zalacain el aventurero. pío baroja

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  • 7/23/2019 Zalacain El Aventurero. Po Baroja

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    PO BAROJA

    ZZaallaaccaanneellaavveennttuurreerrooMadrid, 1919.

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    PRLOGO CMO ERA LA VILLA DE URBIA EN EL LTIMO TERCIO DEL SIGLO XIX ...........3LIBRO PRIMERO LA INFANCIA DE ZALACAN ...................................................... .........................5

    CAPTULO PRIMERO CMO VIVI Y SE EDUC MARTN ZALACAN..................................5CAPTULO II DONDE SE HABLA DEL VIEJO CNICO MIGUEL DE TELLAGORRI.................7CAPTULO III LA REUNIN DE LA POSADA DE ARCALE........................................ ...............11

    CAPTULO IV QUE SE REFIERE A LA NOBLE CASA DE OHANDO........................................ 13CAPTULO V DE CMO MURI MARTN LPEZ DE ZALACAN, EN EL AO DE GRACIADE MIL CUATROCIENTOS Y DOCE................................................................................................16CAPTULO VI DE CMO LLEGARON UNOS TITIRITEROS Y DE LO QUE SUCEDIDESPUS..............................................................................................................................................18CAPTULO VII CMO TELLAGORRI SUPO PROTEGER A LOS SUYOS.................................22CAPTULO VIII CMO AUMENT EL ODIO ENTRE MARTN ZALACAN Y CARLOSOHANDO..............................................................................................................................................24CAPTULO IX CMO INTENT VENGARSE CARLOS DE MARTN ZALACAN..................28

    LIBRO SEGUNDO ANDANZAS Y CORRERAS.............. ................................................................ ..30CAPTULO PRIMERO EN EL QUE SE HABLA DE LOS PRELUDIOS DE LA LTIMAGUERRA CARLISTA .............................................................. .......................................................... ..30CAPTULO II CMO MARTN, BAUTISTA Y CAPISTUN PASARON UNA NOCHE EN EL

    MONTE.................................................................................................................................................33CAPTULO III DE ALGUNOS HOMBRES DECIDIDOS QUE FORMABAN LA PARTIDA DELCURA....................................................................................................................................................39CAPTULO IV HISTORIA CASI INVEROSMIL DE JOSH CRACASCH ..................................43CAPTULO V CMO LA PARTIDA DEL CURA DETUVO LA DILIGENCIA CERCA DEANDOAIN ..................................................... ........................................................... ............................47CAPTULO VI CMO CUID LA SEORITA DE BRIONES A MARTN ZALACAN............. 50CAPTULO VII CMO MARTN ZALACAN BUSC NUEVAS AVENTURAS........................53CAPTULO VIII VARIAS ANCDOTAS DE FERNANDO DE AMEZQUETA Y LLEGADA AESTELLA..............................................................................................................................................57CAPTULO IX CMO MARTN Y EL EXTRANJERO PASEARON DE NOCHE POR ESTELLAY DE LO QUE HABLARON ........................................................... .................................................... 61CAPTULO X CMO TRANSCURRI EL SEGUNDO DA EN ESTELLA .................................65

    CAPTULO XI CMO LOS ACONTECIMIENTOS SE ENREDARON, HASTA EL PUNTO DEQUE MARTN DURMI EL TERCER DA DE ESTELLA EN LA CRCEL. ................................69CAPTULO XII EN QUE LOS ACONTECIMIENTOS MARCHAN AL GALOPE........................73CAPTULO XIII CMO LLEGARON A LOGROO Y LO QUE LES OCURRI....... .................82CAPTULO XIV CMO ZALACAN Y BAUTISTA URBIDE TOMARON LOS DOS SOLOS LACIUDAD DE LAGUARDIA OCUPADA POR LOS CARLISTAS.....................................................86

    LIBRO TERCERO LAS LTIMAS AVENTURAS............................................................................... 90CAPTULO PRIMERO LOS RECIN CASADOS ESTN CONTENTOS.....................................90CAPTULO II EN EL CUAL SE INICIA LA DESHECHA .......................................................... 92CAPTULO III EN DONDE MARTN COMIENZA A TRABAJAR POR LA GLORIA ................94CAPTULO IV LA BATALLA CERCA DEL MONTE AQUELARRE ........................................... 97CAPTULO V DONDE LA HISTORIA MODERNA REPITE EL HECHO DE LA HISTORIAANTIGUA.............................................................................................................................................99

    CAPTULO VI LAS TRES ROSAS DEL CEMENTERIO DE ZARO............................................ 101CAPTULO VII EPITAFIOS..................................................... ....................................................... 103

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    PRLOGOCMO ERA LA VILLA DE URBIA EN EL LTIMO

    TERCIO DEL SIGLO XIX

    Una muralla de piedra, negruzca y alta rodea a Urbia. Esta muralla sigue a lo largodel camino real, limita el pueblo por el Norte y al llegar al ro se tuerce, tropieza con laiglesia, a la que coge, dejando parte del bside fuera de su recinto, y despus escala unaaltura y envuelve la ciudad por el Sur.

    Hay todava, en los fosos, terrenos encharcados con hierbajos y espadaas, poternasllenas de hierros, garitas desmochadas, escalerillas musgosas, y alrededor, en los glacis,altas y romnticas arboledas, malezas y boscajes y verdes praderas salpicadas deflorecillas. Cerca, en la aguda colina a cuyo pie se sienta el pueblo, un castillo sombrose oculta entre gigantescos olmos.

    Desde el camino real, Urbia aparece como una agrupacin de casas decrpitas,leprosas, inclinadas, con balcones corridos de madera y miradores que asoman porencima de la negra pared de piedra que las circunda.

    Tiene Urbia una barriada vieja y otra nueva. La barriada vieja, la calle, como se lellama por antonomasia en vascuence, est formada, principalmente, por dos callejuelasestrechas, sinuosas y en cuesta que se unen en la plaza.

    El pueblo viejo, desde la carretera, traza una lnea quebrada de tejados torcidos ymugrientos, que va descendiendo desde el Castillo hasta el ro. Las casas, encaramadasen la cintura de piedra de la ciudad, parece a primera vista que se encuentran en una

    posicin estrecha incmoda, pero no es as, sino todo lo contrario, porque, entre el piede las casas y los muros fortificados, existe un gran espacio ocupado por una serie demagnficas huertas. Tales huertas, protegidas de los vientos fros, son excelentes. En

    ellas se pueden cultivar plantas de zona clida como naranjos y limoneros.La muralla, por la parte interior que da a las huertas, tiene un camino formado porgrandes losas, especie de acera de un metro de ancho con su barandado de hierro.

    En los intersticios de estas losas viejas, y desgastadas por las lluvias, crecen lavenenosa cicuta y el beleo; junto a las paredes brillan, en la primavera, las floresamarillentas del diente del len y del verbasco, los gladiolos de hermoso color carmes ylas digitales purpreas. Otros muchos hierbajos, mezclados con ortigas y amapolas, seextienden por la muralla y adornan con su verdura y con sus constelaciones de flores

    pequeas y simples las almenas, las aspilleras y los matacanes.Durante el invierno, en las horas de sol, algunos viejos de la vecindad, con traje de

    casa y zapatillas, pasean por la cornisa, y al llegar marzo o abril contemplan los

    progresos de los hermosos perales y melocotoneros de las huertas.Observan tambin, disimuladamente, por las aspilleras, si viene algn coche o carroal pueblo, si hay novedades en las casas de la barriada nueva, no sin cierta hostilidad,

    porque todos los habitantes del interior sienten una obscura y mal explicada antipatapor sus convecinos de extra-muros.

    La cintura de piedra del pueblo viejo se abre en unos sitios por puertas ojivales; enotros se rompe irregularmente, dejando un boquete que por das se ve agrandarse.

    En algunas de las puertas, debajo, de la ojiva primitiva, se hizo posteriormente, nose sabe con qu objeto, un arco de medio punto.

    En las piedras de las jambas quedan empotrados hierros que sirvieron para laspoternas. Los puentes levadizos estn substituidos por montones de tierra que rellenan

    el foso hasta la necesaria altura.

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    Urbia ofrece aspectos varios segn el sitio de donde se le contemple; desde lejos yviniendo desde la carretera, sobre todo al anochecer, tiene la apariencia de un castillofeudal; la ciudadela sombra, envuelta entre grandes rboles, prolongada despus por el

    pueblo con sus muros fortificados que chorrean agua, presentan un aspecto grave yguerrero; en cambio, desde el puente y un da de sol, Urbia no da ninguna impresin

    fosca, por el contrario, parece una diminuta Florencia, asentada en las orillas de unriachuelo claro, pedregoso, murmurador y de rpida corriente.Las dos filas de casas baadas por el ro son casas viejas con galeras y miradores

    negruzcos, en los cuales cuelgan ropas puestas a secar, ristras de ajos y de pimientos.Estas galeras tienen en un extremo una polea y un cubo para subir agua. Al finalizar lascasas, siguiendo las orillas del ro, hay algunos huertos, por cuyas tapias verdosassurgen cipreses altos, delgados y espirituales, lo que da a este rincn un mayor aspectoflorentino.

    Urbia intra-muros se acaba pronto; fuera de las dos calles largas, solo tienecallejones hmedos y estrechos y la plaza. Esta es una encrucijada lbrega, constituida

    por una pared de la iglesia con varias rejas tapiadas, por la Casa del Ayuntamiento con

    sus balcones volados y su gran portn coronado por el escudo de la villa, y por uncasern enorme en cuyo bajo se halla instalado el almacn de Azpillaga.

    El almacn de Azpillaga, donde se encuentra de todo, debe dar a los aldeanos laimpresin de una caja de Pandora, de un mundo inexplorado y lleno de maravillas. A la

    puerta de casa de Azpillaga, colgando de las negras paredes, suelen verse chisteras parajugar a la pelota, albardas, jquimas, monturas de estilo andaluz; y en las ventanas, quehacen de escaparate frascos con caramelos de color, aparejos complicados de pesca, consu corcho rojo y sus caas, redes sujetas a un mango, marcos de hojadelata, santos deyeso y de latn y estampas viejas, sucias por las moscas.

    En el interior hay ropas, mantas, lanas, jamn, botellas de Chartreuse falsificado,loza fina... El Museo Britnico no es nada, en variedad, al lado de este almacn.

    A la puerta suele pasearse Azpillaga, grueso, majestuoso, con su aire clerical, unasmangas azules y su boina. Las dos calles principales de Urbia son estrechas, tortuosas yen cuesta. La mayora de los vecinos de esas dos calles son labradores, alpargateros ycarpinteros de carros. Los labradores, por la maana, salen al campo con sus yuntas. Aldespertar el pueblo, al amanecer, se oyen los mugidos de los bueyes; luego, losalpargateros sacan su banco a la acera, y los carpinteros trabajan en medio de la calle encompaa de los chiquillos, de las gallinas y de los perros.

    Algunas de las casas de las dos calles principales muestran su escudo, otras,sentencias escritas en latn, y la generalidad, un nmero, la fecha en que se hicieron y elnombre del matrimonio que las mand construir...

    Hoy, el pueblo lo forma casi exclusivamente la parte nueva, limpia, coquetona, unpoco presuntuosa. El verano cruzan la carretera un sin fin de automviles y casi todos separan un momento en la casa de Ohando, convertido en Gran Hotel de Urbia. Algunasseoritas, apasionadas por lo pintoresco, mientras el grueso pap escribe postales en elhotel, suben las escaleras del portal de la Antigua, recorren las dos calles principales dela ciudad y sacan fotografas de los rincones que les parecen romnticos y de los gruposde alpargateros que se dejan retratar sonriendo burlonamente.

    Hace cuarenta aos la vida en Urbia era pacfica y sencilla; los domingos haba elacontecimiento de la misa mayor, y por la tarde el acontecimiento de las vsperas.Despus, en un prado anejo a la Ciudadela y del cual se haba apoderado la villa, iba eltamborilero y la gente bailaba alegremente, al son del pito y del tamboril, hasta que el

    toque del ngelus terminaba con la zambra y los campesinos volvan a sus casasdespus de hacer una estacin en la taberna.

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    LIBRO PRIMEROLA INFANCIA DE ZALACAN

    CAPTULO PRIMEROCMO VIVI Y SE EDUC MARTN ZALACAN

    Un camino en cuesta baja de la Ciudadela pasa por encima del cementerio yatraviesa el portal de Francia. Este camino, en la parte alta, tiene a los lados variascruces de piedra, que terminan en una ermita y por la parte baja, despus de entrar en laciudad, se convierte en calle. A la izquierda del camino, antes de la muralla, haba haceaos un casero viejo, medio derruido, con el tejado terrero lleno de pedruscos y la

    piedra arenisca de sus paredes desgastada por la accin de la humedad y del aire. En elfrente de la decrpita y pobre casa, un agujero indicaba dnde estuvo en otro tiempo elescudo, y debajo de l se adivinaban, ms bien que se lean, varias letras que componan

    una frase latina: Post funera virtus vivit.En este casero naci y pas los primeros aos de su infancia Martn Zalacan deUrbia, el que, ms tarde, haba de ser llamado Zalacan el Aventurero; en este caseroso sus primeras aventuras y rompi los primeros pantalones.

    Los Zalacan vivan a pocos pasos de Urbia, pero ni Martn ni su familia eranciudadanos; faltaban a su casa unos metros para formar parte de la villa.

    El padre de Martn fue labrador, un hombre obscuro y poco comunicativo, muertoen una epidemia de viruelas; la madre de Martn tampoco era mujer de carcter; vivien esa obscuridad psicolgica normal entre la gente del campo, y pas de soltera acasada y de casada a viuda con absoluta inconsciencia. Al morir su marido, qued condos hijos Martn y una nia menor, llamada Ignacia.

    El casero donde habitaban los Zalacan perteneca a la familia de Ohando, familiala ms antigua aristocrtica y rica de Urbia.Viva la madre de Martn casi de la misericordia de los Ohandos.En tales condiciones de pobreza y de miseria, pareca lgico que, por herencia y por

    la accin del ambiente, Martn fuese como su padre y su madre, obscuro, tmido yapocado; pero el muchacho result decidido, temerario y audaz.

    En esta poca, los chicos no iban tanto a la escuela como ahora, y Martn pasmucho tiempo sin sentarse en sus bancos. No saba de ella ms si no que era un sitioobscuro, con unos cartelones blancos en las paredes, lo cual no le animaba a entrar. Lealejaba tambin de aquel modesto centro de enseanza el ver que los chicos de la calleno le consideraban como uno de los suyos, a causa de vivir fuera del pueblo y de andar

    siempre hecho un andrajoso.Por este motivo les tena algn odio; as que cuando algunos chiquillos de los

    caseros de extramuros entraban en la calle y comenzaban a pedradas con losciudadanos, Martn era de los ms encarnizados en el combate; capitaneaba las hordas

    brbaras, las diriga y hasta las dominaba.Tena entre los dems chicos el ascendiente de su audacia y de su temeridad. No

    haba rincn del pueblo que Martn no conociera. Para l, Urbia era la reunin de todaslas bellezas, el compendio de todos los intereses y magnificencias.

    Nadie se ocupaba de l, no comparta con los dems chicos la escuela y huroneabapor todas partes. Su abandono le obligaba a formarse sus ideas espontneamente y atemplar la osada con la prudencia.

    Mientras los nios de su edad aprendan a leer, l daba la vuelta a la muralla, sinque le asustasen las piedras derrumbadas, ni las zarzas que cerraban el paso.

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    Saba dnde haba palomas torcaces intentaba coger sus nidos, robaba fruta ycoga moras y fresas silvestres.

    A los ocho aos, Martn gozaba de una mala fama digna ya de un hombre. Un da,al salir de la escuela, Carlos Ohando, el hijo de la familia rica que dejaba por limosna elcasero a la madre de Martn, sealndole con el dedo, grit:

    Ese! Ese es un ladrn.Yo! exclam Martn.T, s. El otro da te vi que estabas robando peras en mi casa. Toda tu familia es

    de ladrones.Martn, aunque respecto a l no poda negar la exactitud del cargo, crey no deba

    permitir este ultraje dirigido a los Zalacan y, abalanzndose sobre el joven Ohando, ledio una bofetada morrocotuda. Ohando contest con un puetazo, se agarraron los dos ycayeron al suelo, se dieron de trompicones, pero Martn, ms fuerte, tumbaba siempre alcontrario. Un alpargatero tuvo que intervenir en la contienda y, a puntapis y aempujones, separ a los dos adversarios. Martn se separ triunfante y el joven Ohando,magullado y maltrecho, se fue a su casa.

    La madre de Martn, al saber el suceso, quiso obligar a su hijo a presentarse en casade Ohando y a pedir perdn a Carlos, pero Martn afirm que antes lo mataran. Ellatuvo que encargarse de dar toda clase de excusas y explicaciones a la poderosa familia.

    Desde entonces, la madre miraba a su hijo como a un rprobo.De dnde ha salido este chico as! deca, y experimentaba al pensar en l un

    sentimiento confuso de amor y de pena, solo comparable con el asombro y ladesesperacin de la gallina, cuando empolla huevos de pato y ve que sus hijos sezambullen en el agua sin miedo y van nadando valientemente.

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    CAPTULO IIDONDE SE HABLA DEL VIEJO CNICO MIGUEL DE

    TELLAGORRI

    Algunas veces, cuando su madre enviaba por vino o por sidra a la taberna de

    Arcale a su hijo Martn, le sola decir:Y si le encuentras, al viejo Tellagorri, no le hables, y si te dice algo, respndele a

    todo que no.Tellagorri, to-abuelo de Martn, hermano de la madre de su padre, era un hombre

    flaco, de nariz enorme y ganchuda, pelo gris, ojos grises, y la pipa de barro siempre enla boca. Punto fuerte en la taberna de Arcale, tena all su centro de operaciones, all

    peroraba, discuta y mantena vivo el odio latente que hay entre los campesinos por elpropietario.

    Viva el viejo Tellagorri de una porcin de pequeos recursos que l se agenciaba, ytena mala fama entre las personas pudientes del pueblo. Era, en el fondo, un hombre derapia, alegre y jovial, buen bebedor, buen amigo y en el interior de su alma bastanteviolento para pegarle un tiro a uno o para incendiar el pueblo entero.

    La madre de Martn presinti que, dado el carcter de su hijo, terminara hacindoseamigo de Tellagorri, a quien ella consideraba como un hombre siniestro. Efectivamente,as fue; el mismo da en que el viejo supo la paliza que su sobrino haba adjudicado al

    joven Ohando, le tom bajo su proteccin y comenz a iniciarle en su vida.El mismo sealado da en que Martn disfrut de la amistad de Tellagorri, obtuvo

    tambin la benevolencia de Marqus. Marqus era el perro de Tellagorri, un perrochiquito, feo, contagiado hasta tal punto con las ideas, preocupaciones y maas de suamo, que era como l; ladrn, astuto, vagabundo, viejo, cnico, insociable independiente. Adems, participaba del odio de Tellagorri por los ricos, cosa rara en un

    perro. Si Marqus entraba alguna vez en la iglesia, era para ver si los chicos habandejado en el suelo de los bancos donde se sentaban algn mendrugo de pan, no por otracosa. No tena veleidades msticas. A pesar de su ttulo aristocrtico, Marqus, nosimpatizaba ni con el clero ni con la nobleza. Tellagorri le llamaba siempreMarquesch, alteracin que en vasco parece ms cariosa.

    Tellagorri posea un huertecillo que no vala nada, segn los inteligentes, en elextremo opuesto de su casa, y para ir a l le era indispensable recorrer todo el balcn dela muralla. Muchas veces le propusieron comprarle el huerto, pero l deca que le venade familia y que los higos de sus higueras eran tan excelentes, que por nada del mundovendera aquel pedazo de tierra.

    Todo el mundo crea que conservaba el huertecillo para tener derecho de pasar por

    la muralla y robar, y esta opinin no se hallaba, ni mucho menos, alejada de la realidad.Tellagorri era de la familia de los Galchagorris, la familia de los pantalonescolorados, y este consonante, entre el mote de su familia y su nombre haba servido al

    padre de la sacristana, viejo chusco que odiaba a Tellagorri, de motivo a una cancinque hasta los chicos la saban y que mortificaba profundamente a Tellagorri.

    La cancin deca as:

    Tellagorri

    Galchagorri

    Ongui etorri

    Onera.

    Ostutzale

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    Erantzale

    Nescatzale

    Zu cer.

    (Tellagorri, Galchagorri, bien venido seas aqu. Aficionado a robar, aficionado a

    beber aficionado a las muchachas, eres t.)Tellagorri, al or la cancin, frunca el entrecejo y se pona serio.Tellagorri era un individualista convencido, tena el individualismo del vasco

    reforzado y calafateado por el individualismo de los Tellagorris.Cada cual que conserve lo que tenga y que robe lo que pueda deca.sta era la ms social de sus teoras, las ms insociables se las callaba.Tellagorri no necesitaba de nadie para vivir. l se haca la ropa, l se afeitaba y se

    cortaba el pelo, se fabrica las abarcas, y no necesitaba de nadie, ni de mujer ni dehombre. As al menos lo aseguraba l.

    Tellagorri, cuando le tom por su cuenta a Martn, le ense toda su ciencia. Leexplic la manera de acogotar una gallina sin que alborotase, le mostr la manera decoger los higos y las ciruelas de las huertas sin peligro de ser visto, y le ense aconocer las setas buenas de las venenosas por el color de la hierba en donde se cran.

    Esta cosecha de setas y la caza de caracoles constitua un ingreso para Tellagorri,pero el mayor era otro.

    Haba en la Ciudadela, en uno de los lienzos de la muralla, un rellano formado portierra, al cual pareca tan imposible llegar subiendo como bajando. Sin embargo,Tellagorri dio con la vereda para escalar aquel rincn y, en este sitio recndito ysoleado, puso una verdadera plantacin de tabaco, cuyas hojas secas venda al taberneroArcale.

    El camino que llevaba a la plantacin de tabaco del viejo, parta de una heredad de

    los Ohandos y pasaba por un foso de la Ciudadela. Abriendo una puerta vieja ycarcomida que haba en este foso, por unos escalones cubiertos de musgo, se llegaba alrincn de Tellagorri.

    Este camino suba apoyndose en las gruesas races de los rboles, constituyendouna escalera de desiguales tramos, metida en un tnel de ramaje.

    En verano, las hojas lo cubran por completo. En los das calurosos de agosto sepoda dormir all a la sombra, arrullado por el piar de los pjaros y el rezongar de losmoscones.

    El foso era lugar tambin interesante para Martn; las paredes estaban cubiertas demusgos rojos, amarillos y verdes; entre las piedras nacan la lechetrezna, el beleo y elyezgo, y los grandes lagartos tornasolados se tostaban al sol. En los huecos de la

    muralla tenan sus nidos las lechuzas y los mochuelos.Tellagorri explicaba todo detenidamente a Martn.Tellagorri era un sabio, nadie conoca la comarca como l, nadie dominaba la

    geografa del ro Ibaya, la fauna y la flora de sus orillas y de sus aguas como este viejocnico.

    Guardaba, en los agujeros del puente romano, su aparejo y su red para cuando laveda; saba pescar al martillo, procedimiento que se reduce a golpear algunas losas delfondo del ro y luego a levantarlas, con lo que quedan las truchas que han estado debajoinmviles y aletargadas.

    Saba cazar los peces a tiros; pona lazos a las nutrias en la cueva de Amaviturrieta,que se hunde en el suelo y est a medias llena de agua; echaba las redes en Ocin beltz, el

    agujero negro en donde el ro se embalsa; pero no empleaba nunca la dinamita porque,aunque vagamente, Tellagorri amaba la Naturaleza y no quera empobrecerla.

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    Le gustaba tambin a este viejo embromar a la gente: deca que nada gustaba tanto alas nutrias como un peridico con buenas noticias, y aseguraba que si se dejaba un papela la orilla del ro, estos animales salen a leerlo; contaba historias extraordinarias de lainteligencia de los salmones y de otros peces. Para Tellagorri, los perros si no hablabanera porque no queran, pero l los consideraba con tanta inteligencia como una persona.

    Este entusiasmo por los canes le haba impulsado a pronunciar esta frase irrespetuosa:Yo le saludo con ms respeto a un perro de aguas, que al seor prroco.La tal frase escandaliz el pueblo.Haba gente que comenzaba a creer que Tellagorri y Voltaire eran los causantes de

    la impiedad moderna.Cuando no tenan, el viejo y el chico, nada que hacer, iban de caza con

    Marquesch al monte. Arcale le prestaba a Tellagorri su escopeta. Tellagorri, sinmotivo conocido, comenzaba a insultar a su perro. Para esto siempre tena que emplearel castellano:

    Canalla! Granuja! le deca. Viejo cochino! Cobarde!Marqus contestaba a los insultos con un ladrido suave, que pareca una

    quejumbrosa protesta, mova la cola como un pndulo y se pona a andar en zig-zag,olfateando por todas partes. De pronto vea que algunas hierbas se movan y se lanzabaa ellas como una flecha.

    Martn se diverta muchsimo con estos espectculos. Tellagorri lo tena comoacompaante para todo, menos para ir a la taberna; all no le quera a Martn. Alanochecer, sola decirle, cuando l iba a perorar al parlamento de casa de Arcale:

    Anda, vete a mi huerta y coge unas peras de all, del rincn, y llvatelas a casa.Maana me dars la llave.

    Y le entregaba un pedazo de hierro que pesaba media tonelada por lo menos.Martn recorra el balcn de la muralla. As saba que en casa de Tal haban

    plantado alcachofas y en la de Cual judas. El ver las huertas y las casas ajenas desde loalto de la muralla, y el contemplar los trabajos de los dems, iba dando a Martn ciertainclinacin a la filosofa y al robo.

    Como en el fondo el joven Zalacan era agradecido y de buena pasta, senta por suviejo Mentor un gran entusiasmo y un gran respeto. Tellagorri lo saba, aunque daba aentender que lo ignoraba; pero en buena reciprocidad, todo lo que comprenda que legustaba al muchacho o serva para su educacin, lo haca si estaba en su mano.

    Y qu rincones conoca Tellagorri! Como buen vagabundo era aficionado a lacontemplacin de la Naturaleza. El viejo y el muchacho suban a las alturas de laCiudadela, y all, tendidos sobre la hierba y las aliagas, contemplaban el extenso

    paisaje. Sobre todo, las tardes de primavera era una maravilla. El ro Ibaya, limpio,

    claro, cruzaba el valle por entre heredades verdes, por entre filas de lamos altsimos,ensanchndose y saltando sobre las piedras, estrechndose despus, convirtindose encascada de perlas al caer por la presa del molino. Cerraban el horizonte montes ceudosy en los huertos se vean arboledas y bosquecillos de frutales.

    El sol daba en los grandes olmos de follaje espeso de la Ciudadela y los enrojeca ylos coloreaba con un tono de cobre.

    Bajando desde lo alto, por senderos de cabras, se llegaba a un camino que corrajunto a las aguas claras del Ibaya. Cerca del pueblo, algunos pescadores de caa, sepasaban la tarde sentados en la orilla y las lavanderas, con las piernas desnudas metidasen el ro, sacudan las ropas y cantaban.

    Tellagorri conoca de lejos a los pescadores: All estn Tal y Tal deca.

    Seguramente no han pescado nada. No se reuna con ellos; l saba un rincn perfumado

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    por las flores de las acacias y de los espinos que caa sobre un sitio en donde el roestaba en sombra y a donde afluan los peces.

    Tellagorri le curta a Martn, le haca andar, correr, subirse a los rboles, meterse enlos agujeros como un hurn, le educaba a su manera, por el sistema pedaggico de losTellagorris que se pareca bastante al salvajismo.

    Mientras los dems chicos estudiaban la doctrina y el catn, l contemplaba losespectculos de la Naturaleza, entraba en la cueva de Erroitza en donde hay salonesinmensos llenos de grandes murcilagos que se cuelgan de las paredes por las uas desus alas membranosas, se baaba en Ocin beltz, a pesar de que todo el puebloconsideraba este remanso peligrossimo, cazaba y daba grandes viajatas.

    Tellagorri haca que su nieto entrara en el ro cuando llevaban a baar los caballosde la diligencia, montado en uno de ellos.

    Ms adentro! Ms cerca de la presa, Martn!le deca.Y Martn, riendo, llevaba los caballos hasta la misma presa.Algunas noches, Tellagorri, le llev a Zalacan al cementerio.

    Esprame aqu un momento le dijo.

    Bueno.Al cabo de media hora, al volver por all le pregunt:

    Has tenido miedo, Martn?Miedo de qu?Arrayua! As hay que ser deca Tellagorri. Hay que estar firmes, siempre

    firmes.

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    CAPTULO IIILA REUNIN DE LA POSADA DE ARCALE

    La posada de Arcale estaba en la calle del castillo y haca esquina al callejnOquerra. Del callejn se sala al portal de la Antigua; hendidura estrecha y lbrega de la

    muralla que bajaba por una rampa en zig-zag al camino real. La casa de Arcale era uncasern de piedra hasta el primer piso, y lo dems de ladrillo, que dejaba ver sus vigascruzadas y ennegrecidas por la humedad. Era, al mismo tiempo, posada y taberna conhonores de club, pues all por la noche se reunan varios vecinos de la calle y algunoscampesinos a hablar y a discutir y los domingos a emborracharse. El zagun negro tenaun mostrador y un armario repleto de vinos y licores; a un lado estaba la taberna, conmesas de pino largas que podan levantarse y sujetarse a la pared, y en el fondo lacocina. Arcale era un hombre grueso y activo, excosechero, extratante de caballos ycontrabandista. Tena cuentas complicadas con todo el mundo, administraba lasdiligencias, chalaneaba, gitaneaba, y los das de fiesta aada a sus oficios el decocinero. Siempre estaba yendo y viniendo, hablando, gritando, riendo a su mujer y asu hermano, a los criados y a los pobres; no paraba nunca de hacer algo.

    La tertulia de la noche en la taberna de Arcale la sostenan Tellagorri y Picha.Picha, digno compinche de Tellagorri, le serva de contraste. Tellagorri era flaco,Picha gordo; Tellagorri vesta de obscuro, Picha, quiz para poner ms en evidencia suvolumen, de claro; Tellagorri pasaba por pobre, Picha era rico; Tellagorri era liberal,Picha carlista; Tellagorri no pisaba la iglesia, Picha estaba siempre en ella, pero a pesarde tantas divergencias Tellagorri y Picha se sentan almas gemelas que fraternizabanante un vaso de buen vino.

    Tenan estos dos oradores de la taberna de Arcale hablando en castellano uncarcter comn y era que invariablemente trabucaban las efes y las pes. No haba medio

    de que las pronunciasen a derechas.Qu te farece a ti el mdico nuevo? le preguntaba Picha a Tellagorri.!Ps! contestaba el otro. La frtica es lo que le palta.Pues es hombre listo, hombre de alguna portuna, tiene su fiano en casa.No haba manera de que uno u otro pronunciaran estas letras bien.Tellagorri se senta poco aficionado a las cosas de iglesia, tena poca apicin,

    como hubiera dicho l, y cuando beba dos copas de ms la primera gente de quienempezaba a hablar mal era de los curas. Picha pareca natural que se indignara y noslo no se indignaba como cerero y religioso, sino que azuzaba a su amigo para quedijera cosas ms fuertes contra el vicario, los coadjutores, el sacristn o la cerora.

    Sin embargo, Tellagorri respetaba al vicario de Arbea, a quien los clericales

    acusaban de liberal y de loco. El tal vicario tena la costumbre de coger su sueldo,cambiarlo en plata y dejarlo encima de la mesa formando un montn, no muy grande,porque el sueldo no era mucho, de duros y de pesetas. Luego, a todo el que iba a pedirlealgo, despus de reirle rudamente y de reprocharle sus vicios y de insultarle a veces, ledaba lo que le pareca, hasta que a mediados del mes se le acababa el montn de pesetasy entonces daba maz o habichuelas siempre refunfuando insultando.

    Tellagorri deca: Esos son curas, no como los de aqu, que no quieren ms quevivir bien y buenas profinas.

    Toda la torpeza de Tellagorri hablando castellano se trocaba en facilidad, en rapidezy en gracia cuando peroraba en vascuence. Sin embargo, l prefera hablar en castellano

    porque le pareca ms elegante.

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    Cualquier cosa llegaba a ser graciosa en boca de aquel viejo truhn; cuando pasabapor delante de la taberna alguna chica bonita, Tellagorri lanzaba un ronquido tansocarrn que todo el mundo rea.

    Otro, haciendo lo mismo, hubiese parecido ordinario y grosero; l, no; Tellagorritena una elegancia y una delicadeza innata que le alejaban de la grosera.

    Era tambin hombre de refranes, y cuando estaba borracho cantaba muy mal, sinafinacin alguna, pero dando a las palabras mucha malicia.Las dos canciones favoritas suyas eran dos hbridas de vascuence y castellano;

    traducidas literalmente no queran decir gran cosa, pero en sus labios significaban todo.Una, probablemente de su invencin, era as:

    Ba dala sargentea

    Ba dala quefia.

    Erreguien bizcarretic

    Artzen ditu cafia.

    (Ya sea sargento, ya sea jefe, a costa de la reina, toma su caf).Esto, en boca de Tellagori, quera decir que todo el mundo era un pillo.La otra cancin la tena el viejo para los momentos solemnes, y era as:

    Manuelacho, escasayozu

    Barcasiyua Andres.

    (Manolita, pdele perdn a Andrs).Y haca, al decir esto Tellagorri, una reverencia cmica, y contina con voz

    gangosa:

    Beti orrela ibilli gabe

    majo sharraren igues.

    (Sin andar siempre, de esa manera, huyendo de un viejecito tan majo).Y despus, como una consecuencia grave de lo que haba dicho antes, aada:

    Napoleonen pauso gaiztoac

    ond dituzu icasi.

    (Los malos pasos de Napolen, bien los has aprendido).No era fcil comprender qu malos pasos de Napolen habra aprendido Manolita.

    Probablemente Manolita no tendra ni la ms remota idea de la existencia del hroe de

    Austerlitz, pero esto no era obstculo para que la cancin en boca de Tellagorri tuviesemuchsima gracia.Para los momentos en que Tellagorri estaba un tanto excitado o borracho, tena otra

    cancin bilinge, en que se celebraba el abrazo de Vergara y que conclua as:

    Viva Espartero! Viva erreguia!

    Ojal de repente ilcobalizaque

    Bere ama ciquia!

    (Viva Espartero! Viva la reina! Ojal de repente se muriese su sucia madre!).Este adjetivo, dirigido a la madre de Isabel II, indicaba cmo haba llegado el odio

    por Mara Cristina hasta los ms alejados rincones de Espaa.

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    CAPTULO IVQUE SE REFIERE A LA NOBLE CASA DE OHANDO

    A la entrada del pueblo nuevo, en la carretera, y por lo tanto, fuera de las murallas,estaba la casa ms antigua y linajuda de Urbia: la casa de Ohando.

    Los Ohandos constituyeron durante mucho tiempo la nica aristocracia de la villa;fueron en tiempo remoto grandes hacendados y fundadores de capellanas, luegoalgunos reveses de fortuna y la guerra civil, amenguaron sus rentas y la llegada de otrasfamilias ricas les quit la preponderancia absoluta que haban tenido.

    La casa Ohando estaba en la carretera, lo bastante retirada de ella para dejar sitio aun hermoso jardn, en el cual, como haciendo guardia, se levantaban seis magnficostilos. Entre los grandes troncos de estos rboles crecan viejos rosales que formabanguirnaldas en la primavera cuajadas de flores.

    Otro rosal trepador, de retorcidas ramas y rosas de color de t, suba por la fachadaextendindose como una parra y daba al viejo casarn un tono delicado y areo. Tenaadems este jardn, en el lado que se una con la huerta, un bosquecillo de lilas y sacos.En los meses de abril y mayo, estos arbustos florecan y mezclaban sus tirsos

    perfumados, sus corolas blancas y sus racimillos azules.En la casa solar, sobre el gran balcn del centro, campeaba el escudo de los

    fundadores tallado en arenisca roja; se vean esculpidos en l dos lobos rampantes conunas manos cortadas en la boca y un roble en el fondo. En el lenguaje herldico, el loboindica encarnizamiento con los enemigos; el roble, venerable antigedad.

    A juzgar por el blasn de los Ohandos, estos eran de una familia antigua, feroz conlos enemigos. Si haba que dar crdito a algunas viejas historias, el escudo decanicamente la verdad.

    La parte de atrs de la casa de los hidalgos daba a una hondonada; tena una gran

    galera de cristales y estaba hecha de ladrillo con entramado negro; enfrente se ergua unmonte de dos mil pies, segn el mapa de la provincia, con algunos caseros en la partebaja, y en la alta, desnudo de vegetacin, y slo cubierto a trechos por encinas ycarrascas.

    Por un lado, el jardn se continuaba con una magnfica huerta en declive, orientadaal medioda.

    La familia de los Ohandos se compona de la madre, doa gueda, y de sus hijosCarlos y Catalina.

    Doa gueda, mujer dbil, fantica y enfermiza, de muy poco carcter, estabadominada constantemente en las cuestiones de la casa por alguna criada antigua y en lascuestiones espirituales por el confesor.

    En esta poca, el confesor era un curita joven llamado don Flix, hombre deapariencia tranquila y dulce que ocultaba vagas ambiciones de dominio bajo una capade mansedumbre evanglica.

    Carlos de Ohando el hijo mayor de doa gueda, era un muchacho cerril, obscuro,tmido y de pasiones violentas. El odio y la envidia se convertan en el en verdaderasenfermedades.

    A Martn Zalacan le haba odiado desde pequeo cuando Martn le calent lascostillas al salir de la escuela, el odio de Carlos se convirti en furor. Cuando le vea aMartn andar a caballo y entrar en el ro, le deseaba un desliz peligroso.

    Le odiaba frenticamente.Catalina, en vez de ser obscura y cerril como su hermano Carlos, era pizpireta,

    sonriente, alegre y muy bonita. Cuando iba a la escuela con su carita sonrosada, un trajegris y una boina roja en la cabeza rubia, todas las mujeres del pueblo la acariciaban, las

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    dems chicas queran siempre andar con ella y decan que, a pesar de su posicinprivilegiada, no era nada orgullosa.

    Una de sus amigas era Ignacita, la hermana de Martn.Catalina y Martn se encontraban muchas veces y se hablaban; l la vea desde lo

    alto de la muralla, en el mirador de la casa, sentadita y muy formal, jugando o

    aprendiendo a hacer media. Ella siempre estaba oyendo hablar de las calaveradas deMartn.Ya est ese diablo ah en la muralla deca doa gueda. Se va a matar el

    mejor da. Qu demonio de chico! Qu malo es!Catalina ya saba que diciendo ese demonio, o ese diablo, se referan a Martn.Carlos alguna vez le haba dicho a su hermana:

    No hables con ese ladrn.Pero a Catalina no le pareca ningn crimen que Martn cogiera frutas de los rboles

    y se las comiese, ni que corriese por la muralla. A ella se le antojaban extravagancias,porque desde nia tena un instinto de orden y tranquilidad y le pareca mal que Martnfuese tan loco.

    Los Ohandos eran dueos de un jardn prximo al ro, con grandes magnolias y tilosy cercado por un seto de zarzas.

    Cuando Catalina sola ir all con la criada a coger flores, Martn las segua muchasveces y se quedaba a la entrada del seto.

    Entra si quieres le deca Catalina.Bueno y Martn entraba y hablaba de sus correras, de las barbaridades que iba

    a hacer y expona las opiniones de Tellagorri, que le parecan artculos de fe.Ms te vala ir a la escuela! le deca Catalina.Yo! A la escuela! exclamaba Martn. Yo me ir a Amrica o me ir a la

    guerra.Catalina y la criada entraban por un sendero del jardn lleno de rosales y hacan

    ramos de flores. Martn las vea y contemplaba la presa, cuyas aguas brillaban al solcomo perlas y se deshacan en espumas blanqusimas.

    Ya andara por ah, si tuviera una lancha deca Martn.Catalina protestaba.

    No se te van a ocurrir ms que tonteras siempre? Por qu no eres como losdems chicos?

    Yo les pego a todos contestaba Martn, como si esto fuera una razn.* * * * *

    En la primavera, el camino prximo al ro era una delicia. Las hojas nuevas de lashayas comenzaban a verdear, el helecho lanzaba al aire sus enroscados tallos, los

    manzanos y los perales de las huertas ostentaban sus copas nevadas por la flor y se oanlos cantos de las malvices y de los ruiseores en las enramadas. El cielo se mostrabaazul, de un azul suave, un poco plido y slo alguna nube blanca, de contornos duros,como si fuera de mrmol, apareca en el cielo.

    Los sbados por la tarde, durante la primavera y el verano, Catalina y otras chicasdel pueblo, en compaa de alguna buena mujer, iban al campo santo. Llevaba cada unaun cestito de flores, hacan una escobilla con los hierbajos secos, limpiaban el suelo delas lpidas en donde estaban enterrados los muertos de su familia y adornaban las crucescon rosas y con azucenas. Al volver hacia casa todas juntas, vean cmo en el cielocomenzaban a brillar las estrellas y escuchaban a los sapos, que lanzaban su misteriosanota de flauta en el silencio del crepsculo...

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    Muchas veces, en el mes de mayo, cuando pasaban Tellagorri y Martn por la orilladel ro, al cruzar por detrs de la iglesia, llegaba hasta ellos las voces de las nias, quecantaban en el coro las flores de Mara.

    Emenche gauzcatzu ama

    (Aqu nos tienes, madre.)Escuchaban un momento, y Martn distingua la voz de Catalina, la chica deOhando.

    Es Catali, la de Ohando deca Martn.Si no eres tonto t, te casars con ella replicaba Tellagorri.Y Martn se echaba a rer.

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    CAPTULO VDE CMO MURI MARTN LPEZ DE ZALACAN, EN

    EL AO DE GRACIA DE MIL CUATROCIENTOS Y DOCE.

    Uno de los vecinos que con ms frecuencia paseaba por la acera de la muralla era

    un seor viejo, llamado don Fermn Soraberri. Durante muchsimos aos, don Fermndesempe el cargo de secretario del Ayuntamiento de Urbia, hasta que se retir,cuando su hija se cas con un labrador de buena posicin.

    El seor don Fermn Soraberri era un hombre alto, grueso, pesado, con los prpadosedematosos y la cara hinchada. Sola llevar una gorrita con dos cintas colgantes pordetrs, una esclavina azul y zapatillas. La especialidad de don Fermn era la de serdistrado. Se olvidaba de todo. Sus relaciones estaban cortadas por este patrn:

    Una vez en Oate... (para el seor Soraberri, Oate era la Atenas moderna. EnEspaa hay veinte o treinta Atenas modernas.) Una vez en Oate pude presenciar unacosa sumamente interesante. Estbamos reunidos el seor vicario, un seor profesor de

    primera enseanza y... y el seor Soraberri miraba a todas partes, como espantado,con sus grandes ojos turbios, y deca: En qu iba?... Pues... se me ha olvidado laespecie.

    Al seor Soraberri siempre se le olvidaba la especie. Casi todos los das elexsecretario se encontraba con Tellagorri y cambiaban un saludo y algunas palabrasacerca del tiempo y de la marcha de los rboles frutales. Al comenzar a verleacompaado de Martn, el seor Soraberri se extra y miraba al muchacho con su airede elefante hinchado y reblandecido.

    Pens en dirigirle alguna pregunta, pero tard varios das, porque el seor Soraberriera tardo en todo. Al ltimo le dijo, con su majestuosa lentitud:

    De quin es este nio, amigo Tellagorri?

    Este chico? Es un pariente mo.Algn Tellagorri?No; se llama Martn Zalacan.Hombre! Hombre! Martn Lpez de Zalacan.No, Lpez no dijo Tellagorri.Yo s lo que me digo. Este nio se llama realmente Martn Lpez de Zalacan y

    ser de ese casero que est ah cerca del portal de Francia.S, seor; de ah es.Pues conozco su historia, y Lpez de Zalacan ha sido y Lpez de Zalacan ser,

    y si quiere usted maana vaya usted a mi casa y le leer a usted un papel que copi delarchivo del Ayuntamiento acerca de esa cuestin.

    Tellagorri dijo que ira y, efectivamente, al da siguiente, pensando que quiz lodicho por el exsecretario tuviese alguna importancia, se present con Martn en su casa.Al seor Soraberri se le haba olvidado la especie, pero record pronto de qu se

    trataba; encarg a su hija que trajese un vaso de vino para Tellagorri, entr l en sudespacho y volvi poco despus con unos papeles viejos en la mano; se puso losanteojos, carraspe, revolvi sus notas, y dijo:

    Ah! Aqu estn. Esto aadi es una copia de una narracin que hace elcronista Iigo Snchez de Ezpeleta acerca de cmo fue vertida la primera sangre en laguerra de los linajes, en Urbia, entre el solar de Ohando y el de Zalacan, y supone queestas luchas comenzaron en nuestra villa a fines del siglo XIV o a principios del XV.

    Y hace mucho tiempo de eso? pregunt Tellagorri.

    Cerca de quinientos aos.Y ya existan Zalacan entonces?

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    No slo existan, sino que eran nobles.Oye, oye dijo Tellagorri dando un codazo a Martn, que se distraa.Quieren ustedes que lea lo que dice el cronista?S, s.Bueno. Pues dice as: Ttulo: De cmo muri Martn Lpez de Zalacan, en el

    ao de gracia de mil cuatrocientos y doce.Ledo esto, Soraberri tosi, escupi y comenz esta relacin con gran solemnidad:Enemistad antigua sealada avya entre el solar d'Ohando, que es del reino de

    Navarra, el de Zalacan, que es en tierra de la Borte. E dcese que la causa della foesobre envidia a cual vala mas, ficieron muchos malheficios los de Zalacanquemaron vivo al senyor de Sant Pedro en una pelea que ovyeron en el llano del Somo

    porque no dexo fijo el dicho senyor de Sant Pedro casaron una su fija con Martn Lpezde Zalacan, home muy andariego.

    E dicho Martn Lpez seyendo venido a la billa d'Urbia foe desafiado por Mosen deSant Pedro, del solar d'Ohando, que era sobrino del otro senyor de Sant Pedro quehaba fecho muchos malheficios, acechanzas rrobos.

    E Martn Lpez contestole a su desafiamiento: Como vos sabedes yo so contadoaqu por el mas esforzado ome y ardite en el fecho de las armas en toda esta tierra y

    paresce que los d'Ohando a vos han trado por la mejor lanza de Navarra por vengar lamuertte de mi suegro que foe en la pelea peleada con lealtad en el Somo como elcuibdaba matar a mi, yo a el.

    E por ende si a vos pluguiese que nos probemos vos yo, uno para otro, fasta queuno de nos o ambos por ventura muramos, a mi plasera mucho aqu presto.

    E respondiole Mosen de Sant Pedro que le plasia se citaron en el prado de SantAna. En esta sazon venya dicho Martn Lpez encima de su cavallo como esforzadocavallero antes de pelear con Mosen de Sant Pedro foe ferido de una saeta que le entr

    por un ojo cayo muertto del cavallo en medio del prado. E lo desjarretaron. E preparola asechanza armo la ballestta la disparo Velche de Micolalde, deudo amigo deMosen de Sant Pedro d'Ohando. E los omes de Martn Lpez como lo veyeron muertto eran pocos enfrente de los de Ohando, ovyeron muy grant miedo comenzaron todosa fugir.

    E cuando lo supo la muger de Martn Lpez fue la triste al prado de Sant Ana, cuando vido el cuerpo de su marido, sangriento y mutilado, se afinoj, prsole en sus

    brazos comenz a llorar, maldiciendo la guerra su mala fortuna. E esto pataba en elao de Nuestro Senyor de mil cuatrociensos y doce.

    Cuando concluy el seor Soraberri, miro a travs de sus anteojos a sus dosoyentes. Martn no se haba enterado de nada; Tellagorri dijo:

    S, esos Ohandos es gente palsa. Mucho ir a la iglesia, pero luego matan atraicin.Soraberri recomend eficazmente a su amigo Tellagorri que no hiciera nunca

    juicios aventurados y temerarios, y con este motivo comenz a contar una historia,precisamente ocurrida en Oate, pero al ir a especificar los que haban intervenido en suhistoria, se le olvid la especie, y lo sinti, verdaderamente lo sinti, porque, segn dijo,tena la seguridad de que el hecho era sumamente interesante y, adems, muy digno demencin.

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    CAPTULO VIDE CMO LLEGARON UNOS TITIRITEROS Y DE LO

    QUE SUCEDI DESPUS

    Un da de mayo, al anochecer, se presentaron en el camino real tres carros, tirados

    por caballos flacos, llenos de mataduras y de esparavanes. Cruzaron la parte nueva delpueblo y se detuvieron en lo alto del prado de Santa Ana.

    No poda Tellagorri, gaceta de la taberna de Arcale, quedar sin saber en seguida dequ se trataba; as que se present al momento en el lugar, seguido de Marqus.

    Trab inmediatamente conversacin con el jefe de la caravana, y despus de variaspreguntas y respuestas y de decir el hombre que era francs y domador de fieras,Tellagorri se lo llev a la taberna de Arcale.

    Martn se enter tambin de la llegada de los domadores con sus fieras enjauladas, ya la maana siguiente, al levantarse, lo primero que hizo fue dirigirse al prado de SantaAna.

    Comenzaba a salir el sol cuando lleg al campamento del domador.Uno de los carros era la casa de los saltimbanquis. Acababan de salir de dentro el

    domador, su mujer, un viejo, un chico y una chica. Slo una nia de pocos meses queden la carreta-choza jugando con un perro.

    El domador no ofreca ese aire, entre petulante y grotesco, tan comn a losacrbatas de barracas y gentes de feria; era sombro, joven, con aspecto de gitano, el

    pelo negro y rizoso, los ojos verdes, el bigote alargado en las puntas por una especie depatillas pequeas y la expresin de maldad siniestra y repulsiva.

    El viejo, la mujer y los chicos tenan slo carcter de pobres, eran de esos tipos yfiguras borrosas que el troquel de la miseria produce a millares.

    El hombre, ayudado por el viejo y por el chico, traz con una cuerda un crculo en

    la tierra y en el centro plant un palo grande, de cuya punta partan varias cuerdas quese ataban en estacas clavadas fuertemente en el suelo.El domador busc a Tellagorri para que le proporcionara una escalera; le indic ste

    que haba una en la taberna de Arcale, la sacaron de all y con ella sujetaron las lonas,hasta que formaron una tienda de campaa de forma cnica.

    Los dos carros con jaulas en donde iban las fieras los colocaron dejando entre ellosun espacio que serva de puerta al circo, y encima y a los lados pusieron lossaltimbanquis tres carteles pintarrajeados. Uno representaba varios perros lanzndosesobre un oso, el otro una lucha entre un len y un bfalo y el tercero unos indiosatacando con lanzas a un tigre que les esperaba en la rama de un rbol como si fuera un

    jilguero.

    Dieron los hombres la ltima mano al circo, y el domingo, en el momento en que lagente sala de vsperas, se present el domador seguido del viejo en la plaza de Urbia,delante de la iglesia. Ante el pueblo congregado, el domador comenz a soplar en uncuerno de caza y su ayudante redobl en el tambor.

    Recorrieron los dos hombres las calles del barrio viejo y luego salieron fuera depuertas, y tomando por el puente, seguidos de una turba de chicos y chicas llegaron alprado de Santa Ana, se acercaron a la barraca y se detuvieron ante ella.

    A la entrada la mujer tocaba el bombo con la mano derecha y los platillos con laizquierda, y una chica desmelenada agitaba una campanilla. Unironse a estos sonidosdiscordantes las notas agudsimas del cuerno de caza y el redoble del tambor,

    produciendo entre todo una algaraba insoportable.

    Este ruido ces a una seal imperiosa del domador, que con su instrumento deviento en el brazo izquierdo se acerc a una escalera de mano prxima a la entrada,

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    subi dos o tres peldaos, tom una varita y sealando las monstruosas figuraspintarrajeadas en los lienzos, dijo con voz enftica:

    Aqu vern ustedes los osos, los lobos, el len y otras terribles fieras. Vernustedes la lucha del oso de los Pirineos con los perros que saltan sobre l y acaban porsujetarle. Este es el len del desierto cuyos rugidos espantan al ms bravo de los

    cazadores. Slo su voz pone espanto en el corazn ms valiente... Od!El domador se detuvo un momento y se oyeron en el interior de la barraca terriblesrugidos, y como contestndolos, el ladrar feroz de una docena de perros.

    El pblico qued aterrorizado.En el desierto...El domador iba a seguir, pero viendo que el efecto de curiosidad en el pblico

    estaba conseguido y que la multitud pretenda pasar sin tardanza al interior del circo,grit:

    La entrada no cuesta ms que un real. Adelante, seores! Adelante!Y volvi a atacar con el cuerno de caza un aire marcial, mientras el viejo ayudante

    redoblaba en el tambor.

    La mujer abri la lona que cerraba la puerta y se puso a recoger los cuartos de losque iban pasando.

    Martn presenci todas estas maniobras con una curiosidad creciente, hubiera dadocualquier cosa por entrar, pero no tena dinero.

    Busc una rendija entre las lonas para ver algo, pero no la pudo encontrar; se tendien el suelo y estaba as con la cara junto a la tierra cuando se le acerc la chica haraposadel domador que tocaba la campanilla a la puerta.

    Eh, t qu haces ah?Mirar dijo Martn.No se puede.Y por qu no se puede?Porque no. Si no qudate ah, ya vers si te pesca mi amo.Y quin es tu amo?Quin ha de ser? El domador.Ah! Pero t eres de aqu?SY no sabes pasar?Si no dices a nadie nada ya te pasar.Yo tambin te traer cerezas.De dnde?Yo s donde las hay.

    Cmo te llamas?Martn, y t?Yo, Linda.As se llamaba la perra del mdico dijo poco galantemente Martn.Linda no protest de la comparacin; fue detrs de la entrada del circo, tir de una

    lona, abri un resquicio, y dijo a Martn:Anda, pasa.Se desliz Martn y luego ella.

    Cuando me dars las cerezas? pregunt la chica.Cuando esto se concluya ir a buscarlas.Martn se coloc entre el pblico. El espectculo que ofreca el domador de fieras

    era realmente repulsivo.

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    Alrededor del circo, atados a los pies de un banco hecho con tablas, haba diez odoce perros flacos y sarnosos. El domador hizo restallar el ltigo, y todos los perros auna comenzaron a ladrar y a aullar furiosamente. Luego el hombre vino con un osoatado a una cadena, con la cabeza protegida por una cubierta de cuero.

    El domador oblig a ponerse de pie varias veces al oso, y a bailar con el palo

    cruzado sobre los hombros y a tocar la pandereta. Luego solt un perro que se lanzsobre el oso, y despus de un momento de lucha se le colg de la piel. Tras de ste soltotro perro y luego otro y otro, con lo cual el pblico se comenz a cansar.

    A Martn no le pareci bien, porque el pobre oso estaba sin defensa alguna. Losperros se echaban con tal furia sobre el oso que para obligarles a soltar la presa eldomador o el viejo tenan que morderles la cola. A Martn no le agrad el espectculo ydijo en voz alta, y algunos fueron de su opinin, que el oso atado no poda defenderse.

    Despus todava martirizaron ms a la pobre bestia. El domador era un verdaderocanalla y pegaba al animal en los dedos de las patas, y el oso babeaba y gema con unosgemidos ahogados.

    Basta! Basta! grit un indiano que haba estado en California.

    Porque tiene el oso atado hace eso dijo Martn, sino no lo hara.El domador se fij en el muchacho y le lanz una mirada de odio.Lo que sigui fue ms agradable, la mujer del domador, vestida con un traje de

    lentejuelas, entr en la jaula del len, jug con l, le hizo saltar y ponerse de pie, ydespus Linda dio dos o tres volatines y vino con un monillo vestido de rojo a quienoblig a hacer ejercicios acrobticos.

    El espectculo conclua. La gente se dispona a salir. Martn vio que el domador lemiraba. Sin duda se haba fijado en l. Martn se adelant a salir, y el domador le dijo:

    Espera, t no has pagado. Ahora nos veremos. Te voy a echar los perros como aloso.

    Martn retrocedi espantado; el domador le contemplaba con una sonrisa feroz.Martn record el sitio por donde entr y empujando violentamente la lona la abri ysali fuera de la barraca. El domador qued chasqueado. Dio despus Martn la vuelta al

    prado de Santa Ana, hasta detenerse prudentemente a quince o veinte metros de laentrada del circo.

    Al ver a Linda le dijo:Quieres venir?No puedo.Pues ahora te traer las cerezas.En el momento que hablaban apareci corriendo el domador, pens sin duda en

    abalanzarse sobre Martn, pero comprendiendo que no le alcanzara se veng en la nia

    y le dio una bofetada brutal. La chiquilla cay al suelo. Unas mujeres se interpusieron impidieron al domador siguiera pegando a la pobre Linda.T lo has metido dentro, verdad? grit el domador en francs.No; ha sido l que ha entrado.Mentira. Has sido t. Confiesa o te deslomo.S, he sido yo.Y por qu?Porque me ha dicho que me traera cerezas.Ah, bueno y el domador se tranquiliz, que las traiga, pero si te las comes te

    hartar de palos. Ya lo sabes.Martn, al poco rato, volvi con la boina llena de cerezas. La Linda las puso en su

    delantal y estaba con ellas cuando se present el domador de nuevo. Martn se apartdando un salto hacia atrs.

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    No, no te escapes dijo el domador con una sonrisa que quera ser amable.Martn se qued. Luego, el hombre le pregunt quin era, y l al saber su parentesco

    con Tellagorri, le dijo:Ven cuando quieras, te dejar pasar.Durante los dems das de la semana, la barraca del domador estuvo vaca. El

    domingo, los saltimbanquis hicieron dar un bando por el pregonero diciendo querepresentaran un nmero extraordinario interesantsimo. Martn se lo dijo a su madrey a su hermana. La chica se asustaba al escuchar el relato de las fieras y no quiso ir.

    Acudieron solo la madre y el hijo. El nmero sensacional era la lucha de la Lindacon el oso. La chiquilla se present desnuda de medio cuerpo arriba y con unos

    pantalones de percal rojo. Linda se abraz al oso y haca que luchaba con l, pero eldomador tiraba a cada paso de una cuerda atada a la nariz del plantgrado.

    A pesar de que la gente pensaba que no haba peligro para la nia, produca unahorrible impresin ver las grandes y peludas garras del animal sobre las espaldas dbilesde la nia.

    Despus del nmero sensacional que no entusiasm al pblico, entr la mujer en la

    jaula del len.La fiera deba estar enferma, porque la domadora no hall medio de que hiciese los

    ejercicios de costumbre.Viendo semejante fracaso el domador, posedo de una rabiosa furia, entr en la

    jaula, mand salir a la mujer y empez a latigazos con el len. Este se levantenseando los dientes, y lanzando un rugido se ech sobre domador; el viejo ayudantemeti, por entre los barrotes de la jaula, una palanca de hierro para aislar el hombre dela fiera, pero con tan poca fortuna, que la palanca se enganch en las ropas del domadory en vez de protegerle le inmoviliz y le dej entregado a la fiera.

    El pblico vio al domador echando sangre, y se levant despavorido y se dispuso ahuir.

    No haba peligro para los espectadores, pero un pnico absurdo hizo que todos selanzasen atropelladamente a la salida; alguien, que luego no se supo quin fue, disparun tiro contra el len, y en aquel momento insensato de fuga resultaron magullados ycontusos varias mujeres y nios.

    El domador qued tambin gravemente herido.Dos mujeres fueron recogidas con contusiones de importancia, una de ellas, una

    vieja de un casero lejano que haca diez aos que no haba estado en Urbia, la otra, lamadre de Martn, que adems de las magulladuras y golpes, presentaba una herida en elcuello, ocasionada, segn dijo el mdico, por un trozo del barrote de la jaula,desprendido al choque de la bala disparada por una persona desconocida.

    Se traslad a la madre de Martn a su casa, y fuera que las contusiones y la heridatuviesen gravedad, fuera como dijeron algunos que no estuviese bien atendida, el casofue que la pobre mujer muri a la semana del accidente de la barraca, dejando hurfanosa Martn y a la Ignacia.

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    CAPTULO VIICMO TELLAGORRI SUPO PROTEGER A LOS SUYOS

    A la muerte de la madre de Martn, Tellagorri, con gran asombro del pueblo,recogi a sus sobrinos y se los llev a su casa. La seora de Ohando dijo que era una

    lstima que aquellos nios fuesen a vivir con un hombre desalmado, sin religin y sincostumbres, capaz de decir que saludaba con ms respeto a un perro de aguas que alseor prroco.

    La buena seora se lament, pero no hizo nada, y Tellagorri se encarg de cuidar yalimentar a los hurfanos.

    La Ignacia entr en la posada de Arcale de niera y hasta los catorce aos trabajall.

    Martn frecuent la escuela durante algunos meses, pero le tuvo que sacar Tellagorriantes del ao porque se pegaba con todos los chicos y hasta quiso zurrar al pasante.

    Arcale, que saba que el muchacho era listo y de genio vivo, le utiliz para recadistaen el coche de Francia, y cuando aprendi a guiar, de recadista le ascendieron a cocherointerino y al cabo de un ao le pasaron a cochero en propiedad.

    Martn, a los diez y seis aos, ganaba su vida y estaba en sus glorias. Se jactaba deser un poco brbaro y vesta un tanto majo, con la elegancia garbosa de los antiguos

    postillones. Llevaba chalecos de color, y en la cadena del reloj colgantes de plata. Legustaba lucirse los domingos en el pueblo; pero no le gustaba menos los das de labormarchar en el pescante por la carretera restallando el ltigo, entrar en las ventas delcamino, contar y or historias y llevar encargos.

    La seora de Ohando y Catalina se los hacan con mucha frecuencia, y lerecomendaban que les trajese de Francia telas, puntillas y algunas veces alhajas.

    Qu tal, Martn? le deca Catalina en vascuence.

    Bien contestaba l rudamente, hacindose ms el hombre. Y en vuestracasa?Todos buenos. Cuando vayas a Francia, tienes que comprarme una puntilla como

    la otra. Sabes?S, s, ya te comprar.Ya sabes francs?Ahora empiezo a hablar.Martn se estaba haciendo un hombretn, alto, fuerte, decidido. Abusaba un poco de

    su fuerza y de su valor, pero nunca atacaba a los dbiles. Se distingua tambin comojugador de pelota y era uno de los primeros en el trinquete.

    Un invierno hizo Martn una hazaa, de la que se habl en el pueblo. La carretera

    estaba intransitable por la nieve y no pasaba el coche. Zalacan fue a Francia y volvi apie, por la parte de Navarra, con un vecino de Larrau. Pasaron los dos por el bosque deIraty y les acometieron unos cuantos jabales.

    Ninguno de los hombres llevaba armas, pero a garrotazos mataron tres de aquellosfuriosos animales, Zalacan dos y el de Larrau otro.

    Cuando Martn volvi triunfante, muerto de fatiga y con sus dos jabales, el puebloentero le consider como un hroe.

    Tellagorri tambin fue muy felicitado por tener un sobrino de tanto valor y audacia.El viejo, muy contento, aunque hacindose el indiferente, deca:

    Este sobrino mo va a dar mucho que hablar. De casta le viene al galgo. Porque yono s si vosotros habris odo hablar de Lpez de Zalacan. No? Pues preguntadle a ese

    viejo Soraberri, ya veris lo que os cuenta...Y qu tiene que ver ese Lpez con tu sobrino? le replicaban.

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    Pues que es antepasado de Martn. No comprendis nada.Tellagorri pag caro el triunfo obtenido por su sobrino en la caza de los jabales,

    porque de tanto beber se puso enfermo.La Ignacia y Martn, por consejo del mdico, obligaron al viejo a que suprimiese

    toda bebida, fuese vino o licor; pero Tellagorri, con tal procedimiento de abstinencia,

    languideca y se iba poniendo triste.Sin vino y sin patharra soy un hombre muerto deca Tellagorri ; y, viendoque el mdico no se convenca de esta verdad, hizo que llamaran a otro ms joven.

    ste le dio la razn al borracho, y no slo le recomend que bebiera todos los dasun poco de aguardiente, sino que le recet una medicina hecha con ron. La Ignacia tuvoque guardar la botella del medicamento, para que el enfermo no se la bebiera de untrago. A medida que entraba el alcohol en el cuerpo de Tellagorri, el viejo se ergua y seanimaba.

    A la semana de tratamiento se encontraba tan bien, que comenz a levantarse y a ira la posada de Arcale, pero se crey en el caso de hacer locuras, a pesar de sus aos, yanduvo de noche entre la nieve y cogi una pleuresa.

    De esta no sale usted le dijo el mdico incomodado, al ver que haba faltado asus prescripciones.

    Tellagorri lo comprendi as y se puso serio, hizo una confesin rpida, arregl suscosas y, llamando a Martn, le dijo en vascuence:

    Martn, hijo mo, yo me voy. No llores. Por m lo mismo me da. Eres fuerte yvaliente y eres buen chico. No abandones a tu hermana, ten cuidado con ella. Por ahora,lo mejor que puedes hacer es llevarla a casa de Ohando. Es un poco coqueta; peroCatalina la tomar. No le olvides tampoco a Marquesch; es viejo, pero ha cumplido.

    No, no le olvidar dijo Martn sollozando.Ahora prosigui Tellagorri te voy a decir una cosa y es que antes de poco

    habr guerra. T eres valiente, Martn, t no tendrs miedo de las balas. Vete a laguerra, pero no vayas de soldado. Ni con los blancos, ni con los negros. Al comercio,Martn! Al comercio! Venders a los liberales y a los carlistas, hars tu pacotilla y tecasars con la chica de Ohando. Si tenis un chico, llamadle como yo, Miguel, o JosMiguel.

    Bueno dijo Martn, sin fijarse en lo extravagante de la recomendacin.Dile a Arcale sigui diciendo el viejo dnde tengo el tabaco y las setas.

    Ahora acrcate ms. Cuando yo me muera, registra mi jergn y encontrars en estapunta de la izquierda un calcetn con unas monedas de oro. Ya te he dicho, no quieroque las emplees en tierras, sino en gneros de comercio.

    As lo har.

    Creo que te lo he dicho todo. Ahora dame la mano. Firmes, eh?Firmes.El pobre Tellagorri se olvido de decir Pirmes, como hubiera dicho estando sano.

    A esa sosa de la Ignacia aadi poco despus el viejo le puedes dar lo que teparezca cuando se case.

    A todo dijo Martn que s. Luego acompa al viejo, contestando a sus preguntas,algunas muy extraas, y por la madrugada dej de vivir Miguel de Tellagorri, hombrede mala fama y de buen corazn.

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    CAPTULO VIIICMO AUMENT EL ODIO ENTRE MARTN ZALACAN

    Y CARLOS OHANDO

    Cuando muri Tellagorri, Catalina de Ohando, ya una seorita, habl a su madre

    para que recogiera a la Ignacia, la hermana de Martn. Era sta, segn se deca, un pococoqueta y estaba acostumbrada a los piropos de la gente de casa de Arcale.

    La suposicin de que la muchacha, siguiendo en la taberna, pudiese echarse aperder, influy en la seora de Ohando para llevarla a su casa de doncella. Pensabasermonearla hasta quitarla todos los malos resabios y dirigirla por la senda de la msestrecha virtud.

    Con el motivo de ver a su hermana, Martn fue varias veces a casa de Ohando yhabl con Catalina y doa gueda. Catalina segua hablndole de t y doa guedamanifestaba por l afecto y simpata, expresados en un sin fin de advertencias y deconsejos.

    El verano se present Carlos Ohando, que vena de vacaciones del colegio deOate.

    Pronto not Martn que, con la ausencia, el odio que le profesaba Carlos ms habaaumentado que disminuido. Al comprobar este sentimiento de hostilidad, dej de

    presentarse en casa de Ohando.No vas ahora a vernos le dijo alguna vez que le encontr en la calle, Catalina.No voy, porque tu hermano me odia contest claramente Martn.No, no lo creas.Bah! Yo s lo que me digo.El odio exista. Se manifest primeramente en el juego de pelota.Tena Martn un rival en un chico navarro, de la Ribera del Ebro, hijo de un

    carabinero.A este rival le llamaban el Cacho, porque era zurdo.Carlos de Ohando y algunos condiscpulos suyos, carlistas que se las echaban de

    aristcratas, comenzaron a proteger al Cacho y a excitarlo y a lanzarlo contra Martn.El Cacho tena un juego furioso de hombre pequeo iracundo; el juego de

    Martn, tranquilo y reposado, era del que est seguro de s mismo. El Cacho, sicomenzaba a ganar, se exaltaba, llevaba el partido al vuelo; en cambio, desanimado, notiraba una pelota que no fuese falta.

    Eran dos tipos, Zalacan y el Cacho, completamente distintos; el uno, la serenidady la inteligencia del montas, el otro, el furor y el bro del ribereo.

    Semejante rivalidad, explotada por Ohando y los seoritos de su cuerda, termin en

    un partido que propusieron los amigos del Cacho. El desafo se concert as; elCacho Isquia, un jugador viejo de Urbia, contra Zalacan y el compaero que stequisiera tomar. El partido sera a cesta y a diez juegos.

    Martn eligi como zaguero a un muchacho vasco francs que estaba de oficial en lapanadera de Archipi y que se llamaba Bautista Urbide.

    Bautista era delgado, pero fuerte, sereno y muy dueo de s mismo.Se apost mucho dinero por ambas partes. Casi todo el elemento popular y liberal

    estaba por Zalacan y Urbide; los seoritos, el sacristn y la gente carlista de los caserospor el Cacho.

    El partido constituy un acontecimiento en Urbia; el pueblo entero y mucha gentede los alrededores se dirigi al juego de pelota a presenciar el espectculo.

    La lucha principal iba a ser entre los dos delanteros, entre Zalacan y el Cacho. ElCacho pona de su parte su nerviosidad, su furia, su violencia en echar la pelota baja y

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    arrinconada; Zalacan se fiaba en su serenidad, en su buena vista y en la fuerza de subrazo, que le permita coger la pelota y lanzarla a lo lejos.

    La montaa iba a pelear contra la llanura.Comenz el partido en medio de una gran expectacin; los primeros juegos fueron

    llevados a la carrera por el Cacho, que tiraba las pelotas como balas unas lneas

    solamente por encima de la raya, de tal modo que era imposible recogerlas.A cada jugada maestra del navarro, los seoritos y los carlistas aplaudanentusiasmados; Zalacan sonrea, y Bautista le miraba con cierto mal disimulado pnico.

    Iban cuatro juegos por nada, y ya pareca el triunfo del navarro casi seguro cuandola suerte cambi y comenzaron a ganar Zalacan y su compaero.

    Al principio, el Cacho se defenda bien y remataba el juego con golpes furiosos,pero luego, como si hubiese perdido el tono, comenz a hacer faltas con una frecuencialamentable y el partido se igual.

    Desde entonces se vio que el Cacho Isquia perdan el juego. Estabandesmoralizados. El Cacho se tiraba contra la pelota con ira, haca una falta y seindignaba; pegaba con la cesta en la tierra enfurecido y echaba la culpa de todo a su

    zaguero.Zalacan y el vasco francs, dueos de la situacin, guardaban una serenidad

    completa, corran elsticamente y rean.Ah, Bautista deca Zalacan. Bien!Corre, Martn gritaba Bautista. Eso es!El juego termin con el triunfo completo de Zalacan y de Urbide.

    Viva gutarrac. (Vivan los nuestros!) gritaron los de la calle de Urbiaaplaudiendo torpemente.

    Catalina sonri a Martn y le felicit varias veces.Muy bien! Muy bien!Hemos hecho lo que hemos podido contest l sonriente.Carlos Ohando se acerco a Martn, y le dijo con mal ceo:

    El Cacho te juega mano a mano.Estoy cansado contest Zalacan.No quieres jugar?No. Juega t si quieres.Carlos, que haba comprobado una vez mas la simpata de su hermana por Martn,

    sinti avivarse su odio.Haba venido aquella vez Carlos Ohando de Oate ms sombro, ms fantico y

    ms violento que nunca.Martn saba el odio del hermano de Catalina y, cuando lo encontraba por

    casualidad, hua de l, lo cual a Carlos le produca ms ira y ms furor.Martn estaba preocupado, buscando la manera de seguir los consejos de Tellagorriy de dedicarse al comercio; haba dejado su oficio de cochero y entrado con Arcale enalgunos negocios de contrabando.

    Un da, una vieja criada de casa de Ohando, chismosa y murmuradora, fue abuscarle y le cont que la Ignacia, su hermana, coqueteaba con Carlos, el seorito deOhando.

    Si doa gueda lo notaba iba a despedir a la Ignacia, con lo cual el escndalodejara a la muchacha en una mala situacin.

    Martn, al saberlo, sinti deseos de presentarse a Carlos y de insultarle y desafiarle.Luego, pensando que lo esencial era evitar las murmuraciones, ide varias cosas, hasta

    que al ltimo le pareci lo mejor ir a ver a su amigo Bautista Urbide.

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    Haba visto al vasco francs muchas veces bailando con la Ignacia y crea que tenaalguna inclinacin por ella.

    El mismo da que le dieron la noticia se present en la tahona de Archipi en dondeUrbide trabajaba. Lo encontr al vasco francs desnudo de medio cuerpo arriba en la

    boca del horno.

    Oye, Bautista le dijo.Qu pasa?Te tengo que hablar.Te escucho dijo el francs mientras maniobraba con la pala.A ti te gusta la Iasi, mi hermana?Hombre!... s. Qu pregunta! exclam Bautista. Para eso vienes a verme?Te casaras con ella?Si tuviera dinero para establecerme ya lo creo.Cunto necesitaras?Unos ochenta o cien duros.Yo te los doy.

    Y por qu es esa prisa? Le pasa algo a la Ignacia?No, pero he sabido que Carlos Ohando la est haciendo el amor. Y como la tiene

    en su casa!...Nada, nada. Hblale t y, si ella quiere, ya est. Nos casamos en seguida.Se despidieron Bautista y Martn, y ste, al da siguiente, llam a su hermana y le

    reproch su coquetera y su estupidez. La Ignacia neg los rumores que haban llegadohasta su hermano, pero al ltimo confes que Carlos la pretenda, pero con buen fin.

    Con buen fin! exclam Zalacan. Pero t eres idiota, criatura.Por qu?Porque te quiere engaar, nada mas.Me ha dicho que se casar conmigo.Y t le has credo?Yo! Le he dicho que espere y que te preguntar a ti, pero l me ha contestado

    que no quiere que te diga a ti nada.Claro. Porque yo echara abajo sus planes. Te quiere engaar, y quiere

    deshonrarnos, y que el pueblo entero nos desprecie porque me odia a m. Yo no te digoms que una cosa, que si pasa algo entre ese sacristn y t, te despellejo a ti y a l, y le

    pego fuego a la casa, aunque me lleven a presidio para toda la vida.La Ignacia se ech a llorar, pero cuando Martn le dijo que Bautista se quera casar

    con ella y que tena dinero, se secaron pronto sus lgrimas.Bautista quiere casarse? pregunt la Ignacia asombrada.

    S.Pero si no tiene dinero!Pues ahora lo ha encontrado.La idea del casamiento con Bautista no slo consol a la muchacha, sino que

    pareci ofrecerle un halagador porvenir.Y qu quieres que haga? Salir de la casa? pregunt la Ignacia, secndose las

    lgrimas y sonriendo.No, por de pronto sigue ah, es lo mejor, y dentro de unos das Bautista ir a ver a

    doa gueda y a decirla que se casa contigo.Se hizo lo acordado por los dos hermanos. En los das siguientes, Carlos Ohando

    vio que su conquista no segua adelante, y el domingo, en la plaza, pudo comprobar que

    la Ignacia se inclinaba definitivamente del lado de Bautista. Bailaron la muchacha y elpanadero toda la tarde con gran entusiasmo.

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    Carlos esper a que la Ignacia se encontrara sola y la insult y la ech en cara sucoquetera y su falsedad. La muchacha, que no tena gran inclinacin por Carlos, alverle tan violento cobr por l desvo y miedo.

    Poco despus, Bautista Urbide se present en casa de Ohando, habl a doagueda, se celebr la boda, y Bautista y la Ignacia fueron a vivir a Zaro, un pueblecillo

    del pas vasco francs.

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    CAPTULO IXCMO INTENT VENGARSE CARLOS DE MARTN

    ZALACAN

    Carlos Ohando enferm de clera y de rabia. Su naturaleza, violenta y orgullosa,

    no poda soportar la humillacin de ser vencido; slo el pensarlo le mortificaba y lecorroa el alma.

    Al intentar seducir Carlos a la Ignacia, casi poda ms en l su odio contra Martnque su inclinacin por la chica. Deshonrarle a ella y hacerle a l la vida triste, era lo quele encantaba. En el fondo, el aplomo de Zalacan, su contento por vivir, su facilidad paradesenvolverse, ofendan a este hombre sombro y fantico.

    Adems, en Carlos la idea de orden, de categora, de subordinacin, era esencial,fundamental, y Martn intentaba marchar por la vida sin cuidarse gran cosa de lasclasificaciones y de las categoras sociales.

    Esta audacia ofenda profundamente a Carlos y hubiese querido humillarle parasiempre, hacerle reconocer su inferioridad. Por otra parte, el fracaso de su tentativa deseduccin le hizo ms malhumorado y sombro.

    Una noche, an no convaleciente de su enfermedad, producida por el despecho y laclera, se levant de la cama, en donde no poda dormir, y baj al comedor.

    Abri una ventana y se asom a ella. El cielo estaba sereno y puro. La lunablanqueaba las copas de los manzanos, cubiertos por la nieve de sus menudas flores.Los melocotoneros extendan a lo largo de las paredes sus ramas, abiertas en abanico,llenas de capullos. Carlos respiraba el aire tibio de la noche, cuando oy un cuchicheo y

    prest atencin.Estaba hablando su hermana Catalina, desde la ventana de su cuarto, con alguien

    que se encontraba en la huerta. Cuando Carlos comprendi que era con Martn con

    quien hablaba, sinti un dolor agudsimo y una impresin sofocante de ira.Siempre se haba de encontrar enfrente de Martn. Pareca que el destino de los dosera estorbarse y chocar el uno contra el otro.

    Martn contaba bromeando a Catalina la boda de Bautista y de la Ignacia, en Zaro,el banquete celebrado en casa del padre del vasco francs, el discurso del alcalde del

    pueblecillo...Carlos desfalleca de clera. Martn le haba impedido conquistar a la Ignacia y

    deshonraba, adems, a los Ohandos siendo el novio de su hermana, hablando con ella denoche. Sobre todo, lo que ms hera a Carlos, aunque no lo quisiera reconocer, lo quems le mortificaba en el fondo de su alma era la superioridad de Martn, que iba y venasin reconocer categoras, aspirando a todo y conquistndolo todo.

    Aquel granuja de la calle era capaz de subir, de prosperar, de hacerse rico, decasarse con su hermana y de considerar todo esto lgico, natural... Era unadesesperacin.

    Carlos hubiera gozado conquistando a la Ignacia, abandonndola luego, pasendosedesdeosamente por delante de Martn; y Martn le ganaba la partida sacando a laIgnacia de su alcance y enamorando a su hermana.

    Un vagabundo, un ladrn, se la haba jugado a l, a un hidalgo rico heredero de unacasa solariega! Y lo que era peor, esto no sera ms que el principio, el comienzo de sucarrera esplndida!

    Carlos, mortificado por sus pensamientos, no prest atencin a lo que hablaban;luego oy un beso, y poco despus las ramas de un rbol que se movan.

    Tras de esto, se vio bajar un hombre por el tronco de un rbol, se vio que cruzaba lahuerta, montaba sobre la tapia y desapareca.

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    Se cerr la ventana del cuarto de Catalina, y en el mismo momento Carlos se llevla mano a la frente y pens con rabia en la magnfica ocasin perdida. Qu soberbioinstante para concluir con aquel hombre que le estorbaba!

    Un tiro a boca de jarro! Y ya aquella mala hierba no crecera ms, no ambicionarams, no intentara salir de su clase. Si lo mataba, todo el mundo considerara el suyo un

    caso de legtima defensa contra un salteador, contra un ladrn.Al da siguiente, Carlos busc una escopeta de dos caones de su padre, la encontr,la limpi a escondidas y la carg con perdigones loberos. Estuvo vacilando en ponercartuchos con bala, pero como era difcil hacer puntera de noche, opt por los

    perdigones gruesos.Ni en aquella noche, ni en la siguiente, se present Martn, pero cuatro das despus

    Carlos lo sinti en la huerta. Todava no haba salido la luna y esto salv al salteadorenamorado. Carlos impaciente, al or el ruido de las hojas, apunt y dispar.

    Al fogonazo, vio a Martn en el tronco del rbol y volvi a disparar.Se oy un chillido agudo de mujer y el golpe de un cuerpo en el suelo. La madre de

    Carlos y las criadas, alarmadas salieron de sus cuartos gritando, preguntando lo que era.

    Catalina, plida como una muerta, no poda hablar de emocin.Doa gueda, Carlos y las criadas salieron al jardn. Debajo del rbol, en la tierra y

    sobre la hierba hmeda, se vean algunas gotas de sangre, pero Martn haba huido.No tenga usted cuidado, seorita le dijo a Catalina una de las criadas. Martn

    ha podido escapar.La seora de Ohando, que se enter de lo ocurrido por su hijo, llam en su auxilio

    al cura don Flix para que le aconsejara.Se intent hacer comprender a Catalina el absurdo de su propsito, pero la

    muchacha era tenaz y estaba dispuesta a no ceder.Martn ha venido a darme noticias de la Ignacia, y como saben que no le quieren

    en la casa, por eso ha saltado la tapia.Cuando Carlos supo que Martn estaba solamente herido en un brazo y que se

    paseaba vendado por el pueblo siendo el hroe, se sinti furioso, pero por si acaso, no seatrevi a salir a la calle.

    Con el atentado, la hostilidad entre Carlos y Catalina, ya existente, se acentu de talmanera, que doa gueda, para evitar agrias disputas, envi de nuevo a Carlos a Oatey ella se dedic a vigilar a su hija.

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    LIBRO SEGUNDOANDANZAS Y CORRERAS

    CAPTULO PRIMEROEN EL QUE SE HABLA DE LOS PRELUDIOS DE LALTIMA GUERRA CARLISTA

    Hay hombres para quienes la vida es de una facilidad extraordinaria. Son algo ascomo una esfera que rueda por un plano inclinado, sin tropiezo, sin dificultad alguna.

    Es talento, es instinto o es suerte? Los propios interesados aseguran ser instinto otalento, sus enemigos dicen casualidad, suerte, y esto es ms probable que lo otro,

    porque hay hombres excelentemente dispuestos para la vida, inteligentes, enrgicos,fuertes y que sin embargo, no hacen ms que detenerse y tropezar en todo.

    Un proverbio vasco dice: El buen valor asusta a la mala suerte. Y esto es verdad a

    veces... cuando se tiene buena suerte.Zalacan era afortunado; todo lo que intentaba lo llevaba bien. Negocios,contrabando, amores, juego...

    Su ocupacin principal era el comercio de caballos y de mulas que compraba enDax y pasaba de contrabando por los Alduides o por Roncesvalles.

    Tena como socio a Capistun el Americano, hombre inteligentsimo, ya de edad, aquien todo el mundo llamaba el americano, aunque se saba que era gascn. Su mote

    proceda de haber vivido en Amrica mucho tiempo.Bautista Urbide, antiguo panadero de la tahona de Archipe, formaba muchas veces

    parte de las expediciones. Lo mismo Capistun que Martn, tenan como punto dedescanso el pueblo de Zaro, prximo a San Juan del Pie del Puerto, donde viva la

    Ignacia con Bautista.Capistun y Martn conocan, como pocos, los puertos de Ibantelly y de Atchuria, de

    Alcorrunz y de Larratecoeguia, toda la lnea de Mugas de Zugarramurdi. Habanrecorrido muchas veces los caminos que hay entre Meaca y Urdax, entre Izpegui y SanEstban de Baigorri, entre Biriatu y Enderlaza, entre Elorrieta, la Banca y Berdriz. Encasi todos los pueblos de la frontera vasco-navarra, desde Fuenterraba hasta Valcarlos,tenan algn agente para sus negocios de contrabando. Conocan tambin, palmo a

    palmo, las veredas que van por las vertientes del monte Larrun y no haba misterios paraellos hacia el lado Este de Navarra en esas praderas altas, metidas entre los bosques deIrati y de Ori.

    La vida de Capistun y Martn era accidentada y peligrosa. Para Martn, la consigna

    del viejo Tellagorri era la norma de su vida. Cuando se encontraba en una situacinapurada, cercado por los carabineros, cuando se perda en el monte, en medio de lanoche, cuando tena que hacer un esfuerzo sobre s mismo, recordaba la actitud y la vozdel viejo al decir: Firmes! Siempre firmes! Y haca lo necesario en aquel momento condecisin.

    Tena Martn serenidad y calma. Saba medir el peligro y ver la situacin real de lascosas sin exageraciones y sin alarmas. Para los negocios y para la guerra el hombrenecesita ser fro.

    Martn comenzaba a impregnarse del liberalismo francs y a encontrar atrasados yfanticos a sus paisanos; pero, a pesar de esto, crea que don Carlos, en el instante queiniciase la guerra, conseguira la victoria.

    En casi todo el Medioda de Francia se crea lo mismo.

  • 7/23/2019 Zalacain El Aventurero. Po Baroja

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    El gobierno de la Repblica, los subprefectos y dems funcionarios de la fronteraespaola dejaban pasar a los facciosos; y en los coches de Elizondo, por los Alduides,

    por San Estban de Baigorri, por Aoa, viajaban los jefes carlistas, con sus uniformes insignias de mando.

    Martn y Capistun, adems de mulas y de caballos, haban llevado a diferentes

    puntos de Guipzcoa y de Navarra, armas y materias necesarias para la fabricacin deplvora, cartuchos y proyectiles, y hasta llegaron a pasar por la frontera un can, dedesecho de la guerra franco-prusiana, vendido por el Estado francs.

    Los comits carlistas funcionaban a la vista de todo el mundo. Generalmente,Martn y Capistun se entendan con el de Bayona, pero algunas veces tuvieron querelacionarse con el de Pau.

    Muchas veces haban dejado en manos de jvenes carlistas, disfrazados deboyerizos, barricas llenas de armas. Los carlistas montaban las barricas en un carro y seinternaban en Espaa.

    Es vino de la Rioja solan decir en broma, al llegar a los pueblos golpeando lostoneles, y el alcalde y el secretario cmplices los dejaban pasar.

    Tambin solan cargar en carros, que cubran de tejas, plomo en lingotes, que habade servir para fundir balas.

    La alusin a la guerra prxima se notaba en una porcin de indicios y seales.Curas, alcaldes y jaunchos [Nota: Jaunchos-caciques.] se preparaban. Muchas veces,al cruzar un pueblo, se oa una voz aguda como de Carnaval, que gritaba en vasco:Noiz zuazt? (Cundo os vais?) Lo que quera decir: Cundo os echis al campo?

    Se cantaba tambin en Guipzcoa una cancin en vascuence, que aluda a la guerray que se llamaba Gu guer (Nosotros somos). Era as:

    UNA VOZ

    Bigarren chandan

    Aditutzendet

    ate joca dan dan.

    Ale onduan

    norbait dago ta

    galdezazu nor dan.

    (Por segunda vez oigo que estn llamando a la puerta, dan, dan. Junto a la puertahay alguno. Pregunta quin es.)

    VARIAS VOCES

    Ta gu guer

    Ta gu guer

    Gabiltzanac

    gora ber

    etorri nayean onera.

    Ta gu guer

    Ta gu guer

    Quirlis Carlos

  • 7/23/2019 Zalacain El Aventurero. Po Baroja

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    Carlos Quirlis

    Ecarri nayean oner.

    (Nosotros somos, nosotros somos los que andamos de arriba a abajo queriendovenir aqu. Nosotros somos, nosotros somos Quirlis Carlos, Carlos Quirlis, querindole

    traer aqu.)Y mientras en las provincias se organizaba y preparaba una guerra feroz ysangrienta, en Madrid, polticos y oradores se dedicaban con fruicin a los bellosejercicios de la retrica.

    * * * * *Un da de mayo fueron Martn, Capistun y Bautista a Vera. La seora de Ohando

    tena una casa en el barrio de Alzate y haba ido a pasar all una temporada.Martn quera hablar con su novia, y Capistun y Bautista le acompaaron. Salieron

    de Sara y marcharon por el monte a Alzate.Martn contaba con una de las criadas de Ohando, partidaria suya, y sta le

    facilitaba el poder hablar con Catalina. Mientras Martn qued en Alzate, Capistun y

    Bautista entraron en Vera.En aquel mismo momento, don Carlos de Borbn, el pretendiente, llegaba rodeado

    de un Estado Mayor de generales carlistas y de algunos vendeanos franceses.Se ley una alocucin patritica, y despus don Carlos, repitiendo el final de la

    alocucin, exclam:Hoy dos de Mayo. Da de fiesta nasional! Abaco el extranquero!El extranquero era Amadeo de Saboya.Capistun y Bautista anduvieron entre los grupos. Se deca que uno de aquellos

    caballeros era Cathelineau, el descendiente del clebre general vendeano; se sealabatambin al conde de Barrot y a un marqus navarro.

    Cuando lleg Martn a Vera se encontr la plaza llena de carlistas; Bautista le dijo:

    La guerra ha empezado.Martn se qued pensativo.Volvieron Martn, Capistun y Bautista a Francia. Bautista gritaba irnicamente a

    cada paso: Abaco el extranquero! Zalacan pensaba en el giro que tomara aquellaguerra as iniciada y en lo que podra influir en sus amores con Catalina.

  • 7/23/2019 Zalacain El Aventurero. Po Baroja

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    CAPTULO IICMO MARTN, BAUTISTA Y CAPISTUN PASARON UNA

    NOCHE EN EL MONTE

    Una noche de invierno marchaban tres hombres con cuatro magnficas mulas

    cargadas con grandes fardos. Salidos de Zaro por la tarde, se dirigan hacia los altos delmonte Larrun.

    Costeando un arroyo que bajaba a unirse con la Nivelle y cruzando prados, llegarona una borda, don