terror en fontenay[v1]
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TERROR EN FONTENAYALEXANDRE DUMAS
LAERTES S. A. DE EDICIONES
Ttulo original: LA RUE DE DIANE A FONTENAY-AUX-ROSES Diseo cubierta: ENRIC J. ABAD Traduccin: DOMINGO SANTOS de esta edicin: Laertes S. A. de ediciones, 1981 ISBN: 84-85346-40-8 Depsito legal: B. 34.895 -1981
Alexandre Dumas
Terror en Fontenay
ArgumentoComo el terror. Una parte no desdeable de la produccin de Dumas est llena de espectros... los espectros de su propia realidad social, los aparecidos que atormentaban en su poca. Una galera importante de ellos se halla reunida en este libro: la cabeza guillotinada que sigue sintiendo, viviendo y sufriendo despus de separada del cuerpo, el ajusticiado que regresa de la tumba para cobrar tributo de su ajusticiador, la venganza de la realeza tras la profanacin de las tumbas reales en el reinado del terror, el ajusticiado que reconquista la gracia de Dios tras su lucha contra el demonio, el vampirismo y la posesin, encamados en el desolado paisaje de los Crpatos... En total, siete relatos magistrales de terror, unidos entre s por una jornada de caza de la que es protagonista el propio escritor, y en los que Alejandro Dumas se nos muestra, como en sus ms clebres novelas, un consumado maestro de la narrativa.
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ndice1 LA CALLE DE DIANA, EN FONTENAY-AUX-ROSES............................... 5 2 EL CALLEJN DES SERGENTS .................................................................... 10 3 EL INFORME..................................................................................................... 17 4 LA ANTIGUA RESIDENCIA DE SCARRON .............................................. 23 5 EL BOFETN DE CARLOTA CORDAY....................................................... 31 6 SOLANGE .......................................................................................................... 39 7 ALBERT .............................................................................................................. 50 8 EL GATO NEGRO Y OTROS HORRORES ................................................... 60 9 LA PROFANACIN DE LAS TUMBAS REALES ....................................... 72 10 EL CUERPO EN EL PATBULO ................................................................... 84 11 EL BRAZALETE DE CABELLOS HUMANOS........................................... 96 12 EL VAMPIRO DE LOS CRPATOS .......................................................... 103 13 CONCLUSIN .............................................................................................. 137
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1 LA CALLE DE DIANA, EN FONTENAY-AUXROSESAlgunas de las aventuras ms misteriosas e improbables jams ocurridas suelen tener su inicio en las ms prosaicas circunstancias de las ocupaciones cotidianas. As ocurri con lo que vamos a referir. Hacia finales de agosto de 1831, recib la invitacin de un viejo amigo (un importante funcionario gubernativo adscrito a la administracin de las Propiedades de la Corona) para pasar unos das con l y su hijo en Fontenayaux-Roses, en la apertura del ao cinegtico. Por aquellos das yo era un empedernido deportista, y la eleccin del lugar donde disparar el primer tiro de la estacin era realmente un hecho de considerable importancia. Anteriormente me haba acostumbrado a hacerlo con el viejo agricultor Mocquet, arrendatario y amigo de mi hermanastro, cuya confortable residencia se hallaba cerca del delicioso pueblecito de Monrieval, a slo cinco kilmetros de distancia de las esplndidas ruinas del castillo de Pierrefond. Fue en aquellas tierras donde por primera vez intent dominar una pistola, y fue en aquellas tierras donde dispar mi primer tiro de apertura. Aquel ao, sin embargo, me mostr infiel al viejo Mocquet, aceptando sin demasiado esfuerzo la insistente invitacin de mi acomodado amigo. El hecho es que mi imaginacin se vio prendada por un paisaje que me envi su hijo, un ilustre joven artista. En aquel cuadro, los campos en torno a Fontenay parecan llenos de liebres, y los matorrales de perdices. Haba algo ms atrayente para un hombre dedicado a su arma de fuego? Pero quiz debera aclarar que no posea el menor conocimiento directo de aquel distrito en cuestin. Nadie puede ganarme en cuanto se refiere a la abismal ignorancia que poseo de las regiones que rodean Pars; cada vez que abandono la ciudad es para realizar viajes largos, al menos de mil quinientos kilmetros. Lo cual explica por qu una de mis raras visitas a una zona de atractivo local tena para m tanto inters, hasta el punto de fascinarme de un modo increble. Habiendo aceptado la invitacin, part hacia Fontenay a las seis de la tarde del da treinta y uno, manteniendo como siempre la nariz asomada por la ventanilla del carruaje. Atravesamos rpidamente la Barrire de l'Enfer y, dejando a nuestra izquierda la Rue de la Tombe-Issoire, tomamos la carretera de Orleans a ritmo sostenido.
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El campo, ms bien llano entre los pueblos de Lesser y Montrouge le Grand, presenta, quiz a causa de la desolacin natural, un aspecto siniestro e inquietante. La atmsfera viene acentuada por las siluetas, punteadas aqu y all, de una serie de estructuras curiosamente esquelticas y primitivas, con forma de gra, utilizadas para levantar los bloques de piedra, una vez escuadrados y tallados, a lo largo de las pendientes de las canteras diseminadas por la zona. No es demasiado decir que, a primera vista, aquellas enormes mquinas podan ser tomadas por diablicos instrumentos de tortura, procedentes directamente de los abismos del infierno. Hacia el anochecer, puesto que el crepsculo estaba deslizndose lentamente hacia la oscuridad mientras atravesbamos aquel valle abierto, el paisaje, gracias al increble nmero de aquellas barrenas en accin, que se destacaban ntidamente contra el rojo llameante del cielo occidental, asumi el ms extrao de los aspectos. Se pareca con una inslita fidelidad a uno de aquellos cuadros de horror de Goya, donde, sobre el deprimente esplendor de un neblinoso atardecer, las figuras embozadas en sombra de los cazadores de cadveres se acercan furtivamente a un patbulo. Las personas que habitan por estos lugares, y que trabajan en las galeras subterrneas, tienen una personalidad y una fisonoma muy particular. Los trabajadores, expresan una complementaria oscuridad de carcter. Los incidentes se producen muy a menudo: un pilar que cede, una excavacin que se derrumba, un hombre que muere sepultado. Al nivel del suelo estas cosas son definidas como incidentes; pero diez metros ms abajo todos saben que se trata de crmenes premeditados... No es gente que valga la pena conocer. A plena luz del da, sus ojos parpadean lamentablemente, casi ambiguamente, y sus voces son desagradablemente roncas. En lo que se refiere a sus rostros, puede decirse que conocen el filo de la navaja tan slo los domingos. Y sus ropas no desentonan del cuadro general. En perodos de agitacin social, estos hombres raramente evitan dejar sentir su presencia. Por ejemplo, cuando los habitantes de la Barrire de l'Enfer exclaman: Mirad, estn llegando los mineros de Montrouge!, entonces los honestos habitantes de todas las calles circundantes agitan la cabeza, y cierran con decisin sus puertas. Este es el tipo de cosas que observ durante aquella hora particular del crepsculo que separa el da de las tinieblas. Luego, cuando cay la noche, me recost relajadamente en mi asiento, extraamente satisfecho, convencido de que ninguno de mis compaeros de viaje haba visto aquello que yo haba visto. As ocurre con todas las cosas: muchos miran, pero muy pocos ven realmente... Llegamos a Fontenay casi a las ocho y media. Nos aguardaba una cena excelente, seguida de un agradable paseo por el jardn. Si Sorrento es una selva de naranjos, Fontenay es un soberbio ramillete de rosas. Cada casa tiene sus rosales trepadores que escalan las paredes, y cuando las ramas han alcanzado
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una cierta altura se extienden en un enorme abanico. El aire est impregnado de la penetrante fragancia; y cuando se levanta la brisa, provoca una lluvia de ptalos de rosa: blancos, rosados, amarillos y dorados, como si el pueblo estuviese celebrando alguna festividad alegre e inolvidable. Desde el extremo inferior del jardn hubiramos gozado de una vista amplia e impresionante, si hubiese sido de da. De todos modos, las luces parpadeantes y variadas de Sceaux, Bagneux, Chtillon y Montrouge, resplandeciendo en lontananza, daban una atmsfera deliciosamente romntica a la apacible y tibia noche. Al fondo, mucho ms lejos, se extenda una estrecha franja de luminiscencia rosada, y pareca orse, dbil y sofocado, un retumbar continuo, como la respiracin de algn absurdo Leviatn. Era la pulsacin del enorme y oculto corazn de Pars... El cielo moteado de estrellas era tan maravilloso, la rara fragancia de la brisa tan relajante, que pienso que cualquiera se hubiera sentido feliz dejando transcurrir la noche sin acostarse. Pero nuestro anfitrin se comport juiciosamente y nos llev casi a la fuerza a la cama, como nios desobedientes. A las cinco en punto de la maana siguiente nos pusimos en marcha con nuestras armas, guiados por el hijo de nuestro anfitrin. Desde el momento mismo de nuestra llegada no dej de asegurarnos que bamos a sentirnos plenamente satisfechos de la caza, e incluso mientras caminbamos segua exaltando la riqueza cinegtica de sus posesiones... con una fuerza tal de conviccin que su genio descriptivo hubiera merecido mejores aplicaciones. A medioda vimos un conejo y un par de perdices. El cazador que estaba a mi derecha fall el conejo, otro a mi izquierda alcanz una perdiz, y yo derrib otras dos. A la misma hora, en el viejo puesto de Mocquet, ya habra llevado a casa tres o cuatro liebres, y como mnimo una quincena de perdices! No hay nada que me guste ms que disparar, pero detesto vagar intilmente, sobre todo por campo abierto. De modo que, simulando querer explorar un campo que haba a lo lejos a mi izquierda, en el cual tena la certeza de que no iba a encontrar absolutamente nada, abandon la compaa y me alej. Lo que en realidad me haba atrado hacia aquel campo era su forma. Era mucho ms ancho que largo, y era curvado, de modo que su extremo ms alejado se hallaba completamente fuera de la vista; y, casi en su centro, se estrechaba en un angosto valle en miniatura que desapareca en la curva. La misma, obviamente, me ocultara a los ojos de los dems cazadores, facilitndome una rpida huida. Y mi sospecha de que me conducira ms o menos directamente al camino principal se revel exacta; de modo que, cuando la campana de la pequea iglesia del pueblo estaba dando la una, llegaba al camino ms cercano al ncleo urbano. El camino que tom bordeaba un muro que cerraba una soberbia residencia. De pronto, justo cuando llegaba al cruce en donde la Rue de Diane confluye con la Grande Rue, vi a un hombre que viniendo en direccin de la iglesia se precipitaba hacia m. La expresin de su
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rostro, de hecho toda su actitud, era tan salvaje, trastornada y perturbada que me detuve y, sin darme cuenta, mientras permaneca inmvil, empu la pistola en un acto instintivo de autoconservacin. Plido, con movimientos similares a los de un manaco, el pelo enmaraado, los ojos casi a punto de salrsele de las rbitas y las manos ensangrentadas, el hombre pas por mi lado, evidentemente, gracias a Dios, sin ni siquiera verme. Su mirada era fija pero ausente; su modo de andar el de un hombre que, descendiendo la pendiente casi perpendicular de una montaa, ha perdido casi totalmente el control de sus movimientos. Al mismo tiempo su respiracin, que silbaba de un modo audible en su garganta, pareca indicar ms bien un extremo terror que una intensa fatiga. En el lugar en donde las dos calles se bifurcan abandon la Grande Rue, embocando la Rue de Diane. En aquella calle estaba la entrada de la casa y el terreno cuyo muro haba estado siguiendo yo durante los siete u ocho minutos precedentes. La entrada en cuestin, cuya imagen lleg hasta m en aquel preciso momento, estaba pintada de verde, y llevaba el nmero 2. La mano del hombre se tendi hacia la campanilla, pero no consigui localizarla inmediatamente. Cuando lo logr la hizo sonar con violencia; y, girndose rpidamente, se dej caer sobre uno de los soportes de piedra que servan para proteger los pilares principales de la entrada de los daos provocados por las ruedas de los carruajes. Durante los siguientes minutos permaneci sentado all, rgido como una estatua tallada en la piedra, con los brazos colgando a los costados y la cabeza inclinada sobre el pecho. No obstante la luz solar que resplandeca en un cielo limpio y sereno, la atmsfera de la calle estaba llena de terror y tragedia, hasta tal punto que permanec literalmente clavado a pocos metros de distancia de aquel individuo. Tras l, a ambos lados de la calle, se estaba congregando un grupo de habitantes del lugar, atrados indudablemente por la misma irresistible fascinacin que tambin yo senta. Aproximadamente un minuto despus del frentico campanilleo, se abri una pequea puerta encajada en el muro al lado de la entrada principal, y una mujer gordezuela rondando los cuarenta apareci en el umbral. Oh! Eres t, Jacquemin! exclam, con un cierto deje de impaciencia. Qu pretendes quedndote aqu sentado como un cretino? Est en casa el alcalde? pregunt el hombre, con una voz tan ronca que se quebr en las dos ltimas palabras. S, est en... Gracias, Mre Antoine. Le molestara ir a decirle que he matado a mi mujer, y que he venido a entregarme? Mre Antoine lanz un grito, seguido de dos o tres exclamaciones de horror; todo aquello fue transmitido y repetido por los aterrados espectadores, que estaban lo bastante cerca como para or la alucinante confesin.
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Mi reaccin fue la de retroceder un poco, a fin de poderme apoyar contra el tronco de un cedro. Nadie ms se movi, y sobre la calle cay uno de esos silencios opresivos cargados de tensin. El asesino se desliz imperceptiblemente hasta quedar sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la piedra, las piernas tendidas rgidamente hacia adelante sobre el suelo de la calle. Pareca como si los ltimos vestigios de fuerza hubieran desaparecido de l con el esfuerzo de la confesin. Mientras tanto Mre Antoine haba desaparecido, dejando entreabierta la puertecilla tras de s. Al cabo de pocos minutos apareci el alcalde, acompaado por otros dos hombres. Las impresiones que se crearon en mi mente durante las horas siguientes fueron tan fuertes que an hoy consigo visualizar hasta los ms mnimos detalles. Sobre todo, no olvidar nunca al alcalde de Fontenay, un hombre imponente, de mediana corpulencia, mientras se ergua sobre el derrumbado Jacquemin. Los otros dos hombres de los cuales hablar ms exhaustivamente un poco ms adelante permanecieron en silencio, inmviles junto a la estrecha puerta abierta de par en par; mientras, en la calle, un grupo de hombres, junto a una mujer y un nio, permanecan con la boca abierta; el nio estaba realmente aterrorizado, y lloraba salvajemente pidiendo a su madre que lo cogiera fuertemente entre sus brazos. Tras ellos un panadero asom la cabeza por una ventana del primer piso para interrogar a un joven abajo en la calle, gritndole: Es Jacquemin, el minero loco, verdad? Por ltimo, en el extremo opuesto de la calle, un herrero sali al umbral de su fragua, con su figura masiva e imponente recortndose contra el rojizo resplandor de su fuego, que un muchacho estaba alimentando con un fuelle... As era la escena en la Grande Rue. Girndome hacia la Rue de Diane, aparte del grupo que ya he citado, pude ver a dos gendarmes de servicio que aparecieron por casualidad, ignorando inocentemente el desagradable asunto que aguardaba su atencin. En aquel momento la campana de la iglesia vecina toc la una y cuarto.
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2 EL CALLEJN DES SERGENTSLos ltimos repiques de la campaa estaban an sonando cuando el alcalde comenz a hablar. Jacquemin dijo, con una ligera traza de ostentacin, supongo que Mre Antoine se ha puesto a contar estupideces, o te ha entendido mal; me ha dicho que tu mujer est muerta, y que t declaras que la has asesinado! Es cierto, su seora, es cierto replic el hombre. Debis llamar inmediatamente a la polica! Y mientras pronunciaba estas palabras intent levantarse, sostenindose en la columna de piedra. Pero tras algunos breves esfuerzos volvi a caer hacia atrs, como si los huesos de sus piernas se le hubiesen roto. Vamos, vamos!... Pareces haber perdido el control de ti mismo, hombre! protest el alcalde. Pero la nica respuesta que recibi fue un montono y obsesionante murmullo de Jacquemin: Simplemente mirad mis manos! Y diciendo estas palabras alz lentamente dos puos semicerrados, literalmente recubiertos de sangre, de tal modo que tenan el aspecto de garras de un ave de presa. El brazo izquierdo estaba rojo hasta varios centmetros por encima de la mueca, mientras que el derecho enrojeca hasta el codo. Adems, algunas gotas de sangre fresca descendan a lo largo del pulgar goteando regularmente en el polvo de la calle. Procedan de un pequeo corte que tena el aspecto de un mordisco, y que poda haber sido infligido por la vctima durante su lucha mortal. Mientras tanto, los dos gendarmes haban llegado al lugar de la escena, y tras haber detenido los caballos a poca distancia del minero loco lo estaban mirando con un estupor absoluto. El Sndico les hizo una sea, y descendieron de sus caballos, entregando las riendas a un joven que llevaba un sombrero de uniforme. Luego se acercaron a Jacquemin y lo levantaron por las axilas. No mostr ningn signo de resistencia, puesto que todas sus energas estaban empeadas en ayudar a su mente en la localizacin de una imagen mental muy precisa. En aquel momento aparecieron el Jefe de la Polica y un mdico, que haban sido mandados llamar urgentemente.
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Gracias por haber venido, doctor Robert... gracias, Monsieur Cousin dijo el alcalde. Qu es lo que ocurre? pregunt el mdico, con un tono extremadamente profesional que contrastaba grotescamente con la atmsfera general. Parece que alguien ha cometido un homicidio, si no me equivoco. Pero Jacquemin no pronunci una sola palabra. Vamos, viejo amigo prosigui el mdico. Hay algo de verdad en esta historia de que has matado a tu mujer? Pero los labios del minero permanecieron hermticamente cerrados. De modo que el doctor Robert se volvi hacia el Oficial de la Polica. Puede ser acusado dijo; pero como mdico an espero que se trate de un incidente desagradable pero simplemente pasajero. Este tipo de cosas ocurren realmente... Jacquemin orden el Jefe de la Polica, respndeme inmediatamente. Es cierto que has matado a tu mujer? Pero su pregunta fue recibida con el mismo impenetrable silencio. Bueno, podemos descubrirlo fcilmente por nosotros mismos observ el mdico. Vive en la Impasse des Sergens, no es cierto? Y se volvi hacia los dos gendarmes, que asintieron con la cabeza. Eso lo resuelve todo, alcalde Ledru. Basta con que vayamos a su casa. No quiero ir all! No quiero ir all! implor Jacquemin, volviendo a encontrar de pronto su voz y liberndose de los gendarmes con un mpetu tan violento e inesperado que, si hubiese deseado huir, hubiera podido alejarse un buen centenar de metros antes de que los presentes hubieran tenido tiempo de darse cuenta de lo sucedido. Y por qu, amigo mo, no quieres ir all? pregunt el Sndico. Qu sentido tiene que me lleven all, si ya lo he confesado todo? Si he declarado delante de todos ustedes que he matado a mi mujer... que la he matado con la gran espada de doble filo que tom del Museo de Artillera el ao pasado?... Llvenme directamente a la prisin! Por favor, llvenme directamente a la prisin! El mdico y Monsieur Ledru se miraron; mientras, el Jefe de la Polica, que como ellos esperaba que Jacquemin sufriese algn tipo de crisis pasajera, dijo tranquilamente: Pero querido amigo, necesitamos descubrir lo que ha ocurrido. Adems, tu presencia es necesaria para ayudar a la Polica. Qu tipo de ayuda necesitan de mi parte? pregunt histricamente Jacquemin. Encontrarn el cuerpo en la bodega, incluso sin m... y la cabeza a su lado, en un saco de yeso. Qu es lo que quieren de m, excepto encerrarme en una celda? Lo siento, pero tienes que venir exclam el Jefe de la Polica.
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Dios mo! Dios mo! chill el minero, aterrorizado, preso obviamente del ms inmenso miedo. Dios mo!... Si hubiera sabido que iba a ocurrir esto, hubiera... S... qu es lo que hubieras hecho? pregunt Monsieur Cousin. Me hubiera matado junto con ella! Hubo una transformacin en las facciones de Monsieur Ledru mientras miraba interrogativamente al polica. Luego, volvindose al asesino, dijo con voz tranquila, casi consoladora: Vamos, Jacquemin; no tengas miedo... basta con que me lo cuentes todo. S, Monsieur Ledru; os lo dir todo, absolutamente todo... Hacedme todas las preguntas que queris, pero no me llevis all, no me llevis a casa! Pero cmo, has sido lo bastante valeroso como para cometer un homicidio, y ahora tienes miedo a contemplar el cuerpo de tu vctima? Parece como si en todo este asunto hubiera algo que no te atrevas a decir! Cmo... como habis conseguido saberlo? Si, eso es! Algo aterrador, algo inaudito... Entonces explcamelo! No puedo! Dirn que no es cierto! Dirn que es el delirio de un loco, y luego me encerrarn en un manicomio. No, no lo haremos. Si nos cuentas lo que en realidad ha ocurrido, no lo haremos... Y, con la mirada sonriente y recalcitrante de un torpe chiquillo imbcil, el minero se inclin para acercarse al odo de Monsieur Ledru y susurr: S, os lo dir a vos... pero no se lo dir a nadie ms! Los dos gendarmes intentaron echarlo hacia atrs, pero el alcalde les hizo un gesto para que soltaran su presa. No haba ningn riesgo en hacerlo, puesto que aunque el prisionero hubiera deseado huir, tal tentativa hubiera resultado imposible debido a la gente que los rodeaba. En efecto, una buena mitad de la poblacin de Fontenay estaba bloqueando la Rue de Diane y la Grande Rue. De modo que se le permiti a Jacquemin permanecer a un par de centmetros del odo de Monsieur Ledru. Creis, seor alcalde suplic, con una voz que temblaba por el esfuerzo de controlarse, creis que una cabeza humana puede hablar despus de haber sido separada del cuerpo? En un tono agudsimo, el alcalde expres su incredulidad, mientras palideca visiblemente. Creis que puede, verdad? repiti el prisionero, con una insistencia casi loca. Monsieur Ledru recuper el autocontrol con un cierto esfuerzo, tosi y dijo: S, creo que s... Ha hablado... ha hablado bastante claramente continu el hombre, inclinndose an ms hacia adelante. Quin?
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Ha hablado... la cabeza... la cabeza de Jeanne me ha hablado! Sabes lo que ests diciendo? Claro que lo s! Y os digo que tena los ojos abiertos de par en par; sus labios se movieron; miraba directamente hacia m... me mir y dijo una nica palabra: Cobarde! El rostro de Jacquemin tena un aspecto terrible mientras revelaba estos secretos, reservados tan slo para el odo del alcalde, pero que de todos modos llegaron hasta el resto de los all congregados. Una extraa y vieja historia! grit el mdico, riendo a mandbula batiente. As que ha hablado, eh?... La cabeza de tu mujer ha hablado despus de que se la cortases. El minero se gir bruscamente para hacer frente a Robert. Os digo que de veras me habl... Me habl, lo hizo realmente! Lo cual nos da an mayores motivos para acudir al lugar donde ocurri todo exclam el Jefe de la Polica. Gendarmes, lleven con nosotros al prisionero! Jacquemin, sin embargo, chill ensordecedoramente y empez a debatirse como una era cada en una trampa. No me lleven all implor. Pueden torturarme, pueden encerrarme, pueden hacerme pedazos! Pueden hacer conmigo todo lo que quieran, pero por favor no me lleven all! Tranquilo, amigo mo, tranquilo dijo Monsieur Ledru. Si realmente es cierto que has hecho esta cosa horrible, entonces tu visita formar parte de la reconstruccin del crimen. En cualquier otro caso prosigui suavemente, tu negativa est fuera de toda discusin. Si no vienes voluntariamente, te llevaremos por la fuerza! Entonces ir dijo impasiblemente Jacquemin. Pero prometedme algo, seor alcalde. Qu? Prometedme que estaris cerca de m durante todo el tiempo que permanezcamos en la bodega. De acuerdo. El rostro del prisionero era una mscara de angustia. Dos lgrimas surcaron sus mejillas llenas de polvo mientras imploraba: Y me permitiris que os tome de la mano? Por supuesto, Jacquemin, por supuesto! Es mejor pues que vayamos ahora... y sacando un pauelo de cuadros blancos y rojos de su bolsillo, se sec los ojos, y luego la frente, que estaba empapada de sudor. De este modo, la pequea procesin se dirigi hacia la casa de la Impasse des Sergens. El Jefe de la Polica y el mdico abran el pequeo cortejo, seguidos a poca distancia por el prisionero, en medio de los dos gendarmes. Junto a l iba el alcalde, seguido por los dos hombres que haban aparecido junto con l en la
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puerta. El resto de la gente, de la cual formaba parte yo tambin, vena inmediatamente despus, murmurando mientras avanzaba como un torrente impetuoso pero refrenado. Al cabo de pocos minutos habamos alcanzado la Impasse des Sergens. Era una callejuela estrecha que conflua a la izquierda en la Grande Rue. Tena una inclinacin hacia abajo, y terminaba en un enorme par de viejas puertas de madera, una de las cuales contena otra puerta ms pequea. Tras ella haba un patio, con una casa de slidas paredes recientemente encaladas. Todo pareca bastante tranquilo. Un rosal trepaba por una de las paredes, y en un cercano banco de piedra un enorme gato estaba tomando tranquilamente el sol. Pero se asust cuando nos vio llegar, y corri rpidamente hacia la puerta abierta de uno de los establos. Cuando llegamos a la casa, Jacquemin se inmoviliz; pese a todos sus esfuerzos, los gendarmes no consiguieron persuadirle para que entrara. Seor alcalde dijo el minero. Seor alcalde, me prometisteis que permanecerais cerca de m. Y eso es lo que har prometi el alcalde. Dadme vuestro brazo, entonces dijo el minero; y se aferr a l como si estuviera a punto de desvanecerse. Monsieur Ledru indic a los gendarme que soltasen al prisionero, diciendo: Me hago responsable de l. Durante los siguientes momentos, pareci como si hubiera abandonado momentneamente su dignidad como Magistrado Jefe del distrito, para convertirse en el solcito guardin de un asesino reo confeso. El mdico y el Jefe de la Polica entraron juntos en la casa, seguidos por Monsieur Ledru y Jacquemin. Estos, a su vez, fueron seguidos por los gendarmes, y por tres o cuatro individuos privilegiados, entre los cuales me encontraba tambin yo, gracias al hecho de haber sido uno de los primeros en ver al prisionero inmediatamente despus del crimen. Luego las puertas fueron cerradas para mantener alejados a los dems, que se dedicaron inmediatamente a chismorrear, a trazar hiptesis y animadas discusiones. En el interior de la casa nada pareca sugerir la impresionante tragedia que apenas acababa de producirse. Todo estaba en orden, limpio y en su lugar correspondiente: la cama, por ejemplo, con sus inmaculados pespuntes verdes, y sobre ella un crucifijo de madera negra, con un ramo de palma seca conservado de anteriores celebraciones pascuales. Sobre la cmoda haba una pequea estatua de Jess Nio, con dos candelabros Luis XVI. Las paredes eran blancas, y estaban decoradas con alegres pinturas que representaban los cuatro ngulos de la tierra. En el centro de la estancia haba una mesa preparada para la cena; una enorme olla estaba hirviendo sobre el fuego; un reloj de cuco marcaba la una y media, y un armarito abierto mostraba una hogaza de pan y otros artculos de primera necesidad.
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Bueno dijo el mdico con su habitual tono jocoso, hasta este momento no he notado nada inslito. Cruzad la puerta de la derecha respondi Jacquemin, con la boca pastosa. Siguiendo la indicacin, el mdico se hall en una especie de gran despensa, en un ngulo de la cual haba una trampilla abierta. De la abertura surga una luz suave y temblorosa, como si una ligera brisa estuviera agitando una llama. Ah es! gesticul el prisionero, loco, aferrando fuertemente el brazo de Monsieur Ledru con una mano, mientras con la otra sealaba la trampilla abierta. Ah murmur el mdico, con la estpida sonrisa de quien no acaba de comprender. Parece como si a Madame Jacquemin le gustaran las bodegas. Cerrad esa estpida boca! chill el minero, con el rostro congestionado, el cuello baado en sudor. No sents ningn respeto hacia los muertos! El tono de la voz del minero borr la sonrisa del rostro de Robert. Luego, mientras descenda los escalones, su pie encontr un obstculo y se detuvo. Inclinndose, recogi una espada. Era el arma de la que se haba apropiado Jacquemin, en julio, en el arsenal del Museo de Artillera. La hoja estaba enrojecida con sangre fresca. El Jefe de la Polica la tom de manos del mdico. Reconoces esta arma? pregunt al prisionero. Claro respondi Jacquemin con espontnea sencillez, y aadi: Bajemos y terminemos cuanto antes. El grupo descendi a las profundidades de la bodega, en el orden ya descrito. Cuando alcanc los ltimos peldaos mis ojos se haban acostumbrado a la semioscuridad del lugar, escasamente iluminado, y la escena que me aguardaba era una horrible visin que nunca haba podido contemplar en otras ocasiones. Lo primero que llam mi atencin fue un cadver ensangrentado sin cabeza, que yaca junto a una bota de vino, cuya espita no estaba completamente cerrada, permitiendo que un hilillo de vino fluyera ininterrumpidamente sobre el suelo de tierra batida, en donde, tras formar un pequeo charco, se deslizaba entre los soportes de las barricas. El cuerpo, que yaca tendido de espaldas, estaba contorsionado, casi doblado en dos. Sus voluminosas ropas estaban echadas hacia un lado, revelando las piernas, dobladas y un poco oblicuas. Pareca evidente que la vctima haba sido asesinada mientras permaneca arrodillada frente a la bota, para llenar una botella. sta haba resbalado de entre sus manos, pero yaca intacta junto al cuerpo. Toda la parte superior del cuerpo estaba inmersa en un profundo chorro de sangre coagulada.
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A su lado, insensatamente depositada sobre un saco de yeso, que estaba apoyado contra la pared, haba una cabeza de mujer, con el rostro medio oculto por el desordenado cabello. El saco estaba estriado con manchas de sangre, que partan del cortado cuello para terminar a una treintena de centmetros de distancia en el suelo. El mdico y Monsieur Cousin dieron cuidadosamente la vuelta en torno al tronco sin cabeza y se detuvieron, con la espalda vuelta a la pared, frente a la rampa de las escaleras de piedra. Ms o menos a mitad de camino entre ellos y las escaleras se hallaban los dos amigos de Monsieur Ledru. Al pie de las escaleras estaba Jacquemin, a quien era imposible mover del ltimo peldao, mientras que junto a l, e inmediatamente detrs, me encontraba yo y todos los dems que habamos conseguido entrar. Toda la alucinante escena estaba iluminada por la dbil luz de una vela, depositada sobre la bota de la que estaba saliendo el vino. Durante algunos interminables momentos se produjo un silencio sepulcral, roto poco despus, gracias a Dios, por la voz del Jefe de Polica diciendo: Triganme una mesa y una silla, por favor. Debemos redactar el informe oficial.
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3 EL INFORMELos muebles solicitados fueron llevados rpidamente a la bodega; luego, tras algunos contratiempos, la mesa fue asentada sobre la spera y desigual superficie del suelo. Se coloc una lmpara en posicin adecuada, puesto que la temblorosa llama de la vela daba una luz insuficiente para un trabajo adecuado; mientras, llegaron inmediatamente plumas, tinta y papel, que fueron proporcionados por el desagradablemente eficiente Monsieur Cousin. Siguieron algunos momentos de silencio, durante los cuales el nico sonido audible fue el de una pluma rasgueando burdamente sobre la spera superficie del papel oficial. Una lnea segua a la otra con una velocidad posible tan solo para un hombre acostumbrado a escribir frmulas oficiales con la precisin de un autmata. La atmsfera era tan tensa y solemne durante esta fase que no se movi ni un alma. Cuando hubo terminado, el Jefe de Polica alz la cabeza, escrut tranquilamente toda la bodega, y con voz montona pregunt: Quin de ustedes desea ofrecerse como testigo? Estos dos gentileshombres lo harn sin duda respondi Monsieur Ledru tras aclarar su garganta, y sealando a sus dos amigos, que se encontraban a una breve distancia de la mesa. Esplndido! exclam el oficial, tras lo cual gir lenta y deliberadamente sus ojos hacia m, con una mirada al mismo tiempo penetrante e interrogadora: Y quiz tambin vos, seor... es decir, si no tenis objecin en que vuestro nombre figure en un informe policial dijo socarronamente. No tengo ninguna objecin respond. Entonces, por favor, adelantaos un poco. Tengo que admitir que experiment una cierta repulsin ante el pensamiento de tener que acercarme al cadver, porque, desde la posicin en que me encontraba, los detalles ms horripilantes, sin hallarse totalmente ocultos, resultaban algo disimulados por la semioscuridad, que arrojaba un piadoso velo sobre el crudo horror de la realidad. Es necesario? pregunt. Qu es necesario? El que tenga que acercarme a vos. No... no creo que lo sea. Si lo prefers, podis quedaros donde estis.
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Asent, agradecido. El Jefe de la Polica se volvi entonces hacia el ms cercano de los amigos de Monsieur Ledru. Nombre, apellidos, edad, profesin, clase social y domicilio dijo, enumerando los datos con la consumada habilidad de un profesional. Jean-Louis Alliette respondi el hombre. Autor, escribo con el seudnimo de Etteilla, y vivo en el veintids de la Rue de l'Ancienne Comdie, Pars. Habis olvidado la edad exclam Cousin. Deseis la verdadera... o aquella que debera tener? Quiero slo vuestra edad, y nada ms! Realmente, un hombre no puede tener dos edades, no? Alliette vacil por unos instantes. El hecho, seor, es que hay algunas personas: Cagliostro, por ejemplo, y el Conde de Saint-Germain, y el Judo Errante, tal vez ms conocido como Cartaphilus, que... Estis intentando decir que sois Cagliostro... o el Conde de SaintGermain, o el Judo Errante? exclam Monsieur Cousin, estremecindose de indignacin ante la idea de estar siendo objeto de una burla fuera de lugar. No, ciertamente no. Pero... Setenta y cinco; escribid setenta y cinco interrumpi Monsieur Ledru. Bien! dijo el escrupuloso oficial, y escribi exactamente lo que le haban dicho. Y vos, seor? prosigui, mirando al otro amigo de Ledru. Pierre-Joseph Moulle, setenta y un aos, eclesistico de la iglesia de Saint Sulpice, vivo en el nmero once de la Rue Servandoni lleg la respuesta, claramente pronunciada por una voz dulce y gentil. Y vos, seor? pregunt Cousin, dirigindose a m. Alexandre Dumas, autor y dramaturgo, veintisiete aos, vivo en el veintiuno de la Rue de la Universit, en Pars respond. Monsieur Ledru se me qued mirando, con una expresin de reconocimiento acompaada de una amistosa sonrisa. Respond de forma anloga, y con la mayor gracia posible dadas las circunstancias. Ninguno de los dos habl. Eso est mejor! exclam el Jefe de la Polica. Ahora, dad una ojeada a este informe y decid si es correcto, o tenis alguna cosa que aadir... Y con una montona voz nasal, no inslita en aquel hombre, empez a leer en voz alta: Hoy, a dos de setiembre del ao mil ochocientos treinta y uno, actuando segn informaciones que pretendan que se haba producido un homicidio en la parroquia de Fontenay-aux-Roses, en la persona de Marie-Jeanne Ducoudray, por parte de un tal Pierre Jacquemin, marido de la fallecida, y que el asesino se haba presentado espontneamente en la residencia de Monsieur Jean-Pierre Ledru, alcalde de la citada ciudad de Fontenay-aux-Roses...
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Y con ese tono de voz continu, hasta terminar compasivamente con las palabras: Tras lo cual se procedi al interrogatorio del acusado, como ser aqu relacionado. Es correcto, seores? pregunt Monsieur Cousin, con una voz totalmente distinta, en la que resplandeca la satisfaccin de s mismo. Uno tras otro expresamos nuestra opinin de que no poda haberse expresado mejor. Esplndido! Y ahora debemos proceder con la formalidad del interrogatorio del acusado. Y se gir hacia el prisionero, que durante la lectura haba seguido respirando afanosamente, como un hombre presa de un ataque de asma. Prisionero dijo, dame nombre, apellidos, edad, domicilio y profesin... Cunto deber durar todava esto? pregunt Jacquemin, con una voz que revelaba muy claramente su extremo agotamiento. Vamos, quiero que respondas! Dame tu nombre y edad! Pierre Jacquemin, cuarenta y un aos. Domicilio? Dios del cielo! Lo sabis bien!... Estamos precisamente en l! De algunos lugares llegaron rumores sofocados de reprimidas risas. No te hagas el tonto. La ley exige que respondas! La casa al final de la Impasse des Sergens. Profesin? Soy minero. Admites haber cometido un homicidio? Claro, por supuesto! Y cul ha sido el mvil y las circunstancias en que ha sido cometido? Jacquemin pareci ausente y distrado. El mvil murmur, no es necesario que os lo diga... es un secreto entre yo y mi mujer... Pero incluso un secreto tiene un mvil... Mvil? No os dir mi mvil. Pero os contar las circunstancias... Est bien. Cules son? Ocurri as. Sabed que yo trabajo bajo tierra, en las minas. Y en las minas hay poca luz. Y en la oscuridad a veces se piensa que se siente rencor hacia algn amigo, y ese rencor te corroe el corazn, mientras pensamientos cada vez ms abyectos se insinan en tu mente... Ah! Entonces admites que el crimen ha sido premeditado. Admito cualquier cosa... Seguro que ser suficiente! Hizo una pausa, como si cavilara sus palabras. Uno de los abyectos pensamientos que se insinuaron en mi mente fue el de matar a Jeanne. Me atorment durante ms de un mes. Pero mientras mi
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cabeza insista, mi corazn continuaba diciendo siempre: No!. Luego, un medioda, uno de mis compaeros de trabajo me dijo algo, y aquello lo decidi todo. Qu fue lo que dijo? Son cosas que no os interesan ni a vos ni a nadie! Pero esta maana le dije a Jeanne que no ira al trabajo. Le dije que quera tomarme un da de permiso para ir a jugar a bochas con los amigos y le dije que preparara la comida para la una. Ella no estuvo de acuerdo; pero eso para m no tuvo ninguna importancia. De modo que finalmente fue a preparar la comida. Pero en vez de ir a hacer una partida de bochas, tom la espada que ven aqu y la afil. Luego baj a la bodega y me escond detrs de una bota, sabiendo que ella bajara a buen seguro a buscar vino. No sabra decir cunto tiempo esper, pero la sangre martilleaba mis sienes, el corazn me lata como antes de una accin blica, y a todo mi alrededor la oscuridad pareca brillar con una extraa tibieza spera. Dentro de mi cabeza una voz continuaba repitiendo, siempre ms obsesiva, las palabras que mi compaero de trabajo me haba dicho haca tanto tiempo. Pero debes decirnos cules fueron insisti Monsieur Cousin. Ya os he dicho que nada me inducir a repetirlas! Es un secreto! Sigui un breve y desagradable silencio. Luego, Jacquemin prosigui: Finalmente o el rumor de sus pasos que se acercaban. Gradualmente, su cuerpo apareci en el fondo de la escalera; primero sus pies, luego el busto, y finalmente la cabeza. Poda verla bastante claramente a la luz de la vela. Dentro de m pareci surgir un xtasis triunfal. Era todo lo que poda hacer para permanecer inmvil. Pero segu repitindome a m mismo, silenciosamente, muy rpidamente, obsesivamente, aquella palabra maldita e inolvidable... Ella, mientras tanto, se estaba acercando... Pero tena miedo, y se mova como una mujer que sospecha el peligro. Finalmente se arrodill delante de la bota, coloc la botella bajo la espita, y luego la abri. Yo salt. La situacin era ideal, porque ella estaba de rodillas. Su respiracin, y el rumor del vino que entraba en la botella, le impidieron or el ruido producido por m. Pareca un criminal ya arrodillado, en espera del golpe del verdugo! Alc la espada, y al momento siguiente su cabeza rodaba por el suelo. No emiti el ms mnimo lamento... Por algunos instantes no sent nada. Luego la idea de huir me posey. Haba preparado ya en las inmediaciones un saco de yeso, a fin de poder cubrir cualquier rastro de sangre. As que cog la cabeza. El cuerpo an se contorsionaba, observen... y mientras mi mano se acercaba para aferrara por los cabellos, me mordi! Al pronunciar estas palabras levant la mano derecha, exhibiendo un profundo mordisco en el pulgar.
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Ests intentando decir que la cabeza de una mujer muerta te ha mordido... una cabeza ya no unida al cuerpo? Por quin diablos nos has tomado? el mdico estaba furioso. Me mordi con fuerza y violencia!... Pueden verlo por ustedes mismos! No me soltaba... As que la dej caer sobre el saco, lo empuj contra la pared con la mano libre, y tir del pulgar prisionero con todas mis fuerzas. Luego, repentinamente, el mordisco se afloj, y los dientes soltaron su presa. Hubiera podido volverme loco en aquel momento, pero no creo... La expresin en el rostro de Jacquemin era indescriptible. De todos modos prosigui, alej mi mano; pero un extrao impulso me movi a mirar la cabeza apoyada en el saco. Estaba viva, os lo aseguro... An estaba viva! Sus ojos estaban muy abiertos, y me miraban; los vi destellar a la luz de la vela. Y luego los labios empezaron a moverse. Afirmo con toda honestidad que los labios empezaron a moverse! Hablaron!... y o la voz de Jeanne, en un susurro ronco y apenas audible, decir: Cobarde! Era inocente! No puedo pretender adivinar el efecto que aquel relato produjo sobre los presentes. En lo que a m se refiere, sin embargo, me senta tan trastornado que mi frente, cuello y manos estaban baados en transpiracin, y me vi obligado a secarla con un pauelo. Esto es demasiado! Es realmente demasiado esperar que alguien pueda ere... creerte! sentenci el mdico, como si estuviera a punto de sufrir un ataque de apopleja. As que crees que sus ojos te miraron, y declaras haber odo la voz de Mme. Jacquemin? Vos sois mdico, seor replic el minero, y como la mayor parte de los mdicos, no creis realmente en nada excepto en las pldoras, drogas y pociones... y algunas veces ni siquiera en ellas creis! Pero yo os digo que la cabeza... esa cabeza que se halla an recostada contra el saco... la cabeza me mordi violentamente, y luego pronunci las palabras que habis odo! Es por eso por lo que me di cuenta de que haba cometido un error, y he acudido corriendo a casa del alcalde. Estoy diciendo la verdad, Monsieur Ledru, u os estoy mintiendo? Dices la verdad, Jacquemin respondi el alcalde con una voz gentil y consoladora. Examinad la cabeza, doctor orden el Jefe de la Polica. Esperad a llevarme primero a prisin implor Jacquemin. Crees que todava hablar, maldito estpido? exclam el doctor. Recogi la luz y se acerc al saco. Por el amor del cielo, detenedlo, Monsieur Ledru! aull el prisionero. Slo un momento, doctor dijo el alcalde, en un tono que bloque instantneamente al mdico. Ya no debemos recoger ms informacin del acusado por el momento, as que sugiero que sea sacado de aqu y encerrado. La ley, como bien sabemos, exige que un prisionero sea enfrentado a su vctima
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tan slo a condicin de que tenga fuerzas suficientes para hacerlo. Y parece que nuestro amigo ha rebasado ampliamente este punto. Pero, y nuestro informe? pregunt Cousin. Est ya suficientemente completo... Pero el encausado debe firmarlo! Puede muy bien hacerlo en su celda. Supongo que s murmur el Jefe, mientras se daba cuenta de la argumentacin humanitaria del alcalde. Gendarme, llevad a este hombre a la prisin local orden Monsieur Ledru. Dios os bendiga, seor alcalde; gracias, gracias murmur Jacquemin, con una expresin de gratitud semejante a la de un animal salvado de la muerte. Tras lo cual los gendarmes lo tomaron por los brazos, aunque fue l quien los arrastr enrgicamente hacia la escalera, en un desesperado anhelo de la luz del sol. Con su desaparicin de la bodega, la tensin pareci disolverse en la nada; sin embargo, la presencia de un cuerpo sin cabeza y de una cabeza sin cuerpo... Entonces, sintiendo tambin yo una cierta necesidad de luz solar, me volv hacia Ledru: Seores dije puedo obtener vuestro permiso para marcharme, ponindome a vuestra disposicin para firmar el informe en cualquier momento que consideris oportuno? Por supuesto. Pero con una condicin. Cul? Que vengis a mi casa a firmar el documento. Con grandsimo placer, seor; pero, cundo deber hacerlo? Dentro de una hora. Sabiendo quin sois, me sentir feliz de hablar con vos y de teneros en mi casa. Sabis?, hubo un tiempo en que perteneci a Scarron; y estoy seguro de que en ella encontraris muchas cosas interesantes. Asent educadamente, y segu a los gendarmes escaleras arriba, lanzando una mirada tras de m. El doctor Robert, con una luz en la mano, estaba apartando los cabellos de la frente de la cabeza decapitada. Era el rostro de una mujer joven, an muy hermosa, por lo que se consegua adivinar. Pero sus ojos estaban cerrados, y los labios purpreos y contrados. Qu loco murmuraba para s. Qu estpido loco! Pretender que una cabeza decapitada no slo muerde, sino que tambin habla! Y girndose hacia el alcalde exclam: Qu viejo zorro! Est simulando locura para conseguir una sentencia ms favorable!
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4 LA ANTIGUA RESIDENCIA DE SCARRONUna hora ms tarde me encontraba en casa de Monsieur Ledru, y tuve la fortuna de encontrarlo en el patio delantero. Salve! exclam, con su voz alegre y modulada. Soy feliz de que hayis venido, y realmente contento de que nos hayamos encontrado aqu fuera... veris, quiero cambiar un par de palabras con vos antes de presentaros al resto de mis invitados. Naturalmente, os quedaris a cenar, verdad? Seor, no estoy ni preparado ni vestido para tal circunstancia. Espero que me perdonarais si... No aceptar ninguna excusa. Lo lamento por vos, pero hoy es jueves; el jueves es mi da especial. Sabed, una vez a la semana, y slo los jueves, todos aquellos que cruzan esta entrada quedan obligados a quedarse a cenar conmigo. Despus de la cena seris libre de marcharos o prolongar vuestra visita, como prefiris. Mientras tanto, debo ilustraros de algunos detalles tiles relativos a mis otros huspedes. Informaciones tiles? pregunt, un poco sorprendido. S. Mirad, la mayor parte de ellos son gente bastante extraa... no distinta de aquel curioso y divertido personaje, Fgaro. Por ello es necesario emplear un par de palabras en su presentacin, sobre todo en lo que se refiere a su carcter. Sonri enigmticamente. Pero continu, mientras hablamos, demos un vistazo a la casa. Me parece que me dijisteis que anteriormente perteneci al ilustre escritor, Scarron. S; vino a vivir aqu tras arruinar su salud. Y, naturalmente, la mujer que lo cur fue la futura esposa de Luis XVI. Madame de Maintenon? Ese fue su nombre luego. Cuando viva aqu era simplemente Madame Scarron. Habamos subido un amplio tramo de escaleras que conducan a un largo corredor. Os gustara ver su habitacin? Nada podra proporcionarme un mayor placer. Entrad, entonces... y Monsieur Ledru abri la puerta de su derecha, hacindose a un lado para dejarme entrar.
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Ahora es mi habitacin explic. Pero aparte de los libros esparcidos un poco por todas partes, est exactamente igual a como la dej ella. Incluso el lecho, los muebles, los cortinajes... todo... todo era suyo. Y dnde est la habitacin de Scarron? Ah! Est al otro extremo del corredor. Pero ah debo trazar una lnea. Nadie entra nunca en ella. Es la estancia prohibida, la habitacin de Barbazul en esta casa. Buen Dios! exclam, totalmente estupefacto. Temo que debis aceptarnos tal como somos. Especialmente a m, puesto que poseo mis secretos privados exactamente igual que cualquier otro dijo el alcalde Ledru, volviendo bruscamente a las escaleras para bajar. Apenas llegamos a la planta baja me llev al estudio. Como todo el resto de la casa, esta estancia tena su personalidad. La tapicera se haba descolorido de tal modo que era imposible imaginar cul deba haber sido su color original. Entre algunos e imponentes muebles antiguos haba bellsimas sillas tapizadas, y una enorme escribana, recubierta de libros, manuales y peridicos, por no hablar de montaas de papeles y documentos del ms variado aspecto. La estancia estaba vaca, puesto que los dems huspedes estaban paseando por los jardines, de los que se disfrutaba de una visin parcial a travs de tres altas y elegantes ventanas que daban vida a la espaciosa pared de la parte opuesta de la estancia. Monsieur Ledru se dirigi directamente a la escribana y abri uno de sus cajones. Desde la posicin en que me encontraba me pareci que estaba lleno de innumerables paquetes y paquetitos, cada uno de ellos con su etiqueta identificadora. Aqu hay algo infinitamente ms interesante que el dormitorio de Madame de Maintenon dijo, con una seca sonrisa. Porque aqu est la ms rara coleccin de reliquias que jams podis ver... reliquias no de santos pos, sino de reyes ilustres. Con gran estupor, vi que cada paquetito contena un hueso, un mechn de cabellos o de barba. As, vi una costilla de Carlos IX, el primer hueso del dedo pulgar del pie del rey Francisco, un trozo del crneo de Luis XIV, una costilla de Enrique II, una vrtebra de la espalda de Luis XV, y pelos de la barba de Enrique IV y de Luis XIII. Adems pero con un carcter de mayor santidad, haba un incisivo de la mandbula de Abelardo, acompaado de otro perteneciente a Eloisa; dos dientes trgicamente vendidos que tantas veces deban haberse tocado en la furia apasionada de los besos dados por unos labios clidos y temblorosos... Cmo poda Monsieur Ledru poseer una coleccin tan fantstica e increble de huesos, dientes y cabellos? Todo se explicaba, me dijo, por su cargo oficial durante la exhumacin de los reyes franceses en Saint-Denis. Cuando se abran las tumbas, l se apropiaba de aquello que caa al alcance de su mano.
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Tras dejarme algunos minutos para satisfacer mi curiosidad, mi anfitrin interrumpi mi examen un tanto estupefacto diciendo: Creo que ya hemos pasado bastante tiempo con los muertos; ahora demos un vistazo a los vivos. Y me llev a una de las largas ventanas que, como he dicho, daban directamente al jardn. Tenis un jardn realmente delicioso dije, sintindome un poco perplejo, pero mirando con genuino placer los increblemente bellos arriates de rosas, dalias, fucsias, claveles, y margaritas inslitamente grandes de las cuales no recuerdo el nombre, por no hablar de los melocotoneros y de los albaricoqueros, las parras trepadoras y cosas as. Ledru se ech a rer y dijo rpidamente: S, lo tengo... y hay momentos en los que su esplendor me hace sentir como un opulento prelado! Pero ahora ignoremos el jardn y miremos de ms cerca a las personas que pasean por sus senderos... Una tal actitud me anim, puesto que haba sentido el mordisco de una insaciable curiosidad desde el momento en que haba puesto el pie en el umbral de aquella casa llena de extraezas. Ese viejo excntrico, Alliette comenc, que evidentemente utiliza tambin el seudnimo de Etteilla... Cuntos aos tiene en realidad? Me parece que ha cumplido sobradamente los setenta y cinco que declar en la bodega... Y quin es exactamente? Precisamente respondi Ledru, con l quiero empezar. Pero, antes que nada, habis ledo alguno de los macabros libros de Hoffman? Naturalmente. Pero, por qu...? Bueno, Alliette es un personaje salido directamente de las pginas de Hoffman. Toda su vida ha estado dedicada al estudio de lo oculto, y a la tentativa de prever el futuro mediante la correlacin de las cartas y nmeros. Todo lo que gana lo gasta en la adquisicin de billetes de lotera. Todo esto porque una vez gan un premio discreto. Y, naturalmente, desde entonces no ha ganado nunca ms! Muy interesante, aunque no muy sagaz por su parte... Pero lo que me interesa es esa inquietante cuestin relativa a su edad real contrapuesta a la evidente... no tiene ningn sentido! Estamos llegando a ello... Pero antes dejadme que os diga que ha conocido personalmente no slo a Cagliostro, sino tambin al Conde de Saint Germain. Declara, como han hecho ellos, ser un iniciado y, siempre como ellos, poseer el elixir de larga vida. Su verdadera edad, o al menos eso dice, es doscientos setenta y cinco aos. Y he aqu como lo explica. Naci bajo el reinado de Enrique II, y vivi, libre de toda enfermedad, durante cien aos. Eso lo situ bajo el reinado de Luis XIV cuando, a los ojos de los profanos, pareci morir. Gracias, sin embargo, a su elixir se renov, y complet otros tres ciclos de cincuenta aos cada uno. En este momento se halla en la mitad del cuarto ciclo, lo cual significa que por una
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parte tiene veinticinco aos y por la otra doscientos setenta y cinco. Adems, declara bastante abiertamente, antes que cualquier otra cosa, que seguir viviendo de este modo hasta el Da del Juicio. Puede que lo encontris difcil de aceptar, me ocurre incluso a m, pero, despus de todo, parece que cosas ms extraas an ocurren en los rincones ms remotos de Asia... Buen Dios! Hace un par de siglos las autoridades hubieran arrojado a Alliette a la hoguera por este tipo de declaraciones! Y hubieran cometido un error... Hoy se contentan con decir: Pobre viejo loco... y continan equivocndose, porque, creedme, es el hombre ms feliz de la tierra. Mientras el alcalde continuaba con sus explicaciones, supe que Alliette hablaba de pocas cosas ms all de la magia y del tarot, el misterio de Thoth y los secretos de Isis. Evidentemente, public varios libelos sobre estos temas (bajo el seudnimo de Etteilla), que fueron distribuidos por un librero tan loco como l. Los llevaba bajo el brazo como un cesto. Cuando mir fuera de la ventana y lo vi vagar a lo largo de los senderos del jardn, comprend que ninguna descripcin fsica podra ser ms acertada. Llevaba un sobretodo que hubiera podido pertenecer muy bien a Matusaln. Todo el resto de sus ropas haban visto evidentemente das mejores, y tenan el caracterstico color de la edad, los zapatos recordaban los de un monarca medieval; y el sombrero, deteriorado por el uso, tena una forma y un estilo superados desde haca mucho tiempo. Como hombre era bajo y rechoncho, con un rostro inescrutable como el de la Esfinge. Su boca era ancha y fuerte; los cabellos, tirando a rubio del color de la edad, no de la juventud, creaban en torno a su cabeza una especie de aureola encantada. Est hablando con el Abate Moulle... el otro gentilhombre que os ha asistido en el desafortunado asunto de esta maana en la bodega dije, volvindome hacia Ledru. S, se entienden bastante bien, considerando las diferencias del pasado. Supongo que a continuacin tendris algo ms que decirme, relativo a Jacquemin... Realmente? Por qu debera? Para vos es suficiente que antes de marcharos firmis los documentos. No es eso lo que quera decir. He tenido la impresin, mientras hablabais con aquel pobre minero, que os creais realmente que una cabeza decapitada puede hablar... y que tenais algo ms que decir al respecto. El alcalde me lanz una atenta y enigmtica mirada. As que tenis la sensibilidad de todos los buenos escritores dijo; pero creo que tambin poseis, al menos a un cierto nivel, esa rara facultad de percibir ntidamente el pasado... Sonri lentamente, luego continu:
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S, es bastante cierto; realmente deseaba retomar la argumentacin, y creo que es posible hacerlo. Pero el momento presente no es el ms adecuado. Hablaremos luego de ello. En efecto, si os sents atrado por una posibilidad tan fantstica como sta, creo que habis ido a parar al lugar preciso... Pero estaba dicindoos algo ms acerca del viejo Moulle. Es un hombre inslitamente fascinante repliqu. El tono delicado de su voz cuando fue interrogado por la polica cre en m una profunda impresin. Ledru me lanz otra mirada interrogativa. De nuevo habis dado en la diana dijo. Moulle tiene actualmente sesenta aos. Es mi amigo desde hace cuarenta!... Y miradlo! Es tan pulcro y atildado como Alliette es sucio y desaliado... Es un hombre de mundo en el mejor sentido de la palabra, y todava oficia los matrimonios de los hijos e hijas de nuestra ms ilustre nobleza. Una vez por poco no fue nombrado Obispo de Clermont. Y sabis por qu no lo fue?... Porque era amigo de Cazotte; y porque, como Cazotte, crea en la realidad de los espritus, superiores e inferiores, buenos y malos. Como Alliette, es un coleccionista de textos, y hallaris en sus estanteras cualquier libro digno de ser ledo sobre visiones y experiencias msticas, espectros, elementales y espritus malignos. Aunque se niega a discutir sus opiniones no ortodoxas, excepto cuando se halla entre amigos muy ntimos, est firmemente convencido de que cualquier acontecimiento inslito es debido a la influencia o a la intervencin de inteligencias celestiales o satnicas... Observad tan slo como escucha, silenciosamente, mientras Alliette contina hablando. Parece que est mirando alguna presencia extraterrenal invisible a sus compaeros, mostrando su atencin tan slo con algunos movimientos ocasionales de su cabeza. Quiz caiga efectivamente en un genuino trance. Pero parece una condicin bastante inocua, puesto que cuando se recupera siempre lo hace en el mejor y ms corts de los humores. Mirad ahora... lo interrump de pronto, debe de haber localizado una de las entidades de las cuales estis hablando! Y seal a una figura increble, alta y descarnada, que pareca flotar antes que andar sobre el csped mientras se acercaba al Abate y a su amigo. Oh! Ese es otro viejo amigo mo: el Caballero Lenoir explic. Queris decir el hombre que ha recolectado el material para el Museo des Petits-Agustins? Exactamente... Durante la Revolucin escap por poco de la guillotina a causa de sus intereses, que provocaron serias dudas por parte del gobierno. Luego la Restauracin, con su previsible falta de buen juicio, le orden cerrar el Museo y restituir lo que contena a los edificios y a las familias a quienes haba pertenecido. Desgraciadamente, pocos de los edificios se hallaban an en pie, y la mayor parte de las familias haban desaparecido. En la confusin resultante, la mayor parte de aquellos fascinantes fragmentos de la vieja escultura francesa,
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que representaban aspectos de nuestra historia nacional, fueron diseminados un poco por todas partes. As se desvanecen las preciosas antigedades de un pas... Como le ocurre al pobre viejo Lenoir, que est muriendo lentamente de rabia por la destruccin de su coleccin... Suspir. Y quienes pensis que son los responsables?... Las mismas personas cuyo sagrado deber es preservarlas y cuidarlas! Hubo un breve silencio, durante el cual una sombra recorri el rostro de Ledru. Estos gentileshombres completan el nmero de vuestros huspedes de hoy? pregunt, con una inslita sensacin de que las piezas ms raras an tenan que venir. No del todo... falta an por supuesto el Doctor Robert. Lo habis conocido esta maana. Como probablemente habris adivinado, es un hombre que posee una aficin que lo devora enteramente: la experimentacin de aquello que l llama la mquina humana. La trata como un artista trata al producto de su ingenio, considerndola sin la menor nocin de que el cuerpo aparentemente mecnico pueda poseer tambin un alma, una cosa indefinible capaz de sentir rabia y dolor, como un haz de nervios relacionado con la experimentacin de estas sensaciones. Lamento tener que decir que, an siendo un hombre muy amante de la vida, ha sido la causa de la residencia actual en el cementerio de gran parte de sus conocidos. Afortunadamente para su tranquilidad interior, no cree en los espectros. Pero como mdico tiene que ser un hombre instruido e inteligente. Instruido? Supongo que ni siquiera conoce el significado de tal palabra! En lo que se refiere a la inteligencia, piensa que su pomposo conjunto de declaraciones personales ana la inteligencia con el ingenio, y que el atesmo es sinnimo de filosofa. En otras palabras, es imposible frecuentar a ese hombre slo porque se desee su presencia... Se le frecuenta simplemente porque contina incansablemente visitndonos, y es demasiado obtuso como para pensar que no es bienvenido. Temo que no sea l slo. Conozco demasiado bien a ese tipo de personas! El alcalde se ri tristemente y, por un momento, pareci pensativo. Uno se habita dijo, uno se habita. Luego su rostro se ilumin. Pero hay otro amigo que debera hallarse ya aqu continu... un amigo que seguramente apreciaris. No joven como vos, pero ms joven que Alliette, el Abate y el Caballero. En la conversacin puede enfrentarse a cualquiera de nosotros en su propio terreno. De hecho es una enciclopedia ambulante, una biblioteca internacional sobre dos piernas. Pero seguramente ya lo habris conocido en Pars... Os refers a Paul Lacroix, conocido como el Biblifilo Jacob? Exactamente l! Creis que hoy no vendr?
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Se retrasa mucho, por lo que su llegada parece ms bien dudosa. Supongo que se habr perdido en alguna librera, en busca de cualquier polvorienta editio princeps impresa en Amsterdam en 1750, con tres errores de impresin en tres pginas determinadas... o de cualquier otra rareza del mismo tipo. Y tosi educadamente, en una sntesis de apreciacin hacia un espritu genial, unida a la desilusin por su ausencia. En aquel momento se abri la puerta, y Mre Antoine apareci en el umbral, envuelta en un inmaculado delantal. La cena est lista y espera en la mesa, Monsieur dijo. Gracias dijo Ledru; y dirigindose a travs de la ventana abierta a aquellos que estaban fuera: Entrad, amigos, la cena est esperando llam, con una voz que reson claramente en el silencio del atardecer. Luego, volvindose hacia m, dijo: Falta alguien... Es otro husped, una seora que an no he mencionado. Probablemente estar descansando al otro extremo del bosquecillo. Hacedme un favor aadi: id a buscarla, decidle vuestro nombre, y persuadidla de que venga a comer algo. Querra vivir tan slo de aire; y, al fin y al cabo, es la comida lo que da vida a nuestro cuerpo. Pensando que, despus de todo, haba elementos mucho ms inslitos en el jardn del alcalde, segu sus instrucciones, apreciando, mientras caminaba hacia los rboles, la excepcional fascinacin y cortesa de aquel hombre al que conoca haca poco ms de cuatro horas. Vi en seguida a la seora en cuestin. Estaba sentada sobre un monumental banco de piedra, pero su rostro y cuerpo estaban ocultos en la profunda sombra arrojada por el denso follaje de los rboles. Era en efecto casi completamente invisible, puesto que estaba vestida de negro de la cabeza a los pies. Me acerqu lentamente; pareca totalmente ajena a mi presencia; permaneci tan inmvil que hubiera podido ser una estatua. Su postura indicaba gracia y nobleza; e incluso a una cierta distancia me sent impresionado por la belleza de sus cabellos que, en un rayo luminoso que filtraba la luz del sol en su ocaso, relucan como una aureola en torno a su cabeza. La observ en silencio durante algunos segundos; y cuanto ms la miraba ms tena la impresin de no estar contemplando una mujer humana. Quiz pueda ser perdonado si digo que cuando le habl dudaba de que mostrara algn signo de vida. Tres veces abr la boca, y tres veces volv a cerrarla, sin decir una palabra. Luego, finalmente, reun el valor necesario y encontr mi voz. Dije, muy delicadamente: Madame... Pareci estremecerse, se gir con un movimiento brusco, y me mir como un durmiente arrancado bruscamente de su sueo. Sus grandes ojos oscuros, que contrastaban bruscamente con el rubio de sus cabellos, se clavaron en los
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mos con una expresin totalmente extraa, y resultaron ms hipnticos an que la mortal palidez de su piel. Deba rondar la treintena, y en sus tiempos deba haber sido inslitamente bella... y de hecho lo sera an, si sus mejillas no hubieran perdido su plenitud y la tibieza del color de la vida. Madame comenc, el alcalde Ledru me ha pedido que os diga que soy el autor de Enrique III, de Christine y de Antonio, y ha sugerido que me ofrezca para acompaaros hasta el comedor... Perdonad si os he hecho esperar respondi. Saba que estabais aqu, pero no consegua haceros frente. Es algo que me ocurre de nuevo ltimamente. Pero habis roto el silencio, y me sentir feliz de acompaaros. Se alz y apoy graciosamente la mano sobre mi brazo. Yo me sent estupefacto, pues pareca no tener ningn peso perceptible. Ella misma pareca ms una sombra fluctuante a mi lado que una criatura humana hecha de carne y huesos. Entramos en el comedor, ms o menos, sin haber intercambiado ninguna otra palabra. Haba dos lugares reservados para nosotros en la mesa elegantemente dispuesta. Uno a la derecha del alcalde para ella, y otro, exactamente enfrente, para m.
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5 EL BOFETN DE CARLOTA CORDAYComo sea que todo en la casa del alcalde Ledru posea una singular peculiaridad, la propia mesa del comedor no poda constituir una excepcin. Era una enorme herradura que podra haber pertenecido al Rey Arturo y a sus caballeros. Su extremo abierto se hallaba situado frente a las ventanas que, como en el estudio, se abran sobre el jardn. Aquello dejaba suficiente espacio para los camareros cuando servan la comida. Era lo suficientemente grande como para contener cmodamente a veinte personas; pero aquel dignatario agradablemente excntrico la utilizaba incluso cuando cenaba solo. En aquella ocasin, puesto que ramos tan slo seis, la mayor parte permaneca desocupada, dando la inquietante impresin de que numerosos huspedes estaban ausentes. El men, evidentemente, era el mismo todos los jueves: sopas de varios tipos, salsas elaboradas, asado, caza rustida con salsa verde, y una elaborada ensalada. Monsieur Ledru se sentaba siempre en el mismo sitio, dando la espalda al jardn y frente a otra serie de ventanas que daban al patio. Desde esa posicin autoritaria diriga a sus sirvientes en la distribucin de numerosas botellas de un excelente viejo Burgundy. Estas fueron dispuestas adecuadamente en la mesa, y luego abiertas con toda la ceremonia de algn antiguo rito religioso. Hace dieciocho aos la gente crea an en algunas cosas, incluida la virtud de un servicio superior. Otros diez aos a este mismo paso, y ya no creeremos en nada... La cena sigui su curso habitual; todos conversaban educadamente acerca del esplndido verano, los superlativos colores de las flores del jardn, la inigualable calidad de la cocina y la exquisita fragancia del vino. Todos manifestaron un ptimo apetito... es decir, todos menos la plida seora a la que haba conducido desde el bosquecillo. Ella no comi nada excepto algunos bocados de pan, un poco de mantequilla, y un minsculo trozo de queso, acompaado con un vaso de agua helada. Adems, no pronunci una sola palabra durante todo el tiempo que permanecimos sentados a la mesa. Nada hubiera podido hacerme recordar ms de cerca a la comedora de cadveres de Noches rabes... aquella insospechada violadora de tumbas, que se sentaba a comer con las dems mujeres, pero que no coma nada excepto algunos granos de arroz apenas hervidos.
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Tras la cena pasamos al estudio para tomar el caf. Naturalmente, tuve que ofrecer mi brazo a aquella criatura extraamente silenciosa. Lo tom sin vacilar, pero siempre sin decir una sola palabra, mientras la conduca hasta un silln en el que se dej caer con lenta y agraciada dignidad, tan inconsistente y ultraterrena como es posible imaginar. Dos nuevos huspedes nos estaban aguardando: el Doctor y el Jefe de la Polica. Este ltimo haba venido para recoger las firmas para el Informe Oficial, que haba sido firmado ya por Jacquemin en su celda. Cuando lleg mi turno firm como los dems. Pero not que el folio estaba manchado de sangre, y pregunt cmo haba ocurrido: Qu es esta mancha de sangre? Es de la vctima, o procede del marido? Procede dijo Cousin de la herida del pulgar del minero. Sigue sangrando, pese a todos los esfuerzos por detener la hemorragia. Se gir a Ledru: Podis creerme, seor alcalde cuando os digo que el prisionero sigue insistiendo en que la mujer muerta le habl realmente? Y vos pensis que es imposible, Doctor? Naturalmente! No creis que por alguna razn incomprensible, an desconocida por la ciencia, la sangre, sellada en la cabeza por el yeso sobre el cual fue depositada, pueda de algn modo haber restituido al cerebro algunos segundos de vida y emociones? No, ciertamente no! Bien exclam Ledru, con considerable nfasis, yo s! Yo tambin aadi Alliette. Estoy de acuerdo con ellos dijo el Abate Moulle. Tambin yo hizo eco el Caballero Lenoir, con una cierta vehemencia. Debo admitir que, por razones que al momento no pueden ser explicadas, tambin yo estaba plenamente de acuerdo; y lo dije. El Jefe de la Polica y la enigmtica mujer de negro fueron los nicos en la estancia que no expresaron su opinin. El primero, probablemente porque no se senta absolutamente interesado en el asunto; y la segunda, probablemente porque la cosa le interesaba mucho ms de lo que pudiera cualquiera sospechar... Supongo que debo estar equivocado, puesto que parece que todo el mundo est de acuerdo murmur Cousin. Pero si alguno de ustedes fuera mdico, entonces... Mi querido Cousin interrumpi el alcalde Ledru, sabis perfectamente que a todos los efectos eso es exactamente lo que son. Entonces debis saber muy bien que all donde no hay sensaciones no puede existir evolucin. Y faltando la columna vertebral, las sensaciones son imposibles. Y cmo conocis esta incontrovertible verdad? Es la razn quien lo dice, mi buen amigo. Y la razn no puede negarse!
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La razn, me temo continu Ledru, a menudo es tan slo sinnimo de prejuicio... si no una definicin de ignorancia. Me parece recordar que la razn fue la excusa aducida por los jueces de Galileo, cuando lo condenaron por haber dicho que es la tierra quien gira alrededor del sol. La razn, como innumerables miles de seres humanos, se ha revelado a menudo como un idiota con la cabeza vaca... Pero, doctor, habis realizado algn experimento personal con cabezas decapitadas? No, naturalmente admiti rabiosamente el doctor, mostrando todos los sntomas visibles de un inminente ataque de apopleja. Habis ledo alguna vez los estudios de Sue, o los de Summerfeld sobre este tema? O el informe del doctor Oelcher? No, no lo he hecho. As pues, estis planteando vuestras convicciones basndoos tan slo en la fuerza de las declaraciones del doctor Guillotin de que su sustituto mecnico de la horca proporciona un mtodo veloz e indoloro de ejecucin? S... Bien, estis absoluta y completamente equivocado, amigo mo. Al contrario... Escuchad, doctor; puesto que dejis entender que vuestras declaraciones se basan en la ciencia, entonces os hablar de ciencia... especialmente, puesto que s muy bien que todos los presentes aqu saben lo bastante de ciencia como para poder seguirme. Una mirada de duda comenz a sustituir la expresin ultrajada en el rostro del doctor. No importa continu Ledru; estoy seguro de que conseguiris comprenderme, aunque ningn otro lo consiga. Y eso es lo nico que importa realmente. Acercamos nuestros sillones, y escuchamos con atencin; especialmente yo, que haba efectuado algunas investigaciones personales sobre los diversos gneros e intensidades de dolor implicados en las varias especies de muerte, ya fueran voluntarias o involuntarias. Podis decir lo que queris, pero no me convenceris nunca gru el doctor, aunque pareca sentirse un poco incmodo. Es bastante fcil probar que la sensacin, y por ello, posiblemente, la volicin, no resultan enteramente destruidas en la decapitacin. Y dnde estn vuestras pruebas? Precisamente ah! Antes que nada, la sede de las sensaciones, de los sentimientos, es el cerebro, no? Eso es lo que nos han enseado. Y estas facultades del cerebro pueden seguir siendo activas, an cuando la circulacin de la sangre a travs de este complicado rgano es o dbil o temporalmente suspendida? Es bastante plausible.
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Entonces, si el cerebro es la sede de las sensaciones y de volicin, la vctima de la ejecucin puede prolongar su vitalidad, aunque sea tan slo por unos pocos segundos, y conservar por ello la consciencia de estar viva. Tenis alguna prueba? Haller, en sus Elementos de fsica, escribe: Una cabeza decapitada abri los ojos y pareci mirarme cuando toqu el cerebelo con la punta de un dedo. Pero Haller pudo haberse equivocado. Naturalmente! Pero existe otro testimonio, Weycard, que dice: He visto los labios que se movan, tras la decapitacin de la cabeza de un hombre. Exactamente... pero hay una cierta diferencia entre el movimiento de los labios y el sonido de una voz... An no he terminado. He aqu lo que escribe Summerfeld... y sus obras estn en mis estanteras, de modo que podis comprobar la cita: Numerosos colegas mdicos me aseguran haber visto una cabeza decapitada apretar los dientes por la agona; y, en lo que a m respecta, estoy convencido de que si fuese posible que el aire circulase a travs de los rganos del discurso, tales cabezas hubieran hablado realmente. Los rasgos de Monsieur Ledru estaban lvidos mientras continuaba: Y desgraciadamente, doctor, mi experiencia es ms completa que la de Summerfeld... una cabeza me habl realmente! Una calma increble haba descendido sobre el grupo, que pareca estar unido en un temblor breve e intenso... Como si sus componentes hubieran perdido su identidad personal para sumergirse en una sola alma. La mujer plida rompi el silencio, alzndose de su silln para decir: Afirmis que una cabeza sin cuerpo os ha hablado? S... y seguramente vos no me consideraris loco. La misteriosa criatura asinti con la cabeza, y volvi a sentarse tranquilamente. No nos mantengis en la angustia exclam Alliette; vamos, contad la historia con mayores detalles. Es una peticin bastante fcil de hacer dijo Ledru. Pero satisfacerla es algo infinitamente ms difcil, puesto que exige la revelacin de secretos que jams he revelado a ningn ser humano desde el momento en que se produjeron, hace ahora treinta y siete aos. Adems, me he hallado tan personalmente implicado en los hechos que dudo tener el valor de exponerlos con todos los detalles necesarios para probar mi tesis. Vamos, vamos! dijo el Abate Moulle. Como alcalde de Fontenay tenis un notable autocontrol. Por lo tanto no podis encontrar ninguna dificultad insuperable en relatar simplemente algunos hechos de vuestro remoto pasado... Es extrao murmur el alcalde, como si hablara para s mismo. Es muy extrao como las circunstancias parecen actuar y volver a actuar
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recprocamente, y como nos toman por sorpresa... Luego se hundi en el silencio. Monsieur Ledru dije, intentando hacerlo regresar al presente... Monsieur Ledru, como hombre de considerable educacin y excepcional instruccin, y anfitrin cuyas cenas privadas son envidiadas incluso en Pars, creo que deberais, aunque eso pueda provocaros algn pequeo inconveniente, intentar satisfacer la extraordinaria curiosidad que han levantado vuestras declaraciones. Sea... sea suspir el alcalde dndose cuenta de la imposibilidad de resistirse a nuestras demandas. Contar la historia; pero si debo detenerme unos instantes de tanto en tanto, por favor intentad comprender el esfuerzo al que me veo sometido intentando revivir el pasado... Nos relajamos y nos acomodamos, aguardando sus palabras con toda tranquilidad, pese a una tenue corriente subterrnea de anticipacin. Y, naturalmente, ninguna otra estancia hubiera podido ser ms apropiada para la narracin de confesiones tan misteriosas. Era amplia y estaba escasamente iluminada, puesto que cortinajes enormemente pesados y ricamente recamados reducan considerablemente la luz residual de un ocaso rojo y oro. Los ngulos de la habitacin estaban ya profundamente sumidos en las sombras, y la silueta de las puertas se poda entrever tan solo vagamente. No haba ninguna seal de servidores trayendo velas o lmparas. La mujer plida permaneci en su rincn, lejana como siempre. Su vestido negro, confundindose con la oscuridad, se haba vuelto casi invisible, de modo que tan slo podan verse sus facciones delineadas contra el fondo de una tapicera casi indistinguible. Tras unos instantes de silencio, Monsieur Ledru comenz: Mi padre era el clebre fsico Comus, consultor mdico de nuestros ltimos reyes y reinas. Era un hombre de excepcional instruccin, profundamente versado en las teoras de Galvani y Mesmer; y fue el primero en su pas en interesarse por el fenmeno de la electricidad, por una parte, y de lo sobrenatural por la otra. Dio tambin conferencias de matemticas y fsica en la Corte de Francia. Yo tuve el privilegio de encontrarme con la pobre Mara Antonieta en muchas ocasiones; y ms de una vez, siendo yo un nio, ella me tom de la mano y me bes. En cuanto a mi padre, el emperador Enrique II, de visita a Pars, dijo no haber encontrado nunca a un hombre que hubiera estimulado tanto su inters... Sin embargo, pese a lo vastas de sus preocupaciones, Comus consigui encontrar el tiempo para prestar personalmente atencin a la educacin de su familia, y nos inici tanto a m como a mi hermano en los misterios de las ciencias, fsica, matemticas, qumica, filosofa, y tambin ocultismo. En efecto, muchos de los secretos que nos ense, por aquel entonces poco conocidos, se han convertido ahora en conocimiento comn, y son utilizados cotidianamente.
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Durante la Revolucin, sin embargo, su condicin oficial de Mdico Consultor Real casi le cost la vida; y en el transcurso del 1793 fue encerrado en prisin. Gracias a la ayuda de amigos influyentes, consigui obtener la libertad; y se vino a vivir como un recluso en esta misma casa, donde muri en 1807, a la edad de sesenta y seis aos... En lo que a m respecta, pude contar entre mis amigos a los revolucionarios Danton y Camille Desmoulins. Estaba tambin bastante relacionado con Marat..., pero lo conoca ms como mdico que como amigo. Aquello, sin embargo, fue el motivo que me decidi a presenciar la ejecucin de Charlotte Corday, que, como recordaris, fue quien lo mat mientras l se encontraba en el bao. En lo que se refiere a lo que os voy a relatar, recordad que yo era un director, testigo ocular, por lo que cada palabra que pronuncie no describe otra cosa que la exacta verdad... A las dos de aquella tarde me encontraba en mi privilegiada posicin en un balcn cercano al patbulo, desde donde gozaba de una ptima vista de la plaza y de las calles circundantes. Era un da insoportablemente caluroso y sofocante de julio, con un cielo pesado y un viento martilleante. A las cuatro de la tarde las nubes se abrieron, regndonos a todos y a todo por un breve perodo y exactamente, eso dicen, en el momento en que la prisionera era conducida de la prisin al carro de las ejecuciones. El ruido de los truenos era ensordecedor, y la lluvia caa torrencialmente. Pero nada poda atenuar la tranquila curiosidad de la enorme multitud apiada de espectadores, cuyas voces competan un poco con el ruido ensordecedor del viento. Luego, de pronto, el violento y agitado mar de cabezas onde salvajemente por todas partes, con ese turbulento tipo de separacin que se ve en las aguas de un ro flagelado por el viento cuando una gran nave se abre majestuosamente paso hacia el mar. Aquella rpida divisin de la multitud era provocada por el movimiento progresivo del carro mientras avanzaba hacia el patbulo. De pie sobre l se hallaba la orgullosa figura erguida de la condenada. Estrechamente en torno al carro se hallaba un notorio grupo de insignificantes mujeres sdicas, chillantes caricaturas de femineidad conocidas en todo Pars como Las Vampiras de la Guillotina... porque no dejaban nunca de maldecir obscenamente y de forma blasfema y de pedir aullando siempre ms sangre... sta fue la primera vez que puse mis ojos sobre Charlotte Corday. Para mi gran sorpresa, era una muchacha extraordinariamente hermosa de unos veinticinco aos, con unos soberbios ojos, una nariz perfecta y unos labios que expresaban calor y elocuencia. Se mantena erguida con inslita dignidad, con la piel del rostro ligeramente tensa... no tanto para dominar a la multitud como por el hecho de que se vea constreida a aquella posicin por sus brazos, estrechamente atados a su espalda. La lluvia haba cesado; pero como haba estado expuesta a ella durante la mayor parte del camino desde la prisin, sus vestidos goteaban y colgaban pegados a los graciosos contornos de su bien formado cuerpo. Llevaba ya la
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camisa roja que caracterizaba a las vctimas de la guillotina, pero le proporcionaba un orgullo raro y siniestro al gracioso movimiento de su enrgica cabeza. Mientras el carro se acercaba a la base del patbulo, un rayo de sol, haciendo una corta aparicin por una hendidura entre las nubes, ilumin sus esplndidos cabellos con todo el esplendor de una aureola de oro. A los ojos de la ley poda ser una asesina, pero aquella era el apoteosis de una diosa, no la ejecucin de una criminal. Por un breve instante Charlotte lanz una ojeada al patbulo y palideci; casi inmediatamente recuper su compostura. El carro se detuvo. Ella salt inmediatamente al suelo, rechazando desdeosamente toda ayuda mientras avanzaba hacia la plataforma, pese a lo resbaladizos que estaban los peldaos despus de la reciente lluvia. Una mirada altiva se difundi bajo sus plidos rasgos mientras senta los dedos del verdugo soltarle la camisa en torno al cuello. Luego sonri; e inesperadamente, por propia voluntad, antes de que tuviesen tiempo de atarla a aquel estremecedor mecanismo, apoy el cuello en la depresin manchada de sangre. La hoja cay violentamente, y su cabeza decapitada rebot en la plataforma de madera que haba inmediatamente debajo. Fue en aquel momento cuando un asistente del verdugo, un hombre llamado Legros, la cogi por los cabellos; y, buscando ganarse el favor de la multitud, la golpe violentamente en la mejilla. Y os digo en verdad que, menos de un segundo ms tarde, el rostro enrojeci a ojos vista... no slo la mejilla que fue golpeada, sino todo el rostro. La cabeza era an consciente, puesto que el color se difundi uniformemente, y una expresin de rabia se extendi por sus facciones, iluminando los abiertos ojos. Era indescriptiblemente horrible. Todos aquellos que estaban cerca del patbulo notaron este enrojecimiento, y reclamaron en voz alta castigo para tal acto intil y obsceno; como consecuencia de ello, unos minutos ms tarde, Legros era entregado a la gendarmera local, que lo meti en prisin. Sintindome curioso por descubrir como funcionaba la mente de una persona como aquella, y qu era lo que poda haberle inducido a realizar un acto al mismo tiempo tan vergonzoso y degradante, fui a su encuentro en la Prisin de l'Abbaye, donde, sin demasiada dificultad, obtuve el permiso para interrogarlo. Tres meses en este maldito agujero se lament mientras le hablaba. Tres hediondos meses por haber hecho algo que cualquier otro en mi caso tambin hubiera hecho! Pero lo que no consigo comprender declar es cmo alguien puede reaccionar con un odio tan perverso en unas circunstancias como stas. Es fcil respondi. Marat era un gran hombre, un gran jefe del pueblo... quiz el ms grande. Y yo era un seguidor de Marat. Y esa estpida putilla lo golpe mortalmente mientras estaba bandose. Tena que vengarlo! Qu razn mayor puede existir?
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No llegas a comprender insist que es algo vergonzoso, innecesario y degradante el insultar a un muerto que no puede defenderse? Ante aquellas palabras Legros se puso a rer horriblemente. As que pensis que estn muertos, verdad? Pensis que estn muertos slo porque sus cabezas ensangrentadas han sido separadas del cuerpo. La audacia de tal pregunta me hizo poner en duda la salud mental de aquel hombre tosco e ignorante. Buen Dios, amigo, claro que s! Refunfu para s, se retir a un rincn, y me dirigi una mirada compasiva. En este caso, cualquier cretino comprender que no habis mirado nunca en el cesto que recoge las cabezas. No las habis visto nunca amasadas all dentro todas juntas, haciendo girar sus ojos y chirriando los dientes durante tres o cuatro minutos despus de haber sido separadas del cuerpo! Jade incrdulo mientras l prosegua. Pero haba algo en su tono, en sus modales, en su propia confianza, que le daba un innegable tono de veracidad a sus palabras. No sabis que debemos cambiar los cestos cada tres meses? Si nadie os ha dicho el motivo, yo os lo dir: es porque esas cabezas que vos llamis muertas muerden el fondo con sus dientes! Son cabezas educadas y aristocrticas, sabis?, y se niegan a morir tranquilamente... No me sorprendera si en alguna ocasin una de ellas gritara inesperadamente: Vive le Roi!... Una vez satisfecha mi curiosidad, abandon la prisin. Sin embargo, durante varios das permanec obsesionado por un pensamiento alucinante: que las cabezas de las vctimas de la guillotina conservaban la consciencia y las sensaciones durante varios minutos... o al menos durante varios segundos... tras la decapitacin... El alcalde Ledru hizo una pausa para descansar. Se produjo un intenso silencio, en el que los presentes parecan haber perdido la facultad de realizar ni siquiera los ms mnimos movimientos. Luego el Abate Moulle trajo a la estancia un soplo de vida desperezndose, suspirando y diciendo tranquilamente: Creo en todo lo que habis dicho, y acepto la hiptesis. Yo lo secund, diciendo: S! He tenido conocimiento de los documentos histricos privados relativos a Charlotte Corday y a su ejecucin, y no hay ni el ms mnimo motivo para poner en duda cuanto ha dicho Monsieur Ledru.
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6 SOLANGEDurante la disertacin de Monsieur Ledru, el crepsculo se haba difuminado en la oscuridad de una noche estival. Los ocupantes del estudio tenan la oscura apariencia de sombras, y se mantenan silenciosos, intuyendo que tras aquella terrible historia haba otra an ms terrorfica. Pero tuvimos un instante de tregua; Mre Antoine entr con un sirviente, y se dedic a encender las velas de algunos antiguos candelabros situados en varios lugares convenientes. Apenas se hubo ido, el alcalde, recuperado tras algunos pequeos sorbos de brandy, continu su narracin: Tras haber dejado la Prisin de l'Abbaye, estaba atravesando la Place Taranne en direccin a mi casa en la Rue de Tournon, cuando o una voz de muchacha chillar histricamente pidiendo ayuda. Dndome cuenta de que difcilmente poda tratarse de un caso de hurto o pillaje, porque la noche apenas haba comenzado, corr hacia la esquina de la plaza de la cual parecan provenir los gritos. All, a la luz de la luna, que era an llena, vi a una mujer debatirse entre los hombres de una patrulla de polica. Apenas me vio consigui liberarse y corri hacia m, reconociendo por mis ropas que mi importancia era un poco superior a la del ciudadano medio. Gracias al cielo que estis aqu, Monsieur Albert! exclam. Dios mo, habis llegado justo a tiempo! luego, girndose a los hombres de la patrulla, dijo: ste es Monsieur Albert! Es un amigo de mi madre. Os probar que soy realmente la hija de Mre Ledieu, la lavandera. Y mientras hablaba, la pobre muchacha, blanca de miedo y temblando de la cabeza a los pies, apretaba fuertemente mi brazo, aferrndose a m como un nufrago al nico trozo de madera que flota sobre el ocano. Puedes seguir repitiendo que eres la hija de la lavandera hasta que te parezca. Lo que nos interesa son tus documentos de ciudadana... y, querida hermosura, t no los tienes... As que ya puedes venir con nosotros a la gendarmera. La muchacha, aterrorizada, se aferr a mi brazo con la desesperada fuerza del pnico. Comprend cul era el problema, y actu en consecuencia. Resultaba bastante obvio que se haba dirigido a m con el primer nombre que se le haba ocurrido, as que la imit. Qu es lo que ocurre, Solange? pregunt. Por qu quieren llevarte con ellos?
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Lo veis, me conoce! grit ella, con su voz rezumando alivio. Me conoce, seores! Controla mejor tu lengua, muchacha dijo el jefe de la patrulla. Esto es la Revolucin, y debes llamarnos ciudadanos. Perdonad, sargento; es fcil equivocarse, puede ocurrirle a cualquiera. Entended, durante toda mi infancia mi padre ha frecuentado siempre a gente de un cierto rango, y me instruy para ser educada con ellos. A las costumbres les cuesta morir, y hay un tipo de palabras que a menudo surgen por s mismas... especialmente cuando una se halla asustada como yo ahora... lo lamento, de veras. Tras aquella respuesta, no obstante el respeto con que fue pronunciada, perc