suridea nº 22

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DISTRIBUCIÓN GRATUITA 22 Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Núcleo de Loja Nº 22 – Octubre 2013 A 100 AÑOS DEL NATALICIO DE JORGE HUGO RENGEL Entrevistas – Música – Teatro – Cuento y Poesía – Artes Plásticas – Comentarios II CONCURSO DE LITERATURA JUVENIL INTERCANTONAL RUBÉN ORTEGA

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Órgano informativo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana "Benjamín Carrión" Núcleo de Loja, octubre de 2013

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DISTRIBUCIÓN GRATUITA

22Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín CarriónNúcleo de LojaNº 22 – Octubre 2013

suridea

A 100 AÑOSDEL NATALICIO DE JORGE HUGO RENGEL

Entrevistas – Música – Teatro – Cuento y Poesía – Artes Plásticas – Comentarios

II CONCURSO DELITERATURA JUVENIL INTERCANTONALRUBÉN ORTEGA

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Suridea / Órgano informativo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Núcleo de Loja || Nº 22 – Octubre 2013 || Editor: Luis Salvador Jaramillo || Directo-rio de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Loja: Presidente, Félix Paladines Paladines; Vocales principales: Adriana María Jaramillo Vélez, Jorge Mijail Valarezo Loaiza, Yovany Salazar Estrada, Alicia Piedad Ochoa Valdivieso; Vocales suplentes: Antonio Bayardo Cuenca Mayorga, Aura Elisabeth Ocampo Jaramillo, Ligia Beatriz Cárdenas Dávila, Leonardo Eudaldo Chamba Herera; Secretario (e): Julio Espinoza Bustamante || Impreso en la Editorial Gustavo A. Serrano de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Núcleo de Loja || Dirección de la Editorial, Luis Córdo-va Espinales; Diseño: Gonzalo Antonio Vega; Impresión offset: Paúl Ramírez GuamánDistribución y canje: Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Núcleo de Loja – Calle Colón 13-12 y Bernardo Valdivieso – Telefax 2571672 – Apartado Postal

11.01.141 – Loja, Ecuador — [email protected] – www.cce.org.ec

C O N T E N I D O

3 Nota editorial4 Pinto porque soy feliz. Entrevista con

Alívar Villamagua Montesisnos7 A 100 años del natalicio de Jorge

Hugo Rengel7 Un padre ejemplar. Jorge Oswaldo

Rengel Espinosa10 Wilson Castillo y Fausto Aguirre en

el mundo infinitesimal de Los Quién12 Breve tributo a cuatro

revolucionarios. Stalin Alvear16 Sinfín: El legado musical se imparte

a las nuevas generaciones. Gina Ordóñez

18 Música Rocolera e identidad ecuatoriana. Vicente Jaramillo Fierro

22 «En el nombre de la hija». Wilson R. Castillo T.

24 Poema 34 / Poema 37. Wilson R. Castillo T.

26 La emigración en tres novelas lojanas. Yovany Salazar Estrada

28 Asesinando sueños / Ideas frías. José Luis Íñiguez

30 El lector atento aprende a pensar. Galo Guerrero Jiménez

31 Exposición fotográfica f/9.32 Eduardo Kingman y los niños.

Alicia González34 Loja sobre tablas: éxito rotundo35 Tres piezas: Cara y Cruz. Carlos Ferrer36 Oración / Un deseo de ensueño.

Juan Aranda Gámiz37 Reseña del Primer Concurso

Literario Juvenil Rubén Ortega. Carlos Ferrer

39 La vida de Andrés. Nancy Magaly Chalán Zhunaula

40 Bolivero. Rubén Ortega42 El pánico desbocado. Paulina Soto45 La vaca soy yo. Marco Jiménez53 El libro como ente sagrado.

Galo Guerrero Jiménez54 Dime poeta…

Patricio Guzmán Cárdenas55 Las quemas controladas no son

nocivas. Franco Muñoz L.58 La nueva muestra de Wilson Castillo60 La Academia de Arte Santa Cecilia

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Con el pasar de los años, mientras han ido enve-jeciendo y muriendo las primeras fundadoras del coro, la academia Santa Cecilia se ha ido adaptando al paso de los tiempos para continuar brindando clases de música. Hoy atraviesa por un nuevo perio-do de reestructuración, sin perder el espíritu con-ceptual primigenio, de modo que hoy funciona en el edificio una Cafetería Musical, además de un peque-ño museo, se han retocado sus pinturas y murales, y en el segundo patio funcionará próximamente una biblioteca. En suma, la entrañable academia de arte Santa Cecilia, constituye todavía hoy un lugar don-de todos pueden disfrutar del ambiente cultural de la Loja de siempre. ⊡

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ron ellas a brazo partido, pero principalmente con el corazón. En efecto, con el dinero ahorrado desde 1937, cuando se fundaba el coro, sumado a un crédito del Banco de Loja para suplir la can-tidad restante, lograron comprar dicho edifico y empezar su aca-demia de arte. De modo que fue allí, en la misma casa residencial de don Daniel Álvarez Burneo, que en 1971 comenzó a funcio-nar la famosa Academia de Arte Santa Cecilia, la misma que re-presenta hasta nuestros días lo más genuino del espíritu lojano, caracterizado por el amor a las artes y el generoso servicio a la comunidad.

Por supuesto que en más de cuarenta años de historia ha co-rrido mucha agua bajo el puente, y así como la Academia ha tenido una infinidad de momentos sa-tisfactorios, se han dado también contratiempos, pero que se han ido superando gracias al espíri-tu firme de damas lojanas como doña Teresa Mora de Valdivieso, quien, tras tomar las riendas de la institución luego de la renun-cia de su presidenta vitalicia, doña Virginia Rodríguez de Hi-dalgo, ha continuado trabajando arduamente a fin de prolongar la vida de dicha institución. Bajo su tutela la casa donde funciona la academia ha sido restaurada con todos sus detalles pictóricos ori-ginales, de modo que constituye en nuestros días la prototípica muestra de la arquitectura repu-blicana que tuvo nuestra ciudad, antes de que se echaran abajo una infinidad de edificios simi-lares, para dar paso a las nuevas construcciones desabridas que pululan por todo lado, con suma de mal gusto e ignorancia histó-rica.

La casa residencial de don Da-niel Álvarez Burneo tenía origi-nalmente tres patios, pero con el tiempo tuvieron que venirse dan-do las adecuaciones pertinentes. En todo caso, desde siempre, en el segundo piso de la parte de-

lantera se dieron clases de mú-sica, y se readecuó un pequeño teatro para las presentaciones de los estudiantes, así como para la enseñanza de ballet. La acade-mia dispuso de siete pianos y por sus aulas pasaron maestros de la

talla de Marcos Ochoa, Segundo Cueva Celi, Salvador Bustaman-te, Alberto Ortega y Miguel Cano, entre otros, y como profesor de ballet estuvo el recordado maes-tro Piero Jaramillo, quien educó en el arte de la danza a varias ge-

neraciones de niños que llevaron su arte por todo el país, e incluso por el extranjero. Para comple-tar este acervo cultural, vale la pena recordar el aporte dado por Emiliano Ortega con sus obras de teatro.

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Vive en una casa de campo muy antigua, a las afueras de Loja. Para ir allá hay

que salir de la ciudad, tomar un desvío por una alameda de euca-liptos, subir una cuesta fragosa (hay que poner primera mar-cha, de lo contrario no subes en coche) para finalmente acceder a un claro de árboles en donde se encuentra su casa. Un césped bien cuidado, plantas ornamen-tales y pájaros crean un clima de bienvenida. Pero lo mejor es el trinar de los pájaros. Cualquie-ra podría ser feliz en un lugar así. Cuando llegamos, me ense-ña su casa, es como ingresar en una quinta del pasado: de hecho, es una quinta antigua: paredes gruesas y viejas, pisos rústicos, tumbados altos, y el estudio con tablazón de maderas anchas y ar-caicas, protegidas por planchas de vidrio. Miro de paso algunos cuadros y le pregunto si en algún momento de su vida tuvo un im-pacto visual que influyera en su pintura. Piensa un poco, me invi-ta a pasar a la sala, y luego dice:

«Pasé mi niñez en el campo, rodeado de flores, de pájaros, de árboles… como verás, no les

tengo miedo a los colores, pero tampoco me clasifico en paisa-jes, porque pinto también figura humana; o sea, no me he dedica-do a una sola temática. El haber vivido en el campo te da esa am-plitud; por un lado encuentras la naturaleza, pero también están las personas, tu familia, tu casa. Tengo un recuerdo vívido de mi

madre; yo tendría talvez unos tres años, como mucho, ella me daba de comer en la boca, y a mí me gustaba esa cercanía porque así podía verle de cerca sus ojos verde esmeralda; me fascinaba el color de sus ojos. En definitiva, están los paisajes, están las per-sonas, están las cosas; en mi pin-tura abarco todo eso.»

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de difusión masiva. Intensifica-ron entonces las presentaciones con entradas pagadas, reunieron el dinero suficiente y pudieron encargar al extranjero una mo-derna radioemisora. Para ello, se necesitaba legalizar previa-mente su labor institucional ad-quiriendo personería jurídica, lo cual consiguieron en marzo de 1940. La emisora llegó por fin al puerto de Guayaquil, y de allí fue trasladada a Santa Rosa, pero por desgracia el país entró en guerra con el Perú en 1942 y Santa Rosa fue saqueada por el ejército pe-ruano. La emisora, como no po-día ser de otro modo, fue incau-tada y llevada a Chiclayo, para ser utilizada en la propaganda belicista del vecino país del sur. No obstante, terminada la gue-rra, las entusiastas integrantes del coro llevaron a cabo toda una interminable serie de trámites para recuperar su emisora, y al final, después de tanto insistir, el gobierno peruano terminó resti-tuyéndoles una nueva radioemi-sora, más potente y moderna que

mente cien mil dólares actuales), con el fin de comprar un edificio propio para establecer una aca-demia de arte. Mons. Francisco Valdivieso, consejero de la ins-titución, les sugirió acudir a la Fundación Daniel Álvarez Bur-neo, presidida en ese entonces por el religioso español Santia-go Fernández García, quien les facilitó la adquisición de la casa residencial de don Daniel Álva-rez Burneo, insigne filántropo lojano, que estaba situada en la calle Bolívar, entre Miguel Riofrío y Azuay. El Coro Santa Cecilia ad-quirió dicha propiedad, de modo que hoy se puede decir sin amba-ges que nadie les regaló nada a estas entusiastas integrantes del coro, sino que todo lo consiguie-

Sra. Dña.Virginia Rodríguez de HidalgoFundadora de la Academia de Arte Santa Cecilia

la primera, la cual se había per-dido en los avatares de la guerra.

La emisora principió a operar en Loja bajo la dirección artística de Ofelia Aguirre Palacio, actuan-do como locutoras su hermana y también Melva Carrión Álvarez. La radio Santa Cecilia cumplió una notable labor cultural hasta que un siniestro ocasionado en el edificio donde funcionaba, estro-peó todos los equipos. El armario donde descansaban los aparatos, cintas magnetofónicas y algunos discos de ebonita, se conservan aún en el museo de dicha insti-tución.

Después de arduos años de trabajo, las integrantes del coro lograron reunir la cantidad de cien mil sucres (aproximada-

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Le pregunto si tiene herma-nos:

«Fuimos diez. Yo soy el inter-medio.»

Me ofrece una copa de vino, pero yo prefiero un poco de agua. Resulta que la noche an-terior habíamos estado en el lanzamiento de un libro de Sta-lin Alvear, y nos brindaron una copa de whisky. Prefiero un vaso de agua, le digo. Él ordena a un nieto suyo que me la traiga. Contemplo una pintura abstrac-ta que cuelga de la pared de su sala. Le digo que no entiendo esa pintura, pero que me gustan los colores, y me responde:

«Me haces acordar de una cosa que me pasó hace tiempo. Cuando pintaba el mural de la Terminal Terrestre de Loja, un campesino que seguramente ha-bía perdido el autobús se había quedado viéndome pintar toda la tarde. Al final se me acerca con su alforja y me dice: ¿Usted se dedica a esto? Yo le digo sí, a esto me dedico, y entonces él me dice: viera que no entiendo el di-bujo, pero los colores están bien bonitos.»

De camino a su casa habíamos ido conversando de varias cosas. Pude notar que era disciplinado, estricto, puntual, vehemente, casi obsesivo. Mientras estamos en su sala, voy escribiendo sus respuestas y le pregunto si pre-fiere la belleza al mensaje. Me mira sin entender la pregunta y entonces le digo que hay cuadros con mensaje social, pero que son «incolgables», es decir feos, de-primentes, grotescos. Él se pone de pie y me dice:

«Pero si todos estamos inmer-sos en el medio social, ¿qué ne-cesidad hay de que yo pinte mi parecer? Cada quien ya tiene un

concepto de lo que le rodea, y yo no voy a plantarle mi opinión a nadie, ni creo que me correspon-da. Prefiero la belleza, la belleza ante todo, no me atrevo a pintar sino solo lo que me agrada. La belleza es positiva, y yo soy posi-tivo y quiero que la gente tenga una actitud positiva; no me gusta la sangre ni la pobreza, ni quiero involucrarme con eso. Pinto por-que soy feliz.»

Le pregunto si consigue siem-pre lo que busca, o si ha tenido que desmontar algunos cuadros.

«No, claro que no. No siem-pre consigues lo que buscas. He tenido que desmontar varios cuadros. Pero a esos cuadros los quiero tanto como a los otros. Yo los retiro del caballete, los des-pego con todo cuidado, los do-blo despacio, con respeto, con cariño, y luego los quemo. Jamás trato mal a un cuadro porque me sale mal, ni descargo contra él mi ira. Eso no quiere decir que esté satisfecho de los cuadros que ter-mino, siempre pienso que pudie-ron ser mejores, pero me quedo tranquilo, porque di todo lo que pude.»

Conversando de algunas co-sas me dice que lleva pintados unos 3.500 cuadros y que está cumpliendo 40 años en el oficio; me dice también que hace veinte años daba clases en la Universi-dad Nacional y que un estudiante se quejó de él diciendo que era muy estricto, muy riguroso, que los estudiantes debían tener más libertad. Él le había respondido que lo único que quería era ver-los convertidos en buenos pinto-res, y que ello se lograba con tra-bajo, constancia y disciplina, ya que él mismo no se consideraba todavía un artista.

Pero eso fue hace veinte años,

le digo, y le pregunto si ahora se consideraba ya un artista.

«No, no me considero un ar-tista. En el mundo artístico uno siempre está caminando, nunca puedes decir he llegado.»

Le pregunto si no es demasia-do crítico consigo mismo, y res-ponde:

«Soy un demonio conmigo mismo. Pinto un cuadro y em-piezo a verle todas las costuras. Me voy, me alejo, y el cuadro si-gue en mi cabeza, pienso que le falta un color aquí, algo allá, me duermo pensando en el cuadro, al otro día me despierto y añado algunas cosas, y entonces decido si se queda o no. Es simplemente sí o no. Todos me dicen: pero si el cuadro está bonito, está bien, dé-jalo ahí, no lo toques. Pero para mí no está bien, veo que le falta fluidez, transparencia, debe te-ner espontaneidad en los trazos, debe reflejar lo que yo soy inter-namente, porque lo que yo hago es solo lo que me gusta.»

Hacía un rato, cuando estába-mos en el estudio, me había ense-ñado un par de paletas grandes, como cuchillos de mesa: «éstas son las únicas que uso, me dijo, todas esas otras que ves allí, ni siquiera las toco.»

Le pregunto si tiene un color favorito y me responde que sí, que es el azul, por la amplia gama de colores que ofrece y porque es el color que más se acerca al in-finito, ya que da la impresión de una dimensión superior. Le pre-gunto si admira a un pintor en particular, y dice:

«Los admiro a casi todos. Siempre viajo. Cuando voy a los museos, admiro todas las pin-turas y me alegro de no imitar a nadie. Tengo mi propio estilo. En China me dieron una mención

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(Artículo basado en la monografía de Teresa Mora de Valdivieso:Academia de Arte Santa Cecilia, 75 años de historia)

Virginia Rodríguez Witt, hija del célebre escritor Máximo Agustín Ro-dríguez, tenía dieciséis

años cuando tuvo la idea de for-mar una asociación artística con sus ex compañeras de colegio. Estamos hablando de 1937, por entonces la institución educacio-nal Santa Mariana de Jesús recién empezaba a funcionar y contaba únicamente con instrucción pri-maria. Una vez terminada esta fase, se adicionaban clases de música, costura y bordado para quienes podían costear tales es-

tudios. Entre paréntesis, es la razón por la que tantas mujeres lojanas tocaban el piano, la guita-rra, la bandolina, el arpa y otros instrumentos musicales, con lo cual amenizaban las veladas fa-miliares. Virginia Rodríguez Witt formó el Coro Santa Cecilia con sus ex compañeras de colegio, como un modo de permanecer unidas y seguir cultivándose en las artes.

El coro empezó a trabajar con entusiasmo, no solamente en ve-ladas artísticas familiares sino en funciones públicas en diversos

escenarios, principalmente en el Teatro Bolívar, y así fue como se llevaron a cabo en dicho es-cenario innumerables presen-taciones, e incluso la puesta en escenas de grandes obras como La Traviata.

Mas, como a estos espectácu-los no podía acudir todo el públi-co, las integrantes del coro pen-saron en la forma de hacer llegar su arte a todos los rincones de la provincia, y fue cuando surgió la idea de implementar una radioe-misora, lo cual constituía, en ese tiempo, el más avanzado medio

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por mi originalidad. Desde que terminé mis estudios decidí ser yo mismo, pintar por mí mismo, no seguir una escuela determina-da. Tengo la suerte de vivir de la pintura, porque no hago cuadros para vender: me compran mis cuadros, que es distinto. Londres es un buen mercado, también Pa-rís.»

Le pregunto cuál es su mayor virtud y cuál su mayor defecto.

«¿Virtud? ¿Tendré yo virtu-des?», me dice. «Me considero un romántico, soy romántico, soy afectivo. Defectos tengo mu-chos. Soy fanático del orden, de la disciplina, de la puntualidad, soy meticuloso en la comida, me gusta encontrar las cosas don-de las dejo, me gusta el silencio. Puedo ser insoportable también. A veces mi mujer me dice: ya no te soporto, y yo le digo: ¿Ah sí?, ¿ya no me soportas? En cambio yo te soporto perfectamente (se ríe). No hay argumentos con-tra eso. Si algo no me parece, lo digo, o simplemente me callo y me desconecto. Pero en mi casa somos bastante bromistas, nos hacemos bromas a diario. Pero sí, es verdad, a veces soy un poco insoportable.»

Hablamos de la pintura en ge-neral, pero él vuelve al tema de la familia, de los hijos, de los nie-tos. «Para pintar ―me dice―, pri-mero me examino a mí mismo, cómo estoy, ¿estoy tranquilo, es-toy relajado, estoy bien?, solo así puedo trabajar. Si algo no anda bien, lo analizo, ¿tiene solución?, en buena hora; ¿no la tiene?, en-tonces no saco nada preocupán-dome. Solo así puedo empezar; pongo música, un cuadro tiene que fluir; es una jornada larga de trabajo y hay que predisponerse para ello.» ⊡

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cuajadas en pocas imágenes, el juego ilusorio del poder que crea sombras gigantescas de personajes minúsculos. Cercei, personaje tan débil cuanto más fuerte se cree, y Sansa Stark, princesa tan o más bella cuanto más desdicha-da es. Trazos sepias para reflejar la luz oscura de comadrejas tan viles y cobar-des como Jefrey Baratheon, el heredero del Trono de Hierro.

En fin: copas, estandartes e insignias expresan el coraje, la intriga y la in-sania que puebla esta serie. La muestra refleja las emociones que han tenido la capacidad de permanecer en la retina del autor: lo que esconden estos perso-najes, lo revela en los lienzos. Enhora-buena a este joven pintor, por arriesgar su arte en un mundo globalizado y pro-poner su versión desde su sensibilidad de poeta. ⊡

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De las señales esenciales que encon-tró Benjamín Carrión para determinar las características del intelecto lojano, Jorge Hugo Rengel las poseyó todas: su expresión clara, tanto en el campo cientí-fico del derecho y la sociología, cuanto en el de la literatura; su identificación fran-ca con las causas de la justicia y la soli-daridad humanas; el ejercicio libérrimo de su pensamiento a través de la cátedra universal de sus libros y de su permanen-te mensaje periodístico; el frondoso aco-pio de conocimientos, logrado a través del estudio perseverante que no se inte-rrumpió hasta el fin de sus días.

Yo admiré una virtud más en el doc-tor Jorge Hugo Rengel, mientras me fue dado el privilegio de escuchar su palabra de maestro: la desbordante generosidad para compartir con los demás los frutos de su inteligencia. Fui su alumno en ma-terias de Criminología y Derecho Penal en las aulas universitarias; seguí siendo su alumno en la lectura de sus estudios literarios, de sus ensayos, de su polémica ideológica de extraordinario nivel, de su trabajo periodístico intenso y respetado, de sus pláticas tan enriquecedoras (…)

Mario JaramilloAnte la tumba del maestro, fragmento de discurso fúnebre

Jorge Oswaldo Rengel Espinosa

Viví con mis padres hasta que salí de Loja para estudiar ingenie-ría civil. Me casé en Cuenca y me radiqué de inmediato en Guaya-quil, desde 1962. Esto explica el poco tiempo que estuve de corri-

do con mis padres. Al comienzo, sólo pasaba las vacaciones anua-les, cuando estudiaba y aún no trabajaba, y después, esporádica-mente, una o dos veces al año, por pocos días. Por suerte también

viví con mi padre en su departa-mento en Quito, entre noviembre de 1983 y agosto de 1984, cuan-do desempeñé la Subsecretaría Técnico–Administrativa del Mi-nisterio de Energía y Recursos

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Cuando hace 20 años atrás, el guionista y escri-tor George R. R. Martín —GRRM, para los amigos— escribía las distintas sagas de Canciones de Hielo y Fuego, seguramente no se atrevió a soñar con el impacto mediático de su obra a través de la serie JUEGO DE TRONOS, producida por HBO.

Esta famosa serie bizarra sucede en un mundo dividido en siete reinos, tan dispersos como ficti-cios, inspirados en la época medieval, todos ellos en lucha feroz por conquistar el Trono de Hierro. Ambición, coraje, codicia; guerra y sangre, seño-res feudales, dragones y magia antigua, muertos vivientes y tribus nómadas, juegos políticos, alian-zas y traiciones, personajes angélicos y crueles tiranos, junto a los genios más retorcidos son los ingredientes de una serie que mantiene al mundo en vilo. Nada hay seguro en ella, todo gira de forma imprevista, rompiendo cualquier dirección, como en un maremoto dialéctico.

Wilson Castillo, pintor, poeta y documentalista, nos entrega su propia visión de las Canciones de Hielo y fuego, pasadas por el tamiz de su sensibi-lidad estética. La casa Lanister, la más rica de los siete reinos, famosa por su codicia y por sus altas traiciones, está compendiada aquí en el pequeño Tyrion Lanister, vergüenza de su padre y sus her-manos, pero quizá el personaje más humanamente agradable de entre los cientos creados por George Martin. En el retrato aprehendemos su alma llevan-do a cuestas un fardo que jamás se lo buscó; en sus

ojos triunfa la honestidad sobre el pequeño anima-lillo lujurioso y borracho con que es tenido. Siendo, como son todos, protagonistas principales, se adi-vina en esta muestra pictórica en quiénes de ellos se ha fijado Castillo para retratar sus almas, tan sugestivas como inauditas. Para quienes tenemos la saludable costumbre de hablar en voz alta con nosotros mismos cuando estamos solos, es peren-torio encontrar el alma de cada quien en cada sem-blante. En esta muestra vemos miles de palabras

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Naturales, siendo Ministro el Ing. Gustavo Galindo y Jefe de Estado el Dr. Oswaldo Hurtado. Entonces mi padre era Ministro de la Corte Suprema de Justicia.

A más de la educación formal hasta el cuarto año de univer-sidad, mis padres me pagaron todo. Pero más importante es la formación integral que se empe-ñaron en darnos, iniciando con el hijo mayor. Esta es la mayor fortaleza y la mejor herencia re-cibidas. Nos insistía mi padre: «No vamos a dejarles ningún bien material sino una profesión que nadie puede quitarles y les permitirá defenderse en la vida. Aprovéchenla». En mi caso soy profesional y el nivel académi-co me ha permitido trabajar sin problemas como catedrático uni-versitario. Pero es más, conside-ro que he recibido, especialmen-te de mi padre, una excelente y cabal capacitación. No obstante, ésta no podría haber calado tan profundo si mi madre no lo hu-biera apoyado, absolutamente y con el inmenso cariño que ella regalaba. En cuanto a la forma-ción, nuestros padres siempre estaban de acuerdo.

Se me ha brindado la oportu-nidad de escribir sobre esta im-portante faceta de Jorge Hugo Rengel y lo hago gustoso de jus-tificar la enorme gratitud que sus hijos le tenemos por haberse em-peñado en darnos la preparación que también la anhelamos para nuestros hijos. Podemos decir felices que tuvimos la suerte de tenerlo como padre.

Fuimos 10 hermanos pero dos murieron a pocos meses de na-cer. Quedamos en el orden: Car-men, Oswaldo, Gonzalo, Iván, Au-gusto, Rosa, Georgina y Ramiro. Cuando nuestro padre ejercía la

profesión tenía el despacho en la misma casa, o máximo en el edi-ficio de al frente. Así le era fácil cuidarnos. Como mi madre casi no salía, de niños nunca pasamos solos, siempre estuvimos prote-gidos al menos por uno de ellos, quienes tenían como primera y básica tarea cuidar y formar a sus pequeños hijos.

Ahora que las familias son cor-tas, de hasta 4 hijos, nos damos cuenta de lo difícil que habrá sido alimentar, vestir y cuidar 8, que éramos realmente, casi todos, duros de educar. Todo esto bajo el imperio de reglas de conducta que nuestros padres las fijaron y hacían respetar inexorablemen-te. Pero como tanto nos querían debieron corregirnos y lo hacían con mucha energía y perseveran-cia, hasta que fueron logrando cambios en nuestro proceder.

Los tres hermanos mayores hicimos la primaria en la escue-la fiscal Miguel Riofrío, donde también estudió mi padre. Allí estaban los niños pobres de Loja. Disponía este centro educativo, a más de dos grandes patios de juego, un extenso terreno des-tinado a las prácticas agrícolas, de verduras y hortalizas. Prepa-rábamos el suelo, sembrábamos, cuidábamos y cosechábamos. Aprendimos a amar la tierra y valorar el trabajo de los campesi-nos. Mi padre nos decía: «Dentro de cada uno de nosotros hay un campesino. Lo notamos con solo ir al campo y acercarnos a las plantas o a los animales.»

Para seguir la secundaria el plantel no podía ser otro que el colegio Nacional Bernardo Val-divieso. Allí nos educamos to-dos los varones. Mi padre había pensado un programa de capa-citación durante las vacaciones,

que me lo hizo saber a fin de que escogiera con tiempo el oficio que yo quería tener, pues a noso-tros nos formaría como a judíos, dándonos una profesión y un ofi-cio, si no era con la primera nos defenderíamos con el segundo. Escogí ser tipógrafo y en las va-caciones del primero y segundo años, pasé aprendiendo y prac-ticando en la imprenta del diario La Opinión del Sur.

En las vacaciones del tercer curso, y yo con 15 años, traba-jé en San Ramón, en el terreno escogido para construir la hi-droeléctrica de Loja en la vía a Zamora donde aprendí y practi-qué el oficio de cadenero (cuya labor es asistir a los topógrafos o a los ingenieros). Aprendí a ma-nejar el machete para hacer tro-chas en la selva, a medir con cinta y a colocar el teodolito y el nivel. Allí trabajaban más de ciento cin-

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tualmente se quiere ver en toda quema sólo aspectos negativos, el conocimiento campesino se lo está estigmatizando con la arre-metida de quienes lamentable-mente confunden con la quema provocada o intencional.

En Ingeniería forestal las que-mas controladas o quemas pres-critas son necesarias e impres-cindibles en el manejo forestal, desde luego realizadas por téc-nicos; se mejora la regeneración arbórea mediante el control de las especies vegetales competi-doras y el aumento de la dispo-nibilidad de elementos nutritivos esenciales, varias especies de ár-boles, especialmente heliófitas, requieren de claros grandes, re-lativamente libres de vegetación competidora para regenerarse con éxito (Fredericksen 1998, Fredericksen et al. 1998, Mosta-cedo et al. 1998). Estas mismas especies por lo general tienen también, la capacidad de sobre-vivir a los incendios forestales mediante el rebrote vigoroso de sus sistemas radiculares que se mantienen intactos luego de la quema.

Que en el pasado se hacían quemas controladas con gran efi-ciencia, prácticamente sin ries-gos, muy diferentes a las quemas irresponsables de hoy, es otra cosa. El agricultor extremaba los cuidados, acumulaba en el centro de la parcela el material a que-mar y más que nada estudiaba el tiempo y el momento propicio

para realizar la quema. Y sí fue una costumbre arraigada que-mar el pajonal, áreas más o me-nos extensas dedicadas al pas-toreo con el doble fin: uno para que el ganado tenga pasto con el rebrote del pajonal, porque seco no lo come y éste a través de las décadas o siglos de soportar la quema anual, no se degradó, me-jor se repotenció, por las razones expuestas, y, dos para provocar lluvia.

Muchos actores sociales po-drán oponerse a la idea del uso de quemas controladas debido a que los incendios incontrolados constituyen una seria amenaza para la integridad económica y el valor económico de los bosques y de todo bien. Claro que uno de los aspectos más negativos de las quemas controladas es el riesgo potencial de escape de éstas, lo que se convertiría en un flagelo.

Sin embargo, cuando se utilizan bajo condiciones apropiadas y de forma segura, pueden tener varios resultados favorables y ser un instrumento silvicultural eficiente. Es responsabilidad de la persona a cargo del manejo fo-restal decidir cuándo, dónde y en qué condiciones usar las quemas controladas.

Conclusiones:

1. Los esfuerzos que se dan en todas las instancias para prevenir y controlar los fue-gos provocados por gente desaprensiva, irresponsable, ignorante —este sí— o por pirómanos son totalmente loables, hay que apoyarlos y cada vez prepararse más.

2. El conocimiento campesino hay que respetarlo, para eso hay que conocerlo, hay mu-cho que aprender y cuando cesen los detractores, con seguridad se rescatará la costumbre sana de utilizar el fuego como herramienta productiva y como una aliada en el combate de incendios provocados. Por eso estoy de acuerdo con el proverbio chi-no que dice: “Cuando quieras aprender algo, pregunta al hombre con experiencia no al hombre con estudios”. ⊡

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cuenta personas en condiciones duras y peligrosas. Durante mi corta permanencia murió acci-dentalmente un trabajador y, el Jefe de Trabajos se enfermó con hongos en los pulmones. Así, supe desde entonces cómo era el trabajo de la gente pobre. Cuan-do al mes salí a Loja, qué mal me habrán visto mi madre y mi hermana mayor que se pusieron a llorar y le pidieron a mi padre terminar el entrenamiento. Él ac-cedió pero yo debía recuperar las vituallas que dejé en San Ramón. Como fallaron mis encargados, debí viajar solo y por las vituallas únicamente. La carretera llegaba hasta punto alto de la cordillera oriental (El Trigal: 3.100 m), de allí en adelante había que avan-zar por un camino de herradura de casi 16 km hasta llegar al cam-pamento a una altura de 1.500 m. El tramo descrito se lo hacía en

5 horas. De El Trigal a Loja, igual por camino de herradura había otras 3 horas.

El entrenamiento me hizo mu-cho bien: por primera vez gané algún dinero con trabajo duro y, conocí de cerca a la gente nece-sitada y lo vital que era para ella tener trabajo, de cuya remunera-ción dependía su familia.

Mi padre, con profesión de abogado, político, estudioso lec-tor, escritor, periodista, catedrá-tico universitario y magistrado, tuvo una intensa vida pública desde joven universitario hasta un día antes de morir. Esto signi-fica unos 65 años de incansable actividad intelectual y de servi-cio público. Asumió muchas res-ponsabilidades cívicas, lo cual tuvo consecuencias en su hogar.

Mi madre debió encargarse de nosotros en todos los aspectos, excepto el económico, que mi pa-dre nunca descuidó; los hijos ma-yores asumimos algunas tareas como era normal en una familia de clase media, y observábamos el desempeño de nuestro padre, pues él mismo nos comentaba los asuntos que atendía. De manera que sabíamos la importancia y la complejidad de su trabajo y tam-bién conocimos nuevas facetas suyas: cómo cumplía oportuna-mente los compromisos; cómo se comportaba con las diferentes personas con quienes debía re-lacionarse en cada trabajo; posi-ción socio–económica, jerarquía, formación, nivel académico, etc.

Este seguimiento de su vida pública fue la mayor cantera de cosas que aprendimos de nues-tro padre. Seguramente cada uno de sus hijos otorgamos diferente importancia y sacamos diferen-tes conclusiones respecto a cada asunto.

Por mi parte, aprendí de mi padre que la responsabilidad, si es cabal, constituye la mayor de las virtudes, ya que incluye la bondad, la lealtad, la honradez, la perseverancia, la puntualidad, etc.; que toda persona, sea quien sea, debe ser tratada de la mejor manera; que no tenemos ningún derecho a maltratar a nadie; que a las mujeres, a los niños y a los ancianos, les debemos especial consideración nada más que por serlo, pues generalmente están en desventaja.

Aprendí de mi padre que todo trabajo, cualquiera que sea, dig-nifica; que la peor situación de una persona es no tener trabajo, más aún si tiene familia que man-tener. Que la lectura, el aprendi-zaje directo de los libros fuera de las aulas, a más de mejorarnos en la propia profesión, incrementa nuestros conocimientos y la ca-pacidad de entender mejor todo lo que observamos, y a tiempo surgen nuevas responsabilida-des cuales son la de emprender y desarrollar cuestiones más com-plejas y el deber de difundir y guiar a los demás en la búsqueda de nuevos horizontes de bienes-tar común.

De Jorge Hugo Rengel apren-dí casi todo lo que a comporta-miento se refiere, que se puede sintetizar algo como la posta de la vida, que los padres tenemos el deber moral de entregar a los hijos (y ellos a los suyos), nuestra hoja de vida limpia, libre de man-chas y zonas oscuras, cumplida con la mayor responsabilidad, a nuestra misma persona, a nues-tra familia, a la sociedad que es la ciudad, la Patria y el Mundo y, a la Madre Naturaleza. ⊡

Guayaquil, septiembre de 2.013

56 — Suridea

bes deben reunir requisitos, y la formación artificial de lluvia a partir de las nubes tiene que ha-cerse a través de la nucleación de éstas y cuando la lluvia no se da de forma natural, hay que provo-carla artificialmente sembrando en ella elementos que sirvan de «núcleos de condensación».

Esto es lo que hacía el sabio campesino: bombardear las nu-bes con partículas de CO2 que las transporta el humo producto de sus quemas. Entonces, el campe-

sino se valía de las quemas para dos propósitos, limpiar sus cam-pos y provocar lluvias, y claro que lo conseguía. Y por esto hay criterios peregrinos, con amena-zas incluidas, que lo que consi-guen es desmotivarlo.

Sí es dañina y hasta un cri-men de lesa humanidad, la que-ma indiscriminada o provocada, que destruye todo, es un delito tipificado en la ley, se hacen los mejores esfuerzos para evitar-la y tiene que ser sancionada drásticamente. Sin embargo ac-

Lanzamiento de yoduro de plata con cohetes para provocar lluvia

Siembra de nubes con yoduro de plata

ma de pastizales se destruye su sistema radicular, al contrario se revitaliza con la fertilización del suelo por la acción de la ceniza que aporta nitrógeno, fósforo y potasio especialmente, elemen-tos tan escasos en nuestros sue-los, lo que ayuda a obtener mejo-res rendimientos de los cultivos. La ciencia ha comprobado que tampoco hay destrucción de la microfauna del suelo, es tan poca la afectación, que se renueva rá-pidamente.

La historia del uso de las que-mas data de siglos. El campesino con su sapiencia, no por la «in-veterada costumbre», o por «ig-norancia», quema. Usó el fuego como herramienta o medio, entre otros motivos, para que llueva.

¿Qué hace hoy la ciencia para provocar artificialmente lluvia?: bombardea las nubes, lo que se llama siembra de nubes. Pri-mero, desde el siglo xix se utilizó hielo seco o nieve carbónica (an-hídrido carbónico CO2) por ser un gran refrigerante, que sirve como excelente núcleo de condensación (induce a la nucleación de las nu-bes), lanzado con cohetes desde plataformas terrestres o desde un avión; posteriormente se uti-lizó yoduro de plata (AgI) que igualmente actúa como núcleo de condensación de los cristales de hielo de las nubes para que se precipite en forma de lluvia. An-tes del bombardeo de nubes con hielo seco o con yoduro de plata, se las bombardeaba con polvo de tierra muy fino utilizando méto-dos muy precarios pero de gran efectividad, lanzado de los globos aerostáticos, basados siempre en principios físicos de hidrostática e hidrodinámica de la atmosfera, ya que es bien sabido que para que haya precipitación, las nu-

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Suridea.— Hace días soñé con Fausto Aguirre cayendo del millonési-mo piso de un alto estante de libros. Soñé que caí agarrado de una par-tícula de polvo que tardaba en llegar al suelo como demora la luna en devorarse un océano. Quizá fue porque esa noche yo había estado leyen- do La Biblioteca de Babel, y una extraña molécula de Borges ingresó en mis pulmones y subió a mi cerebro, o quizá porque me había zampado medio litro de helado de chocolate. Al fondo de un callejón sin salida, donde unos perros dibujaban corazones y unas ratas recitaban versos, una niña me arrancó la bufanda y se la devoró como una serpiente pitón. En una pared de ladrillo, Salvador Dalí pintaba un grafiti: ¿A. F. Rojas es comunista? Yo tampoco. Aguirre leía un tratado, pero de pronto las pa-labras se achicaron: Juventud... ¿pueden interpretar lo que leo? Ustedes son viejos, yo soy apenas un niño. Yo me elevé sobre una cabeza de alfiler para proclamar una verdad milenaria: Un hombre puede hacer mil libros, pero mil libros no hacen a un hombre. ¿Han visto por aquí a Sancho Pan-za? ¿Cómo terminan quienes leen libros de caballería?

Wilson Castillo.— Bueno, existen lectores y lectores.Conozco a alguien que dice haber leído más de

2.000 libros y al verlo hablar y razonar —si estofuera cierto— le da ganas a uno de no volver

a tocar un libro en lo que le resta de vida. Porotra parte, quienes nacieron para acoplarsea la lectura y la toman como placer o como

conocimiento, responsablemente, al contrariode lo que pensaba Hemingway, pienso que pueden

ser más felices, por el hecho de volverse más humanos.Suridea.— En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre

no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vi-vía un hidalgo de los de lanza en astillero, adar-ga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Desper-té creyendo haber visto

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Poeta… ¿Cuándo tu amor Se transfiguró Es una acuarela De signos asustadizos En una astrología desbaratada?

¿Qué escribiste César Cuando los suicidios De las noches Mataran las frases Dejándote huérfano En el tiempo?¿Qué sentiste Cuándo en tu país Los árboles Emigraran sus vestidos De arcos iris Para mudarse con las melancolías De aquellas tardes de franela?

¿Cuándo las lágrimas Tus lágrimas Se enterraran En las arenas De los versos perseguidos Transformándose en tu funeral Y en el adiós?

¿Qué deseabas Cuando tu mano latía Palpando la piel nevada De tu necesitada Georgette?

Dime… Poeta… donde busco esto en tus versos.

Franco Muñoz L.

«Es una equivocación garrafal sentar teorías antes de disponer de todos los elementos de juicio». Anónimo

La quema de la vegetación por parte del agricultor a través de los tiempos ha cons-tituido parte de su vida y su desarrollo

productivos. Los pueblos indígenas utilizaron el fuego, desde la antigüedad, para desmontar el matorral y establecer cultivos temporales y de colonización, así como para revitalizar los pastos forrajeros en pasturas. En el trópico se quema por varias razones, para la reducción de la vegetación competidora, la preparación de sitios destinados a la plantación o la siem-bra, la limpieza de campos con la eliminación de malezas o malas hierbas, insectos y enfer-medades, y la reducción de la carga de materia combustible para evitar o controlar los incen-dios forestales (ITTO 1997).

Por los beneficios anotados el agricultor utiliza la quema. No es cierto que con la que-

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un cristal como fondo de botella en el paredón de la casa de Juan de Salinas. Al acercarme vi que proyectaba un video. Escenas minimalistas: palabras, muchas palabras, ¿al director le gustan las palabras?

Wilson Castillo.— Entien-do perfectamente tu percepción. Hoy pueden parecerte palabras, pero el día en que Fausto Aguirre no esté más físicamente en este mundo, se hablará de testimo-nio. Entiendo además el adjetivo de minimalista, es más, estoy de acuerdo con ello. Yo tengo una influencia de un cine así, como el de Bergman, quien ha sido mi maestro, el director que se toma todo el tiempo del mundo para dejarnos pensar. No estoy para divertir a nadie en el sentido lú-dico del verbo, estoy para propo-ner un planteamiento para quien quiera recibirlo. Ya dejando de lado las formalidades, me gustan mucho las palabras, tengo sed y hambre de ellas, en especial de las que me pueden confortar. A mí siempre me han faltado a lo largo de mi vida, y las valoro, por encima de algo que es importan-te para la mayoría, como el sexo por ejemplo…

Suridea.— Busco una cuerda para bajarme la luna. Tan solo le daré un mordisco y la dejaré en su lugar. El problema es que no sé cómo dejarla: a veces me cuesta decidirme en cuestiones tan sim-ples como éstas: si quisiera be-ber en ella, tendría que dejarla en cuarto creciente, de lo contrario la pondría en cuarto menguante. ¿O es al revés, míster W. C.?

Wilson Castillo.— Cuarto menguante definitivamente. Lo que me hace pensar que el hecho de menguar ayuda, y no contradi-ce su definición. De eso conocen

mucho los japoneses, me refiero al equilibrio.

Suridea.— Nombres, ¿qué hay detrás de los nombres? O, dicho de otra manera, ¿qué haces tú aquí, a media noche, mirando ese extraño video? Las gentes que llenan el teatro han venido de tierras lejanas, allende el río Za-mora, más allá de San Sebastián. ¿Te importa lo que piensen de tu trabajo?

Wilson Castillo.— Lo he dicho públicamente, y tú como entrañable amigo lo sabes mejor que nadie, me importa exclusi-vamente lo que piensa Gabriela, a quien he dedicado todo mi tra-bajo, porque si hago algo, signifi-cativo o no en mis quehaceres, es gracias a ella. Ahora, estamos en una ciudad con tendencia a la crí-tica facilona y no nos extrañamos cuando se decapita a un coterrá-neo, los lojanos no nos queremos ni nos estimamos entre nosotros. Yo estoy satisfecho con mi traba-jo y siempre escucho con aten-ción a quien sabe de lo que me habla, porque eso es lo gracioso, a veces te dan razones personas que entienden de cine lo que yo entiendo de álgebra. Cuando uno se dedica en serio a cualquiera de las artes debe esperar todo, tanto la crítica mordaz que no lo amilane pero si es coherente re-flexionarla; y por otra parte los embelesos y felicitaciones, que

si son sinceros no le hinchen el pecho ni eleven absurdamente su mirada.

Suridea.— Non fuyardes, vi-les y descomunales criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. En todo caso, Caballe-ro de la Triste Figura, ¿entramos nosotros en el juego?

Wilson Castillo.— Hay un grupo de folk metal, que es odia-do por la mayoría de rockeros, que le dedicó un disco concep-tual al libro, se llama «La leyenda de la mancha»… En general su música ha marcado mi vida, a pe-sar de la aversión que les tienen, son una gran banda… Excelentes músicos, hablando de gustos y no de valoraciones estéticas… Ves, hay gente que le gusta «Loja la tribu perdida de Israel» y yo no los condeno, cada quien tiene el derecho de que le guste lo que le apetezca siempre y cuando no sea un juicio de valor, para eso hay que estar muy preparados, en todos los ámbitos, incluso en el psicológico.

Suridea.— La ciudad luce so-litaria. Don Quijote debe estar durmiendo, no se diga Sancho Panza. Es muy tarde, quizá sea ya de madrugada, pero Aguirre aun debe de estar sobrevolando miles de libros en su pequeña partícula. ¿O ya habrá llegado a la tierra? En todo caso, jamás volve-ré a comer tanto helado. ⊡

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POEMA QUE OBTUVO EL LAUREL«PIEDRA NEGRA SOBRE PIEDRA BLANCA»EN EL XIV ENCUENTRO POÉTICO«VALLEJO Y SU TIERRA»

¿Qué sentías Cuando las miradas De las constelaciones Soñaban… Con tus versos en paraísos prohibidos?

¿Qué palpabas Cuando envejecías lentamente En el tiempo Revoloteando las fauces De tu olvido? ¿Qué escribías Cuándo todo era inconcluso Ante los ojos ciegos De las noches Que se olvidaban De suspirar?

Dime…¿Qué creías Cuando tus letras En las horas ahuecadas De tus necesidades Se agrietaban En sus caídas?Dime… poeta¿Qué pensabas Cuando el hambre Destrozaba tus recuerdos de niño Y fueron opacando Tus inviernos de bolsillo? ¿Qué sentías En el París ardiente Cuando la enfermedad Y el viento Te sedujera Los húmeros Y la boca del silencio Te arropara La tristeza del dolor?

César Alva, Presidente del Centro de Estudios Vallejianos del Perú, con Patricio Guzmán Cárdenas

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Desde lo testimonial y literario, las memo-rias son un purgante, un hacerle desembu-

char al pasado parte de lo que engulle y entierra. Siendo inexac-ta, la evocación es mucho menos adulterada que la historia tradi-cional.

A finales de los sesenta nos internamos en la selva y en inci-

pientes caseríos de la provincia de Zamora Chinchipe. Digo esto porque eran puntos estratégicos para la investigación que Jaime Galarza Zavala dirigiera respecto a las condiciones de vida de los campesinos de esa provincia y de la de Loja. Fue en agosto de 1969 cuando la iniciamos con decenas de brigadistas. En base a los in-formes de los responsables de

Stalin Alvear

cada brigada Jaime Galarza escri-bió Los campesinos de Loja y Zamora Chinchipe.

Los pormenores técnicos, científicos, humanos y logísti-cos, fueron afrontados por Jaime como si fuese un académico es-pecializado, mérito insoslayable de quien no tenía educación for-mal. Su PhD ha sido la vida de un desprendido combatiente.

En esa encrucijada descubri-mos descarnadas y gratas reali-dades. Lo que más impresionaba —aparte de la extrema pobreza en la que vivían— era la inte-ligencia de la gente del campo, su bondadosa campechanía. Al contarnos historias fantasio-sas o reales, la verbalidad de estos paupérrimos tribunos se apropiaba de nuestra atención y de los anocheceres. A menor aislamiento geográfico, su ser

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Los intelectuales, los académicos, los profesores, los estudiantes, los artistas, los científicos y toda persona altamente pensante, profesional o no, que ha hecho del libro, o más bien dicho de la lectura, un medio de vida, porque desde él puede proyectar su humanismo y su cultura, debe seguir defendien-do la cultura del libro no como un mero objeto de comercialización —que es lo que hace mucha gente para ganarse la vida, pero no para proyectar vida desde el libro—, sino como un espacio, quizá el más importante del ser humano, para que el libro se de-mocratice, se popularice y se difunda como objeto sagrado de lectura, y no como mera letra muerta.

Es decir, desde el valor que el texto tiene, dada la más alta consideración que el libro se merece, bien sea desde su presentación física o virtual, pueda estar a la mano, o en la mano de todos quie-nes llegan a pensar que el texto escrito no es una mera mercancía que se toma para utilizarlo de vez en cuando, para cumplir una tarea o un deber, sino para que haya un pleno desarrollo convivencial de un lector que sabe, desde lo más profundo de su in-terioridad, que el texto posee un aire sagrado, por-que invita a compenetrarse de su realidad desde la más alta valoración humana. Se trata de un lector que sabe lo que está leyendo; es un entendido que con su actitud lectora consagra el valor que el texto tiene.

Cuando el libro circula, es decir, cuando se lo difunde no debe ser al estilo de una mera comer-cialización como lo hacen, por ejemplo, aquellos vendedores que van a una institución educativa para vender un lote de libros, a través del profesor de aula o de las autoridades educativas, como si

estuvieran vendiendo salchichas o cualquier otro producto del mercado. Claro, al vendedor lo que le interesa es vender, a veces sin que tenga ni idea del carácter sagrado del texto. A él, al vendedor, eso le importa un comino; lo que desea es que el producto se venda, no que se lea.

Como sostiene Gabriel Zaid: «El comercio del li-bro parte y se aparta del templo» (2010, p. 45). Los vendedores, los libreros, los distribuidores, las edi-toriales y hasta los bibliotecarios y profesores poco conscientes del valor sagrado que el texto tiene, lo que hacen del libro es una simple mercancía, en la que como cualquier otro producto comercializan el libro desde un simple bla bla para que el lector compre el libro por el mero hecho de comprarlo, de manera que lo mismo les da que el comprador o adquiriente del libro, lo lea o no.

El texto que está de boca en boca de entendidos que saben lo que él contiene (y aquí entran todos los buenos lectores, sean libreros, profesores, es-tudiantes, empresarios, vendedores…), lo divulgan, lo comercializan en el buen sentido de la palabra, lo hacen público desde la cultura de la lectura, con ese carácter sagrado, con sabor a templo, porque saben de lo que están conversando y del valor que él tiene; pues, lo hacen con la mayor seriedad, con el mejor formalismo y con lo más excelso de su ser de personas; configuran un diálogo, lo revelan a los demás; se trata de una conversación que atrae porque saben difundir un saber, el del texto, no al estilo del que comercializa para simplemente ven-der, sino al estilo del que sabe difundir la nobleza que el libro respira, no para degradarlo sino para consagrarlo. ⊡

Galo Guerrero Jiménez

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bre arreciaba. Al verlo a Jaime saborear un convite cada quien se arrepentía de su flojera, ya que de acuerdo a tradiciones in-memoriales, no aceptar esa bebi-da significaba un desaire. Jaime tampoco lo había hecho antes, pero su recia formación pudo más que nuestra endeble como-didad citadina. Su liderazgo se manifestó hasta en ese detalle.

En algún punto del Oriente, la dueña de una fondita humilde nos daba de comer. Al ver que yo pagaba, al chileno le llamó la atención porque él y yo ignorá-bamos qué papel cumplían los

dicharachero se propagaba pri-moroso. Ninguna penuria lo en-tristecía, salvo el navajazo del adiós. De regreso, aún se oía el saldo de unos ecos y el silbido de las despedidas. Si esas campesi-nas tenían dos huevos para cam-biarlos con sal, nos los brinda-ban. Esa generosidad congénita conmovía a los brigadistas.

Aquella justa sociológica, polí-tica y humana nos puso a prueba a todos y en distintos sentidos. El aprendizaje de esta brutal reali-dad, reforzó —con la objetividad de lo vivido— nuestras posicio-nes ideológicas. La mayoría de los brigadistas éramos jóvenes que no habíamos salido de la ciu-dad de Loja. Quizá también por eso tal experiencia fue sorpren-dente y aleccionadora.

En edad, el benjamín de aquel contingente fue Jorge Mora En-ríquez, colegial principista que fuera apresado con su grupo por el ejército en Gualaquiza. Mori-ta, como le decíamos, era hijo de Jorge Mora Carrión, Rector de la Universidad Nacional de Loja, personaje que desde su cargo apoyó ésta y tantas otras cau-sas. Sus clases de sociología me siguen rondando, así como su ejemplar y digna militancia iz-quierdista. Fue, en resumen, un rector impecable. Me olvidaba de Alfredo Valarezo Loaiza, otro adolescente y valioso brigadista.

Jaime Galarza nos dio el pri-mer ejemplo cuando indígenas shuaras, al ser visitados, le brin-daron un jarro de chicha de yuca mascada, brindis que él aceptó y tomó de inmediato. Que él no probaba eso ni muerto manifes-tó Ulises Gómez Navarro, amigo chileno que procedió a escabu-llirse junto conmigo. Luego de una espera considerable, el ham-

bolsillos. Lo hacía porque Jaime me encargó que manejara un di-nero como tesorero. Sin que sea una responsabilidad de impor-tancia, sentí algo en mi interior. En respuesta, anotaba el más mí-nimo gasto, talvez con un exceso de prolijidad. La pulcritud moral de Jaime debe haberme motiva-do. «No es delito comprar dos mediecitas de cantaclaro», me dijo Jimy González una noche. Propuesta respaldada por unani-midad.

Ulises me pidió que le adqui-riera cuatro espelmas. Al pre-guntarle para qué las quería,

De izquierda a derecha:Alfredo Jaramillo A., Jaime Galarza Zavala, Stalin Alvear y Rodrigo Álvarez Celi.

(Acto de solidaridad con Cuba)

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en los componentes emociona-les del relato, descubiertos por el lector por medio del diálogo y del propio comportamiento de los personajes, sin apenas descrip-ciones.

Su primer gran detective, el mencionado Continental Op, está inspirado en el que fuera jefe de Hammett en la agencia de de-tectives Pinkerton. Pese a haber publicado en 1927 El gran golpe, una novela centrada en el análisis de una víctima de la sociedad, a Hammett no le llegó la celebridad como escritor hasta 1929, año en el que publica Cosecha roja y La maldición de los Dain, aunque es El halcón maltés (1930) el libro que le consagrará definitivamen-te y en donde nace Sam Spade, el detective que, junto al Nick Char-les de El hombre delgado, va a lle-var a Hammett al parnaso.

La novela negra tiene en James Cain (1892–1977) otro de sus precursores. La violencia y la au-tenticidad del lenguaje son las ca-racterísticas más destacadas de su narrativa. Sus protagonistas son personas corrientes que, por motivos personales, se convier-ten en asesinos, víctimas irreme-diables de la injusta organización social. Sobre sus personajes gra-vita un fatalismo que los impul-sa al asesinato y que determina que, en el momento de matar, los acontecimientos se vuelvan con-tra ellos. Así, cuanto más inteli-gentes parecen, más se esfuerza

el destino o la propia conciencia en condenarlos.

También destaca como nove-lista William Irish (1903-1968), pseudónimo de Cornell Wool-rich, ya que es considerado el creador de la novela de suspen-se, caracterizada por el procedi-miento de hacer surgir obstácu-los, que parecen infranqueables. Estas trabas provocan en el pro-tagonista una espera angustiada y es esa espera lo que constituye el suspense. Su producción lite-raria está ambientada en Nueva York y en ella se respira el clima de pesadilla, en el que viven en-vueltos los personajes. Sus temas más habituales son la muerte (el proceso de la muerte del amor) y el mal, que acecha al inocente. En su particular carrera contra el tiempo y la muerte, la víctima será fatalmente perseguida por un conjunto de fuerzas destruc-toras, que harán inútil su obse-sión por salvarse o por vengar al ser amado.

A partir de los años 40, la no-

vela negra va a tener una tenden-cia predominante, la psicología criminal, así como numerosos subgéneros, como la crook story (basada en la vida de delincuen-tes profesionales), la police pro-cedural (relativa a la policía y a sus métodos de investigación no siempre lícitos) y la peniten-tiary story (narrada por presos, se centra en la vida en prisión). Es Patricia Highsmith la figura femenina más destacada de la psicología criminal y de la crook story y su obra destaca por cen-trarse en la génesis del crimen, que suele partir de una gran idea, y por la importancia que le concede al comportamiento del delincuente, mezcla de instinto y razón; todo ello enmarcado en ambientes cotidianos y con un ritmo lento, que contribuye a crear una atmósfera de violen-cia verbal y psicológica. Su obra es un aguafuerte complejo, frío y corrosivo de las relaciones hu-manas, en especial las de la pa-reja, siendo el inquietante delin-cuente Tom Ripley (A pleno sol) el protagonista más habitual. Del ¿quién lo hizo? de la novela po-licíaca tradicional y del ¿cómo lo hizo? de la novela enigma se pasa al ¿por qué lo hizo? de la novela psicológica criminal, corriente que en la actualidad sigue tenien-do exponentes. ⊡

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contestó: «Esta noche voy a ser crucificado». Según las efigies asignadas a Jesucristo, Gómez Navarro guardaba un parecido con el hijo del carpintero: era alto, delgado, de barba algo ro-jiza, desaliñado pero simpático. A su correa —o a la soguilla que hacía sus veces— le abría cada día un hueco, quizá por las cami-natas o porque no se comía mu-cho.

Por la noche y en la fonda aquella, durante una hora Ulises permaneció pegado contra la pared, sosteniéndose sobre una silleta, cual santo desolado, casi

nuestra amistad se estrechó al máximo, noté que políticamente Ulises se inclinaba más al cristia-nismo de izquierda que a la ten-dencia socialista.

Como recorrer a pie tantas ha-ciendas tornábase extenuante, el chileno refunfuñaba cuando al preguntarle a un campesino dónde quedaba algún lugar, éste le respondía «a la vueltita no-más». «Y dónde queda esa cabro-na vueltita», le gritaba, mientras mis carcajadas se repartían en las hondonadas.

Al hablar de literatura, la con-versación se volvía interminable.

Sentados en la orilla y a través de un destartalado transistor oímos que Ho Chi Min había muerto. Por su ejemplo y en esa extendi-da soledad le dedicamos un re-cordatorio. Premonitoria muerte ya que después de poco se dio el golpe de Pinochet. Ulises dejó un hogar relativamente acomodado e influyente para incorporarse a las luchas de entonces. Su padre era director de Puro Chile, perió-dico de circulación nacional que apoyó a Salvador Allende hasta el final, es decir, hasta la hora de su muerte. El papá de Ulises había logrado asilarse en Argentina.

Escribiendo unos textos para una reedición ampliada de An-tes que me olvide, por internet me entero que desde el 11 de septiembre de 1973, día acorda-do por el traidor Pinochet para dar el golpe, Ulises estuvo preso ocho años en una cárcel inmun-da. También llego a saber que por su temple definido y revolu-cionario lideró —incluso en esas condiciones— a la población car-celaria, reclamando no derechos, sino un trato menos bestial, aun-que eso le causara encierros en celdas destinadas para el ablan-damiento.

Por una gestión clandestina de la Vicaría de Solidaridad de Santiago de Chile, pudo exiliar-se en Francia hasta el 8 de mayo de 2011 día de su fallecimiento. Por ser un militante disponible, su destino no le fijó patria. Como un pequeño homenaje transcribo un párrafo del artículo de Nelson Rodríguez Sandoval, periodista chileno:

«Ha muerto un gran tipo. Una persona íntegra. Un gran com-pañero, con quien me tocó vivir días difíciles, derrotas

De izquierda a derecha:Hernán Ribadeneira, Stalin Alvear, Manuel Agustín Aguirre y Enrique Ayala Mora.

Tenía en esa línea una prepara-ción interesante, cercana a la de un buen profesor. Personalmente, me encantaba su don de improvi-sador. De lo que recuerdo decía que una palabra gastada podía sonar bonito siempre que con-tribuyeran las aledañas. Hilvano lo más aproximado. Lo recuerdo lanzándose de un farallón a un hondo del río de La Palmira, ha-cienda que, como trofeo, conser-vaba los restos de un cepo: sím-bolo de la crueldad terrateniente.

desnudo y en pose de sacrificio. Pareciéndose de veras a Jesucris-to, antes y con un esferográfico rojo había dibujado unas man-chas de «sangre» en sus rodillas y en las palmas de sus manos. La luz debilucha de esas velas res-plandecía en su perfil y en sus fic-ticias gotas de sangre. Ese Cristo en serio desclavado, dolorido sin estar o talvez estando, lejos de causar risa dejó una estremecida y absorta sensación. No he podi-do quitarlo de mi mente. Como

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las cuatro, con sus movimientos que más parecen un acto sexual en el aire, mientras la solista can-ta para dormir juntitos, abraza-ditos.

Se anuncia la terminación de la peña con el agradecimiento a los presentes y corro a pararme en la puerta para esperar a que salga esta mujer que me tiene con la cabeza cuadrada. Unos más borrachos que otros salen tambaleando y yo en la vereda del frente, parado hecho el tonto para que no vayan a pensar que espero algún descuidado para robarle y me manden a dormir en un calabozo. ¡Dios mío! Salie-ron todos menos ellas. La puerta se cierra y nada. En esa incerti-dumbre se abre una puerta pe-queña y sale Carmelina, un señor la espera con la puerta del auto abierta, ella sube y parte. Quiero gritarle ¿dónde quedó Sonia?, sin embargo detengo el grito con la esperanza de que no demora en salir. Y en verdad, sale guapísima. ¡Sonia, mi amor, soy tu esposo!, y me acerco a su vereda. Ella me mira incrédula, se da cuenta que no soy ningún otro que su Bolívar y me da la espalda con un gesto de desprecio, un auto se acerca y ella sube. ¡Sonia, tus hijos…! Y no puedo decir más, el auto y mi es-peranza pierden de vista. El aho-rro para la vaca, también.

—La vaca, soy yo. ⊡

Al mismo tiempo que la novela enigma alcanzaba su apogeo con personajes como Hércules Poirot (Agatha Christie), se producía un fenómeno que iba a revolucio-nar las claves del género: el nacimiento en EE. UU. de la novela negra, principalmente de la mano de Dashiell Hammett (1894–1961) y su investigador Continental Op, paradigma de un tipo detective privado novedoso para la época, el hard–bolied o duro de roer, casi tan violento, cínico y marginado como pueda serlo un delincuente. Su ascensión va a ir ligada a la miseria y a la creciente vio-lencia de la sociedad norteamericana de los años 1920, que sufrió la Ley Volstead o «ley seca». Las revistas lite-rarias baratas (15 centavos de la época) y de gran tirada, como Black mask, contribuyeron a propagar la corriente hard–bolied, en la que la acción trepidante se enmarca en la cruda realidad norteamericana.

Los escritores abordan la cotidiana realidad criminal con temas como el gangsterismo, el crimen político o la piratería financiera. El tratamiento realista de la temáti-ca criminal, coetáneo del realismo de Hemingway, John Dos Passos, Steinbeck y William Faulkner les lleva a los escritores a incorporar a la novela negra técnicas de ori-gen periodístico, un ritmo rápido de diálogos concisos repletos de expresiones de argot, una perspectiva be-haviorista (objetivismo absoluto) y unos personajes y ambientes propios de la cultura urbana (detectives bru-tales y desenvueltos, aficionados al whisky y a las muje-res fatales), que surgen como respuesta literaria a toda esa violencia. No obstante, a Hammett le corresponde el mérito de aglutinar los factores, que hicieron posible el nacimiento de la novela negra. El insólito vigor y la autenticidad casi documental de su obra se deben, sin duda, al hecho de haber trabajado como detective priva-do. El secreto de su éxito reside más en sus personajes y su lenguaje que en la historia misma. Su originalidad estriba en el tratamiento behaviorista de la narración,

Carlos Ferrer

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dolorosas y de quien aprendí algunas claves de sobreviven-cia indispensables en aquellas duras jornadas».

Por la misma vía me entero de que Ulises Gómez, aparte de todo lo demás, fue director de la película El último viaje, logro de cineastas chilenos y suecos. La acogida de este film en París había sido muy comentada. Este dato que me ha sorprendido, jus-tifica mis criterios sobre su per-sonalidad que ya en aquel tiempo se perfilaba brillante.

Como mi persona, y por unos meses, Ulises colaboró colateral-mente con Orientación, perió-dico dirigido por Jaime Galarza Zavala por encargo de Manuel Agustín Aguirre, otro irreducti-ble luchador y rector de la Uni-versidad Central del Ecuador. El talento y la valentía de Galarza Zavala brillaron muy altos, tanto que en mayo de 1970 el gobierno dictatorial de Velasco Ibarra ya preparaba el asalto del ejército a la universidad así como la prisión vejatoria contra su eximio rector. Un claro aviso fue el dinamitazo a la imprenta universitaria.

De los conocidos, Orientación fue un periódico de gran cate-

goría y de riesgosa frontalidad. La historia de los pueblos lati-noamericanos lo ha de recoger como prototipo. Sus paradigmas fueron Manuel Agustín Aguirre, Rafael Galarza Arízaga (padre de Jaime) y Jaime Galarza, por su-puesto. No es desproporcionado opinar que Orientación se pare-cía a lo que debió ser el periódico de Marat, durante las barricadas y las horas tormentosas de la Revolución Francesa. Si para al-guien este criterio resultase exa-gerado, valdría preguntarle si el cerebro del Doctor Manuel Agus-tín, debió pedirle favor al de un europeo.

Un editorial o crónica de uno de los periódicos empresariales de ese tiempo azuzaba contra el compañero Ulises Gómez. Decía algo como que un desgarbado y peligroso subversivo extranjero hacía de las suyas en la capital de la república. Un grupo de compa-ñeros le ayudó a salir del país.

Me olvidaba adicionar tres si-tuaciones:

1) Una primera etapa de Orientación fue dirigida por el Doctor Rafael Galarza Arízaga, luchador de antigua data e inte-lectual relevante. Problemas de salud lo distanciaron. Por deci-

sión de Manuel Agustín Aguirre, Rector de la Universidad Central del Ecuador, Jaime Galarza Zava-la tomó la posta.

2) Luego de aquel dinamita-zo y en una imprenta particular, se supo que en un mismo día y clandestinamente se hicieron dos ediciones de Orientación, lo cual insinuaba su grado de acep-tación.

3) Por un limitado tiempo y alojados en la residencia uni-versitaria, estuvo en Quito un grupo de compañeros que cola-borábamos logísticamente con las luchas de Jaime. Su familia y aquel equipo lo acompañamos al famoso debate que sostuviera en un canal televisivo con el in-geniero René Bucaram. Galarza defendiendo sus valientes y pa-trióticas denuncias expuestas en El festín del petróleo y el ingeniero Bucaram justificando a las empresas petroleras interna-cionales. Aunque esa labor haya sido modestísima, nos sentíamos orgullosos de aquello y, en mi caso, de retirar los artículos del Doctor Galarza Arízaga para el aludido periódico, también por la oportunidad de mantener una fraterna e ideológica amistad con el Doctor Aguirre Ríos. Otro com-pañero llevaba a la imprenta los editoriales de nuestro gran pai-sano.

El Ecuador, como Estado, debe reconocer en Jaime Galarza Za-vala al máximo pionero de las luchas contra las transnacionales petroleras. Que ahora quede para la inversión social un amplísimo porcentaje de las regalías; si bien ha sido una valiente y soberana acción del presidente Correa, sin los antecedentes de Jaime, a lo mejor, hubiese sido más difícil. ⊡

Loja, junio – 2013.

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Colón hacia la 18 de Noviembre. En esa manzana se dejan ver res-taurantes. «La Tulpa», dice un le-trero, suena a cocina, aquí come-ré. ¡Vaya llevando!, dice un señor a la entrada, y me entrega una volante. La recibo por no dejarlo con la mano estirada. Un arroz con menestra, sin carne, por fa-vor, para reducir el precio. Mien-tras espero el plato, miro la hoja volante: «Gran peña bailable, con música rocolera y bailarinas a todo dar». ¡Buenazo! Ni de bro-ma para ir a ese baile, ni estando con ella.

Las cuatro bailarinas lucen casi desnudas en la fotografía, ¡qué flacas!, ¿será que la flacura es signo de belleza? ¡Dios mío! ¡Esta se parece a Sonia! ¡Esta otra a Carmelina! Me acerco a la lám-para de la cajera para ver mejor y la similitud aumenta. ¡Imposible tanta semejanza!

El arroz con menestra, sabe a tormento. Tengo un nudo en la garganta que no sé cómo qui-tarlo. En mi tierra ya estuviera en la cantina embruteciéndome más, porque el alcohol, en vez de aliviar las penas, las agrava y conduce a estúpidas acciones. La incertidumbre me consume. No sé si regreso a vigilar el cuarto o tomo un taxi para que me lleve al lugar de la peña. Más de la mitad queda en el plato, el hambre tam-bién necesita paz. Salgo indeciso.

¡Señor taxista!, ¿puede llevar-me a esta dirección? ¡Con mu-cho gusto, señor, suba! «Hora: 20:00h». Comenzó hace más de dos horas, pero seguro que dura-rá hasta la madrugada si es como en Perú, actos como este duran hasta el otro día.

¡Servido, señor! ¡Gracias! No hay duda, ahí está el letrero enorme, luminoso y el ritmo de

un pasillo que se escapa por la puerta entreabierta. Entro he-cho el mojigato para esconderme en el público, trato de ir hacia la tarima para ver de cerca a las bailarinas y no cometer una tor-peza confundiéndola con otra. Ella jamás piensa que estoy aquí, además debe estar muy ocupada como para que ponga atención al público. Me siento en una mesa y pido una cerveza para disimu-lar mientras canta el señor de la tarima. ¡Ha sido la presentación del maestro Walter Rodríguez!, grita el animador que brilla con su traje de metal. El hombre hace la venia y deja el escenario.

¡Es momento de presentar a las chicas sexis! Una hermosa mujer toma el micrófono y canta un reggae muy conocido en mi país; luego asoma una columna de mujeres casi desnudas, las de la foto. La sensualidad de los movimientos despierta y arranca aplausos a los asistentes. No hay duda, ahí está la mía, mi paisana también.

Quiero gritarle ¡Sonia, es-toy aquí! Para que no se vaya al camerino cuando termina el blo-que de canciones, pero no; ha-ría el ridículo en medio de tanta gente y en tierra ajena. Vuelve el maestro Walter Rodríguez con su guitarra llena de pasillos; el público aplaude en abundancia para agradecer por Nuestro Jura-mento, el hombre parece que ha escuchado cantar a Julio Jarami-llo y la cerveza fluye como agua; el wiski llueve.

¡Ahora les ofrecemos músi-ca sexi con chicas más sexis! Anuncia el animador. Otra her-mosa mujer toma el micrófono y las cuatro bailarinas parecen lombrices sacadas de la tierra torciendo el cuerpo con movi-

mientos sexuales. No desprendo la mirada de la tarima y por mo-mentos parece una pesadilla, no puedo creer que haya venido de Cajamarca en busca de mi esposa y estar tan cerca y tan lejos que no puedo estrecharla entre mis brazos.

Un señor del público llama a Sonia, ella baja de la tarima y le atiende. ¡Dios mío!, casi está sen-tada en sus piernas y con escasa ropa. Regresa a la tarima y si-gue bailando. Otro señor llama a Carmelina, le atiende y sube a la tarima. No sé qué están traman-do. ¡Salud Bolívar! ¡Sírvete pata! Cuando se termina el bloque mu-sical, las dos mujeres bajan, los hombres las toman de la mano y desaparecen por un zaguán. Quiero seguirlos, pero qué puedo hacer, seguro que más allá hay guardias de seguridad y no me dejarían pasar.

¡Es tiempo de presentar al preferido en la rocola, al cantau-tor ecuatoriano Segundo Rose-ro! Los aplausos inundan la sala cuando escuchan diecisiete años cruzan por tu vida y el hombre hace llorar a los borrachos que le acompañan con sus voces des-templadas. Me limpio los ojos empañados por el llanto para ver si asoman las mujeres. Las dos bailarinas que quedaron en el es-cenario también se fueron, quizá regresen las cuatro cuando don Segundo Rosero deje el entabla-do.

El hombre que fue con Carme-lina regresa al salón, se sienta en su mesa y sigue libando, luego viene el otro, se ubica en su mesa y continúa la fiesta. ¿Y las perua-nas? Es la última canción del ro-colero, luego vendrá otro bloque de reggae, entonces las bailari-nas regresarán. Claro, ahí están

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El Sistema Integrado Filarmó-nico infanto–juvenil – SINFÍN, es un proyecto que promueve la for-mación musical en niños de 6 a 16 años en la ciudad de Loja, lide-rado por la Dirección General de Relaciones Interinstitucionales y su Unidad de Gestión Cultural de la Universidad Técnica Particular de Loja.

Esta propuesta apunta tanto al desarrollo social como personal del niño, empezando a cultivar el arte musical desde temprana edad.

El Instituto Técnico Superior Beatriz Cueva de Ayora, en estos cuatro años mediante un conve-nio firmado con la UTPL, fue el lugar donde se desarrollan los talleres de iniciación musical, expresión corporal, taller vocal, instrumentos folclóricos, lutería (construcción de instrumentos musicales), coro, violín, viola, violonchelo, contrabajo, flauta, oboe, pre–orquesta, ensamble, montaje y puesta en escena.

Pedagogía y destreza

La formación que se le da al niño está enfocada en la motiva-

ción, confianza, limpieza de oí-dos, escucha creativa, comunica-ción activa y alegría inspiradora, sumados los valores humanísti-cos y cristianos que promulga la UTPL.

Desde octubre de 2009 se vie-ne trabajando con la educación musical a temprana edad para el niño, preparándolo de una for-ma agradable y efectiva para el aprendizaje de las tareas escola-res, sumado a las habilidades cor-porales, motrices, psicosociales, emocionales y artísticas que de-sarrolla con la práctica musical.

El maestro Winfred Mitterer es el director de SINFÍN y al equi-po se suman los instrumentistas y talleristas de la Camerata Arkos y Coro Universitario, grupos de arte de la universidad. «Hemos sentado en este tiempo las res-pectivas técnicas instrumentales y vocales para poder enfrentar con solvencia sus presentaciones futuras» indica Mitterer. Comen-ta además, que la intención tam-bién es que los niños pierdan el miedo a la hora de interpretar las piezas musicales frente al públi-co, desarrollar la concentración a la hora de acoplarse a otros ins-

trumentos y fortalecer su autoes-tima al sentirse capaces de pro-ducir sonidos agradables al oído con sus instrumentos.

La metodología que utilizan es un tanto inversa, es decir, el niño aprende desde el instrumento no desde la teoría, como convencio-nalmente se realiza.

Conciertos, la recompensaal esfuerzo

El proyecto inició con 212 ni-ños, después de tres meses se realizó una representación de la primera fase denominada: Expe-dición SINFÍN, en enero de 2010. En julio de ese año realizaron su primer concierto en el cual se evidenció el éxito alcanzado en la formación musical de estos niños.

Por lo que se abrió una segun-da temporada en agosto de ese año para dar la oportunidad a que más niños se introduzcan en el mundo de la música.

Suridea — 49

jos, ya hace más de un mes. Dijo que el 25 de diciembre no traba-jarán, entonces vendrá a visitar-nos, porque de puertas adentro, tienen la comida y dormida todo el tiempo pero no pueden salir más que el domingo y un día no alcanza. ¡Falta medio año! Debo guardar la calma, esperar y cui-dar a mis hijos, para que cuando venga los encuentre grandotes.

No sé cómo soportar la sole-dad, esta amiga fiel que no me desampara y ¿qué mala com-pañera? Luisito y Verónica me acompañan con esa compañía de hijos, ellos con sus travesuras, sus juegos de niños disipan la ima-gen de mi esposa por instantes; no obstante, apenas se duermen vuelve la necesidad de mi flaca, el solo tocar las canillas heladas de soledad, me tirita. Ahora que siento en carne propia la separa-ción de la pareja, comprendo la desesperación que debe reinar en quienes pierden al compañero o compañera de toda la vida; me-jor no vale pensar en esa posibili-dad que carcome el alma; porque Sonia me ama de verdad y antes de decidir su viaje nos prometi-mos fidelidad hasta la muerte, para felicidad de nuestro hogar; y nos fijamos una meta: traba-jar y ahorrar para comprar una casa. Con casa propia implemen-taremos un negocio y daremos educación a nuestros niños. Por ellos, consideramos que todo sa-crificio se justifica. Cuando venga Sonia le plantearé la posibilidad de que yo también vaya a Loja o a cualquier parte de Ecuador para trabajar los dos, hasta eso, los niños ya irán a la escuela. ¿Qué importa que se hagan «monos»?, ventajosamente ya se ha borrado la enemistad de Huáscar y Ata-hualpa, ha pasado la amenaza de

la guerra y los pueblos procuran eliminar las fronteras para que seamos ciudadanos universales.

Los recuerdos trotan con la ve-locidad del olvido. El último día que tuve a mi flaca fue cuando partió a Ecuador. ¡Qué distante lo veo y más lejano aún el de su re-greso! Cada amanecer trae un ga-lope de tortuga, la esperanza de volar del avestruz, la incomuni-cación del siglo dieciocho y hasta los niños pronuncian menos la palabra mamá y su nombre. Cada vez que veo a un cóndor surcan-do el aire andino sin fronteras ansío su libertad, quiero asirme a sus sueños y volar como nube de septiembre para llegar con la travesura del viento a la cocina de Sonia, a su almohada; para vi-gilar su pensamiento.

¿Y si no trabaja puertas aden-tro, como sospecho?

Este sector es Carigán y aquí está Tambochasqui. ¿Cuánto debo señor taxista? Dos dólares. Ahora, a preguntar por el do-micilio del doctor Luis Antonio Quizhpe Achupallas. Encuentro la casa y el hombre con toda fir-meza, aquí las domésticas traba-jan de lunes a viernes y de ocho a dieciocho horas. Entonces, ¿a dónde va sábado y domingo? Con la incógnita dando vueltas en la cabeza, voy en busca del cuarto de Carmelina. Otros dos dólares para el taxista. ¡A la calle Colón, frente al parque Bolívar, señor! Tendré que preguntar los nom-bres de los arrendatarios en todas las casas, menos mal que solo es una hilera. En el tercer piso vive la señorita Carmelina Wilca. Subo las escaleras al trote, en cuanto la encuentre, le daré un abrazo, entregaré los dulces en gratitud por ayudarle a mi mujer; luego le pediré que me

ayude a llegar donde Sonia, no hay duda que ella conoce. Todas las puertas cerradas. Golpeo la primera, nadie. Golpeo la segun-da, nadie. En ese cuarto vive la señorita Carmelina, informa una señora, ¡Gracias! Golpeo despa-cio, más duro; repito, pero nadie. Llamaría a Carmelina, pero si no hay nadie en el cuarto. Bajo las escaleras, ¡señora!, soy familiar de Carmelina, y debo entregarle una encomienda que enviaron sus papás, permítame esperar-la aquí. Espérela nomás, señor. ¡Gracias! Regreso al tercer piso y me siento a cuidar la puerta. Al-gún momento llegará.

No sé qué pasa con Sonia. Los primeros meses no fallaba con doscientos dólares, bajó a ciento cincuenta, luego a cien. Parece que es un ausentismo graduado, ¡pronto bajó a cincuenta y por último a cero!, ¿será que no tiene trabajo o pretende abandonar a los hijos? Cuando falló en la vi-sita que nos ofreciera para Navi-dad, entendí que algo funesto se venía y creo que aún no vivo lo peor. Escuché en las radios ecua-torianas que el 25 de diciembre es feriado y ella lo supo a tiem-po, por eso me anticipó su visita; pero llega Navidad y nada le im-portan los hijos. Con los últimos ahorros para la vacona, vengo en busca de mi esposa, ¿quién sabe si regreso sin dinero y el corazón hecho pedazos? Espero que no. Que el supuesto descuido sea por falta de trabajo; porque con ella soportaré la pobreza, para estar solo, prefiero la tumba. Mis hijos, jamás perdonarían que por dine-ro hayan perdido a su madre.

Son las diez de la noche. Voy a comer algo, a más de la angustia, no soporto el laberinto de intes-tinos vacíos. Camino por la calle

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Suridea — 17

Desde entonces se han venido desarrollando algunos recitales donde los niños han demostrado sus habilidades y las destrezas del instrumento que tocan. No solo han tenido presentaciones en nuestra ciudad sino también en algunos lugares del país, como Portoviejo, Huaquillas, Zamora, Manta y Bahía de Caráquez, de-leitando al público asistente con sus representaciones y el caris-ma que estos niños tienen en es-cena.

Además la Orquesta Infanto-juvenil realiza conciertos didác-ticos con la finalidad de no solo presentar lo que han aprendido, sino demostrar que las técnicas aprendidas son exigentes pero no imposibles de aprender y de esta manera motivar a más ni-ños y a sus padres a unirse a este grandioso proyecto.

Así mismo en Cuenca se reali-zó el V Concurso Internacional de Música Clásica: jóvenes talentos,

Gina Ordóñ[email protected] de Gestión de laComunicación de la UTPL

organizado por el conservatorio de música Fronteras Musicales Abiertas – FROMA, en el que par-ticiparon dos niños de violonche-lo, tres de violín, grupos de cáma-ra: coral de flautas y quinteto de vientos madera.

Mitterer comenta «esta fue una grata experiencia y consti-tuye la primera de categoría in-ternacional para los niños, desde su presentación en la primera ronda estos niños para mí ya son ganadores, porque requiere va-lentía para enfrentar al jurado, al público, tocar de memoria, domi-nar el escenario».

El coral de flautas obtuvo el segundo lugar y el quinteto de vientos madera el tercer lugar en grupos de cámara, mientras que la niña Martina García Segarra obtuvo el primer lugar y el niño Nicky Baculima Bustamante, el tercer lugar en la categoría de cuerdas frotadas.

Actualmente integran SINFÍN aproximadamente 200 niños, los cuales perteneces a la Orquesta Sinfónica Infanto-juvenil en sus niveles inicial, básico y avanzado; la Orquesta de Instrumentos An-dinos; el Coro de niños SINFÍN; además de ensambles y grupos de cámara.

Winfred Mitterer indica que «el proyecto es una manera de sumarse a los esfuerzos para la formación musical de la niñez y

juventud, ofreciendo un formato que prioriza el canto coral y el estudio de los instrumentos an-dinos».

Lo que se busca por medio de la nueva generación de artistas, es acrecentar el nivel artístico de la ciudad de Loja, median-te la propuesta de expresiones musicales por elencos sinfónicos orquestales, corales y de instru-mentos andinos, fomentar el es-tudio de las especialidades ins-trumentales correspondientes al reparto estándar sinfónico or-questales y finalmente incentivar y difundir el patrimonio musical de autores nacionales y universa-les. ⊡

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olla, a probar si se han ablanda-do las arvejas para agregarle un poco de guineo. Cuando Carme-lina vino a visitarnos, contó que la sopa de guineo con arvejas es una comida preferida por los lo-janos e hizo para enseñarnos. Es-tuvo deliciosa, claro no tanto por-que haya sido preparada por ella, sino por el quesillo que le puso. Nosotros también hemos hecho esa sopa, pero sin el ingrediente que le da exquisitez. Ahora co-meremos esta sopa con hojas de culantro. Carmelina cuenta que allá, la acompañan con aguaca-te. Queda de chuparse los dedos, dijo, y uno, para no bajarse. Qui-zá Sonia encuentre chamba de puertas adentro, para que coma la comida de los patrones, la sopa de arveja con guineo y aguacate. ¡Solo falta que de repente venga, así de gorda, mi flaca; ¡Hay Dios mío!, cómo deseo que le vaya bien.

Enciendo el televisor para que los niños se entretengan miran-do la televisión, cargo mi mochila de herramientas y salgo en busca de algo para arreglar. Golpeo la puerta de mi vecino, sale la es-posa con la cabeza envuelta en

una toalla, le saludo y anuncio mis servicios: arreglo paredes, baños, grifos, duchas, instalacio-nes eléctricas. ¡Gracias!, dice don Milton González Tafur al asomar-se a la puerta. El hombre ha sali-do detrás de la esposa para saber por qué llaman. Cuando necesite sus servicios le llamaré, vecino. ¡Muy amable, don Milton, Dios le pague! Estos ricachones son así, prefieren tener una gotera per-manente en el baño a gastar en un grifo nuevo; echar un balde de agua al inodoro antes que pagar el arreglo de la boya. Acá, cerca, vive don Edgar Daniel Navarro Serrano, quizá él me dé una pega. Aplasto el timbre y contesta la empleada doméstica. No quiero decir nada porque la cocinera no toma decisiones; sin embargo ante la voz de la mujer y su pre-gunta: ¿qué necesita?, suelto mi razón: arreglo baños, grifos… El dueño de casa no se encuentra, regrese más tarde, señor! ¡Gra-cias, señorita! Y continúo con la mochila al hombro, llena de es-peranza en Sonia. Aquí, cualquier jornalero se come la camisa, en Loja, pagan bien y lo que es más, en dólares, que transformados a soles, abultan.

Mira, Carmelina, creo que me conviene trabajar puertas aden-tro, para ahorrar el cuarto y la comida. No, flacuchenta, yo co-

mencé así, pero pronto me di cuenta que no resulta. Si te com-prometes las ocho horas, tienes las noches y los fines de semana, esa ganancia te da para el cuarto y tus cosas, el salario de cocinera lo mandas a tus hijos. ¿Qué ga-nancia? ¡No seas tonta! Si te pa-rece podemos pagar este cuarto a medias, para ahorrar la mitad. ¿Pero no traje cama, confiando en que me darán en el trabajo? Duermes en el piso hasta que compres una. Bueno, por ahora, pata, ayúdame a buscar una pega de cocinera, niñera, lo que sea. Enseguida saldremos, pero antes debemos sacar unos dos certifi-cados de trabajo. ¿Quién puede darme? Nadie te va a dar, Sonia, los haremos nosotras. Mira, en el basurero encontré un papel que dice: «Padrón Electoral de los Miembros de Número de la Casa de la Cultura Benjamín Carrión Núcleo de Loja», ¿no crees?, ¡per-sonas de prestigio! ¿Y qué hago con ellas? Mira, escaneamos este certificado que me dio mi jefe y en vez del nombre de él escribi-mos este de aquí: Dr. José Tori-bio Imbaquingo Neto; luego este otro, Dra. Gloria Herminia Álva-rez Cacay; y en vez de mis nom-bres, escribimos los tuyos. ¡Qué genial! Sí que eres lista. ¡Apue!, pata, si no te avispas… ¡Listo, va-mos a un cyber!

¡Dios mío!, no sé cómo agra-decerte por el milagro que has hecho con mi flaca. ¡Me envió doscientos dólares! Trataré de ahorrar cincuenta cada mes para comprar una vacona, entonces no saldré a buscar trabajo sino a vender leche y mis hijos tomarán leche todos los días, y sopa de arvejas con guineo y quesillo. Si pudiera visitarla. ¡Qué ansia de verla!, para que abrace a mis hi-

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El contenido del presente es-tudio puede resultar controver-sial si consideramos que la(s) identidad(es) en las sociedades modernas se construyen a partir de interacciones comunicativas entre los grupos que constitu-yen tales sociedades. Reprodu-cimos al respecto lo que escribe Fernando Tinajero en su artículo La paradoja de nuestra identi-dad: «Las identidades sociales no son sellos indelebles que la naturaleza haya impreso en el alma popular, sino caracteres transitorios que expresan la for-ma que asume la vida social en determinadas condiciones his-tóricas […] las identidades, aun-que conservan ciertos caracteres de larga duración, se modifican y configuran nuevas fisonomías sociales, políticas y culturales». Así, las manifestaciones cultura-les, dinámicas como la vida mis-ma, sometidas en las sociedades modernas por los intereses eco-nómicos, las nuevas tecnologías, las estrategias del mercadeo, etc., configuran nuevas formas de en-tender y valorar los productos culturales que tradicionalmente constituyeron aspectos identifi-cativos de pertenencia a un país.

Vicente Jaramillo Fierro

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a los sectores marginales, a los campos, a la frontera con bultos de ropa, medicamentos, golo-sinas, chucherías, frutas; para cambiar con monedas, con po-llos, cuyes.

Sonia saldrá a media noche de Piura, para llegar de día y ahorrar una noche de posada. Lo primero que hará es buscar a Carmelina y si no la encuentra, se irá al parque Jipiro, ahí va a descansar la gente que trabaja, por eso los domingos dicen que se llena ese parque y por eso se fue hoy, para mañana deambular por el parque a ver si encuentra algún paisano y consigue ayuda. Allá trabajan muchos peruanos y puede que alguien le extienda la mano.

Llegamos al cuarto, Luisito y Verónica juegan con el carro de plástico y la muñeca de trapo; por un instante parece que han olvidado la orfandad, yo no. Pre-paro sopa de fideos con papas, cebollas y culantro para calmar

el hambre de los niños a la hora de la merienda, yo no quiero comer. No sé por qué, pero des-de que salí de la terminal, tengo un nudo en la garganta que no puedo digerir. Es un estorbo que llena el estómago de incertidum-bre, de nostalgia. ¡Ay! Dios mío, si los gobernantes probaran una pisca de pobreza, no hubiesen pobres en el mundo; porque, conociendo su sabor no quisie-ran volver a probarla ni que sus congéneres se alimenten con ella y trabajaran en lo que ofre-cen, gastaran su energía en crear industrias para que se ocupe la mano de obra, en centros artesa-nales para que trabajen las mu-jeres, los jóvenes; construyeran viviendas a bajo precio con lar-gos créditos; entonces los pobres avanzáramos a comprar una casa y muchos trabajáramos aunque sea de peones; pero no, ellos se gastan el tiempo y el dinero en peleas estériles que no producen más que ira en quienes encende-mos el televisor y no escuchamos más que los ataques politiqueros en vez de soluciones para salir de la pobreza. Si los políticos proba-ran una pisca de miseria, tuvié-semos un país en desarrollo, con los hombres y mujeres ocupados en actividades positivas, cuidan-do de los hijos, educándolos para el mañana. Si los políticos fuesen más humanos, los hombres y mu-jeres no salieran de su tierra en busca de vida y estuviésemos en el lugar de nuestro nacimiento, bajo el mismo techo, comiendo de la misma olla; pero no, ellos viven otro mundo, un mundo de opulencia; donde nada les importa la angustia de los ni-ños huérfanos con padres vivos, el dolor de las madres y padres solitarios, por la desintegración

familiar y el desbarajuste social, que será el costo que pagará la nueva sociedad.

Ahora madrugo, preparo el desayuno, doy de comer a los ni-ños y preparo el almuerzo. Corro a lavar la ropa. A las ocho de la mañana salgo a las volandas en busca de qué hacer: arreglar un baño, instalar un grifo, compo-ner una ducha, o cualquier ocu-pación pequeña que me dé unos cinco o diez nuevos soles y regre-sar con los resuellos encontrados a ver a mis hijos para servirles el almuerzo, hacerlos dormir con el cuento de que mientras duerman su mamacita irá a darles un beso. Mientras los niños duermen, co-rro al locutorio de la esquina y marco 59 30 72 54 55 70 con la esperanza de escuchar la voz de Carmelina o la de Sonia. Le con-taré que los niños lloraron al despedirla, que la extrañan, pero que están bien, que salí en busca de una pega y me gané tres soles instalando unos focos; le pre-guntaré sobre la posibilidad de trabajo. Sin embargo, el aparato suena en un abismo solitario. Re-pito los números 5 9 3 0 7 2 5 4 5 5 7 0, por sí metí mal el dedo con la cabeza saturada de nostalgia que tengo, pero no escucho nada más que el timbre en un mar de silencio. Asiento el auricular y regreso a ver a mis hijos, con el pesar, la incertidumbre. Quizá no hay quien conteste porque salie-ron a buscar trabajo.

La extensa noche levanta sus alas de gallinazo y se va, quizá el nuevo día traiga algo de cla-ridad a este mundo de tinieblas. Ya tengo el desayuno listo para los niños, los levanto para que coman y mientras ellos cucha-rean, arreglo el cuarto, lavo la ropa y vuelvo a la cocina a ver la

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El planteamiento que intenta-mos desarrollar corresponde a la siguiente interrogante: ¿En qué medida la música llamada «roco-lera» o «música de rocola» cons-tituye una forma de identidad de los ecuatorianos?

La música rocolera no tiene relación ninguna con el género rock. La denominación deriva de rocola (de Rock–Ola, marca de una máquina tragamonedas que con el tiempo se convirtió en sinónimo de la máquina), el aparato tragamonedas que por los años setenta y ochenta toca-ba discos de 45 revoluciones por minuto, conocido también como victrola, traganíqueles, vellone-ra, o wurlitzer. Esta música que se manifiesta principalmente en los géneros bolero y pasillo can-ta generalmente al despecho y la traición de la pareja, y no es exclusiva de Ecuador, ya que se da en otros países aunque con distintos nombres, como músi-ca vellonera, carrilera, cebollera y música de amargue o bachata. Sin embargo, mientras que en otros países latinoamericanos este tipo de músicas de bajo prestigio, no se incluyen entre las canciones llamadas naciona-les o representativas, en Ecuador tienen particular connotación, de manera particular el pasillo, por cuanto este género es con-siderado «símbolo musical de la identidad nacional ecuatoria-na». Tampoco existe en el país un acuerdo sobre la música rocole-ra. Los estudiosos de las ciencias sociales llaman música rocolera a la música popular ecuatoriana de bajo prestigio social o como la música que se tocaba o se toca en la rocola. Mientras tanto, los pro-ductores musicales, cantantes y público en general clasifican a

la música rocolera como aquella que se utiliza para escuchar, be-ber y recordar las circunstancias emocionales producidas por las rupturas de la pareja.

Según la musicóloga guayaqui-leña Ketty Wong en su ponencia El pasillo rocolero en el imagina-rio de los ecuatorianos «La músi-ca rocolera emerge en un perío-do de grandes transformaciones sociales, políticas y económicas en el país, generadas principal-mente por la migración campesi-na a la ciudad, el descubrimiento del petróleo en la región oriental, el crecimiento urbano y la indus-trialización y modernización del país. Este estilo musical aparece inicialmente en la región costeña como un repertorio de boleros antillanos y valses peruanos que cantan a la decepción amorosa en la relación de pareja». Pero la misma autora observa que no to-

dos los géneros de la música anti-llana (boleros), peruana (valses) o ecuatoriana (pasillos), forman parte de la música rocolera. Se da esta denominación a aquella música sentimental que general-mente está asociada con la canti-na y las decepciones amorosas.

Períodos de la música rocolera en el Ecuador

La musicóloga Wong establece tres períodos en la evolución de la música rocolera: los precurso-res, período de transición y los clásicos de la rocola.

Los precursores. (Década 1950–1960) Dos artistas del canto popular, con un indudable carisma que atrajo a muchísimos seguidores, Daniel Santos (1916–1992) y Julio Jaramillo (1935–1978) son los precursores de la música rocolera. Considerados como «gente del pueblo» porque los identificaban o asociaban con el comportamiento llamado de la gente común: la búsqueda del éxito, la vida bohemia y la fama

DANIEL SANTOS

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Vamos a pagarle los fiados con la esperanza de que la veterana quede contenta y vuelva a fiar-me; porque si no envías dinero hasta un mes, no sé de qué vivi-remos el resto del tiempo aquí con mis dos hijos tiernos; porque con ellos no podré trabajar ni de ayudante de albañil y tú sabes, lo duro que es no encontrar qué echar a la olla. Por lo menos pa-gamos las mensualidades atra-sadas del televisor, entonces, si la situación se pone espinosa, vendes el televisor. No dudaré en hacerlo, el problema será, ¿quién me lo compra?, si toda la gente anda alcanzadita para la comida del día, no se puede gastar en co-sas que no son indispensables.

Llega el día de la partida, voy con Luisito y Verónica a la ter-minal para despedirla. Un beso amargo, muy amargo es el ini-cio de una larga espera. No voy hasta Piura porque mi compañía solo aumentaría el gasto. ¡Mami no te vayas!, Solo se va a Piura, Luisito, pronto vendrá tu mami. ¡Mami llévame! Suplica Verónica. Los niños lloran inconsolables cuando reciben los adioses de su madre mientras el bus se aleja, yo también lloro, quizá más que ellos; con la diferencia de que tengo que aguantar el llanto en mi interior para tranquilizar a los niños con fingida calma. La mamita se va a Piura para com-prarles chocolates, pronto ven-drá, trayendo caramelos. Ahora vamos a esperarla en casa. ¿En qué casa?, si no tenemos casa, dijeran los niños si estuvieran un poco más grandecitos. Recuer-do que vivimos en un cuarto de adobes de la casa de los suegros, quienes al ver que no teníamos vivienda, nos ofrecieron. La vaca que vendimos también fue apor-

te de ellos. Te regalo esta vacona, dijo don Samuel, para que vendas la leche y Sonia se pasaba el día pastando al rumiante en los par-terres de las avenidas hasta que el alcalde la encerró con terne-ro y todo, hasta que juramos no volver con el animal a la calle; desde entonces comenzamos a robar hierba en los solares des-ocupados, en las lotizaciones no construidas, en las orillas de las quebradas; jamás se nos ocurrió vender la ganadería. Ella vendía unos diez litros de leche al día y yo sacaba unos veinte nuevos soles de jornalero; pero vino la crisis como una ola de tristeza. Llega el nuevo gobierno, los nue-vos impuestos también. Ya no sa-ben qué gravar, solo falta que nos instalen un medidor de aire en los huecos de la nariz para me-dir la cantidad que respiramos y cobrarnos por los centímetros cúbicos que gastamos al día; por-que, seguro que no consumimos igual cantidad, sobre todo los de-portistas, los pregoneros, perio-distas, los cantantes, los gordos, los altos, deben gastar más. Los ciudadanos se han empobrecido de manera que la construcción es limitada, todo mundo evita com-prar, todo mundo quiere vender. No consigo más de dos jornales por semana, botando escombros, limpiando jardines. Hace dos años que vendimos el último ter-nero y ocho días de lo que ven-dimos la vaca; porque el alcalde, valiéndose de la cantaleta de que hay que vacunar al ganado para tener leche segura, mandó a un veterinario para que inyectara a todas las vacas ambulantes y le puso una ampolleta esterilizante, la vaca no volvió a parir, aunque el toro diga que en la repetición está el gusto; entonces decidimos

venderla al matadero, que Sonia vaya a trabajar en Loja, yo que-daría cuidando a los niños. Los políticos son seres humanos sin alma, sin conciencia. Cuando ne-cesitan los votos del pueblo ofre-cen todo, con sonrisas hipócritas besan a los niños descalzos, se compadecen de las madres me-nesterosas, llevan médicos y me-dicamentos gratuitos a las aldeas marginales, regalan comida a los barrios rurales; por eso la gente prefiere los tiempos de campa-ñas electorales a los de aplica-ción de las propuestas. Porque cuando llegan al poder olvidan lo que ofrecieron; se acomodan de lo lindo en los cargos públicos con sus familiares y amigos y el resto de pueblo, que dio los vo-tos, resulta una carga insoporta-ble para el Estado que es necesa-rio eliminar. Entonces vienen las medidas gubernamentales con la lluvia de impuestos, eliminación de subsidios y restricciones para el trabajo. No se puede vender ni ofrecer un servicio en la ciudad sin permiso, permiso que es el pago de un impuesto por lo que aún no se gana. Por eso la gente pobre, para sobrevivir se lanza

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de mujeriegos, los convirtió en íconos populares, sobre todo por sus canciones que hablan de los desengaños y traiciones de las parejas. Con la fama lograda ante la gente común, se convirtieron en los iniciadores del estilo ro-colero. Particularmente, a Julio Jaramillo, con la fama de «Rui-señor de América», se lo asoció a la música rocolera después de su muerte, en la década del 70,

serranos comienzan a cantar pa-sillos en el nuevo estilo dejando establecido definitivamente el estilo conocido como el pasillo rocolero. Roberto Zumba, Clau-dio Vallejo, Segundo Rosero, Te-resita Andrade, Ana Lucía Proa-ño y Juanita Burbano cantan los nuevos pasillos, y son reconoci-dos en la opinión pública como los «artistas del pueblo». En esta etapa queda ya definida la dife-rencia entre el pasillo de inicios del siglo xx, nominado por Ketty Wong como «pasillo tradicional», para diferenciarlo del pasillo ro-colero, que es el pasillo preferido por los cantantes citados. Ade-más de Julio Jaramillo, que como se mencionó, ha sido reconocido como cantante de la rocola, tres personajes de la música popular de los 70 y 80 definen el estilo rocolero. Ellos son Naldo Cam-pos, Segundo Rosero y Aladino

cuando el estilo ya se había esta-blecido. Esta asociación se debió a que sus canciones se volvieron tan populares que se constitu-yeron en parte del repertorio de entonces, y que era escuchado en las rocolas, junto con las cancio-nes de Los Panchos y otros cé-lebres cantantes del momento. Quizá la denominación de can-tor rocolero fue sobre todo una etiqueta comercial, puesto que entonces el nombre de rocolero no tenía las connotaciones un tanto negativas que se le asignan ahora. Además, en las canciones cantadas por Julio Jaramillo se observa con mucha claridad una circunstancia un tanto ambigua, consecuencia de su popularidad. El público común incluye sus canciones en el repertorio de la llamada «música nacional», aso-ciándolas principalmente con el pasillo, género que Jaramillo gra-bó muchas veces. Tal es el caso del bolero Nuestro juramento, del antillano Benito de Jesús, que se lo confunde con el género pasillo, y más aún, se le da la autoría a Ju-lio Jaramillo.

Período de transición. (Dé-cada del 70) En esta década aparecen nuevos compositores de música popular ecuatoriana (Abilio Bermúdez, Naldo Cam-pos, Nicolás Fiallos, Fausto Galar-za y Cristóbal Vaca) y cantantes costeños (Kike Vega, Juan Álava, Chugo Tovar, Máximo León y Ro-berto Calero) que empiezan sus carreras cantando pasillos de los compositores de los 70, cancio-nes que no eran entonces catalo-gadas como música rocolera. En la misma década, Discos Cóndor, empresa disquera de Guayaquil, promueve ya la producción mu-sical de los 70 con portadas de imágenes de la rocola y la canti-

na. Así aparecen Los bravos de la rockola y el álbum Entre tragos, en donde se manifiestan los pro-pios cantantes de las canciones bebiendo en una cantina junto a varias botellas de cerveza. En este período se evidencia ya el estilo rocolero y el impulso que las empresas disqueras le dan, ya no solamente al pasillo, género con que se inician estos compo-sitores y cantantes sino a otros géneros latinoamericanos como el bolero y el vals.

Los clásicos. A finales de los 70 e inicio de los 80, cantantes

(Enrique Vargas Mármol). Naldo Campos es un músico, intérpre-te de la guitarra y el requinto, compositor y arreglista oficial de FEDISCOS y de empresas disque-ras nacionales e internacionales; Rosero y Aladino son también figuras reconocidas en el ámbi-to del canto popular, creadores de pasillos y boleros, con textos y melodías de carácter coloquial, casi siempre referidas al aspecto negativo de las relaciones amo-rosas, como la infidelidad y la ruptura de la relación.

El pasillo tradicional y el pa-

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Vendimos la única vaca. Nove-cientos cincuenta nuevos soles. Pagamos doscientos por la comi-da en la tienda de doña Pancha, para quitarle la cara de lunes que pone cada vez que voy por unos

huevos, arroz, azúcar; todo fia-do, hasta fin de semana, señora Panchita, hasta fin de mes seño-ra Panchita; y ella sabe que no llega el fin de semana, menos el de mes. Y es de verle la alegría, la sonrisa arrugada en las comisu-ras de los labios, cuando escucha. ¡Vengo por saldar la cuenta, se-ñora Panchita! Ya estoy quedan-do como calzón de indio, fía y fía. Y ella sonriente, no se preocupe don Bolívar, usted, un hombre honrado. Toma un cuaderno su-cio, roto; pasa las hojas ajadas de tanto hojear. Se detiene en una B que delimita el orden alfabético de los deudores y busca con cui-dado mi nombre. Se detiene en una página con columnas largas y suma. Espero en silencio para no distraerla. La lista es larga, pero con gastos de poco valor, una libra de sal, medio litro de aceite, una funda de fideos, una caja de fósforos, un sobre de ca-nela; porque hemos tratado de sacar a crédito lo menos posible y claro, comer como pájaros; porque el salario de ayudante de albañil, cuando hay, no da para

más y menos todavía, desde que la vaca cerró la llave.

Tú llevas doscientos, no pue-des ir con menos; porque quien sabe si encuentras trabajo en una semana. Hasta Piura cuesta veinte y de ahí a Loja, serán cin-cuenta, más la comida, quizá lle-gues con cien, que convertidos en dólares, quedará una bagatela. Si no encuentras chamba, tendrás que hacer remiendos para vivir en una casa posada hasta que puedas ganar algo. No Bolívar, no seas pesimista, tengo la fe puesta en la Virgen de El Cisne, ella nos ayudará para que trabaje y salga-mos de la miseria; luego en Car-melina, tú la conoces, sabes con qué pobreza salió y al poco tiem-po vino, no con riquezas, pero en otro pelo. Claro, que ella te ha ofrecido ayudar por lo que ya co-noce la ciudad; pero las dudas, no faltan, Sonia.

Otra parte de la vaca se que-da en la tienda de doña Meche.

Marco Vinicio Jiménez Figueroa

Marco Vinicio Jiménez Figue-roa, nació en Malacatos, Loja, Ecuador, en 1961. Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad Pedagogía, y en Lengua y Literatura. Magís-ter en Docencia y Evaluación Educativa.

Premio internacional de narrativa Todas las Sangres 2013, V Edición, por el cuento La vaca soy yo en Lima, Perú. En la actualidad es miem-bro del Taller de Literatura Pa’labrar, miembro del Con-sejo Hispanoamericano de Artes y Letras y miembro de número de la Casa de la Cul-tura Ecuatoriana Benjamín Carrión Núcleo de Loja; y profesor de Lengua y Litera-tura en la Unidad Educativa Bernardo Valdivieso.

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sillo rocolero. Aunque podría creerse que el pasillo rocolero constituye una evolución del pasillo canción de las primeras décadas del siglo xx, algunos investigadores de la evolución del pasillo ecuatoriano (Pablo Guerrero G. y Juan Mullo S.) es-tablecen que el pasillo rocolero tiene una tipología propia, po-siblemente relacionada con las condiciones marginales de gran-des sectores de la población la-tinoamericana. En Ecuador, el estilo corresponde a la situación de marginalidad de grandes gru-pos humanos que emigran desde los campos costeños y serranos hacia las ciudades de Quito y Guayaquil, con oportunidad del boom petrolero que se inicia en la década del 70 y la «moderni-zación» de las dos grandes ciuda-des. Estos grupos de emigrantes rechazaban de alguna manera a la sociedad dominante y sus pre-ferencias musicales del pasillo canción tradicional, para preferir las canciones tropicalizadas que provenían de la región del Cari-be. Puede aceptarse también el hecho de que si estas condicio-nes de marginalidad de un gran sector de la población ecuatoria-na han sido la tónica general de la historia social del Ecuador, el pasillo canción tuvo también su propio referente en los cantantes populares, aunque su presencia en la sociedad no se hace eviden-te por no considerarla digna de la aceptación del grupo social do-minante. Esto vendría a ratificar lo que señala Fernando Tinajero en la cita que transcribimos, de que las identidades sociales no son sellos indelebles, sino carac-teres transitorios que expresan las formas que asumen las socie-dades según sus circunstancias

históricas, y que por consiguien-te pueden ser modificables aun-que mantengan parte de su natu-raleza original.

Conclusiones. Una visión «tú-nel», sin ningún análisis puede llevarnos a la conclusión de que la música rocolera constituye en el imaginario de los ecuatorianos una versión degradada de nues-tra música popular considerada nacional, particularmente en el ámbito del género pasillo. Solo un análisis que considere los aspectos histórico, sociológico,

dad, aunque no sea justamente la calidad el resultado de tales transformaciones, porque es im-posible que se dé la calidad en la masificación.

El análisis sociológico conlleva también considerar el fenómeno migratorio que ha afectado una gran población ecuatoriana. La migración rompe los esquemas establecidos en el ser social, y, por consiguiente, es presa fácil de quienes comercian con las emociones, siendo una parte de la vida emocional la música. Los intereses de comercialización de la musical no reparan en pre-sentar las canciones rocoleras como «la música de mi pueblo». Al respecto, Esteban Michelena señala: «Si bien es cierto que hay una música que habla de eso que se parece a mi vida, también hay música dentro de este género que no repara en la posibilidad, lejana en verdad, de hacer reali-dad eso de la dignidad, del dere-cho a crecer, a despojarse de una actitud retardataria y chillona. El establecimiento goza viendo un pueblo que canta y festeja a la derrota, que acepta el estado de las cosas, que cree en la irreme-diabilidad del destino».

Lejos de representar estas músicas la identidad nacional, proyectan hacia afuera una ima-gen pobre de la cultura y arte na-cionales; pues, si bien existe una apreciable comunidad ecuatoria-na que se identifica con la música de la rocola, no constituye de nin-guna manera la generalización de que la identidad ecuatoriana, la de un país pluricultural esté representada en el estilo rocole-ro. Bien señala el antropólogo Al-fredo Santillán: «Esta música no refleja la identidad de los ecuato-rianos, la construye». ⊡

musicológico e incluso económi-co y comercial puede llevarnos a establecer criterios de com-prensión del fenómeno rocolero. Desde el punto de vista musical, este estilo «banaliza» la música tradicional, porque mientras la interpretación de un pasillo de los años 20 a los 50 requería una verdadera vocación interpretati-va, exigida además por el públi-co, las canciones de rocola solo exigen espectacularidad, a fin de que el o los protagonistas logren llenar los coliseos o los estadios. Ahora bien, desde el punto de vista sociológico, las sociedades evolucionan o involucionan, y por tanto, hay que aceptar esa dinámica que se impone la socie-

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mantenerlo limpio de espíritus extraños. Ahora, toda la esencia de demonio allanaba sus órganos a través de su boca, perforando su cuerpo por dentro, acabando con su vida. Trató de ver hacia la ventana, buscando el bálsamo de la luz de las estrellas y entrevió un rostro conocido que miraba la escena con el rostro lívido por el espanto. Era su esposa, que lo había seguido hasta allí. Tuvo el impulso de saltar para proteger-la, pero le fue imposible.

Anita veía horrorizada la es-cena, y rompió el cristal con un golpe extraviado. El ruido lla-mó la atención de la diabla, que regresó a verla con furia. Anita sintió cómo esos ojos brillantes y amarillos, encendidos igual que el infierno, le invadían el cerebro. Y luego invadían cada célula de su ser, sus huesos, su médula. Se apretó la cabeza con las manos, en un esfuerzo por sacar a la hechicera de su cuerpo, pero no pudo. Rodó las escaleras, pero a pesar del dolor, se levantó ense-guida y echó a correr, presa de una angustia insoportable. Sen-tía un veneno amargo dentro de sí, un embrujo fatal, la presencia del pánico desbocado.

Siguió corriendo, gritando desesperada, sin advertir los ca-rros que derrapaban en su ca-mino, tratando de sacar de su mente la infernal visión. Pero no importaba a donde mirara, se-guía viendo en su mente los ojos amarillos y sintiendo la persecu-ción del supay. El mundo de re-pente, se volvió inmenso. Corrió y corrió como una loca, por un tiempo que le pareció un siglo, hasta llegar sin saber cómo a la puerta de su casa, que atravesó dando tumbos en las paredes.

Llegó a su habitación y se es-

condió bajo la cama, aterrorizada por la visión amenazadora del mundo exterior. Y se quedó allí, inmóvil, sin atreverse a cambiar de su posición fetal.

Unos rostros asustados se aso-maron a su mundo al cabo de una eternidad. Ella trataba de decir sus nombres, pero no los recor-daba. Oía sus palabras y trataba de relacionarlas con algo en su mente, pero no podía.

—…tres días, por eso yo ya...—…solito, el guagua, pobreci-

to, qué desgracia…—…así son los hombres, hay

que estar de suerte…—¿Y no quiere salir? —No, no, no entiende…—Dolores —dijo Anita, cuan-

do al fin pudo articular palabra. Y fue todo lo que le quedaba de

comprensión del mundo exterior. Su hermana que había venido de Guayaquil, donde estudiaba, para encontrarse con aquel desastre. El pequeño Esteban que lloraba de hambre porque no había co-mido en tres días, su cuñado des-aparecido y su hermana que ha-bía perdido la razón. Los vecinos Carrión se apiadaron del niño y ofrecieron ayudar con los gastos de educación, en razón de lo bien que se llevaban sus hijos con Es-teban, desde que eran bebés.

Anita poco a poco recuperó la conciencia, pero no pudo superar su pánico. No pudo volver a salir de su casa jamás. Y su hijo, Este-ban Saritama, se quedó con una terrible culpa que cargar sobre sus hombros. Aunque se calló y no dijo nada. ⊡

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Wilson R. Castillo T.Director del Cineclub de la CCE-Loja

Entiendo muy bien cuando la crítica nacional se cebó con la película tildándola de «anacrónica». La dicotomía

política entre una izquierda llena de héroes sobredimensionados frente a un conservadurismo obstinado, hacinado en una aislada ciudad, está explotado hasta la saciedad. Por cierto que Tania Hermida deja muy claro sus intenciones desde los pri-meros minutos del metraje, hacien-do alusiones políticas —por todos reconocibles— a través de los nom-bres de sus personajes y su relación directa con nombres histórico–polí-ticos. El antagonismo entre el libre pensamiento y la tradición ultra–ca-tólica ha sido visto y resuelto, tanto estética como temáticamente, a lo largo de la Historia del Cine. Enton-ces, ¿por qué merece la pena ver En el nombre de la hija, de Tania Hermida? A continuación le propon-go algunas razones que trataré de exponer de la manera más lógica y coherente.

Primero, el reparto actoral, no pudo ser más que acertado, en espe-cial los personajes infantiles. Todos

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—Lárgate —le dijo con su úl-timo rastro de orgullo. Gonzalo siguió arreglando sus tereques, pero cuando se puso un hermo-so abrigo de cuero negro, largo hasta las canillas, su esposa saltó como fiera.

—¡Ese es el abrigo de mi papi! ¡Ese no te lo llevas, cabrón! —le gritó halándolo de una manga para quitárselo.

—¡Cálmate, cálmate, mujer! ¿Qué estás loca? ¡Suéltame! —au-llaba, luchando por liberarse de las garras desesperadas de Anita. Al final, pudo más la indignación de bruja de la mujer, y el hombre tuvo que salir corriendo sin nada más que lo que tenía puesto. Una vez afuera, Gonzalo se detuvo en una esquina para recuperar la compostura. Le dio un puñetazo a la pared del vecino, y le dejó un hermoso hueco decorativo. Luego se lamió los arañazos de la mano para calmar un poco el ardor. Se sentó a esperar a que la luz del interior de la casa se apa-gue. Podía irse sin ropa, sin un centavo en el bolsillo, sin nada. Pero no podía irse sin el bastón mágico.

Dio la una de la mañana cuan-do las luces se apagaron y la casa quedó en sepulcral silencio. Gon-zalo tenía mucho más que una vida secreta, tenía una responsa-bilidad con el mundo que yacía en su conciencia como parte de su naturaleza. Habría preferido decirle a su esposa lo que él era, pero le resultó imposible. El ser huérfana le había afectado los nervios. ¿Cómo decirle que él lu-chaba con demonios?

Y Sadia era tan diferente, tan sofisticada, tan comprensiva. Tan insoportablemente sensual. Era irresistible hasta tener que llegar al punto de quiebre al que

había llegado. Ella sabía todo de él y lo animaba cada día a seguir adelante. Era tan solo ese sentido de respeto hacia su juramento de matrimonio lo que lo había dete-nido de poseerla. Pero ahora el juramento estaba roto.

Gonzalo trepó al techo de la casa con facilidad. La casa vecina era un poco más bajita y formaba una rendija en la unión de los te-jados de ambas casas. El hombre se deslizó hacia el hueco que for-maba el techo de teja de la casa y el tumbado. Allí tenía guarda-do un cofre de madera lleno de pequeñas botellas de vidrio que contenían diversos preparados de hierbas que él usaba como he-chizos, y también reposaba allí el bastón mágico.

Lo tomó y saltó del tejado con agilidad de gato. Sintió un esca-lofrío al mirar hacia atrás y tuvo el impulso de volver. De ver al pequeño Esteban, de hacer las paces con Anita. Pero luego un imperceptible humo llenó sus ojos, y se volvió, encaminándose al cuarto de alquiler donde vivía Sadia.

Vivía por La Tebaida Alta, en la casa de un amigo policía. La ciudad yacía a sus pies, titilando tímidas sus luces anaranjadas. Gonzalo tuvo la sensación varias veces de que alguien lo seguía; pero al volverse, nadie se veía en el horizonte. Observó el atrapa-sueños para ver si le decía algo, pero la piedra marrón en su cen-tro estaba apagada y calmada. La pluma guía, azul y verde de su cresta, flotaba tranquila, ondean-do al son de sus pasos.

Abrió la reja negra que guarda-ba un largo pasillo, y luego subió por unas gradas que rodeaban la parte posterior de la casa hasta una menuda habitación que te-

nía una suave luz encendida. Allí estaba ella. Sadia vio su sombra llegar a través de la ventana, con una mirada hechicera, y una son-risa de satisfacción al adivinar lo que había sucedido. Se relamió los labios al adivinar su triunfo. Abrió la puerta temblando de emoción y recibió en sus brazos a Gonzalo.

—¡Al fin, amor! Al fin podre-mos estar juntos, ¿verdad? —le preguntó buscando la respuesta en el fondo de su alma.

Gonzalo besó sus labios con fruición. Luego arrojó lejos su bastón mágico, su camisa, sus pantalones y se arrojó sobre la cama, sintiendo a Sadia enreda-da a su cuerpo como una pitón en un abrazo mortal. El cuerpo de la mujer era algo increíble. Esculpido por los dioses, bron-ceado de luna, elástico como los tentáculos de un pulpo. Cuando la penetró creyó que se hundía en una piscina de ambrosía, y cuando ella produjo una rotación de 180° para cabalgarlo, pensó que había llegado a un cielo he-cho de miel, hasta que sintió una terrible punzada en el corazón.

Lo peor del fortísimo dolor era la certeza de que había cometi-do un error. Sin poderse mover contempló cómo su amada Sa-dia se convertía en un horrible supay. Sus hermosos ojos verdes se encendían como brasas dora-das, sus orejas se alargaban y sus dientes se convertían en afilados colmillos. Su piel se tornaba en áspera lija. La diabla le clavó la lengua en la boca, hurgándole las entrañas.

Gonzalo sintió una terrible asfixia. Recién se daba cuen-ta de la terrible trampa en que había caído. Su cuerpo de guar-dián tenía una debilidad. Debía

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no solo cumplen con su trabajo sino que además su interpreta-ción es tan natural, evocadora y decididamente convincente. Hay que ver que lo único que juega en su contra es el guión políti-camente forzado y —a decir de su directora— autobiográfico. Hay partes en las que se vuelve insostenible por este antagonis-mo que huele a pasado aburrido y superado. Estos fanatismos, como principios ideológicos, en un mundo que debe caminar ha-cia el humanismo y la tolerancia ideológica, no terminan de con-vencer. En todo caso insisto en la soberbia actuación de los ac-tores de menor edad, en un país cuya filmografía no tiene buenos antecedentes de participaciones infantiles memorables. Pero, de nuevo, si bien todos los actores están a plenitud, son eclipsados de manera forzada por la actriz principal Eva Mayu Mecham Benavides, que domina todo, que se impone a fuerza, lo que me re-cuerda el carácter «izquierdoso» de la película. Lo dicho, cuando se enfrenta el arte contra princi-pios ideológicos rancios, espera-mos que salga airoso el primero, pero no siempre sucede así.

Por cierto, hablando en este apartado de actores, Pancho Aguirre nos presenta una actua-ción más cercana al teatro que al cine, por cómo fue filmado y planificado, en todo caso él es un referente actoral indiscutible en Ecuador pero seguro que éste no quedará como un papel sobresa-liente en su carrera.

Yo vivo en un lugar muy apar-tado de la geografía nacional. Aquí se conservan muchas tra-diciones que, a unos cuantos ki-lómetros hacia arriba o abajo, puede sonar a cuento chino, pero

es verdad. Aún se mantienen dogmas, creencias, silogismos arcaicos en todos sentidos: cul-turales, políticos y sociales. Aquí el evento de la globalización, —como apertura de pensamiento e intercambio de culturas para una convivencia mundial— pa-rece desvanecerse, como si al lle-gar aquí se evaporara. Entonces entiendo el punto de partida de Tania Hermida, si uno vive en un lugar así, tiene el derecho de re-tratarlo, esto es una cosa y otra muy distinta es cómo se lo hace. La trampa está no en hacer un re-trato bucólico–político, sino en lo que subyace en el fondo, que es desde cualquier punto de vista,

muy desfavorable. El meollo del asunto está en lo pretenciosa que se vuelve la actriz central —alter ego de la directora—, y en su dis-curso tan complaciente ante figu-ras ultra idealizadas de izquier-da, más aún cuando es de vista y paciencia de todos, que los hé-roes ideológicos que tanto citan fueron tan o más corrompidos que muchas figuras de derecha. Por eso la gente, el público, no come cuentos, en este momento donde se busca precisamente el humanismo y la tolerancia.

La cinematografía es impeca-ble, una fotografía sobria, muy natural en la parte objetiva de la película y muy apreciada tam-bién en las partes oníricas que resaltan, que se dejan ver, pero que no justifican el resto de la película que he explicado an-teriormente. En todo caso, sí la recomiendo ver puesto que es la oportunidad que tiene Ud. para considerar objetivamente lo que ha leído. La película no solo peca de pretenciosa sino de compla-ciente con una tendencia política que no simpatiza precisamente con la libertad de opinión, por lo que, con todo respeto señora Hermida, no puedo estar de su parte… ⊡

Cine Foro LumièreConducido por Wilson Castillo T.

Todos los días miércolesdesde las 07:30h

Auditorio Pablo Palaciode la Casa de la Cultura Ecuatoriana

Núcleo de Loja

ENTRADA GRATUITA

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Anita juró que era la última vez que el maldito la engañaba. ¿Acaso pensaba que era idiota? Venía hecho el bravo a pelear con pretextos estúpidos, solo para negarse a dar ninguna ex-plicación y largarse a la calle otra vez. Tenía un hijo al que casi no veía últimamente y no se le daba nada. Había cambiado tanto. De verdad que parecía otra persona. Ella se cansó de llorar en silencio, imaginándose lo que era obvio, y decidió encararlo.

Escuchó la puerta moverse levemente, tratando de no hacer ruido, pero era una casa vieja, de tapia y bareque, de tejas del siglo pasado y gruesos tablones de-latores, y ella conocía sus pasos sigilosos a fuerza de oírlos tan-tas veces. Pero Gonzalo, en esta ocasión, en lugar de desvestirse rápidamente y fingirse dormido a su lado haciendo las veces de costal de papas, se quedó mirán-dola en el umbral de la puerta. Anita supo que esta vez iba a ser la definitiva.

—Tenemos que hablar —le dijo secamente. Ella no contestó nada, solo lo miró con rabia in-finita y se tragó los insultos que

se había repasado durante cinco horas de espera.

—Verás Anita, vos ya sabes, te has dado cuenta que lo nuestro de unos meses acá no funciona —dijo midiendo las palabras—, créeme que he tratado por todos los medios de arreglar las cosas, pero…

—¿Arreglar las cosas? —in-terrumpió ella con furia—. ¿Y cómo? ¿Desapareciendo todas las noches? ¿Largándote con otra? ¿Y dónde dejas a tu hijo? ¿Ah?

El pequeño Esteban vino a la apesadumbrada mente del hom-bre. Su hijo, para quien él era su héroe. Su pequeño que no tenía culpa de nada.

—¿Ya te olvidaste del proble-ma que tuvo hoy? —le incriminó la señora—, le pegó a otro niño y casi lo mata. Lo mandó al hospi-tal…

—Sí, ya sé lo que pasó, yo es-tuve allí ¿te acuerdas? —dijo Gonzalo reaccionando con ira—, pero más de lo que ya he hecho, no puedo. Yo le aconsejé, le pro-hibí que se pelee y que le pegue a otro, y de todos modos lo hizo. Y…, bueno; de todos modos ahora

es tu problema.—¿Qué quieres decir? —pre-

guntó Anita con angustia.—Me voy —contestó cortante.

La mujer sintió como se le dete-nía el corazón en el pecho al ver como su marido abría el closet, y en una enorme mochila ponía su ropa y sus pertenencias en un desconcierto de colores. Respiró hondo y reprimió las lágrimas que trataban de escapar de su desesperación.

—Pero, Gonzalo; espera, ex-plícame al menos qué pasó…, estábamos tan bien y de repente cambiaste.

—A mí me parece que fuiste vos la que cambiaste —respon-dió mirándola con desprecio. Ella buscó en sus ojos un rastro de amor, de interés, aunque sea de misericordia, pero no lo encon-tró. No pudo evitar desbordar sus ojos en una cascada.

—¡Ah! —suspiró él, sintiendo algo de pesar—, tienes razón, fue de repente. Ni yo mismo me ex-plico lo que me pasó con ella. Fue como si me hubiera hechizado, y yo… solo sé que la amo.

Anita se limpió las lágrimas con un gesto.

Paulina Soto

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Acaba de llover.El asfalto se viste de gris y corbatay se marcha con un aroma profundoa madrugada.

Yo me he sentado a la orillade mi cama, que ahora es un navíosalvador de estrellas que brillanen la negra noche del vacío.

Y me pregunto mientras sostengo mi sombrero—para que no vuele con mis anotaciones—,si este hombre que aparece en tus sueñosva sembrando por la noche canciones…

Que al despertar escuchas como amaneceresque se unen a las notas de tus dulces pasos.El músico popular te dice: ¡Tú eresla musa majestuosa que nos salva del fracaso!

A veces, en estas horas gravesdonde el aliento es una delgada respiración,es tu nombre el que vuela con las aves,es tu nombre el secreto que guarda la composición.

¿Habrá un instante en que me adivine en él?Sentado aquí en esta fría y desolada madrugadame siento más sobrio que aquel que ha dejado de bebery piensa que su alma se ha ido despacio como una lenta fugada.

Pero adónde ha ido te preguntarás.Porqué en las noches se va como un instante,se afila como halo y se peina aún másantes de ir a ver tus ojos constantes.

Bueno, porque tú eres música, mi amada.Cada gesto, cada palabra que pronunciastoma formas y sonidos en la madrugadaque tu dulce despertar anuncian.

Y con el paso del día van tomando instrumentos,les van colocando un alma y una intención,que es muy sencilla en estos claros momentos:cantarte, musa de musas. Madre de nuestra inspiracióncuya imagen no se ha retratado en monumentossino en sonidos y silenciosque inspiran —como en esta madrugada—, al corazón!

Wilson R. Castillo. T

Adelanto del libro «Vacío de Lluvia»dedicado a Gaby Pacají Ruiz

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las cosas a su sitio después de la limpieza, por pri-mera vez, lo hablé seriamente. Me escuchaba ner-vioso, parecía un poco asustado, y hasta preocupa-do. Quise perdonarlo, pero para que no repitiera la falta, lo puse en la penitencia, ante la presencia de los perjudicados, lo hice que se parara o sentara, para el caso daba lo mismo, en sus dos patas, y que permaneciera de frente a la pared. Discretamente lo vigilaba para que cumpliera el castigo. Cuando se cansaba de tan incómoda y humillante posición, pretendía bajarse, pero me miraba de reojo. In-mediatamente asumía humildemente su papel de castigado. Lo que mejor hacía, y nos divertía, era devolver las cosas que se le ordenaba traer. Así se podía decir que colaboraba y hasta en veces hacía mandados, como un niño pequeño. Por la maña-na, especialmente, venía con los calcetines, con el jabón, con la peinilla que de antemano habíamos colocado a propósito para que los alcanzara y me los trajera. Pero lo que más le gustaba era devolver pelotas pequeñas y el disco de plástico, que como

un bumerang lanzaban los muchachos para jugar: «mira, Bolivero, donde cayó y pásamelo». Y era de verlo, ágil y listo regresaba, satisfecho de haber podido cumplir. Se expresaba con un movimiento acompasado y nervioso de la cola.

Pero así son las cosas. Ese día, me habían invita-do a una pesca. Era una bella costumbre de antaño, un poco bárbara, cuando los ríos de la provincia todavía tenían su fauna, que no había sucumbido ante la contaminación, y el barbasco. Se escogía un remanso en el cual podía haber algo, se lanzaba el cartucho de dinamita y luego de la explosión empe-zaban a flotar los pescados muertos, uno, dos, diez o más, según la suerte de los pescadores. Habíamos escogido el lugar de antemano. Nos instalamos, con todo lo necesario: gaseosas, cervezas, trago, comi-da, una guitarra, un radio portátil, y otras cosas más. Improvisamos un fogón. El sitio era un paraíso; jun-to al río los árboles, límpido el cielo, que cruzaban los pájaros de todo color y tamaño, sorprendidos por nuestra presencia. Estábamos felices. Llegó la hora de la verdad y tomé todas las precauciones, amarré a Bolivero en un arbusto, y quedó a buen recaudo; les pedí a todos que se alejaran un poco del remanso escogido, encendí un cigarrillo y pren-dí la mecha de la dinamita, decididamente la arro-jé al agua, una vibración de círculos concéntricos en una casi imperceptible ola, me anunciaba que había dado en el centro. Pero, el momento menos pensado, ante el asombro de todos, vimos que Bo-livero entraba al remanso nadando animadamente, para alcanzar el cartucho de dinamita. Me quedé estupefacto, cuando lo miré que satisfecho lo traía en los dientes. Cuando alcanzó la orilla, un griterío me hizo saber que todos se retiraban en estampida. Me quedé al último, porque no tenía valor para co-rrer. Bolivero me buscaba afanosamente y no tuve otro remedio que treparme en el primer árbol que encontré. Desde arriba pude verlo íntegro, por últi-ma vez. Con la dinamita en los dientes, meneaba la cola despreocupado y satisfecho. Plum el estampi-do. Y terminó todo. Sólo alcancé a pronunciar una despedida poco elocuente: «para lo que quedaste, Bolivero». ⊡

Landangui,noviembre 18 de 2003

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Hay una incomprensión con las pequeñas cosas.Primero por ser cosas y luego por ser pequeñas.Me siento en esta mesa estrecha y aun así te piensoa cada instante donde me pesa hondo el pensamiento.

Ya me voy a buscar un jarro verde para que mis ojosse hundan en él y se tiñan. Quiero comprenderloscomo a ese sonido que parece provenir de la afeitadoraque va cortando el rastro de la mala noche de ayer.

Aquí, aún en este espacio existen otros más pequeños.Hay una zona de vida que abastece los estancosy va sellando las credenciales para presentarnos despiertosal último exilio donde nos han llamado.

Ya me han ganado el corazón o lo rifaron el último domingoen ese inquietante bingo, donde me parece que había ido a buscar una tarjetaque lleva escrita una sonrisa de paz.

En todo caso me faltaba la respiración y esa bocanada de nubecasi me atraganta por un instante.Hay que ver esa colilla de tabaco que amanecesonriendo de par en par con su brillo que al parecer se apaga de inmediatoy necesita sólo mi aliento para revivir.

Luego de volver a casa, en el trayecto,tengo la certeza de no haber perdido la ilusión.Tarareo la última canción registraday pienso en ti como si no existieraesta ausencia incómoda entre ayer y hoy.

Por cierto,tengo una película en el reproductorque tiene una pausa de tres días,—sin ser precisamente una de Bergman o Tarkovski—.Es una que cuenta la historia de un ecuatorianoque se cree Houdini. Aún no creo que sea así.En este lugar del mundosi uno logra escaparno debería volver a ponerse las esposas.En todo caso acompaño el movimiento de los travellingscon mi cabeza a ver si más allá del marco del televisorpuedo encontrarme con alguna respuesta.

Me preguntési hay una pequeña fruta que lleve un nombre curiosoes la mandarina. ¿Mandar, o ser mandado, con la confianza de asentiry ser comedido como un pretéritoinstante que nadie recuerda?

Entonces pensé una letra para una canción urbana:

Desengaño,ausencia de engaño.Lavado de ojos,sobre posición a espejismos 2.0.Mirada diagonal al dolor en la calle,futuro despoblado con alimentos.

A veces una canción escondela auténtica intención de darle sentido a unas consonantes tristes.¿No te parece?

La vida se va, aunque camine más lento,y en estas pequeñas cosas, que se convierten en armatostes,llevo mi alma en pequeños retazos vivosque armonizan un autorretratoal puro estilo de los 30de los monstruos de la Universal…

Algo dejas en este mundo para que se quede con tu nombre,y en esa imagen que me contiene, ahora te pienso infinita…

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Nunca podré olvidarlo. Se metió en mis recuer-dos como una espina o como una puñalada. Me queda la cicatriz y me gusta enseñarla contando lo sucedido.

Me reclamaba matrimonio, porque la verdad es que ya estaba un poquito pasada de moda, de años y de peso. Pero, yo me hacía el sordo. Un día me amenazó sarcásticamente, diciéndome «si este año no me bajas de la percha, me boto», yo no le hice caso, sonrientes los dos seguimos en lo mismo. Hasta que una tarde, regresé a casa y me encontré con un extraño regalo, que me entregó la empleada, diciéndome «esto le ha mandado su comadre».

Lo tomé con ambas manos para sacarlo del car-tón y advertí que estaba perfumado y limpio, traía un papelito en el que pude leer «Quizá logres que te quiera. Conmigo no pudiste. Se llama Bolivero». Todo me parecía tan extraño. Lo acaricié, y empecé por afeitarle los bigotes y cortarle los rizos que te-nía sobre los ojos, para que pudiera ver sin moles-tias. Trabamos amistad de inmediato. Lo instalé lo mejor que pude, le obsequié un almohadón usado, hice alguno que otro arreglo para que estuviera a gusto y en el plato de plástico que le fue asignado le puse un poco de leche, que bebió con agrado, me dio las gracias moviendo la cola incipiente.

Cuando supe que mi comadre preferida se había escapado y que conmigo había terminado definiti-vamente, como reacción de adolescente, tomé en serio mis responsabilidades, y desde el día siguien-te empecé a educarlo. Era vivísimo, demasiado in-quieto, pero al mismo tiempo afectuoso y dócil. El primer ejercicio consistió en entrenarlo para que pudiera sentarse y hasta caminar en dos patas. Al fin logré que lo hiciera. Y cuando recibía mimos y

aplausos por esa primera hazaña, se sentía hala-gado. Luego vinieron otros ejercicios y nuevas gra-cias. Pero también tuve que inventarme un castigo. Un día, cuando ya tenía más de dos años, y andaba en ajetreos con sus amigas del barrio, se había su-bido en la mesa del comedor y después de haberse comido todo lo que quiso, echó el resto al suelo. Te-níamos invitados para el café en la tarde. Cuando nos encontramos con ese desastre, antes de volver

Rubén Ortega

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La migración constituye un fenómeno sociológico consubs-tancial a la génesis y desarrollo histórico de la civilización; sin embargo, cobra connotaciones especiales en algunos lugares geográficos como la ciudad y provincia de Loja, en donde la tradición migratoria ha sido muy significativa desde sus orígenes más remotos; puesto que, como lo manifiesta el Dr. Félix Paladi-nes, nuestros ancestros paltas, se los considera «como originarios de la Amazonía (…) que, tramon-tando la cordillera de los Andes, se asientan en los territorios de la actual Loja».

A las crisis económicas que, cí-clicamente, han estado presentes a lo largo de la historia de Loja y el fenómeno de la sequía se agre-gan otros factores causales de la trashumancia de los lojanos: inequitativa distribución capi-talista de los bienes materiales y simbólicos, sistema de hacien-da, inadecuada implementación de la reforma agraria, injusto comercio que convierte al pro-ductor campesino en un «eterno perdedor», engorroso y usura-rio crédito estatal, escasa o nula asistencia técnica; y pobreza de la población que, en su momen-to más crítico, llegó a bordear el 80%.

A estas causas socio econó-micas y materiales, hay que adi-

contramos siempre con las botas de siete leguas, siempre en una actitud trashumante, siempre como el río: yéndose y renován-dose».

Estas causas explican el hecho de que los lojanos siempre fue-ron propensos a la emigración, interna, interprovincial e interre-gional, principalmente hacia la costa (El Oro), la Amazonía (Za-mora Chinchipe y el nororiente), otras provincias de la sierra (Pi-chincha y Santo Domingo de los Tsáchilas), grandes ciudades del país (Guayaquil y Quito).

Y, por las modificaciones de la economía global y las reformas en la legislación migratoria de los países receptores, en los años finales del siglo pasado y pri-meros del presente, Loja volvió a ser pionera en la provisión de migrantes, principalmente a Es-paña, Estados Unidos de Nortea-mérica, Italia, Francia, Gran Bre-taña y otros estados nacionales del Hemisferio Norte, cultural, educativa, económica, científica, tecnológica e industrialmente, más desarrollados.

Desde otro campo disciplina-rio y asumiendo la perspectiva sociológica para el análisis de la dimensión artística de la cultura existe plena conciencia que, por principio, las artes, en sus diver-sas expresiones y las letras, en sus distintos géneros, no cons-

Yovany Salazar [email protected]

cionar las culturales, antropo-lógicas, psicológicas, que se han ido forjando con el correr de los tiempos como la denominada fi-losofía del desarraigo, con la que el lojano, en palabras de Trotsky Guerrero Carrión, se «aferra a su querencia tolerando años agrí-colas malos, crisis económica y malos gobiernos pero, al mismo tiempo, con el don de dejar lo que más quiere si está convenci-do de que debe marcharse».

En que, como lo ratifica el Dr. Félix Paladines, en el lojano: «el ansia de caminar mundos, de despertar frente a nuevos paisa-jes, como que está escrita en la sangre de la gente de esta pro-vincia. Es su tatuaje que se lle-vará pero en el alma». Porque el lojano siempre tuvo un corazón abierto a la aventura, a ver lo que hay más allá, aun a costa de arriesgar su seguridad y tranqui-lidad. Su felicidad no es estar en el mismo sitio sino conocer, ver mundo, ver la vida, arriesgarse. Por ello «al hombre de Loja lo en-

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Andrés era el sexto hijo de una familia de siete hijos. La familia estaba conformada por cuatro mujeres y tres hombres. Él era un muchacho que no podía gozar de libertad, ya que sus hermanas mayores siempre le decían que tenía que ayudar en los quehace-res de la casa. Cuando él quería realizar otras actividades, siem-pre le terminaban gritando por no obedecer.

La mayor parte del tiempo, sus padres trabajaban y él solo los veía a la hora de la cena o, a veces, en las tardes. Cuando le veían, solo le saludaban y nunca le preguntaban cómo le había ido o cómo avanzaban sus estudios. Andrés no podía expresar lo que sentía por sus padres, nunca les daba un abrazo, ni les decía cuán-to los quería, porque tenía miedo de que lo rechazasen. Tampoco ellos decían nada, a veces su pa-dre le abrazaba y le decía te quie-ro, aunque solo cuando se em-briagaba, pero él se sentía feliz de todos modos.

Todos los días se despertaba con la intención de abrazar a sus padres y decirles que los amaba, pero siempre le vencía el miedo y no lo hacía.

Así, Andrés terminó el Bachi-llerato a los 17 años, siempre controlado por sus hermanas en cualquier actividad que él reali-zaba. En esos tiempos, Andrés se volvió muy rebelde y terminaba discutiendo con sus hermanas,

cuando ellas le controlaban o le estaban diciendo qué hacer todo el tiempo.

El padre de Andrés decidió mandarle a estudiar a la Univer-sidad de Cuenca. Él se sentía muy ilusionado, porque pensaba que al fin iba a poder hacer lo que quisiera, sin que nadie le estuvie-se gritando y controlando.

Andrés fue a estudiar a Cuen-ca, pero no aprovechaba sus es-tudios, sino que se dedicaba a beber, fumar y a estar con chicas, despreocupándose totalmente de sus estudios. Mientras, sus padres pensaban que él estaba estudiando mucho, pero ni si-quiera lo llamaban para saber cómo le iba. Terminó el semestre y perdió el año universitario. Sus padres y hermanas le regañaron mucho por lo sucedido e incluso su padre le llegó a golpear. Así vivían, sus padres nunca se sen-taban a hablar con Andrés para preguntarle lo que sucedía, solo le regañaban y pensaban que eso era el remedio para que él estu-diase. Pasaban los años y Andrés comenzó a sentir resentimien-to hacia sus padres y hermanas, pensaba que nadie lo quería e incluso quiso quitarse la vida a causa de la soledad y tristeza que sentía. Por ello decidió irse de la casa.

Así, Andrés se fue a otra ciu-dad, donde empezó una nueva vida. Comenzó a trabajar de al-bañil y se quedó donde un ami-

go llamado Pablo. Él era un buen amigo, desde el momento en que Andrés le llamó, le brindó todo su apoyo.

Pasaba el tiempo y Andrés no sabía nada de su familia, aunque no había ni un solo día en el que no dejase de pensar en sus pa-dres y hermanas, en las noches en que sus padres lo abrazaban cuando era niño.

Igualmente sus padres sufrían su ausencia. Por fin se dieron cuenta de que con sermonearle y golpearle no solucionaban el problema, más bien causaban dolor y resentimiento en su hijo. Por ello, decidieron buscarle para pedirle perdón por todo el daño que le habían hecho.

Por su parte, Andrés también se dio cuenta de que vivir sin sus padres era muy difícil, que, aun-que le regañaban, lo hacían por su bien y no por fastidiarlo.

Cuando sus padres le encon-traron, le pidieron perdón por todo. Andrés, sin resentimiento, los perdonó y por fin pudo ex-presar lo que sentía por ellos. Les abrazó y les dijo que no so-portaría perderlos. Sus padres también la abrazaron y, desde entonces, se propusieron que, cuando sucediera algún proble-ma, siempre dialogarían para ver cómo solucionarlo sin sermones ni golpes. Así llegaron a la com-prensión y vivieron muy felices por el resto de sus vidas. ⊡

Nancy Magaly Chalán Zhunaula(Unidad Educativa Samana, Saraguro)

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tituyen hechos aislados del con-texto socio histórico y cultural de la sociedad, en la que se desen-vuelven los creadores.

Esto significa que los cultores de la literatura y, dentro de ellos, los novelistas no construyen sus universos ficticios basados, so-lamente, en su genio creador, en su poderosa imaginación, en sus técnicas narrativas, sino que, también y, sobre todo, lo hacen teniendo como base referencial los hechos y acontecimientos culturales, sociales, históricos, económicos, políticos, antro-pológicos del mundo real, en el que viven e interactúan o de lo que han llegado a tener conoci-miento, mediante las lecturas de diversos soportes de informa-ción, las experiencias de vida, los viajes, lo que se hace público, a través de los medios de difusión colectiva y las tecnologías de la información y la comunicación o lo que se asimila mediante las múltiples formas de interacción humana.

Sensibles a esta realidad de la cultura literaria y su valoración se ha considerado pertinente iniciar con el complejo proceso de lectura crítica, analítica, inter-pretativa, valorativa y contrasti-va de las fases o etapas del proce-so migratorio y de los principales rasgos identitarios del sujeto mi-grante recreado en tres novelas representativas del canon litera-rio lojano de todos los tiempos: El éxodo de Yangana de Ángel Fe-licísimo Rojas, que recrea épica-mente la migración de los lojanos hacia la Amazonía ecuatoriana como la nueva tierra de promi-sión; La seducción de los sudacas de Carlos Carrión Figueroa (aún inédita) y Trashumantes en bus-ca de otra vida de Stalin Alvear,

que representan magistralmente las causas y consecuencias, pre-parativos y trayectorias, dolores de las despedidas y aspiraciones de imposibles retornos, arribos y desilusiones, sueños y pesadillas, esperanzas y desengaños, inte-graciones y exclusiones, realiza-ciones y sensación de incomple-titud, certezas y ambivalencias, éxitos y fracasos, memorias y olvidos, nostalgias y utopías de los sujetos protagonistas de la última estampida migratoria de lojanos y ecuatorianos hacia el extranjero, principalmente, con dirección a España.

La migración en la novelísti-ca lojana, el trabajo que hoy se hace público está muy lejos de pretender agotar el estudio de la producción literaria lojana que aborda el fenómeno sociológico de la migración, interna e inter-nacional, porque de los restantes géneros literarios aún no se ha dicho absolutamente nada e in-cluso quedan pendientes dos no-velas de reciente publicación: El Inmigrante del polifacético escri-tor calvense Gonzalo Merino Pé-rez, que relata la historia de una familia migrante de Guayaquil hacia Estados Unidos de Nortea-mérica. Y El Retorno del narrador pozuleño Aquiles Jimbo Córdova, que recrea la vida de una familia lojana que se ve obligada a emi-grar hacia la capital de la repúbli-ca, huyendo de la amenaza de la secular sequía y en busca de una mejor condición de vida.

Por reconocer y hacer posible la publicación y presentación de este esfuerzo inicial deseo agra-decer, de corazón, a todos quie-nes conforman la Institución rectora de la cultura lojana. De similar manera lo hago con los integrantes del Consejo Directivo

de Investigación de la Universi-dad Nacional de Loja, por haber tomado la decisión de aprobar la ejecución del Proyecto, que fuera presentado por un equipo de docentes y estudiantes de la Carrera de Lengua Castellana y Literatura, en torno a La repre-sentación del proceso migratorio y del sujeto migrante en la na-rrativa ecuatoriana, cuyo apoyo institucional nos está permitien-do avanzar en este complejo pro-ceso de valoración de las obras narrativas de la literatura ecua-toriana, que se han elaborado te-niendo como temática central el problema de la migración.

Un especial reconocimiento, asimismo, a mi familia, por su permanente apoyo y, de forma muy especial, a mi esposa: Dra. Marlene Elizabeth Castro. ⊡

Loja, 04 de julio de 2013

Yovani Salazar Estrada, Doc-tor en Ciencias de la Educación (1993) y en Lengua Española y Literatura (2000). Magíster en Docencia Universitaria e Inves-tigación Educativa (1998) y en Estudios de la Cultura, Mención: Literatura Hispanoamericana (2004). Profesor de la Universi-dad Nacional de Loja, en áreas de expresión oral y escrita, in-vestigación lingüística y litera-ria, teoría, crítica y análisis lite-rario.

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explorar las tinieblas del alma. Escribir prosa es mirar un mun-do potencial, hacerlo visible, ma-terializarlo con palabras, porque el narrador es un indagador que otea y que examina, que se fami-liariza con lo extraño y que se sorprende con lo evidente.

La obraUna obra, que conserva en su

grafía los rasgos del tiempo en que fue creada, solo puede vivir en la consciencia del otro. La li-teratura es un fármaco de la me-moria y del conocimiento porque permanece, es el alivio de la me-moria, desde el presente de su creación hasta el futuro en el que interviene el lector. La literatura no inventa tiempo ni tiempos, sino que los recrea o los rescata del espacio inmóvil en que están. Ese espacio no es otro que la me-moria. Pero lo que se mueve en la literatura no es el tiempo, sino la memoria, los recuerdos, con-vertidos en fragmentos de nues-tra propia identidad, el mosaico de lo que un día del pasado, del presente o del futuro ha sido, es o será nuestro propio yo.

En una buena narración debe haber acción, diálogo y reflexión y en repartir equitativamente estos tres aspectos reside buena parte del oficio del narrador. Una

narración no será literariamente significativa si no sabe arrancarle a lo que plantea algún modo de trascendencia, sobre todo por la eficacia de su estilo. De igual modo, debe combinar en su dosis justa la complejidad, la sutileza y la emoción. La ficción conven-cional y anodina nace muerta, busca entretener, llenar un tiem-po, no genera preguntas, ni con-mueve ni estimula al lector, y la lectura acomodaticia y banal no cala sin reflexión ni voluntad de estilo. Por ello, la variedad léxica suele ser el complemento que da valor añadido a las narraciones, convirtiéndolas en interesantes o atractivas La vida de Andrés puede ser la vida de cualquier lojano, asfixiada por la incomu-nicación, por la falta de afecto, por la inoperante figura paterna y la fría figura materna. Una vida monótona sin abrazos en la que el cariño de los seres más cerca-nos brilla por su ausencia. A cau-sa de los estudios universitarios en otra provincia, la distancia ya no será solo emocional, sino tam-bién real. Esta solitaria libertad generará un punto de inflexión en el protagonista, que cambiará su existencia para siempre, y un resentimiento que solo podrá ser superado desde la comprensión

y el perdón. Entre un padre y un hijo siempre debe estar la mano tendida, porque los errores tie-nen solución sin necesidad de sermones ni golpes. La vida de Andrés es un retazo de la vida de tantos jóvenes lojanos, que bien podrían haber protagonizado este relato, en el que la frontera entre realidad y ficción permane-ce desdibujada y tenue.

Por su parte, Carlitos es la his-toria de Abraham e Isaac, la de un hombre generoso y querido por todos, a quien un hombreci-llo desconocido pone a prueba. El amor a su hijo, el más inteligente de todos los que había engendra-do, está cuestionado. Pero el pa-dre supera la difícil prueba gra-cias a su bondad y a la fortaleza de la palabra dada y recibe como recompensa un futuro idílico para su hijo, como si de un azuca-rado cuento de hadas se tratase. Un final feliz corona una historia mesurada.

Finalmente, Laguna sagrada cuenta aquello que le sucedió a Luis Sarango en una comunidad lejos de la ciudad, rodeada de montañas y extensos pastizales, donde la codicia aguarda aga-zapada a la espera de su nueva víctima, del incauto al que pueda inocular el veneno de la avaricia. En un ambiente enigmático y misterioso y con una presencia turbadora de la madre naturale-za, el relato se resuelve con acier-to gracias a que el protagonista rectifica su conducta y se deja guiar por la razón y su comedido corazón, superando viciadas ten-taciones.

Felicidades a los premiados por su reconocimiento público y a la Casa de la Cultura por haber creado este premio literario, oja-lá de mucho futuro. ⊡

Obras premiadas:

Primer lugar: La vida de Andrés, por Nancy Magaly Cha-lán. Unidad Educativa Inka Samana. Saraguro

Segundo lugar: Carlitos, por Noemí Concepción Bravo. Unidad Educativa Gonzanamá. Gonzanamá.

Tercer lugar: Laguna sagrada, por Eulalia María Paqui. Unidad Educativa Inka Samana. Saraguro.

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José Luis Íñiguez

Seleccionado del Concurso Internacional «Érase una vez...un microcuento» y

publicado en la antología del mismo nombre. España, 2013.

Los imaginó con horror. Los parió sin dolor y sin derramar sangre. Los maldijo con mirada tétrica y cuerpo trepidado. Los agarró con fuerza y los lanzó (Se detuvo un momento. Era sólo un descanso). Fue cuando entonces los recogió con iras y los aplastó. Ellos no pudieron quejarse. Quedaron inertes, inmóviles. Es así como asesinó mientras dormía, to-dos sus sueños.

Loja, marzo de 2013

José Luis Íñiguez Granda (Loja, 1996). Estudiante de secundaria, escritor, orador y promotor cultu-ral. Obtuvo el primer puesto en el IV Concurso Provincial de Cuento Eco-lógico 2010 y el primer puesto en el Concurso de Oratoria por las Bodas de Oro del Orfanato Dorotea Ca-rrión, 2012. Su trayectoria cultural y literaria ha sido reconocida por el Concejo Municipal de Loja; Consejo Municipal de Newark, New Jersey, EE.UU; Centro Social Loja de New Jersey, EE.UU; Cámara de Comercio Ecuatoriana Americana de New Jer-sey, EE.UU; e Instituto Educacional Miguel Ángel Suárez. El Consejo Na-cional Todas las Sangres de Perú lo condecoró con la Orden José María Arguedas en el Grado de Gran Ges-tor y Promotor Cultural.

Es articulista de tres diarios de la localidad y sus creaciones se han pu-blicado en los libros Rumbo al estío, Cuentos Ecológicos y en las antolo-gías Cada loco con su tema (México) y Érase una vez… un microcuento (España). Además, en las revistas Pa’labrar de la CCE–L, Konceptos, De frente, Q’bien!, Clinicasa y Vicio Per-fecto (Perú).

Ha participado en encuentros nacionales e internacionales de es-critores y actualmente se desempe-ña como presidente y director de prensa/difusión del Consejo Inter-nacional Todas las Sangres Capítulo Ecuador.

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Carlos Ferrer

Leer literatura es haber leído y cuanto más leemos, mejor sabe-mos hacerlo y mayor es nuestro deleite. Leer permite vivir más, vivir otras vidas, explicarte el mundo y explicarte a ti mismo. Leer es un acto simbiótico, por-que los lectores suman su imagi-nación a la del autor al adentrar-se en su universo, al participar de las vidas de los personajes y formarnos, a partir de sus pala-bras y descripciones, una imagen mental de ellos. Por la imagina-ción accedemos inesperadamen-te a la realidad, esa nostalgia del presente, porque la imaginación es el recuerdo de lo que nunca sucedió. El lector mira el mundo cuando se convierte en persona-je: cuando participa de esa reali-dad del otro que le transmite la ficción. Leer consiste en saberse otro: en ser otro y en creerse no más ni menos real que ese otro. La lectura es el resultado de un acto que va de la orilla del autor a la del lector, a través del cauce que traza la escritura y con el len-guaje como punto de unión. La lectura es lo que te permite ha-certe dueño de un lenguaje, que no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones. La lectura se lleva a cabo no para obtener mayor aceptación social, sino para superarse, para desa-rrollar nuestras potencialidades, para llegar a ser un hombre más pleno. Hay que leer para encon-

trar el camino, para construir el camino, para andar el camino, para hacer un alto en el camino, para olvidar el camino, para re-hacer el camino.

El libroEl libro es la forma directa de

llegar a uno mismo: de comuni-car con lo otro, de ser lo que se es y de serlo solo con los demás. El libro nos hace sabedores de nuestro propio ser y cómplices de nuestra propia nada, el libro nos lleva a un lugar donde nos esperamos solo a nosotros mis-mos. El libro es lo que queda tras haber recorrido tantas veces el mismo lugar, como un surco, una herida en la tierra, una huella rei-terada de unos pasos afanosos.

El lectorEl lector no es nadie sin la in-

discreción básica que le lleva a leer una página tras otra en bus-ca de un texto literario, que agi-te su espíritu. Lejos de bailar al ritmo de la moda, un buen lector se adentrará en los autores con-sagrados de todas las épocas y naciones, en lo mejor que se ha pensado y dicho en el mundo, aunando así pasado, presente y futuro. Pasado porque recoge a través del lenguaje escrito otra voz diferente a la propia, pero que solo adquiere vida mediante el yo del lector; presente porque sin él no habría posibilidad de ex-perimentar otro tiempo, el tiem-po en el que fue escrito el texto

literario y al que hace referencia; y futuro porque el no tenerlo im-plicaría la negación del presente. Y es que el presente lo es, porque cada latido que lo constituye es esperanza del latido que viene.

La palabraLa palabra y el lenguaje son un

instrumento creador, una exce-lente embarcación para seguir la ruta, para intentar unir a los se-res humanos en fecundos sende-ros de racionalidad. Las palabras nos sacan de nuestra monótona y asfixiante soledad. Nuestras pa-labras son fruto de muchos hom-bres y el papel en blanco solo devuelve lo que una vez fuimos. El destello de la nada. El grato re-gusto de lo singular.

El escritorCada escritor, forjado sobre su

propia memoria, integra, a través de ella, las experiencias colecti-vas y asume, a través del filtro de su individualidad, todo aquello que, después, se transformará en obra literaria fruto del latir letraherido de su autor. El hom-bre que escribe deja fluir su pen-samiento al ritmo que marca el tiempo de su soledad y, en ese tiempo, el lenguaje marcha por las líneas de la escritura. Escribir consiste en establecer una con-versación destinada a derrotar la soledad, la tristeza y la angustia que, en ocasiones, acompañan al individuo, porque la literatura es una linterna que nos permite

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Otra noche ha caído y todos con sus huesos entumecidos es-peran dormir. La ciudad descan-sa plácida con suelo muy húme-do, producto de una chiflada y terrible situación climática que la azota. La lluvia nos visita prolon-gadamente en este mes de junio —seguramente para julio será igual—, y además, nos deja pro-fundos dolores en nuestros frá-giles huesos. Todo individuo, por más agraciado que sea, se queja del maldito frío; el achachay no deja de relinchar en mis oídos y el pareciera tener nariz de perro, ha sido la frase célebre en lo que va del mes. Y claro, refutar esto, sería torpeza.

He sentido todo un potaje de frío, heladez y justo ahora, estoy con nariz de perro. Empero, no creo ser justificación para dejar de escribir cosas descabelladas, puesto que una bufanda andina que hace más de un año la tra-je de Perú, cuando visité Machu Picchu; una chaqueta holgada, de luto y con estrepitosa capucha que desordena mi perfecto pei-nado de intelectual; dos panta-lones gruesos que me cubren las piernas y me hacen más relleno de lo que soy; un par de medias que me llegan casi hasta las rodi-llas; y zapatos de uso diario, me acompañan cual perro fiel a su mayordomo. No me he colocado

guantes en este rato, porque con ello, se me hace imposible escri-bir. Además, si me los colocara, pareciera un maniático ladrón o un fastidioso detective de barrio.

Y es que sin duda, la pereza ha sido desayuno, almuerzo y cena de todos los días de junio. Me he levantado, y al salir al pri-mer patio de mi casa, un luctuoso ambiente ha turbado mis ojos y ha hecho trepidar mi cuerpo. He aparecido ante el mundo como un gallo mojado, tiritando y casi muerto de frío. Y esa no era in-tención mía.

Como el ambiente está de ve-lorio, he decidido ser un vaga-bundo, mejor dicho, un completo y arruinado vago que no desayu-na, descansa todo el día y que po-see la pírrica norma de saborear un hirviente y delicioso almuer-zo preparado por su madre, pero luego de tanta arrogancia e insis-tencia.

Al llegar la tarde, por el frío, aparte de ocioso, me convierto ahora sí en ermitaño completo. Paso encerrado en mi pieza y nada me distrae, más que tener los ojos abrochados y soñar que un sol radiante vislumbra mi querida urbe y me brinda ese calor para, con entusiasmo, em-prender las tareas diarias. Algo parecido con lo que sueñan los cubanos: ¡Librarse del socialis-

mo!, ¿o de los Castro? ¿No les pa-rece?

Al despertar, sigo en cama cual desvalido que morirá dentro de unas horas. Y si soy desvalido, va-gabundo y vago, es porque todos —al igual que yo— nos hemos convertido en hijos del maldito, mejor diría yo, del tortuoso frío que nos vapulea.

Es indiscutible que en junio y julio, todos, sin excepción, nos convertimos en hijos del frío. Y aquellos que sin sentir frío co-meten todo lo que hago cuando me sobreviene el frío, no son hi-jos, sino peritos del frío. Es decir, especializados en vaguería hu-mana.

¡Vean! Hasta el frío tiene sus profesionales. Yo no lo sabía, sino hasta que escribí este folio de ideas frías. Y si son frías, es porque son locas. Y si son locas, no sé por qué las han leído, peor sabré, por qué las he escrito. ⊡

Loja, junio de 2012

José Luis Íñiguez

Finalista del Concurso Internacional de Cuento Breve «Cada loco con su tema» y publicado en la antología del mismo nombre. México, 2013.

36 — Suridea

Oigo que no lo digoy digo por no escuchar,compasión;pienso que no caminoy camino para no pensar,oración.

Creo que no sueñoy sueño por no creer,vocación;veo que no sientoy siento para no ver,oración.

Asiento que no lo miroy miro para no asentir,desilusión;vivo que no lo sufroy sufro por no vivir,oración.

Si otra historia pasada fue mejor,y si el cielo se abrió de madrugadao si tú fuiste canción;si el pájaro se mueve con ardor,s si hay vida en la miradao para ti no queda emoción.

Si algún día fue de los dos,y si la calle está cansadao si el brazo gastara munición;si la despedida no es un adiós,y la sombra sonara a baladao en las manos no hubiera sumisión.

Si hoy tiene más horas que ayer, y si el regalo sonara a partidao el deseo no pasara por el corazón;si los pasos pudieran leer,y tu esperanza estuviera abatidao tu almohada tuviera otra sensación.

Si la vida no fuera aventura,y si la puerta no te dejara vero si la luz no tuviera pasión;si el pan se olvidara de la levadura,y si en nadie pudiera creero si solo hubiera una nación.

Si la calle estuviera solitaria,y si el cielo azul fuera un antojoo si el niño no sintiera los brazos;

Juan Aranda Gámiz. Nació el 27 de julio de 1958 en Málaga, España, médico de profesión, reside en Loja y es autor de libros como Más vale prevenir; La diabetes, un libro para todos; Medio ambiente, nues-tra gran verdad.

si el bolsillo cantara alguna plegaria,y si el mar solo fuese rojoo si los saludos dibujaran trazos.

Si los ancianos te hablaran de antaño,y si una mujer te enseñara la soledado si un vagabundo te diera su cama;si encontrase herido al nuevo año,y si los lamentos tuvieran verdado si el pájaro no volviera a su rama.

Si la sonrisa fuera emoción,y si el verso se desgranarao si la lágrima tuviera algún color;si en la ternura hubiera oración,y si la palma no se arrugarao si el susurro tuviera un hervor.

Si todos uniésemos el corazón,y si una voz fuera suficienteo si la hora del reloj latiera;si alguien pudiera traer la inacción,y si el mundo pudiera decir lo que sienteo si el poeta regalara los versos que sintiera.

Si un niño entendiese su pasión,o un abuelo nunca fuese confidenteo la pared dejara de ser un embargo;si el color no fuese una ilusión,y el hambre un color invidenteo si el dolor solo fuese por encargo.

Si un dibujo tuviese corazón,y una caricatura fuese tu espejoo una palabra operase tu destino;si un paso descargase su ambición,y un beso nunca se hiciese viejoo si todos tuviésemos el mismo camino.

Juan Aranda Gámiz

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30 — Suridea

Solo un lector atento es capaz de generar pro-cesos de construcción y reconstrucción mien-tras al pasar la vista por cada una de las letras

y de las palabras de un párrafo, logra desentrañar los infinitos sentidos que puede tener un texto.

En este caso, son el cerebro y el corazón los que cumplen un papel esencial de conformidad con los fundamentos psicoexperimentales y la información lexicológica, gramatical y pragmática que el lector posea a la hora de descifrar los símbolos gráficos que reposan en el texto escrito.

Estos elementos tienen la habilidad de desper-tar en un lector atento las capacidades intelectual y espiritual suficientes para que entren en juego toda su madurez emocional y su talante creativo, y pueda disfrutar cognitiva y afectivamente de las interpretaciones que el lector sepa descifrar del texto leído.

El lector atento es un lector activo que piensa; pues, se convierte en un asiduo procesador de la in-formación y de los elementos no dichos en el texto. En este sentido, el texto es una realidad compleja. No basta solo con extraer, comprender y analizar la información que el texto tiene; más que la informa-ción, son los elementos que no constan en el texto los que enriquecen cognitiva, afectiva y actitudinal-mente al lector atento que sabe comprender literal, inferencial, crítica, valorativa, proactiva y recrea-tivamente cada elemento que paulatinamente va descubriendo en el texto leído.

Lector que logra descubrir los elementos no di-chos en el texto, es el lector que aprende a pensar y a gozar intelectual y emocionalmente, y que por lo tanto puede disfrutar de una infinidad de mun-dos que el texto leído le genera. Como dice Graciela Montes: «Cada lector hace su lectura de la obra y hay tantas lecturas como lectores. Cuando un lector lee un libro, el texto resuena a su manera; se pro-duce un diálogo, una dialéctica de imágenes y reso-nancias que hace que esa lectura sea única» (citado por Delgado, 2011, p. 22).

Eso de que el texto resuene a su manera en cada lector atento, es lo que le lleva al disfrute personal, al encuentro con lo más excelso de sus emociones y de toda su idiosincrasia humana. Al respecto, Francisco Delgado Santos sostiene que «la lectura nos acompaña, nos lleva a vivir vidas diferentes y a convertirnos en los héroes de nuestras aventuras textuales; nos permite conocer diferentes opciones de vida, para que podamos escoger lo que desea-mos hacer nuestro; nos señala, como en un espejo, las interioridades de nosotros mismos, nos enseña a vivir y nos permite ensayar el más alto y firme de los vuelos: el vuelo en libertad» (2011, p. 23).

Claro que este disfrute, este gozo por la lectura no es accidental; viene después de mucho esfuer-zo, de una larga disciplina en el estudio de una lec-tura atenta, activa, proactiva, y de un trabajo conti-nuo de interpretación personal, sobre todo de los textos «dulces» que son los que más humanismo portan porque recogen y procesan artísticamente ideas y sugestiones al estilo de lo que alguna vez dijo Francis Bacon, citado por Camila Henríquez Ureña: “

«Leed no para contradecir y refutar, ni para creer y aceptar, ni para hallar palabras o discurso, sino para pensar y considerar» (Compilación de Waldo González, 2009, p. 19). ⊡

Galo Guerrero Jiménez

Suridea — 35

Puebla de las mujeres de los hermanos Serafín y Joaquín Álva-rez Quintero es una producción correcta de teatro aficionado, que el público disfrutó y aplaudió. Solo hubo algún detalle a corregir, pero que no empaña el logrado produc-to final: el hecho de que la copla que le corresponde a la enamora-diza Juanita la Rosa no fuera can-tada, como es de esperar de toda copla. La compañía teatral de la UTPL ya ha demostrado anterior-mente su pericia sobre las tablas, por lo que no debería abandonar la vía de los grandes autores (Mo-lière) por la de los dramaturgos de poca altura literaria como los trasnochados Álvarez Quintero, que ya ni siquiera en su Andalu-cía natal son representados. El teatro debe ser un escenario de ética y estética, un alimento es-piritual y emocional y el de los Quintero, pura evasión y entrete-nimiento, no es ni uno ni lo otro, no pretendió serlo en su momen-to, conformándose con teatralizar lo más intrascendente y cotidiano y recreando la epopeya y la icono-grafía de una clase media, cuyos referentes hoy ya se han perdido y cuya situación resulta lejana. Esta compañía puede y debe exigirse más, posibilidades tienen de al-canzar cotas más altas.

Por su parte, Psiquiatría adul-terada es un paso atrás para Es-

caleta Producciones. La obra acu-mula escenas, a excepción de las de Mefistófola y dios, de interés escaso a causa de la acumulación de tópicos tediosos, como los que representa, por ejemplo, el per-sonaje de la Agraciada Narcisa, una mujer banal y pretenciosa que no puede salvar la esforzada interpretación de Maritza Apolo. Tampoco, por citar otro caso, el empeño de la actriz Florita Gutié-rrez puede salvar de la quema a su personaje, que nada en aguas de nadie porque no tiene que con-tar nada más que unos devaneos poco estimulantes para el espec-tador. La pieza encadena escenas con la consulta de un peculiar psiquiatra como eje vertebrador, pero el humor y la reflexión bri-llan por su ausencia, fruto de una dramaturgia que parece creada al paso. La carencia de un ritmo sostenido (cuidado con los silen-cios) y de una tensión dramática in crescendo terminan por pasar factura a una pieza poco madura-da. Los responsables de la com-pañía deben tener presente que su prestigio está en juego en cada representación y que el prestigio perdido ya no se recupera.

Finalmente, Prohibido suici-darse en primavera del drama-turgo español conservador Ale-jandro Casona (1903–1965) es una comedia que puso en escena

el grupo Seres Extraños siguien-do la adaptación de su director, Eduardo Hidalgo. El teatro de Casona es una melancólica fanta-sía, dirigida a un público que no desea alusiones a aspectos críti-cos de la sociedad de su tiempo y que se halla cómodo presencian-do comedia con emotivas sorpre-sas emocionales. Lo que atrae de Casona es precisamente su poder de emoción y las dosis bien admi-nistradas de amor, Dios, muerte y bondad, los pilares de la drama-turgia de Casona. El autor espa-ñol eligió la senda de la fantasía poética, logrando la armonía en-tre los elementos fantásticos y los reales, idealizando pasiones e impulsos en una atmósfera ex-traordinaria, repleta de ensueño. Una senda en la que se ensalza la capacidad del hombre para inventar un paraíso a medida, fuera de la realidad social impe-rante, como sucede en esta obra escenificada por Seres Extraños, fechada en 1937. La representa-ción del 6 de septiembre estuvo empañada por el molesto soni-quete de fondo del concierto del Parque Central, ya que el teatro de la CCE no está insonorizado. A pesar de ello, la citada compañía logró montar una representación digna y correcta, en la que solo desentonaron la sobreactuación del actor que interpretó al perso-naje de Hans y el gesto reiterati-vo del «dedo acusador» del actor que hizo el papel de Juan.

Para finalizar, recomendar en la medida de lo posible la elec-ción para futuras puestas en es-cena de obras de Jordi Galcerán, Juan Mayorga o Miguel del Arco, mucho más representativos de la literatura dramática española para el público de hoy que Caso-na o los Quintero. ⊡

Desde mi butaca

Carlos Ferrer

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Suridea — 31

Una importante muestra fotográfica se llevó a cabo en Loja, en la sala de exposiciones del teatro Casa de la Cultura. Desde el primero hasta el 29 de agosto se expuso parte del trabajo de Alicia González, Rommel Ortega, Luis Alfredo Cosíos, Hernán Garrido, Sergio Sánchez, Edison Toapanta, Johana Japón y Iovana Ja-ramillo, todos ellos talentosos artistas plásticos.

En la muestra fotográfica de Alicia González brilla ante todo la naturaleza, la belleza de lo minúsculo, desbordante de vida. Rommel Ortega transforma lo cotidiano en extraordinario, así como Cosíos mues-tra la naturalidad del ser humano con sus encantos

y defectos. Hernán Garrido es un singular paisajista con una habilidad especial para comunicar paz y so-siego a través de sus imágenes. Sergio Sánchez pro-pone una mirada fugaz de lo que fue y ya no es, del instante en que sucede un hecho que se queda para siempre en la retina. Edison Toapanta, por su parte, con su cámara y su motocicleta recoge la riqueza pa-trimonial de la arquitectura vernácula en fotografías de acabada belleza, así como Johana Japón nos trans-porta al infinito a través de la belleza azul de su foto-grafía celical, y Iovana Jaramillo traduce en imágenes la cotidianidad de lo colectivo

34 — Suridea

Fue anunciado previamente con una conferencia de prensa. En la semana del 5 al 10 de agos-to, Loja revivió el espectáculo que le corre ancestralmente por las venas. De lunes a viernes, y algunos días incluso con dos fun-ciones diarias, ocho jóvenes com-

Tras esto vendrá la ardua etapa de perfeccionamiento, no sola-mente actoral, sino también de aquel ítem tan importante como aparentemente secundario, a sa-ber, todo lo que tiene que ver con tramoyas, utilería, decoración de escenarios, sonido, luces y efec-tos especiales, sin lo cual no se puede garantizar un espectáculo de primera.

No obstante, en líneas genera-les, la performance histriónica de los actores ha sido muy de aplau-dir, ya que muchos de ellos vie-nen de cursar estudios en países como Argentina y Bolivia. Aparte de actores experimentados como Alain Chaviano, causaron buena impresión Eduardo Jaramillo, Eduardo Hidalgo, Irvin Aguilar y otros más.

Pero el gestor principal de esta iniciativa ha sido el doctor Félix Paladines, presidente de la CCE-L, quien, tras muchas reuniones con las distintas compañías de teatro, ha logrado poner en mar-cha, conjuntamente con ellas, esta encomiable iniciativa que se ha visto plasmada en el Primer Festival de Artes Escénicas, Loja sobre Tablas.

Abrió la semana la Compa-ñía de Teatro de la UTPL con la obra Puebla de Mujeres; al día siguiente se mostró Jugando en Escena, a cargo de Jin Gin Teatro Films. La compañía de Teatro An-tifaz, por su parte, puso sobre las

tablas Fragmentos. El miércoles 7 de agosto, la compañía Trabuco estrenó la obra Vuelve el Pájaro a su Nido, y Escaleta Producciones presentó Psiquiatría Adulterada. La Comedia, por su parte, puso en escena Amores por Internet, y la compañía Seres Extraños presentó Prohibido Suicidarse en Primavera. El festival se cerró con Recontando Pasos, obra pre-sentada por Colectivo de Actores Circenses.

El teatro no admite pasos en falso, ni menos improvisación de argumentos y peor aún de libre-tos. Si se quiere poner en escena una obra por semana, como se piensa, se deberán escoger con cuidado las obras a presentar, que deberán suscitar interés, de lo contrario difícilmente podrá formarse un público ni crear una escuela respetable, aparte del tiempo que se requiere para montar cada obra. Y otra cosa, si las entradas van a ser pagadas, como en justicia corresponde que lo sea, deberá tomarse en cuenta la calidad de las obras a montar, de lo contrario el público no vuelve. Hay obras inmortales, consagradas, clásicos que no pa-san de moda, que además de en-tretener forman públicos, y ha-brá que tomarlas en cuenta a la hora de elegir entre algo nuestro, improvisado y escrito sin oficio, o una obra de un autor reconoci-do. ⊡

LOJA SOBRE TABLAS: ÉXITO ROTUNDO

pañías de teatro, conformadas por chicos y chicas que no pasan de los 25 años, llenaron el audi-torio de la Casa de la Cultura con un público ávido y receptivo que disfrutó y aplaudió con entusias-mo la mayoría de las obras pre-sentadas. Naturalmente, esto es solamente el despertar del tea-tro en Loja, tras una larga etapa de adormilamiento, y, como todo despertar, requiere de un espacio para desperezarse y espabilarse completamente antes de poner en juego su potencial renovado.

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Una experiencia inolvidable, así prefiero llamar a los momentos vividos en las dependencias de la institución rectora de la cultura y destinada al fo-mento del arte y difusión de la cultura de los pue-blos: la Casa de Benjamín Carrión en Loja, que ha procurado varios espacios para que niños, jóvenes y profesionales sean actores culturales que se ex-presen con total libertad.

Intento imaginar el rostro de beneplácito y ale-gría de dos hombres grandes de Loja, al mirar a los niños y niñas soñar, jugar y expresarse en formas y colores, en iconos y garabateos propios de su ino-cencia. Al citar a dos hombres grandes de la cultura lojana, me refiero a Benjamín Carrión —nombre grabado perennemente en el sentir cultural ecua-toriano y lojano principalmente— y a su Casa de la Cultura en cuyas instalaciones los niños rindie-ron justo homenaje a otro gran hijo de esta tierra y reconocido artista plástico: Eduardo Kingman Riofrío.

Los niños y niñas de Loja tuvieron un acer-camiento a la vida y obra del gran maestro de la plástica ecuatoriana y lo plasmaron rindiéndole

homenaje en la conmemoración del CENTENARIO DE SU NATALICIO y en el marco del Concurso de Dibujo y Pintura Infantil FORMAS COLORES E INO-CENCIA 2013, evento que se ha constituido en un espacio gratificante para niños y niñas, por cuanto es el punto de encuentro propicio para expresarse a través de formas y colores. En esta oportunidad, durante los días 3, 4 y 6 de junio se realizó esta fies-ta de arte infantil que reunió a setenta y seis niños y niñas de diferentes establecimientos educativos de la ciudad de Loja.

Es muy satisfactorio poder evidenciar el creci-miento que este espacio ha tenido, contando cada vez con un mayor número de participantes, demos-tración también del apoyo que estos niños tienen en sus establecimientos educativos y en sus fami-lias. De esta forma la Casa de la Cultura sigue plas-mando la teoría de la «pequeña nación, pero gran-de culturalmente», de Benjamín Carrión.

Alicia GonzálezCOORDINADORA

Acto de premiación

Pintura de un niño ciego

Suridea — 33