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4 65 Gabriel Vommaro: Universidad Nacional de General Sarmiento, Instituto del Desarrollo Humano, Provincia de Buenos Aires, Argentina [email protected] Julieta Quirós: Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina [email protected] Desacatos, núm. 36, mayo-agosto 2011, pp. 65-84 Recepción: 4 de marzo de 2010 / Aceptación: 17 de abril de 2010 “Usted vino por su propia decisión”: repensar el clientelismo en clave etnográfica Gabriel Vommaro y Julieta Quirós A través de la comparación de la trama relacional de dos barrios populares en dos provincias argentinas Bue- nos Aires y Santiago del Esteroexploramos, desde una perspectiva etnográfica, algunas dimensiones de la vida política de los sectores populares. Nos concentramos en un debate que ha ocupado recientemente a las ciencias sociales: la asociación entre la politicidad barrial y la circulación de recursos de asistencia social asociación que suele invocar al “clientelismo” como categoría explicativa. Con base en el análisis de nuestras observaciones de campo, discutimos los presupuestos involucrados en esa categoría desde la que los analistas presumen una especificidad de la política en contextos de pobreza. PALABRAS CLAVE: política popular, clientelismo, políticas sociales, crítica etnográfica, Argentina “You Came by your Own Decision”: Rethinking Clientelism through an Ethnographic Clue By comparing two relational sets of popular neighborhoods placed in two Argentine provinces Buenos Aires and Santiago del Esterowe explore, from an ethnographic point of view, some dimensions of people’s political experiences. We centre our analysis on a debate that has recently occupied social sciences: the association be- tween popular politics and the circulation of social assistance policies.This association often invokes “clientelism” as an explanatory category. Based on the analysis of our field observations, we discuss a set of assumptions contained in that category from which social scientists assume specific politics in contexts of poverty. KEYWORDS: popular politics, clientelism, social policies, ethnographic critic, Argentina

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Vommaro

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    Gabriel Vommaro: Universidad Nacional de General Sarmiento, Instituto del Desarrollo Humano, Provincia de Buenos Aires, Argentina

    [email protected]

    Julieta Quirs: Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, [email protected]

    Desacatos, nm. 36, mayo-agosto 2011, pp. 65-84Recepcin: 4 de marzo de 2010 / Aceptacin: 17 de abril de 2010

    Usted vino por su propia decisin: repensar el clientelismo en

    clave etnogrfica

    Gabriel Vommaro y Julieta Quirs

    A travs de la comparacin de la trama relacional de dos barrios populares en dos provincias argentinas Bue-nos Aires y Santiago del Estero exploramos, desde una perspectiva etnogrfica, algunas dimensiones de la vida poltica de los sectores populares. Nos concentramos en un debate que ha ocupado recientemente a las ciencias sociales: la asociacin entre la politicidad barrial y la circulacin de recursos de asistencia social asociacin que suele invocar al clientelismo como categora explicativa. Con base en el anlisis de nuestras observaciones de campo, discutimos los presupuestos involucrados en esa categora desde la que los analistas presumen una especificidad de la poltica en contextos de pobreza.

    Palabras clave: poltica popular, clientelismo, polticas sociales, crtica etnogrfica, Argentina

    You Came by your Own decision: Rethinking Clientelism through an Ethnographic ClueBy comparing two relational sets of popular neighborhoods placed in two Argentine provinces Buenos Aires and Santiago del Estero we explore, from an ethnographic point of view, some dimensions of peoples political experiences. We centre our analysis on a debate that has recently occupied social sciences: the association be-tween popular politics and the circulation of social assistance policies. This association often invokes clientelism as an explanatory category. Based on the analysis of our field observations, we discuss a set of assumptions contained in that category from which social scientists assume specific politics in contexts of poverty.

    Keywords: popular politics, clientelism, social policies, ethnographic critic, Argentina

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    EL CLIENTELISmO COmO PROBLEmA SOCIAL Y COmO CATEgORA SOCIOLgICA EN ARgENTINA

    En abril de 2002, en el marco de la declara-cin de Emergencia Ocupacional Nacional, el gobierno argentino lanza el programa de asistencia social de mayor envergadura en la histo-ria del pas: el Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocu-pados (pjjdh), consistente en un subsidio de 150 pesos mensuales (en aquel momento, 50 dlares aproximadamente) para personas desocupadas con hijos menores de 18 aos a su cargo. Desde 1996, en medio de una situacin de desempleo estructu-ral, los gobiernos nacional y provincial haban lan-zado diversos tipos de programas de ocupacin transitoria, pero la novedad del pjjdh residi en sus alcances, al enmarcarse en un decreto del Poder Ejecutivo nacional orientado a garantizar el dere-cho familiar de inclusin social. El pjjdh lleg a contar, en menos de un ao, con dos millones de beneficiarios en todo el pas.

    La enorme maquinaria burocrtica demandada por un programa concebido como poltica de asistencia universal y los diversos criterios de distribucin aplica-dos en la prctica por parte de las organizaciones inter-medias que estuvieron a cargo de su ejecucin desde organizaciones no gubernamentales (ong), partidos polticos y consejos municipales, hasta movimientos sociales y organizaciones religiosas dieron lugar a un intenso debate, meditico y poltico, sobre el pre-sunto manejo clientelar de la ayuda social. Los medios masivos de comunicacin fueron parte de los actores que expresaron esa preocupacin, as como uno de los escenarios privilegiados en que figuras polticas, inte-lectuales y expertos, expusieron sus crticas y denun-cias sobre la operatoria del plan: as, por ejemplo, entre 2001 y 2002 se registra un notable aumento del uso de la palabra clientelismo en los principales dia-rios argentinos (Vommaro, 2009b)1 y proliferan las

    investigaciones periodsticas sobre la manipulacin poltica de los recursos pblicos (Dinatale, 2004; ODonnell, 2005).

    Al mismo tiempo, desde fines de los aos noventa, se vio renovado el inters del campo intelectual por el clientelismo como objeto privilegiado a la hora de estudiar la poltica popular. Como indican Guber y Soprano (2003), fue hacia el final de esa dcada que los investigadores pasaron a estudiar las relaciones clientelares antes privativas de universos tradi-cionales en contextos urbanos modernos. Fa-vores por votos? Estudios sobre clientelismo poltico contemporneo, trabajo de Javier Auyero publicado a comienzos de 1997, resultara un texto fundador de ese nuevo campo de estudios el clientelismo en escenarios urbanos, como tambin de una serie de acuerdos epistemolgicos a partir de los cuales el fe-nmeno sera analizado (Vommaro, 2009a).2 Desde

    1 Esta afirmacin se basa en la investigacin sobre los usos de la etiqueta clientelismo en el espacio meditico, a partir de un

    tratamiento cuali-cuantitativo de los artculos periodsticos que incluan ese trmino aparecidos entre 1997 y 2007 en los dos principales diarios nacionales argentinos: Clarn y La Nacin (Vommaro, 2009b). All constatamos que entre 2001 y 2002 el nmero de artculos en los que se menciona dicha etiqueta pasa-ron de 151 a 262 (49 y 98 para el caso de Clarn, 164 y 210 para el de La Nacin), lo que constituye la principal diferencia en tr-minos absolutos del periodo estudiado. Hemos establecido tam-bin que la mayor parte de los usos de clientelismo estn aso-ciados al mundo popular y se refieren tanto a la implementacin de las polticas sociales como a las denuncias de manipulacin electoral. En conjunto, estos usos pasan de oscilar entre 25% y 45% del total entre 1997 y 2001, a acercarse a porcentajes de en-tre 55 y 60 puntos entre 2002 y 2005. La astucia meditica, tal vez, hizo que un concepto asociado en la tradicin de estudios sobre el tema a la poltica territorial, cara a cara, fuera objeto de apropiaciones simblicas en los medios de comunicacin.2 Al enfatizar el carcter fundador de Favores? no debemos olvidar que esta obra recupera gran parte de la vasta tradicin latinoamericana, norteamericana y europea en torno al tema, en especial los trabajos de antroplogos y politlogos sobre las lla-madas sociedades del Mediterrneo. En relacin con este pun-to, vase por ejemplo una resea sobre algunos textos clsicos en Marques (1999). Respecto de la tradicin argentina en la ma-teria, en especial la surgida acerca de las preocupaciones de Gino Germani sobre la modernizacin poltica y los sectores populares y algunos estudios antropolgicos sobre comunida-des del interior del pas, cabe mencionar los trabajos citados en Soprano (2002). Lo importante aqu es sealar cmo a partir de la compilacin de Auyero se actualiz y se renov la discusin

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    entonces Auyero seala que, lejos de pertenecer al pa-sado o de representar una simple desviacin que la modernizacin poltica puede corregir, el cliente-lismo es un elemento constitutivo de las democra-cias modernas. En se y en trabajos posteriores (2001, 2002), el autor entabla una discusin con la forma en que la ciencia poltica y los sentidos legos presentan el clientelismo de las maquinarias partidarias: una su-matoria de intercambios espasmdicos llevados a ca-bo por individuos cuyo nico mvil de accin es el inters y cuya nica operacin cognitiva es el cl-culo en trminos de costo-beneficio. Podramos decir que al clientelismo instrumental con que la ciencia poltica suele abordar el estudio de la poltica

    local en las sociedades contemporneas (vase, entre otros, Brusco, Nazareno y Stokes, 2004; Schedler y Manrquez, 2004; Stokes, 2005; Kitschelt y Wilkinson, 2007) Auyero opone un clientelismo sociocultural: recuperando las primeras formulaciones socioantro-polgicas sobre patronazgo, sostiene que el fenmeno clientelar consiste, ante todo, en una relacin social de carcter interpersonal, que los intercambios recpro-cos a travs de los cuales esa relacin se produce y re-produce a lo largo del tiempo no son meras permutas de bienes por votos, sino que tambin son cadenas de prestaciones y contraprestaciones bajo la forma del don favores, ayuda, solidaridad, amistad en las cuales las obligaciones morales y los imperativos afec-tivos son puestos en juego.

    El autor seala, de este modo, la importancia de estudiar de cerca las relaciones que constituyen el

    contempornea sobre el clientelismo en Argentina, en buena me-dida tomando como referencia las contribuciones de este autor.

    Campaa "Un alimento contra el clientelismo", La Plata, Argentina, 2010.

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    clientelismo y de restituir el punto de vista de quie-nes participan en ellas, principalmente de aquellos cuya voz haba permanecido silenciada: los clien-tes y los mediadores. Para Auyero, explorar sus puntos de vista implica dar cuenta del conjunto de creencias, presunciones, estilos, habilidades, reper-torios y hbitos que acompaan esos intercambios (Auyero, 2002:40, cursivas nuestras). Tomando co-mo referencia la teora de las prcticas de Pierre Bourdieu (1991), ese conjunto es tratado como un sistema de percepciones y disposiciones que Auyero llama habitus clientelar a travs del cual los actores establecen y dan sentido a sus rela-ciones e intercambios.

    Consideramos que, de la mano de la nocin de habitus clientelar, la preocupacin por explorar las dimensiones culturales del clientelismo termin por instalar tal vez contrariamente a lo que el propio Auyero pretenda la imagen de un cliente rehn, ya no de sus patrones o brokers, pero s del conjunto de disposiciones que produca y reproduca de ma-nera inconsciente como opera el habitus en sus relaciones de clientela. Al no dar suficiente peso a la capacidad reflexiva de los actores en las situaciones de intercambio en las que se encuentran involucra-dos, esta perspectiva perdi de vista la negociacin y las controversias a partir de las cuales, cotidiana-mente, las personas tejen y destejen sus vnculos (Vommaro, 2007 y 2009a).

    Esta mirada que termina por consolidarse co-mo referencia de este campo de estudios con la pu-blicacin de La poltica de los pobres. Las prcticas clientelistas del peronismo en 2001 ha tenido otro efecto epistemolgico: el establecimiento de una je-rarqua entre dos dimensiones de realidad a partir de la cual las relaciones clientelares pasan, expl-cita o implcitamente, a examinarse. En efecto, el habitus clientelar no slo consiste en un conjunto de disposiciones, requiere tambin de una illusio a travs de la cual los actores enmascaran el verdade-ro fundamento, calculado y asimtrico, de sus rela-ciones. La doble vida del clientelismo a la que la perspectiva sociocultural alude (una verdad obje-

    tiva percibida por el analista y desfigurada en trminos de favor, ayuda, amistad, compromiso y agradecimiento por los actores del mundo social) no es slo una distincin analtica: supone tambin un orden en el que el intercambio interesado es una realidad ms real que la moralidad y el afecto, y la asimetra de poder es un aspecto ms fundamental que las formas de reciprocidad (Quirs, 2009b). As, el debate entre los antroplogos sociales y los politlogos nos coloca frente a una disyuntiva: el clientelismo es puro clculo individual, de modo que perdera la dimensin moral que hace a este ti-po de relaciones, o es un vnculo social cuya di-mensin moral termina siendo subordinada al plano de la creencia, la ideologa y el encubrimiento de su verdad ltima: el intercambio asimtrico.

    En este artculo buscamos contribuir a la reflexin sobre la vigencia que estas dos posiciones tienen en nuestro sentido comn sociolgico y sobre los pun-tos de partida desde los cuales los investigadores se interrogan por la naturaleza y especificidad de la po-ltica popular. Para ello examinamos, desde una perspectiva etnogrfica, algunas dimensiones insufi-cientemente exploradas de las llamadas relaciones clientelares. Nos basamos en la comparacin de dos casos situados en dos barrios populares:3 uno en Flo-rencio Varela, municipio del sur del Gran Buenos Aires, y otro en la ciudad de Santiago del Estero, pro-vincia ubicada en la regin noroeste de Argentina.4 En ambos universos la reproduccin material de la

    3 La comparacin est basada en los territorios donde hemos lle-vado a cabo nuestros respectivos trabajos de campo: el trabajo de Julieta Quirs, desarrollado entre 2005 y 2009, explora un con-junto de experiencias de politizacin que gravitan en torno a mo-vimientos de desocupados y al peronismo en un municipio del sur del Gran Buenos Aires (Quirs, 2006 y 2009b); el trabajo de Gabriel Vommaro, realizado entre 2006 y 2007, analiza las for-mas de participacin poltica de la poblacin de un barrio perif-rico de la ciudad de Santiago del Estero, explorando los vnculos que se establecen entre vecinos y organizaciones sociales, polti-cas y religiosas (Vommaro, 2007 y 2009b). En este artculo, a ex-cepcin de personas, lugares u organizaciones de conocimiento pblico, los nombres propios han sido modificados. 4 Se conoce con el nombre de Gran Buenos Aires (gba) o conur-bano bonaerense a la regin de la provincia de Buenos Aires que

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    vida de la poblacin no slo depende de los circui-tos mercantiles (mercado de trabajo, mercado de consumo, etc.), sino tambin, y en buena medida, de la intervencin cotidiana del Estado en lo que se refiere a la asignacin de bienes de asistencia social. Con una pluralidad de espacios fomentistas,5 re-ligiosos, barriales, las organizaciones polticas de militancia territorial partidos, movimientos so-ciales constituyen una de las vas de acceso a esos bienes. Se trata de espacios a los que nuestros inter-locutores de campo se adscriben concomitante-mente, desafiando fronteras organizacionales y clasificaciones sociolgicas, como aquella que es-cinde como si se tratara de fenmenos de natura-leza distinta la poltica institucional de los partidos y las redes clientelares de la poltica contestataria de los movimientos sociales y la accin colectiva.

    Nos enfocaremos en las experiencias y los vnculos cotidianos que algunos referentes barriales, pertene-cientes a organizaciones partidarias y organizaciones de desocupados, establecen con la poblacin local. En los universos que estudiamos, el trmino referente barrial es utilizado para denominar a los principales animadores de esas organizaciones territoriales. El referente tiene relacin directa y cotidiana con los

    vecinos, al mismo tiempo que trabaja con o para al-gn candidato, figura poltica, lnea partidaria o mo-vimiento social, moviliza bases y recluta votantes.6

    EL ESCENARIO: trabajo social y trabajo poltico

    Lucy haba sido dirigente barrial de la Rama Feme-nina del Partido Justicialista (pj, nombre oficial del partido peronista) de Santiago del Estero y secreta-ria general de la unidad bsica (ub) que funcion en su casa, situada en el barrio Villa Argentina.7 Era empleada pblica en una oficina ministerial, hasta que fue despedida en 1995 por haber trabajado po-lticamente para la intervencin federal que lleg a la provincia en diciembre de 1993, luego del estalli-do social conocido como Santiagueazo.8 Desde entonces, Lucy est enemistada con aquellos refe-rentes barriales y dirigentes de la Rama Femenina que, segn ella, le dieron la espalda en el momen-to en que fue acusada de deslealtad con el juarismo corriente hegemnica del peronismo santiagueo hasta 2004, que debe su nombre al cinco veces go-bernador de la provincia, Carlos Jurez. Desde que fue despedida de su trabajo, Lucy se dedic a las tareas domsticas y el sostn del hogar qued en ma-nos de su marido, jubilado de la polica provincial, peluquero y carpintero ocasional.

    6 La mayor parte de la literatura acadmica utiliza el trmino puntero para el caso de los referentes barriales del peronismo. Sin embargo, aqu preferimos evitar ese trmino en virtud de su significado en el mundo social estudiado, donde casi invariable-mente opera no como una autodenominacin, sino como un ca-lificativo peyorativo. 7 La organizacin en ramas forma parte de la concepcin tradi-cional y organicista del peronismo, aunque ha sido siempre d-bil a nivel nacional y de presencia variable en las provincias. Las unidades bsicas son las clulas barriales del peronismo. Las Ra-mas Femeninas estn ntegramente formadas por mujeres. Son dirigidas por una secretaria general, quien mantiene una rela-cin directa con una dirigente intermedia (concejal, diputada provincial, etc.) que por lo comn controla ms de una ub. Para los miembros de cada ub, la dirigente es quien liga el territorio con los que estn arriba.8 Sobre el Santiagueazo, vase Farinetti (2000).

    rodea a la Capital Federal. Florencio Varela municipio de 346 223 habitantes ubicado a 24 km al sur de la ciudad de Buenos Aires forma parte del llamado Conurbano IV, la regin con los ndices ms elevados de pobreza por necesidades bsicas in-satisfechas (nbi) (30.4%) y de desocupacin (22.9%) segn el Censo Nacional de 2001. Las evidencias presentadas en este ar-tculo se centran en el barrio Las Rosas, que cuenta aproximada-mente con 5 000 habitantes. Ubicado en el sur de la ciudad de Santiago del Estero, el barrio Villa Argentina, en el que realizamos nuestro trabajo de campo, es uno de los ms poblados de la ciu-dad, con aproximadamente 11 500 habitantes. Es un barrio de vi-vienda social construido en su totalidad por el Instituto Provincial de Vivienda y Urbanismo en etapas sucesivas desde los aos se-tenta. Segn el Censo Nacional de 2001, la ciudad de Santiago del Estero tena una tasa de desempleo de 16.4% y de pobreza por nbi de 31.3% (datos proporcionados por el Instituto Nacional de Esta-dsticas y Censos, indec).5 Se conoce con el nombre de fomentismo a la modalidad de militancia barrial inspirada en la tradicin de las Sociedades de Fomento: instituciones vecinales de participacin volunta-ria orientadas a la gestin del bien comn del barrio, como mejoras de infraestructura, saneamiento, etc.

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    La llegada del coordinador regional de Barrios de Pie uno de los movimientos piqueteros9 ms im-portantes de la provincia a la casa de Lucy en 2005 la tom por sorpresa. El hombre, que dijo haber lle-gado por referencias y nunca especific quin se las haba dado, la convoc a integrarse a la organi-zacin. Qu tienes para ofrecerme?, habra dicho Lucy: Si vos sos nacional, vos tienes algo que nos hace falta, ustedes tienen planes [sociales o de em-pleo transitorio] y a nosotros nos hacen falta. No voy a mover un dedo si no me das planes. El coordina-dor acept la propuesta y se comprometi a entregar 20 planes sociales a Lucy. Antes quedaron en organi-zar una reunin en la casa de ella, en la que tambin participara una chica del Ministerio de Desarrollo Social y en la que, como es habitual en esos casos, la referente deba mostrar la cantidad de vecinos que movilizaba, es decir su capital poltico.10 Por las du-das, Lucy aclar: No te voy a llevar ms de 10 perso-nas, porque no voy a comprometerme. Slo fue con su gente, la que est con ella desde siempre. Entre ellas se encontraban sus hijas, a quienes Lucy apel en una oportunidad para justificar su regreso a la actividad poltica: Quera conseguir algo para mis dos hijas que estaban sin trabajo. Ella, en cambio, deca no esperar ninguna retribucin material y de hecho no formara parte de la lista de beneficiarios de los planes que pronto recibira.

    En efecto, luego de esa primera reunin, el coordi-nador de Barrios de Pie prometi volver con 40 pla-nes del Programa de Empleo Comunitario (pec)11

    que su organizacin obtena a nivel nacional. Al cumplir esta promesa, Lucy comenz a organizar a su gente: primero hizo una lista de los beneficiarios que recibiran los primeros planes (en la que figura-ban su gente, familiares y conocidos de su gente y otros vecinos prximos a su casa), luego organiz las tareas que realizaran como contraprestacin12 del subsidio: as naci el merendero y la huerta que hoy funcionan en los fondos de dos casas del barrio una de ellas de la propia Lucy.

    A medida que la relacin con el coordinador se fue afirmando, Lucy consigui ms planes que distribuy en otros barrios donde otras antiguas dirigentes de la Rama Femenina que conoca organizaron sus propios merenderos y huertas. Cuando realizamos nuestro trabajo de campo, Lucy manejaba 170 planes pec distribuidos en cinco barrios de la ciudad de Santiago del Estero. Al mismo tiempo, comenz a conectarse con otras instancias de Barrios de Pie, particip en un congreso nacional de la organizacin, se entrevist con su mximo dirigente, particip en un congreso de mujeres y en otras reuniones regionales. Esta partici-pacin marc para Lucy una diferencia con su expe-riencia en la Rama Femenina, puesto que en Barrios de Pie, dice, aprendi cosas y la relacionaron con otras dirigentes de otros lugares del pas. Segn Lucy, las tareas que desempeaba en el merendero y las que realizaba como referente peronista no presentan dife-rencias tajantes: yo siempre hice trabajo social, afir-ma. Ese trabajo implica tanto ayudar a los vecinos como brindar apoyo a los dirigentes que la respaldan y por eso una de las tardes en que visitamos el meren-dero todos se preparaban para asistir a un acto en el que Julio Alegre, intendente de la ciudad, inauguraba cinco cuadras de asfalto en un barrio vecino.

    2002 para cubrir a aquellas personas que no reunan las condi-ciones de acceso estipuladas por el Plan Jefes y Jefas de Hogar.12 Contraprestacin es el trmino utilizado por las reglamenta-ciones y normativas de los planes sociales o de empleo transito-rio implementados en Argentina desde mediados de la dcada de los noventa para designar el conjunto de actividades labora-les, comunitarias, educativas, de capacitacin y formacin que corresponde desempear a cada destinatario como contraparti-da de la recepcin de un plan.

    9 La irrupcin del desempleo estructural en la Argentina a partir de los aos noventa se correspondi con desplazamientos en el eje del conflicto social y en las formas de movilizacin colectiva: as emergen organizaciones de desocupados que hicieron del tra-bajo su demanda distintiva frente al Estado, y del corte de ruta o piquete su principal mtodo de protesta de all que se conocen tambin con el nombre de organizaciones piqueteras. Sobre el proceso sociohistrico de su constitucin vase Manzano (2007) y Svampa y Pereyra (2004). 10 Ana Rosato (2003) desarrolla el significado del capital poltico de los militantes territoriales constituido por las casas con las que tienen relacin.11 El pec es un programa del Ministerio de Trabajo que da con-tinuidad al Programa de Emergencia Laboral (pel), creado en

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    La Chana se define como referente barrial del peronis-mo de Florencio Varela, y dice llevar ms de 15 aos trabajando en poltica. Inmediatamente aclara que su actividad empez en realidad por el trabajo social cuando all por 1994 fue elegida manzanera del pro-grama de asistencia alimentaria conocido como Plan Vida que se pona en funcionamiento, como piloto, en el municipio de Florencio Varela.13 En su carcter de manzanera, la Chana iniciaba junto con muchas otras mujeres del barrio su trabajo social, al que tiempo despus sumara el trabajo poltico: De a po-co te vas metiendo en el trabajo poltico. El trabajo social te lleva al trabajo poltico porque te vas dando cuenta de que para lo social necesits de lo poltico, y as empec a trabajar con la Toanez. La Toanez era, en aquel entonces, una de las primeras militantes del barrio Las Rosas que trabajaba para Julio Pereyra, in-tendente del municipio por el peronismo desde 1992. Acompaar polticamente a la Toanez le permiti a la Chana asumir, en un primer momento, la presiden-cia de la Sociedad de Fomento y luego la de la Unidad de Gestin Local (ugl) de su barrio.14

    En carcter de presidenta de la ugl de su barrio, la Chana se encarg de anotar a los beneficiarios del

    pjjdh: en menos de un mes Florencio Varela conta-ra con 24 500 destinatarios de los que, segn recuer-da la Chana, 350 correspondan al barrio Las Rosas. Asimismo, pas a coordinar la contraprestacin de los destinatarios organizando una copa de leche15 en la Sociedad de Fomento que ella presida y un taller de costura en su casa. En esos espacios estableci nuevos vnculos, reactualiz los viejos y pudo su-mar nuevas relaciones a su red poltica, consolidan-do su actividad militante en el peronismo local. La Chana suele distinguir los planes que le son otorga-dos a travs de la ugl de los planes polticos, es de-cir, aquellos que consigue en carcter de militante, no de presidenta de una institucin barrial. En este ltimo caso, como pudimos observar en nuestro tra-bajo, el compromiso (poltico) tiene un lugar explci-to y fundamental al momento de definir rdenes de merecimiento para la asignacin de un subsidio. En una ocasin, la Chana nos explic que iba a priori-zar el plan de Gladis, una vecina que la vena acompaando desde haca tiempo: yo trato de dar-le al que ms necesita y al que me acompaa poltica-mente porque a m estos planes me los dan como referente poltica, y ellos [los vecinos] saben eso, por eso cuando me acompaan quiero darles respuestas.

    El coordinador de Barrios de Pie golpe la puerta de la casa de Lucy porque es reconocida como alguien que moviliza o es capaz de movilizar (gente), al mis-mo tiempo que, en virtud de su trabajo social, puede gestionar bienes de asistencia y distribuirlos entre los vecinos. Cotidianamente, los vecinos golpean la misma puerta solicitando algn favor o ayuda, por-que reconocen en Lucy a alguien capaz de dar una

    13 Creado en 1994 por el Consejo Provincial de la Familia y De-sarrollo Humano del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, el Plan Vida consiste en el reparto de raciones diarias de leche para nios menores de seis aos. Una de las caractersticas dis-tintivas del programa es que su ejecucin est a cargo de las lla-madas trabajadoras vecinales o manzaneras, es decir, mujeres re-sidentes en el barrio, elegidas en asamblea por sus vecinos para llevar a cabo la distribucin semanal de las raciones en un radio determinado de manzanas. La actividad de la manzanera es de-finida, por la propia normativa del programa, como voluntaria y no remunerada rasgo fundamental en la construccin guber-namental del Plan Vida (y del propio lugar de manzanera) como trabajo (exclusivamente) social. Sobre la dinmica de esta construccin vase Masson (2004).14 Creadas en 2001 en el marco del Programa de Gestin Partici-pativa del municipio de Florencio Varela, las ugl constituyen la instancia de canalizacin de las demandas barriales al municipio en lo que refiere a obras y servicios pblicos, as como de ejecu-cin y distribucin de programas de asistencia social. Al igual

    que en otros municipios (Frederic, 2004), las ugl fueron pro-mocionadas en Florencio Varela como espacios (despolitizados) de trabajo social llevado a cabo por el vecino.15 Se denomina copa de leche a los comedores comunitarios que proporcionan la merienda a los nios por las tardes.

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    respuesta. Lo mismo podemos decir en relacin con la Chana: da a da sus vecinos se acercan pidiendo algn favor, solicitando alguna informacin o algu-na ayuda, as como en cada eleccin los candida-tos del pj la invitan a acompaarlos o a trabajar para su espacio poltico. Lucy y la Chana son socialmente reconocidas por sus vecinos y dirigentes como refe-rentes en virtud de la doble faz en la que se constru-ye su posicin en el entramado barrial, en el que el

    trabajo poltico reclutamiento y movilizacin de la poblacin est ntimamente vinculado con el tra-bajo social distribucin de recursos de asistencia y ayuda a los vecinos.

    Al tiempo que los distinguen, la prctica de Lucy y la Chana indica que trabajo poltico y trabajo so-cial se entrelazan y se convocan recprocamente. En primer lugar, como vimos en el caso de Lucy, las ac-tividades de contraprestacin que los destinatarios

    Trabajo social. Preparacin de pizzetas en el Merendero Barrios de Pie, 2006-2007.

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    de un plan social llevan a cabo en un comedor o en espacios comunitarios a cargo de un referente pue-den extenderse al acompaamiento poltico: en esos espacios de trabajo, las referentes establecen rela-ciones y compromisos interpersonales con sus ve-cinos que incluyen acompaarlas a un acto, a una reunin partidaria, a un evento poltico, a una mar-cha, y que eventualmente transforman a esos veci-nos en parte de su gente, la gente que las acompaa. En segundo lugar, al momento de llevar adelante su trabajo social, los referentes ponen en juego crite-rios de merecimiento que se inscriben en la lgica poltica: junto a y muchas veces en conflicto con la necesidad y con los criterios formalmente estipulados por las normas de los programas socia-les, el acompaamiento poltico es otro de los crite-rios de jerarqua que coloca a las personas como ms o menos merecedoras de una ayuda o un favor.

    La distincin sealada por la Chana entre pla-nes polticos los que obtiene de sus referentes polticos por el hecho de acompaarlos, cuya asig-nacin entre los vecinos depende, a su vez, del acompaamiento por parte de stos y planes por ugl asignados institucionalmente y distribui-dos en virtud de ciertos criterios formalmente esti-pulados por las oficinas gubernamentales, as como la separacin entre trabajo social y trabajo poltico que ella traza en su descripcin sobre la ac-tividad militante, dan cuenta de un esfuerzo por separar lo que en la prctica aparece entrelazado. En el caso de Lucy, al contrario, trabajo social y tra-bajo poltico son categoras que aparecen como intercambiables: no hay en su discurso una clara preocupacin por demarcar esa frontera, de modo que el trabajo social ya es trabajo poltico, y vicever-sa. Nos hemos preguntado si esta diferencia remite a distintas formas de indagacin en el terreno o si, en cambio, se relaciona con propiedades de los uni-versos analizados. Aunque no podemos responder esta pregunta de manera categrica, presumimos que hay ciertas caractersticas de los terrenos que hacen que la distincin entre los dos tipos de traba-jo sea socialmente significativa en un caso y no en

    el otro. Por un lado, la Chana inicia su actividad ba-rrial en el marco del Plan Vida, un programa que se propone explcitamente establecer una demarca-cin entre lo poltico y lo social: las manzaneras eran y deban ser trabajadoras sociales sin intereses polticos (Masson, 2004). En cambio, en tanto mili-tante peronista, Lucy forma parte de una actividad de asistencia social que, aunque inspirada en la ex-periencia del Plan Vida, en el caso santiagueo fue encuadrada en una estructura partidaria: la Rama Femenina. De este modo, la frontera entre lo social y lo poltico que el gobierno bonaerense se haba preocupado por trazar aparece aqu diluida. Por otro lado, el activismo barrial de la Chana se inscri-be en un universo social especfico: el conurbano bonaerense, centro de atencin pblico-meditica en lo que se refiere a la sospecha de distribucin clientelar de recursos pblicos (Vommaro, 2009b). Conocedora de esta mirada sobre el universo en el que acta, la Chana debe esforzarse, en especial frente a los observadores externos entre ellos, los antroplogos sociales, en distinguir aquello que socialmente debe permanecer separado, es decir la ayuda a los pobres de la actividad proselitista.

    As como la distincin entre trabajo social y trabajo poltico es una preocupacin de las referentes y de-be ser explicitada en ciertos contextos de situacin, ocurre algo similar con la definicin de criterios de merecimiento que eventualmente pueden entrar en conflicto: la necesidad y el acompaamiento poltico. La definicin de la necesidad constituye un proble-ma de resolucin prctica que pone en juego tanto lo que los referentes dicen saber sobre sus vecinos, como la capacidad de stos para presentarse pbli-camente como verdaderamente necesitados. Esa resolucin no se da de una vez y para siempre, sino que es objeto de controversias y negociaciones en las interacciones cotidianas. Lo mismo ocurre con el acompaamiento, criterio que se construye, se negocia y se transforma a lo largo del tiempo: me-rece ms quien acompa, quien acompa sin es-perar nada a cambio, quien est esperando y an no fue retribuido. En los dos casos es el conocimiento

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    interpersonal de la gente aquello que legitima la for-ma en que se da: los referentes, en virtud de su cono-cimiento del territorio, de sus habitantes, de las carencias y de las demandas a ser objeto de inter-vencin poltica, saben quin necesita y quin no, saben quin acompaa y quin no. Al mismo tiem-po, los vecinos velan por hacer saber y hacer valer su necesidad y su acompaamiento.

    Ahora bien: qu es acompaar? Mientras una imagen prototpica de intercambio atraviesa los es-tudios de la ciencia poltica y la imagen lega de la poltica popular el intercambio de bienes por vo-tos, nos encontramos en universos en que, como ha demostrado la perspectiva sociocultural del clien-telismo, aquello que circula no son slo bienes, y tampoco slo votos. El acompaamiento tiene que ver, fundamentalmente, con un hacer. Acompaar es estar cuando el referente necesita: movilizarse a un acto partidario, asistir a un evento de inauguracin de obras pblicas, colaborar en la organizacin de un festival o un festejo barrial.16 En definitiva, acom-paar es participar de esas instancias de objetivacin poltica en las que los referentes tienen oportunidad de publicitar un capital: la cantidad movilizada. De la exposicin de ese capital poltico dependen, en buena medida, las respuestas y propuestas que los referentes reciben de sus dirigentes y, en ltima ins-tancia, el reconocimiento de la posicin del referen-te barrial en cuanto tal.

    El hacer del acompaamiento es, tambin, partici-par de los espacios de trabajo emplazados en el ba-rrio y muchas veces en la casa del referente: hacer en merenderos, huertas, talleres de oficios, comedores, roperitos. En la mayora de los casos, estos espacios son sostenidos por recursos de origen pblico que provienen de programas de asistencia social. La con-traprestacin exigida por estos programas a sus be-neficiarios constituye un componente central de sus principios de implementacin, y est ligada al

    imperativo experto, poltico, y moral de fortale-cer a la sociedad civil y promover su participa-cin.17 Este imperativo, construido desde la expertise del Estado y los organismos internacionales de crdi-to, no slo contribuye a la conformacin de espacios polticos, sociales y eclesiales en los barrios popula-res, sino tambin a la imbricacin entre trabajo y po-ltica, contraprestacin y acompaamiento, trabajo social y trabajo poltico. El acompaar al referente se produce en el entrecruzamiento de estas categoras.

    Diversos estudios han sealado que las polticas focalizadas de lucha contra la pobreza tienen un papel fundamental en la constitucin de vnculos y experiencias de politizacin de los sectores popula-res (Frederic y Masson, 2007; Merklen, 2005; Man-zano, 2007; Quirs, 2009a; Vommaro, 2007). El aspecto ms destacado por los analistas se refiere, en general, al lugar que la circulacin de recursos y la dimensin de intercambio tiene en la cons-titucin de la relacin entre organizaciones polti-cas y vecinos. Sin embargo, entendemos que se ha explorado poco el lugar que el hacer (aquello que las polticas prescriben) tiene en la constitucin de esos vnculos. En primer lugar, es en el hacer donde los propios agentes gubernamentales y expertos en-cuentran el ideal de una asistencia social vinculada al empoderamiento y la participacin de la so-ciedad civil: el trabajo dispensado transforma los recursos en bienes merecidos, y a quienes los reci-ben en merecedores-de y en beneficiarios activos en camino a la inclusin social.

    En segundo lugar, el hacer construye el reconoci-miento social y gubernamental del referente barrial:

    17 Junto a la focalizacin y la descentralizacin, la participa-cin de la sociedad civil constituye el tercer imperativo movili-zado en la implementacin de las polticas sociales de lucha contra la pobreza. La condicin difusa de la nocin de sociedad civil permite que ella integre a unidades bsicas y comits par-tidarios, asociaciones vecinales controladas por referentes ba-rriales, organizaciones eclesiales, organizaciones sociales y mo-vimientos de desocupados (Vommaro, 2007). Sobre los rasgos principales de las polticas de lucha contra la pobreza en Ar-gentina durante los aos noventa del siglo pasado, vase Acua, Kessler y Repetto (2002).

    16 Los trabajos de Javier Auyero han demostrado la importancia de la participacin en eventos y actos polticos en la dinmica de las relaciones entre referentes y vecinos.

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    el trabajo desempeado por los vecinos en los espa-cios comunitarios es una de las bases sobre las que se produce la legitimidad del referente, como aquel que haciendo hacer a los otros, hace por y para el bien de los vecinos, por y para la gente, por y para los espacios polticos de pertenencia. En relacin con ese reconocimiento podemos entender cmo Lucy y la Chana se esfuerzan por publicitar su hacer y el de los lugares de trabajo que ellas llevan adelan-te, tanto ante los funcionarios estatales del Ministe-rio, como ante nosotros, los investigadores sociales de la universidad, que aparecemos en ese contexto como evaluadores del manejo correcto de la asisten-cia social. Tambin cobra sentido la preocupacin de estas referentes observada en nuestros trabajos etnogrficos por el registro de ciertos eventos sig-nificativos que dan testimonio de ese hacer y lo pu-blicitan: elaboracin de documentos escritos, de listados de asistencia, toma de fotografas, etc.

    En tercer lugar, en universos socialmente defini-dos por la falta de empleo y en los que la vagancia es, dentro y fuera de ellos, una de las acusaciones ms esgrimidas, el hacer involucra rutinas y sentidos que estn en el origen, la continuidad y la discontinuidad de las relaciones que estamos estudiando: andar en poltica para usar la expresin con que nuestros interlocutores refieren su participacin en espacios polticos barriales es estar haciendo cosas, es es-tar en movimiento (Quirs, 2006; Vommaro, 2007). Esta dimensin de actividad de la participacin po-ltica nos permite comprender, por un lado, que las rutinas del hacer y las subjetividades generadas en y por ese hacer forman parte de las condiciones de posibilidad de que, ms all o con la necesidad y el compromiso, las personas se enganchen en poltica.18 Por otro lado, que en el estar haciendo las personas construyen una imagen positiva de s, opuesta a la pasividad y al inmovilismo. En nuestros universos etnogrficos hemos observado la recurrencia con

    que las personas vecinos, referentes, dirigentes, fun-cionarios ponen a jugar la distincin entre aque-llos que trabajan y aquellos que no trabajan, aquellos que contribuyen al funcionamiento de los espacios comunitarios y aquellos que slo van cuando se sirve la comida. En definitiva, es en este hacer donde se construye otra arista del mereci-miento.19 Finalmente, es tambin en ese hacer donde podemos inscribir la dimensin de trabajo con que es nombrada la participacin poltica: trabajo social y trabajo poltico en el caso de los re-ferentes; trabajar con los peronistas o con los pi-queteros, en el de los vecinos.

    dEL habitus CLIENTELAR A LA NEgOCIACIN: EL CLCULO mORAL

    Las dificultades para dar un lugar en la observacin y en el anlisis a lo que se hace en los espacios polti-cos barriales no slo se explica por el privilegio otor-gado por los estudios sobre politicidad popular a la dimensin del intercambio de bienes pblicos por acompaamiento poltico, sino tambin por la for-ma en que el cmo de ese intercambio ha sido abor-dado. Aqu, tanto el clientelismo instrumental como el clientelismo sociocultural conducen a algunos ca-llejones sin salida. En el primer caso, el intercambio es reducido a una pura negociacin calculada, regi-da por la ecuacin costo-beneficio que las partes, brokers y clientes, efectan. Esta mirada explica que una de las preguntas que atraviesa, casi invariable-mente, los estudios de la ciencia poltica norteameri-cana sobre este tipo de relaciones sea: qu es aquello que garantiza al poltico que su cliente cumpla con la parte que le toca en el intercambio? (Kitschelt y Wilkinson, 2007; Stokes, 2005). La pregunta involu-cra una serie de presupuestos que se refieren, por un lado, a la preocupacin que est en la base de la in-terrogacin politolgica sobre el clientelismo: los

    18 Desde esta perspectiva, podemos pensar las experiencias estudiadas en trminos de formas de politizacin de la vida cotidiana. Sobre el concepto de politizacin, vase, por ejem-plo, Lagroye (1999).

    19 Sobre la oposicin entre actividad y vagancia en otros univer-sos sociales, vase Weber (1989).

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    efectos de estas relaciones sobre la calidad de las democracias contemporneas. Esta inquietud lleva a los analistas a concentrarse en una forma especfi-ca y espordica de intercambio: el intercambio elec-toral, pensado en trminos de compra-venta de votos (vote buying). El modelo de transaccin subya-cente supone una secuencia temporal inamovible: primero, el patrn entrega al cliente algn tipo de bien; luego, ste debe retribuir con su voto. Es aqu que cobra sentido la pregunta por cmo, quien da en primer trmino, se asegura recibir la contraparte co-rrespondiente. Como si los aportes de Durkheim y Weber a la comprensin de la figura del contrato no hubiesen tenido lugar, los analistas infieren de la au-sencia de contrato-legal formal en las relaciones in-terpersonales la inexistencia de regulacin alguna de derechos y obligaciones. De all tambin las respues-tas que los politlogos formulan a su interrogante: es en una tcnica coercitiva de control el monito-reo que efectuaran las organizaciones partidarias sobre el voto de los clientes donde encuentran la fuerza que garantiza la realizacin de una transac-cin que vive por fuera del contrato.

    Precisamente, una de las cruzadas de la sociologa y la antropologa contra este reduccionismo instru-mental ha sido restituir el carcter moral de las rela-ciones clientelares: relaciones entre personas, regidas por compromisos en los que la palabra empeada, la confianza y el crdito mutuo constituyen las principa-les fuerzas de regulacin y reproduccin de los de-rechos y obligaciones a lo largo del tiempo. Si esta mirada consigui responder de una forma ms ade-cuada a la pregunta por las garantas del intercambio, consideramos que arroj nuevos problemas de anli-sis al trazar, explcita o implcitamente, una distincin entre intercambio y moralidad que encierra una opo-sicin entre el dominio del inters y del clculo (reali-dad presumida como de primer orden) y el dominio del desinters y el compromiso (realidad presumida como de segundo orden). Desde nuestro punto de vista, el examen del intercambio que hace a las rela-ciones clientelares adquiere nuevas dimensiones si somos capaces de restituir, primero, las formas

    cotidianas en que sus trminos y equivalencias son ne-gociados; segundo, el hecho de que, como en cualquier relacin social, esas negociaciones involucran, no una mscara moral del clculo, sino, en todo caso, clculos morales que los actores explicitan, o no, de acuerdo con cada contexto de situacin (Malinowski, 1930). Para ello, volvemos a nuestro material de campo.

    ya invitaste?, le preguntamos a la Chana cuando la acompabamos a un acto partidario en Floren-cio Varela. S, invit a Nely, a Justina, y a dos veci-nos ms. La gente que invito hoy aclar no es la que llev el otro da al acto del alumbrado, siem-pre hago as, voy alternando, para no cansarlos.

    En el circuito temporal de favores y contrafavores que involucran sus relaciones, la Chana intercala las invitaciones evaluando a quin convocar, para no pe-dir y exigir de ms, pero tampoco de menos. Pode-mos decir que Lucy efecta evaluaciones de la misma naturaleza: hemos visto que ante el ofrecimiento de integrarse al Movimiento Barrios de Pie ella convoc, primeramente, a unas pocas personas, las que confor-maban su gente. La incertidumbre que signaba a esa primera reunin con los dirigentes de la organizacin Lucy no saba an si en efecto iba a recibir los pla-nes solicitados la llev a acotar el nmero de la con-vocatoria a un crculo reducido, tambin ntimo, de confianza y cercana afectiva: vnculos que no seran vulnerados ante un eventual incumplimiento de las expectativas o una falta de respuesta por parte del movimiento. Una vez que los planes fueron asignados y la incertidumbre se convirti en certeza, Lucy abri la convocatoria al resto de sus vecinos, inclusive a otras referentes polticas. En esa evaluacin a quin llevar y a quin no, cundo y en qu circunstancias la referente no slo estaba negociando su incorpora-cin a la organizacin con el dirigente de Barrios de Pie, tambin estaba estimando con quin poda con-tar y a quin poda pedir acompaamiento en una si-tuacin cuyo desenlace desconoca. Le haba dicho al

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    dirigente que no poda comprometerse con otros veci-nos. Comprometerse y comprometer estn sujetos a una evaluacin de cada vnculo en particular: cules cuentan con una profundidad temporal y un compro-miso tal que una dacin no retribuida no implique vulnerar las equivalencias, y cules, en cambio, re-quieren y dependen de retribuciones inmediatas o no resisten una retribucin incumplida.

    No slo Lucy y la Chana registran qu dan y qu piden, qu dan y qu reciben, a quin y de quin, tambin sus vecinos retribuyen, esperan y exigen de acuerdo con evaluaciones de la misma naturaleza, es decir, si cuentan o no con la ayuda de sus referentes y en qu medida, lo cual no quiere decir, claro est, que estas evaluaciones estn siempre en sintona. As fue como Marita una vecina que acompaa a la Chana hace aos mostr su disconformidad en re-lacin con lo que juzgaba un retraso en su ingreso al programa de cooperativas de trabajo recientemen-te implementado por el gobierno municipal de Flo-rencio Varela: Chana, qu pasa con mi ingreso? Alicia y Claudia [vecinas de Marita que acompaan a otro referente] ya ingresaron hace como dos meses. Cundo va a salir el mo? Vos sabs cmo yo te acompao. El comentario de Marita interpelaba a la Chana explicitando una equivalencia a ser respeta-da, al tiempo que pona en cuestin la eficiencia de su trabajo poltico: otros referentes ya haban logrado incorporar a sus vecinos a las cooperativas de traba-jo. Este tipo de interpelaciones no slo giran en tor-no a la circulacin de recursos, sino tambin a otros gestos en los que discurre y se negocia la equivalen-cia de los vnculos: en otra oportunidad, fue la invi-tacin a un acto partidario lo que suscit otra controversia entre Marita y la Chana. Un da antes de las elecciones legislativas de 2009, la referente fue a la casa de su vecina para convocarla a participar como fiscal de mesa en la sede de votacin que deba su-pervisar por disposicin de su referente partidario:20

    Pero recin ahora me aviss?, dijo Marita, por qu no viniste antes?. A m me avisaron ayer a lti-ma hora. Pods o no Marita?, dijo la Chana. No, Chana, no puedo. Pero te necesito. Qu tens que hacer?. Ayer me dijeron Luca y Estelita y me com-promet a ir a la escuela que coordinan ellas, respon-di Marita.

    A la Chana se le transform la cara: Luca y Este-lita eran referentes barriales del peronismo y sus mayores adversarias y competidoras polticas en ese entonces. Lo que no entiendo es por qu no me consultaste, Marita, dijo Chana, vos tens que sa-ber que yo te puedo necesitar. Cuando es as, le de-cs al otro: A ver esper, me pregunts y ah ves. Eso lo sabs, Marita. Qu voy a saber yo Adems, Chana, por qu no me invitaste al acto de Kirchner [expresidente de la nacin y entonces candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Ai-res]?. Qu?, inquiri Chana. Que por qu no me invitaste al acto de Kirchner. Me tuve que ente-rar por otro y no me habas invitado, aclar Marita. Pero me dijiste que los mircoles trabajabas, dijo la Chana subiendo el tono de voz. Marita grit ms fuerte: Pero ese mircoles justo no trabajaba. y adems si saba con tiempo me organizaba y no iba a trabajar. Por qu no me avisaste Chana, decime por qu no me avisaste?. La Chana contest: Pero te estoy diciendo que para no molestarte. Encima que lo hice para no molestarte resulta que la que se enoja y se va a fiscalizar con otro sos vos.

    Como nos contara ms tarde, Chana no haba invitado a Marita al acto para no comprometerla porque saba que ese da trabajaba. Pero Marita haba interpretado otra cosa y haba faltado a una

    20 Durante las elecciones nacionales, provinciales o municipa-les, una de las tareas de los referentes barriales es asegurar la fiscalizacin de las mesas de votacin. Para ello, suelen convocar

    a los vecinos que los acompaan. En el Cdigo electoral argenti-no se contemplan dos figuras principales de fiscalizacin provis-tas por los partidos: el fiscal general aquel que recorre las me-sas de votacin garantizando la disponibilidad de las boletas partidarias y el fiscal de mesa aquel que, en cada mesa de votacin, controla el padrn electoral, el ingreso de los votantes y el recuento de los votos all emitidos. En el caso que nos ocu-pa, la Chana tena que reunir diez fiscales de mesa para la sede de votacin que le corresponda supervisar como referente.

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    regla tcita que gua la relacin entre referentes y vecinos, y que la Chana tuvo que poner en palabras: cuando acompas a un referente, acompas a se y no a otro, y si eventualmente acompas a otro, tens que descartar primero la posibilidad de que

    tu referente te necesite. Para Marita, la Chana tam-bin haba transgredido una regla fundamental: era ella, y no otro referente, quien deba invitarla al acto de Kirchner, y fundamentalmente era ella quien deba saber que Marita quera ir al acto. La

    Campaa "Un alimento contra el clientelismo", La Plata, Argentina, 2010.

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    no invitacin de la Chana fue leda por su vecina como un gesto de desatencin y, en este sentido, co-mo una retribucin incumplida a alguien que, como ella, siempre la acompaa.

    Vecinos y referentes negocian as el carcter justo de sus vnculos y en esas negociaciones los trmi-nos del intercambio pueden y a veces deben ser explicitados en pos de garantizar su percepcin como intercambio moralmente equivalente. Esa equivalencia no slo se construye con base en lo que se da y se recibe, sino tambin en cmo se da y se recibe: as como las referentes distinguen a quie-nes acompaan incondicionalmente de quienes slo lo hacen a la espera de una retribucin mate-rial, los vecinos diferencian a los dirigentes que es-tn cuando se los necesita de aquellos que slo aparecen cuando hay elecciones. En estas relacio-nes, uno de los valores fundamentales es el estar cuando el otro lo necesita, y esto vale tanto para los referentes que deben ser visibles y localizables es-tar en su casa, objetivacin espacial de la referen-cia, como para los vecinos, a quienes tambin se debe poder llamar en caso de movilizaciones, acti-vidades, etc. Los bienes materiales el qu del in-tercambio son, junto con otros gestos, parte de los ndices de esta consideracin por el otro, y su propio valor se define en relacin con esta dimen-sin.21 La magnitud moral valor de lo que se intercambia, el cmo qu dosis de inters y com-promiso, bien individual y bien comn, y la posi-bilidad de contar con el otro son, de este modo, algunos de los elementos principales de lo que po-dramos llamar clculo moral.

    Estas evaluaciones estn en la base de los desplaza-mientos y multipertenencias de nuestros interlocu-tores de campo, y valen tanto para los referentes y sus decisiones sobre a quin acompaar como pa-ra los vecinos. Lejos de permanecer en identidades

    estancas piqueteros, peronistas, las personas se mueven en una multiplicidad de identificaciones parciales que se construyen en torno al carcter justo de las relaciones en las que recursos, favores, ayudas y gestos circulan.

    Aun cuando las personas saben que las oportuni-dades para acceder a ciertos recursos aumentan all cuando interviene un dirigente barrial y se sienten agradecidas y en deuda con quienes supieron ayu-darlas, la multiplicacin de polticas sociales focali-zadas de lucha contra la pobreza nos permite pensar en otra arista de la nocin de clculo moral: el lenguaje de estos programas, en particular su pretensin de fomentar derechos derecho a la inclusin en el caso del pjjdh, penetra en las per-cepciones de los actores que participan de los uni-versos en que esas polticas se implementan. En los barrios, los planes pueden ser percibidos como de-rechos de los pobres y la expectativa de recibirlos no slo es pensada en trminos de pedido o de favor, sino tambin de demanda de lo que debe ser dado y recibido. En el cruce de la poltica barrial y las pol-ticas focalizadas debemos introducir una nocin de derecho que no es estrictamente jurdica, sino fun-damentalmente moral: el derecho-a de los po-bres no siempre est formalmente sancionado, pero s es percibido como tal y puesto a jugar en la dinmica de equivalencias que gua los vnculos entre referentes y vecinos.

    LA SOSPECHA: EL CLIENTELISmO NATIvO

    y cmo fue que empezaste a acompaar a la Cha-na?, preguntbamos una tarde a Justina, en su casa del barrio Las Rosas de Florencio Varela. No me acuerdo bien cmo empec, respondi. Ah, s! S que me acuerdo: mi hijo estaba mal, me acuerdo que en un momento mi hijo estaba mal y la Chana le hizo dar el plan. Pero usted aclar inmediata-mente la Chana, que estaba sentada con nosotros en la mesita de la galera, usted vino por su pro-

    21 Siguiendo a Mauss (2007: 219), el valor de lo intercambiado no se agota en la utilidad: el valor de sentimiento de la rela-cin participa tambin de la estimacin del valor de aquello que las personas dan, reciben y devuelven.

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    pia decisin. Ah s, por mi propia decisin vine, cla-ro. Justina nos aclar: No, no, pero te quiero decir las cosas que vos hacas, que me ayudabas, pero Cha-na nunca me dijo: acompaame porque yo hice esto. Jams me dijo algo as. yo, al contrario dijo la Chana, ella me acompa porque la ayud como podra haber ayudado a cualquier persona, porque poda, y siempre y cuando puedo, ayudo. S, yo me acuerdo que necesit algo y le dije, y ella me llev a la asistente social de la escuela. Necesitaba membrana para el techo y la asistente me dio una orden. y ah fue que empec. Despus me dieron el bono [subsi-dio alimentario], son cosas as, viste?, que uno em-pieza a acompaar.

    A Justina la asociacin entre el acompaamiento poltico y esas cosas as no le resultaba problem-tica, pero a la Chana s, al menos frente a la mirada del analista, alguien a quien presuma deba aclarar algunas cosas. No era el intercambio (de un favor por acompaamiento poltico) lo que la Chana objetaba de la narracin de Justina, como los trminos en que ese intercambio deba discu-rrir: lo que tena que ser aclarado era que la retri-bucin de Justina haba sido voluntaria y no por obligacin, en la medida en que la referente habra ayudado sin exigir nada a cambio. Era esa exigencia de lo que la Chana buscaba tomar dis-tancia una y otra vez: A m lo que me molesta es que la gente participa en los movimientos [pique-teros] por obligacin. No es que alguien los obli-gue, sino que ellos sienten la obligacin porque saben que si no van a la marcha o a trabajar les ba-jan el plan, dijo alguna vez. Tambin en estos tr-minos se distanciaba de los mtodos usados por otros militantes dentro del peronismo: Algunos les dicen a la gente directamente, viste?, que tie-nen que acompaar, pero yo no los obligo, porque est a conciencia de ellos, y ellos lo saben, saben que si me acompaan me hacen un favor a m, y que yo siempre que puedo les hago un favor en lo que necesitan.

    La Chana nunca habl en trminos de clientelis-mo, pero esa idea, sin ser proferida, rondaba su

    mundo de relaciones, atravesaba las definiciones so-bre s misma y sobre los otros, las acusaciones rec-procas y la imagen que los medios de comunicacin, la opinin pblica y los estudios acadmicos produ-cen sobre la poltica en el conurbano.22 Las aclara-ciones de la Chana, en efecto, hablan de una dimensin reflexiva que gua la relacin entre refe-rentes y vecinos: unos y otros saben que su mundo es objeto de controversia social y es sospechoso de manipulacin y uso poltico de la pobreza, entre otras acusaciones. En ese saber debemos inscribir no slo las negociaciones a travs de las cuales los acto-res tensionan la ayuda y el derecho, sino tambin las imputaciones recprocas que circulan dentro de los barrios entre aquellos que dan. En los universos en los que trabajamos referentes peronistas, dirigen-tes piqueteros, activistas religiosos, quienes parti-cipan de una competencia por los recursos pblicos y por la adhesin de las personas que los reciben apelan a nociones cercanas al uso periodstico y de sentido comn de clientelismo para descalificarse recprocamente. Unos y otros se acusan de acaparar recursos, de mercantilizarlos, de obtenerlos median-te vas espurias y, sobre todo, de darlos por medios ilegtimos, obligando a la gente a marchar, acom-paar, participar de eventos polticos. De este mo-do, y como lo han mostrado diversos trabajos (Bezerra, 1998; Herzfeld, 1992; Frederic y Masson, 2007; Palmeira y Heredia, 1995; Vommaro, 2007), el clientelismo no es slo una categora analtica que, en la perspectiva del investigador, etiqueta

    22 Los propios polticos denuncian la imagen socialmente estig-matizada de la poltica del Gran Buenos Aires. Por ejemplo, Feli-pe Sol, exgobernador de la provincia por el peronismo, deca en una entrevista: En la capital existen las estructuras polticas, en el conurbano, en cambio, se habla del aparato. El porteo es un ciudadano que va a un acto; el bonaerense es un cliente poltico. sas son actitudes discriminatorias (La Nacin, 23 de junio de 2003). En ocasin de un almuerzo para compaeros llevado a cabo en la casa de la Chana, el intendente del municipio, Julio Pereyra, se refiri a la compra de votos como una campaa de prensa de los medios, y dijo: Para los medios el conurbano es una tierra de animales, vieron, y nosotros, los intendentes, los monstruos que dirigen esos animales.

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    cierto tipo de relaciones, sino tambin una catego-ra moral que circula en el mundo social como principio de distincin y cuya pragmtica forma parte de los fenmenos a ser explicados.

    Otra implicancia analtica de la dimensin re-flexiva sobre la que estamos llamando la atencin se refiere al lugar del investigador en relacin con sus interlocutores de campo. No slo el analista obser-va y clasifica, sino que tambin es observado y cla-sificado, y estas operaciones son parte de las condiciones de produccin de la evidencia etno-grfica, como tambin de sus interpretaciones y conceptualizaciones. En nuestros terrenos hemos advertido cmo nuestro lugar es interpretado en virtud de los ndices de pertenencia social que nuestros interlocutores encuentran en nuestros rasgos fsicos, en nuestra postura corporal, vesti-menta, forma de hablar, etc., como similar a otros personajes sociales: periodistas que van a hacer un informe sobre la poltica barrial, funcionarios ministeriales encargados de controlar el funciona-miento de las contraprestaciones que corresponden a los beneficiarios de polticas sociales, asistentes sociales que relevan las caractersticas socioecon-micas de los vecinos e inclusive dirigentes polticos del movimiento que vienen a supervisar el trabajo poltico. En tanto observador interesado en la vida de las personas a partir de una pregunta ligada a la lgica de otro espacio social, el analista que hace trabajo de campo en el mundo popular, a pesar de su presentacin en trminos de trabajo en la uni-versidad, es tipificado bajo estas figuras. Nuestra preocupacin por la circulacin de bienes de origen pblico y por las actividades cotidianas de los espa-cios de trabajo nos llev a mantener conversaciones como la que sigue. Deca Mnica, vecina de Lucy que participa en la huerta de Barrios de Pie en el barrio Villa Argentina de Santiago del Estero: A Fernando le gusta que la gente le trabaje, por su-puesto, est bien, porque si cobra tiene que trabajar, no es cierto?. Quin es Fernando?, pregunta-mos. El chico de Crdoba, el coordinador nues-tro. y ustedes lo vieron a l?. S, s, l viene, lo

    conocemos todos, l viene, ha ido a la huerta, as como vos, ha ido a la huerta, le ha gustado, l es as, es un joven como vos y le gusta. Si tiene que com-partir un mate con nosotros lo comparte, as como vos, yo pens que vos eras compaero de l yo cuando te vi a vos la primera vez pens que eras que se conocan con Fernando, porque Fernando es as, explic Mnica.

    Nos interesa sealar estas percepciones respec-to del investigador porque operan como condicio-nes de la presentacin de s, por hablar como Goffman, de nuestros interlocutores, quienes en virtud de la clasificacin del analista, de lo que piensan de l, de su posicin social y de los marcos normativos que guan su percepcin y evaluacin del universo estudiado, tratan de administrar las impresiones que causan sus acciones y sus palabras, sea para agradar o para impactar al observador. In-tercambio, moralidad, derecho, ayuda, compromi-so, obligacin, voluntariedad son todos trminos que los propios actores ponen a jugar, trminos car-gados de sentidos morales no slo para sus univer-sos sociales de pertenencia, sino para el de quienes los observan. De este modo, investigar el mundo social sin tomar en cuenta estas prcticas reflexivas puede llevarnos a encontrar en el campo lo que las personas piensan que venimos a buscar o que que-remos escuchar. O al contrario: actuaciones pbli-cas que se orientan a convencernos de que las cosas no son como ellos imaginan que nosotros pensa-mos que son. Visiones miserabilistas o encantadas de la poltica popular pueden, en definitiva, ser construidas por el analista en funcin de una selec-cin de los datos segn los preconceptos con los que cargaba antes de su entrada al campo.

    Es curioso que estas precauciones metodolgicas que son habitualmente aplicadas en las investiga-ciones sobre otros universos sociales no sean siem-pre contempladas a la hora de analizar el mundo popular. Nos interesa sealar tres puntos que se desprenden de ellas. Por un lado, que el tiempo lar-go de la etnografa es una de las vas que permite acceder a circuitos de intimidad (Herzfeld, 2004)

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    que nos despliegan el mundo social en todas sus contradicciones y nos impiden crear falsos estereo-tipos. Por otro lado, que el material proporcionado por la tcnica de la entrevista debe ser analizado a la luz de la relacin personal que establece el analista con el entrevistado: las palabras de nuestros interlo-cutores no pueden estar desvinculadas de esa reflexi-vidad que hace a la propia relacin de investigacin. Por ltimo, que considerar seriamente los recursos movilizados por nuestros interlocutores en su pre-sentacin de s no debe llevarnos a recaer en la jerar-qua establecida por la posicin culturalista respecto del clientelismo, es decir, hacer de los discursos nati-vos una mascarada de la verdad de las relaciones en las que las personas estn insertas y que, por su carc-ter oficioso, deben ser encubiertas.

    En este sentido, desde un punto de vista centrado en la sospecha, las aclaraciones de la Chana en rela-cin con los favores hechos a Justina podran ser in-terpretadas como una forma de disimular lo que, en ltima instancia, seran acciones interesadas co-mo su retribucin, obligatoria. Es decir, la Chana habra ayudado a Justina esperando una contraparti-da en el futuro contar con Justina cuando la nece-site, o a travs de gestiones como sa nutrira su fondo de poder: el que hace que sea reconocida en el barrio como alguien capaz de dar respuestas. Si bien los favores de la Chana pueden interpretarse en estos trminos, igualmente cierto es que ella, como Lucy, piensan y justifican su trabajo poltico ante los otros y para s mismas en trminos del bien co-mn al que contribuyen y de la vocacin de servicio en la que se funda. Lejos de jerarquizar ontolgica-mente por qu habramos de hacerlo la distin-cin entre inters y desinters, obligatoriedad y voluntariedad, dimensiones que Mauss encuentra imbricadas en el hbrido del don,23 consideramos pertinente restituir su carcter indisociable: la gra-tuidad que la Chana defiende no puede ser tomada como mera retrica, falsa conciencia o ideologa que

    legitima una accin interesada, sino, en todo caso, como lo que Boltanski y Thvenot (2006) entien-den como justificacin, es decir, una dimensin constitutiva de la prctica que esos discursos vienen a explicar. El punto est, precisamente, en explorar cmo las personas establecen y negocian en cada si-tuacin la dosis apropiada de bien propio y bien co-mn que signa sus relaciones e interacciones.

    CONSIdERACIONES FINALES

    En definitiva, con esta comparacin etnogrfica quisimos contribuir a repensar algunas de las di-cotomas inscritas en nuestros hbitos epistemol-gicos: bien propio/bien comn, clculo/moralidad, intercambio/ayuda, inters/desinters, manipula-cin/compromiso son algunas de las oposiciones con las que suele abordarse el estudio de la poltica popular y sobre todo aquellas relaciones enmarca-das, explcita o tcitamente, en el rtulo de clien-telismo. A lo largo de nuestro recorrido hemos analizado distintos planos en los que esas catego-ras se funden. En primer lugar, hemos mostrado cmo la propia condicin de referente barrial se construye en una articulacin inescindible entre trabajo poltico trabajo para algn dirigente o candidato, reclutando y movilizando a la pobla-cin y trabajo social trabajo para el bien co-mn, distribuyendo recursos de asistencia y ayuda a los vecinos. En segundo lugar, pusimos al des-cubierto cmo las actividades involucradas en el hacer del trabajo y del acompaamiento polticos estn imbricadas en los espacios y actividades de trabajo estipulados por las normativas de los pro-gramas de asistencia social: trabajo y poltica, con-traprestacin y acompaamiento, trabajo social y trabajo poltico son dimensiones y dependiendo del contexto de situacin, distinciones que se constituyen recprocamente. Es en el entrecruza-miento de estas categoras que transcurre la din-mica constitucin, continuidad, ruptura de las relaciones entre vecinos y referentes.

    23 Sobre esta interpretacin del clebre trabajo de Mauss, vase Parry (1986) y Karsenti (2009).

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    A travs de la nocin de clculo moral hemos buscado iluminar dimensiones hasta ahora poco exploradas de esa dinmica: primero, que los tr-minos y equivalencias de los intercambios que pro-ducen, reproducen o interrumpen esos vnculos son cotidianamente negociados; segundo, que aqu, como en cualquier relacin social, esas negociacio-nes involucran ciertas nociones de lo justo y lo in-justo, y que esta dimensin moral, lejos de constituir una mscara del clculo, es precisamente aquello de lo que el clculo se trata; tercero, que las explica-ciones que los actores del mundo social producen sobre s son parte de nuestro material de trabajo. La nocin de clculo moral es tal vez una puerta para restituir esa capacidad reflexiva en nuestras investi-gaciones y as una va para superar algunos de los problemas que dejan irresueltos las perspectivas instrumentalistas y culturalistas de las experiencias de politizacin popular.

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