revista literaria delirium tremens 6

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Revista de creación literaria a nivel internacional

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Delirium Tremens Revista Literaria de alcance internacional

Año II, número 6, 2012 ISSN 2219-391X

Director y editor: Paolo Astorga [email protected] http://sinllegaraloinvisible.blogspot.com Celular: 993398823 Apoyo de edición: Isabel Flores [email protected]

Esta revista se edita de manera híbrida tanto en papel de manera artesanal en la ciudad de Lima y en formato virtual a través de la siguiente dirección: http://revistadeliriumtremens.blogspot.com Para envíos de libros, revistas u otros, nuestra dirección postal es: Sr. Paolo Astorga Av. Malecón Checa 557 San Juan de Lurigancho Lima 036, Lima-Perú Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú N0 2010-11549

Impreso en Perú

Síganos en Facebook: www.facebook.com/pages/Revista-Literaria-Delirium-Tremens/260919240585557

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Gritos etéreos (Poesía): Víctor Maldonado Tomás 8/ Israel A. Chira 10/ Helmut Jeri Pabon 11/ Victor Vimos Vimos 12/ Luciano Trangoni 13/ Angel Gavidia Ruiz 15/ Daniel Maguiña Contreras 16/ Calandria Índigo 17/ Yamila Alejandra Caipo Sánchez 18/ Fiorela Estrada 19/ Leoncio Luque 20/ Raúl Heraud 22/ Raúl Allain 24/ Giovanni Collazos Carrasco 25/ Luis Ormachea Azpilcueta 26/ Viscely Zarzosa 27/ Mauro Gatica Salamanca 28 Obituarios del silencio (Narrativa): Roy Dávatoc 30/ Cristian Acevedo 33/ Aldo Andrés Astete Cuadra 35/ Pedro Maino Swinburn 37/ Libardo Caraballo Blanco 39/ Oráculos de arena (Ensayos y Artículos): La leyenda del Ayaymama Por: Miuler Vásquez González 42/ Memoria individual y memoria colectiva en Los ríos profundos, de José María Arguedas Por: Leandro Simari 45/ Microrrelato alemán: La narrativa breve de Franz Kafka Por: Ángel Acosta Blanco 55/

En esta edición Revista Literaria Delirium Tremens número 6

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Papiros de carne (Reseñas): Exilio interior y otros poemas devastados Leoncio Luque 64 Mundo T Daniel Maguiña Conteras 64 Cuentos para ser leídos en bicicleta Pineda Quilca Favio Álvarez Ojeda 65 Amores, inquilinos y perversiones Pool Muñoz Villanueva 65

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Gritos etéreos (Poesía)

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Gritos etéreos - Poesía / 8

Víctor Maldonado Tomás Poeta cerreño, nació en el barrio minero de Paragsha (Cerro de Pasco) un 20 de junio de 1983. Ha publicado tres libros de poesía “Agujero del Tiempo” (2004) y “Miradas Extintas” (2006) y la antología comentada “Nostalgia y poesía de Pasco” (2006); Dirigió las revistas literarias “Y griega” y “Cecilia”. Actualmente radica en Lima es miembro del grupo literario FIAT LUX, trabaja como docente de Comunicación en la I.E. 1260 “El Amauta”. en la puna frío y aliento violan a “Batman” y lo hacen sentir un anti héroe allá en la puna Batman esconde entre los totorales su sexo alguien del pueblo acaricia su espalda mientras su lengua lame a una rana allá en la puna batman disfrazado de rosa asalta bares y mueve el culo a mil por hora para beber una sórdida tequila en la puna Batman se masturba, Robín su llamero le propicia latigazos con su fusta entonces él llora prefiere llamar a pasajeros fantasmas los domingos en madrugada con su “combi” asesina en las oscuras calles de Lima

Inédito

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Gritos etéreos - Poesía / 9

El héroe de leyenda El héroe vagabundo ya no lleva el cuchillo ni tierra en el bolsillo de su chamarra su silencio prefiere jugar con sus dientes ya no con las manos cercenadas de sus víctimas, ni con los labios aguados de la camarera afuera el faro divisa a las aves y estas se pierden una por una en las fotografías captadas por un anciano palurdo el faro teme al oxido la luz amarilla tibia anida duendes y estos caminan masticando coca por la calle Ijurra en el bar, el aroma triste de la guitarra cerreña hace del café macho cubitos de hielo y nostalgia, mientras la desnudes de dos sombras gitanas pernoctan en las manos del héroe sus labios dibujan un crimen que viaja a la velocidad de un cometa herido y el lapso de una oración en los labios de una recicladora de historias el héroe consume a la noche intranquila inútilmente desempolva su fantasma cuchillo mientras una daga de labios espinosos lo atraviesa los ojos los pulmones, la vida nadie lo oye silencio

De: Miradas extintas (2006)

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Gritos etéreos - Poesía / 10

Israel A. Chira, ha realizado estudios de Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima-Perú). Su poemario Pequeña suite para imágenes terminales ganó el Concurso de Cuento y Poesía Dedo Crítico 2004. En enero de 2011, recibió el Premio Internacional de Poesía Latin Heritage Foundation. Como director teatral, ha puesto en escena El sargento Canuto de Manuel Ascensio Segura (Premio de Teatro de la Academia Pitágoras 2006), La ópera de tres centavos de Bertolt Brecht en 2009 y una adaptación del relato “El sueño del pongo” de José María Arguedas en 2011. En la actualidad, enseña Literatura en el Lord Byron School de La Molina y publica sus poemas en la página electrónica: www.israelchira.blogspot.com

ESCENA DE CASA

No es del gato ensuciarse en el lugar donde habita o se alimenta, como el perro macilento que olisquea sin pudor el excremento y dormita dondequiera como un buitre eructando su carroña. No es del perro abandonar la casa donde recibió sus primeros cuidados, ni al amo al que le entregó su corazón sin importar la condición humana, por más que un perro crea, como el filósofo decía, en ladrones y fantasmas. No es de gatos tropezarse ni trastabillar entre las sombras del futuro, porque anticipan cada paso con precisión de ajedrecista, y aunque dicen por ahí que la curiosidad mató al gato, el gato nos infunde todavía un mito: el mito de su eterno retorno. Los gatos no necesitan de ingentes cantidades de alimentos como los grandes felinos, y, aunque conservan la destreza y la agudeza de los tigres en potencia, raramente cazan para satisfacer su templado apetito cuando encuentran una escena de casa perfecta: un sofá caliente y una mano afable que los llena

de mimos. Ahora que otra sombra se desliza ágilmente sobre el alféizar de mi ventana, puedo anticiparme y rendirme a los caprichos de su naturaleza esquiva, y vislumbrar en un instante los caminos recorridos por su especie hasta alcanzar la perfección al interior de mi visceral morada.

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Gritos etéreos - Poesía / 11

Helmut Jeri Pabon (Lima – 15-09-1982). Escritor, compositor, abogado y activista social, ha publicado los libros: “El rostro del amor” (2002), “La última estación” (2008) y “Culpable: La noche” (2010), también aparece en diversas antologías y muestras en poesía y en narrativa. Dirige el blog “la primera estación”, también colabora en diversas revistas del Perú y el extranjero.

LA LLUVIA SE EQUIVOCO Me decía la lluvia, antes de ser mar: los buenos amores no se miden por la razón, sino por la locura anda, ve tras ella, búscala es fácil ser un héroe en un pueblo pero difícil incluso sobrevivir en una ciudad como esa y yo, abatido por el efluvio del miedo mirando al cielo le dije: ¡no! La lluvia insistió, musitando casi convertida en mar: anda, ve por ella, tómala sólo los cobardes, dejan escapar la felicidad no esperes encontrar el amor cerca los buenos amores yacen siempre lejos, te invitan al sacrificio pero yo, reducido a un indefenso ser mirando el horizonte le dije: ¡no! Finalmente la lluvia, con el último aliento enfurecida me gritó: ¡anda, te está esperando! y fue engullida por el mar y yo, alentado por esa voz última me armé de valor, fui por ella la busqué durante catorce años hasta que la encontré en un viejo parque de Surco caminaba de la mano de un hombre y cargaba un niño Entonces, abrumado por la brisa de una derrota súbita bajé hasta la orilla de una playa barranquina y le dije al mar: la lluvia se equivocó

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Gritos etéreos - Poesía / 12

Victor Vimos Vimos. (Riobamba - Ecuador, 1985) Es miembro fundador del Proyecto Editorial Matapalo Cartonera; Entre otros, ha obtenido el Premio Nacional de Cuento “BIENAL JUEGOS FLORALES” (Ambato, 2007), Primer Lugar en el VI Concurso Nacional de Cuento “DIA DEL LIBRO Y DE LA ROSA” (Quito, 2010), Segundo Lugar en el Premio Nacional de Poesía “Bienal Juegos Florales” (Ambato, 2012). Sus textos han sido leídos en diversos espacios como el Encuentro Latinoamericano de Poesía Garganta Profunda (Quito, 2006), Centro Cultural Yacana (Lima, 2008, 2009), Festival de Poesía de Lima (2011); además constan en varias antologías y revistas nacionales así como de México, Perú y Argentina. Su primera publicación se titula PERINOLA (Noctambulario Ediciones, 2007), PROLONGACIONES (Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2010), DRAGÓN (Sarita Cartonera, Lima, Perú, 2010), DESFIGURACIONES (Nulu Bonsai, Buenos Aires, Argentina, 2010), LOS POEMAS DEL BOXEADOR EN EL PUERTO (Yiyi Yambo, Asunción, Paraguay, 2011).. Actualmente cursa sus estudios en Antropología, colabora con la prensa escrita y la docencia.

Tiempo Vago por las calles en busca de mi colmillo, nadie lo ha visto, nadie ha tropezado con él, en ningún lugar me han dado señal después de escuchar su descripción, lo busco desesperadamente, hace días tengo vergüenza de mirarme en las vitrinas, de ir al salón de clases arrastrando esta vida huérfana de colmillo, he levantado piedras y palos, zapatos y pieles, y la ausencia de mi colmillo como si nada, lo imagino tirado en algún parque, muriéndose de frío, colgado detrás de la puerta de una anciana que en él ha visto un buen augurio, pienso en mi colmillo calzando en otra mandíbula, repitiendo como un perico, una tras otra, sus mordidas, me duele la sonrisa cuando el aire, se echa como un perro en el vacío que ha dejado mi colmillo, ya he olido los puños de los rufianes buscando una pista, nadie lo ha visto, nadie ha tropezado con el color de mi colmillo, jamás nacerá otro, soy un hombre incompleto, un hombre perdido, vago por las calles en busca de mi colmillo

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Gritos etéreos - Poesía / 13

Luciano Trangoni (Rosario, Santa Fe, Argentina, 13 de octubre de 1974) es poeta y narrador. Ha publicado los siguientes libros: Los zapatos de los muertos (novela, 2006), Acá no hay dónde (novela, 2009), 17 pesos y monedas (cuentos, 2010), e Hijos de Babilonia (cuentos, 2012). Ha sido seleccionado por la Editorial de la Universidad Nacional de Rosario para integrar los libros: Cuentistas Rosarinos (2005) y Poetas Rosarinos (2007).

Poemas del libro Papeles de un réprobo

Otra tarde circense acurrucado a un extremo de la jaula como un fenómeno deforme o una sombra o un tumor respiro mientras se aleja otra tarde circense la algarabía de los paseantes el horror en la mirada de los niños con helados las siete monedas que me arrojan a la cara la carcajada el click el flash la estupidez. La mujer la mujer se retorcía sobre la cama y un árbol de fuego ardía bajo su blanco pañuelo ¡es el hígado! decía el médico, hay que extirpar la parte negra, y saludaba ¡es la culpa!

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Gritos etéreos - Poesía / 14

decía el sacerdote, hay que ponerla a trabajar, y bendecía ¡es una niña de trigo! gritaba el poeta, devuélvanle a sus hijos, y suspiraba. El poeta los árboles se inclinan sobre el asfalto: ¿el poeta es un fantasma? quién lo sabe una voz de tierra llama a su puerta: ¿el poeta juega con marionetas de papel? eso dicen la hora de la rata se aproxima: ¿el poeta morderá con rabia la mano de su amo? es posible una niña muere en brazos de un extraño: ¿el poeta destrozará otro espejo? con toda seguridad la hora de la rata se aproxima: ¿el poeta tiene miedo? tal vez una voz de tierra llama a su puerta: ¿el poeta está temblando? eso dicen los árboles se inclinan sobre el asfalto: ¿el poeta es un fantasma? eso nunca lo sabremos.

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Gritos etéreos - Poesía / 15

Angel Gavidia Ruiz. Nació en Mollebamba, Santiago de Chuco, en 1953. Ha publicado cuatro poemarios: La soledad y otros paisajes, Un gallinazo volando en la penumbra, Fuera de valija y El centro de la tierra. Ha editado también tres libros de cuentos: Aquellos pájaros, El molino de penca y La cita y otras ausencias.

Apunte a lápiz Simplemente la imagen de un hombre construido de esperas. Dunas El laborioso viento junta sin tregua su mies de arena. Las gaviotas Las gaviotas, cometas grises de niños huérfanos. En la esquina de un parque, él espera. Él o el tiempo, una cuerda que, a modo de infinitas golondrinas, va poblando el silencio.

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Gritos etéreos - Poesía / 16

Daniel Maguiña Contreras. (Lima- 1984). Egresado de la universidad Ricardo Palma-URP en la carrera de Arquitectura y Urbanismo, ha cursado talleres de poesía y cuento en el CCPUCP y en la UNFV. Publicó su primer libro “Anotaciones” (Zignos 2008). Su segundo libro “Mundo T” se publicó primero de manera virtual en Enero del 2011 bajo el sello de la revista Ohcultos, para luego materializarse en Julio del mismo año con el sello editorial Summa. Actualmente prepara su tercer título “Marsupial”.

Zapato para un duende Bomvibants de Liniers Un duende, creo que hay un duende en cada mecanismo, en cada zapato, sobre todo en los de tacos altos. ¿Y cómo es un zapato para un duende, o cómo debería ser?, con puerta al medio, arboles, sistemas de puercoespín después de mirar un dibujo de Fito, un faro o un sombrero con una escalera de gato, quién sabe puede ser Fellini. Con escaleras en el taco, techo de sombrero, puntitos por todos lados. ¿Y qué tipo de duende habitaría mi zapato? ¿Acaso un Bombivants de color naranja o rojo o morado, un duendecillo flotante, uno que tiene mucha plata, uno que adivina la suerte, o acaso el que nos cumple los sueños, el duende de los dientes de leche? Si yo mismo fuera un duende Bomvibants, habitaría mi zapato una temporada en épocas cálidas y que de vez en cuando se desate una garúa chispeante, como quien abre una gaseosa encima de mi zapato.

Prosa extraterrestre

Intrauterino, de puntos psicodélicos, lenguaje indescifrable, de composición fractal, prosa extraterrena, de terrícola con orejas pequeñas, cola invisible. Personaje fantástico que sobrevuela estas atmosferas de nubes ovejas y de ovejas nubosas. Tu prosa es como mi prosa, con puntos cardinales, cinta de doble contacto, agujero negro y de gusano, pero de gusano poliglota. El espacio es una teoría absurda y ésta obsesión por las estrellas enanas es más intensa que ir por la avenida Panamericana en la galaxia no sé cuantos.

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Gritos etéreos - Poesía / 17

Calandria Índigo. Nací en Lima, Perú, el día ocho de febrero del año1992, tengo por tanto 20 años. Vivo desde siempre en el distrito de San Juan de Lurigancho. Estudié un año la carrera de Lengua Española y Literatura en la Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle- La Cantuta. Con un grupo de jóvenes del Centro de Lima he publicado algunos textos poéticos en un zine, bautizado como: HIERBA, que se difunde virtualmente y físicamente (por medio de fotocopiado, todo de manera artesanal e informal). EDÉN

Edén debo ir por ti , conseguir el atajo para a tu lado por momentos morir, en Paz, en esa tu cuna de brazos que has fabricado para mis ojos lunáticos cerrar, bajo las sabanas de piel contener el aliento, sollozar. Observar juntos la nada como orates coqueteando la vida Tomare el atajo del Cielo, si volar no puedo escalaré cada átomo de aire, seré un Cristo en la atmosfera, que levita -de entre vivos muertos-, y así nuestros entes Índigo jugarán a ser feliz. Somos los amantes tránsfugas de las noches sin luna

Bésame con tu lengua de fuego que se introduce en mi boca y derrocha sensualidad deja que las palabras ladren en nuestro lenguaje anormal y tu hoguera interna arda en mil colores, en mis adentros. Pretendes decir algo, no logro entender, más, me besas, y por el suelo nos disipamos como cera en llamas. Entonces descifro tus signos corporales dejaste las semillas regadas por Edén. Amargo, dulce sabor a ceniza en mi garganta, donde se acomoda desgarrador el final .

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Yamila Alejandra Caipo Sánchez. Nació el 11 de enero de 1993. Vive en Chaclacayo, dirige el blog: lasvirgenesnolloran.blospot.com A DANA Sé que duele aún Pero los rojos en delgados de oreja a oreja Lo valen Pero los blancos alineados haciendo fila al beso del mío la carne Lo cuestan Sé que tu vientre no volverá a tu niña Y que las montañas de Irlanda desencadenaran después de la lluvia Lodazal de vida Ya no estarán erguidas Ni lo volverán Mas por darles el respiro extasiados te adorarán No llevaras contigo los blancos entre los dorados perdidos Ni una tercera mano auxilio de uno los que andan Cuando él naufraguen en el lóbrego agujero del dulce boceto de su madre Tu rostro ha cambiado Y no ha sido el tiempo Sino tu vientre Los cabellos de amor en chiquito al viento Sus cabellos Sus manitas Los que recién se aperturan penetrando cada llanto más y más Su vida en progresión geométrica Los problemas en decreción con respecto a tu amor Descuida madre primigenia A ti la vida deben los celtas Las dudas cesaran cuando él empiece a caminar Cuando después de llorar los párpados en miniatura pegue Cuando no haya mejor desgaste del cuerpo De quien hace efectivo en don de madre la vida te entere Quién sino tú la que juzga Constante deletéreo tu entrega Manos llenas de miedo Ebullición de pálpitos huérfanos Rota por cuanto fuiste liquido Virgen por cuanto fuiste diosa.

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Gritos etéreos - Poesía / 19

Fiorela Estrada. Nació en el departamento de Lima, cursa el 7mo ciclo de la especialidad de Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Escribir de ti Puedo escribir de ti y de tu boca de tus manos frías sobre mí, sobre mi vientre tibio Puedo escribir de ti contigo en el olvido y en la doble soledad esa en el aroma de tu piel Puedo escribir de ti pero no debo porque de lo que no existe ya nada se dice y porque escribo de lo que siento lo que se siente y de los que sienten y tú Y tú no sientes nada. Puedo escribir de ti pero no debo porque de lo que no existe ya nada se dice. Yugo Hoy vuelvo a recoger adioses que deje guardados entre tus ropas mientras mis pensamientos lejanos, lejanos te buscan, ansiando tus sutiles pasos en medio mis días grises y tu recuerdo llano.

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Leoncio Luque. Nació en1964, Huancané – Puno. Es docente, promotor cultural, bibliotecario y escritor. Participa del colectivo de poetas del Lobo Estepario y publica regularmente sus poemas en la revista: Poesía para Kemar. Desarrolla Talleres de Creación Literaria y Talleres de Lectura en la Biblioteca Municipal del distrito de San Luis. Estudió Economía en la Universidad Nacional del Callao (1985) y Lengua y Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal. Realizó estudios de Maestría en la Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle (La Cantuta), en la mención de Didáctica de la Comunicación. Ha publicado los poemarios: Por la identidad de las imágenes (1996), En Las grietas de tu espalda (2001) y Crónicas de Narciso (2005). EXILIO Tú no sabes N A D A De esta historia Ni de esta sonrisa trunca De fines de S E M A N A. Exilio & Penas interiores De alguien mío Se a r r a s t r a en Pamplona P A M P L O N A Es mi morada inexacta de ojo gris & Tumba muda. Aquí La vida culmina para muchos Sin importar qué piensas Qué encuentras, En cada paso. Lo bueno & Lo malo

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Gritos etéreos - Poesía / 21

Son P A L A B R A S DISPUESTAS A VOLAR A cualquier lugar En mapas de pergamino. Yo te veo partir, Casandra Hacia donde nadie Te espera. Donde mi mundo Es neblina & LAS PALABRAS son Heridas que sangran En la ORFANDAD Espesa & ácida. Aquí, Nuestra piel es como Un corazón de arena Llena de mariposas oscuras Recorriendo el mundo. Yo inauguro caricias ajenas En cada paso de tu cuerpo, Que se moldea con el viento. La SOLEDAD dibuja Un amor tosco En tu cuerpo de neblina. Tú eres mi Universo lírico expandiéndose Como rayo de sol Por el mundo Donde ES CU CHAS Mi lamento AL PIE DEL CIELO.

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Gritos etéreos - Poesía / 22

Raúl Heraud. (Lima, 1970). Poeta, Licenciado en psicología. Ha publicado los poemarios “Hecho de Barro” 2001 y “Respuesta para tres o cuatro” 2002 bajo el fondo editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, “El Arte de la Destrucción” 2006 (Premio “Hermandad Latinoamericana”, otorgado por la editorial Creadores Argentinos – Buenos Aires Argentina). “Teatro de la Crueldad” 2009 (Afa Editores). Orange ode (Mesa redonda - 2009), Antología de la nueva poesía cubana (Elefante editores - 2010), Restos (Letra en llamas - 2011)Ha sido incluido en antologías sobre Poesía peruana como “El ojo de la aguja” (U.I.G.V. 2003), “Ríos viejos voces nuevas” (Casa del poeta peruano 2004), “Cuentos Reales” (U.I.G.V. 2005), “Manual de Literatura Peruana” (Afa Editores 2008). Técnicas de Restauración Poética (ediciones Altazor 2008), Antología Poetas del mundo – Revista Hispanoamericana de Literatura (Afa Editores 2009 ). Ha publicado la Muestra de poesía “Rito Verbal” - Poesía 2000—2010 (Elefante Editores, 2011). Parte de su trabajo poético se encuentran en Diarios y revistas de Lima y de diversos países como Argentina, México, Chile, España, Cuba, Brasil. Poemas suyos fueron traducidos al catalán, italiano y portugués. Ha participado en festivales de poesía tanto en Perú como en España, Argentina , Brasil, Chile y Cuba.

A quien lo leyere Querido lector yo fui un poeta sin títulos al que no tomaron en cuenta jamás en las ferias ni en los festivales internacionales, mi palabra fue minúscula, nunca fui ni por asomo la voz de mi generación, tuve que esperar una década para que volvieran a verme, escribir unos cuantos poemas que hablen de mi soledad, beber en algunos bares con gente despreciable, fumar de sus cigarrillos cuando en realidad quería escupirles la cara, solo para poder canjear su respeto, tardé muchos años en darme cuenta que la poesía apesta, miente indiscriminadamente, me condenó a vivir en la más absoluta oscuridad, me convirtió en un muerto que no veía más allá de sus afiebradas cuartillas, viví bajo su embrujo por años creyendo que mi vida comenzaba y finalizaba con cada verso, que cada idea pergeñada me acercaba a la salvación, la poesía fue para mí nada más que un vampiro chupando mi vida lentamente, un verso más, un solo poema más para alcanzar la eternidad decía, y era una tumba oscura, un ejercicio de ideas siempre vanas quien hablaba, así he vivido por años dentro de este trozo de papel, creyéndome dios como un estúpido, inmortal cada vez que el poema se cruzaba delante de mí, lo cogía por las viseras, tenía una predilección por ellas, creía que ahí se desarrollaba mi instinto animal, aquel que me hacia escribir como un poseso.

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Gritos etéreos - Poesía / 23

Querido lector no toda la poesía salva, aquí dentro de estas páginas también se viste uno de impunidad, se vuelve uno esclavo de sus farsas, quien no ha mentido en su hora final, quien no ha banalizado su palabra, confieso que les mentí, jugué con ustedes, cayeron en mi mascarada, Les hice creer que era la encarnación de Guido Cavalcanti, que Saint Jhon Perse había resucitado, ahora pueden juzgarme todos los presentes, filósofos prestidigitadores y anacoretas, todos grandes conocedores de la palabra, pueden apedrearme si quieren, esta noche me quito la máscara, dejo aquí mis manos obsesas, mi mente afiebrada, mis ojos grises, mi carne trémula, dejo aquí el delirio de mis noches, mis pupilas adictas y mi voz apagada, aunque fuera de estas hojas nada tenga sentido renuncio a llamarme poeta, todo los demás se lo puede llevar la muerte. Poema Esquizoide Esta mañana me he sentado a la mesa buscándome a mí mismo, encontré algo parecido a mí que flotaba en la taza de té, ahogando sus culpas, lo miré apenado como cuando uno ve a un insecto irse por el agujero del lavabo, ayúdame me dijo, pero yo sabía que no había vuelta atrás, porque es triste abandonar lo que uno ama, pero más triste es aun callarse y resignarse a ser otro, este, que queda sorbiendo de a pocos la taza de té no soy yo, es un impostor que ha usurpado mi nombre todo este tiempo, ha tomado mi lugar, viste mi ropa, habla con mis maneras, pero es otro, el que orina fuera del retrete, el que se ríe de dios, el que noche a noche ahoga su semen en el vientre de mi mujer, ese ha construido en mi ausencia un edificio donde vive plácidamente, donde es feliz solo por una perversa costumbre, yo vivo en el fondo de las tazas, en el reverso de los espejos, mirando siempre que puedo mi vida falsa, soñando un día con desenmascarar al impostor, al que se ríe a carcajadas de mi desgracia, mi otro yo se esconde de mi nostalgia, repasa su libreto nerviosamente para no ser puesto en evidencia, sobre la mesa, esta mañana escribe este poema para usarlo como defensa contra mí, porque lo que soy lo agota, lo saca de sus casillas, por eso trata desesperadamente que todos me olviden fingiendo tolerancia, siendo amable con mis enemigos, nadie cree en sus engaños, en esa actuación burda, mi mujer finge caer en el cuento, le hace creer que soy yo porque está harta de verme en el fondo de las tazas escribiendo cosas que no tienen ningún sentido, corrigiendo papeles que no van a parar a ninguna parte, inventando historias que solo tienen lugar en mi afiebrada mente, por eso ella simula como toda una profesional , le da un beso a mi doble y se va a la cama con la esperanza de que algún día me ahogue en el fondo de aquellas tasas, con la ilusión de que sea el farsante y no yo quien amanezca con ella para siempre.

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Gritos etéreos - Poesía / 24

Raúl Allain. (Lima, 1989) Estudiante de Sociología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fundador del Grupo Suicidas. Ha sido incluido en diversas antologías, tales como Poesía, Cuentos y Vos 2012 (2012), Catástasis 2011 (2011), Veinte poetas: Muestra de poesía contemporánea (2010), Poesía y Narrativa Hispanoamericana Actual (2010), Abofeteando a un cadáver (2007), entre otras. Actualmente, es Presidente del Instituto Peruano de la Juventud (IPJ) y codirige el sello independiente Río Negro. Ha publicado las obras antológicas Poéticas (2011), Suicidas Sub 21 (2011) y Convergencias (2012) y el ensayo La cientificidad del consciente (2011). Pronto a publicar el poemario Flotar es precipitar. Contra noble causa Únicamente por la encadenación de los estigmas, plasmo ideas de estimación absurda que se consumen más que la verdad, verdad torrentosa en los complejos. Atormentado, me libero de las crisis para acogerme a lo que la sociedad considera cordura, pero acaso no es el extremo de ésta, absurdo; y esta misma a la vanguardia, putrefacta. Soy un inadaptado orgulloso en este mundo, pues no soporto discriminación alguna y mi vejamen es contra los “habituados” sociales que al no combatir los crímenes ostentosos, abarcan en su interior al criminal más corrupto. En consecuencia, este veraz desahogo, trata de mutarse converso en apreciación para un cambio social, y aunque sé que puedo transgredir el consciente, llegando a la omnipotencia, soberbia estoica, deseo extremar el misterio, corriendo el peligro de llegar al terror para cambiar aunque sea una estrella de este orbe humano frívolo.

[De: Flotar es precipitar (poemario inédito)]

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Gritos etéreos - Poesía / 25

Giovanni Collazos Carrasco. Nació en Lima-Perú un 24 de octubre. Reside en Madrid desde hace más de 12 años. Empezó a asistir a mediados del 2004 a los talleres de poesía de la asociación cultural Clave 53 de Madrid, dirigido por el poeta Giuseppe Domínguez. En la actualidad sigue su andadura poética de manera autodidacta. Ha publicado poemas en cuatro libros antologías poéticas, en el 2009 y en el 2011, en Madrid. Ha colaborado con diversas revistas literarias en España, Perú y Chile. Tiene escrito dos poemarios “El hombre cuneiforme” (2010) y “Ojos de paiche” (2011), que aún mantiene inéditos. Extracto de papaya Cómo sintetizar, afiebrado, las esquinas, las calles, las veredas cómo reír si el asfalto ya no me pertenece cómo dormir como bebé si el colchón huele a vino cómo tomar extracto de papaya si ya no voy al mismo mercado cómo exprimir la violencia hasta hacer jugo de ternura cómo ser otra vez niño si ya no existe la inocencia. Desfachatez El beso que robaste de aquella chinita dejó un mapa de fruta en tus manos de niño fue el principio de comer siempre la hierba, de morder el polvo dulce fue el inicio del complaciente rechazo del palomilla que obsequiaba afectos, entre compañeras de aula todo ese adrede cobijaba tu cuerpo y se quedó en la desfachatez, se te quedó en el alma cortarte el labio sin el festín de su cara hasta empezaste a domesticar perros cansados que siguen ladrando, sin dolerse en sus mordeduras.

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Gritos etéreos - Poesía / 26

Luis Ormachea Azpilcueta. Cusco, 1974; ha publicado los libros de poesía Índice, Bóveda, Apología del absoluto cotidiano, Tela de juicio y Palabra de hombres reunidos bajo árbol extranjero. POEMAS PARA SOBREVOLAR EL ONCE DE SETIEMBRE 1 A los perros que unos alados niños atormentan A las nubes que ellos persiguen no les debo palabra alguna sí a la gloriosa estupidez de esos niños porque esconden la verdadera poesía, el verdadero amor, las pocas monedas que nuestro futuro con mezquindad ofrecerá a sus manos el pan: robado, la sonrisa oblicua, y el ayuno, en plenitud ese sueño que no sueña que sólo restituye lo cansado para sus lentos lomos, a sus yugos: siempre dispuestos volverán, de haber dado con el pico, la ventana solar de soles difíciles, aún más que aquél buscado espejismo, la vida más allá de donde pisamos del pasto confundido, la alarmante pobreza del uranio a toda familia sonriente o atacada por la enfermedad, o el suicidio o los excesos del azúcar en su vena extenuante, la edad ese áspero misterio, ¿crees? que los perros se encarguen de los perros amarlos con un poco de mal ya es suficiente

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Gritos etéreos - Poesía / 27

Viscely Zarzosa (Ancash-Perú, 1994). Actualmente es estudiante de la Universidad Nacional del Santa en la especialidad de Comunicación Social. Ha publicado el libro de poesía “Noches de recuerdo”. Además, ha sido antologado en “Vientos del sur” (Imagen de la poesía neochimbotana). Dirige la revista virtual “Literaglobatura” y es integrante del grupo literario “Isla blanca”.

HORAS TACITURNAS

A mi segunda casa: Universidad Nacional del Santa

Seis de la mañana el día me reprende el sol subyuga la palmeta y nadie interrumpe el sermón. La mochila y el pan es un traqueteo ambos suspiran en la mesa tan solo unos minutos agotados, la celda del ocio, nadie habla al alba la madrugada no bosteza Ni aun el vals de veredas. ya los segundos se divorciaron de cien milésimos, a un conciso trote el azul se colorea animoso, una bravía marca el minutero en treinta nadie parlamenta extravíos reloj que timbra en círculo mudo. Doce de la tarde acelera el horario universitario escuchemos bien el tic-tac el aire impuro acumulado en los exámenes inconclusos rostros patéticos estómagos en ronroneos. Fallecer extenuado. volver a la habitación de reposos tardíos retornar a las horas indecisas levantarse a prisa seis de la mañana…

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Gritos etéreos - Poesía / 28

Mauro Gatica Salamanca. (Arica/Chile - 1974). Escritor. Licenciado en Lenguaje y Comunicación. Dirige La Liga de la Justicia Ediciones. Ha sido publicado en revistas electrónicas como Cinosargo, La Calle Passy, Indie entre otras. guapa en una casa sublime papá le pega a mamá oh! qué emoción hijo toca a hermana prima muestra cositas a primo papá mea a mamá en la cara perro lame a guagua debajo de la mesa ¿te lo puedes creer? ahora papá toca a hija mientras duerme mamá alimenta a perro con recelo prima le pega a guagua con un zapato hijo se toca mientras mira por vidrio de una ventana más pequeña que él ahora papá besa en la boca a guagua mamá duerme con hijo lo abraza con fuerza por la espalda ¡qué horror! hermana toca a prima con la lengua primo/la tarde/caricias y el perro papá se masturba mientras caga mamá mira como hijo se toca en la ducha se toca que se toca el muy hijo el padre mira televisión hermana muerde perro con rabia prima mete pistola en la boca

¡bang! …qué emoción! hijo prende fuego a la cama ahora madre se abre de piernas ¡qué pena! ¿verdad? ¡qué pena! no tiene para cuando cerrarlas la muy madre hermana besa a hermano en la boca hijo mira a padre meterse cosas por el culo ahora abre piernas la prima el padre hace lo suyo en el espejo el perro/ la guagua/ la prima y quién sabe si no lo está haciendo usted ahorita

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Obituarios del silencio

(Narrativa)

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Obituarios del silencio - Narrativa / 30

Roy Dávatoc. (Perú, 1981). Editor de Editorial Ámbar S.A.C. Ha publicado los poemarios “Alma, cuando un corazón emigra”, “La lluvia nos detiene”, “Gradus” y “Confesiones para Raziel”. Se desempeña como profesor de Literatura.

LA COLECCIÓN DE ALSTILA

Nos conocimos fuera de la universidad. Al siguiente día quedamos en vernos sobre las seis de la tarde; a esas horas el sol ya no cuaja las mochilas ni la piel y todo se desvanece.

Llegó veinte minutos tarde como todas las mujeres. Laura es de

aquellas muchachitas precavidas; de pausado caminar, de piernas largas y contorneadas, de boquita roja y tentadora, de ojos vivaces y mirada fugitiva, de manos suavecitas y acrílicas uñas.

Nunca se disculpó y yo tampoco tenía la intención de reprocharle nada.

Nos sentamos en la banca que da frente a la cafetería y nos miramos como dos becerritos, tiernamente, mientras sorbíamos el rancio café que tanto nos gustaba y en nuestros ojos endurecimos el silencio.

Un perro me mueve la cola, es el mismo que ha contado mis pasos

desde aquel parque donde han asesinado a un hombre hace dos horas. Es escalofriante pensar en la muerte en un día que no es bueno para vivir.

Se acerca un hombre; le calculo unos cuarenta años y unos diez más

por vivir; su piel es cobriza y arrugada como una hoja, el tiempo se ha posado en sus cabellos como el polvo en la alacena, tiene la tristeza honda como la de las palomas de la plaza; se nos acerca más y se disculpa. Entonces le pregunté sobre aquel incidente en el parque al sospechar que era dueño del perro.

Laura me lanzó una mirada soslayada, con intriga y confusión de las

niñas en un cuarto oscuro. Pude sentir el miedo resbalando en sus labios, como baba infantil; sus dientes pequeñitos rechinaban como cascos de caballo en una calle empedrada del algún pueblo del sur mientras clavaba sus uñas en mi antebrazo. « Alstila, se llama», nos dijo el hombre que tenia el aliento amargo de mujer abandonada. Me sorprendí y todo se hizo confusión. Luego la pequeña

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Obituarios del silencio - Narrativa / 31

Laura muy atenta le preguntó quién era Alstila. El hombre, con los ojos desorbitados y balbuceando, enredándose la lengua como un pasador de zapato viejo, sólo dijo que el sujeto era un santo. Después añadió, como desesperado, que Alstila está en aquel parque y parece ser mandado por un Dios.

Me reí sarcástico como el estúpido alcalde de mi pueblo y Laura, medio

avergonzada, me hizo señas con los ojos y me callé. El viejo atendió mi burla casi complaciente y nos hizo la invitación para ir a ver al sujeto de la voz mansa y el semblante calmo.

Incrédulo aún, convencí a Laura, como quien convence a un niña con

algún chocolate, me acompañe para saciar mi curiosidad de animal tierno; total, el lugar quedaba a dos o tres cuadras de la cafetería. Nos pusimos de pie, tiesos como los pinos de alguna avenida y nos dispusimos para ir al encuentro de Alstila.

El hombre se despidió con una tonta sonrisa en los labios y un honesto

apretón de manos. Su piel estaba fría como el viento neoyorkino, helada la mano como invierno que cala los huesos. Luego avanzamos despacito algunos metros, después giramos la cabeza como en cámara lenta, como quien voltea por curiosidad para ver al hombre, pero éste ya había desaparecido zigzagueante, como reptil venenoso.

Laura y yo comenzamos a caminar marcando el paso, desde lejos

podíamos ver la multitud aglomerada como montículos de basura. La gente parecía hervir por la curiosidad como Laura que se emocionó y empezó a correr. Nadie lo vio o quizá fue la imprudencia de la inquieta muchachita. No sé de dónde salió. Parecía un cohete de cuatro ruedas. Fue inevitable. Laura estaba tirada convulsionando en el suelo, vibrando aún, con el cuerpecito tibio y delicado, luego se quedó quieta y tendida como una sábana. La habían atropellado.

Me desesperé, todo en mí se descontroló; estaba hecho un hospital de nervios. Cogí a Laura en los brazos y empecé a correr y a correr como un atolondrado, llorando y suplicando por ayuda. La muchedumbre que no estaba tranquila abrió paso y yo me arrodillé. Frente a mi un niño de tez clara, de ojos limpios como el agua en el campo. No sé ni por qué prenuncié el nombre de Alstila. El chico se inclinó ante mí para tocarme el hombro y pedirme resignación; yo no podía aceptarlo tan fácilmente, no en mi posición. Fue ahí que recordé al viejo hombre, al dueño del perro, y le dije que me habían contado sobre Alstila, el santo; entonces le pedí, casi exigiéndole, que haga un milagro. Le supliqué por Laura y él aceptó mi ruego común, pero me advirtió que tenía que pagarle por devolverle la vida a la frágil mujer. Le expliqué que no tenía dinero en esos momentos y… él echó a reír. «No es dinero lo que te pido, hijo» me dijo el niño y luego sentenció: «para que la mujer vuelva a la vida debes pagarme con alguna parte de tu cuerpo». Le dije que escoja lo que él quisiera. «Ya escogí» me

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Obituarios del silencio - Narrativa / 32

susurró. Entonces puso su mano cariñosamente en uno de mis ojos y sin darme cuenta de un solo tirón me lo arrancó, luego lo limpió y se lo tragó como una pastilla antialérgica, después puso sus manos sobre Laura y una luz verde salía de él para entrar en el pecho de mi futura mujer. El cuerpo de Laurita empezó a convulsionar nuevamente y como luchando se levantó. Estaba respirando nuevamente, algo distante, quizá, pero viva al fin.

Después del milagro no importó la deformación de mi rostro con la

ausencia de uno de mis oscuros ojos. La gente se inclinó y también yo. Fue en ese instante cuando vi mi mano manchada con una sustancia azul y recordé al viejo cuando me extendió la suya. Me acerqué a Alstila y le pregunté por aquel hombrecillo, el del perro. «Ah, el cojo», me dijo; él ahora es un zombi porque nadie ha pagado un ojo por él. Luego me dijo que en tres años Laura y yo íbamos a ser padres y en agradecimiento le pongamos su nombre: Jesús de Nazaret.

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Cristian Acevedo. Nacido en Buenos Aires, en septiembre del 79. Escritor aficionado y gran lector. Vive en Tortuguitas, con su mujer y sus dos hijos.

BOTELLAS

Siempre me llegan botellas con mensajes por demás insignificantes, pero la del jueves me ha perturbado por lo que va de la semana.

Tanto lo ha hecho que hoy es domingo y la botella llegó a mis pies el jueves y por algún motivo que ignoro lo sé, yo que tanto desdeño los calendarios y prescindo de relojes, y que nunca conozco siquiera el mes en que ando reptando.

Antes era muy distinto. Si me llegaban botellas verdes, volvía inmediatamente a arrojarlas a los arrabales del piélago, adónde jamás he podido llegar con ninguna de todas las balandras ideadas tan solo por mí.

Las he detestado desde la ocasión en que nadé no sé cuántas leguas a barlovento sólo para descubrir que el mensaje que contenía esa botella verdemar, enumeraba explícitamente las razones por las que nunca abandonaría el cayo. Esa vez supe del miedo verdadero, pero más tarde entendí que no estaba solo, que alguien me espiaba, y que ese alguien me enviaba botellas verdes para comunicarse conmigo o más bien, para torturarme.

La segunda botella verde la recibí dos lunas más tarde. Entre tanto no paraban de llegarme todo tipo de recipientes de diferentes vidrios y colores: frascos, ánforas, latas y una vez alcanzó la costa un tubo de ensayo que terminó estallándose contra el acantilado.

Jamás entendí ese mensaje que estaba colmado de fórmulas y combinaciones que según sé, tenían que ver con la tabla periódica de Mendeléyev.

También llegaron algunas de plástico. Esas también las devolví porque no contenían nota alguna. Todavía andan dando vueltas por ahí, porque son demasiado livianas para volver a la inmensidad y yo las dejo, porque en eso también nos parecemos.

A esas ya no las necesito. Tengo diecinueve botellas pardas desparramadas por toda la superficie del cayo, una en cada cabeza de cocotero, para almacenar el agua de lluvia que, junto con la de los cocos, es la única que bebo (ya aprendí).

He llegado a tener cincuenta y tres de esas botellas para los días de tormenta, pero con el tiempo descubrí que no necesito tantas porque es una región enfadosamente lluviosa y para cuando termino de consumir la decimoquinta o decimosexta (dependiendo de cuánto me deba rehidratar), vuelve la ventisca y el aguacero me permite reaprovisionarme.

También aprendí que es más provechoso salir a pescar en plena tronada, que es cuando abundan los peces en la rompiente y contrariamente a lo que el sentido común presupone, salgo a tropel con mi arpón y me aprovecho de la esperada exuberancia.

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Son tan imbéciles los peces, que apenas sienten rebotar las gotas en el techo del mar, empiezan a desfilar histéricos de este a oeste y de arriba abajo, como si fueran proyectiles que pueden esquivar, como si el agua fuera a lastimarlos; como si cada rocío presagiara algo más que lágrimas dulces y viento y nubes negras.

Para esos días también tengo botellas de un plateado brillante y las uso en pedazos que desparramo sobre la arenisca, para que el sol se encargue de secar las carnes a pura fuerza de rayos ultravioletas, como lo ha hecho conmigo.

Tengo, además de tantas botellas con insulsos mensajes, una de ron cubano que prefiero no abrir todavía y que espero beber pronto el día de mi rescate o el de mi muerte.

Llevo (casi a manera de broma) una vida que, a diferencia de lo que cualquiera pudiera imaginar, no está plena o exclusivamente ligada al mar, a la arenisca o a la locura de la soledad, si no más bien disciplinada en torno de mis botellas.

El resto: los callos de mis pies, los agudos arpones, mis conjeturas astronómicas y el sonido permanente de las olas que golpean, son sólo accesorios; porque accesorio significa auxiliar, pero también secundario.

Tengo vistos (ahora que lo pienso), kilómetros y kilómetros de botellas y kilos sobre kilos de papel enrollado y sin embargo, ha sido la del jueves la que me ha marcado y por ella he creído que hoy es domingo y por su culpa se ha revelado ante mí, algo aún más terrible.

Escribo esta carta con la aterradora certeza de que volverá pronto al desierto de botellas imaginadas y cartas ilusorias y me horroriza la certidumbre de saber que nadie me espía ni lo han hecho jamás.

La escribo en una botella verde, a la que ya no le temo ni odio, porque tal vez me ganó la locura y nunca lo advertí, y quizá no existan tales botellas, mucho menos las cartas, ni los cocoteros o los peces agitados.

Tal vez hoy sea en realidad jueves, y esta misma botella regrese tres días más tarde, la mañana hoy, o lo que es peor, que esta botella y este manuscrito que creo cargar sean como siempre, imaginarios. En todo caso, le ruego desestime todas y cada una de éstas palabras porque para cuando las lea ya estaré naufragando en el fondo del ron cubano sin que nadie lo sepa ni le importe.

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Aldo Andrés Astete Cuadra. (1978, Panguipulli) Profesor, Licenciado en Educación. Est. Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea (UACH). Es miembro del “Círculo de Poetas y Escritores de Quellón" y de la “Agrupación Chilota de Escritores” (ACHE). Ha publicado "Ensoñaciones" (autoedición, poesía). Antologado en "Antología de Poetas y Escritores de Quellón" y "Cuaderna Vía" revista literaria ACHE.

Placer culpable

Bajé del autobús y como de costumbre me detuve en una panadería para comprar unos pastelillos, mi placer culpable. Continué luego por las húmedas calles del pueblo, la lluvia había cesado definitivamente y comenzaba a levantarse la niebla nocturna tan típica en esta zona. Dejé atrás las calles centrales para adentrarme en las solitarias veredas de los alrededores y a poco andar, en una esquina, observé a una joven despidiéndose de un hombre con voz varonil y malhumorada. Dio media vuelta antes de que la pudiera alcanzar.

Hasta ese momento mis pensamientos divagaban en torno a cómo sabrían los pastelillos que ayudaban a sobrellevar de mejor manera las largas y solitarias noches. Pensaba en la suave crema bombardeada de chips de chocolate que cubrían el centro relleno de mermelada dulce y fría, que me transportaban a la infancia más precoz, acumulación de sensaciones agradables, evocaciones difusas, pero memorables, mitologías que construimos en nuestro inconsciente, historias que nos gusta contarnos para hacer más llevaderos nuestros experiencias posteriores, aquellas negativas, turbias, desagradables. Estos pastelillos se transformaban así en el placebo perfecto para apaciguar las penas nocturnas, en que los recuerdos acuden como pesadillas.

Sin embargo, esta situación ordinaria cesó de golpe mis cavilaciones y fijé mi atención en esta mujer que avanzaba delante, lo más llamativo fue su fisonomía. Era baja y de los hombros a la cadera su silueta rectangular terminaba en dos piernas delgadas enfundadas en unas calzas negras. Su modo de caminar masculino le daba un carácter vulgar, sin atractivo alguno para mi gusto. Continué con mi paso intermedio, eso sí, mis zancadas son grandes, algo torpes debido a mi elevada estatura. Ella continuaba con su paso despreocupado por las oscuras calles como si no le importara mi presencia. Increíblemente me concentré en contar sus pasos y determiné que por cada uno de los míos ella daba dos, dos y medio y hasta tres pasos. Así continuamos por una cuadra, le iba ganando terreno sin apurar el tranco, en cuestión de segundos estuve muy cerca, a un metro, poco más. Algo más completaba el insólito cuadro, un sonido caía desde el cielo, parecía ser un avión que se mantenía estático y monótono en su ruido, esto me irritaba, entorpecía el momento.

No sé por qué hacía esto, parece ser que algo me excitaba, como si fuera un cazador que acosa a su presa sin disparar o un pescador que da sedal a un pez

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Obituarios del silencio - Narrativa / 36

para luego atraerlo a su red. Pienso que el descubrir sensaciones desconocidas me impulsaba, algo que trastocara la amarga monotonía de los días, efecto similar me invadía al comprar un nuevo pastelillo, el sentir algo distinto, diferente, dejar fluir mis emociones. Este era un evento fortuito que cruzaba por mi camino, pero ese ruido infame...

Al percibirme cerca, ella aceleró su andar, yo caminé más rápido, manteniendo la distancia, pero ella volteó mirándome con una mueca de espanto, articulando palabras que no escuché, pues sólo se oía la turbina del maldito avión. Entonces este gesto bastó para que infundiera en mí un instinto canino percibiendo las feromonas del miedo, instándome a atacar sin mayor provocación. No le di tiempo de reacción, la tomé con fuerza de la cintura y con la otra mano tapé su boca antes que pudiera decir cualquier cosa. Ahogada por mi mano, intentaba gritar, pataleaba también y arañaba las partes de mi cuerpo que estuvieran a su alcance, el dolor que sentí fue delicioso, sin embargo el maldito avión continuaba ahí con su sonido monocorde entorpeciendo mi dicha. Someterla pegada a mi cuerpo me excitó de tal manera que continué ejerciendo presión y pronto ella dejó de dar pelea. De todos modos, la estreché fuerte hasta que dejó de respirar y súbitamente esto me produjo un estertor agradable que recorrió mi espina.

Sólo las luces de un vehículo que viraba me devolvieron a la realidad. La solté y se desplomó inerte. ¡Qué hice!, fue lo primero que me pregunté, intenté reanimarla y un grito de ayuda surgió irreprimible de mis labios. La niebla y el rumor del avión debieron silenciar mi alarido. Al ver su cuerpo sin vida y los ojos desorbitados saliéndose de las cuencas resaltando sobre su piel morena, comprendí que debía huir y correr hasta la tranquilidad de mi hogar, nadie vio nada -pensé-, aún estoy a tiempo. Mientras corría, el sonido aéreo desapareció, las calles estaban silentes, ni un perro, ni un alma se cruzaba en mi loca carrera.

En minutos, estuve en la seguridad de mi casa, a salvo. Ya en la cama, cubierto por completo por las sábanas, me era imposible conciliar el sueño debido al ulular de las sirenas que se dejaron sentir por largo rato. Además, algo que podríamos llamar remordimiento me estremecía, entonces necesité de mis pastelillos para calmar mi atribulada conciencia.

¡Oh por Dios! exclamé sobresaltado, ¡no es posible!, ¡estoy perdido!, mis pastelillos se han quedado junto al cuerpo. ¡cómo pude olvidarlos!

La noche transcurriría lenta y amarga sin ellos.

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Obituarios del silencio - Narrativa / 37

Pedro Maino Swinburn. Editor y profesor universitario. Escritor de domingos. 29 años.

EL NIDO

Junto a la puerta cerrada, un pequeño sobre blanco contrastaba con las negras cerámicas de la entrada. Breve y contundente, debería viajar.

Dudé unos instantes. Ir inmediatamente al bar, desquitarme con esta vida del carajo, o entrar a llorar en los brazos de mi mujer.

En la humeante tristeza del bar, diluí mi mala suerte y por poco me siento aliviado. Un hombre que se sentó a mi lado parecía haberlo perdido todo. Me toqué los bolsillos y al confirmar la presencia de mis llaves y de mi billetera, sentí una estúpida superioridad. Pagué sus dos cervezas sin que lo notara y me resigné a volver a casa.

Sus palabras eran las mismas de siempre y no me servían de nada. ¿Quién se las habrá enseñado? ¿Pensará que alguien podría encontrar consuelo en ellas? Me conformo con sus manos pasando una y otra vez por mi pelo y un vago olor a jabón de manzanilla.

El asiento de al lado estaba vacío. Imaginar que podría ser ocupado por alguien me mantuvo intranquilo durante largo rato, hasta que en una de esas paradas anónimas, en terminales anónimos, un anónimo se sentó a mi lado. Sentir su respiración fatigada llenando el frágil silencio del bus, junto a su permanente acomodarse en el asiento, me hizo volcar sobre él toda mi rabia.

Al bajarme del bus tuve que coger esa bronca y echármela a la espalda como una pesada mochila para caminar con rumbo incierto por las calles de una ciudad que he olvidado casi por completo. Y la orquesta iracunda de bocinazos, garabatos y salivazos volvió mi dolor pequeño, minúsculo; mi caos, absolutamente intrascendente.

No sin cierta dificultad pude reconocer mi casa, medio oculta entre altos edificios que se levantaron como monumentos a muertes gigantescas. Antes de tocar el timbre, la puerta se abrió. Estaban esperándome. El sonido de las voces engoladas garabateando el cielo con mentiras de éxitos y solidaridades me aseguró que estaban todos. Justo al franquear la puerta de la terraza una mujer se acercó sonriendo: - Hasta que te dignaste a venir a saludar a tu madre para su cumpleaños, chiquillo ingrato.

Por ellas se nace y por ellas se muere, pensé. Esto no puede ser otro lugar más que el infierno.

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Ariel Carlos Delgado. (Bogotá, Colombia). Abogado, con estudios en cine y televisión, es parte del grupo de escritores que busca la reivindicación de los géneros fantástico y ciencia ficción en los países de habla hispana. Ha colaborado con las revistas digitales miNatura, NM, El humo, Remolinos y los sitios web Letralia, YoEscribo y la ciberbitácora El país de las historias. Fanático del cine, los comics y los gatos.

EL OTRO LADO Poco a poco la luz va reemplazando las sombras, tengo la mirada fija en el techo. Es la quinta noche que llevo sin dormir y temo por mi cordura. El comienzo fue sutil; sombras y formas vagas, apenas percibidas por el rabillo del ojo, algo normal según muchos. Luego vino la sensación de desplazarme en medio de una especie de océano de melaza; un lugar pleno de formas de vida diferentes a la nuestra, seres que me susurraban al oído que era hora de irme. Los exámenes médicos indicaron mi buena salud. Llegué hasta la puerta del consultorio del psicólogo, pero fui incapaz de entrar. Quizás solo era cansancio, la semana había sido intensa y agotadora. Invité a una amiga al cine, esperaba que eso me relajara al menos un poco. Al apagarse las luces y comenzar la función, tuve la seguridad de que venían por mí. El tiempo ha terminado me repetía mentalmente con estúpida obstinación. Aterrorizado abandoné la sala, dejando asustada y confundida a mi amiga, corrí en medio de los autos cuyos conductores lanzaban insultos, la gente me miraba extrañada. Garras invisibles de tomaron de los hombros levantándome, vi mi cuerpo abajo, caer de rodillas y mover la cabeza como si despertara de un sueño, un transeúnte se acercó a preguntarle si estaba bien. Por fin entiendo, ya me habían advertido del peligro de pasar demasiado tiempo en el cuerpo de un humano, podía perder la identidad. Ahora regreso con los míos, a mi propia realidad.

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Obituarios del silencio - Narrativa / 39

Libardo Caraballo Blanco. Nací el 22 de septiembre de 1986, estudié biología. Vivo en Sincelejo-Sucre (Colombia). Me dedico a la escritura de relatos, y ocasionalmente poesías. Fanático de la literatura lovecraftiana y épica, al igual que la de terror y suspenso, por lo que la mayoría de mis relatos siguen esas tendencias. Hago parte del Taller Literario Páginas De Aguas asociado a RELATA, fui seleccionado para hacer parte de la antología nacional de la red nacional de talleres literarios (Colombia) que se publicó a finales del 2011. A nivel internacional se me han publicado varios microrelatos.

El Suicida y la Mucama —Ahora tendré que pedir permiso para morir. Con permiso, ¿eh? No tardo. Gracias… — Espera, ¿qué piensas hacer? ¿Acaso estás loco? Eso es innecesario —le dije mientras lo veía alejarse por el pasillo del segundo piso del hotel. Me miró con la tristeza de sus ojos sin emitir palabra alguna. Me quedé allí de pie, pensando en que debía hacer algo; pero esa había sido su elección, yo no tenía por qué meterme en sus decisiones, más aun cuando sus convicciones religiosas (encaminadas hacia la autodestrucción) eran más poderosas que el mismo amor. Lo conocí hacía dos meses atrás. Cuando llegó de Israel y se hospedó en el hotel. Ese día me encontraba aseando los pasillos. Él entró y de forma muy cortes me pidió permiso para seguir (cosa que no hacían los demás huéspedes) le asentí con la cabeza y siguió hasta la habitación 202. En donde permaneció hasta hace unos días. Lo volví a ver por la tarde, salió de la habitación con su barba y cabello bien arreglado. Su rostro se veía demacrado, un poco pálido, en sus ojos el insomnio se hacía evidente, aun así me atraía su belleza acabada. Le saludé, y fue razón para que me hablara, me preguntó si sabía de algún restaurante cercano, su inglés no era bueno pero le entendí bien. Lo llevé a uno que había cerca del hotel. Estando allá conversamos, fue algo extraño, nunca había socializando tanto con alguien que acababa de conocer. Me sentía atraída por él, aunque pensaba que era algo loco y juvenil. Su nombre era Ramadan y según lo que me dijo ese día, se dedicaba a comercializar productos de su país en otros países del mundo, pero algo en su voz me decía que estaba aquí por algo más que vender túnicas y joyas propias del medio oriente. El tiempo fue pasando y una relación fue emergiendo, como el magma de un volcán en erupción, entre nosotros. Ya no podía ocultarlo, estaba realmente enamorada de él, de su amabilidad, de su sonrisa casi que infantil, de todo lo que era. Pasado un mes de su llegada al hotel, me invitó a salir una noche en que yo tenía descanso. Fuimos a un bar del centro de la ciudad. Bailamos. Bebimos. Disfrutamos como dos jovenzuelos que piensan que la vida terminara a la

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mañana siguiente. Regresamos al hotel pasada la media noche y fue en el donde la pasión nos cegó y sumergió en un mar de placeres carnales que me hizo pensar que había encontrado al hombre de mi vida. Al amanecer, desperté y me sorprendí mucho al verlo desnudo, de rodillas en suelo, golpeándose la espalda con un flagelo, me acerqué y se abalanzó con lagrimas en sus ojos sobre mí. Me habló en su idioma, no le entendí nada, pero sabía que era algo malo, por ello no quise preguntarle que le ocurría, porque lo hacía. Los días pasaban, cada vez que podía me hacía ver lo tanto que me había comenzado a amar (una rosa, un beso sorpresa, una simple caricia en el rostro), me sentía como en un cuento de hadas, “la mucama del hotel y el comerciante del otro lado del mundo, un amor sin límites”, jajajajaja, una si llega a pensar estupideces cuando se enamora. Lo cierto es que todo iba bien hasta hace no más de diez días, recibió una llamada que cambio toda nuestra relación; se torno apagado, me trataba de evitar al encontrarme en su camino. Lo confronte en varias ocasiones. No me respondía nada, callaba, y enterraba su rostro en el piso como si sintiera vergüenza de verme a los ojos. No entendía porque lo hacía, aunque sabía que era muy tímido en algunas ocasiones, pero este no era el caso, sabía que la llamada que había recibido era la culpable de su comportamiento. Hace tres días retomó el comportamiento que tenia para conmigo antes de ser llamado, me llevó a cenar, luego fuimos a un bar a tomar algo y finalmente terminamos en su habitación, extasiándonos de placer. A la mañana siguiente, me contó con lágrimas en sus ojos lo que realmente había venido a hacer a la ciudad. Un senador en un restaurante con otros activistas políticos de su bancada, tratando de crear un ley inapropiada para su pueblo, el entraría, un estruendo azotaría la zona y el fuego calcinaría todo a su paso. Me quedé atónita al escuchar sus palabras. Al recuperarme traté de persuadirlo, pero su fe y compromiso con su gente era más grande que cualquier otra cosa, así que desistí de seguir intentando cambiar sus ideales. Me fui y lo deje allí. Quise denunciarlo, pero no podía hacer nada en contra de alguien que me había amado tanto como él y en tan poco tiempo. Además, siempre he odiado mucho a las personas corruptas y de una u otra forma deben pagar por sus actos, aunque sea de una forma monstruosa y vil. Después de hablarle por última vez, lo vi perderse en el pasillo con su cuerpo cargado de muerte y destrucción.

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Oráculos de arena (Ensayos y artículos)

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Oráculos de arena - Ensayos y artículos / 42

La leyenda del Ayaymama

Miuler Vásquez González Fundador del circulo literario REZISTENCIA

En castellano: Ayaymama, En quechua: Ayay-maman

L a versión más antigua acerca de la leyenda de esta ave, por lo menos la que he podido indagar, data del año 1928 (1). Por entonces, el investigador, militar, estadista y escritor César Augusto Velarde (2), en su novela “Sacha Novela” (3), refiere la historia de un curaca muy

poderoso que vivía “a la vera de un afluente del río Amazonas” junto a una mujer bellísima y su pequeña hija. Sucedió que el Chullachaqui, “genio del mal”, “tímido a pesar de su gran poder y que rehúye todo encuentro con los hombres”, se enamoró de la mujer de este curaca, trató de convencerla con engaños y hasta le ofreció regalos y más, para llevarla consigo; pero todo fue inútil: en seis meses nada pudo lograr salvo el desprecio. Entonces se le apareció en su forma original y así le habló: “quiero que me ames como a tu marido ¿entiendes?... Y porque

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veas que tal es mi voluntad y no la de forzarte, te concedo otros seis meses de plazo para que lo pienses y te resuelvas. Si al cabo de ellos te resistes aún, sabré vengarme de ti…”. Nara, que así se llamaba la mujer del curaca, “¿vengarte?... ¿me matarás?”, le preguntó. “No te mataré”, le respondió el Chullachaqui, “te quitaré a lo que más a adoras, a tu hijita”. Y al cabo del tiempo estimado, “Nada quiero de ti”, exclamó colérica Nara mientras llamaba al curaca, que de todo estaba ya enterado. El genio del mal, entonces le dijo: “ya que nada quieres conmigo, sabe que para castigar tu resistencia convertiré tu hija en pájaro que en las noches de luna te recuerde el desdén que me hiciste sufrir… Adiós”. Diciendo esto, desapareció en el bosque antes de que el curaca llegase “jadeante y armado para la lucha”. De inmediato Nara le contó lo sucedido al recién llegado, y ambos se dirigieron a la cabaña con urgencia, “pero… ¡ya era tarde!... Al mismo tiempo que llegaban hacia la puerta, un pájaro blanco salía volando de ella gritando lastimeramente ¡Ay ay mama!, ¡Ay, ay, mama!... Y desde entonces el Ayaymama sobrecoge en las noches de luna a los moradores de la selva con sus dolorosos alaridos, mientras que todos, al persignarse, hacen votos porque llegue el día en que madre e hija se encuentren alguna vez para destruir el maleficio del vengativo Chullachaqui…” El gran novelista Ciro Alegría, en 1941, en el capítulo quince de su obra cumbre “El mundo es ancho y ajeno”, nos habla de la misma leyenda (4) con una maestría extraordinaria. Sin duda, debió tomarla del libro de Velarde. Francisco Izquierdo Ríos, en cambio, en una selección antológica publicada por primera vez en el año 1947, junto al grande José María Arguedas, recogió una versión distinta (5): dos hermanitos huérfanos de madre, varón y mujer, fueron abandonados en el bosque por influencia de una madrastra mala… El padre los llevó una primera vez; pero ellos regresaron porque dejaron maíz en el camino; en una segunda oportunidad no tuvieron la misma suerte y ya no les fue posible volver. “Llegó la noche (…) En sueños vieron que una linda mujer, blanca como la luna, de larga caballera color de oro y vestida con ropas transparentes, los cuidaba y les decía que no tuvieran miedo”. Al fin este personaje de sueños, que era un hada, los convirtió en pajarillos, para evitar que siguieran sufriendo. “Estos, al encontrarse en esa condición, lo primero que pensaron fue ir a su casa. Y por la noche, cuando salía la luna, llegaron a ella y posándose en el techo cantaron a coro, tristemente: Ayaymaman / huishchurhuarca. (Madrecita muerta, / nos han abandonado)”. Posteriormente, en la novela para niños “En la tierra de los árboles”, que Izquierdo publicó en el año 1952, esta leyenda trascurre inmersa a otros personajes, como animales que hablan, los sacharunas…, ente otros seres míticos (6). Si bien los escenarios son muy característicos de la selva, en este caso, es necesario acotar que en esta versión hay una proximidad al cuento clásico de los hermanos Grimm: Hansel y Gretel.

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Seguramente otras versiones sobre esta leyenda aún no se han difundido; sería muy interesante investigarlas y conocer más de ellas. Notas: 1. Para tener la certeza de esta aseveración, me tomé la molestia de llamar al Dr. Manuel R. Marticorena Quintanilla, para preguntarle al respecto. 2. Consultando en Google Books, encontré que César Augusto Velarde tiene muchos libros publicados, desde leyendas, trabajos de historia, estudios sociológicos, hasta temas de estrategias militares. Sobre su nacionalidad, no logré saber si es peruano o ecuatoriano. 3. VELARDE BURMEO, C.A. Sacha Novela, Casi novela de leyendas y sucesos amazónicos. Segunda edición. Imprenta “El Condor”, 1954. Sobre leyenda de Ayaymama: páginas 7 – 9. 4. ALEGRÍA BAZÁN, C. El mundo es ancho y ajeno. Ediciones Varona, 1978. Sobre Ayaymama: capítulo XV: sangre de caucherías, páginas 419 – 423. 5. IZQUIERDO RÍOS, F., ARGUEDAS, J.M. Mitos, leyendas y cuentos peruanos. Ediciones de la Dirección de Educación Artística y Extensión Cultural. Páginas 217-220. 6. IZQUIERDO RÍOS, F. En la tierra de los árboles, Ediciones Selva, 1952.

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Memoria individual y memoria colectiva en Los ríos profundos, de

José María Arguedas

Leandro Simari Estudiante de Letras en la Universidad de Buenos Aires.

E n 1974, la redición de Yawar Fiesta por parte de la editorial Losada incorpora un breve apéndice escrito por José María Arguedas y titulado “La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú”. ¿Cuál es el problema que se anticipa? Diría que una preocupación cabal en la obra

íntegra del autor: de qué forma y a través de qué procedimientos configurar una representación literaria que haga justicia a la vida en el Perú andino en un doble sentido: que se ajuste verdaderamente a ella y que repare las falacias de que ha sido víctima en otros testimonios literarios. Palabras más o menos, la problemática remite a la afirmación de Cornejo Polar según la cual

la motivación que lleva a Arguedas hacia la creación literaria es, según propia confesión, la de invalidar las tergiversadoras imágenes del mundo andino que se desprendían de los relatos indigenistas anteriores; en otros términos, la de ofrecer una visión fidedigna (“tal cual es”) de ese mismo mundo. (Cornejo Polar, 1973, p. 82)

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Así se enuncia un primer límite para la expresión literaria de Arguedas: el realismo. El segundo límite, a medias impuesto desde afuera y a medias ligado con la mentada voluntad de representación, es expresado por el autor en los siguientes términos: “En los pueblos serranos, el romance, la novela de los individuos, queda borrada, enterrada, por el drama de las clases sociales” (Arguedas, 1974, p.166). En otras palabras, la novela que se impone en el Perú de los Andes es la novela de los pueblos, no la novela del individuo; el sujeto en tanto epicentro de la representación literaria es desplazado por la fuerza de lo colectivo. Tal afirmación, quiero insistir, se ubica en el apéndice a Yawar Fiesta, un dato no menor para su análisis porque ¿qué otra cosa es Yawar Fiesta sino una novela acerca del drama de las clases sociales, una novela donde lo colectivo se antepone a la individualidad? Para prueba, baste el testimonio de Arguedas mismo: “Casi no hay nombres de indios en Yawar Fiesta. Se relata la historia de varias hazañas de los cuatro barrios de Puquio; se intenta exhibir el alma de la comunidad” (p.167)

A partir de esta necesidad de realismo y esta imposición de una novela de lo

colectivo, surgen una dificultad y un peligro. La primera radica en el manejo del lenguaje y el doble dilema (el dilema de dos caras) que plantea el bilingüismo en Perú: ¿cómo hacerse cargo en la expresión literaria de la convivencia entre el castellano y el quechua hacia dentro y hacia fuera de la obra? El gesto de Arguedas en ese sentido persigue una resolución ecuánime: sus narradores hablarán un castellano tachonado de expresiones en quechua que no siempre serán dilucidadas en notas al pie o glosarios; sus personajes indios, por otra parte, hablarán “un lenguaje castellano especial” (p. 172), una mixtura entre el uso del castellano por parte de los indios que ofician de sirvientes en las ciudades y el “desgarramiento” (p.173) de palabras en quechua. Aunque no quede del todo satisfecho con la solución encontrada porque “los indios no hablan en ese castellano ni con los de lengua española, ni mucho menos entre ellos” (p.172), Arguedas acepta que no hay una opción mejor en el plano lingüístico para la novela realista. Su resolución es una resolución intermedia, una variante que no se adhiere obstinadamente a la pretensión de realismo, lo que habría derivado en una literatura ciertamente bilingüe ilegible para una gran cantidad de sus posteriores lectores (entre los que yo estaría incluido), pero que tampoco la traiciona del todo. En definitiva, se trata, como el mismo Arguedas reconoce, de una ficción (p.172), un procedimiento tan ficcional como el relato mismo, tan artificial como todas las instancias de la novela y, por lo mismo, igual de destinado a dar una representación fiel de la realidad serrana del Perú que sea a la vez inteligible para quienes no la conozcan de modo exhaustivo y directo. Si escribe ficción y no crónica, si hace literatura y no antropología, ¿por qué Arguedas no va a concederse el permiso para ficcionalizar la lengua para que su voluntad de representación salga fortalecida? Aquí, su lucidez de realista evade el dogmatismo del realismo y su derivación extrema: el naturalismo.

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El peligro que se desprende de lo anterior es, ni más ni menos, la pesadilla

que desveló a generaciones de escritores latinoamericanos: el regionalismo. Aun a pesar de las peculiaridades de su proyecto literario y de las condiciones específicas de la realidad que pretende representar, Arguedas considera que una novela regionalista es una novela cercada y contaminada. Al problema inicial de la representación realista del Perú andino se suma entonces un segundo problema: cómo ser fiel a la expresión literaria de una región y, al mismo tiempo, componer una obra universal que escape a las circunscripciones del regionalismo. Esta búsqueda continua que, entre otras cosas, condiciona las elecciones ya mencionadas de Arguedas respecto al plano lingüístico de su obra, llegará a buen término, en lo que el propio autor considera “un proceso concluido” (p.174). Pero el apéndice a Yawar Fiesta no dirá el cómo; sólo revelará el dónde: en Los ríos profundos.

La diferencia fundamental entre ambas novelas radica en que el material narrativo de Los ríos profundos se organiza en torno a la construcción ficcional de una subjetividad. El personaje principal será Ernesto, un individuo delineado, diferenciado, nombrado. Además, el narrador remitirá al mismo nombre, aunque no exactamente a la misma subjetividad del protagonista, puesto que se los configura en una distancia sobre la que volveré más adelante. De este modo, Arguedas abandona los personajes colectivos y la voz narrativa ajena a la acción de Yawar Fiesta, dando el primer paso para eludir los condicionamientos que el contexto social del Perú andino imponía, según él, a la producción novelística de su época. La variante, sin embargo, no implica (no debía implicar de ningún modo, según voluntad del autor) la eliminación de los conflictos sociales y culturales como material narrativo; en todo caso, es posible afirmar que lo que en Yawar Fiesta se manifiesta como una problemática exterior y colectiva se interioriza en Los ríos profundos, se vuelve un conflicto intrínseco de la subjetividad del protagonista. Para lograr ese desplazamiento es clave la condición de mestizo de Ernesto, su mestizaje cultural, una variante individual y personificada del complejo entramado de la identidad peruana. Así, la novela rompe con los condicionamientos de su medio de producción sin traicionarlos del todo: coloca a un sujeto como epicentro de la narración pero hace girar en torno a él la complejidad de la sociedad y la cultura que aborda.

Si la perspectiva interior del mestizo ofrece el primer paso en la elaboración

del doble cometido literario que se propone Arguedas, hay un segundo gesto en la organización narrativa de Los ríos profundos que constituye, a un tiempo, el principio constructivo de la novela, el factor fundamental para que ésta escape del claustro regionalista y presienta rasgos de universalidad y, finalmente, la estrategia que la convertirá, en la opinión unánime de la crítica, en una obra renovadora de la literatura indigenista. Ese principio constructivo, frecuentemente señalado por la crítica, es la presentación del relato íntegro de Los ríos profundos como una rememoración, como un acto de memoria de un adulto que evoca y narra las experiencias del fin de su infancia. A esto me refería

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cuando hablaba de una distancia entre el narrador y el personaje principal: se trata de la distancia entre un adulto y la evocación que éste hace sobre sí mismo en los años de su infancia; el sujeto de la enunciación es Ernesto y el sujeto del enunciado es el mismo Ernesto cuando era chico. Sin embargo, la memoria no sólo tiene una importancia central en el plano de la construcción novelesca, recordar no sólo es el gesto que justifica y da cohesión al acto de narrar, el “leit motiv” de la narración (Díaz Ruíz, 1991, p.145). Además, los personajes, en general, y el personaje principal, en particular, apelan frecuentemente a la memoria, convirtiendo la evocación en una actividad constante que, en su repetición, va adquiriendo carga significativa. Podría decir, con Cornejo Polar, que “La memoria del narrador es la que confiere unidad a la novela, mientras que la memoria del personaje es la que garantiza la identidad de Ernesto” (Cornejo Polar, 1973, p.106). De esta forma, se distinguen dos manifestaciones del recuerdo: recuerdos directos del narrador, por un lado, y recuerdos del personaje mismo, dentro de los sucesos narrados, que contribuyen a caracterizarlo, por el otro. “El narrador conforma la totalidad del universo novelesco sobre la base del recuerdo que le permite volver a situar en el presente sucesos, objetos y personas del pasado”, mientras que la memoria del personaje “se refiere no a la integridad del universo novelesco, como la primera, sino a fragmentos que explícitamente funcionan como actos de memoria” (Ibidem, p. 105).

Si hay un nexo que vincula el acto de memoria en los dos planos mencionados

es un idéntico procedimiento para hacer ingresar el recuerdo dentro de la narración. Se trata de la irrupción de ciertos elementos que funcionan como disparadores de la memoria o condensadores de recuerdos, habilitando en ocasiones la interrupción del presente narrativo “para dar cabida a instancias del pasado” (Díaz Ruíz, 1991, p.157) y permitiendo en otras el acto de rememoración por parte de los personajes dentro de la acción narrada. La realidad física en que transcurre el relato adquiere así una función segunda: la de disparar la evocación. En ese sentido, objetos, lugares y melodías se constituyen en lo que Ricœur llama “puntos de apoyo exteriores para la rememoración” (Ricœur, 2010, p. 60), es decir “indicadores encaminados a proteger contra el olvido”, signos voluntariamente construidos por un sujeto para afincar instancias de su pasado y poder recuperarlas a través de una rememoración estimulada por el reencuentro con esos signos. Sin embargo, podría hacerse extensiva la categoría a todos los elementos que a lo largo de la novela permiten la irrupción del recuerdo de narrador y personajes puesto que, aunque sea dudoso el gesto voluntario de fijación, todas las evocaciones parten de una circunstancia exterior expresamente señalada dentro de la narración, de un punto de apoyo a partir del cual los recuerdos son referidos. Así ocurre con las monedas que Palacito ofrece a Ernesto en el capítulo final, junto con una nota: “Mi papá te manda eso para tu viaje. Y si no te salvas, para tu entierro.”1 Al mencionarlas, el narrador refiere un recuerdo de infancia:

Palacitos era igual que los indios y mestizos de las comunidades. Se

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preocupaba del entierro. Si no se hace con un cura bien ornamentado y si no se cantan misas, el diablo gana la competencia y se lleva el espíritu a rastras. (p. 342)

Inmediatamente, y como motivado por esta evocación, surge para el personaje principal el proyecto de morir en la aldea donde se crió:

Bajaría por la cuesta de tierra roja, de Huayrala; con esa arcilla noble modelaría la figura de un perro, para que me ayudara a pasar el río que separa ésta de la otra vida (…) Y moriría en cualquier casa que no fuera aquella en que me criaron odiándome, porque era hijo ajeno. Todo el pueblo cantaría tras el pequeño féretro en que me llevarían al cementerio. Los pájaros se acercarían a los muros y a los arbustos, a cantar por un inocente. Por ausencia de mi padre, el Varayok’ alcalde echaría la primera tierra sobre mi cuerpo. (p.342)

El condicional expresa aquí imaginación y deseo con vistas a un futuro posible. Sin embargo, se revela, al mismo tiempo, una experiencia anterior, un recuerdo de infancia (el maltrato padecido), acompañado de un recuerdo del relieve, los colores, la tradición de un lugar y de un pueblo fijados en la memoria. Luego, surge una decisión: Ernesto se promete no gastar jamás las dos libras de oro, como ocurriera en el capítulo cinco, cuando Palacitos pretende homenajear a Romero con una moneda y éste elige guardarla “como recuerdo” (p. 104). Así renuncia al significado prefigurado de las dos libras que posee, anula su función simbólica dentro del sistema económico y la trueca por otra. Prefiriendo retenerlas, pretende retener con y en ellas algo de su anterior dueño y del gesto con que éste se las ofreció. Elimina su valor de cambio y lo reemplaza por otro que sólo puede comprenderse si se lo enfoca desde las perspectivas de los personajes que intervienen en la transacción no mercantil que implica, en este caso, la circulación de las monedas.

Si las monedas permiten el ingreso a la narración de la evocación

inmediata de un recuerdo y sugieren para el personaje, a partir del borramiento de su significación a priori, la posibilidad de fijar en su materialidad un hecho que quiere preservarse, podría decirse que transportan una función doblemente ligada con la memoria: por una parte, dando lugar a digresiones, posibilitando la ramificación de la narración, habilitando el ingreso de otros elementos que enriquezcan lo narrado, sea bajo la forma de una evocación explícita, sea bajo la forma de un proyecto afincado en el recuerdo; y, por otra parte, poniendo de relieve una percepción particular de la subjetividad del personaje principal en lo que respecta a su relación con los demás personajes y con los objetos, a saber, que una cosa puede guardar testimonio de un acontecimiento o actuar como huella del vínculo con el otro.

Se dijo que la configuración del relato como acto de memoria, a partir de

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los rasgos específicos que adquiere, introduce una variante en la representación literaria del Perú andino que diferenciará a Los ríos profundos de la tradición de novelas indigenistas a la que pertenece inclusive Yawar Fiesta y toda la producción narrativa anterior del propio Arguedas. ¿Cuál es esa variante? La adopción de una perspectiva tal que permita abordar al mismo tiempo la realidad de la región, con sus complejidades culturales y sociales, la experiencia vital de un sujeto y, sobre todo, la conflictiva articulación entre ambas cosas, entre una identidad individual y la identidad colectiva a partir de lo que podría llamarse su punto neurálgico: la relación entre la memoria de Ernesto y la memoria de la comunidad, los modos en que se vinculan, influyen y distancian. Para abordar esta articulación, más que la taxonómica distinción de Cornejo Polar entre la memoria particular de Ernesto y las instancias en que éste es “sujeto de una especie de memoria suprapersonal” (Cornejo Polar, 1973, p.109) , prefiero considerar las nociones de memoria individual y memoria colectiva establecidas por el sociólogo Maurice Halbwachs, porque éste hace incapié en los modos en que ambas entran en contacto, más que en un análisis paralelo y diferencial de los fenómenos específicamente asociados a una y otra. La configuración de la narración como acto de memoria implica la reconstrucción conjunta de los recuerdos individuales de Ernesto, que comprenden sus experiencias vitales particulares con la complejidad específicamente ligada a su condición de mestizo cultural, y las instancias en las cuales su memoria forma parte de la memoria colectiva, sea porque remite a vivencias comunes a su grupo de pertenencia, sea porque remite al pasado histórico y cultural del pueblo peruano. Me permitiré una cita extensa que expone el sentido del trabajo de Halbwachs justamente en el aspecto que pretendo recuperar. Según la propuesta en cuestión,

el individuo participaría en dos tipos de memorias (…) Por una parte, en el marco de su personalidad, o de su vida personal, es donde se producirían sus recuerdos: los que comparte con los demás sólo los vería bajo el aspecto que le interesase distinguiéndose de ellos. Por otra parte, en determinados momentos sería capaz de comportarse como miembro de un grupo que contribuye a evocar y mantener recuerdos impersonales, en la medida en que éstos interesen al grupo. Si estas dos memorias interfieren una sobre la otra a menudo, concretamente, si la memoria individual puede respaldarse en la memoria colectiva, situarse en ella y confundirse momentáneamente para completar algunas lagunas, no por ello dicha memoria colectiva sigue menos su propio camino (…) La memoria colectiva, por otra parte, envuelve las memorias individuales, pero no se confunde con ellas. (…) Consideremos ahora la memoria individual. No está totalmente aislada y cerrada. Muchas veces, para evocar su propio pasado, un hombre necesita recurrir a los recuerdos de los demás. Se remite a puntos de referencia que existen fuera de él, fijados por la sociedad. (Halbwachs, 2004, p. 54)

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Es esta suerte de articulación entre las dos especies de memoria lo que

destaca en Los ríos profundos: el individuo nombrado Ernesto, narrador y personaje, enfoca los recuerdos relatados desde su perspectiva personal, pero remitiéndose a los puntos de referencia que signan su entorno, fijados por la sociedad en su conjunto o, cuando menos, a ese grupo reducido que Ricœur denomina los “allegados” (Ricœur, 2010, p. 162). Esto ocurre en el ejemplo de las monedas: hay un punto de referencia a partir del cual se ligan el presente narrativo y el recuerdo de Ernesto sobre los pueblos indios con los que vivió en su infancia, pero este recuerdo no sólo se basa en una serie de experiencias vitales del personaje sino también, por una parte, en el lazo establecido entre Ernesto y Palacito y, por otra parte, en determinados saberes que circulan en la comunidad a manera de tradición.

De esta forma, la novela conjuga a la vez el conflicto individual de

configuración de la identidad de un sujeto con las formas en que el entono condiciona este proceso. En otras palabras, anuda la experiencia universal de desarrollo personal con la experiencia particular de desarrollar una personalidad en el contexto específico del Perú andino. Hay aquí una primera intersección entre la narración como evocación y la doble voluntad, de universalidad y representación regional, propia de Arguedas: en los lazos que la memoria individual de Ernesto establece con el exterior para que oficien como punto de apoyo de su reconstrucción aparecen la idiosincrasia peruana, sus costumbres, su música y sus lugares, dimensionados no solamente en su matiz exterior y colectivo, sino considerados también en cuanto signos que se imprimen en la identidad de los sujetos.

Pero además, la novela abreva en instancias de emergencia de esa memoria

colectiva que propone Halbwachs, momentos en los cuales la perspectiva individual cede su lugar ante un contenido que más bien contacta con los saberes impersonales que son propiedades colectivas y que el sujeto adquiere sólo en virtud de su contacto con los otros. Ocurre en torno al zumbayllu2, ocurre en torno a las canciones quechuas y, muy especialmente, en torno al muro cuzqueño.

El capitulo sexto se inaugura con una disertación del narrador sobre la

etimología y el vocabulario quechua (significado de las onomatopeyas yllu, illa, palabras que las incluyen) hasta derivar en un discurso descriptivo de los instrumentos musicales y los danzantes indios, en particular aquel al cual admiró en su infancia, el Tankayllu, y de los mitos tradicionales de la aldea en la que se crió (p.p 116-120). Se produce así una suspensión de la narración y el ingreso en el terreno de la etimología, la mitología y la antropología, en tono casi enciclopédico, cuyo vínculo con la integridad del relato únicamente se comprende cuando se da paso al episodio que introduce en la novela el insigne zumbayllu, de tal forma que, aunque anteriores, las evocaciones mencionadas se explican y justifican retrospectivamente como desprendidas de la mención de este objeto. Aquí, la apelación a la memoria del narrador funciona como recurso para

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preparar la introducción de un elemento significativo para la novela; el narrador refiere primero una serie de recuerdos vinculados con el zumbayllu para dar mayor densidad significativa a su aparición. Pero, además, el discurso transita las dos instancias de la memoria en un entramado que parece hecho a la medida de las nociones de Halbwachs: un objeto mítico y central en la biografía del personaje, un objeto cultural arraigado en la idiosincrasia del Perú andino, una disquisición sobre mito e idioma quechuas, una referencia a la música del idioma y a la música del pueblo, una descripción de los instrumentos y danzantes indios y una descripción específica del danzante indio que está en la infancia primera del narrador, pero detrás del cual se intuye un modelo genérico, en nada distinto a los otros danzantes que aparecen en la narrativa de Arguedas, desde Yawar Fiesta hasta “La agonía de Rasu-Ñiti.”3 La evocación individual se apoya y refuerza en recuerdos que circulan en la comunidad y, a la vez, los saberes y recuerdos colectivos se imprimen también en la biografía del individuo, adoptando matices particulares.

Por otra parte, el sonido que el zumbayllu emite al girar ejemplifica los

vínculos que la memoria del personaje establece con la percepción auditiva: “El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos” (p.123). De la misma manera que los objetos, sonidos y melodías funcionan como motivadores externos para la evocación, ya sea enlazándose con recuerdos dentro del mismo campo sensorial o, muy especialmente, con paisajes y lugares. A la inversa, un lugar, su materialidad y fisonomía, pueden relacionarse en la memoria con un sonido o una música. Al referir su llegada al muro cuzqueño que visitó con su padre, el narrador encadenará una serie de recuerdos, hasta derivar en su época de viajero y, particularmente, en las disputas de su padre contra sus enemigos; por otro lado, referirá también los recuerdos que evocó en su infancia al entrar en contacto con las piedras bullentes:

Me acordé, entonces, de las canciones quechuas que repiten una frase patética constante: “yawar mayu”, río de sangre; “yawar unu”, agua sangrienta; “puk-tik, yawar k’ocha”, algo de sangre que hierve; “yawar wek’e”, lágrimas de sangre. ¿Acaso no podría decirse “yawar rumi”, piedra de sangre, o “puk-tik, yawar rumi”, piedra de sangre hirviente? (p. 33)

El muro es un elemento cabal en el análisis que desarrollo. No sólo porque Ernesto evoca ante su presencia sus conocimientos sobre las canciones quechuas, sino también porque entiende al muro como herencia directa del inca o, para hacer justicia a la letra de la novela, como un inca mismo, una manifestación material del pasado remoto del pueblo peruano, una suerte de sobreviviente que torna visible lo que sólo perdura en la memoria colectiva. Aquí vale la pena introducir una salvedad a la categoría de realismo que se aplica a la novela: en efecto, Los ríos profundos es un texto realista, pero su representación

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literaria pretendidamente fiel a lo que se llama realidad no se enfoca desde una perspectiva racionalista y europea. En todo caso, podemos hablar del realismo indigenista, que asume un rasgo fundamental en la cosmovisión de los pueblos nativos de América: el animismo. El muro no parece vivo, al muro no se le adjudican vitalidad y volición en términos de una prosopopeya: el muro está vivo en la concepción de Ernesto, es el último de los incas, quizá su heredero, quizá su vengador. Así se ve en el diálogo que frente a él mantienen Ernesto y su padre:

- Los incas están muertos.- -Pero no este muro. ¿Por qué no lo devora, si el dueño es avaro? Este muro puede caminar; podría elevarse a los cielos o avanzar hacia el fin del mundo y volver. ¿No temen quienes viven adentro? (p.35)

Se trata de la máxima manifestación de la memoria colectiva en el plano material de la novela. El muro, de alguna secreta forma, es aquello que evoca, presentiza lo ausente, función esencial de la memoria (y de la imaginación, diría Platón), pero lo hace para Ernesto en el sentido más extremo. Y lo ausente, en este caso, es ni más ni menos que el ser incaico, o el inca en sí mismo, menos como identidad cultural que como entidad de carne y hueso. Revestido de la visión animista, el muro cuzqueño destaca como un punto de apoyo exterior para la rememoración en tanto que su ligazón con la memoria (individual y colectiva) deriva en una casi mágica relación entre lo que es (una construcción de piedra de tiempos precoloniales venida a menos) y lo que evoca (el pasado glorioso y remoto del pueblo peruano).

Lo notable es que Arguedas no se permite aquí una glorificación ilusoria de la

herencia inca a través del muro, una representación solemne y falseada de la condición en que esa herencia se constituye en el presente. Como contrapartida del fervor que el muro despierta en Ernesto, el narrador no soslaya al borracho que se apoya contra sus piedras ni los hedores de la orina que lo impregnan.

El padre, los juegos, los amigos, los traumas y las felicidades de la infancia,

los mojones del ingreso en el mundo adulto: indudablemente, la construcción del relato como evocación configura la novela como reconstrucción de una memoria individual. Haciendo abstracción de las particularidades del caso, la narración de la experiencia vital de Ernesto se enlaza con experiencias universales, su destino recorre puntos comunes en la trayectoria de todo individuo en la búsqueda de la propia identidad. Por eso la crítica define a Los ríos profundos como novela de iniciación: porque el sustrato último de las peripecias que narra es independiente de la idiosincrasia cultural específica que lo reviste y común al hombre en su generalidad, permitiéndole a la novela un diálogo franco con la literatura universal. Por otra parte, la especificidad de esos recuerdos, los modos en que se exhiben las marcas del entorno social y cultural en la reconstrucción de la memoria individual de Ernesto, es el primer componente regionalista de la novela, el primer factor de representación del Perú andino en su conjunto. El

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otro es el recuerdo colectivo, el recuerdo enclavado en la memoria colectiva, del cual Ernesto también aparece como sujeto evocador, pero menos ya como individuo que como miembro de la comunidad. He aquí los argumentos para definir a Los ríos profundos como novela regionalista e indigenista o, más apropiadamente, como una variante superadora de estos canones en la literatura latinoamericana.

Bibliografía: Arguedas, J. M.: Los ríos profundos, Buenos Aires, Losadad, 2009. Yawar Fiesta, Buenos Aires, Losada, 1974. Cornejo Polar, A.: Los universos narrativos de José María Arguedas, Buenos Aires, Losada, 1973. Díaz Ruíz, I.: Literatura y biografía en José María Arguedas, México, UNAM, 1991. Halbwachs, M.: La memoria colectiva, Zaragoza, Prensa Universitaria de Zaragoza, 2004. Ricœur, P.: La memoria, la historia, el olvido, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económ

Notas: 1. Arguedas, J.M.: Los ríos profundos, Buenos Aires, Editorial Losadad, 2009, p. 341. De aquí en adelante, todas las citas sobre esta novela se harán en base a la edición referida, consignándose a continuación de las mismas el número de página correspondiente. 2. Prescindo de la bastardilla para respetar la tipología original de la novela. 3. Cfr: Arguedas, J.M.: Relatos completos, Buenos Aires, Losada, 1974, p.p. 170- 179.

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Microrrelato alemán:

La narrativa breve de Franz Kafka

Ángel Acosta Blanco Facultad de Filosofía y Letras

Universidad Nacional Autónoma de México

E n el presente trabajo, y con base en un corpus mínimo, es mi interés señalar la contribución que Franz Kafka hizo de las formas breves ficcionales como un medio de expresión genuino y súbito, sin perder a la vez la patente del ingenio y humor, cuya propuesta además se puede

ceñir dentro del proceso de desmitificación humana, el cual es sugerido desde la modernidad; asimismo con dicha perspectiva estética, el autor se puede inscribir como parte de los exponentes fundacionales del microrrelato moderno dentro de las letras universales. Para comenzar, es necesario advertir dos puntos: uno, Franz Kafka (Praga: 1883-1924) fue originario de Bélgica, no obstante, la lengua que adoptó para escribir sus obras fue la alemana, por lo que en el citado idioma podemos ubicarlo como representante y hacedor prolífero de microficciones; dos, nuestra lectura interpretativa, desde el aspecto de la forma, parte de la teoría del microrrelato del argentino David Lagmanovich, quien en síntesis afirma que las

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aludidas miniaturas literarias son aquellos textos que se manifiestan a través de los siguientes rasgos formales: concisión y narratividad necesarios; y a través de sus variantes tipológicas se pueden encontrar micronarraciones que presentan -citamos los más comunes- fusión genérica (entre lírica, drama, reflexión filosófica, fábula, parábola, etc.), intensión de caracterizarse como fragmento o ser un fragmento propiamente, desarrollo de relectura de la tradición literaria, o bien, sólo contar una anécdota cualquiera, así como invariablemente intensión ficcional o no.1 Aclarado lo anterior, damos comienzo con lo sucesivo: A Kafka lo podemos ubicar como microrrelatista a partir de dos títulos: Contemplaciones (1913) y Un médico de campo (1919); asimismo con varios microtextos publicados de manera póstuma. Como parte del corpus, entre los textos más breves del primer libro mencionado quedarían los siguientes relatos: “El paseo repentino”, “Resoluciones”, “La excursión a la montaña”, “La desdicha del solterón”, “El camino a casa”, “Los que pasan corriendo”, “El pasajero”, “Vestidos”, “El rechazo”, “Para meditación de los caballistas”, “La ventana a la calle”, “Los árboles”. De la segunda obra, serían: “El nuevo abogado”, “En la galería”, “El pueblo más cercano”, “Un mensaje imperial”. Otros más se integran de aquellos que no se incluyeron en alguna serie o no fueron publicados hasta después de la muerte del autor: “Mucho ruido”, “El puente”, “Una confusión cotidiana”, “La verdad sobre Sancho Panza”, “El silencio de las sirenas”, “Poseidón”, “Comunidad”, “De noche”, “La prueba”, “El buitre”, “El piloto”, “El trompo”, “El retorno al hogar”, “La partida” y “De las figuras”2. Al mismo corpus, hay que sumarle los textos que podrían todavía identificarse con el mote de relatos brevísimos o ultracortos (de escasos 10 a 15 renglones en una página impresa), tales como “Mirando afuera distraídamente”, “Deseo de convertirse en indio”, “Pequeña fábula”, “¡No bromees!”, “Prometeo”. Cerca de una cuarentena de obras breves que oscilan entre una o dos páginas impresas de un libro convencional confirman a Kafka como breverista.

Ahora señalaré algunos aspectos que podemos interpretar como parte caracterizadora que el citado cuerpo posee de forma general, para enseguida centrarnos a manera de ejemplos en un par de textos que nos ayudarán a profundizar y demostrar lo sui generis, humorístico y desmitificación en la brevedad kafkiana.

Por consiguiente, tenemos que la mayoría de los microtextos de Kafka

sobresalen porque tanto en sus inicios, como en sus finales, la acción, o toda acción, sucede o deja de hacerlo de improviso. En varios textos se puede notar que en los casos donde se narra claramente lo que ve y siente el protagonista, se obtiene el efecto de situar al receptor casi dentro del alma de aquel héroe, es una

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especie de mimetización entre actante y el que decodifica; incluso cuando hay ciertas situaciones metamorfas u oníricas, también se tiende a lograr que el lector se sienta envuelto en pertinentes atmósferas; es en todo caso una virtud de sugestión estética. El corte súbito accional, la dirección profunda hacia lo ontológico y las estrategias temáticas o genéricas nos inmiscuyen en una particular experiencia imaginaria, que nos hace inermes a una verdad ficcional de terrenos movedizos del ámbito de la incredulidad. Las historias o anécdotas se narran en presente, esto también apoya a que el receptor llegue a sentirse partícipe de ese lado ficcional, cuyas fronteras con el lado de la realidad objetiva, se perciban no existentes. En otras historias se percibe lo onírico dentro de lo real, así como visceversamente. Lo fantástico, lo onírico, lo anormal, son en conjunto o individualmente caminos de la interiorización del ser, de seres quizá alienados o en conflicto con lo externo, con lo otro, por lo que hay que buscar respuestas o verdades en lo más profundo de sí mismo. Más podemos observar que las tramas se desarrollan en mejor forma cuando el autor despoja a sus textos de aquellos componentes de ornatos gratuitos, de inscripciones sosas y prolongadas, de tiempos detallados, de metaforismos más extravagantes que crear la conceptualización precisa. En todo caso Kafka nos demuestra que para él la concisión exige contundencia, precisión y velocidad de lo que se quiere acusar. Así, la elisión de componentes permite no sólo la agilidad súbita de la acción o secuencia de acciones, sino además consolida -en los casos de ruptura verosímil- absurdos y dimensiones ilógicas o dislocaciones de las conexiones cotidianas; lo que incluso conlleva al uso del entimema, a finales epifánicos y desarrollos elípticos, creando así alusiones interpretativas o componenciales por parte del receptor o lector. Además, los textos con estas características acentuadas dejan a la vez, producto del trabajo técnico y estético, sensaciones encontradas, tales como por ejemplo: agrado con desencanto, lógica de las cosas con lo anormal o ridículo, etc.

¿Por qué Kafka concibe así su mundo imaginario, bipolarizado y en

pugna? La posibilidad es porque responde a la relación del hombre de su tiempo con el mundo de su tiempo. Recordemos que Europa experimentaba conflictos de todo tipo: económicos, militares (guerra mundial de 1914), étnica (antisemitismo), ideológica (capitalismo, comunismo, nacional socialismo, etc.) y filosófica. Desde la perspectiva filosófica y estética podemos mencionar una probable vía que nos acerque a una respuesta posible del surgimiento de la propuesta literaria de Kafka. De entrada hay que decir que él es producto del siglo XIX, es una consecuencia; curiosamente como muchos de sus relatos, donde se comienza la narración se comienza en el estado de una consecuencia. Pero la parte fundamental tiene que ver con el siguiente panorama:

Por decirlos de alguna manera, el enciclopedismo, el racionalismo y el

cientificismo técnico y objetivo, viene a desmentir a toda representación simbólica tradicional, lo cual se define como la desmitificación de las instituciones establecidas. De ahí que naciera aquella idea de que “los dioses nos

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han abandonado”, “Dios ha muerto”; incluso de ahí el nihilismo. Para Nietzsche y Honderlin, el hombre no puede concebirse sin un sostén bajo los pies, el hombre necesita creer en algo, que la ciencia misma no se lo puede dar. Con esto, dichos autores, se proponen a crear nuevos mitos para un mundo moderno. Nace el Zaratustra y el Hiperión, pero estos mitos tienen como eje al hombre superior; y en todo caso, éste tendrá que encontrar toda respuesta en él mismo. Sin miramientos Freud encara esa realidad. Aún, André Bretón también. Consciente o no, en gran medida el pensamiento alemán estará representado en la obra kafkiana. Encaminarse en asuntos ontológicos y psicológicos, es decir al interior, resulta trágico, pues por otros varios motivos, como la enajenación, explotación y determinación social, no existe posibilidad de liberación a partir de sí mismo. Kafka vuelve a poner en tela de juicio la interiorización; Freud queda desmitificado y no. La propuesta mítica, cuya confianza radicaría en el hombre mismo, queda también desposeída.

Extensos o breves, los relatos de Kafka nos exponen realmente pasajes

del mundo del ser. Pero, en individuos alienados, sólo se pueden encontrar caminos engañosos, laberínticos y conflictos en extremo estiramiento que no tendrán final feliz, porque simplemente en esa dinámica no hay salida alguna. Imágenes tan fuertes y aprensivas como ‘caída’, ‘atrapado’, ‘desacertado’, ‘abatido’, ‘inopia’, ‘inocuo’, se forman en más de un relato. La situación de caída bajo previa tensión es sin duda otra manera de lacerarse. Lo terrible está en la experimentación de tensión, el proceso tiene sus faces, su proceso es paso a paso hacia la incautación de resistencia al impulso vital, aunque hay que denotar que en esto negativo, resulta que “reírse de las miserias y los obstáculos de la vida”, ya sea mediante una reacción ingeniosa, o bien, ya sea sin ingenio alguno, “es humor, un humor melancólico”, como bien dice Óscar Caeiro, “es hasta un poco trágico”. Transcribamos una de las microficciones kafkianas para notar todo lo antes mencionado:

El puente

Yo estaba rígido y frío; yo era un puente; sobre un precipicio estaba tendido, hundidas de este lado las puntas de los pies, del otro lado las manos, me había enclavado fuertemente en un limo desmoronadizo. Los faldones de mi chaqueta ondeaban a mis lados. Abajo alborotaba el frígido arroyo de las truchas. Ningún turista se descarriaba hacia estas intransitables alturas; el puente no estaba aún consignado en mapa alguno… Así estaba yo tendido, y esperaba; tenía que esperar. Sin desplomarse, ningún puente que alguna vez haya sido construido puede dejar de ser puente. Una vez… hacia el anochecer fue eso -fue eso el primero… fue eso el último… no lo sé- mis pensamientos desembocaban en el caos, y siempre moviéndose en ronda. Hacia el anochecer, en verano (el arroyo

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sonaba con un fragor sombrío)… fue entonces que oí pasos de hombre. ¡Hacia mí, hacia mí! ¡Estírate puente! ¡Ponte en condiciones, viga sin barandas, soporta al que te ha sido confiado! ¡Compensa imperceptiblemente la inseguridad de su paso; pero él se tambalea, date entonces a conocer, y, cual un dios de las montañas arrójalo a tierra firme! Él llegó; con la punta de acero de su bastón me dio unos golpecitos; con aquélla levantó después los faldones de mi chaqueta y los colocó ordenadamente encima de mí. Con la punta revolvió mi enmarañado cabello, y, echando quizá una feroz mirada en su derredor, la dejó ahí largo rato. Pero después -justo en ese instante soñaba yo con él por sobre montañas y valles- me saltó con ambos pies en el medio del cuerpo. En medio de salvajes dolores e ignorante de todo, miré. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un demonio? ¿Un exterminador? Y me di vuelta, para verlo…

¡Puente que se da vuelta!... No había alcanzado a darme vuelta del todo cuando ya me desplomé, y ya estaba desgarrado y traspasado por los afilados pedernales que siempre me habían contemplado tan animosamente desde las enfurecidas aguas. En mi opinión un punto central de la obra de Kafka, es el siempre misterio que está presente, tanto en cosas, como en el ser y en la vida. Esta cosmovisión abre una especie de abanico, donde no caben las categorizaciones definitivas, todo está siendo una variante; toda tentativa de conocer algo, nos ofrece un camino paradójico y absurdo; no obstante, en el enclave enigmático hay una verdad posible, y sólo en las fantasías, la imaginación y el alcance onírico, encontraremos las verdaderas crisálidas de la “introspección filosófica” y arte poético. Sin embargo, en el caso de “El puente”, el humor no está alejado del asentamiento subjetivo y transversal de las realidades kafkianas, así sean verdaderos planteamientos dramáticos o trágicos. El sentido profundo extrañamente va de la tensión, a la caída. Cualquiera podría haber dicho de la tensión, a la ruptura; pues no es así para Kafka: lo que se tensa, se desploma a ras. Al trastocar o fusionarse a un objeto, en este caso muy significativo: ‘un puente’; Kafka nos revela “al hombre interior como objeto del mundo épico”. Aunque hay que subrayar que además mediante una imagen, mediante una colosal estructura, como lo puede ser cualquier puente, nos da proteicamente otra posible asociación significativa de asunto sobrenatural; pues para el cristianismo, y no sé hasta donde el propio judaísmo, considera que la vida humana terrenal, junto con su cuerpo físico, son sólo un estadio transitorio, a caso como puente, para encaminarse a la divinidad; con lo que Kafka nos vuelve a repetir esa probable sugerencia de lo contrario: del desplome inevitable. En todo caso, los símbolos, como el de la caída, están presentes, y su función en el caso de los relatos de Kafka tan sólo tiene el papel de recordarnos a aquellos arquetipos milenarios que no se pueden explicar, se tienen que intuir bajo la propia

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memoria de la intuición, y quizá de la memoria sensitiva. Ahí están colocados aquellos “fragmentos infinitesimales del ser”. Otros aspectos a los que recurre Kafka dentro de los microrrelatos propuestos, además de la elipsis y elisión de datos, son la relectura e intertextualidad de la tradición literaria, es decir, tópicos, personajes, pasajes o mitos emblemáticos en la historia de la literatura son traídos a nuevas interpretaciones, sólo que éstas encaran en más de una vez el lado opuesto, se tergiversan las historias, los personajes infalibles recobran su lado más vulnerable. Las relecturas intentan señalar los múltiples desengaños de héroes y leyendas; e implícitamente, las farsas constantes de los narradores. Es pues la desmitificación de las instituciones y símbolos en la literatura, pero que a la vez las nuevas versiones intentan ordenar lo desacomodado de nuestro imaginario universal.

Con las relecturas kafkianas, tenemos que las historias del Quijote, ni son de él, ni son de Cervantes, resulta que es la imaginería desatada de Sancho Panza (“La verdad sobre Sancho Panza”); en el mito del canto de las sirenas de Ulises, sucede que éste no escuchó aquellas sonoridades encantadoras, sino al descubrir las tretas del héroe aqueo, las sirenas optaron por callar, con lo que el pobre Ulises lo único que escuchó fue el silencio, el cual resulta ser otra de las armas poderosas no conocidas de aquellos seres fantásticos (“El silencio de las sirenas”); lo mismo sucede con Poseidón, quien resulta ser un celoso y dedicado trabajador de las profundidades de los océanos, muy parecido a un matado burócrata (“Poseidón”); incluso con el caso de “Prometeo” no sólo la historia resulta ser otra, sino además con ella se intenta explicar lo inexplicable, como en el caso de muchos de los mitos y leyendas, explicar lo inexplicable es constante en la obra corta o extensa de Kafka. A pesar que la narración mítica se tergiversa, no deja de expresar su intensión: los sentimientos. Podemos reforzar la idea en palabras de G. S. Kirk, quien asegura que “si los mitos tienen una intensión y una referencia más allá de su significado superficial como narraciones -y, según estas interpretaciones, lo tienen-, entonces se sostiene que su referencia fundamental o primaria no es la sociedad o el mundo exterior, sino los sentimiento del individuo”. En conjunto, las microficciones kafkianas, más que identificar algún paisaje o costumbre individual o colectiva en el mundo externo, cobran mayor satisfacción no sólo por la identificación con el héroe a partir de sus pericias y conflictos, sino sobre todo por la intensidad emotiva que nos despierta la historia.

La intertextualidad genérica también aparase, y mediante ella se puede constatar que la estructura del relato no se sostiene en la mera propuesta sintáctica, sino se logra además mediante el correlato de una intención de autor con relación a un efecto de lectura. Veamos el siguiente microrrelato fabulado: Pequeña fábula

-¡Aj! -dijo el ratón-; cada día el mundo se vuelve más pequeño. Al

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principio parecía tan amplio que yo tenía miedo; corría más lejos y me sentía feliz de que al final pudiese ver a los lejos paredes a derecha e izquierda; pero estas largas paredes viene a juntarse tan rápidamente que ya me encuentro en la última pieza, y ahí, en el rincón está la trampa en la que caigo. -Tienes que correr en otra dirección -dijo el gato, y se lo comió. Al combinar la brevedad con el humor, realmente resulta contundente la

narración en el efecto al receptor. La animalidad es característica de la fábula, sin embargo cobra significación en la manera de ver a los otros, además, en el sentido estructural, la fábula queda excluida de todo remate moral, para quedar más como una paradoja inevitable que una simple enseñanza.

Por otro lado, también tenemos que la utilización simultánea del

microrrelato y el género fantástico o, en su caso, absurdo, surrealista o simbolista, motiva a Kafka explorar e indagar en asuntos ontológicos, alternos, míticos y hasta oníricos. Recordemos pues que los relatos fantásticos registran la cotidianidad del lector como parte del ambiente, no bien, presentan en tal contexto situaciones sobrenaturales o imposibles en la realidad y, al mismo tiempo, con ello se plantea una transgresión de cualquier índole humana, individual o grupal, pero sobre todo emotiva.

Casi para terminar, nos resta sumar a Kafka como verdadero

microrrelatista de las letras universales. Pues tenemos que si la ficción breve moderna hoy es una de las manifestaciones más acuñante, no es por casualidad ni mucho menos por espontaneidad o moda, como se ha querido insistir, es en verdad porque cuenta con antecedentes sólidos y amplios, en todo caso Kafka lo constata, pero aún más su contexto histórico mediante las propuestas de sus coetáneos occidentales. Con lo cual podemos agregar que son poco más de cien años de inquietudes productivas. Su antecedente gestalt se sitúa entre 1880 y 1940. En su ejercicio, sus autores sobresalen en las geografías del modernismo (París, Madrid, Ciudad de México, Buenos Aires). Además de Francia, España, México, Argentina y el resto de Hispanoamérica, también en Estados Unidos, Inglaterra, Suecia, Bulgaria y Alemania se dieron representantes importantes. Por ejemplo: Charles Baudelaire con su Le spleen de París (1869), Marcel Schwob: Vidas imaginarias (1896), Jules Renard: Historias naturales (1885 / 1908), W. B Yeats: The Celtic Twilight (1893 / 1902), Blaise Cendrars: Anthologic negre (1921), Ernest Hemingway: In our time (1925). En España los ejemplos son más conocidos con las obras de Juan Ramón Jiménez: Cuentos largos (1906) y Ramón Gómez de la Serna: Disparates (1921) y Caprichos (1925). En México: Amado Nervo: Teatro mínimo (1898) y Julio Torri: Ensayos y poemas (1917). Y en Hispanoamérica, por sólo citar dos ejemplos, están Rafael Ángel Troyo: Terracotas (1900) y Macedonio Fernández: Todo y nada (1920).

Por último, el ejercicio experimental empujado por la modernidad y sus

implicaciones, generaron justamente literatura híbrida, disuasión de géneros

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puros, discursos parodiados, relectualizaciones y narrativas abiertas donde el receptor participa referencialmente de acuerdo a su competencia cultural, entre otras consideraciones más. El asunto es que tal situación era la manera de impugnar contra lo establecido, lo canónico, lo institucional. A finales del siglo XIX, el discurso cientificista, el realismo y el naturalismo e incluso las épicas o narraciones extensas resultan estar institucionalizadas, por los que es probable que la brevedad extrema sugiera también esa impugnación desde su forma literaria.

Concisión narrativa, intertextualidad temática y genérica y, además, situación o atmósfera de misterio, resultó ser el parteaguas kafkiano de lo establecido, pues esa anormalidad representa hoy el perfil más claro de las miniaturas contemporáneas. Notas: 1. Cfr. D. Lagmanovich: El microrrelato. Teoría e historia, Palencia, Menoscuarto, 2006, (Colección Cristal de cuarzo, núm 1), 347 pp. 2. Títulos y textos citados son tomados a partir de la siguiente edición: Franz Kafka: <<De Contemplación>>, <<De Un médico de campo>>, <<De Relatos publicados aisladamente y no incluidos por Kafka en ninguno de sus libros>>, <<De Relatos póstumos>>, en Relatos completos, traducción de Francisco Zanutigh Núñez, Buenos Aires, Losada, 2003, (Colección La pájara de papel, s/n), pp. 15-17, 20-25, 167-168, 175-176, 187-188, 268, 394-395, 417-421, 425-430, 433-437, 451-461, 517-519.

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Papiros de carne (Reseñas)

Nota: A menos que se demuestre lo contrario todas las reseñas han sido escritas por Paolo Astorga.

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Papiros de carne - Reseñas / 64

Exilio interior y otros poemas devastados

(Casa Barbieri editores, 2011) Leoncio Luque

En Exilio interior y o t r o s p o e m a s devastados, el poeta peruano Leoncio Luque elabora una estética del migrante desde la posición de sujeto que configura desde la carencia y la

pobreza un rico universo cultural cuyos movimientos codificados en la cotidianidad comunican su fuerza y su espíritu que se resiste con denuedo ante el olvido y la indiferencia, muchas veces asimilado como una voz de nostalgia y melancolía por aquello que inevitable se verá perdido, asimismo, este el poeta en su recorrido, retrata un mundo que aunque se ve hundido por la adversidad o lo funesto, surge, se mantiene y desarrolla un espacio donde se puede amalgamar un sinfín de voces ajenas y tan nuestras, para lograr a través de este carnaval, amar, odiar, perderse o encontrarse y sin duda la sensibilidad del poeta frente a la carencia y esa necesidad por forjarse (o reconstruir) esa historia personal que es la de uno mismo, la de todos. “Qué hago aquí/ En esta planicie del cerro más alto de San Juan/ Acomodando mi cuerpo/ Que golpea/ & hace volar mi pasado/ Donde no he encontrado nada/ sino sólo penas”.

Mundo T (Suma Editores, Lima, 2011) Daniel Maguiña Conteras

Daniel Maguiña Conteras con su poemario Mundo T, explora en el lenguaje colorido, infantil, irónico, plástico, visual, la necesidad por querer expresar desde diversos matices y expresiones que

apuntan a la ternura como base creativa, un mundo donde la violencia y la frustración depredan la naturaleza humana, es allí en donde este libro desde su extrañez reelabora un universo donde la fantasía y lo maravilloso (de sus criaturas) nos salvan de la monotonía del mundo que trata de moverse en una unívoca dirección. El libro escrito en clave amena, irónica y por momento posmoderna, deja entrever a un poeta perdido en el lenguaje, donde la palabra es plastilina y la forma, una oportunidad para seguir “diciendo” después de haberlo dicho todo. “Yo soy el pollo fashion/ Me gusta las carteras y zapatos/ Colecciono progesterona/ Me gusta el lujo de las nubes/ Los árboles de terciopelo/ Las panteras que duermen/ Y se hacen alfombras fluorescentes/ Por lo general no hablo/ Pero cuando lo hago digo cuac/ Como un pato”.

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Papiros de carne - Reseñas / 65

Cuentos para ser leídos en Bicicleta

(Eclosión Editores, Lima, 2012) Pineda Quilca

Favio Álvarez Ojeda

El libro doble que lleva por título Cuentos para ser leídos en Bicicleta, de los escritores César Pineda Quilca y Favio Álvarez Ojeda, nos revela en su interior una variada

serie de microrelatos cuyo contenido acaricia esa sensibilidad poética de lo que se debe construir en lo efímero. Relatos de menos de una página, personajes que con una palabra dicen más que mil imágenes. Los microrelatos de este libro brindan al lector la posibilidad de ingresar al inmenso universo de lo atómico, donde cada palabra, cada frase, cada acción narrada se convierte en un encriptado código maravilloso, que permite en cada pedaleo dar mil lecturas y mil interpretaciones posibles en esta ciclovía narrada. Sin duda un libro que refleja el advenimiento de las épocas donde el silencio ya no se debe vencer, sino, como diría un microrelato, este es un libro trata (y esta es la única certeza) de escapar del olvido con desesperación.

Amores, inquilinos y

perversiones (Editorial Casatomada, Lima, 2011)

Pool Muñoz Villanueva

Amores, inquilinos y perversiones del narrador peruano Pool Muñoz Villanueva, es un libro de cuentos cuya temática está centrada en el problema (visto desde diversas aristas) del amor

como motor que define lo tanático y lo erótico. La complejidad del amor deriva en una serie de cuentos donde los personajes se ven inmersos en la desesperación, la angustia y la incertidumbre que hace que lo deseado (lo amado), se convierta en una perversa ilusión, un paliativo acaso para esa terrible soledad que se desmiembra y desmitifica cualquier ideal a la luz de la calma (cosa que en este libro es una irónico mito). Estos 16 cuentos tienen un centro en común: La imposibilidad de encontrar en el amor, lo absoluto, la esencia de lo humano, que acaso se convierte quizás en una interrogante que en lo fugaz se apodera de nuestra soberbia que nos ciega y nos hace indefensos y cobardes sombras que mendigan ser, ser, ser.

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Es una bestia que bufa

Desde el amanecer bufa y dibuja Habría que verlo cómo sufre Demasiado limpio para vivir

sufre y acontece Lentamente arrastra su nombre

desde el pasado milenio Demasiado torpe para gozar

Durante el día bufa y abre sus ojos brujos

Los cierra cuando llueve Los abre, dibuja y desdibuja ante el oscuro

Sol No concilia el sueño ni hace política

Sólo es un animal que bufa Por ello es quien firmará el arco iris La urgente canción de la esperanza

Esta sucia canción ante Dios.

Cesáreo Martínez. Amanece

“Rumbo al m

atadero” F

oto: P

aolo Astorga