turismo y patrimonio cultural
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¿Turismo, patrimonio cultural y buen vivir?
Enrique Cabanilla
Profesor titular
Universidad Central del Ecuador
Es muy notorio en estos días la insostenibilidad que ha desatado el turismo de masas en
algunas ciudades, especialmente europeas, que se han destacado por su patrimonio
cultural. Parece ser que los procesos de turistificación, puesta en valor y gentrificación,
han sobrepasado los límites aceptables por los residentes locales. Los modelos de gestión,
supuestamente exitosos, muestran hoy debilidades que son inmanejables, pues la multitud
de visitantes parece ser incontrolable, rebelde y por consiguiente una amenaza a la
sostenibilidad.
Hay que comprender que estos graves impactos no son sólo la aglomeración de personas
ante un atractivo; o las largas filas para entrar a un lugar que bloquean la accesibilidad a
otros, como tampoco son solamente, la especulación inmobiliaria o de productos de
consumo, sino principalmente, es el visible descontento de los habitantes locales ante un
espacio, su territorio, que está siendo minado por un turismo voraz, básicamente
mercantilista, dependiente de cifras económicas para su éxito, que parece olvidar sus
compromisos con el planeta.
Esta primera reflexión la hago desde el más profundo convencimiento de que el turismo
es un mecanismo que está alineado con la consecución de varios de los nuevos objetivos
de desarrollo, que puede ser un instrumento de preponderancia en el desarrollo local y
que además su contribución a la protección de los recursos naturales y culturales ha sido
mayor que los impactos negativos generados por este fenómeno.
Ante esta realidad es necesario cambiar de paradigma, esto es migrar desde un turismo
regulado solo por las fuerzas del mercado, a una actividad que satisface un derecho
humano, de forma equitativa, accesible y descentralizada. Es imperativo humanizar el
turismo. No es justo esperar que más entornos culturales, como los patrimonios de la
humanidad, sean nuevas víctimas del turismo de cifras, donde las empresas y la política
pública han priorizado el flujo de efectivo antes que la prevención de efectos nocivos en
el patrimonio o en el bienestar de las comunidades receptoras.
Los observatorios turísticos han obviado la medición de la satisfacción del anfitrión -
residente, sobre el uso turístico de su territorio y su cultura. Ahí existe una tarea pendiente
de suma importancia para monitorear como las comunidades receptoras evalúan los
impactos del turismo en su buen vivir, junto con otros indicadores ya conocidos.
Los posibles beneficios del turismo a los ciudadanos se deben verificar en mejoras sobre
la calidad de vida y no en la creación de burbujas territoriales, como por ejemplo las zonas
seguras para turistas, lo cual no solo demuestra la existencia de zonas inseguras para la
población, sino también una exclusión territorial. De igual forma con las prestaciones de
servicios públicos, pues es impensable que una ciudad turística provea con abundante
agua caliente para sus visitantes, cuando parte de su población no tiene acceso ni siquiera
a agua apta para el consumo humano. De forma similar, se debe analizar la pertinencia de
zonas de parqueos solo para turistas, ante la escasez de estos espacios para los pobladores
locales o, la circulación masiva de flotas de transporte turístico por la ciudad, en vez de
alentar el uso del transporte público, como una forma efectiva y de calidad, que pueda ser
utilizada tanto por el residente local como por el visitante.
Existen varios estudios donde se han develado nuevas características del viajero, que
pueden y deben ser aprovechadas por las ciudades. Los visitantes han manifestado estar
menos interesados en la observación pasiva de los atractivos turísticos de las ciudades
detrás de una ventanilla de un bus y más dispuestos a interactuar con los locales en sitios
fuera del “circuito”, localizados en la misma urbanidad, pero de uso casi exclusivo del
residente local. Como un ejemplo práctico de esta afirmación vale mirar lo que sucedió
con los teleféricos públicos de la ciudad de La Paz, construidos básicamente para la
transportación de sus ciudadanos, que se han convertido actualmente en un punto de
encuentro con los visitantes extranjeros. Los ciudadanos interactúan con el visitante a
manera de guía turístico, interpretando su geografía y cultura de forma sencilla y eficaz a
sus huéspedes. Una simbiosis digna a ser replicada en otros lugares.
En algunos sitios, los íconos patrimoniales se han convertido en nodos de masificación
centralizada, como un imán cuya potencia atrae todo hacía sí. Esta nueva centralización,
estrategia de una competencia sin tregua, en pos de participación en el mercado, ha
ocultado otras alternativas culturales que existen en la periferia urbana, desertificando
turísticamente los alrededores, en casos tan extremos, como el de Ecuador, donde tan solo
1 de cada 10 empresas de servicios turísticos se encuentra en la zona rural.
Las ciudades con mayor atractividad turística deben evolucionar a convertirse en nodos
de distribución de su flujo turístico a otros sitios. Para ello deben visibilizar la oferta de
otras alternativas turísticas, ubicadas en otras ciudades o en el entorno rural, donde
también el patrimonio cultural es un elemento vivo y, además, podría generar
experiencias inolvidables en los visitantes. En Ecuador por ejemplo existen más de 230
centros turísticos comunitarios, cuya principal oferta es la convivencia cultural, en un
encuentro anfitrión - visitante. Estos emprendimientos deberían ser los beneficiarios de
una política turística socialmente responsable de las ciudades, al ser incluidos en la
promoción de estos destinos turísticos. Esta oferta cultural reforzará la identidad del
patrimonio cultural de las ciudades, convirtiendo la utopía del desarrollo conjunto en una
realidad pragmática del turismo.
Para concluir deseo expresar nuevamente mi fe en el turismo como un hecho social,
humanizante, de encuentro, de fomento de paz y de compartir saberes ancestrales.
Destacando el hecho de que la academia debe tomar un rol preponderante en este giro del
turismo, con una investigación que esté dirigida a resolver y asistir el desarrollo turístico
de los pueblos, en vez de alimentar bases de datos de papers sin sentido. Reforzando la
vinculación como un hecho de encuentro entre la técnica y los beneficiarios, para
construir un sector turístico sólido, con políticas claras y con programas de apoyo al buen
vivir, tomando como base el desarrollo sostenible.
Construyamos ciudades turísticas que saben que estarán sanas si su periferia está sana,
que miden su turismo en los beneficios locales y que son nodos solidarios de distribución
de flujos para otros territorios.
Muchas gracias.