somos nuestra infancia carmen vicente quiles
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SOMOS NUESTRA INFANCIA CARMEN VICENTE QUILES
Tras la lectura del artículo “Somos nuestra infancia” me planteo varias cuestiones. ¿Por qué los
recuerdos de la niñez son los últimos que olvidamos?, ¿nos convertimos en personas adultas
marcadas por nuestros primeros años?, ¿puedo extraer de este artículo enseñanzas para otros
ámbitos?
El título ya nos adelanta que el periodo crítico en el que se forja la identidad de las personas es
la infancia. De ahí podemos establecer una conclusión. Los primeros años de vida, las
experiencias y los aprendizajes que tengan lugar en este momento son importantísimos para el
correcto desarrollo de las personas.
La infancia es la etapa en la que el ser humano está más abierto, más sensible a las
experiencias y es el periodo en el que se está formando la memoria.
El sistema nervioso central se continúa formando en estos primeros años y por tanto el
hipocampo, (lugar donde se ubica la memoria). Las experiencias que suceden a la vez que este
se está formando parecen tener gran influencia en el resto de nuestra vida. Por eso
Wordsworth dice que “el niño es el padre del hombre”. El niño que fuimos nos enseñará
cómo ser adultos, nos habrá imprimido un carácter, una identidad.
Por otro lado los recuerdos más duraderos son los ligados a las emociones, por lo que varios
autores que cita el artículo, hacen alusión tanto a momentos felices como a otros más
desagradables. Estos últimos, dice el texto, se transforman en alergias e inconvenientes. Los
momentos felices hacen más sólidos los recuerdos y por ello cuesta más perderlos. Qué bien
que la biología haya tenido esto en cuenta en nuestra formación como seres humanos.
Aunque a veces esas experiencias desagradables, que aun deseándolo no podemos dejar de
recordar, también nos ayudan a forjarnos como las personas que hoy somos, todo suma, lo
bueno y lo malo.
Además, parece incongruente que experiencias que se producen más próximas
temporalmente al momento en el que la persona intenta recuperarlas, sea más difícil que la
recuperación de experiencias tempranas en la vida del individuo. Se me ocurre que esto
podría estar relacionado con la plasticidad cerebral en los primeros años de vida.
Una expresión muy gráfica, que me ha llamado la atención, es la de que la infancia es la caja
negra de la memoria. En la infancia se empiezan a acumular recuerdos, pero en un momento
dado el sistema nervioso nos va avisando de que esta no es infinita, comienzan los olvidos
(denominados charcos y lagunas en el artículo). Si a esto, que es común a todas las personas,
añadimos una patología como es el Alzheimer, da lugar a que este proceso avance mucho más
deprisa. Pero en su rescate, como si de una tabla de salvación se tratase en la lucha por no
perder la identidad, aparecen los recuerdos de la infancia. Esos que están tan arraigados que
no son fácilmente borrables.
Cuando pienso en esto imagino un bote de arroz, uno que un día estaba vacío y lo elegimos
como contenedor para este alimento. Fuimos depositándolo en él nuevos granos sobre
antiguos. Cuando un día empezó a consumirse, a gastarse, lo hicimos por los últimos que
habíamos depositado, hasta que al final solo quedaron esos granitos primeros que
establecieron que era el bote del arroz y no el de otra cosa.
Qué pena que aún no exista el medicamento que pueda detener este proceso. Tal vez si
pudiésemos sintetizar las emociones felices en píldoras lo conseguiríamos. En el artículo se
cuenta como el expresidente de la Generalitat, Pascual Maragall, en situaciones de afecto
rememora pasajes felices de su infancia, supongo que para él será su mejor medicina.
La metáfora de Michael Krüger en la frase: "A veces me escribe la infancia una tarjeta postal.
¿Te acuerdas?" representa la recuperación de determinadas experiencias que ocurrieron en
los años de nuestra infancia. Las recibimos como si fueran postales en diversos momentos de
nuestra vida. En un momento, un olor, una música, hacen que vengan a nuestra memoria.
Me parece una forma preciosa de referirse a fases de desgaste, de declive personal, que le dan
un aire romántico y menos sombrío a situaciones tan tristes como las que se viven en las
familias que hay un enfermo aquejado de este mal.
Por último, me gustaría hacer una reflexión. Parece demostrado que la infancia nos marca para
el resto de la vida, que las experiencias que suceden en ese momento son tan importantes
que, incluso cuando no recordamos prácticamente nada, siguen surgiendo cual Ave Fénix. Por
tanto, demos la importancia que merece esta etapa de la vida de máximo aprendizaje y
reforcemos las estructuras educativas de este periodo porque quizá de ello dependa el
desarrollo futuro de los niños. Que su identidad de adultos se forje de la mejor infanci a.
En el artículo se dice “Según se pierden recuerdos uno se despide de sí mismo”. No me parece
una mala despedida la vuelta al principio de todo, la vuelta a esos momentos tan
increíblemente felices que vivimos en nuestra infancia.
Carmen Vicente Quiles.