una crueldad llamada divorcio

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COLEGIO MADRES ESCOLAPIAS UNA CRUELDAD LLAMADA DIVORCIO. CORDOBA 2012

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Monografia de las consecuencia del divorcio en los niños.

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Page 1: UNA CRUELDAD LLAMADA DIVORCIO

COLEGIO MADRES ESCOLAPIAS

UNA CRUELDAD LLAMADA DIVORCIO.

CORDOBA 2012

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INTRODUCCIÓN

En los últimos años, los divorcios se han multiplicado, dando como consecuencia problemas educacionales, emocionales y familiares en los hijos de estos padres que han terminado una relación y que manifiestan diferentes formas de encaminar la nueva situación. La desvinculación emocional y familiar, el quiebre social es por falta de compromiso de los padres, que ven como solución al divorcio y no enfrentar los problemas juntos. La cuestión a tratar es porque se produce de esta manera y sabiendo las consecuencias no desean retractarse ni enmendar viejas situaciones; el detonador de este hecho son los hijos.

OBJETIVOS:

- Dar a conocer la situación del divorcio en nuestro país.

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CAP. I:

- cambiar amor por pasión, el deseo insatisfecho.- es el mayor destructor anímico y emocional.- el daño es irreversible aunque después se retracten.- que lindo la insactifacción justifica la decisión.- una crueldad llamada divorcio

Factores de riesgo para los hijos en el divorcio

A la hora de estudiar los efectos del divorcio en los hijos es difícil determinar si es el propio divorcio lo que les afecta o una serie de factores sociales que acompañan muy frecuentemente a la separación de las parejas. Entre los factores sociales destacan (Kalter et al. 1989):

Pérdida de poder adquisitivo. La convivencia en común supone el ahorro de una serie de gastos que se comparten. La separación conlleva una pérdida de poder adquisitivo importante.

Cambio de residencia, escuela y amigos. El divorcio de los padres conlleva cambios importantes en el entorno del hijo. Puede tener que cambiar de colegio, o de residencia. El impacto que tiene este factor en el desarrollo y ajuste social del niño es muy importante.

Convivencia forzada con un padre o con miembros de la familia de alguno de ellos. No siempre la elección del padre con el que se convive es la que el niño quiere. La familia de los separados apoya el trabajo adicional y aporta frecuentemente el apoyo necesario para que el padre que se hace cargo del niño pueda realizar sus actividades laborales o de ocio. Este factor conlleva una convivencia con adultos, muchas veces muy enriquecedora y otras no tanto.

Disminución de la acción del padre con el que no conviven. El padre que no está permanentemente con su hijo deja de ejercer una influencia constante en él y no puede plantearse modificar comportamientos que no le gustan los fines de semana que le toca visita. Por otro lado, el niño pierde el acceso a las habilidades del padre que no convive con él, con la consiguiente disminución de sus posibilidades de formación.

Introducción de parejas nuevas de los padres. Es un factor con una tremenda importancia en la adaptación de los hijos y tiene un efecto importantísimo en la relación padre/hijo.

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Si se dan, además factores emocionales en los padres los efectos negativos en los hijos pueden multiplicarse. Por ejemplo:

Una mala aceptación del divorcio por uno de los padres puede llevarle a convivir con una persona deprimida u hostil.

Un divorcio conlleva de forma por su propia esencia una cierta hostilidad entre los padres. Cuando esa hostilidad se traslada a los hijos, intentando que tomen partido o que vean a la otra persona como un ser con muchos defectos, se está presionando al niño para que vea a su padre desde un punto de vista equivocado, porque tendrá muchos defectos; pero siempre será su padre. Si la hostilidad entre ellos persiste después del divorcio, es difícil que no afecte la convivencia con el niño.

Efectos de esos factores

Vamos a estudiar los efectos del divorcio, ya sean debidos a estos estos factores o el propio divorcio, Amato (1994) realizó un estudio resumiendo los efectos que se habían encontrado en los niños cuyos padres se habían divorciado y señala diferencias con los niños cuyos padres continúan juntos:

Bajada en el  rendimiento académico. Peor autoconcepto Dificultades sociales Dificultades emocionales como depresión, miedo, ansiedad,… Problemas de conducta.  Wallerstein (1994) ha realizado el seguimiento de 131 niños

durante 25 años y ha encontrado que estos efectos del divorcio en ellos no se limitaban al periodo de duración del divorcio, sino que trascendían a toda su vida. Otros estudios confirman esta afirmación (Sigle-Rushton, Hobcraft y Ciernan, 2005)

Señala Wallerstein, como factor interesante, las dificultades que encontraban para creer en la continuidad de la pareja, con lo que su nivel de compromiso con la pareja era mucho menor. Hay que tener en cuenta que el compromiso es un elemento importante tanto en la estabilidad de la pareja como en el grado de felicidad subjetiva que aporta (ver http://www.psicoterapeutas.com/terapia_pareja/pjactual.pdf).

Efectos emocionales del divorcio en los hijos

Como siempre hay que señalar que las reacciones emocionales que se dan en los hijos no están predeterminadas. Dependen de un número importante de factores, como la historia del niño y la manera y habilidad

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que tiene para enfrentarse a la nueva situación que tiene un influencia tremenda en su vida. Como orientación se incluyen algunas de las reacciones que pueden aparecer dependiendo de la edad. Son solamente orientativas.

De tres a cinco años:

Se creen culpables por no haber hecho la tarea o no haber comido. Su pensamiento mágico les lleva a tomar responsabilidades tremendamente imaginarias.

Temen quedarse solos y abandonados. Hay que recordar que en estas edades los padres constituyen el universo entero de los niños y que la relación en la pareja es el medio en el que ellos están cuidados y mantenidos.

La edad más difícil es la de 6 a 12 años.

Se dan cuenta de que tienen un problema y que duele y no saben como reaccionar ante ese dolor.

Creen que los padres pueden volver a juntarse y presionan o realizan actos que no llevan más que a un sentimiento de fracaso o a problemas adicionales en la pareja.

Los adolescentes experimentan:

Miedo, soledad, depresión, y culpabilidad. Dudan de su habilidad para casarse o para mantener su relación.

Como elemento a tener en cuenta en la asignación de los hijos a los padres es el hallazgo de que los hijos criados por el padre del mismo sexo se desarrollan mejor.

El divorcio no puede considerarse como una causa de problemas psicológicos, sino como un factor que hace a la persona más vulnerable (Vangyseghem y Appelboom, 2004)

 

Vangyseghem y Appelboom, 2004 Rev Med Brux. 2004 Oct;25(5):442-8. Psychological repercussions of parental divorce on child. [Article in French]

 

Parental Disruption and Adult Well-Being: A Cross Cohort Comparison Wendy Sigle-Rushton John Hobcraft and Kathleen Kiernan

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El mundo emocional del niño

Cuando los padres se divorcian los niños viven emociones muy intensas y dolorosas.Las más frecuentes son:

Tristeza y/o depresión. Estas emociones son el resultado de las pérdidas que están viviendo: 

o Una familia con papá y mamá juntos,

o la estabilidad y seguridad que implica tener a ambos padres viviendo con ellos,

o la forma de vida que conocen, aunque sea conflictiva,

o tiempo compartido con alguno de los padres o con ambos, ya que éstos tienen menos tiempo y energía para estar con ellos,

o etc.

sensación de rechazo o falta de cariño. Con frecuencia los niños piensan, que si el padre o la madre que se va los quisiera más, permanecería con ellos.

Inseguridad y temor. Todo lo desconocido puede generar ansiedad e inseguridad. Un divorcio implica grandes cambios, que los niños no saben cómo enfrentar o de que manera les va a afectar.

Temor, provocado por el pensamiento de que si sus padres se dejaron de querer, pueden dejar de quererlos a ellos también.

Enojo. El coraje que sienten puede surgir por diferentes motivos:

o Lo injusto de la situación,

o la "falta de cariño" del padre o la madre que desea el divorcio y/o

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o la "debilidad" o "indiferencia" del que no luchó más, por evitarlo,

o etc.

Es importante ayudarlos a reconocer el enojo, pero sin que lo manifiesten a través de la agresión.

Culpa. Con muchísima frecuencia los niños creen que ellos son los culpables del divorcio, por cosas que hicieron o que dejaron de hacer.

Vergüenza. Este sentimiento puede surgir ante:

o el temor por lo que va a decir la gente, sus amigos, etc., y/o

o sus propios sentimientos.por ejemplo, los niños pueden considerar, que tener miedo o llorar continuamente, está mal.

Confusión. A pesar de las explicaciones de los padres, hay conductas y sentimientos que los niños no entienden y que los desconcierta y angustia. Esta confusión es aún mayor, si no estaban conscientes de lo deteriorado de la relación.

Traición. Los niños esperan que sus padres estén siempre con ellos, para amarlos y protegerlos. Cuando, debido al divorcio y a los problemas que éste provoca, se sienten abandonados física o emocionalmente, por uno o por ambos padres, se sienten traicionados.

Impotencia, porque no tienen ningún control sobre la situación.

Soledad. Sienten que nadie puede entender plenamente su dolor y la falta de ambos padres.

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Uno, porque se va de la casa y el otro, porque emocionalmente no está con ellos, cuando lo necesitan.

Alivio, porque disminuyen los gritos y conflictos, por lo menos momentáneamente.

Esperanza de que los padres regresen y vivan juntos nuevamente.

Responsabilidad.Sienten que están obligados a hacer sentir bien al padre o a la madre, cuando los ven sufrir. En estos casos, los padres deben de ser muy cuidadosos de no fomentar esta actitud, ya que implica una carga emocional demasiado grande para los hijos.

Presión u obligación de hacer algo para evitar el divorcio y mejorar la relación.

Culpa y deslealtad.Con frecuencia los hijos se sienten que, si le demuestran su cariño a uno de sus padres, están siendo desleales con el otro.

regresar al índice.

http://www.crecimiento-y-bienestar-emocional.com/ninos-diferentes-sentimientos.html

de Gottman Los cuatro jinetes

 Las grandes pasiones de los primeros años no constituyen garantía de una unión durable

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- Casi todas las parejas suelen tener los mismos conflictos 

- Casi el 70% de los problemas de pareja no tienen solución

- Los problemas no disminuyen con el tiempo, sino que se agravan

- Las parejas discuten por los mismos temas a través de los años 

- Las parejas que se divorcian tienen la misma cantidad de dificultades que las que

permanecen juntas

- La similitud de caracteres o de opiniones no son garantía para una relación estable 

- No existen parejas que sean incompatibles

Estas son algunos de los hallazgos de investigaciones realizadas en países tan disímiles como

Australia, Alemania, Países Bajos y Nueva Zelanda llevadas a cabo, entre otros, por John

Gottman y Clifford Notarius.

Por su parte, Ted Huston, en sus estudios de seguimiento a parejas recién casadas, encuentra

que aquellas que se divorcian no se diferencian en casi ninguna categoría de las que

permanecen casadas. La probabilidad de separación no se relaciona ni con la cantidad de

desacuerdos ni con los tópicos conflictivos. Lo que distingue a las relaciones sólidas de las

frágiles es la forma cómo se manejan los conflictos y la capacidad de aceptaciónde

aquello que no se puede modificar.

Según Gottman, el problema no radica en las diferencias o conflictos mismos, pues son

comunes e inevitables en la inmensa mayoría de las relaciones; sino que aquellas parejas que

acaban separándose suelen quedar entrampadas dentro de intensas emociones negativas y

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caen en una espiral autodestructiva consistente en emplear sistemáticamente cuatro

mecanismos comunicacionales que son altamente dañinas dado que dificultan solucionar lo

enmendable o bien aceptar lo incambiable. Estando presentes en las interacciones de una

pareja, se puede predecir el divorcio con un 85% o más de seguridad, especialmente si ellos no

efectúan acciones reparatorias. Debido a su gravedad los denominó como Los Cuatro Jinetes

del Apocalipsis y se constituyen en los principales predictores del divorcio, a saber:

Defensividad, Indiferencia, Crítica y Desprecio.

Defensividad: rígida actitud de defensa automática ante lo que es percibido como ataque,

eludiendo nuestra cuota de responsabilidad en la construcción del conflicto y desconfirmando

las percepciones del otro. Se recurre a las tácticas de negación, no admitir estar equivocado,

buscar excusas, inventar explicaciones, responder con otra queja y/o contraatacar. Con todo lo

anterior se está implícitamente culpando en forma indirecta a nuestra pareja e invalidando su

queja. El mensaje que emitimos es: “El problema no soy yo”. Al tratar de anticipar ataques

potenciales, podemos caer en un estado hipersensible y de moderada paranoia, sintiendo que

el responsable del malestar es el otro.

Indiferencia: en vez de emitir señales de estar atentos a la conversación, asumimos una

postura evasiva de distanciamiento y superioridad consistente en desconectarse y replegarse

en uno mismo, ignorando al otro como si no nos importara. Se recurre a las maniobras de

poner cara inexpresiva, apartar la mirada, responder lacónicamente o mantenerse en total

silencio. Con ello estamos implicando que hemos efectuado una condena previa en contra de

nuestra pareja, desvirtuando su queja. Si sentimos que una situación es insoluble,

probablemente creamos que la insensibilidad es la única salida o la menos destructiva. Usada

de vez en cuando, esta táctica puede constituir una última defensa para no atacar. No obstante,

empleada como norma, está reflejando un deseo de escapar más que un intento de aplacar los

ánimos.

 Critisismo: a diferencia de una queja, la crítica consiste en descalificaciones o ataques

personales implacables y/o excesivos. Implica mucho más que una simple protesta por una

conducta específica. Se trata de un atentado en contra de la otra persona, puesto que en el

fondo es un juicio dirigido a su carácter y no a sus actos. Generalmente incluye las acciones de

culpar y difamar, así como el uso del nunca y del siempre. Las críticas tienen un impacto

emocional muy corrosivo, dejando al receptor avergonzado, disgustado, ultrajado y humillado.

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Desprecio:[] implica una ostensible falta de respeto, de mirar en menos al otro y/o de sentir

aversión. Incluye el uso del sarcasmo y del humor hostil, poner cara de desprecio o los ojos

en blanco en un gesto de resignación o bien fruncir el labio, señal universal de disgusto. La

forma más evidente consiste en la ridiculización mediante la burla remedando y en el insulto

directo («idiota», «puta»), aunque el lenguaje corporal puede reflejar grados aun peores de

menosprecio. Similar al odio, el desprecio puede relacionarse con la indignación y la amargura,

creciendo a medida que vamos almacenando y alimentando durante largo tiempo

pensamientos negativos acerca de nuestra pareja. Fuera del rencor, también refleja un

sentimiento de superioridad, donde se mira al otro con condescendencia, devaluándolo y

considerándolo indigno.

Estos cuatro mecanismos se van gestando desde los inicios de la relación,  agudizándose en

períodos más vulnerables (como la llegada del primer hijo) y cada una de ellas sienta las bases

para la siguiente, siendo el desprecio el más destructivo de todos. Se trata de factores que

actúan como causa-efecto y que, en el fondo, implican que se ha efectuado un mudo veredicto

de culpabilidad en contra del otro y lo que se le transmite es una sensación de rechazo, lo

cual atenta contra la necesidad básica de sentirnos aprobados, aceptados y valorados por

nuestra pareja. Si bien en ciertos momentos casi todos podemos habernos sentido rechazados

y podemos haber incurrido ocasionalmente en algunos de ellos, la forma como se maneje esta

situación determinará el nivel de daño que puede ocasionar.

En otras palabras, las disputas no son negativas en sí mismas y dentro de una relación

funcional nos deberíamos sentir lo suficientemente seguros como para discutir o protestar

abiertamente. No obstante, si no nos sentimos escuchados ni considerados, algo que partió

como una queja concreta puede transformarse en un ataque. Pero una pareja se tornará

disfuncional y estará en riesgo de divorcio solamente cuando recurre sistemáticamente a

dichas maniobras comunicacionales, si predominan las interacciones negativas al no ser

capaces de salirse de la espiral de agresiones, si no logran manejar el enojo sin menospreciar

al otro y cuando no se intentan acciones reparatorias.

Los investigadores han identificado 5 tipos de matrimonios, cada uno con distintos riesgos de

divorcio:

Uno busca y el otro elude: es el tipo que tiene el riesgo más alto de fracaso. Generalmente es

la mujer la que plantea los problemas y el hombre los desestima.

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Desprendidos (desapegados): riesgo alto. Se trata de personas emocionalmente distantes que

parecen no necesitar intimidad; reflejan falta de interés mutuo.

Inestables: riesgo alto. Se trata de personas volátiles y que se exaltan fácilmente. Su relación

se caracteriza por ciclos de peleas y de acercamiento sexual.

Unidos: riesgo bajo. Esta pareja comparte las responsabilidades y al mismo tiempo gozan de

autonomía. El matrimonio es para ellos un refugio.

Tradicionales: es el de menor riesgo. La pareja comparte una interpretación tradicional del

papel preestablecido para cada género. 

 Extracto del libro “Las 7 Reglas de Oro Para Vivir en Pareja”

Por John Gottman

LOS NIÑOS NO SE DIVORCIAN

Beatriz Salzberg*

Resumen

La autora del libro “Los niños no se divorcian” plantea en este artículo los

objetivos de

una intervención profesional psico-social tras un divorcio. Aborda los efectos

que la

desprotección de los padres produce en los hijos y las consecuencias de la

reestructuración familiar. Siguiendo el hilo conductor de un análisis

pormenorizado de

la situación de post-divorcio, quiere llegar a encontrar los mejores antídotos

contra el

dolor y el sufrimiento infantil.

El divorcio es cada vez más frecuente en nuestra sociedad.

Cuando abordamos un tema como este, que tiene tantas connotaciones

sociales,

políticas, educativas y religiosas, debemos extremar el cuidado para que

nuestras

creencias personales no afecten ni interfieran en el análisis de las familias

luego del

divorcio, ni en la evaluación de sus consecuencias en los hijos.

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Si uno idealiza la familia puede tender a pensar que los hijos de los divorciados

estarán peor que los de las parejas conyugales estables. De hecho, los

primeros

estudios centraron su observación en el acto del divorcio y consideraron dos

conjuntos: matrimonio / divorcio; atribuyendo a la disolución matrimonial unas

consecuencias patológicas para los hijos, preservadas en todos los casos de

unión y

convivencia conyugal. Sin embargo, un acontecimiento, aunque traumático, no

puede

por sí solo ser el eje de todo un devenir psicopatológico. El análisis de familias

que

habían pasado por esa situación me llevó a precisar un poco más el problema

que

denominaré: los efectos de la desprotección parental a consecuencias de las

reestructuraciones familiares patológicas post-divorcio. Ya no tendremos el

conjunto

de los casados frente al de los separados, si no el análisis de las relaciones

padres /

hijos antes, durante y después del divorcio.

El divorcio es una crisis que conmociona a todo el grupo familiar. De las crisis

se

puede aprender superándolas, o bien quedar detenido en ellas repitiendo

situaciones

de dolor, ira y fracaso.

El divorcio es una decisión de los adultos, que de este modo disuelven sus

lazos

conyugales y establecen las obligaciones y derechos hacia los hijos. El

divorcio legal

no alcanza para explicar el estancamiento en la crisis.

Muchos divorciados continúan pleiteando durante años porque no pueden

concluir el

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“divorcio emocional”. El modo como los padres resuelven la crisis y superan el

dolor

por la pérdida del matrimonio es el primer factor a considerar en la repercusión

del

divorcio en los hijos.

Los divorciados deben elaborar el duelo por el matrimonio muerto y proceder a

su

entierro dentro de cada uno de los cónyuges. Para lograrlo hay que asumir que

ha terminado aunque uno no lo haya querido y superar la posición de víctima o

culpable,

bueno o malo que son categorías alejadas del análisis de las relaciones de

pareja.

En el matrimonio confluyen dos tipos de lazos, los conyugales y los parentales.

El

divorcio solo disuelve los primeros. El éxito en la preservación de los hijos

depende de

la continuidad de los lazos parentales. Cuanto antes los ex – esposos

recuperen la

función parental, más protegidos estarán los hijos.

Ni se casan ni se divorcian

La capacidad negociadora de los cónyuges opuesta a la manipuladora y

disgregadora

marcará el buen o mal pronóstico en la re-estructuración post-divorcio. Cuando

trabajamos con parejas pre-divorcio o post-divorcio es importante comprometer

a

ambos miembros en las entrevistas. Cuando el duelo por el matrimonio perdido

no ha

concluido, los separados siguen “casados” en la disputa, utilizando a los hijos

para sus

fines personales y perjudicando su futuro.

Los niños no se casan ni se divorcian. Pero, en ocasiones, un divorcio se salda

con la

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desaparición o inconstancia de uno de los padres. Otras veces los hijos se

encuentran

en medio del conflicto obligados a cumplir distintas funciones.

Centurión: Al cuidado de la seguridad física de unos de los cónyuges al que

protegen de la violencia del otro.

Espía: De uno contra el otro. A veces doble espía.

Prisionero o Rehén.

Toda vez que sus padres les colocan en medio de la batalla escuchando las

descalificaciones, mirando esa violencia física, participando de su intimidad, los

están

maltratando.

Los esposos viven el divorcio como un fracaso, una ruptura, y sienten tristeza,

ira o

dolor por la pérdida de la vida compartida, por la ilusión pisoteada o por la

caída del

mito difundido que el amor todo lo cura y la felicidad es eterna. El fin del

matrimonio,

como experiencia de pérdida, se resolverá según la historia previa de la vida de

cada

uno de los cónyuges.

La separación y divorcio de sus padres despierta en los hijos fantasías de

abandono

por la pérdida de la convivencia vivida como inseguridad e inestabilidad. Es el

miedo a

la ruptura de la protección que representa para un hijo contar con un padre y

una

madre. Es también el temor a ser culpable de la separación a la caída de la

seguridad

de contar con adultos responsables a los que encuentra convertidos en seres

violentos, explosivos, e impacientes con él. Un divorcio no resuelto por los

padres,

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puede expresarse a través de un síntoma psicopatológico en el hijo. Proteger a

un hijo

es permitirle:

No sentirse culpable ni creer que la causa del divorcio o que si él no hubiera

nacido sus padres no hubieran tenido problemas entre ellos.

No entrar en medio de la batalla de sus padres.

Ser escuchado como sujeto y no como un objeto a disponer arbitrariamente por

uno u otro de los cónyuges.

Sentir que lo siguen queriendo como antes de que comenzara el divorcio.

Informarlo verazmente sobre lo que está ocurriendo y favorecer la expresión de

sus opiniones, temores y angustias.Reestructuraciones familiares post divorcio

El divorcio no siempre finaliza con la firma. La ex-pareja continua la disputa en

un

clima violento y/o abandona sus funciones parentales. La crisis se perpetúa en

las

cuestiones atinentes a los hijos:

¿Quién los tendrá a su cargo?

¿Cuándo estarán con el otro?

¿Cómo se repartirán los gastos de manutención?

Me referiré a los efectos psicopatológicos que generan reestructuraciones

familiares

que tienen en común la pérdida de uno o más miembros de la familia. Esta

pérdida

puede recaer tanto en uno u otro de los progenitores, como en el niño, cuando

media

doble abandono parental.

En los tres casos queda un excluido. La pérdida del sitio puede ser tanto

voluntaria

como obligada. Estas alteraciones agigantan la presencia y palabra de uno de

los

padres, mientras el otro se diluye.

Abandono y traumatismos psíquicos

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Las reestructuraciones familiares que producen los peores efectos en los hijos

son:

Padre y madre abandonan a sus hijos.

Padre abandona a los hijos.

Madre abandona a los hijos.

Padre y madre entrometen a los hijos en su discordia y se interfieren en sus

funciones.

La situaciones de abandono real de los padres a consecuencia de un divorcio,

que

suceden en las distintas clases sociales produciendo pseudo-huérfanos,

constituyen la

mayor fuente de traumatismos psíquico en los niños. Sin embargo, es más

frecuente

observar como la relación con uno de los progenitores ha quedado convertida

en algo

imprevisible y discontinuo. El efecto es siempre nefasto.

La inconsistencia en el régimen de visitas que puede llevar a la desaparición y

abandono del padre / madre no tenedor siempre deja cicatrices para toda la

vida.

Alimentan la depresión, mina la autoestima y culpabiliza al niño que siente que

ello le

ocurre por un fallo suyo “no lo quieren porque no es bueno”.

Muchas fobias, depresiones y trastornos graves del comportamiento de los

hijos son

reacciones al abandono de uno de los padres. El padre/madre fantasma que

desaparece hace más difícil la vida del niño. Elaborar el abandono de un

progenitor es

una pesada carga, un duelo difícil de superar.

La experiencia de divorcio y abandono sensibilizan a estos niños ante

situaciones de

pérdida o separación, provocan ansiedad y los enfrentan a los sentimientos de

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desvalidez y denigración. Ahí se deben buscar las causas de tantos trastornos

de

conducta, expulsiones escolares, rechazos por sus compañeros de niños con

tanta

facilidad para hacerse “enemigos”. Inmiscuir a los hijos en la discordia e

interferir la relación con el otro (ex esposo o

esposa) incitando su participación en un bando provoca desamparo. En otros

casos

se usa al hijo como reunificador de la pareja. Darle papeles como este u otros

es

manipularlo para elegir a uno y rechazar a otro. O sea, es obligarlo a perder, a

divorciarse antes de haberse casado y quedar atrapado en las redes del otro

progenitor.

La intervención psicosocial en los casos de divorcio

Los objetivos de nuestra intervención deben tender a:

Permitir a los padres recuperar las funciones parentales.

Esclarecer con ellos los distintos lugares de cada uno que sí continúan:

padremadre-hijos.

Trabajar en entrevistas con ambos padres aunque sean ex esposos

Diferenciar el sufrimiento del adulto del de los hijos.

Disolver las alianzas intergeneracionales (padre/hijos contra madre),

(madre/hijos contra padre) y favorecer el acuerdo entre los padres en las

cuestiones atinentes a los hijos.

En suma, tratar de esclarecer los términos de la disputa y hallar los medios

para

acordar pactos. Estos acuerdos les permitirán:

Trasmitir normas de conducta congruentes.

Responsabilizarse ambos de sus hijos.

Favorecer la relación del ex cónyuge con los hijos en beneficio de los niños de

ambos.

Poder estar ambos próximos a sus hijos.

Participar activamente en su vida educativa, cultural y religiosa

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Intervenir en todos los momentos cruciales de la vida de sus hijos

El antídoto contra el sufrimiento infantil

Es importante albergar en aquellas cuestiones que se refieren a los padres.

Estas

abarcan desde las de aquellos padres que solo pueden sentir el propio

sufrimiento y

negar cualquier otro, hasta las más o menos ajustadas a la realidad con

reconocimiento por el dolor de los hijos.

La capacidad de los progenitores de diferenciar y tener en cuenta el sufrimiento

de los

hijos, diferente del propio, asegura un buen pronóstico en el post-divorcio. Por

el

contrario, cuando no pueden percibir las diferencias entre ellos y los hijos, son

padres

narcisistas con dificultad para elaborar situaciones de pérdida y dolor. Cuando

una

persona deja de discriminar la realidad independiente del otro, el proceso de

elaboración post-divorcio va mal. Los padres con estas características

favorecen

confusiones y apegamientos indiferenciados con sus hijos y suelen ser

personas

frágiles e inseguras.

Las entrevistas con los padres también permiten evaluar un post-divorcio a

partir de la:

1. Recuperación de la capacidad y cuidado de los hijos.

2. Calidad y cuidado en la comunicación con ellos.

3. Acuerdos compartidos de visita y el cuidado por no interferirse en las

funciones

parentales.4. Colaboración con estos puntos por parte de las familias de origen

y en caso

contrario, su neutralización.

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Por lo general, a partir del divorcio, en los niños pueden aparecer diversos

trastornos

que acentúan las características previas de cada hijo: temores, cambios

bruscos de

humor, irritabilidad, pesadillas, dependencia y apegamientos, dificultades en la

escuela, retraimiento. Son reacciones esperables, que pasado el tiempo de

reacomodación a la nueva situación desaparecen. Si ello no ocurriera y

persitieran,

habría que hacer una consulta con un especialista.

Nuestra tarea se centra en:

Favorecer acuerdos amigables entre los padres.

Mantener los hijos al margen de las disputas.

Lograr que no se entorpezcan las relaciones con ellos.

En estos puntos se encuentra el mejor antídoto contra el dolor y el sufrimiento

infantil y

es la mejor forma de prevención de su salud.

Haber admitido que la ruptura conyugal no rompe la parentalidad, porque los

que se

divorcian son solo los esposos, es el mejor pronóstico para sus hijos. Ellos no

deben

ser obligados a “divorciarse” perdiendo al padre y/o a la madre, luego de un

divorcio.

Sobre la Autora: Beatriz Salzberg es Psicóloga, Psicoanalista. Miembro del

Equipo de la Clínica Psicoanalítica Logos, de Barcelona y Docente de la

Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Barcelona. Es

además Coordinadora del Área Psicosocial de la ECAI (Entidad Colaboradora

en Adopciones Internacionales) “Creixer Junts”, de Barcelona y Supervisora del

Equipo del EIPI (Equipo Interdisciplinario en Primera Infancia) Erasmo Janer,

en Barcelona. Autora del libro “Los Niños no se Divorcian”, Editorial Logos,

1993, y coautora de “El Lugar de los Padres en el Psicoanálisis de Niños”,

Lugar Editorial; “Gemelos, Narcisismo y Dobles”, Ed. Paidos, 2000 y

“Ampliando el Mundo”. Síntesis. 2005

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COLEGIO MADRES ESCOLAPIAS

Agradecemos a la Revista de Treball Social la cesión de este artículo

aparecido en su número 143.

6. CONCLUSIONES CONFIRMADAS SOBRE CONSECUENCIAS DEL

DIVORCIO EN LOS HIJOS http://www.sc.ehu.es/ptwmamac/Capi_libro/40c.pdf

Carmen Maganto Mateo

6.1. Conclusiones generales provenientes de la clínica

Parece que es posible concluir a la vista de la revisión de las

investigaciones previas y de los datos provenientes de la clínica que:

a) El funcionamiento o rendimiento intelectual desciende en los

niños de familias separadas, especialmente en el periodo del

proceso de separación e inmediatamente posterior al mismo,

independien-temente de la edad de los sujetos, pero

acentuándose esta diferencia entre los 8 a 11 años.

b) Las conductas sociales relacionadas con factores internalizantes,

como sumisión, timidez, inhibición, inseguridad, dependencia,

culpabilidad se incrementan en estas muestras en la franja de

edad de 6 a 11 años y con más intensidad en las edades

tempranas.

c) Por el contrario las conductas externalizantes como agresividad,

desobediencia a las normas, excitabilidad y ansiedad se agudiza

en las edades de la adolescencia. Todos estos datos confirman

los estudios de Hetherington y colbs, (1982, 1985) y Zill (1988).

d) En principio, como toda pérdida conlleva un duelo, los niños

viven la separación de sus padres como una pérdida inicial en

distintos aspectos: vivir con los dos, y perder a uno, perder

capacidad adquisitiva, perder seguridad, etc. Luego los Carmen Maganto

Mateo

Consecuencias psicopatológicas del divorcio en los hijos

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sentimientos depresivos suelen ser habituales en los niños, sin

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que se llegue a estructurar una depresión clínica.

e) Mayor reactividad, alerta y suspicacia a las reacciones

emocionales de los padres, este aspecto se incrementa en la

medida que les ha sorprendido el hecho de la separación o bien

en la medida que los conflictos relaciones se agudizan y

vehiculizan en la distancia, utilizando a los hijos como objeto de

sus propias agresiones.

6.2. Conclusiones desde el punto de vista evolutivo

Parece posible concluir que existe una psicopatología evolutiva en

función de la edad en la que se experimenta esta situación. Para algunos

investigadores clínicos esta situación no difiere en gran manera de lo que

sucede con otras situaciones traumáticas para los hijos. La psicopatología

depende de la capacidad de enfermar, y la expresión emocional y

conductual de la misma depende en gran manera de la edad de los sujetos.

Así, podría decirse que:

• Cuando este hecho ocurre durante el embarazo o en los

primeros meses de vida del niño, en general la madre suele estar

deprimida, alterada psicológicamente, y es más probable que

afecte al desarrollo evolutivo del niño, por la vulnerabilidad del

sujeto humano.

• De a 1 a 3 años: Los síntomas más frecuentes tienen que ver

con comportamientos regresivos, necesidad de más atención,

timidez en la conducta social y pesadillas nocturnas. La

tendencia es a creer que les han abandonado.

• De 3 a 6 años: Entre las reacciones posibles, suele ser común el

sentimiento de culpa, por lo que se muestran o muy obedientes o

extremadamente agresivos. Tienden a negar la ruptura, no

quieren hablar de ella y preguntan por el padre ausente como si

fuera a volver, independientemente de los que se les ha

explicado, máxime si no se ha explicado claramente la situación.

Se realiza una idealización del padre ausente o bien, depende de

las circunstancias, un rechazo total, hasta negarse a verle. o

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estar con él/la.

• De 6 a 10 años: Sentimientos ambivalentes entre afectos y

rechazo por tener que vivir esa situación y especialmente por

tener que elegir. A esta edad se les pregunta. Sentimientos de

rabia, tristeza y nostalgia. El rendimiento escolar se ve afectado.

• Preadolescentes y adolescentes: Se observan los extremos del

comportamiento, dependiendo de sus características previas.

Aparece el extremo de la rebelión, unirse a pandillas con droga y

alcohol, baja el rendimiento académico, y manejan a ambos

padres. En el otro extremo están los supersumisos, los

temerosos a ser abandonados por la otra parte, los que siente

vergüenza de decir lo que ocurre, etc.

La clínica tiende a pensar que pocos salen reforzados de esta

situación y que el sentimiento de haber sido abandonados, o de haber

sufrido una herida les dura toda la vida.

6.3. Estudios empíricos en muestras no clínicas

Los estudios realizados con muestras no clínicas demuestran que no

hay un patrón único de comportamiento ni que las secuelas dependan del

hecho del divorcio o separación, sino de la comparación entre dos

situaciones, un ANTES y un DESPUÉS y del BALANCE entre ambas.

Algunos salen más reforzados, flexibles y autónomos que otros niños

que viven con ambos padres. La importancia del estilo familiar y relacional,

Carmen Maganto Mateo

Consecuencias psicopatológicas del divorcio en los hijos

14

la calidad de afecto, etc., es de suma importancia para separados y no

separados. Las secuelas dependen de cómo sea esta relación previa a la

separación y qué se gana y se pierde tras esta ruptura.

Las investigaciones que aportan datos más contradictorios están los

de Francescato (1995). Las consecuencias negativas se observan en el

ámbito escolar, famliar y social. Existen inicialmente problemas escolares

tras la separación, sentimientos de tristeza y sufrimiento, problemas de

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comportamiento, en el sentido de una conducta más desordenada, mayor

impulsividad, y se tienen menos en cuenta los problemas ajenos, etc.

Sin embargo, este mismo autor recoge otros estudios que, por el

contrario, confirman resultados positivos: más consideración y confianza con

el otro sexo en el futuro; más flexibilidad mental; mejor relación con la madre

y más independencia y autonomía (Dolto, 1989; Francescato,1995).

Además de lo que ocurre en el seno de la familia, las investigaciones

sobre las consecuencias confirman la importancia del apoyo social que

media en el proceso. Se entiende por apoyo social a la ayuda emotiva,

informativa, relacional y material que es posible encontrar en el contexto

social.

6.4. Conclusiones con relación al rol de los hijos

Es frecuente que tras la separación y divorcio, los padres tengan

hacia los hijos otras formas de conducta y relación, lo que implica, en no

pocas ocasiones, un cambio de roles relacionales. Los roles que los padres

asignan a sus hijos está en función de sus propias actitudes hacia ellos. La

experiencia confirma que en ocasiones son “utilizados” para satisfacer

necesidades personales bien de compañía, venganza contra el otro

progenitor, rol de pareja en algunas decisiones, y sin duda en muchas

ocasiones se les convierte en “emisarios emocionales”, diciendo al hijo lo

que se desea decir a la pareja. La tendencia a que los hijos “suplan” a la

pareja ausente se concreta en los regalos que se le hacen, la petición más o

menos explícita de esté con él/ella en casa, que duerma en su habitación,

que sean un soporte emocional, descargando sobre ellos situaciones

emocionales que no les corresponde asumir (Francescato, 1995).

Un análisis de los roles que más comúnmente asumen los hijos son:

• El “hijo posesión”

• El “hijo cartero”

• El “hijo suplente” de la pareja

• El “hijo amordazado”

• El “hijo apoyo social”

Esta es otra de las variables que afectan sin duda al impacto o

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consecuencias psicopatológicas que el divorcio tiene en los hijos. Por

supuesto, que el análisis de las investigaciones anteriormente presentado

no agota el tema que aquí se plantea, es necesario mayor número de

investigaciones contrastadas sobre dicho tema para confirmar o rechazar

estudios previos.

Referencias bibliográficas

Alberdi, I (1992). Cambios en el derecho de la familia y sus repercusiones

sociales. Infancia y Sociedad, 16,36-48.

Benedek, E.P. y Borwn, C.F. (1999). Cómo ayudar a sus hijos a superar el

divorcio. España: Ediciones Médicas

Bengoechea, P. (1992). Un análisis exploratorio de los posibles efectos del

divorcio en los hijos. Psicothema, 4, (2), 491-511.

Bernal, T. (1993). Primer programa público de mediación familiar:

Resultados 1993. Anuario de Psicología Jurídica, 43-53.

Bernal, T. y Martín, G. (1991). Separación y divorcio negociado. Anuario de

Psicología Jurídica, 87-97.

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