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LAS CRCELES DEL ALMA

ZILAHY LAJOS

PRIMERA PARTE

1Eran las siete de la tarde en un da del mes de setiembre, y desde las colinas de Buda podan orse los lamentos de un targato (1), que pareca cantar el adis al verano. Un joven apoyado en un bastn y fumando un cigarrillo escuchaba aquella lejana msica desde la esquina. Estaba a dos pasos de la casa del doctor que le haba invitado a tomar el t, pero no senta el menor deseo de subir a su casa ni de mezclarse con gente desconocida a la que no sabra qu decir. Las relaciones que se establecen en tales ocasiones slo sirven para que cuando dos semanas ms tarde se tropieza con una de esas personas en el tranva no se sepa nunca lo que debe hacerse. Tenemos que saludar o no a la seora del sombrerito de terciopelo que ocupa el asiento frontero al nuestro y a la que entrevimos fugazmente en un t? No saludarla equivaldra a una falta de educacin, pero hacerlo resultara mucho peor, pues estos encuentros obligan a sostener conversaciones por dems enojosas. El joven segua prestando odos a la armoniosa meloda del targato, parecindole cien veces ms agradable pasar aquella deliciosa puesta de sol del mes de setiembre paseando por las silenciosas callejuelas de Buda que no visitar al doctor. De una manera maquinal arrug el billete de tranva de color amarillo que an conservaba en la mano y form una diminuta bolita, que luego lanz al aire, dndole un golpe con el bastn como suelen hacer los nios que juegan al beisbol. El joven gir sobre sus talones y sigui la direccin opuesta a aquella que conduca a la casa del doctor, detenindose ante la placa de vidrio negro de una farmacia para arreglarse la corbata. Luego estudi con suma atencin el aspecto de su rostro. ste, cubierto por el clido y oscuro barniz del verano, sobre el que resaltaba, claro y alegre, el intenso gris de los ojos, resultaba agradable y simptico a primera vista. Todos los rasgos caractersticos eran severos; el mechn de cabello que surga bajo el ala del amplio sombrero de fieltro; la nariz recta y la firme boca denotaban un carcter reservado, mientras que la cabeza, sostenida por un cuello robusto, daban al joven una prestancia altiva. El muchacho permaneci an unos instantes ante el negro cristal de la farmacia, como si pretendiera fotografiarse en l, hasta que al fin bostez y prosigui su camino. Cubra su esbelta figura con un ligero abrigo de tono gris, un tanto usado, pero todava elegante. El paso del joven, firme y reposado, dejaba adivinar cmo sera a los sesenta aos; un caballero distinguido, alto y enjuto,

que caminara con idntica seguridad y aplomo que ahora, si bien su espalda aparecera algo encorvada y posiblemente gastara guantes negros, pues sin duda llevara luto por la muerte de algn familiar. Hasta era posible que con el (1) Instrumento tpico hngaro parecido al oboe. tiempo llegara a gozar del tratamiento de vuestra merced, como resultado de haber conseguido el ttulo de consejero ulico o de senador. Con su flamante ttulo de doctor en Derecho y el empleo en la seccin jurdica de un gran establecimiento bancario, no tena an toda una vida por delante? Trazando molinetes con su bastn, el joven remont nuevamente la Avenida Fehrvr. A lo largo de la desierta calle, de cuando en cuando pasaban por su lado presurosas criadas vestidas con crujiente percal. En los umbrales de las puertas, los porteros fumaban tranquilamente sus pipas. Sobre la ciudad, amarillento y melanclico, se extenda el suave aburrimiento de las tardes de domingo. Frente al Puente Isabel, en el solar donde en otro tiempo se haba alzado el Bao de Fango, una valla de madera ocultaba a la gente las obras emprendidas para la construccin del nuevo Hotel Szent Gellrt. El joven se aproxim a la cerca y lanz una mirada al interior a travs de una rendija de la madera. Rodeados por zanjas y trincheras, que parecan obra de una gigantesca y malfica mano, podan verse montones de vigas de madera v tablones. Herramientas y carretillas se mezclaban en pintoresco desorden, trayendo a la imaginacin una escena llena de dinamismo, ensordecedora, formada por voces imperativas, crujir de ruedas de carros cargados de materiales, ruido de martillazos, densas nubes de polvo levantadas por las vigas al ser descargadas, en suma, un movimiento de activo hormiguero Pero en aquel instante todo estaba sumido en la inercia del domingo. El joven del bastn trat de imaginar las lneas ignoradas de aquel hotel en construccin. Arriba, all donde an transitaban libremente el aire y el sol y revoloteaba una bandada de gorriones, muy pronto habra habitaciones, camas, alfombras; surgira el agua de los grifos, sonaran los telfonos; los empleados del hotel prodigaran sus reverencias; huspedes vestidos de etiqueta descenderan por las amplias escaleras; en las blancas y soberbias baeras, tomaran sus perfumados baos las bellas mujeres; y por los pasillos desfilaran con su aire distinguido, como si flotasen sobre una nube, los camareros uniformados de frac, llevando en perfecto equilibrio sobre sus manos bandejas repletas de suculentos manjares. El joven alz ahora la mirada y la fij en el vaco. En lo alto, en aquel preciso lugar, tal vez habra una habitacin, un lecho y... la cabeza de un suicida colgando fuera de l. Ms all, hacia la izquierda, existira otra habitacin en la que los protagonistas de una noche de bodas se buscaran tmidamente en la oscuridad. Qu extrao resultaba todo aquello! Qu palabras, suspiros, risas y sollozos convocara la Vida dentro de algn tiempo en aquel lugar donde ahora tan solamente el viento abrazaba al vaco? Este pensamiento fascin al joven durante breves instantes, aunque no tard en aburrirle. De nuevo se encontraba en medio de la calle, el amargo sabor de la indiferencia en los labios, sin que ante l tuviera la menor

posibilidad de escape. Dos nios pasaron por su vera. El mayor de los dos llevaba sobre el hombro una larga y flexible caa de pescar; el menor, incapaz de seguir los largos pasos de su hermano, caminaba jadeando, con verdadera dificultad. Pronto desaparecieron ambos por una callejuela en direccin al brazo muerto del Danubio. De sbito, Pedro experiment un acuciante deseo de irse a pescar con aquellos dos muchachos. Se acord de las tardes de domingo de otros tiempos, en las que la emocin de excursiones por el estilo haca que su corazn latiera apresurado. Ante sus ojos apareci el bosque poblado por los chillidos de las cornejas, los aosos troncos destruidos por el rayo y en los que los pjaros construan sus grandes nidos negros y misteriosos. Vio tambin el arroyo de aguas fangosas en cuya rpida corriente se reflejaba el oro viejo de los sauces. Incluso crey or el chapoteo del cieno en el interior de los rotos zapatos de un nio. Pero todo esto tuvo la duracin de un segundo, y el haz de aquellos recuerdos se desliz por su memoria con la velocidad de un relmpago. Frunciendo el entrecejo, el joven mir ante s, encolerizado consigo mismo por no acertar a encontrar una manera de pasar aquella tarde. De sopetn, e indudablemente con un cierto pnico, comprendi lo triste y carente de objetivo que es la vida del hombre. Cuando se encontraba en el colegio, haba esperado, posedo por una impaciencia febril, la terminacin de sus estudios de bachiller, y algo ms tarde, cuando estudiaba Derecho, supona que el ltimo examen de la carrera abrira de improviso ante l las puertas misteriosas e invisibles tras de las que le aguardaban la luz y el calor, las mujeres y una serie de ignorados y sensacionales acontecimientos. Mas ahora se encontraba all, en plena calle, sin fuerzas ni ganas para encender un cigarrillo. Permaneci inmvil, contemplando el vaco, con el entrecejo fruncido. Qu le traera, qu poda darle an el destino? Dos das antes, en la escalera de su casa, haba acorralado contra la pared a la institutriz alemana de los Bunz, dndole un beso donde pudo. An senta en sus labios el perfume especial, dulce y fuerte a la vez, de la muchacha. Pero haciendo un esfuerzo de voluntad, ahuyent de s estos pensamientos. Su madre deseaba que se casara cuanto antes. Desde haca unos cuantos meses vena poniendo sus nervios a prueba al elogiarle, viniera o no a cuento, a la hija de los Vaynik, aunque la buena mujer finga hacerlo por casualidad. Con cndida cautela e ingenua malicia, trataba de imponerle a aquella tal Aranka, de quien saba incluso el nmero de sbanas que aportara al matrimonio. El joven vio ahora, como si la tuviera ante l, la piel spera y grasienta de Aranka Vaynik, as como su mirada huraa y llena de desconfianza. Inesperadamente empez a pensar en su madre. Como en tantas otras ocasiones, se arrepinti de su grosero y brusco comportamiento con la anciana, siempre tan cariosa y buena. El da anterior mismo se haba

enfadado terriblemente con ella porque se olvid de ir a casa de la planchadora para recoger los cuellos duros, siendo as que en realidad la buena mujer no tena la menor culpa. A Pedro le pareci descubrir fija en l su mirada, una mirada preada de terror y pena. Su madre haba abandonado el cuarto sin despegar los labios, dejando or tan slo aquel breve y sordo carraspeo tan suyo, y con el que expresaba toda la humillacin sentida. El joven se prometi una vez ms que en lo sucesivo se mostrara ms atento y considerado con su madre. Cuando pensaba en ella desde lejos, experimentaba una emocin que haca que los ojos se le llenaran de lgrimas. Sin embargo..., cumplira algn da el propsito tantas veces formulado y olvidado? El joven rasg el aire con su bastn como si sus pensamientos fueran una nube de mosquitos que tratase de ahuyentar de su alrededor. Comenz a silbar y se acerc a una cartelera de espectculos con nimo de elegir alguno para rematar la tarde. Pero de pronto vio avanzar hacia l a Pablo Szcs. -Hola, amiguito! -grit el recin aparecido desde lejos, haciendo una serie de ademanes. Los dos muchachos se conocan de un club deportivo. Pedro no sola ver a su amigo, que trabajaba en la Jefatura de Polica, vestido con un jersey de luchador grecoromano fuera del gimnasio. En aquella ocasin, al verle con su atuendo dominguero, le cost contener sus deseos de rer. Szcs vesta como suelen hacerlo los deportistas un poco huraos las pocas veces que se deciden a tomar parte en una reunin de sociedad. Por alguna razn incomprensible, el sombrero hongo de Szcs era tres nmeros ms pequeo de lo que requera su cabeza, no obstante lo cual consegua mantenerlo ladeado sobre ella, lo que le daba un cierto aire de suficiencia. Su cuello de toro pareca a punto de estallar dentro del de pajarita, aunque el aspecto manoseado de ste demostraba que el joven haba tenido que sostener una dura lucha antes de conseguir abrochrselo. El rostro de Szcs apareca salpicado por las diminutas erosiones producidas por un afeitado reciente, pudindose leer en las mismas, como si se tratase de un rojo alfabeto desconocido, todas las maldiciones no menos raras que deba haber proferido mientras se afeitaba. Sus pantalones a rayas, de color muy llamativo, eran tan extremadamente cortos que casi dejaban al descubierto los tirantes de las altas botas, enormes y muy usadas, pero cuidadosamente lustradas aquel da. El abrigo que luca era asimismo tan estrecho que a cada momento se tema verlo reventar bajo la presin de unos hombros y unos brazos de atleta. -Vamos, amiguito, ya podemos subir... -dijo el muchacho de aspecto tan original, igualmente invitado al t del doctor. Saltaba a la vista su impaciencia por comparecer ante los distinguidos invitados del mdico. -Precisamente estaba pensando en no subir -repuso Pedro de mala gana.

-Que no piensas subir? Encontraremos chicas guapas, amiguito! -asegur Szcs, que sola abusar de la palabra amiguito y hablaba siempre de un modo brusco y precipitado-. Estar tambin la Galamb, esa seora pequea y regordeta -aadi guiando picarescamente un ojo a Pedro. ste mir a Pablo Szcs y sonri. Le admiraba la confianza en s mismo que demostraba aquel muchacho tan decidido a presentarse en una reunin de gente desconocida, pese a su rostro salpicado de sangre y a su estrafalario aspecto. -Nos aburriremos mortalmente -asegur Pedro irritado. -De ningn modo, hombre! -exclam Szcs cogindole por el brazo-. Ya vers. Nos sentaremos en un rincn y nos dedicaremos a contemplar a las mujeres. -Y quines asistirn? -inquiri Pedro mientras echaban a andar, pensando que siempre le quedara tiempo de volver sobre sus pasos. -Qu s yo! Tambin yo he sido invitado por primera vez. Los dos conocan al doctor Varga del Crculo Deportivo, al igual que a su esposa, a la que haban visto por primera vez en un banquete de la sociedad. El doctor era un hombre de edad, consejero ulico y mdico titular de una serie de sociedades. Se trataba de una excelente persona, aunque como suele ocurrir con los hombres buenos en general, resultaba insoportablemente aburrido. El matrimonio, que careca de hijos, disfrutaba de una posicin holgada y era muy dado a la vida de sociedad. La enorme copa de plata, triunfo mximo del club, era regalo del doctor Varga. En cuanto a su esposa, figuraba en todas las asociaciones de beneficencia de cierta importancia. Una vez en el portal de la casa donde viva el doctor, los jvenes buscaron en la lista de inquilinos, no tardando en descubrir el nombre de su anfitrin, Segismundo Varga, Mdico. Los jvenes empezaron a subir la escalera. Entre dos rellanos, Szcs se detuvo y dijo: -Espera un segundo, amiguito... El joven se despoj de su abrigo, de color amarillo y corto en exceso, y dej caer las dos colas del chaqu, que llevaba sujetas con imperdibles para evitar que se le vieran por debajo del abrigo. Al llegar al primer piso, llamaron a la puerta del doctor. El recibidor apareci ante ellos rebosante de toda clase de abrigos, bastones, sombrillas, sombreros y gorras de uniforme. Pero se detuvo un instante ante el espejo de la antesala, y sacando del bolsillo un pequeo peine se lo pas rpidamente dos veces por sus lisos cabellos de color castao. Asimismo se arregl con gran cuidado el pauelo que llevaba en el bolsillo superior de la americana. Mientras tanto, Szcs se dedicaba a contemplar a la doncella, que esperaba para abrirles la puerta del saln. -Cmo te llamas, palomita? -pregunt Szcs a l.a muchacha, que, libre del delantal blanco, fcilmente hubiera podido pasar por una seorita. -Rzsi, seor -repuso la joven sonriendo y dando un golpecito en la mano con que Szcs t'rataba de pellizcarle la barbilla.

-Caramba, vaya muchacha graciosa! Est como para comrsela -afirm Szcs acariciando con su mirada las finas manos y el talle de avispa de la joven, y volvindose hacia Pedro, aadi-: Ya ves, amiguito. Slo por esto vala la pena de venir aqu. Ambos jvenes pasaron a un gran saln de forma circular atestado de humo de cigarrillo, risas de mujer y graves voces varoniles. La duea de la casa se adelant a recibirles, y tras de los saludos de rigor, dieron comienzo las presentaciones. Pedro y Szcs estrecharon manos enguantadas de mujer y manos de hombres, las cuales, recin sacadas de los bolsillos de los pantalones, acusaban grados muy distintos de temperatura, humedad, sequedad y calor; unas se mostraban excesivamente pasivas, otras apretaban con demasiada familiaridad. En resumen, los dos jvenes debieron prodigar una treintena de apretones de manos, sin que les fuera posible retener el nombre de uno slo de sus poseedores. Cuando Pedro termin de ser presentado, Pablo Szcs ya no se encontraba a su lado. Con las manos apoyadas en las caderas, postura que el joven consideraba sin duda en extremo distinguida, charlaba con una mujer baja y regordeta. Evidentemente, la dama con quien haba enhebrado conversacin era la pequea seora Galamb. Pedro fue retirndose hacia la pared. Se senta muy poco a gusto en aquel saln. -Sintese, por favor -dijo la seora de Varga al pasar ante l. Pero a Pedro le fue imposible encontrar un asiento, pues no haba bastantes sillas, razn por la cual eran varias las personas que permanecan de pie. Para distraerse, el joven pase su mirada alrededor de la habitacin. En el centro de la reunin -formando por el mejor y ms decorativo silln de la casa- estaba sentada una dama de cabellos rubios y frgil figura, a quien todo el mundo se diriga en alemn. Unas veces la llamaban Grfin, es decir, condesa; otras, Frau Excellenz. La condesa posea unas manos blancas, tan diminutas como las de una nia de doce aos, y con aquellas manos tan extremadamente pequeas se arreglaba de continuo el cabello mediante movimientos rpidos y nerviosos, a la vez que sonrea a sus interlocutores con risa mecnica. A su lado, de pie, se encontraba un individuo alto y delgado a quien la condesa llamaba Ivn. Junto al piano estaban sentadas dos muchachas, una pelirroja y otra morena. La sombra de sus anchos sombreros impeda que se les pudiera ver el rostro plenamente. La pelirroja charlaba con un apuesto y elegante joven que se apoyaba en el piano. Pedro, que conoca bien lo que era un buen corte, descubri a las primeras de cambio que aqueI joven se vesta en casa de un sastre de primera categora. Y le contempl no sin cierta envidia, pues su deseo ms profundo era el de poder vestirse un da en las sastreras ms distinguidas. Entre los concurrentes a la fiesta de los Varga haba muchas damas de edad y bastantes solteronas, que forma ban pequeos grupos y se hacan mutuas reverencias cada vez que se dirigan la palabra, inclinndose como caas a impulsos del viento. Al contemplar a todos los invitados, Pedro

tuvo la impresin de que las damas vestan con ms gusto y armona que los hombres. La mayor parte de stos llevaban chaqu, otros smoking, no faltando tampoco algunos viejos que lucan levita. Un cadete de rostro sonriente y simptico se acerc a Pedro con una silla. -Sintate, por favor -dijo con sencillez el muchacho, como si se conocieran de tiempo-. Tengo escasamente diecinueve aos. -Oh! Muchas gracias -repuso Pedro-. Pero te aseguro que no estoy cansado. -Cgela, no obstante... Soy de la casa -aadi el cadete- y me han confiado la misin de hacer sentar a todo el mundo, aunque sea a viva fuerza. Pedro acept al cabo la silla y se la ofreci a una dama que conversaba con un capitn de hsares. Mientras tanto, el cadete, visiblemente fatigado de distribuir sillas a diestro y siniestro, se qued junto a la pared. Pedro supo entonces por l que la condesa del cabello rubio que hablaba con el llamado Ivn era esposa de un teniente general. El cadete se llev luego la mano a la boca y aadi con aire misterioso: -Creo que hay algo entre los dos... Y a continuacin fue sealando a Pedro, uno tras otro, a los personajes ms interesantes de la reunin. Primero nombr al consejero ministerial Benedek, un hombrecito calvo, de cuello corto por dems, que nerviosamente tocaba el pecho de su interlocutor, al que pareca querer convencer de algo. El caballero alto, de blancas melenas, que se encontraba cerca de la estufa, era Gyry-Stuck, el pintor; el jorobado que mostraba unos ojos pequeos y somnolientos tras de sus lentes con montura de oro, era Zsiga Pn, profesor del Conservatorio; y aquel otro de ms all, el individuo bajo y fornido, era el doctor Schumeinster, redactor de un peridico alemn; el grueso y rechoncho con cara de carnicero era Kramer, el concejal. En cuanto al resto de los invitados, el cadete no estaba muy seguro de su identidad. Pero recordaba de un modo vago haber ledo sus nombres en los peridicos. Pero quien de veras le interesaba en aquel momento era el joven rubio cuyo traje de color azul marino, de corte impecable, haba despertado su envidia. -Es Miska dam -explic el cadete-. No le conoces? Acaba de licenciarse en la Facultad de Derecho. -Y las dos muchachas que se encuentran junto al piano? -pregunt Pedro. -sas... -empez a decir el cadete, pero no pudo terminar, pues le llam la duea de la casa. -Juanito, ven aqu, por favor! -Vuelvo en seguida -prometi el cadete a Pedro, y se alej con la esposa del doctor Varga, quien, cogindole por el brazo, le dijo algo al odo. Al parecer, acababa de confiarle una misin especial. Pedro continu solo, pegado a la pared, lanzando miradas a su alrededor. Los

muebles del saln decan bien a las claras que en los das laborables cumplan su cometido en la sala de espera del mdico. La duea de la casa apareci de pronto en el umbral de la puerta de cristales, y all empez a calcular con los dedos el nmero de tazas que se precisaban para servir el t. A su lado se encontraba la bella Rzsi, siempre con su delantal blanco. Tambin la muchacha pasaba la vista de un invitado a otro, hasta que al fin ambas mujeres se pusieron de acuerdo en que necesitaban treinta tazas. La seora Varga iba de grupo en grupo, sentndose un instante en cada uno. Llevaba abundantemente empolvados la cara, las manos e incluso el caballo. Su talle, excesivamente grueso, y sus grandes y blancos senos, padecan lo suyo dentro de la crcel del cors. En su vulgar rostro slo la nariz mereca cierta atencin; era extraordinaria, podramos asegurar, brutalmente chata. La expresin de los ojos y de la boca concentrbase en la nariz, que dominaba sobre todo lo dems. Por ejemplo, al sonrer, pareca hacerlo slo con la nariz, como si sta fuera una parte autnoma de su persona. Al propio tiempo tena las pestaas salpicadas de polvo, como suelen estarlo de harina las de los molineros. La buena mujer iba de un lado para otro sin cesar; dominada por una evidente inquietud y desasosiego, como si tuviera el presentimiento de que todo el mundo se estaba aburriendo mortalmente en su fiesta. Su temor estaba por dems justificado. En especial dedicaba su mejor atencin a las damas sin caballero, atosigndolas con una autntica catarata de preguntas. -Cmo estis, queridas? Estoy encantada de que hayis venido. Por qu no has trado a tu marido? Qu hace la simptica Clarita? Debe de haber crecido mucho, supongo... De qu forma pasa el tiempo!... Apenas si nos damos cuenta... Se repuso ya tu marido, Mara? Y sin esperar respuesta a las preguntas hechas a distintas personas y a un mismo tiempo, segua mariposeando de grupo en grupo, realizando mprobos esfuerzos para que la reunin no naufragase en un abismo de aburrimiento. Saltaba de un lugar a otro, como el comandante de un navo que intentase salvar del naufragio a su nave. Durante toda su vida, la seora Varga no haba tenido otro afn que el de reunir en su saln a la gente ms distinguida posible. No obstante, su carcter, netamente pequeo burgus, impeda que poseyera el espritu necesario para animar las reuniones, y los invitados por su categora social tenan que sentirse por fuerza en el saln de la dama como animales pertenecientes a especies distintas encerrados en una jaula comn. Todos se miraban y se husmeaban como si fueran bichos raros. Una amiga cogi a la seora Varga por una mano y le pregunt: -Escucha, querida, quin es ese coronel que est hablando con tu marido? Creo que le conozco. Me parece que le conoc cuando era un simple teniente. Procurars que venga a saludarme, verdad? La seora Varga responda con gran profusin de detalles a cuantas preguntas se le dirigan, y llevaba a cabo concienzudamente todos

los encargos. Hacia las ocho de la noche empezaron a desfilar los primeros invitados. En realidad huan. Pedro repar que el elegante Miska dam no se despidi de nadie al marcharse, salvo de la muchacha pelirroja que estaba sentada junto al piano en compaa de su amiga. Tambin observ que al despedirse el joven apret la mano de la muchacha furtivamente. De pronto el doctor Varga se acerc a Zsiga Pn. -Zsiga, por favor, toca algo para que te oigamos -dijo. Pn se sent ante el piano y apoy sus grandes manos, color de pasta, sobre las teclas. Luego ech hacia atrs la cabeza, y fijando la mirada en el techo, toc una obrita ligera de Mozart, recibiendo largos y entusiastas aplausos cuando concluy. Los suspiros de satisfaccin interrumpan las palabras de entusiasmo. La esposa del periodista alemn, expuso su deseo de or la Novena Sinfona de Beethoven, pero cuando el dueo de la casa busc a Pn para rogarle que complaciese a la dama alemana, el msico haba desaparecido ya, rpida y discretamente. Algo despus apenas si quedaban diez personas en Ia reunin. La seora de Galamb, que continuaba charlando animadamente con Pablo Szcs, trat de marcharse tambin, pero en aquel instante la seora Lnart, que, pese a sus aos, vesta un traje azul claro, afirm que si haba acudido al t desde Szentlorinc haba sido con la nica ilusin de or recitar de nuevo a Jolnka, es decir, a la seora Galamb. -Dios mo! -exclam la aludida en tono de protesta-. Pero si hace una barbaridad de tiempo que no recito! Por favor, se lo suplico, no me pida que lo haga ahora, querida ta. Y su moreno rostro, salpicado aqu y all por diminutas verrugas que parecan de terciopelo negro, se cubri de rubor. Fue intil que protestase. Unas cuantas enrgicas exclamaciones: