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FRANCISCO MÁRQUEZ VILLANUEVA ESPIRITU ALID AD y LITERATURA EN EL SIGLO XVI HOMBRES, HECHOS E IDEAS ALFAGUARA MADRID - BARCELONA

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FRANCISCO MÁRQUEZ VILLANUEV A

ESPIRITU ALID AD y

LITERATURA EN EL

SIGLO XVI

HOMBRES, HECHOS E IDEAS

ALFAGUARA MADRID - BARCELONA

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SANTA TERESA Y EL LINAJE

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Complicada y enojosa como pocas fue la fundación de Santa Teresa en Toledo. El relato de Las Fundaciones no oculta los sinsabores de una negociación lenta y porfiada con los testamentarios del bienhechor Martín Ramírez, aquel mercader "honrado y siervo de Dios" que "hacía una vida como muy católico, hombre de gran verdad y honestidad" y que "con trato lícito allegava su hacienda" l. El gober­nador eclesiástico dilataba conceder la licencia y el Consejo de la mitra toledana tampoco veía con buenos ojos la erec­ción del nuevo monasterio de la Madre Teresa. Para col­mo, no faltaba la habitual y prosaica dificultad de arrendar una casa adecuada y de esta forma hubo la Santa de valerse de todo su ingenio, paciencia y energía para lograr su pro­pósito.

Todos los indicios, incluyendo las propias palabras de la fundadora, apuntan en el sentido de que los testamenta­rios habían planeado un patronato en regla del nuevo mo­nasterio 2. Pero la licencia del ordinario no autorizó una

1 Obras completas de Santa Teresa de Jesús, edición del P. Efrén de la Madre de Dios O.C.D. y Otger Steggink O. Carm., Biblioteca de Autores Cristianos (Madrid, 1962), Fundaciones, 535. A esta misma edición se refieren todos los textos citados siempre que no se haga constar de otro modo.

2 Una carta escrita al testamentario Diego Ortiz en enero de 1569 acepta de muy buen grado su idea de "querer hacer casa de esta sa­grada Orden" en Toledo (660). Casi todos los biógrafos dan también

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fundación en dichas condiciones, según debió comunicarse verbalmente a Santa Teresa 3.

Pero es obvio que las noticias de Las Fundaciones no iluminan por completo las causas de estas dificultades y hasta dan la impresión de callar lo que más nos interesaría saber. El P. Miguel Mir (el menos hagiográfico de los his­toriadores de la Santa) puso ya de relieve lo anómalo de estas complicaciones: la licencia no se daba cuando se pre­tendía una fundación bajo patronato, generosamente dota­da con capellanías y memorias, y se otorga cuando se plantea en pobreza, y sin patronos 4, muy al contrario de como solía suceder, pues lo normal era que los prelados amargasen a Santa Teresa con negativas o mala disposición a autorizar fundaciones sin rentas, es decir en pobreza absoluta.

El resultado de semejante forcejeo vino a quedar, sin embargo, en tablas. El 18 de mayo de 1569 Santa Teresa y los testamentarios de Ramírez capitularon un complicado acuerdo por el cual recibía aquélla un préstamo de mayor cuantía, destinado a la adquisición de un buen inmueble. Este quedaba hipotecado hasta que la deuda se amortizara bajo forma de una capilla que serviría de enterramiento

por supuesta la intención primitiva de fundar el monasterio toledano bajo un patronato en toda regla; véase, por ejemplo, Alberto Risco, Santa Teresa de Jesús (Bilbao, 1925), p. 335.

3 Observación acertada del P. Silverio de Santa Teresa al considerar que es la misma Santa quien refiere que se le dio la licencia condicio­nada a que fundase "como en otras partes", y que el texto de dicha li­cencia no establece nada en relación con el patronato; Obras de Santa Teresa de Jesús, edición del P. Silverio de Santa Teresa C.D., Biblioteca Mística Carmelitana, 9 vols. (Burgos, 1915-1924) V, 123 nota. Nos referi­remos en adelante a esta obra (muy útil por la colección diplomática y materiales que inserta en apéndices) como Ed. P. Si/verio.

4 Miguel Mir, Santa Teresa de Jesús. Su vida, su espíritu, sus fun­daciones, 2 vols. (Madrid, 1912), 1, 111. Que la finalidad de todo ello no era otra que la de apartar a los Ramírez de la fundación ha sido co­rrectamente señalado por William Thomas Walsh, Saint Teresa of Avila (Milwaukee, 1943), p. 358.

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familiar y que el futuro monasterio se obligaba a construir en un plazo de diez años. Tras la fachada de un préstamo hipotecario, este enrevesado arabesco jurídico venía a ser, por lo tanto, mera ficción encubridora del hecho básico de que el convento de las descalzas seguía debiendo su exis­tencia a los caudales de Martín Ramírez, cuyos herederos quedaban como patronos exclusivos de la capilla 5. Los tes­tamentarios fueron muy rígidos en establecer condiciones destinadas a asegurar el esplendor de su culto mediante la fundación adicional de un cierto número de capellanías. San­ta Teresa hubo de comprometerse, además, a obtener para el acuerdo una garantía y respaldo adicional por parte del General de la Orden Carmelitana, requisito enteramente inusitado y que delata una gran desconfianza por parte de los testamentarios.

y sin embargo, no dejó Santa Teresa de poner al buen entendedor sobre el rastro de tan extraños obstáculos, pues levantó una punta del velo al finalizar la historia de esta fundación:

En los días que havía tratado de la fundación con Alonso Alvarez, eran muchas las personas a quien parecía mal -y me lo decían-, por pa­recerles que no eran ilustres y cavalleros, aun­que harto buenos en su estado, como he dicho, y que en un lugar tan principal como este de To­ledo, que no me faltaría comodidad. Yo no repa­rava mucho en esto, porque gloria sea Dios, siem­pre he estimado en más la virtud que el linaje; mas havían ido tantos dichos al governador, que

5 Véanse los términos del documento en Ed. P. Silverio, V, ap. XXV, 413-421.

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me dio la licencia con esta condición, que funda­se yo como en otras partes.

Yo no sabía qué hacer, porque hecho el mones­terio tornaron a tratar del negocio; mas como ya estava fundado, tomé este medio de darles la ca­pilla mayor y que en lo que toca a el monesterio no tuviesen ninguna cosa, como ahora está. Ya havía quien quisiera la capilla mayor, persona principal y havía hartos pareceres, no sabiendo a qué me determinar (538-539).

Santa Teresa más bien disimula que exagera en su re­lato la difícil negociación. La licencia fue rehusada durante cinco o seis semanas, a pesar de que los preparativos ve­nían haciéndose desde varios meses antes y de que la ayu­daban algunos amigos tan influyentes como doña Luisa de la Cerda y el canónigo don Pedro Manrique. El origen de todo era la baja condición social de los presuntos fun­dadores, pero ¿ basta a explicar el escándalo el que éstos no fueran "ilustres y cavalleros"? Santa Teresa deja entre­ver que, además, mediaban otros motivos que eran materia de esos dichos y hartos pareceres que menciona con acento algo despectivo y de cuya sustancia nada nos dice. A nues­tro parecer calla, por prudencia o por caridad, lo que de ve­ras justifica la hondura del conflicto y no es difícil de adi­vinar para nadie que conozca la historia local de Toledo y los problemas sociales de aquel siglo: la familia de Martín Ramírez, mercader opulento, gente ansiosa del lustre so­cial que en la época daba un patronato, debía ser de cono­cido origen converso.

Nadie podrá negar que la profesión de mercader en ese lugar y fecha no constituya, de por sí, un indicio muy fuerte de procedencia familiar judía. Menéndez Pelayo, aun igno-

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rando lo mucho que hoy sabemos sobre las dimensiones y consecuencias del problema de los cristianos nuevos, re­conocía al tratar de Gómez Manrique 6, que en Toledo la mención de no ser de linaje era eufemismo alusivo a una ascendencia hebrea. En Toledo se consagró, en medio de una tempestad de pasiones, el principio de la limpieza de sangre, que a partir del Estatuto de 1547 quedó incorporado como uno de los principios constitutivos de la sociedad es­pañola y que desde entonces no hizo sino crecer en ampli­tud y en dureza 7. Un ambiente de protesta reprimida, con la ciudad emponzoñada por la maledicencia, las venganzas personales y los libelos, es lo único que explica ese aire de ofensa con que el elemento dirigente se opone a la funda­ción teresiana.

Si consideramos cuál es el auténtico fondo de la cues­tión podemos apreciar lo espinoso del dilema de Santa Te­resa, que no quiere desafiar a la opinión ni ceder ante ella, desairando en forma lamentable a los Ramírez. Todo este episodio constituiría así, si hiciera falta, una prueba de la fertilidad de su ingenio y, sobre todo, de su valentía moral al respaldar con hechos su defensa de la virtud ante el li­naje.

EL AMBIENTE CONVERSO EN TORNO A SANTA TERESA

Para comprender el íntimo sentido y trascendencia de cuanto antecede se impone recapitular nuestros conocimien­tos sobre el fondo familiar de Santa Teresa.

6 Antología de poetas líricos castellanos (Santander, 1944), II, 356. 7 Para comprender toda la magnitud del problema es indispensable

consultar la magnífica información reunida por Albert A. Sicroff en Les controverses des statuts de "pureté de sang" en Espagne du xve

au XVIIe siecle (París, 1960).

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En 1946 publicó el benemérito erudito Narciso Alonso Cortés una prueba tan irrefutable como sensacional e ines­perada acerca del origen judaico del linaje de Santa Tere­sa 8. Su abuelo Juan Sánchez de Toledo, recaudador de im­puestos, fue reconciliado juntamente con sus hijos por la Inquisición toledana en 1485.

Pero debemos insistir en que, aun en ausencia de una prueba documental tan firme, el ambiente familiar de Santa Teresa sugiere con fuerza la misma conclusión, e incluso la amplía a través de una dilatada serie de indicios que hoy, tras el gran avance de nuestros conocimientos en el campo de la historia social y religiosa del siglo XVI, pueden ser in­terpretados con escaso margen de duda.

Es muy significativo, en primer término, que no haya sido posible aclarar cuáles eran las actividades del padre de Santa Teresa, Alonso Sánchez de Cepeda, que no parece haber sido dueño de muchos bienes raíces, pero que, evi­dentemente, vivía con desahogo. Es muy posible que se dedi­cara a manejo de finanzas, acerca de lo cual tenemos algo más que indicios 9. El hecho de que la nobleza de su padre y de su abuelo hubiera de ser defendida y pleiteada en di­versas ocasiones 10, nos habría inducido ya muchas sospe-

8 "Pleitos de los Cepedas", Boletín de la Real Academia Española, XXV (1946), 85-110. Los datos de Alonso Cortés han sido concienzuda­mente ordenados y completados por Homero Serís, "Nueva genealogía de Santa Teresa", Nueva Revista de Filología Hispánica, X (1956), 365-384. El carmelita P. Efrén en la biografía que complementa su edición y Francisco Cantera en su nota" ¿Santa Teresa de Jesús de ascendencia judía ?", Sefarad, XIII (1953), 402-404, pretenden interpretar los docu­mentos en el sentido de que Juan Sánchez de Toledo era un cristiano viejo convertido al judaísmo. Semejante intento constituye un esfuerzo desesperado para cerrar los ojos ante la realidad y ha merecido justa refutación de Homero Serís en el artículo citado.

9 Véanse los datos aducidos por Mir, Santa Teresa de Jesús, l, 30-31. También Homero Serís, "Nueva genealogía de Santa Teresa", 367-368.

10 De estos pleitos proceden precisamente los nuevos datos gene a-

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chas, nunca disipadas por sentencias favorables que, como sabemos, no eran difíciles de obtener por personas con cau­dales e influencias. El abuelo penitenciado, Juan Sánchez de Toledo, logra ya en 1500 11 una ejecutoria tan ilustre como fabulosa, remontada hasta un guerrero de tiempos de Al­fonso XI, pero es curioso que ni los mismos primitivos bió­grafos teresianos gustaran de detenerse en este punto, li­mitándose a hablar de su muy buen linaje en términos vaguísimos 12. Anotemos, además, hechos anómalos como 1 a extraña desbandada (en acertada expresión del P. Mir) de todos sus hermanos, que van a buscar en la conquista del Perú un prestigio y riquezas que Avila no les daba. Por otra parte, si en Santa Teresa y sus hermanos se extinguía y abandonaba el patronímico Sánchez, que lógicamente les correspondía, no era, como opina Homero Serís, por ser de­masiado común, sino por lo que venía a constituir práctica habitual cuando el apellido llevaba consigo malos y peli­grosos recuerdos 13.

lógicos; la visión tradicional, que basaba la impecable nobleza de la Santa en una fe ingenua en las ejecutorias, puede verse resumida en Mir, Santa Teresa de Jesús, 1, 13.

11 Mir, Santa Teresa de Jesús, l, 13. 'También P. Efrén de la Madre de Dios y fray Otilio del Niño Jesús, Obras completas de Santa Teresa de Jesús, Biblioteca de Autores Cristianos, 3 vols. (Madrid, 1951-1959), l, 172.

12 Así, Julián de Avila en Mir, Santa Teresa de Jesús, l, 16. 13 En el Diálogo de los pajes de palacio de Diego de Hermosilla, el

honrado converso Juan de Lorca, mercader de Medina del Campo, co­menta en una conversación con el noble Godoy que él no ha querido abandonar el apellido malsonante de su padre para usar el de su madre, "que es pieza que se puede jugar en cualquier casa". A lo cual respon­de Godoy: "Vos lo higisteis como honrado y cuerdo, y para mí, yo tengo por cosa sospechosa que los hijos mayores dexen el apellido del padre y se arreen del de la madre; que lo haz en con cautela, porque se acave y olvide el apellido de su casa; y con este ardid, aunque se miren todos los sanvenitos, que hay en las iglesias de España, de los tornadigos no se hallará ya ninguno de los apellidos que en ellos es­tán; que aunque sean vivos los hijos o nietos de sus dueños, no hay

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El ambiente converso de la familia de Santa Teresa es mucho más intenso de cuanto hasta ahora se ha reconocido. La primera esposa de su padre, Catalina del Peso y Henao, llevaba uno de esos apellidos alusivos a actividades mercan­tiles que deben considerarse como típicamente conversos, según ha señalado con acierto J. Caro Baraja 14. También induce sospecha la familia del Aguila, con su extraño pa­tronímico 15 y su fuerte politización comunera; muy entre­mezclada con la de la Santa, fue clave de muchas de las relaciones humanas de ésta, pues pertenecían a dicho tronco familiar dos de sus tías políticas, su madrina de bautismo, la esposa de su buen amigo don Francisco de Salcedo, el ca­ballero santo, y el cuñado de éste, el jesuita Hernando Al­varez del Aguila, que probablemente fue uno de los prime­ros confesores importantes.

Por converso muy verosímil tenemos al cuñado Juan de Ovalle, que casó en 1553 con la hermana menor Juana de Ahumada, descendiente de un contador de la casa de Alba de fines del siglo xv. Ovalle era el menor de cuatro herma­nos entre los cuales se daba la característica afición a la medicina y a los cargos concejiles 16. Hombre triste y muy poco buscavida, siempre al borde de la miseria, tuvo in­tención en 1569 de probar fortuna en el tráfico de asientos. y es curioso ver cómo Santa Teresa, a pesar de que le preo­cupaba la tendencia del matrimonio a vivir bajo su som­bra, no aprobó la idea por parecerle oficio de poco provecho

rastro ni memoria dellos, tanto cuidado y diligencia ponen en ello"; ed. Donald MacKenzie (Valladolid, 1916), p. 63.

14 Los judíos en la España moderna y contemporánea (Madrid, 1961), n, p. 28.

15 Sobre la frecuencia de nombres de animales en apellidos de ju­díos y conversos españoles, véase Francisco Márquez Villanueva, Inves­tigaciones sobre Juan Alvarez Gato (Madrid, 1960), p. 47 Y ss.

16 José de Lamano y Beneite, Sta. Teresa de Jesús en Alba de Tor­mes (Salamanca, 1914), p. 96 Y ss.

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y que le obligaría a pasar demasiado tiempo fuera de su casa 17; si bien es probable que la verdadera causa de su consejo fuera escaso deseo de verle dedicado a una activi­dad que casi equivalía a reconocerse públicamente como converso. Ovalle tenía, además, no se sabe qué extraños mo­tivos de agradecimiento hacia los herederos de Ramírez 18.

Todo ese ambiente familiar no deja de influir grande­mente sobre los destinos de Santa Teresa, y bastaría aducir aquí su despertar a la vida espiritual con el Tercer abece­dario que pone en sus manos su tío Pedro de Cepeda. Tris­temente olvidado en la aldehuela de Ortigosa, este Cepeda que vive solitario con sus libros ascéticos parece un ejemplo perfecto de converso retraído y enemistado con la vida: "Su ejercicio era buenos libros de romance, y su hablar era-lo más ordinario-de Dios y de la vanidad del mundo" (Vida, 21). Para rematar su identificación con dicho tipo humano, Pedro de Cepeda acabó haciéndose fraile. Fraile jerónimo, naturalmente.

Por nuestra parte, respaldamos por completo la con­vicción de Homero Serís según la cual Santa Teresa conocía bien su desventajosa genealogía. Cita SerÍs como prueba el caso, similar a lo que sospechamos sobre Ovalle, del des­contento con la conducta de su hermano Lorenzo en A vila, tras su regreso del Perú. Escandalizaba aquél a la ciudad haciendo llamar don a sus niños y con el gasto de su oro en tratarse a lo gran señor. Debemos subrayar nosotros la gravedad que la Santa concede a este asunto, extendiéndose acerca de él bastante más de lo que es corriente en su co-

17 Así se lo escribía a su hermana, precisamente a poco de fundar en Toledo, en diciembre de 1569 (665).

18 En febrero de 1571 escribía la Santa a Alonso Alvarez Ramírez: "Olvidávaseme que Juan de Ovalle y mi hermana besan muchos las manos de vuestra merced. No acaba Juan de Ovalle de decir lo que a vuestra merced deve". (671).

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rrespondencia. La clave de tal actitud está, para nosotros, en la fecha de 1576, cuando, tras las fundaciones andaluzas, comienza a tomar mal aspecto el pleito con los calzados y arrecian a su alrededor las peores sospechas y calumnias, eclipsado su favor con el General y obligada a retirarse a Toledo, "que es como manera de cárcel" (Fundaciones, 578). En tales circunstancias, Santa Teresa tiembla de pensar que la vanidad imprudente de su hermano incite envidias y co­mentarios que, a su vez, podían resultar catastróficos en un momento tan crítico para la causa de la Descalcez.

La característica ansia de prestigio social que solía de­vorar a los conversos se daba también en su familia con carácter muy pronunciado. El padre de Teresa, arruinado en sus últimos años, contraía nuevas deudas para adquirir ropas lujosas 19. Recientemente se ha podido comprender el alcance de un comentario malicioso de Gonzalo Fernán­dez de Oviedo, que cita a los hermanos Cepeda como ejem­plo de gente baja y sospechosa en la fe, que marcha por las Indias presumiendo de nobleza y de aparatosos escudos de armas 20. La Santa reprocha a su hermano Lorenzo, con frase que acusa la huella estilística de fray Antonio de Guevara, que "vuestra merced es inclinado, y aun está mos­trado, a mucha honra" 21. La complacía mucho, en cambio, que Lorenzo se decidiera a comprar una buena finca rústica en las cercanías de A vi1a, como se ve por el tono en que comunica la noticia a María de San José, priora de Sevi­lla (Epistolario, 762-763). Lorenzo de Cepeda llegó a pensar después que los catorce mil ducados que invirtió en su com-

19 Efrén de la Madre de Dios y fray Otilio del Niño Jesús, Obras completas de Santa Teresa de Jesús, 1, 192.

20 Citado por Caro Baraja, Los judíos, n, 330 notas. 21 Ed. P. Silverio, VII, 261. Se trata de un fragmento sin fecha, pu·

blicado a continuación de la carta C'l, a don Lorenzo de Cepeda, Toledo, 24 de julio de 1576. No lo vemos incluido en la edición del P. Efrén.

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pra le hubieran producido más dados a censo, pero su her­mana se apresuraba a sacarle de tal error: "Acabe de en­tender que es por muchas partes mejor, y ha dado más que hacienda a sus hijos, que es honra" (Epistolario, 805). La misma Santa se reconocía "tan honrosa, que me parece no tornara atrás por ninguna manera, haviéndolo dicho una vez" (Vida, 22).

Nunca trató Santa Teresa, con sensatez que la hace casi única en su época, de ocultar ni exagerar nada relativo a su ascendencia, acerca de la cual se expresa siempre con na­turalidad y franqueza. De sus padres no dice que fueran limpios ni aun nobles, sino sólo "virtuosos y temerosos de Dios" (Vida, 16). Tal actitud contrasta, por ejemplo, con la de fray Luis de León, quien a sabiendas miente y tergiver­sa en su proceso la verdad incontrovertible de su linaje ju­dío, como si no lo permitiera la propia estimación y el do­lor de admitirla superase la capacidad de sufrimiento de un español de aquellos años. Por el contrario, estaba reservado a Santa Teresa, cumbre de inteligencia y de feminidad, el poner sobre semejante úlcera el bálsamo de una sonrisa de buena ley. Cuando refiere a sus hijas la penosa funda­ción de Sevilla, las invita a considerar la inesperada y sal­vadora vuelta de las Indias de su hermano Lorenzo como "mano de Dios" y señal manifiesta de protección divina de su obra, "pues no sería por ser de sangre ilustre el hacer­me honra" (576). Le molestó, sin embargo, que su más ín­timo colaborador, el P. Jerónimo Gracián, perdiera tiempo en investigar su linaje abulense. Fue entonces cuando ma­nifestó importarle más un pecado venial que la idea de pro­ceder de villanos o de confesos. América Castro ha sondea­do con gran agudeza el amargo trasfondo de que brotaba aquella respuesta algo irritada 22; pero al expresarse así, no

22 De la edad conflictiva (Madrid, 1961), p. 193 Y ss.

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hacía Santa Teresa sino reflejar con absoluta y literal exao­titud su reacción ante el problema espantoso del linaje.

LA FUNDACIÓN DE MEDlNA DEL CAMPO

Aunque conocemos toda suerte de pormenores relacio­nados con la decisiva fundación en Medina del Campo, nun­ca se ha reparado en el sentido que se desprende de rela­cionar entre sí una serie de hechos que no pueden atribuir­se a simple coincidencia.

Una vez consolidada la reforma descalza en San José de A vila, Santa Teresa tiene ante sí el ser o no ser de convertir una empresa casera y medio familiar, igual que la realiza­da en Alcalá de Henares por María de Jesús con su conven­to de la Imagen, en una renovación monástica de gran en­vergadura. Para este paso arriesgado, que la Santa acomete sin experiencia, sin colaboradores y sin dinero, era lógico que escogiera el ambiente que le ofreciese mayores garantías de una acogida favorable. La decisión, muy madurada como ella misma confiesa, se inclinó por Medina del Campo.

Santa Teresa plantea muy hábilmente su estrategia, con­sistente en servirse de la popularidad de los jesuitas "que estavan muy aceptos en aquel lugar de Medina" (502), a través de la amistad con su antiguo confesor el P. Baltasar Alvarez, que actuaba allí de rector. Hasta aquí llegan los da­tos de Las Fundaciones, pero los documentos no revelan, como en el caso de Toledo, el detalle de la sutileza y astu­cia diplomática de Santa Teresa, desplegada en precaucio­nes y maniobras que disimula aquella historia oficial.

La licencia del ordinario no aparece, por lo pronto, so­licitada a nombre de Teresa de Jesús, sino de "algunas per­sonas debotas de esa dicha villa" que conocen y admiran

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su obra 23. La concesión de la licencia queda condicionada por el obispo de Salamanca, don Pedro González de Men­daza, al resultado favorable de una encuesta encargada al provisor de Medina del Campo. Declaran en ella, unánimes en sus alabanzas, varios jesuitas y cinco seglares, de los que cuatro son mercaderes y dos de éstos, Simón Ruiz y Francisco de Dueñas, importantes regidores y nombres bien conocidos en la historia económica de la época. Como casi todos los comerciantes y banqueros que operaban en aquel foco del comercio y las finanzas internacionales, tanto Ruiz como Dueñas pueden ser tenidos por conversos con toda seguridad 24.

23 Ed. P. Silverio, v, ap. VI, 342. 24 Francisco de Dueñas pertenecía a una de las familias más dis·

tinguidas en el comercio y finanzas de Medina del Campo. Rodrigo de Dueñas, probablemente hermano de Francisco, fue nombrado en 1553 para ocupar un cargo en el Consejo de Hacienda en calidad de experto en asuntos económicos; pero fue pronto destituido porque el escán· dala que producía su origen converso superaba, por encima de la pru· dencia administrativa más elemental, incluso la protección del Em· perador y del príncipe don Felipe; Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros (Madrid, 1949), n, 128 y ss. La recurrencia del nombre Si· món en la familia de Ruiz empieza por sugerir una sospecha de judaís· mo a su reciente historiador Henri Lapeyre, quien, sin embargo, ter· mina por rechazarla alegando un expediente de limpieza favorable· mente resuelto; Une famille de marchands, les Ruiz (París, 1955), p. 46-47. Olvida Lapeyre que estos asuntos no son tan sencillos y que cabe aducir multitud de casos en que tales documentos han dictami· nado la limpieza de linajes indudablemente semíticos. El caso de Simón Ruiz es peculiarmente sospechoso, además, por su procedencia de la clase media burgalesa, por su madre, una tal María de Santa Catalina y por la oscuridad de su vida durante muchos años. Más aún, el expe­diente utilizado por Lapeyre debió de ser objeto de una obstinada y seria contradicción, pues consta que comenzó en 1569 y no concluyó hasta 1581, sin que se nos aclare nada en dicha obra sobre los motivos de una dilación tan considerable. Caro Baraja observa que un comer­ciante del mismo nombre y apellido que se estableció en Inglaterra en la misma época, era tenido por marrano indudable; Los judíos, n, 225 y 257.

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Santa Teresa debió de estimar, con acierto, que Medf­na del Campo, con una concentración de conversos ricos como no tenía igual en la península, sería el lugar ideal para iniciar la expansión de su reforma. Y no insinuamos con esto ninguna sordidez suya, pues no era la riqueza lo que le interesaba (la fundación se hizo en la mayor pobre­za), sino el apoyo moral que iba a llegar hasta el punto de no presentar la empresa como un deseo de Teresa de J e­sús, sino como ruego de todo lo más granado de Medina.

Sabía Santa Teresa que la idea de una religiosidad fuer­temente contemplativa no despertaba entre aquellos hom­bres el recelo habitual en la época, y que por ello habían de salirle fiadores y prestarle sus nombres en forma tan generosa. Simón Ruiz, hombre de gran talento para los negocios, da la impresión de haber llevado una vida casi ascética dentro de su opulencia, alternando el trabajo en sus libros de cuenta y razón con el estudio de una breve pero selecta biblioteca de carácter casi exclusivamente espiri­tua1 25

• Santa Teresa y Simón Ruiz anudaron una buena amistad que dejó testimonios epistolares, y una sobrina del banquero medinense ingresó pronto en las descalzas 26.

El hecho mismo, sabiamente aprovechado por Santa Te­resa, de estar los jesuitas tan "aceptos" en Medina del Cam­po, debemos relacionarlo, a su vez, con la presencia de gran cantidad de conversos en la primitiva Compañía, que du­rante mucho tiempo rehusó doblegarse ante el principio de la limpieza de sangre 27. Los jesuitas, establecidos allí des-

25 Lapeyre, Une famille de marchands, p. 44. 26 Véase el árbol genealógico reconstruido por Lapeyre, donde figu­

ra, además, otro pariente que también fue fraile descalzo; Une famille de marchands, p. 44.

27 Sicroff, Les controverses, p. 290 Y ss. También Eusebio Rey, "San Ignacio y el problema de los cristianos nuevos", Razón y Fe, CLIII (1956), 173-204.

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de 1553, habían comprendido pronto la oportunidad de be­neficiar la alta tensión espiritual de aquel hervidero de mercaderes conversos. No hay que perder de vista que ha­bía sido el mismo Rodrigo de Dueñas quien más ayudó para que se estableciese la Compañía en Medina del Cam­po 28. Caso típico viene a constituir, por ejemplo, la trayec­toria biográfica del P. Luis de Medina, uno de los que de­claran más favorablemente en la encuesta susodicha. Na­tural también de A vila, buscó fortuna como soldado y logró hacerla en el Perú; vuelto a España se establece como ne­gociante en Medina, pero su espíritu insatisfecho y su has­tío del mundo le conducen a la Compañía. Su hermano Blas de Medina 29, heredero de la firma comercial, llegó al extremo de ceder la mitad de su casa a las descalzas, apia­dado de la mísera y lamentable instalación del naciente mo­nasterio, descrita con tanta gracia en Las F'undaciones.

Es, por tanto, ese ambiente humano, definido por la pre­sencia de una masa de cristianos nuevos, el que permite una victoria decisiva de la descalcez y reduce al silencio las voces aisladas que predican la desconfianza 30. Y si tene­mos en cuenta que gracias a todas estas ayudas pudieron encontrarse Santa Teresa y San Juan de la Cruz, aprecia­remos bien la deuda de gratitud que nos sigue ligando con aquel mundo, tan recóndito e ignorado, de mercaderes y banqueros.

28 Ed. P. Silverio, v, 19 nota. 29 Risco. Santa Teresa de Jesús, p. 276 . . 30 Antes de las informaciones oficiales abiertas por el Obispo de Sala

manca, hubo en Medina del Campo una conferencia privada entre regido­res y personas calificadas para discutir el proyecto de fundación. Según Báñez, cierto religioso, "hombre de autoridad y predicador", intentó des­acreditar a la Madre Teresa considerándola otra alumbrada embauca­dora más, pero su intervención fue rechazada por el provincial de los dominicos, que también se hallaba presente; Ed. P. Silverio, V, 26 nota.

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Los CONVERSOS, PROTECTORES DE LA DESCALCEZ

El caso de la fundación toledana, debida mayormente a la protección económica de una familia conversa, no cons­tituye un hecho aislado y fortuito, sino algo que vemos re­petirse con cierta regularidad y que resulta decisivo para la expansión rapidísima de la reforma.

Esto es lo que ocurrió también en Alba de Tormes en 1571, fundación de la que fueron patronos Francisco Ve­lázquez, contador entonces del duque de Alba, y su mujer Teresa de Layz, personajes que conocemos bastante bien gracias a los documentos que sobre ellos sacó a luz Lama­no. Velázquez, cuyos orígenes familiares son desconocidos, se acreditó de genio administrativo en su gestión como ma­yordomo de la Universidad de Salamanca, cuya hacienda encontró muy maltrecha y logró duplicar en los veinticin­co años (1541-1566) que desempeñó el cargo. El secreto de su éxito no era otro, sin embargo, que su habilidad para colocar el capital universitario en préstamos muy ventajo­sos a clientes tan distinguidos como el duque de Alba. Todo lo cual explica el elevado salario que la Universidad le pa­gaba y el disgusto del claustro cuando Velázquez pasó al servicio de la casa de Alba.

Santa Teresa afirma de Teresa de Layz que era hija "de padres nobles, muy hijos de algo y de limpia sangre" (Fundaciones, 551), pero sin extender la misma calificación a su marido el contador. No nos puede caber la menor duda sobre la sinceridad del aserto teresiano, formulado, además, con evidente satisfacción; pero los documentos relativos a dicha fundadora vuelven a revelarnos un mundo definido por la actividad financiera y no por la prosapia nobiliaria. Su ascendencia sólo ha podido identificarse por línea ma-

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terna y nada más que a lo largo de dos generaciones. Lo más notable de su ambiente familiar es la banca activísima, aunque a escala rural, de su hermano Pedro de Aponte, clérigo beneficiado de Gajates 31, que participó a veces en los grandes negocios urdidos por su cuñado Velázquez y fue también favorecedor de las descalzas.

Aun sin salir del terreno de datos ya conocidos, hay como mínimo dos fundaciones más en cuyo logro es decisivo el dinero o el apoyo de conversos. Es lo que sabemos acerca del convento de Segovia (1574), hecho posible por la devo­ción y generosidad de doña Ana Jimena, viuda de Fran­cisco Barros de Bracamonte, del linaje abulense de los Bra­camontes, mezclado de sangre judía, cuyos miembros so­lían mantener muy buenas relaciones con la Santa 32. En la fundación de Palencia encontró ésta la más eficaz cola­boración en la persona del canónigo Jerónimo Reinoso, que a pesar de tener su raza, era considerado un santo por la gran fundadora 3.3. N os cuenta ella misma que se atrevió a escribirle sin conocerlo para recabar su ayuda, impulsada por los elogios que de él había oído a un amigo común y que ciertamente no quedaron defraudados (Fundaciones, 590).

31 Elste beneficiado de Gajates dejó a su muerte "incontables cédulas de préstamos hechos a próceres, concejos, sacerdotes y otros humildes pegujaleros". Y lo que pasa ya de cándida es la creencia de Lamano según la cual se trataba todo ello de dinero proporcionado por bondad de corazón y sin llevar interés. Pedro de Aponte dejó una pía memo­ria vinculada en el convento de Alba de Tormes; Santa Teresa de Jesús en Alba de Tormes, pp. 58-60, 55, 217.

32 Walsh, Saint Teresa oi Avila, p. 3. 33 Ayudaron también otros canónigos amigos de Reinoso que, se­

gún el P. Silverio se llamaban Prudencia de Armenta, Juan Rodríguez de Santa Cruz y Martín Alonso de Salinas; IX, 9 nota. Toda la corres­pondencia con el buen canónigo respira la mayor simpatía y buen entendimiento. Santa Teresa no olvida elogiar cumplidamente su eficaz y bondadosa colaboración (Fundaciones, 590). Sobre la ascendencia semítica de Reinoso véase Walsh, Saint Teresa oi Avila, p. 562.

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Pocos meses antes de la muerte de Santa Teresa, la pe­nosísima fundación de Burgos (1581) con que quedó cerra­do el ciclo que se inició en Medina del Campo, se desarro­lla también en un ambiente caracterizado por la abundan­cia de mercaderes conversos 34, enriquecidos en el comercio de exportación de lanas que tendía ya a decaer. La ayuda decisiva no vino sólo de los caudales, sino también del te­són de una Catalina de Tolosa, viuda de un mercader rico llamado Sebastián Maláiz o de Muncharaz. Nada hace pen­sar, por parte de ambos esposos, en linajes ilustres. La de­liciosa espontaneidad de la pluma teresiana casi se traicio­na acerca de ello en un momento de descuido. Elogia la Santa el sufrimiento y buen ánimo de Catalina de Tolosa cuando, por causa de la oposición del obispo, parecían des­vanecerse todas las esperanzas de fundar, y comenta que

. ese espíritu "j Cuánto más le tienen para grandes cosas los siervos de Dios que los de grandes linajes, si les falta esto!", aunque en seguida vuelve ágilmente sobre sus pasos para añadir que a esta señora "no le falta mucha limpieza en el suyo, que es muy hija de algo" (Fundaciones, 604). Además de Catalina de Tolosa, casi todos los ayudadores burgale­ses tienen apellidos o actividades muy propias de conver­sos: el influyente procurador mayor del ayuntamiento, don Antonio Santo Domingo Manrique, cuya diplomacia obtu­vo la licencia de la ciudad, el médico Aguiar, gracias al cual pudo comprarse la casa, y especialmente el "gran siervo de Dios" Hernando de Matanza, rico mercader y regidor 35, que

3·1 Sobre el predominio de estos mercaderes conversos en el amo biente local tenemos una curiosa y malhumorada sátira escrita hacia aquellos mismos años (1570), titulada "Diálogo entre Laín Calvo y Nuño Rasw·a", ed. R. Foulché-Delbosc, Revue Hispanique, X (1903), 160-183.

35 Véanse las noticias, bastante completas, que acerca de sus acti­vidades, familia y ascendencia ofrece Mir, Santa Teresa de Jesús, n. 677 nota.

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proporcionó acomodo temporal a la casi moribunda Madre y a sus monjas y obtuvo por fin, tras penosos forcejeos, la licencia del ordinario.

Mercaderes y banqueros suelen aparecer también como auxiliares importantes de otras fundaciones realizadas en pobreza, según hemos visto ya en el caso de Medina. En Sevilla se trata de las providenciales limosnas de doña Leo­nor de Valera, mujer de Enrique Freile, banquero portu­gués que quebró aquel mismo año de 1575, si bien no fal­tó después a las descalzas la ayuda económica de otros miem­bros del alto comercio sevillano 36.

En cuanto a fundaciones frustradas, tenemos también indicios muy acordes con toda esta habitual cooperación por parte de conversos. En la de Madrid parece ser que deseaba dar ayuda decisiva, con su elevada dote, una tal doña Isabel Osorio que, sin duda, era sobrina de fray Luis de León, hija de su hermano el doctor Antonio de León 37.

:JI; La ayuda de la Valera no aparece nunca mencionada por Santa Teresa; pero la encarece mucho María de San José en su encantadora relación de los orígenes del convento sevillano; Ed. P. Silverío, VI, ap. XLII, 241. Posteriormente ayudaron también Horacio Doria, Lope de Tapia, el oidor Morillas, doña María de Castellano y, sobre todo, el mercader Pedro Cerezo Pardo, que donó una fuerte suma y dotó a tres novicias; Mil', Santa Teresa de Jesús, II, 362. Tras la muerte de Santa Teresa, María de San José cedió a este Pedro Cerezo Pardo la custodia comprometedora del manuscrito de Las Moradas, restituido después al convento por una hija suya que ingresó en él en 1617; Efrén de la Madre de Dios y fray Otilio del Niño Jesús, Obras completas de Santa Teresa de Jesús, II, 335.

37 La carta que, desde Malagón, le dirigió el 3 de diciembre de 1579 es valiosísima por la franqueza con que la Santa habla de sus fundaciones: ya en 1569 le propusieron fundar en Madrid, pero ella lo rehusó porque los ofrecimientos procedían de "señoras"; ahora ve clara la conveniencia de fundar en la corte y, como parece que el ar­zobispo no desea autorizar un monasterio sin rentas, le aconseja que espere unos días, dando a entender que su cuantiosa dote podría tal vez pasar como donativo inicial de alguna especie de patronato, en ficción jurídica parecida a la que más tarde se improvisó en Burgos con la li-

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Nexo más que simbólico con otro gran grupo de espirituali­dad conversa es el P. Juan Díaz, pariente y discípulo del Beato Juan de Avila, que manifiesta gran interés por arrai­gar en Salamanca una fundación de descalzos 38.

ACTITUD SOCIAL DE SANTA TERESA

Cierto que, frente a todo lo anterior, puede alegarse que Santa Teresa gozó también del apoyo de la más alta no­bleza, que dotó varias de sus fundaciones (Malagón, Valla­dolid, Pastrana) 39. No cabe duda de que mantuvo buenas relaciones, en mayor o menor grado de estrechez, con la duquesa de Alba, con los condes de Monterrey, con la mar­quesa de Villena, con la condesa de Rivadavia; pero es evi­dente también que la Santa no gustaba poco ni mucho del gran mundo de la nobleza, que le extiende su protección pero no la considera su igual, que se hace pagar con im­posiciones y caprichos absurdos, como aquel de la duquesa

mosna de Catalina de 1'olosa (940). Para entonces había ingresado ya en Toledo una hermana de Isabel de Osorio llamada Inés de la Encar­nación. La identidad de estas dos monjas como sobrinas de fray Luis de León ha sido establecida por Aubrey F. G. Bell, Luis de León (Ox­ford, 1925), p. 88 nota. La admiración y simpatía manifestada por fray Luis al editar las obras de Santa Teresa adquiere, en vista de estos datos, un nuevo sentido.

38 Ed. P. Silverio, VIII, 20, nota. 39 Hay también un grupo de fundaciones de carácter algo impre­

ciso. Tal es el caso de Soria, donde Santa Teresa funda bajo el patro­nato de doña Beatriz de Beamonte y Navarra, dama de alta alcurnia pero viuda de "un hombre muy poderoso y rico llamado Juan de Vi­nuesa", regidor de Soria, de quien apenas si sabemos más que el nom­bre y cuya hacienda hizo posible la fundación; Mir, Santa Teresa de Jesús, n, 632. En Beas y en Caravaca se fundó con las rentas ofrecidas por devotas locales, ansiosas de sumarse a la descalcez y pertenecien­tes, al parecer, a una nobleza campesina modesta, pero bien acomodada.

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de Alba que la arrastró, ya moribunda, a Alba de Tormes. Era visible entre estas gentes la tendencia a tratarla como a una especie de bicho raro, a tener a su mandar una santa como suprema ostentación de lujo abierta a muy pocos. Es muy conocida la anécdota de cómo defraudó, con charla deliberadamente pueblerina y trivial, la curiosidad frívola de una reunión de damas de la corte que esperaban de ella una séance de milagrerías.

Su escasa afición a la aristocracia queda determinada desde su primer contacto con ella, cuando la envían a To­ledo para consolar la neurosis de viudez de doña Luisa de la Cerda. Pues, a pesar de su éxito y de la admiración y afecto que ganó de su "paciente", Teresa no sacó sino la idea de "en lo poco que se ha de tener el señorío". Cuanto más se asciende en categoría social, tanto más se arrastra una vida de mísera servidumbre, esclava del carril de unos usos preestablecidos, sin poder siquiera comer ni beber al gusto propio, sumida en intrigüelas y envidias de criados que no la respetaron ni a ella misma en aquella ocasión. "Es ansí que de todo aborrecí ser señora" (Vida, 141).

El capítulo X de Las Fundaciones se desata en una dia­triba contra el orgullo de la alta nobleza después de relatar las intrigas desencadenadas por la vocación religiosa de doña Luisa de Padilla y la salvación, comprometidísima, del alma de don Bernardino de Mendoza, con cuyos bienes fundó en Valladolid. Cuando Cristo no tuvo en este mundo "sino trabajos y dolores y deshonras", los señores al uso no se preocupan sino de lo contrario: "j Oh gente ilustre: abrid por amor de Dios los ojos; mirad que los verdaderos cavalleros de Jesucristo, y los príncipes de su Iglesia, un santo Pedro y san Pablo, no llevavan el camino que lle­váis! ¿Pensáis por ventura que ha de haver nuevo camino para vosotros? No lo creáis" (525).

Santa Teresa rehuyó cuanto pudo a la alta nobleza de su

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tiempo y se esforzó en mantenerla, como tal, al margen de su empresa. La mejor perspectiva de este hecho nos la ofrece el caso de Francia, donde la reforma descalza (se­senta y dos fundaciones entre 1600 y 1668) fue protegida por la nobleza hasta el punto de convertir los carme10s en antesalas del gran mundo, lo cual despertaba críticas y comparaciones desfavorables con el espíritu de la primitiva rama española 40.

Santa Teresa desmantela implacablemente la fundación de Pastrana antes que ceder a los caprichos e impertinen­cias de la princesa de Eboli. En sus escritos el uso de la palabra señora se reviste a veces de matización despectiva. Personalmente, ella rechaza hasta la cortesía de quienes la titulan así en los sobrescritos: "Por caridad que no me ponga señora en el título, que no es lenguaje n.uestro" (Epistolario, 819). Señoras no las desea en sus monasterios porque carecen de humildad y obediencia, y "no sirven sino de estragar los monasterios donde entran" 41.

Tales actitudes no adquieren plenitud de relieve sino contrastadas con la naturalidad y alegría con que Santa Teresa se desenvuelve en su medio burgués de profesio­nales y burócratas, pequeños eclesiásticos e hidalgos pro­vincianos, que venía a coincidir con el estrato más den­samente converso de la sociedad española de su tiempo. Ya hemos podido apreciar su predilección por comerciantes y banqueros de todos los pelajes, gente con la que trata de

40 Alphonse Vermeylen, Sainte Thérese en France au XVIIe siecle (Louvain, 1958), p. 38.

41 De la relación escrita por Fray Diego de Yepes para fray Luis de León; Ed. P. Silverio, I1, ap. XCII, 493. Allí mismo se aclara que la Santa no aplicaba en esto ningún prejuicio ni discriminación sistemá­tica, pues en otros casos animó a ingresar a grandes señoras en las que se daban todas las condiciones de idoneidad.

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igual a igual y que parece dotada de una sensibilidad pecu­liar para entenderse bien con ella 42.

A lo largo del proceso de fundaciones vemos repetirse la ayuda espontánea de un tipo humano uniforme. Suele tratarse de mercaderes en plenitud de la edad, hombres de una pieza y curtidos en el manejo de asuntos prácticos, que se azacanan por allanarle papeleos, que la acompañan a veces en los viajes o a los que confía el cuidado de sus pro­blemas económicos. Santa Teresa termina de ponderar el giro catastrófico que amenazaba tomar la fundación de To­ledo en el "cayóme malo" de uno de estos fieles amigos, el mercader Alonso de Avila (Fundaciones, 537) que, no sa­bemos si antes o después de conocer a la Santa pretendió ingresar en la Compañía 43. Llámanse otros Agustín de Vitoria (Valladolid), Nicolás Gutiérrez (Salamanca), Asen­sio Galiano (asentista de Medina del Campo), Antonio Gay­tán (Alba de Tormes). La amistad con estos hombres efi­caces y prosaicos, que, conservan, con todo, un repliegue de alma infantil, surge espontánea, rebosante de cariñoso buen humor, y pervive lozana, como muestra el Epistolario, muchos años después de haberse servido de ellos.

También hay que anotar, por último, que si su VlSlOn de la nobleza está matizada de cierta hostilidad y despego, el pueblo pechero de labradores y artesanos le resulta por completo indiferente desde un punto de vista personal y, por ello, apenas si tiene en su obra algún que otro vago reflejo, sin perfil ni color. Santa Teresa siente una pre­dilección exclusiva por ese medio social de sólida mesocra­cia, laboriosa y algo prosaica, que hoy tiende a perdérsenos de vista, entre las luces y sombras de aquella España. Un

42 Téngase en cuenta, como un dato más, el respeto y admiración causados en unos mercaderes de Medina del Campo con los que coin­cidió en uno de sus viajes; Mir, Santa Teresa de Jesús, II, 119.

43 Ed. P. Silverio, V, 119 nota.

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grupo social del que la Santa misma fue su más alta cum­bre humana.

LA CRÍTICA DEL LINAJE

Una actitud personal no sólo indiferente, sino adversa al principio de la limpieza de sangre no podía ser adoptada a la ligera en aquellos años, pues equivalía a rechazar un principio básico de la sociedad española. Una lectura atenta de la obra teresiana proporciona, como era de esperar, prue­bas firmes de que los problemas relacionados con la idea del linaje habían sido muy sopesados por la Santa. N o nos oculta ésta el fondo de su pensamiento sobre el particular, pero, precisamente por eso, lo envuelve en expresiones de la mayor cautela. Existía acerca de ello una sensibilidad de carne viva y la suspicacia lo invadía todo; como ha ob­servado Sicroff, en materia de discutir la limpieza de san­gre nadie podía permitirse el lujo de hablar claro 44 y la Madre Teresa era muy consciente de tal peligro.

Pronto se echa de ver que, en este terreno, la mayor preocupación de Santa Teresa era evitar que su reforma llegara a imponer un estatuto contra el ingreso de los cris­tianos nuevos y, en segundo lugar, que se escindiera por lo mismo en dos bandos irreconciliables y excluyentes. Lo primero era lo que, con el paso de cada día, iba pareciendo más oportuno y respetable según el criterio oficial de la época. Los estatutos se han vuelto una moda apasionada e irresistible; las presiones sociales en su favor resultan de tal fuerza que, a la larga, hasta los mismos jesuitas impu­sieron el suyo, a pesar de la tajante oposiCión que San Ig-

44 Les controverses, p. 187 nota.

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nacio había manifestado siempre ante la idea. La discordia entre cristianos viejos y confesos había provocado ya gran­des escándalos en los jerónimos y era una realidad cruel en otras órdenes religiosas, especialmente entre los francisca­nos, cuyo estatuto, impuesto y revocado varias veces a lo largo del siglo, fue causa de amargas luchas y partidismos que por aquellos años alcanzaban su momento más encar­nizado 45.

El pasaje que refleja con mayor transparencia estas com­prensibles preocupaciones de la Santa es el capítulo XXVII de Camino de perfección según el manuscrito de Vallado­lid, "En que trata el gran amor que nos mostró el Señor en las primeras palabras del Paternóster, y lo mucho que im­porta no hacer caso ninguno del linaje las que de veras quieren ser hijas de Dios" (265). Todos somas hijos de tan buen padre como Dios y es absurdo que nadie pretenda enorgullecerse de tener un progenitor más ilustre "y de tanta majestad y señorío" (267, siempre según el texto de Valladolid). Tal pensamiento no tendrá que ser recordado en sus monasterios, en los que "nunca plega a Dios haya acuerdo de cosas de éstas-sería infierno-, sino que la que fuere más, tome menos a su padre en la boca: todas han de ser iguales" (267). Las porfías sobre asunto de linajes son sólo discutir sobre cuál es mejor tierra y si servirá mejor para adobes o para tapias. "Dios os libre, hermanas, de se­mejantes contiendas, aunque sea en burlas; yo espero en

-15 La discordia entre los franciscanos se hallaba entonces en su momento más crítico, como indica la aparición de amargos escritos de protesta y ataque contra el principio de la limpieza; Sicroff, Les con­troverses, 148 y ss. La actitud de Santa Teresa tenía un ilustre prece­dente en la conducta de fray Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada, que prohibió ya toda "diferencia de linajes" en el convento de clarisas que ayudó a fundar en Loja a principios del siglo XVI;

Pedro de Alcántara Suárez Muñano, Vida del venerable D. fray Her­nando de Talavera (Madrid, 1866), p. 177.

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Su Majestad que sí hará" (627). Al menor brote de discor­dia por esta causa, tómense medidas extremas, porque quien suscite esta clase de conflictos estará actuando como Judas entre los Apóstoles.

No es menos significativa ni terminante su reacción ante el concepto de casta que, como ha abservado Américo Cas­tro, llevaba dentro de sí toda la razón de ser del problema del linaje. En su orden todas vienen de una misma casta, que es "de aquellos santos Padres nuestros del Monte Car­melo" (Moradas, 373). En Camino de perfección establece claramente que el buen contemplativo no ha de hacer caso alguno de su linaje, puesto que el ser de buena casta no es necesario para mejor servir a Dios. Estos espíritus no pue­den comprender que haya quien reaccione con violencia ante algo tan indiferente en sí como el linaje. El párrafo tiene el interés de referirse, en forma obvia, a su propia experiencia y problema, y también el de constituir un buen ejemplo de cómo la extremada cautela de lenguaje termina por enrevesar la misma estructura sintáctica:

De estas personas está muy lejos estima suya de nada; gustan entiendan sus pecados y de de­cirlos cuando ven que tienen estima de ellos. Ansí les acaece de su linaje, que ya saben que en el reino que no se acaba no han de ganar por aquí. Si gustasen ser de buena casta, es cuando para más servir a Dios fuera menester; cuando no, pésales los tengan por más de lo que son y sin ninguna pena desengañan, sino con gusto. Es el caso que deve ser -a quien Dios hace merced de tener esta humildad y amor grande a Dios­que en cosa que sea servirle más, ya se tiene a sí tan olvidado, que aun no puede creer que otros

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sienten algunas cosas ni lo tienen por inju­ria (302).

Por mucho que nos esforcemos en comprenderlo, siem­pre nos quedaremos cortos al reconstruir la urgencia an­gustiosa con que se planteaba ante la Santa el problema de ofender al mundo o claudicar ante él. Su actuación en Toledo, cuando se niega a rechazar la ayuda de los Ramí­rez, fue dirigida, según nos cuenta, por inspiración divina, pues durante algún tiempo se halló sin saber a qué deter­minarse: "Nuestro Señor me quiso dar luz en este caso, y ansí me dijo una vez cuán poco al caso harían delante del juicio de Dios estos linajes y estados, y me hizo una repre­hensión grande, porque dava oídos a los que me hablavan en esto, que no eran cosas para los que ya tenemos des­preciado el mundo" (Fundaciones, 539). Las Cuentas de conciencia o Relaciones espirituales nos han conservado el texto exacto de aquellas palabras divinas: "Estando en el monasterio de Toledo y aconsejándome algunos que no die­se el enterramiento de él a quien no fuese cavallero, díjome el Señor: 'Mucho te desatinará, hija, si miras las leyes del mundo. Pon los ojos en mí, pobre y despreciado de él. ¿Por ventura serán los grandes del mundo, grandes delan­te de mí? O ¿havéis vosotras de ser estimadas por linajes, u por virtudes?'" (440).

Después de estas vacilaciones de Toledo es evidente que Santa Teresa no ha sentido ya escrúpulo alguno en aceptar la ayuda, tan decisiva, que le ofrecen los conversos. Fun­dada en motivos de índole superior, abre sus conventos a toda suerte de gente e ignora por completo el prejuicio de la limpieza. Su decisión concuerda en este punto con la de San Ignacio y con la del Beato Juan de Avila, unánimes en arrostrar cualquier consecuencia antes de ceder al em-

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puje de una manía irracional y anticristiana. El que esto haya ocurrido así, el que aquella España que nos han que­rido hacer imaginar saturada de ortodoxia ignorase de tal forma el ejemplo de sus grandes espirituales, es prueba irrefutable de lo descaecido de la religiosidad mayoritaria. y es también la mejor prueba de que el centro de gravedad del problema converso era sólo de orden social y caía neta­mente fuera del campo de lo religioso.

MECÁNICA SOCIAL DE LA DESCALCEZ

Si hoy tenemos que acometer toda una pesquisa erudita para desentrañar estas motivaciones de Santa Teresa, no ocurría lo mismo en su tiempo, cuando el lector avisado en­tendía sin necesidad de notas a pie de página y, sobre todo, cuando cierta clase de noticias podían circular de boca en boca de forma mucho más directa y franca. Su desprecio del linaje y su oposición a la limpieza de sangre eran, sin duda, bien conocidos. Cuando en Segovia desea halagar al canónigo Covarrubias recordando el parentesco que los une, se apresura a añadir que ello no supone, sin embargo, ningún cambio en su manera de ver estas cosas: "Aunque yo no me precio de las noblezas del mundo, no dejo de es­timar lo que es razón" 46.

La aportación del elemento converso a la Descalcez se entiende sin dificultad una vez proyectada sobre este fondo.

46 Mir, Santa Teresa de Jesús, n, 267. Afiadamos que, en lógico y perfecto acuerdo, la familia de este don Juan Orozco Covarrubias de Leiva (hermano del lexicógrafo Sebastián de Covarrubias) era acusada en la época de contaminación judía; Emilio Cotarelo, "E,l licenciado Sebastián de Horozco y sus obras", Boletín de la Real Academia Es­pañola, II (1915), 646-706.

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La actitud de Santa Teresa en Toledo debía dar buenas prendas de su resistencia a presiones ambientales, de su disposición a asociar con su empresa nombres y personas que probablemente eran rechazados por otras órdenes. Hay que tener en cuenta el máximo lustre social que entonces confería el patronato de un monasterio o, al menos, el ente­rramiento en capilla propia, para comprender la visible avidez con que esas familias conversas ofrecen grandes su­mas en ayuda de las fundaciones de la Madre Teresa. Un patronato llevaba aparejado el prestigio de asociar los ape­llidos, para la posteridad, con un edificio de prestancia, ofrecía enterramiento digno a la familia y daba influencia y poder en el mundillo local al conferir a los patronos el de­recho de nombrar capellanes o de repartir dotes gratuitos. En el caso de los conversos este privilegio de reservar dotes para descendientes y familiares se volvía aún más codicia­ble, pues equivalía a tomar póliza de seguro en unos años en que proliferaban los estatutos y en que muchas órdenes religiosas rechazaban, con virulencia atroz, a los sospecho­sos de mácula sanguínea 47. El documento capitulado en Alba de Tormes con Francisco Velázquez establece, incluso, una significativa cláusula enderezada a garantizar que a las

47 Es apenas creíble lo que sabemos del infortunado franciscano fray Fernando Navarro, que en 1596, siendo definidor y guardián en Sevilla y hallándose a punto de ser elegido provincial, se ve expulsado de la orden por la delación que de su origen judío hizo un fraile enemigo jurado suyo; Angel Ortega, "Las casas de estudios en la provincia de Andalucía", Archivo Ibero-Americano, V (1916), 170-171. Caso no me­nos atroz es el de fray André da Insua, general de los Observantes desde 1547 a 1559. La regente de Portugal proponía en 1557 su des· titución por parecerle "cousa mui indecente" que un cristiano nuevo ocupase cargo tan distinguido; Fernando Felix Lopes, "F'r. André da Insua, Geral dos Observantes Franciscanos", Archivo Ibero-Americano, Segunda época, XII (1952), 5-80.

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futuras beneficiarias "las resciban sin otra deligencia ni probanza alguna" 48.

Este engranaje de motivos tendía a enfrentar a Santa Teresa con un nuevo problema, consistente en evitar que sus monasterios vinieran a constituir monumentos a la va­nidad de los conversos, insaciables, como era lógico, en sus afanes de empinación social, de boato y pretensiones nobiliarias. Francisco Velázquez y su mujer decoraron con bastante lujo la iglesia del convento de Alba, en la que se colocó una inscripción laudatoria de su generosidad. Pero aún es más curioso ver cómo el sepulcro de Simón de Ga­llarza, primer heredero del matrimonio fundador, procla­ma con inusitado e intempestivo despliegue de precisión científica su pretendida nobleza vizcaína al titularse "des­cendiente por barón de los señores de Galarza, que tiene su asiento y solar en el baIle real de Leniz, en la provincia de Guipúzcoa está [sic] en el becerro de Ntra. Señora del Ho­rrio de la Encartación, de las casas de solar de caballeros y Hijos dalgo de Bizcaya" 49.

Santa Teresa ve, de un lado, el peligro de predicar de­masiado alto su desprecio de la limpieza e identificarse en exceso con los cristianos nuevos. De otra parte, las capi­llas lujosas, con vínculos de capellanías y un culto más pomposo que devoto, van contra el sentido más hondo de sus ideas espirituales y de su reforma. De ahí su empeño en mantener una línea de máximos y mínimos en los cautos tratos con sus ayudadores, sin permitir que las pretensio­nes mundanas de éstos sobrepasen un nivel sobrio y razo­nable. Yace aquí el motivo del forcejeo que el documento de acuerdo con los Ramírez transparenta en los esfuerzos de éstos por preestablecer una elevada inversión en la ca-

48 Ed. P. Silverio, VI, ap. XVI, 167. 49 Ed. P. Silverio, VI, ap. XVII, 173.

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pilla, así como el culto suplementario asegurado por cape­llanías y del que la Santa quería luego disociar a sus mon­jas, pues los capellanes "van con gana de acabar presto y no con más espíritu algunas veces" (Epistolario, 672).

Las primeras negociaciones entabladas con Velázquez y su mujer, inmediatamente después de la fundación de To­ledo, fueron rotas por parecer sus deseos muy exagerados 50.

y al mismo tiempo que empieza a malograrse el primitivo proyecto de los Ramírez, actúa Santa Teresa con gran ener­gía para terminar con las pretensiones de los Ruiz a un patronato ostentoso sobre la capilla mayor del convento de Medina del Campo 51. Lo mismo parece que pretendía tam­bién el buen amigo Asensio Galiana, pero no consiguió sino buenas palabras dilatorias 52.

Nada de cuanto antecede puede entenderse sin tener en cuenta la peculiaridad y magnitud del problema social de los cristianos nuevos.

CONVERSOS EN LA DESCALCEZ

Aunque es difícil precisarlo con exactitud, no cabe duda acerca de la presencia entre las primeras descalzas de una elevada proporción de monjas de origen converso. Lo acre­dita así, en los primeros momentos, el carácter marca­damente familiar que ofrece el monasterio abulense de San José. El P. Efrén de la Madre de Dios identifica a dos sobrinas, Isabel de la Peña y Leonor de Cepeda, entre las que, al principio, pasan con Santa Teresa de la Encarnación

50 Lamano, Sta. Teresa de Jesús en Alba de Tormes, p. 1 Y ss. 51 Ed. P. Silverío, VII, 45 nota. 52 Ed. P. Silverío, IX, ap. II, 247 nota.

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a San José 53. Mir menciona también a una prima (proba­blemente Inés de Jesús) 54. Algo más tarde ingresan otras dos primas hermanas de Santa Teresa, procedentes también del mismo convento (Inés y Ana de Tapia) 55, una sobrina llamada María de Ocampo y María de Salazar, hija de un primo 56. También hay alguna noticia de otra sobrina, Ma­ría Dávila, en el claustro María de San Jerónimo 57. Du­rante bastante tiempo los nombres familiares de Henao, Cepeda, etc., siguen repitiéndose en la lista de profesiones del monasterio. Y todavía hay que incluir, al menos, los nombres de cuatro sobrinas más que fueron ingresando en la Descalcez con el correr del tiempo: María Bautista, fu­tura priora de Valladolid, e Isabel de San Pablo 58, la fa­mosa Teresita de Cepeda, criada por la Santa como un pa­jarillo del claustro, y Beatriz de Ovalle, que se hizo monja después de haber atormentado a su tía con los rumores calumniosos que corrieron acerca de su conducta 59.

A esta presencia familiar es preciso añadir la de una cantidad muy crecida de hijas o parientas de amigos y fun­dadores probablemente conversos. Entre las primeras de San José de Avila tenemos ya a una hermana del humil­de y simpático clérigo Julián de Avila 60, fiel báculo de Santa Teresa en los viajes de fundación, que aunque se

53 E:frén de la Madre de Dios y fray Otilio del Niño Jesús, Obras completas de Santa Teresa de Jesús, l, 531-532.

54 Mir, Santa Teresa de Jesús, l, 584. 55 Ed. P. Silverio, l, 305 nota. 56 Mir, Santa Teresa de Jesús, l, 601, 603. 57 Bernardino de Melgar, "Carta autógrafa de Santa Teresa de Je-

sús", Boletín de la Real Academia de la Historia, LXVII (1915), 372. 58 Ed. P. Silverio, V, 268 nota y VII, 126 nota. 59 Ed. P. Silverio, IX, 52 nota. 60 Se llamaba María de Avila, en religión María de San José; Ed.

P. Silverio, l, 305 nota. Conviene deshacer el error de M. Serrano y Sanz, que la identifica con la toledana María de Salazar, también llamada en el claustro María de San José, la culta y fina priora de Sevilla cuya gra-

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declaró cristiano viejo en algún documento no hay que olvidar que era hijo de una tal Ana de Santo Domingo 61.

La viuda y la hija de Francisco de Barros profesaron jun­tas en Segovia 62. Nada menos que siete hijos e hijas de Catalina de Tolosa entraron en la Descalcez 63. Lo mismo hicieron las seis hijas que Nicolás Gutiérrez, el mercader arruinado de Salamanca, tenía en la Encarnación 64. Tam­bién vino a profesar, andando el tiempo, una hija de Agus­tín de Vitoria 65 y dos hijas de doña Leonor de Valera 66, la bienhechora sevillana. Ya hemos mencionado una sobrina de Simón Ruiz y aún debemos añadir una Bracamonte y una hija de Gaytán 67. Hay que tener en cuenta, además, la presencia en ciertos conventos de monjas emparentadas con los fundadores y beneficiarias de dotes gratuitos.

Los datos mencionados no pretenden constituir un ca­tálogo, sino darnos una idea de la densidad del elemento converso entre las primeras descalzas, sólo a través de lo que nos descubre la simple operación de espumar el esta­do actual de nuestros conocimientos. Esta perspectiva po­dría constituir base de otras investigaciones que, proba­blemente, ampliarían mucho el campo al seguir pistas como la que nos ofrece la fundación de Toledo. ¿Sería muy aven­turado suponer que el naciente monasterio acogiera pron­to muchas monjas procedentes de la numerosa y rica bur-

cia e inteligencia sedujeron siempre a Santa Teresa; Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas (Madrid, 1905), n, 334.

61 Mir, Santa Teresa de Jesús, 1, 22. 62 Ed. P. Silverio, V. 175. 63 Ed. P. Silverio, V, 301 nota. 6,1 Mir, Santa Teresa de Jesús, n, 161. 65 Ed. P. Silverio, V, 272 nota. 66 Se llamaron Blanca de Jesús y María de San José, según escribe

la priora de Sevilla en su relato de la fundación: Ed. P. Silverio, VI, ap. XLII, 241.

67 Homero Serís, "Nueva genealogía de Santa Teresa", 376. Ed. P. Silverio, IX, 54 nota.

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guesía conversa de la ciudad? .Al menos, no resulta ya sor­prendente que entre las primeras profesas encontremos a dos que entregan limosnas crecidísimas y que se llaman Ana de Palma, hija de Pedro González de las Cuentas, y Petronila de San Andrés, hija de una del Aguila 68.

LA SOMBRA DE LOS ALUMBRADOS

Las consecuencias que en el plano religioso causa la presencia de un gran número de conversos en la primitiva Descalcez merecen ser cuidadosamente observadas. Por lo pronto, se necesita familiaridad de primera mano con el ambiente de la época para apreciar hasta qué punto supo­nía esto una situación peligrosa, abierta a los peores re­celos y sospechas.

Si se tiene en cuenta ese ambiente, la empresa de la reforma de Santa Teresa reviste carácter temerario, dada su pretensión de orientarla en un sentido primordialmen­te contemplativo. El índice de Valdés (1559) había ex­tremado ya, en una ofensiva cerrada contra el iluminismo, las prohibiciones contra toda suerte de literatura espiri­tual, sin salvar ni a fray Luis de Granada. Los recelos se multiplican al ir transcurriendo el reinado de Felipe II; el ambiente de calumnias, delaciones y mutuo espionaje se hace particularmente denso en todo el campo de la activi­dad intelectual; la sociedad española "produce la impre­sión de andar husmeando la presa de la herejía para lan­zarse sobre ella" 69. Por otra parte, la presencia de los cris-

68 Ed. P. Silverio, v, 126 nota y 127 nota. 69 Nicolás López Martínez, "Tradición e Inquisición española"

Burgense, n. 3 (1962), 178-179.

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tianos nuevos en los círculos de alumbrados venía siendo muy grande tanto en número como en relieve, pues lo eran casi todos los doctrinarios que formaban en cada caso el núcleo inicial 70. Los que habían sido focos de judaizantes en el siglo xv tendieron a serlo de alumbrados, e incluso de luteranos, en el XVI 71. De esta forma, la procedencia conversa tendía a ser considerada, en sí misma, como prin­cipio y alcaloide de todas las herejías. De ahí la creación de "un ambiente de sistemático recelo contra todos los que llevaran sangre judía en sus venas" 72.

Tales son, por lo tanto, las condiciones idealmente ad­versas sobre las que hay que proyectar las dificultades y peligros que Santa Teresa tiene que desafiar y vencer para llevar a cabo su obra. El terreno era de por sí resbaladizo, aun sin mediar la clase de odios que solía instilarse en es­tos asuntos. Existía también un problema legítimo: al fin y al cabo, la distancia que de los alumbrados separaba a la Madre Teresa estaba cubierta por una serie, todo lo lar­ga que se quiera, de diferencias graduales, en forma idén­tica a como el espectro solar se extiende del rojo al viole­ta a través de una gama infinita de matizaciones.

Se impone reconocer que el iluminismo es, en aquellos años, una realidad que tiende a brotar por todas partes bajo una proteica diversidad de apariencias. Se trataba de una obsesión que, por simple contagio sicológico, suscitaba otra de signo inverso en la mentalidad inquisitorial. Amargada

70 Marcel Bataillon, Erasmo y España (México, 1950), 1, 210-212. Este hecho era bien conocido en la época, pues Silíceo argumentaba a favor de su Estatuto contra los conversos recordando esa identidad casi total entre alumbrados y cristianos nuevos; Sicroff, Les controverses, p. 111.

71 Nicolás López Martínez, Los judaizantes castellanos y la In­quiSición en tiempos de Isabel la Católica (Burgos, 1954), p. 375.

72 Nicolás López Martínez, "Tradición e Inquisición española", 178. Nuestra cita de estas certeras frases no implica acuerdo alguno con la ejemplaridad que su autor pretende ver en semejantes actitudes.

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ésta en el fondo por la conciencia del fracaso, extremaba una desconfianza irresponsable. Hoy cuesta trabajo darse cuenta de la urgencia angustiosa con que ambas amena­zas (el iluminismo y la Inquisición) se vivían, a izquierda y derecha, en el peculiar ambiente humano que rodeaba a Santa Teresa. Para comprenderlo es preciso meditar, por ejemplo, el caso de la excelente priora Catalina de Cristo, cuyos padres (Cristóbal de Balmaseda y Juana de San Mar­tín, probablemente conversos) no habían querido que sus hijas aprendiesen a leer y escribir para disminuir de ese modo el peligro de que, más adelante, pudieran verse en­vueltas en asuntos de alumbrados 73.

Santa Teresa estuvo siempre tan informada sobre el iluminismo como despierta ante sus peligros. Cuando su vida espiritual empieza a cobrar vuelo se espanta recor­dando las "grandes ilusiones" que habían sufrido hacía poco otras mujeres (Vida, 93), y de ahí vino toda aquella historia lamentable de si "era demonio" o no lo era.

N os deprime hoy pensar en la acusación de alumbrada, que aún se repetía años después de su muerte 74. Pero no eran sólo gentes de mentalidad inquisitorial las que se equi­vocaban acerca de ella, pues el círculo iluminista de Caza­lla pretendió captar al grupo de espirituales de A vila, en­tre los que descollaba ya Santa Teresa y que, evidentemen­te, consideraban afín los heterodoxos vallisoletanos 75. Dado que su afán de proselitismo era, como ella misma reconoce, casi una necesidad biológica, no podía evitar la formación

73 Ed. P. Silverio, v, 291 nota. 74 Ed. P. Silverio, l, p. XL Y ss. De consulta indispensable acerca

de este punto es la documentación de primera mano reunida por V. Beltrán de Heredia en "Un grupo de visionarios y pseudoprofetas que actúa durante los últimos años de Felipe n. Repercusión de ello sobre la memoria de Santa Teresa", Revista Española de Teología, VII (1947), 373-397 Y 483-534.

75 Ed. P. Silverio, l, 121 nota.

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en torno suyo de un ambiente parecido en lo exterior al de los círculos de alumbrados. Los escritos de Santa Te­resa nos permiten asomarnos al mundo recóndito y algo misterioso que hace surgir la semiclandestinidad impuesta a los espirituales. Toda una sociología peculiar, en la que no falta ni la figura, ya un poco arcaica, a lo viejo mar­qués de Villena, del noble protector de espirituales itine­rantes e indefensos, representada por el señor de Loriana don Juan Blázquez, "que era persona adonde los siervos de Dios hallavan espaldas y cabida" (Vida, 149).

Hoy valoramos como uno de sus mayores aciertos li­terarios esa fina atención a los problemas puramente hu­manos que, no por hallarse en los aledaños de la vida es­piritual, dejan de ilustrarnos sobre el más íntimo sentido de ésta. No nos oculta, incluso, algo tan delicado como los peligros que las amistades inicialmente espirituales solían causar, en gran parte por el obligado aire de secreto y se­mi clandestinidad. N arra en su V ida el difícil sorteo de es­tos escollos, como la viciada amistad de locutorio en que incurrió al comienzo de su vida espiritual con quien le ase­guraban "que no era mal ver persona semejante, ni per­día honra, antes que la ganava" (Vida, 33), como dice alu­diendo tal vez a un clérigo distinguido, y a cuyo riesgo puso fin la famosa visión del sapo. Y mucho más aquel episodio triste, narrado con tanta delicadeza y un puntillo de melancolía romántica, del clérigo de Becedas: la tra­gedia de un espíritu superior que, náufrago en el ambiente del lugarejo, se había disuelto en la más vulgar sensuali­dad y superstición. Llegó aquel hombre desgraciado a pro­fesarle una honda ternura que, aun careciendo de acento erótico, "de demasiada afeción venía a no ser buena" (Vida, 26). La conversación espiritual hacía creer a ambos que el mutuo gusto en el trato no era, al fin y al cabo, de mero orden humano. Cuando conoció ella las miserias de

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su vida comenzó a mostrarle más amor: "Mi intención buena era, la obra mala". La ternura del clérigo "nunca entendí ser mala, aunque pudiera ser con más puridad" 76.

Y, desde luego, "también hubo ocasiones para que, si no se tuviera muy delante a Dios, huviera ofensas suyas más graves" (27). El cariño compasivo de la monja abrió las puertas del cielo al sacrílego, pero se ve claro que aqué­lla, desde la experiencia de su madurez, y aun sin tener que reprocharse más que una sombra de inadvertencia ju­venil, aprecia bien la gravedad de ocasiones que pudieran haberla conducido al desenlace vergonzoso de tantas bea­tas. Estas páginas, en las que despliega un análisis del hic et nunc sicológico comparable al de cualquier buen novelista moderno, valen por muchos estudios acerca del ambiente que produjo a los alumbrados. No advierten su sentido los hagiógrafos que atribuyen tales confesiones a piadoso y ejemplar celo de autoinculpación.

Ocurría todo aquello, sin embargo, cuando tanto la per­sona como la vida espiritual habían salido apenas de la ni­ñez. Durante el resto de su vida mantuvo Santa Teresa no sólo una vigilancia que apenas si podemos hoy compren­der, sino un finísimo instinto para rehuir cuanto no era trigo muy limpio en materia de espíritu. Evita por ello el tener nada que ver con beatas y a los descalzos se les pro­híbe confesarlas (Epistolario, 1074). De ahí sus reparos en

76 La frase "aunque pudiera ser con más puridad" es ambigua y está abierta a dos interpretaciones igualmente interesantes. La Santa pudo referir el verbo ser a todo el sentido de la oración principal (pu­diera serlo), prescindiendo de posponerle pronombre objeto, sintagma conversacional muy propio de su estilo; en tal caso, lo que ha querido decir es algo así como "no entendí que su afecto fuera pecaminoso, aunque hubiera podido llegar a serlo de haber alcanzado una mayor intimidad". La otra interpretación posible se centra en la bisemia de puridad como sinónimo de pureza, es decir, "no entendí que su afecto fuese pecaminoso aunque pudiera, con todo, haber sido más puro".

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admitir la fundación de Villanueva de la Jara 77, donde la reclamaban nueve seglares que trataban de llevar una se­mejanza de vida religiosa conforme a los libros de fray Luis de Granada y San Pedro de Alcántara, alternados con el rezo de un viejo breviario con cuyo latín se las entendía la menos semianalfabeta de ellas (Fundaciones, 587). Muy conocida es la anécdota de la doncella toledana a quien re­chaza en el último momento, cuando ésta expresa su in­tención de traer una Biblia al convento, y que, en efecto, es penitenciada por la Inquisición años más tarde 78. San­ta Teresa se opone a que sus monjas se aficionen a escribir de asuntos de espíritu porque "hay muchos inconvenientes, que quisiera decirlos ... y aun se pueden figurar hartas co­sas" (Epistolario, 869). Tiembla de pensar en las compli­caciones que pueden sobrevenir por una monja aficionada a escribir cartas espirituales a gentes de poco seso 79.

SANTA TERESA y LA INQUISICIÓN

Cuando se consideran las dificultades encontradas por Santa Teresa y su obra se menciona siempre el forcejeo atroz con los calzados durante los últimos años de su vida.

77 En el Epistolario, donde se expresa con mucha mayor libertad, llega a escribir al P. Gracián que este monasterio "es el mayor desatino del mundo admitirle" (942).

78 Historia muy bien contada en la relación de fray Diego de Ye­pes: "Sucedió que aquella doncella se llegó a unas beatas locas, que, engañadas del diablo y sin autoridad de perlado, sino por sólo su cas­calillo, quisieron instituir una religión, y procedieron en esto tan sin orden, que la Inquisición de Toledo las prendió, y las sacaron al auto el año de 79, y las castigaron con harta misericordia"; Ed. P. Silverío, I1, ap. XCII, 492.

79 Debemos recordar aquí el caso de una Isabel Ortiz, vecina de Alcalá de Henares, procesada por el Santo Oficio en 1564 "por proposi-

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Nadie alude, en cambio, a la amenaza sutil de la vigilancia inquisitorial que nunca dejó de ejercerse sobre ella. Esta­mos aquí ante uno de los problemas teresianos más nece­sitados de un estudio amplio que articule datos, indicios y medias palabras dispersos por la documentación contempo­ránea y que aclare, sobre todo, la historia de las muchas conferencias y deliberaciones acerca de su espíritu.

Cuanto acerca de esto conocemos no debe darse de lado a título de meros incidentes curiosos, como hacen casi to­dos los biógrafos por motivos de índole piadosa. La pers­pectiva de tener algo que ver con la Inquisición era una de las más aterradoras para cualquier español de aquellos tiempos, y ante los ojos del inquisidor el simple hecho de dar motivo de sospecha constituía ya de por sí una pre­vención desfavorable.

Según los datos de que disponemos, ya antes de 1562 la Santa se presentó espontáneamente ante cierto inquisidor Soto, despachado a A vila para entender en asuntos de in­terés para el Santo Oficio y acerca de cuya naturaleza es­pecífica nada sabemos. Este inquisidor parece haber sido hombre sensato y bien intencionado, según fue discreto en su respuesta a Santa Teresa; pero siempre cabe pensar que el paso dado por ésta no era ajeno a una reacción de alarma 80. En la época en que se disputaba si sus experien­cias eran o no de origen diabólico, las negruras e incerti­dumbres de alma la hicieron desear ser presa por la In­quisición, en ansia de la seguridad que su fallo pudiera darle; que estuvo entonces "a punto de ser presa" no es ninguna conjetura, sino afirmación tajante de su buen ami­go el P. Diego de Yepes, a quien confesó, además, que "des-

ciones y haber escrito un libro de mística"; Archivo Histórico Nacio­nal, Catálogo de las causas contra la fe seguidas ante el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Toledo (Madrid, 1903), p. 106.

80 Ed. P. Silverío, 1, p. CXVIlI-CXIX.

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pués que comencé a fundar estos monesterios, me pesaría mucho si me prendiesen, porque no se desacreditasen por mí" sI. En el revuelo de Avi1a cuando se preparaba la fun­dación de San José, corría el rumor de que como "andavan los tiempos recios", cualquier hablilla o calumnia desen­cadenaría una intervención fulminante del Santo Oficio (Vida, 136). En este caso Santa Teresa parece reaccionar con una sonrisa, según el tono de la página correspondiente de la Vida, pero no ocurre lo mismo con la denuncia ante el tribunal de Sevilla de que sus descalzas "tenían cosas de alumbrados" 82. Las referencias a este incidente son, por el contrario, muy serias y la prisa de los inquisidores en investigar la acusación, a pesar de su escaso fundamen­to, apunta a un clima previo de sospecha y vigilancia. In­tenso temor y precaución respira la carta (732 y ss.) en que da cuenta a María Bautista de estos trabajos, los mayores desde que se fundó San José de A vila 83. Aunque todo se aclaró felizmente, María de San José reconoce que no dejó

81 Ed. P. Silverio, n, ap. XCII, 499. 82 Ed. P. Silverio, VI, ap. X, 244 (relación de María de San José).

Los inquisidores sevillanos (uno de ellos el famoso Carpio, pariente de Lope de Vega) informaban así a sus superiores del Consejo, en enero de 1576: "En este Santo Oficio se han recibido las testificaciones que serán contra Teresa de Jesús, fundadora de algunos monesterios de las monjas de las descalzas del Carmen, y contra Isabel de Santo Hieróni­mo, profesa de la dicha orden en un monesterio que nuevamente han fundado en esta ciudad. Y por parecer, según la calificación, doctrina nueva, supersticiosa, de embustes y semejante a la de los alumbrados de E,xtremadura, y que desta cualidad se han recebido de muchos días a esta parte algunas y no pocas testificaciones, nos ha dado cuidado, y acordamos remitirlas a V. S. para que mande lo que en ellas se deba hacer"; V. Beltrán de Heredia, "Un grupo de visionarios y pseudopro· fetas", 500.

83 La misma Santa Teresa aludía de buen humor, meses más tar­de, al susto espantoso del P. Gracián cuando, al llegar un día al con­vento, se encontró a la puerta los coches de la Inquisición; Ed. P. Sil­vería, VII, 374 nota.

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este tropiezo de causar daño al crédito de las descalzas y, de todas formas, dio origen a una investigación más sobre la ortodoxia del espíritu de la fundadora 84.

En pleno furor de la lucha con los calzados la Inquisi­ción toledana prende al clérigo Padilla, amigo de la Santa y favorecedor de las reformas monásticas. Una carta a Bá­ñez subraya la trascendencia de semejante "desmán" para la causa de la Descalcez, pues lamenta que "todos anda­mos en esa aventura" y que "anda todo bien arrebuja­do" (886). Por esta misma época advierte con seriedad al P. Gracián de las complicaciones que pueden sobrevenirle a causa de cierta mujer que le confiesa hallarse bajo pacto diabólico (Epistolario, 776). La preocupación de cómo pue­da interpretarse la conducta de este su más íntimo colabo­rador no la abandona nunca y todavía en 1582, pocas se­manas antes de su muerte, le encarece que cuide mucho lo que predica en Andalucía, donde la gente usa de tanta do­blez y mala intención (Epistolario, 1075).

Sin embargo, el incidente más serio en esta no corta historia de sus relaciones con la Inquisición fue la denuncia y examen de su Vida. Había fracasado su intento de man­tener casi secreta la existencia del libro y esto hacía que todo empeorase. Hoornaert señala con acierto que si en ocasiones anteriores se había sentido más tranquila ante la posibilidad de verse acusada por el Santo Oficio, era porque todavía no tenía nada escrito 85. Ocurrió tan grave compli­cación en 1575, mientras se hallaba fundando en Beas, y por camino que distamos de conocer bien, pues Mir recoge tres versiones distintas de cómo se produjo la denuncia 86. La noticia de que la Inquisición andaba rebuscando sus pa-

84 Ed. P. Silvería, n. p. XIV. 85 Rodolphe Hoornaert. Sainte Térese écrívain (París, 1922), p. 48. 86 Santa Teresa de Jesús, n. 138.

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peles le fue comunicada por su protector don Alvaro de Mendoza, entonces obispo de Palencia, y la sumió en una honda depresión, de la que no salió sino milagrosamente, cuando al otro día la tranquilizó Dios mismo al comulgar 87.

Su confesor el P. Domingo Báñez se apresuró a realzar con el prestigio de su ciencia la ortodoxia del libro 88, pero hasta 1577 no recibió Santa Teresa buenas noticias de que el In­quisidor General, cardenal Quiroga, lo había leído perso­nalmente, contra costumbre, y hallado "que no havía allí cosa que ellos tuviesen que hacer en ella, que antes havía bien que mal" (Epistolario, 826). A partir de este momento su relación con Quiroga es un minueto de mutuas cautelas. Santa Teresa sabe que mientras el manuscrito permanezca en la Inquisición, que no se ha pronunciado oficialmente, tanto ella como toda su obra son rehenes en manos del cardenal. Un jesuita amigo, el P. Salazar, intenta conseguir de éste la devolución del manuscrito, pero la gestión fra­casa y la Santa lo reconoce con lenguaje velado en una carta de fines de 1577 (852). El P. Gracián era partidario de no hacer más esfuerzos en este sentido "por no buscar más pleitos" 89. Cuando una sobrina de Quiroga pretende ingresar más tarde en las descalzas contra la voluntad de éste, Santa Teresa se vio en situación muy delicada, pues, como dice el mismo Gracián, "le importaba tenelle contento para fundaciones, y para el libro de su Vida que estaba en la Inquisición" 90.

87 Datos de las declaraciones procesales de Ana de Jesús citados por Mir, Santa Teresa de Jesús, n, 322-323. Fue precisamente esta Ana de Jesús, ya priora de Madrid, quien, después de muerta la Madre, consiguió del inquisidor cardenal Quiroga la devolución del manuscrito con alarde y virtuosismo de diplomacia monjil.

88 Véase el texto de su clarividente y valerosa aprobación en Ed. P. Silverio, n, ap. XXVI, 211-213.

H9 Ed. P. Silverio, l, p. cxxvn nota. 90 Ed. P. Silverio, V, 28 nota.

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En estas condiciones terminamos por comprender la lu­cha con el ambiente que supone el sacar adelante su obra literaria. Pensemos en el caso de Las Moradas, escritas en 1577, el año más aciago para Santa Teresa, en condi­ciones de estricta clandestinidad, porque, como reconoce el P. Efrén, "en realidad el libro estaba oculto a una even­tual censura de la Inquisición" 91. Y tratemos de imaginar, además, el sufrimiento de ver cómo el mismo Báñez no encuentra "buena" su doctrina tras una primera lectura (Epistolario, 953). Y tras todo esto hay todavía quien opina que la Inquisición hizo posible el nacimiento y desarrollo de la literatura mística.

Por lo demás, apenas si Santa Teresa se ocupó de la Inquisición, en propios términos, a lo largo de su obra pro­piamente espiritual. Es faceta común de toda esta litera­tura ascético-mística lo poco que en ella se menciona, para bien ni para mal, una realidad que tenían todos tan presente, y estamos ante hecho que merece ser muy meditado a la hora de enjuiciar el Santo Oficio. Cuando la denuncian en Sevilla parece que Santa Teresa dio ánimos a Gracián di­ciéndole que quien tuviera fe no sufriría por esta causa 92,

pero es obvio que ella misma estaba llena de temores, pues, como señala con gracejo Lamano, cuando su corresponden­cia de esos días alude a los inquisidores bajo nombre su­puesto lo hace naturalmente, propter metum judceorum 93.

El simpático Vejamen de 1577, comentario a unos escritos devotos de sus mejores amigos, incluye una referencia hu­morística a la Inquisición: "Y lo peor de todo es que si no se desdice, havré de denunciar de él [Francisco de Salcedo] a la Inquisición, que está cerca. Porque después de venir

91 Obras completas de Santa Teresa de Jesús, n, 333. 92 Mir, Santa Teresa de Jesús, n, 369. 93 Santa Teresa de Jesús en Alba de Tormes, 199 nota.

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todo el papel diciendo: esto es dicho de San Pablo y del Espíritu Santo, dice que ha firmado necedades. Venga lue­go la enmienda; si no, verá lo que pasa" (1094). La gracia, como se ve, se relaciona con la costumbre inquisitorial de dar interpretación mecánica y peyorativa a las palabras del reo, y se parece bastante al chiste del Buscón cuando fin­gía creerse obligado a denunciar a la vieja que llamaba a sus pollos diciéndoles pío, pío ''y es Pío nombre de los pa­pas, vicarios de Dios y cabezas de la Iglesia".

Que la Santa no compartía el ensañamiento con las per­sonas que a título de ortodoxia practicaba la sociedad espa­ñola de su tiempo, lo demuestra su cariñosa amistad hacia doña Ana Enríquez, castigada a sacar sambenito, al parecer sin ningún motivo serio, en el auto de fe que liquidó el círculo de Cazalla 94. En cuanto al problema de la herejía, que los españoles se desangraban combatiendo por toda Europa, veía claramente que no tenía solución militar, "que fuerzas humanas no bastan a atajar este fuego de es­tos herejes" (Camino, 190). En el fondo le repugna la idea de la fuerza como solución de problemas religiosos: "N os ha de valer el brazo eclesiástico, y no el seglar" (Camino, 191), dice aludiendo claramente a la Inquisición, como ha señalado Hoornaert 95.

A nuestro modo de ver Santa Teresa parece referirse también a la Inquisición en un texto de su Epistolario que desvela todo su don para la sutileza ambigua que sugiere sin decir. Lo escribe, además, en un momento solemne, cuando la Descalcez está a punto de derrumbarse, en una carta decisiva a Felipe II: si se da fe a las calumnias que circulan acerca del P. Gracián, se atreverán los calzados

94 Véase el tono de intimidad afectuosa de una carta que le escribe en diciembre de 1574 y en que menciona, además, a muchos amigos comunes; Epistolario, 705-706.

95 Sainte Térese écrivain, 48.

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incluso a levantarle que es hereje "y adonde no hay mucho temor de Dios será fácil provocarlo" 96.

LA APOLOGÍA DE LA VIDA ESPIRITUAL

Todo cuanto antecede tiene una reperCUSlOn grande sobre la actividad literaria de Santa Teresa: la Vida surge del mandamiento del inquisidor Soto de Salazar de infor­mar sobre su espíritu al Beato Juan de Avila, Las Moradas se escriben para legar a sus hijas un cuerpo de doctrina mística cuando desespera ya de recuperar el manuscrito de su Vida 97.

Santa Teresa ha sufrido desgarros como el de no en­contrar quien la confiese por el miedo de todos a "que les viniese algún daño del Santo Oficio de la Inquisición" 98. Y de ver, por lo mismo, al P. Baltasar Alvarez amenazado y tenido por iluso dentro de la Compañía 99. Comprendemos entonces lo unilateral de la experiencia recogida en la Vida, título impropio de lo que claramente encaja en el molde

96 Prueba de que Santa Teresa no piensa sino en la Inquisición nos la da, a mayor abundamiento, otro pasaje de la misma carta, escrita desde A vila el 18 de septiembre de 1577: "Por amor de Dios suplico a vuestra majestad no consienta que anden en tribunales testimonios tan infames, porque es de tal suerte el mundo que puede quedar alguna sospecha en alguno (aunque más se prueve lo contrario)" (846).

97 Cuenta el P. Gracián que la Madre solía referirse, algo melan­cólica, a cuestiones tratadas en el Libro de la vida: "Yo le dixe: pues que no le podemos haber, haga memoria de lo que se le acordare, y de otras cosas, y escriba otro libro, y diga la doctrina en común, sin que nombre a quién le haya acaecido aquello que allí dixere"; Ed. P. Silverio, IV, p. IX.

98 Declaración de Isabel Bautista citada por Mir, Santa Teresa de Jesús, 1, 387.

99 Mir, Santa Teresa de Jesús, 1, 363.

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genérico de la relación de espíritu. Santa Teresa no pudo escribir una auténtica autobiografía porque ni su espíritu ni su época se lo permitían y la impulsaban, en cambio, a esconder tras la palabra trabajos todo cuanto su caridad y su prudencia le impedían revelar. De toda su obra sólo el Epistolario nos permite atisbar directamente la contextura espontánea de su vida y de su personalidad. Sólo allí pode­mos sondear abismos de dolor como el que contemplamos cuando refiere que los jesuitas burgaleses, despechados por­que ciertas limosnas han ido a parar a las descalzas, ma­nifiestan no querer nada con ellas "porque no se les pegase nuestra oración" (1059).

El sufrimiento continuo de sentirse objeto de vigilancia y sospecha no deja, sin embargo, de ser fundamental para comprender el sentido de muchas páginas teresianas que, en realidad, no son sino apologia pro vita sua. El no haberlo tenido en cuenta ha impedido ver hasta ahora cómo el tema de la defensa de la vida espiritual constituye una de las grandes generatrices de su obra. Al servicio de esa defen­siva, mantenida a lo largo de toda su actividad de escri­tora, ha desplegado Santa Teresa la mayor fecundidad de su ingenio y de su pluma, además de un apasionamiento femenino de amante o de madre que no se deja arrancar el objeto querido, en este caso la vida contemplativa que la conduce derecha al regazo de su Dios.

La reacción de Santa Teresa a la desconfianza hacia los espirituales recorre a lo largo de su obra casi todas las matizaciones sentimentales. Al final de su vida la deplora, suavizando la nota personal, en un suspiro melancólico y cansado: "Yo sé de una persona que tuvo harto miedo no havía de haver quien la confesase, según anda van las co­sas, que por ser muchas no hay para qué me detener. Y es lo peor, que no pasan de presto, sino que es toda la vida, y el avisarse unos a otros que se guarden de tratar personas se-

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mejantes". y continúa: "Diréisme que también hay quien diga bien. j Oh. hijas, y qué pocos hay que crean ese bien, en comparación de los muchos que abominan!" (Moradas, 385-386).

Otras veces se expresa mucho más enérgicamente, como cuando llama a esas sospechas "cizaña" plantada por el de­monio bajo apariencia de loable celo (Camino, 251). Las al­mas adelantadas en oración necesitan de mutuo trato hu­mano, entre muchas razones por ser menester "hacerse espaldas unos a otros" (Vida, 37), en defensa de la murmu­ración que se produce en torno al que de veras comienza a darse a Dios. El ataque contra esas murmuraciones, que empiezan y nunca terminan, arranca uno de los párrafos más hábiles de las M oradas sextas, entre cuyas típicas ase­chanzas y peligros se cuentan:

y quiero comenzar de los más pequeños, que es una grita de las personas con quien se trata, y aun con las que no trata, sino que en su vida le pareció se podían acordar de ella: "que se hace santa", "que hace estremos para engañar el mundo y para hacer a los otros ruines", "que son mejores cristianos sin esas cerimonias". Y hase de notar que no hay nenguna, sino procurar guar­dar bien su estado. Los que tenía por amigos se apartan de ella y son los que le dan mejor bo­cado, y es de los que mucho se sienten: "que va perdida aquel alma y notablemente engañada", "que son cosas del demonio", "que ha de ser como aquélla y la otra que se perdió, y ocasión que caya la virtud", "que trai engañados a los confesores" ~y ir a ellos y decírselo- punién­dole ejemplos de lo que acaeció a algunos que

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se perdieron por aquí; mil maneras de mofas y de dichos de éstos 100.

Es evidente la destilación de experiencia contenida en estas graciosas quejas, así como el gusto, ya puramente li­terario, en retocar este cuadrito encantador de las habladu­rías irresponsables que había esbozado ya en Camino de perfección, cuando exhorta a no abandonar la vida espiri­tual "siquiera se hunda el mundo, como muchas veces acae­ce con decirnos: 'hay peligros', 'ulana por aquí se perdió', 'el otro se engañó', 'el otro, que rezaba mucho, cayó', 'hacen daño a la virtud', 'no es para mujeres, que les po­drán venir ilusiones', 'mijor será que hilen', 'no han me­nester esas delicadeces', 'basta el Paternóster y Avema­ría" (249).

La defensa de la vida espiritual entra y sale de una for­ma u otra por todas sus páginas; a veces se trata de alu­siones o críticas breves enderezadas, por ejemplo, a los que se espantan sólo de oír mencionar visiones y revelaciones (Fundaciones, 519), o a confesores que ponen obstáculos al deseo de mayor perfección, como cuenta que ocurrió a la ermitaña doña Catalina de Cardona (Fundaciones, 583). En otros casos reviste, por el contrario, un tratamiento articu­lado que llega a extenderse a lo largo de varias páginas, como ocurre en el capítulo VIII de la Vida: la vocación contemplativa es de por sí un favor especial que Dios hace a ciertas almas sin mirar a los méritos propios y no debe ser nunca rechazada; pues Dios mismo se encargará de que, a pesar de las tentaciones y de los peligros, lleguen a puerto salvador. La vida de oración está llena de bienes según testimonio decisivo de muchos santos. Nadie debe

100 Ed. cit., 385. Preferimos seguir a la edición del P. Silverio en resaltar entre comillas las distintas frases de chismorreo acusador.

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abandonarla por desánimo o por caídas, pues por ella mis­ma se habrá de remediar y por otros caminos resultará mucho más dificultoso. Ella casi la abandonó durante algún tiempo por humildad mal entendida que le suscitó el demo­nio. De esta forma, la vocación contemplativa no debe ser temida, sino deseada. A los que sienten tantos temores de ella, simplemente, no puede entenderlos, y menos aún el motivo por el cual los que ya hacen vida de oración tengan que dejarla.

En Camino de perfección es aún más explícita en el sentido de rechazar la idea de esos peligros que la "opinión del vulgo" ve en la vida contemplativa:

Yo no hablo ahora en que sea mental u vocal para todos; para vosotras digo, que lo uno y lo otro havéis menester; éste es el oficio de los re­lisiosos. Quien os dijere que esto es peligro, te­nedle a él por el mesmo peligro y huid de él; y no se os olvide, que por ventura havéis menester este consejo. Peligro será no tener humildad y las otras virtudes, mas camino de oración camino de peligro, nunca Dios tal quiera. El demonio pa­rece ha inventado poner estos miedos, y ansí ha sido mañoso a hacer caer a algunos que tenían oración, a el parecer (250).

Esta misma apologética es la que ha definido también el b~llo concepto de "es menester no estén los espíritus ame­drentados", cuando en Las Fundaciones vuelve a insistir en lo mismo, apurada de ver lo caídas que están en el mun­do las cosas de oración y perfección (506).

Santa Teresa reconoce que la vida espiritual, como cual­quiera otra, no está exenta de tentaciones y peligros, pero

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"si en algo puede dejar de haver muy menos peligro, es en los que más se llegan a pensar en Dios y procuran perficio­nar su vida" (Fundaciones, 506). Sus palabras adquieren en este caso un relieve especial, porque acaba de admitir, sin que le duelan prendas, que abunda la autosugestión entre los que pretenden darse a esta clase de vida, sin ex­cluir ni siquiera a "las monjas de estas casas". Nadie más atenta que ella a las infinitas variedades de ilusiones semi­patológicas que agrupa en su obra bajo el término melan­colía. Pero si Dios nos libra de peligros incluso cuando va­mos contra Él, ¿cómo no había de hacerlo cuando el alma va en su búsqueda? Aunque por juicios de Dios puedan ocurrir ciertas cosas, es muy cierto que "el bien nunca tra­jo mal" (507) y todas estas consideraciones deben de ser­vir para andar mejor el camino al encuentro del Esposo, pero nunca para alejar de Él.

PECULIARIDAD DE "CAMINO DE PERFECCIÓN"

Un crítico italiano, G. M. Giancarlo, ha señalado con perspicacia cómo Santa Teresa elude cuidadosamente el uso del verbo enseñar 101. Tiene muy presente un texto de San Pablo (I Cor., 14, 34-35) que priva a las mujeres de toda voz en el templo. Sabe bien cómo el formalismo escolástico de un calificador puede precipitar una condena de sus obras sirviéndose de una sola palabra como fulcro.

Sólo en Camino de perfección se ha atrevido Santa Te­resa a afirmar su magisterio. Está escribiendo para sus hijas de San José, igual que pudiera hablarles de viva voz,

101 Espressioni letterarie dell'insegnamento di Santa Teresa di Avila (Módena, 1955), p. 26.

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y puede enseñarlas "porque, como madre, con el oficio de priora que tengo, es lícito" (258). Santa Teresa ha alejado de sí muchas de sus habituales restricciones y auto censuras al escribir este manual ascético, destinado en un principio a no salir de las humildes paredes de sus monasterios 102.

Semejante finalidad de puro consumo interior la tranqui­liza y le permite expresar con mayor valentía lo que sólo cabe deducir o adivinar en otras obras suyas.

La confianza con que Santa Teresa escribe este libro motiva una lógica proyección hacia inéditas experiencias de orden literario. Camino de perfección descubre en cierto modo a una escritora nueva, toda ímpetu y tensión dentro de una fórmula dominada por una gracia elegante de com­pleja modernidad. Resuelta a ir, aunque siempre con cau­tela, al fondo de las cuestiones, su inteligencia y su pluma funcionan allí a pleno rendimiento. El resultado son pági­nas apretadas, tupidas de intención, de avances y retroce­sos impregnados de una feminidad traviesa y hasta un poco felina.

Para Santa Teresa no existe ya tema difícil ni com­prometido que la reduzca al silencio. Y es porque, desde el primer momento, su ingenio logra borrar toda frontera entre golpe y caricia. No cabe imaginar, por ejemplo, con­flicto más serio y dramático que su desacuerdo escéptico con la política felipista de guerra a la herejía; pero ella sabe reducirlo, con una ironía cándida, al idilio de unas monjitas que, incapaces para otra cosa, se reúnen para orar en un rincón de Castilla, al mismo tiempo que atruenan el reino los preparativos bélicos contra los hugonotes.

Pero es otro de los temas de Camino de perfección, el

102 Según el P. Efrén casi todos los conventos disponían de copias manuscritas para su lectura habitual; Obras completas de Santa Teresa de Jesús, n, 30.

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ataque de flanco a la hinchazón de letrados y teólogos, el que mejor permite ver hasta qué grado de maestría llega Santa Teresa en el manejo de una sutileza irónica. N os dice en el prólogo que se dispone a escribir de "cosas menudas" en las que podrá ser que atine ella más que los letrados "que por tener otras ocupaciones y ser varones fuertes, no hacen tanto caso de cosas que en sí no parecen nada" (184). y da la casualidad que toda esa menudencia es nada menos que el conocimiento de lo que es vida espiritual. Más ade­lante, insistiendo en que la lucha con los herejes sólo puede ganarse en un terreno ideológico, invita a sus pobres mon­jas a orar por los predicadores y teólogos, tan a menudo cebados en el mundo y que se atreven a juzgar de todo, menos de lo rudimentario de su vida interior. El fragmento antológico es largo, pero imposible de sustituir por un re­sumen que logre captar la gracia y finura de su esgrima:

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Podrá ser digáis que para qué encarezco tanto esto, y digo hemos de ayudar a los que son mijo­res que nosotras. Yo os lo diré, porque aun no creo entendéis bien lo mucho que devéis a el Señor en traeros adonde tan quitadas estáis de negocios y ocasiones y tratos; es grandísima merced ésta; lo que no están los que digo, ni es bien que estén, en estos tiempos menos que en otros; porque han de ser los que esfuercen la gente flaca, y pongan ánimo a los pequeños. j Buenos quedarían los soldados sin capitanes! Han de vivir entre los hombres, y tratar con los hombres, y estar en los palacios, y aun hacerse algunas veces con ellos en lo esterior. ¿Pensáis, hijas mías, que es menester poco para tratar con el mundo y vivir en el mundo, y tratar negocios

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del mundo, y hacerse, corno he dicho, a la con­versación del mundo, y ser en lo interior estra­ños del mundo, y enemigos del mundo, y estar corno quien está en destierro, y, en fin, no ser hombres sino ángeles? Porque a no ser esto ansí, ni merecen nombre de capitanes ni primita el Se­ñor salgan de sus celdas, que más daño harán que provecho; porque no es ahora tiempo de ver imperfeciones en los que han de enseñar.

y si en lo interior no están fortalecidos en en­tender lo mucho que va en tenerlo todo debajo de los pies y estar desasidos de las cosas que se acaban, y asidos a las eternas, por mucho que lo quieran encubrir, han de dar señal. Pues ¿con quién lo han sino con el mundo? No hayan mie­do se lo perdone, ni que ninguna imperfeción dejen de entender. Cosas buenas, muchas se les pasarán por alto, y aun por ventura no las ter­nán por tales; mas mala u imperfecta, no hayan miedo. Ahora yo me espanto quién los muestra la perfeción, no para guardarla (que de esto nin­guna obligación les parece tienen, harto les pa­rece hacen si guardan razonablemente los man­damientos), sino para condenar, y a las veces lo que es virtud les parece regalo. Ansí que no pen­séis es menester poco favor de Dios para esta gran batalla donde se meten, sino grandísimo (192-193).

El terna de la defensa de la vida espiritual, tan impor­tante a lo largo de toda la obra teresiana, es básico y esen­cial en Camino de perfección. Santa Teresa se complace en sorprender y jugar con el lector desviando ágilmente ha-

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cia dicha conclusión las consideraciones y razonamientos más diversos. Sus modalidades abarcan así desde la refe­rencia humorística a que oración mental no es "algara­bía" (260), hasta la tesis decisiva de que aquélla no se di­ferencia, en el fondo, de la vocal rectamente practicada. Pues ¿qué duda cabe de que el rezo del Paternóster, dán­dose cuenta de lo que significa, supone la meditación de los más altos misterios?: "Si os dijeren que sea vocalmente, apurad si ha de estar el entendimiento y corazón en lo que decís. Si os dijeren que sí, que no podrán decir otra cosa, veis adonde confiesan que havéis forzado de tener oración mental, y aun contemplación si os la diere Dios por allí" (252). Tal destello de ingenio elimina, rehusando en­trar en ella, la cuestión debatidísima de la oración mental 103,

básica para toda crítica de las tendencias contemplativas y vista con recelo y desprecio por teólogos como Melchor Cano. Hay un matiz de travesura risueña en su manera de conducir al adversario, con habilidad de ajedrecista que prepara el mate, ante la conclusión de que ni el más simple rezo puede hacerse debidamente sin una medida de equi­valencia con la oración mental: "Si esto es verdad, como lo es, no penséis, los que sois enemigos de contemplativos, que estáis libres de serlo si las oraciones vocales rezáis, como se han de rezar, tiniendo limpia conciencia" 104..

y no fue sólo en aquellas páginas donde esos enemigos de contemplativos se vieron hechos blanco de la ironía de una mujer. En 1593 el P. Presentado fray Juan de Loren-

103 Véase el comentario de Pedro Sáinz Rodríguez a la defensa de la oración mental por el infortunado fray Domingo de Valtanás; Es. piritualidad española (Madrid, 1961), p. 222.

104 Ed. cit., 277. En las otras dos versiones conocidas el pasaje re· mata con una frase adicional que refuerza la idea expuesta. "Quien no lo quisiere oyr pase adelante", dice el autógrafo escurialense. "Enga­ñados estáys", añade el manuscrito de Toledo; Ed. P. Silverio, IlI, 311 Y 445.

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zana denunciaba a la Inquisición sus escritos recién publi­cados (Vida, Camino, Moradas), por encontrar en ellos mu­cha doctrina teológica no sana, además de un sutil despre­cio a la ciencia de los letrados: "Y aun la misma Teresa, debió de estar de ese parecer, que si no era teniendo expe­riencia de la oración, devoción y arrobos, que no podía un teólogo dar bien su parecer. Porque estando yo con ella en la fundación de Valladolid, tratando conmigo cosas de la oración, particularmente de los raptos y arrobos del alma, díjome cierta cosa que yo la tuve por falsa por reglas de teología y filosofía, y no cierto por experiencia: y yo se lo contradije y le di la razón de ello según lo que sabía de doctrina de Santo Tomás. Y ella se sonrió y dijo: en ver­dad que parece que entiende algo de oración; como cosa que yo tenía experiencia de estas cosas de oración" 105.

EL CONFLICTO DE LA RELIGIOSIDAD TEREsIANA

La importancia que el tema de la defensa de la vida es­piritual reviste en la obra de Santa Teresa no deriva única­mente del afán de protesta contra limitaciones superficiales de su época, ni de las molestias y peligros que dicha des­confianza hubiera podido causarle, sino de un conflicto mucho más hondo con su manera de concebir el hecho re­ligioso. Porque la Santa está convencida de que sólo en las honduras de la vida del espíritu es donde la religión ad­quiere lógica plenitud de sentido y lo que, a la inversa, re­duce a absurda hipocresía todo cuanto, alejándose de ese puro hontanar, pretenda pasar por religiosidad de buena

105 V. Beltrán de Heredia, "Un grupo de visionarios y pseudopro· fetas", 516.

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ley. Ya hemos visto su idea de que para los religiosos es­pecialmente, no hay en realidad otra alternativa ("este es el oficio de los relisiosos"). A "todos los cristianos", aunque sean seglares y no particularmente virtuosos, les "va la vida" en comenzar a tener la meditación por donde po­drán remediar se 106. Diríase, con ello, que sus ideas básicas se anticipan en forma curiosa a la moderna dicotomía berg­soniana entre religión estática y religión dinámica.

Yace aquí la causa de que la apología de la vida de ora­ción por Santa Teresa vaya ligada a menudo con una fa­ceta de duro contraataque, encaminado a sentar en el ban­quillo a los que pretenden erigirse en jueces de los contem­plativos. Ya en la Vida nos habla de su idea de formar un grupo secreto con sus amigos espirituales, y lamenta que haya que proceder así para servir a Dios cuando, en cambio, los predicadores ordenan sus sermones "para no desconten­tar" (67). La desconfianza con el que de veras pretende darse a Dios contrasta con la indiferencia hacia los que conocidamente viven dados a las vanidades y placeres del mundo. Es ceguedad no querer ver cuántos caen en herejía no por tener oración, "sino destraición" (Camino, 251).

Es evidente que Santa Teresa tiene siempre ante sus ojos el ejemplo lamentable del clero secular de su época, cuyas flaquezas conoció tan de cerca y que, dadas por ine­vitables, casi nadie se preocupó de evitar ni aun de criti­car 107, en contraste con la sospecha universal de que se ha-

106 Ed. P. Silverio, UI, 74 (añadido del texto de Camino de perfec­ción según el autógrafo escurialense).

107 Robert Ricard ha llamado la atención, en un excelente artículo, sobre la realidad, a menudo olvidada, de la miseria espiritual del clero secular español de aquellos años: el caso de Lope de Vega, cuya vida escandalosa y cínica no lo expone a complicación más grave que algunas pullas literarias, es normal y significativo. Nuestra literatura ascético­mística fue escrita casi en su totalidad por religiosos, muy en contraste con lo ocurrido en Francia, donde el clero secular fue el que dio el

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cía objeto a los espirituales. Animándola a iniciar su refor­ma, Dios mismo le ha dicho, muy al tanto de ese problema, "que qué sería de el mundo si no fuese por los relisiosos" (Vida, 133). Al gobernador del arzobispado toledano, que le negaba la licencia para su monasterio, no pudo hablarle con mayor dureza, haciendo eco a la fama de sensualidad 108

que tenían los eclesiásticos de la Iglesia Primada: "Como me vi con él, díjele que era recia cosa que huviese mujeres que querían vivir en tanto rigor y perfeción y encerra­miento, y que los que no pasavan nada de esto, sino que se estavan en regalos, quisiesen estorbar obras de tanto ser­vicio de nuestro Señor. Estas y otras hartas cosas le dije con una determinación grande que me dava el Señor; de manera le movió el corazón, que antes que me quitase de con él me dio la licencia" (Fundaciones, 536).

tono en la espiritualidad de la gran época. Ambos hechos, nunca de­bidamente valorados, proyectan sus consecuencias hasta el momento actual; "Sacerdoce et littérature dans l'E'spagne du Siecle d'Or. Le cas de Lope de Vega", Les Lettres Romanes, X (1956), 39-49. Lógica e inevitable venía a ser, en cierto modo, la intención de la alumbrada sevillana Catalina de Jesús, quien "se comparaba con Santa Teresa de Jesús, y creíase suscitada por Dios para ser reformadora del estado de clérigos seculares como la doctora avilesa lo había sido de la Or­den del Carmelo"; Miguel de la Pinta Llorente, Aspectos históricos del sentimiento religiOSO en España (Madrid, 1961), p. 94. En 1574 una alumbrada toledana, de nombre Francisca de los Apóstoles, se ofrecía a Dios "como víctima expiatoria para aplacar su indignación por la vida desedificante del clero secular", acerca de cuya reforma abrigaba des­cabellados proyectos; V. Beltrán de Heredia, "Un grupo de visionarios y pseudoprofetas", 490.

108 "Los canónigos son muchos, y ninguno goza menos de setecien­tos ducados; tiene la catedral otras rentas y hay muchos capellanes que alcanzan doscientos ducados al año, de modo que los amos de To­ledo y de las mujeres precipue, son los clérigos, que tienen hermosas casas y gastan y triunfan, dándose la mejor vida del mundo, sin que nadie los reprenda"; relación de viaje de Andrea Navagero en J. Gar­cía Mercadal, Viajes de extranjeros por España y Portugal (Madrid, 1952) 1, 846.

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Tan brava actitud, similar a la del aforismo táctico que predica el ataque como la mejor defensiva, constituye uno de los mejores módulos de la destreza literaría de Santa Teresa, así como un rumbo que nos conduce a su más re­cóndita frontera ideológica. Semejante tensión no se limita, por otra parte, a páginas o brotes aislados. Más aún, la ve­mos tomar cuerpo y empuje en las Meditaciones sobre los Cantares, precisamente al adoptar un tono de lirismo mís­tico muy personal. Al tratar allí materias escriturarías de carácter delicado, Santa Teresa comienza por defender con la más noble rebeldía los derechos intelectuales de la mu­jer: "Que tampoco no hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor". La mujer debe de abstenerse de disputar sin asesoramiento de letrados y ha de evitar, sobre todo, la pretensión de docencia "parecién­doles aciertan". Al llegar a este punto tiene ya vencida la amenaza de la prohibición apostólica escolásticamente en­tendida, porque su traviesa dialéctica la pone a cubierto de ella con la simple admisión ingenua de que no pretende acertar: "ni yo pienso acertar en lo que escrivo" (324).

Sus audacias crecen entonces a medida que se va aden­trando en la hoguera de sus sentimientos. La claudica­ción ante los poderes de la sociedad le merece el acerado desprecio de este comentario sobre los predicadores aco­modaticios y ansiosos de prosperar:

Predica uno un sermón con intento de aprove­char las almas; mas no está tan desasido de pro­vechos humanos, que no lleva alguna preten­sión de contentar, u por ganar honra u crédito, u que si está puesto a llevar alguna calonjía por predioor bien. Ansí son otras cosas que hacen en provecho de los prójimos, muchas y con buena

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intención, mas con mucho aviso de no perder por ellas ni descontentar. Temen la persecución; quieren tener gratos los reyes y señores y el pueblo; van con la discreción que el mundo tanto honra. Esta es la amparadora de hartas imper. fecciones; porque le ponen nombre de discre­ción, y plega a Dios que lo sea (341).

Pocas veces ha aceptado Santa Teresa riesgos tan graves como cuando se entrega a ese goce reservado a los místicos que es el comentario del Cantar de los cantares. Las Medi­taciones sobre los Cantares parecen haber sido escritas, para mayor audacia, por los mismos años del proceso inqui­sitorial de fray Luis de León. Su confesor, el P. Yanguas, le ordena, aterrado, quemar el libro inmediatamente 109, a pesar de lo cual se ha salvado por lo menos parte de su texto. Fray Luis no se atrevió tampoco a publicar esta obra, cuya lectura no podía menos de producirle escalofríos, con aquella arremetida del capítulo primero contra los que todo lo vuelven ponzoña y "sacan miedos" y llegan a "dar sen­tidos [de las Escrituras], conforme al poco sentido del amor de Dios que se tiene" (323). El arrebato ardiente de aque­llas páginas sobrecoge al P. Silverio de Santa Teresa "por aquella especie de fl1,ror divino, harto más sublime que el atribuido por el pueblo griego a sus magnos poetas cuando escribían" 110, y provoca un deslumbramiento admirativo en Maurice Barrés: "J e ne crois pas qu'une femme ait ja­mais commenté parmi d'autres femmes avec plus d'audace et de dignité les mysteres de son imagination". Y algo des­pués: "Un profane qui lit ce cantique des cantiques chanté par cette religieuse, comment ne glisserait-il pas dans le

109 Ed. P. Silverio, IV, p. LIV. 110 Ed. P. Silverio, IV, p. LIII.

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peché du Bernini qui sculpta pour l'église romaine de San­ta Maria della Vittoria sa fameuse sainte Thérese, vraie grande dame enamourée, parente d'Esther et de Mademoi­selle de la Valliere?" 111

Béseme con beso de su boca, frase ciertamente para producir espanto: "Dirán que soy una necia, que no quiere decir esto, que tiene muchas significaciones, que está claro que no havíamos de decir esta palabra a Dios, que por eso es bien estas cosas no las lean gentes simples" (324). Pero para un alma abrasada de amor divino no hay necesidad de ninguna exégesis que pretenda sobrepasar el concepto li­teral. Y de aquí se toma impulso para el ataque frontal y devastador: frase que, dicha por "un alma muerta por amor de su Dios", provocará escándalo gazmoño en "mu­chas personas que se llegan al Santísimo Sacramento ~y plega al Señor yo mienta- con pecados mortales gra­ves" (325). Una vez más vemos fulgurar en la mente de la Santa la imagen del clero concubinario y, en el plano es­tilístico, intuimos también el cortocircuito de autocensura que la ha desviado un poco del primer movimiento de con­trastar el escándalo que ante el beso divino sienten muchos habituados a besos impuros 112.

111 Sainte Térese, Commentaires sur le Cantique des Cantiques et treize po emes (París, 1920), prefacio, p. 13.

112 No estará de más recordar el caso del dominico fray Vicente Hernández, que se declaraba escandalizado por el erotismo de la tra­ducción de los Cantares por fray Luis y se expuso por ello, en el pro­ceso, a las más ácidas ironías de éste; Bell, Luis de León, p. 147 nota. No se olvide tampoco que tras de contar la historia del clérigo de Be­cedas y su amancebamiento, la Santa añade "y con todo esto decía misa" (Vida, 26). En otra ocasión nos habla de cómo vio a cierto clé­rigo rodeado de diablos por hallarse en pecado en el momento de darle la comunión (Vida, 163-164).

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MODERNIDAD INTELECTUAL DE SANTA TERESA

Una cadena de circunstancias, prendida en su naci­miento en una familia de la burguesía conversa de A vila, ha situado la vida de Santa Teresa frente a un sistema de prejuicios que la sociedad española de su época respaldaba ya con el complejo de persuasión y poder policíaco carac­terístico de un estado moderno. Santa Teresa se ha enfren­tado así, a su manera, con el problema deontológico del intelectual en el seno de las sociedades actuales. El que consiguiera rematar su obra sin romper con la ortodoxia social, menos aún que con la religiosa, es lo que mejor nos da idea de las dificultades que su inteligencia y su persona­lidad genial hubieron de superar.

Maravilla pensar que pocos años después de su muer­te (1617) fuera proclamada patrona oficial de aquella mis­ma España cuyos mitos y estructuras de poder eran recha­zados por su frío y claro análisis. Nos quedamos en duda de si se trataba de una victoria o de la mayor derrota, el precio de la condescendencia y el oportunismo, porque su espíritu no era entendido ni aplicado por aquella sociedad. A pesar de Santa Teresa y de toda la literatura espiritual, España siguió siendo un solar de guerreros e inquisidores, cada día más enquistados en una religiosidad de procesio­nes, autos de fe y seudocruzadas, y no una tierra de autén­ticos pensadores cristianos, dados a la tarea de alumbrar con el Evangelio los dolores y necesidades de cada nue­vo día.

Tal vez muchos de nosotros concluyamos, con poca vacilación, que en un conflicto entre la justicia y los idola tribus, no basta con pasar de largo ante éstos. Pero lo ve­mos hoy en tales términos desde lo alto de una muralla de

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siglos, no al nivel de los ojos de una monja del siglo XVI.

Para Santa Teresa no había sino una comprensión instin­tiva de que, cuando no está permitido el lujo del fracaso, la única manera de salvar la eficacia de unos principios ra­dica en no pregonarlos nunca y en reñir a su favor una ba­talla silenciosa, implacable y cotidiana, en el plano de la acción individual. No hay otra actitud que pueda cuadrar bien al buen contemplativo, y bien claro nos lo dice en otro pasaje espléndido de ese libro, tan poco entendido, de Ca­mino de perfección: "Si dicen que hay peligro en la oración, procura se entienda cuán buena es la oración, si no por palabras, por obras; si dicen que no es bien a menudo las comuniones, entonces las frecuenta más. Ansí que, como haya uno o dos que sin temor sigan lo mijor, luego torna el Señor poco a poco a ganar lo perdido" (251).

Desconocer todo este problema vital de Santa Teresa equivale, estrictamente, a no saber de qué está hablando en una gran parte de su obra, en la que sólo cabe ver en­tonces un despliegue de trivialidad. Incluso en el aspecto literario, su genio consiste en haber sabido hacer de su con­flicto y de su lucha el estímulo para lanzarse, de hecho, a una experimentación decidida que tensa hasta el máximo su fibra de escritora. El mito platónico que explica las co­sas como un maridaje inextricable de la idea con la contin­gencia, suele resultar muy exacto en materias de estilo. G. M. Bertini ha señalado con gran acierto cuánto debe la claridad y transparencia del lenguaje de Santa Teresa a la obsesión con no ser mal entendida, a la pericolositá intrín­seca en su tarea 113. El estilo de Santa Teresa es una fuga musical en que el problema pavoroso de la expresión de lo inefable, juega y se enlaza en cada instante con la nece-

113 Teresa d'Avila scrittrice e Federico Garcfa Larca poeta (Milano, 1950), p. 87.

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sidad de anticiparse a las interpretaciones aviesas. Un conflicto brillante y sobriamente formulado por Santa Te­resa, principio definido con toda claridad y que constituye para ella todo un programa literario: "Porque estamos en un mundo que es menester pensar lo que pueden pensar de nosotros, para que hayan efecto nuestras palabras" (Fun­daciones, 520).

Erraría quien, de las páginas que anteceden, nos atri­buyese una interpretación de la obra de Santa Teresa como vehículo de polémica o como brote de literatura inconfor­mista en un sentido actual. Por el contrario, lo que en gran parte la caracteriza es una renuncia voluntaria a constituir nada semejante, como precio por la oportunidad de que su ingenio buscara, con todo, las maneras de manifestar lo que creía su deber. Incluso cuando acomete, quijotesca, la de­fensa de la libertad del espíritu para seguir su llamamiento interior, se la ve dueña de una voluntad muy clara de re­primir la violencia verbal, de evitar el tono polémico o el acento de sátira. Al servicio de ese propósito el ataque o la crítica se presentan como dudosos, se lanzan en incisos dejados caer como quien no quiere la cosa, se amparan tras alguna muletilla del lenguaje conversacional. Y en todos esos momentos es cuando Santa Teresa nos revela mejor su temple de escritora, entregada por completo al goce de imponerse al lenguaje y de alcanzar la plenitud de expresión. De escritora moderna, dueña del matiz sicoló­gico, del humor y de la ironía, hermana de quienes, por los mismos años, pulen los primeros sillares de la modernidad literaria 114. La idea que la imagina medio rústica, escri-

114 E'sta nota de la obra de Santa Teresa ha sido acertadamente puntualizada por Juan Marichal en La voluntad de estilo (Barcelona, 1957), p. 111.

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biendo sólo por obediencia, sin vocaClOn ni criterio litera­rio, no resiste el más ligero análisis.

En la obra de Santa Teresa hay que advertir, no sólo la abundante presencia de temas no místicos (en contraste, por ejemplo, con la de San Juan de la Cruz), sino la tras­cendencia literaria de éstos. Pues la Santa ha desplegado allí toda la riqueza de su ingenio como tributo por la sen­tida pero no proclamada libertad de enjuiciar. Y lo ha he­cho así porque obra en ella la fe del verdadero intelectual en el poder invencible de las ideas. Por eso cree también en las minorías y sabe la diferencia que causa el simple existir de un puñadillo de hombres, o de uno solo, o de una mujer encerrada en su celda, que busquen y digan la ver­dad. Y por ello daba gracias a Dios en un admirable desa­hogo de amor:

j Qué grandeza de Dios, que puede más a las veces un hombre solo u dos, que digan verdad, que muchos juntos! (Camino, 251).