sonetos de francisco de terrazas

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TERRAZAS, FRANCISCO DE (¿1525-1600?) Poeta hispano-mexicano, nacido en Nueva España (actualmente, México) alrededor del año 1525, y fallecido hacia finales del siglo XVI o comienzos de la siguiente centuria. Hijo de un conquistador español, está considerado como en primer poeta criollo nacido en el territorio que, siglos más tarde, ocuparía la actual nación mexicana; pero, por encima de cualquier circunstancia histórico-geográfica, sobresale principalmente por haber sido uno de los pioneros en el cultivo de la lírica italianizante, de corte petrarquista, en la poesía escrita en América. De su obra literaria, en gran parte perdida, sólo han llegado hasta nuestros días algunos fragmentos de su extenso poema épico titulado Nuevo Mundo y conquista, así como varias muestras de su quehacer petrarquista (en total, nueve sonetos, diez décimas y una epístola) y un interesante debate teológico que, escrito en verso, sostuvo con el también poeta y dramaturgo toledano -pero afincado en México- Fernán González de Eslava. Es en esta última obra donde Francisco de Terrazas mostró la veta menos innovadora (o, por así decirlo, "más medieval") de su pensamiento, ya que todo el debate se articula en torno a la cuestión de por qué Dios reveló como verdadera la Ley de Moisés, para después ofrecer como auténtica la Ley de Cristo. Ante esta ardua cuestión teológica planteada por González de Eslava -muy propia, como se acaba de apuntar, de las disputas escolásticas de siglos anteriores-, Francisco de Terrazas ofrece un amplio despliegue poético de su facilidad discursiva para concluir -en un ejercicio más ingenioso que inteligente- que la ley judaica fue, en realidad, la etapa infantil de la auténtica doctrina cristiana, que alcanza su verdadera edad adulta con el advenimiento de Cristo y el establecimiento de su nueva ley. La crítica hispanoamericana, tanto la dedicada al estudio de los rasgos literarios de Terrazas como la que se ha interesado por sus razonamientos teológicos, coincide en afirmar que el primer poeta criollo se convierte, merced a este debate, en un claro antecedente del sentimiento religioso expuesto, años más tarde, por Sor Juan Inés de la Cruz, en la medida en que ambos autores consideran la acusada espiritualidad indígena como un campo magníficamente abonado para el arraigo y el posterior florecimiento de la cultura occidental impuesta por los conquistadores. Desde esta perspectiva, algunos estudiosos hispanoamericanos han creído descubrir en la obra de Terrazas los primeros atisbos de los rasgos definidores de la identidad americana. Con todo, la verdadera dimensión literaria de Francisco de Terrazas se zafa de estas disputas teológicas de rancio acento medieval para asomar, espléndida, a través de su breve pero brillante producción petrarquista, en la que el orgulloso hijo de un conquistador español refleja plenamente la mentalidad y los comportamientos sociales de la primera generación de criollos. En efecto, aunque Terrazas acusa -y aun lleva a gala- el influjo de las modas literarias y culturales que, a la sazón, estaban en boga en la Corte española, no deja por ello de mostrarse firmemente partidario de la legitimidad de los derechos señoriales que, desde la metrópoli, todavía se niegan a los conquistadores y a la primera hornada de su descendencia. Así, mientras que, por un lado, su obra se convierte en una especie de proclama pionera de las aspiraciones nacionales criollas, por otro lado

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Colección de sonetos de Francisco de Terrazas

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Page 1: Sonetos de Francisco de Terrazas

TERRAZAS, FRANCISCO DE (¿1525-1600?) Poeta hispano-mexicano, nacido en Nueva España (actualmente, México) alrededor del año 1525, y fallecido hacia finales del siglo XVI o comienzos de la siguiente centuria. Hijo de un conquistador español, está considerado como en primer poeta criollo nacido en el territorio que, siglos más tarde, ocuparía la actual nación mexicana; pero, por encima de cualquier circunstancia histórico-geográfica, sobresale principalmente por haber sido uno de los pioneros en el cultivo de la lírica italianizante, de corte petrarquista, en la poesía escrita en América. De su obra literaria, en gran parte perdida, sólo han llegado hasta nuestros días algunos fragmentos de su extenso poema épico titulado Nuevo Mundo y conquista, así como varias muestras de su quehacer petrarquista (en total, nueve sonetos, diez décimas y una epístola) y un interesante debate teológico que, escrito en verso, sostuvo con el también poeta y dramaturgo toledano -pero afincado en México- Fernán González de Eslava. Es en esta última obra donde Francisco de Terrazas mostró la veta menos innovadora (o, por así decirlo, "más medieval") de su pensamiento, ya que todo el debate se articula en torno a la cuestión de por qué Dios reveló como verdadera la Ley de Moisés, para después ofrecer como auténtica la Ley de Cristo. Ante esta ardua cuestión teológica planteada por González de Eslava -muy propia, como se acaba de apuntar, de las disputas escolásticas de siglos anteriores-, Francisco de Terrazas ofrece un amplio despliegue poético de su facilidad discursiva para concluir -en un ejercicio más ingenioso que inteligente- que la ley judaica fue, en realidad, la etapa infantil de la auténtica doctrina cristiana, que alcanza su verdadera edad adulta con el advenimiento de Cristo y el establecimiento de su nueva ley. La crítica hispanoamericana, tanto la dedicada al estudio de los rasgos literarios de Terrazas como la que se ha interesado por sus razonamientos teológicos, coincide en afirmar que el primer poeta criollo se convierte, merced a este debate, en un claro antecedente del sentimiento religioso expuesto, años más tarde, por Sor Juan Inés de la Cruz, en la medida en que ambos autores consideran la acusada espiritualidad indígena como un campo magníficamente abonado para el arraigo y el posterior florecimiento de la cultura occidental impuesta por los conquistadores. Desde esta perspectiva, algunos estudiosos hispanoamericanos han creído descubrir en la obra de Terrazas los primeros atisbos de los rasgos definidores de la identidad americana. Con todo, la verdadera dimensión literaria de Francisco de Terrazas se zafa de estas disputas teológicas de rancio acento medieval para asomar, espléndida, a través de su breve pero brillante producción petrarquista, en la que el orgulloso hijo de un conquistador español refleja plenamente la mentalidad y los comportamientos sociales de la primera generación de criollos. En efecto, aunque Terrazas acusa -y aun lleva a gala- el influjo de las modas literarias y culturales que, a la sazón, estaban en boga en la Corte española, no deja por ello de mostrarse firmemente partidario de la legitimidad de los derechos señoriales que, desde la metrópoli, todavía se niegan a los conquistadores y a la primera hornada de su descendencia. Así, mientras que, por un lado, su obra se convierte en una especie de proclama pionera de las aspiraciones nacionales criollas, por otro lado

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contribuye a difundir en el Nuevo Mundo el gusto estético imperante en la admirada Corte europea, en un perfecto ejercicio de asimilación de la corriente italianizante que, en el fondo, constituye el mejor reflejo de esa relación de amor y odio que mantiene el grupo social de los criollos con respecto a la metrópoli. Inmerso, pues, en la mejor tradición petrarquista que, por las mismas fechas en que se produjo su llegada al mundo, había comenzado a convulsionar el quehacer poético de los autores de la corte toledana, Francisco de Terrazas cincela -al menos- nueve espléndidos sonetos en los que la perfección formal envuelve magistralmente los tópicos del amor imposible y la amada bella y sin piedad, dura como el pedernal, pero perfecta en su condición de reflejo de esa belleza absoluta que emana de su Creador. Sin embargo, la plenitud imaginativa del poeta de la Nueva España se aparta un tanto de los rígidos tópicos italianizantes para alcanzar un punto de originalidad que sorprende, por su singular audacia, en medio de la reiteración de formas y argumentos de la poesía española contemporánea; y así, imbuido ya en un vigor expresivo que, por la brillantez del lenguaje metafórico, preludia los mejores momentos del barroco, Francisco de Terrazas se asoma sin pudor al sexo femenino para dar cabida a la explosión erótica en uno de los tercetos más bellos y audaces de su tiempo: "¡Ay puerta de la gloria de Cupido / y guarda de la flor más estimada / de cuantas en el mundo son ni han sido!". Consagrado como uno de los principales introductores en América de la poesía compuesta "al itálico modo", Terrazas pudo ver cinco de sus sonetos impresos en el famoso cancionero publicado bajo el título de Flores de baria [sic] poesía, recogidas de varios poetas españoles. Recopílase en la ciudad de México, Anno del nascimiento de Nuestro Salvador Ihesucristo de 1577. En Nuevo Mundo y conquista afloran con mayor pujanza las razones y los sentimientos criollistas que caracterizan el conjunto de la producción literaria de Francisco de Terrazas. Se trata de una larga epopeya que, concebida como un canto elogioso a la hazaña de Hernán Cortés, centra el protagonismo de su acción en la misión cristianizadora del conquistador extremeño, a quien presenta como un elegido o predestinado para extender la doctrina de Cristo en la Nueva España. Aunque lamentablemente inconclusa, esta briosa epopeya de Terrazas muestra a las claras la asumida vocación poética de su autor, quien, en forzoso paralelo con el protagonista de su obra, tal vez se considerase a su vez como el escritor predestinado a fijar el glorioso canto épico de la conquista y la cristianización. Adornada con todos los tópicos renacentistas que pueda arrastrar un poema de su género y época, la epopeya de Terrazas -al igual que ocurriera con su producción petrarquista- vuelve a mostrar un valioso rasgo de originalidad en los fragmentos en que denuncia la injusta situación de los criollos, arrinconados por la ambición de los burócratas enviados desde la Corte y desprovistos de unos derechos que consideran inherentes a los nacidos en el Nuevo Mundo. (Enciclonet)

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INDICE: SONETOS EPÍSTOLA RESPONDE A UNA PREGUNTA QUE LE HIZO HERNÁN G. DE ESLAVA RESPUESTA A LA RÉPLICA DEL MISMO HERNÁN G. DE ESLAVA SONETOS I Dejad las hebras de oro ensortijado Dejad las hebras de oro ensortijado que el ánima me tienen enlazada, y volved a la nieve no pisada lo blanco de esas rosas matizado. Dejad las perlas y el coral preciado de que esa boca esta tan adornada, y al cielo, de quien sois tan envidiada, volved los soles que le habéis robado. La gracia y discreción, que muestra ha sido del gran saber del celestial maestro, volvédselo a la angélica natura, y todo aquesto así restituido, veréis que lo que os queda es propio vuestro ser áspera, crüel, ingrata y dura. II Royendo están dos cabras de un nudoso Royendo están dos cabras de un nudoso y duro ramo seco en la mimbrera, pues ya les fue en la verde primavera dulce, suave, tierno y muy sabroso.

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Hallan extraño el gusto y amargoso, no hallan ramo bueno en la ribera, que como su sazón pasada era pasó también su gusto deleitoso. Y tras de este sabor que echaban menos, de un ramo en otro ramo van mordiendo y quedan sin comer de porfiadas. ¡Memorias de mis dulces tiempos buenos, así voy tras vosotras discurriendo sin ver sino venturas acabadas! III Soñé que de una pena me arrojaba Soñé que de una pena me arrojaba quien mi querer sujeto a sí tenía, y casi ya en la boca me cogía una fiera que abajo me esperaba. Yo, con temor buscando, procuraba de dónde con las manos me tendría, y el filo de una espada la una asía y en una yerbezuela la otra hincaba. La yerba a más andar la iba arrancando, la espada a mí la mano deshaciendo, yo más sus vivos filos apretando... ¡Oh, mísero de mí, qué mal me entiendo pues huelgo verme estar despedazando de miedo de acabar mi mal muriendo! IV ¡Ay basas de marfil… ¡Ay basas de marfil, vivo edificio obrado del artífice del cielo, columnas de alabastro que en el suelo nos dais del bien supremo claro indicio!

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¡Hermosos capiteles y artificio del arco que aun de mí me pone celo! ¡Altar donde el tirano dios mozuelo hiciera de sí mismo sacrificio! ¡Ay puerta de la gloria de Cupido y guarda de la flor más estimada de cuantas en el mundo son ni han sido! Sepamos hasta cuándo estáis cerrada y el cristalino cielo es defendido a quien jamás gustó fruta vedada. V Parte más principal Parte más principal de esta alma vuestra, beldad que sola fue sobre Natura, retrato de la suma hermosura sacado al natural por mano diestra. La fuerza del deseo que me adiestra contino a lo imposible y lo procura, me hace que a pesar de la ventura quiera lo que a querer amor me muestra. Y tiéneme en extremo la porfía, que no puede alcanzar el sentimiento que más que veros quiere el alma mía. Efectos son del loco atrevimiento, mas, pues no llega al bien la fantasía, con sólo desearlo me contento. VI A una sangría La mano que os dejo de una sangría en un punto mortal desfigurada no fuera tan cruel ni tan pesada si le doliera veros cual os vía.

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Mirad al menos bien cómo rompía, señora, vuestra vena delicada, ya que para salud tan deseada el precio de tal sangre convenía. Mas yo pienso que es pena de pecado el no dolerle así vuestra herida, de no doleros vos de mi cuidado. Aunque también no es pena merecida que aquel por daros vida os ha llagado y vos por mayor bien quitáis la vida. VII A una dama que despabilo una vela con los dedos El que es de algún peligro escarmentado suele temerle más que quien lo ignora: por eso temí el fuego en vos, señora, cuando de vuestros dedos fue tocado. Mas ¿visteis qué temor tan excusado del daño que os hará la vela ahora? Si no os ofende el vivo que en mí mora ¿cómo os podrá ofender fuego pintado? Prodigio es de mi daño, Dios me guarde, ver el pabilo en fuego consumido y acudirle al remedio vos tan tarde: Señal de no esperar ser socorrido el mísero que en fuego por vos arde hasta que esté en ceniza convertido. VIII Cuando la causa busco del efeto que lleva un desear a lo imposible, hallo que a sólo amor todo es posible y él como no lo alcanza mi conceto .

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¡Oh gran poder de amor cuyo secreto a nadie puede ser comprehensible! ¡Qué más quiere el querer, oh caso horrible, que el mísero vivir tiene en aprieto! Pues si ha hallado el fin que un alma quiere mi loco atrevimiento, y más procure que ver el sólo bien del alma mía, será porque ha ganado si muriere, aunque el morir castiga su locura, la gloria del deseo mi porfía. IX La diosa que fue en Francia celebrada de quien su gran ciudad se llama ahora, y el hombre que de mano matadora primero padeció la muerte airada formaron de sus nombres el que agrada al alma, que la de él quiere y adora. Natura lo empleó luego a la hora en la que de ninguna fue igualada. En parte lo empleó, que es el traslado de la beldad del cielo propiamente, hecha a su semejanza y por su mano. Quien fruto produció tan extremado, de ti decirse sólo se consiente ¡Oh más que venturoso húmedo llano! EPÍSTOLA Pues siempre tan sin causa pretendiste ver acabar en tanto descontento esta vida cansada, dura y triste, no puede ser que no lo dé contento saber, después que en esta carta veas, el punto en que me tiene mi tormento.

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Suplícote, señora, que la leas, pues ha de ser el fin de importunarte, y no dudes que ves lo que deseas. Muy bien puedes echar penas aparte, y en verme haber venido a tal estado de ser más enojada asegurarte. Si acaso no lo enojo en que he llegado al extremo del mal que me buscaste, y en que he con lo que quieres acertado. Alégrate, si nunca te alegraste con mi memoria, pues la causa nueva te da cuantos efectos deseaste. No pienses que lo escribo porque mueva tu fiero corazón el dolor mío, que ya de su dureza ha hecho prueba. Mas porque en ver mi carta, yo confío.. . qué digo confiar, que desespero: aquí conocerás que desvarío. Confío en que sabiendo cómo muero, has de quedar, señora, tan contento cuanto quejoso yo en no ser primero. Quisiera, ya que quieres que consienta mi mal, saber la causa que lo hace contino de mi muerte tan hambrienta. Porque si por ventura satisface alguna culpa mía aquesta pena, no diga que es por sólo que lo place. Mas es de razón cosa muy ajena buscar en lo querer y o más razón que saña, y desamor que me condena. ¡Oh cuantas veces vide en mi pasión tu libre voluntad esquiva y dura, vestida con engaños de ocasión! Y viendo el fin de tanta desventura, con falsas esperanzas sustentaba

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la vida ya deshecha de tristura. ¡Con cuantas conjeturas me engañaba! Al menos procuraba de engañarme en tanto que el dolor más aquejaba. Ml veces, viendo ya desesperarme, dije: no puede ser que dure tanto, que no se acabe el mal con acabarme. Esto me causa ahora nuevo espanto, que no sé yo, muriendo, como vivo, si no es a pura fuerza de mi llanto. No siento ya qué digo ni qué escribo, mas hago aquí testigo al alto cielo de tanta sinrazón como recibo. Una cosa me daba algún consuelo, y era creer que lo contentarías con ver teñir mi sangre el duro suelo. Si es aquesto así, qué más porfías, qué más puedes querer, yo no lo siento, habiendo visto ya lo que querías. Mas muerte, ni dolor, ni sentimiento jamás hartar pudieron tu deseo, y menos acabar mi sufrimiento. Yo sé, señora, cierto, yo lo creo si vieses que tal es mi triste vida en esta sepultura en que me veo, que ya que esa alma fuera endurecida y a compasión ninguna se moviese, al menos mi pasión sería creída. Estoy adonde, ya que me muriese, irá el alma bienaventurada, si lo que aquí por ti, por Dios sufriese. Vivo una vida aquí desesperada, fuera del tanto humano de la gente, do solos muertos hacen su morada.

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Querría el corazón del mal que siente dar cuenta, mas ni sabe, ni podría: baste de ti, señora, estar ausente. Baste que se me acuerda que solía, un tiempo venturoso, en sólo verte ser otro del que ahora en alegría. Baste, que tardará poco mi muerte, aunque a la vida dice el esperanza que no me quieres ver por no dolerte. ¡Qué buen imaginar, qué confianza qué en ti quepa dolor de mi cuidado, si buscas en mi muerte lo venganza! Huelga, pues llega ya aquel deseado tiempo en que de esta triste sepultura seré para la tierra trasladado, adonde podrá ser que la tristura me deje, como en esta vida han hecho el bien, el alegría y la ventura. Un solo dolor rompe ora el pecho, que es no lo poder ver antes que muera; mas aun espero haber otro provecho, que es que aunque tu saña no lo quiera, podrás pisar, pasando descuidada, la tierra do estará mi carne fiera, y esto hará mi alma descansada. RESPONDE A UNA PREGUNTA QUE LE HIZO HERNÁN GONZÁLEZ DE ESLAVA SOBRE LA LEY DE MOISÉS Quiero aceptar el favor que en vuestras coplas me dais, porque cuanto os alargáis cabe bien en el amor con que os amo y vos me amáis; y también, porque alabarme es querer más obligarme, señor, a vuestro servicio, y al olvidado ejercicio

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nuevamente levantarme. Y pues es bien empleado en esto el entendimiento, quiero aquí daros contento a fuerza de otro cuidado que me ocupa el pensamiento. Y si mi musa no muestra ser en responderos diestra, antes que nadie lo entienda podéis vos darle la enmienda que, en fin, es hechura vuestra. Fue la Ley de la Escritura en su tiempo instituida, porque fuese corregida con ella la de Natura que estaba ya corrompida; más fue tiempo limitado hasta que en lo figurado la figura se cumpliese, y el Hijo de Dios muriese pagando nuestro pecado. Así que Dios no reprueba la Ley que a su pueblo dio; mas entonces se acabó, cuando nos cumplió la Nueva lo quella nos prometió. La Ley vieja era promesa como en ella se confiesa; pues ved vos si con razón después de cumplido el don el prometimiento cesa. RESPUESTA A LA RÉPLICA DEL MISMO HERNÁN GONZÁLEZ DE ESLAVA Por lo poco que ganáis en vencerme o derribarme, habéis querido ensalzarme y cuanto más me ensalzáis, es para más abajarme. Queréis al cielo subirme y luego redargüirme,

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para traerme después de lo alto a vuestros pies con más gloria de rendirme. Mas si bien no os conociera, según estáis porfioso, por más que os mostráis donoso os prometo que os tuviera por cristiano sospechoso; y así lo mejor que siento respondo a vuestro argumento, protestando desde aquí que estaba el defeto en mí, no en la verdad que sustento. Dije la Ley Natural ser con esa corregida y que estaba corrompida, es cuanto a guardalla mal el pueblo y gente perdida. La falta en la Ley no estaba que ésa ené se fundaba; y dar otra el Sacro Rey no es defecto de la Ley, mas del que mal la guardaba. La Ley que a Moisés fue dada Cristo no la reprobó, antes la perpetuó en la verdad figurada; lo ceremonial cesó. Por una, se ha de sentir la Ley que queréis decir y la nuestra verdadera; como es un hombre cualquiera desde el nacer al morir. Obra el niño niñerías y el obrarlas bien le está; pero ¿qué parecerá si después que es hombre en días a niñerías se va? Como niñerías fueron, y entonces bien parecieron las ceremonias que usaron; mas como en edad entraron

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luego la sazón perdieron. La edad fue lo figurado, donde, cesó la figura; pues mirad vos si es locura la del pueblo que ha dejado lo vivo por la pintura. A lo demás argüido, si miréis, he respondido en mi primera respuesta, e así concluyo en aquesta, a la Iglesia sometido.