universidad andina simÓn bolÍvar sede ecuador area de … elite social manuel espinosa.pdf · la...

31
UNIVERSIDAD ANDINA "SIMÓN BOLÍVAR" Sede Ecuador Area de Historia INFORME DE INVESTIGACIÓN LA ELITE SOCIAL DE QUITO EN LA PRIMERA MITAD DEL S. XX. SIGNOS Y ESTRATEGIAS DE DISTINCIÓN Manuel Espinosa Apolo Febrero del 2003

Upload: dothuan

Post on 22-Oct-2018

223 views

Category:

Documents


1 download

TRANSCRIPT

UNIVERSIDAD ANDINA "SIMÓN BOLÍVAR" Sede Ecuador

Area de Historia

INFORME DE INVESTIGACIÓN

LA ELITE SOCIAL DE QUITO EN LA PRIMERA MITAD DEL S. XX.

SIGNOS Y ESTRATEGIAS DE DISTINCIÓN

Manuel Espinosa Apolo

Febrero del 2003

2

LA ÉLITE SOCIAL DE QUITO EN LA PRIMERA MITAD DEL S. XX.

SIGNOS Y ESTRATEGIAS DE DISTINCIÓN

Manuel Espinosa Apolo

INTRODUCCION En el contexto de las ciencias sociales y humanas de América Latina y del

Ecuador en particular, en relación con otras temas, son muy pocos los estudios dedicados a los sectores sociales altos. Esta situación se explica en gran parte por la perspectiva de la izquierda y su incidencia innegable en el desarrollo dichas disciplinas. Si por un lado es incuestionable el papel que jugo la izquierda en el impulso de las ciencias sociales, por otro, no es menos cierto que ella impuso una cierta resistencia en cuanto a tomar a los sectores altos como sujetos de estudio. De ahí que en las ciencias sociales y humanas de América Latina la preocupación fundamental se centró en el estudio de las condiciones de opresión y explotación de los sectores subalternos. Mantener esta actitud hoy día, constituye un obstáculo para comprender la complejidad del proceso social en su conjunto, puesto que los sectores dominantes han sido generadores de procesos económicos, políticos, culturales e ideológicos de gran trascendencia para las sociedades nacionales de América Latina. Sin olvidar que estos sectores, por su condición de hegemónicos, han sido capaces de generar procesos de legitimación no sólo por el uso de mecanismos de control político e ideológico, sino también por haber establecido vínculos con los sectores populares; factores éstos que han garantizado la permanencia de su estatus. Esta legitimidad, por otro lado, sólo ha sido posible en tanto han sido capaces de universalizar sus prácticas, las mismas que se han convertido en modelos a seguir o imitar por los restantes grupos sociales. Por eso es necesario y trascendente impulsar y fortalecer los estudios sobre este sector social. En la historiografía ecuatoriana, los pocos estudios acerca de los sectores dominantes que se han realizado se han hecho desde la perspectiva de la historia social y regional. Sin embargo hasta hoy día dichas investigaciones se han restringido a la época colonial. Gracias a ello contamos con importantísimos estudios entre los que destacan, el trabajo de las historiadoras Maria Elena Porras: “Elites y Cabildo en Quito en el s. XVIII” y el de Piar Ponce: “Certezas ante la incertidumbre” o el sinnúmero de trabajos de Rosemarie Terán. Sin embargo, desde el punto de vista de la historia social y de las mentalidades no existen estudios acerca de los sectores altos en la vida republicana y particularmente en el s. XX, excepto algunas investigaciones sociológicas entre las que cabe destacar por su envergadura y resultados las de Agustín Cueva, Rafael Quintero y Erika Silva; investigaciones que han sostenido la vía junker de desarrollo capitalista, según la cual el origen de la

3

clase social burguesa en el centro-norte de la sierra se explica por la metamorfosis de los antiguos sectores latifundistas aristocratizantes. El presente estudio, por tanto, se enmarca dentro de la corriente de la historia social y de las mentalidades, apoyándose eso sí en tres teorías sociológicas: la teoría de Bourdieu sobre la distinción, la teoría del estigma de Goffman y la sociología de las emociones. Gracias a los estudios de la historia laboral desarrollados por Guillermo Bustos y Milton Luna1, conocemos que en la primera mitad del siglo XX la ciudad de Quito atravesó por un periodo de convulsión a nivel social, económico, político y cultural, debido a la presencia masiva y aluvial de inmigrantes interioranos. Dichos inmigrantes no sólo transformaron la fisonomía de la ciudad (la población de Quito se quintuplicó y el área de ocupación de la ciudad crece siete veces), sino que se intensificaron el enfrentamiento social y el choque étnico y racial. En estas circunstancias, los sectores aristocráticos en proceso de aburguesamiento, secundados por las incipientes capas medias y los sectores populares de mayor raigambre en la ciudad, reaccionaron de una manera beligerante en contra de los recién llegados: campesinos, indígenas, mestizos pobres de provincia, etc., dando lugar a la reafirmación y redefinición de los discursos y las prácticas discriminativas y segregativas de contenidos racistas y eurocentristas heredadas de la época colonia, pero remozadas esta vez a partir del discurso burgués del progreso y la modernidad. Pero al mismo tiempo dichos sectores construyeron una imagen pública de sí mismos como “civilizados”, “refinados” y “decentes”; conceptos que por primera vez aparecen en esta época, y que hacen las veces de sostén ideológico y moral de un proceso de distinción en el que estuvieron claramente empeñados. En estas circunstancias cabe formular las siguientes preguntas: ¿Qué tipo de representaciones, estereotipos, significantes y significados se crean para este propósito y cuanto éxito logran en el conjunto social? ¿Acaso en este periodo no se crean, recrean o redefinen los principales prejuicios, estigmas y apelativos de discriminación racistas que perduran hasta nuestros días? La presente investigación trata de responder a estos interrogantes. Para ello hemos acudido al estudio de las siguientes fuentes: sección social y crónicas de los periódicos principales de la ciudad; revistas de sociedades literarias, grupos culturales y de clubes privados; autobiografías y literatura testimonial; relatos costumbristas; literatura realista-social de la época; relatos de viajeros; 1 Guillermo Bustos, "Gremios, sindicatos y políticas (1931-1938). Transformaciones ideológicas y

redefinición social de los artesanos y obreros fabriles en Quito", Tesis de Licenciatura, Departamento histórico PUCE, Quito, 1989; "Quito en la transición: actores colectivos e identidades culturales urbanas (1920-1950)", en: Quito a través de la historia, Dirección de Planificación del I. Municipio de Quito, Consejería de obras públicas y transportes, Junta de Andalucía, Quito. 1992, pp. 163-188. Milton Luna, Historia y conciencia popular, el artesanado en Quito, Corporación Editora Nacional, Quito, 1989; "Los mestizos, los artesanos y la modernización en el Quito de inicios del siglo XX", en: Quito a través de la historia, Dirección de Planificación del I. Municipio de Quito, Consejería de obras públicas y transportes, Junta de Andalucía, Quito. 1992, pp. 191-202.

4

investigaciones de historia social relacionados con el tema; testimonios orales; y fotografías y documentales de la época. En definitiva, esta investigación analiza los signos y estrategias de distinción de los sectores altos de Quito en la primera mitad del s. XX. Para tal propósito se define y caracteriza al sujeto social que protagoniza este proceso como burguesía nobiliaria en razón de su mentalidad y forma de vida. Posteriormente se establecen los elementos centrales de su distinción: la decencia y el buen gusto. Para volver más comprensible este último elemento se analizan sus principales manifestaciones: lo chic o la elegancia del vestido, el concepto de “saber vivir” que incluye el confort residencial, el gusto gastronómico y la práctica de nuevos entretenimiento y pasatiempos. Por último, se aborda el fenómeno de la etiqueta en el trato diario y entre iguales.

En una segunda parte se analiza la distinción como una lucha o confrontación social. En primera instancia, y a partir de la categoría de asco, correlato del buen gusto, se destacan los principales comportamientos segregativos y discriminativos que generan los sectores altos de Quito en su búsqueda de distinción, sean estos: la misantropía que afecta a sus intelectuales y que da lugar a un particular tedeum vitae; los fenómenos de estigmatización hacia los otros, la pasión por el distanciamiento espacial de los inferiores y el refuerzo endogámico. Finalmente, la lucha por la distinción, es destacada a partir del enfrentamiento de los sectores altos con las capas medias que disputan a aquéllos los signos de distinción, haciendo énfasis en el aspecto mimético de los sectores medios, lo que convierte a dicha lucha en una especie de juego entre imitados e imitadores.

5

1. LA BURGUESIA NOBILIARIA En el Quito de la primera mitad del s XX asistimos a un incremento de la conflictividad social y cultural, promovida por la lucha de clases y el choque étnico y racial.2 Al mismo tiempo, observamos una acelerada secularización de la vida social impulsada por el arraigo del sistema capitalista y promovida por las reformas del régimen liberal. En este contexto histórico de transición, en el cual la urbe deja de ser una ciudad provinciana para convertirse en un centro urbano moderno, los sectores altos de Quito deciden consumir nuevos bienes o realizar prácticas hasta entonces desconocidas. Por ejemplo, beben té, whisky, patinan, bailan one-step o van al cine, al mismo tiempo que eluden de manera intencional el consumo de bienes y prácticas divulgadas y devaluadas, como los platos criollos, los ritmos musicales andinos o el uso de prendas de vestir tradicionales como la manta quiteña. De esta manera, se empeñan en la construcción de un nuevo estilo de vida definido por la adopción de costumbres extranjeras, fenómeno que la Iglesia de entonces denominó “Liberalización y mundanidad de las costumbres”3.

Los llamados sectores altos de Quito de ese entonces, incluían a las familias que habían logrado concentrar la mayor cantidad de capital social, cultural, simbólico y económico en la ciudad, ya sea por provenir de una vieja aristocracia de origen colonial o por haberse constituido en una burguesía próspera e influyente en las nuevas condiciones económico-sociales de la época. Se trata por tanto de aquellos sectores definidos en la literatura sociológica y económica como altos, pudientes y preeminentes.

El estrato más representativos de este grupo, que hizo las veces de núcleo hegemónico y cohesionador, estuvo conformado por sujetos que transitaron exitosamente de una situación aristocrática a una burguesa, reconciliando los dos estilos y ethos y constituyéndose por tanto en lo que podríamos denominar burguesía nobiliaria, de alcurnia o abolengo, los mismos que conformaron un círculo cerrado y endogámico; persistiendo por lo mismo en una situación de casta. Por su carácter minoritario, su grado de influencia política y por tanto de acceso al poder y control de la economía, la burguesía nobiliaria se constituyó en una verdadera élite social. La figura de don Jacinto Jijón y Caamaño empresario, mecenas, filántropo, líder político, burgués y aristócrata, constituyó un paradigma de esta elite social quiteña. Como aristócrata siguió asumiendo su condición de 2 Guillermo Bustos, "Quito en la transición: actores colectivos e identidades culturales

urbanas (1920-1950)", en: Quito a través de la historia, Dirección de Planificación del I. Municipio de Quito, Consejería de obras públicas y transportes, Junta de Andalucía, Quito. 1992, p. 165

3 Ana María Goetschel, Mujeres e imaginarios, Quito en los inicios de la modernidad,

Serie pluriminor, Abya-Yala, Quito, 1999, p. 23.

6

hombre de linaje y por tanto reivindicando su nobleza, al mismo tiempo que supo adaptarse de manera exitosa a las exigencias del capitalismo, consolidándose como un moderno empresario textilero y financista4. Tobar Donoso alude claramente a esa peculiar situación: “Un representante de las fuerzas de la tradición y el genio del progreso. Se arraiga en el pasado, pero para vivificar el futuro con las más puras esencias espirituales”5 . Jijón y Caamaño logró reconciliar la tradición y la modernidad, el paternalismo aristócrata y el espíritu emprendedor burgués, y en esa empresa no perderá el signo de su casta señorial: la nobleza, ni sus valores aristocráticos de honor, hidalguía, gentileza, catolicismo ejemplar y espíritu caritativo. Se trata en suma de un burgués nobiliario. 2. LOS ELEMENTOS DE LA DISTINCIÓN EN QUITO 2.1 La Decencia

Los sectores dominantes son quienes establecen el sentido del mundo y por tanto los sistemas clasificadores y enclasantes6. En Quito, la burguesía nobiliaria fue capaz de imponer al conjunto de la sociedad urbana un proyecto hegemónico. En razón de ello, construyó una taxonomía social y moral para encasillar a los diversos grupos etnosociales de la ciudad a partir del criterio de “decencia”. Gracias a este parámetro se definieron dos grandes grupos: “la gente decente” y el “cholerio”. En este último se incluyeron a ciertos sujetos colectivos denominados “cholos”, “chagras” y “longos” en función de sus marcas raciales, origen de procedencia, rasgos culturales y posición económica. Al mismo tiempo y en íntima vinculación al primer sistema se clasificaron los bienes y las prácticas en: “refinadas” o de “mal gusto”, “distinguidos” o “vulgares”; bienes y prácticas que adquirirán una función clasificante y jerarquizante (Bourdieu, 1990: 181).

De esta manera, la burguesía nobiliaria y sus aspirantes asumieron la decencia como el atributo que los definía, al mismo tiempo que se proclaman representantes del “buen gusto”, es decir, del gusto dominante de la época. 4 Jacinto Jijón y Caamaño vigoriza su participación en el sector textilero implementando

nuevas instalaciones. En 1932 inaugura la plana de lana peinada “La Dolorosa del Colegio” con maquinaria inglesa, lo que le permite la confección de casimires finos, franelas, bayetillas, etc. Monta asimismo un equipo para trabajar medias, calcetines y otros artículos de punto. Incursiona en el sector de servicios como socio fundador de la Compañía Nacional de Tranvías, al mismo tiempo que consolida su relación con el sector financiero participando en la creación del Bco. Sur-americano en 1918. Javier Michelena, “Lectura contemporánea de Jacinto Jijón y Caamaño”, Boletín Bibliográfico, Biblioteca del Banco Central del Ecuador, Número monográfico del Fondo Jacinto Jijón y Caamaño, Quito, dic, 1990, p 14.

5 Julio Tobar Donoso, “Introducción” al libro Jacinto Jijón y Caamaño, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Quito, Ecuador, 1960, pp. 14.

6 Pierre Bourdieu, La Distinción, criterios y bases sociales del gusto, Taurus, Madrid, 1998, p 229.

7

¿Pero cómo entender la decencia? Apoyándonos en Goffman7 podemos decir que es la monopolización de valores y prácticas que transmiten un reclamo especial de prestigio, honor o posición de clase deseada. Para la elite social quiteña, “ser decente” consistía en ser blanco de ancestros coloniales, tener educación y patrimonio, todo lo cual aseguraba la posesión de los viejos valores aristocráticos de hidalguía, honor y gentileza, los que a su vez garantizaban los valores burgueses de honradez y responsabilidad8. Estos valores permitía hacer gala de buenas maneras y costumbres. Lo “decente” por tanto, estaba relacionado a ciertos valores, actitudes y comportamientos que se creían eran inherentes a las características físicas y genéticas no indígenas. La llamada “gente decente” agrupaba a un conglomerado social que se asumía sin contaminación de lo indio (Bustos, 1992: 182).

En consecuencia, la burguesía nobiliaria de Quito exponía una profundidad genealógica envidiable. Muchas familias tenían memoria de sus ascendientes remotos, hasta cuatro o cinco generaciones atrás de sus bisabuelos. Así por ejemplo, la familia Escudero Urrutía mantenía vivo el recuerdo de sus orígenes, por un lado el Marquesado de Solanda y, por otro, el Marquesado de Selva Alegre9. Don Jacinto Jijón y Caamaño en cambio publicó un documento en la fecha del bautizo de su nieto, en el que de manera minuciosa y detallada establecía su ascendencia desde más atrás de la época colonial10.

La presencia de esta memoria en las familias distinguidas de Quito se

debía en parte a la transmisión oral y la herencia de bienes como obras de arte, mobiliarios, libros, cuadros, fotografías, cartas y objetos que permitían reconstruir y dar credibilidad a las historias de linaje. En estas circunstancias era por demás natural que en este grupo social exista un vivo interés por las genealogías, lo que desembocaría en una real preocupación por la historia, en virtud de la necesidad de establecer la relación entre los ascendientes y los hechos históricos en donde intervinieron esos familiares como protagonistas o acompañantes de los protagonistas. Es por esta razón que el estudio y la investigación histórica en el país tuvo entre sus pioneros, impulsores y benefactores a algunos hijos de dichas familias11, así como lo tuvo la museografía, debido al interés por coleccionar y preservar los recuerdos de familia. Por otra parte, a los viejos valores aristocratizantes de hidalguía, honor y caballerosidad, se sumó el espíritu caritativo y altruista, rasgo que resurgió y se reforzó en la época debido a la influencia de la Encíclica Rerum Novarum expedida por León XIII en 1891. El altruismo paso a ser así otro elemento 7 Erving Goffman, Estigma, la identidad deteriorada, tercera reimpresión, Amorrortu

editores. Buenos Aires, 1986, p. 58. 8 Los partidarios de don Neptalí Bonifaz solían destacar que se trataba de un “hidalgo”

responsable y honrado. Luis Robalino, Memoria de un nonagenario, Editorial Ecuatoriana, 1974 p. 163.

9 Fundación Mariana de Jesús, María Augusta Urrutia, vida y obra 1901 – 1987, s.f, p. 14 10 Jacinto Jijón y Caamaño, Ascendentes de Jacinto Jijón y Caamaño y Barba, nacido en

Quito el 31 de marzo de 1944. 11 Sobretodo a don Jacinto Jijón y Caamaño, Carlos Manuel Larrea o José Gabriel

Navarro

8

constitutivo de la decencia quiteña. Esta práctica aparentemente desinteresada y desarrollada sobre todo por las matronas quiteñas, fue para los sectores altos parte fundamental de una estrategia de distinción y de mantenimiento de su estatus de superioridad.

Compartir bienes, especialmente alimenticios o ropa es una manera de obtener rango, conservarlo y afirmarlo. Quien realiza acciones caritativas y altruistas se coloca en una posición favorable frente a la opinión pública, obteniendo de ella más publicidad y atractivo. Las donaciones en definitiva entregan “renombre” ya que permanecen en la memoria oficial y popular. Por otra parte, las acciones caritativas dejan la impresión de redistribución de la riqueza, por lo que contribuyen a la aceptación del orden social en quienes son beneficiados. En este sentido, la filantropía sirve para mantener el orden social, de una forma más económica y eficiente que la aplicación de la violencia. Estos actos de generosidad mantienen por tanto la paz y los estatus12.

En tercer lugar, para los católicos ricos, quienes asumen con cierta culpa

su fortuna, la filantropía tiene como finalidad la búsqueda de un objetivo espiritual-místico: ganar el cielo. Para la consecución de tal cometido se invierte como se lo hace en cualquier otro negocio.

Muchos de los representantes de la elite social quiteña de la época

como por ejemplo Doña María Urrutia o Don Jacinto Jijón y Caamaño se destacaron por su altruismo. Del segundo personaje uno de sus biógrafos señalaba: “sin ser pródigo es una de las personas más dadivosas con propios y extraños”13. Jijón y Caamaño también practicó un tipo especial de altruismo: el mecenazgo a favor de ciertos investigadores y escritores.

La elite social quiteña ejercía su acción filantrópica no solo con los

pobres de origen sino también con las familias de origen aristocrático que se habían arruinado o empobrecido, las mismas que tenían garantizada su subsistencia gracias a los llamados “benefactores”14. 2.2 El Buen Gusto

En la primera mitad del s. XX, las perspectivas de apreciación del mundo se ampliaron en los sectores altos, debido en gran parte a la regularidad de los viajes a Europa y al beneficio del libre flujo de información que permitió el arribo del cinematógrafo junto a la libre importación de libros, textos, revistas y folletines que propició el liberalismo. Todo ello impulsó un cambio de mentalidad en los sectores altos que se expresó en la afirmación de una actitud cosmopolita que tomó lo francés como un referente de estilo de vida. Opción que era de esperarse debido a que Francia había sido desde la segunda mitad 12 Richard Conniff, Historia de los ricos, Taurus, Madrid, 2002, p. 116, 120. 13 Segundo Ayala, Un ilustre ecuatoriano, Ed. Plenitud, Quito, 1948, p. 22. 14 Entrevista a Fernando Jurado Noboa realizada el 30 se septiembre del 2003. Esta

conducta también era evidente en la segunda mitad del s. XIX. Así por ejemplo la madre de Federico González Suárez que cayó en la ruina económica contó con benefactores, (F. González Suárez, Memoria íntima, Ariel, Guayaquil s.f, p. 91)

9

del s. XIX el destino preferido de los viajes y el lugar en donde muchos jóvenes de la elite social concluían sus estudios y comprometían sus futuros matrimonios dentro del cerrado círculo de residentes ecuatorianos de alcurnia. Es por esa razón, que en la primera mitad del s. XX, se decía con frecuencia de muchas parejas de la alta sociedad que se habían conocido en Francia.

Para entonces, una marcada francofilia definió el gusto de los sectores altos quiteños. Por lo general sus miembros hablaban perfectamente el francés, al mismo tiempo que la vestimenta y la comida francesas fueron plenamente incorporadas a sus modos de vida. De ahí que el apelativo “parisiense” se usó para destacar la belleza y donaire de las señoritas de la alta sociedad15. La excesiva francofilia dio lugar a la formación del “gusto exquisito” del que hicieron gala sobretodo los jóvenes escritores pertenecientes a las familias bien de la ciudad, como fue el caso de los poetas decapitados y otros escritores modernistas que se agruparon en torno a revistas literarias como “Caricatura”. Dichos escritores se proclamaron portadores del “sprit francés”, que potencializaba una nueva actitud: el disfrute de la vida, hecha de un goce refinado y burgués. Disponer de un gusto exquisito equivalía por tanto a ser elegante y gourmet, saber de música académica, tener sensibilidad frente al arte, rodearse de objetos hermoso, flirtear y gozar de una lectura adecuada. En el Quito de ese entonces, el cultivo de las artes plásticas, la música, la literatura y demás expresiones de la alta cultural se constituyeron en lugares ganados, gracias a una ruta seguida en pos de distinción.

En definitiva, el buen gusto de los sectores altos quiteños se expresó sobretodo en la elegancia del vestido o lo “chic”, la etiqueta en el trato entre iguales y lo que se llamó “saber vivir”, concepto establecido a partir del confort residencial, el refinamiento gastronómico, la práctica de sports y pasatiempos de moda. Desde la perspectiva de estos sectores sociales, solo el ejercicio de dichas prácticas y el uso de los bienes y lugares derivados de ellas, permitían la constitución de un estilo de vida que se suponía inalcanzable para las capas medias de la ciudad, al mismo tiempo que buscaba imponer una absoluta diferencia con la plebe vulgar e incivilizada y con la rusticidad del mundo rural y provinciano.

2.2.1 Lo Chic y el porte señorial Desde la época colonial, la elite social de Quito siempre vistió al estilo europeo, sin embargo a inicios del s. XX se inició la evolución en el vestido por cuestiones de moda. A partir de entonces se implantó una nueva costumbre en los sectores altos: el cambio frecuente de vestido, considerado en tiempos anteriores como un lujo excesivo16. Para la burguesía consolidada y para los candidatos a burgueses, la moda 15 Revísese por ejemplo la Revista Caricatura aparecida en 1918. 16 María Antonieta Vásquez, “Familia, costumbres y vida cotidiana a principios del s. XX”,

Nueva Historia del Ecuador, Vol. 9, Corporación Editora Nacional/Grijalbo, Quito, p. 220.

10

francesa se constituyó en el referente del buen vestir, en tanto otorgaba elegancia, es decir, gracia y distinción. Ya no importaba por tanto lucir solo trajes caros y lujosos como ocurría en la época colonial y decimonónica, sino evidenciar a través del vestido refinamiento, progreso y civilización, ingredientes fundamentales del nuevo gusto burgués. Esto es lo que significaba lo “chic”. “Ser chic” equivalía por tanto a “tener clase”, es decir, a saber comportarse de acuerdo al alto escalafón heredado o ganado en la jerarquía social. Desde inicios del s. XX, la pasión por vestir a lo francés en los sectores altos de Quito, fue destacada como un exceso por los visitantes extranjeros que llegaron a la ciudad como fue el caso del viajero Colombiano de origen italiano Antonio de Olano17. Según el criterio de este visitante, las clases altas exageraban “las características de la moda parisien”. Para entonces los hombres habían abandonado para siempre las capas castellanas y en su reemplazo usaban el “macfarlán”, gabán sin mangas y con esclavina de lisos tonos de murciélago con reversos de terciopelo azul, o el “chaquet”, leva que en Europa solía usarse solo en las grandes solemnidades, pero que en el Quito de entonces se convirtió en prenda de uso diario (Caricatura, 1919, Nº 1, 11). Las mujeres por su parte, usaban descomunales sombreros empenachados de caprichosísimos plumajes, pieles sobre los hombros en substitución de la tradicional manta quiteña y perfumes que reemplazaron a la “modesta y dulzona agua de Kananga” que usaban las señoras en el s. XIX18. En estas circunstancias las sastrerías adquirieron una mayor presencia en la ciudad, junto con los salones de modas, como el de Madame Puig, que ofrecía modelos de Paris. Al mismo tiempo, se difundieron ampliamente instrucciones y consejos para usar de manera correcta las nuevas prendas, es decir, distintivamente. Por ejemplo, Beatriz Galindo en un artículo aparecido en el Nº 18 de Caricatura del 13 de abril de 1919, luego de hacer una extensa clasificación de los sombreros de dama, hace énfasis en aprender a usarlos como las francesas, quienes son, según la autora, las únicas que saben ponerse bien el sombrero, ya que éstas eligen correctamente el peinado adecuado que le sirve de base y sostén, al mismo tiempo que los lucen de acuerdo a su color, forma o textura, buscando la armonización del sombrero con el traje. Para completar el aspecto chic, la burguesía nobiliaria y los sectores ascendentes, usaban a inicios de siglo, bastones que en algunos casos ocultaban afilados estiletes de acero en sus puntas, grandes puros “vueltabajeros”, y más tarde, cigarrillos, publicitados como signos de elegancia en los anuncios comerciales de la época19. Lucir elegante o chic tenía claramente una función distintiva, en tanto otorgaba reputación o “clase”, es decir, distanciamiento de los grupos subalternos a la vez que producía fascinación y seducción en éstos. En la visión de las capas medias, la elegancia de la vestimenta definía la condición de “caballero”, y la 17 Antonio Olano, De Popayán a Quito. Impresiones de viaje, Tip. y Encuadernación

Salesianas, Quito. 1915. pp. 148-149 18 Raúl Andrade, El perfil de la Quimera, Ed. Casa de la Cultura, 1977, p. 85. 19 Ver por ejemplo, La Revista Caricatura, del 2 nov 1919.

11

aspiración de ser o parecer “caballero” se constituyó en la primera mitad del s. XX, al decir de Raúl Andrade, en el culto de la vida quiteña: “Ser caballero, vivir como caballero, caminar como caballero constituían a manera de un trípode sagrado en el que se asentaba la respetabilidad del individuo”20. Pero además, lo chic que llevaba implícito la existencia de valores morales como la pulcritud, garantizaba además la belleza. Sin embargo, esta “belleza” tenía una clara connotación racial, en tanto se conseguía a partir de la acentuación y realzamiento de las pieles pálidas que definía el fenotipo de los sectores de origen aristocrático, gracias a la elección de trajes de tonos grises y oscuros como aconsejaba los principios de lo chic. Al mismo tiempo, los trajes bien cortados y señidos crearon la imagen de esbeltez. La imagen de la mujer rellena como bella que había predominado hasta el siglo XIX fue quedando atrás. Blancura y esbeltez eran por tanto los valores estéticos fundamentales de dicha elegancia y los elementos en que se apoyaba la fascinación o el glamour de lo que por entonces se llamó el “porte señorial”.

2.2.2 El Saber Vivir

Otro componente fundamental del buen gusto de los sectores altos quiteños fue lo que ellos mismo llamaron “saber vivir”. Esta noción se apoyaba básicamente en los conceptos de confort, ornato e higiene, difundidos a partir de la modernización de la economía y las relaciones sociales.

Estos conceptos fueron los responsables de la modificación formal y funcional de la arquitectura residencial, la misma que tomó a la casa o mansión de tipo francés o italiana como modelos, evidenciando la obsesión de la elite social por imitar los patrones de vida y habitación europeos.

En Quito como en otras ciudades del mundo occidental, las casas de los ricos fueron y son por lo general breves paradas que los aleja del mundo real, dentro de un circuito migratorio habitual (Conniff, 2003: 246). De esta manera las casas de los señores pudientes de Quito, a partir de la década de los veinte se ubicaron al norte de la ciudad vieja, en el circuito en donde se localizaban sus fincas y haciendas vacacionales.

Hasta mediados del siglo XX estas casas exhibieron un importante contraste con las moradas de los sectores populares y medios. Las casas de la gente bien incluían diversos tipos de espacios claramente diferenciados: un espacio público de representación (salón-comedor); un espacio para la intimidad familiar con dormitorios para cada uno de los miembros de la familia; y, espacios para la cocina y para los empleados domésticos. Entradas y pasillos aseguraban la independencia entre estos diferentes espacios. La sala de una casa quiteña de ricos equivalía al salón-comedor de la burguesía francesa. En este espacio la familia se ofrecía como espectáculo a sus huéspedes, exponiendo sus mejores pertenencias como las arañas de cristal que pendían del techo o la vajilla de plata. En claro contraste, las viviendas de los obreros y artesanos se componía de una sola habitación, máximo dos. 20 Raúl Andrade, “Elegía de la chullita” en: E. Freire (comp.), Quito, tradiciones, testimonio

y nostalgia, T. 2, tercera edición, Librería Cima, Quito, 1993, p. 15.

12

Pues, las estadísticas oficiales establecían que para 1936 el 60% de las familias quiteñas vivían en un solo cuarto21. Claros ejemplos de este tipo de mansiones fueron: La Circasiana de la familia Jijón (Hoy Instituto Nacional de Patrimonio Cultural); la villa Susana (Hoy Ministerio de Relaciones Exteriores); la casa de la familia Barba ubicada en la Av. 12 de octubre y 18 de septiembre o la casa donde hoy funciona la Orquesta Sinfónica Nacional. En estas viviendas, el patio central desapareció, y en su lugar se incorporaron amplios jardines. En sus fachadas destacaban gradas de pocos peldaños, columnas tipo griego empequeñecidas a escala de la casa, estatuas y jarrones en el remate de los pasamanos y cornisas decoradas con molduras de estuco y ladrillos. En los interiores sobresalía un vestíbulo o recibidor que repartía la circulación hacia los corredores, y una piscina en ciertos casos. La sala, la cocina y el comedor poseían independencia. Los dormitorios se encontraban en la planta alta y los baños eran amplios y con tina22. Lo que señala el historiador Michelle Perrot23 para el caso de la burguesía francesa se puede aplicar muy bien para el caso de Quito. Este tipo de casas revelaban sin lugar a dudas la pasión de posesión y apropiación del mundo. La exhuberancia de los jardines e invernaderos, expresaba el deseo de apropiarse de la naturaleza. La acumulación de cuadros y pinturas, así como las colecciones de musicada grabada, evidenciaba el deseo de apropiación del arte; la custodia de recuerdos de familia o viajes, indicaba un deseo por apropiarse del tiempo, mientras que la acumulación de libros que describían el planeta y revistas ilustradas fueron una clara manifestación de la apropiación del mundo por los libros. Bibliotecas como la que poseía don Jacinto Jijón y Caamaño de aproximadamente 300.000 volúmenes en la Circasiana, abrían, como señala el historiado francés, la casa al mundo y encerraban al mundo en la casa.

Inmediatamente después de la década de los veinte, un segmento importante de los sectores altos quiteños, especialmente los nuevos ricos que no disponían de una tradición artística particular, experimentaron un vivo deseo de ostentar su fortuna, sucumbiendo a todas las extravagancias arquitectónicas. Y fue el barrio residencial de la Mariscal, el escenario escogido para tal experimentación de derroche. Allí se construyeron viviendas que concentraron infinidad de estilos, desde el neogótico (castillos) combinado con construcciones chalet germano-suizo hasta construcciones moruno-persas, pasando por el art decó que incluía una decoración ecléctica, lineal y volúmenes ortogonales. Solo algunas pocas familias de la elite social reivindicaron el neoclásico o el arte colonial como modelo de habitación a seguir. 21 Kim Clark, “El sexo y la responsabilidad en Quito: prostitución, género y Estado, 1920-

1950”, en: Revista Procesos, Universidad Andina Simón Bolívar, Tehis, Corporación Editora Nacional, I semestre, 2001, pp. 40-41.

22 Inés del Pino, “Sobre la arquitectura quiteña: 1820-1922”, en: Arquitectura de Quito, una visión histórica, Serie Quito, Nº 8, Dirección de Planificación, I. Municipio de Quito, Quito, 1993, p. 136.

23 Michelle Perrot, “Escenas y lugares” en: Historia de la vida privada, T. 8, Taurus, Madrid, 1992, p. 11.

13

Por otra parte, muchas residencias antiguas ubicadas en el centro de la

ciudad fueron retocadas bajo el nuevo gusto imperante, de modo que los patios centrales se convirtieron en jardines. Sus fachadas incorporaron cornisas de estuco e incluyeron balcones; asimismo se colocaron mamparas que daban a corredores, al mismo tiempo que los cielos rasos de barro y caña se reemplazaron por otros metálicos importados.

El “buen gusto” arquitectónico se expresó no solo en la construcción de residencias sino también en la edificación pública y civil. El gobierno central, el municipio y ciertos empresarios emprendieron una serie de construcciones de edificios públicos y privados que siguieron modelos neoclásicos franceses e italianos, ya que sus diseñadores fueron arquitectos italianos o nacionales estudiados en la misma península. Las fachadas de dichos edificios incorporaron elementos clásicos y neoclásicos (columnas estriadas, tímpanos, guirnaldas, mascarones, motivos escultóricos, escudos de armas). Al mismo tiempo se ampliaron las ventanas, lo que rebelaba una avidez por la luz natural interior. Los patios interiores desaparecieron y en su lugar se colocaron luciernarios o cubiertas de metal y vidrio, que le otorgaron un aire de fastuosidad a las gradas de ingreso decoradas con pinturas y esculturas (Del Pino, 1993: 122).

Símbolo de este nuevo tipo de arquitectura y de los valores burgueses

imperantes fue el Pasaje. Este se constituyó en un lugar exclusivo y distinguido, el mismo que en su interior daba cabida a una serie de comercios, servicios (cafés, bares, cinematógrafo), oficinas o despachos. Los principales pasajes fueron: El Royal construido de 1912 a 1914 y el pasaje Tobar terminado en 1920. Esta nueva arquitectura marcaba así un claro contraste con la arquitectura colonial civil, como si se tratase de repudiarla o mejor dicho de negarla.

La reforma arquitectónica que experimentó la ciudad estuvo

acompañada de la construcción de infraestructura urbana y elementos de ornato como piletas o aceras. Este proceso que obedeció a una política claramente delineada, se denominó “embellecimiento de la ciudad”, siendo uno de sus principales impulsores Jacinto Jijón y Caamaño, presidente en 1924 de la junta encargada de llevar adelante este proyecto.

Otro componente básico del saber vivir fue la ampliación y el refinamiento gastronómico, debido al incremento de la oferta de alimentos procesados importados (confites, licores, vinos, té, etc.) en el mercado local a partir llegada del tren a la ciudad; la constitución de clubs de alta sociedad y la fundación de restaurantes de clase, así como la enseñanza de la alta cocina que se impartía a las señoritas de las familias distinguidas en su proceso educativo. En sitios como el Club Pichincha o en restaurantes pertenecientes a Hoteles como el Europa o el Metropolitano, se ofrecían platos gourmet,

14

especialmente de la cocina francesa amenizada con música en vivo, y en ambientes de magnificencia, abarrotados de luces y flores. A esos sitios acudían las familias acomodadas luciendo sus mejores trajes, y ya en la mesa, solían comunicarse en francés

Asimismo, bares como El Royal, ofrecían té conciertos a las 5:30 de la tarde. En estas sesiones, el te se acompañaba con pastas, dulces, tortas, alfeñiques y roscas de viento (Caricatura, Nº 24 junio de 1919, p. 8). Este ritual de la vida social se convirtió en la segunda década del siglo XX en una moda entre la gente bien de Quito.

Para esa misma época, los sectores altos de Quito adoptaron nuevos entretenimientos y pasatiempos como el teatro, la opera, el cinematógrafo, los coktails bailables, el bridge, la concurrencia a bares y salones de recreamiento, el hipódromo o la práctica de sports, que substituyeron a los viejos pasatiempos: visitas, tertulias o estancias en fincas y haciendas.

Desde finales del s. XIX e inicios del s. XX la ópera se convirtió en parte importante de las veladas fastuosas, distinguidas y oficiales de la burguesía nobiliaria. Para dicho público las primeras compañías europeas que pasaron por el Teatro Sucre, pusieron en escenas óperas como “El Trovador” o “Rigoletto”, al mismo tiempo que en el teatro empezaron a predominar los culebrones o dramas que giraban en torno a la temática del amor. Sin embargo en ese mismo período un nuevo pasatiempo adquirió mayor peso de clase: el cinematógrafo. Cuando éste irrumpió, la costumbre de ir a las “vistas”, como se le llamaba en ese entonces, constituyó una práctica exclusiva de los sectores altos. En la segunda década del s. XX el cinematógrafo se exhibía por tandas u horas. La más afamada era la “tanda vermouth” o “tanda aristocrática” a la que acudían jóvenes encopetados de ambos sexos, con el ánimo de lucir sus atuendos. El cine se llenaba de risas, perfumes y glamour y, a la salida de dichas presentaciones, la “gente bien” era ovacionada por las clases populares y medias que acudían con el único propósito de presenciar la elegancia de dicho público a su salida24. El carácter exclusivo del cinematógrafo se garantizó gracias a la presencia de una tarifa prohibitiva para los otros grupos sociales. Posteriormente y a medida que el cinematógrafo cobró fama, la presión social de los sectores populares y medios que pugnaban por ingresar al cinematógrafo, se volvió cada vez más intensa. Ante esta situación y con el propósito de sacar provecho del incremento de la demanda, los empresarios construyeron salas de cine populares, que rápidamente se constituyeron en lugares en donde primaba la algarabía y los desmanes de los concurrentes, sobretodo en las llamadas “galerías”, en donde la plebe solía cometer todas clases de improperios y acciones vulgares o pecaminosas, desde escupir hasta 24 Ramiro de Sylva, “La tanda Vermouth”, Caricatura, Nº 2, Diciembre 15, 1918, p. 8

15

tener relaciones sexuales, todo ello en un entorno de poca higiene debido a la proliferación de pulgas y ratas. De esta manera, y a partir de la década de los veinte, en Quito existían cines para ricos y cines para pobres. Entre los primeros, en los cuales la entrada costaba 2 sucres, se destacaron El Edén en el Pasaje Royal y el fastuoso Teatro Bolívar; mientras que entre los segundos sobresalían: El Popular o el Puerta del Sol, en los cuales la entrada costaba solamente cuatro reales25.

Otro pasatiempo de claro signo distintivo fue, la práctica del deporte, llamado en las primeras décadas del s. XX, “sport”. Los nuevos “sport” se practicaban en clubs como por ejemplo el club “Quito Sport Unión” que quedaba atrás de la Alameda, el mismo que contaban con instalaciones para juegos como el Lawn Tennis, Croquet, Pin Pon, etc. El ingreso al club se hacía a través de tarjetas de membresía que constaban en 1911, 20 sucres para señoras y señoritas y 30 sucres para señores26.

Sin embargo fue el patinaje o skating, definido como “deporte aristocrático”, el entretenimiento de mayor carácter enclasante. El sakating se practicaba en salas construidas para dicho efecto como el salón Alameda o en el Puerta del Sol. Allá acudía la gente “chic” para patinar mientras un piano amenizaba los deslizamientos. Los avisos publicitarios destacan que “una selecta concurrencia, compuesta de familias distinguidas daban realce al espectáculo”, sobretodo, en las llamadas “tardes de moda” de los jueves y los sábados, y en las “noches de moda” de los martes y viernes que se realizaban en el salón Alameda27.

Otras prácticas lúdicas de evidente valor distintivo fueron las carreras de caballos que se llevaban a cabo en los dos hipódromos de Quito ubicados en la actual calle Colón; así como el bridge, un juego de naipes, que se hizo frecuente entre las señoras de abolengo. Entre los lugares emblemáticos de esparcimiento de la “gente bien”, sobretodo de los hombres, destacaron los salones, los bares y las casas de recreo. Los primeros estuvieron de moda en las primeras dos décadas del s. XX. A salones como “El Cosmopolita” ubicado en las carrera Venezuela intersección con la Bolívar, o a “La Palma” 28, iban los señores a jugar billar y a echar copas de entre un selecto surtido de licores. Las casas de recreo en cambio, eran lugares ubicados en las afueras de la ciudad, especialmente en el norte. Allí se ofrecían servicio de bar, comidas, picantes y cenas, al mismo tiempo que contaban con salones de baile. Las más afamadas de estas casas fueron sin duda “La Resbaladera” ubicada en la Colón y “La Magnolia”. 25 Manuel Espinosa Apolo, “Adscripciones socio-racional y mutaciones étnico-culturales

en Quito durante la primera mitad del s. XX”, tesis de maestría, Universidad Andina Simón Bolívar, 2001, p. 85.

26 Banco Central del Ecuador, La vida de cada día, El Ecuador en avisos 1822 – 1939, Colección Imágenes, Nº 8, Quito, 1992, p. 124.

27 Diario, El Comercio, 29 dic de 1911. 28 Diario, La Prensa, 26 de diciembre de 1912.

16

Los bares por su parte se constituyeron en sitios de moda a partir de los

veinte, desplazando a los salones. Fueron sin duda sitios de distinción para los sectores altos de Quito, ya que nacieron para marcar un claro contraste con las cantinas de las capas medias y una absoluta diferencia con las chicherías de los sectores populares de origen indígena y campesino. Los bares se ubicaban por lo general en los hoteles de lujo de la ciudad como fue el caso del bar del Hotel Froment después Savoy; el del Hotel Europa llamado luego “Des Etrangers”; o, en clubes sociales como el Club Pichincha. Luego aparecerán bares independientes como el Bar Royal, el Hispanobar o L’Ermitage.

En vez del mallorca “Flores de Barril” que se consumía en las cantinas

de las capas medias, ahí se bebía licores y destilados importados: coñac, brandy o whisky , amenizados por ritmos musicales extranjeros como el jazz o el tango, considerados una alternativa a la música nacional o vernácula que predominaba en las cantinas.

Fue de esta manera como los ritmos extranjeros cobraron gran

presencia entre los sectores altos. Por ejemplo, en los “coktail bailables” o verbenas bailables, realizados para los jóvenes de la elite social en los hoteles elegantes de la ciudad, se practicaban bailes de moda como: one-step, two-step, moderno dancing, fox, jazz, charlestón, hesitatation, tango y milonga que habían reemplazado, como bien anota Humberto Salvador29, a las danzas aristocráticas de viejo cuño: minuet, cuadrilla, polka, jota o mazurca .

2.2.3 La Etiqueta del Trato Diario Otro componente fundamental del buen gusto de la burguesía de

abolengo quiteña fue la etiqueta observada entre iguales en el trato diario. Comportamiento que se exhibía como emblema de urbanidad y por tanto, como un claro signo de distinción. La urbanidad se constituyó de esta manera en una preocupación fundamental de los sectores altos quiteños a partir de la segunda mitad del s. XIX, de ahí que se incorporó en los pensums de estudio de las escuelas y colegios de entonces.

A fines del s. XIX e inicios del s. XX, las fronteras entre la ciudad y el campo no eran muy precisas, por lo que la presencia del mundo rural en Quito era evidente. En estas circunstancias, los sectores altos urbanos se afanaron por marcar límites con respecto a lo provinciano y rural; entonces “La urbanidad” se convirtió en una estrategia encaminada a posibilitar dicha diferenciación y distanciamiento con el campo. En virtud de este propósito se puso mucha importancia a la decoración de los ambientes, la adopción de determinados códigos conversacionales, la sofisticación de los hábitos alimenticios y las maneras de mesa. Por tanto y a pesar de que la elite social 29 Humberto Salvador, En la ciudad he perdido una novela (1929), Colección Antares,

Libresa, Quito, 1993, p. 186-188.

17

basaba su poder y prestigio en las haciendas, su estilo era más bien de corte urbano (Fundación Mariana de Jesús, pp. 7-9). En este marco de urbanidad se inscribió la etiqueta en el trato diario de la burguesía nobiliaria quiteña, que aseguró un buen trato entre iguales. Este tipo de protocolo se manifestó en el énfasis dado al “ustedeo”, en gestos y expresiones de cortesía que se apoyaban en el uso reiterado de frases tales como “por favor”, “Tenga la bondad”, que después se difundieron e impusieron a toda la sociedad urbana quiteña. De esta manera, se creó un código conversacional de refinamiento.

Los sectores altos utilizaron el ustedeo para resaltar su diferencia con el pueblo acostumbrado al tuteo y al voceo. Al interior de la elite social, el ustedeo se usó entre esposos, padres, hijos y hermanos. Sin embargo, éstos mismos utilizaban el “tuteo” cuando se dirigían a sujetos de los sectores sociales inferiores; quienes a su vez fueron compelidos a usar el “ustedeo” para dirigirse a las personas de los estratos superiores. El uso del ustedeo, por tanto, dejaba inmediatamente constancia del reconocimiento de un estatus de superioridad, garantizando el adecuado tratamiento entre iguales y de inferiores a superiores. En fin, el ustedeo y las expresiones de cortesía, permitieron a los sectores altos quiteños afianzar su distinción y legitimidad. Pues, en la memoria popular, la mayoría de burgueses de abolengo son rememorados como sujetos incapaces de proferir groserías, blasfemias o insultos, y por lo mismo, sin capacidad para producir vejaciones a los demás. La percepción popular juzga a muchos integrantes de esta capa social como buenas y magnificas personas, sobretodo las matronas, quienes son presentadas como la quintaesencia del refinamiento, la dulzura y la delicadeza. 3. LA LUCHA POR LA DISTINCIÓN 3.1 Asco, segregación y discriminación

El “buen gusto” implica una capacidad para retroceder y rechazar lo que se juzga feo, indigno, antihigiénico, ordinario y vulgar. Esta sensación o emoción de rechazo ha sido definida como asco (o disgust en inglés)30.

El asco es por tanto un mecanismo inherente al buen gusto. Ambos

están íntimamente unidos. De ahí que acompañando al buen gusto surja el desprecio a lo que se considera de mal gusto. Sin embargo, el “buen gusto” y el “asco” son sentimientos que se construyen históricamente y que en el caso quiteño surgen como resultado de la modernización de la ciudad. En otras palabras el “buen gusto” y el “asco” son productos históricos, resultado de lo social incorporado o internalizado que al mismo tiempo dan origen a habitus es decir, a disposiciones a actuar, valor, sentir, percibir y apreciar las propias prácticas y las práctica de los demás de una determinada manera31. De este modo, en el período histórico que nos ocupa y desde la perspectiva de los 30 William, Ian Miller, Anatomía del Asco, Taurus, Madrid, 1998, p. 21 31 Alicia B. Gutiérrez, Pierre Bourdieu: las prácticas sociales, Centro Editor de América Latina,

Buenos Aires , 1994, pp. 46, 47.

18

sectores altos el “mal gusto” se asocia directamente con el mundo del indio, y lo que parece proceder de él, es decir, lo provinciano y lo rural. Es así como en la elite social quiteña aparece un síndrome de aversión hacia esas prácticas y bienes, relacionados con las formas de habitación, alimentación, vestimenta, festejo, evacuación de detritus y deyecciones intestinales observadas en los sectores populares de Quito de origen indígena o campesino. Para la elite social dichos comportamientos resultan peligrosos por su capacidad de contagiar, infectar o contaminar por proximidad, contacto o ingestión.

Un sentimiento de desasosiego, e incluso pánico, se apodera entre los

integrantes de la burguesía nobiliaria quiteña ante la convicción de que han sido o pueden ser mancillados. Sensación que al mismo tiempo evidencia la creencia en una situación de pureza que se busca defender o precautelar, inspirando un sentimiento de huida y el deseo de limpieza y purificación (Milller, 1998: 23). De ahí el énfasis de la elite social quiteña por implementar planes y programas de higiene, salubridad, urbanidad y ornato, a la vez que idean estrategias de distanciamiento o separación de todo aquello que se juzga contaminante, dando lugar así al reforzamiento y redefinición de las conductas discriminativas y segregativas que se venían arrastrando desde la época colonial.

3.1.1 El Tedium Vitae . La indiscutible presencia de tedium vitae a inicios del s. XX en la elite

intelectual quiteña de ascendencia aristocrática, constituye la primera muestra de la presencia e intensidad que asume el asco en los sectores altos de la ciudad. El tedium vitae se define como el conjunto de estados de ánimo que expresan la idea de estar asqueados de la vida: desesperanza, aburrimiento, depresión, melancolía o hastío. Se trata en definitiva de una desazón mental que se consideraba estaba asociada con el aumento de la actividad mental y un juicio critico superior (Miller, 1998: 57). El asqueamiento de la vida y de la realidad circundante conduce irremediablemente al suicidio y otras formas de autodestrucción, conductas que experimentan en carne propia los poetas modernistas de Quito, razón por la cual Raúl Andrade los llamó “la generación decapitada”.

La vida de esta elite intelectual se desenvolvió entre la neurosis y el

spleen; aspectos que fueron reivindicados y que los empujó al uso de drogas anasteziantes y tranquilizantes como la morfina, el opio, el laudano o el ajenjo; adicciones que se combinaron con el noctambulismo y sus inclinaciones necrofílicas y pasadistas, manifestaciones de una evidente misantropía. Arturo Borja se suicidó a los 22 años, Ernesto Noboa y Caamaño proclamaba: “Vivir del pasado por desprecio al presente” mientras que Feliz Valencia y Humberto Fierro se enclaustraron, como señala este último, “para rehuir del contacto exterior” (Andrade, 1977: 102)

La toxicomanía y el pasadismo de los decapitados, fueron claras expresiones de una ansia de evasión que se manifestó en la evocación de tierras ignoradas, tiempos góticos, la invitación a la fuga o como dice uno de

19

ellos, “a la partida inexorable, al adiós postrero”. Se trataron, sin duda, de manifestaciones llenas de desprecio y asco a la realidad circundante en la que se creían atrapados, es decir, a la presencia de una medio urbano mancillado por la presencia de inmigrantes rurales y pueblerinos, y por tanto contaminado de ruralidad y provincialismo. Medio en el que creían muy difícil el arraigo de una atmósfera burguesa y moderna que ansiaban y procuraban.

Pero al mismo tiempo, sus esfuerzos de evasión, fueron también

expresiones de una rebelión contra el conformismo y las disciplinas de las colectividades y las servidumbres familiares. Representaron sin duda el advenimiento de la condición humana moderna.

3.1.2 La Estigmatización del Otro

La sensación de asco motivó y sustentó la categoría de inferioridad que en el Quito de la primera mitad del s. XX, se les otorgó a la gente no decente, es decir, al cholerio, a sus bienes y prácticas; al mismo tiempo que fundamentó la pretensión de superioridad de los asquientos. Por esta razón se ha dicho que el asco es una emoción jerarquizante, categoría moral y herramienta fundamental para el control social (Miller, 1998: 31).

Para argumentar o justificar su superioridad, la burguesía de abolengo quiteña recurrió a la reactivación del hispanismo que se legitimó y se convirtió en el discurso oficial de Quito. En un contexto caracterizado por la presencia cada vez más visible de las ideologías igualitaristas de izquierda como el anarquismo, el socialismo o el comunismo que proclamaban echar abajo el orden social jerarquizado, el hispanismo jugó un papel crucial en la defensa del orden establecido. Este discurso permitió argumentar acerca de la primacía de la raza blanca y la cultura hispana por sobre las culturas nativas e indígenas de América, así como su papel civilizador, justificando en consecuencia la existencia de una sociedad jerárquica y corporativa32. Con ello se pretendió asegurar el predominio y la preeminencia de los que se asumían como descendientes directos de los españoles, y por tanto, el estatus de superioridad de los sectores de alcurnia quiteños. La fundamentación de inferioridad de los otros se reforzó con el discurso del progreso levantado por los hacendados modernizantes de la ciudad a finales del s. XIX e inicios del siglo XX. Hispanismo, progreso y modernidad construyeron una concepción denigrante sobre el indio y su mundo, a través de lo que Carlos Arcos denominó la “construcción del indio como un arquetipo negativo” 33. La fundamentación de la inferioridad, a partir de entonces, echó mano de la estigmatización.

Según esta particular visión, el indio encarna la perversión y la estupidez; la vagancia y la estulticia. El indio fue presentado como borracho, ignorante, incapaz, vicioso y mal trabajador, en definitiva una raza proscrita de 32 Guillermo Bustos, El hispanismo en el Ecuador, p. 153 33 Carlos Arcos, “El espíritu del progreso: los hacendados en el Ecuador del 900”, en:

Clase y Región en el agro ecuatoriano, Corporación Editora Nacional, Quito, 1986 pp. 273-274

20

la civilización, lastre en la construcción nacional y obstáculo para la modernidad y el progreso.

En la conferencia sobre “La Ecuatorianidad” Jijón y Caamaño expuso claramente esta visión cuando destacaba la influencia de la raza indígena en el carácter nacional “... la larga convivencia ha infiltrado eso sí, en toda la sociedad ciertas tendencias psicológicas cobrizas, tales como la disposición al trabajo de pacientes minucias; una resignación quietista para conformarse con la suerte; carencia de previsión para el futuro; falta de estímulo para mejorar de condición” (cit. por Michelena, 1990: 19). En la visión de los sectores altos, los grupos subalternos que se vinculaban con el indio, estaban condenados a portar irremediablemente un signo de atraso e incivilización. Por esa razón, los integrantes de dichos entornos sociales eran percibidos como encarnaciones de la ignorancia, la superstición, las groseras costumbres y la depravación de los hábitos. Además, fueron descalificados estéticamente, en tanto se les otorgaba un aspecto despreciable y horrible (hasta hoy dura el estereotipo de feo impuesto al longo). Este tipo de estigmatización, supuso la creación de estereotipos que tienen que ver con lo que Goffman34 llamó defectos de carácter y estigmas tribales de raza, los mismos que se consideran susceptibles de ser transmitidos por herencia y capaz de contaminar. Por esta razón, la elite social quiteña generó al mismo tiempo el desprecio a los provincianos e inmigrantes interioranos de raza no indígena, a quienes se los consideraba contaminados por el indio y su mundo. En revistas como Caricatura, claro exponente de la visión y gusto de los sectores altos de Quito, los provincianos llamados “chagras”, encarnaron los valores antípodas del la urbanidad y el refinamiento. A través de la creación de personajes ficticios como Graviel Orijuela (sic) de Latacunga, los provincianos fueron presentados como chabacanos y portadores de una mentalidad ingenua y pueril, incapaz de comprender el mundo moderno, refinado y civilizado. En razón de esta visión, los chagras fueron representados como sujetos vosalones o gentes que no saben hablar correctamente, ya que usan arcaísmos castellanos combinados con palabras y dicciones provenientes del Kichua, dando lugar a una jerigonza casi incomprensible (Caricatura, Nº 13 9 de marzo de 1919). En este punto es necesario recordar a Claude Levy-Strauss quien nos reveló la vinculación estrecha entre la incapacidad de hablar y la condición natural o anticultural.

Asimismo, las mujeres provincianas fueron presentadas como seres que encarnaban lo contrario de las mujeres distinguidas de Quito. Luis C. López en el poema “Muchachas de provincia” aparecido en Caricatura del 14 de marzo de 1919, destaca el carácter conservador y doméstico de las provincianas, resaltando “su andar doméstico de gansas...” que hacen de ellas simples “papandujas”. Se trata de una especie de animalidad, que según los escritores 34 Erving Goffman, Estigma, la identidad deteriorada, tercera reimpresión, Amorrotu

editores. Buenos Aires, 1986, p. 13.

21

burgueses de Caricatura, es evidente en el Chagra. Pues, precisamente en un artículo que habla de la “génesis del chagra” se resalta con profundo sarcasmo esta situación. Según dicha invectiva, Dios decidió hacer un nuevo ser con los caracteres más variados de los animales, aves y peces que ya existían, diciendo: “y del hombre le daré la figura, mas, no será el hombre mismo. Y para que no se confunda le daré: del tigre la fiereza; de la hiena la crueldad; del lobo la perversión; del cordero la candidez; del asno la torpeza... en fin no le faltará espíritu de ningún animal y hasta le daré forma humana. Y será solo un animal”. Entonces “amasó los desperdicios de los demás seres; dióle forma humana y le infundió un soplo de vida, diciendo: sea este animal el que más se parezca al hombre y se llamará chagra, y vivirá en provincias, se aclimatará en las ciudades y le atraerá el monte como a la cabra” (Caricatura, No 21, 11 de mayo de 1919, p. 5).

De esta manera, el afán modernizador coincidió con una intensificación

del racismo. En fin, los indios y demás grupos subalternos de origen rural fueron vistos como los representantes de una raza inferior, y por más que ciertos segmentos progresistas de lo sectores altos creyeron en la movilidad social, consideraron a dichos sujetos como inferiores en el plano cultural, social y moral. Dicha actitud dio cuenta claramente de un proceso de estigmatización del otro. El estigma, no hay que olvidar, produce automáticamente discriminación, ya que el estigmatizado es considerado inferior al modelo de lo “normal” y aceptable, en tanto se le atribuye un elevado número de imperfecciones o atributos no deseados por el estigmatizador (Goffman, 1986: 16). En este sentido, la estigmatización del indio y de los otros grupos sociales de origen rural o provinciano, tuvo como propósito producir aislamiento, tratando de encasillar y descalificar moral, racial y cultural a los inmigrantes para impedir su movilización social. En fin, ayer igual que hoy, la estigmatización contribuyó a que los ricos traten a los pobres como una especie social diferente. Frente a indios, cholos y chagras, la burguesía nobiliaria quiteña se presentó como civilizados y civilizadores; portadores del progreso técnico y cultural.

3.1.3 La Pasión por el distanciamiento espacial La pasión que exhiben los superiores por distanciarse o separarse de los

inferiores, a través de la segregación residencial, la exclusividad o el amurallamiento, expresan recelo, fastidio y temor provocado por la sensación de asco a los inferiores. Desde la lógica de los sectores altos, la separación se torna un recurso básico para impedir la contaminación o el contagio y contrarrestar así el miedo a ser mancillados o infectados

Los sectores altos tienen una idea obsesiva: los sectores populares constituyen una multitud necia y sucia. En las mansiones por ejemplo, se realiza una plena delimitación de espacios interiores que definen una “sección” propia para la servidumbre, la misma que es observada estrictamente por aquélla, gracias a lo cual se asegura la exclusividad de esa otra sección destinada a los patrones. A cada uno le corresponde un lugar específico, o como solían decir los miembros de la élite social quiteña: cada quien tiene que “ocupar su sitio”.

22

Situación parecida sucede en los lugares públicos, los sectores altos se

las arreglan para poder contar con ámbitos protectores: palcos en los teatros, compartimentos de primera clase en los trenes; todos ellos, lugares que evitan las promiscuidades y mantienen las distinciones. En el caso de la élite social quiteña, fue en los programas de ordenamiento urbano, como los realizados por el Reglamento de Salud Publica para Quito de 1918 o el elaborado más tarde por Jones de Odrizola en 1943 en donde esta lógica se reveló con absoluta claridad. De acuerdo al primero, se definió una zona de 6 por 5 cuadras, delimitada por las calles Cuenca y Rocafuerte, Flores y Manabí, esto es, alrededor de la Plaza de la Independencia, la Catedral, los Palacios Municipal y de Gobierno, el Palacio Arzobispal y el Teatro Sucre. Esta área fue catalogada como residencial y elegante en tanto era ocupada por las familias tradicionales de Quito. Por esta razón, se prohibió la presencia de cualquier establecimiento que fuese considerada contaminante por la emanación de gases y miasmas como por ejemplo: fabricas de jabones, velas, establos, camales, industrias lecheras, cantinas, prostíbulos, etc. (Clark, 2003: 47). El propósito último, de igual manera que lo acontecido en Europa y otras ciudades de Latinoamérica, no fue otro que el destierro deliberado de las clases peligrosas, sobretodo los obreros, a la periferia (Perrot, 1992: 28).

Esta lógica de separación se afirmó con el plan de Jones de Odrizola, quien en base a un claro criterio de segregación residencial, definió espacios concretos para barrios considerados de primera, segunda y tercera categoría. En dicho plan los barrios residenciales se ubican al norte y los barrios populares especialmente obreros se localizan en los márgenes oriental y meridional de la ciudad.

El barrio residencial por antonomasia que consagró el Plan Regulador de

Odrizola fue “La Mariscal”, definido como zona residencial de primera clase. La “Mariscal” se constituyó en un hito de la ideología de la elite capitalina que reivindicaba el progreso, la civilización, el saber vivir, el orden, la higiene y el ornato. El barrio constituyó una de las primeras “ciudadelas” que se planificó en la ciudad junto con la Ciudadela América y los “Campos Elíseos”. Su nombre se debió a la conmemoración del aniversario de la Batalla de Pichincha en 1922, influyendo en su formación y demarcación la construcción del tranvía.

La ciudadela para mantenerse aislada del centro antiguo y evitar así el

riesgo de contaminación de los sectores populares, contaba con grandes espacios verdes al sur que hacían las veces de colchones protectores y aislantes. Fueron estos: el parque que inicialmente se llamó “Centenario” hoy El Ejido y el llamado “Campo Deportivo” aledaño al Estadio del Arbolito, gran parte de cuya área se utilizó posteriormente para la construcción de la Casa de la Cultura. Al norte, la presencia de los dos hipódromos ubicados en la calle Colón cumplían igual función. De esta manera, La Mariscal dio albergue a las grandes mansiones de las familias de abolengo: Jijón y Caamaño, Plaza-Lasso, Barba, etc.

23

Aunque el propósito segregativo residencial no se cumplió con total cabalidad, a partir de la década de los treinta en Quito se podía distinguir claramente sectores enteros de calles habitadas por gente bien y güetos proletarios o subproletarios al que los miembros de las clases superiores no tenían que jamás dirigir sus pasos. Sin embargo para la elite social de Quito no fue suficiente contar con un área de la ciudad claramente delimitada sino que temerosa de suscitar en los demás grupos sociales inquina, aborrecimiento, mala voluntad, envidia o resentimiento, en definitiva rencor social, amurallaron sus casas. Se trató de una estrategia de enclaustramiento y aislamiento con el propósito de evitar el contacto con los inferiores y los desconocidos que los flujos aluviales de migrantes arrastraban incesantemente a Quito. El amurallamiento reveló el temor de “estar afuera” y el contacto con los extraños, incluidas las capas medias que buscaban incorporarse a los círculos cerrados de la elite social a través de la amistad o el matrimonio. Al resultarles el mundo exterior hostil, solo las murallas y los cuidadores les transmitieron la sensación de seguridad que necesitaban. De esta manera, quedó atrás el modelo de cohabitación de los sectores pudientes y la plebe que habían compartido los mismos espacios desde la colonia hasta el siglo XIX. Ahora se afirmaba una ocupación espacial diferenciada, que suponía una redistribución de los espacios de trabajo y residencia de acuerdo a la condición social

3.1. 4 El refuerzo endogámico Junto con las medidas arriba mencionadas, los sectores altos reforzaron

una estrategia que había sido evidente en las familias de abolengo en la colonia y el s. XIX, esto es, la reproducción de vínculos de parentesco como base de su existencia. Comportamiento de visibles connotaciones segregacionistas y discriminativas. En un entorno social caracterizado por la presencia masiva de extraños, sean recién llegados del interior o el exterior, la endogamia que tiene como propósito fundamental asegurar la concentración de la riqueza familiar, resultó una medida crucial para evitar la contaminación sanguínea de los otros: provincianos, cholos o “turcos” (libaneses).

En estas circunstancias y al interior de la burguesía nobiliaria, los padres siguieron preparando para sus hijos las condiciones propicias para un “buen matrimonio” dentro de un círculo social cerrado. Las familias que reivindicaban con más énfasis un linaje colonial, llenas de temor ante los extraños, reforzaron de tal forma la endogamia que los matrimonios se terminaron realizando entre primos hermanos. Un caso ejemplar fue el de la familia Jijón. Don Jacinto Jijón y Caamaño se casó con su prima Maria Luisa Flores y Caamaño; posteriormente su hijo José Manuel Jijón y Flores, siguiendo la tradición familiar, se casó con su prima hermana Cecilia Barba.

24

El refuerzo de la endogamia se dio conjuntamente con un desprecio a los nuevos ricos, especialmente a aquéllos que habían acaudalado fortuna a partir de su trabajo y provenían de un origen popular o extranjero. El eco de este desprecio aún resuena en los textos de José Maria Velasco Ibarra. En el ensayo titulado “Caos político en el mundo contemporáneo”, el autor zahiere y estigmatiza a lo que él llama “la aristocracia del dinero”, u “oligarquía del dinero”, es decir, a los grandes ricos emergentes que huérfanos de linaje solo podían exhibir una distinción monetaria, es decir, una falsa aristocracia35. Este probablemente es el sentido verdadero del termino “oligarquía” ampliamente usado hasta la actualidad en la política ecuatoriana, y que encierra el desprecio implícito de los sectores que se reivindicaban como verdaderamente aristocráticos hacia los nuevos ricos.

El refuerzo endogámico de la burguesía de abolengo quiteña, determinó por tanto la colocación de una serie de trabas y obstáculos a los ricos emergentes (comerciantes libaneses o ciertos mestizos prósperos de origen provinciano) con el objeto de dificultar su verdadera integración a la élite social. Muchos de ellos fueron tratados con violencia e incluso ridiculizados no obstante los meritos que hicieron para ganar la confianza de las familias de alcurnia. Uno de los casos más célebres en la ciudad sin duda lo constituye la familia Mantilla, quienes hicieron un capital considerable gracias a su trayectoria que los llevó de arrieros y cocheros a dueños de los medios de comunicación más prestigiosos de ese entonces como fueron el diario “El Comercio” y la emisora “Radio Quito”. Fernando Jurado Noboa coleccionista de un vasto anecdotario de la ciudad, señala que en la primera mitad del s. XX y a pesar de su situación económica holgada, los Mantilla siempre fueron relegados de los círculos y reuniones sociales y cuando lograban ser invitados se convertían en objeto de mofa y burla por sus anfitriones, y esto, a pesar que los Mantilla se habían adherido totalmente a los intereses de la burguesía nobiliaria. Además el refuerzo de la endogamia de la elite social quiteña se expresó en la creación de enclaves institucionales y cenáculos. Uno de los enclaves más importantes fue sin duda el Servicio Exterior o el Ministerio de Relaciones Exteriores, en donde la mayoría de sus funcionarios provenían de las familias de alcurnia. Entre los cenáculos más emblemáticos, cabe mencionar: la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Histórico Americanos, llamada luego Academia Nacional de la Historia, regida por Don Jacinto Jijón y Caamaño; La Academia de la Lengua dirigida por Julio Tobar Donoso; y, la Asociación Bolivariana al frente de Francisco Chiriboga; todos ellos claros representantes de la crema y nata de la ciudad.

3.2 El mimetismo de las capas medias. En la primera mitad del siglo XX, las capas medias de Quito (burócratas,

empleados privados administrativos, profesionales liberales, pequeños y 35 José María Velasco Ibarra, Pensamiento político, Biblioteca del Pensamiento Básico,

Nº 38, Banco Central del Ecuador, Corporación Editora Nacional, Quito, 1996, pp. 486-487

25

medianos empresarios), disputaron de manera intensa a los sectores altos, la apropiación de los signos distintivos, es decir, de esos objetos, lugares y prácticas que otorgan jerarquía, impidiendo con ello la monopolización de los emblemas de clase.

Dicha disputa generó en consecuencia una interesante dinámica social

por la cual las capas medias desarrollaron una capacidad imitativa o mimética como nunca antes se había puesto de manifiesto en la historia de la ciudad. Gracias a esta estrategia, lograron tener acceso a los signos distintivos, situación que impulsó al mismo tiempo en la élite social, la necesidad de buscar nuevos emblemas de clase. De esta manera se inauguró un juego o más bien una lucha entre imitadores e imitados. El objetivo de las capas medias fue aproximarse lo más que se pueda al estilo de vida de los sectores altos, mientras que éstos buscaban, permanentemente, conseguir que las clases ubicadas por debajo de ellas se vean irremediables distintas y vulgares para poder destacar y brillar.

Un caso ejemplar de este tipo de conducta imitativa fue la búsqueda de

la elegancia a como de lugar por parte de los sectores medios. Este segmento social, a pesar de su limitado poder adquisitivo que le impedía acceder a condiciones de indumentaria o de habitación distinguidas, fue capaz de inventar y utilizar una serie de recursos y tácticas.

En el caso de la indumentaria por ejemplo, una de esas soluciones

ideadas fue la creación de las llamadas “guardarropías”. Se trataban de establecimientos en donde se alquilaban trajes de señor o caballero para ciertos eventos sociales. Sus clientes más asiduos fueron los chullas, los empleados públicos y los adinerados del campo que deseaban acceder a los círculos sociales de la ciudad a través de una fiesta o reunión social. Los burócratas más prósperos y que podían prescindir de las guardarropías, tuvieron en cambio, entre sus principales gastos mensuales, el pago al sastre.

Las capas medias en general no podían prescindir del traje ya que éste

era un signo de la posición y estatus alcanzado y, por tanto, de distinción frente al pueblo. De esta manera, en este nuevo grupo social se arraigaron hábitos que antes solo podían ser observados en los señores, como por ejemplo, anudarse la corbata, afeitarse pulcramente con navaja o peinarse con gomina.

La búsqueda de elegancia por parte de las capas medias no se limitó al

vestido sino que también se expresó en los patrones de habitación. De esta manera, los empleados públicos desde las década de los veinte incorporaron entre sus objetivos la posibilidad de tener una casa al norte de la ciudad al estilo de los chalet de las familias adineras. La presión social que lograron generar rindió prontamente sus frutos. En la década de los treinta por ejemplo, La Caja de Pensiones emprendió en la construcción de viviendas para sus afiliados en el lugar conocido como “Ciudadela Bolívar”, al interior de la misma Mariscal. (González, Sosa, 155). Este tipo de viviendas realizado en lotes pequeños, reprodujo en una escala mucho menor las fachadas de las grandes mansiones y en su interior sus residentes se empeñaron en realizar una decoración siguiendo el ejemplo de la burguesía nobiliaria quiteña. Gracias a

26

iniciativas de este tipo, los sectores medios realizaron el sueño de convertirse en vecinos de los sectores pudientes y sentirse como familias prósperas.

De igual manera, los sectores medios lograron encontrar las maneras de

ingresar a clubes privados como el Pichincha o participar en ritos y prácticas recreativas de alto valor distintivo, como ir al cine a inicios de siglo, bailar tango o apostar en las carreras de caballos en los hipódromos de la ciudad los días domingos.

Asimismo, en dicho proceso de emulación, los sectores medios se

esforzaran por hacerse de su propia servidumbre, otro signo de distinción en el Quito de la primera mitad del s. XX. Para dicha época, no había hogar de medianos ingresos que no tengan una empleada doméstica a la cual se le exigía cumplir el conjunto de labores que en las casas de los ricos eran cumplidos por diversas empleadas, esto es, desde cocinera a lavandera y mucama, sometiéndolas a una explotación intensa; situación que desde entonces hasta hoy día se estableció como el rol normal que debía asumir una doméstica. Es por dicha razón, que en la ciudad de entonces existían un elevado número de sirvientes domésticos. Según cálculos de un estudio realizado en 1936, el 21,1% de la población de Quito se encasillaba en esta ocupación36

En definitiva, para las capas medias quiteñas, la búsqueda de elegancia

se volvió una prioridad fundamental, al extremo que la mayoría de sus miembros estuvieron dispuestos a sacrificar parte importante de los gastos destinados a la alimentación con tal de aparentar un estilo de vida distinguido; de ahí que los sectores medios de Quito, harán de la apariencia o el acto de aparentar, una forma de vida y por tanto uno de sus rasgos idiosincrásicos constitutivos. A manera de conclusiones La burguesía nobiliaria quiteña se constituyó en la primera mitad del s. XX en la elite social urbana y en un grupo hegemónico. Las estrategias de distinción que llevó adelante aseguraron su estatus de superioridad, en la medida en que lograron distanciarse del resto de la sociedad y obtener al mismo tiempo la admiración popular. Pues, ante los ojos de los sectores subalternos, la burguesía nobiliaria se vio como gentes de otra especie, y por tanto, cualitativamente superiores. Esta admiración popular se puso en evidencia sin duda en hechos cotidianos, como por ejemplo, la costumbre de cederles las veredas o aplaudirles en ciertas celebraciones populares en que ciertos personajes de dicha elite súbitamente se hacían presentes37. 36 Pablo Arturo Suárez, A López y Cornelio Donoso: “Estudio numérico y económico-

social de la población de Quito”, Boletín del Departamento Médico-Social 1: 1, 1937, Quito, pp. 7-11

37 Entrevista concedida por Fernando Jurado Noboa, 30 de septiembre del 2003

27

La obtención de ese carácter especial por efectos de una distinción lograda, explica también el carisma concedido a muchos individuos políticos pertenecientes a esta elite (o adoptados por ellas), como fue el caso de Neptalí Bonifaz, José María Velasco Ibarra, Jacinto Jijón y Caamaño, Galo Plaza o Camilo Ponce Enríquez. Todos estos personajes gozaron de una gran aceptación popular que se expresó en culto a la personalidad, un contundente respaldo electoral y apoyo político que implicó incluso auxilio armado cuando así lo exigieron las circunstancias como en aquella ocasión de la destitución de Neptalí Bonifaz por el Congreso Nacional en 1932. La aureola de seres especiales con que se rodearon, consiguió asimismo que sus directamente subordinados, asuman y acepten sus roles y condición sin ninguna afrenta. Dicho en otras palabras, fueron capaces de desatar en sus colaboradores y servidumbre una verdadera pasión de sumisión, la misma que fue seriamente cuestionada desde las ideologías emancipativas e igualitaristas de izquierda. En este sentido, el caso de la elite social quiteña muestra claramente como las estrategias de distinción sirven para crear legitimidad y hegemonía, lo que les permitió constituirse en un grupo dominante Por último cabe resaltar que las estrategias de distinción seguidas por los sectores altos quiteños, crearon una serie de estereotipos y actitudes de carácter racista que perduran hasta hoy día, los mismos que reforzaron y redefinieron dentro de los nuevos referentes de la modernidad el proceso de exclusión y discriminación que se arrastraba desde la colonia. Pero al mismo tiempo, dichas estrategias de distinción, dejaron beneficios para el conjunto de la sociedad urbana en general. Cuando los sectores medios y populares tomaron como referentes u objetivos a conseguir los paradigmas de confort y bienestar creados por los sectores altos, lograron mejorar sus condiciones de vida y con ello, dignificar su existencia.

28

BIBLIOGRAFÍA 1 FUENTES 1.1 Periódicos - El Comercio - El Día - La Prensa 1.2 Revistas - La Ilustración Ecuatoriana, Colección de Revistas Ecuatorianas, Tomos I, II, III, Banco

Central del Ecuador, Quito - Caricatura, Colección de Revistas Ecuatorianas, Tomos I y II, Banco Central del

Ecuador, Quito. - Hélice, Colección de Revistas Ecuatorianas LVIII, Banco Central del Ecuador, Quito. 1.3 Testimonios 1.3.1 Orales - Entrevista realizada a Fernando Jurado Noboa el 30 de sep del 2003 - Entrevista realiza a José Laso el 4 de noviembre del 2003 1.3.2 Escritos CARRERA ANDRADE, Jorge 1989 El volcán y el colibrí, Autobiografía, Colección Testimonios, No. 3, Corporación Editora

Nacional, Quito. FUNDACIÓN MARIANA DE JESÚS s.f María Augusta Urrutia, Vida y Obra, Fundación Mariana de Jesús, Quito. GONZALEZ SUAREZ, Federico s.f Memoria íntimas, Ariel, Guayaquil. LANDAZURI, Carlos y MICHELENA, Xavier 1990 “José Manuel Jijón: lo que tengo son años y recueros”, Boletín Bibliográfico del Banco

Central del Ecuador, Número monográfico Fondo Jacinto Jijón y Caamaño, Quito, dic. de 1990.

ORTIZ B. Luis 1989 La historia que he vivido, Colección Testimonios, Vol. 2, Corporación Editora Nacional PARRAL DE VELASCO, Corina s.f De la lágrima a la sonrisa, Colección el placer de recordar, Vol. 4, Banco Central del

Ecuador, Quito. RIVADENEIRA, Jorge 2003 “Enma, inglesita, chiva y negrita”, La familia revista del diario El Comercio, Quito 12 de

octubre del 2003 ROBALINO, Luis Dávila 1974 Memorias de un nonagenario, Ed. Ecuatoriana, Quito.

29

SEVILLA SALGADO, Juan 2002 Testimonio de vida, Colección Testimonios, No. 9, Corporación Editora Nacional, Quito. ZALDUMBIDE, Gonzalo 2000 Cartas (1933-1934), edición, prólogo y notas de Efraín Villacís y Gustavo Salazar,

Consejo Nacional de Cultura del Ecuador, Ediciones 2000, Quito. 2. BIBLIOGRAFÍA GENERAL ANDRADE, Raúl 1977 El perfil de la Quimera, Ed. Casa de la Cultura. 1993 “Elegía de la chullita” en: E. Freire (comp.), Quito, tradiciones, testimonio y nostalgia,

T. 2, tercera edición, Librería Cima, Quito. ARCOS, Carlos 1986 “El espíritu del progreso: los hacendados en el Ecuador del 900”, en: Clase y Región en

el agro ecuatoriano, Corporación Editora Nacional, Quito. AYALA, Segundo 1948 Un ilustre ecuatoriano, Ed. Plenitud, Quito. BANCO CENTRAL DEL ECUADOR 1992 La vida de cada día, El Ecuador en avisos 1822 – 1939, Colección Imágenes, Nº 8,

Quito. BEMELMANS, Ludwin 1941 El burro por dentro, Editora Moderna, Quito. BOURDIEU, Pierre 1998 La Distinción, criterios y bases sociales del gusto, Taurus, Madrid. BUSTOS, Guillermo 1992 "Quito en la transición: actores colectivos e identidades culturales urbanas (1920-1950)",

en: Quito a través de la historia, Dirección de Planificación del I. Municipio de Quito, Consejería de obras públicas y transportes, Junta de Andalucía, Quito.

2003 El hispanismo en el Ecuador CARTAGENA, Carlos 1990 “El primer alcalde de Quito”, ANDRADE, Raúl CLARK, Kim 2001 “El sexo y la responsabilidad en Quito: prostitución, género y Estado, 1920-1950”, en:

Revista Procesos, Universidad Andina Simón Bolívar, Theis, Corporación Editora Nacional, I semestre.

2003 “La formación del Estado ecuatoriano en el campo y la ciudad, 1895-1925”, Universidad

Andina Simón Bolívar sede Ecuador, Theis, Corporación Editora Nacional, II sem/2003 CONNIFF, Richard 2002 Historia de los ricos, Taurus, Madrid, 2002. EICHLER, Arturo 1952 Nieve y selva en Ecuador, Guayaquil. 1982 Ecuador. Un País, un Pueblo, una Cultura, Quito.

30

ESPINOSA APOLO, Manuel 2001 “Adscripciones socio-racional y mutaciones étnico-culturales en Quito durante la

primera mitad del s. XX”, tesis de maestría, Universidad Andina Simón Bolívar. FRANKLIN, Albert B. 1945 Ecuador, retrato de un pueblo, Editorial Claridad, Buenos Aires GOETSCHEL, Ana María 1999 Mujeres e imaginarios, Quito en los inicios de la modernidad, Serie pluriminor, Abya-

Yala, Quito. 2002 Imágenes de mujeres, amas de casa, musas y ocupaciones modernas. Quito primera

mitad del s. XX, Documentos No 2, Museo de la Ciudad, Quito. GOFFMAN, Erving 1986 Estigma, la identidad deteriorada, tercera reimpresión, Amorrortu editores. Buenos

Aires. IAN MILLER, William 1998 Anatomía del Asco, Taurus, Madrid. JIJÓN Y CAAMAÑO, Jacinto 1944 Ascendentes de Jacinto Jijón y Caamaño y Barba, nacido en Quito el 31 de marzo de

1944. LARREA Killinger, Cristina 1997 La cultura de los olores, una aproximación a la antropología de los sentidos, Biblioteca

Abya-Yala, Nº 46, Quito. MICHELENA, Javier 1990 “Lectura contemporánea de Jacinto Jijón y Caamaño”, Boletín Bibliográfico, Biblioteca

del Banco Central del Ecuador, Número monográfico del Fondo Jacinto Jijón y Caamaño, diciembre de 1990, Quito

NILES, Blair 1995(1923)Correrías Casuales en el Ecuador, Colección Tierra Incógnita, Vol. 3, Abya-Yala, Quito. OLANO, Antonio 1915 De Popayán a Quito. Impresiones de viaje, Tip. y Encuadernación Salesianas, Quito. PERROT, Michelle 1992 “Escenas y lugares” en: Historia de la vida privada, T. 8, Taurus, Madrid. PINO, Inés del 1993 “Sobre la arquitectura quiteña: 1820-1922”, en: Arquitectura de Quito, una visión

histórica, Serie Quito, Nº 8, Dirección de Planificación, I. Municipio de Quito, Quito. SALVADOR, Humberto 1993 En la ciudad he perdido una novela (1929), Colección Antares, Libresa, Quito. SUÁREZ, Pablo Arturo; LÓPEZ , A y DONOSO, Cornelio 1937 “Estudio numérico y económico-social de la población de Quito”, Boletín del

Departamento Médico-Social 1: 1, Quito. SYLVA, Ramiro de 1918 “La tanda Vermouth”, Caricatura, Nº 2, Diciembre 15.

31

TOBAR DONOSO, Julio 1960 “Introducción” al libro Jacinto Jijón y Caamaño, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Quito,

Ecuador. VARGAS, José María 1971 Jacinto Jijón y Caamaño, su vida y su museo de Arqueología y Arte Ecuatoriano, Ed.

Sto. Domingo, 1971, Quito. VÁSQUEZ, María Antonieta 1988 “Familia, costumbres y vida cotidiana a principios del s. XX”, Nueva Historia del

Ecuador, Vol. 9, Corporación Editora Nacional/Grijalbo, Quito, p. 220. VELASCO IBARRA, José María 1996 Pensamiento político, Biblioteca del Pensamiento Básico, Nº 38, Banco Central del Ecuador, Corporación Editora Nacional, Quito.