woolrich, cornell - el negro sendero del miedo

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Biblioteca de bolsillo

CORNELL WOOLRICH

EL NEGRO SENDERO DEL MIEDO

LIBRERIA HACHETTE S. A. Buenos Aires

Ttulo original: THE BLACK PATH OF FEAR Versin castellana de Julio Loewenthal-Torres

Este libro se termin de imprimir el da 27 de septiembre de 1948. Talleres Grficos Didot, S. R. L. Rondeau 3068, Bs. As.

CAPTULO PRIMERODe un modo u otro nos habamos internado por la calle Zulueta. Quiz el cochero se figur que, al fin y a la postre, iramos a parar all inevitablemente. Es lo que parece ocurrirle a todo el mundo. El coche fue arrastrndose cachazudamente hasta llegar frente, a lo de Sloppy Joe, cuyas puertas se abran de par en par sobre la calle, y el cual, visto desde afuera, no resultaba tan malo como era en realidad luego de penetrar en su interior. El caballo pareci detenerse por su propio albedro. Me imagino que el animal habra ido ya tantas veces a aquel lugar, que haba terminado por conocerlo. El cochero volvi su rostro hacia nosotros y nos mir interrogativamente. -Qu es esto? -le pregunt. -Es el bar de Sloppy -me inform-. Una gran atraccin. Sent deseos de preguntarle si l cobraba alguna comisin por llevar parroquianos al establecimiento, pero no me tom la molestia. Me volv hacia ella: -Deseas entrar? En el primer instante no le agrad la idea. -Pero Scott -arguy-, crees compatible con nuestra seguridad que andemos exhibindonos de esta manera por todas partes? -Pues claro que s -afirm-. Aqu estamos seguros. Esto es La Habana, no los Estados Unidos. l no puede llegar tan lejos; estamos fuera de su alcance. Ella me sonri. Una de aquellas sonrisas que... oh, hermano! lo hacan sentirse a uno tan derretido como una gota de lacre al caer encima de un sobre. -Crees t? -dijo ella-. Pues yo creo que hubiese sido ms conveniente ir a un hotel y encerrarnos bajo llave. "Vaya si hubiera sido mejor! -dije para mi interior-. Y haber tirado la llave por la ventana! Pero no precisamente a causa de l..." -Pero l te envi un cablegrama desendote suerte -agregu en voz alta. -Pues eso es lo que me preocupa -respondi ella-. l no deca qu clase de suerte. -Pero yo estoy contigo -le record. Ella sonri de nuevo. Yo me sent como un trozo de goma de mascar usada, slo que no tan firme. -Y yo contigo -dijo ella-. Y solamente podemos morir una vez... La ayud a apearse. Y en aquel breve instante en que permaneci all, de pie, su presencia pareci iluminar la calle entera, como una antorcha. Me pareciCornell Woolrich 3 El negro sendero del miedo

extrao que los sombros muros no despidieran reflejos. Estaba vestida ntegramente de blanco, de acuerdo al clima y a la noche aquella; raso blanco, creo yo que era, y le ajustaba el cuerpo en una forma tan exquisitamente perfecta que daba la impresin de que se lo hubiesen aplicado con un pulverizador y dejado secar. Llevaba encima todas las joyas que l le haba obsequiado, y a cada uno de sus movimientos se desprendan fulgurantes destellos de sus muecas y dedos, de su cuello y orejas. Yo no lograba comprender por qu se haba puesto ella tantas alhajas, especialmente despus de lo que me haba dicho la noche anterior con respecto a la sensacin que aqullas le causaban: "Ellas me hablan a veces durante la noche, Scotty. Me despierto en medio de la oscuridad, y entonces puedo orlas. Y me hablan con extraas vocecillas chillonas, cada una a su turno: Recuerdas cuando me recibiste a m? Recuerdas aquello? y Recuerdas lo que yo te cost? Seguramente recordars eso?... Hasta que no puedo soportarlo ms. Hasta que me tapo los odos y pienso que voy a enloquecer..." Haca poco rato, mientras venamos a bordo de la lancha que nos transport desde el barco hasta la costa, yo le haba preguntado algo al respecto: -Ya s que vamos a pasear por la ciudad, pero, as y todo, no te parece que ests algo recargada de cristalera? -Es que no me pareci oportuno dejarlas en el camarote mientras bajamos a tierra. -Pues por qu no se las confiaste al tesorero del buque? Ella comenz a quitarse una de sus pulseras. -Las dejar caer al agua, si t quieres -dijo-. Ahora mismo, y hasta la ltima de ellas. Y por cierto que no lo deca en broma. Tuve que apartarle la mano de sobre la borda de la lancha. Yo no creo que ella misma supiese por qu se las puso. Quiz, en el fondo, no era ms que alguna especie de desafo; las joyas de l, para complacer los ojos de otro hombre... Pagu al cochero y entramos. El local estaba repleto de gente casi hasta la acera, y los msicos machacaban sus instrumentos sobre un pequeo palco enclavado en la pared por sobre nuestras cabezas Era imposible distinguir el mostrador; pero un espacio abierto, ms all de las cabezas de la multitud, indicaba su ubicacin. Yo entr en primer trmino, y a medida que iba excavando un tnel por entre aquella masa humana, la arrastraba a ella detrs de m asindola por la mueca. Logramos abrirnos paso hasta la segunda fila de parroquianos, y entonces la densidad nos contuvo por un momento. Luego tuvimos un respiro; alguien retrocedi apartndose, y yo logr aferrar el borde del mostrador. Y luego de mucho forcejear, logramos embutirnos ambos en aquel pequeo espacio que anteriormente slo haba alojado a un cuerpo; y all nos quedamos,4 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

aplastados estrechamente el uno contra el otro, lo cual, al fin y al cabo, no nos desagradaba en lo ms mnimo. -Dos "daiquiris" -orden al barman. Yo no precisaba siquiera volver el rostro para besarla a ella; bastaba con que estirase mis labios algo hacia el costado. Y as lo hice. -Ests cmoda? Ella volvi a emplear aquella sonrisa. -Tu brazo en torno mo -dijo-, tu hombro tras mi espalda... oh! que ocurra, Scotty, que ocurra lo que sea. -No repitas eso -dije en voz baja-. Soy un poco raro con respecto a esas cosas; de nio sola creer que cuando uno las repite demasiadas veces terminan por suceder en realidad. Supongo que aun conservo algo de esa creencia. La belleza de ella creaba un continuo, ondulante remolino en torno nuestro, aspirando toda suerte de vendedores y ganapanes a travs de la multitud. Los individuos giraban zumbando en derredor como una nube de pegajosos moscones, tratando, todos a la vez, de vendernos algo: desde perfumes importados de Pars (importados va Brooklyn) hasta la direccin de una excelente mansin donde nadie hace preguntas indiscretas, o cierta clase de tarjetas postales, de esas que usted no se atrevera jams a enviarle a su familia. Nosotros ni siquiera les escuchbamos; vivamos en un mundo aparte, de nuestra exclusiva propiedad. Ella bebi la mitad de su cocktail sin detenerse a tomar aliento y volvi a regalarme los ojos con otra de sus sonrisas. -Esperemos que esto tenga tiempo suficiente para subrseme a la cabeza -dijo. Alguien me toc en el hombro, lo que equivala a tocar el de ella tambin. En medio de aquel apiamiento, todo lo que uno poseyera era compartido por otras dos o tres personas. Ambos volvimos nuestros rostros. Un cubano se haba abierto paso con una anticuada cmara fotogrfica. -El seor y la seora desearan un retrato para mostrar a sus amigos cuando regresen a los Estados Unidos? -Cristo! -murmur con voz suplicante. Pero ella atrap la idea al vuelo; pareci atraerle intensamente. Probablemente se trataba del mismo principio que la impuls a exhibir sobre su persona todos aquellos diamantes. -Conozco a alguien que estara encantado de recibir una -dijo-. Por qu no? Manos a la obra, fotgrafo. Tmenos as. Fjese usted bien, as. Y uniendo la accin a la palabra, pas su brazo en torno a mi cuello, cerrndolo como un cascanueces, y oprimi estrechamente su rostro contra el mo. -As -repiti amargamente-. Con nuestro amor!Cornell Woolrich 5 El negro sendero del miedo

-Shh... -la amonest dulcemente. Hasta aquel instante yo no haba cado en la cuenta; no me haba imaginado que ella pudiese experimentar un odio tan profundo hacia l. Y ello me hizo sentirme bueno. Me hizo sentirme afortunado. Me hizo sentirme humilde. Yo no s cmo se las compuso el fotgrafo para lograrlo, pero el caso es que los parroquianos retrocedieron unos centmetros. Me imagino que no les agradara la posibilidad de ser chamuscados. El hombre consigui abrir un pequeo claro de las dimensiones aproximadas de una moneda de un dlar, y all plant las patas del trpode. Luego cubri su cabeza, as como las de dos de sus vecinos, con un trapo negro, y levant en alto una mano en la que esgrima el aparato disparador del magnesio. Uno de los diversos ramos comerciales explotados en aquel antro, era la obtencin de aquellas fotografas de los clientes a toda hora del da. Nos quedamos inmviles. El magnesio estall con una enceguecedora llamarada que ilumin fuertemente hasta el ltimo rincn de la taberna. Sent que el cuerpo de ella daba una ligera sacudida contra el mo, comunicndome un pequeo estremecimiento. La amarillenta iluminacin normal volvi a hacerse presente. El hedor de los gases del magnesio flot durante un instante y se desvaneci. Yo no me haba imaginado que ella pudiese pesar tanto. -El fotgrafo ya termin -dije. Ella no respondi. Simplemente continu aferrndose a mi cuello. Pude or las risas de los que nos rodeaban. Sin duda, al observar la forma en que ella se adhera a m, ellos suponan que estbamos ebrios. -Oh, vamos! -protest dulcemente-. Todo el mundo nos est mirando. -No me apremies, Scotty. Dame tiempo -respondi ella dbilmente junto a mi odo, y busc mis labios con los suyos. -Qu te sucede? -pregunt besndola ligeramente-. Por qu desfalleces as? -Yo saba que no lo lograramos -susurr-. Pero, qu nos importa? Parte de una noche, es algo ms que nada en absoluto... Yo debo haber aflojado mi abrazo inadvertidamente pues, de sbito, su cuerpo se desliz en sedosa cascada delante de m y se qued yaciendo a mis pies en confuso montn. Durante un segundo slo vi en el lugar que ella haba ocupado, una masa de caras extraas que me miraban fijamente. Luego me dej caer junto a ella para ver lo que ocurra; y otra vez estuvimos juntos. Yo no comprenda an. No haba captado la verdad. No vea otra cosa que aquel cerco de piernas inmviles que nos rodeaba estrechamente. All arriba, en el palco, los cinco msicos de la orquesta aporreaban ferozmente las notas de "Siboney". Esa era la cancin que se oa por todas partes en aquella ciudad; esa era la meloda que nos haba estado siguiendo durante toda la noche. Una especie de lamento que le parte a uno el corazn.6 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

Aun all, en el suelo, ella estaba hermosa. La sombra del mostrador proyectaba sobre su cuerpo una suave, serena penumbra. Trat de levantarla entre mis brazos y ella hizo un pequeo ademn indiferente con una mano como para indicarme que no haba tiempo para ello. -Qudate un instante junto a m -murmur-. Esto no ha de demorar mucho. Me acerqu ms an y la oprim contra mi pecho; yo no saba ninguna otra forma de intentar conservarla conmigo. Yo no saba; yo no saba... -Tengo que partir a solas en las tinieblas -suspir-, esas tinieblas que yo siempre he odiado tanto... Sus labios trataron de juntarse con los mos; luego abandonaron su intento. -Scotty -jade-, termina mi cocktail por m... Y rompe la copa. Quiero que me despidas as. Y, Scotty... hazme saber qu tal sali esa fotografa... Su mentn se estremeci dbilmente en una pequea boqueada, y me encontr solo, sin ella; haba partido para alguna regin ignota. Manos, algunas manos se tendieron hacia ella y las apart a manotazos. Aquellos restos eran mos; nadie poda tocarlos. La tom entre mis brazos, me incorpor tambaleante y mir a m alrededor. No saba a donde dirigirme ni para qu. Alguien seal, y mir hacia el suelo, debajo de ella. Oscuras, pequeas gotas rojas iban cayendo una a una muy lentamente, como con pereza. No se las vea caer; slo se hacan visibles despus de estallar contra el piso, sobre el que iban formando intrincados dibujos en color de borgoa. Haba algo que se destacaba sobresaliendo del costado de ella, algo que semejaba un broche ornamental o una hebilla de su vestido. Pero sobresala demasiado; ella no habra usado un adorno que resaltase en forma semejante. Era de jade y vibraba ligeramente; pero no con la propia respiracin de ella -sta haba cesado ya- sino con el convulsivo temblar de mis propios brazos. El objeto tena un aspecto vagamente familiar. Estaba tallado representando un monito acuclillado cubrindose los ojos con las manos. Durante un momento no logr recordar dnde lo haba visto anteriormente. Slo saba que aquello nada tena que hacer en ese lugar. Cerr mis dedos en su torno y tir; el objeto aument de tamao. Y a medida que tiraba, iba apareciendo ms y ms y ms, como en alguna horrenda pesadilla. Era como partirla a ella en dos con mis propias manos; era como abrirle las carnes, como arrancarle las entraas... Yo no s como expresarlo. La hoja de acero apareci por debajo del mono y sigui saliendo, sigui saliendo, centmetro a centmetro. Y la transpiracin brotaba de mi frente como si aquello fuese arrancado de mi propio ser. Y fue emergiendo lentamente el resto de la hoja y la aguda punta; acerada, recta, elegante y delgada y mortfera. Mirarla era como mirar a la misma muerte. Aquello era la muerte. Y de sbito, haba cesado de salir; ya no haba ms. Haba terminado. Y donde ella haba estado slo quedaba una cavidad; y en lo profundo de sta, sangre. Sangre demasiado haragana para continuar fluyendo. O demasiado fra ya.Cornell Woolrich 7 El negro sendero del miedo

La palma de mi mano se alarg por debajo y hacia adelante del cuerpo de ella, como si pidiese limosna. Y en ella el mono. Y ms all de ste, el largo aguijn de acero cubierto de sangre que daba a su superficie un aspecto como de moar. Abr los dedos convulsivamente, y aquello cay al suelo con un fragor. Y finalmente comprend. No, no se ran; yo estaba atontado. Cuando uno est enamorado se vuelve as de torpe... Vi sus rostros apiados delante de m; y yo necesitaba auxilio, de dondequiera que fuese. -Ella est muerta! -les aull-. No se mueve! Ha sido apualeada entre mis propios brazos! Mi dolor era expresado en ingls. El espanto de ellos, en castellano. Pero para cosas como aquella no existen las diferencias de lenguaje; todo es exactamente igual. Se produjo un sbito desbande que estuvo a punto de reventarle las endebles costuras a la taberna. Cada hombre para s. y que el diablo cargue con el que se quede ltimo. Eso no era cosa de ellos: aquella mujer era ma, y poda guardrmela. Conque partieron empujndose y patendose unos a otros en su prisa por ganar la calle para evitar el ser citados como testigos. Supongo que sta era la causa principal. Y la probabilidad de escapar sin pagar sus bebidas era demasiado buena para perdrsela; esto debi influir tambin. En cuanto al resto, era pnico puro contagindose de uno a otro. Aun alcanc a ver a uno de los ltimos perder pe y caer sobre manos y rodillas. El hombre se levant en seguida y parti como una exhalacin en pos del resto. Me dejaron solo, solo con mi muerta. Slo olla y yo, y una larga, largusima hilera de copas abandonadas a lo largo del bar, de todos tamaos, formas y colores. Y los hombres de atrs del mostrador, quienes haban tenido que quedarse a causa de que no lograron salir a tiempo. Supongo que me queda all, de pie. No creo haberme movido. Vagamente comprend que no valdra de nada irme a otro lado con ella, que fuera adonde fuese ella estara tan muerta como all. Ello no demor mucho. La Habana es una ciudad rpida para todo: para el amor, y la vida, y la muerte tambin. Desde el lejano extremo de la calle Zulueta lleg ondulando el aullar de sirenas, y los automviles de la polica se acercaron zumbando y se detuvieron a la puerta. El espacio entre los soportales de madera que constituyen casi todo el frente de la taberna de Sloppy pareci inundarse con los uniformes de los polizontes y los trajes de lino y seda de los agentes de civil. Y entonces los bravos parroquianos se congregaron y entraron una vez ms; pero detrs de los polizontes y no al frente de ellos. Lo cual importa un mundo de diferencia cuando8 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

se trata de ser detenido como testigo. Me la quitaron a ella de entre los brazos y la extendieron sobre tres sillas colocadas en fila; aquello era lo ms semejante a un fretro que haba en aquel lugar. La falda le haba quedado demasiado recogida sobre uno de los costados, y se la baj suavemente hasta donde corresponda. Aquello fue doloroso; yo no s por qu. Le volv la espalda y me acerqu al mostrador. Mientras ellos hormigueaban en torno a ella y el mdico policial (supongo que aquel sujeto lo sera) trajinaba con su cuerpo, levant la copa de daiquiri que ella haba dejado sobre el bar y salud con ella; no hacia donde yaca su cadver sino un poco ms arriba del nivel de mi mirada. Luego beb hasta la ltima gota. Y ello tambin fue doloroso; vaya una bebida amarga! Y quebr la copa. Adis! S que aquello no fue gran cosa como funeral. Pero es que entonces no haba tiempo para otra ceremonia. Los polizontes cerraron contra m, y la segunda etapa de mi vida comenz; la nueva, solitaria, largusima ruta sin ella. A solas con mi alma en una ciudad extraa. Not vagamente que dos de aquellos hombres empuaban revlveres. Yo no comprenda por qu; no haba nadie all que pudiese hacerles dao, o siquiera amenazarles. Yo era el nico que quedaba en el lugar, en medio de todos ellos. El resto del pblico se haba retirado de nuevo. Trataron de dirigirme un par de frases que no logr comprender, y al notarlo as, llamaron a alguien ms, por su nombre; "Acosta", repetan volviendo sus cabezas hacia la puerta, lo cual me hizo suponer que aquello seria un nombre propio. Un nuevo individuo se abri paso por entre ellos y asumi el mando. Estaba vestido de civil, con un liviano traje de alpaca. Usaba anteojos de carey y su aspecto era el de un hombre estudioso. Supuse que sera uno de sus detectives principales, pues se notaba en torno de l un tono de exagerada deferencia por parte de los oros. Posea un buen conocimiento prctico del ingls, no de aquella clase que uno obtiene en los libros, sino de la otra, la que le entra a uno a restregones por los codos a fuerza de andar por el mundo. Estaba sazonado con acento forneo, pero su boca construa las palabras en la misma forma que nosotros. Deba sin duda haberse educado en los Estados Unidos, o quiz habra asistido a alguna de nuestras escuelas de polica. Se aproxim y me estudi con la mirada. -Esta mujer est muerta -dijo. No contest palabra; mi corazn estaba ya bastante destrozado de antemano a fuerza de saber aquello. -Usted es el hombre que estaba con ella? -Yo soy el hombre que estaba con ella. -Su nombre? -Scott. Bill Scott. Pero puede usted anotar William -agregu al ver que extraa una libreta-, ya qua lo va a incluir en ese cartapacio. -El nombre de ella?Cornell Woolrich 9 El negro sendero del miedo

Aquello iba a dolerme. Cuadr mi mandbula. -Cmo lo quiere usted? -pregunt- Formal? O como realmente era? O... de la manera como iba a ser...? Pero con aquel hombre uno no poda irse por las ramas. -Quiero el nombre de ella -replic-. La pregunta es bastante clara, verdad? -Eve -dije suavemente-, Mrs. Eddie Romn, segn los registros. Pero pronto iba a ser... Aquello doli demasiado; las palabras me arrancaron la mitad de la garganta. -Iba a ser...? -Mrs. Bill Scott -murmur-. Pero alguien no nos dio la oportunidad. -Y dnde est Mr. Romn? -No donde yo quisiera que estuviese -repliqu-; esto es, asndose en el infierno. -Su domicilio en La Habana? -Aqu mismo, donde pisan mis zapatos. -El de ella? -Ninguno de los dos tiene ningn domicilio aqu. Llegamos en el vapor que entr en el puerto a las tres de la tarde. Conque, si es imprescindible para usted anotar alguna direccin, puede escribir: camarotes B 21 y B 23, el uno frente al otro, a ambos lados del corredor. Mi mquina de afeitar y los cepillos de dientes de los dos estn an all; lo cual basta, pienso yo, para hacer de aquello nuestro domicilio. -Uno frente al otro a ambos lados del corredor -repiti l. -Tranquilo, compaero -rezongu yo-. Con una vez fue ms que suficiente. Se guard la libreta, y yo cre que aquello daba fin al interrogatorio. Me equivocaba; aquello no haca otra cosa que iniciarlo. -Ahora -dijo l. -Ahora qu? -Usted tuvo una disputa con ella aqu mismo, en esta taberna? -Tuve una disputa con ella aqu mismo en esta taberna, y un cuerno! l, sencillamente, me mir; comprend. Estaba otra vez entorpecido a medias, como cuando la levant a ella del suelo. -Un momento -dije-. Qu quiso usted decir con eso? Adnde quiere usted ir a parar? -A los hechos. A la verdad. -Bueno, entonces va usted por mal camino -repliqu, logrando mantener mi10 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

voz serena. Mi garganta pareca haberse hinchado, y presionaba contra el cuello de la camisa. -Yo no la mat -aad. Alguien entre el grupo oficial dej escapar una retahla de rpidas palabras en espaol que resonaron como pequeos petardos: pop, pop, pop, pop. l hizo cesar la descarga con un tajante gesto de su mano, como diciendo: "Ya lo s, lo s tan bien como ustedes, pero l tiene derecho a ser escuchado." Y ello me gust menos an que la protesta original. -Este cuchillo es suyo? Haca ya rato que lo haban recogido del suelo. Aquella empuadura de jade, tallada en forma de un monito cubrindose los ojos, me haba parecido algo familiar desde el principio; y ahora ya saba por qu. Comprend que sera mejor explicarlo; de todos modos ellos pronto lo descubriran por s mismos. Y. al fin y al cabo, no haba nada que ocultar acerca de ello. -No -respond-. Pero es casi exactamente igual al mo. Esta tarde compr uno muy semejante en una tienda de curiosidades. Esperen un segundo y se los mostrar. Lo tengo aqu mismo, en mi bolsi... Al ver que mi mano iniciaba un movimiento hacia el bolsillo interior de mi chaqueta, se lanzaron sobre m y me aferraron en tres sitios diferentes: el hombro, el codo y la mueca. Lo mismo hicieron con el brazo opuesto. -Un momento, no se exciten! -exclam en tono de reprobacin-. Qu creyeron ustedes que iba a hacer? -No lo sabemos -me contest l, framente-. Pero sea lo que sea nosotros lo haremos en lugar de usted. -Que pretenden ustedes? Convertirme en un sospechoso? Por qu me registran? Y aqu l me dio una leccin de lgica gramatical: -No se puede convertir a nadie en algo que ya es de antemano. Me registraron cuidadosamente. Yo esperaba que hallaran el cuchillo y lo sacaran, de modo que pudieran convencerse de que no era el mismo. Pero cuando hubieron terminado, el cuchillo no haba aparecido, aunque s la factura de venta del mismo. Me revolv entre sus zarpas mientras ellos lo lean. -Un momento -grit-. Hay un pual en mi bolsillo. El que va con esa factura! Continu forcejeando, tratando de alcanzar aquel bolsillo con mi propia mano. Pero haba demasiado peso muerto sobre mis brazos, y stos parecan estar anclados. Finalmente, uno de ellos dio vuelta el forro del bolsillo y me lo mostr. Estaba vaco. -Pero haba un cuchillo all! -grit. Acosta dio un par de palmaditas sobre aquel lugar. -S que lo haba -admiti-. Pero resulta que era este mismo!Cornell Woolrich 11 El negro sendero del miedo

Trat de conservar mi voz en un tono bajo y firme. Esto se aclarara en unos pocos minutos. Era intil que me excitara; ello slo servira para disminuir mis posibilidades de hacerles comprender... -Fjense bien ahora-les rogu-. Simplemente escchenme un minuto. Ese no puede ser mi pual. Yo no lo saqu de su lugar en ningn momento; lo conservaba envuelto, tal como me lo entregaron cuando lo compr. Les dir cmo: envuelto en papel encerado verde y sujeto con dos bandas de goma; una en cada extremo. Acosta hizo una sea a los que me sujetaban, y stos me apartaron del medio de un par de tirones; del mismo modo en que uno arrastra algn objeto de base plana. Entonces l se agach junto al mostrador, en medio de aquella misma penumbra entre la cual ella haba muerto. Estir su garra tres veces: aqu, all, acull; luego se incorpor. En la palma extendida de su mano aparecan dos bandas de goma y una arrugada bola de papel encerado verde. -Muy, pero muy exacto -dijo meneando la cabeza. Proyect mi mentn hacia l, con aire desafiante. Luego pregunt: -Pretende usted afirmar que yo, en medio de aquella multitud, extraje deliberadamente aquel cuchillo, le quit la envoltura y lo sepult en el cuerpo de ella... ? Sin que nadie me viera hacerlo? -Y pretende usted afirmar-retruc Acosta- que todo eso lo hizo alguna otra persona, sin que usted lo viese, ni lo oyese, ni se percatase de nada? Pues escuche como cruje esto... Le dio un apretn a la bola de papel, y sta carraspe y sise en su mano como si estuviese dotada de vida. Aguard durante un momento como para permitir que la idea penetrase en mi cabeza. Luego me dirigi una helada sonrisa; y por cierto que sta no significaba: "Seamos amiguitos." -Niega usted an que ste sea su cuchillo? Me qued mirando fijamente la condenada arma; ya comenzaba a sentirme atemorizado. Aquello deba estar embrujado o algo por el estilo. Pues de no ser as, como poda haber salido de all, donde yo lo guardaba, para ir a incrustarse en el costado de ella? Acosta tom el recibo de las manos del hombre que lo guardaba, y comenz a traducrmelo al ingls, palabra por palabra. No era como esas facturas casi taquigrficas que se estilan all en el Norte. Estaba escrito con lujo de detalles; era algo as como un cachorro de libro, pergeado en florido castellano. Cuando vi al tendero componerlo trabajosamente, aquella tarde, supuse que sera una costumbre del pas el detallar tan a fondo la descripcin de cada objeto que se venda; prcticamente escribir su historia completa. -"Tienda de Curiosidades y Novedades, del To Chin" -tradujo Acosta-, Pasaje Angosto N9 42. Por la venta de un cuchillo ornamental, importado de Oriente, con empuadura de jade, al seor Mister Scott..."12 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

Quiz fue el hecho de que l leyese aquel recibo en voz alta lo que revivi la escena. Mi cerebro se ilumin de sbito. Y comprend qu era lo que me haba estado preocupando durante todo el tiempo. Ahora se arreglara todo. Lo peor haba pasado ya. - Aguarde usted! -lo interrump sin aliento-. Djeme ver ese cuchillo; permtame observarlo desde ms cerca. Levante la empuadura de modo que pueda examinarla bien. El tallado es muy pequeo. Acosta levant el arma y la sostuvo entre dos dedos, junto al nacimiento de la hoja. Haba un dejo de irona en sus movimientos. -El monito se cubre los ojos con las manos, no es as? -pregunt. -Nosotros tambin vemos eso -replic secamente. -Pues bien, este no es el que yo compr. Y aguard triunfalmente a que mi afirmacin surtiera su efecto. Si lo hizo, uno no hubiese podido discernirlo por la expresin de su rostro. -El tendero tena un juego de tres cuchillos -prosegu luego-. Ojos, orejas, y boca. Ya sabe usted, ilustrando el viejo proverbio o lo que sea: "No veas maldades, no oigas maldades, no digas maldades." Y no quera adquirir los tres. Le pregunt a ella cul la gustara que eligiese, y me sugiri el que se cubra las orejas; y se fue el que compr. Este otro hace juego con el mo, pero no es el mismo cuchillo. Pertenece a alguna otra persona. l se lo explicar a ustedes, el viejo tendero a quien se lo compr. Vamos all; podr probrselo a ustedes por intermedio de l. Ellos ni pestaearon siquiera. Acosta volvi al tema del recibo. -Niega usted que esta nota de venta fue extendida a su nombre? Aquella pregunta era sencillamente estpida. Acaso no la haban extrado ellos mismos de mi bolsillo? -No -respond-, por supuesto que no lo niego. Es mi recibo, vaya si lo es! -Pues entonces, permtame que termine de traducirlo para usted. Antes no me dio tiempo -dijo Acosta, y prosigui:- "Descripcin: mango labrado representando el monito que no ve maldades. Recibido en pago, veinte pesos." Me qued con la boca abierta, estupefacto. -No!- grit- El viejo se habr equivocado al hacer el recibo, eso es todo! Pero mis gritos no sirvieron de nada. -Usted ha admitido que compr un cuchillo. Usted ha admitido que sta es la factura correspondiente al cuchillo que compr. ste es el cuchillo con que ella fue asesinada junto a usted. Usted admitir que es ste, puesto que es el que estaba clavado en el costado de ella; acaso no lo extrajo usted mismo de la herida? Todo lo que hace falta, por lo tanto, es hacer concordar las tres cosas entre s. Aqu est el recibo, sacado de su propio bolsillo y ostentando su propio nombre, que concuerda con el cuchillo empleado para el asesinato: "el mono que no ve maldades". El recibo concuerda con el cuchillo; el cuchillo concuerda con laCornell Woolrich 13 El negro sendero del miedo

herida. Por lo tanto, la herida concuerda con el recibo; y ste est extendido a nombre de usted. Esto es muy simple -prosigui encogindose de hombros-. Un crculo cerrado, sin solucin de continuidad. Pero yo segu debatindome en medio de ese crculo tratando de hallar una abertura, tratando de salir de l: -Les digo que el que yo adquir es el del mono que no oye maldades! Este pual pertenece a alguna otra persona! Este cuchillo concuerda con la herida, y el recibo concuerda con este cuchillo; estamos de acuerdo, as es. Pero el recibo no concuerda con el arma que yo compr. Es otro cuchillo! Es que no pueden ustedes meterse esta idea en la cabeza? -Tortuosidad anglosajona -dijo Acosta mirndome con aire protector-. Ustedes dan invariablemente el rodeo ms largo entre dos puntos. Del mismo modo que se hacen un lo tremendo reduciendo centmetros a fracciones de pulgada... l se aprestaba a convencerme. A l no solamente le agradaba arrestar a las gentes; le gustaba tambin convertirlas, convencerlas de su culpabilidad. l iba a demostrarme en qu apurada situacin me encontraba. Yo no me daba cuenta, claro estaba; yo simplemente estaba pasando el tiempo charlando con ellos en aquel bar, a falta de otra cosa mejor que hacer... -Supongamos -comenz el detective extendiendo las palmas de las manos-, aunque slo sea por el gusto de razonar, que este cuchillo pertenece a alguna otra persona (lo que no es as, por supuesto). Pues entonces falta otro cuchillo. Dnde est el que usted afirma haber comprado? Dnde est el que usted mismo nos explic que haba sido envuelto en papel verde sujeto con bandas de goma? Dnde est el que usted guardaba en su bolsillo y le caus tanta sorpresa que nosotros no lo hallsemos dentro de ste? Y bien? Dnde est? Usted es quien afirma que existen dos cuchillos. No somos nosotros los que lo aseguramos. Nosotros decimos que hay uno; y nosotros le mostramos uno. Usted afirma que existen dos; pero usted no puede mostrarnos los dos. Bien, quin est equivocado? Usted o nosotros? Yo senta que me iba enloqueciendo por momentos. -Pudo habrseme cado del bolsillo en el carruaje, en el sitio donde comimos, en cualquier parte. Nosotros cenamos en Sans Souci, y hasta nos levantamos un par de veces para bailar unas rumbas. Pudo haber sido entonces. Cmo voy a saberlo yo? El bolsillo no era lo bastante profundo para contenerlo. El arma sobresala de l; lo not al guardarlo. Mi discurso provoc un estallido de risas cuando Acosta lo tradujo en beneficio de los dems. Uno de ellos se oprimi la nariz entre dos dedos, lo cual significa lo mismo en todos los lenguajes: "Eso apesta". Acosta se dirigi a m nuevamente: -El cuchillo, pues, comenz por desenvolverse a s mismo y luego se dej caer del bolsillo. Se quit la piel a la manera de las serpientes, dejando el papel y las bandas de caucho en su bolsillo hasta que usted arrib a esta taberna; y una vez aqu, aquellos se dejaron caer a su vez, por s mismos. Y naturalmente,14 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

mientras tanto, el recibo de venta perteneca a otro cuchillo. Claro, si es para eso que los tenderos extienden esos recibos: para mostrar el artculo que usted no compr. No para mostrar el artculo que usted compr realmente. Claro que no! Intent interrumpirlo, pero l prosigui impertrrito: -De modo, pues, que el recibo era por otro cuchillo. Y luego, este otro cuchillo aparece misteriosamente aqu, con todo lo grande que es La Habana; aparece aqu, junto a sus pies, en la taberna de Sloppy Joe, para juntarse con su recibo. Quiz lo fue siguiendo a usted por todas partes, como una aguja a un imn, verdad? Usted sale de la tienda con el recibo en su bolsillo, y entonces el pual que corresponde al mismo se levanta por sus propios medios, viene flotando en el aire en pos de usted, y ping! cae al suelo junto a sus pies, no sin antes clavarse en el cuerpo de la seora. -Acosta describi un molinete en el aire con los brazos, y prosigui-: sta es la fbula que usted pretende hacernos tragar? Supone usted que porque est en Cuba puede engaarnos como a prvulos? Qu clase de polica cree usted que tenemos aqu? -Estoy todo embarullado ahora -repliqu desmayadamente-. Pero justamente all es donde estoy tratando de llegar. Si yo pensaba matarla, por qu haba de buscar un sitio tan repleto de pblico como ste para hacerlo? Antes de llegar aqu estuvimos paseando en coche junto al mar, en la oscuridad. En una oportunidad nos detuvimos en un punto, y nos quedamos contemplando el puerto; y el cochero se alej un momento para estirar las piernas. Por qu no la mat all? Por qu no lo hice entonces? l tena una respuesta tambin para eso; y rpida, sin vacilaciones. -Porque una multitud le presta a uno una coartada mejor. A mayor gento, coartada ms slida. Si usted la hubiese matado cuando estaba a solas con ella, no existira ninguna duda acerca de quin lo hizo. Usted, y nadie ms que usted. Pero con la gente apiada en torno suyo tena mayores probabilidades de hacer pasar el asunto como la obra de otra persona. Que es ni ms ni menos que lo que usted est intentando ahora. -Pero es que realmente fue la obra de otro! -grit, tratando de arrancarme el cuello que me sofocaba, pero mi mano no lleg a su destino; tena an demasiado tonelaje encadenado a ella. -Le demostrar por qu eso no pudo ser as -anunci Acosta, y a juzgar por su tono yo hubiese apostado a que el hombre no haba disfrutado tanto desde su ltimo ascenso. Levant tres dedos de una mano y continu: Usted me lo probar por sus propios labios, contestndome tres preguntas: Cunto tiempo permaneci esta mujer en La Habana? Yo ya se lo haba explicado anteriormente; de qu vala volver a recomenzar con la misma historia? -Ella descendi del barco conmigo poco antes de las seis de esta tarde. Uno de los tres dedos se cerr sobre la palma. -Hace cuatro horas! -exclam aproximndose ms an a m-. Ella haba estado antes en esta ciudad?Cornell Woolrich 15 El negro sendero del miedo

Tambin a este respecto deba responder la verdad; de todos modos hubiese sido fcil para ellos averiguarlo ms tarde. Respond por lo tanto: -Ninguno de los dos haba estado jams aqu anteriormente. Se cerr el segundo dedo. El hombre se me haba acercado tanto que mis riones estaban como pegados al mostrador. -Conoca ella a alguien aqu? A cualquiera que fuese, aun indirectamente, aunque slo fuera por medio de alguna carta de presentacin? La verdad pareca seguir conspirando contra m. -No -admit con ronca voz-. Ni a un alma. A nadie en absoluto. Si justamente por eso era por lo que nos habamos dirigido a ese pas. .. El tercer dedo se cerr, y pareci como si l me tuviese apresado dentro de aquel puo. Y quiz era as, en efecto. -Usted mismo ha respondido -dijo en tono de triunfo-. Todava insiste usted en afirmar que otra persona que no es usted pudo haberla matado? En un lugar donde ella acababa de arribar, donde ella no conoca a nadie, donde ella no haba estado jams en toda su vida? Y por sobre todo, con su propio cuchillo, al que necesariamente haba que extraer de su bolsillo y desenvolverlo antes de usarlo! "Otra vez ese condenado cuchillo", pens con desaliento. Ellos se aprestaban a llevarse el cadver. Pude ver cmo le sacaban los anillos y brazaletes y todo lo dems. Yo no s por qu lo hacan all en vez de hacerlo en la morgue o dondequiera que fuese. Tal vez pensaban que existen muchos riesgos, aun durante el ltimo viaje; y por otra parte, bien poda ella efectuarlo sin tantas joyas encima... Y todo el brillo, todo aquel resplandor fue languideciendo y extinguindose en torno a su garganta y orejas y muecas y dedos. "Al fin y al cabo -pens- ella se las iba a enviar de vuelta a su marido. Ella no las quera. Haba tenido que pagar por ellas un precio demasiado alto; mucho ms de lo que l haba pagado por ellas en el mostrador de alguna joyera. Aquellos brillantes solan hablarle a ella en la oscuridad; le impedan dormir con sus voces. Y aun despus que ella las encerraba en una caja y las pona en algn otro sitio, aun despus de quitarlas del medio, sus dbiles susurros continuaban llegando a sus odos. Eso fue despus que ella me hubo conocido, cuando lo que ella haba hecho de s misma comenz a tener importancia por vez primera. Ella no las quera; deseaba librarse de ellas. Pero las alhajas estaban all todava. Y ella ya no estaba; solo quedaba aquel vestido blanco extendido sobre aquellas tres sillas, tan triste, tan estirado, tan inmvil. Aun su perfume continuaba all; pero faltaba ella. Todo haba durado ms que ella; hasta mi pobre, tosco amor. Amontonaron todas aquellas joyas dentro de un gran pauelo, y luego de atarle las cuatro puntas para formar una especie de saco se lo arrojaron a Acosta a travs del saln para que las guardase.16 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

Luego levantaron los restos, y ella inici aquel largo viaje que tendra que efectuar tan sola. Trat de acompaarla aunque slo fuese hasta la ambulancia que aguardaba afuera, pero no me lo permitieron; tuve que quedarme all, inmvil entre las garras de ellos. A ella jams le haba agradado la oscuridad; recuerdo que sola repetrmelo a menudo. Tampoco le gustaba estar a solas. Y ahora tena que ir all, donde lo nico que encontrara sera precisamente esas dos cosas. Me qued all de pie, muy tieso, muy silencioso, con los ojos fijos en ella hasta el ltimo instante. Y as parti ella, dentro de la negra noche de La Habana; sin diamantes, sin amor, sin sueos... Yo no s cuntos minutos transcurrieron despus de aquello. A m me parecieron innumerables, aunque quiz fuesen muy pocos; tan lentos eran, y tan vacos para m. Luego alguien me dijo algo; algo que no comprend. -Djenme tranquilo, quieren? -respond torpemente-. Ni siquiera s si estoy yendo o viniendo. -Usted est viniendo -contest Acosta-. Usted est viniendo con nosotros. Una mano que pesaba una tonelada se desplom sobre mi hombro. -Adelante! Queda usted arrestado por asesinato.

Cornell Woolrich 17 El negro sendero del miedo

CAPTULO 2El barrio chino de La Habana compensa lo que le falta en amplitud con lo escandalosamente ruidoso, y superpoblado. Hace que, por comparacin, las Chinatowns de nuestras ciudades del Norte parezcan desiertas y sin vida; y eso que algunas de stas no son poca cosa en lo tocante a la densidad de su poblacin. Pero aquello era un verdadero hormiguero, un enjambre humano; yo jams haba visto algo semejante. El automvil de la polica se vea obligado a arrastrarse a paso de caracol a lo largo de las retorcidas y rebosantes callejuelas. Yo iba en el asiento posterior, entre Acosta y otro de los hombres del Departamento. Hubiese sido mucho ms rpido viajar a pie, pero sin duda ellos crean que el coche, con sus placas oficiales y un polizonte trepado en el estribo, les aada prestigio; lo cual ciertamente no serva de nada. El chofer guiaba con una mano, y con la otra repiqueteaba constantemente sobre el botn de la sirena a la manera de un manipulador telegrfico. Creo que no recorrimos en silencio ni siquiera un solo metro del camino. El continuo aullar que parta de nuestro auto no haca sino aumentar la barahnda que nos rodeaba. Aquello era ms que suficiente para destrozarle los nervios a cualquiera y a corto plazo; esto es, si a uno le preocupaba aun el que se los destrozara o no. A m me importaba un bledo; con que, por lo tanto, no me afectaba en absoluto. En los sitios donde la calle era lo bastante ancha, los peatones podan apartarse de nuestro camino aplastando sus cuerpos contra las paredes laterales. Pero la mayora de las veces aquello no era suficiente; se vean obligados a retroceder en busca de algn portal donde meterse hasta que hubisemos pasado. Y cuando se trataba de vendedores callejeros (que los haba a rabiar), y llevaban una cantidad de trastos apilados sobre sus cabezas, no tenan ni siquiera aquel recurso; no les quedaba otro remedio que treparse sobre algo y dejarnos deslizar por debajo. Y el hombre que iba sentado de aquel lado del auto tena que agachar la cabeza. En varias oportunidades nos vimos obligados a pasar de ese modo, por debajo de momentneas sombrillas de confituras cubiertas de atareadas moscas o verdaderas pirmides de sombreros de Panam que se tambaleaban agnicamente por encima de nosotros. En resumen, aquella era una manera por dems pintoresca de llevarlo a uno arrestado... por no decir otra cosa. Aquella -me deca a m mismo sin cesar- pareca ser mi ltima oportunidad de esclarecer mi situacin. Ellos me estaban dando esa ltima coyuntura sin que se la hubiera pedido. O, en el mejor de los casos, yo haba mencionado aquello antes, en la taberna; pero en aquel momento eso era el resultado de la propia idea de ellos, no de la ma. A m ya nada me interesaba. Ellos iban en procura de la ratificacin verbal por parte del chino a quien yo le haba comprado el cuchillo, de que el que yo me haba llevado era el que representaba al mono que "no oa maldades", que ste era el que l haba envuelto en papel verde para m, y que luego, distradamente, se haba equivocado al extender el recibo. Mas ni aun aquello sera suficiente ya para aclarar mi actuacin; por aquel entonces, yo ya18 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

estaba demasiado enredado en aquel lo. Pero al menos nivelara en alguna pequea proporcin las desiguales fuerzas en pugna; pues al apoyar esta faceta de mi declaracin, prestara fuerza, aunque fuese indirectamente, al resto de la misma. Siempre, invariablemente, toda declaracin es tan fuerte como el ms dbil de sus detalles. Puede que aquel detalle no fuese el ms dbil, pero al menos era el ms fcil de probar; pues en efecto, era el nico de toda mi historia para el cual yo poda presentar un testigo. En cuanto al resto, se basaba pura y exclusivamente en mi sola palabra. A m no me preocupaba gran cosa el obtener aquella corroboracin, pues saba que poda contar con ella; pero la parte ms extraa de todo ello, era que, por aquel entonces, no me interesaba particularmente el que saliese bien o no. Aquellos sujetos que iban conmigo en el automvil, contemplaban el asunto desde el punto de vista policial; yo, en cambio, desde el mo, puramente personal. Ella se haba ido, conque, qu diferencia poda representar el resto para m? Al infierno con ello! Permanec en mi lugar, mirando tiesamente hacia adelante. Ellos podan llegar all ligero, o despacio, o podan no llegar jams; para m, todo ello me tena sin cuidado, me daba igual. Llegamos finalmente a aquel Pasaje Angosto, y lo clausuramos deteniendo el auto de travs por delante de su desembocadura. Al hacerlo, los muros del pasaje quedaban a la altura del parabrisas el uno, y de la puerta posterior el otro; el resto del automvil rebasaba a ambos costados. Si las calles que habamos recorrido anteriormente eran angostas, bueno, eran verdaderas avenidas si se las comparaba con sta; daba la sensacin de una simple hendidura dejada por descuido al construir dos edificios uno al lado del otro. Habamos tenido que detenernos por fuerza en aquella posicin, pues de haber intentado hacer girar el auto para internarnos por el pasaje, slo hubisemos logrado arrancar de su sitio los guardabarros y unos buenos trozos del revoque de las paredes. Como si ya no estuvisemos suficientemente atascados, tan pronto corno nos detuvimos el lugar pareci inundarse de una multitud de curiosos. Y no existe en el mundo nada tan pasivamente inamovible como una muchedumbre de chinos. Acosta se ape y ech un vistazo a la oscura grieta que nos enfrentaba. -Este es el lugar, no es cierto, Ezcott? -pregunt briosamente. Volv el rostro hacia l. Hasta ese momento no me haba movido. -Este es el lugar -asent. Me hizo una sea con el codo, y entonces descend del auto y me par a su lado. En el acto el otro polizonte descendi a su vez y se situ a mi espalda. A continuacin ambos me echaron mano por el sencillo expediente de hacer cada uno de ellos un torniquete en dos sitios de mi chaqueta: uno detrs del cuello, - y el otro en una de las mangas. Y echamos a andar internndonos por el pasaje. Pero no cabamos los tres de frente, de modo que tuvimos que adoptar una especie de marcha al sesgo, conmigo en medio de ellos dos. Los dems se quedaron en el automvil.Cornell Woolrich 19 El negro sendero del miedo

Aquella callejuela lo engaaba a uno. Continuaba ms y ms hacia adelante. Hasta llegaba a ser algo ms ancha que la entrada; aunque no mucho, un poco solamente. Y ola; hermano, cmo ola! Apestaba. Una hedionda mezcolanza de asaftida y plumas quemadas y albaal. No estaba oscuro por completo; era una especie de penumbra como moteada. De trecho en trecho, una lmpara de aceite a farol a petrleo, o bien alguna linterna china de papel oculta en algn portal o local de negocio, vomitaba un charco de luz que aliviaba la lobreguez. Aquellas manchas luminosas eran de variados colores; anaranjado, verde vitriolo, y hasta en una oportunidad, un rojo purpreo que pareca chorrear como vino tinto por las inmundas paredes. Pero no me interpreten errneamente; en su mayor parte aquello era sombra pura; las luces no eran ms que meras brechas en las tinieblas. Confusas figuras calzadas con zapatillas de fieltro y vestidas con pantalones de alpaca se arrimaban a los muros para abrirnos paso y se volvan para observarnos mientras nos alejbamos. A veces alguno de ellos intentaba seguirnos, pero el polica que marchaba a retaguardia les ladraba una spera orden de retirada, y abandonaban la empresa. En una ocasin, un cartel o muestra de hierro que se proyectaba sobre uno de los portales (no estoy seguro de lo que era) me arranc el sombrero; nos detuvimos, y uno de ellos lo recogi y me lo devolvi. Llegamos por fin. Reconoc el lugar al instante, pese a la oscuridad y aun cuando slo haba estado una vez all. No tena ningn escaparate; era un simple portal, pero algo ms amplio que los otros y lanzaba una bocanada de luz de linterna ms brillante que los dems. A cada uno de sus lados apareca un panel do papel negro: uno de ellos cubierto de dorados jeroglficos chinos y el otro con las letras equivalentes en castellano. Ambos eran chino para m. Dimos media vuelta y penetramos en aquel antro. Adentro la pestilencia no era tan perniciosa como en el callejn. Ola a incienso rancio, y a madera de sndalo y a bales viejos. Eso era todo. O casi todo. Nos detuvimos en seco, como un tren de tres vagones, dndonos un leve topetazo unos a otros. -Es aqu, Ezcott? -pregunt Acosta speramente. -Aqu es -respond lleno de tedio. -Cmo pudo ser posible que ustedes encontrasen un lugar tan oculto, tan apartado de las calles principales, inmediatamente despus de descender del vapor? -No lo hallamos nosotros. Fuimos conducidos hasta aqu por un gua. Estuvo persiguindonos y fastidindonos con sus ruegos durante largo rato. Finalmente, dejamos que nos guiase hasta aqu, ms para librarnos de l que otra cosa. Ella no haba querido venir -record en aquel momento-, y yo haba insistido. Quera adquirir algn pequeo presente para ella, como recuerdo de nuestra visita a La Habana, pero no conoca la ciudad. "No entremos en esos laberintos" -me haba rogado ella-. "La ciudad entera es un laberinto" -haba respondido yo para darle nimo-, "vamos a recorrerla".20 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

-Jumff! -resopl Acosta, lo cual traducido al ingls significaba: Jumff. El aspecto del lugar no haba variado prcticamente en nada desde la primera vez que yo penetrara en l. Los mismos Budas de yeso alineados en los estantes, los mismos cofres de madera de teca tallada, las mismas urnas de bronce e idolillos de marfil. Las mismas panzudas linternas anaranjadas pendiendo en hilera de las vigas, cada una de ellas ostentando un solo carcter pintado en tinta negra. El mismo chino, gordo y con aspecto de mueco, con su blanco bigote semejando dos cordones que colgaban por lo menos veinte centmetros desde su labio superior, dormitaba trepado en el mismo taburete y en el mismo rincn donde haba estado durante mi primera visita; las mangas metidas una dentro de la otra por sobre su vientre, un casquete de seda con una borla cubrindole la calabaza, los pies calzados con pantuflas y encajados retorcidamente entre los travesaos del taburete. Las mangas sin manos suban y bajaban con el ritmo de su respiracin. -Hey, patrn! -gru Acosta para despertarlo. Un par de ranuras que deban ser sus ojos, aunque ms se semejaban a dos signos de acentuacin divergentes, se abrieron en su satinado rostro. Uno poda ver apenas una chispa de vida en el fondo de ellos. Por lo dems, no hizo el ms nfimo movimiento durante un minuto. -S, seles -dijo al cabo con voz chillona y gangosa, y sus anchas mangas se abrieron dividindose en dos mitades. De una de ellas surgi una larga mano huesuda y amarilla como una pata de gallina, y describi en el aire un semicrculo que incluy tres de los lados de la habitacin. Su significado estaba claro: "Srvanse ustedes mismos. Y si encuentran algo de su agrado, pues slo entonces ser el momento oportuno para despertarme." Pero Acosta no era hombre de conformarse con aquello; al fin y al cabo, perteneca a la fuerza policial. -Desculguese de ah -ladr-, y acrquese a nosotros! Fue una maniobra complicada. Viendo las dificultades que se le presentaban al gordo chino para descender de aquel artefacto, uno no lograba imaginarse cmo se las habra arreglado para treparse al mismo. Primero, las pantuflas de fieltro se desengancharon de sur, soportes y cayeron con un ruidito sordo, como si estuviesen vacas. Jams hubiese supuesto yo que un hombre tan gordo pudiese tener pies tan diminutos como aquellos. Luego descendi la panza, con tales sacudidas que pareca como si fuese a desprenderse de su sitio, y por ltimo le lleg el turno a la cabeza y los brazos, todo ello acompaado de pequeas gesticulaciones temblorosas. Se aproxim a nosotros con aire inquieto, sacudindose como un flan y meneando la cabeza cortsmente como para congraciarse. El sujeto era todo un carcter, algo realmente pintoresco. Se me ocurri de pronto que tena demasiado parecido con esos chinos que nos presentan en el teatro; aquello era sin duda, al menos parcialmente, toda una farsa. Los verdaderos chinos no son as; son simplemente personas como usted o como yo, no muecos de resorte. Pero ech mis pensamientos a un lado una vez ms. Qu me importaba a m el aspecto de aquel chino? De todos modos, el asunto que me interesaba iba a salirCornell Woolrich 21 El negro sendero del miedo

a relucir en aquel instante. -Usted es Chin? -pregunt Acosta. El sujeto se bambole todo entero con aire radiante y se seal a s mismo con un dedo. -S -dijo-, Chin. Pala selvil a ustedes. Conque aquello de "To" no formaba parte de su nombre chinesco; eso me result evidente. Posteriormente descubr que aquella palabra equivala en castellano a nuestro "Uncle", y constitua su nombre comercial o su apodo, como ustedes lo prefieran: "To Chin", o "Uncle Chin". -Si es que van a referirse a m -interpuse yo-, hganlo en ingls. El puede hablar un poco en ese idioma. Lo hizo la primera vez que estuve aqu. -Muy poquito, veldadelamente -dijo el gordo inclinando la cabeza como quien agradece un cumplido. "T s que eres un chino de pega -dije para mi capote-. Ningn chino autntico podra ser tan estrafalario. Hasta en la misma China te mataran por falso." -Fjese usted bien en este hombre -le orden Acosta. El chino me ech una mirada a travs de las ranuras que tena bajo las cejas. -Estuvo l aqu antes, esta misma tarde? -S, el caballelo estuvo aqu -replic con grandes sacudidas de su mostacho. -Compr alguna cosa? -S, el caballelo complal algo. -All right, explquese usted. Qu fue lo que compr? -Caballelo complal cuchillo. Aquello era verdad; yo no lo haba negado en ningn momento. -Describa el cuchillo. Sabe usted lo que significa la palabra "describir" en ingls? El hombre pareca cocerse confortablemente en su propio jugo. -Oh, s, segulo. Cuchillo ornamental. Cuchillo con mango de jade. Pala ablil caltas. Pala coltal flutas. Para colgal soble paled tambin. -Describa la empuadura de jade. El sujeto iba soltando sus explicaciones por etapas. Sent la sensacin de que por alguna u otra razn trataba de escaparse por la tangente. -Mango de jade leplesenta mono -dijo. -Eso ya lo sabemos; describa el mono. Sus manos se arrastraron hacia arriba y cubrieron la parte superior de su22 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

redonda cara. -Mono tapndose ojos. As. El golpe hiri mi inteligencia lentamente. Todo parece haber sido as durante mi vida entera. Lo mismo que cuando ella haba muerto, yo fui el ltimo en comprender. Acosta y el otro cubano tuvieron tiempo de cambiar sendos cabezazos que significaban claramente "Ya-te-lo-haba-dicho", antes de que yo interpretase lo que significaba aquello para m. Se haba apagado el ltimo rayo de esperanza, y me sent sumido en la ms negra oscuridad. Un ronco rugido que yo jams haba imaginado poseer fue subiendo lentamente a lo largo de todo mi cuerpo; desde las plantas de mis pies, me pareci: -Usted est loco! Qu demonios se propone? Qu est tratando de hacerme, grasiento montn de...? Y trat de lanzarme contra l por entre los dos cubanos, quienes continuaban sujetndome entre ambos. En mis forcejeos volqu una mesilla de teca cubierta de objetos de bronce que resonaron como campanas. -Yo compr el que se tapaba las orejas! -rug--. A usted le consta! Usted me vio cuando...! Pero ellos me obligaron a callar. Ellos seran quienes manejaran el asunto. -Eh, vamos! Tmelo con calma -dijo Acosta, y bajo la aparente serenidad de sus modales se transparent un destello de rudeza. Ahorquill el ndice y el pulgar contra mi garganta y me hizo retroceder. El otro individuo reforz su toma retorcindome el brazo por detrs de mi espalda, y qued inmovilizado. El To Chin se encogi amablemente de hombros. -Cuchillos venir de a tres -dijo-. El plimelo, vendido a este caballelo. Los dems, tenel aqu todava. Puedo mostlar a ustedes. -Lo que t puedes es mentir como un...! -tartamude. Pero mi brazo dio otro cuarto de vuelta detrs de mi espalda, y me tuve que tragar el resto; de todos modos, ste se refera en su mayor parte a la madre de l. Se dirigi arrastrando los pies hasta un macizo gabinete, hizo deslizar un par de paneles y comenz a revolver en su interior. El mueble estaba situado en el fondo del local, donde la luz de la linterna llegaba apenas. Cuando regres, traa bajo el brazo un rollo de gruesa seda acolchada. Yo saba lo que era aquello; ya lo haba visto anteriormente. Pero lo que yo no vea, era cmo l iba a probar su afirmacin por medio de aquello. Tena que faltar uno necesariamente, y yo estaba bien seguro de cul era el que me haba llevado de all. -Impoltados de Hong Kong -dijo el gordo-. Vinielon desde all a Panam, y luego hasta aqu . Solamente pedidos tres juegos. Son muy caros; nunca vender; no haber demanda. Tengo facturas para mostlar, en castellano y en chino. Puedo plobar que slo encargu tres juegos para mi tienda. Mostrar facturas a ustedes, luego.Cornell Woolrich 23 El negro sendero del miedo

Primero desat ambos extremos del rollo; luego lo abri formando un cuadrado. O, ms bien, una larga banda oblonga. Cosidas a lo largo de sta, por el lado interior, se alineaba una sucesin de presillas de seda, en dos largas hileras, arriba y abajo. Ellas sostenan una serie de cuchillos, los mangos embutidos en las superiores y las puntas en las inferiores. Todas las empuaduras estaban labradas en el mismo diseo, representando simios, y cada uno de los juegos estaba repetido tres veces en tres distintos materiales: en marfil, en bano y en jade. Quedaban ocho piezas: tres de marfil, tres de bano y dos de jade. Uno de stos ltimos era el que faltaba, y en su lugar quedaba un espacio vaco. De los dos que permanecan en su sitio, uno era el mono que se tapaba la boca y el otro... el que se cubra las orejas! El que yo haba comprado, el que haba sido envuelto y sacado de aquella tienda en el bolsillo de mi chaqueta. -Ven ustedes? -dijo el gordo radiante de jovial satisfaccin. -Y bien? -dijo Acosta, dirigindose a m. Me retorc violentamente, como una bandera tratando de soltarse del mstil. -Mientes como un perro! -gru-. Ests echndome una zancadilla; eso es lo que ests haciendo! Yo no s cmo lo hiciste, pero... esto. -Yo no hacer nada -protest quejumbrosamente-. Yo solamente mostrar

-Pero yo s que har algo! -bram-. Con tal que pueda alcanzar tu inmunda barriga con mi zapato! Y le lanc un furioso puntapi que se perdi inofensivamente en el aire; ellos me tenan sujeto a demasiada distancia del blanco. -Quieto -gru Acosta, y me descarg un golpe sobre los dientes con el dorso de la mano. Ni siquiera not el impacto; yo no tena amargura ni furor para desperdiciar en nadie que no fuese aquel chino de cara grasienta y llorosa. -T me oste pedirle su opinin a ella! Hasta llevaste el rollo ese adonde estaba ella y se lo pusiste ante los ojos para que eligiese! T oste perfectamente cul fue el que ella me aconsej que comprase! T viste muy bien cul fue el que yo tom y te entregu para que lo envolvieras! Sin duda hiciste algn juego de manos y los escamoteaste mientras te dirigas al mostrador... -Yo dejar los otros all junto a usted, dentro del estuche. Yo solamente tomal uno solo pala envolver pala usted. Yo solamente arrollal estuche despus de usted retilarse de tienda. Usted tocar cuchillo, quiz; yo no tocar. Aquello era verdad; l haba actuado as. Me qued por un instante completamente confundido. Mi silencio debi ser una mala seal para los polizontes; era indudablemente sospechoso que me detuviese as, en mitad de la discusin. Pero no pude evitarlo. Todo el asunto presentaba un aspecto tan malo, que ellos podan agregar aquel detalle a la serie si les pareca bien; lo mismo24 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

daba. Acosta sacudi la mano en mi direccin con aire fastidiado. -Qu podemos ganar con seguir revolviendo esto por ms tiempo? -dijo-. Nadie, a no ser usted mismo, compr jams uno de esos cuchillos. Y el que usted dice haber comprado, ha estado aqu, en la tienda, durante todo el tiempo. Vamos, vamos. Hemos sido indulgentes con usted y le dimos todas las oportunidades posibles de esclarecer su situacin, a causa de que se trata de un extranjero. Pero, en realidad, hace una hora por lo menos que debamos haberlo metido entre rejas! -Yo no les pido favores -rezongu speramente. Acosta prolong un instante ms la entrevista para hacerle a Chin algunas preguntas adicionales; supuse que seran destinadas a los registros de la polica. --Dgame usted: cmo actuaron esas dos personas, mientras estuvieron aqu? -Lo mismo que toda pelsona en una tienda. Nada difelente. Sela caminar por todas paltes, tocal todas las cosas. Caballero estal quieto, no movelse mucho. -l pidi que le mostrasen cuchillos, o fu usted quin se los ofreci? -l pedil kimono para sela. Yo mostrar; ellos mirar; ellos comprar; yo envolver. Luego sela ir hasta otlo extremo de tienda y empezar otla vez a tocal cosas. -Y luego? -urgi Acosta. Yo comprend que el polica estaba cada vez ms interesado, y comenc a levantar presin nuevamente al imaginarme la nueva sarta de mentiras que el chino se preparaba a endilgarle. -Luego el caballelo pleguntar: "Tiene usted algo que yo pueda usar como cuchillo?" l hablar en voz muy baja. Yo haba hablado en voz baja por la simple razn de que l haba estado parado delante de m; uno no suele hablar a gritos con alguien que est frente a sus narices. -Y? -Entonces yo traer juego cuchillos; yo mostrar. l elegir uno; l probar la hoja pala vel si bien afilada. Acosta era todo odos. -El ir hasta donde estar la dama. El hacer as. Y blandiendo un imaginario cuchillo, se dirigi hacia Acosta, aparentando que ste la representaba a ella. Recogi su mano hacia atrs, y luego la dispar en direccin al corazn de Acosta, describiendo un semicrculo desde la altura de su cadera. -l detener cuchillo justo a tiempo, antes de tocarla a ella. l decir al mismo tiempo: Aqu tienes tu merecido.Cornell Woolrich 25 El negro sendero del miedo

-Y la dama? -pregunt Acosta-. Qu hizo ella? -Ella cerrar los ojos. Ella decir algo en ingls. Mi no comprender; mi no entender el ingls muy bien. -Ella pareci asustarse? -Ella asustarse, quiz; m no saber. Lo que ella haba dicho en realidad, era: "Morir a tus manos sera un placer"; pero el chino, al omitir la frase, le haba quitado a la escena todo su sabor de autntica chanza. l se haba concretado con su pantomima a representar el acto en s, despojndolo de toda significacin festiva. l haba omitido la chispeante expresin de los ojos de ella. Pero al fin y al cabo, cmo hubiese podido nadie imitar aquello? l haba omitido el... supongo que tendremos que llamarle "el escarceo amoroso" (yo no s qu otro nombre darle) entre ella y yo. l haba omitido la alegra burlona en mi voz, y la complaciente en la de ella... Pero l me haba hundido de la manera ms hermosa. Y mi esperado estallido no se produjo. A santo de qu? l no le haba contado a los detectives ni una sola cosa que fuese parcialmente falsa; pero tampoco les haba dicho nada que fuese rigurosamente exacto. Yo no poda ganar esa contienda; l me tena liquidado. Me qued contemplndolo y cavilando febrilmente: Lo habra hecho deliberadamente? Qu habra detrs de todo aquello? Qu podra ganar l con tergiversar los hechos de aquel modo? O se tratara de un caso de pura mala suerte? Sera posible que los hechos hubiesen penetrado de aquel modo en el cerebro del chino, a travs del filtro de su somnolencia? El gordo pareca tan amodorrado, tan inofensivo; tena un aire tan benigno... se era el nico calificativo apropiado para l: benigno. Ellos comenzaron a conducirme hacia afuera. Cuando l vio que, por el momento al menos, haban terminado con el interrogatorio, hizo por lo menos una docena de pequeas reverencias de despedida y se alej arrastrando sus pantuflas en direccin a su taburete. Cuando le dirig una ltima mirada desde el portal, estaba trepado nuevamente sobre aqul en la misma forma que cuando habamos llegado. Sus pies estaban enganchados en los travesaos, las mangas haban vuelto a cerrarse sobre su abdomen, y aquellas pequeas ranuras oblicuas que constituan sus ojos haban vuelto a obturarse. Y aun antes de que llegramos al umbral, ya estaba otra vez sumido en su sopor. Acosta me arranc de mi amargo escrutinio tomndome por la parte de atrs del cuello y hacindome girar bruscamente en sentido opuesto al chino. -Vamos, Ezcott! -dijo agriamente-. Andando! -Escuche -dije rechinando los dientes-. Ya se ha dado usted el gusto de arrestarme; luego se dar el de inscribirme en sus registros, y ms tarde el de meterme en la crcel. Espero que se dar por satisfecho con todo eso. Yo slo le pido una cosa: al menos pronuncie mi apellido con la inicial que corresponde;26 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

comienza con S, no con E... -Oh, no se preocupe usted; ya tendr usted esa satisfaccin -me prometi el detective-. Ya tendr eso, y todo lo dems que se le viene encima.

Cornell Woolrich 27 El negro sendero del miedo

CAPITULO 3Mientras rehacamos nuestro camino callejn abajo, yo iba repasando mentalmente los detalles del asunto. Quiz aquel momento y aquel lugar fuesen algo chocantes y poco apropiados para ponerse a reflexionar, pero de todos modos eran mucho ms agradables para ello que la celda que me aguardaba al final de aquel viaje. Por lo menos estaba sobre mis propios pies, y lo que era ms importante an, al aire libre. A juzgar por el aspecto de los dems edificios de la ciudad, no me costaba imaginarme cmo sera el de la crcel. Segn todas las probabilidades alguna vetusta mazmorra de la poca de la dominacin espaola, con los muros de un metro de espesor; de esas, compaero, que una vez que usted est adentro, all se queda. Y as, despus de pensarlo con cuidado, llegu a una decisin Yo no iba a permitir que me encerrasen por algo que no haba cometido. Ms bien prefera ir a la morgue por ello, si el destino lo dispona as. O al manicomio. Y stas dos eran casi las nicas alternativas que se me ofrecan. Pero yo no ira, y menos con aquella pasividad, a dar con mis huesos a ninguna crcel. Ella ya no viva, conque, despus de todo, qu me importaba lo que pudiese ocurrir? Pues que los polizontes pagasen los platos rotos; que se ganasen mi captura con el sudor de sus frentes. Yo tenia que desquitarme sobre alguien, y muy bien poda ser sobre ellos. De acuerdo a su punto de vista, pensaba yo, ellos consideraban que haban sido muy justos y liberales conmigo. Ellos hubiesen hecho cualquier cosa con tal de portarse imparcialmente conmigo; quiz, como haba dicho Acosta, porque se trataba de un extranjero. Ni siquiera me haban dado entrada en sus registros todava; haban demorado dicho requisito adrede, hasta despus de que me hubiesen careado con el chino. Ellos me haban proporcionado todas las oportunidades posibles para que me justificase, y si aquello haba fracasado no era por culpa de ellos; era... bueno, supongo que sera el Destino. Ellos me haban proporcionado todas las ventajas menos la principal: mi propia libertad de accin. Y yo no poda pedrsela, conque me la tomara sin pedirla. Que me tumbasen en plena calle, si queran; en tanto que me mantuviese en pie, pues me mantendra afuera. Del nico modo que ira a parar adentro, si es que ello llegaba a suceder, sera en posicin horizontal, tieso. Y esta es una disposicin de nimo muy conveniente, cuando uno proyecta emprender una fuga; simplifica las acciones. "Tiene que ser ahora, o nunca -pens-. Antes de que vuelvan a meterme en aquel automvil." En ste haban quedado aguardando otros dos hombres, con los cuales las probabilidades en mi contra se duplicaban; y como si eso no fuese suficiente, era casi seguro que antes de partir hacia la central de polica me sujetaran las manos con esposas. El por qu no lo haban hecho hasta aquel momento, era algo que28 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

escapaba a mi comprensin; quiz ello se debiese a que, antes de que Chin descargase aquel golpe final sobre m, yo no haba estado sometido a un arresto total. Pero ahora lo estaba. La diferencia, si exista, era demasiado sutil para ser distinguida a simple vista. Poro con esposas o sin ellas, este era el momento y el lugar para intentar la huida. Ibamos retrocediendo por el mismo camino que habamos recorrido a la ida, en fila india, formando una especie de cadena. Yo en el medio, Acosta detrs de m y el otro sujeto abriendo la marcha. Los dos estaban armados; esto era para m una absoluta certidumbre. Pero no me importaba mucho; mi sentido de las proporciones estaba alterado por completo ahora que la haba perdido a ella. Una bala puede pararlo a uno de sbito, o puede no detenerlo en absoluto; y en mi caso, ya fuese una u otra de ambas alternativas la que me tocase en suerte, no era acaso exactamente lo mismo? El automvil estaba bloqueando la salida del pasaje; conque, correr hacia adelante era algo que quedaba descartado. Me quedaban, pues, dos nicas direcciones, entre las cuales deba elegir: o bien hacia atrs, o bien hacia uno de los costados, internndome en alguno de aquellos ruinosos edificios. Y aunque la ms natural o normal de las selecciones hubiese sido retroceder, el xito me pareca ms que dudoso; aquel pasaje poda ser un callejn sin salida. Yo no tena la menor idea acerca de si tendra alguna, y de no tenerla, me vera acorralado en un abrir y cerrar de ojos. Por otra parte, sera ms que fcil para ellos llenarme el cuerpo de plomo durante mi carrera a lo largo de aquel angosto pasadizo. Aquellos muros casi serviran de gua a las balas en su trayectoria hacia el blanco. Aquello no dejaba otra alternativa que los portales de siniestro aspecto y los huecos que flanqueaban el pasaje a lo largo de nuestra lnea de marcha. Y ya no quedaban muchos; mi indecisin me haba hecho desperdiciar la mayora de ellos; ya estbamos casi llegando nuevamente a la boca del pasaje. Slo restaban dos portales, uno a cada lado del callejn, ambos sumidos en tinieblas y ambos completamente semejantes hasta donde la vista poda juzgar. Aquello fue como tirar una moneda a cara o cruz. A menudo he pensado lo que poda haber ocurrido si hubiese elegido el de la izquierda en vez del de la derecha. Dos portales en un tenebroso tnel; uno significaba la vida, el otro la muerte. Me decid por el de la derecha. La fuga fue veloz y silenciosa, y puede decirse que al minuto de comenzada ya haba terminado. Y aquella era la nica forma posible en que poda tener xito. Acosta segua sujetndome en la misma forma que al principio, con aquella especie de doble presa en el puo y el cuello de mi chaqueta. El hombre que marchaba adelante me llevaba tomado de la mueca opuesta, con su mano algo echada hacia atrs, y no tan estrechamente. Me detuve sbitamente a tiempo que doblaba mi cuerpo en dos, formando un ngulo agudo, y Acosta tropez contra mi curvada espalda perdiendo el equilibrio durante una fraccin de segundo a causa de la brusquedad del impacto.Cornell Woolrich 29 El negro sendero del miedo

Instantneamente dispar mi garra hacia l por sobre mis encogidos hombros, y alcanzando a atraparlo por el medio del cuerpo tir de l con todas mis fuerzas tratando de hacerlo pasar del todo por encima de m, empleando en el esfuerzo no slo mis brazos sino tambin mi espalda. Acosta dio una voltereta por sobre mi cabeza y su cuerpo se desplom sobre el hombre que iba adelante hacindole caer de rodillas. Durante un segundo ambos se confundieron en el suelo formando una revuelta masa indefensa, y para el instante en que lograron ponerse de pie yo ya me haba internado en el portal. Cuando el desierto corredor fue atravesado por el primer disparo, yo ya estaba fuera de la lnea de tiro, cubierto por los ngulos rectos que formaban los muros. Mi pie tropez contra los peldaos de madera de una escalera invisible en la oscuridad y me fui de bruces contra ella; pero instantneamente comenc a trepar por ella en tres pies, es decir, con una mano tanteando el camino. Pero ellos haban visto la maniobra y se lanzaron en mi persecucin con la velocidad del rayo. El amarillo haz de luz de una linterna elctrica se dispar escaleras arriba a la manera de una bala trazadora que corrigiese la puntera de las verdaderas que habran de seguirla al instante. Seguidamente se oy el segundo disparo, pero ste lleg una fraccin de segundo demasiado tarde; yo ya haba doblado por el primer rellano, y como la primera vez, me encontraba nuevamente fuera de la lnea de fuego. O el ruido del proyectil al incrustarse en la pared con un pequeo estallido, como un taponazo. Me lanc para tomar la vuelta que daba el rellano, y lo hice en un ngulo tan abierto que me estrell contra el muro del otro lado, donde comenzaban los peldaos del segundo tramo. No me detuve; segu trepando ansiosamente, semiaturdido, con la sensacin de que llevase una brillante luminosidad azulada dentro de mi cabeza. Pero sta pareci disminuir, y se extingui casi en seguida. Dobl otro rellano, esta vez sin colisin, y empec a escalar el tercer tramo. El atenuado rayo de luz continuaba disparndose en mi seguimiento, pero siempre llegaba demasiado tarde; slo poda proyectarse en lnea recta, y yo en cambio poda girar en redondo al llegar a cada uno de los descansos de la escalera. Ellos trataban de pescarme en medio de aquella luz para entonces disparar sus armas a lo largo de sus rayos. De modo que, si stos me hubiesen tocado en algn instante, me hubieran matado tan efectivamente por s mismos como si fuesen alguna especie de rayos de la muerte en escala disminuida. Pero me las compuse para mantenerme fuera de su alcance. Y cada vez, invariablemente, se proyectaban contra un lienzo de pared pelada y solitaria, donde yo haba estado un suspiro antes. Y lo que es ms, hasta me prestaban un pequeo auxilio; sus indirectos reflejos eliminaban aunque slo fuese una parte infinitesimal de aquellas tinieblas. Al menos me permitan ver dnde haba paredes y dnde no las haba, y revelaba los contornos en forma de atades de las puertas. El tercer rellano era el ltimo; ya no haba otros ms adelante que me pudiesen ayudar a desviar la mortfera puntera de aquella luz. En el cielo raso del corredor, cerca del fondo, se abra una cuadrada claraboya que daba al tejado; a30 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

travs de ella se vea el cielo tachonado de estrellas. Y pendiendo de la abertura haba una escala de retorcidas, herrumbrosas cadenas, con travesaos de madera. La luz de la linterna me la mostr claramente, a tiempo que comenzaba a resplandecer detrs de m como una aurora letal. Comprend que jams lograra trepar por ella. Si hubiese sido rgida, quiz. Pero aquellas cadenas se balancearan bajo mi peso y me enredaran demorando la ascensin. Las manos de ellos tal vez no llegaran a tocarme, pero el rayo de luz y las balas me alcanzaran irremisiblemente. Me daran en las piernas, o peor an. Ellos ya casi haban llegado arriba ahora; la luz se intensificaba rpidamente por detrs de m como anunciando una inminente calamidad, como algo que estuviese a punto de estallar. Arroj mi sombrero hacia la colgante escala, y cay al pie de sta como si yo lo hubiese perdido al trepar por ella. Luego ech mano al picaporte de la puerta ms prxima y trat de abrirla de un empelln. No cedi; estaba atrancada o cerrada con llave. La luz brillaba ya casi con toda su fuerza, amenazando montar el rellano el rellano y colarse por el corredor, donde me tendra a su merced. Haba otra oscura puerta oblonga a continuacin de la primera; volv a probar, y sent que se abra hacia adentro. Me lanc a travs de ella. En el preciso instante en que la cerraba de nuevo la fatdica luz pas lamiendo su cara exterior y reverber lvidamente en la rendija. Luego disminuy su fulgor al alejarse. Apret mi cuerpo contra la hoja de la puerta con todas mis fuerzas. O el retumbar de sus pisadas pasar velozmente siguiendo al rayo luminoso que haba pasado primero. Luego una ahogada exclamacin en castellano, cuando la linterna ilumin mi abandonado sombrero: Sali por aqu! o algo parecido. Supuse que significara "tom este camino". Y enseguida el rechinar de las cadenas bajo el peso de algn cuerpo. Casi me fue posible seguir los progresos de ambos al ascender, uno en pos del otro, por el golpetear del extremo libre de aqullas contra el piso. Luego ces el ruido, y eso me indic que ellos ya haban llegado al tejado. Si yo haba abrigado alguna remota esperanza de poder deslizarme afuera nuevamente detrs de sus espaldas y desandar mi camino hacia la calle, me fue arrancada de raz un minuto despus. Una voz llam desde el fondo de la caja de las escaleras, a travs de toda la distancia desde el nivel de la calle, preguntando algo; uno de mis perseguidores se asom al borde de la claraboya y grit algo en respuesta. Sin duda la orden de que permanecieran all y vigilaran la entrada. Aquello significaba que los dos polizontes que quedaran de guardia en el automvil se haban aproximado atrados por los estampidos de los disparos. Yo me encontraba ahora entre dos fuegos, atrapado en aquella boca de lobo. Con las palmas de las manos oprimiendo an la hoja de la puerta, una por arriba de mi cabeza y la otra a la altura del cerrojo, volv el rostro y mir por sobre el hombro. Quera ver dnde me haba metido, cmo era aquello, qu era aquello. Pero no pude ver nada. Slo tinieblas; una negrura intensa, profunda, total, que me rodeaba por todos lados. Ni siquiera tena el consuelo de aquel dbil rayo de luz que me haba acompaado en mi subida. Ni un solo detalle, ni unCornell Woolrich 31 El negro sendero del miedo

contorno visible. Era como encontrarse en un tnel. Era como estar en la tumba. Volv nuevamente mi rostro hacia la puerta. Pero algo en aquella masa de lobreguez deba haberse impreso en mi cerebro, para ir tomando forma retrospectivamente hasta adquirir algn significado. Pues de sbito, sobresaltado e inseguro, haba vuelto el rostro otra vez hacia adentro, con ese brusco movimiento caracterstico que significa que uno intenta atrapar algo que su inteligencia no haba captado la primera vez. Eso suele hacerse por lo general a plena luz, pero entonces yo lo hice en medio de aquella oscuridad sin fondo. Durante unos segundos no lo pude hallar; luego lo logr. Haba un detalle visible. Uno solamente, en aquella nada absoluta. Una mota roja. Un punto suspendido en el aire. Como una chispa desprendida ce algn fuego, pero que hubiese olvidado el continuar su cada. La observ durante unos segundos helados, estremecedores. Aquello no se mova; yo tampoco. Yo casi no respiraba; apenas lo suficiente, quiz, para que mi maquinaria siguiese funcionando. Luego, de pronto, a fuerza de mirar aquello larga, ansiosa, intensamente, comprend. O ms bien, a fuerza de razonar. Yo saba lo que era aquello: un cigarrillo encendido, sujeto entre los labios de algn ser viviente. Cuando uno miraba aquello durante un tiempo suficientemente largo, adverta un lento, casi imperceptible ritmo de vaivn. Se tornaba ms pequeo, menos brillante, borroso, desapareca, luego a la inversa: apareca, se aclaraba, ms brillante, ms grande. Aquello estaba animado por alguna respiracin; un alentar tan involuntario, probablemente, como era el mo propio en aquel instante. Una respiracin que no poda ser anulada por completo, pero que era reprimida al mximo. Haba algn ser viviente all; algn ser que me observaba desde el otro lado de aquel mar de tinieblas, inmvil, silente, alerta. Pero aquel rojo punto gneo lo delataba. Y de pronto se elev en el vaco, alrededor de medio metro o cosa as, en sentido vertical; luego se detuvo y permaneci esttico. Entonces comprend: el fumador se haba incorporado, y ahora estaba de pie, erecto, en el mismo sitio donde anteriormente haba estado encogido o inclinado. El movimiento haba sido diestramente ejecutado; no lo haba acompaado ni el ms insignificante sonido. Aquel ente trataba de permanecer intangible, ignorado por m. No saba que su presencia ya haba sido revelada por su cigarrillo; aquello haba sido un descuido, debido tal vez a que el hbito inveterado le haba hecho olvidar aquella pequea brasa de tabaco que arda delante de su rostro. Yo la miraba fijamente, como hipnotizado. No poda apartar mis ojos de ella. Era como un rojo fanal de peligro, como el ojo de una serpiente fijo sobre m. Mi mdula espinal pareca haberse congelado, y experimentaba una curiosa sensacin en la raz de los cabellos, como si una corriente de aire fro se desplazara de un lado a otro por debajo del cuero cabelludo. Se qued suspendido, inmvil en el espacio, durante unos cuantos32 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

segundos preados de angustiosos interrogantes, en tanto que yo me mantena a la defensiva, con los omplatos pegados a la puerta. Luego se torn ms opaco a causa de la acumulacin de ceniza, pero una inhalacin volvi a avivarlo casi al instante. Comenz a moverse de nuevo, en una forma ondulante que evidenciaba su desplazamiento hacia adelante, en mi direccin. Por un efecto ptico de perspectiva pareca como si fuese elevndose de nuevo en el aire, pero muy gradualmente, no en lnea recta vertical como la primera vez. Y tambin fue aumentando de tamao, hasta llegar a las dimensiones de un garbanzo. Semejaba la roja linterna de una boya marina balancendose en la lejana sobre la negra marejada. Era algo espectral. Algo como para ponerle los cabellos de punta a cualquiera, algo que me puso la carne de gallina. Pero aguant a pie firme. No tena otra alternativa. Una de mis rodillas comenz a temblar espasmdicamente; la apret contra la otra y consegu inmovilizarla. Aquello estaba muy prximo ahora. Ya estaba sobre m. Tan cercano a mi propio rostro que me pareci sentir el calor que irradiaba sobre la mejilla. Aquello fue pura imaginacin por mi parte, supongo, pero tan vivida como si hubiese sido realmente as. Era aquel silencio lo que resultaba ms enloquecedor; su silencio y el mo. El uno lo prolongaba al otro, como si ninguno de los dos -yo o aquel ente desconocido- quisiera ser el primero en proferir aquel sonido preliminar al que seguira en el acto una lucha mortal. Yo esperaba que aquello se revelase por s mismo; aquello pareca aguardarme a m. Senta que mi labio superior se contraa involuntariamente hacia un lado, desnudando uno de mis colmillos; no llegu en realidad a lanzar un gruido de amenaza, pero el impulso atvico estaba all, latente. En aquella oscuridad, ante un peligro desconocido, de qu modo poda expresar mi desafo, sino como una fiera acorralada? Mi pecho suba y bajaba con pequeos movimientos convulsivos, almacenando todo el aire posible para soportar la lucha que se avecinaba. Mis brazos se pusieron tensos, listos para golpear y desgarrar. Algo fro y metlico y agudo se apoy sobre un costado de mi cuello, justamente sobre una de las hinchadas, tensas arterias; avanz un corto trecho, y luego se inmoviliz. Era algo aguzado; aguzado como la punta de una pluma o los dientes de un tenedor o el extremo de una ua; apenas lo suficientemente romo como para no perforar la piel con aquella firme presin. Un poco ms de sta, y se abrira paso hacia el interior. Pero no era ni la punta de una pluma, ni el diente de un tenedor, ni el extremo de una ua; era el lado efectivo de la hoja de un pual, y todo lo que se necesitaba era una onza ms de energa para que yo me encontrase clavado contra la puerta. La sangre no lograba circular por aquella arteria; la presin del cuchillo la obturaba por completo, y justamente debajo del punto presionado palpitaba como si tuviese aplicada una pinza quirrgica. La hoja no evidenciaba el ms mnimo temblor o vibracin; uno hubiese jurado que no la sostena una manoCornell Woolrich 33 El negro sendero del miedo

humana, tal era su firmeza. Y no era posible intentar nada en contra de ella; ni tratar de manotearla, ni de esquivarla. Slo restaba esperar; esperar a que efectuase el viaje final hacia su objetivo. Aquello no era una amenaza; era un hecho consumado, si bien dividido en dos partes. La primera estaba cumplida, la segunda seguira en el acto. La brasa del cigarrillo vibr ligeramente a causa de algn movimiento invisible, un movimiento que no se comunic al arma, algo independiente de esta. Trat de conjeturar cul sera su significado. Sent una corriente de aire a travs de mi ardiente rostro, como si un brazo se hubiera levantado bruscamente por sobre mi cabeza. Un segundo brazo, no aquel que estaba agazapado tras el pual. Algo lanz un seco chasquido ms arriba del nivel de mi visual y una cerilla sise y se inflam como un cohete, cegndome con su repentino resplandor. Luego ste disminuy en intensidad y fue bajando hasta situarse nuestros dos rostros, aunque algo hacia un cos modo que no se interpusiera entre ambos. La cara que me enfrentaba fue delinendose lentamente contra aquel fondo de negrura, aclarndose por grados como una placa fotogrfica al ser revelada.

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CAPITULO 4Era una mujer, y su rostro pareca irradiar luminosidad como algo translcido iluminado por su parte interior. Su aspecto era tpicamente cubano: pmulos pronunciados de caribe; una lustrosa cabellera negra y lacia dividida al medio por una raya que suba hasta la coronilla y peinada muy tirante en semicrculo por sobre las orejas; labios llenos y algo saltones, vrgenes de colorete y no obstante rojos como sangre fresca; la piel de un tono moreno dorado, y ojos negros como el azabache, probablemente grandes, pero entonces contrados fuertemente, y luciendo ardientes y amenazadores por entre los prpados. Se cubra con un chal; no uno de aquellos romnticos chales cubiertos de rosas bordadas que suelen usar las bailarinas andaluzas, sino uno negro, raido y mugriento, de algodn ordinario y ostentando un par de rasgaduras sin zurcir. La prenda le bajaba desde el hombro pasando por debajo de una axila y luego suba por sobre el brazo opuesto, mantenindose adherida a su cuerpo por el propio peso de su tejido y su hbil disposicin en espiral. Por debajo del chal asomaban unas breves enaguas de zaraza roja, y a continuacin de stas un par de medias de algodn rosado cuyo aspecto sugera cualquier cosa menos limpieza. Por ltimo, unas sandalias o mocasines indgenas (yo no estoy seguro de lo que eran) con suelas de fieltro, o quiz de esparto, y desprovistas de tacones. En realidad, yo no mir hacia abajo en aquel preciso momento. Mis ojos estaban demasiado atareados all arriba, al nivel del cuchillo. La luz del fsforo reverberaba sobre la hoja del arma y me hera la retina. Los tendones de mi cuello, y especialmente aquella arteria, parecan haberse adelgazado. Cmo se las haba compuesto ella para dirigir su daga con tanta precisin en medio de aquella absoluta oscuridad, era un misterio para m. Ah!, otra cosa ms: aquella pequea brasa que haba anunciado su presencia con tanta anticipacin, no perteneca a un cigarrillo, despus de todo; sino a un robusto cigarro nativo consumido a la sazn en sus tres cuartas partes y cuyos deletreos gases parecan ser inhalados por ella juntamente con el oxgeno que respiraba, sin el menor inconveniente, pues, durante todo el tiempo, no lo retir de sus labios ni una sola vez; como si fuese parte integrante de su personalidad. Yo desafo a cualquier fumador a que repita la prueba. El anillo de ceniza que rodeaba la brasa tembl ligeramente y lleg a mis odos un truculento: -Bueno? Yo no saba lo que quera decir aquel vocablo espaol, pero por la inflexin de la voz deduje que equivaldra a algo as como "Y bien?" o "Qu pasa?" Una especie de bravo reto. Pero la voz, a pesar de su aspereza, era la de una mujer muy joven an. Ella agreg algo ms: "No te muevas", segn me pareci. Luego sacudi laCornell Woolrich 35 El negro sendero del miedo

mano que sostena la cerilla moviendo la mueca solamente, como si la tuviese desgonzada, y la oscuridad nos envolvi otra vez. La punta del cuchillo no se movi; yo me mov menos todava. Ella debi extraer una nueva cerilla de su seno, donde el chal la cea ms prietamente. La encendi con una sola mano, valindose de la ua del pulgar, y su rostro volvi a resplandecer. Vi claramente, por su expresin, que aun aguardaba mi respuesta. Y el modo con que sostena el cuchillo en posicin, indicaba que pensaba obtenerla a toda prisa. Su mirada era agria, amenazadora. -Calma, calma! -exclam-. Los que me persiguen estn sobre el tejado. Yo no entiendo lo que usted me pregunta. No hablo castellano. Y por favor, retire esa guadaa de mi garganta, quiere? Pero me guard muy bien de hacer ningn gesto, ni siquiera me anim a sealar hacia el arma; me reduje a mover los labios nicamente. -Oh!, un americano, eh? -dijo ella plegando el labio inferior en una mueca de custico desdn. Pero el cuchillo no retrocedi el espesor de un cabello. Permaneci absolutamente inmvil. Ella posea un perfecto control muscular. Y ni la ms leve sombra de temor o vacilacin. Yo hice girar mis ojos tratando de indicarle el arma; aquellos eran, las nicos partes de mi anatoma que me era posible mover sin peligro, tal era la forma en que ella me tena clavado. -Polis -trat de hacerme comprender-. Ah afuera, en las escaleras. No s cmo decirlo. Polica, creo que es la palabra en castellano. Me persiguen. Y con la consiguiente sorpresa por mi parte, ella rompi a hablar en ingls. En excelente ingls, por otra parte. Pero al decir "excelente", no quiero significar refinado, de ese que uno encuentra a veces en los libros, sino aquel fluido lenguaje que se aprende en el arroyo. -Conque polis, eh? -dijo, y al pronunciar aquella palabra una oleada de furor pareci inundarle el rostro. Su expresin para conmigo haba sido una de amenaza impersonal; para con ellos, la imagen misma del odio ms profundo. Sus ojos chisporrotearon como ascuas y se distendieron hacia los ngulos como si alguien le estirase hacia atrs la piel de las sienes. -Por qu no lo dijo usted antes? -escupi con furia-. Odio a esos perros. La punta del cuchillo retrocedi un poco, y sent la sensacin de que mi sangre volva a circular por aquella arteria. Pero no se retir del todo; permaneci al mismo nivel durante un momento an. -Todo aquel que es enemigo de ellos es un amigo mo -aadi ella. El cuchillo desapareci de sbito. No pude ver dnde lo haba ocultado; su movimiento fue demasiado veloz para mi vista. Quiz dentro de alguna vaina oculta bajo el chal, quiz en la liga. Aquella mujer era algo muy serio en lo tocante al manejo de aquella herramienta; rpida para extraerla y para ocultarla. Por mi parte me alegr infinitamente de que lo hubiese ocultado; no tena el menor inters en descubrir dnde.36 Cornell Woolrich El negro sendero del miedo

Y al fin pude respirar libremente por primera vez en lo que pareca haber sido media hora por lo menos, pero que en realidad no debi pasar de cuatro o cinco minutos. -Pues no le extrae -replic rudamente-. He estado en diversas crceles de su pas por un tiempo ms que suficiente como para obtener la carta de ciudadana. En ese momento se termin de consumir la cerilla. La mujer extrajo otra y la encendi, pero esta vez la us para comunicar fuego a un derrengado trozo de vela de sebo embutido en el cuello de una botella verde que en tiempos ms prsperos haba contenido cerveza. La maniobra levant una cortina de luz amarillenta y nebulosa hasta una altura de unos pocos pies, dejando la parte alta de la habitacin, por sobre nuestras cabezas, tan tenebrosa como antes. Ella me apart a un costado de un suave empelln, ocup mi lugar junto a la jamba de la puerta e inclin la cabeza para escuchar. -Vyase all -dijo indicndome el lado opuesto del tabuco-. Har lo que pueda por usted; lo mismo hara por cualquier otro que persiguieran esos brutos. Ellos estaban en plena actividad; se oa el retumbar de sus pisadas y