2009, las importaciones estadounidenses cayeron más del 30%. De cara a esta situación, para los países periféricos, no queda otra opción que volcarse hacia dentro, como es el caso claro de China. Luego, no es por mero voluntarismo que, en los países periféricos, se comienza a hablar del decoupling o la desconexión de los países ricos para lograr salir adelante en medio de la crisis internacional. En estos países, la economía especulativa y el capital ficticio han impactado menos que en los centrales. En las últimas décadas, la economía real más bien se ha concentrado relativamente en los países periféricos. Por tal motivo, el impacto de la crisis en la economía real no se ha dado con toda su fuerza en las economías periféricas, y de modo especial en los países emergentes, donde el crecimiento de dicha economía ha sido

elevado. Las economías emergentes, con China a la cabeza, cobran mayor conciencia de que, por decenios, han estado subsidiando con su riqueza real la acumulación en los países centrales (los EE. UU. sobre todo) y, ante la crisis en los centros de poder, reivindican un papel de mayor peso político. De ahí la relevancia adquirida por el G20 con la crisis.

Desde el inicio de la época neoliberal, ha habido más bien un proceso de anexión de las economías periféricas. Este proceso se ha realizado -entre otros- por medio de instrumentos creados a partir de Bretton Woods, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio, los tratados de libre comercio, la deuda externa, las especulaciones contra monedas en el Sur y toda clase de operaciones financieras y especulativas, además de las prácticas ya existentes de subvaloración de las importaciones desde el Sur y sobrevaloración de las exportaciones desde el Norte. En medio de la crisis, la caída del comercio internacional junto con un proteccionismo en aumento, brindarán a los países periféricos la oportunidad y necesidad creciente de sobrevivir por su propia cuenta. Con el tiempo y una profundización de la crisis, podría incluso darse una crisis más o menos generalizada de las monedas fuertes en el mundo, lo que complicaría sobremanera el comercio internacional. Esto aceleraría el proceso de desconexión ya en marcha y brindaría oportunidades y necesidades históricas para buscar alternativas más allá del régimen capitalista.

En medio de la crisis y de cara al incremento del desempleo, se da la migración de retorno de los países centrales hacia los periféricos en general y hacia América Latina y el Caribe en particular. La migración desde el Sur se vislumbraba como una oportunidad de salvarse a nivel individual o familiar, en vista de las escasas oportunidades de trabajo en los países de origen. Pero, en tiempos de crisis, la mano de obra relativamente sobra y suben las tasas de desempleo. Los trabajadores migrantes, así como las mujeres y minorías étnicas, son más desechables. Las élites en el poder procuran dividir a la clase trabajadora mediante el fomento del racismo, el sexismo y la xenofobia, y esto puede llegar a extremos, al punto que existen claras tendencias neofascistas a la vista. La migración de retorno, en un contexto de xenofobia y gran inseguridad económica, acaba con el sueño americano en los países latinoamericanos y caribeños, y obliga a pensar en construir un proyecto menos individual, y por ende más político, en sus propios países. Lo anterior podría generar una conciencia política alternativa, que brinde base ideológica a la desconexión. Algo por el estilo ha acontecido ya en El Salvador, y bien podría darse en otros países al agudizarse la crisis.

Los crecientes brotes de neofascismo al principio de la depresión, entonces, podrían dividir aún más a las clases trabajadoras y medias del Norte, las cuales cuentan con una fuerte presencia de migrantes del Sur.

Sin embargo, la profunda crisis que amenaza la sobrevivencia de grandes mayorías tanto en el Norte como en el Sur, revelará que tal como ocurrió durante la Gran Depresión del siglo

XX, el sálvese quien pueda no salvará a nadie de la clase trabajadora. Si a esta crisis agregamos las amenazas ecológicas y hasta el peligro de una gran guerra, podría darse una alianza política de los trabajadores que trascienda las fronteras entre Norte y Sur. Es que, en medio de semejante crisis de la civilización, el Bien Común se encuentra más lejos, pero es más necesario que nunca. En tal coyuntura, la ética solidaria podría triunfar sobre la ética del sálvese quien pueda. Luego, una conciencia solidaria y de ciudadanía mundial, por encima de las divisiones entre culturas, fronteras, razas, generaciones, sexos, religiones, idiomas y costumbres, se avizora en el horizonte como tabla de esperanza y salvación frente a una profunda crisis de la civilización.

Sin embargo, no podemos cerrar los ojos ante las líneas divisorias que se acentúan en la actualidad con las radicales posiciones xenofóbicas, racistas y excluyentes, fomentadas por las élites en el poder, sobre todo, si bien no exclusivamente, en los países centrales. Esas élites y los medios masivos dominantes promueven visiones fatalistas, que alientan la aparición de extremismos fundamentalistas religiosos, enfrentamientos entre culturas y otras divisiones entre los seres humanos. La tesis del sálvese quien pueda es funcional a tales élites, pues son conscientes de las rebeliones populares latentes que amenazan la estabilidad y la gobernabilidad. Para reprimirlas, están propiciando una mayor militarización al interior de los países, así como un escenario amenazador en la política internacional. Con lo anterior, esas élites en el poder buscan fomentar un totalitarismo a escala planetaria e, incluso, amenazan con grandes conflictos militares.

En particular en el Sur, aumenta en efecto el cuestionamiento, la deslegitimación de gobiernos y partidos políticos, la demanda de la construcción de espacios y procesos democráticos participativos. Es una era de notoria incertidumbre a escala mundial; sin embargo, los grandes proceros de desconexión y ruptura con la racionalidad vigente han ocurrido justo en estas coyunturas internacionales. Estamos, pues, frente a una cultura occidental en profunda crisis. Son tiempos de explotación descarada, enajenación y desesperanza, pero, contradictoriamente, es a la vez una época de esperanza, ya que podría darse un cambio esencial en las estructuras mismas del sistema y no apenas una reforma. Aquí vuelve a ser de mucha actualidad la histórica tesis de barbarie o socialismo.

Hay una crisis política internacional con una feroz disputa por los espacios mundiales. Y la guerra es el instrumento que las élites en el poder suelen utilizar para apropiarse de los recursos naturales y, en particular, los energéticos como en Iraq y Afganistán, o para resolver sus contradicciones geopolíticas. América Latina y el Caribe, patio trasero del actual centro imperial, no se hallan al margen de esta estrategia geopolítica y podrían eventualmente formar parte del escenario de una guerra mayor. Esto porque, ante las eventualidades de una guerra más amplia, los recursos naturales y energéticos de la región son estratégicos para los EE. UU. El golpe de Estado en Honduras, la presencia de la Cuarta Flota estadounidense en aguas latinoamericanas y caribeñas y la decisión de instalar bases militares en Colombia, justo a la par de Venezuela (segunda reserva de petróleo a

nivel mundial), son claro ejemplo de ello, como ya señalamos en nuestra publicación anterior (DEI2009).

Crece el convencimiento de que existen límites al crecimiento económico. Con ello, el desarrollo del capital (o de valor, en términos más abstractos) también llega a sus límites. Surge la pregunta que todos se hacen: ¿Hay alguna solución para salvar el régimen existente? Una eventual salida tendría que darse en el contexto de una economía estacionaria. Sin crecimiento o proceso de valorización; no obstante, no hay capitalismo posible. Estamos, por tanto, ante un período de transición en el cual la hegemonía, hoy en manos del valor, tiende a ser sustituida por la hegemonía del valor de uso. Con ello, pareciera que estamos ante una transición hacia otra civilización con otra cultura. Para su establecimiento, sin embargo, es imprescindible una inversión de la lógica de funcionamiento de las sociedades actuales, y por ende de los valores éticos, culturales e ideológicos vigentes.

Una utopía todavía difícil de percibir hoy se vislumbra en el horizonte. Frente a la creciente escasez de recursos y al limitarse las posibilidades de un proceso de valorización, la transición se torna una necesidad histórica. Esto implica una regulación económica, ya sea desde arriba o más bien desde abajo. En un período de transición es posible que se desemboque en el centralismo del poder. Los valores de uso se definirían entonces para la sociedad como un todo, en vez de ser producidos para satisfacer intereses minoritarios (valores de uso individualizados).

Pero la misma transición en un contexto de desconexión abre espacios para reivindicar una democracia más directa y participativa en la definición de las necesidades. Con ello se modificaría el contenido de la producción, obviamente, sin los lujos exorbitantes y las inutilidades de hoy. Durante el proceso de transición, el valor tendería a reducirse a un me-dio de cambio para generar valores de uso y perdería la oportunidad de ser una finalidad en sí misma (Campanario 2009).

Bibliografía

ALTAMIRA, Jorge2010 “Una piñata que no es sólo griega”. s/c: Observatorio Internacional de la Crisis.

Febrero.

DEPARTAMENTO ECUMÉNICO DE INVESTIGACIONES2009 El mundo en la encrucijada de la Gran Depresión: Eurasia y América Latina

(edición bilingüe). San José: DEI.

CAMPANARIO, Paulo2009 “Hegemonía del valor de uso social avanzado: clave para superar las sociedades

actuales”. s/c: Observatorio Internacional de la Crisis. Febrero.

Capítulo I

La Gran Depresión del siglo XXI: la función del trabajo improductivo y del capital ficticio

Permítanme controlar el dinero de una nación y no me importará quién haga sus leyes.

Barón de Rothschild (banquero británico).

Los poderes del dinero practican la rapiña sobre la nación en tiempos de paz y conspiran contra ella en tiempos de adversidad. Son más despóticos que la monarquía, más

insolentes que la autocracia y más egoístas que la burocracia. Denuncian como enemigos públicos a aquellos que cuestionan sus métodos o dan luces sobre sus crímenes. Tengo dos grandes enemigos: el Ejército del Sur frente a mí y a los banqueros a mis espaldas. De los

dos, los de atrás son mis más grandes adversarios.

Presidente Abraham Lincoln -1866- (fue asesinado).

Quienquiera que controle el volumen de dinero en cualquier país es el amo absoluto de la industria y el comercio.

Presidente James A. Garfield -1881 - (fue asesinado).

Soy el hombre más infeliz. He llevado inconscientemente a la ruina a mi país. Una gran nación industrial es controlada por un sistema de crédito. Nuestro sistema de crédito está concentrado. El crecimiento de la nación, por tanto, y todas nuestras actividades están en manos de unos pocos hombres. Nos hemos convertido en uno de los peor gobernados, uno de los más completamente controlados y dominados gobiernos en el mundo civilizado. No

más, un gobierno por la libre opinión, no más un gobierno por la convicción y el voto de la mayoría, pero sí un gobierno bajo la opinión y coacción de una pequeña élite dominante.

Presidente Woodrow Wilson (1856-1924).

La oficina del Presidente ha sido usada para fomentar un complot para destruir la libertad de los americanos y antes que deje la Presidencia, debo Informar a los ciudadanos de este

estado de cosas.

Presidente John F. Kennedy (diez días antes de ser asesinado).

Llama la atención el que los presidentes estadounidenses asesinados, Lincoln, Garfield y Kennedy, defendieron intereses contrarios a las élites financieras. En nuestro articulo escrito al momento de ser elegido el actual presidente de EE. UU. Barack Obama (Dierckxsens 2008), ya señalamos que él tendría pocas opciones de implementar su propia política frente a la élite bancaria a menos que se arriesgara a mucho.

1. El trabajo improductivo como fuente de especulación

Para facilidad del lector no familiarizado con algunos términos aquí empleados, iniciamos con la siguiente aclaración: los economistas teóricos clásicos defensores o críticos del capitalismo, entre ellos David Ricardo, Adam Smith, Carlos Marx, Federico Engels y otros, coinciden en que la fuente de la riqueza es el trabajo humano que transforma los recursos que brinda la naturaleza, unidos a los instrumentos de trabajo y al conocimiento principalmente tecnológico. El resultado son bienes que van al mercado donde son demandados y comprados para satisfacer necesidades. Esto se conoce como trabajo productivo, que se realiza en el llamado sector productivo o real de la economía. De aquí surge un plusvalor o parte de la riqueza producida que, en el sistema capitalista, se acumula y se convierte en capital, o sea, que este no es más que riqueza acumulada originada en el sector productivo. Es importante saber que no toda la riqueza generada adquiere forma material. Hay servicios productivos como la educación, el transporte, la distribución de agua o energía eléctrica, las telecomunicaciones, los espectáculos, entre muchos otros. La generación de estos servicios productivos (verbigracia el transporte o el espectáculo) no puede realizarse sin su consumo simultáneo. Se trata de creación de riqueza real no material. Sin la producción de riqueza real no puede haber crecimiento real y cualquier otro llamado crecimiento es ficticio desde el punto de vista de su contenido.

Existe, por otro lado, el trabajo improductivo por su contenido. El carácter improductivo no implica que se trate de trabajo innecesario o incluso nocivo. El seguro contra incendios o el servicio de los bomberos son servicios improductivos necesarios y útiles para el conjunto de una sociedad. Al quemarse un edificio o inmueble, se pierde riqueza. El seguro se encarga de repartir esta riqueza perdida, y los bomberos procuran evitar un mayor daño. El seguro contra incendios, lo mismo que los seguros contra robos, pérdidas, accidentes o desastres naturales, son un trabajo útil que no crea riqueza nueva, sino reparte la riqueza destruida por algún incidente. La póliza que se paga para ser compensado ante el eventual suceso constituye la base de la redistribución de lo perdido. De esta forma, los seguros permiten que la sociedad en su conjunto funcione mejor y prueba así de manera indirecta su carácter productivo. El hecho de que las aseguradoras privadas funcionen con ganancia y operen como capital las hace aparecer como productivas desde la óptica de la forma o relación social dominante. Lo esencial para el capital es que la actividad dé ganancia, no importa su contenido. Lo anterior hace que toda actividad que genera ganancia nos aparezca en la sociedad como productiva. Lo anterior, sin embargo, no elimina el carácter

improductivo de tal actividad por su contenido, carácter que suele revelarse en tiempos de crisis como hoy.

El mero acto formal de traspaso de posesión o propiedad no constituye un servicio productivo por su contenido, ya que no crea riqueza, solo la traspasa de manos. Esta actividad puede hacerse por cuenta propia o como empresa con ganancias, pero lo anterior no quita que la actividad, desde la óptica de su contenido, sea improductiva. El trabajo de los abogados, los corredores de bienes raíces, el comercio y la banca son ejemplos de servicios improductivos que trabajan sobre la propia relación social vigente de la sociedad. Un mismo edificio suele venderse más de una vez en un año en tiempos en que reina la especulación. Lo anterior no acrecienta la riqueza creada. La actividad del corredor de bienes raíces y del abogado que hace la escritura constituyen un trabajo improductivo desde la óptica de su contenido. Si bien una empresa puede obtener ganancias al brindar estos servicios, la actividad como tal no produce riqueza.

La lotería y los casinos redistribuyen, al azar, riqueza ya existente y son actividades improductivas por su contenido. Igualmente lo son los casinos más grandes del mundo actual: las bolsas de valores. La actividad en la especulación en general y en las bolsas de valores en particular constituye un trabajo improductivo por su contenido, con independencia de que sea útil o no para la sociedad en su conjunto. Lo anterior explica también por qué, en términos de obtención de beneficios para una empresa dedicada a la especulación, puede resultar ser el mejor negocio en épocas de bonanza y el mayor desastre en tiempos de crisis.

Todo producto generado en un ciclo económico y utilizado improductivamente en el siguiente, se transforma en un trabajo materializado que es consumido improductivamente. De esta forma tenemos que el trabajo productivo en un ciclo económico se torna improductivo en el siguiente, al consumir ese trabajo materializado de manera improductiva. Es el caso, por ejemplo, de todos los edificios y equipos empleados en los casinos o para el trabajo especulativo. Ahora, el carácter improductivo del consumo de un producto determinado no siempre se revela ya en el ciclo económico siguiente. Así, en el complejo industrial militar, puede haber varios años de producción antes que se concluya el producto final que, en el mejor de los casos, nunca se usa. Es más, al ser utilizado másbien suele destruir riqueza existente. Al no ser utilizados en el proceso de reproducción material, los productos finales del complejo industrial militar no encadenan el proceso de reproducción global a un nivel superior y, por el contrario, restan fuerza a ese proceso. Dicho en otras palabras, al invertir un gobierno porcentualmente más en armamento, se tendrá a mediano plazo una contracción en la economía. De ahí se deriva su carácter improductivo.

En el complejo industrial militar, además de consumir improductivamente riqueza material, al usar el producto final en conflictos, se extingue riqueza producida. Lo anterior no elimina

que el capital invertido en este sector pueda originar cuantiosas ganancias. Desde la óptica de la forma, es decir, por los beneficios que genera, resulta ser un sector muy productivo. Podemos llamarlo el subsector improductivo-destructivo o de capital destructivo. Conocemos el impacto negativo del gasto en defensa sobre las posibilidades de mantener el gasto en educación y salud. El primero opera en beneficio del capital, los otros benefician más a la clase trabajadora. En la actualidad, y en particular en los EE. UU., se pretende escapar a la presente crisis con ascendentes inversiones en el complejo industrial militar para, de ese modo, mantener su hegemonía en riesgo. Tratan de mantenerla aunque sea bajo la amenaza de guerra. E1 incremento en el gasto de defensa que conlleva es un gasto improductivo e insostenible, que dañará aún más la ya deteriorada situación económica de ese país.

2. El capital a interés como fuente del capital ficticio

Para entender el capital ficticio, es importante entender algunas funciones del préstamo en dinero. Es un tema muy complejo e imposible de abordar a cabalidad aquí. Nos limitaremos a algunas nociones que creemos necesarias. El dinero, en su forma más general, no es otra cosa que un instrumento para facilitar el intercambio de bienes y servicios a través de equivalentes socialmente establecidos. El dinero en su forma originaria (ya sea oro, plata, cacao, entre otros.) es una mercancía que, como unidad de cuenta, sirve para expresar las relaciones de intercambio de todas las demás mercancías. Hoy, el dinero adquiere forma de papel e incluso digital. Las transacciones de todas las mercancías se realizan siempre a cambio de dinero, pero esto no es necesario ni de hecho ocurre actualmente en la realidad. Una mercancía se puede vender tanto al contado como a crédito. Y no solo existe crédito para la compra y venta de mercancías, también se otorga crédito para realizar inversiones. Estas inversiones pueden ser productivas o no.

Aquí nace la primera forma de capital ficticio y especulativo. El capital a interés adquiere gran relevancia y dimensión en el desarrollo del sistema capitalista en su fase industrial, al estar el crédito subordinado de manera directa a la lógica del capital industrial. Al desarrollarse el sistema de crédito en esta etapa del capitalismo, el objetivo primordial es el de financiar la producción. El capital productivo únicamente demandará dinero, si el interés a pagar es menor que la tasa de beneficio que espera obtener con su inversión. En este contexto, el capital a interés contribuye de modo indirecto a fomentar la riqueza real. Al mismo tiempo que se apropia de una parte de la plusvalía generada en el sector productivo, el capital a interés (la banca) aumenta la eficiencia de la producción del excedente, así como la velocidad de reproducción del ciclo del capital.

Hay poseedores de dinero, como los bancos, que no se dedican a invertirlo en actividades productivas; comercian con él. Lo prestan, no a cambio de otra mercancía, sino de ese mismo dinero más un interés al cabo de un tiempo. Este dinero, entonces, es una mercancía que se da y se recibe en préstamo y su precio es el tipo de interés que está regido por la

oferta y la demanda de ese dinero. Debemos aclarar que capital a interés, que financia la producción o la circulación, es una cosa; y el capital ficticio es cosa totalmente distinta, aunque este nace como consecuencia de la existencia del primero. Lo que hay que considerar aquí es el hecho de que el capital a interés, por sí mismo, produce una ilusión social y es justó a partir de ella que aparece el capital ficticio. En el capitalismo, la existencia generalizada del capital a interés, cuyo significado aparente es el hecho de que toda suma considerable de dinero genera una remuneración, produce la ilusión contraria, vale decir, la de que toda remuneración regular debe tener como origen la existencia de un capital. Dicho capital en sí no necesariamente tiene mayor significación para el funcionamiento del sistema económico, y en tal caso puede ser llamado capital ilusorio (Carcanholo y Sabadini s/a).

Sin embargo, cuando el derecho a tal remuneración está representando por un título que puede ser comercializado, vendido a terceros, se convierte en capital ficticio. El título comercializable es la representación legal de esa forma de capital. El ejemplo tal vez más simple de la existencia de capital ficticio está constituido por una concesión pública, a particulares, del derecho de utilización comercial de una frecuencia de radio o televisión, cuando dicha concesión, realizada a cambio de favores políticos o de cualquier otro tipo, puede ser vendida a terceros. Luego, el capital ficticio nace como consecuencia de la existencia generalizada del capital a interés, si bien es el resultado de una ilusión social. Y ¿por qué debemos llamarlo capital ficticio? La razón, concluyen Carcanholo y Sabadini, reside en el hecho de que, por detrás de él, no existe ninguna sustancia real y porque no contribuye en nada a la producción o la circulación de riqueza, por lo menos en el sentido de que no financia ni el capital productivo ni el comercial.

3. Capital especulativo, capital ficticio y la Gran Depresión

Las acciones de las empresas constituyen una forma de capital ficticio por el hecho de que representan una riqueza contada dos veces: una, el valor del patrimonio de la empresa; otra, el valor de las acciones mismas cuyo valor se mueve con frecuencia con independencia del valor del patrimonio de las empresas. La prueba de que esto es verdad es qué ambos valores pueden servir de garantía, por ejemplo, para créditos bancarios. Pueden ser contadas dos veces, o tres, o más, gracias a la existencia de empresas Holdings. Una valoración especulativa de las acciones constituye un incremento del volumen total del capital ficticio existente en la economía. Pero ese incremento posee una característica distinta del valor original: no significa una duplicación aparente de un valor real. En realidad, detrás de él no existe ninguna sustancia real. Cuando el crédito es destinado al sector privado y se formaliza por medio de un título negociable en el mercado, también debe ser considerado capital ficticio. Esto porque aparentemente el valor se ha duplicado. Cuando el incremento de la deuda pública ocurre en razón de gastos improductivos o gastos corrientes o aun de transferencias, estamos frente a la creación de un nuevo capital ficticio, toda vez que por

detrás de ese incremento de la deuda no sobrevive nada sustancial (Cárcanholo y Sabadini s/a).

Hoy, más que nunca, la economía ha perdido relación con el ámbito productivo. Existe una enorme economía de papel, alimentada básicamente por la persistencia de los déficit públicos y los mecanismos de innovación financiera, que no se corresponde con la situación real de la economía. Masas siempre mayores de capitales especulativos y ficticios se mueven de un lado hacia otro buscando en las inversiones financieras una rentabilidad que no encuentran en el sector real de la economía, debido a la caída de la tasa de beneficio en este. Podemos concluir que él sistema capitalista se ha ido convirtiendo en realidad en un capitalismo ficticio, cuyas reglas de juego son radicalmente distintas y hasta antagónicas al clásico capitalismo productivo, esto es el fundado en la generación y acumulación de plusvalor.

Así pues, si como capital a interés el capital adquiere una forma mistificadora, como capital ficticio asume un aspecto todavía más complejo y desmaterializado. En su momento de gloria, en la era neoliberal, la verdadera economía parecía ser la financiera. Los centros financieros de Nueva York y Londres podían reírse del capital productivo en el mundo, cuando aparentemente la economía financiera se desarrollaba con independencia de la dinámica de la producción. El capital ficticio, sin embargo, realiza ganancias ficticias que solo pueden ser hechas reales a nivel individual, aunque jamás a nivel de su totalidad. Con todo, mientras exista la fe de poder hacerlas reales continúa operando la burbuja especulativa creada por el capital ficticio. Gracias al salvamento de los grandes bancos de la crisis crediticia por parte de los gobiernos, el sector financiero pudo retornar a la economía de casino. Pero, por eso misma, hoy se vislumbra la bancarrota de los propios Estados, con lo que, tarde temprano, se vislumbrará también la imposibilidad de tornar reales las ganancias ficticias. Estallará entonces la burbuja que pondrá límites a la acumulación de capital ficticio, el cual actúa a la vez como un cáncer y un parásito en un cuerpo humano vivo.

El capital ficticio o parasitario generado de manera masiva está circulando entremezclado con el capital real. Según el Banco de Basilea (El banco central de todos los bancos centrales), en el año 2009, circulaban en el mundo unos US$ 1.000 trillones de valores, obligaciones y moneda, mientras el producto bruto mundial superaba apenas un poco los US$ 50 trillones, o sea que, en la actualidad, por cada dólar con valor real circulan otros veinte dólares que son capital ficticio y parasitario; constituyéndose en la más grande estafa de la historia (Beinstein 2009). Estos valores, que Wall Street ha llamado productos financieros derivados, bajo la forma de deudas, pagarés, obligaciones, empapelamiento,etc., fueron causa de la crisis crediticia en EE. UU. y contaminaron todos los mercados mundiales.

Tarde o temprano, la burbuja de capital ficticio exigirá la destrucción de tales productos, vale decir, la eliminación de gran parte de la economía de papel mediante la anulación de deudas por bancarrota. Las bancarrotas de empresas privadas en EE. UU. pasaron de 800 mil en 2007 a 1,4 millones en 2009, un aumento del 75%, y la situación empeorará en el año 2010. Asimismo, según la Corporación Federal de Garantías de Depósitos (FDIC, por sus siglas en inglés), en 2009, quebraron 140 bancos estadounidenses y otros 700 estaban en peligro de hacerlo (Quinn 2010). La tremenda burbuja financiera, por tanto, está estallando, y con ello la economía mundial está atravesando por una enorme inestabilidad e inseguridad y entrando en depresión. Como consecuencia, la hegemonía de EE. UU. está a la deriva. En efecto, es claro que una depresión mundial demandará un nuevo orden económico internacional, y EE. UU. buscarán no perder la hegemonía en este. No obstante, es dudoso que, sobre la debilitada base de su economía, pueda instalarse un nuevo orden internacional bajo la hegemonía estadounidense.

Contrario a lo que aconteció en los países centrales, en los países periféricos, se incrementó, en términos relativos, la generación de riqueza real y productiva. Esto porque, al ser las ganancias en los primeros, en promedio, más altas en el sector financiero y especulativo, durante décadas, las inversiones se desplazaron del sector creador de riqueza y de la economía real al sector improductivo y parasitario. Últimamente, en los mercados del Primer Mundo, se intercambiaba riqueza real por capital ficticio. Semejante operación representa un subsidio permanente y creciente en riqueza real, desde las sociedades periféricas hacia las naciones ricas del planeta, lo qué explica el progresivo carácter parasitario de las segundas. Por lo anterior, la crisis afecta menos a los países periféricos que a los centros de poder. Es en este contexto que surgen más voces desde el Sur que demandan un cambio en las cuotas de poder (verbigracia, entre los países emergentes como el BRIC), mientras otras naciones luchan a favor del decoupling o desconexión del sistema dominante. En medio de la crisis, el comercio internacional se contrae, lo que da base objetiva para tal desconexión.

En América Latina y el Caribe en particular, países como Venezuela, Ecuador o Bolivia se inclinan hacia una mayor desconexión en el entendido de que pueden sobrevivir mejor sin subsidiar y cargar con el derroche de los países ricos. Estos, en cambio, entienden que, en las actuales condiciones, no pueden lograrlo sin aquel subsidio permanente desde los países periféricos, y mucho menos sin sus recursos naturales. Por eso, frente a la amenaza del colapso del capital ficticio, las fuerzas reaccionarias entre las élites, con EE. UU. a la cabeza, se radicalizan con vistas a prolongar el actual statu quo político aunque sea por la vía militar. También en la región hay fuerzas alineadas con esta posición, como México, Colombia o Perú, por ejemplo. Luego, los escenarios de guerra se vuelven más concretos a escala mundial, incluso con amenazas concretas para América Latina y el Caribe. La guerra podría ser un instrumento para mantener la hegemonía política; con todo, no brinda todavía una solución para salir de la crisis. La gran pregunta sigue siendo cómo reconectar la inversión de manera rentable con la economía real.

Más adelante veremos que es dudoso que Occidente consiga retornar al ámbito productivo sobre la base de una tasa de ganancia en alzada. Lo anterior sitúa en una crisis sin aparente salida al propio capitalismo, al menos en Occidente, con lo que surgen las expectativas de un cambio de civilización, al menos a no muy largo plazo. En el corto plazo, sin embargo, se vislumbra el intento del capital hegemónico de un proceso de dominación a nivel mundial, incluso con un crecimiento negativo. Esto inauguraría ya una era poscapitalista, es decir, una era sin acumulación de capital, aun cuando fuese autoritaria en su primera fase de transición. Sobre esta base y en medio de una mayor desconexión, emergen las posibilidades de lanzar proyectos endógenos con esfuerzos más democráticos y participativos, proceso que, de cierta forma, se perfila ya en Bolivia. La coexistencia con el capitalismo dificulta un proceso de autodeterminación y de democratización participativa más radical, si bien un eventual colapso del sistema monetario internacional provocaría la desconexión obligada, profunda y global. En el próximo capítulo, examinaremos los riesgos del colapso del sistema monetario internacional.

BibliografíaBEINSTEIN, Jorge

2009 “En la ruta de la decadencia: hacia una crisis prolongada de la civilización burguesa”. En Observatorio Internacional de la Crisis. En La gran depresión del siglo XXI: causas, carácter, perspectivas. San José: DEI, pp. 134.

CARCANHOLO, Reinaldo A. y SABATINI, Mauricio de S.s/a Capital ficticio y ganancias ficticias, s/c: Observatorio Internacional de la

Crisis.

DIERCKXSENS, Wim2008 “La Gran Depresión del siglo XXI inaugura “la administración Obama””, en Pasos

[San José, DEI] Nro. 139. Septiembre-octubre, pp, 10-17.

QUINN, James2010 “Recession, depression or systematic breakdown”. En línea:

www.financialsense.com. Fecha de la visita: 04/03/2010.

Capítulo II

La nueva fase de la crisis mundial: la amenaza de bancarrota de Estados

1. “Recuperación” de la economía ficticia, no así de la economía real

La crisis inmobiliaria de 2008 fue el resultado de años de acumulación de capital ficticio. Comenzó en los EE.UU. por la concesión de préstamos a hogares endeudados para devenir propietarios de sus alojamientos. Los bancos comerciales y las instituciones especializadas en el financiamiento inmobiliario acordaron créditos con hipotecas que transformaron en títulos para la creación de nuevos productos derivados que vendieron en el mercado financiero. Al hacer esto, atenuaban los riesgos de defecto de pago, inflaban la capacidad de préstamo de los hogares, adoptaban los créditos y orientaban de modo artificial los precios inmobiliarios hacia el alza. Entre finales de 2004 y principios de 2006, se concedieron de manera creciente prestamos a familias pobres, que solo disponían de pequeñas rentas y no tenían plazos favorables de reembolsos (subprime), en forma de contratos que previeron un tiempo de resistencia a las tasas de interés muy bajas (del 1% al 2%) al principio y brutalmente altas después de dos años (casi siempre a mas de 15%) (Herrera y Nakatani s/a).

Los productos derivados afectados eran mucho más aceptados y atractivos para mercados financieros de los que ciertas instituciones financieras (compañías de seguros) se servían para crear otros instrumentos compuestos, los cuales eran mercantilizados en aras de asegurar a la vez una refinanciación y participación de los intereses. La crisis estallo cuando una masa crítica de deudores empezó a enfrentar serias dificultades para reembolsar sus préstamos, en razón de la subida de las tasas de interés determinadas por la Reserva Federal para financiar los enormes gastos relacionados con las guerras de Iraq y Afganistán. El sistema monetario y financiero presentaba profundas paradojas. Una de ellas era la ilusión de que es posible encontrar solución siguiendo la gestión neoliberal de la crisis de la expansión del capital. No obstante, una burbuja estalló solo para formar otra aún más peligrosa, afirman Herrera y Nakatani, y esto es precisamente lo que hoy se revela cada vez con mayor claridad.

Al mantener los bancos centrales con las tasas de interés cercanas a cero y habiendo recibido fuertes sumas de rescate gubernamental en 2008 y 2009, el capital financiero no tuvo temor alguno de invertir en activos de mayor riesgo. Las inversiones alcanzaron una variedad que fue desde la compra especulativa de oro, hasta apartamentos en Dubai o Pekín. Los contratos a futuro en los commoditíes (el precio del petróleo, por ejemplo, subió un 132% desde febrero de 2009) y las opciones existentes en torno a las tasas de interés han estado otra vez de moda. El comercio con productos derivados continúa siendo la actividad preferida del gran capital especulativo. A pesar de sus resultados desastrosos durante la crisis recién pasada, la especulación con productos derivados se mantiene aun legal y sin

mayor regulación. A raíz de lo anterior, una nueva burbuja de capital ficticio se ha desarrollado, y ahora con mayor velocidad. Este renovado desarrollo parasitario del capital ficticio, con soñadas ganancias ficticias, sigue siendo el mayor negocio. Con un nuevo colapso financiero, las pérdidas adquirirían dimensiones de varias veces la economía estadounidense (Foroohar 2009).

A pesar de todos los fondos de rescate inyectados, las economías reales del llamado Grupo de los Siete (G7) no se han recuperado. La tasa de crecimiento durante el año 2009 ha sido negativa en los países centrales (Japón. -5,4%; Gran Bretaña, -4,5%; Zona del Euro, -3,8%; EE. UU, -2,5%). En tiempos difíciles, las cifras oficiales siempre tienden a ser ajustadas hacia abajo después de un tiempo; esto para mantener el panorama más positivo posible. Así por ejemplo, si tomamos los datos reales, vemos que los EE. UU. estaban en recesión desde 2001, alcanzando en 2009 una tasa negativa de crecimiento real del 6%. Estos resultados contrastan con las tasas de crecimiento positivas en ciertas economías emergentes, como China, 8,2%; India, 5,5%, o Indonesia, 4,2%. En América Latina y el Caribe, los países más anexados a la economía estadounidense sufrieron una fuerte recesión (verbigracia México, -7,1%). En países emergentes como Brasil (donde el capital especu-lativo y el productivo se combinan) no hubo recesión, aunque tampoco crecimiento (The Economist 2010).

Grafico 1

La recuperación en modo alguno ha sido el resultado de la inversión privada en nuevos trabajos en la economía real. Si bien las corporaciones transnacionales han vuelto a generar ganancias; las mismas han sido primordialmente el resultado de recortes en los costos de producción, esto es, gracias a despidos de trabajadores -incrementando así el desempleo-, no por la expansión del mercado a partir de una demanda ampliada. Al igual que con las cifras infladas de crecimiento económico, las cifras oficiales de desempleo muestran un fuerte subregistro al eliminar de las estadísticas al 50% de la población activa sin derecho a un seguro de desempleo. El desempleo real en los EE. UU. alcanzó, hacia fines de 2009, el

22% y podría alcanzar, en años venideros, el 35%, como puede verse en el Gráfico 2. Según Egon von Greyez (s/a), es aproximadamente el nivel de desempleo al que se llegó durante la Gran Depresión. El autor espera, para la próxima crisis, niveles de desempleo aún más altos. Analizando la cuestión en una perspectiva histórica, se observa que, en los años cincuenta y sesenta, hubo un alza fuerte en la creación de empleo (productivo), acompañado de un aumento considerable en el Producto Interno Bruto (PIB). Desde los años ochenta, en cambio; se produjo un descenso pronunciado en la creación de empleos, hasta llegar a cero en el último decenio, y que hizo caer el PIB a niveles negativos, como se observa en el Gráfico 3.

Sin embargo, aun cuando las economías centrales están en recesión, el capital ficticio ha retomado fuerza. Desde los mínimos de marzo de 2009, la bolsa de valores estadounidense recuperó, en apenas 7 meses, el 66% de lo que había perdido en la crisis crediticia, afirma Rana Foroohar (2009). Esta recuperación es, en lo fundamental, resultado de los billonarios paquetes de rescate financiados con dinero sin respaldo. Pero, en términos reales, vale decir en términos de la capacidad adquisitiva (que se calcula mejor en términos de precio en oro), la bolsa de valores ha caído desde el año 2000 como se aprecia en el Gráfico 4.

Ahora bien, el salvamento de los mayores especuladores provoco al mismo tiempo, gigantescas deudas gubernamentales. Por eso, útilmente se habla más de una segunda caída, aunque con el optimismo no muy fundamentado de una posterior recuperación definitiva. No obstante, no vemos muy probable ese así llamado patrón W, que hasta el presidente Barack Obama ha anunciado, pues, al verse cortada la posibilidad concreta y lucrativa de una reinversión en el ámbito productivo, la tendencia más probable sería a una nueva caída sin recuperación posterior, o sea, el así llamado patrón L. Andrew Gavin Marshall estima más grandes que pequeñas las probabilidades de este último patrón (Marshall 2009). El caso de Japón podrá ilustrarnos este patrón L.

Lo que pasó en Japón hace dos décadas está por pasar en los países centrales en su conjunto y en los EE. UU. en particular. En diciembre de 1989, la bolsa de valores de Japón alcanzó su máximo histórico de 38.916 puntos. Actualmente, el Nikkci 225 está alrededor de 10.500, es decir, en un nivel casi cuatro veces más bajo que 20 años atrás. Los precios de las propiedades urbanas están a un tercio de lo que estuvieron en 1989, y ciertas torres de apartamentos en Tokio se venden hoy a precios 10 veces más bajos que entonces. En el tercer cuatrimestre de 2009, el PIB de Japón alcanzó, en términos nominales, una cifra por debajo del nivel alcanzado en 1992. Con lo anterior; se refuerza la impresión de que no hubo una sola década perdida, sino ya dos, y sin señales de recuperación frente a la amenaza de una nueva Gran Depresión a escala mundial (The Economist 2010).En medio de una nueva depresión, aumenta la conciencia, y ya no dijo entre los ecologistas y los economistas más críticos, de que el mito de un crecimiento sostenido y supuestamente infinito a nivel global no es sino un sueño que ahora está acabando con rapidez1. Lo anterior no significa que no habrá crecimiento económico en ningún lado. En nuestra

opinión, será sobre todo en los países del Norte, al haberse abandonado, en términos relativos, la inversión en el ámbito productivo, en donde será difícil una recuperación de las tasas de crecimiento.

Grafico 2

Grafico 3

Gráfico 4La bolsa de Nueva York (Standard and Poor 500) en precios del oro y la cotización en oro de Bonos del Tesoro

a diez años plazo

En efecto, al verse relativamente apartado de la economía real y productiva, un retorno al crecimiento sostenido será en particular difícil en los países centrales. Y existen más razones para esto, como el hecho de que la innovación tecnológica dejó de ser la principal ventaja competitiva; hoy, dicha ventaja la constituyen de manera especial los bajos salarios. Y es que, al haberse acortado la vida media de la tecnología desde los años cincuenta del siglo pasado, la renovación tecnológica se ha tornado más costosa de lo que su uso puede ahorrar en mano de obra. Con ello, no hay mayores perspectivas de recuperación de la acumulación de capital productivo en los países centrales2.

2. La amenaza de bancarrota de los propios Estados3

¿Cómo se anuncia la próxima etapa de la crisis? En los comienzos del año 2010, varios gobiernos de los países más industrializados están viendo cómo evitar la bancarrota. En el segundo decenio del siglo XXI, podemos esperar otra ola de quiebras financieras. Ante un alza de las tasas de interés, resulta inevitable una nueva ola de quiebras de propiedades inmobiliarias, aunque ahora sobre todo comerciales. Después de una caída en la construcción comercial del 16% durante el año 2009, The Economist espera otra fuerte caída en 2010 en los EE. UU. Los más afectados serían grandes hoteles, centros comerciales, edificios de oficinas y de apartamentos. Se espera que, en razón de ello, .más de un millar de bancos estadounidenses quebrarán en 2010 (The Economist s/a).

1. De hecho, la visi ón de que el crecimiento económico no puede ser infinito la expresó John , Stuart Mili ya en 1857. Véase Petar Tom Jones y Vicky Meyere (2009).

2. V éase, para su explicación en detalle: Wim Dierckxsens (2007). La transición hacia elposca-' pkalismo: el socialismo del siglo XXI. San José: DEI-Ruth Casa Edltoral (3a. ed.).

3. Nota de la Editora: El estudio presentado es anterior al 2010.

Nos hacemos la pregunta siguiente: ¿hasta dónde los gobiernos centrales, incluyendo el estadounidense, van a poder financiar nuevos paquetes de rescate cuando hoy ya se encuentran ante una situación de incapacidad de pago debido a los cuantiosos y ascendentes intereses por pagar a sus, acreedores? A pesar de la euforia bursátil, celebrada en programas de los medios dominantes como CNN, una cantidad cada vez mayor de analistas esperan pronto un nuevo colapso financiero, todavía más dramático que el anterior.

La idea de que el gobierno de un país altamente desarrollado podría ir a la bancarrota, esto implica que tendría que informar a sus acreedores que su país carece de capacidad para pagar sus obligaciones, era hasta hace poco algo inimaginable. Hoy no solo es considerado posible, sino que constituye una real amenaza, afirma Robert J. Samuelson (2009). La cuestión es tan poco familiar, agrega el autor, que el pasado proporciona escasas claves para predecir el futuro. La amenaza no es una cuestión meramente económica, es cada vez más un asunto psicológico, afirma Samuelson. Para enfrentar la crisis actual, el endeudamiento oficial crece sin control en los países más desarrollados. En efecto, la deuda gubernamental bruta de los países centrales alcanzó en 2010 el 106% del PIB, es decir, un 30% más que antes de la crisis de fines de 2008. ¿Hasta cuándo perdurará la fe en la capacidad de pago de los centros de poder? (Beoddoes s/a). En marzo de 2010, había ya 19 países del Primer Mundo en bancarrota o casi en bancarrota, y muchos otros seguirán cuando el dominó esté en plena marcha (Chapman s/a a).

Todo político sabe que la tendencia de un déficit fiscal ascendente al ritmo actual es insostenible. En una recesión, los planes gubernamentales de reactivación económica no podrían prolongarse por mucho tiempo sin incrementar el déficit público hasta niveles insostenibles. Y en caso de una recesión prolongada, el elevado déficit fiscal y la acumulación de deuda pública conducirían a la quiebra. ¿Qué puede hacer un gobierno para evitar esta situación crítica? Para contener el déficit gubernamental, habría que recortar el gasto y/o subir los impuestos. Ambas medidas, como hoy se observa en Grecia, además de impopulares, tienden a contraer la demanda global, con lo que acentúan la recesión. Durante el año 2010 y de cara a la amenaza de una recesión prolongada, los gobiernos de los países centrales tendrán que elegir entonces entre tres opciones difíciles: la inflación, la intensificación de la presión fiscal o la cesación de pagos. Con ello, afirma el informe GEAB4, de hecho estamos asistiendo al peligro de un hundimiento de Occidente.De crecer el déficit fiscal sin mayores controles durante 2010, los gobiernos centrales correrían el riesgo de tener que adoptar esas tres opciones juntas. La posibilidad de que los Estados pudieran evitarlas se resumiría en dos esperanzas: la continuación del consumo o el reinicio de la inversión privada. Con todo, tanto respecto al consumo civil cuanto a la inversión civil, las expectativas son muy negativas. Por un lado, en todas parles el consumidor se encuentra sometido a fuertes presiones para ahorrar, rembolsar sus deudas y rechazar (voluntariamente o no) el modelo de consumo occidental de los últimos treinta años. En lo que se refiere a la demanda externa, asistimos a una completa saturación, pues al estancarse la demanda interna, ahora todo el mundo busca exportar. En semejante

coyuntura, se trata de reducir las importaciones con lo que, de hecho, se fomenta el proteccionismo que adquiere ahora dimensiones más nítidas. Al generalizarse el proteccionismo, se contraerá la demanda global a nivel internacional y las expectativas de ventas, fuera y dentro de los países, se tornarán siempre más negativas. Esto motivaría a las empresas a invertir todavía menos, tendencia acentuada por las restricciones bancarias en materia de crédito. El círculo vicioso de la recesión, por tanto, se vislumbra cada vez con mayor claridad.

Gráfico 5La deuda (gubernamental en tal y privada) como porcentaje del PIB, países escogidos

Fuente: GEAB N° 40.

Sin una u otra de estas dos dinámicas en la inversión o la demanda, los Estados no tendrán más alternativa que subir de forma drástica los impuestos para enfrentar su déficit público, o dejar correr la inflación para disminuir el peso de su deuda, o bien declararse en cesación de pagos. Ya tuvimos el caso de Islandia con una deuda de casi el 600% de su PIB. Recientemente, Dubái (Unión de Emiratos Árabes) declaró cesación de pagos y es probable que tome aquellas tres decisiones de manera con junta. Ahora Grecia, con una deuda total equivalente al 200% de su PIB, es noticia candente y la pregunta es: ¿cuál país sigue? De acuerdo con el informe GEAB, esta suerte le podría tocar en un futuro cercano no solo a economías relativamente modestas como Grecia y mañana a España (con una deuda total superior al 200% de su PIB), Portugal o Irlanda, sino también a países del G7 como el

4. Nro. 39 (noviembre 2009). Global Europe Anticipation Budellin (GEAB) es un análisis asequible y regular, instrumento de apoyo para decisiones. Está dirigido a quienes, por su labor (asesores...), requieren un cierto entendimiento de las actuales y futuras tendencias mundiales vistas desde un punto de vista europeo.

Reino Unido (con una deuda total del 250% de su PIB) o Japón y, aunque no lo creamos, incluso a la mayor potencia mundial: los EE. UU., con un récord de deuda de más del300% de su PIB (véase el Gráfico 5).

Privados de crédito interno y externo, los países que cesan de pagar sus deudas históricamente han pasado por profundas recesiones, con grandes devaluaciones e hiperinflación, ante la incapacidad de reactivar su economía. En el plano político, esto resulta muy costoso, y su expresión la observamos en este momento en Grecia. Ciertos países centrales, y en primer lugar los EE. UU., no queriendo enfrentar ninguna de estas dos opciones, podrían optar por el no pago completo o parcial de su deuda y dejar a sus acreedores en el aire, simplemente al poder hacerlo mediante el recurso de una amenaza de guerra. Una eventual gran guerra, entonces, se tornaría una amenaza más concreta conforme los EE. UU. se hallaran más cerca de una situación de cesación de pagos, que podría producirse a partir de la primavera boreal de 2010.

3. La amenaza de bancarrotas en la Eurozona

Desde la quiebra de Dubái, se observa una aceleración en el proceso de bancarrotas en la Zona del Euro, aunque de hecho ya estaba en camino. La suspensión de pagos de Islandia, con una deuda seis veces más grande que su PIB, inauguró la crisis en la Unión Europea (UE). La cesación de pagos de Grecia sucedió al poco tiempo y su salvamento efectivo por parte de la UE es muy incierto. Mañana le podría tocar una situación de cesación de pagos a España o Portugal, con lo que la crisis se podría ampliar con rapidez. Buscando evitar un creciente desempleo y una explosiva crisis interna, los gobiernos en bancarrota, como Grecia, podrían verse presionados a volver a optar por una moneda propia para poder devaluarla frente al euro y, de esa forma, hacerse más competitivos. Aun cuando es poco probable que tal cosa suceda, una vez que un proceso de esta naturaleza se pone en marcha, los efectos en cadena se producen invariablemente. Economías muy abiertas vinculadas con la Zona del Euro, como las de los países bálticos, caerían con probabilidad sin mayor ruido. Tragedias más grandes cabrían observar en el caso de Europa Oriental, ya que el impacto para la Zona del Euro sería mayor si, por ejemplo, Hungría, Polonia o la República Checa entrasen en bancarrota.

Los bancos de Europa Occidental, y no en último lugar Suiza y Austria, han comprado numerosos bancos de Europa Oriental. Las devaluaciones en estas repúblicas han complicado su capacidad de pago de los préstamos otorgados en euros y francos suizos. Sus monedas locales, en efecto, han caído entre un 40% y un 60%, por lo que sus deudas con la banca suiza en francos suizos se tornan impagables. Al poder pagar apenas un 20% o un 30% de sus deudas, la banca suiza, por su parte, entrará en serios problemas (Willie s/u). La Banca Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), con sede en Basilea, señala que la morosidad de los clientes de la banca austríaca alcanza el 75% del PIB de Austria. Las deudas morosas de los Estados bálticos con Suecia son menos cuantiosas, no obstante igualan el 23% del PIB de ese país. Las deudas de Polonia, Rusia y Rumania con la banca holandesa, por su parte, llegan 16% del PIB de esa nación (Dorsch s/a). Pero el problema de la crisis no es nada más europeo. Así como la crisis de las hipotecas cruzó de

pronto el Atlántico, debido a la compra de bonos garantizados por esas hipotecas por parte de bancos europeos (Société Genérale, Deutsche Bank,etc.), ahora, según The Economist,

...los 10 mayores bancos de los Estados Unidos corren grandes riesgos al tener una exposición total en deuda de Irlanda, Portugal, España y Grecia por la suma de US$ 176.000 millones.

En la Eurozona, existe un pacto de estabilización, que demanda que el déficit anual de una nación no sobrepase el 3% de su respectivo PIB. La realidad, sin embargo, ha sido totalmente otra. Países como Alemania u Holanda no se han apartado tanto de la normativa. En Italia, en cambio, ya en febrero de 2009, la deuda oficial acumulada sobrepasaba el 110%, vale decir, algo muy parecido a la situación en Grecia (The Economist 2009). La UE podrá enfrentarse a problemas todavía mayores con eventuales bancarrotas de economías como Italia y el Reino Unido. Se considera incluso que Francia, con un fuerte déficit público, lo mismo que en su balanza comercial, no se encuentra fuera de peligro. Aunque los EE. UU. ya no reciba préstamos del exterior, esa nación puede aumentar la oferta de dinero para dar soporte a la banca en crisis, siendo la única nación que puede pagar de ese modo sus obligaciones externas. La Zona del Euro, en cambio, no dispone de este amortiguador. La estructura aquí demanda que cada Estado miembro financie su propio rescate, no mediante la impresión de billetes por parte del Banco Central Europeo (BCE). Hoy hay voces que claman por crear un Fondo Monetario Europeo (FME) para rescatar, bajo duros condicionamientos, a los países de la Eurozona en problemas. Ello implicaría que los países con finanzas más sanas rescatarían a las naciones en bancarrota por mala praxis.

Cabe preguntar, como hiciera Ambrose Evans-Pichard (The Telegraph 2009), si Berlín estará de acuerdo en rescatar a economías menores cono Irlanda o Grecia al entrar en bancarrota, o incluso si rescataría a Italia en el caso de cesación de pagos. Axel Merk (2009) percibe el eventual peligro de que más de un país abandone la Zona del Euro para poder devaluar su moneda. Si bien su pronóstico no es el más probable en el corto plazo, este autor espera una Eurozona dividida en tres: la del Sur, la del Este y la del Nordeste. La división del euro en varias monedas le parece una amenaza nada abstracta. De presentarse tal situación, el euro nórdico sería, en términos de Jim Willic (s/a), una especie de marco alemán de nuevo estilo compartido por aquellos países de Europa noroccidental que mantienen una balanza comercial positiva, como Bélgica, Holanda, Noruega, Suecia y Dinamarca. En opinión del autor, sería un regalo a esta nación si Francia entrara al euro nórdico. Ante la eventual aparición de un euro nórdico, el dólar mostraría, según Willie, su debilidad.

Hacia finales de 2009 y principios de 2010, el dólar se fortaleció, al menos en apariencia, frente al euro. Eso se dio al presentarse más inmediatos los problemas de Europa y debido a la especulación que ello conlleva. Existen fuerzas especulativas en torno a la incapacidad de pago del gobierno griego. ¿Cómo especulan? Haciendo subir el precio de los productos

de seguro, en este caso los CDS, credit default swaps. La subida de estos productos financieros, que se supone debe cubrir los riesgos de pago de los Estados, ocasiona una baja de la confianza de los operadores. EL escenario es simple: si los CDS suben, el riesgo de no pago se considera más alto, automáticamente suben los tipos de interés de los nuevos préstamos tomados por el Estado griego -de momento-, provocando un incremento de sus déficit, lo que a su vez se traduce en un aumento de su deuda (Benics s/a).

La espiral descendente se pone así en marcha. Los mercados financieros exigen una política de austeridad aún más drástica. Las agencias de notación -que todos los gobiernos han puesto en entredicho- continúan su trabajo degradando la notación de Grecia, así como de los demás países del sur de Europa. Los tipos de interés en alza en una parle de la eurozona amenazan, sin embargo, la totalidad de la zona. Lógicamente, el BCE debería responder a esta crisis aumentando sus tipos de interés. Pero si lo hiciera, esto podría tener un efecto negativo sobre el crecimiento de Alemania, que probablemente no lo aceptaría. Como tampoco quiere pagar por los países más pobres, podría, en última instancia, amenazar con salir de la Zona Euro para protegerse.

En la cumbre europea del 11 de febrero de 2010, Angela Merkel ha propuesto un escenario alternativo: la creación de instrumentos de presión contra los países laxistas, esto es reforzar su dominación política. En tal caso, sería posible que el país presionado se saliese de la Eurozona. Por ende, si la integración de esta no se ve amenazada por un lado, lo resulta por el otro. De acuerdo con Nicolás Benics, la crisis del euro muestra toda la lógica destructiva de la construcción europea. Para el autor, es hora de construir un programa de izquierdas que incluya la lucha contra la crisis sistémica, haciendo propuestas para salir de la lógica de la valoración del capital con vistas a la defensa y ampliación de los derechos colectivos. La respuesta popular de Islandia podría ser un paso en esta dirección.

En octubre de 2008, en plena crisis financiera internacional, Icesave, un banco privado islandés en línea, filial del banco Landsbankinn, quebró y numerosos clientes ingleses y holandeses perdieron sus inversiones especulativas. Los gobiernos británico y neerlandés reembolsaron a sus nacionales y reclamaron a su vez al gobierno islandés el reembolso del monto pagado de unos 3.900 millones de euros, aproximadamente, la mitad del PIB nacional islandés. El 30 de diciembre cíe 2009, el parlamento de Islandia aprobó por un escaso margen de votos un acuerdo gubernamental con Gran Bretaña y Holanda para reembolsar la suma en cuestión, con las consiguientes implicaciones fiscales para el pueblo islandés. De inmediato, se suscitaron protestas populares, y una petición contra la ley fue firmada por un quinto de la población. Entonces, el presidente de Islandia, Olafur Ragnar Grimsson, decidió no promulgar la ley, es decir, vetarla y convocar a un referéndum popular sobre la misma. El resultado, con un 62,7% de participación, fue de 93,2% a favor de no pagar la deuda. De seguro se iniciarán otras negociaciones entre los gobiernos, pero esta vez el islandés estará respaldado por el pronunciamiento casi unánime de su pueblo, un precedente muy interesante para las luchas sociales en otras naciones5.

4. La amenaza de una bancarrota de los EE. UU.

Los trillones de dólares inyectados por el gobierno estadounidense, con el fin de evitar una implosión de su sistema financiero han beneficiado en lo fundamental a este sector. Los grandes bancos que recibieron estos fondos no los prestaron para reactivar la economía real. Lo que hicieron, en primer lugar, fue mejorar sus balanzas para poder pagar a sus directivos gratificaciones sin precedentes. Con el consentimiento fraudulento del gobierno, no ajustaron los valores ficticios a los reales, o sea, todo fue preparado para que la especulación bancaria continuase. Así, los cuatro mayores bancos han colocado trillones de dólares en productos derivados (Von Greyerz s/a). Llegará el momento en que este capital ficticio, sin relación alguna con el capital real, ya no encontrará expectativa alguna para hacerse real excepto su operación parasitaria o su evaporación con quiebras en cadena. Las transferencias-subsidios en valores reales desde el Tercer Mundo ni de lejos serían suficientes para valorizar el dólar, y estos países tendrían entonces que Velar por su propia sobrevivencia y crear mecanismos integradores que les permitan defenderse de la enorme volatilidad producida por las monedas, los mercados y el capital ficticio especulativo que llega del Norte. La libre entrada y salida de capital de los países del Sur se vería, pues, progresivamente limitada, un paso necesario en el proceso de desconexión de las políticas de globalización neoliberal.

Los pequeños bancos estadounidenses, en cambio, se encuentran en una situación trágica y su bancarrota es más inmediata. A estos bancos sí los dejan quebrar, ya que son como sardinas para los peces grandes. Tres cuartas partes de los préstamos hipotecarios de los bancos más pequeños (el 90% de los bancos en los EE. UU.) son en bienes raíces comerciales (centros comerciales, edificios de oficinas, hoteles y edificios de apartamentos). Dichos bancos están quebrando porque la capacidad de pago de los préstamos hipotecarios otorgados se deteriora a velocidad ascendente. Los valores de las propiedades comerciales han bajado entre un 35% y 50%, pero los bancos no están realizando los ajustes pertinentes; además, la tasa de desocupación de tales propiedades aumenta sin cesar. Por todo eso, en 2009, quebraron 140 bancos y su precio de remate estuvo muy por debajo del precio en libros. Al 5 de marzo de 2010, según la Corporación Federal de Garantías de Depósitos (FDIC), se registraron 26 bancos quebrados y 702 con problemas de pago.

Por otra parte, muchos Estados del país se encuentran sumamente endeudados y en situación de bancarrota, lo que no deja de poner en peligro incluso la unión estadounidense. Esta amenaza ya la señalamos en nuestro libro de 2009: La gran depresión del siglo XXI (Observatorio Internacional de la Crisis 2009), al hallar cierto paralelo con la desarticulación de la Unión Soviética en los años noventa.

5. V éase www.agenpress.info , 10/03/2010.

Solamente por el hecho de que el dólar es la principal moneda de reserva y la moneda de pago internacional por excelencia, el gobierno de los EE. UU. pudo conseguir crédito casi sin límite hasta fines del año 2008. Un primer revés lo recibió el dólar en 1999 con la introducción del euro. Las reservas internacionales en dólares bajaron de manera notoria, aun cuando siguen manteniendo una posición fuerte como se observa en el Gráfico 6. Al disminuir dichas reservas, también se encogió el crédito, pero como los EE. UU. gozaban de amplio crédito internacional pudieron consumir mucho más que su PIB, aumentando su deuda externa. Llegó el momento en que esa deuda era tan elevada -como la actual-, que los países acreedores dudaron de la capacidad de pago de sus obligaciones. A partir de ese momento, los países emergentes poseedores de gran cantidad de bonos (obligaciones de pago a largo plazo) del Tesoro, como China, ya no muestran mayor interesen la compra de tales bonos, como se puede apreciar en el primer gráfico abajo.

Grafico 6Porcentaje de reservas Internacionales en dólares (1995-2008)

% of Forelgn Reserves In Dollars

Fuente: www.expectedreturns.net

Como los extranjeros dejaron de comprar bonos en 2009, la Reserva Federal ha comprado más de la mitad de los bonos emitidos por el Tesoro del Estado y con esa garantía, se emiten dólares carentes de todo respaldo. Con esta práctica, y con préstamos de más corto plazo, los EE. UU. lograron un crédito por casi US$ 1,5 billones en 2009. Lo cierto es que la participación de China en la posesión de obligaciones estadounidenses se ha reducido del 12% al 10% en un año, lo que se aprecia en el tercer gráfico abajo. Esto conducirá a una baja del precio del dólar y reducirá aún más la posibilidad de que los EE. UU. obtengan financiamiento externo para su déficit. Como respuesta, la Reserva Federal imprimirá más dinero sin respaldo y de ese modo se entrará en un círculo vicioso siempre más profundo. Lo anterior llevará a una constante depreciación del dólar en términos de poder adquisitivo, esto es la baja del valor intrínseco del dólar.

Gráfico 7Porcentaje de nueva deuda externa de los EE. UU. financiada por China;nuevas deudas adquiridas por el gobierno; y porcentaje de la deuda total

estadounidense financiada por China

En tan solo los últimos 10 años, el dólar bajó un 79% frente al oro. Por eso, en los próximos años, la Reserva Federal hará lo que su presidente Bernanke siempre ha afirmado: imprimir montos ilimitados de dólares sin respaldo (quantitative easing en inglés), lo que implicará que el valor intrínseco del dólar llegará a prácticamente cero. Con ello la moneda internacional se reducirá a la categoría de papel higiénico (Von Greyerz s/a). El problema con el papel dinero cuando no está respaldado, por ejemplo en un patrón como el oro, es que los gobiernos pueden crear cantidades ilimitadas, pero no sin consecuencias funestas para su economía. Lo anterior ya ha implicado la destrucción de monedas en la historia del capitalismo, y en la actualidad lo estamos presenciando de nuevo.

Grafico 8Declinación de la cotización del dólar frente al oro

Fuente: Egon von Greyeiz, “Gold is going up- paper money is going down”.

En los últimos dos años, la Reserva Federal y el Tesoro inyectaron trillones de dólares sin respaldo en el sistema financiero estadounidense. En 2010 y en el futuro, este proceso de monetización será todavía peor y generará como tendencia una inflación masiva, como lo vimos en Argentina hace menos de una década o como lo conoció la República de Weimar en los años treinta del siglo pasado. La pregunta que muchos se hacen es cuándo el Tesoro de los EE. UU. entrará en una situación de cesación de pagos, con la consecuente fuerte devaluación del dólar. Para analistas críticos, como Bob Chapman (s/a b), la pregunta no es si es posible la bancarrota de los EE. UU. con la consecuente devaluación del dólar, sino cuándo se dará.

5. El poder de la Reserva Federal de los EE. UU.

El Banco Central es una institución de la más destructiva hostilidad que existe contra las formas y principios de nuestra Constitución...

Presidente Thomas Jefferson.

Veamos a continuación, para los lectores menos familiarizados con el tema, el alcance de los poderes de los banqueros a través de la Reserva Federal (Banco Central) de los EE. UU. Para ello, revisemos un poco de historia. El Congreso instituyó el Primer Banco de los EE.UU. en 1791. Al crearse, el Gobierno tenía el 20% del capital y el restante 80% sería privado. Hubo denuncias de conspiración para que el banco quedara en manos de extranjeros, a la cabeza del Banco de Inglaterra. Surgieron muchos bancos privados creados desde el Estado y al poco tiempo había más papel moneda circulante que oro y plata de respaldo. Por eso, en 1816 se tuvo que crear el segundo Banco de los EE. UU, donde el Go-bierno mantuvo apenas el 20%. En 1836, hubo una burbuja especulativa en los precios de la tierra vinculada a las importaciones de plata mexicana, y en 1837 el estampido ocurrió. Esto atrajo a los banqueros Rothschild de Inglaterra, quienes enviaron un representante (August Belmont) que terminó como consejero del presidente Andrew Jackson (quien consideraba anticonstitucionales y antidemocráticos a los bancos).

El libro Los Rothschild: los gobernantes financieros de las naciones detalla una reunión secreta en Londres, en 1857, en la cual el sindicato internacional de banqueros decidió impulsar una guerra civil para forzar la creación de un banco central privado en los EE.UU. La guerra civil estadounidense empezó en abril de 1861, cuatro años después de la junta de los Rothschild en Londres, y dejó más de 1 millón de muertos, un 3% de la población del país. Más tarde, en 1907, se imputó a los Rothschild otra tentativa de forzar la creación del banco central privado. Según la teoría conspiradora, el banquero estadounidense J. P. Morgan era entonces el agente encargado de precipitar una crisis bancaria e inducir el pánico acerca de la integridad de los bancos establecidos por el Estado. De nuevo emergió la presión para crear el banco central.

Esta tentativa de crear la Reserva Federal (FED) se ocultó al público y los banqueros seleccionaron al senador Nelson Aldrich, abuelo de Nelson y David Rockefeller, para introducir en la cámara y el senado la ley de creación preparada por ellos. Como el presidente William H. Taft manifestó que vetaría la ley, los banqueros entonces apoyaron la campaña de Woodrow Wilson, quien la aceptó al llegar a la Casa Blanca. Aun así, en vista de que la idea de que los banqueros tuviesen el mando de la FED hallaba oposición dentro del Partido Demócrata, para lograr su aprobación los banqueros tuvieron que conceder que el Presidente nombrara a los funcionarios de la FED.

La FED fue legalmente fundada en 1913 con 203.053 acciones. De ellas, 70 mil (35%) quedaron en poder de cuatro bancos de los Rockefeller:

1. National City Bank, 30 mil acciones2. Chase National (actualmente Chase Manhattan de David Rockefeller), 6.000

acciones3. The National Bank of Commerce (hoy Morgan Guaranty Trust), 21 mil acciones4. Morgans' First National Bank, 15 mil acciones

Las restantes 133.053 acciones (65%) pertenecieron a un número mayor de banqueros, sobre todo extranjeros, entre ellos: Rothschild Bank of London and Berlín; Lazard Brothers Bank of París; Israel Moses Sieff Banks of Italy; Warburg Bank of Hamburg, Germany and Amsterdam; Kuhn Loeb Bank of New York; Lehman Brothers Bank of New York; y Goldman Sachs Bank of New York.

Por consiguiente, la FED de los EE. UU. -a diferencia de otros- es un banco central mayoritariamente privado, manejado por banqueros privados, con la potestad de crear de la nada moneda, bonos y otros valores sin ningún respaldo. Es la mayor fábrica de dinero sin respaldo del mundo en manos de banqueros privados estadounidenses y europeos. Desde su fundación, y aún antes, los banqueros han sido determinantes en el destino económico, político y militar de los EE. UU., y a través de este país, del resto del mundo. Son el más grande consorcio de la tierra y actúan como un supragobierno detrás de la cortina. Lo primordial son los negocios y las ganancias al precio que sea.

Se dice que el 4 de junio de 1963, el presidente John F. Kennedy firmó la orden ejecutiva nro. 11.110 quitando a la FED el poder de prestar dinero al gobierno cobrando intereses. Con ello, Kennedy regresó al gobierno (Departamento del Tesoro) el poder constitucional de crear y emitir el dinero sin pasar por el Banco Federal de Reserva, controlado por los banqueros privados, interfiriendo de esta forma en su negocio. El Departamento del Tesoro recibió entonces la autoridad para emitir certificados de plata respaldados en plata física, o moneda dólar de plata estándar del Tesoro. Se imprimieron más de 4 billones en denominaciones de US$ 2, US$ 5, US$ 10 y US$ 20. Además, Kennedy hacía esfuerzos para retirar las tropas de Vietnam (Robert McNamara), tocando con ello también los

intereses del complejo militar industrial. El presidente Kennedy fue asesinado poco después, el 22 de noviembre de 1963. Las notas respaldadas en plata fueron sacadas de circulación y continuó la guerra en Vietnam (Griffin s/a).

El jefe de la FED, Ben Bernanke, alertó en febrero de 2010 al Congreso respecto a que la crisis de deuda de Grecia se podría extender muy pronto a los EE. UU. Expresó que los recientes acontecimientos en Europa, donde países como Grecia y otras naciones con grandes e insostenibles déficit, como los EE. UU, tienen problemas para vender más deuda a inversionistas, muestran que este país es vulnerable a una súbita reversión de fortunas que obligaría a los ciudadanos a pagar impuestos y más altos intereses sobre las deudas. “No es algo para dentro de diez años. Está ya afectando los mercados”, dijo al Comité de Finanzas del Congreso. “Hoy mismo podríamos estar encarando más altos intereses”6.

6. ¿Hasta cuándo durará el reinado del dólar?

A pesar de que el precio del oro en dólares se quintuplicó en la década pasada, dicho precio podría dispararse de nuevo a partir de 2010. La razón es clara: la impresión de dólares se acelerará al aumentar el déficit del gobierno de los EE. UU. Y en una coyuntura de amenaza de bancarrotas, el oro aparecerá finalmente como el único puerto seguro. El riesgo de bancarrotas en los países centrales es cada vez menos una amenaza abstracta y podría estar en el orden del día. La caída de las principales monedas como el dólar, el euro, la libra esterlina, el franco suizo, etc., en modo alguno es una abstracción teórica. Conforme crezca la amenaza, habrá una mayor demanda de oro.

Los bancos centrales de China, India, Rusia, Japón, Brasil, Corea del Sur, entre otros, cuyas economías están más ancladas en las inversiones productivas, ya no depositan su confianza en el dólar y hoy son compradores netos de oro. Los fondos de pensiones, que necesitan colocar sus aportes en inversiones seguras, ante la inseguridad monetaria, se verían obligados a invertir más en oro como única reserva segura. La confianza en los certificados de oro ha bajado, pues hay más de estos certificados que oro; la producción de oro, además, muestra una tendencia descendente a lo largo de los años. La última auditoría de existencias reales de oro almacenado en Fort Knox en los EE. UU, que son el respaldo del dólar, fue en 1953. No existen datos auditados posteriores, ni certeza por lo tanto de su existencia. En resumidas cuentas el dólar, que durante muchos decenios funcionara como puerto seguro, parece haber llegado al final de la era que funcionaba como moneda de reserva principal y de cambio internacional.

Formulado esto de otra manera, la pregunta es: ¿hasta cuándo a un país (los EE. UU.) en situación objetiva de bancarrota, el mundo le seguirá permitiendo usar dinero creado de la nada al imprimir dólares sin respaldo, para pagar productos y servicios generados con el

6. Véase, Global Research, 27/02/2010, y Washington's Blog, 26/02/2010, citando el Washingt on Times.

sudor de trabajadores de países exportadores, en particular los del Tercer Mundo? En esencia, dólares cada vez más devaluados son exportados a países como China, por ejemplo, que entregan productos y servicios reales. Solo por el hecho de que el dólar es moneda de pago internacional y moneda de reserva, esta situación ha perdurado tanto tiempo. No obstante, el gigantesco déficit comercial estadounidense en particular y occidental en su conjunto, junto con el superávit en Oriente, amenazan el actual orden monetario internacional. Es apenas cuestión de tiempo para que deudor y acreedor lleguen a la inevitable conclusión de que la deuda del Imperio nunca será pagada. Al no querer seguir dando crédito a los EE. UU, como es el caso actual de China entre otros países, la impresión de dólares sin respaldo no tendría límites. Sin embargo, cuando los acreedores se harten de recibir esos papeles sin valor, la hegemonía estadounidense dependerá de modo creciente de su posición de fuerza militar. Con ello, una gran guerra dejaría de ser una opción exclusivamente teórica (Chapman s/a c).

La riqueza real del mundo se ha venido mudando. En los mercados del Primer Mundo, se intercambian papeles sin valor surgidos del sector especulativo financiero por riqueza originada en el Sur, en el sector de la economía real. A lo anterior, hay que agregar que hoy los países del G7 son los mayores deudores mundiales y las economías emergentes, sus acreedores. Por eso, la aparición del grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y China) es visto como una amenaza. Como la bancarrota de los países centrales se ha vuelto igualmente una amenaza real, el poder político tiende a desplazarse o compartirse. Esto se observa ya, por ejemplo, en el liderazgo ganado por el Grupo de los Veinte (G20) a costa del G7 (Andros s/a). Frente a esta realidad, surgen entonces el chantaje y la amenaza militar para impedir los cambios, y desde luego la posibilidad de un gran y sumamente peligroso conflicto militar, por cuanto los arsenales de las grandes potencias están repletos de armas convencionales y de destrucción masiva. Los EE. UU., en particular, no parecen dispuestos a renunciar a su control unipolar del mundo y pretenden mantenerlo aunque sea, en última instancia, a sangre y fuego.

No es una abstracción teórica que tarde o temprano presenciaremos la weimarización de los bonos del Tesoro estadounidense y del dólar. La implicación sería la bancarrota de la mayor potencia mundial. Para evitar este colapso, en la actualidad se desarrolla todo un frente diplomático a través del G20 para salvar la hegemonía de los EE. UU. Se plantea lo mismo que Keynes allá en los años treinta de cara a la Gran Depresión del siglo XX: la coordinación de la política económica mundial por medio de un Banco Central Supranacional y una moneda única que no sería el dólar. Keynes abogó también por el paso de una economía de casino a una economía basada en la inversión productiva, evitando así la fuga de capital hacia el ámbito especulativo e improductivo (Liem 1998). Nos preguntamos, sin embargo, ¿qué poder político controlaría los movimientos del capital a nivel mundial? ¿Sería acaso el Fondo Monetario Internacional refundado? En la UE se habla ya del Fondo Monetario Europeo. Cada quien parece tratar de salvarse a su manera.

¿Hará falta que colapse el sistema monetario para una verdadera regulación mundial? El mundo entero entraría en shock si el euro colapsara, ni qué decir si colapsara el dólar. Esto, sin embargo, según Jim Willie (s/a), podría suceder en un plazo no tan lejano.

A partir de este año 2010, la confianza en el dólar estará bajo creciente presión. A partir de aquí podemos preguntarnos en qué moneda con fiar, si es que todavía se puede confiar en alguna. Nos encontramos, en otras palabras, en una fase donde la crisis no se profundiza únicamente en la economía financiera o en la real, sino incluso en los mercados monetarios que constituyen la sangre de toda actividad económica de mercado. Una crisis monetaria más o menos generalizada es, pues, un escenario posible, lo que significaría una crisis de confianza general en la economía de mercado y la desintegración caótica de esta. O sea, estamos ante una crisis del sistema capitalista como tal. La eventual desintegración del sistema monetario representaría la máxima expresión de la desconexión. En tal coyuntura, los mercados locales y regionales, más que oportunidad, se tornarían en necesidad urgente. Proyectos que hoy luchan contra viento y marea por esa desconexión, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) o el Banco del Sur, recibirían entonces bastante viento en popa. Nuevas monedas de pago internacional están ya surgiendo, como el sucre en América Latina y el Caribe, y la creación de monedas locales será, asimismo, además de posibilidad, necesidad urgente en todas partes. Por tanto, en medio de la inseguridad económica que implicaría una crisis del sistema monetario internacional, las oportunidades emancipadoras en general y las del Sur en particular tendrían un horizonte más despejado.

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Capítulo III

La economía de guerra ante la Gran Depresión del siglo XXI: keynesianismo militar y complejo industrial militar

En los últimos nueve años, la producción industrial civil en los EE. UU. declinó en un 19%. Tomó en torno a cuatro años que el sector manufacturero se repusiese y alcanzara de nuevo los niveles mostrados antes de la recesión de 2001. No obstante, estas ganancias se esfumaron por completo con la actual recesión. Al tiempo que la economía civil se contraía, el complejo industrial militar, en cambio, creció un 67% desde su nivel logrado en 1999 (véase el Gráfico 1). El gasto de defensa significa que el Gobierno genera una demanda artificial de productos bélicos al contraerse la economía civil en el ámbito de bienes y equipo o los llamados bienes de capital. En el corto plazo, esta inversión puede indicar una demanda global sostenida, pero a mediano plazo resta dinámica a la economía con una pérdida de ritmo en el crecimiento, sobre todo si ello no sucede con impuestos previamente recaudados, sino incrementando la deuda pública (Washingtons Blog s/a).

El presupuesto militar estadounidense anunciado para el año 2010 es de US$ 680 000 millones y, para 2011, llegará al billón. En realidad, afirma el experto en la materia Rick Rozoff(s/a), esto representa la mitad de los gastos militares efectivos. Con ello, ese gasto alcanzará el 9% del producto interno bruto (PIB) de los EE. UU., el presupuesto más elevado desde 1945, último año de la Segunda Guerra Mundial, tanto en términos nominales como reales. El presupuesto militar oficial estadounidense representa casi el 50% del gasto militar mundial y es seis veces mayor que el de China, que ocupa el segundo lugar, y diez veces mayor que el de Rusia, que hoy ha de conformarse con un modesto quinto lugar después de Francia y Gran Bretaña (The Economist s/a)

Si bien hay argumentos económicos para sostener la acumulación de capital en el sector de bienes y equipo o bienes de capital, esto no podría explicarse sin argumentos de orden geopolítico. Los EE. UU. se están preparando para eventualmente desencadenar una gran guerra, con vistas a mantener su posición hegemónica en el mundo. Una consecuencia es que así se fuerza a los demás países a entrar en la lógica de una nueva carrera armamentista. Hasta países latinoamericanos, como Brasil y Venezuela, han entrado en dicha lógica y lo hacen como compradores netos, en especial en el caso venezolano. Los resultados serán negativos para las economías de las naciones que adquieren este gasto improductivo.

Ejemplo no muy lejano de una economía civil deteriorada por un abultado gasto militar fue el caso de Nicaragua en los años ochenta del siglo pasado. Con guerra o sin guerra, el armamentismo actual implicará un deterioro de la economía civil, dado el abultado consumo improductivo de riqueza en nuevos armamentos. Con una eventual gran guerra, esta vez los EE. UU. asumirían la mayor parte de su gasto improductivo al no poder transferirlo a terceras naciones.

Grafico 1Aumento porcentual del gasto militar en países seleccionados

Source: SIPRI Military Expehditure Datábase. Accessed February 2009

Luego de darse eventualmente la aventura, los EE. UU. perderían de manera definitiva su hegemonía, y con ello la caída de otro imperio estaría a la vista. En palabras de Napoleón, solo hay una cosa más desastrosa que ganar una guerra: perderla. Es una lección válida hoy para la élite estadounidense.

El economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), considerado el fundador de la macroeconomía moderna, es el padre de la teoría del capitalismo regulado, surgida a partir de la gran crisis de 1929 y los años treinta. La escuela keynesiana planteó que, para proteger, conservar y desarrollar el sistema vigente, el Estado debía intervenir de modo constante y activo en la vida económica para asegurar altas tasas de ganancia a los capitales más grandes y a los monopolios, arguyendo que la inversión de estos mantendría el empleo y el crecimiento ascendente. Con la misma lógica, se proponía elevar los impuestos y aumentar la productividad del trabajo, impulsar políticas fiscales y monetarias estrictas, y estimular la demanda efectiva a través del consumo y la inversión en el sector público, que incluye al militar. Esto elevaría las ganancias del gran capital y, por ende, la estabilidad del sistema como tal. De lo último brotó lo que se ha llamado el keynesianismo militar.

Hoy, de nuevo, se hace referencia al keynesianismo militar como una de las recetas principales para enfrentar la crisis actual de la misma forma que, supuestamente, sirvió como salida de la crisis de los años treinta y que desembocó en la Segunda Guerra Mundial. Para defender el keynesianismo militar, muchos se refieren a la crisis de 1929 en los EE.UU. y a su situación económica durante la Segunda Guerra. Es cierto que esta representó para ese país su definitiva hegemonía mundial; sin embargo, existen algunas diferencias entre el escenario de aquel entonces y la situación estadounidense actual. En efecto, durante gran parte de la Segunda Guerra, los EE. UU. se enriquecieron por ser el taller mundial de armas y productos civiles para las potencias en conflicto. Por eso, no les

interesaría inmiscuirse en el conflicto sino hacia el final del mismo, para así emerger como potencia triunfante en la guerra y líder indiscutible de la economía mundial. Su territorio además no sufrió, como Eurasia, los efectos destructivos de la guerra.

De hecho no fue sino hasta los años cincuenta que se estabilizaron los mercados después de la Gran Depresión. Pero, en ese momento, el endeudamiento estadounidense total ya era el doble de su ingreso total, brecha que solo creció desde entonces. El siguiente gráfico muestra el progresivo gap de los últimos cincuenta años entre la deuda total y los ingresos totales de los EE. UU. La Guerra Fría brindó luego un escenario favorable para seguir vendiendo armas a los aliados, tanto del Norte como del Sur. Europa destruida, el Plan Marshall en operación, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en desarrollo, así fue arrastrada al posible escenario y teatro de operaciones de una guerra nuclear limitada. Los permanentes conflictos en Oriente Medio aumentaron la demanda efectiva de armas, con un simultáneo reciclaje de petrodólares hacia los EE. UU. Luego, siempre con el pretexto de la Guerra Fría, más de 2.000 conflictos militares de baja intensidad en el Tercer Mundo, con participación directa o indirecta estadounidense, aseguraron una constante demanda de armamentos. El daño en vidas humanas superó los 20 millones de personas, y los daños a los ecosistemas y economías de los países víctimas son aún incuantificables. Vietnam y Nicaragua son un ejemplo. Este último país, en la guerra de los años ochenta con los EE. UU., sufrió un daño equivalente a 84 años de su PIB (Medipaz 2004). A la Guerra Fría la han seguido la guerra contra el narcotráfico y después la guerra contra el terrorismo. En fin, la guerra permanente parece ser parte del capitalismo.

Grafico 2Deuda total estadounidense (federal, empresarial, financiero, hogares) frente al PIB

(1957-2008)

La Segunda Guerra Mundial habrá consolidado la hegemonía estadounidense en el mundo, igual que las élites podrían pensar en conservarla en medio de la crisis actual, pero, si en ese entonces dejó una gran deuda, más voluminosa todavía sería la deuda con una gran guerra en estos tiempos. Ya en los años cincuenta, el general David Eisenhower alertó acerca de que el complejo militar industrial podría salirse de control, y hoy ciertamente se encuentra fuera de control. La medicina tóxica del pasado usada por los presidentes Franklin Roosevelt y Harry Truman es la misma de ahora, solo que hoy es más venenosa. Las balas de la Segunda Guerra eran de plomo, las actuales son de plutonio radioactivo, garantía de extinción de la vida en el planeta.

1. Gasto militar y crecimiento económico

La deuda total de los EE. UU. (privada y pública juntas) alcanza el 350% de su PIB y, en especial, el gasto militar aumenta la pública. Esto tiene consecuencias estratégicas para la hegemonía estadounidense. En efecto, China, con un PIB que crece al ritmo del 8% anual, puede duplicar su gasto anual de defensa cada nueve años (entre 1999 y 2008 lo aumentó un 194%), sin que nada cambie en la relación relativa entre gasto de defensa y PIB. Los EE. UU., en cambio, al incrementar su gasto de defensa un 67%, con tasas de crecimiento negativo, verán que este gasto improductivo impactará cada vez más negativamente en el crecimiento económico. En otras palabras, por basar su economía en el trabajo productivo, China aún puede permitirse el lujo de entrar a la carrera armamentista, mientras que para los EE. UU. implica una profundización de su crisis. Un gasto de defensa ascendente sustentado a puro crédito en una época de recesión prolongada conlleva una espiral descendente de la economía civil que, en última instancia, se expresa en tasas más ne-gativas de crecimiento. Los EE. UU., por consiguiente, están cavando su propia tumba, tal como lo hizo la Unión Soviética unas décadas atrás.

La gran diferencia entre las economías de los EE. UU. y la de China es que, durante décadas, este país ha invertido su capital fundamentalmente en la economía real, esto es en el ámbito productivo. De ahí que, en los últimos decenios, China se transformó en el taller mundial por excelencia. Con una economía civil pujante, el país muestra elevadas tasas sostenidas de crecimiento económico. Los EE. UU., por el contrario, han concentrado muchas de sus inversiones en el ámbito financiero y especulativo, es decir, desarrollando sobre todo capital ficticio. El gasto militar, por su contenido, constituye un gasto improductivo, y esto ha sido válido tanto para el llamado socialismo real que colapso en los años noventa, como para el capitalismo actual, en plena crisis.

En vez de alentar de manera directa el crecimiento de la economía civil, el gasto militar tiende a la reproducción limitada de esta, es decir, al traspasar ciertos límites es causa de crecimiento negativo. Toda (inversión realizada en la economía de guerra significa una inversión y un producto extraído al proceso reproductivo y de crecimiento real de la sociedad, que limita la capacidad expansiva de la economía civil y la creación de nueva

riqueza. Como ya señalamos, dicha contracción económica no necesariamente se observará en el corto plazo, pues una fuerte inversión en el complejo industrial militar suele generar, en el corto plazo, empleo, producto y crecimiento, lo mismo que expansión de la tecnología y el conocimiento, sin olvidar lo esencial: ganancias extraordinarias para el capital activo en este sector. Un keynesianismo militar, por tanto, podría impulsar el crecimiento en el corto plazo, pero no a mediano y largo plazos. Esta fue una de las principales causas del hundimiento y la desmembración de la Unión Soviética, de lo que los EE.UU. no están exentos. Hoy, esta potencia corre el riesgo de estar fomentando su propio derrumbe.

Como el producto final del complejo industrial militar es extraído a la economía, el armamentismo limita la capacidad expansiva de la economía en su conjunto. En el mejor de los casos, el producto final no se utiliza, como suele ser el caso de las armas nucleares, aunque su eventual uso no está descartado. Al no haber sido aún usadas en guerras convencionales después de Hiroshima y Nagasaki, los programas de desarme nuclear responden probablemente a políticas de sustitución de armas nucleares obsoletas por otras más modernas, letales y estratégicas. No apuntan, en otras palabras, a una política de reconversión de la economía militar en otra civil. Una política de armamentismo prolongado -caso de la guerra permanente- implica una pérdida de dinámica del crecimiento económico, y al ocupar el complejo industrial militar una proporción creciente de la capacidad instalada del parque industrial, este, en su conjunto, se vuelve siempre más improductivo. Esto dificulta cada vez más la reconversión de la industria militar en civil. Lo anterior, que pasó ya en la antigua Unión Soviética dos décadas atrás, está comprometiendo actualmente a los EE. UU. (Dierckxsens 1994).

Grafico 3Gasto militar de los EE.UU. en el contexto mundial (2008)

US Military Spending vs. The World, 2008(in billions of US dollars and % of world total) 2008 Total Military Spending: $1.473 Trillion

Source: Csnler for Arnis Control and Non-Prolileration, February 20, 2008.

2. El momento de la perestroika revisitado

En los años ochenta, los EE. UU. gastaban en materia de defensa y en términos absolutos más que la Unión Soviética de ese entonces. Aun así, por ser una economía dos a tres veces más pequeña, el gasto militar como porcentaje del PIB alcanzaba, en 1984, un 14%, más del doble que los EE. UU. En dichos años, los EE. UU. aumentaron su gasto de defensa, y la Unión Soviética acompañó esta carrera armamentista. El resultado fue que el crecimiento económico soviético se tornó negativo para el 40% de los productos industriales de la economía civil, con lo que el consumo per cápita mostró un crecimiento negativo. Un incremento del gasto militar en una economía que decrece supone un crecimiento cada vez más negativo de la economía de una nación. La economía soviética se encontraba en un ciclo vicioso hacia el derrumbe y la conversión de la economía militar en civil se hizo necesaria. En este contexto, en tiempos de Mijail Gorbachov, la Unión Soviética se vio obligada a introducir su política conocida como la perestroika.

El levantamiento de la economía civil soviética requería una mayor descentralización y, por tanto, un mayor grado de autonomía y de democratización para las repúblicas de la Unión. La economía basada en el pesado complejo industrial militar había llevado a una fuerte centralización económica, a costa de los planes de desarrollo de las repúblicas. Pero la perestroika tuvo como resultado no esperado el fomento de sentimientos nacionalistas que fortalecieron los poderes locales en las repúblicas, y con ello la separación del poder central. Fue un claro fenómeno de desacople o desconexión. La caída del Muro de Berlín simbolizó esta desintegración del bloque socialista, y con ello la caída del socialismo real. Con el derrumbe, se abrió el camino para la comprensión de los grandes problemas, los errores y las contradicciones acumuladas en la Unión Soviética desde los tiempos de José Stalin, los cuales habían carcomido los cimientos del socialismo real, de la sociedad soviética y del Pacto de Varsovia. Se derrumbaba así este proyecto alternativo al capitalismo propuesto en ese período histórico.

Con la crisis del socialismo a finales del decenio de los ochenta, todo indicaba que el capitalismo era el único sistema posible para la humanidad, que, por naturaleza, parecía ser eterno. Esta perspectiva, promovida por Francis Fukuyama, significaba que se cerraba cualquier alternativa de desarrollo para los países del Sur, y tuvo como consecuencia su virtual subordinación a las grandes potencias durante la era de la globalización neoliberal. Estas potencias en su conjunto, aunque sobre todo los EE. UU, se presentaron como gloriosos triunfadores de la Guerra Fría. Esta lectura, sin embargo, padecía de un grave error, porque el capitalismo se hallaba ya al borde de su propio derrumbe desde su mismo centro de poder, derrumbe que hoy es una realidad. De hecho, nadie ganó la Guerra Fría, puesto que primero se hundió la Unión Soviética y ahora se está hundiendo Occidente, ambos víctimas en gran medida del capital ficticio, la corrupción, el derroche y, no en último lugar, el abultado gasto militar. Fracasó el socialismo del siglo XX y hoy fracasa también el capitalismo del siglo XX, dejando al mundo sin claras opciones, salvo las

experiencias buenas y malas del pasado, para intentar reconstruir al mundo de forma distinta y más justa.

3. La necesidad de una perestroika en Occidente

Al celebrarse en noviembre de 2009 el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, el ex presidente soviético Mijail Gorbachov se refirió a la caída de otro muro, esta vez en Nueva York (Wall Street). Con ello, de hecho, aludió a la crisis sistémica del capitalismo y afirmó que Estados Unidos “necesita su propia perestroika”. Esto quiere decir que, frente a la amenaza de las crónicas tasas de crecimiento negativas, los EE. UU. necesitan, en primer lugar, la conversión de su economía militar en una civil.

Una reconversión de tal naturaleza, sin embargo, no es fácil ni puede hacerse rápidamente. En el pasado, hemos recomendado la reconversión del complejo industrial militar en un complejo industrial civil para la cooperación internacional y la paz, pero aun con toda la buena voluntad -que dudamos exista en las élites estadounidenses- tomaría bastante tiempo, quizá décadas. Con todo, un colapso del sistema de globalización implicaría la desconexión de amplias regiones que buscan mayor soberanía en sus proyectos de sociedad. En el caso de una carrera armamentista frente a China, por ejemplo, los EE. UU. llevarían las de perder en términos económicos y esto aceleraría el proceso de desconexión en el mundo y hacia lo interno, como ocurrió en su momento con el bloque soviético.

Refiriéndose al proceso de descentralización y mayor soberanía de las economías periféricas, el ex presidente soviético añadió que hay vientos de cambio que favorecen a todo el mundo. Al expresarse de esta manera sobre el tema de la desconexión, Gorbachov pidió “más transparencia y más apertura” (glasnost). Finalmente expresó su esperanza de que, al presidente Barack Obama, “le vaya bien”, vale decir, que se prepare ante una eventual desintegración de todo su imperio y hasta de los propios EE. UU. En un reciente libro (Observatorio Internacional de la Crisis 2009), ya habíamos mencionado la posibilidad de una perestroika para Occidente, el peligro de una eventual desintegración de la Unión Europea (UE) e, incluso, de la misma Unión Americana.

El único modo de que, en la actual carrera armamentista, los EE. UU. puedan escapar al fenómeno regresivo de su economía y evitar su colapso eventual, es mediante la transferencia del improductivo gasto militar a terceras naciones, fomentando, entre otros mecanismos, las exportaciones de armas. La Guerra Fría y la amenaza de guerras son formas por excelencia para acrecentar la demanda efectiva de armas. Pareciera entonces que la actual política estadounidense con sus guerras reales en Iraq, Afganistán y por lo pronto Pakistán, Yemen o Irán, etc., sería la forma de dinamizar la economía de los EE. UU. mediante el saqueo; por un lado, obstruyendo a sus contrincantes principales, como China, el abastecimiento de recursos energéticos; y, por otro, doblando el brazoa sus competidores en el poder geopolítico, como China o Rusia. En todo caso, las posibles

transferencias del gasto militar hacia sus aliados y e1 saqueo durante cada invasión son claramente insuficientes para compensar sus muy profundos desajustes económicos. Frente a la situación extrema de perder su hegemonía, los imperios suelen optar por el desencadenamiento de una última gran guerra, lo que podría volverse imperativo para las élites estadounidenses.

La capacidad de transferir el gasto militar improductivo se refleja en las exportaciones de armas de un país. Las cifras en el cuadro de arriba indican que las exportaciones estadounidenses de armas no subieron durante la década pasada, lo que implica que los EE.UU. han de asumir internamente el incremento del gasto improductivo, de defensa durante esos años, o lo que en realidad hace a partir del crédito que procura obtener de sus propios contrincantes (China y Rusia, sobre todo). No pudiendo exportar más armas que en el pasado, los efectos de ese gasto improductivo-destructivo lo busca exportar a través del eventual no pago de su deuda a China y Rusia. Eventualmente, un conflicto con estas naciones le serviría a los EE. UU. de argumento para no pagar dicha deuda.

Muy al disgusto de los EE. UU, sus aliados europeos no se muestran muy inclinados a compartir ese gasto. Los cinco mayores países exportadores de armas de la UE (Alemania, Francia, Holanda, Gran Bretarta e Italia) superan con creces a los EE. UU. en esta materia. Esto podría ser indicativo de una creciente reticencia en los demás países centrales, para dejarse arrastrar a las aventuras militares del complejo militar industrial estadounidense. La UE posee su propio complejo industrial militar, con una mayor capacidad de transferencia del gasto improductivo a través de las exportaciones estadounidenses. Por consiguiente, una creciente disputa entre los países centrales en torno al quehacer frente a la crisis no es una abstracción, y forma parte de un escenario favorable a la desconexión de los países periféricos.

4. El efecto bumerán en la teoría del dominó de la geopolítica

Si bien el negocio de los dueños del complejo industrial militar ha sido cuantioso, el precio también lo ha sido para los países periféricos, escenario de esta política de guerra permanente, que el ex presidente Richard Nixon llamara las Primeras escaramuzas de la Tercera Guerra Mundial. De manera sistemática, se ha ido destruyendo el Sur del planeta y abriendo el camino, más allá de una crisis estructural del capitalismo, a una crisis de la civilización. El militarismo unido a la teoría del dominó o efecto bola de nieve aplicable a la geopolítica, según la cual una ideología y un sistema político en un país arrastraría a sus vecinos a los mismos, ha sido atribuida a John Foster Dulles y al presidente Harry Truman. Luego fue defendida, entre otros, por Henry Kissinger, por los sucesos de Vietnam y el sudeste de Asia para justificar la intervención estadounidense. A final de cuentas, pareciera que la teoría sí funcionó, pero no como sus defensores pronosticaron, sino a la inversa: como un efecto búmeran (Medipaz 2004), al acumularse sus contradicciones en los principales centros de poder mundiales, la Unión Soviética primero, y los EE. UU. después.

Esto se observa con la intervención estadounidense en Vietnam y otros países, la soviética en Afganistán, y ahora con la de los EE. UU. en Iraq, Afganistán, etc. Tal parece que la potencia que se atreve a practicar dicha teoría termina pagando .el precio.

Figura 1La teoría del dominó llego a demostrarse, pero:

Las distintas operaciones militares y de desestabilización de países y regiones enteras, parte misma de la Guerra Fría, provocaron ese efecto de búmeran negativo sobre los propios países centrales. Esto se expresa hoy en su acumulación a lo largo de décadas, hasta explotar en la actual crisis en conjunto con otros factores de esta.

En el decenio de los ochenta, no fueron los países del Norte, sino los países del Sur y, de modo particular, los productores de petróleo los que absorbieron el 80% de las importaciones de armas a nivel mundial. Después de la Guerra Fría, las posibilidades de transferencia del gasto militar disminuyeron de forma dramática para los EE. UU. Este país necesitaba de más guerras y pretextos para ellas, las cuales ya no podían seguirse justificando con una Guerra Fría con la Unión Soviética. Por ende, era imprescindible construir nuevos enemigos para dar sostén al keynesianismo militar y a la guerra permanente. En este nuevo contexto, surgió primero la Guerra del Golfo Pérsico en 1990, luego la guerra contra el narcotráfico y más tarde la guerra contra el terrorismo, a partir de la caída de las Torres Gemelas de Nueva York en 2001.

Durante casi toda la historia del capitalismo, las potencias han recurrido al gasto militar en tiempos de crisis. En tales tiempos, las presiones políticas de los mayores consorcios en bienes y equipos son encaminadas a avivar el complejo industrial militar. No extraña que los grandes ciclos económicos sean acompañados de grandes guerras. Y es que ante la incapacidad de vender sus medios de producción o bienes de capital, el Estado, como garante de la demanda de su producto final, aumenta el gasto militar y convierte la economía civil en militar en beneficio del capital improductivo activo en el complejo industrial y militar. En la actualidad, este gasto de defensa ya no se financia con los impuestos recaudados entre los ciudadanos estadounidenses, lo que restaría fuerza al potencial de crecimiento. El gobierno de los EE. UU. financia la guerra a puro crédito obtenido en el exterior, de sus principales contrincantes (China y Rusia) o con la impresión de dólares sin respaldo, moneda universal aún aceptada.

Podría preguntarse si China, por ejemplo, no se encuentra hoy obligada a incrementar su gasto de defensa por motivos económicos. La crisis económica en China no se manifiesta por una sobreproducción en los bienes y equipos, sino por la contracción del mercado de medios de consumo. Esta se resuelve de otra forma. Al caer las importaciones estadounidenses de bienes de consumo chinos, China y Japón han intensificado el comercio entre sí en esta época de crisis, pues de esta manera se liberan de los dólares o bonos sin valor. Además, China intenta sustituir la demanda externa de dichos bienes por una demanda interna. Con la caída de las exportaciones de los países del Sur, la sustitución de importaciones se convierte en una política general de las economías periféricas.

La caída en las exportaciones de los países más industrializados y en especial de los EE.UU., en cambio, implica una caída de bienes y equipo o medios de producción. La sustitución de esta baja en la demanda civil se da mediante el aumento del gasto de defensa y la consecuente ampliación del complejo industrial militar. Esta aparente solución, sin embargo, profundizará la crisis económica ya existente, a menos que se consiga una significativa transferencia del gasto militar a terceras naciones, con la ampliación de la guerra. En nuestra opinión, esto es lo que cabe esperar. En primera instancia, la guerra se dirigiría hacia aquellas naciones con capacidad de pago, o sea, hacia aquellos países con más recursos energéticos y recursos naturales que todos necesitan y consumen. No obstante, una gran guerra se dirigiría principalmente hacia aquellas potencias que podrían significar una amenaza para el actual orden establecido, a saber, China y Rusia.

Grafico 4Distribución de los impuestos en los EE.UU. por destino (2009)

Allocation of US 2009 taxes

Con Sara Flounders (Flounders s/a), creemos que la crisis económica de los EE. UU. esta vez es tan grande y sus gastos militares tan insoportables, que las posibilidades de transferirlos a terceras naciones son limitadas. La última figura para transferir este enorme gasto militar a crédito es declarar una cesación de pagos, cuya coyuntura óptima sería en el contexto de una guerra. Este intento de transferencia, en lugar de significar una solución, podría más bien implicar el entierro definitivo de la economía estadounidense.

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Capítulo IV

¿Constituye un New Green Deal una alternativa?

Controla el petróleo y controlarás a las naciones; controla los alimentos y controlarás a la gente.

Henry Kissinger (1970).

1. El crecimiento sostenible, ¿mito o realidad?

Si bien, en nuestra opinión, para las élites en el poder, un keynesianismo militar no será ninguna opción ante la actual crisis, como ocurrió con la de 1929, ¿existe acaso la posibilidad de otro New Deal para sacar a flote la economía capitalista? Todas las salidas convencionales a la crisis apuntan a una condición tácita y sine qua non: la necesidad de un crecimiento económico continuo. La sociedad capitalista se aferra al mito del crecimiento económico, pues, sin ello, la acumulación sostenible se hace imposible. El mito público afirma que tal crecimiento sería una condición necesaria para el bienestar de la gente. Pero aunque el crecimiento económico puede ser -y ha sido en la historia- un vehículo importante para generar un mayor bienestar, no es condición necesaria para este y, a partir de cierto grado de desarrollo del capitalismo, resulta más bien, de acuerdo con autores como Daly (1996), una traba para ese bienestar.

El crecimiento económico, sin embargo, sí es una condición necesaria para la realización de ganancias a largo plazo. Es decir, para la acumulación de capital de manera sustentable, es imprescindible invertir en trabajos productivos por su contenido. En resumidas cuentas: el trabajo productivo por su forma (hacer ganancias) no es posible que se sostenga sin trabajo productivo por su contenido. O, en otras palabras, solo cuando esté garantizado el desarrollo sostenible, entendido como crecimiento económico permanente, estaría garantizada la acumulación sustentable. Sin crecimiento económico es posible acumular capital de manera temporal, a partir de una concentración cada vez más desigual del ingreso y de la riqueza existente, hipotecando el futuro o, por ende, mediante el capital ficticio. No obstante, tarde o temprano, esta modalidad de acumulación llega a los límites de lo posible. A partir de ese punto suele estallar históricamente una profunda crisis económica, la cual pone en evidencia el agotamiento de las posibilidades de realizar ganancias sin sustento en la creación de riqueza real al no crearse más valor real.

La economía mundial es hoy unas cinco veces mayor que medio siglo atrás, y el globo se encuentra en peligro. Aunque inimaginable hace medio siglo, ni las fuentes de energía ni los recursos naturales en general dan hoy ya abasto para el desarrollo del capital y sus perspectivas de crecimiento. El calentamiento global es una amenaza inminente. Las

emisiones de dióxido de carbono y otras formas de contaminación representan una amenaza para la vida de cada vez más especies y de la vida natural, en general, del planeta. Si partimos del supuesto de que la economía mundial siga creciendo al 3%, como ocurrió en el pasado medio siglo, dentro de cincuenta años, la economía mundial tendrá un volumen cinco veces mayor a su actual tamaño y diez veces dentro de un siglo. Así, cada diez años, precisaría ocupar otro planeta para mantener su estado actual.

Actualmente, el globo está ya más que saturado; en otras palabras, de hecho, ya no se necesita otro globo, aunque, como humanidad, tendremos que arreglárnoslas con uno solo. Dicho de otro modo, si no frenamos ahora el crecimiento económico global, la naturaleza acabará con nosotros, ya que acabaremos con aquella naturaleza necesaria para poder sobrevivir como especie humana. Resulta entonces absurdo mantener el mito del crecimiento sostenible. Estamos frente a una profunda crisis derivada del modo de vida occidental, cuya lógica de funcionamiento práctico, ideológico y político impera hoy en todo el mundo. Por tanto, además del propio régimen de producción, la propia civilizaciónoccidental se halla en crisis.

2. Los límites del crecimiento

Por fundamentarse, el modelo de desarrollo de origen occidental en el crecimiento económico, las fuentes de energía son la base de este peculiar proceso; ellas constituyen los recursos más estratégicos para mantener en marcha el motor del crecimiento de la economía vigente. Por lo tanto, con la creciente escasez de dichas fuentes, este paradigma de desarrollo llega a los límites de sus posibilidades. La principal fuente de energía hoy es el petróleo, que, junto con el gas natural, cubre más del 90% de toda la energía utilizada a nivel mundial. Según el Ministerio de Energía (EIA) de los EE. UU., desde el año 2005, la producción petrolera no satisface la demanda mundial. Como se observa en el Gráfico 1, desde 2004, esa producción no ha aumentado en los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).

Grafico 1OPEP: Produccion de petróleo crudo (2002-2006)

OPEC Crude Production (MEES)

Nos encontramos ante el llamado peak-oil o pico del petróleo. Al pasarse el pico donde la demanda supera la oferta posible, es decir, al no acompañar los nuevos descubrimientos y explotaciones (la oferta) a la demanda siempre más elevada, el precio tiende al alza permanente. Les nuevos descubrimientos en países no miembros de la OPEP, al igual que en Rusia, muestran una tendencia a la baja, como se observa en el siguiente gráfico. En otras palabras, el peak-oil es un fenómeno mundial.

Grafico 2Evolución de la producción petrolera de los países que ya alcanzaron su pico (no

incluye la OPEP ni Rusia). A partir de la línea vertical es predicción

Fuente: Industry database, 2003. (IHS 2003). OGJ, 9 de feb 2004 (Ene-Nov 2003)

Numerosos autores han advertido desde hace tiempo sobre la llegada al peak-oil, y pese a que las fechas máximas estimadas varían, se considera que, si todavía no hemos pasado ese pico, lo alcanzaremos en pocos años. Los autores coinciden también en que pronto presenciaremos el pico para el gas natural, fuente energética cuya oferta depende en alto grado de los descubrimientos petroleros. Al escasear relativamente el petróleo, su precio tiende a subir, como hemos visto en años recientes. Con la actual crisis, coyunturalmente el precio del petróleo bajó, aunque volvió a subir con rapidez, evidenciando la escasez relativa de esta fuente de energía. Los países centrales, incluidos los EE. UU, son importadores netos de petróleo y la diferencia entre sus importaciones petroleras y la oferta interna se torna cada vez más abismal, como se aprecia en el Gráfico 4.

A pesar de que las fuentes de energía constituyen el motor del crecimiento económico a escala mundial y que el agotamiento de tales fuentes pone en peligro el sostén material de dicho crecimiento, no debemos subestimar los demás minerales. Además del pico del petróleo, entre los minerales hay otros máximos de extracción ya alcanzados. De los 57 minerales, 11 (casi un 20%) llegaron ya a su máximo de extracción: mercurio (1962), telurio (1984), plomo (1986), cadmio (1989), potasio (1989), fosfato (1989), talio (1995),

selenio (1994), zirconio (1994), renio (1998), galio (2002). Más de la mitad de los minerales llegarán á su máximo de extracción en los próximos treinta años (IHS 2003).

Grafico 3Curva de la demanda de petróleo en miles de barriles por día por región (1980-2006)

Fuente: Wilkimedia Commons

El carbón mineral, una fuente de energía aún muy utilizada, también tendrá su peak coal. El Energy Watch Group (EWG) estima este pico para 2025, mientras la US Energy Information Administration proyecta que la producción de carbón podría aumentar hasta 2030. Por otro lado, B. Kavalov y S. D. Peteves, del Institute for Energy, no hacen estimaciones de fechas, pero concluyen que el carbón podría no ser abundante, ampliamente disponible y confiable como fuente de energía para el futuro. Además de estar próximo su pico, el carbón mineral contamina en alto grado la atmósfera y el ambiente y contribuye al calentamiento global; por ello será cada vez más cuestionado como fuente de energía.

La sustitución de fuentes de energía no renovables por renovables es una necesidad apremiante. Con todo, no solo es un proceso relativamente lento, sino que tiene sus propios límites. Se espera que, en 2020, las fuentes alternativas de energía en conjunto cubran a lo sumo el 20% de la demanda mundial total de energía (Middelkoop y Koppelaar 2008). Luego, la producción de energía a partir de fuentes renovables, incluidos los agrocombustibles, no dará abasto para sustituir de manera adecuada la caída de la producción sobre la base de las fuentes no renovables (como petróleo, gas y carbón). Esto se traducirá en un alza permanente del precio del petróleo, pero también las fuentes renovables, por no dar abasto para aquella sustitución, mostrarán un alza en sus precios.

Grafico 4EE.UU.: Producción e importaciones de petróleo

3. Agrocombustibles: la especulación con el hambre

Dado que los agrocombustibles compiten de forma directa con los alimentos, el precio de estos tiende al alza general. Otro tanto sucede con el precio de las tierras más fértiles, siempre más utilizadas para la producción de agrocombustibles de todo tipo a costa de los alimentos. El resultado será la omnipresencia de hambrunas justo allí donde la capacidad adquisitiva es menor, a saber, en los países más pobres. Además, las permanentes alzas en el precio de todas las fuentes de energía implicarán un aumento constante de los costos de producción. Con ello, la recuperación de estos costos se tornará una dificultad crónica, que obstaculizará la realización de ganancias para el capital, originando una crisis más o menos crónica de este. En términos de Middelkoop, la llamada crisis crediticia será cosa insignificante a la par de la crisis crónica provocada por el peak-oil (Middelkoop y Koppelaar 2008).

La actual crisis mundial será más devastadora que la Gran Depresión de los años treinta, del siglo XX, afirma Chossudovsky. Ella tiene muchas más implicaciones geopolíticas; además, dislocaciones económicas han acompañado el inicio de guerras regionales, la fractura de sociedades nacionales y, en algunos casos, la destrucción de países enteros. Por eso, esta es, de lejos, la crisis económica más seria de la historia moderna (Chossudovsky 2008). Frente a la crisis financiera e inmobiliaria que estalló en los EE. UU. en agosto de 2007, los grandes fondos de inversión especulativa trasladaron millonadas sumas de dinero para controlar los productos agrícolas en el mercado internacional o commodities. En efecto, cuando la burbuja inmobiliaria pinchó, los especuladores rehabilitaron un viejo paraíso: los mercados de cereales (Halimi 2008). Se estima que estos fondos controlan el 60% del trigo y altos porcentajes de otros granos básicos. La mayor parte de la cosecha de

soya de los próximos años ya está comprada como futuro. Estos alimentos se han conver-tido en un objeto más de especulación bursátil, cuyo precio se modifica (y aumenta) en función de los jaloneos especulativos, no de los mercados locales o de las necesidades vitales de la gente.

Este conjunto de aumentos especulativos de los precios de los alimentos han conducido a una ola de hambre mundial, sin precedentes por su escala. La ausencia de regulaciones en estos mercados especulativos desencadena el hambre. La volatilidad en los mercados alimentarios, en efecto, se debe primordialmente a la falta de regulación, de control sobre los grandes agentes y de la necesaria intervención estatal a nivel internacional y nacional para estabilizar los mercados. En el transcurso de 2009, la ola especulativa con nuevas amenazas de hambrunas estaba de vuelta en la economía. El congelamiento de la especulación en esos mercados, tomado como una imperativa decisión política, contribuiría a bajar de inmediato los precios de los alimentos. Nada impide hacerlo, aun así nada hace prever que se esté pensando en un cuidadoso conjunto de medidas (Chossudovsky 2008).

La crisis alimentaria ocurre pese a que hay suficiente comida en el mundo para alimentar a la población global. El hambre, por ende, no es consecuencia de la escasez de alimentos sino al revés: en el pasado, los excedentes de alimentos en los países centrales fueron utilizados para desestabilizar las producciones de los llamados países en vías de desarrollo. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el mundo podría aún alimentar hasta 12 billones de personas en el futuro. La producción mundial de granos en 2007-2008, por ejemplo, se estimó en 2.108 millones de toneladas (un incremento de 4,7% en comparación con la de 2006-2007), bastante por encima de la media de crecimiento del 2% en la pasada década. Aunque la producción se mantiene en un nivel alto, los especuladores, con todo, apuestan a la escasez esperada e incrementan artificialmente los precios. Así, siempre de acuerdo con la FAO, el precio de los granos de primera necesidad subió un 88% desde marzo de 2007 (Angus 2008).

Mientras los especuladores y comercios a gran escala se benefician de la crisis, la mayoría de los campesinos y agricultores no sacan provecho de los precios altos. Al encarecerse la tierra, aumenta la especulación con la tierra agrícola y los desalojos, a menudo forzados, son la consecuencia. Los campesinos que logran mantenerse cultivan los alimentos, pero, con frecuencia, las cosechas son vendidas previamente al que presta el dinero, a la compañía de insumos agrícolas, al comerciante o a la unidad de procesamiento. Y aun cuando los precios de algunos cereales pagados a los campesinos han subido, ese aumento es muy bajo si se lo compara con los incrementos en el mercado mundial y los impuestos a los consumidores.

Durante los últimos años, las multinacionales y los poderes económicos mundiales han desarrollado con rapidez la producción de agrocombustibles. Por eso, subsidios e inversiones masivos se dirigen hacia este sector en auge. Como resultado, en poco tiempo,

las tierras han pasado masivamente de la producción de comida a la de agrocombustibles (maíz en primer lugar, asimismo, aceite de palma, semilla de colza, caña de azúcar...), y multinacionales y analistas convencionales predicen que la tierra se utilizará cada vez más para agrocombustibles. Esta explosión incontrolada del sector de los agrocombustibles causó un gran impacto en los ya inestables mercados internacionales de granos básicos. Una parte importante del maíz estadounidense desapareció de manera repentina, pues fue comprada para la producción de etanol. La especulación, claro está, se aprovecha de la escasez relativa de alimentos. Los vendedores mantienen sus reservas alejadas del mercado nacional, para estimular alzas de precios y obtener beneficios extraordinarios. Las multinacionales, por su parte, adquieren agresivamente enormes áreas de tierras agrícolas alrededor de las ciudades con fines especulativos, expulsando a los campesinos.

En las últimas décadas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), junto con la Organización Mundial del Comercio (OMC), han forzado a los países a disminuir su inversión en la producción alimentaria y su apoyo a los campesinos y pequeños agricultores, que son la clave de tal producción. Las reglas del juego cambiaron dramáticamente en 1995, cuando el acuerdo en la OMC sobre la agricultura entró en vigor. Las políticas neoliberales socavaron las producciones locales y nacionales de alimentos, y obligaron a los campesinos a producir cultivos comerciales para compañías multinacionales y a comprar sus alimentos de estas en el mercado mundial. Los tratados de libre comercio han forzado a los países a liberalizar sus mercados agrícolas: aceptar importaciones y reducir los aranceles a las mismas. Mientras, las multinacionales han seguido haciendo dumping con los excedentes en sus mercados, utilizando todas las formas de subsidios directos e indirectos a la exportación. El resultado ha sido que Egipto, el antiguo granero de trigo del Imperio Romano, es hoy el primer importador de trigo transgénico; Indonesia, una de las cunas del arroz, ahora importa arroz transgénico; y México, cuna de la cultura del maíz, importa maíz transgénico. Los EE. UU., la Unión Europea (UE), Canadá y Australia, por su parte, son los mayores exportadores.

Los países periféricos se han convertido en adictos a las importaciones de alimentos baratos, si bien, como los precios en cualquier momento se disparan, el hambre se torna una amenaza mundial. Muchos países que producían suficiente comida para su propia alimentación fueron obligados a abrir sus mercados a productos agrícolas del extranjero. Simultáneamente, la mayoría de las regulaciones estatales sobre existencias de reserva, precios, producciones o control de las importaciones y exportaciones fueron desmanteladas de forma gradual. Como resultado, muchas de las pequeñas explotaciones agrícolas y ganaderas de todo el mundo, incapaces de competir en el mercado mundial, se han arruinado (Saragih s/a).

Las políticas neoliberales de los últimos decenios han expulsado a millones de personas de las áreas rurales hacia las ciudades, donde la mayoría de ellas acaban en barrios pobres, con una vida muy precaria. Su número ha aumentado dramáticamente y son las primeras

víctimas de la crisis actual, ya que no tienen modo de producir su propio alimento y gastan gran parte de sus ingresos en comida. Según la FAO, en los llamados países en vías de desarrollo, la comida representa entre el 60% y el 80% del gasto de los consumidores. Luego, un aumento brusco dé los precios condena a las mayorías al hambre e incluso a la muerte en masa. No extraña entonces que, en los últimos años en todo el mundo hayan ocurrido disturbios por los precios de los alimentos; es la lucha por la vida misma que está de por medio.

4. Hacia una economía para la vida

Como se ha visto, las salidas convencionales de la crisis (concentración de la renta y la riqueza; keynesianismo militar; crecimiento económico con gastos crecientes de fuentes de energía, de alimentos y recursos naturales; etc.) son estratégicamente inviables. Por otro lado, es importante analizar aquí el enorme despilfarro actual de energía desde la óptica de la baja productividad global. En efecto, ¿será la tan vanagloriada productividad moderna un fenómeno que abarca a toda la sociedad o sé limita apenas a bienes y servicios específicos que reafirman la vida? La productividad de una fábrica de fusiles, por ejemplo, puede ser elevada y creciente en términos de ganancia del capital privado; pero si, desde el punto de vista de la sociedad, los fusiles, como un todo, en vez de apuntalar el crecimiento más bien provocan lo contrario, entonces todo el trabajo involucrado en esta producción está siendo despilfarrado y, por consiguiente, se torna socialmente inútil. Para colmo se trata de un trabajo destructivo, que forma parte de una ética de la muerte y, por eso, es incluso reprochable desde una ética que opte por la vida.

En realidad, nuestras sociedades producen cada vez más bienes y servicios inútiles y dispensables, esto es, productos y servicios que no reafirman la vida. Los autos, las armas, las guerras, todo el aparato estructural de las ciudades para el automóvil, la publicidad, las innumerables mercancías y servicios de consumo superfluo, etc., cada uno de ellos tiende a ser producido específicamente con productividades crecientes, pero solo para generar más ganancia y de manera exclusiva en función de ella, con independencia de sus reales utilidades para la vida de una población como un todo -esto sin mencionar la decreciente durabilidad de todo lo producido-. En efecto, el simple cambio del actual énfasis en el transporte individual, basado en los autos por un énfasis en el transporte colectivo, disminuiría de modo sustancial el tamaño de las ciudades y, como consecuencia, los costos del aparato y los servicios urbanos necesarios a la población (estacionamientos, carreteras, puentes, alcantarillas, líneas de electricidad, etc.). Por ende, haría más vivibles a las ciudades. De la misma forma, una planificación urbana que partiese de la concepción de que se produzca localmente lo que sea posible producir y que tomase en cuenta la localización de fábricas, centros comerciales y de servicios y barrios residenciales de acuerdo con los intereses colectivos, disminuiría de manera sustancial el tamaño de las ciudades así como sus costos.

Grafico 5Lujo versus necesidad: el mundo occidental gasta más en lujos que lo que costaría

alcanzar los logros del milenio

La distancia entre la producción para reafirmar la vida de la gente y la producción para realizar ganancias atendiendo a aquellos deseos y/o “necesidades generadas” por el mismo capital, se puede ilustrar con el gráfico anterior. La figura muestra que, en el mundo occidental del siglo XXI, se invierte un 30% más en make-up que en cuidados reproductivos para todas las mujeres; apenas el 10% menos en comida para perros y mascotas, que en resolver el hambre y la desnutrición de todos los seres humanos; 300% más en perfumes, que en enseñar a leer y escribir a todos los analfabetos; 30% más en cruceros oceánicos de diversión, que en agua potable para todos; 600% más en helados en Europa, que en inversiones para inmunizar de enfermedades prevenibles a todos los niños. En otras palabras, la producción y el consumo en Occidente están lejos de orientarse a la vida misma.

En el gráfico, no se hace mención del armamento. Una disminución significativa o la eliminación de la carrera armamentista en el mundo, y ni hablar de todas las guerras, generarían excedentes en los presupuestos gubernamentales que podrían ser dirigidos hacia servicios realmente demandados por la población como comunidad, en materia de salud, educación y otras cosas que reafirmen la vida de la gente. El aumento de la durabilidad de los bienes ahorraría energía y materias primas, y disminuiría el trabajo necesario para la producción de los bienes y servicios; además, liberaría a los trabajadores y suscitaría tiempo libre para ellos y sus familias. La publicidad, necesaria sobre todo para crear nuevas necesidades indispensables, si fuese limitada a su aspecto puramente informativo, disminuiría los costos de realización de los productos y servicios y orientaría la información hacia las reales utilidades de las cosas. En resumen, se constata que la productividad de las sociedades modernas existe apenas en la esfera de la microeconomía, pues, es cada vez más baja, despilfarradora e irracional. Cabe adelantar aquí que defendemos la necesidad de una economía estacionaria o incluso decreciente, en términos de valor bajo ciertas condiciones, para superar el callejón sin salida en el que han ido a parar nuestras economías, concepto que será analizado enseguida.

El mero control democrático y participativo de la cantidad, las especificaciones, la localización y la durabilidad de las mercancías y los servicios o, en casos extremos, su eliminación pura y simple, disminuiría la polución, ahorraría energía y recursos naturales y reduciría el número de horas de trabajo despilfarradas por los trabajadores, devolviéndoles tiempo libre para su desarrollo personal. Este es el camino necesario para transformar la actual economía del crecimiento continuo y la productividad microeconómica en una economía estacionaria o de decrecimiento, con alta productividad ya no tanto en el mundo micro, sino especialmente en el macro. Tal economía mejoraría de forma significativa el nivel de vida material y mental de las personas, es decir, aumentaría la calidad de la vida misma.

5. Acerca del momento de transición

La actual civilización se basa en dos pilares fundamentales, siendo el primero la forma aislada y vertical de tomar decisiones por parte de las élites que controlan el proceso productivo y el financiero. El segundo pilar es la existencia de una racionalidad individualista, egoísta y no totalizadora, derivada del dogma de la libertad de toma de decisiones por parte de estos mismos controladores, que termina eliminando la libertad de todos los demás seres humanos. Tanto la forma de ejercer el poder como la ideología de nuestras sociedades derivan de estos dos pilares. La transición a la existencia y el funcionamiento efectivo de una economía estacionaria suponen una nueva civilización, donde las decisiones políticas sean efectivamente democráticas y estén basadas en la participación más amplia posible de los ciudadanos, de tal modo que la racionalidad y el poder imperantes sean totalizadores y cooperativos a la vez.

Por otro lado, podemos preguntarnos por el grado y la gravedad con que la civilización occidental, basada en el mito del crecimiento, se está agotando, para ver la plausibilidad de este proceso de transición. Economistas ecológicos, como Daly (1996), han mostrado con mucha claridad que el bienestar de los pueblos no depende del crecimiento económico per se. Escritores como él señalan que, después de haber alcanzado un determinado nivel, otro aumento en el PIB de una nación más bien tiende a hacer descender el bienestar material de un pueblo (véase la Figura 1). Estos autores, con nosotros, conciben más bien como una necesidad el promover a escala mundial una economía estacionaria o decreciente, lo que implica una economía regulada.

Sin embargo, este tipo de economía no debe ser centralizada ni administrada por élites -como ocurre con el dinero bajo control de los banqueros - o al arbitrio de los países ricos, en particular los EE. UU., que son los que más consumen, derrochan y contaminan. Tampoco, bajo un esquema similar al del Consejo de Segundad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde cinco miembros con poder de veto deciden por el resto.

Figura 1Esquema para la sobrevivencia y el bienestar: transferir la ganancia para mejorar la

calidad de vida

Fuente: R. Ingelhart, 1997.

La puesta en práctica de una economía estacionaria y decreciente supone un reordenamiento de la economía mundo y de la sociedad mundo, con la participación absolutamente democrática de todos los países y las regiones, una redistribución, desde los países ricos hacia el Sur para eliminar los desequilibrios existentes, para el bien común y no para privilegio del más fuerte. Son cosas como estas las que llevaron al planeta al presente desequilibrio y a esta crisis de la civilización que apenas comienza. Los tentáculos del cáncer que representan los banqueros, las corporaciones y transnacionales del Norte, se extienden por todo el planeta y deben ser controlados como primer paso. Son como un parásito improductivo que succiona toda la riqueza productiva del llamado Tercer Mundo y, por consiguiente, su vida, para reinvertirla en militarismo, guerras y derroche consumista, improductivo, generalizado de los países ricos. Tal regulación, a su vez, no tiene por qué deteriorar la calidad de vida de las poblaciones de los países más ricos sino, por el contrario, mejorarla por medio del uso más racional y eficiente de los recursos mundiales. Mientras, se ha de empezar a resolver con urgencia para los sectores más pobres del mundo aquellas provisiones alimentarias más indispensables, de vivienda digna, transporte público decente, salud comunitaria y educación pública de calidad, entre otras, comenzando así por reparar los desequilibrios más apremiantes, en tanto se avanza en el mediano y largo plazo en la reorganización de un nuevo sistema mundial equilibrado, balanceado, justo y democrático.

Sin embargo, si los países del Sur lo hacen bajo la misma racionalidad occidental, muy pronto la economía mundial requerirá varios globos para lograr sostenerse, y sabemos que nada más contamos con uno. No existe razón alguna para frenar o bloquear a los países del Sur en su derecho de salir adelante con sus propios recursos y detener a los países centrales

y a sus élites en su continua depredación sobre los países de la periferia. Estos últimos mantienen su nivel de consumo y contaminación dentro de márgenes sustentables para el planeta y la naturaleza. Si el gasto, el consumo y la contaminación, por ejemplo, de la India o Malawi, se generalizara a todo el globo, menos de la mitad del planeta sería necesario para sostener y reparar ese daño a la naturaleza. Si se utilizara el nivel de consumo de América Latina y el Caribe, menos de la mitad del planeta; y se utilizara el de África, menos de un cuarto del planeta. Por el contrario, si generalizamos el nivel de consumo de Europa, se necesitarían tres planetas; y con el de los EE. UU., hoy se precisarían más de cinco planetas. Y el problema, de nuevo, es que solo tenemos uno (ver la figura siguiente).

Para reducir los actuales niveles de contaminación y evitar el agotamiento de los recursos naturales, no dejan de plantearse en Occidente las tesis malthusianas de la necesidad de una reducción del crecimiento poblacional en los países del Sur, pese a que sabemos que más del 80% de los recursos naturales son absorbidos por menos del 20% de la población mundial concentrada en el Norte, población a su vez responsable de casi el 80% de la totalidad de la contaminación por su estilo de consumo. Aquí es oportuno precisar que la población no solamente consume, es también la verdadera generadora de riqueza a partir del trabajo productivo. Este se concentra cada vez más en el Sur y el improductivo en el Norte, como hemos visto.

Figura 2Numero de planetas requeridos hoy para sostener al mundo si extrapolamos el

consumo de cada país al resto del mundo

Fuente: New Económica FoundaBon.

El bienestar de los ciudadanos que lo constituyen debería ser el objetivo de cualquier sistema político y socioeconómico, justo lo que, claro está, no ocurre en la actualidad. La población mundial es también consumidora y, en 2010, ha llegado a casi los 7.000 millones de habitantes. En 2050, según la proyección media, la más probable, de la ONU, sobrepasará los 9.000 millones: un crecimiento de casi 30% en cuarenta años (ver cuadro siguiente). La tasa global de fecundidad, en este mismo horizonte, será de 2,05 hijos por mujer, lo que significa que pocos años después la población empezará a decrecer, fenómeno que ya ocurre en muchos países clasificados como más desarrollados por esta organización. La conclusión de innumerables investigaciones es que esta tendencia histórica es irreversible y se debe, principalmente, a la disminución rápida de la fecundidad en todos los países llamados menos desarrollados, lo que viene aconteciendo desde alrededor de los años sesenta del siglo pasado. El mayor reto que se infiere de estos hechos es que la economía tendrá que resolver el problema del bienestar de una población que ya es, en gran parte, miserable y aún aumentará un 30% en el futuro próximo. Por otro lado, estos datos muestran el estratégico cambio geopolítico ocurrido en el siglo XX, o sea, el diferente peso de la población de los países menos desarrollados, el 85% versus el 15% de los más desarrollados.

Cuadro 1Poblacion mundial en 1950, 2010 y proyecciones hacia 2050, según países mas y menos

desarrollados

Año Población del mundo

Población más

desarrolla

Población menos

desarrolla

% población

menos 1950 2.519.470 812.772 1.706.698 67,72010 6.842.923 1.225.678 5.617.246 82,12050 9.075.903 1.236.200 7.839.702 86,4

Fuente: División de Población de la ONU, proyección variante media.

Un sistema de economía estacionaria o decreciente puede ser ejecutado en todos aquellos países que consumen por encima de las capacidades del único planeta de que disponemos, mientras los que menos consumen crecen por un tiempo hasta que se estabilice un sistema balanceado y equilibrado a nivel mundial. La transformación del actual complejo militar industrial, en un complejo industrial para la cooperación y la solidaridad internacional, sería de utilidad para esto. Además de que cortaría de lleno el derroche improductivo de armamentos y las guerras, ayudaría al montaje de un sistema mundial más equitativo y coherente. Este subsector pasaría de ser improductivo y destructivo a ser productivo, y con ello no implicaría desempleo masivo allí donde es más fuerte, por ejemplo los EE. UU.Otro ejemplo claro es China. Este país se abrió al mercado capitalista, lo que permitió a su economía un crecimiento espectacular. China ha conseguido con eso situarse como tercera economía a nivel mundial, y podría ocupar muy pronto el segundo lugar. China es un competidor directo de las economías occidentales, y lo hace con su misma racionalidad

depredadora. De ahí que hoy no solo es la tercera economía del mundo, ocupa el primer lugar como país contaminador. India es otro país emergente con más de 1.000 millones de habitantes, que marcha por el mismo camino del desarrollo cuantitativo. Con este modo de desarrollo occidental cada vez más generalizado, ocuparíamos pronto otros dos globos para poder sostener dicho modo de vida occidental, pero solamente disponemos de uno.

6. Crecimiento positivo en el Sur y negativo en el Norte

Un hecho lógico en el marco del desequilibrio Norte-Sur es el siguiente: un levantador de pesas con piernas de canario no es eficiente, ni lo es un corredor de pista con pulmones de ratón. Pretender lo contrario es una aberración, y eso es lo que ha implementado el gran capital para su único beneficio de concentrar siempre en menos manos toda, o casi toda, la riqueza y el poder mundial. Nos hallamos frente a un verdadero dilema. Ni se puede ni se debe impedir más el desarrollo a los países, del Sur. Más aún, los países periféricos lo reivindicarán con fuerza crecientemente clara. Existen varias razones para ello. Durante los últimos decenios, la economía real se ha trasladado de manera paulatina hacia los países del Sur. Es ahí donde se encuentra el mayor potencial de crecimiento real de la economía (al centrarse en el trabajo productivo por su contenido), como podemos ver durante la actual crisis. De igual modo, es ahí mismo donde se concentran los recursos naturales necesarios para el crecimiento económico. Todo esto podría ser hecho sin un aumento -o con un pequeño aumento- de los gastos en energía y recursos naturales, con tal que se imponga, siempre a través de mecanismos democráticos participativos, un incremento de la productividad de la sociedad como un todo, como se ha analizado en los párrafos anteriores, o en otras palabras, disminuyendo la producción y/o el consumo de armas y los gastos superfluos; cambiando la estructura del aparato urbano; cambiando el perfil de la producción, dando prioridad a los bienes de consumo colectivos; etc.

En lo que respecta a los países centrales, además de las medidas mencionadas, el mensaje es otro. Para lograr la sostenibilidad ecológica, se requiere una desmaterialización de su economía. Ello quiere decir que la demanda de energía y recursos naturales por unidad de PIB debería bajar tanto en términos relativos (desmaterialización relativa) cuanto en términos absolutos (desmaterialización absoluta). La desmaterialización relativa implica que el impacto sobre el ambiente aumente menos por unidad de producto, aunque el impacto sigue creciendo en términos absolutos en una unidad de tiempo determinado (un año por lo general) debido al mismo crecimiento del PIB. En estos análisis, es muy importante segregar los resultados obtenidos en el ámbito del consumo de aquellos conseguidos en la esfera de la producción. Veamos esto con algo más de detalle.

Entre 1970 y 1999, a nivel mundial, la demanda de energía disminuyó en un 33% por unidad del PIB. Lo que no se menciona es que este ahorro se logró básicamente por el lado de los consumidores. Es ahí donde la batalla por un uso más racional de la energía se desarrolla de forma más agresiva. Lo mismo no es posible decirlo de la esfera de la

producción, donde no se libra esta batalla. La emisión de dióxido de carbono, por ejemplo, creció, entre 1990 y 2009, en casi un 40% en el ámbito productivo. Para una gran cantidad de minerales (hierro, cobre, níquel, bauxita), su demanda y consumo en la esfera productiva suben a mayor velocidad que el propio crecimiento del PIB. Esto se da sobre todo por el acortamiento de la vida de cuánto se produce. En efecto, al hacerse todo más desechable, hay un porcentaje menos de materia por unidad de producto o valor; sin embargo, por unidad de tiempo se produce un porcentaje mayor que antes y se contaminará, por lo tanto, más que antes. Eso implica menos uso de materia por unidad de producto, pero igual contaminación; más recursos y contaminación por unidad de tiempo (un año), al tener una producción repetida siempre con más frecuencia en razón del acortamiento de la vida de lo producido. No cabe hablar en estos casos, entonces, de una desmaterialización en términos absolutos.

Los autores en economía ecológica consideran imposible lograr una verdadera desmaterialización sin una política de desmaterialización absoluta, lo que implica la necesidad de un crecimiento negativo. Esto supone hacer las cosas más duraderas, vale decir de mejor calidad, lo que implicaría un triunfo histórico del valor de uso sobre el valor de cambio. Se utilizará un porcentaje de materia más por unidad de producto, pero se tratará de un producto más duradero. Por unidad de tiempo, por ende, habrá un proceso de desmaterialización y descontaminación. ¿De cuánta desmaterialización hablan los ecologistas? Ernst von Weisäcker habla de un Factor 4, lo que supone que debería alcanzarse una duplicación de la riqueza mundial con la mitad de los recursos naturales dentro de tres o cinco décadas; y Schmidt-Bleek habla incluso de un Factor 10 (Jones y Meyere 2009). Los analistas coinciden en que lograr un Factor 4 y más todavía un Factor 10 sin un decrecimiento económico es una mera ilusión. Con ello, queda claro que un New Green Deal, esto es un continuo crecimiento económico con sostenibilidad ecológica, es puro mito. No existe tampoco, por consiguiente, posibilidad real de que el crecimiento económico capitalista repunte con un New Green Deal.

Los defensores del New Green Deal, verbigracia Al Gore, no cuestionan el sistema de producción como tal; sus soluciones se refieren a los comportamientos individuales en el ámbito del consumo. Apuntan a una menor utilización de energía eléctrica, a la utilización más moderada y racional del transporte automotor, al consumo más moderado y racional de alimentos (menos carne sobre todo). Esto podría desembocar en una sociedad autoritaria hacia los consumidores, para liberar espacio de fuentes energéticas y derechos de contaminación para los productores. En este contexto, es particularmente interesante mencionar los últimos cambios propuestos en la industria automotriz, con miras a la introducción masiva de un carro eléctrico más limpio.

Hasta hoy, los carros con motores más económicos en combustible no han conseguido disminuir el consumo de este, a la vez que los usuarios usan más a menudo un carro pesado y viajan con mayor frecuencia a lugares lejanos. Tampoco hablamos todavía del turismo

ecológico en avión hacia lugares exóticos, siempre más lejanos. No resulta algo imaginario prever una sociedad futura con elevados impuestos sobre la energía por el lado de los consumidores, combinado con elevados impuestos sobre el dióxido de carbono. Del lado de la producción, el escenario se pinta diferente. La alternativa que se presenta en la industria automotriz es el carro con un motor eléctrico, combinado con otro motor de combustible para cargar la batería. Un tal vehículo sería capaz de recorrer 1.000 kilómetros antes de tener que cargar de nuevo la batería (Middelkoop y Koppelaar 2008).

Por cuanto enfocan el tema de la contaminación y el uso de energía exclusivamente por el lado del consumidor, los promotores del New Green Deal ponen el acento sobre la promoción de la fabricación de nuevos modelos de autos como la gran solución al problema. Luego, la innovación tecnológica permanente sería la panacea. En efecto, al promover la fabricación en masa de nuevos modelos de carros más ecoamigables, la vida media de los mismos se torna cada vez más corta. Desde la óptica de la empresa automotriz, ello implica incrementar la rotación del capital, incrementando la velocidad de las ventas y, con ello, de la realización de ganancia para el gran capital privado. El resultado de realizar con mayor velocidad la ganancia, aumentar la tasa de esta es lo esencial para el capital. En otras palabras, para los promotores del New Green Deal, la innovación permanente brindaría la solución para el capital Por eso, por ejemplo, Peugeot incita a comprar nuevos modelos con el siguiente anuncio: “El 20% de los autos más viejos son responsables del 60% de las emisiones contaminantes automotrices. ¡Que los reemplacen!” (Houtart 2009).

Desde la perspectiva ecológica, no obstante, tenemos que la misma fabricación de autos de menor duración de vida significaría un mayor uso y demanda de materias primas y de consumo de energía, lo que aumentaría la contaminación. La emisión de dióxido de carbono en la industria sería mayor (40% del total de las emisiones provocadas) que con el uso de los vehículos fabricados, es decir, en el ámbito del uso de medios de transporte (responsable de apenas el 30% de las emisiones). Por tanto, las supuestas ganancias que se obtendrían en el transporte con la introducción de nuevos modelos de carros, se perderían al producirlos con una velocidad y rotación siempre mayor (Houtart 2009). La lección es clara: para lograr una desmaterialización absoluta se requiere, además de producir carros más económicos en combustible y más limpios en cuanto a emisiones de gases, producir medios de transporte más duraderos y colectivos. No se trata de perfeccionar los autos, sino de sustituirlos de modo progresivo por transportes colectivos de buena calidad.

El New Green Deal, inspirado en el New Deal introducido en la segunda mitad de los años treinta del siglo pasado, bajo la administración del presidente Franklin Delano Roosevelt, pretende ser una respuesta paradigmática a la actual crisis mundial. Contempla programas de inversión a gran escala en infraestructura y segmentos de producción ecoamigables, con el fin de promover el crecimiento sostenible y, de ese modo, prolongar la acumulación de capital, o sea, lograr la acumulación sustentable.

Figura 3Esquema de funcionamiento de una economía ecológica: juntar lo que se derrocha con

las materias primas necesarias para construir una economía humana

Economía ecológicaEarth System

Como se enfoca en el consumidor, en cómo ahorrar energía y reducir la contaminación, además de la introducción masiva de carros ecoamigables de corta vida, promueve la construcción de edificios de vivienda y públicos que ahorren energía gracias al perfeccionamiento de los mecanismos de aislamiento. Desde luego, al promover la susti-tución de edificios más viejos y poco ecoamigables en el uso de energía por otros que rinden mejores resultados, se impulsa la innovación tecnológica en el sector de la construcción. Esto, a su vez, torna menos duradero el stock existente de edificios, por cuanto un creciente número de edificios viejos no cumplen con las nuevas normas de consumo de energía. Pero, de un extremo, se ha pasado al otro, y por eso hoy se habla ya de edificios enfermos debido a la falta de ventilación de las construcciones por su elevado grado de aislamiento. De nuevo, hay que actuar. En síntesis, la pregonada innovación tecnológica en la construcción acorta la vida media de las edificaciones de forma permanente.

El consumo de energía en la construcción de nuevos edificios, la extracción de los recursos naturales necesarios (cemento, acero, madera, etc.) y la energía requerida para fabricar esos materiales de construcción, su transporte hasta el lugar de las construcciones, causarían, en opinión de Peter Tom Jones y Vicky Meyere (2009), más daño ambiental que el beneficio que se obtendría con el uso más racional de energía de esas nuevas construcciones. Podemos hacer el análisis con los electrodomésticos, y la historia será la misma. El New Green Deal conlleva, pues, la generalizada tendencia hacia productos menos duraderos en el ámbito de producción. Ello implicaría una mayor materialización absoluta de la economía, una creciente escasez -e incluso el agotamiento acelerado- de los recursos naturales disponibles, y una mayor contaminación. Lo racional sería, por ende, construir edificios más duraderos y limpios en función de la comunidad. Semejante medida

significaría, sin embargo, el fin del crecimiento económico y con eso el agotamiento del capitalismo. Antes de llegar a esto, el sistema procurará, por todos los medios, un enfoque ecológico por el lado del consumo para salvar el crecimiento en el ámbito de la producción. Pero eso agotará, a mayor velocidad, los recursos naturales y energéticos, poniendo límites ya absolutos a las posibilidades de crecimiento a nivel global.

Para llegar a una economía estacionaria a nivel mundial se precisa, entonces, un cambio de paradigma que entrañaría, antes que nada, un crecimiento negativo en el Norte con un crecimiento positivo, pero idealmente dirigido hacia el Bien Común, en el Sur. Sin lo primero, sería muy difícil alcanzar lo segundo, a menos que el Sur no encontrase otro camino que unirse y desconectarse del Norte para sobrevivir de manera más o menos unificada. A partir de lo planteado arriba, y de cara a la falta de recursos naturales a nivel global y la concentración de estos básicamente en el Sur, consideramos que el crecimiento negativo ha de producirse en primer lugar en los países centrales, aunque, por un tiempo determinado, será posible -y hasta necesario- el crecimiento positivo en los países periféricos. Con todo, mientras el capitalismo reine a nivel global e imponga su sello, será difícil ir más allá de proyectos de corte neodesarrollista en el Sur, como de algún modo se observa ahora en el Cono Sur.

¿Dónde está el eslabón más débil para que se rompa la actual racionalidad económica? Una nueva racionalidad implicaría un cambio tanto en el estilo de vida en los países centrales, que enfoca más el lado del consumo, como un cambio en su propio modo de producción. El cambio civilizatorio que ello implica ha de producirse, primero, en los países centrales en vista de su acceso más difícil a los recursos naturales. Es obvio que las guerras actuales y futuras por los recursos naturales podrían posponer la situación. No obstante, frente a la Gran Depresión del siglo XXI, el proceso de desconexión de los países del Sur y su reorientación hacia adentro y entre ellos sería muy acentuado.

Quedan las preguntas medulares acerca de cómo se producirá este cambio. ¿Será espontáneo? ¿Se dará a partir de la crisis? La crisis, sin lugar a dudas, creará condiciones favorables. Aun así, no creemos que tal cambio ocurra sin conflictos sociales de diversos tipos e intensidades, entre sectores que pugnan por la sobrevivencia, y minorías que pretenden mantener el derroche y pelearán contra viento y marea para preservar el statu quo. Se trata, en última instancia, de una lucha de clases. Con ello surgen otras preguntas: ¿cuál será el sujeto de cambio en el siglo XXI? ¿Desde dónde emergerán con más probabilidad las fuerzas sociales más avanzadas para inducir ese cambio civilizatorio?... Creemos que la fuerza principal emergerá de la necesidad de sobrevivencia de las grandes mayorías en el Sur y en el Norte, frente a una catástrofe que ya está planteada como posibilidad real en el siglo XXI, para comenzar, con el cambio climático y el agotamiento de las materias primas.

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Capítulo V

E1 sujeto ante un cambio civilizatorio: retos y amenazas

1. E1 sujeto ante un cambio civilizatorio

Desde el año 1980 al 2000, la población de la economía mundial globalizada, es decir aquella disponible para los intereses del gran capital, más que se duplicó. Hasta 1980 hubo una autonomía relativa de las economías nacionales con respecto al mercado mundial de productos y servicios. Por eso, el mercado de trabajo operaba sobre todo dentro de los límites de las fronteras nacionales. Mucha atención ha sido prestada al proceso de globalización y al impacto de los mercados comerciales y financieros en ese proceso. Mucho menos atención se ha prestado a su impacto sobre el mercado laboral y las condiciones de vida de las mayorías. El proceso neoliberal ha destruido todos los vestigios de soberanía económica en Asia, África, y América Latina y el Caribe. En nuestra región, las políticas de ajuste estructural actuaron desde antes del decenio de los ochenta y desmantelaron la relativa autonomía interna de las economías nacionales, al obligarlas a competir con productos transnacionales y supeditarlas a la inversión extranjera. Desde entonces, las oportunidades de trabajo formal local se han reducido relativamente y creció la capacidad sustitutiva de la fuerza laboral.

Desde mediados de los años ochenta, la población de la economía mundial globalizada más que se duplicó, pasando de 2.500 millones a 6.000 millones de seres humanos -incluyendo tanto la población económicamente activa (PEA) como la inactiva-. Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la clase trabajadora potencialmente disponible para la explotación del capital transnacional se duplicó, pasando de una PEA de 1.460 millones en 1985 a casi 2.930 millones en el año 2000 (Goldstein 2008: 4). En este proceso de ampliación, vale subrayar el peso relativo de la apertura de China al mercado mundial y a la inversión extranjera; el colapso de la Unión Soviética (incluida Europa Oriental); y el consecuente final de la llamada autarquía de la India que, desde 1991, se subordinó al Fondo Monetario Internacional (FMI) y se abrió de manera incondicional a la inversión extranjera.

La inclusión de casi 1.500 millones de nuevos potenciales trabajadores al mercado global de trabajo, ubicados en regiones con elevados grados de desempleo y subempleo, ha tenido un impacto enorme que se sentirá por décadas sobre el mercado laboral en el centro y la periferia. En esencia, significa una mayor capacidad sustitutiva de la fuerza laboral en el mundo entero, y, con ello, una tendencia a la baja de los salarios, una prolongación de la jomada de trabajo y un empeoramiento de las condiciones laborales, tanto en la periferia como en los propios países centrales. En síntesis, se trata de un incremento en el grado de explotación de la fuerza laboral a escala mundial. La crisis actual refuerza de manera dramática esta tendencia, en marcha desde hace décadas. De ahí que abunden hoy las

brutales formas de explotación denunciadas al inicio del capitalismo industrial, y se multipliquen las formas de trabajo forzado, el tráfico de personas y hasta la semiesclavitud.

Aunque, por motivos geopolíticos, existe una excepción muy clara para los productos agrícolas subsidiados en los países centrales; la tendencia, hoy, es que productos que podrían producirse en la periferia a costos laborales mucho más bajos que en los centros, cada vez más a menudo se los produce en los países periféricos y se los exporta al mundo entero. China, por disponer del mayor ejército industrial de reserva, y contar por ello con la mayor capacidad de reemplazo de la fuerza de trabajo y los salarios más competitivos del mundo con jornadas prolongadas e intensas, es campeón en esta carrera y lo será por largo rato. Suzan Berger (Goldstein 2008: 12) encontró que, en el año 2005, la participación en el comercio internacional (de las 500 corporaciones mundiales más grandes) desde los países periféricos, alcanzó a casi un tercio del comercio mundial total. En el 70% de los casos se trataba de comercio de productos, y el 30% restante básicamente de servicios productivos (transporte, telecomunicaciones, turismo, etc.).

No toda la producción ni todos los servicios pueden trasladarse hacia los países periféricos. La construcción de carreteras, infraestructura, casas y edificios es un claro ejemplo de ello. La agricultura protegida por enormes subsidios es otra. En los centros de poder difícilmente se eliminarán los subsidios a los alimentos básicos. Se trata de argumentos geopolíticos. En tiempos de guerra, el alimento ha de estar garantizado, pues, de lo contrario la capacidad de resistencia de un pueblo se reduce a días. En la economía interna de los países centrales, la capacidad de reemplazo de la mano de obra se ha elevado mediante el proceso migratorio Sur-Norte, en especial en los sectores productivos. Con la emigración de capital de Norte a Sur y la inmigración de mano de obra barata en los países del Norte procedentes del Sur, se ha generalizado la capacidad sustitutiva de la fuerza de trabajo para el gran capital en el mundo entero.

Las cadenas de producción se han alargado con una nueva división mundial del trabajo. Lo que puede ser realizado a menores costos fuera de los países centrales, tiende a trasladarse hacia la periferia. Para bajar los costos laborales dentro de los países centrales, no solamente la inmigración ha sido un mecanismo apropiado. Ya antes de darse este fenómeno en gran escala, la incorporación masiva de trabajo femenino más barato se había expandido de forma notoria durante las últimas cuatro o cinco décadas. Ante la relativa escasez de esta fuente adicional de empleo desde los años ochenta, la inmigración de mano de obra más barata desde los países periféricos se convirtió en una verdadera ola. La inserción laboral de la población migrante se da principalmente en el ámbito productivo.

El New York Times publicó que, en la actualidad, unos 200 millones de emigrantes en el mundo brindan soporte a más de 500 millones de seres humanos, esto es, a poco menos del 10% de toda la humanidad. Entre 1980 y 2005 más de 20 millones de inmigrantes fueron admitidos en los EE. UU., y se estima que unos 12 millones entraron de manera ilegal. En

total, desde entonces, más de 32 millones, de inmigrantes, vale decir más del 10% de la población estadounidense. Los latinos representaban, en 2005, el 14,5% de la PEA; los asiáticos 4,5% y los afroamericanos, otra mal llamada minoría en los EE. UU., el 12%. Estas minorías sobreexplotadas juntas representaban casi un tercio de la PEA, proporción que crece todos los años.

Los lazos de los inmigrantes con sus países de origen se manifiestan de modo muy visible a través de las remesas que envían a sus parientes. Se estima que los inmigrantes a los EE.UU. enviaban por año US$ 300.000 millones hacia sus países de origen. China, India y México encabezan la lista de remesas en términos de volumen con aproximadamente US$ 25.000 millones cada uno. Hay 22 países donde las remesas sobrepasan el 10% de su respectivo producto interno bruto (PIB), con Haití a la cabeza con un 23% seguido por Líbano con el 22% (Goldstein 2003: 159 y 224). A partir de la crisis económica el desempleo, se ha disparado, en particular para las llamadas minorías. Con ello las remesas han sufrido un marcado descenso y la migración de retorno es un fenómeno más frecuente, de la misma forma que lo fue durante la Gran Depresión del siglo XX.

Sobre la base de lo anterior se observa que el proceso de producción de riqueza, el trabajo productivo por su contenido, a menudo el trabajo más duro y menos valorado, es desplazado progresivamente a los hombros de los habitantes de la periferia, ya sea en sus propios países, con sus propios recursos naturales, o como inmigrantes en los países centrales. Al mismo tiempo, en los países ricos, durante la era neoliberal, se ha desarrollado el trabajo improductivo y a menudo parasitario en el sector financiero, en cuyos sectores se concentra más la población no migrante con una fuerte presencia de blancos.

La globalización neoliberal ha sentado las bases de una era de un capitalismo de bajos y decrecientes salarios a nivel mundial, de progresiva concentración de la riqueza, de exclusión universal; pero, con una nueva gran depresión, también ha creado la base objetiva de una amplia rebelión más allá de las particularidades y, como observamos últimamente, incluso más allá de las fronteras. Durante la pasada década, los Foros Sociales Mundiales han sido el escenario de encuentro de fuerzas sociales críticas a nivel mundial. De aquí han salido alianzas y formas de integración entre movimientos más allá de las fronteras. Ha faltado, sin embargo, el proceso de pasar del diálogo a la acción política. Sobre todo lasorganizaciones no gubernamentales (ONG) del Norte, no han logrado cuestionar el propio sistema en sus raíces. Pareciera que la Gran Depresión del siglo XXI podría cambiar esto. Una lucha más allá de las particularidades y de las fronteras constituye sin lugar a dudas un reto sin claro precedente histórico, pero creemos que la Gran Depresión podrá brindar una oportunidad histórica para ello.

En este contexto, personajes críticos a nivel mundial como Samir Amin (2006), plantea que se está dando una coyuntura propicia para crear una Nueva Internacional en el estilo de la Primera, en tiempos de Carlos Marx y Federico Engels. Hoy, en efecto, vemos tenaces

luchas sociales en los propios países centrales. Protestas masivas acontecen no solo en Grecia, también en España y Portugal, entre otros. El pueblo islandés se ha levantado en bloque contra los banqueros especuladores, con muestras de una democracia participativa. La lucha deja de ser nacional, pues en un mismo momento histórico afecta a muchos pueblos. La posibilidad de una lucha común de trabajadores de todo el mundo contra el capital global y especulativo, dejará de ser una mera ilusión durante la Gran Depresión del siglo XXI.

Este proceso de unificación y solidaridad de movimientos sociales más allá de las particularidades, fronteras y continentes es esperable con la profundización de esta Gran Depresión. Pero no será un movimiento sin contramovimientos. Cuanto más profunda sea la crisis del capital, tanto más la élite dominante buscará dividir a la clase trabajadora mediante el racismo, el sexismo, la xenofobia, la religión, las ideologías, y otras formas de división. Con eso procurarán apelar al sálvese quien pueda, indicando que unos, de cierta raza, nacionalidad, cultura, tienen más derechos de estar en este mundo y de salvarse ante la crisis que otros. Especialmente en los países centrales, se fomenta la ideología de que los elegidos del centro tienen más derecho de estar en este mundo que pueblos enteros en las naciones periféricas. Allí estas fuerzas reaccionarias podrían alcanzar un grado creciente de difusión, el cual se manifiesta con el resurgimiento del neofascismo. Sin embargo, dentro de estas naciones existen asimismo claras líneas de exclusión, por lo que no habrá salvación para las llamadas minorías. La élite banquera está dispuesta a salvarse a costa de las grandes mayorías en tierra propia. Estas, al percatarse de que en ese sálvese quien pueda muchos de ellos no se salvarán, podrían inclinarse a luchar por otro mundo donde también ellos quepan en equidad y justicia. Esta lucha, al darse en muchos lugares al mismo tiempo, podría originar una Nueva Internacional. Es ahí donde los migrantes procedentes de los países periféricos podrían ser el cemento para una lucha más allá de las fronteras entre Norte y Sur.

Las fuerzas de solidaridad y de integración de la clase trabajadora y ciudadanos de diferentes estratos sociales tienden a ser más grandes ahí donde el sálvese quien pueda se vislumbra con más dificultad como alternativa, esto es, en la periferia. No es de extrañarse, por tanto, que el proceso de desconexión de la globalización y la búsqueda de alternativas soberanas y autocentradas esté ocurriendo en países periféricos, con América Latina a la cabeza. También en los países periféricos habrá movimientos fascistas, pero carecerán de sustento popular. Por otra parte, en la periferia de los propios países centrales, como los de Europa del Sur, hay más posibilidades de ruptura por una búsqueda de alternativas más democráticas que en países más centrales como Alemania o los EE. UU, donde las tendencias reaccionarias podrían contar con una base social más amplia. El rechazo popular en Holanda y Alemania a ayudar a Grecia ante la amenaza de una bancarrota son un claro ejemplo de esa ideología del sálvese quien pueda. Mientras, la lucha social en Grecia adquiere dimensiones cada vez más masivas.

La búsqueda de alternativas más democráticas se observa hoy de manera particular en América Latina. Es el continente con más referendos en el último decenio. En Francia y Holanda, lo intentaron una vez en torno a la Constitución europea. Al empoderarse el pueblo y pronunciarse en contra de la iniciativa, la democracia participativa resultó ser contraria a la institucionalidad existente. La democracia formal, sin contenido, es más gobernable para las élites en el poder. Los países donde los referendos y las constituyentes realmente mueven hacia un cambio por la democracia participativa, como Bolivia, Ecuador o Venezuela, no son funcionales para tales élites. Con todo, es precisamente ahí donde, por el momento, más se percibe el sujeto de cambio de esta época.

En Bolivia, uno de los países donde más líneas de exclusión se han juntado en la historia de los últimos siglos, la tesis del sálvese quien pueda no salvaría a las inmensas mayorías. En tales circunstancias prevalece el yo no soy si tú no eres. Esta alternativa solidaria y comunitaria constituye la base social en un proceso de transición. La periferia se vislumbra entonces como región estratégica en una transición hacia el poscapitalismo. Esto tiene implicaciones directas para los países centrales y de bumerán, de nuevo, para los periféricos. Sin embargo, no podemos ocultar los grandes riesgos de los países periféricos al no estar exentos de eventuales ataques desde el Norte al amparo de la doctrina de la guerra preventiva.

2. Lo extraeconómico triunfará sobre lo económico

La mencionada nueva división mundial del trabajo, que implica un traslado paulatino del trabajo productivo hacia los países periféricos, no elimina el histórico saqueo de materias primas y recursos naturales, ni deja de lado la agricultura de plantaciones multinacionales para la exportación. Al contrario, la búsqueda de recursos naturales de todo tipo se vuelve más agresiva, al existir una competencia creciente debido al avance de las economías emergentes en un ambiente de una mayor escasez relativa de los propios recursos. Dichos recursos naturales no solo tienden a escasear, sino que sus reservas actuales se concentran en los países periféricos. Lo mismo pasa con la mano de obra más barata. Estas dos condiciones, mal llamadas extraeconómicas, son fundamentales para garantizar una mayor expansión del capital en la esfera productiva en general. Por ende, las naciones periféricas serán el centro futuro del trabajo productivo por su contenido, aunque sea de manera temporal a la vez bajo forma capitalista de producción.

Estos llamados factores extraeconómicos colocan en ventaja relativa a los países emergentes sobre los centrales. Con ello, la lucha y las guerras por los recursos naturales siempre más escasos se han intensificado en los últimos años, y se intensificarán en el futuro. De nuevo existen tendencias neocolonialistas que ocupan territorios militarmente, sea por golpes de Estado como en Honduras, a partir de terremotos como en Haití, o por medio de las élites reaccionarias locales como en Colombia. Una transición al poscapitalismo implica además, por consiguiente, una lucha por un cambio profundo en las

relaciones de poder existentes entre el centro y la periferia. En realidad, las guerras por los recursos naturales tienden a ser perdidas con creciente frecuencia por los países centrales en general y los EE. UU. en particular, como ha sido el caso de Vietnam en el pasado reciente y son los casos actuales en Iraq y Afganistán. Los pueblos pobres de la periferia, acostumbrados a todo tipo de privaciones, poseen más capacidad a la hora de la resistencia prolongada en defensa de su propio territorio y libertad. Sus luchas son materia de sobrevivencia, algo que puede ser más poderoso que grandes ejércitos dotados de moderna tecnología. Esto no elimina el que hoy exista una verdadera amenaza a nivel geopolítico y militar.

A lo largo de este estudio nos hemos referido a un conjunto de situaciones críticas que convergen en el siglo XXI y lo caracterizan como una crisis de la civilización. Hemos abordado hechos y peligros de la presente coyuntura. Uno de ellos la posibilidad de que, ante una situación compleja de crisis múltiples, las élites dominantes lancen al mundo a un conflicto militar mayor o a una nueva guerra fría como telón de fondo, más peligrosa que la anterior por el actual avance de la tecnología militar y de los armamentos en poder de las grandes potencias, o a una cadena de acciones bélicas en distintos lugares. Lo más preciado que tenemos como humanidad es la vida, y lo es más en la medida en que pueda desarrollarse como sujeto colectivo en paz, con libertad, justicia y dignidad. Frente a esto, se ha desarrollado al extremo una lógica de antivida, vinculada a la ganancia a ultranza y que ha tomado el comando de los asuntos mundiales más importantes.

La lógica original que alimentó a la humanidad para vivir en sociedad fue la unidad y la solidaridad para sobrevivir frente a la naturaleza para aprovecharla mejor para su bienestar, seguridad y progreso, y para reproducirse como comunidad y especie. Es también la racionalidad de la sociedad que reivindican los movimientos sociales de hoy, aunque, claro está, a un nivel superior de las fuerzas productivas y su consecuente bienestar material. La lógica que alimenta a los banqueros, a los dueños del complejo militar industrial y corporaciones es una muy distinta la codicia y la ambición de acumular dinero y poder, idealmente sin el uso de la fuerza de trabajo. Esta es una contradicción cada vez más abismal de cara a la actual crisis de la civilización. O triunfa la lógica de la ganancia sin límite de unos pocos a costa de todo y todos, o triunfa más bien el derecho a la vida misma, tanto humana como natural.

Opinamos que, frente al aumento de la escasez de recursos naturales, una medida ineludible, a corto o mediano plazo, será que los países centrales comiencen a prolongar la vida media de los productos en general. De esta forma, la riqueza creada de año en año disminuirá en términos de dinero; sin embargo, la misma riqueza como valor de uso nosacompañará más tiempo. Al conservar más la riqueza existente, es decir los valores de uso, el bienestar genuino se incrementará aun cuando la velocidad con la que nueva riqueza sea creada de año en año disminuirá. Con ello, la economía decrecerá en términos de dinero. Esta nueva racionalidad conlleva un uso más racional de las reservas naturales del planeta

al disminuir el derroche de las mismas. Por tanto, en vez, de contabilizar la riqueza como aquel volumen de producto generado cada año en términos de dinero (crecimiento económico en términos monetarios), se pasaría a ver la riqueza como el producto generado que realmente satisfaga las necesidades de la comunidad y una riqueza materialque nos acompañe más tiempo (Campanario s/a).

En lugar de visualizar el crecimiento económico como supuesta condición de mayor bienestar, pero en beneficio del interés privado, se pasa a abordar el bienestar genuino que nos den aquellos valores de uso demandados por las mayorías a través del tiempo. Así pues, el valor de cambio individual de la riqueza pierde terreno a favor de su valor de uso para la comunidad. La durabilidad y utilidad de las cosas que nos acompañen, esto es su valor de uso, empieza a predominar sobre la cantidad de dinero de cosas que se vuelven a producir y vender cada año. Con la disminución de la riqueza creada de año en año, el crecimiento económico se torna negativo y con eso se agota el espacio histórico del capital y, en primer lugar, el del capital financiero. En tal escenario nos encontraríamos en camino hacia el poscapitalismo y el entierro del capital financiero, con lo que quedaría claro que las fuerzas más reaccionarias se hallan precisamente en el club de la élite bancaria y financiera.

Esta contradicción, entre la necesidad de una economía que reafirma la vida y la de salvar la racionalidad del capital a toda costa, está llegando hoy a niveles extremos que apelarán al mecanismo primario instintivo más importante del ser humano: su sobrevivencia como personas, grupos sociales, naciones y hasta como especie. Es una contradicción a la que el papa Juan Pablo II se refirió como el capitalismo salvaje que confronta a una exigua élite de poder en contra de los intereses de la humanidad entera, por encima de nacionalidades, razas, religiones, clases sociales e ideologías. Son dos grandes fuerzas: el poder salvaje de la barbarie a partir de una acumulación especulativa y parasitaria de dinero, en contra de una economía que reafirma la vida de las mayorías como seres humanos dignos y en plena armonía con la naturaleza. Esta contradicción estará en juego en el siglo XXI, y de su desenlace dependerán la sobrevivencia y la calidad de vida de las grandes mayorías. No podemos asegurar con certeza que ella desembocará o no en una gran guerra o en muchas más guerras menores, pero sí podemos coincidir con la frase de Albert Einstein que encabeza el siguiente apartado.

3. Las amenazas frente a un cambio de civilización

No sé con qué armas se luchará en la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta se peleará con garrotes y piedras…

Albert Einstein.

No nos es posible concluir que el capitalismo bajo hegemonía estadounidense, a pesar de las crisis, esté en un punto irremediablemente sin salida. En el pasado, el capitalismo demostró gran habilidad para adaptarse a nuevas situaciones, aunque siempre con costos crecientes para la mayoría de la humanidad y con una mayor concentración de poder. El capitalismo podría eventualmente recomponerse, si bien el costo sería más pérdida de libertad, democracia, justicia y equidad entre la inmensa generalidad de los seres humanos, incluso en los países centrales. Una militarización del mundo entero, con represión y neofascismo a escala mundial, y un control de todos los recursos bajo un esquema de dominio centralizado, podrían ser parte de esa salida.

Dos tendencias geopolíticas pugnan por abrirse paso: una conduce hacia la reorganización multipolar del mundo, y otra a la profundización del control unipolar sobre la base del poder militar de los EE. UU. Esta última se caracterizaría por costos improductivos ascendentes con un simultáneo descenso en el ámbito productivo, vale decir, la fase decadente de toda civilización. Sería una fase con resistencia de los pueblos por todo el globo, incluyendo a los estadounidenses. Las alternativas justo luchan por la vía opuesta: desconcentración del poder y la riqueza, para empoderar a los pueblos y mejorar la calidad de vida en una sociedad donde el principio de la cohesión sea la solidaridad. Esto implicaría redistribuir y democratizar el poder hoy concentrado en una élite muy pequeña, devolviendo a las sociedades su condición de sujeto de la historia antes que objeto y víctima de ella.

4. Los límites de un poder sostenido sobre bases improductivas

Desde el descubrimiento de América y en apenas cien años, el 90% de la población indoamericana fue exterminada, al tiempo que el oro y la plata arrebatados a las poblaciones originarias fluyeron en grandes cantidades al Viejo Continente, proporcionando la acumulación originaria que dio origen al capital productivo en la Revolución Industrial. Las monarquías del continente, y de modo especial en España, se dedicaron más al consumo suntuario e improductivo basado en las riquezas arrebatadas a los aborígenes americanos, a África y a Asia, al tiempo que provocaron ahí una catástrofe económica, humana y demográfica, así como un movimiento de migración forzosa y masiva hacia América. El hambre, la peste, las guerras, el derroche improductivo, conspiraciones entre la nobleza europea, presiones fiscales, deuda, manipulación de las monedas estuvieron en el orden del día en Europa. El consumo improductivo y suntuario de las cortes españolas condujo al hundimiento de ese imperio durante la gran crisis del siglo XVII. Sin embargo, la inversión productiva inherente a la revolución industrial provocó gran auge en Inglaterra, y más tarde se extendió por el continente europeo y los EE. UU.

El colonialismo, primero, aseguró el saqueo y la transferencia permanente de riqueza del Sur al Norte, acumulación originaria que permitió financiar en gran parte el desarrollo de los países ricos y sus adelantos en todos los campos. Pero si bien el capitalismo tuvo un

desarrollo netamente productivo, hoy se encuentra en una fase siempre más improductiva y parasitaria. Hacia el final de los años ochenta del siglo XX y de cara al progresivo deterioro económico en los países centrales, un nuevo período de reneocolonización se inició con apoyo de instituciones salidas de Bretton Woods (Organización Mundial de Comercio -OMC-, Banco Mundial, FMI, etc.). Es el período de la globalización neoliberal que ha originado un capitalismo especulativo y parasitario a escala global, que procura dominar el ámbito productivo en general y los países periféricos en particular.

Hoy, poco más de mil personas poseen capitales superiores a los US$ 10.000 millones, frente a más de la mitad de la población mundial que vive en pobreza y más de 1.000 millones de personas que sufren hambre. No es ninguna abstracción pensar que, con una concentración aún mayor de la riqueza y con más guerras, en un corto plazo, la mitad de la humanidad pueda estar en peligro de extinción por hambre. Incluso con la barbarie y eliminando a la mitad más pobre del planeta no se resolverían los problemas del sistema, pues, como hemos afirmado, estos pueblos no son los responsables del agotamiento de los recursos naturales ni de la contaminación; más bien, con su fuerza laboral, los países periféricos son el nuevo polo donde se concentra el trabajo productivo. La casi desaparición de los indígenas americanos no salvó del hundimiento al Imperio Español, ya que acabó con la fuerza productiva más importante: el ser humano.

El capital comercial y financiero existió antes del productivo. El capitalismo comercial holandés y su acumulación no condujeron a una revolución industrial en Holanda, sino que financiaron en forma parasitaria el capital productivo en Inglaterra que luego se impuso sobre el primero. Durante los siglos XVIII y XIX, el capital productivo reinaba sobre las anteriores formas históricas. Hoy, la situación se ha invertido de nuevo. Con el transcurrir del tiempo, y sobre todo en medio de las crisis, el capital bancario y financiero ha conformado una poderosa élite que, después de la Gran Depresión del siglo XX, estaba ya muy consolidada. En la actualidad, es un poder que influye en todos los asuntos de rele-vancia mundial y en los principales asuntos internos de los países. Sus intereses aparecen detrás de todas las guerras y crisis del siglo XX, del complejo militar industrial, de los conflictos actuales, de la política de dominación global, de la ingobernable masa de capital ficticio creada, del consumismo, endeudamiento masivo y deterioro del planeta y en consecuencia, de la crisis del siglo XXI.

Al respecto, Richard K. Moore (s/a) expresa: “Familias de banqueros como los Rothschild y Rockefeller han llegado a dominar los asuntos económicos y políticos del mundo occidental”. En el año 2005, las 450 Personas, familias o corporaciones más ricas controlaban más del 60% del producto bruto mundial (PBM) y, por ende, el presente y futuro de más de 6.000 millones de habitantes del planeta. Según Moore, en el centro de la organización, se encuentran los directores ejecutivos (CEO) de las mayores empresas financieras y corporaciones estadounidenses en la poco conocida Mesa Redonda de Negocios (Business Roundtable), una organización de la élite económica de mayor poder e

influencia, que opera desde 1972. La Mesa Redonda, junto al llamado Consejo de Negocios (Business Council), es el corazón de la comunidad de corporaciones de los más ricos y ostenta el rol más poderoso dentro de una red de formación de políticas en los EE. UU. y a nivel internacional. El modo como operan se sintetiza en la siguiente figura:

Figura 1

5. La geoestrategia de la élite financiera en el pasado

Posiblemente de ninguna guerra moderna de alguna importancia estuvo ausente el sector de banqueros y corporaciones transnacionales, financiando algún lado del conflicto, a menudo ambos bandos, destruyendo países enteros, arrastrando a millones de seres humanos a la muerte y finalmente decidiendo quién era el triunfador. En efecto, financiaron a los dos bandos durante la Guerra Civil estadounidense; a la Rusia zarista mientras también apoyaban la Revolución Bolchevique; a ambos bandos durante la Primera Guerra Mundial; al nacional socialismo hitleriano al mismo tiempo que a los aliados que lo derrotaron, y así por el estilo con casi todas las guerras de los siglos XIX y XX. Son el principal componente de la élite de poderosos que deciden el presente y el futuro de la humanidad (Moore s/a).

A lo largo del siglo XX, todo un cuerpo teórico y geoestratégico fue desarrollado para justificar y avanzar en la concentración de la riqueza y el poder en pocas manos a nivel mundial. Halford John Mackinder, de origen inglés y padre de la geopolítica (1861-1947), estableció el vínculo entre la geografía, el ser humano y el entorno como base de la geopolítica. En su ensayo de 1904 The Geografical Pivot of History, describió el mundo como un sistema políticamente cerrado donde las naciones no pueden ignorar las incidencias en cualquier punto del globo, idea precursora de la globalización y del establecimiento de una política de guerra permanente como sistema en las relaciones internacionales. Mackinder sostenía: “Quien controle Europa del Este (Rusia) dominará el

Centro del Mundo (the Heartland), quien controle el Centro del Mundo dominará la Isla Mundo (Eurasia) y, quien domine la Isla Mundo dominará el mundo”.

El geopolítico estadounidense-holandés Nicholas Spykman aportaría después los conceptos de contención y Rimland, refiriéndose al anillo de países cercanos que, por su vecindad, tamaño, importancia, población y riquezas, pudieran ser susceptibles de alianza como la Unión Soviética, o posteriormente con Rusia y China. La política de contención sería más desarrollada luego por George F. Kennan, y serviría de base para impulsar la derrota soviética.

Las ideas de Mackinder se convirtieron en pieza clave de la política exterior británica a lo largo de la primera mitad del siglo XX y las dos guerras mundiales. Estas ideas no desaparecieron tras la Segunda Guerra; por el contrario, los EE. UU. las fortalecieron. Uno de sus fervientes defensores es Zbigniew Brezinsky, actualmente asesor en política exterior del presidente Barack Obama, quien ha preconizado la utilización de Europa y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como punta de lanza para cercar a Rusia y a China. Sobre esta base, se legitimó ante la gente el negocio de la Guerra Fría: el temor al comunismo.

Eurasisa: Hearthland y Rimland(El centro del mundo y el vecindario)

Eliminado el pretexto ideológico con el derrumbe del campo socialista, es ahora más claro que el objetivo de una nueva guerra fría sería impedir la expansión o las alianzas entre Rusia, China, Irán o con otros países de Asia y más allá; y asegurar un corredor de entrada por Asia Central hasta Siberia para posesionarse de las riquezas minerales y energéticas de esta región del mundo. Como dijimos, la política recomendada por el asesor Brezinsky ha sido el cerco sobre Rusia y China.

Una alianza del triángulo Rusia, China, Irán, quizá India y otros, resulta inaceptable para los EE. UU., tal como lo es el tratado de cooperación de Shanghái. Esto convierte a Eurasia en el primer escenario de una gran guerra, o de muchas menores, en el marco de una nueva guerra fría impulsada por los EE. UU. y la OTAN.

6. La geoestrategia: presente y futuro

Los ricos campos de Siberia y Asia Central están en el ojo de los grandes capitales de Occidente. La estrategia estadounidense actual conduce a dividir a Rusia y China para acabar con su competencia en el plano económico y militar, y prevenir posibles alianzas con países europeos. Esta estrategia, sin embargo, presenta variantes sumamente peligrosas, como la actual instalación de armamentos de los EE. UU. lo más cerca posible de la frontera entre Rusia y China para poder asestar un primer golpe nuclear, el llamado first nuclear strike. La reinstalación de una nueva guerra fría está tras las entregas masivas de armamentos y planes para instalaciones de misiles, supuestos interceptores, y la provocación de conflictos con los vecinos de estos países han suscitado fuertes, reacciones.

Moscú ha manifestado preocupación por la expansión de la OTAN con sus bloques militares cada vez más cerca de las fronteras de Rusia. Se informa que los EE. UU, además de sus escudos antimisiles en Europa Oriental, ha instalado unas 480 B61 bombas termonucleares en cinco estados no nucleares: Bélgica, Alemania, Italia, Holanda y Turquía (Chossudovsky s/a). Sobre esta base, Rusia anunció, en febrero de 2010, que recurrirá a armas atómicas si se ve amenazado, que responderá militarmente ante cualquier ataque a sus aliados y que considera legítimo utilizar sus Fuerzas Armadas fuera de sus fronteras para defender los intereses rusos. Criticó asimismo la aspiración de dotar al potencial militar de la OTAN de funciones globales ejercidas en violación del derecho internacional (EFE 2010).

El paso a la acción no se hizo esperar. Primero, Rusia amenazó con instalar sus misiles nucleares en Kaliningrado, en la frontera con la UE. Por su parte, Rossiyskaya Gazeta (2010) informó acerca de un regimiento de defensa antiaérea emplazado recientemente en las afueras de Moscú, y presentó a los periodistas como verdadera obra maestra de los armeros rusos el sistema antiaéreo S-400, que “no deja pasar ni una mosca”. En Europa, cundió el nerviosismo, porque no quieren ser la puerta de entrada de otra guerra mayor. Pascal Mallet (2010) informó que los aliados europeos de la OTAN estaban urgiendo al presidente Obama a retirar sus armas nucleares de Europa. Además, Bélgica, Alemania, Luxemburgo, Holanda y Noruega demandarían el próximo retiro de las cabezas nucleares mayormente instaladas en Italia y Turquía.

7. El lugar y el rol estratégicos de América Latina y el Caribe

América Latina y el Caribe son hoy de una enorme importancia estratégica para los EE.UU, igual que lo fueran durante la Segunda Guerra Mundial, porque son su principal reserva estratégica segura de cara a la aventura militar de envergadura que se plantea en Eurasia. Nuestra región posee los climas necesarios para cultivar todos los alimentos que existen, así como amplias reservas de hidrocarburos, minerales, agua y de la biodiversidad que aún queda en el planeta. A principios del año 2008, los EE. UU. desplegaron su Cuarta Flota en mares latinoamericanos y caribeños, lo que sin duda representa una amenaza a su seguridad y a la de sus recursos naturales. La región se ha visto empujada a adquirir e invertir en nuevos equipos y tecnología militares y, por tanto, a derivar valiosos y necesarios recursos productivos para nuestros pueblos hacia el sector improductivo de armamentos. Esto, en última instancia, únicamente beneficia al complejo militar industrial occidental.

Frente a esta situación, resulta estratégico que los pueblos y gobiernos latinoamericanos y caribeños preserven esta región como una zona de paz alejada de los conflictos militares de los EE. UU. y de otras naciones. Por esta razón, su lucha principal debe orientarse a impedir la militarización y la intervención estadounidense en ella, como una mecida de sobrevivencia de todos, con independencia de su pensamiento político, credo religioso o posición social. Esto implica impedir una nueva era de autoritarismos y avanzar en la construcción de un sistema basado en libertad, paz, democracia y justicia social. Ha llegado el tiempo para América Latina y el Caribe en que todas las fuerzas sociales se sienten a construir un proceso de unidad en la diversidad, comenzando con la integración regional y los mecanismos que ello implica.

En los últimos años, hubo claros avances de unidad e integración latinoamericana y caribeña en materia de soberanía, como el rechazo unánime a la presencia de la Cuarta Flota en sus mares; la unidad de todos los gobiernos en rechazo del golpe de Estado en Honduras; el rechazo a las bases militares estadounidenses en la región; además de propuestas que surgen en el ámbito civil como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y otros foros regionales, la reciente propuesta de una Organización de Estados Latinoamericanos sin los EE. UU. ni Canadá hecha en Cancún (México), representan a nuestro modo de ver avances notables en el camino de la integración para la sobrevivencia y deben ser estimulados por todos los pueblos y las fuerzas sociales y políticas regionales. Este camino conduciría a la desconexión de un proceso de globalización en función de intereses ajenos, con un proceso de reconexión sobre reglas de juego diferentes que apunten a la autodeterminación, lo que permitiría -si bien todavía no garantizaría- una reconexión con intereses de los propios pueblos latinoamericanos y caribeños.

Es recomendable no caer en la trampa de entrar en una carrera militarista ni en la militarización del continente. Lo recomendable es una defensa con baja inversión en armamentos, con unidad continental y métodos no convencionales. Con eso sería posible

dar una respuesta adecuada ante cualquier agresión. La inmensidad del territorio facilita su autodefensa, pues no ha sido inventado aún el método militar para controlar un territorio nada más con aviones, barcos y bombas. Esto se demostró antes en Vietnam y Nicaragua, y se comprueba ahora en Iráq y Afganistán. Toda presencia militar estadounidense en nuestros territorios y mares es altamente peligrosa y debe ser rechazada, porque resta fuerza a la autodeterminación; y ante la eventualidad de una gran guerra, aquel país latinoamericano y caribeño con una base militar de los EE. UU. se convierte en objetivo de ataque eventual, incluso con armas nucleares, sea por parte de los enemigos de ese país, sea por parte del terrorismo internacional. Por esto, es preciso generalizar la lucha sostenida y unificada contra toda base militar estadounidense y toda intervención extranjera en los asuntos internos en la región, así como exigir el retiro de las flotas ajenas de sus mares. Es preciso responder como región frente a cualquier agresión externa, amenaza o intervención. Para eso es oportuno crear mecanismos regionales propios para la solución de conflictos, sin intervención extrarregional.

Llamamos a los líderes latinoamericanos y caribeños a cobrar plena conciencia del actual momento histórico, y a no caer en la tentación de retóricas o confrontaciones innecesarias, o en manos de la ambición o del autoritarismo. La libertad, la justicia y la democracia integral no son negociables, ya que constituyen un preciado patrimonio conquistado por nuestros pueblos. Nuestra lucha, la de los pueblos, es por la vida misma, y ello demanda en primer lugar la lucha por la sobrevivencia de todos. En medio del sálvese quien pueda extremo, con amenazas de una gran guerra, más que nunca se revelará la necesidad de la ética: yo solo soy si tú eres. Terminamos recordando de nuevo la frase de Julio César, divide y vencerás, como el lema de los dominadores, con la intención de destacarla como antítesis de los pueblos en busca de su libertad y autodeterminación: únanse y vencerán.

A manera de conclusión, hemos tratado de describir las principales crisis de la época que vivimos y sus peligros, desde una óptica realista. Las diversas crisis simultáneas, a nuestro modo de ver, no simplemente convergen en una crisis más del sistema capitalista, sino en una crisis de la civilización. No ha sido nuestro propósito criticar a ningún país, gobierno, raza o grupo social, pero sí hacer un llamado de atención documentado sobre el poder destructivo de una minúscula élite mundial, cuya codicia ha llevado al mundo al punto en que nos encontramos, y el peligro que representa al concentrar y administrar la mayor parte de la riqueza y el poder para su exclusivo beneficio. Hasta los años ochenta, había dos opciones principales: el socialismo del siglo XX o el capitalismo del siglo XX. La primera se hundió con la caída del campo socialista, y la segunda se está hundiendo con la actual crisis de la civilización. Emerge el enorme reto de construir una opción alternativa para la humanidad sobre la base de valores que reafirmen la vida misma de las mayorías. Para ello no sirve revivir modelos superados ni un sistema preconcebido. Una cosa que queda de la historia pasada es el deseo de la inmensa mayoría de la ciudadanía mundial de vivir en paz con libertad, justicia, respeto mutuo y democracia integral. Pensamos que esto es posible y a eso debemos dedicarnos con decisión.

Bibliografía

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ROSSIYSKAYA GAZETA2010 s/t. En Rossiyskaya Gazeta [Moscú]. RIA Novosti, 19 de febrero.

Postfacio ¿Cómo salvar a los pueblos y no a los banqueros?

Wim Dierckxsens

Hacia fines de julio de 2011 se vislumbraba por primera vez ante el público la amenaza de una bancarrota no solo en los países periféricos o en uno que otro país europeo, sino hasta en los propios EE. UU. Con ello el pánico se hace presente, el precio del oro se dispara y se anuncia cada vez más la llegada de una nueva gran depresión. No estamos entonces ante una nueva recesión o doublé dip, como aún nos hacen creer los medios masivos corporativos sino ante la Gran Depresión del Siglo XXI. Hasta los mismos datos del Bureau of Economic Analysis (BEA) de EE. UU, reajustados en 2011, el PIB norteamericano sufrió en el último cuatrimestre de 2008 una contracción de 8.9%. Según datos del mismo bureau, que suelen ser reajustados hacia abajo, el año 2009 mostró un crecimiento negativo de 3.5%. Los datos del PIB por persona y ajustados por inflación, muestran que EE. UU. está en recesión desde el segundo semestre de 2005 (The Economist, 6 de agosto de 2011; p.28). Las causas de esta depresión las tenemos que buscar más atrás en el tiempo.

Desde finales de los sesenta del siglo pasado la tasa de ganancia descendió en la esfera productiva visto por su contenido. Bajó, en otras palabras, en aquellos sectores donde se genera valor y plusvalía. La razón es que desde la segunda guerra la vida media del capital fijo se ha reducido paulatinamente a tal grado que el costo de la renovación tecnológica no puede ser compensado por una rebaja aún mayor en el costo del trabajo al emplear esa tecnología. Por tratar de obtener la tecnología de punta en la competencia, se reduce su vida media y por ende, la tasa de beneficio. Desde entonces el keynesianismo está en crisis y surge el neoliberalismo. Es la hora de buscar mano de obra más barata fuera de los países centrales y/o importar mano de obra barata desde países periféricos. Al flexibilizarse el trabajo con ello mundialmente, el ejército de reserva adquiere escala mundial. Con ello aumentó el grado de explotación en la economía real. No se observa en los países centrales un vuelco del capital hacia la esfera productiva, sino el capital busca a toda costa abandonar esa esfera productiva.

Cada vez más capital se refugia en el mundo fantástico de la auto-expansión del dinero. Es decir busca realizar su ganancia y acumulación en el ámbito especulativo e improductivo desde la óptica del contenido. Las ganancias aquí obtenidas tienden a ser más elevadas pero no contribuyen a aumentar la riqueza real. Son títulos que reclaman participar en la riqueza real generada pero sin crearla. Es capital ficticio con ganancias ficticias se desarrollan como formas de apropiación y concentración de la riqueza real generada a nivel mundial. Las ganancias así obtenidas reflejan la lucha por el reparto de la masa de plusvalía generada sin que la misma aumente. Lo anterior demanda una política de desregulación neoliberal.

En la era neoliberal, se inició a partir de los años setenta, una desregulación del sistema financiero. Las medidas adoptadas promovieron el desarrollo exponencial de la banca de inversión y de nuevos instrumentos financieros (derivados). Con ello se generaron grandes redes financieros sin controles ni trabas jurídicas o fiscales. El capital financiero recurre durante las últimas décadas a la expansión exponencial de crédito para financiar sus apuestas a futuro. Lo anterior se traduce en una expansión exponencial de títulos en los mercados financieros, sostenida por una pirámide inversa de crédito, sin mayor crecimiento en de la riqueza real en la base. En otras palabras, con el neoliberalismo, entramos a una economía de casino cada vez más global. En tanto la perspectiva de apropiación y concentración de la riqueza real existente se mantenga, el crédito servirá para financiar ese movimiento especulativo. Este espiral alcista no solo genera ganancias (ficticias), sino son una palanca para la apropiación cada vez más global de la riqueza mundial real.

El tamaño actual de la pirámide invertida de títulos construida sobre la base cada vez más angosta de riqueza real evidencia la magnitud del capital ficticio y de sus ganancias ficticias. El Bank for International Settlements (BIS) en su Quartely Review de junio de 2011, reportaba haber recibido datos bancarios hasta diciembre de 2010 por un total de 601 billones de dólares en derivados emitidos. Este monto es más de diez veces el Producto Mundial Bruto. Esta cifra subestima el total realmente emitido según autores como Trace Mayor (The great credit contraction), quien estima la magnitud de los derivados emitidos en 30 veces el PIB mundial. La estrategia del desarrollo de esta gigantesca pirámide invertida que parece una locura, es construir palancas para acaparar una parte creciente de la riqueza global generada. Tratase de una política de subordinación a las redes financieras globales no solo de países periféricos como los latinoamericanos, sino como proyecto final, incluso hasta potencias como la Unión Europea y los EE. UU.

La creación de la zona euro y a la Unión Europea es una política para no ser absorbidos por los tentáculos de esos pulpos financieros. La actual amenaza de bancarrotas de estados en la Unión Europea y hasta de EE. UU. parece revelar que ni siquiera los imperios económicos podrán escaparse a los tentáculos de la Red Financiera Global. Su unidad central se encuentra en los Fondos Financieros de Inversión Global (FFIG) y donde las gerencias estratégicas se encuentran en la banca grande, la gran industria, el gran agro, etc. Es una red diversificada que opera con un máximo de anonimato y clandestinidad donde se controla y se disputa el control de las principales multinacionales, transformándoles en redes financieras globales (Vea, Formento y Merino; p.118). Estas redes operan como “Estados Privados sin fronteras ni ciudadanos” que no rinden cuenta de nada a nadie (Vea Dierckxsens, 2011; 104-108 y 152-155).

El espacio nacional norteamericano deja de ser punto de partida del gran capital financiero global en la lucha por el nuevo orden global. Este capital deja de tener un compromiso con los ciudadanos de países centrales con larga historia socialdemócrata. La FFIG es el actor central actual y tiene la pretensión de agenciar, es decir, de ser sujeto social para crear un

Estado global sin compromiso con nación alguna ni con sus ciudadanos (Vea, Formento y Merino, Crisis financiera global, 2011; p. 118-19).

La red financiera global desarrolla una guerra de clases desde arriba a nivel global. Sin embargo, su dilema es volver a la esfera productiva con una tasa de beneficio atractiva. Cuanto más se desarrolla el pirámide invertido de crédito, más se manifiesta la dificultad de poder reconectarse el capital con el sector real de la economía. El arma del crédito perpetuo podrá apuntar así contra el propio capital el cuál se destruye con su propia arma como señalaron Bonefeld- Holloway en 1995, pp. 8 y 20-22). La prolongación de la actual depresión y su posible desenlace no solamente podamos ver como una amenaza, sino también constituyen un mensaje de esperanza. Las recesiones se están haciendo cada vez más largas y profundas afectando a los pueblos en cada vez más lugares. Como observamos en el año 2011, la guerra de clases desde arriba y sin fronteras ha generado como respuesta una lucha de clases sin fronteras desde abajo.

La lucha por la configuración del orden mundial en la actual crisis

La actual crisis es la expresión de una lucha por el re-reparto de la riqueza global. Este reparto ya no supone el control de territorios geográficos como fue el caso en las anteriores guerras mundiales. El capital financiero global guerrea por más áreas de influencia para instaurar un orden global bajo su hegemonía con la creación de un Estado global. Tratase de gerenciar como sujeto social una nueva forma de organizar las relaciones de poder a nivel mundial. Esta crisis, contradictoriamente, abre espacios para que surja un sujeto popular sin fronteras. Una rebelión cada vez más globalizado podrá generar un sujeto colectivo y agenciar un cambio civilizatorio. Asimismo la crisis abre caminos para confrontaciones más abiertas entre grandes bloques capitalistas a fin de evitar quedar subordinados. Las mismas confrontaciones dan pie a restauraciones neoconservadoras para conservar su poder históricamente construido. Los movimientos xenofóbicos y el ascenso del neofascismo de hoy se basan sobre la exclusión ascendente, al igual que en los años veinte del siglo pasado.

Con la exclusión y el aumenta del ejército industrial de reserva hay pérdida de derechos económicos y sociales, es decir hay pérdida de ciudadanía. La exclusión ascendente en países periféricos tiende a generar rebeliones que suelen cuestionar el sistema excluyente vigente. En los países centrales, en cambio, reivindican hoy la legitimidad de la inclusión sin cuestionar el sistema. Con ello se propaga la legitimación de mi inclusión a costa de la exclusión de otros. Al sustituir una modalidad de exclusión, vía el mecanismo del mercado, por otra, vía la pertenencia o no a determinada condición cultural, racial, origen nacional, etc., se deshumanizan aún más las relaciones sociales. Históricamente, la burguesía, o fracción de ella, ha capitalizado con populismo las peticiones de inclusión corporativa en un Estado corporativo. La no exclusión de los ciudadanos elegidos de la nación dependía de la no exclusión de la burguesía no hegemónica en la competencia global. Los proyectos

fascistas populares se supeditan finalmente al proyecto burgués. Al producirse esto, aumentaba el riesgo de una guerra mundial. (Dierckxsens 2011; p. 159-165).

La imposición del poder global hoy responde a otra lógica. Lo más destacado en el análisis de Formento y Merino (pag. 58) es la afirmación que "para las redes globales se vuelve necesaria la superación de EE. UU. como única superpotencia mundial y avanzar hacia la nueva forma imperialista sin país central como potencia hegemónica excluyente [...]. En este sentido, EE, UU. ahora se convierte en obstáculo en su forma de país central hegemónico unipolar unilateral o trilateral para el desarrollo de los intereses angloamericanos globalistas. El bloque de poder anglo-americano-global cuenta con la fracción de capitales financieros transnacionales con redes de mayor desarrollo global como Citygroup, Lloyd's Bank, HSBC, la red Rotschild, Shell, Barclays entre otros. En términos políticos este grupo está mejor representado por los Demócratas desde la administración de Clinton y hoy en día con la administración Obama y Madame Clinton en primera línea.

Para las redes globales, siguen Formento y Merino, “solo debe haber colonias no países colonizadores; incluso estos mismos devienen en territorios a colonizar”. Tratase de un imperialismo desplegado en una red jerarquizada de ciudades financieras globales: Nueva York y la city de Londres como su eje central y con sus nodos locales en París, Tokio Shanghái, Frankfurt, Moscú Singapur, Hong Kong, Dubái, Abu Dabi, Bombay, Sídney, Johannesburgo, Sao Paulo, Buenos Aires, México, etc. Estas city's son los nodos principales de los que darían forma al Estado Global y donde la división global de trabajo asigna las funciones a cumplir en cada espacio regional.

A esta política hay oposición del bloque de poder americano dentro de EE. UU. Estas fuerzas conservadoras buscan mantener a toda costa la fortaleza del imperialismo norteamericano como potencia hegemónica. Para ello es preciso mantener el dólar como moneda mundial con lo que mantiene a la vez su poder militar. Precisa asimismo fortalecerse ante otros bloques. Este proyecto político si parte todavía de controles geográficos. Dentro de su lógica es preciso anexar América Latina a través de tratados de libre comercio (TLC's) y consolidar un plan de defensa continental. Los proyectos latinoamericanos tales como el ALBA, UNASUR o el Consejo de Defensa del Sur van en contra de dicha política. El despliegue de la Cuarta flota de EE. UU. coincidió con el proceso de conformación del Consejo de Defensa del Sur. En el mismo momento que se da el golpe de Estado en Honduras, a fin de quebrar las posibilidades de desarrollo de un bloque de poder suramericano autónomo, se instalan siete bases militares en Colombia para consolidar la plataforma del Pentágono.

Este bloque de poder americano apunta a la estrategia de un unipolarismo unilateral (Pentágono) o con bloques regionales con la primacía de EE. UU. (Breczinsky). Cada vez menos se logra consolidar este proyecto. Este bloque de poder cuenta con la fracción

financiera de JP Morgan, Bank of America, Goldman Sachs, los farmacéuticos, Exxon Mobil de Rockefeller entre otros y, esto junto con el Pentágono. En términos políticos este grupo fue mejor representado por los Republicanos bajo la administración Bush. La debilidad y retraso en términos económicos de esta fracción americana de poder fue compensada por la política militar. Después de perder las elecciones a medio término en 2010, el programa de línea anglo-americana-globalista encuentra serias dificultades de imponerse. Con ese empate se abre más el camino para una tercera fuerza conformada por los sectores populares avanzando hacia un proyecto no-imperialista (Vea Formento y Merino, pp. 63-79).

No se puede descartar de antemano que el capital hegemónico logre crear un Estado global, ni tampoco lo contrario. En las últimas décadas ya hubo una impresionante apropiación de la riqueza social por algunos pulpos financieros. Ya anexaron muchos países periféricos como los latinoamericanos y hoy apuntan sus armas contra la Unión Europea y hasta los propios EE. UU. Es mediante la multiplicación del capital ficticio de manera piramidal, como títulos o derechos sobre una fracción cada vez mayor de riqueza real producida año en año en el mundo, que se obtiene el control efectivo sobre su proceso de reproducción. Este poder trans-nacionalizado como Estado global busca la implementación de su propia moneda global y para ello está dispuesto a acabar no solo con el ámbito de influencia del Euro sino hasta con la hegemonía del propio Dólar (Vea Formento y Merino p. 21).

La crisis actual, entonces, no es solamente un caos económico o pánico que nos sobreviene, sino es el escenario de una puja de intereses por gerenciar los procesos económicos y políticos a escala mundial. Esta puja tendrá sus triunfadores y perdedores dentro y entre los propios poderes económicos. Al interior de los mismos EE. UU., se observa una puja de intereses económicos que hacen de la crisis financiera global una lucha política estratégica y que adquiere forma de guerra financiera-política-mediática. En medio de esta puja de intereses el bloque de poder financiero anglo-americano se divide en dos y su enfrentamiento se hace cada vez más profundo y global. Formento y Merino (página 9) señalan por un lado el bloque financiero americano yanqui más conservador en franco retroceso y el bloque de poder financiero globalista por el otro. El último busca crear un Estado global sin fronteras geográficas ni ciudadanos. El último bloque financiero se ancla en ningún territorio geográfico, es decir ni en EE. UU. Su territorio, más bien, es de ca-rácter social. Esla nueva “territorialidad social” supone y requiere una nueva forma de Estado: un Estado-red financiera global con soberanía sobre un territorio social.

Las características centrales que adopta el Estado-Red-Global puede resumirse así:a) Constitución de un Gobierno Global articulado a través del G-20 como ámbito del

multilateralismo unipolar. A ello se contrapone el multilateralismo multipolar que pretenden otros bloques de poder. Los últimos luchan por no ser subordinados. Podamos mencionar aquí los BRICS con cierta hegemonía china, la Unión Europea y UNASUR;

b) Un desarrollo de una red imperialista global conformada por una red de ciudades financieras globales como medio de territorialidad social. Su forma estatal lo constituyen las estructuras de gerencias estratégicas de la red de las city 's. Su cerebro son las redes financieras globales con los fondos financieros de inversión global (FFIG's). A esto se lo oponen los bloques de poder regionales mencionados arriba;

c) Dinero global electrónico a través de derechos especiales de giro (DEG's) del FMI u otras formas manteniendo siempre a las redes financieras globales como centro. Esta política implica la desaparición del dólar como moneda hegemónica y la desaparición de la Reserva Federal como banco central global. A ello se opone el bloque financiero norteamericano que busca mantener la hegemonía de su país.

d) Máxima liberalización del comercio mundial a través de la OMC;e) Desarrollo de Fuerzas Armadas Globales a través de la OTAN y los cascos azules

de la ONU; f) Democracia global virtual-ficticia, con mayorías desorganizadas y desmovilización,

o sea, ciudadanía global-súbito de la soberanía mediática financiera (Vea, Formento y Merino p. 57 y 58).

Los ataques especulativos en la crisis crediticia de 2007- 2008 estaban dirigidos a salvar los bancos en los países centrales debido a las deudas contraídas. Fue cuando los estados se endeudaron para intervenir con un plan de salvataje billonario. La segunda ola de ataques especulativos se dirige a las deudas públicas contraídas por los gobiernos de los países centrales. La importancia de las calificadoras de riesgo en esta ola especulativa es muy grande. Muchas entidades, como los fondos de pensiones, con inversiones billonarias, están atadas a las calificaciones de deuda y por reglamentación siguen automáticamente estas calificaciones. Al momento de bajar la calificación de la deuda de un país, la venta de bonos (obligaciones) es masiva y consecuentemente baja su precio al tiempo que aumenta la tasa de interés para contraer nuevos créditos. Estos nuevos créditos se obtienen bajo severas políticas de ajuste estructural bien conocidas en América Latina desde los años 80 del siglo pasado. Para que se instaure el Estado red-global precisa subordinar tanto la Unión Europea y su zona euro como EE. UU. y el dólar. Las (amenazas de) bancarrota son su arma. La depresión implica un creciente déficit reforzando las posibilidades de quiebra o bancarrota, como se dio en la Argentina de 2002.

Las fuerzas angloamericanas globalistas frente al euro

Hay tres grandes calificadoras de riesgo en el mundo: Standard & Poors, Moody's y Fitch Ratings. Fitch Ratings está relacionado con el Banco de Francia y Renault y opera más en consonancia con la política de Bruselas. La baja de calificación de la deuda griega tenía como objetivo dar un paso hacia una mayor centralización del gobierno europeo. La S&P con centro de operaciones en la city de Londres es parte de la red financiera más global que opera con Barclays, entre otros. Fue la primera en bajar la calificación de la deuda española

alentando el efecto contagio sobre toda la periferia europea. Sobre esta base comenzaron a montarse los ataques especulativos, centrados en contratos de seguros, o Credit Default Swaps (CDS), ante la eventual bancarrota de dichos países. Así logran encausar la llamada crisis europea y con ella la segunda ola de la crisis global de 2011.

CDS son derivados de créditos que actúan como si fueran pólizas de seguros ante el riesgo que un crédito (deuda pública en este caso) no se pague inducido por la baja en la calificación de riesgo y/o ante un eventual aumento en la tasa de interés debido a esa calificación. Los Credit Default Swaps e interest rate swaps son el mercado por excelencia de la city de Londres y Wallstreet. A través de los mismos se puede producir un golpe financiero a un país o incluso a varios países a la vez, como los mal llamados PIGS. El objetivo de los angloamericanos globalistas no necesariamente es forzar la bancarrota formal de los países en la periferia europea y que salgan del euro. Ello debilitaría la eurozona e implicaría grandes pérdidas para los banqueros alemanes y franceses. También podría implicar la detonación de todo el mercado de derivados antes de haber subordinado al dólar. Ello significaría una victoria del imperialismo norteamericano.

El rescate mediante el otorgamiento de dinero para cubrir el déficit con ajustes y privatizaciones sirve en el corto plazo al bloque europeo, pero a mediano plazo podría beneficiar a los globalistas. Mediante el plan de rescate de los PIGS, hay un aumento en la transferencia del riesgo de los países periféricos hacia los países centrales de la zona euro. Los pueblos de Alemania, Finlandia, Holanda, Austria y Francia entre otros, han de tributar dinero para estabilizar en apariencia a los países periféricos. En esencia han de salvar a los bancos franco-germanos y para ello el proyecto franco-alemana es trabajar hacia una integración fiscal de la Unión Europea. Ello implicaría la transferencia de impuestos de Norte a Sur. Esta transferencia ya encaminada, ha aumentado la resistencia popular en los países del Norte. He aquí el riesgo que los países del Norte de la zona salgan del euro.

El propósito final del proyecto franco-alemán es evitar quedar completamente subordinado al capital financiero global. En su enfrentamiento el proyecto franco-alemán es una política de ajuste-ahorro-inversión-producción-exportación-superávit. Para este proyecto, los europeos encuentran aliados tácticos en China y Rusia. Juntos formarían el Bloque Continental euro-asiático tan temido desde la primera guerra mundial. Con ello agudizan la contradicción no solo con las fuerzas angloamericanas globales sino también con los conservadores imperialistas de EE. UU. De ahí el traslado de la guerra de países petroleros hacia países que puedan impedir la integración de ese bloque. El mayor temor anglo-americano es que la zona euro se convierta en una gran Alemania, integrada para colmo con China y Rusia en el gran Bloque Continental euro-asiático. Los tambores de una guerra con China misma suenan cada vez más duros.

El objetivo del bloque continental euro-asiático es impedir la institucionalización del Estado global. La política es: a) que se profundice la brecha entre países con superávit

comercial y fiscal como Alemania y China frente a países con un déficit comercial y fiscal como EE. UU. y, b) que se profundicen medidas proteccionistas y de guerra económica entre bloques. Debido a la debilidad relativa de su sector financiero, los chinos y alemanes, profundizan la brecha para impedir ser subordinados, mientras las fuerzas angloamericanas se benefician con el negocio de la deuda y procuran así reducir la brecha. El eje franco-alemán prosigue un consolidar su bloque propio con una moneda fuerte e integración fiscal o sino quedan subordinados a las fuerzas angloamericanas (Vea, Formento y Merino, Ob. Cit.)

Las fuerzas angloamericanas globalistas frente al dólar

El objetivo estratégico del proyecto angloamericano global es hacer tambalear no solo al euro sino también al dólar. Fue finalmente hacia fines de julio de 2011 que S&P bajó por primera vez en la historia la calificación de la deuda estadounidense advirtiendo con ello sobre el riesgo de que la principal potencia del mundo no estará en condiciones de pagar todas sus obligaciones. Inmediatamente había pánico en el mundo entero. Los banqueros globales parecen estar destruyendo deliberadamente el sistema financiero actual y crean este efecto shock necesario para instaurar otro. En medio de este pánico los banqueros globales procuran lograr reemplazar al dólar y la Reserva Federal por una autoridad monetaria global dirigida directamente por banqueros globales liberados de todo control gubernamental hasta del norteamericano. (Vea John Truman Wolfe, A Greek tragedy, part III).

Moody's, la tercera calificadora de riesgo, está muy relacionado con Goldman Sachs y opera con el bloque conservador del imperialismo norteamericano más activo en la primera ola. En la segunda ola, la empresa calificadora apuntaba sus presiones hacia el bloque angloamericano-global, amenazando con las rebajas en calificaciones de deuda británica y de EE. UU. e incluso planteaban buscar la forma de incorporar a ambos países como parte de los PIGS (Vea, Formento y Merino, pp. 106-11). En el escenario de avance de las fuerzas globalistas, los polos de poder acorralados deben asegurar sus bloques. En este sentido, los sectores norteamericanos no globalistas necesitan que el dólar se mantenga como moneda internacional y de reserva, garantizar su dominio con el complejo industrial y militar, mantener, con el Pentágono, el control sobre Medio Oriente y sus reservas de petróleo y deben jugar a fondo en su intervención en América Latina. Esta fracción financiera retrasada del polo de poder angloamericano está anclada en el neoconservadurismo y es la fracción que lleva el conflicto más fácilmente al terreno del enfrentamiento político y militar. Estos sectores necesitan perpetuar el viejo imperialismo y despliegan una estrategia neoconservadora, fundamentalista, militarista y, por ende, neofascista.

A medida que se profundiza la lucha, la fractura se hace más visible favoreciendo el desarrollo de movimientos sociales con rasgos fascistas como el Tea Party. El

enfrentamiento al interior de los EE. UU. pasa a un nuevo momento a partir de noviembre de 2010. En las elecciones a medio término de la administración Obama gana el Tea Party. Los rasgos neo-fascistas que ya se veían con Bush se acentúan. A partir del empate hegemónico, el Tea Party moviliza la militancia contra el enemigo de la nación: Obama y la oligarquía financiera global con sede en la city de Londres y Wall Street Nueva York. Son estos centros de poder que quieren destruir el “sueño americano”. La fracción neoconservadora impone en su agenda achicar la inversión pública (salvo el militar), frenar cualquier alza en los de impuestos, unilateralismo y militarismo en la política externa y oscurantismo en el orden ideológico y cultural.

La situación estratégica de empate hegemónico hoy en día da cuenta de que el final de la batalla está muy abierto. Los sectores subordinados históricamente en EE. UU. se fortalecen con ese empate lo que abre espacio también para movimientos sociales contestatarios. El devenir político de Obama es una incógnita. (Vea, Formento y Merino, pp. 61-62, 79 y 153-154). La nueva fase de la crisis con guerra de divisas, guerra comercial y aumento del proteccionismo indica que la situación estratégica internacional avanza hacia una profundización del enfrentamiento inter-imperialista. Una nueva gran guerra política y militar en escenarios centrales, todavía no parece tan cerca, pero cada vez menos puede descartarse.

¿Cómo salvar a los pueblos? o la lucha por otra civilización

Con la depresión del siglo XXI entramos a una crisis de legitimidad generalizada a nivel planetario. Pareciera que en 2011 se vislumbra el comienzo de una nueva era de rebeliones y revoluciones, tal como aconteció en Europa en 1848. Podemos hablar de un despertar político y una toma de conciencia universalizables. Aunque este despertar se materializa en diversos países y regiones bajo circunstancias diferentes, cada vez adquiere un carácter más global. Lo que sucede hoy no es simplemente una rebelión en un país o región como África del Norte o Europa del Sur, sino puede estallar en cada lugar del mundo. Con ello podrá estar en juego el poder imperial y la misma civilización occidental.

El neoliberalismo es cuestionado en América Latina donde se observa desde hace una década un proceso de desacople. En 2008-2009 hubo levantamientos populares por hambrunas en África subsahariana y en 2011 de nuevo en Somalia, Etiopía, Eritrea y Kenia. Lo anterior se debe, primero que nada al alza de los precios de los granos básicos. En África del Norte se observan con excepción de Alger rebeliones ante la incitabilidad laboral e inseguridad social desde hace décadas. La estabilidad política solo se lograba con dictaduras durante décadas. Al cerrarse las migraciones internacionales se cierran las oportunidades de realizar un proyecto individual o familiar fuera del país. A partir de entonces la solución solo puede estar dentro del país de uno y ya no es individual. Esto politiza a la población y sobre todo a los jóvenes que solían migrar. La depresión económica y el desempleo masivo y sobre todo juvenil en Europa han dado pie a

levantamientos populares y no vistos en muchas décadas. En realidad la rebelión puede surgir hoy en cualquier lugar.

La racionalidad económica vigente tiende a negar la vida de una creciente mayoría de la población mundial en centro y periferia; tiende a acortar la vida útil de los trabajadores causando una inseguridad laboral generalizada. La misma lógica destruye la vida de los productos al ser desechables y hasta de la propia tecnología en la competencia por obtener la tecnología de punta. Por ende acaba con la vida natural al agotarse, entre otras cosas, los recursos no renovables. El capital niega; así la vida en crecientes ámbitos de la lógica de su propia reproducción, fomenta, la muerte de todo lo que incorpora en su lógica. Con ello se expone al riesgo de asfixiarse en su propia racionalidad. Es nuestra tesis aquí que al negar la vida y sembrar la muerte en tantos ámbitos, el capital tiende a negar, en última instancia, la vida en la reproducción de sí misma como capital. En otras palabras, es un sistema que propicia hasta su propia autodestrucción.

Partimos del hecho que el ser humano es tanto producto de la historia como creador de ella, y no en último lugar a través del trabajo. Las posibilidades de un proyecto político de influir sobre un cambio en la racionalidad económica no dependen con exclusividad de la voluntad de un pueblo, ni son determinadas solo por las llamadas condiciones objetivas. La democracia burguesa no es apenas producto ni exclusivamente proyecto histórico de una clase. Lo mismo puede decirse de los proyectos alternativos, llámense socialismo, cambio de civilización o incluso otra fase más del capitalismo bajo hegemonía de un Estado global. La clave viene dada por el cruce de esa voluntad con los momentos históricos que brindan mayores oportunidades para que se dé un cambio en la racionalidad económica. Consideramos que la Gran Depresión del siglo XXI se caracteriza como una crisis de civilización que ofrece un momento histórico, más allá de las fronteras estatales, para un proyecto político orientado a cambiar la racionalidad económica vigente.

En medio de la crisis global emerge una política de desacople del neoliberalismo. En América Latina se está instaurando desde hace una década un proyecto plurinacional y pluricultural. Hay una tendencia en América Latina de liberarse de la política de anexión que propaga la fracción imperialista y más conservadora de EE. UU. La impulsión del ALCA como política de anexión fue frenada no solo por los fuertes movimientos sociales, sino también por la posición de Brasil de pretender formar su propio bloque económico: Mercosur. Fue un revés muy importante en la política de anexión norteamericana. Luego comienza la ofensiva norteamericana de anexión país por país mediante los Tratados de Libre Comercio (TLC's). Sin embargo, la política de desacople en América Latina continúa con el tiempo.

Venezuela con Cuba lanzan una contraofensiva con el ALBA y Petrocaribe. Ecuador y Bolivia se suman luego a la política de desacople y cada vez más países siguen. La Unión de Naciones Suramericanos (UNASUR) constituido en mayo de 2008 en medio de la crisis

internacional significa el nacimiento de un nuevo bloque de poder regional y un faro de liberación. Suramérica contiene objetivamente la masa crítica de poder posicionarse como polo soberano con desarrollo endógeno de las fuerzas productivas (Vea, Formento y Merino pp. 82-85). Es la única salida al modelo neoliberal para los pueblos aunque no necesariamente todavía desde los pueblos. La creciente integración latinoamericana contribuirá a un mundo multipolar y podrá contribuir con ello incluso al agotamiento de la racionalidad económica vigente.

¿Cómo enfrentarse a los banqueros?

Los banqueros logran obtener la supeditación de países enteros al usar el martillo de la deuda que en tiempos pasados solo se hubiera podido lograr mediante la guerra. La imposición de deuda puede ser tratada como un acto de guerra financiera y por lo tanto son deudas odiosas. Las economías nacionales tienen el derecho a defenderse ante tales agresiones como lo hizo Islandia mediante dos referendos. Islandia salvó a su pueblo y no a los banqueros. Los medios de comunicación masiva corporativos ocultan celosamente la lección histórica que dio Islandia ante el público. Grecia a fin de salvar, esencialmente, a los banqueros foráneos, no salvó a su pueblo que ha perdido toda dignidad al tener que pagar mediante un severo programa de austeridad y sufriendo una profunda recesión. Las mismas calificadoras de riesgo cometieron fraudes en torno a la calificación de la deuda griega. Las deudas contraídas en el marco de actos fraudulentos o de corrupción son ilegítimas, incluso ilegales. Dichas deudas odiosas pueden y deben ser anuladas. El carácter odioso de una deuda puede mostrarse mediante una auditoría ciudadana (Vea, Eric Toussaint: “Es necesario anular las deudas ilegítimas”, entrevistado por Sebastian Bruklez).

Cuantos más países se involucran en esa una lucha en contra de la avaricia de los banqueros, tanto más probable que surja un movimiento internacional para salvar a los pueblos y no a los bancos. Como medida preventiva a futuro precisa imponer una disciplina financiera, como la de prohibir a los bancos de negocios fundirse con los bancos de depósitos, o sea, los bancos donde el público ingresa sus ahorros. Asimismo es importante controlar y poner límites a los flujos de ingresos y egresos de capital. No basta que los gobiernos actúen en una u otra dirección sino plantea la cuestión de la movilización popular por una vida digna, que es la clave de la solución. Es evidente que para ello precisa forzar a los gobiernos para que cambien en forma radical el curso de las cosas. (Vea, Paul Armstrong et al. Germany riskier than UK for the first time since January 2008).

¿Cómo gerenciar para cambiar el rumbo de la historia?

La historia parece indicar que el triunfo en una crisis no está del lado del capital especulativo e improductivo, sino se fundamenta ahí donde se desenvuelve su base productiva. Desde finales del Keynesianismo vimos que la innovación tecnológica se ha vuelto impagable para sostener la lucha por la competencia. La carrera por patentar todo el

conocimiento ha sido la consecuencia lógica. El propósito es mantener la ventaja históricamente adquirida. Sin embargo, las innovaciones suelen darse ahí donde se desenvuelva más la producción. Con ello el futuro se encuentra en los llamados países emergentes. En este aspecto América Latina tiene un papel que jugar.

La economía real se está trasladando hacia los países emergentes. En términos de poder adquisitivo los países emergentes (países que no son de la OECD) alcanzarán en 2011 el 54% del PIB mundial, según datos de la revista The Economist (6 de agosto, 2011; P.66). Es sorprendente que el 52% de todos los autos y el 82% de todos los teléfonos móviles son vendidos en dichos países. Las exportaciones de los países emergentes juntos superaban en 2010 el 50% de las exportaciones mundiales, contra 27% en 1990, tenían el 81% de las reservas internacionales y tan solo 17% de la deuda pública mundial. Dichos países consumieron el 60% de la energía mundial, el 65% del cobre, el 75% de todo acero y el 55% de todo el petróleo. China es el país emergente más pujante con más del 49% de su PIB en inversiones contra solo 16% en EE. UU.

Un factor cada vez más importante en la competitividad es el bajo costo de la mano de obra. China se encuentra entre los campeones del mundo en este aspecto. El continente latinoamericano tiene un potencial enorme. Cuenta no solo con una población mayor que la de EE. UU. sino su fuerza laboral es mucho más económica que la de cualquier país central. Los países centrales padecen de estructuras de población relativamente viejas. Ya no tienen una capacidad de reemplazo generacional y con ello tampoco de su fuerza de trabajo. Sin flujos inmigratorios se tornan inviables para el capital. Los países emergentes, en cambio, suelen tener una población en edad activa relativamente abultada y su capacidad de reemplazo generacional es mejor garantizada. El continente latinoamericano es uno de los principales productores de alimentos a nivel mundial y posee una de las principales reservas de biodiversidad y de agua dulce en el mundo.

La superficie de América Latina es superior a la de Rusia. El territorio de Suramérica constituye una de las reservas más importantes no solo en hidrocarburos y agro-combustibles sino también de minerales en el mundo. Al tornarse estos recursos cada vez más escasos y estratégicos para su propia economía real, el continente unificado podrá encauzar el desarrollo más endógeno de dichos recursos y hasta dejarlos como reservas estratégicas para futuras generaciones. En medio de una gran depresión mundial dicha política hacia una mayor autarquía se torna no solo una posibilidad sino incluso una necesidad. Todos estos elementos constituyen una base solida para una economía real pujante en los países emergentes en medio de una gran depresión.

El capitalismo no puede existir sin crecimiento económico sostenido, sea que este crecimiento se dé en los países centrales o en la periferia. La creciente escasez relativa e incluso absoluta de los recursos naturales pone en aprietos a la propia racionalidad económica del capitalismo. Una política de retención y menor explotación de los recursos

naturales como reivindican las comunidades indígenas y los Sin Tierra de Brasil, por ejemplo, acentuará dicha escasez. La política de los pueblos periféricos por un proyecto político más endógeno implica que habrá menos recursos naturales para el mercado mundial. Tarde o temprano se asfixia con ello la racionalidad capitalista. No habría otra salida que dar mayor vida a los productos.

El valor de uso comienza a sobreponerse al valor de cambio. La prolongación de la vida de los valores de uso hará bajar la demanda efectiva en términos de valor. La era del crecimiento negativo parece abrirse con ello y se anuncia una nueva civilización. Satisfacer una misma necesidad demandaría menos tiempo al alargar la vida media de los productos. Según la contabilidad social por el contenido, la productividad del trabajo aumentaría. Desde la óptica de la forma sucede lo contrario al haber crecimiento negativo. Gerenciar internacionalmente en esta dirección es hacerse sujeto social global más que la clásica toma de poder de los siglos pasado. Aquí está la verdadera toma de poder para hacer cambiar el mundo.