sobre joaquín ferrer la imaginación absoluta. en su estudio · raros instrumentos musicales,...

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272 encuentro joaquín ferrer Joven todavía, alejado de la historia trágica, furiosa y, a ratos, heroica de Cuba y América Latina, Joaquín Ferrer se instaló en un amplio estudio de la zona Pigalle en París, a donde Max Ernst llegó un día para admirar su manera singular de aplicar geometrías variables y de explorar el espacio interior. Han transcurrido más de treinta años. Ferrer se ha mudado, dentro del propio París, al Boulevard Brune, donde día tras día continúa sus inspirados ejercicios, en medio de una selva de lápices y pinceles. Si vacilas en el momento de cruzar el umbral de este lugar, será porque frente a una impresionante estantería —que guarda un verdadero museo de piezas artísticas del siglo XX— las paredes parece que te observan y te llaman: son máscaras hieráticas, torturadas o serenas, emble- máticas, que observan con la mirada sobre los mundos perdidos allende el océano, bosques mis- teriosos, maleza, sabanas, los mismos fetiches de Guinea u Oceanía que Guillaume Apollinaire des- cribiera como «Cristos inferiores de esperanzas oscuras». Aquí, uno de grandes ojos ovalados mirando hacia delante; allí, otro semicilíndrico y policromático; y más allá, otro aún más intri- gante, con los ojos cerrados. Es, en resumen, toda la historia del arte tribal de África y de otras regiones, cabezas conocidas, monstruosas de un cíclope o un hidrocéfalo, mujeres estilizadas, antílopes con cuernos interminables y otros animales casi místicos. Igual de insólitos resultan los budas, una máquina de coser en miniatura, un minúsculo caballero sobre su montura, algunos raros instrumentos musicales, caleidoscopios, talismanes esculpidos o tallados, antiguos utensilios, fotos (de mujeres de senos pronunciados o niños risueños), la décima carta del tarot represen- tando la rueda de la fortuna... Y es aquí que, de pronto, te ves inmerso en la confusión de mira- das y visiones a medida que estos objetos te sumergen en el mito. Porque la pintura es también mitología abierta a cielos ignorados. Aquí los personajes de metal, piedra o papel susurran secretos de un tiempo inmemorial y del pasado reciente de los artistas, de un breve momento que, sin embargo, sobrevive sobre uno o dos centímetros cuadra- dos de papel insertado en un medallón ovalado. Medallones, figurillas y miniaturas se encuentran por doquier, entre una antología de poesía surrealista francesa o española y una veintena de volú- menes dedicados a Wifredo Lam y a otros artistas: Kandinsky, Miró, Paul Klee, Gustave Moreau, Max Ernst... He aquí la verdadera patria de Ferrer, habitada por sus obras a la vez enigmáticas y familiares, donde es libre de perseguir las formas que le asedian. Algunas de sus más recientes pinturas están colocadas de cara a la pared otras, visibles, para que percibas la extrema precisión de los trazos, la gran sutileza visual y, en el espacio cuadriculado que ha transformado, la fluidez del paso de una zona a otra, de un color brillante a otro apagado, y la trama de pinceladas entrecruzadas. Con la mirada abierta, vivaz y entusiasta, Ferrer te explicará, a su manera, con un lenguaje claro y un fuerte acento latino (y tanto da si se agotan las palabras) que lo que ves no es lo que ves, que prefiere las luces otoñales y la silueta nerviosa de los árboles en invier- no cuando se acercan a la lujuria del pleno verano, que no puede saber qué será su obra antes de haber trazado su primer esbozo, y que lo considera un proceso de aprendizaje y descubrimiento. Citando a Max Ernst «... En cuanto a los jóvenes, siento pena por ellos. ¿Cómo evitar la impresión de que todo ya ha sido realizado antes que ellos? Es un gran error convertirlos en dioses antes de que hayan tenido tiempo de expresarse. Uno de ellos, Ferrer, es un poco mi descubrimiento. Apartado del arte pop, del arte mec y de las formas artísticas que les han sucedido, me parece profundamente artístico...». Sobre Joaquín Ferrer La imaginación absoluta. En su estudio Lionel Ray

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Page 1: Sobre Joaquín Ferrer La imaginación absoluta. En su estudio · raros instrumentos musicales, caleidoscopios, talismanes esculpidos o tallados, antiguos utensilios, fotos (de mujeres

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Joven todavía, alejado de la historia trágica, furiosa y, a ratos, heroica de Cuba y América Latina,Joaquín Ferrer se instaló en un amplio estudio de la zona Pigalle en París, a donde Max Ernst llegó undía para admirar su manera singular de aplicar geometrías variables y de explorar el espacio interior.Han transcurrido más de treinta años. Ferrer se ha mudado, dentro del propio París, al BoulevardBrune, donde día tras día continúa sus inspirados ejercicios, en medio de una selva de lápices ypinceles. Si vacilas en el momento de cruzar el umbral de este lugar, será porque frente a unaimpresionante estantería —que guarda un verdadero museo de piezas artísticas del siglo XX— lasparedes parece que te observan y te llaman: son máscaras hieráticas, torturadas o serenas, emble-máticas, que observan con la mirada sobre los mundos perdidos allende el océano, bosques mis-teriosos, maleza, sabanas, los mismos fetiches de Guinea u Oceanía que Guillaume Apollinaire des-cribiera como «Cristos inferiores de esperanzas oscuras». Aquí, uno de grandes ojos ovaladosmirando hacia delante; allí, otro semicilíndrico y policromático; y más allá, otro aún más intri-gante, con los ojos cerrados. Es, en resumen, toda la historia del arte tribal de África y de otrasregiones, cabezas conocidas, monstruosas de un cíclope o un hidrocéfalo, mujeres estilizadas,antílopes con cuernos interminables y otros animales casi místicos. Igual de insólitos resultan losbudas, una máquina de coser en miniatura, un minúsculo caballero sobre su montura, algunosraros instrumentos musicales, caleidoscopios, talismanes esculpidos o tallados, antiguos utensilios,fotos (de mujeres de senos pronunciados o niños risueños), la décima carta del tarot represen-tando la rueda de la fortuna... Y es aquí que, de pronto, te ves inmerso en la confusión de mira-das y visiones a medida que estos objetos te sumergen en el mito.

Porque la pintura es también mitología abierta a cielos ignorados. Aquí los personajes demetal, piedra o papel susurran secretos de un tiempo inmemorial y del pasado reciente de losartistas, de un breve momento que, sin embargo, sobrevive sobre uno o dos centímetros cuadra-dos de papel insertado en un medallón ovalado. Medallones, figurillas y miniaturas se encuentranpor doquier, entre una antología de poesía surrealista francesa o española y una veintena de volú-menes dedicados a Wifredo Lam y a otros artistas: Kandinsky, Miró, Paul Klee, Gustave Moreau,Max Ernst...

He aquí la verdadera patria de Ferrer, habitada por sus obras a la vez enigmáticas y familiares,donde es libre de perseguir las formas que le asedian.

Algunas de sus más recientes pinturas están colocadas de cara a la pared otras, visibles, para quepercibas la extrema precisión de los trazos, la gran sutileza visual y, en el espacio cuadriculado queha transformado, la fluidez del paso de una zona a otra, de un color brillante a otro apagado, y latrama de pinceladas entrecruzadas. Con la mirada abierta, vivaz y entusiasta, Ferrer te explicará, asu manera, con un lenguaje claro y un fuerte acento latino (y tanto da si se agotan las palabras) quelo que ves no es lo que ves, que prefiere las luces otoñales y la silueta nerviosa de los árboles en invier-no cuando se acercan a la lujuria del pleno verano, que no puede saber qué será su obra antes dehaber trazado su primer esbozo, y que lo considera un proceso de aprendizaje y descubrimiento.

Citando a Max Ernst«... En cuanto a los jóvenes, siento pena por ellos. ¿Cómo evitar la impresión de que todo ya ha sidorealizado antes que ellos? Es un gran error convertirlos en dioses antes de que hayan tenido tiempo deexpresarse. Uno de ellos, Ferrer, es un poco mi descubrimiento. Apartado del arte pop, del arte mec yde las formas artísticas que les han sucedido, me parece profundamente artístico...».

Sobre Joaquín Ferrer

La imaginación absoluta.En su estudio

Lionel Ray

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Monde sans mémoire nº 2 (1962)(Mundo sin memoria nº 2) Óleo sobre tela. 162 x 130 cm.

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Le rêve d’un paysage, ou soi-même (1990)(El sueño de un paisaje, o uno mismo) Pintura sobre cartón de Arches. 75 x 55 cm.

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Simulateur de présence (1991)(Simulador de presencia) (Fragmento) Pintura sobre tela. 150 x 150 cm.

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L’endroit où on se perd, l’endroit où on se retrouve (1991)(El sitio en el que uno se pierde, el sitio en el que uno se reencuentra) Óleo sobre tela. 150 x 150 cm.

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Le vase bleu (1994)(El jarrón azul) Óleo sobre tela. 92 x 80 cm.

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Il était jadis une femme (1997)(Érase una vez una mujer) Pintura sobre madera. 73 x 54 cm.