narraciones extraordinarias
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Relatos de misterio y de terror elaborados por alumnos de 1.º de ESO del IES Complutense.TRANSCRIPT
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NARRACIONES EXTRAORDINARIAS
Relatos de misterio y terror
Curso 2010-2011
Alumnos de 1.º de ESO
A modo de prólogo
El miedo es una emoción propia tanto de animales como de los
seres humanos que nos permite mantenernos alerta ante un
peligro (sea éste real o imaginario). Por ello, siempre que no nos
paralice –como sucede cuando pasa a ser terror o fobia-,
podemos afirmar que tener miedo es sano.
¿Qué hace que se nos erice el vello, que el ritmo cardíaco y
nuestra respiración se aceleren...?
La respuesta va a depender de cada uno de nosotros: Lo que
me produce miedo a mí no se lo produce a mi amigo; lo que hace
chillar a mi hermana le provoca una sonrisa a mi padre…
Esta variedad de causas y agentes (objetos, animales,
situaciones) provocadores del miedo es la que origina la
diversidad de expresiones artísticas que tratan de crearlo y
recrearlo. Junto al fino y frío terror psicológico de “Los otros” o
de “El orfanato”, encontramos el grueso terror (lleno de tomate y
de charcutería) de las películas de serie B: como “La matanza de Texas” o la saga de “Scream” o el provocado por lo desconocido:
“Alien, el octavo pasajero”…
Al igual que en el séptimo arte, la literatura de terror también
tiene expresiones claramente diferenciadas: “El corazón delator”,
de E. A. Poe, “Los mitos del Cthulhu”, de H.P. Lovecraft juegan
con lo irracional, con los miedos informes que habitan en
nuestro subconsciente.
Los relatos que aparecen a continuación son fruto, estoy
seguro de ello, de los “miedos” de cada uno de sus autores. Al
escribir sobre ellos, los han racionalizado y esto supone que
serán capaces de controlarlos y no ser arrastrados por ellos.
Buceemos en las siguientes narraciones extraordinarias y
dominemos nuestro miedo… SI PODEMOS.
NARRACIONES
EXTRAORDINARIAS
1.º ESO F
El valor de la vida
Es una tarde muy agradable. Estamos mi familia y yo en
Segovia y vamos a entrar enseguida a una de las cuevas más
profundas de toda España. Una vez dentro, contemplamos las
ruinas. Son muy antiguas y están muy bien conservadas; pero
lo que más nos llama la atención es que hay precipicios muy
profundos que no tienen ningún tipo de protección.
Pasea por allí un loco que, sin motivo alguno, se acerca a mi
padre y lo empuja por el precipicio y huye corriendo.
Se oye el grito ahogado de mi padre, que acaba con un golpe
seco. No podemos hacer nada: mi padre ya no está con nosotros.
Han pasado casi doce años y ahora tengo veinticuatro. Mi
familia no ha vuelto a ser la misma desde la pérdida de mi
padre, mi hermana se junta con mala gente y hace cosas que no
debe, y yo no tengo trabajo. Pero quien más me preocupa es mi
madre, porque todo le da igual, nunca se ríe, nunca está
contenta.
He oído hablar de un hombre que vive en el pico más alto del
mundo: el Everest. Dicen que este hombre es capaz de hacer que el
tiempo se atrase, se adelante o, incluso, se pare; es decir, puede
manipular el tiempo.
Tras reflexionar mucho, he decidido ir allí sin que nadie se
entere. Quiero recuperar a mi verdadera familia y a mi padre.
Ha pasado ya casi un año desde mi desaparición y la policía
no cesa de buscarme
Al final, me han llevado a una casucha una serie de pistas
que he seguido durante este período de tiempo.
Abro la puerta y observo el interior de la casa. Está compuesta
por dos habitaciones muy chiquititas; pero lo más extraño es
que las paredes están cubiertas de relojes. De repente, aparece un
hombre tan feo que es indescriptible: el Relojero.
Cuando le relato lo ocurrido, me comprende. Se da cuenta de
lo mal que lo estoy pasando, así que, sin dudarlo, hace
retroceder el tiempo.
Esta vez voy a Segovia, trece años atrás, para salvar a mi
padre.
Es una tarde muy agradable. Estamos mi familia y yo en
Segovia y vamos a entrar enseguida a una de las cuevas más
profundas de toda España. Una vez dentro, no contemplo las
ruinas, sino que no le quito el ojo de encima a mi padre.
Llegamos a los precipicios. Veo al loco. Cuando va a empujar a
mi padre, lo aparto y es él quien cae.
Se oye el grito ahogado del demente, que acaba con un golpe
seco.
Han pasado casi doce años y ahora tengo veinticuatro. Soy
ingeniero y mi hermana, economista. Mi familia y yo estamos
más unidos que nunca.
Ahora sé lo que es el valor de la vida.
Dicen que el fantasma del loco sigue vagando por la cueva
porque ya son 200 las víctimas. La cueva la han cerrado para
siempre.
Ismael Jiménez Castro
El Parque Viviente
Érase una vez un parque de atracciones que por la noche
cobraba vida propia. A continuación os relato este cuento de
fantasía.
Frankil Cósmico era un chaval de ocho años. Un día, sus
padres le prometieron llevarle el domingo a un parque de
atracciones. Ni Frankil ni sus padres podían sospechar lo que
les iba a ocurrir aquella mañana de domingo.
Todo discurría con normalidad. Frankil y sus padres se
divertían mucho y no paraban de montar en el tiovivo, en la
noria, en el tren de la bruja, en la montaña rusa, en las canoas
de agua, en el gusano loco, en el barco pirata…
Cuando hacían algún descanso para comer algo, iban a las
zonas de juegos y hacían guerras de globos.
Se hizo de noche y Frankil se dio cuenta de que algo pasaba.
-El parque está cambiando - dijo Frankil.
Sus padres no le creyeron.
Mientras se tomaban unas palomitas, vieron que al barco
pirata y al tren de la bruja le salían pies, brazos y piernas. Y lo
que más miedo daba era la casa del terror, porque todos los
muñecos se volvían zombis, y eso a Frankil le aterrorizaba.
En realidad los zombis eran inofensivos, no hacían ningún
tipo de daño. Solo querían divertirse, al igual que nosotros nos
divertimos con ellos.
Se volvían así porque habían hecho un trato con un mago. El
acuerdo consistía en que, durante un mes, las atracciones
cobrarían vida y las personas que hubiera en el parque se
convertirían en atracciones.
Los últimos minutos de cada día, se reunían en el lago,
hacían una fiesta de disfraces y encendían todas las luces para
que el parque quedara precioso ¡Hasta las personas que ahora
eran atracciones se lo pasaban bien!
Frankil estaba alucinado con la experiencia que había tenido
de ser atracción y les preguntaba cuándo podría volver.
Así acaba la historia de un chaval de ocho años y unos viejos
cacharros de un parque de atracciones.
Lucía Barona Fernández
LA HISTORIA DEL PEQUEÑO CHICO
LLAMADO JAMES COLVER
Érase una vez un chico que regresaba de viaje con sus padres.
Había mucho tráfico en la carretera. Un coche les dio por detrás
muy fuerte.
Todos, incluido el conductor del otro coche, fueron ingresados
en el hospital medio muertos.
Al cabo de una semana, todos los accidentados murieron,
excepto el muchacho, que se llamaba James Colver.
Él no tenía más familia en el mundo y el guardián del
cementerio de la ciudad se ofreció a adoptarle. Las personas de
la ciudad no querían al guardián porque era un hombre al que
le gustaba la soledad.
James siempre estaba solo ya que al guardián le gustaba
beber alcohol.
Un día, en un entierro, James vio un agujero al lado de la
tumba y se metió. Cayó a un sitio muy oscuro.
Repentinamente se encendió una luz y James vio todo lo que
había a su alrededor:
¡Eran todos los muertos del cementerio!
Llegaron unos animales rarísimos, con un arma blanca, y
dieron muerte al chico.
Fco. Javier Sánchez Muñoz-Reja
ADVERTENCIA
Hola. Soy Molley y os estoy escribiendo esto para que no cometáis el mismo error que yo cometí y que os contaré en esta historia.
Era el 23 de diciembre (el día que nos daban las vacaciones
de navidad). Mi madre y yo estábamos muy contentas de las
notas que había sacado. Íbamos en el coche pensando cómo lo
podríamos celebrar. Yo, mientras, estaba con mi móvil viendo el
correo. De repente, en la pantalla pude leer:
Hola. Me llamo Sally Ojos-Cosidos.
Si no envías este mensaje, a tus seres
más queridos les pasara algo…
Y a continuación venía una lista de las desgracias que les
había sucedido a la gente que no había enviado ese correo.
Yo, después de leerlo, creí que era una cadena de esas y lo
borré. Unos metros más adelante, nuestro coche chocó con otro
vehículo. Me bajé para ver si mi madre estaba bien y me
atropelló otro coche.
Unas semanas más tarde mi madre aún estaba en el hospital
; pero yo…, yo ya no estaba allí.
Yo era un fantasma al que faltaban unos meses para pasar
al otro mundo. Embargada por la furia, decidí (cosa de la que
ahora me arrepiento muchísimo) que todos los que reenviasen
ese correo pagasen como yo lo había hecho, o de forma parecida.
Con el tiempo, me fui arrepintiendo, cambié de idea y decidí
investigar sobre quién lo había hecho.
Unos meses después murió mi madre. Una vez que la vi
conmigo, decidí estar con ella y dejé mis pesquisas.
He escondido esta carta hasta hoy, pero ahora os pido que me
hagáis el favor de investigar y averigüéis quién ha provocado
esta y otras tragedias (me siguen llegando noticias de que han
muerto más personas por ese correo). A lo mejor, mañana puedes
ser tú.
UNOS MESES DESPUÉS, MOLLEY RECIBIÓ UNA INFORMACIÓN DE QUE SESABÍA QUIÉN HABÍA SIDO; PERO NO EL POR QUÉ.
UNOS DICEN QUE POR HACER UNA BROMA. PERO SI ASÍ FUESE, ¿POR QUÉ HABÍA MUERTO MOLLEY?
OTROS DICEN QUE TODO ES VERDAD. PERO ENTONCES… ¿CÓMO LO PUEDE ENVIAR A LAS PERSONAS O ESCRIBIR EL CORREO SI YA ESTÁ MUERTA?
Noemí Álvarez Alonso
HALLOWEEN EN EL CEMENTERIO
Había una vez un grupo de niños que el día de Halloween fue
al cementerio. Al llegar, el guarda les dijo que podían entrar;
pero que jamás se quedaran hasta más de las doce de la noche.
Los niños prometieron que no lo harían y entraron allí.
Empezaron a recorrer el cementerio de un lado para otro.
El reloj de la iglesia dio las once, y los niños continuaron
esta vez con linternas mirando los extraños nombres grabados
en algunas tumbas. De repente, las puertas del cementerio se
cerraron y las campanas de la iglesia sonaron con fuerza
sobresaltando a los chicos: DOM, DOM, DOM, DOM, DOM,
DOM, DOM, DOM, DOM, DOM, DOM, DOM. ¡Las doce
campanadas! Los niños se asustaron muchísimo porque no
habían sido lo bastante sensatos y no se habían ido.
Inesperadamente se abrió una tumba y salió una momia de
su interior. Después se abrió otra y salió un zombi… Se abrieron
más y más… hasta que se abrieron todas. Los zombis y
momias se dirigieron despacio y tambaleándose, como si
estuvieran borrachos, a por ellos. Los chicos intentaron saltar la
verja, pero no pudieron.
Después de ese día no se volvieron a tener noticias de los
niños, hasta que el guarda del cementerio encontró una tumba
medio abierta y en la lápida se veía escrito el nombre de los
cinco niños que el día de Halloween se habían quedado hasta
más de medianoche.
Jorge Martín Montero
Una noche terrorífica
Era una noche con luna llena. El susurro de las hojas
movidas por el viento producía escalofríos. Yo tan solo soy una
persona que suele venir al cementerio para reponer flores a sus
seres queridos. Pero me ocurrió algo espeluznante: cuando iba a
salir, las verjas de hierro se habían cerrado. Imposible escalarlas
; eran demasiado resbaladizas.
Oí el crujir de una rama. Me di la vuelta rápidamente. Se oía
un lamento espantoso que provenía de la parte más oscura del
cementerio. ¿Qué era?
De repente, de la oscuridad aparecieron varias manos
ensangrentadas. En un primer momento, me quedé paralizado
por el miedo, aunque después luché por salir de aquel estado.
Acompañados de un olor fétido, aparecieron varios y horribles
monstruos. Retrocedí con espanto. Choqué contra una de las
paredes del cementerio. Intenté escalarla, pero era demasiado
alta.
Cuando me di la vuelta… ¡ya era uno de ellos!
Nicolás Martín Sisman
LA HERENCIA
Rondaban las doce. Para mi horario habitual, era muy tarde.
Pero eso es otra historia. Ahora voy a contaros algo totalmente
diferente:
“Marisa acababa de mudarse a Arizona cuando recibió una
carta certificada procedente de Nueva York: su tía abuela Evelin
había fallecido, pero no se conocía su paradero y debía quedarse
con su vieja mansión. A Marisa no le hacía mucha gracia; pero
al recordar la gran cantidad de dinero que tenía la anciana, se
olvidó completamente de todo.
Una semana después, ya que había bastante distancia, llegó
a Nueva York. Ella había nacido allí, por lo que no le sorprendió
nada en absoluto.
“Firmo los papeles, recojo el dinero, vendo la mansión, y me
largo”, pensaba una y otra vez.
Camino a la mansión, Marisa se encontró con Claire, una
vieja rival en el instituto, ya que todo el mundo centraba sus
miradas en Marisa. Desde hacía ya unos años, Claire había
juradovengarse de ella, pero no lo había llevado a cabo.
–¡Cuánto tiempo, Manson! –exclamó Claire.
–Desde el instituto te llevo diciendo que no me llames por mi
apellido. Y ahora tengo prisa. –respondió Marisa.
Marisa salió corriendo. Claire la miró; luego sonrió con las
cejas arqueadas.
Marisa siguió su camino. Llegó a la mansión sobre las seis
de la tarde. Junto a la entrada, se perfilaba la figura de un
hombre. Se acercó y comprobó que era Tom, su ex-novio.
–Me he enterado de lo de tu tía abuela. Lo siento mucho –dijo
con pesar.
–Gracias. ¿Qué haces aquí?
Pues verás … Yo … Esto … Nada, ya me iba –respondió.
Tom corrió hacia su coche. María estaba extrañada. Cuando
iba a abrir la puerta, vio en el suelo una llave ensangrentada.
La cogió asustada, llenándose los dedos de sangre. Cuando
ya la tenía en sus manos, pensó que había sido mala idea, pero
el daño ya estaba hecho. La examinó para ver a qué cerradura
pertenecía.
Tras horas y horas inspeccionando la casa, descubrió una
puerta en cuya cerradura entraba la llave. Abrió la puerta y…
allí se hallaba el cuerpo ensangrentado y putrefacto de Evelin.
Muerta de miedo, retrocedió poco a poco; pero, inesperadamente,
recibió un golpe con un candelabro en la cabeza. Cayó
inconsciente.
Cuando la policía llegó, hallaron la puerta abierta, con la llave
ensangrentada en ella. Allí estaban los féretros de Marisa
Manson y Evelin Hill: Marisa, con un gran golpe en la cabeza
y Evcelin, apuñalada.
Bajo uno de los ataúdes, encontraron la carta certificada. Al
mirar el remitente, observaron que estaba escrito lo siguiente:
«Claire Duncan».
Ahora que os he contado esta historia, voy a confesaros un
pequeño secreto:
Me llamo Claire Duncan.
Lara Sánchez Pila
La visita
En aquel tiempo, Virginia tenía dieciséis años. Vivía en una
casa vieja y bastante grande ya que cada piso estaba destinado
a una función: el primer piso, para el salón; el segundo, para la
cocina; el tercero, para la habitación de los padres y, finalmente,
el sótano, para la habitación de Virginia.
La relación entre su madre y ella no era muy buena.
Virginia la insultaba, le contestaba y casi había llegado a
pegarla. Su madre no sabía qué hacer con ella. El padre, en
cambio, casi nunca estaba en casa debido a los viajes que hacía
en su avión y siempre llegaba muy tarde por las noches.
Virginia siempre sabía cuándo llegaba, ya que iba una vez al
baño antes de dormir. Una noche escuchó a alguien en el baño
más de una vez. Virginia sabía que no era su padre.
Esa noche no lograba conciliar el sueño. Intentó cerrar los
ojos… ¡No se podía mover!
No veía nada. Todo estaba oscuro.
De repente, Virginia sintió que alguien se sentaba encima de
ella. Sentía el pelo largo y quemado de una anciana y su
huesudos dedos con sus uñas larguísimas. La anciana le
estaba hablando, más bien regañando; pero Virginia no le
entendía nada.
Ella, asustada, no podía más que mover la boca y empezó a
rezar mientras lloraba. La anciana dejó de hablar. Virginia
empezó a recordar todo los que su padre le había enseñado, y
sacó la Biblia que su padre ponía debajo de la almohada.
Virginia la levantó y la anciana se esfumó.
Al otro día, Virginia llegó a la conclusión de que la anciana
la regañaba por portarse mal con su madre. Se lo contó todo a
su madre y le pidió perdón por haber sido una mala hija.
Por la tarde, Virginia fue a la heladería de Paquita. Se lo
contó todo. Paquita, al escuchar la historia, le preguntó dónde
vivía. Ella le dio la dirección. Su amiga le dijo:
-Ahí vivía mi abuela, que murió hace cinco años. Y, por la
descripción que me has dado, la anciana es exactamente igual a
mi abuela.
Estefanía Giraldo Osorio
Los misterios de Brook’s Town.
Todo comenzó un frío día del invierno de 1970. Esa fue la
fecha en que salió al mercado la afamada muñeca “Candy”,
aclamada por todas las niñas del país y retirada del mercado
tan sólo tres meses después a causa de las extrañas reacciones
que causaba aquella muñeca en los hogares donde se
encontraba: accidentes, desapariciones, enfermedades...
Todos los ejemplares se destruyeron en unas enormes
hogueras, y nadie, absolutamente nadie, podía quedarse con
alguna de aquellas muñecas.
Unos cuantos años después, una niña de diez años, llamada
Lorie, habitante de la ciudad de Brook’s, Irlanda, paseando por
los acantilados de la playa de Bogey, encontró algo que le
llamó la atención. Era una muñeca, probablemente la más
bonita que había visto en toda su vida, de rizos rubios, ojos
grandes de color negro azabache y con un vestido azul de lazos
y volantes. La niña volvió corriendo a casa para enseñársela a
su madre, que en un primer momento no prestó mucha
atención. Sin embargo aquella muñeca le produjo una
sensación un tanto extraña, como si la hubiera visto antes.
Arrastrada por un repentino impulso, se puso a revisar las fotos
de cuando ella pequeña y, efectivamente, allí estaba. Aquella
muñeca que había aparecido misteriosamente era ella…
¡Candy! Bella acudió corriendo a la habitación de su hija y se
la encontró llorando desconsoladamente: su muñeca había
desaparecido.
Se escuchó el sonido de unos pasos, por lo que Bella se asomó
a la ventana y preguntó qué pasaba. El alcalde del pueblo, con
todos los habitantes siguiéndole y portando antorchas en mano,
le explicaron el hecho de la maldita aparición.
Lorie, en un arrebato de miedo y de rabia, salió a buscar a su
muñeca en medio de la amenaza de una gran tormenta. Al
llegar donde anteriormente la había encontrado, la vio sobre la
misma roca y en la misma posición. La cogió y se la llevó
apresuradamente para esconderla en una pequeña cueva no lejos
de allí.
Pasados dos o tres días, Lorie regresó en su busca; pero ya no
estaba. Volvió cabizbaja al pueblo, donde una extraña calma
tensa lo envolvía todo.
Al poco tiempo, la familia de Lorie se mudó a la capital a
causa del fallecimiento de su padre y vendieron la casa a una
familia escocesa.
El verano se había adentrado y era un día perfecto para dar
un paseo. Habían pasado ya diez años desde la marcha de Lorie
y Bella a Dublín. La pequeña Anna jugueteaba recogiendo
flores por los acantilados de la playa de Bogey cuando se
encontró algo encima de una roca: una muñeca, posiblemente
la más bonita que había visto en toda su vida, de rizos rubios,
de ojos grandes de color negro azabache y con un vestido azul
de lazos y volantes...
Pilar García Aznar
Los enigmas de Perchang
Todo esto sucedió en un humilde pueblo llamado Perchang
que pertenece a la verde Irlanda.
Había una extraña maldición en ese lugar: aquel que pisara
la iglesia a las 12 de la noche, por extrañas circunstancias,
aparecería ahorcado en el templo. Yo, que era detective, me
dispuse a resolver aquel inexplicable enigma.
12 de abril de 1816
Hoy ha sido un día muy extraño. Al dar un paseo cerca de la
iglesia, he oído un pequeño pero agudo murmullo que parecía
venir de unos arbustos. Me he acercado a ver de qué se trataba y,
cuando he mirado, no había nada. Aquel murmullo parecía
pertenecer a un animal, quizá a un periquito. Como no quería
oír nada más, me he dado la vuelta y he comenzado a correr sin
mirar atrás. Asustada, he llegado aquí y he comenzado la
redacción de estas páginas que recogen este extraño suceso.
27 de abril de 1816
Hoy me he decidido a entrar en la iglesia, pero no he ido sola.
Me acompañaba mi amigo Pedro, el encargado de la tienda de
animales. Hemos descubierto que todas las paredes estaban
llenas de sangre. Los dos nos hemos asustado al ver aquel
escenario tan violento. Nos hemos quedado en estado de shock
durante unos segundos y ambos nos hemos ido asombrados por
aquel hallazgo.
6 de mayo de 1816
Hoy ha sido el peor día de toda mi vida. Hoy... ha muerto mi
amigo Pedro. No sé qué estaría haciendo en la iglesia. Lo peor ha
sido cuando el policía y yo hemos entrado a la iglesia y hemos
visto al pobre Pedro sin los ojos.
Ha vuelto a sonar el ruido que unos días antes había oído.
Venía del cuerpo de mi amigo y, al abrirle la boca, hemos
encontrado un pequeño periquito.
¿Qué voy a hacer yo sola en este frío y solitario pueblo?
30 de mayo de 1816
Ya no soporto más este enigma. Me va a reventar la cabeza,
por eso decido abandonar la investigación e irme a Londres para
vivir más tranquila porque todas las noches pienso en el pobre
Pedro sin saber ni cómo ni por qué ha pasado todo. No quiero
pensar más en el pasado. Ahora quiero vivir el presente. Y este
enigma, por las muchas cosas que he sufrido, lo abandono y
espero que alguien que esté más formado, lo investigue y ojalá
logre desentrañar los enigmas de Perchang.
Alba Bueno de la Cruz
Sofía y su sueño
Todo empezó aquella, noche 3 de marzo del 2009 a las doce.
Sofía estaba en su cama, dormida. Sus padres se fueron a
acostar. Ella soñaba con una mansión y con que le tocaba la
lotería.
A las dos y media de la madrugada se despertó de repente. Se
fue al cuarto de sus padres y vio sangre, mucha sangre.
Despertó a sus padres. Ellos empezaron a investigar por toda la
casa y vieron la misma sangre que había visto Sofía.
Llamaron a la policía y ésta vino de forma inmediata. Y era
cierto lo de la sangre porque habían asesinado a la señora de la
limpieza y la habían escondido en el armario de Sofía.
Laura Gómez Gallego
EL MISTERIO DE LOS LAGOSTINOS
Hoy, día 31 de diciembre comienza la revolución en mi casa.
Esta noche viene toda mi familia a cenar: primos, tíos y
abuelo (“los invasores”, como decimos en mi casa; en broma,
claro).
–Es el Cuartel General –dice mi madre.
La familia suele llegar un poco antes de la hora de cenar. Los
mayores se van al salón o a la cocina para hablar y toda la
panda de primos nos vamos a jugar.
Hasta ahí, todo bien. Es tradición familiar que los pequeños
cuenten y preparen las uvas. En ese momento, la cocina es de
los niños.
Sólo hizo falta un descuido para que el misterio de los
langostinos comenzara.
Empezaron a aparecer platos en la mesa.
–¡Todos a cenar! –anuncia en voz alta mamá.
–¿Dónde están los langostinos? –pregunta mi padre,
extrañado.
Buscamos por todos los lados: en el frigorífico, en los
armarios… Nada. Se los había tragado la tierra.
Los mayores empezaban a ponerse nerviosos y nos pedían que
nos dejásemos de bromitas, que nos iban a dar las uvas
(¡nunca mejor dicho!).
A todo esto, nadie prestaba atención a mi prima Marta, la
más pequeña de todos nosotros que decía sin parar:
– ¡¡Gatito, gatito!!
Como en mi casa tenemos un gato, todos pensábamos que
jugaba con él.
¡Quién iba a imaginar que, en un arranque de generosidad,
Marta había tirado los langostinos por la ventana de la cocina!
Los gatos callejeros de mi barrio se estaban poniendo las
botas.
Y así, acabamos este misterio y este año entre risas y… ¡sin
langostinos!
Usúe Etxeberría Ramos
NARRACIONES
EXTRAORDINARIAS
1.º ESO E
Sombras
Todo empezó así. Era una niña de ocho años. Me acababa de
mudar con mis padres a otra casa más grande. Esa casa me
parecía un tanto siniestra. Era oscura, tenía seis habitaciones y
un salón inmenso con una gran chimenea.
Los primeros días no me hacía a la idea; pero poco a poco
conseguí más o menos acostumbrarme, aunque escuchaba unos
ruidos muy extraños. Mi madre me decía que, al ser tan vieja,
era lo normal.
Pasaron los días, pero yo no estaba del todo convencida así
que decidí investigar. Busqué en todo tipo de libros y
enciclopedias y registré toda la casa en busca de pruebas. Lo
que conseguí sacar en claro es que, años antes, se había
cometido un asesinato y desde entonces nadie habitaba la casa.
Pasaron un par de años. Mis padres pasaban poco tiempo en
casa y yo me tenía que quedar con una niñera que no me
prestaba demasiada atención.
Empecé a ver sombras que rondaban por la casa. Preferí
callarme, ya que nadie me iba a creer.
Aquello fue a más, y las sombras se convirtieron en personas;
en concreto, en una familia formada por la madre, el padre y
un niño de unos siete años. El niño me perseguía y no me
dejaba dormir y mis padres empezaron a preocuparse, ya que
caí en una gran depresión.
Una noche, me desvelé y bajé a beber un poco de agua. Fue
entonces cuando, al darme la vuelta, me gritaron:
-¡Vete de esta casa o acabarás mal!
En ese momento apareció el padre muy enfadado, cogió un
cuchillo y mató al niño. La madre cayó a su lado llena de pena
y de rabia.
Se levantó gritando con intención de matarlo y el padre, en
su defensa, le clavó el cuchillo y la mató. El padre me miró y
yo, asustada, fui corriendo a contarle todo a mis padres; pero no
se lo creyeron y decidieron llevarme al médico, que me
recomendó ir a un psicólogo. Éste, al ver que no progresaba,
aconsejó que me ingresaran en un psiquiátrico.
Me ha llegado un telegrama que decía que mis padres habían
muerto en aquella casa; pero no especificaba nada en concreto.
Desde entonces no he vuelto a ver la luz del día.
Paula García Martínez
Un cuento de terror
Era una noche oscura con una tormenta enorme, terrible.
Cada dos minutos sonaba un estruendoso trueno…
En una vieja mansión en medio del bosque, se oían voces y
gritos de espanto. Parece ser que el viejo que vivía en esa aquella
vieja mansión había muerto hacía dos meses y desde entonces
estaba abandonada. Así había sido hasta que la familia del
anciano heredó la mansión y decidió habitarla.
Los niños no querían ir por que le daba miedo, pero eso a los
padres les daba igual. A los dos días de instalarse en la nueva
casa, en la noche ya no oían voces ni gritos. Un mes después ya
nadie tenía miedo.
Pero una noche en la que nadie se lo esperaba, sonó un grito
espeluznante en el cuarto de los padres. Los niños fueron
corriendo a ver qué pasaba. Los padres estaban descuartizados.
Toda la habitación estaba llena de sangre. Los niños oyeron
otro grito, esta vez en el salón. Ahora le habían sacado las
tripas al gato y también al perro.
Los niños llamaron a la policía y, mientras esta llegaba, se
escondieron en el salón. Cuando la policía llegó, vio un horrible
monstruo con una motosierra oxidada y un cuchillo de
carnicero. La policía no encontró otra solución que tirar la casa
abajo. Al final, los niños salieron vivos y el monstruo
desapareció.
Rubén Fernández Alonso de Linaje
Cuento de miedo
Jason era un hombre de negocios que viajaba por todo el
mundo. Vivía en Inglaterra, pero casi nunca estaba allí.
Un día tuvo que ir a la India, a una aldea llamada Alfán.
Ninguno de sus compañeros quería viajar allí a pesar del
dineral que ofrecían.
Cuando llegó a Alfán, todo parecía estar bien y en orden, lo
único era que la gente había desaparecido.
A lo lejos aparecía una casita pequeña de madera. De repente,
millones de flechas empezaron a salir de la ventana de la casa.
Jason se escondió tras una palmera y llamó a la policía, la cual
le dijo que aquella tribu era incontrolable.
Jason tuvo una idea. Se vistió como ellos con los trajes que les
iba a vender, y entró a la ceremonia. Lo malo fue que, cuando
entró, un hombre le vio cambiarse y le tuvieron que encarcelar.
Jason llevaba el móvil y llamo a su jefe diciéndole que le iban
a matar. Rápidamente fueron los agentes especiales a salvarle y
a calmar a la tribu.
Ya nadie más fue a esa aldea de la India.
Marina Sánchez Cardenete
El barco
Jamás he visto a nadie subirse en un barco tan tenebroso,
inquietante, terrorífico. Aquel día era Halloween y mis amigos
y yo salíamos a hacer bromas; pero no sabía que aquella noche
algo me iba a pasar.
Hace unos cuantos días vi un barco abandonado en el puerto
prohibido, a las afueras de la ciudad.
Aquel día, con todas las chuches que teníamos, apostamos 10
chuches cada uno a ver quién se entré en el barco. Yo, tan
valiente, me metí; pero cuando estaba a punto de entrar se me
hizo un nudo en el estómago y no pude reaccionar. Cuando
reaccioné, vi pasar un extraño ser: un espíritu. Oí gritar a mis
amigos y vi cómo Pedro trataba de escapar, aunque ya era
demasiado tarde.
Me desperté en un lugar parecido a un desván; pero era la
bodega del barco. Mi sorpresa fue grata cuando vi que no me
habían atado, aunque me tuve que hacer el dormido porque vi
cómo se acercaba un espíritu. Me di cuenta de que me quería
ayudar a salir de allí. Pensé que era una locura, pero cambié de
idea cuando me habló en mi mismo idioma. Me dijo que tenía
500 años y que llevaba 350 años fregando y lavando todos los
cacharros y la ropa del capitán y los marineros. Yo, con
admiración, le miraba de arriba abajo; pero no me lo creía. Él me
daba de comer y de beber y procuraba que no pasase frío hasta
un día en que el capitán se presentó en la bodega.
Me miró con cara de asco, me cogió y me arrojó a una
esquina. Entonces apareció el fantasma que se llamaba
Llalalaallalalalalla, un nombre muy raro y evitó que el capitán
acabase conmigo. Por la noche oí bajar las escaleras a alguien.
Eso era raro porque los fantasmas no tenían piernas. Entonces
abrió la puerta y comprobé con alegría que era uno de mis
amigos, Ismael (el más listos, pero también el más miedica).
Detrás le seguían todos los demás. Me rescataron. Me contaron
que Llalaallalalalalla les había ayudado.
Álvaro Casas Casasola
Una noche terrorífica
Era una noche de luna llena. Marcos y sus amigos –ninguno
de ellos tenía más de once años– estaban celebrando una fiesta
de Halloween. Todo iba sobre ruedas cuando, de repente, apareció
ante sus inocentes ojos una calabaza viviente de más de cinco
metros de altura. Marcos y compañía, aterrorizados, corrieron
por toda la calle pidiendo auxilio; pero no había nadie puesto
que los demás vecinos habían optado por ir a otra fiesta de
Halloween en el centro de la ciudad.
La calabaza, sin pensárselo dos veces empezó, a perseguir a
los niños por toda la ciudad. Arrinconados en una esquina, la
calabaza sintió una fuerte necesidad de comer niños y empezó
a intentar cogerlos.
Pedro, que era el más joven del grupo y era un poco regordete,
fue el primer plato de la calabaza. Primero se lo dejó un rato
metido en la boca para que se cociera con el fuego de la vela que
llevaba en su interior y después del proceso, saboreó lentamente
la dulce carne humana. Los chicos, muertos de miedo por el
triste final de su amigo Pedro, decidieron maquinar un plan
para acabar de una vez por todas con la calabaza.
Cogieron un mechero y un bidón de gasolina. Su plan:
quemar viva a la calabaza. Pero... ¡¿quién sería el valiente que
arriesgaría su vida para hacer funcionar dicho plan?! Marcos,
sin esperar ni un minuto más, se decidió a hacer realidad el
plan. Bidón de gasolina en espalda y mechero en mano, se
lanzó a lo bestia contra el terrorífico enemigo. Las miradas de
desprecio estaban clavadas en la calabaza y no en Marcos. La
onda expansiva, provocada por la explosión del combustible,
hizo volar a la calabaza y a Marcos.
-Todo ha acabado -se dijeron entre ellos.
Pero se había cobrado dos vidas.
Guillermo Moreno González
El reflejo de la Luna
Carmen era una chica de 16 años que acostumbraba a quedar
con sus amigas después de la clase de baile, que terminaba a
las siete de la tarde. Pero Carmen no lo hizo así ese día, porque
había venido una nueva alumna a la academia de danza. Su
nueva amiga se llamaba Koran, y ese día habían quedado para
ir a tomar un helado y así conocerse mejor. Carmen pensaba
que ``Koran´´ era un nombre muy raro, pero no le importó
porque la regaló un medallón dorado y con una luna creciente
dibujada como muestra de su nueva amistad.
Cuando Carmen volvía a su casa, únicamente guiada por la
luz de la luna, decidió mirar el colgante que la regaló Koran.
Carmen se sobresaltó porque vio que esa misma noche también
hubo luna llena, ¡igual que el dibujo del medallón!
La luna iba cambiando de forma todas las semanas, al igual
que las fases de la luna. A Carmen ya le extrañaba mucho que
el medallón pudiese hacer eso, así que decidió ir a ver a Koran a
su casa para que se lo explique todo. Cuando tocó el timbre de la
casa de su amiga nadie respondió, incluso parecía que la casa
estaba abandonada.
Unas semanas después Carmen se enteró de que Koran se
había cambiado de instituto y de que no iba a volver a verla.
Aunque tenía un poco de miedo del colgante pensó que ese sería
el único recuerdo de Koran. Pero una noche hubo luna llena y el
medallón empezó a flotar durante unos segundos sobre la
cabeza de Carmen. La chica asustada arrojó el colgante por la
ventana.
Creyendo que había conseguido librarse de sus penas su
madre entró en la habitación de Carmen con algo en la mano…
¡Era el medallón! Lo había encontrado en la calle mientras
sacaba al perro de paseo. Carmen estaba muy nerviosa, no
conseguía deshacerse del medallón. Lo intentó todo; tirarlo por
las alcantarillas, a la basura, al pantano del pueblo… y nada.
Pero un día Koran apareció y Carmen fue corriendo donde
ella para pedirla una explicación. Pero las únicas palabras que
dijo fueron:
–Ya ha llegado la hora.
–¿La hora de qué?
–Tu hora.
–No te entiendo, Koran. Habla más claro.
–La maldición se ha roto. Por fin soy libre. Ahora tú debes
seguir con la cadena.
–¿Qué maldición? ¿Qué cadena?
–Lo verás dentro de muy poco. ¿No sientes un pinchazomuy
débil en el corazón?
–Si, ¿por qué?
–Dentro de muy poco van a ser mucho más fuertes y vas a…
–¡No hace falta que termines! ¿Por qué me has hecho esto?
¡Creí que éramos amigas!
–Solo fingía porque necesitaba a una persona para pasarle la
maldición. Llevo muchos años así, porque el colgante solo lo
pueden llevar las personas con un corazón puro, como es en tu
caso. Ahora tendrás que hacer lo mismo que yo y vagar por el
mundo hasta encontrar a una persona digna de este medallón
y dárselo. Solo así se romperá tu maldición y podrás ser libre.
A Carmen no le dio tiempo a decir ninguna palabra más
porque su corazón dejo de funcionar y su espíritu ya había
desaparecido. Pasó cien años buscando a alguien; pero como
todos sus familiares habían muerto decidió no volver a la vida
para no molestar a nadie.
Por eso dicen que Carmen sigue vagando por ahí, visitando a
otras familias y viendo cómo disfrutan y, a veces,
lamentándose de que ella nunca podrá llegar a tener esa vida,
ya que no puede crecer, casarse o tener hijos; pero sobre todo,
porque se había hecho una promesa a si misma: que cargaría
ella sola con toda la maldición.
María Bouzaid Karrady
¡¡¡Huye!!!
Esta historia empieza una noche cualquiera. Un grupo de
amigos adolescentes estaban de juerga, se divertían, bailaban,
reían, hasta que Javier dijo:
–¿Por qué no jugamos a la botella?
Daniel contestó:
–Es una buena idea.
Todos aceptaron. Lara fue a por una botella y, como no
encontraba ninguna, decidió coger un cuchillo.
Los cinco amigos formaron un círculo alrededor del cuchillo.
Empezaron a jugar. Pasaron tres rondas de besos absurdos; pero
cuando iban a hacer la cuarta ronda, se abrió una ventana de
golpe y entró el viento, extendió sus inmensas manos y acarició
a todos. Era una brisa tan fría y sutil que se les puso la carne
de gallina.
Los cinco se morían de miedo. Aterrado, Daniel se levantó y
cerró la ventana. El viento cesó, pero la habitación seguía fría.
Cada vez hacía más frío en la habitación. Parecía un
congelador.
Repentinamente se oyeron ruidos en la cocina. Todos se
asustaron. Echaron a cara o cruz a ver quién bajaba. Perdió
Carlota. Bajó despacio las escaleras, intentando no hacer ruido
alguno; mas las escaleras eran de madera y crujían a cada
paso. Hizo señas para que bajaran todos. Una ráfaga de viento
los empujó escaleras abajo.
Carlota estaba petrificada, con los ojos vidriosos y temblando
sin poder parar. Una intensa niebla cubría todo el suelo de la
entrada. Algo se movía bajo la niebla. Se cerraron las puertas y
ventanas todas de golpe. Corrieron despavoridos escaleras
arriba. Cuando intentaron abrir la puerta de la habitación de
Lara, se encontraron una nota clavada con el cuchillo que
habían utilizado. La nota estaba escrita con sangre y decía:
“¡¡HUYE!!”
Corrieron hacía el salón, al otro lado del pasillo. El fuego de la
chimenea iluminaba la estancia dándole un aspecto tétrico,
haciendo que las sombras titubearan. Se agruparon todos en
una esquina justo delante del reloj de cuco que, en ese instante,
empezó a dar las horas. Eran las doce de la noche. Fue entonces
cuando Álvaro se dio cuenta de que Javier no estaba. Se oyó un
grito desgarrador y Daniel corrió en su ayuda, desapareciendo
entre la niebla, que ya había alcanzado la planta de arriba.
Alguien entonaba una canción con voz de sirena. Álvaro
hechizado por la voz, caminaba hacia la nada y Lara y Carlota
le agarraron fuertemente por los brazos evitando que se
adentrara en la niebla.
Las dos buscaron una salida frenéticamente; pero al otro lado
de las ventanas había una oscuridad tan profunda que les daba
miedo hasta salir.
La voz dejó de cantar, pero ya era tarde para Álvaro. Sus ojos
estaban en blanco, su expresión era de terror, las manos las
tenía agarrotadas delante de la cara y su corazón había dejado
de latir.
Las chicas, desesperadas, lloraban acurrucadas detrás del
sofá. La niebla empezaba a penetrar en el salón. El sonido de
unos pasos se acercaba por la escalera. Carlota cogió el atizador
de la chimenea y corrió hacia la niebla, golpeó una y otra vez,
sin saber lo que estaba golpeando. Lara la sujetó gritando:
–¡¡¡NOOO!!! ¡¡¡¡PARA, PARA!!!! ¡¡¡¡¡¡ES DANI!!!!!
Carlota soltó el atizador, pero ya no se podía hacer nada. Dani
se derrumbó a sus pies. Con su mano agarraba fuertemente un
jersey. Carlota y Lara se fijaron bien: Era el jersey de Javier.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Una sombra pasó
siseante por detrás de ellas. Al darse la vuelta, vieron que
Álvaro había desaparecido.
Las puertas y ventanas se abrieron de golpe. El viento
atravesó la casa disipando así la niebla.
Al ver el camino despejado, corrieron hacia la salida; pero
antes de que pudieran llegar a la puerta, apareció Álvaro
agarrando a Carlota y arrastrándola hacía el sótano. Lara trató
de sujetarla por la mano, mas no pudo.
Sin dudar, Lara cruzó el umbral de la puerta. El suelo
desapareció bajo sus pies y se precipitó al vacío. En el fondo del
abismo, una silueta oscura se aproximó a ella y, susurrando, le
preguntó:
– ¿Darías tu vida por tus amigos?
Ella, sin pensárselo dos veces, con voz quebrada contestó:
– ¡Sii…!
–¡¡¡MIENTES!!!– contestó la oscura sombra.
Con sus frías y muertas manos la agarró por el cuello
dejándola sin respiración. Justo antes de quedarse sin sentido lo
miró a los ojos y se dio cuenta de que rea Javier.
A lo lejos se oía un timbre. Eran las siete de la mañana. Lara
abrió los ojos. El sol despuntaba por la ventana; miró el
despertador; era la hora de ir al instituto. Las manos le
temblaban y su corazón palpitaba fuertemente: había tenido
una pesadilla.
Al llegar, Andrea, su compañera de laboratorio, le salió al
paso.
– ¿Te has enterado?
– ¿De qué? – preguntó.
–Tus amigos Javier, Daniel, Álvaro y Carlota han
desaparecido.
Lara se miró las manos que, aún temblorosas, estaban tintas
en sangre. Entonces se dio cuenta de que no había sido una
pesadilla.
Silvia Lanchas Martínez
LA BESTIA
Era una noche fría y lluviosa en Sacramento, un pueblecito
al sur de Francia.
Fred había salido a darse una vuelta ya que no podía dormir.
Iba muy tranquilo por el monte cuando vio un eclipse de luna.
Decidió taparse los ojos porque podía dejarle ciego; o peor aún,
matarle. Tropezó y cayó. No tuvo más remedio que abrir los
ojos. Entonces el eclipse de luna lo transformo en un ser
horrendo. Era el doble de alto que un humano normal, tenía el
doble de pelo que un perro, con los dientes más afilados que
cuchillos y con el poder de transformarse en un lobo.
Fred, bajo los efectos de la transformación, mató a un niño y
un cazador.
Los efectos pasaron, pero había dejado un rastro hasta las
alcantarillas.
Los cazadores acordaron que irían por la noche al monte a
buscar a la bestia. Sin embargo uno de ellos decidió ir a las
alcantarillas por la noche.
A las diez Fred ya estaba sufriendo los efectos de la
transformación y fue a las alcantarillas a comerse a sus
víctimas.
El cazador vio el rastro de sangre pero no dio con la bestia.
La bestia estaba detrás del cazador, lo mató de un zarpazo y
se fue corriendo.
Al día siguiente, descubrieron el cuerpo del cazador.
Al final dieron con la bestia, pero no murió.
Pablo Miguel Sánchez
LA ESCULTURA
Alfredo era un hombre joven y apuesto, con el pelo rizado, alto
y delgado; era pintor, de ahí esa mirada avispada que parecía
que todo lo observaba.
Una mañana de primavera decidió que iba a apartarse de la
loca civilización y alquiló una casa en un pueblo que se
encontraba a unos 200 kilómetros de su ciudad, pasaría una
buena temporada allí dibujando los alrededores y sus
peculiaridades.
Pasados unos días, hizo sus maletas y partió con ilusión y
expectación, no sabía en lo que esa ilusión se iba a convertir…
Llegó al pueblo y siguiendo las indicaciones de un lugareño,
que se extrañó cuando le preguntó por la casa, cogió el camino
que quedaba al final del pueblo a la derecha. El camino estaba
poco cuidado, se veía que nadie lo había transitado durante
mucho tiempo, tenía a ambos lados grandes árboles, que
parecían tener cientos de años, y al mirar por el retrovisor del
coche parecía como sí engulleran el camino.
Después de un largo tramo, llegó a la casa. Era enorme,
antigua, de dos plantas, descuidada y bastante lúgubre debido
a su abandono. Abrió la verja que accedía al jardín frontal, que
estaba lleno de hierbas, y le sorprendió la cantidad de
esculturas humanas que allí había, esculturas de hombres y
mujeres colocadas de forma aleatoria, Alfredo pensó: “¡Parecen
tan reales, con esas miradas tan humanas!” los trajes
esculpidos en ellas eran de diferentes épocas.
Entró en la casa. Era muy grande, con un hall y un largo
pasillo con habitaciones a los lados. Al entrar al salón, lo
primero que le llamó la atención fue el mobiliario, un poco
antiguo para la época. Después se fijó en una escultura de
mujer. Era bella, con mirada penetrante y con un vestido al que
el escultor había sabido darle vuelo, como si se lo llevase el
viento. Pero lo que a Alfredo le sorprendió, fue que la mujer
extendía sus brazos hacía delante; pero no tenía sus manos,
estaban rotas. Echó una vistazo para ver sí podía encontrarlas
por algún lado. pero no las vio.
Olvidándose de las esculturas, se instaló en la casa y fueron
pasando los días plácidamente, casi con demasiada
tranquilidad. Alfredo madrugaba para trabajar pintando los
alrededores. Todo transcurría con normalidad, hasta que una
noche le despertó un ruido. Provenía de una habitación contigua
a la suya. Como el ruido no cesaba, se levantó y miró por la
habitación. No vio nada, el ruido cesó y se fue a dormir.
Las noches siguientes, el ruido continuó. Parecía como si algo
estuviera raspando las paredes, pero nunca vio nada. Pensó que
eran ratones y puso trampas para cazarlos. Era normal en una
casa tan vieja.
El ruido no cesó. Alfredo no podía dormir; sin embargo,
cuando entraba en la habitación, el ruido cesaba. Esto ocurría
noche tras noche. Algún ratón cayó en la trampa, pero el ruido
no cesaba, incluso cada noche era más intenso, llegando a ser
insoportable. Alfredo no entendía nada, pero estuvo
investigando cada rincón de la casa para averiguar qué era lo
que provocaba ese ruido. A veces entraba al salón y le parecía
que la escultura de la bella mujer le miraba sonriéndole. “Debe
ser una alucinación debido al cansancio de no poder dormir”,
pensaba.
Una noche empezó el ruido. Ya era como si estuviese dentro
de la habitación y, de repente, alguien llamó a la puerta del
dormitori. Se levanto un poco incrédulo, como si estuviera
soñando, abrió la puerta y por el pasillo vio unas manos de una
escultura que avanzaban con los dedos. Alfredo las siguió. No
se lo podía creer. Las manos llegaron al salón y entraron en él.
Cuando Alfredo llegó, no las encontró. Miró a la escultura de la
mujer… ¡Allí estaban, en su sitio! Las manos se habían
colocado en los brazos mutilados de la mujer y ni siquiera se
notaba la rotura en la piedra.
Alfredo estaba pensando que lo que había presenciado no
podía ser cierto, que tendría que ser una pesadilla de la que
despertaría; pero se dio cuenta de que no sería así cuando vio
como la escultura de la mujer comenzó a moverse y a tener vida.
Se acercaba hacia él con sus manos abiertas, le entró pánico y
salió corriendo de la casa. Sin saber cómo, casi se choca con ella
en el jardín. Entonces, tocó a Alfredo con sus manos y éste se
convirtió en piedra, en otra estatua para adornar ese lúgubre
jardín.
Y yo me pregunto: ¿Quién será el próximo que abra la verja de
ese jardín? ¿Acaso tú?
Juan Ramón Luengas Vázquez
La extraña función
Hola. Me llamo Patrick. Tengo trece años. Escribo un diario
desde que soy un vampiro. Algo bastante raro, pensaréis todos
vosotros. Aquí comienza mi historia.
A mí mejor amigo, Rodrigo, le apasionan los cómics de
vampiros y todas esas cosas de terror. Cada vez que me lo
encuentro en el recreo, me empieza a hablar de su nuevo cómic
terrorífico. A mí se me ponen los pelos de punta al pensar en el
cómic. También tengo otros dos amigos. Se llaman Gonzalo y
Pedro.
Al salir del instituto, íbamos por una calle muy estrecha; así
se nos hacía más corto el camino de vuelta a casa. Cuando
pasamos por delante del antiguo bar, el más conocido de todo el
barrio, vimos un anuncio que decía: “Todas las personas a las
que les guste pasar miedo y sentir escalofríos por su cuerpo,
deberían pasar por este lugar los días 30 y 31 de octubre. Las
entradas deben comprarse antes del 25 de octubre. Os esperamos
aquí.
Todos no quedamos mirándonos un poco extrañados pero en
ese momento, Rodrigo dijo:
–¿Os gustaría acompañarme?
Gonzalo, Pedro y yo respondimos que nos encantaría.
Al día siguiente, Rodrigo me dijo que había ido a comprar las
entradas y que ya las tenía. Pero me dijo que, para que
nuestros padres no sospecharan, nos tendríamos que inventar
que nos íbamos a dormir a su casa. Yo así se lo dije a mi madre
y me dijo que perfecto. A los demás les dijeron que también
podrían quedarse a dormir en casa de Rodrigo.
Ya había llegado el fin de semana. Todos estábamos muy
contentos. Nos reunimos en su casa y fuimos al teatro.
Cuando llegamos, todo el mundo había entrado en la sala.
Entregamos las entradas, compramos las palomitas y nos
sentamos en nuestros asientos.
Salió un señor vestido con una capa negra y con una
serpiente. Empezó haciendo acrobacias él solo y continuó
metiendo su cara en la boca de la víbora. Todo el público
lanzaba exclamaciones de asombro al ver los dientes de la
serpiente. Fui a preguntar a Rodrigo si le estaba gustando. No
me contestó. Note algo raro en él, pero no le di importancia.
Se acabó la función y todos teníamos una sonrisa en
nuestra cara. Nos giramos y nos dimos cuenta de que Rodrigo
no estaba. Entramos en el teatro y nos lo encontramos tirado en
el suelo con un cuchillo clavado en el corazón.
Aquí acaba mi relato sin saber qué le pasó a mi amigo, pero
de lo que estoy seguro es de que el motivo de su muerte está
relacionado con la obra de teatro.
Paula Bendala Novo
Relato
Todo empezó en un barrio de Camarma de Esteruelas. En
aquel barrio vivía una mujer a la que le gustaba todo lo que se
conoce por "el mundo de la brujería". Como principiante que era,
muchos de los hechizos que hacía le salían mal. Una tarde de
noviembre, la mujer decidió hacer algo más grande. Por la
noche, la mujer fue con todo su equipo de brujería al cementerio.
Como era normal, el vigilante andaba por el camposanto. La
mujer tuvo que entrar por la puerta de atrás. Iba a desafiar a la
muerte, y le dio la vuelta, colocándolo cabeza abajo, al Cristo
que había en la capilla. Acto seguido fue a parar a una lápida
del que llamaban "el Gitano".
"El Gitano" era famoso en el pueblo por su carácter poco
amigable. La mujer iba a revivirlo. Un poco asustada, se
dispuso a iniciar el hechizo, pero un "pequeño" fallo hizo que
fueran todos los difuntos los que resucitaron. La mujer,
aterrorizada, salió corriendo del cementerio hacia su casa donde
se resguardó. ¿Bien? ¿O quizás no? ¿Quién sabía dónde habría
un sitio seguro?
Era demasiado tarde. Los zombis ya estaban sueltos por todo
el pueblo. Aquello era una masacre, gente gritando por todo el
pueblo. Todos buscaban un lugar seguro, pero lo que no sabían
es que ningún lugar lo era. Miles de ratas correteaban por el
pueblo; había cadáveres por el suelo infectados de gusanos.
Ya casi era por la mañana, el sol comenzaba a teñir las hojas
de color rojo anaranjado. Al salir el sol, todos los zombis
volvieron a sus respectivas tumbas a descansar. Los
supervivientes de aquella noche fueron todos al ayuntamiento.
Estaban aterrorizados, aunque por lo menos sabían que los
zombis solo atacaban de noche y que, por la mañana, podían
estar "tranquilos".
La noche caía nuevamente sobre el pueblo, y los vecinos,
abrazados unos a otros, comenzaron a temblar. Los muertos
vivientes iban de camino hacía el pueblo. Cada vez estaban más
cerca; pero los vecinos no se movían. La mujer se abrió paso para
ponerse la primera. Iba a intentar que todos los zombis
volvieran donde debían estar: bajo tierra.
La mujer se dispuso a iniciar el hechizo. Se le escuchaba
murmurar algo, pero no se le entendía. Era otra lengua distinta
del castellano.
Mientras la mujer recitaba los hechizos, unas chispas rojas
salían de la nada, y surgió una barrera entre los vecinos y los
zombis. Era una barrera protectora. En ese momento, se percató
de algo muy importante: el Cristo que había colgado en la
capilla del cementerio seguía boca abajo. Un hombre se sacrificó
por el pueblo y salió corriendo en dirección del camposanto. No
quedaba mucho tiempo.
Todos los vecinos dieron un paso atrás cuando la mujer se
elevó poco a poco del suelo. Parecía como poseída. Al descender de
nuevo, los ojos se le pusieron como dos bombillas rojas. Una sola
mirada hizo que todos los zombis volvieran a sus tumbas.
Todos se encontraban ya a tres metros bajo tierra. Acto seguido,
la mujer cayó al suelo. El pueblo entero la rodeó.
Un médico se arrodilló para tomarle las pulsaciones, que eran
lentas; pero aceleraron de 0 a 100.
El pueblo estalló de felicidad, y así duró toda la noche.
Todo volvía a ser como antes… ¿o tal vez no?
Carla Couto Rodríguez
Una noche de terror
Era la noche de Halloween, y, como marcaba la tradición, los
niños esa noche salían a pedir caramelos a las casas de los
vecinos.
Sandra, una niña de ocho años, salió con sus amigas.
Todas pensaron en ir al barrio que estaba justo al lado del
cementerio. Ella se negó. Decía que se oía el rumor de que en
aquella casa había un fantasma, y que una noche de
Halloween, un hombre entro al cementerio y salió corriendo, pero
se quedó encerrado en la casa, nadie sabía por qué…
Todas sus amigas se empezaron a reír de y a chincharse de
ella llamándola gallina. Por lo que no tuvo más remedio que ir.
Ya habían pedido caramelos en todas las casas de ese barrio,
pero solo les faltaba una, “la casa del fantasma”.
Antes de llegar a la puerta de la casa todas las farolas de esa
calle se apagaron, excepto las del cementerio. Fueron corriendo
para allá, porque era el único lugar que tenía luz.
Al rato de estar allí, la mitad del grupo empezaron a correr,
las demás les siguieron. No sabían lo que pasaba.
Todas entraron a la casa del fantasma porque la puerta
estaba abierta.
Al día siguiente, las madres las buscaban por todas partes.
Habían desaparecido, y nadie volvió a verlas…
Patricia Rey Pastor
La fama de Satán
Un grupo de música formado por fanáticos del satanismo
decidió invocar a Satán y ofrecerle un sacrificio para así llegar
a tener fama. Para eso debían matar a una virgen cuando la
luna estuviera en cuarto creciente.
Provocaron un incendio en una discoteca y, aprovechando el
shock de una chica, se la llevaron a un descampado y la
mataron con un cuchillo, el cual tiraron a un río.
Sin embargo, no había muerto. Despertó ensangrentada y
con mucha hambre. Se encontró por el camino a un mendigo y
se lo comió. Después se presentó en casa de su mejor amiga a la
que asustó porque vomitaba cosas muy raras. A partir de
entonces se sucedieron muchos asesinatos en los que las
víctimas aparecían destrozadas, mientras que la chica era la
más popular y hermosa de todos los seres humanos.
Cuando no se alimentaba, se le caía el pelo, se debilitaba
y necesitaba volver a matar. Le explicó lo que le habían hecho
a su mejor amiga, que la habían asesinado y que luego había
despertado como ella la había visto. Su amiga estaba
aterrorizada y quería denunciarla. Se lo contó a su novio, pero
no la creía ya que ésta decía que Satán estaba en el cuerpo de
su amiga.
Mientras, el grupo de música tenía cada vez más fama y
más dinero. Cansada ya de tantos asesinatos, decidió clavar un
cuchillo en el corazón de su amiga, ya que era la única forma
de acabar con Satán. Fue a su casa y la mató. La madre, que lo
vio todo, consiguió que la metieran en el psiquiátrico, pero en la
pelea que tuvo con la amiga la mordió y se le pasaron algunos
de los poderes satánicos. Consiguió escapar levitando y
rompiendo una de las ventanas enrejadas .
Lo primero que hizo después de salir del psiquiátrico fue ir al
río a buscar el cuchillo con el que habían matado a su amiga
por primera vez y seguidamente fue a buscar al grupo de
música que estaba en un hotel después de un multitudinario
concierto. Abrió la puerta y fue matando uno por uno. Cuando
todas las fans fueron a pedirles autógrafos se encontraron toda
la habitación llena de sangre y de despojos humanos.
Esmeralda Mora Fuentes
El secreto del cementerio
Un día, Ana y su madre fueron a dejar flores en la tumba del
padre de Ana. Estuvieron hablando un buen rato de las cosas
que él hacía. Andando de vuelta al coche, Ana se distrajo con
una tumba muy rara donde vio el nombre de un hombre que le
recordó a su padre. Cerró los ojos para recordar su cara, pero se
dio cuenta de que se perdía en la memoria. En cuanto los abrió,
se percató de que el nombre había desaparecido y había aparecido
el de su hermana. Esa misma noche, Ana fue a casa de su
hermana a quedarse con ella a dormir. Por la noche soñó con la
tumba, se levantó, cogió un cuchillo y mató a su hermana.
Al día siguiente, Ana se despertó en la bañera, llena con
agua y como si se hubiese dado un baño. Cuando salió de la
bañera, un poco extrañada por lo que le acababa de ocurrir, fue a
buscar a su hermana, a ver si ella sabía algo
Cuando entró en su cuarto, la vio tirada en la cama y
acuchillada. Rompió a llorar y salió a la calle en busca de
ayuda.
Los agentes de policía investigaron e investigaron, pero no
encontraron huellas, ni siquiera una simple pista.
A los tres años, Ana volvió al cementerio con su madre a
poner flores a su hermana y a su padre. Ana volvió a pasar por
aquella tumba, se quedó mirándola y vió un nombre que le
recordaba a su hermana. Cerró los ojos e intentó pensar en qué
había pasado aquella noche de hacía tres años. Cuando los
abrió, vio el nombre de su madre. Extrañada, pensó: “Cada vez
que veo un nombre aquí, alguien de mi familia muere. Esta
noche me quedaré con mi madre. Ya no volverá a pasar nada.
Nadie la matara mientras esté yo”.
Aquella noche, Ana se quedó con su madre y volvió a soñar
con aquella tumba y con el nombre de su madre. En sueños, se
levantó, cogió el hacha de su padre de la leñera y se la clavó en
el cuerpo.
Al día siguiente, Ana se levantó en el salón con la tele
encendida. Fue a ver qué tal estaba su madre y la vio muerta en
la cama.
La policía la interrogó. Pensaban que era ella quien las había
matado. Pasó el test del polígrafo y creyeron que decía la
verdad. Nadie supo lo que había pasado aquella noche.
Ana fue al cementerio tres días después del entierro y volvió a
pasar por aquella tumba. Ahora estaba vacía, como si estuviese
preparada para un nuevo muerto en el cementerio. Leyó el
nombre y vio que ponía: “Ana Jiménez Martínez”. Y se dio
cuenta de todo. Recordó que había sido ella quien había matado
a su madre y a su hermana.
Esa misma tarde, se ahorcó porque había caído en la mayor
la desesperación. Dejó junto a su cuerpo esta nota:
“YO FUI QUIEN MATO A MI MADRE Y A MI HERMANA”
Desde entonces, todo el asunto quedó arreglado y enterraron a
Ana en aquella tumba en la que ella había visto grabado su
nombre.
Larisa Andra Bitea
El escorpión azul
Son las cinco de la mañana. Otra noche sin pegar ojo. Desde
que me han asignado este nuevo caso, no puedo pensar en otra
cosa que no sea en atrapar al asesino, y el autor de los crímenes
más espeluznantes con los que me he encontrado en toda mi
carrera en la brigada de homicidios.
No me ha dado tiempo a terminar de desayunar cuando una
nueva llamada a mi móvil me hace salir zumbando hacia la
dirección que he anotado.
No hay palabras para describir la escena tan dantesca que
encontramos mi compañero y yo al entrar al domicilio donde,
efectivamente, encontramos a la cuarta víctima del asesino de
los ojos azules, como le habíamos bautizado ya en comisaría
porque este era el color de los ojos de sus víctimas.
Atada a la cama de pies y manos, estaba el cuerpo de una
mujer joven a la que parecía habían vaciado de toda su sangre.
Las heridas que a primera vista parecían ser las culpables de
esta pérdida de sangre eran dos orificios en el cuello. También
nos habían dejado como pista el dibujo de un escorpión pintado
aparentemente con la sangre de la víctima en la pared.
La investigación no avanzaba todo lo que queríamos,
aunque estábamos trabajando en ello cinco inspectores. Uno de
los datos que personalmente consideré un poco chocante era que
siempre era el mismo compañero quien encontraba en primer
lugar a las víctimas. Otro dato a mencionar era el dibujo que
dejaba el asesino de un escorpión un tanto peculiar, ya que le
faltaba siempre una de las pinzas.
Dos días después, apareció en un contenedor la siguiente
víctima con los mismos orificios en el cuello y el mismo color de
ojos que las anteriores. Y el mismo dibujo pintado en su cuerpo.
Hoy, un año después de estos sucesos, sigo pensando si mi
compañero de la brigada, muerto ya hace una semana en un
accidente de tráfico, habría tenido algo que ver, ya que en su
glúteo derecho, el forense se encontró con un escorpión muy
particular al que la faltaba una de las pinzas delanteras.
Paula Rey Díaz