responsabilidad profesional, prudencia, deliberación junio 2016 dc 1

17
Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 1 de 17 RESPONSABILIDAD, DELIBERACIÓN, PRUDENCIA CONSIDERACIONES PARA EL EJERCICIO DE LA PSICOLOGÍA 1 Christian Alfredo Rubiano Suza 2 Gloria María Berrío-Acosta 3 RESUMEN El objetivo del presente texto es ahondar en los conceptos de responsabilidad y prudencia, con el propósito de caracterizar un ideal normativo para el ejercicio de la psicología, en términos de responsabilidad laboral. Para ello se realizará un acercamiento, desde el ámbito de la filosofía, al problema de la responsabilidad con el fin de comprender, en términos generales, qué significa responder por el otro y asumir un compromiso que, si bien se expresa en la vida laboral, permea todos los actos de la existencia. Finalmente, se ahondará en el concepto de prudencia, ya que el desarrollo de esta virtud es clave para fortalecer la capacidad de juicio que permite la toma de decisiones responsables. Palabras clave: Responsabilidad, Libertad, Prudencia, Psicología, Normativas. El concepto de responsabilidad, junto a sus variables o aplicaciones, tiene una larga tradición en la filosofía. Se lo encuentra en el pensamiento clásico, ligado al problema de las virtudes en Aristóteles y la reflexión sobre la justicia y la ciudadanía en el pensamiento de Platón. Es una parte fundamental en las reflexiones al interior de la cristiandad, así como de los trabajos construidos en el marco de las doctrinas contractuales. De igual manera, es un tema relevante en aproximaciones que, más allá de la ética, tienen que ver más bien con la discusión estética-política, esto es con el arte como herramienta o ejercicio de responsabilidad política. Con motivo de las dos grandes guerras se convirtió en un problema fundamental para la ciencia política y el derecho, esto a propósito de la imputación de responsabilidades, no solo a nivel individual, sino también a nivel colectivo. En esta línea de pensamiento resultan fundamentales los aportes realizados por filósofos como Jean Paul Sartre, Hannah Arendt, Karl Jaspers, entre otros. De lado de la filosofía de la acción y la filosofía del lenguaje, en su raigambre analítica, también ha sido un concepto que ha estado en el centro de álgidos debates. En la modernidad, sobre todo en la filosofía de Kant y la discusión determinismo/libertad, constituyó una pieza clave para pensar el problema del diálogo entre la metafísica y la ciencia. La responsabilidad, de igual modo, ha estado presente en el pensamiento de tradiciones como la inaugurada por la Escuela de Frankfurt, esto es, la teoría crítica de la sociedad que ya tiene tres generaciones. Así mismo, hace parte de la reflexión de Foucault sobre el poder y los saberes; en el marco de aproximaciones post-estructuralistas, sigue siendo un tema importante en filósofos como Gilles Deleuze o Jacques Derrida. Uno de sus mayores desarrollos se encuentra en la aproximación fenomenológica de Emmanuel Lévinas que se nutre, a su vez, de la mística judía, lo que nos habla de la 1 Este texto hace parte del cuerpo teórico de la investigación “Diagnóstico del registro, manejo y custodia de la información en todos los campos del ejercicio profesional de la Psicología en Colombia” adelantada al interior del Colegio Colombiano de Psicólogos. 2 [email protected] Profesor Ética Universidad del Rosario. Estudiante Maestría U. Rosario. Filósofo U. Rosario. 3 [email protected], Psicóloga, Ma. en Bioética. Directora Ejecutiva de Tribunales, Colegio Colombiano de Psicólogos.

Upload: colegio-colombiano-de-psicologos

Post on 02-Aug-2016

222 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

Responsabilidad profesional, prudencia, deliberación junio 2016 dc 1

TRANSCRIPT

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 1 de 17

RESPONSABILIDAD, DELIBERACIÓN, PRUDENCIA CONSIDERACIONES PARA EL EJERCICIO DE LA PSICOLOGÍA1

Christian Alfredo Rubiano Suza2

Gloria María Berrío-Acosta3

RESUMEN

El objetivo del presente texto es ahondar en los conceptos de responsabilidad y prudencia, con el propósito de caracterizar un ideal normativo para el ejercicio de la psicología, en términos de responsabilidad laboral. Para ello se realizará un acercamiento, desde el ámbito de la filosofía, al problema de la responsabilidad con el fin de comprender, en términos generales, qué significa responder por el otro y asumir un compromiso que, si bien se expresa en la vida laboral, permea todos los actos de la existencia. Finalmente, se ahondará en el concepto de prudencia, ya que el desarrollo de esta virtud es clave para fortalecer la capacidad de juicio que permite la toma de decisiones responsables. Palabras clave: Responsabilidad, Libertad, Prudencia, Psicología, Normativas.

El concepto de responsabilidad, junto a sus variables o aplicaciones, tiene una larga tradición en la filosofía. Se lo encuentra en el pensamiento clásico, ligado al problema de las virtudes en Aristóteles y la reflexión sobre la justicia y la ciudadanía en el pensamiento de Platón. Es una parte fundamental en las reflexiones al interior de la cristiandad, así como de los trabajos construidos en el marco de las doctrinas contractuales. De igual manera, es un tema relevante en aproximaciones que, más allá de la ética, tienen que ver más bien con la discusión estética-política, esto es con el arte como herramienta o ejercicio de responsabilidad política. Con motivo de las dos grandes guerras se convirtió en un problema fundamental para la ciencia política y el derecho, esto a propósito de la imputación de responsabilidades, no solo a nivel individual, sino también a nivel colectivo. En esta línea de pensamiento resultan fundamentales los aportes realizados por filósofos como Jean Paul Sartre, Hannah Arendt, Karl Jaspers, entre otros. De lado de la filosofía de la acción y la filosofía del lenguaje, en su raigambre analítica, también ha sido un concepto que ha estado en el centro de álgidos debates. En la modernidad, sobre todo en la filosofía de Kant y la discusión determinismo/libertad, constituyó una pieza clave para pensar el problema del diálogo entre la metafísica y la ciencia.

La responsabilidad, de igual modo, ha estado presente en el pensamiento de tradiciones como la inaugurada por la Escuela de Frankfurt, esto es, la teoría crítica de la sociedad que ya tiene tres generaciones. Así mismo, hace parte de la reflexión de Foucault sobre el poder y los saberes; en el marco de aproximaciones post-estructuralistas, sigue siendo un tema importante en filósofos como Gilles Deleuze o Jacques Derrida. Uno de sus mayores desarrollos se encuentra en la aproximación fenomenológica de Emmanuel Lévinas que se nutre, a su vez, de la mística judía, lo que nos habla de la

1 Este texto hace parte del cuerpo teórico de la investigación “Diagnóstico del registro, manejo y custodia de la información en todos los campos del ejercicio profesional de la Psicología en Colombia” adelantada al interior del Colegio Colombiano de Psicólogos. 2 [email protected] Profesor Ética Universidad del Rosario. Estudiante Maestría U. Rosario. Filósofo U. Rosario. 3 [email protected], Psicóloga, Ma. en Bioética. Directora Ejecutiva de Tribunales, Colegio Colombiano de Psicólogos.

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 2 de 17

influencia de este concepto en las tradiciones religiosas. Entre los contemporáneos cabe destacar pensadores como Peter Singer, de influencia utilitarista, que ha llevado este concepto, en los marcos de la bioética, a pensar los límites que constituye, por ejemplo, el problema de la responsabilidad con las otras especies. En el marco del giro institucional, el problema de la responsabilidad se ha enfrentado a nuevos territorios como el constituido por las empresas al interior del capitalismo; en esta línea resultan fundamentales trabajos como los realizados por Adela Cortina a propósito de la responsabilidad social empresarial. De igual manera, no se pueden dejar de mencionar los avances hechos desde aproximaciones feministas por autoras como Simone de Beauvoir, Luce Irigaray, Judith Butler, entre otras.

Como el lector podrá notar se trata de un concepto sobre el cual se ha estado discutiendo por más de dos mil años, hasta la actualidad, con gran esmero y productividad. Cientos, sino miles, son los autores que se nos quedan por fuera de la lista esbozada y que, sin duda, forman parte importante del debate y tienen mucho para decir. Dadas las condiciones, un estado del arte sobre el concepto no resulta una posibilidad sensata y es que bien podrían dedicarse (y algunos lo hacen) tomos y tomos para analizar tan solo una visión del concepto ligada a una época, a una de sus aplicaciones, o a un autor. De tal suerte, cualquier aproximación que se realice necesariamente tendrá un sesgo doctrinal, o bien un interés particular que, no hay duda, podría ser contra-argumentado por otra postura. Esta clarificación resulta importante porque nos adentramos en un campo profundamente rico y complejo de discusión en el que las respuestas no están dadas; antes bien, lo que tenemos cada vez más son dudas y preguntas.

No obstante, es necesario que el ejercicio sea productivo y clarificador. Con el objetivo de brindar una aproximación al problema de la responsabilidad profesional, a continuación se realizará una lectura del concepto de responsabilidad nutriéndonos, principalmente, de los trabajos de la tradición fenomenológica existencial. No obstante, también nos remitiremos a otras tradiciones a fin de brindar un panorama amplio de la discusión. El énfasis que se le dará a la lectura no implica que consideremos que las otras interpretaciones del problema se encuentran erradas o que no puedan aportarnos. Todo lo contrario, se trata simplemente de una elección que no es posible justificar con rigor en los marcos de este texto ya que ello supondría un diálogo riguroso con otras tradiciones que, si bien es posible y necesario hacer, no es el propósito de este escrito.

Sin embargo, en términos generales lo que podemos decir es que privilegiamos esta opción porque la lectura que realiza esta tradición sobre el concepto de responsabilidad es compatible con algunas concepciones que compartimos al interior del Colegio Colombiano de Psicólogos, como son el hecho de que la vida humana tiene un valor al cual debe responderse con acciones concretas; el hecho de que, aun teniendo en cuenta las fuerzas situaciones, las personas pueden elegir cómo actúan; y, fundamentalmente, la concepción según la cual la responsabilidad no es algo que tan solo deba expresarse en el marco del ejercicio laboral bajo el rótulo de responsabilidad profesional, sino que constituye un principio de acción que involucra el grueso de nuestra vida.

I Una manera de acercarse al problema de la responsabilidad que ha hecho carrera, sobre todo en la

filosofía analítica, tiene que ver con la reflexión sobre las condiciones necesarias y suficientes para su imputación. ¿Cuándo es posible declarar a un sujeto, un grupo o una institución responsable por algo? En esta aproximación, aunque hay muchos detalles en la especialización de las posturas, se puede señalar de forma general que la responsabilidad es posible adjudicarla a propósito de una acción, con lo que se desplaza el énfasis de la reflexión a la pregunta; ¿a qué hechos se les puede considerar acciones? La mayoría de las tesis confluyen en la afirmación según la cual una acción es un hecho cuyo fundamento de

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 3 de 17

determinación puede ser adjudicado a una conciencia intencional. En otras palabras y a propósito de nuestro problema, lo que estamos diciendo es que es posible adjudicar responsabilidad sobre un hecho cuando la causa del mismo son una serie de razones que expresan la voluntad o la intención de una conciencia.

Pero, ¿cómo saber que un hecho es resultado de una conciencia intencionada? A este conocimiento, lamentablemente, no es posible tener acceso en tercera persona pues nunca podemos conocer con certeza los estados mentales de los otros. Las personas siempre podrán decirnos “yo no tuve la intención de realizar tal acto, fue un accidente”, "no tenía otra opción", o cosas por el estilo. No obstante, Elizabeth Anscombe (1991) explica, en su célebre texto Intention, que podemos hallar indicativos de la intención en los discursos de las personas. Así, si frente a una pregunta del tipo ¿por qué X?, ¿por qué hiciste tal cosa?, la persona aduce a causas mentales o bien ubica el evento dentro de un plan mayor "X para hacer Y", entonces podemos afirmar que dicho evento es una acción sobre la cual es posible, en sentido general, imputar responsabilidad.

Ahora bien, la afinación del discurso nos ha dicho que, a su vez, es necesario comprender que no siempre el sujeto es la causa directa de un hecho y que ello no significa, empero, que no se lo pueda considerar responsable. Tal es el caso de las omisiones; se trata de acciones que dejan de realizarse y por cuya ausencia se desencadena un curso particular de sucesos. En tales situaciones, aunque la acción del agente no es la causa eficiente tras el curso de acción, sí se considera que hay responsabilidad sobre la base de un deber. Cuando se debe hacer algo y se deja de hacerlo, las consecuencias de esa omisión remiten al sujeto de la acción aun si él no es el desencadenante de las consecuencias. Un acto por omisión no deja de ser un acto y, en esa medida, no escapa a la responsabilidad. Cosa distinta son aquellas situaciones en las que el agente no podía prever el curso de los hechos ni determinarlos, sino apenas sufrirlos. Tal es el caso de los accidentes, en tales situaciones no hay intencionalidad y, propiamente, no se puede decir que el agente es responsable.

No obstante, esto también tiene sus matices y es que muchas veces ocurre que sufrimos accidentes que, definitivamente, no deseábamos ni intencionalmente realizamos, pero que, por acciones que sí fueron intencionales, se desencadenaron. Así, del hombre despistado que prende un cigarrillo en una gasolinera ocasionando un incendio no se puede decir, en propiedad, que ha intencionado el accidente, pero tampoco que no es responsable. Detrás del incendio no hay una intención especialmente dirigida, pero sí intenciones que dirigidas a otras acciones, por falta de prudencia y previsión, desencadenan un hecho de manera lateral. En este caso el hombre es claramente responsable, aun cuando el suceso sea un accidente. No obstante, su responsabilidad es distinta de aquel que intencionalmente prende un cigarrillo para provocar un incendio.

Esta tipología nos permite ver que dependiendo de las circunstancias varían los tipos de responsabilidad que tenemos, aun cuando el suceso sea el mismo. Si bien no podemos establecer una guía última que determine los grados de responsabilidad y las condiciones que deben darse para la imputación de cada uno de estos, lo que sí podemos decir es que un mismo suceso no implica una misma responsabilidad, ya que hay factores situacionales y de juicio que afectan la posibilidad y naturaleza de la imputación. No es lo mismo que un hombre con educación universitaria asesine a otro, a que lo haga un hombre sin ningún tipo de formación. Los dos son responsables, pero la responsabilidad no es la misma debido a que las condiciones situacionales y las posibilidades de juicio difieren. Es menos aceptable el primer caso que el segundo aun cuando los dos son censurables, pues se espera que el primero de los sujetos tenga una visión de mundo más amplia que le permite ver otras posibilidades, que aquellas que ve una persona sin educación ante el mismo problema. Así, es menos aceptable que un profesional incumpla los deberes que tiene para con los otros a que lo haga un marginado de la sociedad, ya que al primero se

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 4 de 17

lo ha formado para dar cuenta de una serie de principios, mientras que al segundo se le han cerrado ese tipo de posibilidades. Quien no sabe qué hacer y comete un error es responsable por su equívoco, pero quien sabiendo lo que debe hacer deja de realizarlo, es aún más responsable por su equivocación.

De igual manera, a parte de las posibilidades de juicio, es necesario dar cuenta del problema de las fuerzas situacionales para encarar el asunto de la responsabilidad. En esta línea no es posible dejar de mencionar los análisis de Zimbardo (2008) y Milgram (2009), quienes ante el problema del mal se preguntan cómo es posible que personas buenas, en ciertas circunstancias, realicen cosas malas. Lo que muestran sus estudios es que al interior de las instituciones pueden desarrollarse situaciones en las que operan ciertas fuerzas, reglas e ideologías que llevan a los individuos a dejar de preocuparse por el contenido moral de sus actuaciones, mientras moralizan la labor y se entregan a un proceso de autoengaño que diluye la responsabilidad de sus actos en los otros. Puede darse el caso, por ejemplo, del militar que ejecuta una orden abiertamente injusta sin preguntar si el contenido de la misma es moralmente reprochable, sino deseando cumplir con su deber a la vez que piensa que él no es sino un medio, una pieza en un engranaje, y que la verdadera responsabilidad sobre sus actos está en quien ha proferido las ordenes que él, ciegamente, ha obedecido. Lo mismo puede ocurrir en todo tipo de organizaciones, con cualquier tipo de funcionario. Se trata de un problema típico que ha sido ampliamente analizado. Así, por ejemplo, en su texto Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt (2013) muestra que este líder nazi no era un hombre particularmente malo, sino un burócrata que en el marco de una estructura rígida terminó por cometer actos terribles sin comprender el alcance de sus acciones ya que las fuerzas situacionales anularon su capacidad para juzgar moralmente. Lo que no quiere decir, empero, que no sea responsable, sino que las instituciones que lo crearon son aún más responsables.

En resumen, estos acercamientos nos permiten comprender que la responsabilidad es un problema que está ligado a las acciones y que éstas son hechos intencionados por una conciencia. De igual modo, que un acto por omisión también es un acto sobre el que se debe declarar responsabilidad a diferencia de los accidentes que, exceptuando los que son el resultado de la imprudencia y el descuido, son sucesos sufridos por los agentes sobre los que, propiamente hablando, no tiene mayor sentido imputar responsabilidad. Así mismo, vemos que la responsabilidad debe ser concebida en la lógica de una escala, esto es, en grados que dependiendo del carácter situacional y de las posibilidades de juicio de los agentes, se adjudican de diferente modo. Finalmente, comprendemos que el concepto de agencia es amplio y que no solo abarca a individuos, sino también a grupos o instituciones.

Esta aproximación no debe perderse de vista, pero no se puede considerar como absoluta ya que tras el análisis ha surgido una separación respecto de cualquier perspectiva normativa. La reflexión sobre la responsabilidad en términos de su imputabilidad es muy provechosa y fundamental para el derecho y la política, pero no nos dice mucho sobre la moral, a pesar de que siempre aparece en su trasfondo. Con este enfoque podemos comprender cuándo es posible imputar responsabilidad y de qué grado sobre una acción, pero no tenemos claridad sobre qué es, en sentido positivo, una acción responsable. Uno de los autores que se dio cuenta de tal dificultad y que dedicó la mayor parte de su vida a esclarecer la relación entre la filosofía de la acción, por un lado, y la filosofía moral y política, por el otro, fue Jean Paul Sartre quien, a propósito del problema de la libertad, terminó por construir todo un aparataje teórico y conceptual conocido como existencialismo, que apuesta por un concepto de responsabilidad en sentido amplio y cuyas conclusiones son similares a las de la ética kantiana, pero a través de un camino diferente.

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 5 de 17

II Si sabemos cuándo imputar responsabilidad por una acción, pero no qué es una acción responsable,

estamos muy lejos de poder plantear un ideal normativo para el ejercicio de una profesión o, en términos más generales, para la vida misma. Para Sartre, no es posible pensar el problema de la acción y la responsabilidad sin pensar, a su vez, el problema de la moral, esto es, el problema de nuestras relaciones con los otros a propósito del sufrimiento. Su filosofía, que está fuertemente influenciada por la ontología heideggeriana, puede leerse como una respuesta a las condiciones propias de la guerra, el sufrimiento y la muerte. Para el autor, lo ocurrido durante las dos grandes guerras, en especial durante la Segunda, hace necesario que la manera en que veníamos comprendiendo el mundo, las relaciones con los otros y a nosotros mismos, sea modificada, debido a que han sido los antiguos valores los que, sumados a condiciones estructurales y a propósito de ciertas coyunturas políticas, han llevado a la más terrible destrucción que halló su máxima expresión en el campo de concentración de Auschwitz. Esta misma idea será propuesta por la primera generación de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, principalmente por Theodor Adorno y Max Horkheimer (2007).

Para este grupo de pensadores los grandes eventos de violencia no son censurables por razones cuantitativas, ya que el hecho de que sean millones los asesinatos o uno, no cambia la naturaleza del juicio. El problema ante tales eventos es que son injustos y llevan al sufrimiento que no solo tiene que ver con el daño físico, con la imposición de la muerte en sentido biológico, sino también con los daños psíquicos y la imposición de la muerte en sentido social. Con el objetivo de hacer frente a este tipo de situaciones que, la verdad sea dicha, siguen siendo cotidianas, se propone repensar la manera en que nos comprendemos y apostar por el desarrollo de un concepto de responsabilidad en sentido amplio que dé cuenta de los deberes que tenemos para con los otros y que han de expresarse, a través de acciones muy concretas, en el grueso de nuestras prácticas.

Para Sartre, lo más básico de nuestra existencia y aquello que es la clave para caracterizar lo que somos, es el hecho de que somos libres. Pero libertad no quiere decir que nosotros podamos realizar todo lo que queremos, tal es un concepto romántico de libertad; se trata, más bien, de la noción según la cual siempre nos resulta posible actuar de otro modo. Con esta definición del ser del hombre, Sartre rechaza de tajo las metafísicas de la historia y el determinismo, esto es las ideas según las cuales la historia no es sino la manifestación de un plan y nuestras acciones un curso necesario en la consecución de tal destino. Para Sartre no hay una esencia que anteceda a la existencia del hombre y que determine lo que este ha de ser. Para el autor, el hombre empieza por ser nada y solamente, como resultado de sus acciones, ha de ser algo. Eso quiere decir que la existencia precede a la esencia y que somos lo que hacemos. En otras palabras, que no es posible acudir a excusas para explicar nuestros actos y dejar de lado la asunción de responsabilidades, ya que al ser libres somos nosotros quienes elegimos el sentido de nuestras acciones.

Por supuesto, eso no quiere decir que Sartre sea un pensador ingenuo que niegue la influencia de las fuerzas situacionales en nuestras decisiones. Todo lo contrario, él afirma que nacemos al interior de una historia que no es la nuestra y que guía nuestras posibilidades hacia ciertos territorios. El punto está, más bien, en comprender que el hecho de que existan situaciones estructurales que nos imponen retos e ideales particulares de acción, no significa que estamos condenados a seguir un curso particular de actos. Para Sartre quien afirma que ha realizado algo porque ha sido llevado a ello sin la posibilidad de resistirse, es una persona de mala fe que trata de negar su libertad con el propósito de no asumir la responsabilidad que implican sus actos. Es importante notar que para Sartre toda acción es, por definición, intencional, pero que no es de esta condición de donde se deriva la responsabilidad; para el autor, nosotros somos responsables de nuestros actos, no porque sean el fruto de una intencionalidad, sino porque somos libres,

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 6 de 17

es decir porque siempre tenemos la oportunidad de actuar de otro modo. Tal aclaración resulta importante pues existen doctrinas deterministas que aceptan la intencionalidad pero, en tales casos, ésta aparece como una ilusión de los agentes. Para Sartre, por el contrario, la intencionalidad no es sino el medio por el que se manifiesta una originaria libertad que es el verdadero fundamento de determinación de nuestro actuar.

Sartre señala que no hay duda sobre el peso que imponen las situaciones sobre un agente, pero que no es posible afirmar que tal peso sea como una condena ya que, si bien, tal como ha expresado Foucault (2012), nosotros somos sujetos constituidos por fuerzas que nos exceden, somos lo que hacemos con aquello que han hecho de nosotros. Esta manera de comprender el problema de la existencia hace que sobre el hombre se asiente todo el peso de la responsabilidad por lo que es. Lo cual tiene por consecuencia que a las personas se les exige un compromiso que, no obstante, traspasa la individualidad y se dirige hacia la totalidad de los seres. Para Sartre, si lo que nos define es el hecho de que somos libres, entonces la acción más coherente respecto de lo que somos es el cuidado y potenciación de nuestras libertades en el marco de la cotidianidad. La libertad no puede más que quererse a sí misma, comentaba Sartre, por lo cual es necesario que las personas trabajen en la identificación de aquellas prácticas y creencias que la niegan.

Ahora bien, podría pensarse que el existencialismo es una doctrina egoísta que apuesta por el desarrollo de la propia libertad. Sin embargo, hay que comprender que, por el contrario y en adopción de la reflexión hegeliana, Sartre sostiene que lo que está a la base de las posibilidades de realización de nuestro ser, es el reconocimiento que le damos a las pretensiones de los otros. Por lo cual, no es posible luchar por la propia libertad si no se lucha, a la vez, por la libertad de los otros. Es necesario aclarar que el otro no está definido por condiciones de simpatía, sino al interior de una estructura empática: el otro es cualquiera. En el primer caso, se trata de un compromiso que está fundado sobre la base de la afectividad, allí la solidaridad tiene lugar respecto de aquellos con los cuales me siento identificado o tengo un vínculo; por su parte, el compromiso empático depende de la capacidad que tenemos para comprender la situación del otro: cuido y ayudo al prójimo porque soy capaz de ponerme en su lugar y no, tan solo, porque me siento identificado con él. Así las cosas, en una teoría empática la solidaridad tiene lugar, incluso, con aquel respecto del cual nos sentimos completamente distanciados. Si la apuesta por un compromiso recíproco fuese de carácter simpático, caeríamos en la lógica del amigo-enemigo, en la cual solamente estamos dispuestos a responder al llamado de aquellos que son como nosotros, mientras que el otro resultaría excluido de nuestra consideración.

En su texto El ser y la nada, Sartre (2008) retoma la reflexión de Hegel (2006) a propósito de la dialéctica del amo y el esclavo, con el objetivo de clarificar la naturaleza de las relaciones que mantenemos con el prójimo. Según el autor, lo propio de nuestras relaciones es la dominación y violencia que resulta ante el deseo de reconocimiento. Para Hegel, el mayor deseo de una conciencia es ser conciencia de sí, esto es poder ratificarse como un yo para lo cual, al interior de sus relaciones, requiere del reconocimiento de los otros. La conciencia desea el deseo del prójimo y, para conseguirlo, suele establecerse como positividad que niega por vía de la dominación, al otro del cual desea reconocimiento. No obstante, dado que la otra conciencia también es una conciencia deseante que persigue el reconocimiento, allí surge la lucha.

Para Hegel, esa lucha es una lucha a muerte, en la que cada una de las conciencias quiere imponerse sobre la otra. En la contienda, sin embargo, debido a que siempre hay alguien más poderoso, el más débil, si no desea morir, termina por ceder su deseo de reconocimiento y se entrega al poder del más fuerte, con lo cual se instaura una dialéctica del amo y el esclavo. Ahora bien, el hecho de que el esclavo ceda su deseo de reconocimiento no quiere decir que lo elimine, por lo cual la lucha continúa (aunque de manera soterrada) hasta que éste termina por imponerse sobre su amo. En ese movimiento dialéctico Marx (2004)

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 7 de 17

ha visto el motor de la historia, para él esta es una encarnizada batalla en la cual a lo largo del tiempo, amos y esclavos riñen por ser reconocidos, lo cual, más que un deseo narcisista, es una cuestión vital: la gente ha ido a la guerra a lo largo del tiempo para que otras personas reconozcan sus pretensiones vitales, económicas, políticas.

Lo que retoma Sartre de Hegel es la afirmación según la cual tal dialéctica no solo nos permite comprender los grandes movimientos de la historia, sino también nuestras relaciones más cotidianas. Para el autor, lo que caracteriza nuestras relaciones con los otros es la lucha por el reconocimiento en la que una conciencia termina por imponerse sobre la otra, pero nunca de manera absoluta (a menos de que la asesine), porque para el sometido siempre existe la posibilidad de la reivindicación. Sartre muestra, por ejemplo, que al interior de las sociedades capitalistas, la mayor parte de las relaciones afectivas y eróticas funcionan de tal modo. La pareja no es más que una lucha en la que uno termina por dominar al otro e imponerle su voluntad; esa misma conclusión será ratificada por los estudios feministas que explican cómo, a lo largo de la historia, pero sobre todo en el marco de las sociedades modernas posindustriales, la relación entre los géneros se ha caracterizado por la dominación de la masculinidad respecto del otro femenino. Lo que no quiere decir, empero, que ésta sea una situación legítima, natural o deseable; todo lo contrario, es el resultado de juegos de poder injustos tras la persecución de intereses particulares. Para Sartre este tipo de relaciones están condenadas al fracaso pues suponen, del lado de una de las conciencias, la anulación de lo que el otro es. En tanto que las relaciones estén fundadas sobre la dominación de una de las partes, éstas siempre devendrán guerra, por lo cual es necesario encontrar otra guía normativa para nuestras relaciones. En el caso de Hegel y de Sartre, las tesis apuntan al desarrollo de relaciones fundadas sobre el reconocimiento recíproco. En particular, para Sartre, esto quiere decir el reconocimiento de la mutua y originaria libertad. Según el autor, con la asunción de un tal compromiso existencial podremos dejar de lado la guerra, la muerte y el sufrimiento, y encaminarnos hacia el desarrollo de sociedades pluralistas, en las que los conflictos no se resuelven con la violencia, sino por vía del diálogo. Para Sartre, justo allí es donde reside la responsabilidad; en otras palabras, una acción responsable es aquella que cuida y reconoce la libertad del prójimo mientras rechaza los ejercicios de dominación y violencia.

Concentrémonos ahora en esas dos nociones. ¿Qué entendemos por reconocimiento? ¿Qué entendemos por cuidado? Esta última noción, lamentablemente, ha sido entendida como la imposición de un límite. En ciertos contextos, se piensa que el cuidado tiene que ver con la creación de una barrera entre el sujeto y aquello que puede dañarlo. El problema de una tal noción es que es de carácter paternalista y, lejos de permitirle al sujeto superar y combatir aquello que lo pone en cuestión, termina por reducirlo a la vulnerabilidad y el miedo. El cuidado, desde la óptica de Sartre, tiene que ver más bien con la potenciación y entrega de todos los elementos necesarios para que los sujetos puedan enfrentarse a sus problemas de manera autónoma y segura. Cuidar a alguien no es imponerle un tratamiento para hacer frente a una dificultad, sino entregarle todos los elementos de juicio para que la persona pueda tomar la decisión que considere más conveniente. Cuidar nunca puede ser limitar la libertad, sino potenciarla con los elementos de juicio adecuados.

El cuidado es un deber que se manifiesta en acciones que pueden llamarse responsables. En tanto que compromiso, posee un carácter bidireccional irreductible: cuidado de sí y cuidado de los otros. El territorio de su ejercicio, de igual modo, debe ser comprendido en un sentido amplio. Hay que verse y ver a los otros como unidades bio-psico-sociales, lo que supone no solo el cuidado de la mente y el cuerpo sino también de las tradiciones, los valores, la cultura, intereses y deseos. Si decimos que el cuidado tiene que ver con la entrega, a sí mismo y a los otros, de los elementos necesarios para el ejercicio de la libertad, hablamos, entonces, de bienes que remiten a las condiciones materiales sobre las cuales es posible

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 8 de 17

agenciarse y, a su vez, de criterios y contenidos proposicionales que permitan el desarrollo del juicio. En otras palabras, una acción responsable se caracteriza por el ejercicio de un cuidado que significa la garantía de condiciones materiales sobre las que tienen lugar las acciones y la entrega, construcción y reflexión sobre contenidos conceptuales que permiten dimensionar de forma adecuada los problemas, de suerte que se puedan tomar las mejores decisiones.

En cuanto al reconocimiento de lo que se habla es de la aceptación y potenciación de las aspiraciones legítimas de los agentes. En este caso, y con miras al desarrollo de un pluralismo, el criterio de legitimidad es de carácter lógico y se entiende como razonabilidad. Se debe potenciar toda posición y divergencia cuyas consecuencias no sean la eliminación de otros discursos o la limitación de la libertad; esto es, cualquier doctrina o situación que escudada en la libertad, realmente sea un atentado contra la misma. Respecto de tales situaciones, el compromiso con la libertad supone el ejercicio de la crítica a propósito de todas aquellas condiciones materiales o discursos que limiten la libertad, generen violencia o dominación, con el objetivo de encontrar las causas que las generan y poder modificarlas. El reconocimiento del otro no quiere decir que yo sea responsable por lo que el otro es, pero sí que yo soy responsable de dejarlo ser tal y como él se quiera, en el marco de la razonabilidad. Esta responsabilidad existencial deriva de la libertad y del deseo de llevar una vida que no sea violenta y condenada al fracaso. En sentido político, este compromiso implica que debemos trabajar, en todos los aspectos de nuestra vida, por crear relaciones de justicia e instituciones que promuevan una sociedad que acepte la otredad.

Este trabajo, es importante recordar, empieza en nosotros y tiene que ver, ante todo, con la crítica sobre los prejuicios que tenemos respecto de los otros y que no nos permiten ver sus necesidades, ni escuchar sus llamados. La responsabilidad se logra cuando aprendo a reconocer al otro en mis juicios y a cuidarlo con mis actos lo que, no obstante, supone en primera medida que yo me cuido y reconozco a mí mismo, ya que nunca será posible asumir el compromiso con los demás si no se ha asumido el compromiso personal. Ahora bien, no es posible determinar de forma última las acciones concretas que deben realizarse para cumplir este objetivo. Es necesario que cada cual, a propósito de contextos muy concretos y de forma prudente, identifique cuál es el mejor curso de acción. Antes de indagar cómo puede darse un tal desarrollo en la psicología bajo la forma de la responsabilidad profesional, que no es sino una expresión de la responsabilidad existencial que se juega en todos los contextos y relaciones, deseamos ahondar en la noción de respuesta ante los llamados del otro.

III

Para Emmanuel Lévinas (2012), desde una postura similar a la de Sartre pero con fundamentos

diferentes, la responsabilidad debe ser entendida de forma amplia como una respuesta ante los llamados del otro. Responsabilizarse es responder a los llamados que el otro nos realiza. Para este autor, lo propio de los totalitarismos que desencantaron el mundo fue la imposición de un "No" frente a los llamados del prójimo; en respuesta a tales situaciones, él apuesta por el desarrollo de un "Sí". Según Emmanuel Lévinas, el otro todo el tiempo nos está llamando para que lo acojamos, para que desarrollemos una política de la hospitalidad en la que lo que le damos al otro no es resultado, como al interior de las relaciones guiadas por el capitalismo, de lo que el otro nos puede dar a cambio, sino de su necesidad. Según el autor, el llamado del otro es algo que trasciende la intencionalidad del lenguaje y se ubica de lado de la presencia en el rostro. El otro nos habla sin palabras, nos habla con su sola presencia y es ésta el lugar de donde emerge la demanda por el reconocimiento. Para Lévinas la ética no es otra cosa que brindar una respuesta al llamado del otro antes de que éste, con palabras, realice cualquier pedido. La ética es un "Sí"

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 9 de 17

incondicionado anterior a toda pregunta, una respuesta, una responsabilidad, anterior a todo cuestionamiento.

La muerte aparece como la desaparición de toda respuesta. Es una no-respuesta del otro, del que muere, ante nuestros llamados. Un silencio al que solo resta decirle adiós. Con la muerte del otro muere, de cierta manera, una parte de nosotros: aquella que le hablaba a aquel que ya no está, aquella que era acogida por el otro. La muerte del otro es una muerte en nosotros. Imposibilidad de acoger la voz tras la muerte, imposibilidad de la complicidad, la mirada, el cara-a-cara. Y sin embargo apertura al recuerdo, a escuchar la voz en el silencio. Apertura y necesidad de la memoria. Cara-a-cara espectral. Esta muerte última no es, empero, la única muerte posible. Hay otras muertes que no son la muerte física pero que comparten con ésta los signos de aquel que nos deja: un dar la espalda, un cerrar los ojos, un negar la escucha. Quien, ante otro, cuya presencia ya es llamado, ya es súplica antes de la súplica; quien ante tal otro da la espalda, niega la mirada o su atención, quien niega la hospitalidad al otro que no da espera, lo asesina. El no reconocimiento de la voz del otro, de su infinitud, es un ultraje igual de doloroso e irreparable que la muerte de aquel que nos dice, y a quien decimos, adiós (A-Dios agrega Lévinas).

Para Lévinas el otro es una prohibición. El mostrarse de su infinitud, de su misterio, es una prohibición de totalizar el infinito o de develar el misterio. La exposición de su fragilidad, de su violabilidad es también, y principalmente, una prohibición al daño y a la violación. El otro que se me muestra es lo violable inviolable. Tal prohibición, que Lévinas hace explícita en el “no me matarás”, es lo que el rostro indefenso proclama. La promulgación que el otro hace de sí, su entrega ante la posible violación que puede ejercerle el sí de mi rostro, guarda la esperanza de ser reconocida como radical separación. El rostro del otro siempre es esperanza y mi rostro, para el otro, siempre es promesa. Esperanza de ser reconocido, promesa de reconocimiento. A la realización positiva de tales apuestas es a lo que nos abre la hospitalidad. El otro se me confía y de ahí en adelante he de responder por él, he de asumir la responsabilidad bajo la forma de la hospitalidad, esto es, una acogida incondicional, el sí frente a sus necesidades.

La acogida, la hospitalidad (la buena) no es un dar ante la petición del otro, es un sí para con el rostro del otro anterior a toda petición. La acogida es una respuesta anterior a toda pregunta. Un sí que precede al sí del otro (a su darse) y que, por tanto, no depende de éste. Es un gesto incondicionado incluso ante el no del otro. Un acontecimiento que se promete y que siempre es promesa cumplida. El contenido de tal sí, de tal promesa, es la apertura de sí. Un recibir (dar como recibir) que acoge y abre el en-casa, la morada. Un sí como recibir, como acogida de la idea de la infinitud del otro. Un sí, una respuesta que se opone al no, a la no-respuesta de la muerte, a la no-respuesta que genera las otras muertes que no son la muerte física.

La acogida suele desencadenar un poder que ejerce el anfitrión sobre el huésped. Se trata de una violencia que pone al otro en condición de dependencia: relación que funciona bajo la dialéctica del amo y el esclavo. Las causas de ello no pueden señalarse de manera categórica, pero lo que sí es enunciable es que para tal hospitalidad el otro siempre es un medio, en primera instancia, para la consolidación del propio poder. La hospitalidad, así entendida, es un ejercicio de soberanía: se acoge al otro mientras se lo domina para consolidar el poder en el marco del territorio (Esclavitud, Paternalismo, Celos).

Esta violencia en el acto del dar, esta violencia como don, se da también en la palabra. Y es que todo acto de habla posee una fuerza ilocucionaria creadora de realidades. No solo Dios crea con la palabra, también (tan solo) lo hacen los hombres. La diferencia es que la palabra de Dios es apertura, mientras que el discurso humano es clausura. Cuando nombramos no solo adjudicamos un término para identificar lo otro, o al otro, sino que con la palabra lo insertamos en un marco de posibilidad. El hombre al cual llamamos esclavo ya no será libre. El hombre sin nombre, por su parte, no será reconocido. He ahí una cuestión fundamental: la necesidad de la palabra para el reconocimiento y, sin embargo, su inherente

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 10 de 17

violencia. ¿Cómo acoger entonces al otro? ¿Sin palabras? En primera instancia sí, sin palabras. Una acogida que es ante todo escucha; un abrir la puerta que no es pasividad: tener la idea de la infinitud del valor del otro. Pero también con palabras, con el lenguaje de la amistad, de la prudencia, de la complicidad… un decir que sea el de una violencia económica: un hablar que no deje víctimas ni victimarios. Palabra, lenguaje, que no ejerce sino que libera de todo poder. Acto que no es ejercicio de soberanía sino de reconocimiento.

¿Ocurre lo mismo con el victimario? ¿Quién niega el rostro del otro no pierde el suyo? ¿Hay humanidad en quien niega la humanidad del otro? Sí, aunque en ciertas ocasiones (enceguecidos por el dolor y el deseo de venganza) no queramos aceptarlo. La solidaridad absoluta (de ser en realidad absoluta como la quieren Lévinas o Sartre) debe ejercerse incluso con el victimario. Es en tales lugares donde la solidaridad no parece posible donde tiene sentido ejercerla; esto, empero, no se puede exigir: se trata de una decisión personalísima, comunicable pero intrasmisible. Se piensa (y es comprensible hacerlo) que la solidaridad con el victimario es una nueva afrenta contra el rostro de la víctima; pero el no reconocimiento de la infinitud de aquel que no reconoce las otras infinitudes es de la misma naturaleza que el no reconocimiento que el victimario ejerce. Tal es, por ejemplo, la paradoja de la pena de muerte. Pero, ¿cómo asumir la responsabilidad en el marco de las instituciones?

La relación entre una ética de la hospitalidad y una jurisprudencia debe ser pensada con precaución. ¿Puede la ética fundamentar un derecho o política de la hospitalidad? ¿Ello solo será posible si la ética puede hacer frente al problema del tercero (justicia)? ¿La entrega al otro (relación de exclusividad) puede transformarse, bajo la figura de la ley y la institucionalidad, en relación de inclusividad para con todo otro en un espacio social, nacional o internacional? El otro nos seduce y con su rostro nos rapta, nos llama hacia el Yo-Tú, y a la fidelidad absoluta (incondicionada) como condición de una tal relación de reconocimiento y distancia infinita. Esa relación amigable y hospitalaria es bendición angustiante ya que siempre existe la posibilidad de la separación. Sentir desgarrador que genera la muerte, temor del corte, pánico del fin. Angustia que no es tan solo angustia de la muerte del otro, sino también de la muerte de la relación Yo-Tú ante la posibilidad de un tercero: él o ella que, como el tú, a su vez demanda atención y no da espera. Temor del adiós que, sin embargo, es propio de toda relación con el otro.

En toda relación con otro (un tú) aparece siempre otro que, como el tú, demanda mi atención, demanda mi escucha, el reconocimiento de su infinitud y, al igual que el tú, no da espera. La relación Yo-Tú, empero, para ser exitosa, para ser incondicionada supone (por principio) la exclusión de cualquier tercero. En otras palabras, la acogida, la lucha contra la violencia, es siempre una violencia con el tercero en virtud de la exclusividad de la relación. Ante esta afrenta, el rostro del tercero nos pregunta “¿Por qué ustedes sí y yo no?”. Y ante esa pregunta no podemos ofrecer una respuesta que sea justa. La comparación entre el tú y el tercero no lo resuelve pues no hay manera de comparar dos infinitudes. La exclusividad siempre es una injusticia. La justicia, por el contrario, es aquella que hace del tú cualquier otro. Ante la demanda del tercero nace la cuestión de la justicia. ¿A quién he de dar mi atención, mi escucha, mi acogida? ¿Al tú y al tercero, es ello posible?

El tercero siempre es límite de la relación Yo-Tú, límite de la responsabilidad que tengo por el otro. Mi responsabilidad por el otro encuentra su límite donde el tercero aparece reclamando que me haga responsable de sí (de él). El tercero amenaza la relación, su presencia es el fin del cara-a-cara con el otro, es la apertura al duelo entre las singularidades. Es con el tercero, explica Derrida (1998), que se da el salto (que se hace necesario el salto) de la responsabilidad ética a la responsabilidad jurídica y política, pues para tal compromiso el cara-a-cara de la ética se queda corto. Es allí, ante las demandas del tercero, donde el compromiso ha de devenir institucional mientras que la responsabilidad existencial, para crecer en su

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 11 de 17

alcance, ha de expresarse bajo la forma de responsabilidad profesional en organizaciones socialmente comprometidas.

IV Luego de pasar por el problema de la responsabilidad, a propósito de la cuestión de su imputación,

así como lo que puede constituir un acto responsable y tras haber señalado que lo que está en juego con ello es la asunción de un deber, un compromiso, respecto de los otros y de nosotros mismos, anterior a todo cuestionamiento y según el cual hemos de responder con cuidado y reconocimiento, nos ocuparemos de mirar cómo, al interior de la profesión de la psicología, puede hacerse justicia a una tal idea, a través del cumplimiento de las guías y normativas que regulan la profesión. Nos interesa, ante todo, ahondar en el problema de la toma de decisiones a través de la reflexión sobre la deliberación y la prudencia. Lo que no significa que no existan muchos más caminos para el ejercicio de esta responsabilidad, pero, dado que en términos generales todas esas disposiciones tienen que ver con la toma de decisiones, hemos decidido (al menos para este artículo) concentrarnos en tal discusión.

La responsabilidad del psicólogo es un punto central de su quehacer profesional, no solamente cuando está frente al usuario, sino también cuando debe tomar decisiones en el curso del servicio profesional que presta, incluido el momento en el cual debe hacer uso de la información y de los datos que éste le ha brindado, ya sea directamente a través de la comunicación verbal o a través de la respuesta a pruebas o instrumentos psicológicos de evaluación o intervención. Gran parte del quehacer del psicólogo se centra en registrar información y en elaborar informes o conceptos, razón por la cual el contenido de estos documentos es un objeto de cuidado. Lo que se escriba en documentos públicos o privados impactará y podrá tener consecuencias positivas o negativas para el usuario. Es por esto que el registro de información hace parte de la amplia lista de responsabilidades profesionales del psicólogo.

La responsabilidad profesional no solamente la exigen las normas legales y los principios éticos que enmarcan la labor del psicólogo, sino que también hace parte del imaginario que tiene la sociedad sobre la labor que lo hace idóneo como profesional de servicio o ayuda, ante quien los usuarios revelan intimidades como no lo harían ante nadie más. Se espera de estos profesionales un nivel alto de conocimiento, actualización, integridad y autorregulación de su conducta. Esta labor social de los profesionales en general la reconoce Janeth Hernández (citada por Garcés y Giraldo, 2013) al señalar que “la finalidad del trabajo profesional es el bien común. Toda persona al ejercer su profesión, además de contar con los conocimientos necesarios de su campo, debe contar con valores morales que tienen como finalidad buscar y tratar de garantizar el bien común” (p. 166-167).

La Ley 1090 de 2006 determina en su artículo segundo los principios universales que rigen el ejercicio profesional del psicólogo. El primero de ellos es el Principio de Responsabilidad. Incluye dentro de él tres compromisos centrales: el desempeño dentro de los más altos estándares profesionales, lo que a su vez implica poner todo el empeño en llevar a cabo acciones que aseguren que sus servicios sean usados de forma correcta, y la aceptación de las consecuencias de sus actos profesionales. La responsabilidad supone reflexión, deliberación juiciosa y anticipada sobre las decisiones profesionales, sus consecuencias, las competencias para la labor que se va a llevar a cabo en cada momento, lo que implica el compromiso adquirido con el usuario, la comunidad y la sociedad a partir del momento de obtener el título profesional. No se jura en vano en la ceremonia de grado. Ese juramento conlleva una obligación, un deber que se debe respetar y tener siempre presente. Los artículos 10 y 11 de la Ley 1090 complementan este principio al dar claridad sobre las obligaciones y prohibiciones para el psicólogo. No tener suficientemente en cuenta estos componentes inherentes a la responsabilidad ha llevado a que,

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 12 de 17

entre el 2008 y el 2016, las sanciones impuestas en los Tribunales Deontológicos de Psicología en Colombia hayan sido principalmente por faltas a este principio.

Siendo coherentes con la primacía de la Responsabilidad, el Acuerdo No. 15 (2016) de los Tribunales de Psicología destaca en este Manual Deontológico la Responsabilidad como el principio ético fundamental, rector de los principios que a continuación desglosa empleando un modelo de “principialismo jerarquizado” (p. 7) que comprende los principios relacionados con los derechos y la obligatoriedad moral (principio de No Maleficencia y de Justicia) y con el libre desarrollo de la personalidad y la elección ética (Beneficencia y Autonomía); cada uno de estos principios a su vez cuenta con principios subsidiarios como la integridad, la solidaridad, la igualdad, la veracidad y el respeto, entre otros.

Un documento complementario del Manual Deontológico es el de Rojas (2016) sobre Ética y ejercicio de la Psicología en Colombia que al explicar ampliamente el Principio de Responsabilidad deja en claro que la asunción de una responsabilidad “traspasa el ámbito de las propias acciones. Ser verdaderamente responsable, reconocer la dignidad del otro, no significa hacerse cargo, tan solo, de las consecuencias de nuestros actos, sino hacer que nuestros actos expresen el cuidado y reconocimiento del prójimo” (p.27). Esto hace que el Principio de Responsabilidad sea de hecho un eje articulador de cualquier decisión moral y esté directamente conectado con los principios de Beneficencia, Justicia y Autonomía.

Más allá del entorno nacional se encuentra que es frecuente que los códigos de ética del psicólogo incluyan el Principio de Responsabilidad. El Metacódigo Europeo (2001) incluye la responsabilidad como el tercero de los 4 principios éticos pero resalta la interrelación de los 4 principios en los que se basa. Hace explícito que “los psicólogos serán conscientes de las responsabilidades profesionales y científicas de cara a sus clientes, a la comunidad y a la sociedad en la que trabajan y viven. Evitarán producir daños, serán responsables de sus propias acciones y se asegurarán, en la medida de lo posible, de que sus servicios no sean mal utilizados” (p 2.). Este Principio comprende 6 elementos, a saber: a) Responsabilidad general, relacionada con la prestación de servicios de calidad y la obligación de asumir las consecuencias de sus acciones. b) Promoción de altos niveles, lo cual llama a mantener un alto nivel de actividad científica y profesional de acuerdo con el Código Ético. c) Evitación de daños, para obligar al uso inapropiado de los conocimientos o de las prácticas psicológicas y minimizar el daño previsible e inevitable. d) Continuidad de la atención, que comprende a su vez dos deberes: prestar la atención profesional que requieran sus usuarios de manera continua, llevar a cabo acciones apropiadas cuando se deba suspender o terminar la prestación de un servicio profesional, y colaborar con otros profesionales. El segundo deber incluido en este punto es el cuidado “hacia los clientes después de la terminación formal de la relación profesional en el caso de que en contactos posteriores se aborden temas que se deriven de la relación profesional original” (p. 5). e) Responsabilidad extendida; la responsabilidad no se limita a la actuación científica y profesional directa del profesional, incluye el seguimiento de las normas éticas por parte de los colaboradores, sean estos empleados, ayudantes, supervisados o estudiantes. f) Resolución de dilemas o problemas éticos siguiendo modelos diseñados para ello o consultando con otros colegas y/o asociaciones profesionales; también está aquí la obligación de dar a conocer a otras personas o entidades relevantes sobre las exigencias del Código Ético como el marco en el cual cimentará el psicólogo su actuación profesional. Estos amplios componentes de la responsabilidad dejan claro que son deberes de los psicólogos la actualización permanente de los conocimientos, así como “la divulgación tanto de las debilidades y limitaciones de los métodos aplicados, como de los procedimientos y tratamientos que resulten adecuados para el cliente” (Lang, 2009, p. 2).

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 13 de 17

La Declaración Universal de Principios Éticos para Psicólogos (2008), en su cuarto principio llama la atención sobre las “Funciones de la psicología como disciplina en el contexto de la sociedad humana”:

Como una ciencia y una profesión, la psicología tiene responsabilidades para con la sociedad. Estas responsabilidades incluyen contribuir al conocimiento sobre el comportamiento humano y al entendimiento del conocimiento que las personas tienen de sí mismos y de los demás, y el uso de esos conocimientos para mejorar la condición de las personas, familias, grupos, comunidades y la sociedad. También incluye la realización de sus asuntos dentro de la sociedad, de acuerdo con los más altos estándares éticos, y el fomento del desarrollo de las estructuras sociales y políticas que beneficien a todas las personas y los pueblos (p. 6). La American Psychological Association (APA) (2010), en su documento de Principios Éticos de los

Psicólogos y Código de Conducta, ubica como Principio General B el de Fidelidad y Responsabilidad. Respecto de ellos señala que:

Los psicólogos establecen relaciones de confianza con aquellos con quienes trabajan. Son conscientes de sus responsabilidades profesionales y científicas con la sociedad y las comunidades específicas donde interactúan. Los psicólogos apoyan las normas de conducta profesional, determinan sus roles y obligaciones profesionales, aceptan la adecuada responsabilidad por sus acciones y procuran manejar los conflictos de intereses que puedan llevar a explotación o daño. Los psicólogos consultan con, se dirigen a, o cooperan con otros profesionales e instituciones según sea necesario para servir a los mejores intereses de aquellos con quienes trabajan. Se preocupan por el cumplimiento ético de las conductas científicas y profesionales de sus colegas. Los psicólogos se esfuerzan por aportar una parte de su dedicación profesional a cambio de una compensación o beneficio personal muy baja o nula (p.3). El Código Australiano de Ética para psicólogos – APS (2007), en su Principio B, Propriety, resalta en

toda su explicación la necesidad de proporcionar servicios psicológicos que beneficien y no produzcan daño, ejerciendo la profesión dentro de los límites de la competencia y del marco de las reglas legales, profesionales, éticas y organizacionales, anticipando las consecuencias de sus acciones y asumiendo la responsabilidad de sus decisiones. El tercer estándar de este principio es la responsabilidad e incluye las siguientes 8 acciones concretas: a) actúa con el cuidado y la pericia que se espera de un psicólogo competente; b) asume la responsabilidad de hacer una previsión razonable de las consecuencias de su conducta; c) toma las precauciones necesarias para prevenir los daños que puedan provenir como resultado de su conducta; d) proporciona servicios psicológicos solamente por el período durante el cual los clientes necesitan sus servicios; e) es responsable personalmente por las decisiones profesionales que toma; f) toma las precauciones necesarias para asegurar que sus servicios y productos son usados apropiada y responsablemente; g) es consciente de y toma las medidas necesarias para establecer y mantener límites profesionales adecuados con colegas y clientes; y h) revisa periódicamente los acuerdos contractuales con los clientes y cuando cambian las circunstancias hace las modificaciones que se requieren, con el consentimiento informado de los clientes.

El cuidado responsable que debe tener el profesional con las decisiones que toma para evitar causar daño al usuario y asegurar, en la medida de lo posible, el bienestar y la calidad del servicio que presta, pasan necesariamente, como ya se señaló, por la dedicada y cuidadosa reflexión previa del psicólogo prudente. Por su relevancia dentro del principio ético de la responsabilidad, la prudencia, una de las virtudes intelectuales destacadas por Aristóteles como necesaria para la toma de decisiones, será abordada en la siguiente sección.

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 14 de 17

V

La prudencia se refiere a la “capacidad que tiene una persona de deliberar bien acerca de las cosas que son buenas y que conducen a la buena vida en general” (Garcés y Giraldo, 2013, p. 165). Sin embargo, tener esta capacidad no implica, por sí mismo, obrar bien. Para el bien obrar se debe contar igualmente con la voluntad de hacer bien las cosas y con principios e ideales que sirvan como normativas hacia las que apunte la prudencia, en este caso el cuidado y el reconocimiento. La prudencia es una virtud, esto es una disposición del sujeto para actuar de cierto modo. Empero, la prudencia “no es una virtud más, sino que ha de verse como la madre de todas las virtudes éticas” (Vergara, 2015, p. 271). Etimológicamente proviene del latín prudentia. Es definida por la Rae (2016) como “Templanza, cautela, moderación, sensatez, buen juicio. Una de las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza), que consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello”.

Hay una cierta sabiduría popular que indica que "todo en exceso es malo"; detrás de esa frase que suele pasar desapercibida, en realidad hay un cierto grado de verdad sobre el que ya había meditado Aristóteles (2004), a propósito del problema de las virtudes. Para el filósofo no existen recetas que nos puedan decir cómo vivir bien y alcanzar la felicidad, no hay modo de determinar de antemano lo que hay que hacer en cada caso para tomar las mejores decisiones, no es posible que un método lo garantice, lo que no significa, sin embargo, que no puedan dar importantes indicaciones. Para Aristóteles, la virtud no es actuar de un modo particular sino saber hallar, en cada circunstancia, lo que constituye el justo medio de las cosas. Así, por ejemplo, no es posible decir que para llevar una vida sana hay que comer 3 kilos de carne a la semana y practicar 30 minutos de ejercicio todos los días; cada persona, dependiendo de sus circunstancias, deberá encontrar las proporciones justas de acuerdo con sus necesidades. Lo que sí es un hecho, no obstante, es que todos deben evitar los extremos; Aristóteles es muy claro en señalar que las cosas se malogran por exceso o por defecto y que, por tanto, es necesario buscar el justo medio, pues allí estará la clave de la vida virtuosa.

Todo en exceso es malo, ya lo había dicho Aristóteles; no obstante, lo que no dice el refrán, pero sí el filósofo, es que no todo admite un justo medio. No es posible decir, por ejemplo, que la virtud está en robar en la justa medida, o en lograr un término medio para el daño y el asesinato. Se puede decir que todas aquellas cosas que generan sufrimiento, que niegan el reconocimiento, o bien que no son ejercicios de cuidado, son cosas que no admiten un punto intermedio sino que, por principio, deben ser rechazadas. Pero, ¿cómo realizar un ejercicio de cuidado y reconocimiento? Si no es posible determinar de antemano cuáles son las acciones responsables aunque sí qué es una acción responsable, no tenemos otra opción que realizar ejercicios deliberativos que sean altamente prudentes y que persigan de una serie de valores normativos. Para el caso del psicólogo el ejercicio de la responsabilidad, que será facilitado por la toma de decisiones deliberadas y prudentes, debe apuntar a dar cuenta de los principios de Justicia, No Maleficencia, Beneficencia y Autonomía.

La prudencia nos señala que no es posible hacer lo mismo en todos los casos y que, incluso en casos similares, siempre existirán variables que nos harán reconsiderar nuestras decisiones. Por ello, a lo que apunta esta virtud que afecta a las otras (valentía, generosidad, modestia, etc.), es al desarrollo de un ejercicio de ponderación en la búsqueda del justo medio. Pero no es posible hacer lo correcto simplemente realizando un ejercicio de prudencia, pues ésta debe estar enfocada hacia la rectitud, es decir, apuntar a otros valores que son su real marco de juego. La prudencia solo tiene sentido mientras no sea tan solo una virtud intelectual, sino también una virtud moral que ayude a perseguir la realización de ciertos ideales normativos que permitan el desarrollo de una vida buena en todas sus dimensiones.

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 15 de 17

Para los psicólogos esto es un deber, no solo por el desarrollo de altos estándares profesionales sino, ante todo, porque la psicología es una disciplina con alto impacto social. Un profesional imprudente que no apueste por acciones orientadas en el marco de la ética y que no realice un verdadero ejercicio de responsabilidad no solo es alguien que pone en cuestión la calidad de la disciplina, sino en riesgo la vida de los otros. Cuando las decisiones son tales que pueden modificar el curso de una vida, las precauciones deben ser muy altas, para lo cual es fundamental fortalecer la capacidad de juicio, reconocer las limitaciones y fortalecer todo el tiempo el conocimiento y experticia; en otras palabras, ser prudentes.

Es importante señalar que no se nace prudente, pero tampoco que la imprudencia es algo natural. Las virtudes son susceptibles de aprenderse y de ejercitarse, así mismo de perderse; es más, solo se puede decir que se las posee como consecuencia de un hábito. La prudencia es un ejercicio que debe realizarse todos los días y para el cual es necesario comprender que no hay prácticas con valor absoluto: la clave de la prudencia está en la continua evaluación de las situaciones y los discursos, en la previsión de las consecuencias, y en la búsqueda de los mejores métodos y medios para la consecución de fines particulares que, en cada caso, son el cuidado y el reconocimiento de nosotros mismos y del otro. Es importante señalar que la prudencia no conduce al relativismo porque, si bien señala que no hay decisiones absolutas, sí menciona que hay principios generales que la guían. El punto está en entender, más bien, que la existencia de tales principios no implica la existencia de reglas postuladas para su aplicación. Así, por ejemplo, los Tribunales Deontológicos deben comprender que, aunque existen normas que determinan qué es una falta, siempre es necesario asumir una actitud prudente que consiste en no juzgar la conducta simplemente porque la ley lo establece, sino reflexionar por qué la conducta constituye un agravio moral que debe rechazarse o corregirse, esto para poder explicárselo al psicólogo sobre quien tiene lugar el proceso y contribuir de tal modo, no solo a la aplicación de una coacción, sino a la educación y formación de los profesionales.

La prudencia consiste en evaluar la mejor manera de adecuar principios a circunstancias, estando en conformidad con los ideales normativos de las acciones. Para quien toma la decisión se trata, a su vez, de la conciencia sobre la falibilidad: ser prudente tiene que ver con tener presente la posibilidad del error, para imponernos la sana costumbre de juzgar con cierta dosis de duda, que no es la de la ignorancia, sino la de la conciencia sobre los propios límites. Ser prudente tiene que ver, en muchos sentidos, con pensar que se puede estar equivocado, con no creer ciegamente en lo que se dice y estar dispuesto a considerar opiniones divergentes. En términos generales se puede decir que una decisión prudente es la que tiene en cuenta las circunstancias, no instrumentaliza al otro, evalúa medios y fines, prevé las consecuencias y tiene en mente las jerarquías de los valores que se pretenden defender.

La prudencia es una virtud que nos ayuda a discernir más allá de las pasiones; en esa medida constituye un freno a los impulsos y un empoderamiento de la razón. En tanto que hábito se ve favorecido por la madurez, la experiencia, la posibilidad de adaptación, la disciplina, la discreción y la capacidad para la evaluación y construcción de argumentos. De igual manera, su mayor valor consiste en que ayuda a evitar la precipitación en la toma de decisiones, lo cual constituye una irresponsabilidad, una falta de cuidado y reconocimiento respecto de aquellos que son afectados por nuestras resoluciones. La prudencia enseña que lo correcto es cuestión de matices y que los métodos deliberativos pueden ayudar, pero no garantizan nada, debido a que lo importante no es deliberar mucho, sino deliberar bien.

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 16 de 17

BIBLIOGRAFÍA

Abello, I. (2011). Las relaciones conmigo y con los otros a partir de Sartre. Bogotá: Uniandes. Acuerdo No. 15 (Febrero 27 de 2016). Por medio del cual se actualiza el Manual

Deontológico y Bioético de Psicología. Recuperado de https://issuu.com/colpsic/docs/acuerdo_no._15_-_manual_deontologic/1?e=18058890/35019425

Adorno, T. (1984). Dialéctica negativa. Madrid: Taurus. American Psychological Association (APA) (2010). Principios Éticos de los Psicólogos y Código de

Conducta. Disponible en: http://www.psicologia.unam.mx/documentos/pdf/comite_etica/Codigo_APA.pdf Anscombe, G. E. (1991). Intención. Barcelona: Paidós. Arendt, H. (2013). Eichmann en Jerusalén. Bogotá: De bolsillo. Aristóteles. (2004) Ética a Nicómaco. Madrid: Alianza. Australian Psychological Society – APS (2007). Code of ethics. Melbourne, Vic: The Australian

Psychological Society Limited. Recuperado de https://www.psychology.org.au/Assets/Files/APS-Code-of-Ethics.pdf

Declaración Universal de Principios Éticos para Psicólogos. (2008). Aprobada por la Asamblea de la Unión Internacional de Psicología. Recuperado de http://www.iupsys.net/about/governance/universal-declaration-of-ethical-principles-for-psychologists.html#preamble

Derrida, J. (1998). Adiós a Emmanuel Lévinas. Madrid: Trotta. Foucault, M. (2012). Vigilar y Castigar. México: Siglo XXI. Gadamer, H. (2012). Verdad y Método. Salamanca: Sígueme. Garcés, L. F. y Giraldo, C. (2013). La responsabilidad profesional y ética en la experimentación con

animales: una mirada desde la prudencia como virtud. Revista Lasallista de investigación, 10 (1), 164 – 173. Hegel, G. (2006). Fenomenología del espíritu. Valencia: Pretextos. Heidegger, M. (2008). El ser y el tiempo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica. Horkheimer, M. & Adorno, T. (2007). Dialéctica de la ilustración. Madrid: Akal. Kant, I. (1978). Crítica de la razón pura. Madrid: Alfaguara. Kant, I (2002). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos. Lévinas, E. (2012). Totalidad e infinito. Salamanca: Sígueme. Marx, K. (2004). Manifiesto del partido comunista. Longseller. Milgram, S. (2009). Obedience to authority. An experimental view. USA: Perennial. Metacódigo de ética de la Federación Europea de Asociaciones de Psicólogos (EFPA) (2001).

Recuperado de http://www.cop.es/infocop/vernumeroCOP.asp?id=1021 Lang, F. (2009). El Principio de Responsabilidad. Papeles del Psicólogo, 2009, 30 (3), pp. 220-234. Ley 1090 (septiembre 6 de 2006). Por la cual se reglamenta el ejercicio de la profesión de

Psicología, se dicta el Código Deontológico y Bioético y otras disposiciones. Recuperado de: http://www.colpsic.org.co/aym_image/files/LEY_1090_DE_2006_actualizada_junio_2015.pdf

Rawls, J. (1995). Liberalismo Político. México: Fondo de Cultura Económica. RAE, Real Academia Española (2016). Recuperado de http://dle.rae.es/?id=UVD3hKe Rojas, F. A. (2016). Ética y ejercicio de la Psicología en Colombia. Recuperado de

https://issuu.com/colpsic/docs/__tica_y_ejercicio_de_la_psicolog__/1?e=18058890/35050138 Rubiano, C. (2016) Sartre. El reconocimiento y cuidado del prójimo como principio de la

acción responsable. Bucaramanga: Revista Filosofía UIS (Universidad Industrial de Santander).

Responsabilidad, Deliberación, Prudencia Consideraciones para el ejercicio de la psicología Página 17 de 17

Sartre, J. P. (2008). El ser y la nada. Buenos Aires: Losada. Sartre, J. P. (2006). El existencialismo es un humanismo. México: Exodo. Vergara, O. (2015). Ética biomédica y prudencia. Cuadernos de Bioética, XXVI (2), 267 – 277. Zimbardo, P. (2008). El efecto Lucifer: el porqué de la maldad. Barcelona: Paidós.