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Reflexión bíblica a partir del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37) Iglesia Dominicana, 2015. Instituto Nacional de Pastoral Haciendo nuestras las necesidades de los demás

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Reflexión bíblica a partir del Buen

Samaritano (Lucas 10,25-37)

Iglesia Dominicana, 2015.

Instituto Nacional de Pastoral

Haciendo nuestras

las necesidades de

los demás

1

ITINERARIO

Tema: Iluminación y liturgia: reflexión bíblica a partir de Lucas 10,25-37

Motivación

1. Parábola del buen samaritano: observaciones literarias sobre el texto

de Lucas 10,25-37.

1.2. El texto: Lc 10,25-37.

1.3. Delimitación y organización.

2. Temas de contenido.

2.1. El contexto.

2.2. Los personajes.

2.3. Quién es mi prójimo.

2.4. El prójimo está en mi camino.

2.5. La compasión nace del encuentro.

3. Resonancia ante lo reflexionado.

4. Hablemos de compromiso.

Anexo:

Sugerencias para preparar una Lectio Divina sobre la parábola.

2

MOTIVACIÓN

El año 2015 es un tiempo de

gracia para la Iglesia Dominicana

pues, conforme al itinerario de su

Plan Nacional de Pastoral,

estaremos reflexionando en torno

al desafío de: “hacer nuestras las

necesidades de los demás”.

Nada mejor que introducirnos en

esta atmósfera solidaria

mediante el estudio

contemplativo de la parábola del

buen samaritano (Lc 10,25-37).

Nos encontramos ante una de las

parábolas del Evangelio según

Lucas. Los temas que desarrolla

el texto están relacionados con el

amor y la caridad en los vínculos interpersonales teniendo como principio la práctica

testimonial de Jesús.

La parábola nos sitúa ante los rasgos esenciales de la compasión frente a la dignidad

humana afectada por los más diversos embates cotidianos, la cual nos exige sacrificio,

tiempo y disponibilidad.

Conforme al sentir del Papa Benedicto XVI, la parábola del buen samaritano debe

introducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica de Cristo, que es la

lógica de la caridad, pues Dios es amor, y darle culto significa servir a los hermanos

con amor sincero y generoso. Este relato bíblico ofrece “el criterio de medida”, o sea, la

universalidad del amor que se dirige al necesitado encontrado “casualmente”. Junto a

esta regla universal existe una exigencia específicamente eclesial: que en la Iglesia

misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad; es

en este aspecto, que el programa del cristiano, aprendido de la enseñanza de Jesús,

es “un corazón que ve donde se necesita amor y actúa en consecuencia”.1

1 Benedicto XVI, en Ángelus.Palacio Apostólico de Castelgandolfo. Domingo 11 de julio de 2010.

Referencia a la Carta Encíclica Deus Caritas Est, n.25.

3

Nos recuerda el Documento de Puebla que si la Iglesia se hace presente en la defensa

o en la promoción de la dignidad del ser humano, lo hace en la línea de su misión, que

aun siendo de carácter religioso y no social o político, no puede menos de considerar al

hombre en la integridad de su ser. El Señor delineó en la parábola del buen samaritano

el modelo de atención a todas las necesidades humanas (cf. Lc 10,30), y declaró que

en último término se identificará con los desheredados —enfermos, encarcelados,

hambrientos, solitarios—, a quienes se haya tendido la mano (cf. Mt 25,31ss). La

Iglesia ha aprendido en éstas y otras páginas del Evangelio (cf. Mc 6,35-44) que su

misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción por la justicia y las

tareas de promoción de la persona, y que entre evangelización y promoción humana

hay lazos muy fuertes de orden antropológico, teológico y de caridad (cf.Evangelii

Nuntiandi 31); de manera que la evangelización no sería completa si no tuviera en

cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el

Evangelio y la vida concreta personal y social del ser humano.2

Que la Palabra del Señor, esta vez plasmada en el Evangelio según Lucas, salga a

nuestro encuentro y que nosotros nos dejemos encontrar por Ella en una dinámica de

contemplar y dar lo contemplado.

2 Documento de Puebla (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano), n.III2.

4

En este primer momento nos detenemos a leer el texto y a rescatar detalles

importantes para su comprensión. Lo primero es:

1.1. El texto (Lc 10,25-37)

(Narrador) 25. Se levantó un maestro de la Ley, y dijo para ponerle a prueba:

(Coro derecha) «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?»

(Narrador) 26. Él le dijo:

(Izquierda)«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?»

(Narrador) 27. Respondió:

(Derecha)«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus

fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.»

(Narrador) 28.Díjole entonces:

(Izquierda)«Bien has respondido. Haz eso y vivirás.»

Guía de lectura

Narrador: lee letras negras Indicador de lectura (coro de la derecha) Indicador de lectura (coro de la izquierda)

1. PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO:

OBSERVACIONES SOBRE EL TEXTO DE LUCAS 10,25-37

5

(Narrador) 29. Pero él, queriendo

justificarse, dijo a Jesús:

(Derecha, lee tres veces)«Y ¿quién es mi

prójimo?»

Silencio. Observar el video de la

parábola.3

(Narrador) 30. «Bajaba un hombre de

Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de

salteadores, que, después de despojarle

y golpearle, se fueron dejándole medio

muerto.

(Izquierda) 31. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un

rodeo.

(Derecha) 32. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo.

(Izquierda: lee tres veces) 33. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al

verle tuvo compasión;

(Derecha) 34.y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y

montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él.

(Izquierda) 35. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo:

"Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva."

Silencio

(Narrador) 36. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en

manos de los salteadores?»

(Derecha) 37.«El que practicó la misericordia con él.»

(Todos juntos) «Vete y haz tú lo mismo.»

3 Parábola: Buen Samaritano: http://www.youtube.com/watch?v=PnDIR_cEoKQ

6

1.2. Delimitación y organización

2.1. El contexto

Lucas es considerado el Evangelio de la misericordia de Dios, y bajo tales rasgos nos

presenta a Jesús, ellos determinan su vida cotidiana en contacto con la humanidad

doliente. La parábola del buen samaritano, no encontrada en otro pasaje del Nuevo

Testamento, parece ser original de Lucas, sin embargo, los numerosos detalles de la

vida palestina, poco familiar para el evangelista, hacen pensar en una tradición más

antigua que el propio autor del tercer evangelio.

Nuestro relato parece haber nacido independiente, o sea, da la impresión de haber sido

retomado por Lucas, de alguna fuente, para inserirlo en un lugar oportuno, como

estrategia narrativa. Casos como estos pueden ser considerados como habilidad

literaria, donde una memoria sobre las enseñanzas de Jesús viene a ilustrar

Delimitación

La parábola se halla enmarcada entre textos que nos hablan de la Revelación a

gente sencilla (Lc 10,21-24) y la narración concerniente a Marta y María, que ofrece

criterios para quien pretenda tornarse discípulo (Lc 10,38-41).

Organización interna del texto

Un maestro de la Ley pregunta a Jesús sobre la identidad del prójimo…..v.25-29

Parábola sobre el buen samaritano……….……………………………………v.30-35

La parábola responde a los cuestionamientos del maestro de la Ley……..v.36-37

2. TEMAS DE CONTENIDO

7

confusiones existentes en las comunidades a la que el evangelista se dirige, o bien, en

los entornos externos a dichas comunidades marcadas intensamente por la tradición

judía. Lucas escribe en torno al año 80 y 90 d.C.

El lugar que ocupa el texto en el Evangelio de Lucas se sitúa en un ambiente de

discusiones y disputas capciosas entre Jesús y las autoridades religiosas de la época.

La narración va precedida de una discusión entre Jesús y un maestro de la Ley.

Controversia también localizada en otros evangelistas donde los fariseos reunidos, en

grupo, intentan poner trampa a Jesús quien había tapado la boca de los saduceos.

Para dicho propósito también le cuestionan sobre cuál es el mayor de los

mandamientos (Mt 22,34-40), pregunta que se formula en Marcos 12,28-31 por

intervención de un escriba. Las respuestas de Jesús dejaban en desconcierto a sus

destinatarios hasta tal punto que nadie se atrevía a formular nuevas preguntas.

Estas interrogantes formuladas en el escenario histórico de Jesús remiten al Antiguo

Testamento, especialmente al Pentateuco donde se localiza el mandamiento de amar a

Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la fuerza (Dt 6,5); y donde se

prohíbe la venganza y el rencor contra los hijos del mismo pueblo. Los hijos del mismo

pueblo debían ser considerados prójimos y la tradición profesaba amarlos como a si

mismo (Lv 19,18). El corazón de la Ley judía sostiene que quien cumpla los

mandamientos vivirá.

En la Carta Encíclica Evangelium Vitae del Papa Juan Pablo II se nos recuerda que las

exigencias relacionadas a la saludable convivencia entre los hermanos se encuentran

plasmadas desde el Antiguo Testamento mediante los mandamientos, cuya legislación

se preocupaba de garantizar y salvaguardar a las personas en situaciones de vida débil

y amenazada: el extranjero, la viuda, el huérfano, el enfermo, el pobre en general, la

vida misma antes del nacimiento (cf. Ex 21, 22; 22, 20-26). Sin embargo, con Jesús,

tales exigencias adquieren nuevo vigor e impulso…4

2.2. Los personajes

El relato de Lc 10,25-37 nos presenta a varios personajes, entre ellos: aquel por quien

se introduce la parábola, un maestro de la Ley. Para responder a las dos preguntas

que le hace a Jesús, surge la parábola. Estas preguntas son: ¿Qué he de hacer para

tener herencia en la vida eterna? (v.25), y ¿quién es mi prójimo? (v.29).

4 Carta Encíclica Evangelium Vitae, Papa Juan Pablo II, n.41.

8

La expresión “maestro de la Ley” procede del

griego nomikós, también “significando “jurista”

o “maestro según la Ley”. Se dedicaban a la

enseñanza de la religión judía contenida en la

Escritura y la transmitida por la tradición oral.

Además juzgaba y discernía la mejor manera

de aplicar la Ley a cada circunstancia concreta

de la vida.

Estos maestros tendían a conocer bien la Ley,

pero conforme a algunas discusiones

localizadas en el Nuevo Testamento, parece

que practicaban de ésta pasajes

seleccionados. Pues, también la Ley insiste en

dar atención privilegiada a los débiles: cuando

coseches la mies de su tierra, no siegues

hasta el borde del campo… los dejarás para el

pobre y el forastero. No oprimas a tu prójimo. No retendrás el salario del jornalero. No

maldecirás a un mudo… (Lv 19,9-14).

En Lc 7,30 los maestros de la Ley son presentados como aquellos que rechazan el

mensaje y el bautismo de Juan, y, por tanto, negándose al llamado de Dios. Conforme

Mt 21,31, forman parte de las autoridades del templo. En varias ocasiones se

muestran, como mencionamos, cuestionando las palabras y las obras de Jesús,

queriendo ponerlo a prueba, pero al mismo tiempo, deslumbrados con la sabiduría de

sus respuestas.

Dentro de la parábola se presentan a los salteadores (v.30), quienes ejecutan

violencia contra la víctima. Esta persona, objeto de delincuencia, no está identificada;

pero sí definida como un ser humano que bajaba de Jerusalén a Jericó, quien había

sido dejada “golpeada”, “despojada”, “medio muerta”.

El camino entre Jerusalén y Jericó, en tiempos de Jesús, era muy inseguro: con

pequeñas cuevas, aspecto desértico, árido, solitario, pero con peregrinos en dirección a

la Ciudad Santa, así como esporádicas caravanas comerciales gracias a sus vías de

comunicación. Puede decirse que era una ciudad próspera, a pocos kilómetros de

Jerusalén, situada en una zona fronteriza. Con este abanico de posibilidades no

extraña que bandoleros estuviesen al asecho de los caminantes que debían

desplazarse por diferentes motivos.

9

La parábola nos habla que un sacerdote estaba haciendo el trayecto y visualizó el

peregrino asaltado, despojado, golpeado y medio muerto (v.30). Pero, al verlo, dio un

rodeo y siguió su camino.

En tiempos de Jesús un hombre era sacerdote no por vocación, sino por nacimiento. O

sea, había que nacer en determinadas familias de Judea para serlo. Para participar en

la liturgia del templo de Jerusalén se requería de ellos un elevado estado de pureza

exterior. Por eso, antes de oficiar, no podían haber tocado sangre ni haber estado en

contacto con enfermos, menos aún haber tenido contacto con algún muerto. Debían

evitar la relación con cosas sucias y con determinados animales.

Para un sacerdote, mantener un estricto estado exterior de pureza no era fácil. En este

aspecto la tradición judía, registrada en Antiguo Testamento (Lv 11-16) y otras leyes

especiales, establecían complejas normas para salvaguardar el estado de “pureza”, por

ejemplo: lavarse continuamente las manos, mantener la mirada en dirección al suelo,

etc. Marcos cita un ejemplo referido a los fariseos para ilustrar esta situación (Mc 7,3-

4).

Para la tradición judía los sacerdotes eran los mediadores y los responsables de la

unión de Dios con su pueblo. Estaban llamados a la solidaridad con la humanidad para

poder atraerlas hacia Dios. Por tal motivo contaban con muchos privilegios; los mismos,

bajo la óptica de Jesús, debían sucumbir ante las más diversas necesidades humanas.

En los Evangelios Jesús recuerda la acción de David que, cuando él y su gente

sintieron hambre, comieron los panes sagrados reservados a los sacerdotes (Mt 12,4;

Mc 2,26; Lc 6,4).

Jesús no aplica el título de sacerdote ni a si mismo ni a sus discípulos, pero la idea de

un sacerdocio cristiano está implícita en el Nuevo Testamento. El antiguo culto

sacrificial, que era imperfecto, fue perfeccionado en el sacrificio de Jesús. Él posee la

solidaridad con la humanidad que debe tener el sacerdote como mediador. Ese Jesús

que experimentó la fragilidad antropológica, menos en el pecado, es quien aboga, en la

parábola, por un hombre, medio muerto, que no tiene fuerza para socorrerse.

La actuación del sacerdote respecto al necesitado del camino, nos la presenta el texto

mediante la utilización de dos expresiones: causalmente bajaba por aquel camino un

sacerdote y, “al verle”, “dio un rodeo”. “Al verlo”: el sacerdote vio con sus ojos, es decir,

se dio cuenta del estado en que se encontraba aquel hombre, pero decide seguir su

camino. Por la forma gramatical en la lengua griega se deja notar que el sacerdote se

le acercó y lo ha observado por delante y por los lados. Pero, a pesar de haberlo

observado, lo abandona y se marcha. Pudo haber recordado algunos aspectos de su

Ley, o apresurarse a algún acto litúrgico.

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Otro de los personajes de Lc 10,25-37 es un levita (v.32). La figura del levita equivale,

más o menos, a la de un sacristán. La palabra “levita” procede del nombre “Levi”, uno

de los 12 hijos de Jacob, y una de las 12 tribus de Israel. En el Éxodo aparece como

tribu vinculada al sacerdote, sin embargo, existe distinción entre ambos. Los levitas son

como ministros “inferiores” que asisten a los sacerdotes y desempeñan funciones

sagradas, no sacerdotales.

La actuación de los levitas era bien activa en el santuario de Jerusalén: purificar los

objetos sagrados, preparar el pan, cantar oraciones, velar por el templo (1Cr 23,28-32),

recoger el décimo (Ne 10,37-40), cuidar la portería (1 Cr 9,14), el arca y el tabernáculo

(Nm 1,49-53), proporcionar música vocal e instrumental, y actuar como profetas

cultuales (1 Cr 25,1-8), dirigir las oraciones (Ne 9,4-5), instruir a las personas a respeto

de la Ley (Ne 8,7-9). Hay alusiones a coros levitas (1Cr 9,11; 1 Sm 16,23; 2 Cr 5,12).

Para los levitas participar en el culto del templo, al igual que los sacerdotes, era

necesario hallarse en estado de pureza externa. Por tanto, para ejercer con dignidad el

oficio de levita, no podían haber tocado sangre, ni ninguna otra cosa que fuera sucia o

pareciese contaminada. Podemos considerar que estaban bastantes ocupados en los

trabajos del templo y en los actos litúrgicos. Es posible que el levita de la parábola no

pudiera detenerse ante el ser humano caído, porque muchas ocupaciones lo

aguardaban, y otras tantas normas lo preocupaban. Así que él también, como el

sacerdote, vio, y dio un rodeo.

El otro personaje, de quien se hace alusión en la parábola es un samaritano (v.33),

también él andaba por aquellos alrededores y se encontró con el mismo hombre herido

y maltratado. Detrás de él podemos localizar a todos los samaritanos y la relación que

éstos tenían con las personas de tradición judía, abrazadas a la Ley. La diferencia en el

origen racial y en la compresión religiosa de la vida provocaba frecuentes tensiones y

conflictos entre ambos pueblos.

Se les llama samaritano a las personas que vivían en el territorio de Samaria, en el

Norte. Para los judíos, los samaritanos eran, por

así decir, herejes y cismáticos, señalados como

personas que adoraban dioses falsos. La

división entre judíos y samaritanos se encuentra

en la historia primitiva de Israel y se acentúa

luego del retorno del exilio en el tiempo del rey

Ciro (538 a.C.) cuando no consideraron la

comunidad que habitaba en Samaria como

verdaderos israelitas. Los samaritanos eran

vistos como descendientes de una población mixta, a causa del dominio asirio.

11

En el momento de la reconstrucción del templo en el posexilio, los samaritanos

quisieron ayudarles, pero no lo permitieron (Esd 4,1-6). Tiempo después los

samaritanos construyeron su propio templo dedicado a Yavé en el Monte Corazaín.

Esto acentuó aún más la división entre ambos pueblos. Los judíos enfatizan, en este

contexto, las genealogías, buscando fundamentar la pureza de su sangre.

La hostilidad o rechazo entre judíos y samaritanos aparece con frecuencia en la Biblia.

Veamos un ejemplo localizado en Eclesiástico 50, 25-26, ahí se refleja el prejuicio entre

ambos pueblos: Hay dos naciones que me exasperan y una tercera que ni siquiera

merece llamarse tal. Son los que moran en la montaña de Seir, los filisteos, y también

ese estúpido pueblo que vive en Siquem. Otro ejemplo que nos ilustra es localizado en

el capítulo 4 de Juan que nos informa sobre la conversación de Jesús con la mujer

samaritana: ¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer

samaritana? (v.9). La frase alusiva a Jesús: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? (Jn

1,46), podría valer para cualquier referente a los samaritanos: ¿Qué cosa buena puede

salir de Samaria? No existía ruptura más profunda de relacionamiento humano que la

rivalidad entre un judío y un samaritano.

El Evangelio de Lucas, en este sentido, nos muestra a Jesús enfrentando un muro de

prejuicio de varios siglos antes de su nacimiento. Además del ejemplo del samaritano

de nuestra parábola, él lo dignifica en el episodio de la curación de los diez leprosos,

donde uno solo, samaritano, se devolvió para dar las gracias echando el rostro en

tierra. Ante el gesto del samaritano Jesús cuestiona: ¿Dónde están los otros nueve?

¿Así que ninguno volvió a glorificar a Dios fuera de este extranjero? (Lc 17,16-19).

La amplitud y profundidad de la doctrina del amor de Jesús no podía exigir acto mayor

que un judío aceptar un samaritano como hermano. Con este recorrido queremos dejar

dicho que la parábola reflexionada, en su contexto, es un escándalo de amor, ternura y

solidaridad.

2.3. Quién es mi prójimo

Para aproximarnos en busca de

respuesta a esta importante cuestión

haremos referencia al concepto

“prójimo” en la lengua hebrea,

conforme se registra en el Antiguo

Testamento. Aquí encontramos la

terminología: reac, que puede

12

traducirse por “asociarse con alguien”. Esta palabra designa la relación entre personas

de trato mutuo, diversas formas de relacionamiento humano y, al mismo tiempo,

alguien vinculado mediante parentesco familiar.

También en el Antiguo Testamento la palabra reac “prójimo” es utilizada para abordar

las relaciones en la vida social comunitaria. Esto se ilustra en la legislación que se

ocupa especialmente con los derechos de los forasteros, extranjeros, pobres: No te

vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo

como a ti mismo; yo soy el Señor (Lv 19,18). Para la mentalidad judía, la comunidad

nacional y religiosa es una. El “prójimo” es el mismo hermano del judaísmo, en

contraste con el extraño que vivía en la tierra sin pertenecer al pueblo de Dios.

Para el ambiente del Nuevo Testamento la palabra “prójimo” proviene del griego

plesion, pudiendo ser entendida como “aquel que queda cerca”, “el más próximo”. En

este sentido, la propuesta de Jesús consiste en extender los límites del amor más allá

del círculo en torno al relacionamiento físico o espiritual. En la parábola del buen

samaritano Jesús ultrapasó la tradición judía, exigiendo incluso el amor a los enemigos

(Mt 5,43-48).

Nos recuerda el Papa Benedicto XVI que: “mientras el concepto “prójimo” hasta

entonces (A.T.) se refería esencialmente a los conciudadanos y a los extranjeros que

se establecían en la tierra de Israel, y por tanto a la comunidad compacta de un país o

de un pueblo, ahora este límite desaparece. Mi prójimo es cualquiera que tenga

necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero

permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo

no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que

requiere mi compromiso práctico aquí y ahora”.5

Conforme la parábola, Jesús, en la conversación con el maestro (v.25), evita dar una

definición, pues la definición puede dejar fuera algo o a alguien. Jesús no excluye a

nadie y utiliza una perfecta pedagogía en la cual, quien hace la pregunta, se formula su

propia respuesta: ¿quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en

manos de los salteadores? Él le dijo: El que practicó la misericordia con él” (v.36-37).

La resolución del conflicto complicó al maestro de la Ley en su comprensión del antiguo

mandamiento. La intervención de Jesús lo desafía para una renovación de su fe.

En el parecer de Juan Pablo II, el mandamiento “no matarás” pasa a estar incluido y

profundizado en el concepto positivo enunciado por Jesús sobre el amor al prójimo. El

Papa también hace alusión a la pregunta que un día le hiciera a Jesús el “joven rico”:

“Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?”, responde: “Si

5 Benedicto XVI: Carta Encíclica Deus Caritas Est, n.15.

13

quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19, 16.17). Y cita, como

primero, el “no matarás” (v. 18). Juan Pablo II menciona que, en el Sermón de la

Montaña, Jesús exige de los discípulos una justicia superior a la de los escribas y

fariseos en cuanto al respeto de la vida: “Han oído que se dijo a los antepasados: no

matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo les digo: Todo aquel que

se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 21-22).6

En la Carta Encíclica Evangelium Vitae se afirma que Jesús explicita posteriormente

con su palabra y sus obras las exigencias positivas del mandamiento sobre el carácter

inviolable de la vida. Estas estaban ya presentes en el Antiguo Testamento, cuya

legislación se preocupaba de garantizar y salvaguardar a las personas en situaciones

de vida débil y amenazada (cf. Ex 21, 22; 22, 20-26). Con Jesús estas exigencias

positivas adquieren vigor e impulso nuevos y se manifiestan en toda su amplitud y

profundidad: van desde cuidar la vida del hermano (familiar, perteneciente al mismo

pueblo, extranjero que vive en la tierra de Israel), a hacerse cargo del forastero, hasta

amar al enemigo.7

2.4. El prójimo está en mi camino

En la parábola se nos dice: bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos

de salteadores que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio

muerto (v.30). La escena nos remite al

camino y, al mismo tiempo, a los

episodios que suceden en el trayecto:

unos que pasan de largo ante lo que ven,

y otro que se detiene. Unos que siguen y

otro que se preocupa. Unos que no

quieren complicaciones y otro que se

involucra. ¿Será que el samaritano no

tenía muchas ocupaciones?

Dos de los que pasaban por el camino lo vieron, pero seguramente tenían

justificaciones “válidas” para no detenerse. El contacto con un cuerpo ensangrentado

ensucia, vuelve impuro y perjudica el culto en el templo. En este aspecto, no solamente

los salteadores hacen triste el camino, sino la indiferencia del ver e ignorar.

Es interesante el empeño de Jesús y su nueva teología que busca mostrar que Dios no

solo está en el templo, sino en el camino. Observemos que del hombre extendido en el

suelo, no se revela su identidad. Eso no es lo importante. Lo que se necesita saber es

6 Juan Pablo II: Carta Encíclica Evangelium Vitae, n.41.

7 Juan Pablo II: Carta Encíclica Evangelium Vitae, n.41.

14

que se trata de un ser humano, esa es su cédula de identidad. Esa conciencia es lo

que le hace al samaritano postergar su agenda de viaje.

En el camino, el samaritano se ha manifestado como improvisador movido por aquello

que contempla. Por tal sensibilidad se distingue de la postura adoptada por el

sacerdote y por el levita. Él no duda, no demora ante la situación, se compromete. La

“velocidad” del sacerdote y del levita hizo que perdieran la ocasión de mirar como Dios

mira. La prontitud también atropelló la solidaridad espontanea, de la misma manera que

la organización sin humanidad sofoca la vida.

No puede pasar desapercibido, en este momento, la importancia que recae sobre el

verbo “ver”. Podemos afirmar, que el “prójimo” es también la persona en quien detengo

la mirada. En el relato, el verbo aparece de manera significativa: un sacerdote vio y dio

un rodeo, un levita vio y dio un rodeo, un samaritano vio, y tuvo compasión (v.31-33).

En la teología del Nuevo Testamento, el “ver” está relacionado con experimentar, entender, reconocer, considerar, aparecer, tornar visible. Ese tipo de observación está relacionado con descubrir la verdad. Lo que se esconde detrás de la apariencia. Este órgano de la percepción también presenta funciones intelectuales como: “atender a”, “prestar atención a”. Algunas veces el verbo equivale a “hallar”, “encontrar”. Percatémonos de todo el sentido y las implicaciones que conlleva ver, pues quien ve, según los criterios bíblicos, no queda indiferente. No por un acaso encontramos una continua repetición de súplicas dirigidas a Jesús cuando él pregunta al necesitado ¿qué quieres que haga por ti? La gente responde: ¡Señor que vea! (Mt 20,29; Mc 10,41).

El prójimo, en este caso, el hombre herido, estaba en los márgenes del camino. Fue

descubierto en su necesidad. El samaritano lo hizo cercano, próximo, familiar, aún sin

conocerle. Quien ama no elige al prójimo, sino que lo hace prójimo. Con el prójimo

puede o no haber compatibilidad. Puede hasta ser catalogado como “intruso”, pues

algunas veces aparece en el momento menos oportuno. No se hace anunciar. Pero lo

más importante es que ese hombre caído espabiló cualquier tipo de distracción que

tuviera el samaritano. Al verlo, sintió compasión y fue generoso con sus pertenencias.

El prójimo es quien se encuentra

necesitado en el camino de la vida y hace,

a fuerza de compasión, que el peregrino

baje de su cabalgadura.

2.5. La compasión nace del

encuentro

En la propuesta de la parábola, amar

significa “cortar distancia”, “estrechar las

brechas divisorias”, “favorecer el

15

encuentro”. El samaritano es capaz de salir fuera de si para ir al encuentro. Abolió las

distancias interiores, marcadas por los prejuicios y la carga ideológica tradicional.

Rompe el caparazón de la indiferencia, del egoísmo, de su propia comodidad y

bienestar. Sale de su esquema, de su horario, de lo que había aprendido. Él hace

cercano al que estaba lejos. No elige al prójimo, sino que lo hace prójimo. Con ese

prójimo, que llega sin ser esperado, el samaritano “pierde su tiempo” y gana la

eternidad.

El encuentro con el prójimo, esta vez, no acontece en el santuario, sino en el camino.

Allí nace la compasión: el samaritano puede ver, tocar, sentir, consolar… En la frase de

la parábola se lee: pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo

compasión (v.33). Lo que nuestra Biblia traduce por “compasión”, procede del griego

splagchnizomai “compadecerse”, “tener misericordia”. En su raíz verbal manifiesta “las

entrañas”, “el corazón”, o sea, “el lugar de las emociones”, donde brota el impulso para

el amor dispuesto y caritativo.

El verbo splagchnizomai “compadecerse” aparece en los evangelios sinópticos doce

veces; de las cuales, tres son utilizadas en parábolas. Se emplea en Mt 18,23 de forma

opuesta para referirse al amo del criado incompasivo. También en Lc 15,11 para indicar

la actitud del padre que aguarda el retorno del hijo pródigo, y en nuestra parábola, que

manifiesta al samaritano como persona cuyas acciones justas se acogen a la

misericordia divina.

La actitud del samaritano no se limita a tener un simple sentimiento de lástima. Su

corazón se conmueve a la vista de la miseria o la desgracia de aquel que encuentra en

el camino. Por su amor, la realidad del que estaba sufriendo se transforma. En vez de

sentimiento de rechazo, hay una actitud de aposta por la vida hasta las últimas

consecuencias.

En el encuentro, el samaritano pone los medios necesarios para darle un giro a la

situación de aquel que hizo prójimo: tiempo, esfuerzo, delicadeza, venda sus heridas,

les echa aceite y vino, le monta en su cabalgadura, le lleva a una posada y cuida de él.

Dos veces, en el texto, se repite el verbo “cuidar”. El samaritano no entrega al hombre

cosas maravillosas o extraordinarias. Le ayuda, sencillamente con aquellas cosas que

dispone. Le da algo de lo que él tiene, no de lo que quisiera tener. Le ayuda con su

propia persona, se acerca a su lado.

La parábola narra que, al día siguiente de estar en la posada, el samaritano saca dos

denarios y se los entrega al posadero afirmando: cuida de él y, si gastas algo más, te lo

pagaré cuando vuelva (v. 34-35). Observamos que entrega un dinero equivalente al

jornal de dos días de trabajo. No lo deja desprotegido.

16

Jesús, mediante la parábola, revela la identidad del prójimo: cualquier persona

necesitada. Aquella que es objeto de observación y compasión. Pero, al mismo tiempo,

mi prójimo es quien me mira en la vulnerabilidad que me pueda suceder y se

compromete con mi liberación. El samaritano, que antes era enemigo, se convierte en

el prójimo al tratar con compasión.

La parábola que hemos elegido fundamenta que Jesús representa, con su vida y sus

enseñanzas, la compasión de Dios. Cuando el texto dice que el samaritano, al verle,

tuvo compasión, habla de que se le “conmovieron las entrañas”, indicando lo que

sucede a la madre cuando va a dar a luz a un

hijo. El Antiguo Testamento cuando nos habla

de la forma como Dios ama a los seres

humanos, usa la misma expresión. A Dios

también se le conmueven las entrañas ante el

padecimiento de sus hijos y sus hijas, que son

todos los habitantes de nuestra tierra.

En el Nuevo Testamento, Jesús nos invita a

dar nuestra propia respuesta. Él sale a nuestro encuentro y debemos preguntarnos si

nosotros nos dejamos encontrar por Él, como la mujer samaritana que, deshidratada

salió con su cántaro al pozo. Jesús no se hace esperar, aprovecha la sed que la

mueve. Tuvo compasión de esa mujer que andaba sin rumbo por un poco de agua.

Jesús inicia un diálogo paciente, cercano, respetuoso y profundo hasta que ella misma

dice: dame de beber (Jn 4,15).

A ejemplo de esta mujer, nosotros podemos conversar con Jesús en transparencia

sobre nuestras heridas y los bálsamos que nos alivian, sobre los rasguños históricos

que nos han marcado y que aún no cicatrizan, aguardando ser sanados, porque

lastiman e interrumpen el crecimiento del alma que desea volar hacia Dios.

La parábola también nos hace meditar con la pregunta: ¿dónde está mi hermano?

¿dónde está mi hermana? El Papa Juan Pablo II nos recuerda que no existe el

forastero para quien debe hacerse prójimo del necesitado, incluso asumiendo la

responsabilidad de su vida, como enseña de modo elocuente e incisivo la parábola del

buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37). También el enemigo deja de serlo para quien está

obligado a amarlo (cf. Mt 5, 38-48; Lc 6, 27-35) y «hacerle el bien» (cf. Lc 6, 27.33.35),

socorriendo las necesidades de su vida con prontitud y sentido de gratuidad (cf. Lc 6,

3. RESONANCIA ANTE LO REFLEXIONADO

17

34-35). Culmen de este amor es la oración por el enemigo, mediante la cual

sintonizamos con el amor providente de Dios: «Pues yo les digo: Amen a sus enemigos

y rueguen por quienes les persigan, para que sean hijos de su Padre celestial, que

hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos » (Mt 5, 44-45;

cf. Lc 6, 28.35).8

Con la parábola del buen samaritano el Señor nos hace comprender que la compasión

es la actitud opuesta a la lástima. La compasión es la capacidad de dar algo nuestro, o

mejor dicho, la capacidad de entregarnos nosotros mismos buscando remediar el

sufrimiento o el padecimiento de nuestros hermanos. Y, si en caso no podemos

remediar, por lo menos, nos hacemos solidarios.

Con la pregunta que el maestro de la Ley hace a Jesús le complicó no solo su teología,

sino su vida. Y nosotros también, podemos preguntarnos si nos dejamos sorprender

por Dios.

Oremos con las exigencias del Evangelio, un terreno de ternura.

Es la hora donde intentamos actualizar el mensaje que hasta ahora hemos venido

rumiando, nada mejor que dejarnos orientar por una de las homilías del Papa

Francisco, apropiada para el momento.

“El Papa Francisco, en el Ángelus reflexiona sobre la perfección del amor cristiano: un

amor cuya única medida es no tener medida: el amor a Dios a través del amor al

prójimo”.9

8 Juan Pablo II: Carta Encíclica Evangelium Vitae, n.41.

9 Radio Vaticana: Palabras del Santo Padre en su alocución en italiano. Fecha: 2014-02-16

4. HABLEMOS DE COMPROMISO

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Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo forma parte del llamado

"Sermón de la Montaña", la primera gran predicación

de Jesús. Hoy el tema es la actitud de Jesús con

respecto a la Ley judía. Él dice: "No piensen que vine

para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a

abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo 5,17). Así que

Jesús no quiere cancelar los mandamientos que el

Señor dio por medio de Moisés, sino que quiere

llevarlos a su plenitud. E inmediatamente después

añade que este "cumplimiento" de la Ley requiere una

justicia superior, una observancia más auténtica. Y de

hecho dice a sus discípulos: “Les aseguro que si la

justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y

fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos " (Mt

05,20).

¿Pero qué significa este "pleno cumplimiento" de la ley? ¿Y en qué consiste esta

justicia superior? El mismo Jesús nos responde con algunos ejemplos. Porque Jesús

era un hombre práctico, hablaba siempre con ejemplos para hacerse entender.

Comienza desde el quinto mandamiento del Decálogo: “Ustedes han oído que se dijo a

los antepasados: "No matarás"; pero yo les digo que todo aquel que se enoja contra su

hermano, merece ser condenado por un tribunal". (v. 21-22). Con esto, Jesús nos

recuerda que ¡también las palabras pueden matar, eh? Cuando se dice que una

persona tiene la lengua de serpiente, ¿qué quiere decir? Que sus palabras matan. Por

lo tanto, no sólo no se debe atentar contra la vida de los demás, sino tampoco derramar

sobre él el veneno de la ira y golpearlo con la calumnia. Ni hablar mal de él porque

llegamos a las habladurías: los chismes también pueden matar, ¡porque matan la

reputación de las personas! ¡Es muy feo chismear! Al principio puede, incluso, ser una

cosa agradable, divertida, como si fuera un caramelo. Pero al final, nos llena el corazón

de amargura, nos envenena también a nosotros. Pero les digo la verdad, ¿eh?

Estoy convencido de que si cada uno de nosotros hiciera el propósito de evitar los

chismes, ¡con el tiempo se convertiría en un santo! Éste es un hermoso camino.

¿Queremos llegar a ser santos, si o no? (Síiiiii), ¿Queremos vivir “cantaleteando” como

de costumbre, si o no? (Noooo). Entonces estamos de acuerdo: ¡basta con los

chismes!

Jesús propone a los que siguen la perfección del amor: un amor cuya única medida es

no tener medida, ir más allá de todo cálculo. El amor al prójimo es una actitud tan

fundamental que Jesús llega a afirmar que nuestra relación con Dios no puede ser

19

sincera si no queremos hacer la paz con el prójimo. Y dice así: “Por lo tanto, si al

presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja

contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, y ve antes a reconciliarte con tu hermano”. (v.23-

24). Por esto estamos llamados a reconciliarnos con nuestros hermanos antes de

mostrar nuestra devoción al Señor en la oración.

De todo esto queda claro que Jesús no da importancia sólo a la observancia disciplinar

y a la conducta externa. Él va a la raíz de la Ley, centrándose especialmente en la

intención y por tanto en el corazón humano, donde se originan nuestras acciones

buenas o malas. Para obtener un comportamiento bueno y honesto no son suficientes

las normas jurídicas, sino que son necesarias motivaciones profundas, expresión de

una sabiduría oculta, la Sabiduría de Dios, que se pueden recibir gracias al Espíritu

Santo. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del

Espíritu, que nos permite vivir el amor divino.

A la luz de esta enseñanza, todos los mandamientos revelan su pleno significado como

una exigencia de amor, y todos se reúnen en el gran mandamiento: amar a Dios con

todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo. (Luego de la oración mariana el Santo

Padre dice):

Saludo con afecto a todos los romanos y los peregrinos presentes, las familias, las

parroquias, los jóvenes de tantos países del mundo.

Cada uno de nosotros hacemos la parábola. Cuando Jesús menciona “salteadores”,

“sacerdote”, “levita”, “herido”, “samaritano”, también está pronunciando el nombre de

cada uno de nosotros. Mi nombre y mi vida están escritos en el evangelio.

El mismo Jesús nos dice a cada uno: “Vete y haz tú lo mismo”. Jesús usa dos verbos

que indican movimiento: vete y haz. Andar y hacer. El maestro que cuestiona a Jesús

solo demuestra que quiere saber. Al final se encuentra con que hay algo por hacer.

Conjugar el verbo “hacer” es una encomienda exigente. El conocimiento es inseparable

de la praxis.

Jesús le dice al maestro: vete y haz tú lo mismo. No le dice: vete enseña a la gente lo

que yo te he enseñado. Sino que lo invita a la acción que antes hiciera el samaritano.

Hábilmente Jesús ha cambiado la pregunta de su interlocutor. No se ha limitado a

responder ¿quién es mi prójimo?, sino que ha insistido en enseñar ¿qué debo hacer

para ser prójimo de los demás? El Evangelio no se lee solo para conocer a Jesús, sino

para seguirle. No por casualidad dice san Agustín: Predica el día entero y de vez en

cuando di alguna cosa.

El prójimo se hace próximo. Amar quiere decir abolir las distancias, incluyendo las

interiores. Para acercarse hay que salir fuera de nosotros mismos. Romper el

20

caparazón del propio egoísmo, ir contra nuestro bienestar particular. El único título del

prójimo es la necesidad.

En algunas ocasiones desaprovechamos oportunidades maravillosas para acercarnos,

y no vuelven. Podemos preguntarnos: ¿qué me distrae? ¿Cuántas esperas he

defraudado? ¿Qué necesito para empezar a ser diferente?

El comportamiento con relación al otro está determinado por mi modo de verlo. Cuando

miro, cómo lo hago: ¿con la mirada de Dios? El sufrimiento o la necesidad de las

demás personas ¿me impulsan a bajar de la cabalgadura. De Dios no se habla

directamente en la parábola, mas está hecho COMPASIÓN. Es la presencia de Dios en

el corazón humano quien mueve a la acción solidaria.

“Ve y haz lo mismo”. La parábola define la vocación del ser humano para amar a Dios

con la totalidad de su ser y amar al prójimo como a sí.

Como consideraciones finales queremos resumir toda esta experiencia con las

palabras del Papa Francisco en la Exhortación Apostólica EvangeliiGaudium, n.179:

Esta inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y un efectivo amor

fraterno está expresada en algunos textos de las Escrituras que conviene considerar y

meditar detenidamente para extraer de ellos todas sus consecuencias. Es un mensaje

al cual frecuentemente nos acostumbramos, lo repetimos casi mecánicamente, pero no

nos aseguramos de que tenga una real incidencia en nuestras vidas y en nuestras

comunidades. ¡Qué peligroso y qué dañino es este acostumbramiento que nos lleva a

perder el asombro, la cautivación, el entusiasmo por vivir el Evangelio de la fraternidad

y la justicia! La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente

prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que hicisteis a uno de

estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25,40). Lo que hagamos

con los demás tiene una dimensión trascendente: «Con la medida con que midáis, se

os medirá» (Mt 7,2); y responde a la misericordia divina con nosotros: «Sed

compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no

condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará

[…] Con la medida con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38). Lo que expresan estos

textos es la absoluta prioridad de la «salida de sí hacia el hermano» como uno de los

dos mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro

para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual.

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Anexo:

Punto de partida

Preparamos un ambiente adecuado con ilustraciones familiarizadas con la

parábola.

MOTIVACIÓN

Iniciemos, a la Luz del Espíritu Santo, este camino orante mediante una Lectio Divina,

que nos lleve a una aproximación sincera y transparente con texto bíblico, de manera

que nos revele caminos de salvación. Dicha lectura cuenta con 4 pasos:

I. Lectura: ¿qué dice el texto? (Lc 10,25-37), II. Meditación: ¿qué nos dice el texto?, III. Oración: ¿qué nos hace decir el texto, IV. Contemplación: ¿qué nos hace vivir el texto?

Iniciamos con una oración y luego una canción

ORACIÓN: Salmo 30 (29).

Antífona: te ensalzaré, Señor, porque me has librado (bis).

Acción de gracias después de un peligro de muerte

2 Yo te ensalzo, Yahveh, porque me has levantado;

no dejaste reírse de mí a mis enemigos.

3 Yahveh, Dios mío, clamé a ti y me sanaste.

4 Tú has sacado, Yahveh, mi alma del seol,

me has recobrado de entre los que bajan a la fosa.

5 Salmodiad a Yahveh los que le amáis,

alabad su memoria sagrada.

6 De un instante es su cólera,

de toda una vida su favor;

por la tarde visita de lágrimas,

por la mañana gritos de alborozo.

Sugerencias para preparar una Lectio Divina sobre la parábola

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7 Y yo en mi paz decía: «Jamás vacilaré.»

8 Yahveh, tu favor me afianzaba sobre fuertes montañas;

más retiras tu rostro y ya estoy conturbado.

9 A tí clamo, Yahveh, a mi Dios piedad imploro:

10 ¿Qué ganancia en mi sangre, en que baje a la fosa?

¿Puede alabarte el polvo, anunciar tu verdad?

11 ¡Escucha, Yahveh, y ten piedad de mí!

¡Sé tú, Yahveh, mi auxilio!

12 Has trocado mi lamento en una danza,

me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría

13 mi corazón por eso te salmodiará sin tregua;

Yahveh, Dios mío, te alabaré por siempre.

CANTO

Cuando el pobre nada tiene y aún reparte, cuando alguien pasa sed y agua nos da, cuando el débil a su hermano fortalece, va Dios mismo en nuestro mismo caminar, va Dios mismo en nuestro mismo caminar.

Cuando alguien sufre y logra su consuelo, cuando espera y no se cansa de esperar, cuando amamos aunque el odio nos rodee, va Dios mismo en nuestro mismo caminar, va Dios mismo en nuestro mismo caminar.

Cuando crece la alegría y nos inunda, cuando dicen nuestros labios la verdad, cuando amamos el sentir de los sencillos, va Dios mismo en nuestro mismo caminar, va Dios mismo en nuestro mismo caminar.

Cuando abunda el bien y llena los hogares, cuando alguien donde hay guerra pone paz,

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cuando «hermano» le llamamos al extraño, va Dios mismo en nuestro mismo caminar, va Dios mismo en nuestro mismo caminar.

Para el primer paso de la Lectio Divina, la lectura, se sugiere tener en cuenta:

Hacer una lectura del texto reposada, minuciosa, repetidas veces. Enterarnos de lo que dice el texto. Observar la composición del texto: partes, temas, estilo, personajes,

símbolos, roles, palabras, acciones, verbos, contrastes... Identificar el lugar o lugares donde ocurre la escena, situarla en una

sociedad específica. Señalar el contexto y destinatarios del texto. Considerar los objetivos del autor y el género literario que utiliza.

Luego de una lectura atenta sobre nuestro objeto de atención (Lc 10,25-37), pasamos a

un segundo momento, la meditación.

I. LECTURA: ¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Para compartir:

1. ¿En qué situación narra Jesús esta parábola? 2. ¿Cuáles escenas se distinguen en el texto? 3. ¿Cuáles son los verbos que se destacan? ¿Cuál llama más mi

atención? 4. ¿Cuál es la frase más significativa para mí?

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En la meditación consideramos los siguientes elementos:

Reflexionar sobre los valores contenidos en el texto para cada lector. Extraer y apropiarse del mensaje. Experimentar los diversos sentimientos que provoca la parábola. Situarse ante esos sentimientos y valores: ¿me veo reflejado? Rumiar, dialogar con el mensaje aplicándolo a la propia vida. Practicar la meditación hasta llegar a la oración.

Después de la meditación nos aproximamos al momento de la oración.

Ofrecemos algunas pautas:

La oración es la primera plegaria que nace de la meditación. Es la respuesta particular que cada lector da al mensaje que ha emanado de la

Sagrada Escritura. La oración establece el diálogo con Dios. Es resonancia a lo que se ha leído y meditado.

Para compartir:

Conversar sobre la actitud del sacerdote, del levita y del samaritano. ¿Cómo reaccionan ante la persona herida? ¿Por qué actúan así? ¿En cuáles momentos yo mismo actúo como sacerdote o como levita y

cuándo soy samaritano? ¿A quién tengo que tratar como prójimo? ¿Dónde está el límite de mi compasión? ¿Estás dispuesto a dejarte socorrer por algún enemigo? ¿Qué significa: ponerse en camino y hacerse prójimo de los demás?

II. MEDITACIÓN: ¿QUÉ NOS DICE EL TEXTO?

III. ORACIÓN: ¿QUÉ NOS HACE DECIR EL TEXTO?

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Entra en juego el corazón, los sentimientos y el llamado fuerte a la humildad.

Después de los pasos anteriores, llega el momento del puente hermenéutico o de la

actualización.

En este paso se destaca:

Silencio interior. Dejar que Dios nos hable y envíe. Identificar como todo lo anterior me lleva a una transformación cada vez más

fructífera en mi vida. Se trata del compromiso cristiano.

IV. CONTEMPLACIÓN: ¿QUÉ NOS HACE VIVIR EL TEXTO?

Para compartir:

¿Puedo orar desde mis heridas? ¿Cómo me acerco a las heridas de los demás? ¿Pierdo el ritmo de oración al bajar de la cabalgadura ante alguna

necesidad? ¿En qué utilizo mi vino y mi aceite? ¿En qué gasto los jornales de mi existencia? ¿En qué se consumen mi tiempo y mis energías? ¿Mis manos están lista para cuidad? ¿Me dejo cuidar?

Para compartir:

¿Cuáles son los elementos que constituyen la esencia de la

caridad cristiana y eclesial?

¿Qué se ha quedado conmigo, para hacerlo vida, a partir de esta

reflexión?

¿Qué descubierto de mí mismo para dar a los demás?

¿Cuáles son las preguntas que me quedan para hacerle a Jesús y

a mis hermanos?

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Concluir de forma creativa según lo amerite la realidad comunitaria.

Bibliografía consultada y utilizada:

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BALZ, Horst y SCHNEIDER, Gerhard, Diccionario exegético del Nuevo Testamento,

vol.1-2, Salamanca, Sígueme, 2005.

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Testamento, vol.1-2, Salamanca, Sígueme, 2012.

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DARDER, Francesc, Lucas, Evangelista de la ternura de Dios, Navarra, Verbo Divino,

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HULTGREN, Arland, The parables of Jesus: a commentary, Michigan, B. Eerdmans

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PRONZATO, Alessandro, Las parábolas de Jesús en el Evangelio de Lucas,

Salamanca, Sígueme, 2003.

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Bíblica do Brasil, 2004.

Documentos de La Iglesia

Carta Encíclica Deus Caritas Est, Papa Benedicto XVI. Carta Encíclica Evangelium Vitae, Papa Juan Pablo II. Carta Encíclica Veritatis Splendor, Papa Juan Pablo II. Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, Papa Francisco. Documento de Puebla (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano).