roldan. estrabon

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Publicado en A. POCIÑA PÉREZ- J. Mª GARCÍA GONZÁLEZ (eds.), En * Grecia y Roma, II: lecturas pendientes, Granada: Universidad de Granada, 2008, 11-28 ESTRABÓN: GEOGRAFÍA, FILOSOFÍA Y MITO * MINERVA ALGANZA ROLDÁN Universidad de Granada I. ESTRABON Y LA GEOGRAFÍA La aprehensión intelectual del espacio, que organiza el mundo conocido y señala sus límites con lo desconocido, es premisa y consecuencia de la actividad económica y de la política. En la antigua Grecia produce un tipo de saber, ligado desde sus orígenes a la exploración y la conquista, al comercio, la guerra y la colonización, que cristaliza en un discurso específico al que se denomina “geografía”. Según su etimología, designa tanto la descripción de la Tierra, en general, y del mundo habitado (o„koumšnh), en particular, en forma de escrito o tratado, como el trazado o dibujo del “mapa”, tareas ambas que se presuponen e implican, ya que el tratado asume con frecuencia la forma de comentario del mapa y las líneas del mapa se trazan inicialmente o se corrigen de acuerdo con los datos de los tratados. El término aparece por vez primera en Eratóstenes de

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Page 1: Roldan. Estrabon

Publicado en A. POCIÑA PÉREZ- J. Mª GARCÍA GONZÁLEZ (eds.), En*

Grecia y Roma, II: lecturas pendientes, Granada: Universidad de Granada, 2008,11-28

ESTRABÓN: GEOGRAFÍA, FILOSOFÍA Y MITO*

MINERVA ALGANZA ROLDÁN

Universidad de Granada

I. ESTRABON Y LA GEOGRAFÍA

La aprehensión intelectual del espacio, que organiza el mundo conocido

y señala sus límites con lo desconocido, es premisa y consecuencia de la actividad

económica y de la política. En la antigua Grecia produce un tipo de saber, ligado

desde sus orígenes a la exploración y la conquista, al comercio, la guerra y la

colonización, que cristaliza en un discurso específico al que se denomina

“geografía”. Según su etimología, designa tanto la descripción de la Tierra, en

general, y del mundo habitado (o„koumšnh), en particular, en forma de escrito o

tratado, como el trazado o dibujo del “mapa”, tareas ambas que se presuponen

e implican, ya que el tratado asume con frecuencia la forma de comentario del

mapa y las líneas del mapa se trazan inicialmente o se corrigen de acuerdo con los

datos de los tratados. El término aparece por vez primera en Eratóstenes de

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Cirene (276-194 a. C.), erudito polifacético y director de la Biblioteca de

Alejandría, que redefinió la disciplina a partir del examen crítico de la tradición

en un horizonte ecuménico, ampliado por la expedición de Alejandro y modelado

por la geometría de Euclides y la ciencia astronómica (Jacob 1993: 395-396; 406-

417; Prontera 2003: 29-43). La orientación de la obra perdida de Eratóstenes

reaparece en la Guía geográfica (Geografik¾ Øf»ghsij) de Claudio Ptolomeo

(100-178 d. C.), cuyas tablas de situación de lugares, de acuerdo con el cálculo

matemático-astrológico de su latitud y su longitud, ocupan siete de sus ocho

volúmenes.

Ahora bien, tanto la literatura fragmentaria como la magna obra de

Estrabón de Amasía (64 a. C.-24 d.C.) demuestran la persistencia de una

concepción griega del espacio indisolublemente unida a la memoria mítica e

histórica. Tal relación intrínseca se encarna primero en la figura de Hecateo, que

habría puesto, a la vez, los cimientos de la “historia” en sus Genealogías y los de

la “geografía” en la Periégesis. A partir del siglo IV a. C. Éforo y Polibio en sus

historias universales trataron por separado la descripción de la “oikoumene”,

superando tanto el limitado marco de las digresiones etno-geográficas al estilo de

Heródoto y Ctesias, como la literatura de periplos y expediciones, reales o

inventadas, género floreciente desde la edad helenística hasta finales de la

Antigüedad (González Ponce 1998). De hecho, Estrabón presenta su obra

geográfica como un apéndice de los Comentarios históricos (`Istorik|

`Upomn»mata), conocidos por apenas una veintena de fragmentos (García Blanco

1991: 51-55). Se han conservado casi íntegros, en cambio, los 17 libros de la

Geografía, redactados al final de su vida, que constituyen una vasta descripción

de las regiones y ciudades coetáneas en sus aspectos físicos, etnográficos,

políticos y económicos, siguiendo una elíptica que va de Iberia a la

Transdanubiana y Asia Menor, y de la India a Egipto y Libia (García Blanco

1991: 114-180; Dueck 2000: 145-187). Por otra parte, ambos tratados aspiraban

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a ofrecer una “obra colosal” (kolossourg…a: I 1. 23), en la que la visión de

conjunto se impusiese al detalle, útil para intelectuales y hombres de Estado, y

que propiciase la integración de la tradición griega y la cultura romana en el clima

ideológico de la “pax augustea” (Aujac 1969: XXV-XXIX; Biraschi 1994: 184-

188; Pothecary 2005). Un proyecto compartido, entre otros, por Diodoro de

Sicilia y Dionisio de Halicarnaso, y que en el caso de Estrabón no encontró

apenas eco entre sus contemporáneos, pero fue revalorizado por la posteridad.

En efecto, frente a las cinco únicas citas de la Geografía anteriores al s. IV, dos

siglos más tarde en las Étnicas de Esteban de Bizancio aparecen más de

trescientas y desde el XIX Estrabón deviene el geógrafo por antonomasia de la

Antigüedad. Pero, más allá de su valor como fuente para el estudio de la

topografía, la toponimia, la etnografía y la historia regional del mundo

grecorromano, la Geografía debe ser considerada como un documento de la

historia cultural (Biraschi 2005: 82-85).

En este sentido, se significan los “Prolegómenos” - denominación

acordada para los dos primeros libros de nuestras ediciones-, y en concreto su

primera parte (I-II 4), donde antes de exponer las bases matemáticas y

astronómicas de la geografía física, Estrabón realiza su propuesta de concepto,

método, fuentes y destinatarios, a partir de la crítica de sus antecesores, en

general, y de Eratóstenes, el creador de la geografía científica, en particular,

polémica en la que ocupa un lugar central Homero (Aujac 1969: 3-49). La

“cuestión de Homero” implica no sólo a los orígenes de la geografía, sino que

afecta inevitablemente a su delimitación respecto a otros géneros del discurso.

Porque en Estrabón, al igual que en Eratóstenes, la “oikoumene” no es sólo el

espacio físico de la Tierra, sino también el espacio mental de un discurso en cuyas

fronteras, en el límite con lo desconocido, habita el mito. Nuestro geógrafo se

incorpora, así, al debate acerca de “la verdad de los discursos” y “los discursos

de la verdad”, que recorre la cultura griega desde la aparición de los distintos

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géneros literarios, en una coyuntura histórica y desde una adscripción ideológica

determinadas, como iremos anotando al hilo de los textos de nuestra selección.

II. LA GEOGRAFÍA COMO FILOSOFÍA

La introducción general de la Geografía arranca con una declaración

programática acerca de su alcance y finalidad, para a continuación fijar su lugar

en la historia del género, siguiendo una pauta habitual de la tratadística griega a

partir de Aristóteles (TEXTO 1). El precedente más importante de Estrabón era

Eratóstenes, a quien, sin duda, sigue de cerca, de ahí las numerosas referencias

al alejandrino que salpican los “Prolegómenos” (Aujac 1969: 43 ss.; Jacob 1993:

396-399). Estrabón define la geografía como un quehacer filosófico y en apoyo

de su aserto comienza ofreciendo, en orden cronológico, una lista de sus “sabios”

predecesores encabezada por Homero. Le siguen Anaximandro, el autor del

primer mapa de la “oikoumene”, Hecateo, Demócrito, que corrigió el mapa a

partir de la medición de la longitud, y ya en el siglo IV, el geógrafo y astrónomo

Eudoxo y Dicearco, discípulo de Aristóteles que trazó el paralelo fundamental

que unía las Columnas de Heracles con el norte del Ganges. A continuación

nombra a Éforo y Polibio, y a las dos grandes autoridades de la Geografía: el ya

ponderado Eratóstenes - primero en calcular con cierta precisión la circunferencia

de la Tierra y autor del mapamundi comúnmente aceptado- y Posidonio de

Apamea (135-50 a. C.), el filósofo, historiador y geógrafo estoico, antecedente

y modelo de su ideal de geografía como filosofía no meramente especulativa, sino

abierta a una curiosidad universal y etnográfica. (García Blanco 1991: 55-99).

La formulación en nuestro texto de la filosofía como “summa” de saberes

(polum£qeia) hereda la impronta de la erudición helenística, frente a la tendencia

a la especialización abierta por Aristóteles y su escuela, pero pone el acento en

la utilidad: por una parte, para las necesidades variadas del gobierno del mundo

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y por otra, para una vida feliz, temas sobre los que se insistirá en capítulos

posteriores (I 1. 12-19). Tanto el interés por la felicidad del hombre como la idea

de un mundo ordenado bajo una autoridad, demuestran el credo estoico de

Estrabón, a pesar de haberse formado junto a peripatéticos tan distinguidos como

Jenarco de Seleucia, preceptor de Augusto, y Tiranión de Amiso, quien enseñó

gramática a los hijos de Cicerón y ayudó a organizar los fondos de la biblioteca

de la Academia, que habían sido trasladados a Roma en el 84 a. C.

A continuación, se apoya en Hiparco, uno de sus correligionarios, para

proclamar a Homero no sólo el más antiguo de los geógrafos, sino el fundador

(¢rchgšthj) de esta ciencia (TEXTO 2). En efecto, este astrónomo del siglo II

a. C., aparte de criticar los errores de cálculo de Eratóstenes, respaldaba el saber

geográfico del Poeta, a quien el sabio alejandrino había expulsado del ámbito

científico. Homero, por otra parte, además de fundar la geografía, habría marcado

su orientación, ya que a su interés por los lugares se sumaba la intención de

convertir las grandes hazañas del pasado en acicate para los hombres futuros,

respaldando, así, el proyecto histórico y geográfico de Estrabón en la estela de

Polibio (I 1. 18-19). En otro pasaje se le califica como “de mucha voces y

múltiples saberes” (polÚfonoj kaˆ polu…stwr: III 2.12), epítetos en

consonancia con el concepto de la geografía como filosofía. Por otra parte, la

omnisciencia de Homero, proclamada en el s. II a. C. por Crates de Malos,

significa la acomodación del Poeta al ideal del sabio estoico, entendido como

“intelectual” u “hombre culto”. En la misma idea insistirá en el primer siglo de

nuestra era el Heráclito autor de las Alegorías de Homero, cuando afirma que en

los poemas están en germen todas las ciencias, las “raíces” a partir de las que se

configuró el mundo como tal (22, 2; 65, 1).

El Poeta no sólo resulta ser el autor más citado en el conjunto de la

Geografía (Dueck 2000: 34 ss.), sino que la defensa frente a sus detractores

constituye la columna vertebral de la primera parte de los “Prolegómenos”, hecho

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que, en principio, podría resultar extravagante para un lector moderno. Así, Aujac

(1969: 11) escribe que en esta apología “la lógica cede a la pasión”, si bien

advierte a renglón seguido que esta “pasión” se hace eco de las discusiones de su

tiempo. En este sentido, Biraschi (2005: 85) concluye que a los ojos de un griego

una cultura sin Homero no podía ser definida como tal. De hecho, nuestro autor

transmite no sólo la valoración de Homero y del legado helénico de una

determinada corriente filosófica, sino también los argumentos de otra perspectiva

sobre esa misma tradición, la de Eratóstenes de Cirene, su principal interlocutor

en los “Prolegómenos” (Prontera 2003: 13-26).

De acuerdo con el testimonio de Estrabón, en el tratado de Eratóstenes,

y como premisa de su exposición de la geografía general que sustentaba el

trazado del nuevo mapa de la “oikoumene”, Homero abría la revisión crítica del

corpus de materiales geográficos (TEXTO 1). Sin embargo, esta primacía era

meramente cronológica, pues aún reconociendo su valor como poeta, el de Cirene

negaba explícitamente que Homero hubiese fundado ciencia alguna: “el poeta

atiende a la seducción del alma, no a la enseñanza” (TEXTO 3), afirmación que

desde la Antigüedad se consideró un verdadero manifiesto. Como ha puesto de

relieve Jacob (1993: 396 ss.), la posición de Eratóstenes viene mediatizada por

su condición de filólogo – término acuñado por él (T 9 Jacoby)- que, por una

parte, disecciona de los poemas los cuerpos extraños, los añadidos de una

tradición espuria, y, por otra, a la vista de las contradicciones de los comentaristas

y sus interpretaciones forzadas, se muestra escéptico respecto a su historicidad.

Según el alejandrino, a Homero había que leerlo e interpretarlo como poeta;

según algunos de sus sucesores, entre ellos Estrabón, la poesía de Homero era

“una filosofía primera” y exigía un nivel de lectura específico, capaz de separar

la fantasía de la información real y certera, esa exégesis alegórica nacida en

Pérgamo y que el ya mencionado Heráclito define como “hablar de una cosa para

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referirse a otra distinta” (Alegorías de Homero 5, 2). Se trataría, por tanto, de

una “cuestión de lenguaje”.

III. POESÍA, MITO Y PAIDEIA

La necesidad de delimitar las fronteras de los diferentes tipos de discurso,

en efecto, constituía, al parecer, el núcleo de la teoría poética de Erastóstenes

(TEXTO 3). Por lo tanto, al afirmar que el poeta sólo pretendía “seducir el alma”

(yucagwg…a) - es decir, ganarse al público distrayéndolo- y no “enseñar”

(didaskal…a), sacaba a la poesía del ámbito de los discursos fácticos, en la línea

crítica de los sofistas que encontramos con formulaciones diversas en Tucídides,

Platón y Aristóteles. Y una vez acotado el ámbito de la poesía y el de la ciencia,

los datos sobre topografía y toponimia aportados por Homero y otros poetas sólo

se utilizaban como testimonios e indicios en la reconstrucción arqueológica de los

orígenes de la geografía, al igual que habían hecho Tucídides y Aristóteles

respecto a la historia y la teoría política (Prontera 2003: 17). Para Estrabón, en

cambio, la poesía no es sólo una forma de ocio placentero, sino la fuente primera

e inagotable del conocimiento, de ahí el aserto, tomado de Crisipo, de que “sólo

el sabio es poeta” (Aujac 1969: 184, n. 4). Esta valoración se justifica, en primera

instancia, por el lugar preferente de la poesía en la educación de los niños y

jóvenes griegos, hecho ampliamente testimoniado por Platón, y que el estoico

Heráclito expresa gráficamente cuando compara las palabras de Homero con una

leche nutricia, que amamanta a los niños en sus primeros estudios (Alegorías de

Homero 1, 5). Tal fue, sin duda, el caso de nuestro geógrafo, nacido en el seno

de una rica familia del Ponto y que recibió una educación esmerada, cuya primera

etapa transcurrió bajo la tutela de Aristodemo en Nisa, ciudad donde radicaba un

importante centro de estudios homéricos en la línea de Aristarco, el más célebre

de los editores alejandrinos del Poeta.

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En este mismo texto Estrabón sostiene que la poesía forma de manera

placentera “caracteres” (Àqh), “sentimientos” (p£qh) y “acciones” (pr£xeij),

tripartición que reformula en clave estoica el pasaje de la Poética de Aristóteles

(1447 a 27) donde se enumeran los objetos de la imitación artística, y cuya

contrapartida en el arte oratoria es la máxima ciceroniana “docere, delectare,

movere” (De oratore II 27. 115). La influencia de la elaboración aristotélica de

la teoría de la mimesis (Poética 1447 a-b; 1448 b 19 ss.), seguramente a través

de Posidonio, resulta aún más obvia cuando Estrabón dice que la virtud (¢ret»)

del poeta consiste en la imitación de la vida a través de las palabras, para lo cual

se necesitan experiencia y sensatez (TEXTO 4). Pero, aclara, la excelencia

poética está indisolublemente ligada a la categoría humana del artista, a diferencia

de las restantes artes miméticas - la imaginería en madera o bronce, por ejemplo-,

donde la pericia técnica no implica probidad moral. Esta identificación del “buen

poeta con el buen hombre” se convirtió en uno de los tópicos de discusión

favoritos de los círculos estoicos contemporáneos, plasmándose en el aforismo

“vir bonus dicendi peritus”, atribuido a Catón por Quintiliano (Institutiones

oratoriae XII 11, 31). Asimismo, la preeminencia de la poesía sobre las demás

artes constituye un lugar común del discurso sobre la estética en la Antigüedad.

En efecto, a pesar de la feliz definición de Simónides de la pintura como “poesía

muda” y de la poesía como “pintura parlante” - en paráfrasis de Horacio “ut

pictura poesis” (Ars Poetica 361-365)-, en general se acuerda un poder superior

a la palabra, de ahí que el mismo Horacio prefiera el retrato poético a las figuras

y estatuas de bronce (Epístolas II 248 ss.). Tal concepción, en último término,

pone en evidencia el menosprecio ancestral hacia los artesanos, que Jenofonte

explica porque sus condiciones de trabajo hacían sus cuerpos afeminados y sus

almas flojas (Económico IV 2. 3). Aristóteles, en fin, prohíbe los oficios manuales

a los ciudadanos, por innobles y contrarios a la virtud (Política, III, 1328).

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Al inicio del capítulo (TEXTO 4), Estrabón define la retórica como “la

sensatez (frÒnhsij) en relación con el discurso”, adaptando el enunciado

habitual desde Gorgias de la retórica como “arte de la persuasión” (Platón, Fedro

271 c 10; Aristóteles, Retórica, 1355 b 25) al contexto de su defensa de la poesía

como educación (paide…a) contra la opinión de Eratóstenes. La retórica se

revela, por tanto, no sólo como una forma encantadora de convencer, sino sobre

todo como un eficaz instrumento educativo, idea que habría encontrado en

Posidonio (Aujac 1969: 184 n. 7), aunque podría reflejar, sin más, la troncalidad

de este arte entre las disciplinas propedéuticas. Más adelante, nuestro geógrafo

menciona como opinión común entre los estoicos que la retórica no sólo era

conocida por Homero, sino que toda ella dimanaría del Poeta (TEXTO 5). Y,

apoyándose en esta premisa, despliega una vasta argumentación sobre el origen

y desarrollo de los géneros del discurso, desde las varias formas de la poesía hasta

la aparición de la prosa histórica y científica. A partir de la distinción aristotélica

entre la lengua “desnuda” o prosa y la sometida a metro como “las especies de la

imitación por palabras” (Poética 1448 b), Estrabón describe el paulatino

allanamiento y pérdida de solemnidad experimentados por el lenguaje en el paso

de la poesía a la prosa, sirviéndose del juego etimológico entre “prosa” y

“prosaico” o “pedestre” (tÕ pezÒn; pezÒj lÒgoj), una imagen que amplifica con

la prosopopeya de la poesía, que baja desde las altas cumbres de su dicción, o

desde un carro, para pisar el suelo. Según Aujac (1969: 93 n. 2; 186, n. 1), todo

el capítulo estaría inspirado en la Introducción al estilo (E„sagwg¾ perˆ lšxewj)

de Posidonio y presenta evidentes paralelismos con otro de Plutarco (De Pythiae

oraculis 406 b-e). No obstante, el de Queronea añade, significativamente, que

tras descender del carro, “la historia con la prosa separó la verdad del mito”.

Este corte epistemológico, que conlleva identificar la prosa con el discurso

de la verdad y sobre la realidad, mientras el lenguaje poético se asimila a la ficción

y a lo mítico, fue la empresa que en el terreno de la historia abordó primeramente

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Hecateo (F 1 Jacoby) y que Eratóstenes reivindicó para la geografía, separando

los materiales pertinentes en un corpus donde reinaba la confusión de géneros.

Así se explicaría la aparente paradoja de que Eratóstenes abriera su tratado de

geografía con una teoría poética (Jacob 1993: 401-403). En realidad, Eratóstenes,

más que a Homero mismo, atacaba a sus intérpretes, meros charlatanes que

intentaban sutilmente extraer historia de los versos y que, a vueltas con la

omnisciencia de Homero, bloqueaban la posibilidad de una ciencia geográfica

fundada en la observación empírica y en los informes de exploradores y marinos

(TEXTO 6). Entre los exegetas aludidos quizá figuraran Teágenes de Regio,

considerado el primer alegorista de Homero, Evémero y sus seguidores, los

estoicos de la escuela de Pérgamo Zenón y Cleantes e, incluso, su propio

compatriota Calímaco. Estrabón, por su parte, en la estela de Crisipo, Crates y

Posidonio, alega que el propio Poeta inventó la alegoría “en beneficio de la

ciencia o mirando por la educación del pueblo”. Así pues, Homero no miente,

sino que transmite un tesoro de información sobre Grecia y países lejanos con

exactitud y verdad. Ahora bien, como advirtió Polibio, sus versos exigen una

técnica de lectura que distinga “historia”, “disposición” y “mito”, es decir, la

información real y cierta del ornato poético y la fantasía (TEXTO 7), una

tripartición retórica basada en Aristóteles y cuya aplicación práctica ilustran, por

un lado, Cicerón (De inventione I, 19) y, por otro, el manual de ejercicios

retóricos de Teón (72 -73; 78).

Mediante este instrumento exegético Estrabón considera que es posible

conciliar a Homero con la geografía física de Eratóstenes, que en lo sustancial

asume. Alegóricamente, pues, la imagen homérica de la “oikoumene” - un disco

plano circundado por el Océano- bajo el dictado de Hiparco se hace coincidir con

el mapamundi de Eratóstenes, resultado de proyectar en el plano la Tierra

esférica, hipótesis de Aristóteles unánimemente aceptada. De acuerdo con el

alejandrino, la parte habitada sería una isla en forma de clámide, con regiones

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configuradas por la geometría, lo que facilitaba la medición de las distancias entre

puntos y el cálculo de las superficies (García Blanco 1991: 114-134). En cuanto

a la geografía regional, con el apoyo de Crates y Polibio, Estrabón localiza en el

mapa los periplos de Odiseo, Menelao y los Argonautas, y da razón de las

aparentes incongruencias poéticas tanto en la descripción del Mar interior -

climas, topografía, ríos y pueblos-, como en las del Océano y las regiones

vespertinas, la Osa y los habitantes del norte o los etíopes en el fin del mundo

(TEXTO 7; TEXTO 8; TEXTO 9).

Por otra parte, en el curso de la argumentación se pone de manifiesto un

tema de especial relevancia para nuestro asunto; a saber, que la mezcla de

realidad y ficción no es exclusiva del lenguaje poético, sino que también afecta a

la prosa; pero con una diferencia importante, ya que mientras los añadidos míticos

de los poetas responden a su afán por instruir divirtiendo, los historiadores que

practican la mitografía, únicamente pretenden sorprender, inventando toda clase

de maravillas y portentos. En su elenco de falsarios - confesos o no- aparecen

algunos de los nombres habitualmente vilipendiados por la crítica historiográfica

griega desde Polibio a Luciano: Teopompo, Heródoto, Helánico, Ctesias y los

historiadores de la India (TEXTO 8; TEXTO 9).

Respecto al proceder exegético de Estrabón, resulta esclarecedor su

comentario a los versos de la Odisea (XII 105-107) donde Circe advierte a Ulises

sobre la terrorífica Caribdis (TEXTO 10). En los “Prolegómenos” se suele dar

por buena la propuesta topográfica de Polibio para los distintos episodios del

periplo (I. 2. 11 ss.) y, en concreto, la localización de Caribdis en el estrecho de

Sicilia, cuyas fuertes corrientes personificaría. No obstante, una vez aceptado el

símil naturalista, quedarían por solventar, por un lado, la discordancia entre un

fenómeno que ocurre dos veces cada día, con la resaca triple del poema y,

además, la salvación del héroe pese al pronóstico de Circe, cuestiones para las

que se alegan el estilo y el propósito del episodio. En conclusión, no es Homero

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quien miente y yerra, sino el personaje, la hechicera que con engaños intenta

aterrorizar a Odiseo y disuadirlo de la aventura. Circe, en fin, parece conocer bien

el poder seductor de los mitos, que, según la ocasión, recurren al placer o al

espanto, las armas de la mimesis poética y de la “paideia”.

IV. LAS RAZONES DEL MITO

En efecto, el “placer” (¹don») y el “miedo” (fÒboj) son términos

inevitablemente asociados en la historia del pensamiento griego a la reflexión

acerca de la naturaleza y función de los mitos, un debate en el que Platón

intervino de manera decisiva. Aristóteles, de hecho, se apoya en su maestro para

sostener la relación necesaria de la virtud con el placer y el dolor, puesto que la

buena educación consistiría en aprender desde la más tierna infancia a alegrarnos

y dolernos como es debido (Ética a Nicómaco II. 3). En nuestra opinión, la

sombra de Aristóteles se proyecta sobre el amplio capítulo de los “Prolegómenos”

dedicado a este asunto, y que nos limitaremos a comentar en sus puntos

fundamentales (TEXTO 11).

Tras haber examinado la génesis de los discursos en prosa a partir de la

poesía (TEXTO 5), Estrabón pasa a ocuparse del origen, destinatarios y agentes

de la creación mítica, así como de su función en la vida social (TEXTO 11).

Remontándose en el tiempo, afirma que antes de convertirse en materia poética,

los mitos ya eran utilizados por políticos y legisladores para domeñar y encauzar

adecuadamente los instintos de sus conciudadanos, entre ellos esa curiosidad que

es premisa del conocimiento y del aprendizaje. Precisamente, este impulso natural

explicaría el gusto por los mitos, ya que lo desconocido se suele asociar con lo

maravilloso y extraño. “Amante del saber es el hombre; y el amor a los mitos, su

prólogo”, sentencia Estrabón, en lo que parece una paráfrasis del pasaje de la

Metafísica (982b 11-19), donde Aristóteles afirma que “maravillarse es comenzar

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a filosofar”, y “el amante de los mitos, un filósofo”. Así pues, en Aristóteles,

aunque el mito no produzca conocimiento verdadero, obedece al mismo impulso

que la ciencia, y tiende a sustituirla cuando se desconoce la causa. Estrabón, por

su parte, insiste en la función pedagógica de este saber primero, y no sólo para

los niños, sino en cualquier edad, sobre todo para quienes a causa de su deficiente

educación conservan el carácter infantil toda la vida.

Por otro lado, continúa Estrabón, dado que en la categoría de la maravilla

y el portento coexiste lo dulce (¹dÚ) con lo más terrible (foberÒn), el educador

debe administrar sabiamente placer y miedo. Así, en el contexto de la

comunicación mítica no sólo se aprende a escuchar y obedecer, sino también a

discutir y a emular las conductas positivas, tras los pasos de los grandes héroes

favorecidos por los dioses, y a rechazar las negativas, ante la perspectiva del

castigo divino y de los monstruos terribles que poblaban los relatos tradicionales.

Nos encontramos, sin duda, ante una reelaboración estoica de un tema presente

en el pasaje antes aludido de la Ética a Nicómaco, donde el axioma de la relación

de la virtud moral con acciones y pasiones justificaría la existencia de correctivos,

a modo de medicinas para el carácter. Esta misma dialéctica de premio y castigo

explica en nuestro texto la finalidad instructiva de los argumentos míticos en la

poesía y las artes plásticas, un concepto que evoca, de nuevo, a Aristóteles; en

concreto, la sección de la Poética (1448 a.; 1452 a-1453 b; 1456 b 2 ss.) sobre

la función de la mimesis en la tragedia: provocar terror y conmiseración a la vista

de situaciones extraordinarias e inesperadas, de esa paradoja (tÕ paradÒxon) que

apunta al centro de la peripecia del héroe trágico.

En la parte final del capítulo Estrabón deja clara su adscripción

ideológico-filosófica cuando especifica que los destinatarios preferentes de la faz

terrible de los mitos son las mujeres y la gentuza imposible de educar, y por tanto

ingobernable, a no ser recurriendo a la amenaza del castigo y al temor

supersticioso, instrumentos utilizados desde antiguo para mantener amedrentadas

Page 14: Roldan. Estrabon

a estas almas simples. Al igual que Posidonio y otros intelectuales en la órbita del

estoicismo - Cicerón, Séneca y Plutarco, por ejemplo-, nuestro geógrafo opone

aquí la superstición (deisidaimon…a) a la piedad (eÙsšbeia) y las creencias

(p…stij) verdaderas y basadas en la filosofía. Ambas formas de religiosidad se

corresponden con dos tipos antropológicos distintos y definidos a partir de su

relación con esos mitos donde se mezclan verdad y mentira, placer y espanto, tal

cual la poesía de Homero (TEXTO 7; TEXTO 12). Por una parte, la masa de

mujeres y varones incultos, ávidos de novedades y amigos de milagros y

supercherías; por otra, los hombres libres y educados – es decir los filósofos y los

políticos (I 1. 22)-, dotados de sensatez y capacitados para distinguir y

aprovechar el saber verdadero que subyace en los mitos, con la ayuda exegética

pertinente. Estos caracteres son mencionados en el proemio del tratado Sobre

mitos increíbles del peripatético Paléfato y, varios siglos más tarde, la misma

disyuntiva da título a un diálogo de Luciano- Amante de las mentiras o incrédulo

(FiloyeudÁj ½ ¢p…stwn)-, donde el “amor a los mitos” ya no prefigura el

“amor al saber” como en Aristóteles y Estrabón, sino la mera afición a las

mentiras y los cuentos que caracterizaría a la mayor parte de la humanidad.

Esta bipartición encuentra reflejo en los géneros del discurso, ya que

mientras la filosofía se dirige a unos pocos, la poesía de Homero interesa a todos

y cualquiera puede encontrar en ella una enseñanza al alcance de su inteligencia

y condiciones. En efecto, el Poeta trasmuta el mito, “vierte oro sobre plata”

(Odisea VI 232 = TEXTO 12), juicio que contrasta con el de Aristóteles, quien

lo había nombrado “maestro de mentirosos”: “Homero más que nadie enseñó a

los demás poetas a decir cómo hay que decir mentiras; a saber: en forma de

falacia” (Poética 1460 a 18). Según Jacob (1993: 406), mientras Eratóstenes

condena sin paliativos la poesía mítica en aras del progreso científico, el mito en

Estrabón es “bifronte”: positivo, siempre que se encarne en la poesía para divertir

y educar, y negativo, cuando engaña deliberadamente bajo la máscara de la prosa

Page 15: Roldan. Estrabon

histórica. Por nuestra parte, añadiríamos que no se trata únicamente de una

cuestión de discurso, porque en la perspectiva de Estrabón un elemento

determinante para diferenciar la poesía de la filosofía – aparte de forma y estilo-

es el alcance y el tipo de destinatario, hecho que enlaza directamente con la

ambigüedad del mito y su función social e ideológica. En resumen, en la

Geografía la poesía de Homero constituye una forma primigenia de la filosofía

y, por lo tanto, de la ciencia geográfica; pero, además, una fuente de educación

y conocimiento comunes, y a la vez desiguales y manipulados, de acuerdo con las

condiciones históricas de reparto social de la riqueza, del poder y del saber que

Estrabón, un filósofo griego al servicio de Roma, legitimaba y aspiraba a

perpetuar.

TEXTOS

[Nota: traducimos a partir de la edición de G. Aujac 1969]

1.- I 1. 1: “Si algún otro asunto hay propio del filósofo, en nuestra

opinión, es precisamente la geografía, que nos hemos propuesto estudiar ahora.

Que no mal opinamos, por muchas razones está claro. En efecto, tales resultaron

ser los primeros que se atrevieron a acometerla: Homero, y además el milesio

Anaximandro y Hecateo, conciudadano suyo, según afirma también Eratóstenes;

y, luego, Demócrito, Eudoxo, Dicearco, Éforo y otros muchos; y en fin, después

de ellos, Eratóstenes y, además, Polibio y Posidonio, hombres amantes de la

sabiduría. La omnisciencia a través de la cual únicamente se puede realizar este

trabajo, no es propia de ningún otro sino del que observa las cosas divinas y las

humanas, cuyo conocimiento se llama filosofía. E igualmente también su utilidad,

al ser tan variopinta - por una parte, para los asuntos políticos y de gobierno, por

otra, para el conocimiento no sólo de los fenómenos celestes y de los animales de

la tierra y del mar, sino de las plantas, frutos y las demás cosas cuantas es posible

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ver en cada sitio-, presupone el mismo tipo de hombre, el que se ocupa del arte

de vivir y de la felicidad”.

2.- I 1. 2: “Y, en primer lugar, tanto nosotros como nuestros

predecesores, entre los cuales está también Hiparco, correctamente suponemos

que el fundador de la geografía empírica es Homero: él no sólo ha superado por

su excelencia en la poesía a todos, los antiguos y los posteriores, sino también

casi por su experiencia en la vida política, a partir de la cual él no sólo se aplicó

en las grandes acciones, para conocer las más posibles y transmitirlas a los que

vendrían después, sino también en los lugares, tanto cada uno en particular, como

los del conjunto del mundo habitado, tierra y mar”.

3.- I 2. 3: “En efecto, decía (Eratóstenes), que un poeta dirige todo a la

seducción del alma, no a la instrucción. Pero, por el contrario, los antiguos llaman

a la poesía una filosofía primera, pues nos introduce en la vida desde jóvenes y

nos enseña caracteres, sentimientos y acciones con placer. Los nuestros, incluso,

afirmaron que sólo el sabio es poeta. Por eso, también las ciudades griegas

educan a los niños en primer lugar mediante la poesía, no para así sin más seducir

sus almas, sino para hacerlos sensatos”.

4.- I 2. 5: “La retórica es, sin duda, la sensatez aplicada a las palabras […]

Primeramente, podríamos decir que la valía del poeta no es otra que la imitación

de la vida mediante palabras ¿Cómo, pues, podría imitarla careciendo de

experiencia de la vida y siendo un insensato? En efecto, no afirmamos que la valía

de los poetas sea tal cual la de carpinteros o broncistas; sino que mientras esa no

tiene nada de bello ni de venerable, la del poeta, en cambio, está enlazada con la

del hombre, y no es posible llegar a ser un buen poeta, no siendo ya antes un

hombre bueno”.

5.- I 2. 6: “Así pues, negarle la retórica al Poeta está muy alejado de

nosotros. Pues ¿qué hay tan propio de la retórica como la dicción? ¿Y tan de la

poesía? ¿Quién mejor que Homero en el arte de decir? […] Pues, ¿acaso no es el

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discurso un género, del cual son especies el sometido a metro y la prosa? […] En

efecto, la elaboración poética fue la primera que se presentó en público y fue bien

valorada; a continuación, imitándola, liberándola del metro, pero preservando lo

demás de la poesía, compusieron sus obras escritores de la época de Cadmo,

Ferécides y Hecateo; luego, sus sucesores, despojándola uno a uno de tales

rasgos, la hicieron descender a la forma actual, como desde una cima […] Y que

se llame “pedestre” al discurso sin metro demuestra que éste bajó como de una

cima y desde su carro hasta el suelo”.

6.- I 2. 7: “Pero Homero no sólo habla de lo cercano, como ha dicho

Eratóstenes, y de las regiones de Grecia, sino que también de las lejanas habla

mucho y con precisión. Y aún más que sus sucesores cuenta mitos, no

convirtiéndolo todo en prodigioso, sino ya practicando la alegoría en beneficio de

la ciencia, ya adornándolos o seduciendo al pueblo con relatos como el de la

andanza de Odiseo, respecto a la cual mucho yerra (Eratóstenes) cuando presenta

como charlatanes a los exegetas y al Poeta mismo”.

7.- I 2. 17: “Mas si en algo no concuerda, (dice Polibio) que hay que

culpar a cambios acaecidos o a la ignorancia, o incluso a la licencia poética, la

cual está compuesta de “historia”, “disposición” y “mito”. Así pues, por una

parte, el fin de la historia es la verdad, como cuando en el Catálogo de las naves

el Poeta dice las características de cada lugar: esta ciudad “rocosa” y aquella

“lejana”, y otra “rica en palomas” y una “próxima al mar”; mientras que el fin de

la disposición es la vivacidad, como cuando introduce descripciones de batallas;

y el del mito, el placer y el espanto. Pero el inventarlo todo no es admisible ni

propio de Homero: en efecto, todos consideran su poesía materia filosófica, no

como afirma Eratóstenes cuando exhorta a no juzgar los poemas con la

inteligencia, ni a sacar historia de ellos”.

8.- I 2. 19: “En efecto, los relatos portentosos de países lejanos son una

parte pequeña respecto a los acaecidos en Grecia y cerca de Grecia: cuales, por

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ejemplo, los trabajos de Heracles y de Teseo, y los mitos localizados en Creta,

Sicilia y las otras islas, o respecto al Citerón, el Helicón, el Parnaso y el Pelio, y

el Ática toda y el Peloponeso; y a partir de estos mitos, nadie acusa de ignorancia

a los poetas míticos. Más aún, ya que todo lo que cuentan no es un mito, sino que

añaden más cosas a los mitos, en particular Homero, quien investiga qué

elementos míticos añaden los antiguos, no investiga si los añadidos míticos

existieron o existen, sino que más bien busca la verdad respecto a aquellos lugares

o personajes a los que se añaden elementos míticos: como la andanza de Odiseo,

si sucedió y dónde”.

9.- I 2. 35: “A Hesíodo nadie lo acusaría de ignorancia cuando habla de

“hemicanes”, “macrocéfalos” y “pigmeos”: pues tampoco al mismo Homero,

cuando cuenta estos mitos, de los que también forman parte los pigmeos estos,

ni cuando Alcman describe a los “pies de sombrilla”, ni Esquilo a los “cabezas de

perro”, “ojos en el pecho” y “de un solo ojo”, dado que ni siquiera a los que

escriben prosa en forma de historia, les prestamos mucha atención, aunque no

admitan que hacen mitografía. En efecto, salta a la vista que entrelazan mitos a

propósito, no por ignorancia de los hechos, sino con la invención de imposibles,

para maravillar y divertir […] Teopompo lo reconoce al afirmar que también

contará mitos en su historia, lo que es preferible a, por ejemplo, Heródoto,

Ctesias, Helánico y los historiadores de la India”.

10.- I 2. 36: “En efecto, a partir de los flujos y reflujos de las mareas él

creó el mito de Caribdis, sin que ella sea totalmente invención de Homero, sino

elaborada a partir de los informes sobre el estrecho de Sicilia. Mas si, aunque el

refluir de la corriente sucede dos veces cada día y cada noche, él ha dicho que tres

– pues tres veces al día la vomita y tres veces la engulle-, es porque también

podría decirse así. En efecto, no por ignorancia de la historia hay que suponer que

se dice esto, sino en aras del tono trágico y del mucho miedo que Circe añade a

sus palabras para disuadir (a Odiseo), de manera que se mezcla también falsedad.

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Ciertamente en estos versos Circe describe a Caribdis así: pues tres veces al día

la vomita y tres veces la engulle, terrible: no te encuentres allí cuando trague,

pues no te salvaría de la desgracia ni Poseidón. Y, en verdad, allí se encontró

Odiseo durante la resaca y no pereció […] Luego, tras esperar los restos del

naufragio y agarrarse de nuevo a ellos, logra salvarse, de manera que mintió

Circe”.

11.- I 2. 8: “Y, en primer lugar, aceptaron los mitos no sólo los poetas,

sino también las ciudades mucho antes y los legisladores a causa de su utilidad,

a la vista de las pasiones naturales del animal racional. Pues amante del saber es

el hombre; y el amor a los mitos, su prólogo. A partir de ahí, en efecto,

comienzan los niños a atender y a participar en discusiones cada vez más; y la

causa, que el mito es un relato novedoso, porque no expresa las realidades

establecidas, sino otras diferentes a éstas; pero es agradable lo nuevo y lo que

antes no se conocía. Esto mismo es también lo que hace amante del saber. Pero

cuando se añade no sólo maravilla sino también portento, aumenta el placer, lo

que precisamente es pócima para aprender […] Y todo hombre ignorante y sin

educación en cierto modo es un niño y ama los mitos por igual; pero igualmente

también el educado a medias: en efecto, éste no está fuerte en raciocinio, sino que

aún subsiste su carácter de la niñez. Y puesto que no sólo agradable, sino también

temible es lo portentoso, hay necesidad de ambas formas tanto para los niños

como para los adultos. […] La mayoría de los habitantes de las ciudades son

incitados a la emulación mediante el placer de los mitos, cuando oyen a los poetas

narrar las hazañas viriles en forma mítica, como los trabajos de Heracles o de

Teseo o las recompensas de los dioses, o, por Zeus, cuando ven dibujos,

estatuillas o figuraciones que representan tal peripecia mítica; e incitados a la

repulsión, en cambio, cuando aprenden los castigos de los dioses, temores y

amenazas mediante discursos y figuras deformes, o incluso creen que algunos

ocurren. Pues a una turba de mujeres y de gente de cualquier ralea no es posible

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conducirla mediante el discurso filosófico, ni exhortarla a la piedad, la santidad

y la fe, sino que hace falta también del temor divino: y esto, no sin creaciones

míticas y sin portentos. En efecto, rayo, égida, tridente, antorchas, serpientes y

lanzas en forma de tirso, armas de los dioses, son mitos y toda teología arcaica;

y los fundadores de los estados aceptaron estas cosas a modo de espantajos para

las mentes simples […] Y después, con el paso del tiempo, la escritura de la

historia y la actual filosofía hicieron su aparición; ésta última se dirige a unos

pocos; la poesía, en cambio, es más útil al pueblo y capaz de llenar teatros, sobre

todo la de Homero”.

12.- I 2. 9: “Puesto que refería los mitos a la manera pedagógica, el Poeta

se preocupó en gran medida por la verdad: pero ponía en ella también falsedad,

acogiendo a la una, pero con la otra conduciendo y dirigiendo a las masas. Como

cuando un hombre vierte oro sobre plata, así él a las peripecias verdaderas añadía

un mito, haciendo placentera y adornando la dicción, pero mirando al mismo

objetivo que el historiador y el que describe la realidad”.

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