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EL SIGLO REBELDE 1830-1930 Charles Tilly, Louise Tilly y Richard Tilly Traducción de Porfirio Sanz Camañes LOBATO - SORIANO atbliotWca Prensas Universitarias de Zaragoza

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EL SIGLO REBELDE 1830-1930

Charles Tilly, Louise Tilly y Richard Tilly

Traducción de Porfirio Sanz Camañes

LOBATO - SORIANO atbliotWca

Prensas Universitarias de Zaragoza

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FICHA CATALOGRÁFICA

TILLY, Charles El siglo rebelde, 1830-1930 / Charles Tilly, Louise Tilly y Richard Tilly ; tra-

ducción de Porfirio Sanz Camañes. — Zaragoza : Prensas Universitarias de Zaragoza, 1997

411 p. ; 21,5 cm. — (Ciencias Sociales ; 33) Tít. orig.: The Rebellious Century 1830-1930 ISBN : 84-7733-485-4 1. Francia-Historia social-1830-1930. 2. Italia-Historia social-1830-1930. 3.

Alemania-Historia social-1830-1930. 4. Problemas sociales-1830-1930. I. Tilly, Louise, coaut. II. Tilly, Richard, coaut. III. Sanz Camañes, Porfirio, trad. IV. Prensas Universitarias de Zaragoza, ed. V. Título. VI. Serie: Ciencias Sociales (Prensas Universitarias de Zaragoza) ; 33

323.22/.28(431/435)"1830/1930" 943.0"1830/1930" 323.22/.28(44)"1830/1930" 944 "1830/1930" 323.22/.28 (45)" 1830/1930" 945.0" 1830/1930 "

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, ni su préstamo, alquiler o cualquier forma de cesión de uso del ejemplar, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

1975 by the President and Fellows of Harvard College De la edición española, Prensas Universitarias de Zaragoza 1.a edición, 1997

Colección Ciencias Sociales n.° 33 Director de la colección: Julián Casanova Ruiz

Edición original: The Rebellious Cennoy: 1830 - 1930 Harvard University Press, 1975

Traducción española de Porfirio Sanz Camañes Revisión de José Ángel García Landa

Published by arrangement with Harvard University Press (Publicado por acuerdo con Harvard University Press)

Editado por Prensas Universitarias de Zaragoza Edificio de Ciencias Geológicas C/ Pedro Cerbuna, 12 50009 Zaragoza, España

Prensas Universitarias de Zaragoza es el sello editorial de la Universidad de Zaragoza, que edita e imprime libros desde su fundación en 1583.

Impreso en España Imprime: Navarro y Navarro impresores D.L.: Z-3584-97

A Piera, Hector, Otto y Naneth, apreciadísimos padres

LOBATO - SURIANO Biblioteca

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10 Prefacio

cambio social y los conflictos fuese relativamente rica y continua en todas las áreas. De ahí el período de 1830 a 1930.

Hemos desbordado los límites temporales más de una vez. La informa-ción continuada de que disponemos para Alemania se detiene en 1913, cubre sólo unas pocas décadas del siglo XIX para Italia, pero discurre ininterrumpi-damente para Francia desde 1830 hasta 1960. Nuestros comentarios a veces vagan hasta el presente y ocasionalmente se remontan hasta el siglo XVIII. Sin embargo, es al siglo que abarca de 1830 a 1930 al que dedicamos nues-tra mayor atención.

Aunque el período es arbitrario, no carece de cierta base. El libro defien-de y analiza una interdependencia estrecha entre tres transformaciones heroi-cas que sucedieron en la mayor parte de los países europeos occidentales durante aquel período: la emergencia de una economía urbana-industrial, la consolidación de un poderoso Estado nacional y una reorientación de la acción colectiva. El desarrollo de nuestro análisis descansa especialmente sobre datos relativos a acciones colectivas violentas, porque son en conjunto más visibles y están mejor documentadas que las acciones no violentas. Sin embargo, no nos interesa tanto descubrir las raíces de la violencia en sí como investigar y contribuir a explicar cambios en las maneras en que la gente actúa colectivamente con fines comunes.

William Gum nos ayudó a planear este libro y nos trató con paciencia y alegría durante los muchos años de su creación. Debemos mucho a los traba-jos inéditos que Gerd Hohorst, A. Q. Lodhi y David Snyder realizaron bajo nuestra dirección. Priscilla Cheever, Judy Davidson, Freddi Greenberg, Leila Al-Imad, Virginia Perkins y Sue Richardson nos prestaron una ayuda esen-cial en la investigación, y Margaret Grillot, Pamela Hume, Debbie Polzin, Robert Schweitzer y Diane Stephenson colaboraron en la preparación del manuscrito. Christopher Tilly, Kathryn Tilly y Laura Tilly también colabo-raron en diversas tareas investigadoras. En la editorial, Ann Louise McLaughlin preparó el manuscrito para la imprenta con ánimo, eficacia y rapidez. Estamos agradecidos a Otto Pflanze y Edward Shorter por sus obser-vaciones en la lectura de algunos capítulos. El estudio hubiera sido imposible sin el generoso apoyo financiero de la National Science Foundation, la Deutsche Forschungsgemeinschaft y el Canada Council. Gracias a todos aquellos que nos ayudaron a crear nuestro libro.

Agosto de 1974 Ch. T, L. T., R. T

CAPÍTULO 1 UNA ÉPOCA DE REBELIONES

1.1. El problema

«Ay de las ciudades que tienen yesca en su interior», escribía Frie-drich Schiller en 1799. A pesar de su entusiasmo por la Libertad en un sentido abstracto, diez años de revolución en Francia habían atenuado el gozo de Schiller ante las formas en que el género humano busca de hecho su liberación:

¡Ay de las ciudades que tienen yesca en su interior! El pueblo, rompiendo sus cadenas, Se socorre a sí mismo de formas espantosas.

Aullando, la rebelión agarra las cuerdas de las campanas Y repica llamando a la violencia las campanas consagradas a la paz

<Libertad e igualdad», oímos clamar a los hombres. El ciudadano pacífico prepara su defensa. Las calles y los mercados se llenan, Y bandas de matones avanzan por todas partes.

El precio de levantar a las masas era, al parecer, demasiado elevado

Resulta peligroso despertar al león. Mortal es el colmillo del tigre. Pero el más horrible de los espantos es el hombre.en sus vanas ilusiones.

¡Ay de aquellos que prestan la lumbre De la antorcha celestial a los eternamente ciegos!

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12 Una época de rebeliones El problema 13

No les permite ver. Sólo puede prender incendios, Reducir a cenizas la ciudad y el país.

(Schiller, «Das Lied von der Glocke»)

Durante los casi dos siglos transcurridos desde el comienzo de la Revolución francesa, el miedo, el desdén y las imágenes del fuego y la yesca han sido elementos constantes al representarse la sublevación popular. Los occidentales se han forjado una idea de la sublevación como la repentina liberación de fuerzas oscuras: rabia, tensión, tristeza, frustra-ción, fuego. En mayo de 1968, poco después de que un gran número de escuelas y centros de trabajo fuesen tomados por estudiantes y obreros franceses, Raymond Aron escribía:

Está claro que el incendio, a pesar de estar provocado por pequeños gru-pos de revolucionarios, no se habría extendido si no hubiera alcanzado mate-rial inflamable. Las banderas rojas y negras todavía simbolizan vagas e ilimita-das esperanzas. Estudiantes y trabajadores mantendrán, nuevamente, cálidos recuerdos de aquellos días de huelga, fiesta, desfile, discusión interminable y disturbios, como si el hastío de la vida diaria y el estrangulamiento causado por la eficiencia tecnológica y burocrática requiriesen una repentina libera-ción de vez en cuando, como si los franceses sólo abandonasen su soledad a través de un psicodrama revolucionario (o pseudo-revolucionario). La partici-pación —una palabra imprecisa pero al mismo tiempo poderosa— expresaba la esperanza de una vida comunitaria que nuestra jerárquica y segmentada sociedad, con su yuxtaposición de diferentes tipos de privilegios, sólo ofrece a los franceses en momentos efímeros de ilusión lírica. (1968: 167)

Hay más visión en los estudiantes y trabajadores revolucionarios de Aron que en las «bandas de matones» de Schiller en 1799. En 1968 había cambiado el lugar, habían cambiado los eslóganes y habían cambia-do las acciones concretas. Permanecía, sin embargo, el sentimiento de la sublevación como un brotar de impulso ilimitado.

Comenzamos con dos constantes y una variable. Primera constante: la vidapolítica europea cle los últimos siglos ha producido y absorbido continuamente movimientos de protesta violenta. Segun a constante: cada vez que se producía violencia colectiva, los líderes nacionales la han tratado corno un síntoma irracional y peligroso de una época desordena-da. Variable: las formas predominantes de violencia colectiva han cam-biado y variado enormemente, a pesar de la ilusoria continuidad de pala-bras como disturbios y sublevación. Las constantes son intrigantes; condu-

cen a maravillosas especulaciones sobre las raíces de la agresividad huma-na y sobre los efectos de nuestra posición social en nuestra manera de comprender y de malinterpretar las acciones de los demás. Pero hay más sobre la variable.

Por buenos motivos. El siglo que media entre 1830 y 1930, con sus múltiples revoluciones, efectuó cambios fundamentales en las modalida-des de protestas violentas en Europa. Correspondió además en Europa al gran período de transformación de la sociedad agraria a la sociedad industrial. Difícilmente puede evitarse establecer la conexión. Ca saute aux yeux, dirían los franceses: salta a la vista. Si el cambio del lugar y del carácter de la violencia colectiva se daba a medida que los países europeos se urbanizaban e industrializaban, estos dos inmensos procesos de trans- formación deben, de alguna manera, haber sido interdependientes. Pero ¿como?

Esa simple pregunta, ¿cómo?, combina como elementos de un solo jeroglífico un problema histórico de primer orden y un importante ele-mento de incertidumbre en el análisis de las sociedades contemporáneas. Al preguntarnos cómo y cuánto dependían del proceso europeo de creci-miento urbano-industrial los cambios producidos en el carácter de la vio-lencia colectiva, y viceversa, nos preguntamos por las razones de la violencia colectiva que existen en el mundo urbanizado e industrializado de hoy, y por sus perspectivas futuras. Esto es así aunque no exista proba-bilidad de que China, Chile o Mali repitan la historia de Inglaterra, de Rusia o de los Estados Unidos. En efecto, muchos razonamientos actua-les sobre el tema se basan en unas nociones acerca de los efectos de los grandes cambios en la estructura social derivadas principalmente de la reflexión sobre la experiencia de los países occidentales, nociones que, sin embargo, pueden ser erróneas incluso con respecto a dicha experiencia.

Algunos de esos razonamientos son ambiguos, otros son contradic-torios, otros perversamente tendenciosos, otros simplemente errados. Como mínimo, un repaso sistemático a los condicionantes de las protes-tas violentas en los países occidentales centrará la discusión y evitará que extrapolemos chapuceramente de Alemania o España a Indonesia o la India. Posiblemente proporcione elementos que nos hagan revisar nues-tra comprensión y nuestras expectativas relativas a la violencia colectiva contemporánea en el mundo.

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14 Una época de rebeliones Teorías de desintegración 15

En el turbulento mundo de las últimas décadas, las teorías de la vio-lencia y la protesta han proliferado como la madreselva. Miles de flores han germinado y se han marchitado. Sin embargo, si apartamos de nues-tro camino las hojas, abejas y colibríes, encontramos que casi todas las flores brotan de dos viejas enredaderas originarias.

1.2. Teorías de desintegración

Hoy la primera enredadera está ya enroscada y torcida. No es sor-prendente. Aunque centenaria, se extendió muy vigorosamente durante el siglo XIX. Es la idea de que la violencia colectiva aparece como un resultado colateral de los procesos de desintegración —deuna sociedad. D-ésde -estaIér-spectiva, las grandes reestructuraciones sociales como la urbanización y la industrialización tienden a disolver los controles exis-tentes sobre el comportamiento antisocial, precisamente en un momento en que la reestructuración somete a muchos hombres a incertidumbres y tenskines. A su vez, las tensiones aumentan la tendencia hacia el tamiento antisocial. Ese comportamiento puede tomar la forma de desa-rreglos personales, crimen, o protesta. Entonces la sociedad o bien sucumbe a la amenaza, o bien contiene el comportamiento antisocial como a una llaga, o emprende una nueva fase de integración. En este último caso, las presiones hacia la reintegración vienen tanto del interior del grupo antisocial (por ejemplo, a medida que una secta religiosa extre-mista va desarrollando intereses creados) como desde fuera (a través de una variedad de sanciones impuestas a los grupos anómalos por los repre-sentantes de la recta sociedad). El punto final del proceso, según la mayoría de las versiones de esta teoría, no corresponde al status quo ante-rior sino a un nuevo equilibrio.

Dentro de la disciplina de la sociología, Émile Durkheim convirtió la teoría de la desintegración en la interpretación estándar de los conflic-to-s-. -En-una famosa-sección de El suicidio, argumenta que normalmente él hombre es gobernado por la conciencia colectiva de la sociedad, su conocimiento compartido de reglas y necesidades. Existe, sin embargo, un peligro: «cuando la sociedad es perturbada por alguna crisis dolorosa o por transiciones benéficas pero abruptas, es momentáneamente incapaz de ejercer esta influencia» (Durkheim, 1951: 252). Aparecen súbitos

aumentos en el número de suicidios a resultas del debilitamiento de las barreras sociales, y también oleadas de conflictos.

Al desarrollar su teoría, Durkheim expone una idea que se volvió popular en los Estados Unidos durante la década 4:1960: que el incre- - mento del bienestar con frecuencia estimula la prote-sa-, porque, una vez,

las antiguas y limitadas expectativas se han venido abajo, las aspiraciones crecen Mucho más rapidamente de lo que pueden hacerlo los logros rea-les.- AlgtinOs obsetVádbres de América -aplicaron este argumento- á los" negros enfurecidos, a los estudiantes amotinados y a los trabajadores que rehusaban conformarse con aumentos salariales y seguridad laboral. El desfase existente entre aspiraciones y logros, según reza este razonamien-to, produce, a la vez, descontento y exigencias desenfrenadas de más y más logros: «Precisamente en el momento en que las reglas tradicionales han perdido su autoridad, un botín más rico ofrecido a estos apetitos los estimula y los hace más exigentes e intolerantes ante el control. El estado de desregulación o anomia aumenta, así, al ser las pasiones menos disci-plinadas, precisamente cuando necesitarían más disciplina». Finalmente, «la lucha se vuelve más violenta y dolorosa, tanto por estar menos con-trolada como debido a una mayor competencia. Todas las clases sostie- nen una lucha entre ellas porque ya no existe una clasificación estableci da» (Durkheim, 1951: 253).

-

El tono es familiar. Se áprecia_nostalgia por una vida social ordena- da, se aprueba la moderación, se nota resentimiento y miedo a la gente ambiciosa, estridente y enfadáda. En general, Ta 'sólida burguesía de la Europa del siglo XIX albergaba esos sentimientos sobre su mundo turbu-lento. Pero hubo que esperar a Durkheim para que el miedo al cambio rápido y a la acción de las masas se dignificase hasta convertirse en un principio sociojózial.

Una de las mejores versiones recientes de la teoría de la desintegra-ción razona como sigue:

En la economía misma, la industrialización rápida, por muy coordinada que esté, actúa desigualmente sobre las estructuras económicas y sociales esta-blecidas. Y en toda la sociedad, la diferenciación ocasionada por los cambios agrícolas, industriales y urbanos siempre produce un tira y afloja con la inte-gración: las dos fuerzas continuamente producen desfases y atascos. Cuanto más rápido es el ritmo de modernización, más graves son los desajustes. Esta desigualdad crea anomia en el sentido clásico de la palabra, ya que genera

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Una época de rebeliones

disonancias entre las experiencias vitales y la estructura normativa que las regula [...] Esta anomia puede ser parcialmente aliviada por nuevos dispositi-vos integradores, como los sindicatos, asociaciones, clubes y normativas gubernamentales. Sin embargo, con frecuencia surge una oposición a estas innovaciones por parte de los intereses creados tradicionales, ya que compiten con los viejos e indiferenciados sistemas de solidaridad. El resultado es un tira y afloja triple, donde pugnan las fuerzas de la tradición, las de la diferen-ciación, y las nuevas fuerzas de la integración. En estas condiciones, las posi-bilidades de conflictos colectivos son virtualmente ilimitadas.

Ansiedad, hostilidad y fantasía constituyen tres respuestas clásicas a estas discontiiiirdades. 1 -éstís respuestas Itegarra-ser colectivas, terminan eristali-zándo —etiiini:serie de movimientos sociales: agitación pacífica, violencia polí-tica, milenarismo, nacionalismo, revolución, subversión clandestina, etc. Hay datos que llevan a pensar —aunque no está enteramente probado— que la gente más dispuesta a ser arrastrada hacia tales movimientos es la que sufre más gravemente las consecuencias de los cambios estructurales E...] Otros datos teóricos y empíricos sugieren que los movimientos sociales atraen más a quienes han sido desalojados de las antiguas ataduras sociales por la diferen-ciación y no se han integrado en el nuevo orden social. (Smelser, 1966: 44)

Neil Smelser, el autor de este fragmento, piensa que el proceso básico consiste en diferenciación e integración. Pero el origen inmediato del comportamiento colectivo, según su interpretación, radica en las disconti-nuidades y crisis de control que el proceso básico va dejando a su paso. La teoría tiene muchas versiones particulares. Los autores del informe oficial sobre los disturbios de Watts, en Los Ángeles, en 1965, por ejemplo, invocaban la versión del «desarraigo», que dice que los emigrantes más alejados de sus lugares de origen son más desorganizados y están más desorientados que el resto de la población y, en consecuencia, son más propensos a los disturbios y a los actos delictivos (McCone Com-mission, 1965: 3-4). Existe además la versión «extremista» de la teoría, que dice que los extremistas políticos y religiosos tienden a venir de las poblaciones más marginales de una sociedad cambiante. No es necesario enumerar las teorías y los teorizadores que siguen esta línea, porque se ha convertido en parte de nuestro sentido común a la hora de explicar las principales variedades de desorden. Sin embargo, es bueno recordar que la aplicación de tales teorías por parte de los aparatos del gobierno en el siglo XIX puede haber tenido importantes efectos sobre la misma violen-

) cia colectiva (determinando las leyes de residencia y voto, a quién debía \, arrestar primero la policía, etc.), por lo que deberemos tener la teoría --bien presente.

Teorías de solidaridad 17

A pesar de su popularidad, la validez de la teoría de la desintegra-ción no es obvia. Ciertamente, no cabe duda de que las grandes transfor-maciones como la industrialización barren los puntales tradicionales del orden social. También es cierto que la gente suele desconcertarse ante el grado y la velocidad de las grandes transformaciones. Lo que es más dudoso es si las discontinuidades producen sistemáticamente anomia y si la anomia da lugar sistemáticamente al desorden individual o colectivo. Lasilástraciones estándar de ésta cadena de efectos —la desorganización de los emigrantes de largas distancias, la incoherencia de la vida en los suburbios, el reclutamiento de los grupos «extremistas» de entre la pobla-ción marginal, la criminalidad y la demencia de las masas revoluciona-rias— han resultado ser o bien dudosas o bien claramente falsas (ver Cornelius, 1971; Feagin, 1973; Feagin y Hahn, 1973; Nelson, 1970; Oberschall, 1973). No faltan, pues, razones para una reconsideración.

1.3. Teorías de solidaridad

Como principal alternativa a la teoría de la desintegración podría-mos hablar de una teoría de la ,fotidaridad. Desde este punto de vista, las condiciones que llevan a la protesta violenta son esencialmente las mis-mas que conducen a otras formas de acción colectiva en busca de intere-ses comunes. La violencia resulta de la lucha por el poder entre grupos bien definidos. En la versión más franca y vulgomarxista de la teoría, los cambios en la organización productiva de la sociedad realinean las divi-siones de clase dentro de la sociedad, definen nuevos intereses para cada clase y (mediante una incipiente consciencia de esos intereses que surge de la interacción con aliados de clase y enemigos de clase), al final, pro-ducen formas de conflictos de clase nuevas y expansivas.

Una versión heroica de este argumento, perteneciente a la misma tradición que las pinturas del realismo socialista, muestra a una clase tra-bajadora inmensa y unida, bien definida y con potente musculación, ascendiendo desde la miseria para derribar a todos los opresores. Una versión más cínica aparece en la frase de Daniele Manin, el abogado que dirigió la revolución de 1848 en Venecia: il popolo é un cavallo che bisog-na saber cavalcare; el pueblo es un caballo que hay que saber cómo mon-tar (Bernardello, 1970: 59). Las versiones más toscas del argumento de

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Desintegración frente a solidaridad 19 18 Una época de rebeliones

solidaridad han sido vapuleadas con frecuencia, especialmente con el argumento de que las principales unidades de la acción colectiva rara-mente corresponden a las principales divisiones definidas por el modo de producción, y que en las sociedades industriales los conflictos de clase no se han agravado de modo continuado.

El propio análisis de Marx no fue nunca tan burdo como estas caricaturas, y el pensamiento marxista se ha desarrollado desde su tiem-po. Comenzando por su título, La formación de la clase obrera en Inglate-rra de E.P. Thompson ofrece un análisis histórico del concepto de clase en tanto que proceso y relación. En un lugar clave Thompson dice:

De este modo, los obreros se formaron una imagen de la organización de la sociedad, a partir de su propia experiencia y con la ayuda de su educa-ción desigual y a duras penas conseguida, que era, sobre todo, una imagen política. Aprendieron a contemplar sus propias vidas como parte de una his-toria general del conflicto entre, por una parte, las «clases industriosas», imprecisamente definidas, y, por otra, la Cámara de los Comunes no refor-mada. A partir de 1830, maduró una conciencia de clase en el sentido marxis-ta tradicional, definida con mayor claridad, en la que la población obrera se responsabilizó de seguir adelante por sí misma con las viejas y las nuevas bata-llas. (Thompson, 1964: 712)*

En sus explicación del ludismo, el cartismo y las demás protestas importantes de la clase obrera de principios del siglo XIX, Thompson sé esfuerza por dejar bien sentado que fueron precisamente los grupos de trabajadores que tenían un sentido más desarrollado de las divisiones de clase los que dirigieron el asalto contra sus enemigos.

La teoría de la solidaridad tiene también algunos defensores no mar-xistas. Éstos tienden a pensar que las protestas violentas son los primeros tanteos de un grupo que está adquiriendo fuerza organizativa. Clark Kerr tiene una hipótesis sobre el ciclo de la protesta de la clase obrera:

El nivel de protesta sube y luego decae a medida que avanza el desarro-llo del compromiso. Primero, el trabajador está tan poco conectado con la vida industrial que no tiene ni grandes deseos ni suficientes medios para pro-testar. A medida que se desarrolla su integración y su experiencia en el entor-no industrial, su capacidad de influir en el ambiente industrial también se incrementa y su tendencia a protestar se intensifica. La vida industrial es

* Seguimos la traducción española de Elena Grau: E.P. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona: Crítica, 1989, t. II, p. 314. [N. del TI

ahora su vida, y desea moldearla de forma más acorde con sus deseos. Más tarde, cuando se introduce maquinaria para hacer frente a sus protestas y el costo del conflicto empieza a elevarse, la protesta industrial puede tender a des-vanecerse. El ambiente industrial circundante llega a ser aceptado o, al menos, reconocido como inevitable. Las protestas que se mantienen tienden a ser alta-mente estructurales y expresadas formalmente. Finalmente, en el trabajador supercomprometido, la protesta organizada tiende a diluirse. (1960: 353)

Según el análisis de Kerr, la protesta industrial depende de un cierto nivel de solidaridad, organización y consciencia. Sus formas violentas dejan paso a formas de presión pacíficas no porque la anomia decline, sino porque la violencia se vuelve demasiado costosa e ineficaz.

Las teorías de la solidaridad tienen sus propios problemas. Se con-vierten en círculos viciosos con extraordinaria facilidad, porque es tenta-dor considerar que el desarrollo de la protesta es tanto la consecuencia de la solidaridad como la prueba de la solidaridad. No explican fácilmente la alta proporción de la violencia colectiva de hoy que es incitada y ejerci-da no por rebeldes solidarios sino por agentes del gobierno: policía, mili-cias, tropas profesionales. Como las teorías de desintegración, las de solidaridad suelen postular una separación tan estricta entre la violencia y la política normal que hace enigmático el hecho de que hayan manteni-do una coexistencia tan larga.

1.4. Desintegración frente a solidaridad

¿Cómo podríamos resolver las diferencias entre las teorías de solida-ridad de la protesta violenta y las de desintegración? Inmediatamente nos vienen a la mente formas de establecer un compromiso. Una es la idea de que tanto la desintegración como la solidaridad constituyen diferentes fases del mismo proceso, que cada movimiento de protesta pasa en su desarrollo de la desintegración a la solidaridad, o viceversa. La segunda es la noción de que existen diferentes tipos de protesta violenta, surgidos unos de la desintegración y otros de la solidaridad. La tercera es la noción de que desintegración y solidaridad son dos nombres para el mismo fenómeno visto desde muy diferentes ángulos: lo que el conserva-dor vive como desintegración es para el radical el crecimiento de nuevas formas de solidaridad. Dada la manera general e imprecisa en que hemos presentado las alternativas hasta ahora, no podemos descartar ni confir-mar ninguna de estas posibilidades.

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20 Una epoca de rebeliones Desintegración frente a solidaridad 21

Sin embargo, las formas más específicas de las teorías de desintegra-ción y solidaridad sí se contradicen. No puede ser cierto a la vez que las multitudes revolucionarias recluten a sus miembros principalmente entre población marginal y flotante de la ciudad, y que al mismo tiempo estas masas revolucionarias arrastren con más fuerza a los grupos más integrados dentro de la vida colectiva de la ciudad, aunque puede suceder que los acti-vistas estén bien integrados, mientras que la población flotante proporcio-na la mayor parte de los seguidores. No puede ser cierto a la vez que la cri-minalidad, la enfermedad mental y la sublevación broten de las mismas tensiones básicas y que no exista conexión entre ellas, a menos que tales tensiones estén tan extendidas como para no tener valor de predicción. No puede ser cierto a la vez que los centros de la nueva industria recién forma-dos y en rápido crecimiento sean los más maduros para protestar y que, al mismo tiempo, sean las ciudades industriales bien establecidas las que con mayor probabilidad produzcan movimientos de protesta, aunque la verdad bien podría ser más complicada que cualquiera de las dos alternativas. Tenemos, pues, ciertas esperanzas al recurrir a la evidencia histórica.

¿Qué tipo de evidencia? Necesitamos información, al menos, acerca de tres cosas diferentes: 1) la cronología y la localización de la urbaniza-ción, la industrialización, los cambios en la riqueza y otros grandes cam-bios estructurales; 2) el carácter, la magnitud y los protagonistas de las diferentes variedades de conflicto político en distintos períodos y lugares; 3) el carácter, la magnitud y los protagonistas de diferentes tipos de com-portamientos reprobados fuera de la esfera política. Cuanto mayor sea la variedad de unidades en las que podamos hacer converger estos tres tipos de información, tanto más directamente podremos confrontar las dife-rentes teorías que relacionan conflicto y desorden con los cambios estruc-turales. Si todo lo que sabemos es que en un país concreto los períodos de rápidos cambios suponen también períodos de conflicto político (o bien tiempos de paz política), quedan todavía abiertas un gran número de interpretaciones alternativas.

En Europa occidental, desde la Revolución francesa, no es difícil conseguir datos generales sobre el ritmo de la urbanización o la indus-trialización referidos a amplias unidades geográficas, como regiones y grandes ciudades. Los censos y otros intentos de los estados europeos por saber con qué trabajaban dejaron tras de sí muchas estadísticas. Las difi-cultades reales comienzan cuando tratamos de hacer los datos compara-

bles en largos períodos de tiempo o entre países; cuando quremos afinar los datos para sacar de ellos distinciones detalladas (por ejemplo, selec-cionando los efectos de los cambios del tamaño de las empresas indus-triales, y no de los cambios en la tecnología o en la organización de la fuerza laboral); y cuando tratamos de interpretar la experiencia de los individuos, las unidades familiares, los vecinos y otros tipos de unidades escasamente descritos por los burócratas. Normalmente podemos esta-blecer cierto número de comparaciones útiles entre períodos, regiones y grandes segmentos de la población, pero encontramos muchos más pro-blemas cuando entramos en comparaciones más detalladas.

La dificultad de recopilar información sistemática sobre el conflicto político dependerá de la variedad de tipos de conflicto considerados. Las elecciones son relativamente fáciles; con frecuencia aparecen recogidas en formatos tipo censo. Desafortunadamente, la información sobre las elec-ciones sólo tiene una relación indirecta con nuestras principales cuestio-nes. Las informaciones sobre las huelgas comienzan a extenderse hacia finales del siglo XIX, y la evolución de las huelgas es obviamente más rele-vante para la investigación sobre el cambio estructural y el conflicto. Sin embargo, la huelga habitual es demasiado ordenada como para ser un ejemplo representativo de la violencia, y es demasiado tangencial a la polí-tica como para representar con precisión las luchas por el poder. Los datos sobre otras formas importantes de conflicto no vienen ya procesados. Tenemos que decidir exactamente qué tipo de acontecimiento estamos investigando y desenterrar la información de las sesiones parlamentarias, los informes policiales, las historias locales, y de toda una serie de fuentes muy dispersas. El trabajo es casi siempre largo, tedioso y arriesgado.

Para comportamientos reprobados, como el delito, el suicidio, la enfermedad mental o los conflictos familiares, la existencia de datos siste-máticos depende en gran medida de cuánto se haya preocupado el gobierno por controlar la conducta. Por citar un ejemplo: en general, dis-ponemos de abundantes estadísticas sistemáticas relativas al crimen desde mediados del siglo XIX, aunque los datos tienen el defecto evidente de informar sólo de los crímenes que atrajeron la atención de la policía. Como cada variedad de comportamiento «desordenado» (crimen, aban-dono de niños, alcoholismo, demencia, etc.) tendía a dar lugar a infor-mes independientes a medida que surgían nuevas organizaciones para definirlo y controlarlo, la información disponible varía enormemente,

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22 Una época de rebeliones

Trampas que hay que evitar 23

tanto en calidad como en uniformidad y continuidad, de un tipo a otro. Sin embargo, hay suficientes datos disponibles para hacer posible un amplio abanico de comparaciones entre períodos, lugares y grupos.

En resumen, la evidencia necesaria para cotejar las diferentes teorías de desintegración y solidaridad con la experiencia moderna de los países europeos occidentales existe. A buen seguro, producirá resultados para quien esté dispuesto a hacer el duro trabajo de recopilarla. Como mínimo, podemos examinar amplias cuestiones sobre la covariacion: ¿Van la delin-cuencia y la violencia colectiva juntas (como sugieren la mayor parte de los argumentos de desintegración)? ¿Tienden las huelgas y la violencia colectiva a implicar a los mismos grupos de trabajadores (como sostienen algunas versiones del argumento de la solidaridad)? De hecho, podemos ser mucho más exigentes al estudiar ciertos períodos, tipos de cambios estructurales y algunas formas de conflicto y de comportamiento reprobado.

1.5. Trampas que hay que evitar

Para hacer el trabajo adecuadamente, debemos evitar algunas tram-pas tentadoras. La primera tentación es la de prejuzgar la dirección del movimiento a largo plazo del conflicto político y concentrarnos en la investigación de las formas nuevas (y presumiblemente más avanzadas). Eso produce un tipo de historia teleológico: cada acontecimiento es la anticipación o preparación de acontecimientos que todavía no se han producido, todas las acciones se juzgan según las normas de un período posterior a aquel en el que que han sucedido y siempre se están obstacu-lizando o haciendo avanzar «tendencias históricas».

El error es frecuente en estudios históricos sobre los trabajadores que presuponen que una fuerte conciencia de clase es la fase final, y calibran ansiosos en qué punto se encuentra el grupo concreto objeto de estudio: ¿están ya preparados? Encontramos aquí la idea de que las formas ante-riores de acción de la clase obrera, como la destrucción de máquinas o los motines de subsistencias necesariamente surgieron como respuesta ciega e impulsiva a las dificultades: exactamente, el argumento al que se opone el trabajo de Thompson sobre la historia temprana de la clase obrera. Si la medida de la conciencia de clase es, pongamos, la adopción de un movimiento revolucionario de masas, en vez de los intentos a

pequeña escala por cambiar las condiciones laborales, entonces el argu-mento que une el desarrollo político a la conciencia de clase se vuelve perfectamente circular.

Aclaremos lo que estamos diciendo y lo que no estamos diciendo. A nuestro juicio, sí que se produjeron grandes cambios en la conciencia de la clase obrera en el proceso de industrialización europeo. Este libro se ocupa de algunos de ellos, aunque el tratamiento es menos adecuado de lo que nos hubiera gustado: los datos fiables sobre la conciencia de clase son más bien raros. Ésta es la clave: no podemos asumir a la ligera que existe una correspondencia directa entre estados de conciencia de clase y formas de acción política. La existencia de tal correspondencia es uno de las principales problemas históricos que requieren investigación.

Otra tentación es la de restringir el estudio de las consecuencias de la urbanización o industrialización a aquellas áreas, épocas y poblaciones que parecen formar la vanguardia del cambio. ¿Por qué estudiar el campo cuando la expansión real de la producción fabril se produce en las gran-des ciudades?

Ahora bien, en el caso de Europa occidental, ignorar el campo sería una torpeza por, al menos, dos razones. Primera, el crecimiento de la industria urbana después de 1750 produjo una terrible contracción de la industria rural, cuyos trabajadores, a menudo, respondieron con disturbios y sublevación. Segunda, la salida de 100.000 campesinos hacia la ciudad tenía, por lo general, un efecto mayor sobre los pueblos que dejaban tras de sí que sobre las ciudades industriales a las que iban. La cuestión no radica sólo en que los efectos indirectos son en ocasiones más poderosos que los directos. La contracción de la industria rural y la salida de los campesinos de sus propios hogares es parte del proceso de industrialización, exactamente igual que lo es la expansión de la industria de las grandes ciudades.

La tercera tentación es la de ignorar los lugares, períodos y poblacio-nes en los que no sucedió nada. Cuando el tema es el conflicto, ¿por qué malgastar el tiempo escribiendo la historia de la armonía? Respuesta fácil: una explicación de la protesta, la sublevación o la violencia colectiva que no pueda explicar su ausencia no es en absoluto una explicación. Una explicación basada sólo en casos en que algo ha sucedido es muy proba-ble que atribuya importancia a condiciones que, de hecho resultan

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Una época de rebeliones

Nuestro enfoque 25

comunes a los casos en que no sucedió nada. Éste es el defecto caracterís-tico de muchas teorías muy traídas y llevadas hoy en día, que tratan la sublevación como una consecuencia de expectativas de mejora frustradas, sin especificar con qué frecuencia (o bajo qué condiciones) las expectati-vas de mejora se frustran sin que haya sublevación.

Finalmente, se da la tentación de abandonar la tarea de examinar las relaciones entre la protesta o la violencia colectiva y los cambios estructu-rales a gran escala, para pasar a explicar la protesta o la violencia colectiva en general. La mayor parte de nosotros puede distinguir fácilmente entre la lógica de preguntar que significó para las oportunidades ocupacionales de un grupo dado el asistir a un tipo determinado de escuela y la lógica de construir una explicación general del éxito ocupacional de ese grupo. Al parecer, resulta más difícil mantener esa distinción en el estudio del con-flicto político y del cambio estructural a gran escala, probablemente a causa de la aparición de teorías que tratan todos los conflictos políticos como una consecuencia de grandes transformaciones estructurales. Nosotros pensamos concentrarnos en las relaciones, más que en la expli-cación general, aunque a veces la tentación de inclinarse hacia la explica-ción general sea demasiado fuerte para resistirla.

1.6. Nuestro enfoque

Creemos haber expuesto claramente nuestros prejuicios y preferen-cias. Este libro trata básicamente de los cambios en las formas, frecuen-cia, lugar y protagonistas de la violencia colectiva en tres países europeos a lo largo de un período importante de industrialización y urbanización. Repetidamente se pregunta cómo laindustrialización, la urbanización y los cambios relacionados con ellas afectaron a las modalidades de violen- cia colectiva. Ocasionalmente, -se-inv-ierte'lra preguntar¿córno areCtaron la violénala'Colectiva y sus consecuencias a las modalidades de la urbaniza-ción y la industrialización? Analizamos estas cuestiones principalmente mediante la comparación entre diferentes lugares, tiempos y tipos de gente con respecto a su implicación enFa -vible-riCía---córedIV-á, - eb-orta-s -for- máS" -Cle conflicto, en diferentes clases de comportamiento por lo general reprobádo y en cambios estructurales a gran escala.

Hemos recopilado por nuestra cuenta una gran parte de los datos esenciales, pero no hemos trabajado en el vacío. Existen muchos modelos

que evitar y algunos otros que imitar. Los historiadores, los teorizadores de la política, los sociólogos y otros estudiosos del conflicto político ya llevan tiempo trabajando en la acumulación de datos reales. En general, han trabajado sin rumbo, aislados unos de otros. Sólo ocasionalmente encontramos algunos libros, como Anatomía de la Revolución de Crane Brinton o Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia de Barrington Moore, que han obligado a todos a levantar la vista al mismo tiempo. Sin embargo, sus ideas y métodos se solapan.

Los estudiosos de la violencia colectiva han llevado a cabo básica-mente dos tipos de análisis: clínicos y epidemiológicos. Los estudios clí-nicos siguen los orígenes e historias de protagonistas, disturbios o series de disturbios concretos. Disponemos de exámenes significativos de revo-lucionarios individuales como Trotski o Mao, certeras historias de las revoluciones rusa o china, unos pocos intentos de identificar las caracte-rísticas- comunes de t-odas las revoluciones comunistas y unos pocos esfuerzos adicionales por encontrar vínculos entre ellas. Los estudiosLe demiológicos relacionan unidades --personas, ciudades, países, etc.— implicadas TcCione-s-de violencia colectiva con el conjunto más amplio de irá-Jades que teóricamentepodrían haberse visto implicadas. Es una manera- de aislarFas condicioneS que determinan la 'implicación o no implicación. Algunos estudios adoptan la forma de cálculos de las tasas de participación en disturbios por parte de diferentes segmentos de la población urbana; otros se orientan hacia la comparación global entre muchos países en términos de su mayor o menor inclinación a la violen-cia interior; los hay que buscan la comparación detallada de las ciudades que han experimentado algún tipo de sublevación. Las combinaciones de estudios clínicos y epidemiológicos son posibles pero raras. En la prácti-ca, es difícil encontrar un método capaz de tratar tanto la riqueza de los casos individuales como las propiedades comunes de muchos casos.

La historia comparada ofrece una salida. Dado que la cuestión bási-ca es cómo afectan los grandes procesos de industrialización y urbaniza-ción al carácter y la magnitud de la violencia colectiva, tenemos mucho que aprender de la comparación de la experiencia de diversas áreas a lo largo de extensos períodos de crecimiento urbano-industrial. Tal compa-ración, si se hace como es debido, tiene la ventaja de forzarnos a atender al contexto, las variaciones nacionales y las peculiaridades de los casos individuales, sin dejar por ello de resaltar las uniformidades.

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La comparación a esta escala tiene sus riesgos y dificultades. Cada uno de los autores está acostumbrado a un tipo más detallado de compa-ración, dentro de un mismo país y en un período de tiempo concreto. Aunque nos reservamos el derecho a cruzar las fronteras nacionales, Richard Tilly es experto, principalmente, en la historia de Alemania, Louise Tilly es más conocedora de la historia italiana y Charles Tilly está mejor informado sobre la historia francesa. Hemos intercambiado ideas y materiales durante años, pero cada uno de nosotros ha adoptado un enfoque distinto. El lector lo observará pronto, al realizar su propia com-paración de nuestros capítulos sobre Francia, Italia y Alemania.

Incluso una única mente que adoptase un plan unitario encontraría dificultades para tratar los tres países exactamente igual. La relativamen-te tardía unificación de Italia y Alemania las convierte en casos impor-tantes para el análisis político, pero también conlleva una dispersión y desigualdad de las fuentes mucho mayor que en el caso de Francia. Aun-que los investigadores franceses no han emprendido la descripción cuantitativa y análisis sistemáticos de la violencia colectiva expuestos en este libro, han llevado a cabo la investigación histórica que le sirve de base en una proporción mucho mayor de lo que lo han hecho los inves-tigadores alemanes. Por su parte, los italianos se han ocupado mucho más de debatir sobre un número relativamente escaso de cuestiones políticas con datos históricos, por lo que la mayor tarea de trabajo de campo todavía queda por hacer. Como consecuencia, tenemos datos detallados sobre Francia desde la Revolución, ofrecemos un resumen menos completo sobre un corto período de tiempo para Alemania y una visión selectiva de ciertos períodos e incidentes entre 1830 y el ascenso del fascismo en Italia. La desigualdad de nuestros tres corpus de datos nos conducen a concentrar gran parte de nuestro análisis sobre las varia-ciones dentro de cada uno de los tres países, antes de pasar a una com-paración general entre ellos.

Fuentes y métodos 27

los sucesos violentos; el hecho de que nos basemos principalmente en fuentes publicadas, especialmente periódicos; y el uso de comparaciones cuantitativas entre tiempos y espacios para comprobar argumentos alter-nativos que unen la violencia colectiva al cambio estructural.

Primero, hemos dado alta prioridad a la selección de ejemplos imparciales de todos los acontecimientos violentos (acontecimientos en los que al menos un número mínimo de personas aprehendieron o daña-ron a personas y propiedades), acontecimientos que sucedieron en deter-minados períodos: diversas décadas en Italia; 1830-1930 en Alemania; 1830-1960 en Francia. Esto no ha llevado, en modo alguno, a excluir el estudio de huelgas no violentas, manifestaciones o crisis políticas. Pero sí significó apostar por el hecho de que la agregación de variaciones en los principales acontecimientos violentos iba a trazar un cuadro de la ten-dencia general del conflicto político más claro que el obtenido al tratar unas pocas crisis o al intentar resumir todas las formas de conflicto y pro-testa, violentas o no. La selección de los ejemplos de sucesos violentos hizo posible emprender comparaciones sistemáticas (epidemiológicas) entre regiones, períodos, segmentos de la población e incluso países, sin perder el contacto con el suceso individual.

El segundo rasgo poco convencional de nuestro trabajo es el basarse ampliamente en fuentes publicadas, incluyendo periódicos. Aunque en el caso de Italia noSliásairioS-en dáer—minadas historias políticas detalladas para la enumeración de los acontecimientos estudiados, en el caso de Francia y Alemania los ejemplos básicos se han obtenido mediante el examen sistemáticoj e la prensa diaria, buscando menciones de aconteci- mientos que satis icieran nuestros criterios. Una vez que se hubieron seleccionado los ejemplos de los sucesos, aumentamos y verificamos las relaciones periódicas tanto como fue posible con información procedente de obras históricas, anuarios políticos, revistas contemporáneas, panfletos y comentarios y documentos en los archivos franceses, alemanes e italia-nos. De ese trabajo adicional extrajimos cuatro conclusiones metodológ7 cas: 1) Todas las fuentes omiten algunos de los acontecimientos que nos interesan y detalles cruciales de otros acontecimientos; cuanto menor es el acontecimiento, mayores son las omisiones. 2) Todas las fuentes globa-les prestan una atención desproporcionada a los acontecimientos que suceden en lugares centrales o tienen un considerable impacto político.

1.7. Fuentes y métodos

Tres rasgos que tienen en común nuestros análisis de Francia, Ale-mania e Italia son poco usuales e incluso pueden ser controvertidos: la concentración en la enumeración sistemática y el estudio de muestras de

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28 Una época de rebeliones

3) Las fuentes publicadas nos ofrecen menos confianza para los detalles de los sucesos que para atestiguar el hecho de que un determinado suceso se produjo. 4) Para combinar los dos objetivos, una serie continua de un periódico nacional es una fuente algo más fiable (y más práctica) que cualquier otra serie documental importante que nos hayamos encontra-do, una fuente mucho más fiable que cualquier combinación de obras históricas normales y superior a cualquier otra fuente continuada que pudiera resultar utilizable en la práctica. Naturalmente, no podemos sos-tener que esto sea así fuera de las modernas Alemania, Italia y Francia, si otra persona hace el esfuerzo de construir y verificar su propia muestra de disturbios de modo diferente.

El tercer rasgo atípico de nuestro método no parecerá extraño a líoslectores habituados a la literatura de las ciencias políticas o de la sociolo- gía, aunque pueda preocupar a aquellos que sólo han conocido los trata- \ mientos de las protestas, disturbios y sublevaciones ofrecidos por los his-toriadores. Se trata de nuestro empleo de descripciones cuantitativas y análisis cuantitativos de la violencia colectiva; por ejemplo, reduciendo la interminable abundancia de insurrecciones urbanas, revueltas antifiscales y motines de subsistencias a tasas que representen el número de partici-pantes en la violencia colectiva por cada 100.000 habitantes en cierto período específico. Los números no ocupan demasiado espacio en este libro. Hemos preferido dejar fuera las largas tablas y los complicados aná-lisis estadísticos que confirman buen número de nuestros argumentos, especialmente en el caso de Francia. Pero donde las cuestiones cruciales se reducen a si es más o menos, ascenso o caída, rápida o lenta, si A y B varían simultáneamente o no, hemos intentado proporcionar cifras obtenidas a partir de una amplia base de datos. Es un procedimiento más consistente, desde nuestro punto de vista, que el de ansmtónar_ejernplo sgbre_ejem-plo citando observadores informados o relatando impresiones fuertes.

Estamos seguros de que existen errores en nuestras cifras. Que estén abiertas a una refutación lo tomamos como una virtud. Que nuestros procedimientos podrían haberse mejorado, de eso no nos cabe duda; esperamos que pronto alguien asuma esta tarea. Mientras tanto, quere-mos dejar claro que no adoptamos nuestros métodos y fuentes concretos porque fueran más rápidos, más fáciles y menos costosos. No lo eran. Los adoptamos porque eran los mejores que podíamos conseguir.

CAPÍTULO 2 FRANCIA

2.1. Un viaje violento

Damos grandes zancadas a través de la historia con botas de cien años. Estamos en 1768, un año de escasez en Francia. Luis XV, en tiem-pos llamado le bien -aimé, ya no es apreciado y, sin embargo, reina. Cuan-do la violencia estalla este año, suele adoptar la forma de un motín de subsistencias. En la forma más desarrollada de un motín de subsistencias, una multitud variopinta de gente de a pie enfurecida se reúne delante del negocio de un molinero, un comerciante o un panadero. Protestan por los precios, roban los alimentos y los llevan en carros a la plaza del mer-cado, donde los venden a todo el que se acerca (si pertenece a la comuni-dad) a un precio que declaran justo, le dan el dinero a los dueños del grano o del pan, y vuelven a sus casas diciendo que han hecho justicia, como deberían haber hecho las autoridades mismas. Los mayores distur-bios de este año que siguen este esquema se desarrollan en El Havre, Ruán y Mantes. Otros muchos estallan en poblaciones de Normandía con mercados más pequeños.

Un siglo antes, la multitud hubiera aplastado, maltratado y saquea-do. A veces, todavía lo hacen. Pero como los comerciantes y ministros reales han constituido un mercado nacional de granos, no sin grandes dificultades (asegurando, de esta manera, la supervivencia del monstruo-so París), el pueblo se ha orientado hacia formas mucho más organizadas, más eficaces y más próximas a modalidades no violentas de negociar, aunque con la amenaza aún de utilizar la fuerza. Con un decreto pro-

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Un viaje violento 31 30 Francia

mulgado en 1763, el gobierno real realizó el mayor esfuerzo hasta esa fecha por derribar los impedimentos puestos al transporte del grano de ciudad a ciudad y de provincia a provincia; «libre comercio» es el eslo-gan, la receta para los males económicos de Francia.

La mayoría de la gente de las provincias observa este hecho de un modo diferente. Ante un motín de subsistencias enorme y previsto desde hacía tiempo, en abril de 1768, el Parlamento de Ruán ha restaurado numerosos controles tradicionales: inventario de las existencias de grano en manos privadas, obligación de realizar todas las ventas en el mercado públi-co, estrictos controles sobre la salida de las existencias de grano de la comu-nidad. Se ha negado a condenar a las autoridades de las pequeñas poblacio-nes de Normandía por fijar de hecho el precio del grano. (Nadie cuestionó que determinasen el precio del pan). Y ha autorizado la detención de los comisionistas enviados por el gobierno para comprar trigo y llevarlo a París. La postura del gobierno hacia esta «obstrucción al comercio» aparece enfáti-camente expresada en una carta que el controlador general de Finanzas, l'Averdy, dirigió al duque de Harcourt, fechada el 27 de mayo de 1768:

Veo, Señor, a través del informe que el señor Benin realizó para el Rey hace unos días, concerniente a las noticias enviadas por usted sobre las actuales circunstancias de la provincia de Normandía, que usted estaba preocupado por el aprovisionamiento de la provincia y cree que ha sido totalmente desprovista de grano. Me produce gran dolor contemplar el Estado al que ha quedado reducida la provincia por un decreto muy desacertado del Parlamento de Ruán, ya que no puedo dejar de pensar que fue la obstrucción al comercio de víveres causada por el decreto lo que originó la escasez que motiva las actuales protestas del pueblo. No sé, Señor, si usted posee una información exacta acerca de la cantidad de grano llegada a Ruán desde el día 10 del presente mes, y acerca del grano que aún queda por llegar. Estoy seguro de que cuando usted sea informa-do de estos pormenores apoyará las medidas tomadas por el Rey, que yo apliqué de la forma más rápida y eficaz posible, y que estará usted de acuerdo en que fue imposible hacer más de lo que se hizo en aquellas desgraciadas circunstan-cias. Si los comerciantes no se hubieran desanimado y si hubieran creído en la posibilidad de competir libremente como les garantiza el decreto del gobierno, hubieran realizado mayores esfuerzos y el aumento de los precios del grano en la provincia hubiera sido insignificante. (Hippeau, 1864: II, 1, 478)

Pero los provincianos persisten. En una carta de protesta de octubre de 1768 el Parlamento va más lejos, dando a entender que el mismo rey es cómplice de los acaparadores y estafadores. La idea de un pacto de hambre se extiende.

Detrás de esta creencia popular en la existencia de una conspiración entre los comerciantes y los oficiales reales para obtener beneficios a costa del hambre de las provincias, se vislumbra, como suele ser el caso, un destello refractado de verdad. El rey y sus acólitos dirigen todos sus esfuerzos a liberar recursos atrapados en el particularismo provincial para destinarlos a sus propios fines nacionales: el abastecimiento de París, la financiación del ejército, el mantenimiento de una creciente burocracia, la creación de un mercado nacional, la promoción de la agricultura. La lucha enfrenta a los centralizadores no sólo contra los que poseen el grano, sino también contra los acaparadores de hombres, tierras, oro y lealtades.

La violencia colectiva de esta época es expresión de ese conflicto titánico. Todavía existe un sustrato de la antigua violencia en el que se alinean miembros de grupos más o menos comunitarios enfrentados entre sí: peleas entre grupos rivales de artesanos, el todo para todos que termina en una confrontación entre dos pueblos cercanos, y así sucesiva-mente. Sin embargo, a mediados del siglo XVIII las formas caracterís-ticas de violencia colectiva se dan con ocasión de una enconada resisten-cia a las exigencias del centro. Aunque los motines de subsistencias apare-cen en primer lugar, básicamente se asemejan a ellos las sublevaciones contra la obligatoriedad del servicio militar y contra los impuestos, y las ocupaciones violentas de tierras cerradas al uso común por real decreto. La mayor serie de disturbios del siglo antes de la Revolución de 1789 fue el rosario de motines de subsistencias por el que pasa París en 1775, des-pués de los enormes esfuerzos de Turgot por liberalizar el comercio de granos. Muchísimas acciones colectivas de la Revolución adoptarán for-mas quintaesencialmente dieciochescas.

Saltamos un siglo hasta 1868. Napoleón III gobierna en Francia, aunque no tan flamantemente como cuando se hizo con el poder dieci-séis años antes. Ahora los franceses ya han olvidado los motines de sub-sistencias y las revueltas fiscales, aunque eran comunes tan sólo veinte años atrás. Las concentraciones que normalmente se vuelven violentas ya no son congregaciones casuales en los mercados o ferias; ahora se convo-can asambleas que reúnen a hombres pertenecientes a asociaciones con propósitos concretos. La Asociación Internacional de Trabajadores (más tarde llamada Primera Internacional) lleva cuatro años en pie y es muy

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activa en Francia. En junio el Imperio legaliza, por fin, las asambleas públicas, aunque todavía se requiere una autorización para llevarlas a cabo. Ahora, como marcos de la violencia colectiva, se imponen las huel-gas y las manifestaciones.

Es el momento de las grandes huelgas, la primera oleada importante del Segundo Imperio, de una magnitud y elaboración no vistas hasta la fecha en Francia. Los trabajadores de Lille y sus proximidades llevan dos años con diversas huelgas. Este año, en los muros y urinarios de Lille, se leen las siguientes pintadas:

VIVE LA RÉPUBLIQUE!

DES BALLES OU DU PAIN!

Aux ARMES, CITOYEN!

CI NOUS NE VOULONS PAS NOUS LAISSÉS MOURIR OU MANGÉ PAR LES ANGLAIS!

JE SUIS RÉPUBLICAIN PARCE QUE LE BONHEUR EST DANS LA RÉPUBLIQUE! *

A todas estas inscripciones se las define, naturalmente, como «con-signas sediciosas» (Pierrard, 1965: 490-491).

En este año de 1868 se producen huelgas importantes en el norte, en Marsella y, sobre todo, en la región industrial de Lyon, Saint-Étienne y Roanne. Muchas se desarrollaron de una forma más o menos pacífica, cuando no amigablemente. Sólo unas pocas resultaron violentas: huel-guistas apedreando la casa del director de una mina, o luchas entre los huelguistas y las tropas enviadas para mantener el orden. Aunque las huel-gas son más o menos legales desde hace cuatro años, los prefectos acuden rápidos en ayuda de los empresarios cuando sus trabajadores dan señales de turbulencia y/o «socialismo». Sin embargo, los combates auténtica-mente cruentos entre soldados y trabajadores (las llamadas masacres de La Ricamarie y Aubin en 1869, las luchas que acompañaron a las huelgas cuasi-revolucionarias de 1870, las Comunas de 1871) están aún por venir.

La manifestación organizada deliberadamente se está transformando rápidamente en el escenario común de la violencia colectiva. Toulouse, por ejemplo, no ha conocido ninguna revuelta desde la infructuosa resis-

* «¡Viva la república!» / «¡O balas o pan!» / «¡A las armas, ciudadano!» / «Aquí no queremos morirnos de hambre ni que se nos coman los ingleses!» / «¡Soy republicano porque la felicidad está en la república!». [N. del T.]

tencia de sus republicanos al golpe de Estado de Luis Napoleón en 1851. Ahora el gobierno comienza a organizar milicias (la Barde mobile) ante la eventualidad de una guerra con Prusia. El 9 de marzo se origina una pequeña manifestación en la Prefectura: algunos cantan, otros tiran pie-dras. Al atardecer del día 10,

una multitud de 1.500 a 2.000 personas cantan la Marsellesa y rompen las farolas de gas. Más tarde, algunos grupos de jóvenes se dirigen a la Prefectura, donde entran por la fuerza en el cuartel de policía y lo saquean. Después se lanzan a las calles al grito de ¡Viva la República! ¡Abajo el Emperador!, rompen las farolas de las calles y las ventanas de los edificios públicos; asedian al alcal-de en su propia casa, sobre la que hacen ondear una bandera roja. Al día siguiente [...] muchos trabajadores no acuden a su puesto y se producen nue-vos disturbios; muchas mujeres toman parte, pensando que los militares se encuentran acampados muy lejos [...] Los jóvenes se lanzan igualmente a las calles con un estandarte rojo (una toalla empapada de sangre de buey en el matadero) e intentan construir una barricada de carretas. Otra cuadrilla rompe las lámparas de gas en los aledaños de la Place des Carmes. Una tercera se dirige a la Escuela de Derecho, fuerza la puerta y destroza un busto del Emperador. Las autoridades comienzan a preparar al ejército para la acción. (Armengaud, 1961: 420-421)

Numerosas revueltas siguieron el modelo descrito: una manifestación moderadamente disciplinada se acaba convirtiendo en actos de revuelta y vandalismo. Como señala Armengaud, «parece que los republicanos estu-vieron detrás de las primeras manifestaciones, aunque fueron arrollados por la euforia de los jóvenes y la calculada intervención de unos cuantos perturbadores» (ibíd.). Todavía no ha llegado el momento de la manifesta-ción masiva bien organizada, donde la violencia aparece en luchas entre los manifestantes y la policía que intenta dispersarlos o contenerlos.

Un nuevo salto de cien años nos lleva a 1968. El general De Gaulle ha sobrevivido diez años como presidente, pero su popularidad parece ajada. Las huelgas todavía agitan la vida industrial de Francia con cierta frecuencia. Sin embargo, en los primeros meses de este año, son las revueltas estudiantiles las que saltan a los titulares de los periódicos. Una serie de huelgas protagonizadas por estudiantes mezclan las protestas contra la guerra americana en Vietnam con las exigencias de una mayor participación estudiantil en el mundo universitario. «PROFESSEURS VOUS ÉTES VIEUX»,* reza uno de los eslóganes.

«Profesores, sois viejos». [N. del T.]

32 Francia Un viaje violento 33

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34 Francia

En mayo la acción más importante de París se traslada desde el nuevo campus en el suburbio industrial de Nanterre hacia el más antiguo de la Sorbona. Tras algunos actos de vandalismo y amagos de pendencias entre militantes de la extrema izquierda y la extrema derecha, el rector pide a la policía que cerque y después disperse a un grupo de estudiantes que se han concentrado en el patio de la Sorbona para protestar contra medidas disciplinarias adoptadas contra algunos de los líderes en Nante-rre. El edificio de la Sorbona se despeja sin incidentes. Sin embargo, los enfrentamientos entre la policía y los estudiantes que les abuchean ante la puerta del antiguo edificio se convierten en el comienzo de seis extra-ordinarias semanas de manifestaciones, luchas callejeras, huelgas, un nuevo estilo de sentadas en las escuelas y fábricas, discursos, elecciones y represión: los sucesos de Mayo. Las pintadas de este año tienen un toque más imaginativo que las de hace un siglo:

LA CULTURE EST L'INVERSION DE LA VIE

LA LUCIDITÉ EST LA BLESSURE LA PLUS PROCHE DU SOLEIL

HAUT-PARLEUR=AMBIANCE PROGRAMMÉE=RÉPRESSION

QUAND LE DERNIER DES SOCIOLOGUES AURA ÉTÉ PENDU AVEC LES TRIPES DU

DERNIER BUREAUCRATE, AURONS-NOUS ENCORE DES PROBLÉMES?

L'ANARCHIE, C'EST JE! *

Y, a veces, da la impresión que el tema en cuestión es simplemente l'anarchie.

Llegado un punto, parece que los desórdenes vayan a derrocar al régimen. Podría significar el fin de la Quinta República. La publicación satírica Le Canard Enchaíné publica este titular: «MARIANNE PASSE L'EXAMEN EN SIXILME».** Resulta ser de otra manera, al menos a corto plazo. Las elecciones de finales de junio supusieron una victoria arrolladora para De Gaulle. La gente está asustada. Sin embargo, en los sucesos de Mayo estuvieron implicados algo más que un puñado de faná-ticos. En mayo y junio, al menos fueron 20.000 los franceses que toma-ron parte en encuentros violentos con la policía, resultando quizá unos

* “La cultura es la inversión de la vida» / “La lucidez es la herida más cercana al sol» / '<Altavoz = ambiente programado = represión» / <Cuando hayan ahorcado al último sociólogo con las tripas del último burócrata, ¿tendremos aún problemas?» / «¡La anar-quía soy yo!». [N. del T.]

*" »Marianne aprueba el examen de sexto». [N. del T.]

Un viaje violento 35

2.500 heridos y 4.500 detenidos, y 5 perdieron la vida como resultado más o menos directo de estas confrontaciones. Un número mucho mayor de gente, millones, participaron en huelgas pacíficas, sentadas y manifes-taciones. Mayo y junio presentan la mayor oleada de huelgas conocida en Francia. En proporción a la población francesa, este hecho supone uno de los mayores estallidos nacionales de acciones colectivas sucedidos en la historia.

La violencia en sí no distingue los sucesos de Mayo de otros muchos disturbios ocurridos desde la segunda guerra mundial: por ejemplo, las huelgas insurreccionales de 1947 o los disturbios de 1951 al ser nombra-do Eisenhower comandante del SHAEF,' o incluso las enormes y san-grientas manifestaciones con ocasión de la guerra de Argelia. Conside-rando el gran número de gente que se vio involucrada en estos actos, las destrucciones y las víctimas de Mayo de 1968 fueron menores. Sin embargo, la combinación de una serie de hechos como el liderazgo de los estudiantes, su alianza con los obreros industriales, el rechazo de la tutela comunista, los experimentos de control local en colegios y lugares de tra-bajo, la exigencia subyacente en favor de una autonomía local en una sociedad compleja, todo se combina para proporcionar a los sucesos de Mayo del 68 un carácter nuevo y desconcertante.

El veterano observador Raymond Aron encuentra estos aconteci-mientos insensatos y repugnantes; es decir, desconcertantes. Justo acaba-da la lucha, este observador busca en su acervo léxico una etiqueta para definirla y elige la de «psicodrama».

El psicodrama hace que se combinen la propensión revolucionaria del pueblo francés, la debilidad de las instituciones mediadoras (acentuadas por el gaullismo, en donde todo depende directamente del propio general De Gau-lle), la resaca de fuerzas irracionales en una sociedad que se autodenomina moderna, probablemente también el descontento de un buen número de franceses en una fase de modernización carente de la morfina de la inflación. Había bastantes frustraciones, resentimientos y quejas acumulados en los franceses para que se diese un gran estallido, si se daban las circunstancias apropiadas. ¿Es el final de una civilización? (1968: 44)

* Siglas de Supreme Headquarters Allied Expeditionary Force (Mando Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada). [N. del T.]

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No es una revolución, sino una histeria masiva, dice Aron. No es histeria, sino una revolución masiva, responden los estudiantes. Ambos coinciden en que algo muy profundo comienza a salir a la superficie en la sociedad francesa. Pero no están de acuerdo sobre si este hecho repre-senta un cambio o una descomposición.

Unos días más tarde, Alain Touraine proclamará que supone ambas cosas, aunque el cambio será lo más importante para la sociedad francesa:

El movimiento de Mayo supone una nueva forma de lucha de clases. Este movimiento, más que cualquiera de las acciones colectivas producidas en las últimas décadas, revela y constituye, así, el conflicto social fundamental de nuestra sociedad. Esta forma de interpretarlo va más allá de lo que puedan sugerir las proclamas de los participantes mismos, puesto que significa que estamos tratando con un nuevo conflicto social cuya naturaleza y participan-tes ya no son los de la sociedad anterior, la verdadera sociedad capitalista E...] Los estudiantes franceses, como los de Berlín y Berkeley, comenzaron una lucha contra el aparato de integración, manipulación y agresión. Son estas palabras y no la palabra explotación las que mejor definen la naturaleza del conflicto. (1968: 14)

Y así, como sucediera en 1768 y 1868, el análisis de los aconteci-mientos violentos rápidamente da lugar al análisis del orden social que los produce.

2.2. Las lecciones del viaje

Nuestro mítico viaje no ha sido inútil. Los dos siglos que hemos recorrido trajeron unos cambios fundamentales en la naturaleza de la vio-lencia colectiva en Francia. Ésta es la primera lección y la más elemental: la violencia colectiva tiene forma, más forma de la que sugieren palabras torpes como motín o disturbios. En cada monaento y lugar determinados, la gente actúa con un repertorio limitado y bien definido de formas vio-lentas. El repertorio cambia sistemáticamente con el tiempo y el lugar, como cambian las formas básicas de acción no violenta. Ésa es la segunda lección (menos obvia): las formas predominantes de violencia dependen de la estructura básica de la acción colectiva. No existe un abismo trágico que separe la violencia de la no violencia, ni en en 1968 ni en 1768.

La tercera lección deriva directamente de las dos primeras, aunque, es más difícil de aceptar: en la experiencia francesa, la violencia colectiva

ha sido una causa, un efecto y un elemento constitutivo del proceso polí-tico. Si es así, tiene poco sentido el imaginar las protestas violentas como un géiser que de repente entra en erupción a través de una superficie débil pero plana, como una expresión de «tendencias revolucionarias» o «tensión acumulada». Por el contrario, cobra bastante sentido suponer que, si la naturaleza de los conflictos violentos cambia significativamente, también deben de estar teniendo lugar otros cambios mucho más genera-lizados en el proceso político. El auge del motín de subsistencias en el siglo XVIII y la multiplicación de las manifestaciones violentas en el XIX significaban una transformación mucho más general en la estructura política de Francia. Quizás los nuevos rasgos de la rebelión de 1968 tam-bién suponen algo más que un impulso instantáneo.

Si es así, ya no se trata de escoger entre las versiones simples o sofis-ticadas de las teorías de desintegración y de solidaridad. Ninguna de esas líneas o argumentos concede suficiente importancia a la estructura política ordinaria y al proceso político rutinario. Algunas cosas ya han quedado claras. En primer lugar, la manera de trabajar de los dirigentes franceses influyó mucho sobre el carácter y la frecuencia de la violencia colectiva. En segundo lugar, fueron las luchas por el poder a nivel local, regional y nacional (es decir, no unas respuestas inmediatas a la miseria, unas libera-ciones repentinas de la tensión acumulada ni unas expresiones espontá-neas de solidaridad) las que explican la mayoría de las acciones violentas de cualquier período. En tercer lugar, sean cuales sean los efectos que puedan haber producido los cambios estructurales ajenos a la esfera polí-tica, como la urbanización y la industrialización, sobre la estructura y distribución de la violencia colectiva, han sido efectos en gran parte indi-rectos, mediados por la estructura política. Para establecer las conexiones entre el surgimiento de una sociedad urbana-industrial y los auges y caí-das de las distintas formas del conflicto violento, nuestra investigación deberá remitirse o aproximarse con frecuencia a la organización cotidiana de la vida política.

2.3. La centralización del poder

Parte de esta investigación nos remite a las características generales de la historia política francesa. Francia ha destacado claramente entre las

36 Francia La centralización del poder 37

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38 Francia La centralización del poder 39

naciones por su impulso centralizador. Aunque el llamado absolutismo de los siglos XVII y XVIII fue mucho más lejos en la teoría que en la práctica (la teoría en sí fue un arma creada durante la larga batalla entre la corona y los magnates de provincias), el centro se impuso, mientras que sus riva-les sucumbieron. Tocqueville vio en la centralización real del poder, de la riqueza y de la población en París las raíces de la Revolución y los orígenes de la consiguiente fragilidad de las instituciones democráticas de Francia. Mucho más recientemente, Herbert Lüthy ha señalado que las institucio-nes no parlamentarias del moderno gobierno francés representan

el aparato de Estado de la monarquía absoluta perfeccionado y conducido a su conclusión lógica bajo el Primer Imperio. Cuando las cabezas coronadas cayeron, la soberanía real fue transferida a este aparato de Estado. Pero trabaja en un segundo plano, sin llamar la atención sobre sí, en el anonimato, alejado de cualquier tipo de publicidad y casi en secreto; un monarca, un monarca para el que sólo la rutina ha sobrevivido como motor y guía. No supone tanto un Estado dentro del Estado, cuanto el verdadero Estado detrás de la fachada del Estado democrático (1955: 19-20).

En el sistema francés las autoridades locales y regionales han queda-do desde hace tiempo directamente subordinadas al control nacional. El prefecto de un departamento es ahora un agente del gobierno central. Incluso el alcalde de un pueblo es, en cierta medida, un cargo nacional. Con la disolución de las unidades provinciales de la Guardia Nacional y la relegación de la guardia parisina a funciones ceremoniales en 1852, las últimas fuerzas armadas que no estaban bajo el control nacional desapa-recieron de forma casi definitiva, con la muy significativa excepción de los años revolucionarios de 1870 y 1871. (Este hecho contrasta llamati-vamente con la mayoría de los países de habla inglesa, en los que hay diversas milicias, guardias nacionales y fuerzas de policía que continúan operando bajo controles locales y regionales). Por el mismo tiempo en que domesticaba a la Guardia Nacional, Luis Napoleón perfeccionaba un cuerpo de espías, delatores y confidentes que había sido creado en regí-menes anteriores. Las posteriores innovaciones en técnicas de control (tanques, teléfonos, gas lacrimógeno y rifles automáticos) incrementaron la superioridad tecnológica del gobierno sobre sus contrincantes.

La centralización administrativa a la vez favoreció y se alimentó de la centralización geográfica en París y su protuberancia, Versalles. París siempre ha sobresalido por encima de las demás ciudades francesas, desde

que Francia existe. Las carreteras de Francia, después los ferrocarriles franceses y, por último, las líneas aéreas del país, tomaron la forma de un pulpo parisocéfalo. Tocqueville tituló uno de los capítulos cruciales de su obra El Antiguo Régimen y la Revolución como sigue: «Cómo Francia era ya, de todos los países de Europa, aquel en que la capital había adquirido mayor preponderancia sobre las provincias, absorbiendo todo el pode-río». (Un vocabulario que hace que «provincias» designe a todas las par-tes de un país menos a una sola ciudad resultaría fantasioso en cualquier otra parte).

Marx también contempló el dominio parisino como un importante fenómeno político: «Si París gobierna Francia como resultado de la cen-tralización política, los trabajadores gobiernan París en los momentos de terremoto revolucionario» (1935: 39). Escribiendo en los meses de la decadencia del Segundo Imperio, Blanqui elevó la realidad política a doctrina:

Un año de dictadura parisina en 1848 le hubiera ahorrado a Francia y a la historia el cuarto de siglo que ahora termina. Ahora no debemos vacilar, aunque hagan falta diez años. Después de todo, el gobierno de París es el gobierno de la nación por la nación y, por lo tanto, el único que es legítimo. París no es solamente un municipio atrincherado en sus propios intereses. Representa la nación. (1955: 166-167)

La existencia misma de semejante doctrina ilustra la centralización política de Francia, y nos permite entender el antiguo temor de que el monstruoso París devorase a toda la nación.

El proceso de centralización continuó durante siglos. No se detuvo con la Revolución y el Imperio, sino que prosiguió rápidamente durante el XIX. El Estado sometía partes cada vez mayores de las vidas de los hombres a su control directo, a través de la educación pública, la forma-ción militar universal, el derecho al sufragio y los programas de bienestar público. Con el tiempo, el Estado se hizo con el control de abundantes sectores de la economía: los ferrocarriles, las compañías aéreas, la radio, la televisión, las minas, los servicios públicos, algunos servicios bancarios y la fabricación de automóviles. El gran momento de esta expansión llegó al final de la segunda guerra mundial. Si Luis XIV declaró: «El Estado soy yo», sus sucesores anunciaron: «El Estado lo es todo». En nuestros días, gran parte parte del debate acerca de la reforma guberna-

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40 Francia La nacionalización de la política 41

mental en Francia se refiere, sobre todo, a las formas de invertir o, al menos, detener un proceso secular de centralización.

2.4. La nacionalización de la política

La Francia de los dos últimos siglos no sólo contempló una centrali-zación del poder, sino también una nacionalización de la política. Ambos procesos dependían uno del otro. Los ciudadanos franceses llevaban una vida política bastante activa dentro de sus propias comunidades y provin-cias mucho antes de la Revolución: elegían a las autoridades locales, determinaban la carga impositiva municipal y reñían por los gastos de las instituciones religiosas. Sin embargo, sólo tenían contactos esporádicos con la política nacional a través de intermediarios privilegiados, y, aun en este caso, más como súbditos que como participantes. Las reformas polí-ticas de 1787 y de la primera fase de la Revolución restringieron las par-ticipación formal en la política municipal (sustituyendo la asamblea for-mada por todos los cabezas de familia por un consejo previamente elegi-do e imponiendo una serie de requisitos de propiedad para tener derecho a votar y a ejercer un cargo). Por otro lado, la Revolución supuso un con-siderable incremento de las oportunidades e incentivos para que el pue-blo participase en la política nacional, votando, ejerciendo cargos, afi-liándose a sociedades, adoptando estilos revolucionarios, manifestándose, leyendo, discutiendo, alistándose como voluntarios.

El término de moda para denominar este encauzamiento de la gente hacia una comunicación intensiva a nivel nacional es movilización (ver Nettl, 1967). Tras la primera fase de la Revolución, la siguiente gran oleada de movilización política en Francia no llegó hasta la Revolución de 1848. Entonces el sufragio universal masculino, las campañas electorales, la proliferación de las asociaciones políticas, la existencia de una prensa nacional relativamente libre y la gran rapidez adquirida en la movilidad de la información política a través de telégrafo y los ferrocarriles, intro-dujeron a la gente más que nunca en la política nacional. La centraliza-ción promovió este proceso de nacionalización situando cada vez con más frecuencia los recursos y decisiones más importantes en la capital de la nación o en el gobierno nacional.

La centralización y nacionalización de la política francesa se llevaron a cabo suavemente y sin titubeos. Los franceses cambiaron de un régimen a otro a través de revoluciones y golpes de Estado; 1789, 1799, 1830, 1848, 1851, 1870 y 1958 son sólo algunos de los años más destacados en este sentido. Actualmente, los líderes franceses, junto con los partidos, todavía reclaman o ponen en cuestión su genealogía a partir de la Revolución del siglo XVIII con una pasión que recuerda más a los rusos o a los chinos que a los holandeses o ingleses (por nombrar cuatro regímenes de génesis revo-lucionaria). Aunque en la Tercera República los radicales lograron una posición especial como protectores del republicanismo laico, ningún parti-do ha sido capaz de establecer en ningún momento un monopolio de la legitimidad revolucionaria. Pero pocos partidos dejan de reclamarlo para sí. En una fecha tan tardía como el 13 de mayo de 1958, los sublevados que tomaron el poder en Argel y acabaron derribando la Cuarta República can-taron la Marsellesa y formaron un Comité de Salvación Pública.

Sin embargo, 1958 constituye una excepción en un aspecto crucial. Es la única ocasión desde 1799 en que el ejército profesional francés toma parte de una manera autónoma y decisiva en el derrocamiento de un régimen. Hombres que adquirieron reconocimiento por su servicio como soldados han ascendido periódicamente al poder en Francia, y también periódicamente han supuesto una amenaza para la continuidad democrática: Boulanger, Pétain y De Gaulle son los ejemplos más céle-bres; los dos Napoleón son los hombres de a caballo con los que normal-mente se les compara. Luis Napoleón sí utilizó el Ejército con una triste eficacia en el golpe de Estado de 1851. La cuestión del control civil sobre los militares casi desgarró a Francia durante el caso Dreyfus. No obstan-te, el Ejército como tal sólo desempeñó un papel muy limitado en la sucesión de revoluciones y golpes de Estado producidos en Francia. En este aspecto la inestabilidad francesa es distinta de la de España o Brasil.

Bajo la Tercera y Cuarta Repúblicas, la rápida sucesión de gobiernos junto con el recuerdo de esos golpes y revoluciones dieron a Francia una reputación mundial de inestabilidad política. Esta inconstancia francesa, señala Raymond Aron, se había desarrollado, en realidad, mucho antes:

La inestabilidad en la cumbre es E...] menos novedosa de lo que los sociólogos suelen creer. En tiempos de Tocqueville, durante la Monarquía de Julio, la gente bromeaba sobre lo mismo y contaba la historia del embajador que no sabía, cuando dejó París, a qué ministerio representaría cuando llegara

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42 Francia Riqueza 43

a su puesto. La presencia de un rey, de un emperador o de un Charles De Gaulle mantiene provisionalmente a la jefatura del Estado al margen de las luchas de facción, pero no termina con las luchas. El jefe del Estado, más que resolver nuestras disputas, las preside. (1959: 40-41)

Aunque a estas alturas varias naciones jóvenes han representado una seria competencia en este terreno, la reputación de discontinuidad guber-namental de Francia está bien merecida. Pero hay que hacer dos matiza-ciones importantes. La primera es que el personal del gobierno, especialmente la burocracia estatal, se mantenía en un grado notable en los cambios de un régimen a otro. A pesar de la repentina modificación del derecho de voto, que pasó de exigir importantes niveles de propiedad a un sufragio universal, más de la mitad de los diputados elegidos en abril de 1848 ya habían participado en las cámaras del período prerevolucio-nario. A nivel de consejos departamentales, la continuidad era todavía mayor. El personal administrativo de todos los niveles sobrevivió al cam-bio de régimen con una perturbación mínima (ver especialmente Fasel, 1968; Girard, Prost, Gossez, 1970; Tudesq, 1964: II, 1065; Tudesq, 1967: 85-102).

La segunda matización es que inestabilidad no es igual a violencia. Los franceses han pasado por un gran número de momentos violentos, pero también muchos otros pueblos, ya vivieran bajo gobiernos «esta-bles» o «inestables». Inglaterra, los Estados Unidos, Canadá y Bélgica, todos han experimentado en algún momento los mismos tipos generales de violencia colectiva que Francia; incluso puede ser que sus vidas coti-dianas hayan sido, en conjunto, más violentas que la de Francia.

Ciertamente, la cantidad bruta de sangre derramada no justifica la reputación conflictiva de Francia. Por ejemplo, en el período comprendi-do entre 1930 y 1960 cerca de cien franceses murieron en disturbios polí-ticos, la mayoría a manos de la policía. Durante el mismo período, las guerras mataron a unos 200.000 y 600.000 más murieron en accidentes. Parece obvio que los disturbios políticos crean un ambiente de temor des-proporcionado en relación con el número de víctimas humanas. Lo que diferencia a Francia no son las cifras de heridos y muertos, sino la frecuen-cia con que las protestas violentas han derrocado a gobiernos y regímenes.

Esta particular experiencia política ha producido actitudes políticas características. En palabras de Philip Williams:

La visión que tiene el francés de la autoridad política está [...] determi-nada por tres factores cruciales: una lucha política que ha Estado siempre agi-tada por un sectarismo amargo e implacable, que no perdona a ningún sector de la vida social del país; una experiencia de gobiernos que abusan de su auto-ridad para mantener sus puestos; y un poderoso mecanismo administrativo que representa una tentación constante de caer en ese abuso. Existe un tota-litarismo latente en la actitud de los franceses hacia la política, que hace que los demócratas franceses teman el poder del gobierno, y lo consideren más como una fuente potencial de peligros que de beneficios. (1958: 2; cf. Cro-zier, 1964: 213-264; Tarrow, 1969)

Sin duda, la mayoría de la gente siente ambivalencia hacia el Estado. Los franceses, más.

La historia política francesa es una explicación parcial, y en cierto modo un resultado, del carácter cambiante de su violencia colectiva. La centralización del gobierno, la nacionalización de la política, las barreras puestas al Ejército para la acción política independiente, la tradición revo-lucionaria y la continua vulnerabilidad de los distintos regímenes ante los desafíos planteados en las calles le dan a este país una mayor semejanza con Italia que, por ejemplo, con Inglaterra. Una Francia con un ejército más independiente bien podría haberse parecido a España o a Argentina.

2.5. Riqueza

Pero sólo en algunos aspectos. Las analogías con Italia, España o Argentina ya no son tan convincentes en lo tocante a la riqueza, la estructura industrial, la diversidad regional y la población urbana. La his-toria de la violencia colectiva en Francia depende no sólo de la estructura política formal del país, sino también de las importantes transformacio-nes producidas en otros aspectos de la estructura social.

Antes de la Revolución, Francia era una de las naciones más próspe-ras, industriales y urbanas del mundo. Francia tiene mayor experiencia con un nivel de vida cómodo que casi cualquier otro país del mundo. Con respecto a la renta per cápita, no hay duda de que Holanda e Ingla-terra la superaron ya en el siglo XVII. Sin embargo, los siguientes —Bél-gica, Alemania y los Estados Unidos— no la sobrepasaron hasta bien avanzado el siglo XIX.

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44 Francia

Por supuesto, todo esto es relativo. Si buscásemos en el mundo de mediados del siglo XX analogías con la prosperidad material de Francia a principios del siglo XIX, tendríamos que recurrir a naciones pobres aun-que civilizadas, como Bulgaria, Yugoslavia o Costa Rica. Incluso tales analogías rozarían lo grotesco; deberiamos evocar una Yugoslavia sin ferro-carriles, sin aparatos de radio, sin asomos de industria ultramoderna. Nuestra Yugoslavia imaginaria tendría una clase de terratenientes con título nobiliario arrancando aún las rentas de los campesinos arrendata-rios, y otra clase ahora en auge de mercaderes, banqueros, industriales y funcionarios. Habría aún menos gente viviendo en ciudades de la que hay en la actual Yugoslavia. Aun así, dominaría un mundo de naciones más pobres y menos poderosas que ella misma. Esa Francia no encuentra equivalente en el mundo occidental de hoy.

La riqueza de Francia ha ido aumentando a largo plazo lenta pero segura desde la Revolución. Un cálculo autorizado del crecimiento de la renta per cápita en Francia la sitúa en el 1,25% anual, aproximadamente la misma que para Inglaterra (Cole y Dean, 1965: 12). En el gráfico (fig. 1) se representan tres de las mejores series de que disponemos sobre la renta nacional francesa desde 1810. Presentan un crecimiento relativa-mente sostenido durante el ,siglo XIX. El siglo XX traería consigo mayo-res oscilaciones en la renta. Según estos cálculos, los más importantes períodos de declive correspondieron a la depresión de la década de 1870, a las dos guerras mundiales y a la depresión de los años 30. La segunda guerra mundial aparece como un desastre económico, incluso si se la compara con la depresión a la que siguió. Los períodos de mayor creci-miento van de 1855 a 1869, de 1922 a 1930, y, sin parangón, de 1946 a 1960 y después. Estas fechas corresponden plenamente a lo que conoce-mos por otras fuentes sobre la cronología de la expansión industrial. Las curvas registran un incremento sostenido de las viejas industrias hasta 1850, un crecimiento máximo (basado cada vez más en el acero, los fer-rocarriles y otras industrias de reciente creación) durante las décadas de 1850 y 1860, y la mayor expansión tanto de la industria moderna como de los servicios desde entonces.

El incremento de la renta nacional al que se asistió significó para el francés medio más de lo que habría representado para el inglés o ameri-cano medio, debido a que la población creció en Francia con mayor len-

FIGURA 1

CÁLCULOS SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LA RENTA NACIONAL FRANCESA, 1810-1960

FUENTES: 1) Maurice Lévy-Leboyer, «La croissance économique en France au XIX' siécle: résultats préliminaires», Annales: Économíes, Sociétés, Civilisations, 23 (1968), pp. 788-807. La estadística utiliza un índice (1890 = 100) para la «producción global> , de la agricultura, industria y construcción, excluyendo los servicios, las inversiones, las compras del gobierno y las exportaciones netas, convencionalmente incluidos en el Producto Nacional Bruto. 2) Colin Clark, The Conditions of Economic Progress (Nueva York: St. Martin's Press, 1957), pp. 123-229. [Hay trad. cast.: Las condiciones del progreso económico (Madrid: Alianza Uni-versidad, 1967, 2.' ed., 1980)] Las cifras representan la renta real (incluyendo el valor atri-buido a los productos agrícolas producidos y consumidos fuera del mercado) en miles de millones de Unidades Internacionales. Hasta 1913 las cifras se refieren a medias decenales centradas en la fecha indicada. 3) Cálculos de la renta nacional realizados por Alfred Sauvy, 1901-1949, y, después de 1949, extrapolación de la serie de Sauvy en 1949, según aparece en el Annuaire statistique de la France. Résumé retrospectif, 1966, cuadro 14, p. 556. Las unidades representan miles de millones de francos de 1938.

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Industria

24

20

Servicios

16

MILLONES 12 DE

PERSONAS

Agricultura y pesca

Industrialización y urbanización 47 46 Francia

titud. Tocaban a más al repartir las ganancias. (Podría muy bien haber sido, y se ha sostenido así con frecuencia, que una alta tasa de crecimien-to de la población hubiese acelerado el crecimiento económico de Fran-cia). Francia no arrastró hacia sí nada parecido a la legión de inmigrantes que embarcaron hacia Canadá o Argentina. Su tasa de natalidad cayó de una forma constante desde la Revolución hasta la segunda guerra mun-dial, en general con mayor rapidez que la tasa de mortalidad. En regiones enteras de Borgoña, Normandía y Languedoc las familias comenzaron a restringir la natalidad bastante firmemente ya antes de la Revolución. Como consecuencia, el crecimiento natural francés fue lento y al mismo tiempo incierto. La tasa de natalidad tendió a recuperarse algo en tiem-pos más prósperos: en las décadas de 1860, 1920, y, de forma espectacu-lar, en la de 1950. Pero tanto la guerra como la depresión produjeron importantes decrecimientos naturales en 1870-1871, 1914-1919 y 1936-1945. Por otra parte, desde la segunda guerra mundial, con la mortalidad todavía en descenso y la fertilidad ascendiendo otra vez a niveles del fin de siécle, los franceses se multiplicaron a un ritmo inigualado en los dos últimos siglos. Después de un siglo de envejecimiento, esto hizo que la población francesa fuese nuevamente joven. Tanto a nivel demográfico como industrial, el cambio de ritmo que supuso la posguerra excedió con mucho lo que había sucedido antes.

2.6. Industrialización y urbanización

Lo mismo sucede en lo relativo a la estructura del empleo. La figura 2 muestra los efectos de siglo y medio de industrialización sobre la mano de obra francesa. Algunos de los cambios son aparentes. Por ejemplo, el claro declive del total de la mano de obra francesa después de 1954 resul-ta casi por completo de haberse introducido una definición más estricta de la población agrícola. No obstante, varios hechos resultan manifiestos:

1. En contra de las nociones habituales sobre la Francia revoluciona-ria y posrevolucionaria, ya en 1825 casi la mitad de la mano de obra francesa trabajaba fuera del sector agrícola.

2. Sin embargo, el tamaño total de la población agrícola permaneció virtualmente constante durante un siglo después de 1825, comenzó a

declinar después de la primera guerra mundial y sólo cayó con más rapi-dez después de la segunda guerra mundial.

3. Como resultado, hasta la década de 1950 Francia tenía una pro-porción de mano de obra agrícola excepcionalmente alta en comparación con otras naciones prósperas del siglo XX.

4. Los sectores industrial y de servicios crecieron de forma constan-te, excepto alrededor de 1900 y durante la segunda guerra mundial. Su ritmo de crecimiento, sin embargo, dependía del nivel general de la acti-vidad económica; a mayor prosperidad, mayor fue el trasvase hacia las manufacturas y los servicios, y viceversa.

5. Los porcentajes en el sector de las manufacturas y de los servicios han permanecido aproximadamente iguales durante todo el período. Hasta ahora Francia no ha experimentado el trasvase desde las activida-des secundarias a las terciarias que se supone característico de las econo-mías industriales avanzadas.

FIGURA 2

POBLACIÓN TRABAJADORA EN FRANCIA, 1825-1959

1820 1840 1860 1880 1900 1920 1940 1960

FUENTE: J.-C. Toutain, La population de la France de 1700 á 1959 (París: Institut de Scien-ce Économique Appliquée, 1963), pp. 135, 161.

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Industrialización y urbanización 49 48 Francia

En suma, el período estudiado contempló a una Francia que se transformó de un país pobre y de predominio agrario en otro más prós-pero e industrial, mientras otros países caminaban por derroteros simi-lares con mayor celeridad. Aunque en 1825 Francia ya tenía una gran experiencia con las formas tradicionales de manufactura, los años que siguieron constituyeron el período fundamental para la industrializa-ción.

Francia también se urbanizó. El París revolucionario, con su medio millón de habitantes, era una de las mayores ciudades del mundo. Durante siglos, París había extendido su control sobre los hombres, cos-tumbres y mercados del noreste de Francia; a finales del siglo XVIII, una extensa área vertía inmigrantes y provisiones dentro de la ciudad. Marse-lla, Lyon, Burdeos y Ruán, con casi cien mil habitantes cada una, domi-naban unos entornos mucho más reducidos. Sin embargo, la gran mayo-ría de los franceses vivía todavía en pueblos.

En las estadísticas francesas, la palabra urbano se ha referido tradi-cionalmente a los núcleos con, al menos, 2.000 habitantes en su asenta-miento central. Según este criterio, cerca de una quinta parte de la pobla-ción francesa vivía en poblaciones urbanas en 1820 y unas tres quintas partes en 1960. Como muestra la figura 3, la población rural viene dis-minuyendo tanto en términos absolutos como relativos desde 1850. Las grandes ciudades francesas se han alimentado de esta reducción. Las ciu-dades de 50.000 habitantes o más tenían un 4% en 1821, un 18% en 1901 y un 25% en 1962. El ritmo de crecimiento urbano fue relativa-mente constante. Durante este período viene a suponer, como el aumento de la renta per cápita, cerca de un 1,25% anual. La expansión industrial de las décadas de 1850, 1920 y 1950 aceleró la tasa; la industrialización más baja que se da entre 1870 y la primera guerra mundial y durante la Depresión la frenó, mientras que las dos guerras y las cesiones territoria-les a Prusia en 1870 hicieron mella en la curva aunque no por mucho tiempo.

Si la población francesa dedicada a la agricultura alcanzaba su punto culminante durante la primera guerra mundial, y la población rural comenzaba un paulatino descenso en torno a 1850, ambas no pueden haber sido la misma. Una buena proporción (quizás una tercera parte) de la llamada población rural de la Francia postrevolucionaria vivía de las

FIGURA 3

POBLACIÓN FRANCESA URBANA, RURAL Y TOTAL, 1821-1962

60

50

40

MILLONES DE

PERSONAS 30

20

10

1941

1961

FUENTES: Annuaire statistique de la France. Résumé rétrospectif, 1966, cuadro 3, p. 23; Statistique de la France (París: Imprimerie Royale, 1837), pp. 267-283. Por «lugares urba-nos» entendemos municipios con 2.000 habitantes o más en la aglomeración central. Las cifras para 1821 y 1836 son cálculos a partir de la proporción entre municipios de más de 2.000 habitantes y municipios de más de 10.000 en 1851, aplicada al total efectivo de muni-cipios de 10.000 habitantes o más en 1821 y 1836.

manufacturas, los servicios y otras ocupaciones no agrícolas. La industria textil doméstica (que, por ejemplo, en la Mayenne rural constituía la principal actividad económica de la campiña antes de la Revolución) ocupaba a más gente que sus industrias rivales, la herrería, carpintería, curtidos, cestería y alfarería. Todas estas industrias se trasladaron rápida-mente a la ciudad a lo largo del siglo XIX, dejando al campo, muy activo hasta hacía poco, más bucólico de lo que había estado durante siglos. Las áreas rurales se desindustrializaron.

Según parece, cientos de miles de artesanos rurales permanecieron en las poblaciones pequeñas durante la primera mitad del siglo XIX, viviendo a medio sueldo, con trabajo temporal en el campo y con la

11111111 111111111 '110 daliffigill Ciudades de más

de 50.000 habs. 111

1821 1841 1861 1881 1901 1921

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50 Francia Industrialización y urbanización 51

esperanza cada vez más remota de que volviesen los «viejos tiempos». Tanto ellos como sus descendientes comenzaron a abandonar las tierras en mayor número hacia 1850, cuando creció el empleo en los nuevos centros industriales, el ferrocarril los transportó más fácilmente, la indus-tria rural desapareció y los derechos tradicionales de espigar, cortar y cazar en campos o bosques comunitarios retrocedieron ante el avance de una agricultura calculadora y capitalizada. En definitiva, el «éxodo rural», con frecuencia deplorado por los franceses amantes de las virtudes rústi-cas, probablemente discurrió en tres fases diferentes aunque solapadas: 1) un drenaje de trabajadores y antiguos trabajadores de la industria rural que alcanzó su máximo a mediados del siglo XIX; 2) una absorción de trabajadores agrícolas e hijos «sobrantes» de familias campesinas, espe-cialmente durante el período de elevado crecimiento natural hasta 1890, aproximadamente; 3) el movimiento, sobre todo después de 1930, de familias desplazadas por el cierre y consolidación de granjas desde 1890. El primer movimiento tuvo un aire de desesperación, el segundo ofrecía la posibilidad de salir de la pobreza a varias generaciones de jóvenes fran-ceses ambiciosos, y el tercero fue bastante fluido, excepto durante los peores años de la década de 1930. Las tres clases de movimiento tuvieron un impacto muy diferente sobre la protesta agraria.

El crecimiento de las ciudades y el drenaje de la población rural no se distribuyeron equitativamente en el mapa de Francia, como tampoco lo hizo el desarrollo de la industria a gran escala. Podemos llamar moder-nas, para simplificar, a aquellas áreas con altas rentas per cápita, agricul-tura productiva, grandes establecimientos fabriles, elevado nivel de alfa-betización, abundantes medios de comunicación, etc. En estos términos, la distribución geográfica de la modernidad en Francia ha seguido un paso curvilíneo desde la Revolución. La modernidad estaba ya algo con-centrada en París y su área de influencia, y en regiones mucho más pequeñas inmediatamente adyacentes a un puñado de grandes ciudades. Se volvió aún más desigual durante el siglo XIX al urbanizarse e indus-trializarse aquellas regiones (y, generalmente, en el cuadrante noreste del país). Lentamente, después de la primera guerra mundial, y con rapidez, después de la segunda guerra mundial, los frutos de la modernidad, tanto los amargos como los dulces, se extendieron más allá de las regiones ini-cialmente importantes, y se dio un cierto grado de homogeneización.

Un rasgo sorprendente de todo este proceso aparece en el cambio de distribución de las producciones agrícolas (Bouju, 1966: 56). Desde el comienzo, el área de influencia de París produjo, bajo el estímulo del mercado metropolitano, los mayores rendimientos por hectárea. Las dis-paridades regionales, especialmente la ventaja de París, se acrecentaron durante el siglo XIX (a pesar de que las nuevas técnicas agrícolas se extendieron por toda Francia), sólo para dar paso a una mayor homoge-neidad durante el siglo XX.

Los mapas de tráfico rodado en 1856-1857 y 1955 (figura 4) seña-lan puntos de un desarrollo muy similar: desigualdad al comienzo, incre-mento de las diferencias con el proceso de urbanización industrial en el norte, eventual extensión del tráfico a regiones cada vez más amplias del país. Los mapas de tráfico reflejan la medida en que la modernidad se extendió mediante la expansión y convergencia de las regiones urbanas existentes: Lyon y Marsella uniendo sus brazos hasta rodear a Niza; Tou-louse y Burdeos construyendo su propia red metropolitana; París exten-diendo sus alianzas en todas las direcciones.

El proceso influye en la vida cotidiana. Estamos en un villa rural angevina:

Al mismo tiempo que las redes sociales disminuían su número en Chanzeaux, se incrementaba su difusión geográfica, principalmente debido a la revolución en los transportes. Cuando la gente de Chanzeaux no traba-ja, se desplaza normalmente para visitar amigos, parientes o conocidos en un radio de acción mayor. Hace ocho años, si queríamos hablar con un granjero, estábamos seguros de encontrarle en casa un domingo por la tarde, y nuestra visita era grata, ya que al parecer él no tenía nada más que hacer. Ahora la gente rara vez está en casa cuando dispone de tiempo libre. Cuando están en casa es porque esperan visita. El tráfico por las carreteras del Maine-et-Loire, en especial de las que conducen a caseríos y granjas, es sorprendentemente denso los domingos en nuestros días. A veces, los gran-jeros (y los ciudadanos) se dirigen incluso más lejos durante el fin de sema-na. Faligand visita a sus primos en París. Bourdelle visita en Lille a un amigo que conserva desde el servicio militar. Los Massonneau bajan desde París para visitar a los Guitieres. Sólo los enfermos se quedan en casa, y ellos tambien reciben visitas. Solía suceder que un domingo por la tarde los ciudadanos de Chanzeaux que salían de casa recorrían la ribera del Hyrome para encontrarse con amigos y beber en las pequeñas tabernas durante el recorrido. Hoy en día uno puede recorrer todo el paseo y encontrarse sólo a un pescador ocasional. La gente de Chanzeaux ha ensanchado sus contactos e intereses. (Wylie, 1966: 341)

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53 Francia 52 Industrialización y urbanización

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FUENTE: Paul M. Boujou y otros, Atlas historique de la France contemporaine (París: Colin, 1966), pp. 72, 73.

No es sólo que los franceses se muevan más de lo que solían. A pesar de los mitos que sostienen lo contrario, las comunidades rurales de la mayor parte de las regiones de Francia han experimentado rápidos movi-mientos de población durante, al menos, un siglo. El gran cambio con-siste en que los círculos en los que se mueven se han extendido cada vez

más (ver Tugault, 1973). Esta ampliación de las relaciones sociales comenzó en París y su área de influencia, para continuar con el creci-miento de las metrópolis industriales durante el siglo XIX y finalizar ligando a toda Francia en décadas recientes.

Esta ligazón no es igual, regular ni armoniosa. Los franceses han compartido una experiencia general en el mundo occidental: un cambio en las líneas importantes de división de la riqueza, prestigio, poder, acce-so social y solidaridad, que han pasado de un nivel local a otro nacional. Mientras la división permanece, los principios de división se modifican.

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Organización para las acciones colectivas 55 54 Francia

Los lazos especiales con esta o aquella villa, esta o aquella familia, incluso esta o aquella religión, han perdido mucha de su importancia como pro-motores o inhibidores de la acción colectiva, a pesar del valor sentimen-tal que puedan haber conservado. La posición en los sistemas nacionales de ocupación y riqueza ha adquirido mucha más importancia.

Durante el largo período que estamos considerando, la urbanización y la industrialización de Francia han transformado su estructura de clase de cuatro maneras interdependientes:

1. El control sobre la riqueza líquida, las organizaciones complejas y el aparato industrial ha suplantado ampliamente al control sobre la tierra como el criterio central de la posición de clase.

2. El número de personas que trabaja en grandes organizaciones bajo control burocrático (denominadas clase obrera o clase media, según el tipo de trabajo y modo de vida) se ha extendido y ampliado paulatinamente.

3. A medida que los franceses se han ido trasladando hacia las ciuda-des, la posición y el grado de aceptabilidad dentro de una comunidad particular han perdido gran parte de su importancia como determinantes del comportamiento individual o de grupo; la fama local, buena o mala, importa cada vez menos si se compara con la situación dentro de la estructura ocupacional nacional, la pertenencia a asociaciones nacionales y los contactos y experiencias fuera de la comunidad.

4. Como resultado en gran medida de haber cambiado poco mien-tras otras cosas estaban cambiando más, las posiciones de los represen-tantes o intérpretes locales de estructuras nacionales (sacerdote, notario, funcionario gubernamental) han perdido mucho de su prestigio y poder. En contraste, otras posiciones que presuponen una habilidad técnica (científico, ingeniero, médico) han alcanzado mayor lustre.

Todas son tendencias que nos resultan familiares.

La mano de la historia ha borrado una Francia de campesinos y arte-sanos, de terratenientes locales unidos (no siempre con felicidad) con fun-cionarios y financieros urbanos. Ha escrito en su lugar la historia de una Francia de granjeros, burócratas, técnicos y obreros industriales, dominada por profesionales organizados en una amplia variedad de especialidades.

Con cierto disgusto, Balzac interpretaba los signos proféticos en la década de 1840:

Los tres órdenes han sido sustituidos por lo que en nuestros días se denominan clases. Tenemos clases letradas, industriales, altas, medias, etc. Y estas clases casi siempre tienen sus propios regentes, como en el college. La gente ha cambiado los grandes tiranos por otros pequeños, eso ha sido todo. Cada industria tiene su Richelieu burgués llamado Laffitte o Casimir Périer. (Balzac, 1947: 158)

Pocos años después, Karl Marx escribía sobre las mismas transfor-maciones desde una perspectiva bien diferente:

La industria francesa está más desarrollada y la burguesía francesa es más revolucionaria que la del resto del continente. Pero la revolución de Febrero ano iba directamente encaminada contra la aristocracia financiera? Este hecho demostraba que la burguesía industrial no dominaba en Francia. La burguesía industrial sólo puede dominar allí donde la industria moderna ha modelado a su medida todas las relaciones de propiedad, y la industria sólo puede adquirir este poder allí donde ha conquistado el mercado mundial, pues no bastan para su desarrollo las fronteras nacionales. (1958: 1, 148)*

En resumen, la mano de la historia estaba ocupada escribiendo un palimpsesto.

Muchos residuos del Antiguo Régimen persistieron hasta el siglo X. Es lo que resultaba especial en la versión francesa de una transformación muy general de la estructura de clase en las sociedades en proceso de indus-trialización: la vida del pueblo, las explotaciones agrícolas familiares de carácter marginal, la empresa familiar y la tiendecilla aguantaron con tenaci-dad, perdiendo esos asideros sólo ante los golpes de la Depresión y la segun-da guerra mundial. La política creció a una escala nacional de forma más rápida y decisiva de lo que lo hizo la rutinaria vida social. Como resultado, se produjo la disparidad entre la nacionalización de la política y la segmen-tación de la solidaridad que Stanley Hoffmann (1963: 1-117) considera la base de la «paralización de la sociedad» de Francia bajo la Tercera República.

2.7. Organización para las acciones colectivas

Hoffmann tambien argumenta que la pobreza de la vida asociativa francesa contribuyó a la paralización. De eso ya no estamos seguros. A lo

* Seguimos la traducción española de A.S. Cuper: Karl Marx, Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, Madrid: Espasa-Calpe, 1985, p. 115. [N. del T.]

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Organización para las acciones colectivas 57 56 Francia

largo de las transformaciones interdependientes de las estructuras demo-gráficas, económicas, políticas y de clase que hemos revisado, los franceses se volvieron cada vez más hacia organizaciones complejas, incluyendo aso-ciaciones en el sentido estricto de la palabra, como medios de realizar su trabajo. La tendencia es obvia en los mundos de la industria y del gobier-no. La historia de la asociación voluntaria con fines políticos y económicos es más difícil de seguir, debido a que los sucesivos gobiernos desde la Revo-lución hasta el comienzo de la Tercera República pusieron grandes obstáculos a las asociaciones privadas. Lo hicieron de forma selectiva, de modo que los patronos disfrutaron durante mucho tiempo de una superio-ridad organizativa a la hora de tratar con sus empleados. De cualquier forma, incluso bajo la formidable mirada del ministro del Interior, los tra-bajadores, campesinos, burgueses y activistas políticos franceses persistie-ron en la formación de clubes, sociedades secretas, compagnonnages, aso-ciaciones de ayuda mutua, sindicatos rudimentarios y partidos políticos. Como Henry Ehrmann señala, «los obstáculos legales fueron frecuente-mente ignorados; muchas categorías no esperaron a cambios en la legisla-ción para formar grupos y constituir de hecho las "sociedades parciales" condenadas por Rousseau. Pero la necesidad de conseguirlo mediante sub-terfugios por fuerza influyó en la conformación de las prácticas colectivas y sembró dudas sobre la legitimidad de las actividades de grupo» (1968: 171). La prueba de que la vida asociativa no estaba ni con mucho extinta puede verse en la energía con que los espías del Ministerio del Interior fis-goneaban y se infiltraban durante los regímenes con un control relativa-mente estricto, como la Restauración y el Segundo Imperio, y la alarmante velocidad con la que tales asociaciones proliferaron, o salieron abiertamen-te a la luz, en tiempos de relativa libertad, como la primavera de 1848.

Parece que el ritmo, escala y complejidad de la organización formal se incrementaron tan pronto como Francia se urbanizó e industrializó a partir de 1840. La evidencia es dudosa precisamente porque buena parte de la nueva organización se fue gestando entre las sombras. Tocqueville no la detectó cuando escribía La democracia en América durante la déca-da de 1830. Por el contrario, consideraba la ausencia de asociaciones como la primera razón de la debilidad de las instituciones democráticas de Francia. Sin embargo, en su propia época, los saint-simonianos, fou-rieristas, blanquistas y otras sectas que oscilaban entre la reforma y la revolución, habían entrado en un frenesí organizativo.

En octubre de 1831 un informe del prefecto de policía de París, resumiendo los informes de los espías, ofrece algo del sabor característico de las organizaciones de la capital:

La sociedad Amis du Peuple continúa vigorosamente su organización en decurias. Reproducen, bajo otro nombre, las yentes de los carbonarios E...] La Société des Amis de l'Égalité planea fusionarse con la sociedad Amis du Peu-ple. Ambas cuentan principalmente con el regreso de los estudiantes para reclutar nuevos miembros; pero, en términos generales, la gente joven que vuelve de las provincias parece poco dada a reunirse en las sociedades popula-res. (A.N. F'' 33)

En Lyon las sociedades de ayuda mutua comenzaron a florecer a finales de la década de 1820, para salir a la luz rabiosamente en los movi-mientos insurreccionales de 1830, 1832 y 1834. En general, en alimen-tar las asociaciones, París precedió al resto de las grandes ciudades, las grandes ciudades precedieron a las villas y éstas precedieron al campo.

Sin embargo, no era una simple función de la industrialización, al menos no en el sentido estricto de la palabra. Los trabajadores de las nuevas y expansivas industrias del XIX basadas en fábricas (acero, ferro-carriles, textil algodonera) se organizaron lentamente (ver Stearns, 1965). Las industrias que crearon una amplia organización eran más veteranas, más artesanas y a menor escala, con la egregia excepción de la minería. Hubo cuatro aspectos que favorecieron la organización en la industria y fuera de ella: 1) la ausencia de afiliaciones hereditarias en la comunidad, familia, etc., como bases de la acción colectiva; 2) una población consi-derable en contacto diario durante un amplio período de tiempo; 3) la acumulación de saber popular, reivindicaciones y experiencia política; 4) la presencia visible de un antagonista. Estas condiciones se dieron prime-ro en industrias tradicionales a pequeña escala, como la tipografía y la sedería. Con el tiempo, se desarrollaron en las fábricas e incluso entre los trabajadores agrícolas. Así, a lo largo del siglo XIX el principal centro de la organización de la clase trabajadora cambió de los talleres a las fábri-cas, con un retraso de varias décadas tras el paso del grueso de la fuerza laboral de unos a otras.

Política e industria sirvieron de modelo a la religión, la sociabilidad y la vida intelectual; la Tercera República condujo a Francia a su edad de oro de la asociación. Napoleón III había acelerado el proceso (o, al

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Organización para las acciones colectivas 59 58 Francia

menos, lo aceptó con elegancia) tolerando abiertamente las asociaciones de trabajadores durante la década de 1860, legalizando la huelga en 1864 y relajando considerablemente las restricciones sobre asambleas públicas en 1868. Sin embargo, el período más intensivo para organizarse y unirse se dio después de librarse Francia de Napoleón III. Los franceses han perpetuado un mito que sostiene lo contrario. Confrontado con la evi-dencia de logias, hermandades y asociaciones religiosas ubicuas y semise-cretas en el sur durante los siglos XVIII y XIX, Maurice Agulhon (1966) ha postulado una sociabilité méridionale propia del Midi; para nosotros no hay razón para limitar esta «sociabilidad» al sur.

En nuestro propio tiempo las comunidades rurales francesas tienen la reputación de resistirse a la asociación voluntaria. Pero, cuando obser-vadores imparciales miran con cuidado, la situación cambia. En los pue-blos franceses pequeños y aparentemente atrasados que estudió, Laurence Wylie (1966) encontró que compañías de bomberos, múltiples asociacio-nes de base eclesiástica, partidos políticos, quintas y otras organizaciones especiales eran participantes activos en la vida comunitaria. Robert T. Anderson y Barbara Gallatin Anderson, estudiando un pueblo a dieciséis kilómetros de París, averiguaron que las asociaciones voluntarias prolife-raron desde finales del siglo XIX: «Las décadas que preceden y siguen al cambio de siglo vieron la introducción y el sostenimiento de cuatro aso-ciaciones voluntarias: una sociedad de caza, una sociedad aseguradora de pompas fúnebres y desempleo (mutualidad), una sociedad musical y una sociedad voluntaria de lucha contra incendios. Nos interesa más centrar-nos aquí en las últimas cuatro décadas de cambio brusco, cuando bajo el impacto de los primeros cambios urbano-industriales se fundaron unas cuarenta asociaciones» (1965: 224-225). Los Anderson observan la regu-laridad con la que las asociaciones formales se originaron de otras formas anteriores o de grupos ya existentes en la comunidad: la tienda, la granja, la familia, la iglesia y la comunidad en su conjunto. En cierto sentido, la organización ya estaba allí; con la asociación simplemente cristalizó y se formalizó.

En los tiempos en que el Estado bloqueaba la formación de aso-ciaciones con claros intereses especiales (es decir, la casi totalidad de las épocas anteriores a 1901, y los años de la segunda guerra mundial), los franceses aprovechaban cualquier oportunidad de reuniones asamblearias

y acciones colectivas toleradas que tuvieran a mano. Durante la Revolu-ción las misas se convirtieron con frecuencia en ocasiones adecuadas para la agitación, la disputa y la acción. Bajo la Restauración y la Monarquía de Julio, no sólo las misas sino los funerales y las actuaciones teatrales lle-garon a ser importantes contextos para manifestar las simpatías políticas. Por ejemplo, un año después de la Revolución de Julio, el público teatral parisino que asistía a la obra de título provocativo Voyage de la Liberté (y que incluía personas condecoradas en la misma Revolución, a quienes el director sentó juntas deliberadamente) utilizó las muchas alusiones poli- ticas veladas como una oportunidad de manifestar su oposición al régi-men a través de vítores, aplausos y comentarios (A.N. F' 3 33, 20 de julio de 1831). Con frecuencia, la multitud llegó más lejos. La insurrección de 1832 comenzó con el funeral del popular general Lamarque. Por las mis-mas fechas, los franceses se ocupaban de formar sociedades secretas de ayuda mutua y acción política. Cualquier medio de organización a su disposición fue utilizado.

Dos cosas resultan engañosas en lo referente a las organizaciones francesas: que frecuentemente se forman como vástagos de organizacio-nes ya existentes (la Iglesia católica, el partido comunista, etc.) y que, aunque son coherentes y activas, muchas no llegan a adquirir una exis-tencia formal o legal. Ambas condiciones contribuyen a la ilusión de un bajo nivel de organización en Francia. La larga resistencia del Estado a las asociaciones voluntarias formalmente constituidas, fuesen de la clase que fuesen, la tendencia subsiguiente a formar tales grupos en la sombra, la subsiguiente renuencia del Estado a reunir y publicar información referente a las asociaciones voluntarias (incluyendo los partidos políti-cos), todo esto contribuye a la ilusión.

La larga concentración de la población francesa en comunidades rurales probablemente ralentizó la creación de asociaciones voluntarias autónomas. Y los franceses probablemente estaban menos dispuestos a formar amplias asociaciones comunitarias, pero más ávidos que muchos otros a formar asociaciones que sirvieran a intereses particulares. Duncan MacRae señala que, mientras que en conjunto la afiliación era menos fre-cuente en la Francia de la década de 1950 que en los Estados Unidos, el caso de Francia difiere muy poco del de Gran Bretaña y Alemania. Des-pués, Duncan sugiere que «las organizaciones que refuerzan las divisiones

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Francia

sociales ya existentes eran más típicas en Francia, mientras que aquellas que desbordan otras divisiones y toman decisiones a nivel de la comuni-dad eran más típicas de los Estados Unidos» (1967: 29-39). Así que la historia que estamos analizando es característicamente una historia de asociaciones de intereses particulares. Desde finales del siglo XIX en ade-lante nos encontramos con que los artesanos, los estudiantes, los viticul-tores, los granjeros, los grandes empresarios, los veteranos, las mujeres trabajadoras e innumerables grupos más, crearon nuevas organizaciones formales para defender sus intereses a nivel nacional.

2.8. Cambios en la lucha por el poder

Esta larga serie de cambios en la estructura social francesa dio nue-vas formas a la lucha por el poder político, fundamentalmente en tres sentidos. Primero, la posición en la estructura nacional del poder se vol-vió mucho más importante que la posición en la local, para casi cual-quier propósito. Segundo, la lucha tomó cada vez más la forma de un enfrentamiento o coalición entre organizaciones formales especializadas en la promoción de intereses particulares; los grupos comunitarios prác-ticamente desaparecieron de la política. Tercero, los nuevos conten-dientes que se disputan el poder surgieron a medida que se desarrollaba la estructura de clases y la estructura organizativa. La aparición de las organizaciones representativas de diversos sectores de la clase obrera industrial fue el desarrollo concreto más significativo. Otras pujas por el poder vinieron de los representantes de diversos grupos de campesinos, jóvenes, maestros, de empresarios católicos y de empleados estatales. Además, al encontrarse compitiendo por el poder, grupos organizados desde hacía tiempo como los terratenientes y los eclesiásticos adoptaron el nuevo estilo de asociación.

Como en otros países occidentales, los partidos políticos que se vol-vieron plenamente activos durante la Tercera República francesa combi-naban muy diversos intereses. Los radicales, los socialistas (y, cómo no, los radical-socialistas) representaron durante mucho tiempo a mezclas curiosas del electorado francés. Pero, en comparación con los vecinos, los franceses siempre han sobresalido por su propensión a la fragmentación de partidos, por una apertura excepcional a los nuevos partidos que

Cambios en la lucha por el poder 61

representasen intereses políticos recientes o pasados pero aislados. El Parti Ouvrier Francais, el Parti Social Francais, los boulangistas, los demócrata-cristianos, los comunistas, los poujadistas, representan fases diferentes de esta especialización.

La fragmentación era el estado normal de los parlamentos franceses; el juego parlamentario consistía en la alianza entre estos fragmentos. Las amenazas serias al sistema parlamentario venían menos de este tipo de fraccionamiento que de la aparición ocasional de una fuerza política importante que actuase fuera del Parlamento: la Ligue des Patriotes, la Croix de Feu, los nacionalistas argelinos y, algunas veces, los gaullistas o los comunistas. Dentro o fuera del parlamento, la lucha política del siglo XX enfrentaba a asociaciones que representaban a segmentos relativa-mente pequeños de la población y las reordenó a favor o en contra el régimen. Apareció en Francia la política de grupos de interés.

Nuestro análisis sobre el cambio social en Francia ha señalado pun-tos culminantes de transformación industrial, urbanización y demografía después de 1850, tras 1920 y de forma predominante después de 1945. Contrastan con las crisis y reveses en tiempos de la guerra franco-prusia-na, las dos guerras mundiales y la depresión de los 30. Son sólo ondas en una corriente rápida. Una estructura de clase urbana industrial surgió de forma gradual a partir de una estructura de clase basada en la tierra y en la localidad. La nueva estructura se apoyaba en el control del capital y del trabajo más que en la riqueza de la tierra. Separó a los propietarios y directivos de las grandes organizaciones formales (las fábricas, los gobier-nos, los colegios) de sus empleados. Destacó la posición en el mercado del trabajo nacional por encima de los lazos locales y recompensó de manera excepcional la profesionalidad tecnológica. Los períodos de crecimiento urbano industrial aceleraron la transformación de la estructura de clases.

La centralización de la política a través del crecimiento de un apara-to estatal ingente y poderoso continuó tendencias establecidas en los siglos anteriores, aunque la llegada de Luis Napoleón después de 1848 y la extensión de los controles sobre la economía de la década de 1940 ace-leraron el proceso. La nacionalización de la política consistente en el tras-vase del poder y la participación a un escenario bastante más grande que el local siguió de forma más o menos continuada, pero la movilización política de 1848, del principio de la Tercera República, del Frente Popu-

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lar y de los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mun-dial, probablemente llevaron a los hombres a involucrarse en la política nacional con mayor rapidez que en otros tiempos. El cambio de la acción colectiva (tanto política como no política) de una base comunitaria a otra asociativa procedió de forma inexorable a lo largo de todo el perío-do, especialmente durante esas mismas fases de movilización política. Estos cambios transformaron la lucha por el poder y, por tanto, transfor-maron el carácter de la violencia colectiva.

¿Cómo? La forma más directa fue la transformación de los tipos de acción colectiva que típicamente producen violencia. La violencia en grupo normalmente surge de las acciones colectivas no intrínsecamente violentas: festivales, reuniones, huelgas, manifestaciones, etc. Sin éstas, la violencia apenas podría producirse. La gente que no toma parte en ellas rara vez se ve involucrada en la violencia. Los grupos comprometidos regularmente con la acción colectiva normalmente están formados por gentes que perciben y persiguen una serie de intereses comunes. Y una mínima acción colectiva requiere una coordinación, comunicación y solidaridad que se extienden mas allá del propio momento de la acción. La urbanización e industrialización y la reorganización política en Fran-cia desde la Revolución en adelante transformaron completamente la composición de los grupos capaces de actuar colectivamente, la naturale-za de sus adversarios y la de la acción colectiva en sí. La transformación de la acción colectiva transformó la violencia.

De nuevo: ¿cómo? Es fácil de ejemplificar y al mismo tiempo difícil de analizar. Por ejemplo, la clásica rebelión fiscal francesa alcanzó dos formas, aisladas o combinadas: primera, un grupo de contribuyentes ataca los materiales de la recaudación de impuestos, normalmente destro-zando los puestos de peaje y quemando los registros de tasación; segun-da, muchos de los residentes de una comunidad reciben al recaudador de impuestos bloqueando su camino, dándole una paliza o echándole fuera del pueblo. Si llegaba acompañado de una fuerza armada, los habitantes luchaban contra ella. Un típica versión pequeña de rebelión fiscal es la se produjo en Saint-Germain (Haute-Vienne) en agosto de 1830. Los recaudadores de impuestos locales pararon a un carretero para compro-bar su cargamento y recaudar su peaje. Una multitud de hombres, muje-res y niños «armados con picos y con piedras» los rodearon y gritaron en

Cambios en la lucha por el poder 63

contra de los impuestos, y se llevaron al hombre y a su carro ante la impotencia de los recaudadores (A.N. B13 18 1186, 14 de agosto de 1830). Esta forma elemental de resistencia en ocasiones desembocaba en sublevaciones amplias y serias, como en los años anteriores a la Fronda, durante el principio de la Revolución y (por última vez) en 1849.

Aunque la dificultad de afrontar los pagos cuando llegaban tiempos duros ciertamente tuvo que ver con esta forma habitual de resistencia al Estado, es importante ver cómo se centraba de forma regular y directa en la legitimidad misma de los impuestos. No mucho antes de la Revolu-ción de 1830, el procureur général del distrito judicial de Poitiers declaró que venían apareciendo «carteles sediciosos» en la ciudad de Fontenay (Vendée): «el contenido de los carteles era siempre prohibir el pago de los impuestos antes de que los ministros que votaban el presupuesto fueran llevados a juicio» (A.N. BB 18 1181, 3 de febrero de 1830). El mismo tipo de campaña estaba ganando fuerza en otras partes de Francia por esa época, y continuó a lo largo de la Revolución. A menudo operaba de forma secreta y sin violencia, pero de vez en cuando daba lugar a con-frontaciones públicas. La revuelta fiscal se desarrolló en el siglo XVI, flo-reció en el XVII y apareció de nuevo en 1789, 1830 o 1848, cuando los nuevos cargos revolucionarios intentaban restaurar la autoridad del Esta-do; desapareció a partir de 1849. Su historia muestra la larga lucha del gobierno por asegurarse obediencia e ingresos.

Gabriel Ardant ha identificado las condiciones generales de las oleadas de revueltas fiscales en Francia: un fuerte incremento en las demandas de dinero líquido por parte del gobierno; una disminución acentuada de la demanda de productos de la industria rural o agrícolas (y, por lo tanto, de la capacidad de la población rural de convertir sus excedentes en dinero); o, más gravemente, ambas circunstancias a un tiempo. También ha señalado la concentración de estas revueltas en zonas de «economía cerrada»: no necesariamente pobres, pero poco invo-lucradas en la producción para el mercado, típicamente compuestas de granjas autosuficientes. Así resume el caso del Macizo Central:

La proporción de la población agrícola se mantiene relativamente gran-de. Sin duda, algunas industrias se han desarrollado en el Macizo Central cerca de las minas, pero las propias minas son menos productivas que las del norte y del este. Además, las fábricas no tienen la gran ventaja de medios de comunicación comparables a las redes de ríos y canales del norte y del este.

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64 Francia Cambios en las formas de acción colectiva 65

En cualquier caso, tanto las industrias como la agricultura están lejos de los mercados importantes del norte, del este y de la región parisina. Debido a todo esto se da una mayor tendencia que en otras partes a la economía cerra-da. Así podemos explicar que las regiones del Macizo Central hayan sido zonas perpetuas de rebeliones fiscales, que movimientos como el de los Cro-quants hayan reaparecido periódicamente en Limousin, Périgord y Quercy, que en 1848 y 1849 la resistencia al fisco se desarrollase en estas mismas pro-vincias. En nuestros días el movimiento poujadista empezó en Haut-Quercy (ahora en el departamento de Lot) y los primeros departamentos afectados fueron los colindantes, focos de sedición fiscal bajo el Antiguo Régimen. (Ardant, 1965: II, 784)

Las revueltas fiscales se concentraron en tiempo y lugar, principal-mente porque los cambios en la política nacional que las incitaban afec-taban más o menos a la vez a muchas localidades que compartían carac-terísticas comunes. La mayor explosión de revueltas fiscales en el siglo XIX se dio en 1830, cuando los representantes de la nueva monarquía intentaron restablecer los impuestos sobre las provincias; en 1841, cuan-do el nuevo ministro de finanzas probó un censo especial como un paso hacia la reorganización de todo el injusto sistema fiscal; y en 1848 y 1849, cuando otro gobierno revolucionario intentó poner sus asuntos fiscales en orden.

Con frecuencia la rebelión fiscal tenía éxito a corto plazo. El recau-dador de impuestos escapaba, los puestos de peaje caían. Sin embargo, su éxito, su ocasión, sus protagonistas, su forma, dependían de la solidari-dad de pequeños grupos locales de contribuyentes y de la vulnerabilidad de un sistema de control basado en los agentes enviados de las ciudades a una campiña traicionera. Mientras a nivel individual los franceses han venido recurriendo hasta hoy a la trampa y el disimulo astuto para evitar el pago de los impuestos, su capacidad de resistencia colectiva ante el recaudador de impuestos desapareció rápidamente después de la segunda mitad del siglo XIX. Cuando los movimientos antifiscales resurgieron con los viticultores a partir de 1900, los pequeños destiladores de la década de 1930 o los tenderos en la de 1950, los grupos que se unieron al combate no fueron los contribuyentes de una particular comunidad, o de la vecina, sino asociaciones especializadas regionales y nacionales que respondían a una dirección centralizada. El Comité de Défense Viticole de Marcelin Albert (en el primer período), los Comités de Défense Pay-sanne de Henri Dorgéres (en el segundo) y la Union de Défense des

Commer9nts et Artisans de Pierre Poujade (en el tercero) adoptaron la postura defensiva de las primeras rebeliones fiscales, incluso en sus nom-bres. Todos dejaron una abundante estela de violencia, pero en estos casos las acciones defensivas y la violencia vinieron después de la organi-zación deliberada y esforzada de grupos de protesta en pueblos situados a lo largo y ancho de importantes áreas de Francia.

2.9. Cambios en las formas de acción colectiva

Alrededor de mediados del siglo XIX, tanto la escala como la com-plejidad organizativa de las acciones colectivas que normalmente produ-cían violencia (y, por tanto, también la escala y complejidad de las accio-nes violentas) se incrementaron rápida y decisivamente. Esto sucedió por dos razones relacionadas entre sí: primera, la escala y la complejidad organizativa de los grupos que luchaban por el poder también se incre-mentaron de forma rápida y decisiva, siendo la organización Creciente de los obreros industriales la más notable; y segunda, los grupos comunita-rios dejaron la lucha a medida que las nuevas asociaciones y los nuevos grupos organizados en forma de asociaciones se sumaban a ella. La revo-lución en el plano organizativo reorganizó la violencia.

Hay algo más, algo que la rebelión fiscal por sí sola no puede mani-festar. Pongámonos por un momento en el punto de vista del Estado. Desde esa perspectiva, las formas predominantes de violencia colectiva en Francia durante la primera mitad del siglo XIX fueron defensivas: las revueltas fiscales rechazaban a los funcionarios; los motines de subsisten-cias a los mercaderes foráneos; los ataques a la maquinaria repelían la invasión tecnológica. Las manifestaciones, las huelgas y las rebeliones que crecieron en importancia a lo largo del siglo tuvieron un componente ofensivo mucho mayor; sus participantes pedían reconocimiento, una porción mayor, más poder.

La clave del contraste es la relación de los participantes con la orga-nización a escala nacional: el mercado nacional, la cultura nacional y, ante todo, el Estado nacional. En la fase anterior, la fase defensiva, la mayoría de los participantes se resistían a las demandas de las estructuras nacionales, especialmente las del Estado. En la fase ofensiva posterior, la

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Cambios en las formas de acción colectiva 67

mayoría de los participantes pugnaban por tener control sobre el funcio-namiento de esas estructuras nacionales. Entre unos y otros salía ganan-do la nación.

Podemos ser más exactos. Supongamos que definimos violencia como el daño o aprehensión forzosa de personas y de objetos. Suponga-mos que colectiva significa que hay un número significativo de personas que actúan juntas. (El mínimo podría ser arbitrario; más tarde veremos qué sucede cuando usamos como umbrales la participación de al menos un grupo de cincuenta o más personas, con al menos una persona u objeto dañado o aprehendido tras superar una resistencia). En ese caso, la violencia colectiva surgirá normalmente de alguna acción colectiva principal que no es intrínsecamente violenta: una reunión, una ceremo-nia, una huelga. Un interrogante acerca de las causas de la violencia colectiva se descompone inmediatamente en dos interrogantes. ¿Por qué se producen estas formas de acción colectiva? ¿Por qué algunas veces, pero no siempre, terminan siendo violentas?

La nacionalización de la vida económica y política en Francia dividió las principales formas de acción colectiva que comúnmente pro-ducían violencia en tres grandes categorías.' Aumentan y disminuyen en sucesión. Llamaremos a la primera acción colectiva competitiva. Accio-nes competitivas que produjeron mucha violencia en otros tiempos son, por ejemplo, los enfrentamientos entre familias, los actos de rivalidad entre pueblos colindantes y los encuentros rituales repetidos de grupos competitivos de artesanos. Aunque cada una de éstas tenía una forma propia, en el siglo XIX los observadores nacionales tendían a meter sus formas violentas en el mismo saco, como rixes, reyertas. Los informes de la Gendarmería Real relativos al departamento del Ródano en junio de 1830 muestran alarma:

1 En una primera versión de este capítulo (Ch. Tilly, 1972a), así como en otras publicaciones (Ch. Tilly 1969, por ejemplo), Charles Tilly ha comentado las formas de acción colectiva «primitivas», «reaccionarias» y «modernas». Infligimos a nuestros lectores una terminología nueva en la convicción de que esos estudios previos confundían las for-mas de acción colectiva que conducen a la violencia con las formas de violencia propia-mente dichas. Para un esfuerzo detallado por explicar las relaciones entre unas y otras véase Ch. Tilly (19746).

en el sector de Villefranche los jóvenes de sus municipios, habiendo tenido ya algunos conflictos, se unían en grupos de varios municipios unos contra otros los días de fiesta, los domingos y los dias de feria, y peleaban con uñas y dien-tes; pero si la Gendarmería intentaba intervenir en esas peleas para restaurar el orden, los combatientes cierran filas ante los gendarmes, a los que a menudo faltaban al respeto, incluso atreviéndose a atacarles con piedras, garrotes, etc. (A.N. F 7 6778)

Tales batallas son las formas más visibles de un fenómeno general: la competición constante entre los grupos municipales dentro de los siste-mas políticos locales y a pequeña escala. Al menos estadísticamente pre-dominaban en Francia antes de que arquitectos del Estado como Mazari-no y Colbert empezaran a imponer las demandas del Estado nacional y de la economía nacional sobre los compromisos y recursos locales.

La lucha sin cuartel de los arquitectos estatales por controlar la población en general y sus recursos dio lugar a conflictos defensivos y reaccionarios entre los diferentes grupos de gentes del país, por un lado, y los agentes de la nación, por el otro. La ilustración de 1768 con la que empezó este capítulo transmite parte de su carácter. Describe esos con-flictos el término reactivos. La revuelta fiscal, los motines de subsisten-cias, la resistencia violenta al reclutamiento obligatorio, la destrucción de las máquinas y las ocupaciones de tierras cercadas crecieron y disminuye-ron a sus propios ritmos. A menudo se produjeron durante las transfe-rencias de poder que nuestra cómoda mirada retrospectiva nos permite considerar como revoluciones progresistas. Tenían éstas, sin embargo, en común una tendencia a involucrar a grupos locales maltratados e indig-nados por las conmociones de la construcción estatal. Ello no significa en absoluto que las acciones de los grupos que participaron fueran ciegas o incoherentes. En octubre de 1848 encontramos que el prefecto del Sena Inferior en un primer momento había prohibido las exportaciones de trigo y patatas a causa de una escasez de subsistencias, y luego levantó esa prohibición:

Una fuerte oposición surgió de golpe. Se reunieron grupos en los mue-lles de De sobre las diez de la mañana, en las inmediaciones de algunos barcos que estaban cargando. Uno de estos barcos, el Blé, fue abordado por cincuen-ta obreros, que empezaron a descargar su cargamento, consistente en sacos de patatas. Apenas habían dejado cincuenta sacos en el muelle cuando se fueron hacia otro barco, la balandra inglesa The Brothers, que estaba completamente cargada y preparada para navegar en el extremo del muelle. Los obreros trepa-ron a bordo del barco por su cuenta, lo remolcaron hasta el puente y lo ama-

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Francia

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68 Francia Cambios en las formas de acción colectiva 69

rraron en la dársena, sin ninguna resistencia por parte de la tripulación. Pero los capitanes ingleses izaron sus banderas para protestar contra las visitas que estaban recibiendo sus barcos. (Le Siecle, 21 de octubre de 1848)

La Guardia Nacional fue a recobrar los barcos de manos de los tra-bajadores. Después de algunos amagos de enfrentamiento, los expulsó y los barcos pudieron zarpar bajo su protección. Sólo en el esquema gene-ral de tales disturbios se echa de ver su carácter esencial. Suponían una resistencia al crecimiento de un mercado nacional prioritario a las necesi-dades y las tradiciones locales. Éste fue el esquema: los disturbios se con-centraron en zonas a medio camino, divididas entre las necesidades de la población local y las demandas del mercado nacional. Seguían una rutina bien definida en la que los actores asumían el lugar de las autoridades, pero retrocedían cuando las autoridades emprendían las acciones adecua-das, incluso si la gente se quedaba hambrienta. Con todo, cada inciden-te, incluido el abordaje a los barcos en Ruán, tendía a mostrar una cohe-rencia y deliberación que no encajan con la palabra normalmente aplica-da, disturbios. Desde el punto de vista de los constructores del Estado, tales acciones sólo pueden ser irreflexivas y turbulentas; desde el punto de vista de los participantes, constituyen la justicia misma.

El Estado y el mercado nacional finalmente triunfaron. Sus batallas más difíciles ya habían sido ganadas al tiempo de nuestra escena de 1868. En 1968 ya eran recuerdos que se desvanecían en la memoria his-tórica. Desde la época de aquellas victorias del Estado en los siglos XVIII y XIX, las formas proactivas de acción colectiva pasaron a convertirse en el marco habitual de la violencia colectiva. Son proactivas y no reactivas porque al menos un grupo está reivindicando derechos, privilegios o recursos que no ha disfrutado con anterioridad. El intento deliberado de apoderarse del control del Estado es proactivo. También lo son la mayo-ría de las huelgas y manifestaciones. Daniel Guérin, un autor izquierdis-ta, recuerda un famoso encuentro entre la extrema izquierda y la extrema derecha. El escenario es París, en febrero de 1934:

Hacia las diez de la noche una columna de personas desfila por la rue Royale, ocupando toda la calle y portando banderas tricolores. En medio de la calle caballeros de apariencia madura y respetable, con sus condecoraciones de la Legión de Honor, cantaban a gritos la Marsellesa. No parecen gente de disturbios. A lo largo de la acera, alrededor de éstos, unos jóvenes obreros con jerséis y gorras cantaban la Internacional. Ninguno de los dos tipos de coristas parecía alterarse por la presencia de los otros o molestarse por la extraña caco-

fonía. Al contrario, daba la impresión de que se manifestaban juntos contra el poder y la policía. Alguien me dice que son veteranos, algunos de la derecha y otros de la extrema izquierda. Pero la mayoría de los chicos que cantaban con gran estruendo el himno rojo no eran lo suficientemente mayores para haber participado en la guerra.

El desfile, incapaz de alcanzar o cruzar el puente, no permanece todo el tiempo en la plaza de la Concordia. Y muy pronto la plaza se ve invadida por mirones, que vienen a ver los daños ocasionados por los disturbios. Pero, de repente, hacia las 11.30, la cortina negra de manifestantes (que todavía se veía a lo lejos, sobre el puente) se abalanzó sobre nosotros desordenadamente. Influidos al parecer por un coronel de la gendarmería que, como si fuera la Historia, exclamó «¡Seguidme! ¡Adelante!», dos columnas de polis empiezan a atacar. Una sale de Cour-La-Reine hacia los Campos Elíseos, la otra pasa entre los caballos de Marly, donde los manifestantes habían construido una pequeña barricada por la tarde, e intentaban limpiar de matojos los Campos Elíseos en dirección al Teatro de los Embajadores. Estalló un chisporroteo de disparos. Un pánico demencial se apoderó de los espectadores. Me da el tiem-po justo para echarme la bicicleta al hombro y correr como el que más, lo más rápido que me lleven las piernas, para cruzar lo mejor posible (teniendo en cuenta el peso de mi bicicleta) la media barricada colocada a la entrada de los Campos Elíseos, y corriendo a todo gas intento alcanzar la avenida Gabriel. Las balas impactan en los cristales de las farolas, que se hacen añicos. A mi lado cae gente de espaldas, sacudiendo brazos y piernas. Otros se arrastran bajo la línea de fuego. Un joven, un poco más lejos, se queja de una quema-dura en la oreja; cuando se la toca, se le llena la mano de sangre. (1970: 68)

En esa noche de febrero miles de experiencias individuales se suma-ron en un grave conflicto. Diecisiete personas murieron y al menos dos mil fueron heridas. Como consecuencia más o menos directa, cayó el gobierno de Daladier. Sin embargo, los sucesos empezaron con reivindi-caciones de poder pacíficas y proactivas.

Este tipo de acciones colectivas se diferencian de las variedades reac-tivas en aspectos importantes: se centran en torno a intentos de controlar diferentes segmentos de la estructura nacional, más bien que de resistirse a ellos; se implican asociaciones relativamente complejas y con propósi-tos especiales, antes que grupos comunitarios; presentan una gran articu-lación de objetivos, programas y demandas.

Estas características suponen aún más contrastes con los conflictos reactivos. Uno es la menor dependencia respecto de congregaciones naturales como los mercados, los actos religiosos y las fiestas, en favor de asambleas y demostraciones de fuerza deliberadas (ya que las asociaciones con propósitos especiales raramente consiguen que todos sus miembros

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sean del mismo círculo, pero con frecuencia son eficaces a la hora de reu-nir una gran variedad de afiliados en momentos cruciales). Otro contras-te es la tendencia que tienen los disturbios a ser grandes y breves. Los grupos comunitarios, una vez que empiezan un conflicto, raramente movilizan a un gran número de gente ni tienen líderes con la autoridad suficiente para negociar acuerdos con prontitud, y raras veces pueden suspender la acción de forma rápida y efectiva: también podría ser verdad (como se ha sostenido a menudo) que los grupos comunitarios tengan una capacidad excepcional para aguantar ante la adversidad. Por otro lado, los grupos asociativos tienden a verse involucrados en acciones vio-lentas como resultado colateral de acciones coordinadas de masas que no son intrínsecamente violentas. Otro contraste más entre los movimientos reactivos y los proactivos es la indignación que prevalece en los conflictos reactivos por la pérdida de derechos y privilegios específicos, en compa-ración con un mayor énfasis de los conflictos proactivos en derechos derivados de principios generales.

Destacan dos características que sobresalen en el paso de formas de la acción colectiva competitiva a las reactivas y de éstas a las proactivas como marco preferente de la violencia: el cambio en la organización de sus participantes y el cambio del escenario del conflicto. Primero, los grupos que toman parte en la acción colectiva se hacen más grandes, más complejos, se burocratizan más, se involucran más especificamente con algún programa público o ideología, se abren a nuevos miembros que estén dispuestos a apoyar los fines especiales del grupo; antes hemos lla-mado a esto un paso en la acción colectiva de una base comunitaria a otra asociativa. Segundo, el escenario de los conflictos se traslada de una escala puramente local a una escala nacional, e incluso internacional. Aunque hacia 1830 los franceses hacían revoluciones a nivel nacional y se manifestaban mostrando su apoyo a Polonia, el grueso de los conflictos violentos enfrentaba a grupos locales sobre temas principalmente locales; hacia 1930 ya predominaban los asuntos y antagonistas nacionales. Desde una perspectiva nacional, este cambio dio la impresión de traer consigo una «politización» de los conflictos.

El problema que plantea esta forma de expresarlo es que las formas competitivas y reactivas de la acción colectiva también surgen de luchas por el poder bien desarrolladas, de conflictos políticos a menor escala.

Las revueltas fiscales, los motines de subsistencias, la invasión de los cam-pos e incluso las reyertas de los artesanos giraban en torno a asuntos loca-les relativos a derechos, obligaciones y poder. Debido a esto, sería mejor que hablásemos de una «nacionalización» del conflicto, directamente relacionada con la nacionalización de la la vida política. En nuestros pro-pios días puede que tengamos que hablar de otra etapa posterior de «internacionalización».

Es erróneo representarse las acciones colectivas competitivas, reacti-vas y proactivas como tres etapas diferentes y exclusivas. Esa imagen tiene dos defectos. Primero, algunos grupos comunitarios adquieren gradual-mente características asociativas, pero todavía retienen su capacidad de acción colectiva a lo largo de este proceso: una elite urbana tradicional se une a un grupo nacional de presión; una comunidad religiosa se convier-te en una sociedad empresarial. Durante la transformación, sus formas más características de acción colectiva y, por lo tanto, de violencia colec-tiva también cambian. Segundo, las formas proactivas de acción colectiva aparecieron pronto en aquellos sectores de la vida social francesa en donde las estructuras nacionales también emergieron con rapidez: en las ciudades más grandes, en las áreas industriales desarrolladas, en la zona de influencia de París, etc. En el centro del sistema centralizado francés, la gente había empezado a luchar por el control del Estado y del mercado nacional siglos antes de que sus camaradas de la periferia dejasen de luchar por la expansión del Estado y del mercado. El rápido cambio de las formas de acción colectiva predominantemente reactivas a las pro- activas que tuvo lugar en el siglo XIX hace pensar en el paso de un paisa-je a otro más que en el tránsito por una frontera vigilada. Podríamos visualizar la distribución estadística de la violencia que surge de cada una de las grandes formas de la acción colectiva como se muestra en la figura 5.

Ante la falta de un criterio razonable para medir la «cantidad» de vio-lencia colectiva y de datos aceptables para el período anterior al siglo XIX, la forma exacta de las curvas no representa sino una especulación plausi-ble. La mayor especulación consiste en suponer que el volumen de la vio-lencia reactiva aumentó rápidamente durante la época heroica de la cons-trucción del Estado bajo Luis XIII y Luis XIV. Sabemos que las rebeliones populares con forma reactiva abundaron en esa época, pero los conflictos muy anteriores o muy posteriores a la Fronda no se han estudiado lo sufi-

70 Francia Cambios en las formas de acción colectiva 71

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Cronología de la violencia 73 72 Francia

FIGURA 5

EVOLUCIÓN HIPOTÉTICA DE LAS ACCIONES COLECTIVAS EN FRANCIA

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ciente como para verificar la cronología general. El gráfico se apoya en una base más firme y objetiva al mostrar los conflictos reactivos elevándo-se a un máximo durante el siglo XIX en lugar de disolverse gradualmente. Sin embargo, el punto clave del diagrama consiste en mostrar el lento des-bancamiento de las formas competitivas por las formas reactivas al tiempo que el Estado francés extendía sus reivindicaciones, y, por otro lado, el rápido desbancamiento de las formas reactivas por la acción colectiva pro- activa durante la nacionalización de la lucha por el poder en el siglo XIX.

2.10. Cronología de la violencia

Después de la Revolución, los principales períodos de violencia colectiva en Francia fueron los siguientes:

1830-1832, empezando con los antecedentes de la Revolución de Julio y finalizando con una gran miscelánea de rebeliones políticas de todo tipo en Francia.

1846-1851, desde la última oleada importante de motines de subsis-tencias, pasando por la Revolución de Febrero y los Días de Junio de 1848, y por un fárrago de revueltas fiscales, destrucción de máquinas y otros conflictos, hasta llegar a una reacción de protesta airada pero inútil ante el golpe de Estado de Luis Napoleón en 1851.

1869-1871, empezando con huelgas masivas y violentas y terminan-do con la represión de la Comuna.

El trío 1891-1893, 1902-1906 y 1911-1913, en que se dieron los mayores conflictos desarrollados a partir de huelgas; en 1902-1906 tanto las luchas por la separación de la Iglesia y el Estado como las extendidas protestas de los viticultores se añadieron a los ininterrumpidos conflictos de los obreros industriales.

1934-1937, con grandes y violentas manifestaciones y huelgas de todo tipo.

1947-1948, que cubre una amplia variedad de luchas posbélicas por el poder.

1958, la revolución (o golpe de Estado, dependiendo de la perspec-tiva que le demos) que llevó a De Gaulle al poder.

La cronología recogida en el «Apéndice A» aporta más detalles acer-ca del tipo de sucesos que constituyen cada uno de estos racimos de vio-lencia colectiva.

El calendario de sucesos sólo nos da los resultados de combinar intuitivamente la escala y la importancia. La «importancia» depende de cómo juzgamos lo que pasó o pudo haber pasado después. El año 1958 es un ejemplo concreto; en realidad no es un año de muchas matanzas o devastación, sino un año en que las rebeliones produjeron la caída de un régimen. Si centramos nuestra atención solamente en su escala, el peso relativo de los diferentes períodos cambia algo. Las figuras 6, 7 y 8 repre-sentan los flujos y reflujos cuantitativos de la violencia colectiva en Fran-cia entre 1830 y 1960. Los incidentes representados incluyen cualquier suceso en el que al menos un grupo de cincuenta personas o más toma-ron parte directa en una acción durante la cual personas u objetos fueron dañados o aprehendidos con resistencia. Los gráficos registran los inci-dentes aparecidos en la lectura diaria de dos periódicos nacionales a lo largo de todo el período. (Para más detalles sobre el método, consultar el «Apéndice A»). A causa del método y las fuentes utilizadas, nuestros cálculos aproximados son más fiables en los períodos que van de 1830 a 1860 y de 1930 a 1960 que en el que va de 1861 a 1929. Sin embargo, dentro de cada uno de esos períodos, estamos bastante seguros de que las curvas registran las fluctuaciones más significativas.

CANTIDAD DE ACCIONES

COLECTIVAS

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74 Francia

La figura 6 muestra una cantidad de incidentes violentos simplifica-dos a medias quinquenales para una mejor comprensión. Las figuras 7 y 8 nos proporcionan información paralela sobre nuestros cálculos acerca del número de participantes en tales incidentes y de los arrestos practica-dos durante su transcurso. Incluso con la simplificación, los gráficos ates-tiguan el amplio contraste entre bloques de años colindantes, la existen-cia de algunos períodos (especialmente los de gran represión, como en la década de 1850) sin apenas casos de violencia colectiva y la correspon-dencia aproximada entre los mayores brotes de violencia y las crisis importantes del sistema político francés.

Los picos son interesantes. En el año 1848 se produjeron más dis-turbios que en ningún otro año. Sin embargo, las grandes huelgas y manifestaciones justo después de 1900 y, de nuevo, en la década de 1930 produjeron grupos de incidentes violentos tan grandes como en cual-quier segmento comparable del siglo XIX. El período posbélico, aunque menos turbulento en este sentido que la década de 1930, estuvo lejos de la calma. La enorme participación en 1968, después de todo, se produjo en los años posteriores al final de nuestras curvas. La violencia colectiva no desapareció progresivamente con la modernización.

Los mayores brotes de conflictos violentos acompañaron a las recon-figuraciones principales del sistema político francés, y viceversa. La vio-lencia y los cambios políticos tienen una gran dependencia mutua. Aun-que esta regla general se cumple de forma visible en los años 1830, 1848 y en la época del Frente Popular, nuestras gráficas plantean dos proble-mas referidos al período entre 1848 y el del Frente Popular. Primero, ¿fue la violencia de 1870-1871 mayor de lo que dicen nuestros números? Las curvas de los participantes muestran el ascenso considerable que cabía esperar, pero el número de incidentes y el volumen de arrestos son relati-vamente bajos. Parte de la respuesta está en que la mayoría de los arrestos a consecuencia de la Comuna de París se produjeron después del fin de la lucha, y, por tanto, no entran en nuestras estadísticas. Al menos 30.000 arrestos desaparecen de esta forma. Además, se da la circunstancia de que las Comunas de 1871, que nacieron tanto en Brest, Limoges, Toulouse, Narbona, Marsella, Saint-Étienne, Lyon y Le Creusot como en París, tendían a producir encuentros violentos día tras día, en vez de los con-flictos intensos pero más dispersos de 1848 o 1934. A resultas de esto,

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FIGURA 7

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FIGURA 8

NÚMERO DE ARRESTOS COMO CONSECUENCIA DE LA VIOLENCIA COLECTIVA EN FRANCIA, 1830-1960

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78 Francia Modalidades del siglo XIXfiente a modalidades del siglo XX 79

computamos el conflicto de 1871 como un número relativamente peque-ño de acontecimientos que involucraban a mucha gente. Así que, hasta cierto punto, la pequeña cantidad de violencia colectiva enumerada en tal período está en función del método de cálculo seguido. 2 Sin embargo, ya que seguimos los mismos procedimientos en todo el período de 1830 a 1960, no tenemos más remedio que considerar 1870-1871 como un caso dudoso en la correlación entre el alcance de la violencia y el cambio político.

El segundo problema: ¿fue la reconfiguración de 1900 a 1910 tan grande como sugieren nuestras gráficas? En lo que respecta a incidentes, participantes y arrestos, el pico que aparece entre 1904 y 1907 corres-pondió a uno de los tres o cuatro más significativos de Francia desde el final de las guerras napoleónicas. Sin embargo, los historiadores no sue-len considerar este período como una gran transición. Aquí estamos más seguros que en el caso de 1870-1871. ¿No es precisamente éste el perío-do en que la Iglesia perdió su posición política privilegiada y la fuerza laboral organizada ganó poder a nivel nacional? ¿No habrán subestimado la mayoría de los historiadores la importancia de aquellos cambios políti-cos debido al hecho de que el régimen sobrevivió?

Enumeremos otras características significativas del calendario de la violencia colectiva para comentarlas más adelante. 1) Las protestas violen-tas no tendieron particularmente a concentrarse durante o después de las principales oleadas de expansión urbana o de crecimiento industrial. Nues-tras curvas no respaldan de ningún modo la idea de que la propia marcha de la urbanización y la industrialización determinan la cantidad de protes-tas. 2) Las turbulencias de 1846-1851 fueron las últimas en las que la acción colectiva reactiva desempeñó un papel importante. A partir de

2 Al salir este libro para la imprenta en otoño de 1974, está casi finalizada una revisión exhaustiva de nuestra enumeración de sucesos violentos de 1861 a 1929. Nos revela que, comparados con los períodos precedentes y siguientes, hemos numerado en menos, de modo sistemático, los sucesos de esos sesenta y nueve años. La numeración por lo bajo parece haber sido mayor en la década de 1870 que en las otras seis décadas. Con esa excepción, el desfase por lo bajo era bastante semejante de un año a otro, y, por tanto, las fluctuaciones de un año a otro se registraron sin demasiada distorsión. Como conclusión provisional, señalamos que la crisis de 1870-1871 produjo su aumento espe-rado de sucesos y participantes, pero que en el período 1904-1907 la ola de violencia es mayor de lo que hacen suponer las obras históricas al uso.

entonces, prácticamente desaparecieron las revueltas fiscales, los motines de subsistencias, las destrucciones de máquinas y sucesos similares. 3) Los períodos de fuerte represión y de control central (especialmente, los prime-ros años del Segundo Imperio y las dos guerras mundiales) produjeron escasa o nula violencia colectiva. 3 4) A pesar de las fluctuaciones, Francia siguió durante el siglo )0( tan violenta como lo había sido durante el siglo XIX. La sociedad industrial avanzada no trajo consigo la paz interior.

Las transformaciones causadas por la industrialización cambiaron los contendientes, el estilo del conflicto y las recompensas que podían obtenerse en la política francesa. Pero el ritmo de la propia violencia colectiva dependió muy poco de la cronología de los movimientos de población, de los cambios en la organización del trabajo o de la intro-ducción de innovaciones tecnológicas. Dependió mucho de los cambios que se produjeron en la lucha por el poder político.

Las curvas de los incidentes, los participantes y los arrestos se pare-cen entre sí. No puede haber participantes sin incidentes, y el número de participantes limita el número de arrestos. Las diferencias entre las tres facetas de la violencia colectiva son, sin embargo, interesantes: las curvas muestran que el número de participantes en incidentes violentos de tipo medio tiende a incrementarse a la larga y a expandirse en tiempos de grandes crisis. Las crisis de las que el gobierno sale victorioso (1851 es un buen ejemplo) tienden a producir grandes proporciones de arrestos entre los participantes. Por un lado, vemos los efectos de la movilización; por el otro, los efectos de la represión.

2.11. Modalidades del siglo XIX frente a modalidades del siglo XX

Tenemos información mucho más nutrida sobre las tres primeras décadas (1830-1860) y las tres últimas (1930-1960) que sobre los años

3 Una importante salvedad: los datos excluyen los conflictos bélicos contra un enemigo exterior. En consecuencia, esto distorsiona el nivel real de la violencia en el territorio francés durante 1870, 1914-1918 y 1940-1944. Se trata, simplemente, de que el conflicto violento entre los franceses disminuyó en estos períodos.

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80 Francia

intermedios. Concentrémonos en ellas. La curva de incidentes para los treinta y un años que discurren entre 1830 y 1860 alcanza máximos en 1832, 1848 y 1851. El año 1832 trajo una crisis. Eliminó a los principa-les enemigos del régimen que habían ostentado el poder durante la Revo-lución de 1830 y consolidó el control del nuevo régimen sobre todo el país. Se produjo una insurrección en París sin éxito. Su derrota práctica-mente completó la eliminación de los republicanos y trabajadores organi-zados de la coalición que había participado en la Revolución de 1830. Había también grupos de guerrilleros que amenazaban en el oeste, por no mencionar los motines de subsistencias y las revueltas fiscales en dife-rentes partes de la nación (para los detalles, ver Rule y Tilly, 1972).

El año 1848 trajo una revolución con mucha mayor participación que la de 1830. Por primera vez, los trabajadores organizados desempe-ñaron un importante papel en la transferencia del poder; protagonizaron actos de violencia colectiva durante los dos años siguientes. Muchos de los incidentes violentos de 1848 correspondieron a revueltas fiscales, motines de subsistencias, ocupaciones de tierras y otros movimientos reactivos clásicos. Estaban relacionados con la Revolución (como no podía dejar de estarlo cualquier acción colectiva entonces), pero no eran parte directa del esfuerzo por derribar el régimen anterior. La llamada Revuelta de los 45 Céntimos de 1848-1849, por ejemplo, fue una de las revueltas antifiscales más amplias jamás surgidas en Francia. Comenzó como una forma de resistencia ante el recargo de cuarenta y cinco cénti-mos que el régimen revolucionario aplicó a los impuestos habituales sobre la tierra.

Los conflictos violentos de 1851, por hablar del tercer pico, sucedie-ron principalmente durante la resistencia al golpe de Estado de Luis Napoleón. El golpe, cuidadosamente preparado, se produjo a principios de diciembre. De los 93 incidentes violentos registrados durante el año, 76 ocurrieron inmediatamente después del golpe. En una población tras otra, los republicanos y los radicales, que se habían movilizado en 1848 y venían experimentando una opresión progresiva, declararon su rechazo a la suspensión de la legitimidad constitucional decretada por Luis Napoleón, se apoderaron de los órganos de gobierno local, resistieron un día o dos, pero terminaron sucumbiendo ante el envío de tropas guber-namentales, que barrieron todo el país. Unas 90.000 personas tomaron

Modalidades del siglo XIX frente a modalidades del siglo XX

81

parte en incidentes violentos durante diciembre de 1851; más de 25.000 fueron arrestadas acusadas de complicidad, algunas durante una represa-lia general contra los enemigos del régimen, pero la mayor parte por haber participado de alguna manera en la propia insurrección. La figura 9 es un mapa que muestra la participación expresada en hombres-días (500 hombres-días pueden corresponder a 500 personas en un día, 250 personas durante dos días o 125 personas durante cuatro días). Funda-mentalmente es el mismo que el mapa de los arrestos en Ch. Tilly

FIGURA 9 INSURRECCIÓN FRANCESA DE 1851: HOMBRES-DÍAS POR DEPARTAMENTOS

FRANCIA DIVIDIDA EN DEPARTAMENTOS

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Modalidades del siglo XIXPente a modalidades del siglo XX 83 82 Francia

(1972). Como siempre, destacan París y el Sena. Sin embargo, las mayo-res cifras totales corresponden a los departamentos del sur y del sureste: Bajos Alpes, Gers, Var, Hérault, Niévre, Dróme, Vaucluse. El mapa corresponde, en líneas generales, al de la distribución de las fuerzas izquierdistas a comienzos de la Tercera República. Después de que el ejército y los tribunales de justicia aplastaran a la oposición, la violencia colectiva a cualquier escala prácticamente desapareció de Francia durante más de una década. Lo que Howard Payne (1966) denomina el «Estado policial de Luis Napoleón Bonaparte» se cerró con llave.

La segunda guerra mundial divide el segundo período de tres déca-das por la mitad. Ese violento interludio aparece como una calma en el gráfico porque no están incluidos los sucesos de guerra internacional. La mayor parte de los actos terroristas y antiterroristas producidos durante la ocupación y resistencia fueron protagonizados por pequeños grupos de gente, demasiado pequeños y dispersos para cumplir nuestros criterios. Los principales años de confrontaciones abiertas y violentas correspon-dieron a 1934, un año de continuas manifestaciones y luchas callejeras surgidas de las manifestaciones, y 1947, un año de huelgas masivas y con frecuencia insurreccionales.

Entre 1930 y 1960 las series de años más turbulentas se dieron de 1934 a 1937 y de 1947 a 1952. En el primer período estaban teniendo lugar dos luchas relacionadas entre sí: una sobre el lugar de la fuerza laboral y sus representantes en la estructura de poder; la otra entre nacionalistas de extrema derecha e internacionalistas de extrema izquier-da. La llegada del Frente Popular dio una ventaja temporal a los líderes del movimiento obrero organizado y a los internacionalistas. Pero la segunda guerra mundial destruyó muchos de los éxitos conseguidos.

Las organizaciones obreras tuvieron un papel fundamental durante los conflictos de 1947-1952, mientras que la extrema derecha estaba desacreditada y desaparecida. Entonces los puntos clave del conflicto fue-ron la relación de los comunistas con el gobierno y la relación del gobier-no francés con el de los Estados Unidos. De cualquier forma, entre 1947 y 1952 las influencias cambiaron a medida que la economía francesa se recuperaba, Francia se unía a la OTAN y los comunistas asumían su papel de vigoroso partido de oposición dentro del sistema. En 1947 los principales marcos de violencia colectiva fueron las manifestaciones y

acciones directas contra los controles económicos y la política económica del gobierno a comienzos de año y, avanzado éste, huelgas mucho mayores, incluyendo huelgas generales con ocupación de estaciones ferroviarias, ayuntamientos y fábricas. En 1952 las manifestaciones anticoloniales de norteafricanos y las amplias protestas en Francia contra el nombramiento del general norteamericano Ridgway como comandante de la OTAN se convirtieron en los principales emplazamientos de la violencia colectiva.

La geografía de la violencia colectiva cambió del siglo XIX al siglo XX, como muestran las figuras 10 y 11. Estos mapas indican el número aproximado de participantes en la violencia colectiva por año y en cada departamento, expresados por 100.000 habitantes. Para el total de Fran-cia, la tasa de participación calculada fue de 79 entre 1830 y 1860, y de 105 entre 1930 y 1960, un aumento significativo aunque no enorme.

La distribución geográfica se alteró mucho más que el nivel general. Durante las tres décadas del siglo XIX, la violencia colectiva se extendió por todo el país. Los únicos departamentos que no aportaron sucesos a nuestra muestra entre 1830 y 1860 fueron los de Cantal, Meuse y Alta Saona. Es más, los departamentos rurales estuvieron bien representados entre las áreas de mayor violencia: los Bajos Alpes tuvieron una tasa de 316 participantes por año por 100.000 habitantes, Gers 225, Var 150. Los departamentos rurales con tasas de violencia muy altas fueron esen-cialmente los que fueron turbulentos entre 1848 y 1851.

Como era de esperar, los departamentos que contenían las principa-les ciudades francesas tambien mostraron altas tasas de participación. El Sena (París) destacó con mucho sobre todos, con 816; Bouches-du-Rhóne (Marsella) tuvo 224, Ródano (Lyon) 297, el Alto Garona (Tou-louse) 240. Loira Inferior (Nantes), con 54, y Gironda (Burdeos), con 67, estuvieron por debajo de lo que requeriría un estricto orden de prela-ción urbano. La mitad sur de Francia (especialmente las regiones de Lyon, Toulouse y Marsella) está por encima del norte en la clasificación.

Entre esta composición de muchos tipos diferentes de conflicto podemos discernir dos clases principales de áreas con un elevado índice de violencia: los principales centros urbanos y su área de influencia; y las áreas periféricas rurales que caían bajo el control político y económico de París, Lyon y Marsella. Un examen detallado nos revelaría manifestacio-nes, huelgas e intentos por controlar el poder en el primer grupo de

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Modalidades del siglo XIX frente a modalidades del siglo XX 85

FIGURA 10

PARTICIPANTES EN ACCIONES DE VIOLENCIA COLECTIVA POR DEPARTAMENTOS, 1830-1860

(Tasa anual por cada 100.000 habitantes)

FIGURA 11

PARTICIPANTES EN ACCIONES DE VIOLENCIA COLECTIVA POR DEPARTAMENTOS, 1930-1960

(Tasa anual por cada 100.000 habitantes)

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Modalidades del siglo XIX fiente a modalidades del siglo XX 87 86 Francia

áreas, y motines de subsistencias, revueltas fiscales, movimientos contra el reclutamiento militar obligatorio y similares en el segundo grupo de áreas.

Entre 1930 y 1960 los centros metropolitanos dominaron el mapa de la violencia colectiva mucho más que un siglo antes. Las regiones de París, Nantes, Toulouse, Marsella, Lille y Lyon proporcionan el grueso de los participantes. En estos años, 18 departamentos y el territorio de Bel-fort no registraron sucesos violentos. Otros doce tuvieron sólo uno o dos pequeños incidentes.

En el otro extremo, el Sena sigue dominando con 411 participantes por año por 100.000 habitantes, pero Loira Inferior (Nantes) le sigue de cerca con 406; los Alpes Marítimos (Niza, que no formaba parte de Francia antes de 1860) contabiliza 348 y Bouches-du-Rhóne (Marsella) 216. El conflicto violento se ha desplazado hacia el norte, aunque toda-vía abunda en las regiones del sur. Las áreas industriales del norte se encuentran ahora bien representadas. En contraste, las áreas que experi-mentaron una emigración espectacular (el Macizo Central y, especial-mente, las áreas montañosas) pasaron de la relativa turbulencia del siglo XIX a un silencio casi completo en el XX. En líneas generales, los depar-tamentos rurales que estuvieron fuertemente involucrados en la violencia colectiva eran vecinos inmediatos de las ciudades más importantes.

Las principales excepciones a esa regla provienen de los conflictos industriales en las ciudades de departamentos predominantemente rura-les. Por ejemplo, la relativa alta tasa del departamento de Dróme en 1930-1960 (72 participantes por año por 100.000 habitantes) se debe a dos grandes huelgas: en Romans en diciembre de 1938, donde trabajado-res del calzado ocuparon su fábrica después de la huelga general convoca-da por la CGT; y en Valence, en diciembre de 1947, donde huelguistas y manifestantes tomaron la estación de tren durante unas huelgas impulsa-das por los comunistas en todo el país. De igual forma, la violencia colectiva de Puy-de-Dóme procedió casi por completo de los conflictos derivados de huelgas en Clermont-Ferrand.

Los casos más dudosos son los de Córcega (donde la violencia de la Liberación de 1943 y la insurrección de 1958 se suma a las huelgas vio-lentas de costumbre) y la Vendée (donde los movimientos antifiscales

sacudieron La Roche-sur-Yon varias veces después de la segunda guerra mundial; la pertenencia de La Roche-sur-Yon al área de influencia de Nantes es discutible). Incluso en la Vendée y Córcega, donde la campiña había mostrado su cara más turbulenta durante el siglo XIX, fueron las principales ciudades las que produjeron la violencia colectiva del siglo XX. En resumen, la violencia se urbanizó. Se movió hacia las principales concentraciones industriales. Gravitó hacia los centros de poder.

El cuadro 1 presenta un análisis detallado de la magnitud de los incidentes violentos por décadas en 1830-1860 y 1930-1960. El cuadro utiliza estadísticas similares a las usadas comúnmente para informar sobre las huelgas. Muestra que el número de personas involucradas en la violencia colectiva aumentó algo a lo largo del siglo de la modernización: 850.000 en el primer período, 1.300.000 en el segundo. La tasa de los incidentes violentos osciló entre 7 y 8 por década por millón de habitan-tes. (Lo que viene a significar el 0,7 o 0,8 por millón y año; las huelgas en la Francia, Gran Bretaña e Italia contemporáneas resultan cuarenta o cincuenta veces más frecuentes). La tasa de participación osciló entre 3.000 y 17.700 por millón de habitantes por década. (Para conseguir tasas anuales comparables a nuestros mapas, debemos dividir entre 100: la frecuencia obtenida se encuentra entre 30 y 177 participantes por año por 100.000 habitantes).

CUADRO 1

VOLUMEN DE VIOLENCIA COLECTIVA EN FRANCIA, 1830-1860 Y 1930-1960

Período Número

de incidentes

Incidentes por millón

de habitantes

Total de

participantes

Participantes por

incidentes

Hombres-días por

participante

Participantes por millón

de habitantes

1830-1839 258

,<1 r-,

) o ,r1

ot5

300.000 1.100 1,7 8.400

1840-1849 293 450.000 1.450 1,7 12.300

1850-1859 116 100.000 900 1,6 3.000

1930-1939 336 750.000 2.200 1,0 17.700

1940-1949 93 200.000 2.400 1,0 5.500

1950-1960 169 350.000 2.200 1,0 8.600

Las cifras muestran un considerable incremento en el número de participantes y un descenso en el número medio de días que pasó el par-ticipante medio en el encuentro violento. Como resultado, encontramos

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88 Francia Fluctuaciones económicas, desorden y violencia colectiva 89

una fluctuación sin tendencia clara en los hombres-días totales invertidos en los incidentes. Aun teniendo en cuenta a los que repitieron su partici-pación encuentro tras encuentro, los datos hacen viable la posibilidad de que uno de cada cien franceses tomara parte en una acción colectiva que derivó en violencia en algún momento durante una década media. Si consideramos sólo a los adultos y sólo las ciudades en las que se produ-jeron incidentes violentos, la cifra se acercaría más a uno de cada veinte. En cualquier caso, una minoría pequeña pero no despreciable.

Los datos muestran que, si pasamos del siglo XIX al XX, el típico acontecimiento violento es más breve pero mayor. Como consecuencia, el número de hombres-días absorbido por la media de los sucesos cambió relativamente poco. Ciertamente, las décadas variaron considerablemente en cuanto al número de incidentes violentos y, en consecuencia, en el total de hombres-días que aportaron a los sucesos violentos. Los diez años transcurridos entre 1840 y 1849 produjeron el mayor volumen de incidentes según el total de hombres-días, pero la década de 1930 produ-jo un número mayor de incidentes. La energía total invertida en la ener-gía colectiva y el tipo de unidades en las que se emitió la energía variaron de manera un tanto independiente.

En realidad, se trata de dos procesos entrelazados, uno que determi-na la forma del suceso violento y otro que determina la frecuencia de los sucesos. El lento y prolongado proceso de la asociación, el cambio de las bases comunitarias a las asociacionales para la acción política, se halla tras el cambio ocurrido en la forma del disturbio típico. En la década de 1830 el incidente violento típico (invasión de campos, revuelta fiscal, motín de subsistencias) echaba a la calle llenos de indignación a hom-bres, mujeres y niños de la misma área reducida durante un día y después otro y quizás otro aún. En la década de 1930 el incidente típico lo cons-tituía una demostración de fuerza de un partido político en una ciudad importante y en un día concreto: una manifestación que con frecuencia atraía a sus contramanifestantes y terminaba en peleas o batallas campa-les con la policía. Las asociaciones llegaron a ser importantes movilizado- res de la acción colectiva y, por tanto, importantes participantes en la violencia colectiva.

El otro proceso afectó al número de incidentes violentos en un perío-do concreto. Era (y es) un complejo proceso político que determina las

ocasiones en que los distintos aspirantes al poder optan por la acción colectiva para probar su fuerza, defender sus derechos o descargar su rabia, y que determina también la frecuencia con la que tales acciones colectivas producen violencia. Las dos cuestiones están separadas. Un gobierno represivo como el de Vichy evita la violencia colectiva haciendo que la acción colectiva de cualquier clase sea difícil y costosa. Represivo o no, un gobierno que se las vea con huelgas, sentadas, manifestaciones u otras acciones colectivas que aunque ilegales no sean intrínsecamente violentas, puede optar por muchas tácticas distintas para enfrentarse a ellas. Algunas tácticas producen muertos y heridos.

Por otra parte, cuando aparecen nuevos contendientes por el poder o pierden su lugar los antiguos, aumenta la frecuencia de la acción colec-tiva, con lo que se incrementan las posibilidades de violencia. Y a medida que las asociaciones se hacen más prominentes en la lucha por el poder, sus dirigentes desarrollan una cierta habilidad para manejar a sus segui-dores y también para calcular la probabilidad de que una acción u otra conduzca a la violencia. Por tanto, adquieren parte del control sobre la frecuencia de la violencia que normalmente posee el Estado. En conse-cuencia, el número de incidentes violentos en un momento dado está en función de la intensidad de la lucha política y de las tácticas de los con-tendientes

2.12. Fluctuaciones económicas, desorden y violencia colectiva

La evolución de la actividad huelguística en Francia parece haber venido determinada por dos procesos entrelazados, uno organizativo y el otro de política general (Shorter y Tilly, 1970, 1974). Desde la década de 1880, cuando disponemos de los primeros datos exhaustivos sobre las huelgas, hasta la segunda guerra mundial, la media del número de huel-guistas por huelga aumentó de una forma irregular desde doscientas hasta cerca de setecientas personas. Además, después de haberse manteni-do durante décadas en unos cinco o seis días, la duración media cae de forma brusca hasta un solo día durante o después de la sindicalización masiva del Frente Popular. Las huelgas se hacen más importantes por su volumen pero disminuyen en su duración. Esta evolución no coincide en

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90 Francia Fluctuaciones económicas, desorden y violencia colectiva 91

el tiempo con las transformaciones de la violencia colectiva, pero los pro-cesos están seguramente relacionados. En ambos casos unas organizacio-nes complejas, que no sólo son capaces de movilizar a la gente para que proteste sino que también tienen gran eficacia a la hora de desmovilizarla una vez que el asunto se ha resuelto, asumen un papel cada vez mayor en la preparación de los encuentros entre los contendientes y las autorida-des.

Por otra parte, el número de huelgas en cualquier lugar o época ha variado considerablemente como respuesta a la intensidad de las reivindi-caciones, el grado de organización de los trabajadores y las tácticas nego-ciadoras de trabajadores y dirección. A muy largo plazo, la actividad huelguística ha aumentado enormemente en Francia a medida que la fuerza de trabajo se industrializaba, pero dentro de la fuerza laboral industrial el índice no ha oscilado ni hacia arriba ni hacia abajo. Los con-flictos industriales y la violencia colectiva tienen mucho en común. En ambos, la forma de los conflictos individuales depende de la estructura organizativa de los contendientes y de los cambios en esa estructura; la frecuencia de los conflictos depende más directamente del tira y afloja de la lucha por el poder.

Hay también alguna similitud entre el desarrollo histórico de la acti-vidad huelguística y la violencia colectiva. Los datos relativos a las huel-gas apuntan a los siguientes períodos como las épocas más destacadas de aceleración en la actividad huelguística: 1833 - 1834, 1840, 1870 - 1872, 1880 - 1882, 1890 - 1893, 1899 - 1907, 1919 - 1920, 1936 - 1938, 1947-1949 y 1966 - 1968. Cada uno de estos períodos tuvo más huelguistas por año que el período anterior. (Sin embargo, 1936 mantiene el récord en lo que a número de huelgas se refiere: 16.907 en nuestras cuentas). La figura 12 presenta medias quinquenales de nuestros cálculos aproxima-dos del número de huelgas entre 1830 y 1964, mientras que la figura 13 se refiere al número de participantes en huelgas por años individuales de 1865 a 1967.

Las huelgas fueron ilegales en Francia hasta 1864 y pocas veces se recogían datos sobre ellas antes de 1885; por tanto, las cifras anteriores a aquellas fechas son más aproximadas que las posteriores. Sin embargo, los gráficos dejan poca duda de que la actividad huelguística se aceleró de forma casi continua desde la década de 1860 hasta la primera guerra

FIGURA 12

PROMEDIO DEL NÚMERO DE HUELGAS EN FRANCIA, EN INTERVALOS QUINQUENALES, ENTRE 1830 Y 1964

HUELGAS POR AÑO

2.500

2.000

1.500

1.000

500 450 400 350 300

250

200

150

100

50 2 8 o

CO OD rn ZiS cr) o) a) a) o)

FUENTE: Edward Shorter y Charles Tilly, Strikes in France, 1830 to 1968 (Nueva York: Cambridge University Press, 1974). [Hay trad. cast.: Las huelgas en Francia, 1830-1968 (Madrid: Min. de Trabajo y Seguridad Social, 1985)]

mundial, se aceleró otra vez en la década de 1930 y permaneció alta des-pués de la segunda guerra mundial. Vemos un aumento enorme en el número total de huelguistas (al igual que en el número de trabajadores que toman parte en una huelga de tipo medio) a partir de 1946. Si los

5.000 4.500 4.000 3.500 3.000

° CID c0 CO CO

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FIGURA 13

NÚMERO DE HUELGUISTAS POR AÑO EN FRANCIA, DE 1865 A 1967

MILES DE HUELGUISTAS

5.000

500

50

I I I I

I I I 1

CO co co Lo Lo

co O 2_ Nco a) cr) 0)

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FUENTE: lbíd.

totales oficiales de 1968 se publicasen, mostrarían que ese año trascen-dental ha producido más huelguistas que ninguno hasta la fecha: más que los 6,6 millones de huelguistas de 1948.

En cierta medida, el desarrollo de la actividad huelguística concuer-da con el calendario de la violencia colectiva. Al menos, parece ser así

desde la década de 1880 en adelante. Antes de esa época, nuestros datos son inciertos y sugieren una alternancia entre la violencia colectiva y la actividad huelguística; después, tienden a ir juntas. Las correlaciones de las variaciones anuales entre la violencia colectiva y la actividad huelguís-tica expuestas en el cuadro 2 revelan una débil relación inversa 1870 a 1890 y relaciones directas que van de moderada a fuerte en varios perío-dos entre 1890 y 1960. Los análisis más detallados de los mismos datos (Shorter y Tilly, 1974) muestran que el esquema general se mantiene una vez se tienen en cuenta las variables de tendencia, sindicalización y fluc-tuación económica. La relación parece ser válida.

CUADRO 2

CORRELACIONES DE LAS VARIACIONES ANUALES DE LA VIOLENCIA COLECTIVA DE LA ACTIVIDAD HUELGUÍSTICA, 1870-1960

Número de incidentes violentos con

Participantes en actos de violencia colectiva con

Período Huelguistas por año Huelgas por año Huelgas por año Huelguistas por año

1870-1890 —0,15 —0,20 —0,32 —0,30

1890-1913 0,44 0,63 0,47 0,65 1920-1938 0,43 0,32 0,19 0,05 1946-1960 0,63 0,29 0,69 0,24

Sin embargo, no es cierto que las huelgas o la violencia colectiva tuvieran flujos y reflujos como respuesta inmediata al ritmo del cambio estructural. Podríamos referirnos de nuevo a las señales que ya hemos inspeccionado. Los grandes períodos de expansión económica en Francia tuvieron lugar entre 1855 y 1870, 1920 y 1930, 1945 y 1960. El primer período empezó de forma tranquila y terminó de un modo estridente. Después de un primer año turbulento, el segundo período produjo pocas protestas violentas. El tercero tuvo años de gran insurrección, que se alternaron con otros meramente desapacibles. Los años de desaceleración y depresión más sustanciales fueron, aproximadamente, los de 1870-1875, 1914-1920 y 1931-1945 (con algún pequeño alivio justo antes de la guerra). El primer período se inició con uno de los grandes movimien-tos revolucionarios de Francia. El segundo, después de los disturbios externos y el orden interno de la primera guerra mundial, finalizó con protestas a nivel nacional. El tercero podría haber sido ininterrumpida-

5

92 Francia Fluctuaciones económicas, desorden y violencia colectiva 93

Page 45: Tilly- El Siglo Rebelde

Productos manufacturados

170

160

150

140

130

120

110

100

90

Alimentación

94 Francia

mente turbulento si una guerra brutal no hubiera apartado la atención francesa de la política nacional, hacia la más inmediata y hacia la interna-cional. Se podría argüir la existencia de una conexión compleja entre la contracción económica y la protesta, con la matización inmediata de que la guerra contrarresta incluso esa conexión. Pero la interdependencia entre la violencia colectiva y el ritmo del crecimiento económico es o muy débil, o muy compleja, o las dos cosas a la vez.

Durante el período anterior a 1860 hubo una pequeña corresponden-cia entre la oscilación de los precios y la violencia colectiva, que resultó principalmente del aumento de los motines de subsistencias en los años de precios altos. La figura 14 presenta dos series compuestas de precios para los años que van desde 1825 hasta 1860. El resultado viene a ser mitad y mitad: los precios altos de 1838-1841 y de 1846-1847 se corresponden con los brotes secundarios de protestas en aquellos años, y los precios más bajos de mediados de la década de 1830 y de principios de 1840 coincidie-ron con períodos de paz relativa, pero ni 1830 ni 1848 fueron años de pre-cios especialmente altos; el ascenso súbito de los precios de la década de 1850 pudo angustiar a mucha gente, pero no les condujo a la violencia colectiva. (Se produjo un último brote de motines de subsistencias en los años 1853 y 1854, pero fueron pequeños y escasos en comparación con 1847 y 1839). Es decir, esta comparación no aporta mucha evidencia sobre una relación causal directa entre fluctuaciones económicas y protestas.

Como el desarrollo de la mecanización, del nuevo empleo industrial, de las innovaciones tecnológicas e incluso del crecimiento urbano siguen aproximadamente el mismo calendario que el del conjunto de la expan-sión económica, la conclusión es aún más general. Si existe conexión entre el ritmo del cambio estructural y la frecuencia del conflicto violen-to, no es directa y mecánica. Un cambio social rápido, por mucha deso-rientación que pueda producir, no incita a disturbios de forma inmediata ni segura. La relación no tiene nada que ver con la existente entre pulsar el botón y que suene el timbre. Una analogía mejor podría ser la relación entre el funcionamiento de un automóvil y la presión de las matrices que se utilizaron al construir sus partes; es indeleble pero indirecta.

Podría ser cierto, sin embargo, que la violencia colectiva, como variedad que es de «disturbio», aparezca junto con otros indicios de desintegración social y que, de este modo, refleje un debilitamiento

Fluctuaciones económicas, desorden y violencia colectiva 95

FIGURA 14

INDICE DE PRECIOS AL POR MAYOR EN FRANCIA, DE 1825 A 1960

1860 80 I n .11 ,, Il1,1,,H,Ill,111)1,1,111,1

1826 1830 1834 1838 1842 1846 1850 1854 1858

general de la cohesión y control sociales. ¿Corresponden las variaciones en los indicadores habituales de la desorganización social en Francia a las variaciones en el volumen de conflictos violentos? Al menos, podemos examinar las variaciones en cuanto a suicidios y delitos registrados.

Desde el famoso libro El suicidio, de Émile Durkheim, los sociólo-gos generalmente aceptan la frecuencia del suicidio como un indicador de la envergadura de la desintegración social. Francia durante mucho tiempo ha tenido un alto índice de suicidios, un hecho que parece enca-jar con su tendencia a recaer en desastres políticos. ¿Pero qué hay de las fluctuaciones en las tasas registradas (figura 15)? Durante el siglo XIX el

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1000— 1<-1

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N., ), Vagancia

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Fluctuaciones económicas, desorden y violencia colectiva 97

FIGURA 15

CONDENAS POR DELITOS, VAGANCIA Y SUICIDIOS EN FRANCIA, 1826-1960

100 — Suicidios

80- -

60 - x/x

40-

20-

10 1 1 1 1 1 I 1

1820 1840 1860 1880 1900 19 20 1940 1960

FUENTES: Annuaire statistique de la France: Résumé rétrospectif, 1966, cuadros 4, 5, pp. 114-127, cuadros 3-9, pp. 151-166; Émile Levasseur, La population francaise (París: Rous-

seau, 1889-1893), II, p. 126. Maurice Halbwachs, Les causes du suicide (París: Alcen, 1930), p. 92. El «Total de condenas» suma las condenas de cours d'assise, tribunaux correctionnels y (después de 1952) cours d'appet la cifra es una tasa media anual por 100.000 habitantes relativa a intervalos de cinco años centrados en el año que figura. «Vagancia» presenta los arrestos por mendicité y vagabondage. Es también una tasa media anual por 100.000 habi-tantes relativa a los mismos intervalos quinquenales. «Suicidio» se refiere a los registrados oficialmente como causa de defunción en los mismos intervalos quinquenales.

índice de suicidios ascendió de manera inexorable, prácticamente igno-rando las transformaciones políticas; durante el siglo XX ha permanecido relativamente constante, excepto por el descenso en las dos guerras mun-diales. El máximo histórico se alcanzó hacia 1890, aproximadamente cuando Durkheim empezó su estudio sobre el fenómeno. Desde enton-ces, los franceses se han autodestruido con menos frecuencia (o, al menos, hay menos datos sobre suicidios; en general, muchos suicidios no se registran como tales). A este nivel no se detecta una correspondencia entre el suicido y la violencia colectiva.

¿Se aproxima más el delito? Las estadísticas sobre delincuencia tie-nen algunos puntos débiles en común con las estadísticas sobre el suici-dio. Normalmente, describen acciones del Estado (arrestos, condenas, encarcelamientos, etc.), más bien que acciones de sus ciudadanos. Por lo tanto, varían a la vez que los poderes represivos y las inclinaciones del gobierno. En el caso que tratamos, las estadísticas incluyen algunas reac-ciones directas de varios gobiernos franceses con los disturbios políticos. De todas formas, las cifras relativas a delitos casan con el desarrollo tem-poral de la violencia colectiva sólo un poco mejor que las cifras referentes a suicidios.

Consideremos la vagancia, que presumiblemente podría tener algu-na conexión con la existencia de masas dispuestas a rebelarse. Los arres-tos por vagancia aumentaron espectacularmente antes de 1848 y de nuevo antes de 1870, y con menor fuerza a principios de la década de 1930. Pero alcanzaron su punto más alto hacia 1890, que no fue ni mucho menos el año con más delitos del siglo. Se mantuvieron excepcio-nalmente bajos en los años problemáticos que siguieron a la segunda guerra mundial. Si acaso existe alguna conexión allí, está mediada y ate-nuada por otros factores.

Las cifras de los totales anuales de condenas por hechos delictivos en Francia alcanzan puntos máximos alrededor de 1833, 1852, 1894, 1912, 1934 y 1942. Al menos, aparecen en las inmediaciones de agrupaciones considerables de actos violentos. Su distribución podría justificar la infe-rencia de que la represión tiende a seguir a los mayores cataclismos, más bien que a aparecer simultáneamente a los brotes de delincuencia y de violencia colectiva. Sin embargo, los años violentos de las décadas de 1860 y 1870 fueron, de hecho, puntos bajos en el número de conde-

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‘s,

Delitos contra la propiedad

-6

- 5

Delitos contra las personas

- 4

- 3

- 2

Cifras reales mostradas para los años 1826-1866; de 1867 en adelante muestran evoluciones quin-quenales centradas en cada año

1841 1856 1871 1886 1901 1916 131 1946 1961 1826

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16-

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12 -

10 -

8-

6-

4-

2-

Fluctuaciones económicas, desorden y violencia colectiva 99 98 Francia

nas criminales. El turbulento período de 1944 a 1948 produjo un signi-ficativo descenso en el número de condenas. Las cifras récord de delin-cuencia durante la segunda guerra mundial seguramente se deben a las políticas represivas de Vichy y de los nazis, y no a una tendencia repenti-na a los desórdenes en toda Francia.

Si centramos la atención en los delitos graves (los que se veían en los tribunales superiores) y separamos los delitos contra la propiedad de los delitos contra las personas, aparece un hecho interesante. La figura 16 nos muestra las relaciones de los delitos contra las personas y la propie-dad por 100.000 habitantes referidas a Francia en su conjunto durante los años con censo, de 1826 a 1962. La proporción de delitos graves con-

FIGURA 16

DELITOS CONTRA LAS PERSONAS Y LAS PROPIEDADES EN FRANCIA ENTRE 1826 Y 1962

FUENTE: A.Q. Lodhi y Charles Tilly, «Urbanization, Criminality and Collective Violence in Nineteenth-Century France-, American Journal of Sociology, 79 (1973), pp. 296-318.

tra las personas (asesinatos, envenenamientos, infanticidios, parricidios) apenas cambió en todo el período. Los índices de delitos graves contra la propiedad (hurto, robo a mano armada y destrucción intencionada) bajaron cada vez más y más, desde un 160 por 100.000 en la década de 1820 a un 10 en la de 1930. El único cambio significativo correspondió a una escalada hasta 174 en 1836, un aumento acentuado entre 1866 y 1872 (que, probablemente, se debió a que muchos territorios con un nivel de delincuencia bajo pasaron a depender de Alemania, y no a un aumento de la propensión a la delincuencia en Francia) y un aumento menor después de la segunda guerra mundial.

No existe ningun tipo de correspondencia entre estas tendencias delic-tivas y la tendencia a la violencia colectiva. Nos vemos tentados a atribuir el descenso constante en el índice de delitos contra la propiedad a la exten-sión gradual de la policía, aunque esto sea discutible. En cualquier caso, supone un duro golpe para la opinión de que la sociedad urbana del siglo XX es más «turbulenta» que la sociedad agraria del siglo XIX, y de que los delitos aumentan y disminuyen en función del ritmo del cambio social.

Un análisis de la geografía del delito y de la violencia colectiva (al menos, en el siglo XIX) apunta en la misma dirección. Los análisis esta-dísticos de los ochenta y seis departamentos franceses de 1836 a 1851 revelan una fuerte relación entre el nivel de delitos contra la propiedad y el grado de urbanización ya existente en el departamento, una ligera rela-ción inversa con el desarrollo de la industria pesada y poca o ninguna asociación con el índice de crecimiento urbano, el ritmo de la emigra-ción y la cantidad de violencia colectiva (Lodhi y Tilly, 1973). Los deli-tos contra las personas muestran una marcada distribución regional (por ejemplo, un índice extraordinariamente alto de homicidios en Córcega y en la costa mediterránea), pero no existe relación significativa con la industria, con el crecimiento urbano, etc.

La distribución geográfica del delito permanece relativamente esta-ble año tras año. La geografía de la violencia colectiva, sin embargo, cam-bia de forma notable y rápida, dependiendo de los grupos y de los asun-tos causantes de las confrontaciones en cada momento. Por ejemplo, el año 1841 tuvo treinta y seis incidentes violentos, principalmente revuel-tas fiscales y actos de resistencia al censo. Ese año hubo una correlación de +0,29 entre el grado de urbanización existente en un departamento y

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el número de participantes en la violencia colectiva. (Las correlaciones de la urbanización con el número de heridos y arrestados era mucho mayor, +0,89 y +0,80; estas correlaciones más altas probablemente fueron el resultado de la mayor concentración de las fuerzas represivas del gobier-no en las zonas urbanas). Cuando se tienen en cuenta los efectos de otras variantes, persiste la asociación de la violencia colectiva con el grado de urbanización ya existente, mientras que el efecto independiente del índi-ce de crecimiento urbano coetáneo parece ser nulo y el efecto de la inmi-gración interna reciente, negativo.

En 1851, el año de la inmensa sublevación contra el golpe de Esta-do, la relación entre participación y urbanización desaparece: +0,02, y los coeficientes relativos al número de heridos y de arrestos se debilitan: +0,82 y +0,54. Esta vez, sin embargo, la importancia de la población urbana se restaura si tenemos en cuenta otras variables. Pero el resultado es que aparece como el escenario ideal para la violencia un departamento poco poblado, no industrial pero relativamente urbano, que en ese momento estaba perdiendo habitantes debido a la emigración. De hecho, esto no es una mala descripción de los departamentos periféricos que todavía resistían en 1851.

La mayoría de nuestras observaciones suplementarias pueden resu-mirse de una forma estadística elemental. Agrupemos las variables en dos familias: variables referidas a desintegración y penuria, y variables referi-das a organización y poder. La división es algo arbitraria, pero sigue la distinción entre los argumentos sobre la desintegración y la solidaridad con la que empezamos. Dentro de cada categoría, examinemos la correla-ción de los coeficientes entre los valores de cada variable por años indivi-duales y la magnitud de la violencia colectiva en los mismos años. Los cuadros 3 y 4 exponen los resultados.

Las correlaciones con el tiempo simplemente muestran si la violen-cia colectiva tendía a crecer o disminuir de forma significativa a lo largo de todo el período de 1830 a 1960. No muestran ninguna tendencia en lo relativo al número de incidentes violentos y de arrestos, pero sí una débil tendencia al aumento a largo plazo del número total de participan-tes en la violencia colectiva. Eso podíamos deducirlo ya de los gráficos y cuadros anteriores. Las otras variables del cuadro sobre desintegración y penuria (suicidio, delincuencia, precios, producción, salarios reales, deli-tos graves juzgados en tribunales superiores) normalmente muestran rela-

ciones insignificantes con la violencia colectiva. Las únicas posibles excepciones dignas de mención son la débil correlación inversa entre los delitos graves y cada una de las mediciones de la violencia, y las correla-ciones positivas de débil a moderadas (+0,27 y +0,26) entre los arrestos y los precios corrientes de los alimentos y los productos manufacturados. La primera relación sería una dirección inadecuada si nos atenemos a los argumentos de desintegración. Ya que las correlaciones correspondientes con el número de incidentes y con el número de participantes son ligera-mente inversas o inexistentes, los dos coeficientes divergentes en el segundo caso apenas merecen nuestra atención.

CUADRO 3

CORRELACIONES DE LA VIOLENCIA COLECTIVA CON VARIABLES DE «DESINTEGRACIÓN» Y «PENURIA»

Variable Período

Número de incidentes violentos

Participantes en la violencia

colectiva

Arrestos en la violencia colectiva

Tiempo 1830-1960 0,00 0,15 0,02 Número de suicidios 1830-1959 0,00 0,05 0,02 Precios bienes manufacturados 1830-1954 0,05 0,09 0,27 Precios de los alimentos 1830-1954 0,08 -0,14 0,26 Producción industrial 1830-1960 0,10 -0,14 -0,12 Salarios reales 1840-1954 0,03 0,13 0,04 Delitos graves 1865-1960 -0,16 -0,17 -0,15

CUADRO 4

CORRELACIONES DE LA VIOLENCIA COLECTIVA CON VARIABLES DE «ORGANIZACIÓN» Y «PODER»

Variable Período

Número de incidentes violentos

Participantes en la violencia

colectiva

Arrestos en la violencia colectiva

Días en la cárcel 1886-1939 -0,22 -0,30 -0,21 Presupuesto nacional 1830-1960 0,07 0,17 0,25 Elecciones nacionales' 1830-1960 0,17 0,16 0,23 N.° de cambios de gobierno 1830-1960 0,00 0,06 -0,07 N.° de afiliados sindicales 1876-1938 0,40 0,41 0,06

a Variable arbitraria en la que elección = 1, no elección = 0.

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Conclusiones 103 102 Francia

Las relaciones con las variables de «poder» y «organización» (cuadro 4) son más fuertes y consistentes, aunque no abrumadoras. Se podría dis-cutir el que hayamos considerado el número de personas-día detenidas en las cárceles francesas durante cada año como una variable de «poder»; argüiríamos que sus fluctuaciones representan cambios en la represión gubernamental más directamente que cambios en la actividad delictiva. Su efecto en las mediciones no es muy fuerte. Pero, como se esperaba, es constantemente inverso: cuanto mayor es la represión, menor es la vio-lencia colectiva. (Este resultado no es estrictamente comparable a los otros, ya que tenemos datos sobre días de cárcel sólo de 1886 a 1939).

Los años en que el presupuesto gubernamental es grande tienden a ser años de violencia colectiva, al menos si se mide en número de partici-pantes y arrestos. Esto también pasa durante los años de elecciones, aun-que el número de crisis ministeriales del gobierno no muestra relación con el grado de violencia colectiva. Finalmente, el número de afiliados a los sindicatos (en los años para los cuales disponemos de cálculos aproxi-mados aceptables) proporciona un buen pronóstico del número de inci-dentes violentos y de participantes, aunque no del número de arrestos. En general, las fluctuaciones en las variables relativas a organización y poder están mas estrechamente relacionadas con la violencia colectiva que las variables relativas a desintegración y penuria. 4

4 En unos análisis multivariados más complejos hemos examinado los efectos simultáneos de la mayoría de estas variables y hemos estudiado el impacto del cambio sobre cada una de ellas de un año al siguiente. Las variables de penuria no tienen efectos apreciables una vez se tiene en cuenta la tendencia a largo plazo. Cuando se considera la influencia de la tendencia y de las otras variables, el efecto de los días de cárcel y del pre-supuesto nacional es negativo; el de las elecciones nacionales es positivo. Obtenemos efectos débiles e inconsistentes en otras dos variables: los cambios de gobierno y los arres-tos en la violencia colectiva de los años posteriores; para estos resultados, puede consul-tarse Snyder y Tilly (1972). La sindicalización no aparece en estos análisis multivariados porque las series de las afiliaciones a los sindicatos tienen interrupciones, un grave obstá-culo para el tipo específico de análisis de series temporales que hemos empleado. Cuando simplificamos las formas de las variables y trabajamos sólo con los años para los que exis-ten datos sobre la sindicalización, los efectos de la sindicalización sobre las cifras son posi-tivos de forma consistente aunque débil. Por ejemplo, una ecuación que se adapta bien a la mayoría de los años de 1886 a 1939 es: participantes (transformación de raíz cuadrada) = 1589,4 — 46,880t +0,36412 — 0,009 (presupuesto nacional) + 0,0003 (afiliación sindi-cal); (donde t es tiempo; R2 = 0,35, p = 0,002). Sin embargo, una ecuación que encaja algo mejor para los mismos años es la siguiente: participantes (raíz cuadrada) = 2127 —

2.13. Conclusiones

¿A dónde llevan estos fragmentos de evidencia estadística? Nuestras conclusiones deben tomar la forma de una tesis, incompletamente docu-mentada pero, en general, consecuente con los datos examinados.

Primero, los cambios conglomerados que se suelen echar al cajón de sastre llamado «modernización» no tuvieron efectos uniformes sobre el nivel, el lugar, la forma o el momento de los conflictos políticos en Fran-cia. Algunos de los procesos a los que normalmente se refieren los obser-vadores cuando utilizan un término de tal envergadura sí tuvieron efec-tos bien definidos. Más que incitar a protestas al causar desintegración y

J; penuria, la «modernización» cambió las formas dominantes de la acción 1 , colectiva. Y eso, a su vez, alteró la naturaleza de la violencia colectiva.

Segundo, a corto plazo la urbanización rápida lo, nlismoque.la industrialización generalmente_deprimieron el nivel d-elq0nflicto. Des-truyeron medios y bases de acción colectiva de los contendientes más déprisa de lo que creaban otros nuevo. Por ejemplo, los campesinos que se trasladaron a las ciudades dejaron normalmente tras de sí escenarios en los que estaban lo suficientemente organizados y eran suficientemente conscientes de los intereses comunes como para ofrecer repetida resisten-cia a los recaudadores, reclutadores y agentes compradores de grano. En la ciudad industrial, generalmente, les llevó a ellos y a sus hijos toda una generación formar las nuevas organizaciones y la nueva concienciación necesarias para una acción colectiva renovada.

Tercero, la urbanización y la industrialización estimularon, sin embargo, los conflictos políticos de modo directo cuando desviaban los recursos y el control de los recursos de los grupos arraigados que mante-nían sus organizaciones internas: los rebeldes de los motines de subsis-tencias que luchaban para evitar el cargamento del trigo de sus pueblos

— 60,8 t + 0,44612 — 0,007 (presupuesto) — 0,03 (días de cárcel) + 0,18 (delitos graves); (Ice = 0,41, p = 0,001), que plantea la intrigante posibilidad de que, después de todo, exista una relación positiva entre los delitos importantes y la violencia colectiva. Si el peso de nuestra evidencia favorece las variables relativas a organización y poder, no ha terminado todavía con todas las versiones posibles basadas en la desintegración y la penuria

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hacia las ciudades, o los artesanos urbanos que luchaban por conservar el control sobre sus condiciones de trabajo son casos así. Cuando estos cambios fueron más rápidos que la disolución de las organizaciones exis-tentes (como, por ejemplo, parece haber sido el caso en la década de 1840), el resultado fue efectivamente un aumento en el nivel del conflic-to de grupo.

Cuarto, la emergencia del capitalismo industrial, el desarrollo de una estructura de clases organizada en torno a las relaciones con un mer-cado nacional y con los medios de producción industrial, el papel cre-ciente de la burocracia y de otras organizaciones establecidas como for-mas principales de alcanzar objetivos colectivos, se combinaron para transformar las identidades y los intereses de los principales contrincan-tes en la lucha por el poder, así como las formas de su acción concertada. Dado que los conflictos, incluyendo los conflictos violentos, surgen a partir de la acción colectiva, la transformación de los contrincantes trans-formó la naturaleza de la confrontación en Francia.

Si restringimos nuestra atención a las variedades de conflicto públi-cas y colectivas que comúnmente conducen a la violencia, podemos observar lo mucho que su frecuencia y resultados dependen de la inter-vención del Estado. En el siglo XIX, la centralización y la nacionalización de la política, al ir aniquilando el Estado a sus rivales locales, provocó amplias protestas y desplazó el foco de los conflictos violentos. La repre-sión estatal contra la acción colectiva de los aspirantes al poder hizo dis-minuir la frecuencia de los conflictos violentos durante la década de 1850 y las dos guerras mundiales, mientras que la relajación de esa repre-sión en la década de 1860 y, más tarde, en la de 1940 permitió que resur-giese la confrontación. A lo largo de los dos siglos el Estado resistió el embate de los nuevos aspirantes al poder en nombre de aquellos que ya tenían puestos establecidos en la estructura del poder; las tácticas selec-cionadas por los agentes estatales (por ejemplo, para controlar las mani-festaciones hostiles) determinaron en gran medida el alcance de la violen-cia. Debido a esto, los nuevos adversarios aspirantes el poder tendían a atravesar un ciclo que iba de 1) una organización tranquila a 2) una con-frontación violenta y de ésta a 3) la conquista de una posición dentro de la estructura del poder para 4) involucrarse en la violencia indirectamen-te, interponiendo a la policía y los soldados. Pero los nuevos conten-

dientes que aparecieron y que eran rechazados fueron suficientes para mantener un alto nivel de violencia. Hoy en día, estudiantes, intelectuales y técnicos parecen estar embistiendo las puertas.

Si nuestro análisis es correcto, las presiones y tensiones inmediatas de los cambios tecnológicos, de los movimientos de población y otros componentes semejantes de la «modernización» tienen una parte bastan-te pequeña en la promoción de la acción colectiva y, en consecuencia, de la violencia colectiva. Tampoco la penuria material en sí (ni siquiera el aumento repentino de la penuria) parece haber desempeñado un papel importante en Francia. La excepción clave es que, cuando un tercero parece estar causando la penuria o beneficiándose de las ella mediante violaciones de sus propias obligaciones y de los derechos de otros, la gente normal actúa contra los presuntos especuladores en nombre de la justicia. En general, la justicia (es decir, distintas concepciones de la justicia) se halla en el centro mismo de los conflictos violentos. Los conflic-tos violentos permanecen cercanos a la política, tanto en su origen como en su impacto. En este sentido, Francia se parece a otros países occidentales.

Sin embargo, Francia tiene una historia particular, y esa historia afecta a sus conflictos políticos. La fundación de todos sus regímenes modernos sobre una versión u otra de la tradición revolucionaria ha jus-tificado, paradójicamente, el que el gobierno asumiese poderes excepcio-nales cuando se declaraba la patrie en danger. Esto, probablemente, pro-dujo en Francia, en mayor medida que en la mayoría de los restantes paí-ses occidentales, grandes fluctuaciones en la represión y distinciones más claras entre los de «dentro» y los de «fuera» durante los tiempos de la represión. De igual forma, la enorme centralización del poder dentro del sistema francés, probablemente, haya hecho (más en Francia que en otras partes) que muchos tipos de conflictos diferentes se hayan definido como confrontaciones entre el Estado y sus enemigos, y como luchas del Esta-do que no puede permitirse perder. Antes de aplicar las conclusiones sobre la historia de la política francesa a lo largo y ancho del mundo, debemos tratar estas dos características como variables importantes: la presencia o ausencia de una tradición revolucionaria y el grado de centra-lización del poder.

En la Francia de los últimos dos siglos, los conflictos políticos evolu-cionaron hacia formas de acción colectiva más organizadas y a una escala

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mayor. La relación cambiante de los franceses con un Estado que cada vez tenía mayor control sobre sus vidas cotidianas marcó uno de los rit-mos principales: el cambio de las formas de acción colectiva competitivas a las reactivas, y de éstas a las proactivas. Al mismo tiempo, la organiza-ción cotidiana para la acción colectiva de las personas cambiaba lenta-mente, al tiempo que Francia se urbanizaba e industrializaba; la reorgani-zación de la vida diaria transformó el carácter del conflicto; esa reforma de las solidaridades a largo plazo, más que el efecto inmediato de presión y tensión, constituyó el impacto más importante del cambio estructural en los conflictos políticos. A plazo más corto, las tácticas del Estado en lo que a represión y conciliación se refiere afectaron en gran medida a la intensidad, la forma, el lugar y los resultados del conflicto. A lo largo de dos siglos, la lucha por adquirir o mantener posiciones establecidas den-tro de la estructura del poder, y así obtener el control sobre las condicio-nes de su propia existencia, llevó a que diferentes grupos de franceses se viesen involucrados en conflictos violentos entre sí.

CAPÍTULO 3 ITALIA

«Italia saldrá adelante —escribió Carlo Pisacane antes de la Unifica-ción— cuando el campesino voluntariamente cambie la hoz por un arma; hoy por hoy, honor y país son palabras carentes de significado para él» (cita-do en Della Peruta, 1954: 317). Entonces como ahora, los estudiosos del

Í nacionalismo italiano han considerado la frecuente carencia de compromiso con el Estado nacional como el reflejo de una conciencia política adormeci-da. Hay algo de cierto en este análisis, pero no es del todo correcto. Los ita-lianos han mantenido durante mucho tiempo una intensa conciencia políti-ca a nivel local. No es la apatía sino el localismo lo que caracteriza Ja vida política italiana enMigto -qtre-trarisCUrre entre 1830 y 1930.

Localismo, en primer lugar, en el sentido de que los lazos sociales efecti-vos son los de pequeña escala: la unidad doméstica, los segmentos locales del grupo familiar, quizás la comunidad local en su conjunto, y poco más. Loca-lismo, en segundo lugar, en el sentido de que los principales rasgos de la vida social (prácticas agrícolas, rituales religiosos, el lenguaje de la vida cotidiana) varían perceptiblemente de una comunidad a otra. Dos sociólogos america-nos del siglo XX. resumen así sus estudios sobre los campesinos del Sur:

Incluso con la llegada de la radio, el campesino continúa identificándo-se con su pueblo. A través de amargas experiencias, ha aprendido a depositar su confianza en (o desconfiar menos de) quienes viven donde llega el sonido de la campana de la iglesia local (campanilismo). El gobierno es un concepto borroso y carente de significado para él. Roma está lejos y representa a los que viven a costa de las labores del granjero. El terrateniente, el policía, el recau-dador de impuestos, incluso el sacerdote, han pasado a simbolizar a los que tienen por objetivo exprimir al campesino. (Moss y Capponnari, 1960: 25)